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Directora Celina G. Becerra Jiménez Editor responsable Federico de la Torre de la Torre Secretario técnico Miguel Ángel Isais Contreras Consejo editorial Celina G. Becerra Jiménez (Universidad de Guadalajara, México), David Carbajal López (Universidad de Guadalajara, México), Ana María de la O Castellanos (Universidad de Guadalajara, México), Ro- bert Curley (Universidad de Guadalajara, México), José Refugio de la Torre Curiel (Universidad de Guadalajara, México), Federico de la Torre de la Torre (Universidad de Guadalajara, México), Águeda Jiménez Pelayo (Universidad de Guadalajara, México), Gladys Lizama (Universidad de Guadalajara, México), Lilia V. Oliver Sánchez (Universidad de Guadalajara, México), Aristarco Regalado (Universi- dad de Guadalajara, México), Sergio Valerio (Universidad de Guadalajara, México), Angélica Peregri- na Vázquez (INAH-El Colegio de Jalisco, México), Julia Preciado Zamora (CIESAS-Occidente, México). Ignacio Almada Bay (El Colegio de Sonora, México), Salvador Álvarez (El Colegio de Michoacán, México), Liliana Barela (Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina), Salvador Ber- nabeu (EEHA, España), Walther L. Bernecker (Universidad Erlangen-Nürnberg, Alemania), Thomas Calvo (El Colegio de Michoacán, México), Mario Camarena (INAH, México), Luc Capdevila (Universi- dad Rennes 2, Francia), Roberto Castelán (Universidad de Guadalajara, México), Eduardo Cavieres (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile), José Carlos Chiaramonte (UBA, Argentina), Chantal Cramaussel (El Colegio de Michoacán, México), Graciela de Garay (Instituto Mora, México), Guillermo de la Peña (CIESAS-Occidente, México), Ma. Aparecida de Sousa Lopes (Universidad Es- tatal de California-Fresno, EUA), Juan Manuel Durán Juárez (Universidad de Guadalajara, México), Andrés Fábregas Puig (CIESAS-Occidente, México), Dominique Godineau (Universidad Rennes 2, Francia), Martín González de la Vara (El Colegio de Michoacán, México), Serge Gruzinski (EHESS, Francia), Carlos Herrejón Peredo (El Colegio de Michoacán, México), Antonio Ibarra (UNAM, Méxi- co), Óscar Mazín (El Colegio de México, México), Jean Meyer (CIDE, México), Zacarias Moutoukias (Universidad París VII, Francia), Katharina Niemeyer (Universidad de Colonia, Alemania), Samuel Octavio Ojeda Gastélum (Universidad Autónoma de Sinaloa, México), Horst Pietschmann (Univer- sidad de Hamburgo, Alemania), José María Portillo (Universidad del País Vasco, España), Barbara Potthast (Universidad de Colonia, Alemania), María Eugenia Romero Ibarra (UNAM, México), Rafael Sagredo (Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile), Justina Sarabia✝ (EEHA, España), Gabriel Torres (CIESAS-Occidente, México), Antonio Torres Montenegro (Universidad Federal de Pernambu- co, Brasil), Eric Van Young (Universidad de California-San Diego, EUA), Javier Villa-Flores (Universi- dad de Illinois-Chicago, EUA). ◆ ◆ Año 5 / Número 11 Otoño 2014-invierno 2015Universidad de Guadalajara istóricasletras Rector general Mtro. Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla Secretario general Mtro. José Alfredo Peña Ramos Vicerrector ejecutivo Dr. Miguel Ángel Navarro Navarro Rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades Dr. Héctor Raúl Solís Gadea Secretaria académica Dra. María Guadalupe Moreno González Directora de la División de Estudios Históricos y Humanos Dra. Lilia V. Oliver Sánchez Jefe del Departamento de Historia Dr. David Carbajal López Coordinador Editorial Dr. Carlos Antonio Villa Guzmán Letras Históricas. Año 5, número 11, Otoño 2014-invierno 2015 es una publicación semes- tral editada por la Universidad de Guadalajara, a través del Departamento de Historia de la División de Estudios Históricos y Humanos del CUCSH. Av. de los Maestros y Mariano Bárcenas. Puerta 3. Col. La Normal, CP 44260. Guadalaja- ra, Jalisco, México. Tel. 38193300 exts. 23311, 23358, http://www.publicaciones.cucsh.udg. mx/pperiod/Lhistoricas/index.htm, letrashisto- ricas@csh.udg.mx, editor responsable: Federico de la Torre de la Torre. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo 04-2009-081217483600-102. ISSN 2007-1140, otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Impresa por Pandora Im- presores S.A. de C.V., Caña 3657, La Nogalera, Guadalajara, Jalisco, México, este número se terminó de imprimir el 31 de octubre de 2014 con un tiraje de 500 ejemplares. Universidad de Guadalajara ◆ ◆ Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda extrictamente prohibida la reproduc- ción total o parcial de los contenidos e imáge- nes de la publicación sin previa autorización de la Universidad de Guadalajara. Con el objetivo de promover el estudio de la historia iberoamericana entre el público acadé- mico especializado, en forma multidisciplina- ria, Letras Históricas fomenta la difusión y el diálogo a partir de investigaciones originales abiertas al mayor número de enfoques teóricos y metodológicos, periodos históricos y zonas geográficas. Con este propósito, la revista hace un llamado a todas las voces que buscan expli- car la construcción de nuestras complejidades sociales a partir del contraste reflexivo de pers- pectivas y opiniones. Letras Históricas está incluida en los catálogos de revistas Latindex y Clase, y está indexada en HAPI. Índice Nancy Rubio Estrada Anel Hernández Sotelo David Carbajal López Raphaël Roché Alejandro Acosta Collazo, Jorge Refugio García Díaz Rodrigo Vega y Ortega, Alejandro García Luna Cuatro malas palabras para insultar hombres en la Nueva España. Una aproximación lingüística a cierto léxico insultológico novohispano Doctos dicterios. Controversias escriturales entre un capuchino y un benedictino en torno a las prácticas médicas hispanas del siglo XVIII Personas sagradas y trayectorias trasatlánticas: la vida de tres clérigos de principios del siglo XIX en Nueva España Elementos definitorios de un proyecto nacional de José Cecilio del Valle en su “Prospecto de la historia de Guatemala” Los Baños Grandes de Ojocaliente durante la primera mitad del siglo XIX. Historia, agua y arquitectura La explotación y determinación de nuevos minerales en la primera serie de El Minero Mexicano, 1873-18801 13 35 69 103 123 147 Presentación Entramados ◆ ◆ 7 Letras Históricas / Año 5 / Número 11 / Otoño 2014-invierno 2015 Yanara Grau Reyes Zoila Santiago Antonio Lilia Victoria Oliver Sánchez Sergio Valerio Ulloa Sergio Francisco Rosas Salas Juan Hugo Sánchez García Índice Letras Históricas / Año 5 / Número 11 / Otoño 2014-invierno 2015 171 195 221 269 275 283 289 Lecturas de lo ajeno ◆ José María Ochoa Correa en la música sacra cubana Cuidar y proteger. Instituciones encargadas de salvaguardar a la niñez en la ciudad de México, 1920-1940 Historia de las primeras delegaciones regionales de la Cruz Roja en el estado de Jalisco Cuando los estudiantes quisieron hacer revoluciones Tradición y reforma en la Iglesia hispanoamericana Capitalismo y modernización en Oaxaca Abstracts Testimonios ◆ 7 ◆ Presentación Letras Históricas / Número 11 / Otoño 2014-invierno 2015 / pp. 7-9 Desde la década de los ochenta, nuevas formas de definir la cultura, para comprender la construcción por el ser humano de su propia realidad a través de su actividad del día a día y desde su lugar concreto, se han con- vertido en centro de interés de historiadores, sociólogos y antropólogos. Si bien la convergencia de intereses y metodologías entre estas discipli- nas data de mucho antes, éste ha sido el marco que instauró la Nueva Historia Cultural. Aunque es difícil definir su influencia y su interés por el estudio de las representaciones, la historia cultural se ha caracterizado por tender puentes entre la respuesta individual y la presencia de las doc- trinas teológicas, filosóficasy científicas prevalecientes en determinado periodo. Trátese de practicantes de la historia cultural o no, en la actualidad se observa un interés extendido por ampliar las fuentes y mirarlas des- de nuevas perspectivas. Y son precisamente muestras de nuevos acer- camientos las que se pueden advertir en común en los trabajos de este número de Letras Históricas. En los primeros tres artículos se observan distintas aproximaciones a la riqueza que ofrece el aparato lingüístico para el historiador. Tanto el trabajo sobre la disputa literaria sostenida entre el ilustrado español fray Benito Jerónimo Feijoo y un fraile capu- chino acerca del estado de la medicina en esos reinos como el que se refiere a las “malas palabras” para insultar a los varones novohispanos y el que revisa el proyecto para una historia de Guatemala constituyen tres ejemplos de cercanía entre la historia y la filología. Si en el prime- ro y el tercero de estos artículos las fuentes son producto de hombres doctos, pertenecientes a las elites intelectuales del mundo hispano, el segundo se adentra al mundo de las representaciones y la subjetividad Celina G. Becerra Jiménez Universidad de Guadalajara Letras Históricas / Núm. 11 8 en el uso de la lengua entre esclavos, indios o herreros en diferentes lo- calidades novohispanas. Pero en ambos trabajos las nociones presentes son las difundidas por la Iglesia postridentina en torno a la herejía, la superstición, la moral y la religión. Por su parte, la lectura del proyecto titulado “Prospecto de la historia de Guatemala”, redactado por el perio- dista y político guatemalteco José Cecilio del Valle como una vía para la construcción de un imaginario común entre los habitantes de un territorio recién emancipado, constituye también una muestra de las posibilidades de acercamiento a términos tan importantes como el de “nación” para los habitantes de la antigua capitanía de Guatemala. Dentro de estas mismas coordenadas se puede inscribir el trabajo de este número que observa a tres eclesiásticos, dos americanos y un pe- ninsular, como viajeros de su época, para dar cuenta de las posibilidades de movilidad geográfica que llegaron a tener algunos clérigos del clero a finales del periodo colonial. Distintos motivos para sus desplazamientos e importantes diferencias en la mentalidad de cada uno quedan de mani- fiesto: fidelidad a la Corona, dedicación a la evangelización y obediencia a la regla, frente a ideas liberales, defensa de intereses individuales y desplazamientos trasatlánticos delinearon las actuaciones en cada uno de los casos presentados. Espacio, tiempo y relaciones de sociabilidad aparecen aquí como ejemplo de los elementos que no quedan fuera de los intereses del historiador cultural. La apertura de la historia hacia otras disciplinas está también presen- te cuando se analiza la trayectoria de un eminente compositor cubano de música sacra. Nacido en la isla a fines del siglo XIX, de ascendencia africana, recibió su formación musical en la parroquia de Holguín, su loca- lidad de origen. Más tarde adquirió también renombre como compositor de otros géneros como danzones, polcas y obras para representaciones teatrales, sin que se haya difundido su obra de carácter religioso. Para apreciar su trayectoria musical, el trabajo destaca también sus vínculos locales, su identificación con los movimientos contra el dominio español y su participación en la creación de agrupaciones musicales hasta su muer- te en 1937. La forma en que los distintos sectores de la población mexicana cons- truyen su propia mirada de una nueva realidad y cambian sus ideas y sus prácticas a partir del siglo XIX es objeto de los artículos restantes, cada uno de los cuales incluye recursos de campos como la arquitectura, la geología, la medicina o la educación. Es así como se someten a obser- vación las actitudes de los habitantes de una villa mexicana del siglo XIX respecto a la higiene y el aseo, al mismo tiempo que se subraya la calidad arquitectónica de los baños públicos como espacio de la vida cotidiana 8 Celina Becerra / Presentación 9 en Aguascalientes. Por otra parte, a partir de la lectura del periódico El Minero Mexicano, se demuestra que el nivel de conocimientos de los ingenieros de minas y su interés por participar con sus opiniones científi- cas y técnicas constituyeron un elemento relevante para el desarrollo de la ciencia durante el porfiriato. A estas contribuciones se suman dos trabajos sobre las iniciativas en materia de salud y atención a la población emprendidas por la sociedad y los gobiernos del periodo posrevolucionario. El artículo sobre la creación de instituciones de protección infantil en la ciudad de México contempla las campañas periodísticas que ocuparon los diarios de mayor circulación para exponer el aumento de la pobreza en las urbes y su posible influen- cia en la decisión presidencial de establecer estrategias para abatir los índices de mortalidad infantil al asumir como obligación del Estado llevar atención médica y social a los grupos más vulnerables. Los avances de la medicina y la política del nuevo Estado mexicano están presentes a tra- vés de congresos y publicaciones de científicos de la época que analizan los problemas de la infancia, la salud y la pobreza. Una serie de esfuerzos paralelos a los que emprendían el Estado posrevolucionario han quedado plasmados en acervos fotográficos, manuscritos e informes de activida- des conservados en algunas poblaciones del occidente de México donde se establecieron delegaciones de la Cruz Roja mexicana. En este caso se trata de esfuerzos de los habitantes de las localidades que se sumaron a una institución de carácter internacional y que salen a la luz gracias al rescate de imágenes y la realización de entrevistas con los protagonistas para demostrar los avances de la modernización en el campo de la medi- cina fuera de las grandes ciudades. Los historiadores generalmente tienen la función de ayudar a sus con- temporáneos a ver el presente como historia; es decir, mirar el mundo con la perspectiva de cambios de larga duración que son con frecuencia más importantes que aquéllos de corta duración.1 A partir del número doce Letras Históricas contará con nueva direc- ción a cargo de Gladys Lizama Silva, con el apoyo de Sergio Valerio Ulloa como editor. A lo largo de cinco años su colaboración, junto con la de los demás integrantes del Consejo Editorial resultó vital para la revista que ahora queda a su cargo. Como esencial fue la presencia de los editores, José Refugio de la Torre y Federico de la Torre. Un agradecimiento es- pecial merece también el trabajo de los secretarios técnicos de Letras Históricas: Adrien Charlois, Cristóbal Durán y Miguel Isais. 1 Yobenj Aucardo Chicangana, “Debates de la historia cultural, conversación con el pro- fesor Peter Burke”, Historia Crítica, núm. 37, Bogotá, enero-abril de 2009, p. 25. ◆ Entramados ◆ 13 ◆ Letras Históricas / Número 11 / Otoño 2014-invierno 2015 / pp. 13-34 Nancy Rubio Estrada Cuatro malas palabras para insultar hombres en la Nueva España. Una aproximación lingüística a cierto léxico insultológico novohispano1 Nancy Rubio Estrada Programa de Maestría en Letras, UNAM. nancy.re18@gmail.com Somos seres históricos, constituidos a través del tiempo; aproximarnos al pa- sado es una forma de vincularnos con nuestras raíces sociales, culturales e históricas. Este ensayo pretende lograr esa aproximación a través del análisis de la lengua española que nos es propia, específicamente a través del estudio sincrónico de cuatro “malas palabras” circunscritas a un campo semántico es- pecífico: malas palabras utilizadas para insultar hombres en la Nueva España. Palabras clave: malas palabras, historiografía lingüística, época colonial. Son las malas palabras único lenguaje vivo en un mundo de vocablos anémicos. La poesía al alcance de todos.2 Max Colodro3 señalaque el hablante nunca es tan libre o tan pleno como para poner en palabras todo aquello que está oculto en la profundidad de su ser. Somos, ante todo, prisioneros de nuestra lengua, de las expre- siones que permite y también de las que imposibilita. Estas rigideces lingüísticas no son sino el producto de las normas sociales que orientan 1 Agradezco el apoyo otorgado por la beca Conacyt al Programa de Maestría en Letras de la UNAM, del que actualmente soy alumna, sin el cual la investigación y la redacción del presente artículo no habrían sido posibles. 2 Paz, “Los hijos”. 3 Véase Colodro, El silencio, p. 134. Letras Históricas / Entramados 14 nuestro comportamiento y nos alertan sobre el uso o el no uso de ciertas expresiones por considerarlas socialmente reprobables. En todas las culturas han existido y existen palabras prohibidas,4 términos o referencias que no deben ser utilizados, cosas que estamos obligados a callar. La cultura dominante las designa como tabúes y las hace así innombrables. Inmersas en estos tabúes lingüísticos, en estos vocablos innombrables, se encuentran las palabras que normalmente omitimos por considerarlas duras, obscenas o malsonantes y que solemos intercambiar por algún eufemismo; me refiero, por supuesto, a las tra- dicionalmente llamadas “malas palabras”. En nuestra cultura éstas han tenido protagonismo desde siempre. Basta remontarnos a nuestras raíces españolas para encontrarlas: romances medievales plenos no sólo de ma- las palabras sino de dobles sentidos, sin olvidar los magníficos poemas quevedianos. O, ya instalados en la actualidad, bástenos recordar aquel poema de Sabines donde en un arrebato de impotencia conjura triste el poeta: “¡A la chingada las lágrimas!, dije / y me puse a llorar / como se ponen a parir”, mientras nos murmura dolorosa, casi rencorosamente, sobre el “El Señor Cáncer, El Señor Pendejo” que invadió el cuerpo de su padre y terminó por matarlo. Todo ello no hace más que resaltar lo evidente: las malas palabras no se encuentran inscritas exclusivamente en el habla vulgar o coloquial; podemos hallarlas en casi cualquier ámbito de nuestro lenguaje. For- man, pues, parte importantísima de nuestra cultura. De hecho, Pancra- cio Celdrán5 las considera rasgo común del universo hispanohablante, y afirma que ha sido en América donde muchas de estas voces, origi- nariamente peninsulares, cobraron vigor propio, sobre todo en México y Argentina, países, según Celdrán, particularmente ricos en iniciativas insultológicas. Vale la pena, por todo ello, realizar un breve recorrido en la ontología de estas subversivas y no menos interesantes palabras antes de abo- carnos al estudio y análisis de un pequeño número de ellas durante la época colonial. 4 El uso de las malas palabras se encuentra registrado incluso en culturas anteriores a la griega o la romana. En su artículo “Maledicta Mesopotamica. Insultos e imprecaciones en el Próximo Oriente Antiguo”, Rocío da Riva, catedrática de la Universidad de Barce- lona, hace un breve recorrido, a través de textos acadios y sumerios, de los insultos más recurrentes en la antigua Mesopotamia. 5 Véase Celdrán, El gran libro, p. 1052. Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras... 15 ¿Qué son las malas palabras? En el Tercer Congreso de la Lengua, celebrado en Argentina en el año 2004, Roberto el Negro Fontanarrosa, escritor argentino, se preguntaba: “¿Por qué son malas las malas palabras?”, y proseguía con cierto humor: “¿Acaso le pegan a las otras palabras? ¿Son malas porque son de mala ca- lidad? ¿Porque cuando uno las pronuncia se deterioran?” Evidentemente, Fontanarrosa abordaba este tema desde un irónico y profundo humor, pero no por ello su primera pregunta deja ser válida: ¿qué hace que las palabras sean calificadas como “malas”? Cierto es que en un sentido estrictamente lingüístico no existen ni buenos ni malos términos; ya Saussure, al definir el signo lingüístico como “arbitrario”, unión de significado (concepto) y significante (imagen acústica), zanjaba, aunque de manera indirecta, esta cuestión. En sus propias palabras: Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica [...]. El lazo que une el significante al significado es arbitrario; o bien, puesto que entendemos por signo el total resultante de la asociación de un significante con un significado, podemos decir más simplemente: el signo lingüístico es arbitrario.6 El propio Saussure puntualiza que por “arbitrario” quiere decir “in- motivado”; es decir, arbitrario con respecto al significado, con el que no está unido por ningún tipo de lazo natural; prueba de ello es el hecho de que las malas palabras cambien de un lugar geográfico a otro; así, “concha”, que en la inmensa mayoría de los países hispanohablantes sirve para denominar la cubierta que protege a ciertos moluscos o a un inocente tipo de pan; en Argentina, Chile, Perú y Uruguay adquiere un significado peyorativo y ofensivo de índole sexual. Sin embargo, pese a las nociones saussurianas, desde el punto de vista sociolingüístico re- sulta innegable que para el hablante las palabras poseen connotaciones negativas o positivas. Dichas connotaciones surgen de la carga semán- tica que la cultura dominante les confiere y son enseñadas a todos los integrantes de la sociedad que la conforma. No hay que olvidar, tal y como lo menciona Rocío Da Riva en su artículo,7 que toda cultura o grupo social tiene sus propias reglas y normas, y que éstas rigen la inserción de ese grupo o cultura al mundo que les rodea. Así pues, todo aquello 6 Saussure, Curso, pp. 88-90. 7 Véase la nota 3. Letras Históricas / Entramados 16 que se aproxime al ideal cultural será positivo, en cambio; cuanto más se aleje algo del canon establecido, más negativo será. Desde luego es- tos criterios regulan también el lenguaje –mediador entre el hombre y el mundo– distinguiendo entre aquellos usos considerados correctos y aquellos considerados incorrectos. En resumen, las malas palabras se nutren de todas aquellas realida- des que por sus cualidades básicas o por sus asociaciones culturales se encuentran insertas dentro de lo bajo, repugnante, escatológico y des- preciable. No es sorprendente, entonces, que todas las malas palabras sean siempre adjetivos. Al fin y al cabo es a través de esta categoría gramatical que describimos el mundo y, aunque en primera instancia esta observación bien podría parecernos obvia y carente de relevancia, según Celdrán es precisamente esta parte de la oración la que más compromete al hablante, puesto que en ella expresa lo que piensa, cree, quiere, es- pera, ama y odia de los demás y de su realidad. Las malas palabras son, finalmente, producto de un examen personal del mundo cuya sentencia es expresada por el hombre en forma de vituperio. Otro aspecto importante al hablar de las malas palabras es el hecho de que al hacerlo no nos limitamos únicamente a los términos insultantes, sino que incluimos toda una serie de palabras y expresiones que, en un determinado contexto, poseen una intención hiriente o degradante por parte del hablante. Además, como menciona Da Riva: Lo que nos interesa aquí es el significado de las palabras que comuni- ca el hablante e interpreta el oyente, es decir, no importa tanto lo que un término o frase signifique en realidad, sino lo que quiere decir con ellos. El contexto social, económico y cultural es básico a la hora de interpretar la intención del hablante en la comunicación, sin olvidar, el papel del receptor como intérprete de lo que el hablante comunica.8 Esta idea encuentra eco en Celdrán, quien afirma que es propio de las malas palabras vivir dentro de un mundo semántico disperso: sólo el caso, la circunstancia y el destinatario lograrán darles todo el sentido que pueden alcanzar. A su potenciación y suavización hay que unir los elementos suprasegmentales, esas insinuaciones, gestos y visajes, esa forma decrispar las manos y blandirlas en el aire.9 Es decir, las malas pa- labras no pueden estudiarse independientemente de su contexto: quién es el hablante, quién el receptor, en qué momento o circunstancia son uti- 8 Riva, “Maledicta”, p. 30. 9 Celdrán, El gran libro, p. 16. Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras... 17 lizadas, en qué lugar, en qué época, etc. Dicho contexto, desde luego, se encontrará determinado por las relaciones que existen entre las personas de una determinada sociedad o grupo. No se puede partir de las malas palabras como si fuesen un mero término, sino desde el mismo proceso de insultar como un “acto de habla”. Ya Austin lo dice: Siempre es necesario que las circunstancias en que las palabras se expresan sean apropiadas, de alguna manera o maneras. Además, de ordinario, es menester que el que habla, o bien otras personas, deban también llevar a cabo otras acciones determinadas “físicas” o “menta- les”, o un acto que consiste en expresar otras palabras.10 Esto, aunque vago, en general es verdadero: constituye un lugar co- mún en toda discreción acerca del sentido de una expresión cualquiera, y aunque Austin se refiere propiamente a lo que él llama “palabras rea- lizativas” –las cuales generalmente forman parte de actos rituales, tales como casarse, jurar o prometer algo–, es igualmente válido para las malas palabras, que al igual que las palabras realizativas de Austin, requieren que sus usuarios tengan ciertos sentimientos (ira, odio, frustración, celos, etc.) al emplearlas, y que están dirigidas a provocar cierta reacción en sus receptores. Innegablemente las malas palabras no son sólo una cuestión de elección de términos: a su significado básico se le unen el énfasis y la intención hostil del hablante y, por supuesto, la reacción ofendida del oyente. Serán precisamente éstas (la intención del hablante y la reacción del oyente) las que les otorguen el significado hiriente y agresivo, parte primordial e indispensable de toda mala palabra, como veremos en los siguientes estudios de caso. Cuatro malas palabras para insultar hombres en la Nueva España Hoy en día insultar es una actividad relativamente fácil que rara vez acarrea consecuencias serias; sin embargo no siempre ha sido así: en otras épocas constituía un acto realmente grave. En la Edad Media, por ejemplo, había insultos tan penados como la agresión física. En la sociedad novohispana la situación no era muy diferente. En uno de sus ensayos, Lipsett-Rivera11 da cuenta del gran número de quejas que 10 Austin, Cómo hacer cosas con palabras, p. 56. 11 Lipsset-Rivera, “Los insultos”, pp. 473-495. Letras Históricas / Entramados 18 los habitantes novohispanos presentaban ante la corte contra actos de “obra y palabra”, frase que señalaba el aspecto físico y enunciado del insulto, ambos de suma importancia, ya que si los actos de violencia física herían el cuerpo del infortunado atacado, las malas palabras se encargaban de dañar su honor y su reputación. Era algo verdaderamen- te terrible en una sociedad como la novohispana, regida en gran medida por las apariencias. Así pues, el tribunal tomaba en cuenta tanto el daño físico como el verbal. Uno de los aspectos más interesantes en el ensayo de Lipsset-Rivera es su observación sobre el hecho de que la mayoría de las malas palabras novohispanas buscaban adaptarse a las características de los insultados, ya que, según la autora, la ofensa y el vituperio se lograban a través de la distorsión consciente de la identidad del receptor. Resulta innegable que entre los muchos elementos que conformaban la identidad de los novohispanos (casta, condición social, posición económica, etcétera) el género desempeñaba un papel fundamental, precisamente por ello éste determinaba muchos de los insultos utilizados. En el caso de los hombres, los insultos estaban casi siempre relaciona- dos con la eficacia de su desempeño sexual y su capacidad para mantener intactos el honor, la honra y la fama tanto individuales como familiares. Muchos otros insultos basaban su carga ofensiva en el símil que esta- blecían entre el hombre imprecado y algún comportamiento considerado típicamente femenino, lo cual, dada la concepción que se tenía de las mujeres, representaba una ofensa grave que a menudo desembocaba en grandes pleitos. No hay que olvidar que tras la Conquista, durante el proceso de re- composición social, en la Nueva España se establecieron ciertos idea- les –reminiscencias del Viejo Mundo– como la pureza, la virginidad, la castidad, el prestigio y la sabiduría, entre otros, que paulatinamente se transformarían en los valores medulares de esta nueva sociedad, y que incidirían en la configuración de su estructura emocional, marcando, irremediablemente, su conducta social. Tal y como sostiene María Alba Pastor, “estos valores constituyeron un sistema simbólico cerrado que impregnó con ayuda de las congregaciones y corporaciones –en especial de las cofradías gremiales y eclesiásticas– todas las relaciones humanas de aquella época”.12 Uno de estos valores centrales es el honor, definido por Lavrin como “un conjunto de valores morales demostrados en el comportamien- to personal y aceptado como rasero para juzgar a los miembros de la 12 Pastor, Crisis, p. 55. Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras... 19 sociedad”.13 Otro es la fama, acerca de la cual Tomás de Mercado, teólogo dominico, sostenía: “la fama de un hombre es la opinión que tienen de él los que lo conocen, la reputación que hay en el pueblo o en el reino; y propia y principalmente consiste en ser tenido por bueno o por malo, por virtuoso o vicioso”.14 Ideas como éstas determinaron en gran medida no sólo el pensamiento de los novohispanos, sino también su forma de com- portarse, actuar y relacionarse con los demás. Cabe recordar, además, que el honor familiar y masculino, así como gran parte de la estabilidad social, se cifraban de manera primordial en la castidad femenina; por ello la conducta sexual de la mujer se encon- traba sujeta a restricciones mucho más fuertes que la del hombre. En contraparte con el papel que desempeñaban las mujeres en la Nueva España –seres corruptibles, naturalmente inclinados a los placeres sensuales del cuerpo, temidos y protegidos a un mismo tiempo y, sobre todo, reprimidos–, los hombres novohispanos gozaron siempre de una mayor libertad sexual. Heredera de una cultura donde la fuerza y la virilidad eran principios fundamentales, la sociedad novohispana permitía al hombre ejercer su sexualidad antes y después del matrimonio sin que su honor sufriera de- trimento alguno. A cambio, se le exigía proteger y conservar la pureza y castidad de su contraparte femenina. Haciendo uso de su valor y fortale- za, era su obligación cuidar que su linaje no fuera manchado con deshon- ras: máculas, injurias, agravios y afrentas.15 Así pues, el honor masculino dependía directamente de la sexualidad femenina, de su comportamien- to honesto y recatado. Para los hombres el honor se relacionaba con la virilidad, con su capacidad para mantener este comportamiento en las mujeres de su familia y en sus parejas; la pérdida de éste a menudo era comparado con la impotencia sexual. Debido a estas ideas, las malas palabras más comunes para ofender a los hombres eran calificativos que implicaban la pérdida de su mas- culinidad, ya cuando se insinuaba un deficiente desempeño sexual, ya cuando se comparaba alguna actitud de la víctima con un comportamien- to considerado característicamente femenino. Epítetos como ésos tenían el tiránico poder de negar a la víctima el lugar que le correspondía en la sociedad como persona honorable; al atacar su virilidad y buen nombre buscaban, además, someterla al escarnio público, el cual solía repercutir de manera seria y hasta peligrosa en la vida cotidiana del infortunado 13 Lavrin, “La sexualidad”, p. 498. 14 Tomás de Mercado, citado por Pastor, Crisis, p. 72. 15 Lavrin, “La sexualidad”,p. 498. Letras Históricas / Entramados 20 receptor. Era una situación bastante frecuente, pues en la Nueva España el honor solía sostenerse en un solo pilar: el imperioso y voluble “qué di- rán”, idea confirmada en siglo XVII por el obispo Gaspar Villarroel, quien, tras afirmar que en las Indias eran tan abundantes las minas como las ca- lumnias, exclamaba: “Dichoso aquel país donde se pone el honor sólo en el decir la verdad”.16 Verdad o no, cierto era que una certera mala palabra dicha en el lugar idóneo podía ocasionar graves problemas al renombre del hombre insultado, a veces con onerosas repercusiones. Y bien, ¿cuáles eran esas malas palabras? ¿Cuáles esas “palabras malditas” que causaban tanto daño a sus receptores y que crearon en la Nueva España la necesidad de castigar a sus usuarios ante la corte y, en la medida de lo posible, minimizar sus daños? El presente artículo se enfoca únicamente al análisis de cuatro de ellas: cabrón, colchón, mujer y puto. Todas aparecen en cuatro documentos17 fechados en diferentes años de los siglos XVI, XVIII y principios del XIX. Mediante dichos docu- mentos se estudia el contexto sociocultural en que aparece cada palabra y el significado con el que era utilizada durante la época, el cual, a su vez, se contrasta con el significado original que cada vocablo tenía en los al- bores del español. Ello con el afán de establecer, de manera muy general, si hubo algún cambio entre el uso y significado de los primeros registros que se tienen de cada palabra y el uso asentado en los documentos del corpus aquí estudiado. Ya que el corpus examinado en este artículo constituye apenas una pequeña muestra del amplio léxico insultológico propio de la Nueva Es- paña, su objetivo no es ofrecer un panorama general de este fenómeno lingüístico, sino evidenciar las relaciones formativas entre el lenguaje y la imago mundi novohispana, de la cual somos en gran medida here- deros. No debemos olvidar que internarnos en el estudio del lenguaje y reflexionar sobre él es una manera de reconocernos en sus usos y signi- ficados a lo largo de su sinuoso devenir histórico, de indagar en nosotros y nuestras circunstancias, como diría Ortega y Gasset. Iniciemos, pues, 16 Gaspar de Villarroel, citado por Pastor, Crisis, p.57. 17 Todos los documentos pertenecen a Company, Documentos, y a Melis y Rivero Franyutti, Documentos. En lugar de recurrir al trabajo de archivo se decidió utilizar parte del material proporcionado por las fuentes ya citadas porque la selección rea- lizada por los autores, especialistas reconocidos en los estudios lingüísticos, ofrece a lingüistas y filólogos documentos sumamente cercanos a la lengua hablada, así como una cuidadosa transcripción apegada a las fuentes originales. Ambos libros proveen material de primera mano que facilita los estudios tanto diacrónicos como sincrónicos —tal es el caso de este artículo— del español en México a lo largo del periodo colonial. Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras... 21 esta aproximación al pensamiento, la cultura y la sociedad novohispana a través de ese vínculo esencial entre el hombre y el mundo que es el lenguaje, específicamente a través de esos vocablos sangrantes y desga- rradores que suelen ser las malas palabras. Cabrón Una de las malas palabras más empleadas para herir y humillar al hombre durante la época colonial era “cabrón”. Era un insulto realmente fuerte, pues atacaba, a un tiempo, no sólo la virilidad de la víctima, sino tam- bién su fama y honor al tildarlo de cobarde o, en el mejor de los casos, de tonto. Su uso a menudo desembocaba en riñas, intercambios de otros insultos, golpes, heridas e incluso muertes. Tal es el caso de José Casildo Hernández y Lino Carrión, ambos herreros de Orizaba, Veracruz. Según la declaración hecha en 1819 por José Antonio Zaquero, maestro del taller en que éstos trabajaban, entre quatro y cinco de aquella tarde, aviendo acabado de travajar Lino Carrión y quedándose trabajando Casildo Hernández le puso las ma- nos a Lino Carrión en los hombros y le dijo: “Gracias a Dios que nos juntamos un yndio y un negro, pero yo soy indio bueno, bueno y señor yndio”. Que en vista de esto echo, Carrión le agarró las dos manos, y en tono de chansa le dio un arrempujón que lo echó al suelo.18 Al notar que ambos hombres comenzaban a reñir, Zaquero los separó, y mandó a José Casildo a terminar su trabajo y a Carrión a la oficina por unos clavos; sin embargo, Casildo lo desobedeció y siguió a Carrión. Za- quero afirma en su testimonio que al poco tiempo oyó unas voces que decían “párate, cavrón”, y esto le dio a pasar vio- lentamente a ver lo que havía, introduciéndose por el taller donde re- ñían. Y vio que Carrión se estaba queriendo lebantar del suelo, y que efectivamente lo ayudó a que se parara, y le dijo: “señor, me ha herido el indio Casildo y me ha dado recio”.19 El documento registra el testimonio de Zaquero como parte del juicio contra José Casildo Hernández por asesinato, por lo que es de suponer que la herida infligida a Carrión tuvo consecuencias mortales. Aunque 18 Melis y Rivero Franyutti, Documentos, pp. 530-540. 19 Melis y Rivero Franyutti, Documentos, pp. 530-540. Letras Históricas / Entramados 22 el origen de la pelea tuvo sus razones en las rígidas divisiones raciales que regían la sociedad novohispana (Casildo se mofa de la condición de negro de Carrión a la par que sugiere su superioridad por ser indio),20 es notable el uso de “cabrón”, insulto empleado en el momento más álgido de la discusión. Según Lipsett-Rivera, dicho epíteto acusaba la pérdida sexual de una mujer relacionada con el hombre insultado. La gran afrenta del insulto radicaba en el cuestionamiento implícito que hacía no sólo de su virilidad –al poner en entredicho su capacidad para satisfacer los apetitos sexua- les de su mujer–, sino también de su aptitud para saber lo que ocurría en su propia casa y regirla. Ya en su Tesoro de la lengua castellana o española, impreso en 1611, Sebastián de Covarrubias señala el fuerte carácter pernicioso de esta pa- labra: Llamar a uno cabrón en todo tiempo y entre todas naciones es afrentar- le. Vale lo mesmo que cornudo, a quien su mujer no le guarda lealtad, como no lo guarda la cabra que de todos los cabros se deja tomar. Y también porque el hombre se lo consciente, de donde se siguió llamar- le cornudo, por serlo el cabrón, según algunos.21 El símil establecido por Covarrubias entre “cabrón”, inicialmente el macho de la cabra, y las características del hombre así calificado, resul- ta sumamente interesante al ofrecer una idea muy cercana a la que los novohispanos debieron tener de su origen y significado. Aunque su me- todología es poco rigurosa, la definición del Tesoro podría ser bastante cercana a la evolución lingüística de esta mala palabra. Baste recordar que, si bien Corominas22 no menciona el significado de “cabrón” como término ofensivo, sí rastrea su origen al vocablo latino caper (masculino del femenino capra), el cual, en las lenguas europeas, se utilizó para de- 20 Afirmación por demás falsa. En el Nuevo Mundo, los españoles, los negros y las mez- clas conformaban la llamada “gente de razón” que, por serlo, se encontraban bajo la jurisdicción del Santo Oficio de la Inquisición; en tanto que los indios no estaban bajo la jurisdicción del tribunal por considerarse neófitos. Ya a mediados del siglo XVI Juan Ginés de Sepúlveda, renombrado teólogo español, reafirmaba la condición bárbara e inferior de los indios, comparando esta inferioridad con la de los niños a los adultos, las mujeres a los varones, e incluso la de los monos a los hombres, lo cual, según el teólogo, probaba su naturaleza servil (Aguirre Beltrán, Las lenguas, p. 34). 21 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 227. 22 Corominas, Diccionario, p. 459. Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras... 23 signar diversos animales monteses machos. Lo que, hasta cierto punto, otorga credibilidada la explicación propuesta por Covarrubias. En consonancia con la definición del Tesoro, encontramos la del Diccio- nario de autoridades de la entonces recién creada Real Academia Española (RAE), el cual en 1724 compila por primera vez, de manera oficial, el uso y los significados de las palabras de la lengua castellana. Según esta obra, “cabrón” es “el que ƒabe el adulterio de ƒu muger y le tolera o folicita. Eƒta palabra ƒe tiene por mui injurioƒa en Eƒpaña, y en otras Naciones de Eu- ropa”. Es interesante notar cómo ambas definiciones, a pesar del tiempo que las separa, mantienen prácticamente la misma idea; ambas recalcan la enorme fuerza emotiva que posee esta mala palabra y hacen especial hincapié en la infidelidad que sufre el hombre. Sin embargo, mientras Co- varrubias deja abierta la posibilidad de que el hombre ignore el engaño, la definición de la RAE sólo considera una opción: el hombre así adjetivado sabe del engaño y lo consiente, lo cual agrava la situación y aumenta el sentido ofensivo de esta mala palabra, pues con ella no sólo se pone en duda el desempeño sexual del imprecado, también se le imputa una de- jadez y una falta total de apego a los valores establecidos. El hombre que consentía las infidelidades de su mujer sin intentar restablecer su honor y limpiar su fama y su honra, no sólo carecía de resolución y arrojo sino tam- bién subvertía el orden y la estabilidad socialmente instaurados. En realidad, ambas opciones (la de Covarrubias y la de la RAE) resul- taban terriblemente dañinas: la primera consideraba al hombre en cues- tión “tonto” por ignorar las actividades de su propia mujer; la segunda, “cobarde”. En ambas se dudaba por igual de su capacidad sexual –en el imaginario novohispano la mujer, como ser naturalmente inclinado a los placeres sensuales, buscaba a toda costa satisfacerlos. Si engañaba a su marido era porque éste no lograba cubrir sus requerimientos–. Por todo ello, esta mala palabra se instauró como una de las más empleadas para insultar hombres, pues a través de ella se quebrantaban todos los valores que se consideraban propios del género masculino: honor, fama, honra, virilidad y fuerza quedaban en duda con su sola pronunciación. No es de extrañar, pues, que su uso tuviera tan nefastas consecuencias. Colchón Sin duda una de las malas palabras más interesantes que constituyen este corpus es “colchón”, vocablo oscuro y de difícil interpretación a la luz de sus connotaciones actuales que, lejos de colocarlo en ese léxico feroz, cruel y despiadado que son las malas palabras, lo han preservado como un tér- mino inofensivo y, por extensión, inútil para ofender a los otros. Letras Históricas / Entramados 24 En la Nueva España, sin embargo, parece haber tenido dos acepcio- nes muy diferentes, su significado inofensivo y actual y uno mucho más agresivo que con el tiempo se perdió; tal hipótesis se ve confirmada en un documento de 1809 en el que el sargento Pantaleón Baeza presentó su testimonio ante un tribunal de Chan Cenote, Yucatán, como testigo de una pelea. En el documento, Baeza describe cómo al pasar frente al convento de Chan Cenote oyó discutir a José Moguel con el sacerdote del pueblo, quien fue defendido por la siguiente intervención de José María Martínes: “Moguel, si estás vebido, anda a tu casa, no vengas a insultar a mi com- padre”, y Moguel le contestó las [palabras] que siguen: “¡cállate, alcaue- tón!, y la que respondió fue Thomasa Valle, muger de Martines, éstas: “tu eres un colchón, hijo de la puta”, bajando con un palo en la mano, y le dio un porraso, bolviéndole Moguel la mano con una bofetada.23 Uno de los muchos aspectos interesantes que revela este pequeño fragmento es la violencia manifiesta con que se desarrolló la pelea, la rapidez con que los involucrados pasaron de la violencia verbal a la vio- lencia física. Lipsett-Rivera considera que “acciones tales como cortar la cara, jalar los cabellos, desagarrar la ropa [o en este caso, aporrear y dar bofetadas], entre otras, reforzaban el impacto de las palabras”24 e incluso llegaban a suplantarlas. En cuanto al carácter violento de los novohispa- nos, Thomas Calvo25 menciona como ejemplo la gran dureza de la leyes en vigor; las más frecuentes, señala, solían ser el tormento y la pena de muerte, pues se consideraba que el dolor y la destrucción no sólo purifica- ban, sino también permitían la redención: el ajusticiado no sólo debía pa- gar su acto, sino también restablecer la armonía que él mismo había roto al tiempo que servía de cruel ejemplo para los demás y salvaba su alma. Otro aspecto interesante, y el que aquí más nos concierne, es el uso que se da a la palabra “colchón”, la cual, dado el contexto, posee, in- negablemente, un carácter ofensivo. Y bien, ¿cuál era este carácter? ¿A qué exactamente se refería Thomasa Valle al equiparar a Moguel con un colchón? Según Corominas, la palabra “colchón” es una derivación de “colcha”, la cual proviene del francés antiguo colche: “yacija, lecho”, descendiente a su vez del latín collocare: “situar”, “poner en la cama”. Se encuentra 23 Melis y Rivero Franyutti, Documentos, p. 508. 24 Lipsset-Rivera, “Los insultos”, p. 474. 25 Véase Calvo, “Soberano”, pp. 287-324. Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras... 25 documentada por primera vez a mediados del siglo XIII en un texto sala- mantino de 1271.26 Aunque sin duda se trata de una palabra antigua, su etimología poco nos dice del carácter peyorativo que al parecer adquirió en la Nueva España. Será Covarrubias quien aclare esta incógnita. En su Tesoro define “colcha” como “cobertura de cama labrada y pespunteada con embuti- dos de algodón, que hacen diversos lazos”,27 acepción que describe el artículo de uso común conocido hasta la actualidad; sin embargo, en esta misma entrada existe una segunda acepción que a la letra dice: “Marcial, para notar a una cortesana de lacia, floja y sobajada, entre otros apodos que le da, es uno compararla a la colcha que se le haya salido el algo- dón de puro usada”.28 Gracias a esto no sólo conocemos el femenino de esta mala palabra, sino también obtenemos una idea bastante cercana a su posible significado en masculino. Esta idea se ve confirmada en la acepción que Covarrubias ofrece de la palabra “colchón”, la cual, al igual que “colcha”, comienza con la descripción del artículo aún utilizado para dormir pero termina con la siguiente mención: “Al hombre gordo, desa- liñado, mal tallado y desceñido, le suelen llamar colchón desbastado […] Es gran desaliño tener los colchones sin bastas, porque se va la lana de una parte a otra”.29 En ambas definiciones, Covarrubias no sólo alude al uso peyorativo y ofensivo que poseían estos términos, también señala el símil entre los ob- jetos que normalmente designaban y su significado como malas palabras. Así, mientras la mujer calificada de “colcha” era considerada marchita y floja, los hombres adjetivados como “colchón” eran juzgados como perso- nas gordas y desaseadas, carentes de toda compostura. Otro aspecto interesante es el hecho de que el Diccionario de autori- dades no hace mención alguna, en la definición de este vocablo, de su posible uso como imprecación, pese a que la fecha de este documento (1809) demuestra su uso aún activo casi al final de la época novohispana. Dada la definición de Covarrubias, que data de 1611, habría de suponerse que este término tuvo un largo y continuo uso durante toda esta época. Finalmente, podemos concluir que ésta es, sin duda, una de las más curiosas malas palabras entre las constituyen nuestro corpus. Su carácter ofensivo radicaba, principalmente, en la descalificación del aspecto físico de su desafortunado receptor, quizá negando con ella el prototipo que 26 Corominas, Diccionario, p. 135. 27 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 331. 28 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 331. 29 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 332. Letras Históricas / Entramados 26 todo novohispano pretendía cumplir (cuerpodelgado, fuerte y viril); sin embargo, resulta evidente también que su carácter, aunque humillante e hiriente, poseía muy poca fuerza emotiva, razón por la cual bien podría catalogarse como una de las malas palabras novohispanas más insípidas e inofensivas que existían. Mujer Corominas informa que la palabra proviene del latín m lier, muli ris, que literalmente significa “mujer”. Probablemente, nos dice el mismo autor, se trate de una de los vocablos más antiguos del español: su primer regis- tro –en un documento aragonés de 1025– puede ser rastreado casi a los orígenes mismos del idioma.30 Tristemente, en el análisis de esta palabra resulta imposible utilizar la definición que Covarrubias ofrece en su Tesoro, pues según la acepción ahí compilada “muchas coƒas ƒe pudieran dezir en eƒta palabra; pero otros la dizen y con más libertad de lo que ƒeria razon”,31 información que resulta inútil para nuestro propósito. El Diccionario de autoridades, por otra parte, define el lema de “muger” como “criatura racional de sexo femenino”. Si bien ni su etimología ni su posterior definición acusan en este vocablo el menor indicio de un carácter soez, su uso en la vida coti- diana de la Nueva España indica lo contrario; muestra de ello es la airada carta que en 1785 envía el alférez Manuel de Lemus a Mariano Lara: Señor don Mariano Lara. Amigo: A saber que v. m. se gobernaba por la muger, no hubiera yo tratado con v. m. sino con la muger. Y así, para otra que se ofresca, ya sé que con su muger de v. m. e de tratar, y sa- bré que v. m. es la muger y la muger es el homb[re]. Me resta v. m. un petate, y real y medio me diolo ya v. m., esto es por lo que toca a mi formalidad, el que le dará v. m. a la muchacha, pues bien sabe v. m. que v. m. propio me ofresió el tequisquite a 3 reales y medio. Pues, a saber yo que es v. m. un cochino en sus tratos, no ubiera yo tratado con v. m., digo, 30 de septienbre de 85. Lemus.32 La comparación constante con una mujer constituye el principal insul- to en este documento. Resulta evidente que su reiteración tiene fines hi- rientes y altamente ofensivos. De hecho, su uso daría ocasión a un pleito 30 Corominas, Diccionario, p. 185. 31 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 533. 32 Melis y Rivero Franyutti, Documentos, p. 455. Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras... 27 que desembocaría en un juicio penal y en el posterior encarcelamiento de Mariano Lara, claro indicio de su poder agresivo. Sin embargo, existe una diferencia clave entre éste y los insultos anteriormente analizados: lo que convierte a este inocente vocablo en una “mala palabra” no es, como en los casos anteriores, su significado per se, ni siquiera sus posibles y leja- nos sentidos etimológicos, sino el contexto sociocultural que añade a su significado, por lo demás bastante soso y carente de toda posible carga humillante, connotaciones negativas y hasta graves si, como ocurre en la presente cartita, se establece un símil con el sexo masculino. No hay que olvidar que en el imaginario colectivo novohispano, he- redero en muchos aspectos de la Edad Media, la mujer era considerada una cosa frágil, nunca constante, salvo en el crimen, jamás deja de ser nociva espontáneamente. La mujer, llama voraz, locura extrema, ene- miga íntima, aprende y enseña todo lo que puede perjudicar. La mujer, vil forum, cosa pública, nacida para engañar, piensa haber triunfado cuando es culpable. Consumándolo todo en el vicio, es consumida por todos y, predadora de los hombres, se vuelve ella misma su presa.33 Este fragmento, escrito por el obispo Hildeberto de Lavardin en el siglo XII, constituye una muestra de la concepción legada por el Viejo Mundo a la nueva sociedad, en la cual la mujer era condenada por su carácter inmun- do, corruptible y pecaminoso. Condenada por su fragilidad, pero, sobre todo, por su debilidad: al ser objeto de deseo, el cuerpo femenino –cuerpo delirante y fragmentario, contradictorio e imborrable, cuyo todo incoheren- te invitaba a la lujuria y arrastraba a los hombres a su perdición– transfor- maba a la mujer, a un mismo tiempo, en un ser terriblemente peligroso y vulnerable, cuyo carácter débil la hacía presa fácil del demonio, propensa al vicio y al pecado, principalmente al placer sensual.34 Queda claro, entonces, que la ofensa de este símil no se encontraba en el significado del vocablo “mujer”, sino en las características negativas adjudicadas a su referente. Al comparar a un hombre con una mujer se negaba vehementemente no sólo su identidad, sino también su lugar en la sociedad –la mujer era considera un ser inferior, supeditada siempre a la autoridad masculina–. Además, este símil borraba, de manera inmediata, quizá el valor más importante para los hombres novohispanos: la virilidad. A la par, según la ideología de la época, el hombre así calificado era reduci- do por su victimario a una de las criaturas más nocivas y viles que podían 33 Armijo, “La imagen”, p. 305. 34 Véase Pastor, Crisis, p. 57. Letras Históricas / Entramados 28 existir, criaturas astutas y llenas de engaños. Ser comparado con una mujer significaba, ante todo, ser débil física y moralmente, incapaz de reprimir sus deseos y controlar sus pasiones. La mujer, pues, era la encarnación de todas aquellas características de las que el hombre debía alejarse. No sorprende, entonces, las repercusiones que comparaciones como ésta podían tener en la vida del destinatario o los problemas es los que a menudo desembocaba. En conclusión, la fuerza de “mujer” como mala palabra se encontra- ba íntimamente ligada a los vaivenes del contexto sociocultural y de la ideología vigente; sin las connotaciones negativas que éstos le conferían se perdería toda su carga ofensiva. Al igual que el resto de las malas pa- labras empleadas para insultar hombres, su fin último era negar, o bien subvertir, los valores considerados propios y primordiales para su acepta- ción en la sociedad (virilidad, fuerza, honor, honra y fama). Puto En 1576 Tomé Nuñez, residente de Puebla, fue acusado ante el Tribunal del Santo Oficio por Pero Díaz, su vecino; el motivo de la denuncia fue su escandalosa vida sexual. Pero Díaz aseguraba haberlo escuchado decir que “tener acceso con su mujer como y cuando quisiera no era pecado”, afirmación que por sí sola contradecía y rebasaba, por mucho, los pará- metros establecidos por la Iglesia, pues –pese a que el sacramento vali- daba la unión carnal– el ejercicio de la sexualidad dentro del matrimonio distaba mucho de ser una fuente de placer y libertad. Tan sólo unos años después de esta denuncia, en 1587, el papa establecería que la cópula matrimonial era “deuda”35 y debía estar siempre abierta a la concepción, ratificando que el fin de toda actividad sexual era la propagación de la especie.36 Sin embargo, lo verdaderamente relevante de este documento y lo que le atrajo serios problemas a Tomé Nuñez fue el hecho de que su vecino estableciera en la denuncia que era “puto”, ello porque una noche lo oyó discutir con Luisa, su esposa: él la importunava a que tuviera açeso no save en qué forma, más de que este testigo oja cómo ella le dezia: “¡puto, dexame! Hazlo tu con tus braços, y bordonea con tus braços, que vengo harta de travaxar”.37 35 Lavrin explica que al contraer matrimonio tanto las mujeres como los hombres adqui- rían el “débito marital”, es decir, la obligación de satisfacer las necesidades sexuales de su cónyuge, el cual estaba prohibido negar. 36 Lavrin, “La sexualidad”, p. 497. 37 Company, Documentos, p. 198. Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras... 29 Asimismo, Pero Díaz declara que poco tiempo después Rodrigo Mal- donado, alcalde mayor de Puebla, apresó a Tomé Nuñez al creer que, tal y como su mujer lo decía, era “puto”. Visto está que en tiempos novohispa- nos ser adjetivado con esta mala palabra podía traer consigo consecuen- cias nefastas, y la razón de ello sin duda radicaba en el significado que sus habitantesle otorgaban. Y bien, ¿cuál era este peligroso significado? La definición más antigua que conocemos (1611) es la que Covarru- bias nos ofrece en su diccionario, “Notae significationis et nefandae”,38 que en español diría: “Marcas de significación y de lo nefando”, defini- ción que, casi un siglo después, apenas sufriría cambios en el Diccionario de Autoridades (1724), donde se puede leer la siguiente acepción: “el hombre que comete el pecado nefando”.39 Si bien a nuestro ojos ambas definiciones podrían parecer oscuras y más bien inútiles, puesto que nin- guna explica con exactitud qué características posee el individuo merece- dor de ser nombrado con esta mala palabra, para los novohispanos éstas eran asaz claras, y es que en sus acepciones ambas entradas contienen una palabra clave: “nefando”; la acepción de la RAE, de hecho, resulta aún más clara al unir a ésta la palabra “pecado”. El término “nefando” aún hoy en día hace referencia a algo torpe o in- digno, a algo tan terrible que no se puede hablar de ello sin sentir repug- nancia u horror. Según Suárez Escobar, en la Nueva España, receptora y continuadora del ideario medieval, la sodomía era el pecado nefando por antonomasia […]. El concepto de sodomía se aplicaba a los pecados en los que el semen se perdía. Sodomizar era no utilizar o desperdiciar el semen no colocándolo en el lugar adecuado para la generación, de ahí que los pecados contra- natura, como el coito anal u oral, el bestialismo y la homosexualidad, entraran en esta categoría.40 Suárez señala también la distinción de dos tipos de sodomía: la per- fecta, cuando el coito era realizado con una persona del mismo sexo, y la imperfecta, cuando la persona era de sexo distinto; sin embargo, ambas formas mantenía un rasgo en común: la penetración por un lugar “in- adecuado”, es decir, el coito anal.41 Esta idea se encuentra doblemente reafirmada, primero, por la denuncia de Pero Díaz, en la cual se establece 38 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 842. 39 Real Academia Española (RAE), Diccionario de Autoridades, p. 443. 40 Suárez Escobar, Sexualidad, p. 263. 41 Suárez Escobar, Sexualidad, p. 263. Letras Históricas / Entramados 30 que el alcalde encarceló a Tomé al creer que éste “avia acometido por detrás [a su mujer]” y que por ello su mujer se había defendido llamán- dole “puto”, y posteriormente por Corominas, quien define “puto” como “sodomita” y en español como “el pasivo”.42 El que Tomé haya sido apresado por el simple hecho de que su mujer lo llamara de este modo nos da una idea de la gravedad que implicaba utilizar este término a finales del siglo XVI. Ello, desde luego, va mucho más allá de lo que involucraba este epíteto; su significado y sus connota- ciones negativas y hasta peligrosas para sus desafortunados receptores mucho tenían que ver con la cultura y el pensamiento novohispano. Se- gún Asunción Lavrin, Los conceptos de lo que era moralmente aceptable en la conducta se- xual tuvieron su origen en Europa, donde el proceso de reglamentación se había elaborado lentamente a lo largo del medievo. Esta reglamen- tación abarcaba todo el abanico de relaciones entre los sexos, tanto las aprobadas como las prohibidas.43 La base principal de este orden jurídico eran las Siete Partidas, reco- pilación de la legislación española iniciada por Alfonso X en 1256, en la cual la sodomía, junto con la bestialidad, eran definidas como los peores delitos sexuales, pues eran pecados que ofendían a Dios e “infamaban la tierra” y debían castigarse con la muerte en la hoguera. Posteriormente, los Reyes Católicos publicaron una ley que asimilaba las prácticas sexua- les entre personas del mismo sexo al pecado supremo de lesa majestad y a la herejía. Tiempo después, Felipe II reiteró en una pragmática la necesidad de condenar a los sospechosos, incluso sin prueba, a la hogue- ra.44 Leyes como ésta siguieron vigentes a lo largo de casi toda la época novohispana.45 Por ejemplo, el 6 de noviembre de 1658 (82 años después de la denuncia de Pero Díaz), la Inquisición condenó a catorce hombres a la hoguera por el pecado nefando de sodomía. El ajusticiamiento fue 42 Corominas, Diccionario, p. 400. 43 Lavrin, “La sexualidad”, p. 495. 44 Suárez Escobar, Sexualidad, p. 265. 45 En su apartado sobre lo nefando, Suárez Escobar señala cómo durante “la seculariza- ción de los Borbones, el Santo Tribunal fue desplazado, y en 1777 el Tribunal novohis- pano declaró no tomar conocimiento del delito de sodomía”, hecho que para la autora puede interpretarse como la ausencia de la gran red de delatores que había sostenido hasta entonces al tribunal, pero también como la pérdida de ciertos estigmas en la concepción novohispana de la sexualidad. Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras... 31 resultado de una larga investigación que reveló una red de homosexua- les de 123 sospechosos de diversas edades y castas encontrados en las ciudades de México y Puebla.46 Resulta claro que para la sociedad novohispana, por lo menos duran- te los siglos XVI y XVII, esta práctica resultaba aberrante, pues no sólo iba contra la naturaleza, sino que atentaba directamente contra las leyes eclesiásticas que concebían el acto sexual únicamente como medio de reproducción. Así pues, la mujer de Tomé, al utilizar esta palabra, no sólo buscaba ofender y poner en duda la virilidad de su marido, sino que a la par asumía una larga herencia de recriminación y repudio hacia una práctica sexual considerada repulsiva y despreciable, todo ello compilado en la enorme fuerza destructiva de un solo vocablo: “puto”. Es interesan- te notar, además, cómo ya desde este tiempo “puto” se perfilaba como una mala palabra: no sólo cumplía con la función de herir y humillar a su receptor, sino que además servía como arma defensiva a su mujer para evitar de manera terminante sostener relaciones sexuales con él. El carácter sexual de esta mala palabra es evidente: su uso pretende poner al descubierto el gusto de su receptor por ciertas y prohibidas prác- ticas sexuales; durante los primeros siglos de la época novohispana re- presentaba uno de los peores insultos que podían recibirse, pues en caso de ser oído por terceros las consecuencias de semejante epíteto podían llevar a su receptor directo a la hoguera o, en el mejor de los casos, a la cárcel. Muestra clara de ello es el caso de Tomé, que según la declaración de Pero Díaz, salió poco tiempo después sin más repercusiones que las constantísimas quejas de Luisa, su mujer, que al parecer hubiera preferi- do que lo dejasen preso. Consideraciones finales Da Riva considera las malas palabras, maldiciones y demás expresiones peyorativas “termómetros culturales” sumamente precisos, pues lo que reprochan es lo que la cultura rechaza y lo que las normas sociales desa- prueban.47 Nada más cierto: las malas palabras, como radiografías de lo socialmente loable e inventario de las conductas y de la mentalidad de una cultura, ilustran mejor que cualquier otro tipo de fenómeno lingüísti- co la forma que tiene un pueblo de ver y comprender el mundo. Es gracias a su estudio que podemos analizar la imago mundi de so- ciedades del pasado acaso de una manera más cercana y profunda. De- 46 Lavrin, “La sexualidad”, p. 506. 47 Véase Riva“Maledicta”, p. 28. Letras Históricas / Entramados 32 bido a sus características –esa fuerza con la que son pronunciadas, esa inmediatez que lleva a utilizarlas como medio de defensa, ese fuego que quema y libera– constituyen un retrato íntimo y hondo de esa relación orgánica y maravillosa entre lenguaje y pensamiento, de esa forma única en que cada pueblo y sociedad, en un tiempo determinado, se percibe no sólo a sí mismo sino al mundo que lo rodea y a esa otredad tan ajena, tan extraña, pero tan inexorablemente cercana. La lengua, como mediadora entre nosotros y el mundo físico, es com- pletamente subjetiva. Lo que nombramos nunca viene dado sino pre- sentado; lo que pronunciamos, al final de cuentas,es la representación enteramente perceptual de todo aquello que nos rodea, en la cual cons- truimos y cimentamos nuestra realidad. Esta subjetividad conforma la mayor riqueza de toda lengua: es en ella donde radica el análisis del mun- do interior que le es propio y que la diferenciará de otras lenguas, pero también de otras etapas de la misma lengua. A través del análisis de esta subjetividad, presente también en las malas palabras, este breve ensayo pretende una aproximación a la imago mundi novohispana –de la cual somos, en muchos aspectos, herederos–; pretende también una aproximación al contexto social y cultural en la Nueva España, específicamente su concepción del género masculino y a los papeles y valores que éste debía encarnar, de donde, innegablemente, abrevan muchas de las ideas y costumbres de nuestra época que aún encuentran su reflejo en estas palabras de fuego que acusan y no olvidan, que recriminan y sangran. Muchas de ellas habitan todavía nuestro vocabulario, algunas con igual o mayor viveza que en la época virreinal. Esta luminosa aproximación al pasado (toda aproximación al pasado, en la medida que nos remite a nuestras raíces y nos permite reconocer- nos en ellas, resulta por fuerza luminosa) deja el sentimiento final, casi la certeza, de que muchos de los valores que para los novohispanos resulta- ban primordiales en el género masculino, muchas de las conductas y ac- ciones que acusaban y recriminaban las malas palabras que empleaban para insultar a los hombres, siguen vigentes hasta nuestros días. Bibliografía Aguirre Beltrán, Gonzalo Las lenguas vernáculas: su uso y desuso en la enseñanza. La expe- riencia de México, México, Universidad Veracruzana, 1993. Alba Pastor, María Crisis y recomposición social: Nueva España en el tránsito del siglo XVI al XVII, México, Fondo de Cultura Económica, 1999. Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras... 33 Armijo, Carmen Elena “La imagen de la mujer en el Libro de los gatos”, Aurelio González (ed.), Visiones y crónicas medievales. 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Entre las figuras más emble- máticas del momento encontramos al médico madrileño Martín Martínez y al benedictino Benito Jerónimo Feijoo, cuyas plumas mostraron el carácter ve- tusto de la cultura peninsular. El artículo retrata la manera en que comenzó una disputa escrita sobre el estado del co- nocimiento médico en la época, además de exponer cómo y por qué este asunto se convirtió en una querella filosófica entre Feijoo y el capuchino fray Luis de Flandes sobre la vigencia teórica del pensamiento de Ramón Llull y de los postulados aristotélicos. Palabras clave: medicina, siglo XVIII, Martín Martínez, Benito Jerónimo Feijoo, Luis de Flandes. Un combate necesario Durante la primera mitad del siglo XVIII el racionalismo europeo se carac- terizó por el desarrollo de una epistemología científica heredera de las leyes cartesianas y newtonianas. Esta búsqueda se basó en los métodos de experimentación y observación con los que se sometía el fundamen- talismo idealista y metafísico de los hechos a las pruebas empíricas. Este cambio de paradigma no sólo fue soporte de los descubrimientos cien- tíficos de la centuria, sino que también incidió en la reformulación de la teoría del conocimiento, en la secularización de los estudios sobre la naturaleza psíquica del ser humano y en las nociones de política, moral, Letras Históricas / Número 11 / Otoño 2014-invierno 2015 / pp. 35-67 Anel Hernández Sotelo Letras Históricas / Entramados 36 religión y ciudadanía, entre otros aspectos.1 En España, la influencia de este racionalismo escéptico y experimental fue ganando fuerza en ciertos sectores sociales. La influencia de la filosofía francesa en algunos médi- cos, historiadores, filósofos y religiosos españoles fue determinante para demostrar la urgencia de modificar la mentalidad supersticiosa y dog- mática que caracterizaba a la sociedad. Sin embargo, debido al poder de facto y simbólico de la Iglesia y a la simbiosis Iglesia-Estado típica del modelo gubernamentalespañol, la censura y la persecución se abatieron sobre los intelectuales de la primera ilustración hispana intentando impe- dir que difundieran la nueva conciencia sobre la capacidad científica del hombre en el mundo (la cual no ponía en entredicho la fe en Dios). El madrileño Martín Martínez (1684-1734),2 quien fuera profesor de anatomía, médico de cámara de Felipe V, examinador del Protomedicato, presidente de la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla y trabajó en el Hospital General de Madrid desde 1706, dedicó sus escritos a señalar los prejuicios dogmáticos con que los médicos españoles ejercían su profe- sión. Afirmaba que las deficiencias eran producto de la enseñanza galé- nica impartida en las universidades, donde el conocimiento se adquiría a partir de los escritos de autores antiguos cuya verdad se creía cual dog- ma de fe, sin siquiera realizar algún tipo de experimentación.3 Entre sus obras más destacadas se encuentran Medicina escéptica (tomo primero, 1722 / tomo segundo, 1725),4 Anatomía completa del hombre (1728)5 y Filosofía escéptica (1730),6 obras que conocieron diversas reimpresiones a lo largo del siglo XVIII. 1 Gribbin, Historia, pp. 207- 264. 2 Sobre Martín Martínez consúltense Martínez Vidal, “Los supuestos conceptuales”, y el recurso digital Proyecto filosofía en español. 3 Aunque desde la baja Edad Media se practicaban disecciones de cadáveres humanos en las universidades europeas, Fernández Luzón apunta que “el saber anatómico permaneció anclado a los supuestos galénicos, y el profesor, que rechazaba el contacto directo con el cuerpo humano, solía describir incorrectamente sus estructuras mientras un ayudante llevaba a cabo las disecciones”. Y aunque Vesalio, el autor de De humani corporis fabrica (1543), residió en la corte de Madrid entre 1559 y 1564, “no participó directamente en la modernización del saber anatómico, verdadera piedra angular de la renovación de la medicina renacentista en España”. Fernández Luzón, La Universidad, p. 201. 4 Martínez, Medicina sceptica, y cirugia moderna […] Tomo primero que llaman Tentati- va […] y Medicina sceptica. Tomo segundo […] 5 Hemos consultado la edición de 1752. Martínez, Anatomia. 6 Martínez, Philosophia sceptica […] recopilada en diálogos…. Anel Hernández Sotelo / Doctos dicterios. Controversias escriturales... 37 En consonancia con el paradigma ilustrado de escribir en lenguas ver- náculas para difundir el conocimiento entre el mayor número de lectores posible, Martín Martínez escribió su Medicina y su Filosofía en castellano, a manera de diálogo, donde la figura del scéptico impugnaba y satirizaba las teorías de galénicos, hipocráticos, dogmáticos, químicos, entre otros. El autor sabía que cuestionar la tradición médica implicaba ser blanco de las críticas más conservadoras, tanto en lo individual como en el ámbito institucional. De ahí que, consciente de la mentalidad imperante, en el primer tomo de su Medicina escéptica se haya dirigido a sus lectores haciendo una clasificación de ellos: Lector mio, querer yo con la persuasion de quatro parrafos mudar de repente la natural condicion, y genio con que naciste, y hasta aqui has vivido, es tan dificil como intentar de un tiron enderezar un árbol. Si eres de los podridos melancolicos, á quienes nada agrada (sin mas razon que su mal humor, que todo se lo buelve desabrido) no pretendo que te parezca bien esta Obra […]. Si enemigo de la novedad, y zeloso de las Escuelas te pesasse que se impugnen sus dogmas, no ay mas que estirarte de cejas, y hazer exclamaciones; o tiempos! o costum- bres! Mira, este es el genio del mundo: mudanse los imperios, varíanse los usos, oponense los gustos, renuevanse los artes, contrarianse las opiniones, cae lo antiguo, y prevalece lo nuevo […]. Si eres, Lector, de aquellos Professores bonazos, que solo piensan en engordar, siendo Amenes de todos, pues en oyendo hablar mal de una cosa, dicen que es mala; y si bien que es buena, sin mas razon que vivir con todos, y escusarse de leer, alabo tu cachaza, aunque no tu pereza, despre- ciandote como á Urraca inútil, que no tienes voz propia […]. Si eres de aquellos Clinicos, que aviendo echado su tentativa arrastrada, se graduaron con el escrupulo de la Varandilla; estirando la gracia adon- de apénas llegó la justicia; yo se que renegarás de este Libro […], pero amigo, tiempo llega en que el diablo levanta la manta; y assí si quieres vivir en paz, dexame en ella, que de confession te lo ahorrarás.7 En este primer tomo de la Medicina escéptica (1722) Martínez desa- creditaba las teorías de los humores y de los elementos como fundamento de la medicina práctica; cuestionaba también la teoría de los tempera- mentos de Avicena utilizada por los médicos de su época para determi- nar las relaciones causa-enfermedad-curación, desautorizaba la idea de la existencia de espíritus metafísicos causantes de enfermedades, duda- 7 Martínez, Medicina sceptica, y cirugia moderna, “Prólogo”, sin paginar. Letras Históricas / Entramados 38 ba de la utilidad del discurso aristotélico de las facultades en la ciencia médica y criticaba duramente la enseñanza universitaria española. Por todo ello, las impugnaciones de su obra no se hicieron esperar. En 1725 el médico madrileño Bernardo López de Araujo y Ascárraga publicó su Cen- tinela médica-artistotélica contra escépticos, en la que calificaba a Martí- nez y sus seguidores de sectarios pirronistas, que se atrevían a “escupir” la doctrina aristotélica “corregida ya por Santo Tomás”, sin advertir que luego el escupitajo les caería en la cara. López de Araujo exponía que si la medicina tradicional que se enseñaba en las universidades españolas estaba amparada en la autoridad de los santos padres, la medicina que había venido a llamarse escéptica, al carecer de estas autoridades, no era más que un cúmulo de ideas fantásticas sostenidas en autores prohibidos por la Iglesia. La defensa de los autores clásicos y la promoción de la cen- sura de los libros malévolos que contaminaban con dudas a los lectores fueron los factores que determinaron el título de la obra, pues López de Araujo explica que Púsele a este libro la inscripcion de Centinela, porque el Medico no solamente debe ser Centinela de la salud, y vida de los hombres, sino también de los libros medicos, que salen á luz; porque como inteligen- te en su profession, zeloso está obligado, qual Centinela, á atalayar, si el libro, que se descubre, es amigo, ó enemigo; si viene de paz, ó de guerra; si es util, ó inutil; provechoso al proximo, y á la honra, y gloria de Dios, ó perjudicial á la Religion, y á nuestra Santa Fe.8 Como respuesta al Centinela, Martín Martínez publicó el segundo tomo de su Medicina escéptica (1725), en cuyos diálogos, además de sa- tirizar los argumentos de López de Araujo y de reafirmar sus argumentos sobre la necesidad de la evidencia empírica en el desarrollo del cono- cimiento, dejaba en claro que el escepticismo médico no tenía relación alguna con la herejía, porque el ser escéptico en medicina no implicaba que se era escéptico también en materia de religión. Un año después, en 1726, salió a la luz el primer tomo del Teatro crí- tico universal de Benito Jerónimo Feijoo, donde el benedictino exponía su parecer sobre el estado de la medicina española. Ahí cuestionaba el beneficio de las sangrías y las purgas para restablecer la salud de los en- fermos, así como el uso de remedios exóticos como el café, el té, la quina o el mercurio, cuya adquisición era bastante provechosa para médicos y boticarios. Califica a la medicina como un arte incierto, considerando que 8 López de Araujo y Ascárraga, Centinela, “Prologo al lector”, sin paginar. Anel Hernández Sotelo / Doctos dicterios. Controversias escriturales... 39 las observaciones que los médicos hacían de casos particulares no arroja- ban ninguna teoría general, además de que de la pugna entre diferentes escuelas médicas (galénica, hipocrática,
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