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Directora
Celina G. Becerra Jiménez
Editor responsable
Federico de la Torre de la Torre
Secretario técnico
Miguel Ángel Isais Contreras
Consejo editorial
Celina G. Becerra Jiménez (Universidad de Guadalajara, México), David Carbajal López (Universidad 
de Guadalajara, México), Ana María de la O Castellanos (Universidad de Guadalajara, México), Ro-
bert Curley (Universidad de Guadalajara, México), José Refugio de la Torre Curiel (Universidad de 
Guadalajara, México), Federico de la Torre de la Torre (Universidad de Guadalajara, México), Águeda 
Jiménez Pelayo (Universidad de Guadalajara, México), Gladys Lizama (Universidad de Guadalajara, 
México), Lilia V. Oliver Sánchez (Universidad de Guadalajara, México), Aristarco Regalado (Universi-
dad de Guadalajara, México), Sergio Valerio (Universidad de Guadalajara, México), Angélica Peregri-
na Vázquez (INAH-El Colegio de Jalisco, México), Julia Preciado Zamora (CIESAS-Occidente, México). 
Ignacio Almada Bay (El Colegio de Sonora, México), Salvador Álvarez (El Colegio de Michoacán, 
México), Liliana Barela (Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina), Salvador Ber-
nabeu (EEHA, España), Walther L. Bernecker (Universidad Erlangen-Nürnberg, Alemania), Thomas 
Calvo (El Colegio de Michoacán, México), Mario Camarena (INAH, México), Luc Capdevila (Universi-
dad Rennes 2, Francia), Roberto Castelán (Universidad de Guadalajara, México), Eduardo Cavieres 
(Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile), José Carlos Chiaramonte (UBA, Argentina), 
Chantal Cramaussel (El Colegio de Michoacán, México), Graciela de Garay (Instituto Mora, México), 
Guillermo de la Peña (CIESAS-Occidente, México), Ma. Aparecida de Sousa Lopes (Universidad Es-
tatal de California-Fresno, EUA), Juan Manuel Durán Juárez (Universidad de Guadalajara, México), 
Andrés Fábregas Puig (CIESAS-Occidente, México), Dominique Godineau (Universidad Rennes 2, 
Francia), Martín González de la Vara (El Colegio de Michoacán, México), Serge Gruzinski (EHESS, 
Francia), Carlos Herrejón Peredo (El Colegio de Michoacán, México), Antonio Ibarra (UNAM, Méxi-
co), Óscar Mazín (El Colegio de México, México), Jean Meyer (CIDE, México), Zacarias Moutoukias 
(Universidad París VII, Francia), Katharina Niemeyer (Universidad de Colonia, Alemania), Samuel 
Octavio Ojeda Gastélum (Universidad Autónoma de Sinaloa, México), Horst Pietschmann (Univer-
sidad de Hamburgo, Alemania), José María Portillo (Universidad del País Vasco, España), Barbara 
Potthast (Universidad de Colonia, Alemania), María Eugenia Romero Ibarra (UNAM, México), Rafael 
Sagredo (Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile), Justina Sarabia✝ (EEHA, España), Gabriel 
Torres (CIESAS-Occidente, México), Antonio Torres Montenegro (Universidad Federal de Pernambu-
co, Brasil), Eric Van Young (Universidad de California-San Diego, EUA), Javier Villa-Flores (Universi-
dad de Illinois-Chicago, EUA). 
◆
◆
Año 5 / Número 11
Otoño 2014-invierno 2015Universidad de Guadalajara
istóricasletras 
Rector general
Mtro. Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla
Secretario general
Mtro. José Alfredo Peña Ramos
Vicerrector ejecutivo
Dr. Miguel Ángel Navarro Navarro
Rector del Centro Universitario de 
Ciencias Sociales y Humanidades
Dr. Héctor Raúl Solís Gadea
Secretaria académica
Dra. María Guadalupe Moreno González
Directora de la División de Estudios 
Históricos y Humanos
Dra. Lilia V. Oliver Sánchez
Jefe del Departamento de Historia
Dr. David Carbajal López
Coordinador Editorial
Dr. Carlos Antonio Villa Guzmán
Letras Históricas. Año 5, número 11, Otoño 
2014-invierno 2015 es una publicación semes-
tral editada por la Universidad de Guadalajara, 
a través del Departamento de Historia de la 
División de Estudios Históricos y Humanos del 
CUCSH. Av. de los Maestros y Mariano Bárcenas. 
Puerta 3. Col. La Normal, CP 44260. Guadalaja-
ra, Jalisco, México. Tel. 38193300 exts. 23311, 
23358, http://www.publicaciones.cucsh.udg.
mx/pperiod/Lhistoricas/index.htm, letrashisto-
ricas@csh.udg.mx, editor responsable: Federico 
de la Torre de la Torre. Reserva de Derechos al 
Uso Exclusivo 04-2009-081217483600-102. ISSN 
2007-1140, otorgados por el Instituto Nacional 
del Derecho de Autor. Impresa por Pandora Im-
presores S.A. de C.V., Caña 3657, La Nogalera, 
Guadalajara, Jalisco, México, este número se 
terminó de imprimir el 31 de octubre de 2014 
con un tiraje de 500 ejemplares. 
Universidad de Guadalajara
◆
◆
 
Las opiniones expresadas por los autores no 
necesariamente reflejan la postura del editor de 
la publicación.
Queda extrictamente prohibida la reproduc-
ción total o parcial de los contenidos e imáge-
nes de la publicación sin previa autorización de 
la Universidad de Guadalajara.
Con el objetivo de promover el estudio de la 
historia iberoamericana entre el público acadé-
mico especializado, en forma multidisciplina-
ria, Letras Históricas fomenta la difusión y el 
diálogo a partir de investigaciones originales 
abiertas al mayor número de enfoques teóricos 
y metodológicos, periodos históricos y zonas 
geográficas. Con este propósito, la revista hace 
un llamado a todas las voces que buscan expli-
car la construcción de nuestras complejidades 
sociales a partir del contraste reflexivo de pers-
pectivas y opiniones.
Letras Históricas está incluida en los catálogos de revistas Latindex y Clase, y está indexada en HAPI.
Índice
Nancy Rubio Estrada
Anel Hernández Sotelo
David Carbajal López
Raphaël Roché
Alejandro Acosta Collazo,
Jorge Refugio García Díaz
Rodrigo Vega y Ortega,
Alejandro García Luna
Cuatro malas palabras para 
insultar hombres en la Nueva 
España. Una aproximación 
lingüística a cierto léxico 
insultológico novohispano
Doctos dicterios. 
Controversias escriturales entre 
un capuchino y un benedictino 
en torno a las prácticas médicas 
hispanas del siglo XVIII 
Personas sagradas y 
trayectorias trasatlánticas: 
la vida de tres clérigos de 
principios del siglo XIX
en Nueva España 
Elementos definitorios de 
un proyecto nacional de 
José Cecilio del Valle en su 
“Prospecto de la historia de 
Guatemala” 
Los Baños Grandes de 
Ojocaliente durante la primera 
mitad del siglo XIX. Historia, 
agua y arquitectura 
La explotación y determinación 
de nuevos minerales en la 
primera serie de El Minero 
Mexicano, 1873-18801
 
13
35
69
103
123
147
Presentación
Entramados
◆
◆
7
Letras Históricas / Año 5 / Número 11 / Otoño 2014-invierno 2015
Yanara Grau Reyes 
Zoila Santiago Antonio
Lilia Victoria Oliver Sánchez
Sergio Valerio Ulloa
Sergio Francisco Rosas Salas
Juan Hugo Sánchez García 
Índice
Letras Históricas / Año 5 / Número 11 / Otoño 2014-invierno 2015
171
195
221
269
275
283
289
Lecturas de lo ajeno
◆
José María Ochoa Correa en la 
música sacra cubana
Cuidar y proteger. 
Instituciones encargadas de 
salvaguardar a la niñez en la 
ciudad de México, 1920-1940 
Historia de las primeras 
delegaciones regionales 
de la Cruz Roja en el estado
de Jalisco 
Cuando los estudiantes 
quisieron hacer revoluciones 
Tradición y reforma en la Iglesia 
hispanoamericana 
Capitalismo y modernización
en Oaxaca 
Abstracts 
Testimonios
◆
7 
◆
Presentación
Letras Históricas / Número 11 / Otoño 2014-invierno 2015 / pp. 7-9
Desde la década de los ochenta, nuevas formas de definir la cultura, para 
comprender la construcción por el ser humano de su propia realidad a 
través de su actividad del día a día y desde su lugar concreto, se han con-
vertido en centro de interés de historiadores, sociólogos y antropólogos. 
Si bien la convergencia de intereses y metodologías entre estas discipli-
nas data de mucho antes, éste ha sido el marco que instauró la Nueva 
Historia Cultural. Aunque es difícil definir su influencia y su interés por 
el estudio de las representaciones, la historia cultural se ha caracterizado 
por tender puentes entre la respuesta individual y la presencia de las doc-
trinas teológicas, filosóficasy científicas prevalecientes en determinado 
periodo. 
Trátese de practicantes de la historia cultural o no, en la actualidad 
se observa un interés extendido por ampliar las fuentes y mirarlas des-
de nuevas perspectivas. Y son precisamente muestras de nuevos acer-
camientos las que se pueden advertir en común en los trabajos de este 
número de Letras Históricas. En los primeros tres artículos se observan 
distintas aproximaciones a la riqueza que ofrece el aparato lingüístico 
para el historiador. Tanto el trabajo sobre la disputa literaria sostenida 
entre el ilustrado español fray Benito Jerónimo Feijoo y un fraile capu-
chino acerca del estado de la medicina en esos reinos como el que se 
refiere a las “malas palabras” para insultar a los varones novohispanos 
y el que revisa el proyecto para una historia de Guatemala constituyen 
tres ejemplos de cercanía entre la historia y la filología. Si en el prime-
ro y el tercero de estos artículos las fuentes son producto de hombres 
doctos, pertenecientes a las elites intelectuales del mundo hispano, el 
segundo se adentra al mundo de las representaciones y la subjetividad 
Celina G. Becerra Jiménez
Universidad de Guadalajara
Letras Históricas / Núm. 11
8 
en el uso de la lengua entre esclavos, indios o herreros en diferentes lo-
calidades novohispanas. Pero en ambos trabajos las nociones presentes 
son las difundidas por la Iglesia postridentina en torno a la herejía, la 
superstición, la moral y la religión. Por su parte, la lectura del proyecto 
titulado “Prospecto de la historia de Guatemala”, redactado por el perio-
dista y político guatemalteco José Cecilio del Valle como una vía para la 
construcción de un imaginario común entre los habitantes de un territorio 
recién emancipado, constituye también una muestra de las posibilidades 
de acercamiento a términos tan importantes como el de “nación” para los 
habitantes de la antigua capitanía de Guatemala. 
Dentro de estas mismas coordenadas se puede inscribir el trabajo de 
este número que observa a tres eclesiásticos, dos americanos y un pe-
ninsular, como viajeros de su época, para dar cuenta de las posibilidades 
de movilidad geográfica que llegaron a tener algunos clérigos del clero a 
finales del periodo colonial. Distintos motivos para sus desplazamientos 
e importantes diferencias en la mentalidad de cada uno quedan de mani-
fiesto: fidelidad a la Corona, dedicación a la evangelización y obediencia 
a la regla, frente a ideas liberales, defensa de intereses individuales y 
desplazamientos trasatlánticos delinearon las actuaciones en cada uno 
de los casos presentados. Espacio, tiempo y relaciones de sociabilidad 
aparecen aquí como ejemplo de los elementos que no quedan fuera de los 
intereses del historiador cultural.
La apertura de la historia hacia otras disciplinas está también presen-
te cuando se analiza la trayectoria de un eminente compositor cubano 
de música sacra. Nacido en la isla a fines del siglo XIX, de ascendencia 
africana, recibió su formación musical en la parroquia de Holguín, su loca-
lidad de origen. Más tarde adquirió también renombre como compositor 
de otros géneros como danzones, polcas y obras para representaciones 
teatrales, sin que se haya difundido su obra de carácter religioso. Para 
apreciar su trayectoria musical, el trabajo destaca también sus vínculos 
locales, su identificación con los movimientos contra el dominio español y 
su participación en la creación de agrupaciones musicales hasta su muer-
te en 1937.
La forma en que los distintos sectores de la población mexicana cons-
truyen su propia mirada de una nueva realidad y cambian sus ideas y 
sus prácticas a partir del siglo XIX es objeto de los artículos restantes, 
cada uno de los cuales incluye recursos de campos como la arquitectura, 
la geología, la medicina o la educación. Es así como se someten a obser-
vación las actitudes de los habitantes de una villa mexicana del siglo XIX 
respecto a la higiene y el aseo, al mismo tiempo que se subraya la calidad 
arquitectónica de los baños públicos como espacio de la vida cotidiana 
8 
Celina Becerra / Presentación
9 
en Aguascalientes. Por otra parte, a partir de la lectura del periódico El 
Minero Mexicano, se demuestra que el nivel de conocimientos de los 
ingenieros de minas y su interés por participar con sus opiniones científi-
cas y técnicas constituyeron un elemento relevante para el desarrollo de 
la ciencia durante el porfiriato.
 A estas contribuciones se suman dos trabajos sobre las iniciativas en 
materia de salud y atención a la población emprendidas por la sociedad y 
los gobiernos del periodo posrevolucionario. El artículo sobre la creación 
de instituciones de protección infantil en la ciudad de México contempla 
las campañas periodísticas que ocuparon los diarios de mayor circulación 
para exponer el aumento de la pobreza en las urbes y su posible influen-
cia en la decisión presidencial de establecer estrategias para abatir los 
índices de mortalidad infantil al asumir como obligación del Estado llevar 
atención médica y social a los grupos más vulnerables. Los avances de la 
medicina y la política del nuevo Estado mexicano están presentes a tra-
vés de congresos y publicaciones de científicos de la época que analizan 
los problemas de la infancia, la salud y la pobreza. Una serie de esfuerzos 
paralelos a los que emprendían el Estado posrevolucionario han quedado 
plasmados en acervos fotográficos, manuscritos e informes de activida-
des conservados en algunas poblaciones del occidente de México donde 
se establecieron delegaciones de la Cruz Roja mexicana. En este caso se 
trata de esfuerzos de los habitantes de las localidades que se sumaron a 
una institución de carácter internacional y que salen a la luz gracias al 
rescate de imágenes y la realización de entrevistas con los protagonistas 
para demostrar los avances de la modernización en el campo de la medi-
cina fuera de las grandes ciudades.
Los historiadores generalmente tienen la función de ayudar a sus con-
temporáneos a ver el presente como historia; es decir, mirar el mundo con 
la perspectiva de cambios de larga duración que son con frecuencia más 
importantes que aquéllos de corta duración.1
A partir del número doce Letras Históricas contará con nueva direc-
ción a cargo de Gladys Lizama Silva, con el apoyo de Sergio Valerio Ulloa 
como editor. A lo largo de cinco años su colaboración, junto con la de los 
demás integrantes del Consejo Editorial resultó vital para la revista que 
ahora queda a su cargo. Como esencial fue la presencia de los editores, 
José Refugio de la Torre y Federico de la Torre. Un agradecimiento es-
pecial merece también el trabajo de los secretarios técnicos de Letras 
Históricas: Adrien Charlois, Cristóbal Durán y Miguel Isais.
1 Yobenj Aucardo Chicangana, “Debates de la historia cultural, conversación con el pro-
fesor Peter Burke”, Historia Crítica, núm. 37, Bogotá, enero-abril de 2009, p. 25.
◆
Entramados
◆
13 
◆
Letras Históricas / Número 11 / Otoño 2014-invierno 2015 / pp. 13-34
Nancy Rubio Estrada
Cuatro malas palabras 
para insultar hombres en
la Nueva España. 
Una aproximación 
lingüística a cierto léxico 
insultológico novohispano1
Nancy Rubio Estrada
Programa de Maestría en Letras, UNAM.
nancy.re18@gmail.com
Somos seres históricos, constituidos a 
través del tiempo; aproximarnos al pa-
sado es una forma de vincularnos con 
nuestras raíces sociales, culturales e 
históricas. Este ensayo pretende lograr 
esa aproximación a través del análisis 
de la lengua española que nos es propia, 
específicamente a través del estudio 
sincrónico de cuatro “malas palabras” 
circunscritas a un campo semántico es-
pecífico: malas palabras utilizadas para 
insultar hombres en la Nueva España. 
Palabras clave: malas palabras, historiografía lingüística, época colonial.
 
Son las malas palabras único lenguaje vivo 
en un mundo de vocablos anémicos. La 
poesía al alcance de todos.2 
Max Colodro3 señalaque el hablante nunca es tan libre o tan pleno como 
para poner en palabras todo aquello que está oculto en la profundidad 
de su ser. Somos, ante todo, prisioneros de nuestra lengua, de las expre-
siones que permite y también de las que imposibilita. Estas rigideces 
lingüísticas no son sino el producto de las normas sociales que orientan 
1 Agradezco el apoyo otorgado por la beca Conacyt al Programa de Maestría en Letras 
de la UNAM, del que actualmente soy alumna, sin el cual la investigación y la redacción 
del presente artículo no habrían sido posibles.
2 Paz, “Los hijos”.
3 Véase Colodro, El silencio, p. 134.
Letras Históricas / Entramados
14 
nuestro comportamiento y nos alertan sobre el uso o el no uso de ciertas 
expresiones por considerarlas socialmente reprobables.
En todas las culturas han existido y existen palabras prohibidas,4 
términos o referencias que no deben ser utilizados, cosas que estamos 
obligados a callar. La cultura dominante las designa como tabúes y las 
hace así innombrables. Inmersas en estos tabúes lingüísticos, en estos 
vocablos innombrables, se encuentran las palabras que normalmente 
omitimos por considerarlas duras, obscenas o malsonantes y que solemos 
intercambiar por algún eufemismo; me refiero, por supuesto, a las tra-
dicionalmente llamadas “malas palabras”. En nuestra cultura éstas han 
tenido protagonismo desde siempre. Basta remontarnos a nuestras raíces 
españolas para encontrarlas: romances medievales plenos no sólo de ma-
las palabras sino de dobles sentidos, sin olvidar los magníficos poemas 
quevedianos. O, ya instalados en la actualidad, bástenos recordar aquel 
poema de Sabines donde en un arrebato de impotencia conjura triste el 
poeta: “¡A la chingada las lágrimas!, dije / y me puse a llorar / como se 
ponen a parir”, mientras nos murmura dolorosa, casi rencorosamente, 
sobre el “El Señor Cáncer, El Señor Pendejo” que invadió el cuerpo de su 
padre y terminó por matarlo. 
Todo ello no hace más que resaltar lo evidente: las malas palabras no 
se encuentran inscritas exclusivamente en el habla vulgar o coloquial; 
podemos hallarlas en casi cualquier ámbito de nuestro lenguaje. For-
man, pues, parte importantísima de nuestra cultura. De hecho, Pancra-
cio Celdrán5 las considera rasgo común del universo hispanohablante, 
y afirma que ha sido en América donde muchas de estas voces, origi-
nariamente peninsulares, cobraron vigor propio, sobre todo en México 
y Argentina, países, según Celdrán, particularmente ricos en iniciativas 
insultológicas. 
Vale la pena, por todo ello, realizar un breve recorrido en la ontología 
de estas subversivas y no menos interesantes palabras antes de abo-
carnos al estudio y análisis de un pequeño número de ellas durante la 
época colonial.
4 El uso de las malas palabras se encuentra registrado incluso en culturas anteriores a la 
griega o la romana. En su artículo “Maledicta Mesopotamica. Insultos e imprecaciones 
en el Próximo Oriente Antiguo”, Rocío da Riva, catedrática de la Universidad de Barce-
lona, hace un breve recorrido, a través de textos acadios y sumerios, de los insultos más 
recurrentes en la antigua Mesopotamia.
5 Véase Celdrán, El gran libro, p. 1052.
Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras...
15 
¿Qué son las malas palabras?
En el Tercer Congreso de la Lengua, celebrado en Argentina en el año 
2004, Roberto el Negro Fontanarrosa, escritor argentino, se preguntaba: 
“¿Por qué son malas las malas palabras?”, y proseguía con cierto humor: 
“¿Acaso le pegan a las otras palabras? ¿Son malas porque son de mala ca-
lidad? ¿Porque cuando uno las pronuncia se deterioran?” Evidentemente, 
Fontanarrosa abordaba este tema desde un irónico y profundo humor, 
pero no por ello su primera pregunta deja ser válida: ¿qué hace que las 
palabras sean calificadas como “malas”?
Cierto es que en un sentido estrictamente lingüístico no existen ni 
buenos ni malos términos; ya Saussure, al definir el signo lingüístico 
como “arbitrario”, unión de significado (concepto) y significante (imagen 
acústica), zanjaba, aunque de manera indirecta, esta cuestión. En sus 
propias palabras:
Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un 
concepto y una imagen acústica [...]. El lazo que une el significante al 
significado es arbitrario; o bien, puesto que entendemos por signo el 
total resultante de la asociación de un significante con un significado, 
podemos decir más simplemente: el signo lingüístico es arbitrario.6
El propio Saussure puntualiza que por “arbitrario” quiere decir “in-
motivado”; es decir, arbitrario con respecto al significado, con el que no 
está unido por ningún tipo de lazo natural; prueba de ello es el hecho 
de que las malas palabras cambien de un lugar geográfico a otro; así, 
“concha”, que en la inmensa mayoría de los países hispanohablantes 
sirve para denominar la cubierta que protege a ciertos moluscos o a un 
inocente tipo de pan; en Argentina, Chile, Perú y Uruguay adquiere un 
significado peyorativo y ofensivo de índole sexual. Sin embargo, pese a 
las nociones saussurianas, desde el punto de vista sociolingüístico re-
sulta innegable que para el hablante las palabras poseen connotaciones 
negativas o positivas. Dichas connotaciones surgen de la carga semán-
tica que la cultura dominante les confiere y son enseñadas a todos los 
integrantes de la sociedad que la conforma. No hay que olvidar, tal y 
como lo menciona Rocío Da Riva en su artículo,7 que toda cultura o grupo 
social tiene sus propias reglas y normas, y que éstas rigen la inserción 
de ese grupo o cultura al mundo que les rodea. Así pues, todo aquello 
6 Saussure, Curso, pp. 88-90.
7 Véase la nota 3.
Letras Históricas / Entramados
16 
que se aproxime al ideal cultural será positivo, en cambio; cuanto más 
se aleje algo del canon establecido, más negativo será. Desde luego es-
tos criterios regulan también el lenguaje –mediador entre el hombre y 
el mundo– distinguiendo entre aquellos usos considerados correctos 
y aquellos considerados incorrectos. 
En resumen, las malas palabras se nutren de todas aquellas realida-
des que por sus cualidades básicas o por sus asociaciones culturales se 
encuentran insertas dentro de lo bajo, repugnante, escatológico y des-
preciable. No es sorprendente, entonces, que todas las malas palabras 
sean siempre adjetivos. Al fin y al cabo es a través de esta categoría 
gramatical que describimos el mundo y, aunque en primera instancia esta 
observación bien podría parecernos obvia y carente de relevancia, según 
Celdrán es precisamente esta parte de la oración la que más compromete 
al hablante, puesto que en ella expresa lo que piensa, cree, quiere, es-
pera, ama y odia de los demás y de su realidad. Las malas palabras son, 
finalmente, producto de un examen personal del mundo cuya sentencia 
es expresada por el hombre en forma de vituperio. 
Otro aspecto importante al hablar de las malas palabras es el hecho de 
que al hacerlo no nos limitamos únicamente a los términos insultantes, 
sino que incluimos toda una serie de palabras y expresiones que, en un 
determinado contexto, poseen una intención hiriente o degradante por 
parte del hablante. Además, como menciona Da Riva:
Lo que nos interesa aquí es el significado de las palabras que comuni-
ca el hablante e interpreta el oyente, es decir, no importa tanto lo que 
un término o frase signifique en realidad, sino lo que quiere decir con 
ellos. El contexto social, económico y cultural es básico a la hora de 
interpretar la intención del hablante en la comunicación, sin olvidar, 
el papel del receptor como intérprete de lo que el hablante comunica.8
Esta idea encuentra eco en Celdrán, quien afirma que es propio de 
las malas palabras vivir dentro de un mundo semántico disperso: sólo 
el caso, la circunstancia y el destinatario lograrán darles todo el sentido 
que pueden alcanzar. A su potenciación y suavización hay que unir los 
elementos suprasegmentales, esas insinuaciones, gestos y visajes, esa 
forma decrispar las manos y blandirlas en el aire.9 Es decir, las malas pa-
labras no pueden estudiarse independientemente de su contexto: quién 
es el hablante, quién el receptor, en qué momento o circunstancia son uti-
8 Riva, “Maledicta”, p. 30.
9 Celdrán, El gran libro, p. 16.
Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras...
17 
lizadas, en qué lugar, en qué época, etc. Dicho contexto, desde luego, se 
encontrará determinado por las relaciones que existen entre las personas 
de una determinada sociedad o grupo. No se puede partir de las malas 
palabras como si fuesen un mero término, sino desde el mismo proceso 
de insultar como un “acto de habla”. Ya Austin lo dice:
Siempre es necesario que las circunstancias en que las palabras se 
expresan sean apropiadas, de alguna manera o maneras. Además, de 
ordinario, es menester que el que habla, o bien otras personas, deban 
también llevar a cabo otras acciones determinadas “físicas” o “menta-
les”, o un acto que consiste en expresar otras palabras.10
Esto, aunque vago, en general es verdadero: constituye un lugar co-
mún en toda discreción acerca del sentido de una expresión cualquiera, 
y aunque Austin se refiere propiamente a lo que él llama “palabras rea-
lizativas” –las cuales generalmente forman parte de actos rituales, tales 
como casarse, jurar o prometer algo–, es igualmente válido para las malas 
palabras, que al igual que las palabras realizativas de Austin, requieren 
que sus usuarios tengan ciertos sentimientos (ira, odio, frustración, celos, 
etc.) al emplearlas, y que están dirigidas a provocar cierta reacción en sus 
receptores. 
Innegablemente las malas palabras no son sólo una cuestión de 
elección de términos: a su significado básico se le unen el énfasis y la 
intención hostil del hablante y, por supuesto, la reacción ofendida del 
oyente. Serán precisamente éstas (la intención del hablante y la reacción 
del oyente) las que les otorguen el significado hiriente y agresivo, parte 
primordial e indispensable de toda mala palabra, como veremos en los 
siguientes estudios de caso.
Cuatro malas palabras para
insultar hombres en la Nueva España
Hoy en día insultar es una actividad relativamente fácil que rara vez 
acarrea consecuencias serias; sin embargo no siempre ha sido así: en 
otras épocas constituía un acto realmente grave. En la Edad Media, 
por ejemplo, había insultos tan penados como la agresión física. En 
la sociedad novohispana la situación no era muy diferente. En uno de 
sus ensayos, Lipsett-Rivera11 da cuenta del gran número de quejas que 
10 Austin, Cómo hacer cosas con palabras, p. 56.
11 Lipsset-Rivera, “Los insultos”, pp. 473-495. 
Letras Históricas / Entramados
18 
los habitantes novohispanos presentaban ante la corte contra actos de 
“obra y palabra”, frase que señalaba el aspecto físico y enunciado del 
insulto, ambos de suma importancia, ya que si los actos de violencia 
física herían el cuerpo del infortunado atacado, las malas palabras se 
encargaban de dañar su honor y su reputación. Era algo verdaderamen-
te terrible en una sociedad como la novohispana, regida en gran medida 
por las apariencias. Así pues, el tribunal tomaba en cuenta tanto el daño 
físico como el verbal.
Uno de los aspectos más interesantes en el ensayo de Lipsset-Rivera 
es su observación sobre el hecho de que la mayoría de las malas palabras 
novohispanas buscaban adaptarse a las características de los insultados, 
ya que, según la autora, la ofensa y el vituperio se lograban a través de 
la distorsión consciente de la identidad del receptor. Resulta innegable 
que entre los muchos elementos que conformaban la identidad de los 
novohispanos (casta, condición social, posición económica, etcétera) el 
género desempeñaba un papel fundamental, precisamente por ello éste 
determinaba muchos de los insultos utilizados. 
En el caso de los hombres, los insultos estaban casi siempre relaciona-
dos con la eficacia de su desempeño sexual y su capacidad para mantener 
intactos el honor, la honra y la fama tanto individuales como familiares. 
Muchos otros insultos basaban su carga ofensiva en el símil que esta-
blecían entre el hombre imprecado y algún comportamiento considerado 
típicamente femenino, lo cual, dada la concepción que se tenía de las 
mujeres, representaba una ofensa grave que a menudo desembocaba en 
grandes pleitos.
No hay que olvidar que tras la Conquista, durante el proceso de re-
composición social, en la Nueva España se establecieron ciertos idea-
les –reminiscencias del Viejo Mundo– como la pureza, la virginidad, la 
castidad, el prestigio y la sabiduría, entre otros, que paulatinamente se 
transformarían en los valores medulares de esta nueva sociedad, y que 
incidirían en la configuración de su estructura emocional, marcando, 
irremediablemente, su conducta social. Tal y como sostiene María Alba 
Pastor, “estos valores constituyeron un sistema simbólico cerrado que 
impregnó con ayuda de las congregaciones y corporaciones –en especial 
de las cofradías gremiales y eclesiásticas– todas las relaciones humanas 
de aquella época”.12
 Uno de estos valores centrales es el honor, definido por Lavrin como 
“un conjunto de valores morales demostrados en el comportamien-
to personal y aceptado como rasero para juzgar a los miembros de la 
12 Pastor, Crisis, p. 55.
Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras...
19 
sociedad”.13 Otro es la fama, acerca de la cual Tomás de Mercado, teólogo 
dominico, sostenía: “la fama de un hombre es la opinión que tienen de 
él los que lo conocen, la reputación que hay en el pueblo o en el reino; y 
propia y principalmente consiste en ser tenido por bueno o por malo, por 
virtuoso o vicioso”.14 Ideas como éstas determinaron en gran medida no 
sólo el pensamiento de los novohispanos, sino también su forma de com-
portarse, actuar y relacionarse con los demás.
Cabe recordar, además, que el honor familiar y masculino, así como 
gran parte de la estabilidad social, se cifraban de manera primordial en 
la castidad femenina; por ello la conducta sexual de la mujer se encon-
traba sujeta a restricciones mucho más fuertes que la del hombre. En 
contraparte con el papel que desempeñaban las mujeres en la Nueva 
España –seres corruptibles, naturalmente inclinados a los placeres 
sensuales del cuerpo, temidos y protegidos a un mismo tiempo y, sobre 
todo, reprimidos–, los hombres novohispanos gozaron siempre de una 
mayor libertad sexual. 
Heredera de una cultura donde la fuerza y la virilidad eran principios 
fundamentales, la sociedad novohispana permitía al hombre ejercer su 
sexualidad antes y después del matrimonio sin que su honor sufriera de-
trimento alguno. A cambio, se le exigía proteger y conservar la pureza y 
castidad de su contraparte femenina. Haciendo uso de su valor y fortale-
za, era su obligación cuidar que su linaje no fuera manchado con deshon-
ras: máculas, injurias, agravios y afrentas.15 Así pues, el honor masculino 
dependía directamente de la sexualidad femenina, de su comportamien-
to honesto y recatado. Para los hombres el honor se relacionaba con la 
virilidad, con su capacidad para mantener este comportamiento en las 
mujeres de su familia y en sus parejas; la pérdida de éste a menudo era 
comparado con la impotencia sexual. 
Debido a estas ideas, las malas palabras más comunes para ofender 
a los hombres eran calificativos que implicaban la pérdida de su mas-
culinidad, ya cuando se insinuaba un deficiente desempeño sexual, ya 
cuando se comparaba alguna actitud de la víctima con un comportamien-
to considerado característicamente femenino. Epítetos como ésos tenían 
el tiránico poder de negar a la víctima el lugar que le correspondía en la 
sociedad como persona honorable; al atacar su virilidad y buen nombre 
buscaban, además, someterla al escarnio público, el cual solía repercutir 
de manera seria y hasta peligrosa en la vida cotidiana del infortunado 
13 Lavrin, “La sexualidad”, p. 498.
14 Tomás de Mercado, citado por Pastor, Crisis, p. 72.
15 Lavrin, “La sexualidad”,p. 498.
Letras Históricas / Entramados
20 
receptor. Era una situación bastante frecuente, pues en la Nueva España 
el honor solía sostenerse en un solo pilar: el imperioso y voluble “qué di-
rán”, idea confirmada en siglo XVII por el obispo Gaspar Villarroel, quien, 
tras afirmar que en las Indias eran tan abundantes las minas como las ca-
lumnias, exclamaba: “Dichoso aquel país donde se pone el honor sólo en 
el decir la verdad”.16 Verdad o no, cierto era que una certera mala palabra 
dicha en el lugar idóneo podía ocasionar graves problemas al renombre 
del hombre insultado, a veces con onerosas repercusiones. 
Y bien, ¿cuáles eran esas malas palabras? ¿Cuáles esas “palabras 
malditas” que causaban tanto daño a sus receptores y que crearon en 
la Nueva España la necesidad de castigar a sus usuarios ante la corte y, 
en la medida de lo posible, minimizar sus daños? El presente artículo se 
enfoca únicamente al análisis de cuatro de ellas: cabrón, colchón, mujer 
y puto. Todas aparecen en cuatro documentos17 fechados en diferentes 
años de los siglos XVI, XVIII y principios del XIX. Mediante dichos docu-
mentos se estudia el contexto sociocultural en que aparece cada palabra 
y el significado con el que era utilizada durante la época, el cual, a su vez, 
se contrasta con el significado original que cada vocablo tenía en los al-
bores del español. Ello con el afán de establecer, de manera muy general, 
si hubo algún cambio entre el uso y significado de los primeros registros 
que se tienen de cada palabra y el uso asentado en los documentos del 
corpus aquí estudiado. 
Ya que el corpus examinado en este artículo constituye apenas una 
pequeña muestra del amplio léxico insultológico propio de la Nueva Es-
paña, su objetivo no es ofrecer un panorama general de este fenómeno 
lingüístico, sino evidenciar las relaciones formativas entre el lenguaje 
y la imago mundi novohispana, de la cual somos en gran medida here-
deros. No debemos olvidar que internarnos en el estudio del lenguaje y 
reflexionar sobre él es una manera de reconocernos en sus usos y signi-
ficados a lo largo de su sinuoso devenir histórico, de indagar en nosotros 
y nuestras circunstancias, como diría Ortega y Gasset. Iniciemos, pues, 
16 Gaspar de Villarroel, citado por Pastor, Crisis, p.57.
17 Todos los documentos pertenecen a Company, Documentos, y a Melis y Rivero 
Franyutti, Documentos. En lugar de recurrir al trabajo de archivo se decidió utilizar 
parte del material proporcionado por las fuentes ya citadas porque la selección rea-
lizada por los autores, especialistas reconocidos en los estudios lingüísticos, ofrece a 
lingüistas y filólogos documentos sumamente cercanos a la lengua hablada, así como 
una cuidadosa transcripción apegada a las fuentes originales. Ambos libros proveen 
material de primera mano que facilita los estudios tanto diacrónicos como sincrónicos 
—tal es el caso de este artículo— del español en México a lo largo del periodo colonial.
Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras...
21 
esta aproximación al pensamiento, la cultura y la sociedad novohispana 
a través de ese vínculo esencial entre el hombre y el mundo que es el 
lenguaje, específicamente a través de esos vocablos sangrantes y desga-
rradores que suelen ser las malas palabras.
Cabrón
Una de las malas palabras más empleadas para herir y humillar al hombre 
durante la época colonial era “cabrón”. Era un insulto realmente fuerte, 
pues atacaba, a un tiempo, no sólo la virilidad de la víctima, sino tam-
bién su fama y honor al tildarlo de cobarde o, en el mejor de los casos, 
de tonto. Su uso a menudo desembocaba en riñas, intercambios de otros 
insultos, golpes, heridas e incluso muertes. Tal es el caso de José Casildo 
Hernández y Lino Carrión, ambos herreros de Orizaba, Veracruz. Según 
la declaración hecha en 1819 por José Antonio Zaquero, maestro del taller 
en que éstos trabajaban,
entre quatro y cinco de aquella tarde, aviendo acabado de travajar Lino 
Carrión y quedándose trabajando Casildo Hernández le puso las ma-
nos a Lino Carrión en los hombros y le dijo: “Gracias a Dios que nos 
juntamos un yndio y un negro, pero yo soy indio bueno, bueno y señor 
yndio”. Que en vista de esto echo, Carrión le agarró las dos manos, y 
en tono de chansa le dio un arrempujón que lo echó al suelo.18
Al notar que ambos hombres comenzaban a reñir, Zaquero los separó, 
y mandó a José Casildo a terminar su trabajo y a Carrión a la oficina por 
unos clavos; sin embargo, Casildo lo desobedeció y siguió a Carrión. Za-
quero afirma en su testimonio que al poco tiempo
oyó unas voces que decían “párate, cavrón”, y esto le dio a pasar vio-
lentamente a ver lo que havía, introduciéndose por el taller donde re-
ñían. Y vio que Carrión se estaba queriendo lebantar del suelo, y que 
efectivamente lo ayudó a que se parara, y le dijo: “señor, me ha herido 
el indio Casildo y me ha dado recio”.19
El documento registra el testimonio de Zaquero como parte del juicio 
contra José Casildo Hernández por asesinato, por lo que es de suponer 
que la herida infligida a Carrión tuvo consecuencias mortales. Aunque 
18 Melis y Rivero Franyutti, Documentos, pp. 530-540.
19 Melis y Rivero Franyutti, Documentos, pp. 530-540.
Letras Históricas / Entramados
22 
el origen de la pelea tuvo sus razones en las rígidas divisiones raciales 
que regían la sociedad novohispana (Casildo se mofa de la condición de 
negro de Carrión a la par que sugiere su superioridad por ser indio),20 es 
notable el uso de “cabrón”, insulto empleado en el momento más álgido 
de la discusión.
Según Lipsett-Rivera, dicho epíteto acusaba la pérdida sexual de una 
mujer relacionada con el hombre insultado. La gran afrenta del insulto 
radicaba en el cuestionamiento implícito que hacía no sólo de su virilidad 
–al poner en entredicho su capacidad para satisfacer los apetitos sexua-
les de su mujer–, sino también de su aptitud para saber lo que ocurría en 
su propia casa y regirla.
Ya en su Tesoro de la lengua castellana o española, impreso en 1611, 
Sebastián de Covarrubias señala el fuerte carácter pernicioso de esta pa-
labra: 
Llamar a uno cabrón en todo tiempo y entre todas naciones es afrentar-
le. Vale lo mesmo que cornudo, a quien su mujer no le guarda lealtad, 
como no lo guarda la cabra que de todos los cabros se deja tomar. Y 
también porque el hombre se lo consciente, de donde se siguió llamar-
le cornudo, por serlo el cabrón, según algunos.21
El símil establecido por Covarrubias entre “cabrón”, inicialmente el 
macho de la cabra, y las características del hombre así calificado, resul-
ta sumamente interesante al ofrecer una idea muy cercana a la que los 
novohispanos debieron tener de su origen y significado. Aunque su me-
todología es poco rigurosa, la definición del Tesoro podría ser bastante 
cercana a la evolución lingüística de esta mala palabra. Baste recordar 
que, si bien Corominas22 no menciona el significado de “cabrón” como 
término ofensivo, sí rastrea su origen al vocablo latino caper (masculino 
del femenino capra), el cual, en las lenguas europeas, se utilizó para de-
20 Afirmación por demás falsa. En el Nuevo Mundo, los españoles, los negros y las mez-
clas conformaban la llamada “gente de razón” que, por serlo, se encontraban bajo la 
jurisdicción del Santo Oficio de la Inquisición; en tanto que los indios no estaban bajo 
la jurisdicción del tribunal por considerarse neófitos. Ya a mediados del siglo XVI Juan 
Ginés de Sepúlveda, renombrado teólogo español, reafirmaba la condición bárbara e 
inferior de los indios, comparando esta inferioridad con la de los niños a los adultos, las 
mujeres a los varones, e incluso la de los monos a los hombres, lo cual, según el teólogo, 
probaba su naturaleza servil (Aguirre Beltrán, Las lenguas, p. 34).
21 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 227.
22 Corominas, Diccionario, p. 459.
Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras...
23 
signar diversos animales monteses machos. Lo que, hasta cierto punto, 
otorga credibilidada la explicación propuesta por Covarrubias.
En consonancia con la definición del Tesoro, encontramos la del Diccio-
nario de autoridades de la entonces recién creada Real Academia Española 
(RAE), el cual en 1724 compila por primera vez, de manera oficial, el uso y 
los significados de las palabras de la lengua castellana. Según esta obra, 
“cabrón” es “el que ƒabe el adulterio de ƒu muger y le tolera o folicita. Eƒta 
palabra ƒe tiene por mui injurioƒa en Eƒpaña, y en otras Naciones de Eu-
ropa”. Es interesante notar cómo ambas definiciones, a pesar del tiempo 
que las separa, mantienen prácticamente la misma idea; ambas recalcan 
la enorme fuerza emotiva que posee esta mala palabra y hacen especial 
hincapié en la infidelidad que sufre el hombre. Sin embargo, mientras Co-
varrubias deja abierta la posibilidad de que el hombre ignore el engaño, 
la definición de la RAE sólo considera una opción: el hombre así adjetivado 
sabe del engaño y lo consiente, lo cual agrava la situación y aumenta el 
sentido ofensivo de esta mala palabra, pues con ella no sólo se pone en 
duda el desempeño sexual del imprecado, también se le imputa una de-
jadez y una falta total de apego a los valores establecidos. El hombre que 
consentía las infidelidades de su mujer sin intentar restablecer su honor y 
limpiar su fama y su honra, no sólo carecía de resolución y arrojo sino tam-
bién subvertía el orden y la estabilidad socialmente instaurados.
En realidad, ambas opciones (la de Covarrubias y la de la RAE) resul-
taban terriblemente dañinas: la primera consideraba al hombre en cues-
tión “tonto” por ignorar las actividades de su propia mujer; la segunda, 
“cobarde”. En ambas se dudaba por igual de su capacidad sexual –en el 
imaginario novohispano la mujer, como ser naturalmente inclinado a los 
placeres sensuales, buscaba a toda costa satisfacerlos. Si engañaba a su 
marido era porque éste no lograba cubrir sus requerimientos–. Por todo 
ello, esta mala palabra se instauró como una de las más empleadas para 
insultar hombres, pues a través de ella se quebrantaban todos los valores 
que se consideraban propios del género masculino: honor, fama, honra, 
virilidad y fuerza quedaban en duda con su sola pronunciación. No es de 
extrañar, pues, que su uso tuviera tan nefastas consecuencias.
Colchón
Sin duda una de las malas palabras más interesantes que constituyen este 
corpus es “colchón”, vocablo oscuro y de difícil interpretación a la luz de 
sus connotaciones actuales que, lejos de colocarlo en ese léxico feroz, cruel 
y despiadado que son las malas palabras, lo han preservado como un tér-
mino inofensivo y, por extensión, inútil para ofender a los otros.
Letras Históricas / Entramados
24 
En la Nueva España, sin embargo, parece haber tenido dos acepcio-
nes muy diferentes, su significado inofensivo y actual y uno mucho más 
agresivo que con el tiempo se perdió; tal hipótesis se ve confirmada en 
un documento de 1809 en el que el sargento Pantaleón Baeza presentó 
su testimonio ante un tribunal de Chan Cenote, Yucatán, como testigo 
de una pelea. En el documento, Baeza describe cómo al pasar frente al 
convento de Chan Cenote oyó discutir a José Moguel con el sacerdote 
del pueblo, quien fue defendido por la siguiente intervención de José 
María Martínes:
“Moguel, si estás vebido, anda a tu casa, no vengas a insultar a mi com-
padre”, y Moguel le contestó las [palabras] que siguen: “¡cállate, alcaue-
tón!, y la que respondió fue Thomasa Valle, muger de Martines, éstas: 
“tu eres un colchón, hijo de la puta”, bajando con un palo en la mano, y le 
dio un porraso, bolviéndole Moguel la mano con una bofetada.23
Uno de los muchos aspectos interesantes que revela este pequeño 
fragmento es la violencia manifiesta con que se desarrolló la pelea, la 
rapidez con que los involucrados pasaron de la violencia verbal a la vio-
lencia física. Lipsett-Rivera considera que “acciones tales como cortar la 
cara, jalar los cabellos, desagarrar la ropa [o en este caso, aporrear y dar 
bofetadas], entre otras, reforzaban el impacto de las palabras”24 e incluso 
llegaban a suplantarlas. En cuanto al carácter violento de los novohispa-
nos, Thomas Calvo25 menciona como ejemplo la gran dureza de la leyes 
en vigor; las más frecuentes, señala, solían ser el tormento y la pena de 
muerte, pues se consideraba que el dolor y la destrucción no sólo purifica-
ban, sino también permitían la redención: el ajusticiado no sólo debía pa-
gar su acto, sino también restablecer la armonía que él mismo había roto 
al tiempo que servía de cruel ejemplo para los demás y salvaba su alma.
Otro aspecto interesante, y el que aquí más nos concierne, es el uso 
que se da a la palabra “colchón”, la cual, dado el contexto, posee, in-
negablemente, un carácter ofensivo. Y bien, ¿cuál era este carácter? ¿A 
qué exactamente se refería Thomasa Valle al equiparar a Moguel con un 
colchón?
Según Corominas, la palabra “colchón” es una derivación de “colcha”, 
la cual proviene del francés antiguo colche: “yacija, lecho”, descendiente 
a su vez del latín collocare: “situar”, “poner en la cama”. Se encuentra 
23 Melis y Rivero Franyutti, Documentos, p. 508. 
24 Lipsset-Rivera, “Los insultos”, p. 474. 
25 Véase Calvo, “Soberano”, pp. 287-324.
Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras...
25 
documentada por primera vez a mediados del siglo XIII en un texto sala-
mantino de 1271.26 Aunque sin duda se trata de una palabra antigua, su 
etimología poco nos dice del carácter peyorativo que al parecer adquirió 
en la Nueva España.
Será Covarrubias quien aclare esta incógnita. En su Tesoro define 
“colcha” como “cobertura de cama labrada y pespunteada con embuti-
dos de algodón, que hacen diversos lazos”,27 acepción que describe el 
artículo de uso común conocido hasta la actualidad; sin embargo, en esta 
misma entrada existe una segunda acepción que a la letra dice: “Marcial, 
para notar a una cortesana de lacia, floja y sobajada, entre otros apodos 
que le da, es uno compararla a la colcha que se le haya salido el algo-
dón de puro usada”.28 Gracias a esto no sólo conocemos el femenino de 
esta mala palabra, sino también obtenemos una idea bastante cercana 
a su posible significado en masculino. Esta idea se ve confirmada en la 
acepción que Covarrubias ofrece de la palabra “colchón”, la cual, al igual 
que “colcha”, comienza con la descripción del artículo aún utilizado para 
dormir pero termina con la siguiente mención: “Al hombre gordo, desa-
liñado, mal tallado y desceñido, le suelen llamar colchón desbastado […] 
Es gran desaliño tener los colchones sin bastas, porque se va la lana de 
una parte a otra”.29
En ambas definiciones, Covarrubias no sólo alude al uso peyorativo y 
ofensivo que poseían estos términos, también señala el símil entre los ob-
jetos que normalmente designaban y su significado como malas palabras. 
Así, mientras la mujer calificada de “colcha” era considerada marchita y 
floja, los hombres adjetivados como “colchón” eran juzgados como perso-
nas gordas y desaseadas, carentes de toda compostura. 
Otro aspecto interesante es el hecho de que el Diccionario de autori-
dades no hace mención alguna, en la definición de este vocablo, de su 
posible uso como imprecación, pese a que la fecha de este documento 
(1809) demuestra su uso aún activo casi al final de la época novohispana. 
Dada la definición de Covarrubias, que data de 1611, habría de suponerse 
que este término tuvo un largo y continuo uso durante toda esta época.
Finalmente, podemos concluir que ésta es, sin duda, una de las más 
curiosas malas palabras entre las constituyen nuestro corpus. Su carácter 
ofensivo radicaba, principalmente, en la descalificación del aspecto físico 
de su desafortunado receptor, quizá negando con ella el prototipo que 
26 Corominas, Diccionario, p. 135.
27 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 331.
28 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 331.
29 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 332.
Letras Históricas / Entramados
26 
todo novohispano pretendía cumplir (cuerpodelgado, fuerte y viril); sin 
embargo, resulta evidente también que su carácter, aunque humillante e 
hiriente, poseía muy poca fuerza emotiva, razón por la cual bien podría 
catalogarse como una de las malas palabras novohispanas más insípidas 
e inofensivas que existían.
Mujer 
Corominas informa que la palabra proviene del latín m lier, muli ris, que 
literalmente significa “mujer”. Probablemente, nos dice el mismo autor, 
se trate de una de los vocablos más antiguos del español: su primer regis-
tro –en un documento aragonés de 1025– puede ser rastreado casi a los 
orígenes mismos del idioma.30 
Tristemente, en el análisis de esta palabra resulta imposible utilizar la 
definición que Covarrubias ofrece en su Tesoro, pues según la acepción 
ahí compilada “muchas coƒas ƒe pudieran dezir en eƒta palabra; pero 
otros la dizen y con más libertad de lo que ƒeria razon”,31 información 
que resulta inútil para nuestro propósito. El Diccionario de autoridades, 
por otra parte, define el lema de “muger” como “criatura racional de sexo 
femenino”. Si bien ni su etimología ni su posterior definición acusan en 
este vocablo el menor indicio de un carácter soez, su uso en la vida coti-
diana de la Nueva España indica lo contrario; muestra de ello es la airada 
carta que en 1785 envía el alférez Manuel de Lemus a Mariano Lara: 
Señor don Mariano Lara. Amigo: A saber que v. m. se gobernaba por 
la muger, no hubiera yo tratado con v. m. sino con la muger. Y así, para 
otra que se ofresca, ya sé que con su muger de v. m. e de tratar, y sa-
bré que v. m. es la muger y la muger es el homb[re]. Me resta v. m. un 
petate, y real y medio me diolo ya v. m., esto es por lo que toca a mi 
formalidad, el que le dará v. m. a la muchacha, pues bien sabe v. m. que 
v. m. propio me ofresió el tequisquite a 3 reales y medio. Pues, a saber 
yo que es v. m. un cochino en sus tratos, no ubiera yo tratado con v. m., 
digo, 30 de septienbre de 85. Lemus.32 
La comparación constante con una mujer constituye el principal insul-
to en este documento. Resulta evidente que su reiteración tiene fines hi-
rientes y altamente ofensivos. De hecho, su uso daría ocasión a un pleito 
30 Corominas, Diccionario, p. 185.
31 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 533.
32 Melis y Rivero Franyutti, Documentos, p. 455.
Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras...
27 
que desembocaría en un juicio penal y en el posterior encarcelamiento de 
Mariano Lara, claro indicio de su poder agresivo. Sin embargo, existe una 
diferencia clave entre éste y los insultos anteriormente analizados: lo que 
convierte a este inocente vocablo en una “mala palabra” no es, como en 
los casos anteriores, su significado per se, ni siquiera sus posibles y leja-
nos sentidos etimológicos, sino el contexto sociocultural que añade a su 
significado, por lo demás bastante soso y carente de toda posible carga 
humillante, connotaciones negativas y hasta graves si, como ocurre en la 
presente cartita, se establece un símil con el sexo masculino. 
No hay que olvidar que en el imaginario colectivo novohispano, he-
redero en muchos aspectos de la Edad Media, la mujer era considerada
una cosa frágil, nunca constante, salvo en el crimen, jamás deja de ser 
nociva espontáneamente. La mujer, llama voraz, locura extrema, ene-
miga íntima, aprende y enseña todo lo que puede perjudicar. La mujer, 
vil forum, cosa pública, nacida para engañar, piensa haber triunfado 
cuando es culpable. Consumándolo todo en el vicio, es consumida por 
todos y, predadora de los hombres, se vuelve ella misma su presa.33
Este fragmento, escrito por el obispo Hildeberto de Lavardin en el siglo 
XII, constituye una muestra de la concepción legada por el Viejo Mundo a la 
nueva sociedad, en la cual la mujer era condenada por su carácter inmun-
do, corruptible y pecaminoso. Condenada por su fragilidad, pero, sobre 
todo, por su debilidad: al ser objeto de deseo, el cuerpo femenino –cuerpo 
delirante y fragmentario, contradictorio e imborrable, cuyo todo incoheren-
te invitaba a la lujuria y arrastraba a los hombres a su perdición– transfor-
maba a la mujer, a un mismo tiempo, en un ser terriblemente peligroso y 
vulnerable, cuyo carácter débil la hacía presa fácil del demonio, propensa 
al vicio y al pecado, principalmente al placer sensual.34 
Queda claro, entonces, que la ofensa de este símil no se encontraba en 
el significado del vocablo “mujer”, sino en las características negativas 
adjudicadas a su referente. Al comparar a un hombre con una mujer se 
negaba vehementemente no sólo su identidad, sino también su lugar en 
la sociedad –la mujer era considera un ser inferior, supeditada siempre a la 
autoridad masculina–. Además, este símil borraba, de manera inmediata, 
quizá el valor más importante para los hombres novohispanos: la virilidad. 
A la par, según la ideología de la época, el hombre así calificado era reduci-
do por su victimario a una de las criaturas más nocivas y viles que podían 
33 Armijo, “La imagen”, p. 305. 
34 Véase Pastor, Crisis, p. 57.
Letras Históricas / Entramados
28 
existir, criaturas astutas y llenas de engaños. Ser comparado con una mujer 
significaba, ante todo, ser débil física y moralmente, incapaz de reprimir sus 
deseos y controlar sus pasiones. La mujer, pues, era la encarnación de todas 
aquellas características de las que el hombre debía alejarse. No sorprende, 
entonces, las repercusiones que comparaciones como ésta podían tener en 
la vida del destinatario o los problemas es los que a menudo desembocaba.
En conclusión, la fuerza de “mujer” como mala palabra se encontra-
ba íntimamente ligada a los vaivenes del contexto sociocultural y de la 
ideología vigente; sin las connotaciones negativas que éstos le conferían 
se perdería toda su carga ofensiva. Al igual que el resto de las malas pa-
labras empleadas para insultar hombres, su fin último era negar, o bien 
subvertir, los valores considerados propios y primordiales para su acepta-
ción en la sociedad (virilidad, fuerza, honor, honra y fama).
Puto
En 1576 Tomé Nuñez, residente de Puebla, fue acusado ante el Tribunal 
del Santo Oficio por Pero Díaz, su vecino; el motivo de la denuncia fue su 
escandalosa vida sexual. Pero Díaz aseguraba haberlo escuchado decir 
que “tener acceso con su mujer como y cuando quisiera no era pecado”, 
afirmación que por sí sola contradecía y rebasaba, por mucho, los pará-
metros establecidos por la Iglesia, pues –pese a que el sacramento vali-
daba la unión carnal– el ejercicio de la sexualidad dentro del matrimonio 
distaba mucho de ser una fuente de placer y libertad. Tan sólo unos años 
después de esta denuncia, en 1587, el papa establecería que la cópula 
matrimonial era “deuda”35 y debía estar siempre abierta a la concepción, 
ratificando que el fin de toda actividad sexual era la propagación de la 
especie.36 Sin embargo, lo verdaderamente relevante de este documento 
y lo que le atrajo serios problemas a Tomé Nuñez fue el hecho de que su 
vecino estableciera en la denuncia que era “puto”, ello porque una noche 
lo oyó discutir con Luisa, su esposa:
él la importunava a que tuviera açeso no save en qué forma, más de 
que este testigo oja cómo ella le dezia: “¡puto, dexame! Hazlo tu con 
tus braços, y bordonea con tus braços, que vengo harta de travaxar”.37
35 Lavrin explica que al contraer matrimonio tanto las mujeres como los hombres adqui-
rían el “débito marital”, es decir, la obligación de satisfacer las necesidades sexuales 
de su cónyuge, el cual estaba prohibido negar. 
36 Lavrin, “La sexualidad”, p. 497.
37 Company, Documentos, p. 198.
Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras...
29 
Asimismo, Pero Díaz declara que poco tiempo después Rodrigo Mal-
donado, alcalde mayor de Puebla, apresó a Tomé Nuñez al creer que, tal y 
como su mujer lo decía, era “puto”. Visto está que en tiempos novohispa-
nos ser adjetivado con esta mala palabra podía traer consigo consecuen-
cias nefastas, y la razón de ello sin duda radicaba en el significado que 
sus habitantesle otorgaban. Y bien, ¿cuál era este peligroso significado?
La definición más antigua que conocemos (1611) es la que Covarru-
bias nos ofrece en su diccionario, “Notae significationis et nefandae”,38 
que en español diría: “Marcas de significación y de lo nefando”, defini-
ción que, casi un siglo después, apenas sufriría cambios en el Diccionario 
de Autoridades (1724), donde se puede leer la siguiente acepción: “el 
hombre que comete el pecado nefando”.39 Si bien a nuestro ojos ambas 
definiciones podrían parecer oscuras y más bien inútiles, puesto que nin-
guna explica con exactitud qué características posee el individuo merece-
dor de ser nombrado con esta mala palabra, para los novohispanos éstas 
eran asaz claras, y es que en sus acepciones ambas entradas contienen 
una palabra clave: “nefando”; la acepción de la RAE, de hecho, resulta 
aún más clara al unir a ésta la palabra “pecado”.
El término “nefando” aún hoy en día hace referencia a algo torpe o in-
digno, a algo tan terrible que no se puede hablar de ello sin sentir repug-
nancia u horror. Según Suárez Escobar, en la Nueva España, receptora y 
continuadora del ideario medieval,
la sodomía era el pecado nefando por antonomasia […]. El concepto 
de sodomía se aplicaba a los pecados en los que el semen se perdía. 
Sodomizar era no utilizar o desperdiciar el semen no colocándolo en 
el lugar adecuado para la generación, de ahí que los pecados contra-
natura, como el coito anal u oral, el bestialismo y la homosexualidad, 
entraran en esta categoría.40
Suárez señala también la distinción de dos tipos de sodomía: la per-
fecta, cuando el coito era realizado con una persona del mismo sexo, y la 
imperfecta, cuando la persona era de sexo distinto; sin embargo, ambas 
formas mantenía un rasgo en común: la penetración por un lugar “in-
adecuado”, es decir, el coito anal.41 Esta idea se encuentra doblemente 
reafirmada, primero, por la denuncia de Pero Díaz, en la cual se establece 
38 Covarrubias Orozco, Tesoro, p. 842.
39 Real Academia Española (RAE), Diccionario de Autoridades, p. 443.
40 Suárez Escobar, Sexualidad, p. 263.
41 Suárez Escobar, Sexualidad, p. 263.
Letras Históricas / Entramados
30 
que el alcalde encarceló a Tomé al creer que éste “avia acometido por 
detrás [a su mujer]” y que por ello su mujer se había defendido llamán-
dole “puto”, y posteriormente por Corominas, quien define “puto” como 
“sodomita” y en español como “el pasivo”.42 
El que Tomé haya sido apresado por el simple hecho de que su mujer 
lo llamara de este modo nos da una idea de la gravedad que implicaba 
utilizar este término a finales del siglo XVI. Ello, desde luego, va mucho 
más allá de lo que involucraba este epíteto; su significado y sus connota-
ciones negativas y hasta peligrosas para sus desafortunados receptores 
mucho tenían que ver con la cultura y el pensamiento novohispano. Se-
gún Asunción Lavrin,
Los conceptos de lo que era moralmente aceptable en la conducta se-
xual tuvieron su origen en Europa, donde el proceso de reglamentación 
se había elaborado lentamente a lo largo del medievo. Esta reglamen-
tación abarcaba todo el abanico de relaciones entre los sexos, tanto las 
aprobadas como las prohibidas.43
La base principal de este orden jurídico eran las Siete Partidas, reco-
pilación de la legislación española iniciada por Alfonso X en 1256, en la 
cual la sodomía, junto con la bestialidad, eran definidas como los peores 
delitos sexuales, pues eran pecados que ofendían a Dios e “infamaban la 
tierra” y debían castigarse con la muerte en la hoguera. Posteriormente, 
los Reyes Católicos publicaron una ley que asimilaba las prácticas sexua-
les entre personas del mismo sexo al pecado supremo de lesa majestad 
y a la herejía. Tiempo después, Felipe II reiteró en una pragmática la 
necesidad de condenar a los sospechosos, incluso sin prueba, a la hogue-
ra.44 Leyes como ésta siguieron vigentes a lo largo de casi toda la época 
novohispana.45 Por ejemplo, el 6 de noviembre de 1658 (82 años después 
de la denuncia de Pero Díaz), la Inquisición condenó a catorce hombres 
a la hoguera por el pecado nefando de sodomía. El ajusticiamiento fue 
42 Corominas, Diccionario, p. 400.
43 Lavrin, “La sexualidad”, p. 495.
44 Suárez Escobar, Sexualidad, p. 265.
45 En su apartado sobre lo nefando, Suárez Escobar señala cómo durante “la seculariza-
ción de los Borbones, el Santo Tribunal fue desplazado, y en 1777 el Tribunal novohis-
pano declaró no tomar conocimiento del delito de sodomía”, hecho que para la autora 
puede interpretarse como la ausencia de la gran red de delatores que había sostenido 
hasta entonces al tribunal, pero también como la pérdida de ciertos estigmas en la 
concepción novohispana de la sexualidad.
Nancy Rubio Estrada / Cuatro malas palabras...
31 
resultado de una larga investigación que reveló una red de homosexua-
les de 123 sospechosos de diversas edades y castas encontrados en las 
ciudades de México y Puebla.46 
Resulta claro que para la sociedad novohispana, por lo menos duran-
te los siglos XVI y XVII, esta práctica resultaba aberrante, pues no sólo 
iba contra la naturaleza, sino que atentaba directamente contra las leyes 
eclesiásticas que concebían el acto sexual únicamente como medio de 
reproducción. Así pues, la mujer de Tomé, al utilizar esta palabra, no sólo 
buscaba ofender y poner en duda la virilidad de su marido, sino que a 
la par asumía una larga herencia de recriminación y repudio hacia una 
práctica sexual considerada repulsiva y despreciable, todo ello compilado 
en la enorme fuerza destructiva de un solo vocablo: “puto”. Es interesan-
te notar, además, cómo ya desde este tiempo “puto” se perfilaba como 
una mala palabra: no sólo cumplía con la función de herir y humillar a su 
receptor, sino que además servía como arma defensiva a su mujer para 
evitar de manera terminante sostener relaciones sexuales con él. 
El carácter sexual de esta mala palabra es evidente: su uso pretende 
poner al descubierto el gusto de su receptor por ciertas y prohibidas prác-
ticas sexuales; durante los primeros siglos de la época novohispana re-
presentaba uno de los peores insultos que podían recibirse, pues en caso 
de ser oído por terceros las consecuencias de semejante epíteto podían 
llevar a su receptor directo a la hoguera o, en el mejor de los casos, a la 
cárcel. Muestra clara de ello es el caso de Tomé, que según la declaración 
de Pero Díaz, salió poco tiempo después sin más repercusiones que las 
constantísimas quejas de Luisa, su mujer, que al parecer hubiera preferi-
do que lo dejasen preso.
Consideraciones finales
Da Riva considera las malas palabras, maldiciones y demás expresiones 
peyorativas “termómetros culturales” sumamente precisos, pues lo que 
reprochan es lo que la cultura rechaza y lo que las normas sociales desa-
prueban.47 Nada más cierto: las malas palabras, como radiografías de lo 
socialmente loable e inventario de las conductas y de la mentalidad de 
una cultura, ilustran mejor que cualquier otro tipo de fenómeno lingüísti-
co la forma que tiene un pueblo de ver y comprender el mundo. 
Es gracias a su estudio que podemos analizar la imago mundi de so-
ciedades del pasado acaso de una manera más cercana y profunda. De-
46 Lavrin, “La sexualidad”, p. 506.
47 Véase Riva“Maledicta”, p. 28.
Letras Históricas / Entramados
32 
bido a sus características –esa fuerza con la que son pronunciadas, esa 
inmediatez que lleva a utilizarlas como medio de defensa, ese fuego que 
quema y libera– constituyen un retrato íntimo y hondo de esa relación 
orgánica y maravillosa entre lenguaje y pensamiento, de esa forma única 
en que cada pueblo y sociedad, en un tiempo determinado, se percibe no 
sólo a sí mismo sino al mundo que lo rodea y a esa otredad tan ajena, tan 
extraña, pero tan inexorablemente cercana. 
La lengua, como mediadora entre nosotros y el mundo físico, es com-
pletamente subjetiva. Lo que nombramos nunca viene dado sino pre-
sentado; lo que pronunciamos, al final de cuentas,es la representación 
enteramente perceptual de todo aquello que nos rodea, en la cual cons-
truimos y cimentamos nuestra realidad. Esta subjetividad conforma la 
mayor riqueza de toda lengua: es en ella donde radica el análisis del mun-
do interior que le es propio y que la diferenciará de otras lenguas, pero 
también de otras etapas de la misma lengua.
A través del análisis de esta subjetividad, presente también en 
las malas palabras, este breve ensayo pretende una aproximación a 
la imago mundi novohispana –de la cual somos, en muchos aspectos, 
herederos–; pretende también una aproximación al contexto social y 
cultural en la Nueva España, específicamente su concepción del género 
masculino y a los papeles y valores que éste debía encarnar, de donde, 
innegablemente, abrevan muchas de las ideas y costumbres de nuestra 
época que aún encuentran su reflejo en estas palabras de fuego que 
acusan y no olvidan, que recriminan y sangran. Muchas de ellas habitan 
todavía nuestro vocabulario, algunas con igual o mayor viveza que en la 
época virreinal. 
Esta luminosa aproximación al pasado (toda aproximación al pasado, 
en la medida que nos remite a nuestras raíces y nos permite reconocer-
nos en ellas, resulta por fuerza luminosa) deja el sentimiento final, casi la 
certeza, de que muchos de los valores que para los novohispanos resulta-
ban primordiales en el género masculino, muchas de las conductas y ac-
ciones que acusaban y recriminaban las malas palabras que empleaban 
para insultar a los hombres, siguen vigentes hasta nuestros días. 
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35 
◆
Doctos dicterios. 
Controversias escriturales 
entre un capuchino y un 
benedictino en torno a las 
prácticas médicas hispanas 
del siglo XVIIIAnel Hernández Sotelo
Centro de Estudios de las Tradiciones, 
El Colegio de Michoacán
lunadearado@hotmail.com
La primera mitad del siglo XVIII español 
se caracterizó por la difusión manus-
crita e impresa de textos críticos sobre 
el estado de decadencia de los reinos 
hispanos producto del conservadurismo 
filosófico. Entre las figuras más emble-
máticas del momento encontramos al 
médico madrileño Martín Martínez y 
al benedictino Benito Jerónimo Feijoo, 
cuyas plumas mostraron el carácter ve-
tusto de la cultura peninsular. El artículo 
retrata la manera en que comenzó una 
disputa escrita sobre el estado del co-
nocimiento médico en la época, además 
de exponer cómo y por qué este asunto 
se convirtió en una querella filosófica 
entre Feijoo y el capuchino fray Luis de 
Flandes sobre la vigencia teórica del 
pensamiento de Ramón Llull y de los 
postulados aristotélicos. 
Palabras clave: medicina, siglo XVIII, Martín Martínez, Benito Jerónimo Feijoo, Luis de 
Flandes.
Un combate necesario
Durante la primera mitad del siglo XVIII el racionalismo europeo se carac-
terizó por el desarrollo de una epistemología científica heredera de las 
leyes cartesianas y newtonianas. Esta búsqueda se basó en los métodos 
de experimentación y observación con los que se sometía el fundamen-
talismo idealista y metafísico de los hechos a las pruebas empíricas. Este 
cambio de paradigma no sólo fue soporte de los descubrimientos cien-
tíficos de la centuria, sino que también incidió en la reformulación de 
la teoría del conocimiento, en la secularización de los estudios sobre la 
naturaleza psíquica del ser humano y en las nociones de política, moral, 
Letras Históricas / Número 11 / Otoño 2014-invierno 2015 / pp. 35-67
Anel Hernández Sotelo
Letras Históricas / Entramados
36 
religión y ciudadanía, entre otros aspectos.1 En España, la influencia de 
este racionalismo escéptico y experimental fue ganando fuerza en ciertos 
sectores sociales. La influencia de la filosofía francesa en algunos médi-
cos, historiadores, filósofos y religiosos españoles fue determinante para 
demostrar la urgencia de modificar la mentalidad supersticiosa y dog-
mática que caracterizaba a la sociedad. Sin embargo, debido al poder de 
facto y simbólico de la Iglesia y a la simbiosis Iglesia-Estado típica del 
modelo gubernamentalespañol, la censura y la persecución se abatieron 
sobre los intelectuales de la primera ilustración hispana intentando impe-
dir que difundieran la nueva conciencia sobre la capacidad científica del 
hombre en el mundo (la cual no ponía en entredicho la fe en Dios). 
El madrileño Martín Martínez (1684-1734),2 quien fuera profesor de 
anatomía, médico de cámara de Felipe V, examinador del Protomedicato, 
presidente de la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla y trabajó en el 
Hospital General de Madrid desde 1706, dedicó sus escritos a señalar los 
prejuicios dogmáticos con que los médicos españoles ejercían su profe-
sión. Afirmaba que las deficiencias eran producto de la enseñanza galé-
nica impartida en las universidades, donde el conocimiento se adquiría a 
partir de los escritos de autores antiguos cuya verdad se creía cual dog-
ma de fe, sin siquiera realizar algún tipo de experimentación.3 Entre sus 
obras más destacadas se encuentran Medicina escéptica (tomo primero, 
1722 / tomo segundo, 1725),4 Anatomía completa del hombre (1728)5 y 
Filosofía escéptica (1730),6 obras que conocieron diversas reimpresiones 
a lo largo del siglo XVIII. 
1 Gribbin, Historia, pp. 207- 264. 
2 Sobre Martín Martínez consúltense Martínez Vidal, “Los supuestos conceptuales”, y el 
recurso digital Proyecto filosofía en español.
3 Aunque desde la baja Edad Media se practicaban disecciones de cadáveres humanos 
en las universidades europeas, Fernández Luzón apunta que “el saber anatómico 
permaneció anclado a los supuestos galénicos, y el profesor, que rechazaba el contacto 
directo con el cuerpo humano, solía describir incorrectamente sus estructuras mientras 
un ayudante llevaba a cabo las disecciones”. Y aunque Vesalio, el autor de De humani 
corporis fabrica (1543), residió en la corte de Madrid entre 1559 y 1564, “no participó 
directamente en la modernización del saber anatómico, verdadera piedra angular de la 
renovación de la medicina renacentista en España”. Fernández Luzón, La Universidad, 
p. 201.
4 Martínez, Medicina sceptica, y cirugia moderna […] Tomo primero que llaman Tentati-
va […] y Medicina sceptica. Tomo segundo […]
5 Hemos consultado la edición de 1752. Martínez, Anatomia. 
6 Martínez, Philosophia sceptica […] recopilada en diálogos…. 
Anel Hernández Sotelo / Doctos dicterios. Controversias escriturales...
37 
En consonancia con el paradigma ilustrado de escribir en lenguas ver-
náculas para difundir el conocimiento entre el mayor número de lectores 
posible, Martín Martínez escribió su Medicina y su Filosofía en castellano, 
a manera de diálogo, donde la figura del scéptico impugnaba y satirizaba 
las teorías de galénicos, hipocráticos, dogmáticos, químicos, entre otros. 
El autor sabía que cuestionar la tradición médica implicaba ser blanco de 
las críticas más conservadoras, tanto en lo individual como en el ámbito 
institucional. De ahí que, consciente de la mentalidad imperante, en el 
primer tomo de su Medicina escéptica se haya dirigido a sus lectores 
haciendo una clasificación de ellos:
Lector mio, querer yo con la persuasion de quatro parrafos mudar de 
repente la natural condicion, y genio con que naciste, y hasta aqui 
has vivido, es tan dificil como intentar de un tiron enderezar un árbol. 
Si eres de los podridos melancolicos, á quienes nada agrada (sin mas 
razon que su mal humor, que todo se lo buelve desabrido) no pretendo 
que te parezca bien esta Obra […]. Si enemigo de la novedad, y zeloso 
de las Escuelas te pesasse que se impugnen sus dogmas, no ay mas 
que estirarte de cejas, y hazer exclamaciones; o tiempos! o costum-
bres! Mira, este es el genio del mundo: mudanse los imperios, varíanse 
los usos, oponense los gustos, renuevanse los artes, contrarianse las 
opiniones, cae lo antiguo, y prevalece lo nuevo […]. Si eres, Lector, de 
aquellos Professores bonazos, que solo piensan en engordar, siendo 
Amenes de todos, pues en oyendo hablar mal de una cosa, dicen que 
es mala; y si bien que es buena, sin mas razon que vivir con todos, 
y escusarse de leer, alabo tu cachaza, aunque no tu pereza, despre-
ciandote como á Urraca inútil, que no tienes voz propia […]. Si eres 
de aquellos Clinicos, que aviendo echado su tentativa arrastrada, se 
graduaron con el escrupulo de la Varandilla; estirando la gracia adon-
de apénas llegó la justicia; yo se que renegarás de este Libro […], pero 
amigo, tiempo llega en que el diablo levanta la manta; y assí si quieres 
vivir en paz, dexame en ella, que de confession te lo ahorrarás.7 
En este primer tomo de la Medicina escéptica (1722) Martínez desa-
creditaba las teorías de los humores y de los elementos como fundamento 
de la medicina práctica; cuestionaba también la teoría de los tempera-
mentos de Avicena utilizada por los médicos de su época para determi-
nar las relaciones causa-enfermedad-curación, desautorizaba la idea de 
la existencia de espíritus metafísicos causantes de enfermedades, duda-
7 Martínez, Medicina sceptica, y cirugia moderna, “Prólogo”, sin paginar. 
Letras Históricas / Entramados
38 
ba de la utilidad del discurso aristotélico de las facultades en la ciencia 
médica y criticaba duramente la enseñanza universitaria española. Por 
todo ello, las impugnaciones de su obra no se hicieron esperar. En 1725 el 
médico madrileño Bernardo López de Araujo y Ascárraga publicó su Cen-
tinela médica-artistotélica contra escépticos, en la que calificaba a Martí-
nez y sus seguidores de sectarios pirronistas, que se atrevían a “escupir” 
la doctrina aristotélica “corregida ya por Santo Tomás”, sin advertir que 
luego el escupitajo les caería en la cara. López de Araujo exponía que si 
la medicina tradicional que se enseñaba en las universidades españolas 
estaba amparada en la autoridad de los santos padres, la medicina que 
había venido a llamarse escéptica, al carecer de estas autoridades, no era 
más que un cúmulo de ideas fantásticas sostenidas en autores prohibidos 
por la Iglesia. La defensa de los autores clásicos y la promoción de la cen-
sura de los libros malévolos que contaminaban con dudas a los lectores 
fueron los factores que determinaron el título de la obra, pues López de 
Araujo explica que 
Púsele a este libro la inscripcion de Centinela, porque el Medico no 
solamente debe ser Centinela de la salud, y vida de los hombres, sino 
también de los libros medicos, que salen á luz; porque como inteligen-
te en su profession, zeloso está obligado, qual Centinela, á atalayar, si 
el libro, que se descubre, es amigo, ó enemigo; si viene de paz, ó de 
guerra; si es util, ó inutil; provechoso al proximo, y á la honra, y gloria 
de Dios, ó perjudicial á la Religion, y á nuestra Santa Fe.8
Como respuesta al Centinela, Martín Martínez publicó el segundo 
tomo de su Medicina escéptica (1725), en cuyos diálogos, además de sa-
tirizar los argumentos de López de Araujo y de reafirmar sus argumentos 
sobre la necesidad de la evidencia empírica en el desarrollo del cono-
cimiento, dejaba en claro que el escepticismo médico no tenía relación 
alguna con la herejía, porque el ser escéptico en medicina no implicaba 
que se era escéptico también en materia de religión. 
Un año después, en 1726, salió a la luz el primer tomo del Teatro crí-
tico universal de Benito Jerónimo Feijoo, donde el benedictino exponía 
su parecer sobre el estado de la medicina española. Ahí cuestionaba el 
beneficio de las sangrías y las purgas para restablecer la salud de los en-
fermos, así como el uso de remedios exóticos como el café, el té, la quina 
o el mercurio, cuya adquisición era bastante provechosa para médicos y 
boticarios. Califica a la medicina como un arte incierto, considerando que 
8 López de Araujo y Ascárraga, Centinela, “Prologo al lector”, sin paginar.
Anel Hernández Sotelo / Doctos dicterios. Controversias escriturales...
39 
las observaciones que los médicos hacían de casos particulares no arroja-
ban ninguna teoría general, además de que de la pugna entre diferentes 
escuelas médicas (galénica, hipocrática,

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