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Lacan, J Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, Introducción, pto 1 y 2

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232 FUNCIÓN Y CA MPO 0 1:; L\ PALA.BItA 
INTRODUCC i ÓN 
Va mos a detennin¡¡ r esto mien tras estamos todavía en 
el aCe lio de nues tra materia, pues cuando lleguemos al 
perihelio, el calor será capaz de hacérnosla olvidar. 
LICHTENBERG 
"Flesh composed of suns, H o'W can sucll be?" exclaim 
the simple a nes. 
R. BROWN I NG, Parley ing with certain peoPlc 
Es tal el espan to que se apodera del hom bre a l descubrir la 
figura de su poder, que se ap arta de ella en la acción misma q ue 
es la suya cua ndo esa acción la muestra desnuda. Es el caso de l 
psicoa nálisis. El descu brimiento -prorneteico- de Freud fue 
una acción tal; su obra nos da tes timonio de ello; pero no está 
menos preSen te en cada acción humildemen te llevada a cabo 
por uno de Jos obreros for mados en su escuela. 
Se puede segu ir al fi lo de los años pasados esa aversión del in­
terés en cuauto a las funciones de la palabra yen CUanto a l ca m­
po del le nguaje. Ella motiva los "cam bios de meta y de técnica " 
confesados en e l movim iento y cuya relación con el amort igua_ 
miento de la efi cacia terapéu tica es sin embargo a mb igua. La 
promoción en efecto de la res istencia del objeto en la teoría y 
en la técnica debe ser sometida ella misma a la dia lécti ca de l 
análisis q ue no p uede dejar de reconocer en ella u na coartada 
del suje to. 
Tra temos de d ibuj ar la tópica de este movim ie n to. Cons ide_ 
rando esa litera tu ra que llamamos n ues tra act ivi dad científi ca , 
los problemas ac tua les del psicoa náljsis se desbroza n ne tamente 
bajo tres encabezados: 
A] Función de lo imaginario. diremos nosotros, O más d irec ta­
mente de las fa n tasías, en ]a técnica de la experiencia y en la 
constitución d el objeto en los diferentes estad ios del desarrollo 
psíq uico. El impulso vino aq uí d'el psicoanálisis de los niñ~s, y 
d el terreno favorable que ofrecía a las ten ta tivas como a las ten ­
tacjones de los investigadores ]a cercanía de las es tru cturaciones 
preverba les. Es all í también dond'e su cu lminación provoca ahora 
un re torno plantea ndo el problema de la sa nción simb61ica que 
ha de darse a las fantasías en su in terpre tación . 
B] Noción de las relaciones libidinales de obje to q ue, reno­
va ndo la idea dé l progreso de la cura, rees tructu ra sordamen te 
FUNCIÓN Y CAMPO Dt: LA PALABRA 233 
su conducción. La nueva perspecti va tomó aquí su a rranque 
de la extensión del mé todo a las psicosis y de la apertura mo­
ment¡ínea de la técnica i l datos de princi pio diferente. El psico­
análisis desemboca por ahí en una fenomenología ex istencia l, 
y aun en un ac tivismo a nimado de caridad. Aquí también UIla 
reacción nít ida S'e ejerce en favor de un re torno a l pivote técnico 
de la simbolización. 
e] Im porta ncia de la cont ra tra nsferencia y, corre lat ivamente, 
de la formación de l psicoan alista. Aquí el acento vino de los 
azoras de la terminación de la cura , que convergen con los d'el 
momento en que el ps icoaná lisis didác tico acaba en la introduc­
ción del candidato a la prácti ca . Y se observa la misma oscil a­
ción : por una parte, y no sin va lentía, se ind ica el ser del an;l· 
lista COlUO elemento no despreciab1e en los efectos del anális is 
y que incl uso ha de ex ponerse en su cond uccióll a l fin al del 
juego; no por ell o se promn lga menos enérgica me n te, por o tra 
pa rte, q ue ninguna solución puede provenir sino de una pro­
fu ndización cada vez más ex tremada del resor te inconsciente. 
Estos tres problemas tienen un rasgo común fuera de la actj· 
vidad de pioneros que ma ni fies tan en tres [ron teras dHerentes 
con la vitalidad de la experiencia q ue los apoya. Es la tentación 
q ue se preseu ta a l a nalista de abandonar el [undamento de la 
palabra, y esto prec isamente en terrenos d onde su uso, por CO Il ­
finar con lo ine[a1Jle, req ueriría más que n unca su examen: a 
saber la ped agogía ma terna. la ayuda samaritana y ]a maes tría 
dialéct.ica. E l peligro se hace grande si le abandon a ade más Su 
lenguaje en beue(icio de lengua j'es ya insti tuidos y respecto de 
los cuales couoce ma l las c.ompensaciones q ue ofrecen a la ig_ 
norancia. 
En verdad nos gustaría saber más sobre los e fectos d:e la sim ­
bol ización en el niño, y las madres oficiantes en psicoa n á li si~, 
aun las que dan a nuestros más al LOs consejos un aire de ma­
triarcado, no están al abrigo de esa con fu sión de las lenguas en 
la que Ferencú design a la ley de la relación niño-adulto.:I 
Las ideas que u uestros sabios se forj an sobre la re la ción d.e 
objelO acabada son d·e una concepción más b ien incierta y, si 
son expuestas, d.ejan aparecer una mediocrid ad que no honra 
" la profesióu. 
No hay duda de que estos efectos - donde el psicoanalista 
:1 F e rCIlCÚ: "Coufusion of longues bt' tween lhe auu l t anu rhe chil u·· , { nI. 
¡om·. o/ Pryrho., 1949, xxx, iv~ pp. 225-230. 
235 234 F UNCiÓN Y CAM r O DE LA PALABRA 
coincide con e l tipo de héro'e moderno que ilustran h azañas irri. 
sorias en una situ ación de extravío- podrían ser corregidos por 
una justa vuelta al estudio en el que el psicoa nalista debería 
ser m aes tro, el de las funciones de la palabra. 
Pero parece que, desde Freud, este campo central de nuestro 
dominio h ay;} quedado en bar becho. Observemos cuánto se cui ­
daba el mismo de excursiones demasiado extensas en su perife. 
ria: h abiendo descubierto los estadios Hbidinales de l niño 'en 
el análisis de los ad ultos y no in tervi niendo en el pequeño Hans 
si no por intermedio de sus pad res; descí frando un Pélño entero 
de l lenguaje del in conscie nte en el delirio para noide, pero no 
utilizando para eso sino el tex to clave dejado por Schreber en 
la la va de su ca tástrofe espiritual. Asumiendo en cambio para 
la dia léctica de la obra, como para la trad ición de su sentido, y 
en tod a su altura, la posición de la maestría. 
¿Qu iere es to decir que si el lugar d'el maestro queda vacío. es 
menos por el hecho de su desaparici ón que por una ob literación 
creciente del sen tido de su obra? ¿No bas ta para convencerse de 
e llo comprobar 10 que ocurre en ese lugar? 
Una técn ica se transmi te allí , de un estilo maci lento y a un 
re ticente en su opacidad, y al que toda aereación cr íti ca parece 
e nloquecer. En verdad, tomando e l giro de un formalismo lle­
vado has ta e l ceremoni a l, y tanto que puede uno preguntarse si 
no cae por e llo bajo 'e l mismo paralelismo con la neurosis obse­
siva, a tra vés del cu al Freud apuntó de man era tan convincente 
al uso, si no J la génesis, de los ri tOs religiosos. 
La analogía se acentúa si se considera la literatura que esta 
actividad produce para a lim'Cntarse de ella: a menud o se tiene 
en ell a la impresión de un curioso circuito cerrado, donde el 
desconocimiento del origen de los términos engendra el proble­
ma de bacerlos con cordar, y dond'e el esfuerzo de resolver este 
problema refuerza este desconocimiento. 
Para rem ontarnos a las causas de esta deteri oración del dis­
cu rso analítico, es legítimo aplicar el método psicoana líti co a la 
colectividad qU'e lo sostiene. 
H ab lar en electo de la pérd ida del sentido de la acción ana_ 
lítica es tan cieno y tan vano como explicar el sfntom;1 por su 
se ntido, mientras ese sentido no sea reconocid o. Pero es sabido 
que, en ausencia de ese reconocimien to, la acción no puede 
dejar de ser experimentada como agresiva en el nivel en que 
se coloca, y que en ausencia de las "resis ten cias" socia les en que 
el grupo analí tico encontraba ocasión de tranquilizarse, los 11­
l'UNCJ6N 'J' CA MPO DE LA PALAOR.-\ 
mites de su tolerancia a su propia actividad, ahora "co ncedida" 
si 'es que no admi t ida, no dependen ya si no de la masa numé­
rica por la que se mide su presencia en la escala socia l. 
Estos p rincipi os bastan para repartir las condi ciones simbó­
licas, imaginar ias y rea les que determinan las defensas - a isla­
miento, anulación, negación yen general desconoci miento- que 
podemos reconoceren ]a doctrina . 
Entonces si se mide por su masa la impor tancia que el grupo 
nortea merica no tiene para e l movimiento an alíti co, se apreciarán 
en su peso las condi cion es q ue se encuentran en él. 
En el ord en simbólico, en primer lu gar , no se pU'ede descui­
dar la importancia de ese fac tor e del que h ablábamos en el Con­
greso de Psiqui a trí a de 1950, como de una constan te caracteds. 
tica de un m-edio cullural dado: condición aquí del an tihi!'wri­
cisma en que todos es tán de ac uerdo en reconocer el rasgo prin. 
cipa l de la "comuni ctl ción" en los Estados Unidos, y que a nu es­
tro entender es tí-l en los antípodas d'e la ex periencia analíti ca. 
A Jo cual se añade una forma mental muy a utóctona que bajo 
el nombre d e behallio'urism.o domina has ta tal punto la noci6n 
psicológica en Nonea mérica, que es t;{ claro que a estas alturas 
ha I"ccub ierto to ta lmente en e l psicoanálisis la inspiración freu­
diana. 
Pa ra los o tros dos órdenes, dejamos a los interesados el cui­
dado de apreciar lo que los mecanismos mauifestados en la vida 
de las sociedades psicoanalíticas deben respectivamente a las 
relaciones de presr;)l1cia en el interior del grupo y a los efectos 
de su li bre 'empresa resentidos sobre el conju nto del cuerpo so­
cial, así como el crédito que conviene dar a la noción subrayada 
por uno de sus representantes más lúcidos, de la convergencia 
q'ue se ejerce entre la ext ra ne idad de un grupo donde domina 
e l inmigrante y la distanciaCÍón a que lo a trae la [unción que 
acarrean las condiciones arriba indicadas de la cultura. 
Aparece en todo caso de manera innegab l-e que la concepción 
de l psicoa nálisis se ha inclinado allí hacia la adaptación del in­
dividuo a la circunstancia social, la búsqueda de los palterns 
de la conducta y toda la obje tivación impli cada en la noción de 
las human relations, y es ésta sin duda una posi ción de e xclu ­
sión privilegi ada con relación al objeto humano que se ind ica 
en el término, nacido en aquellos parajes, de human enginecring. 
As! pues a la distancia ne cesaria para sostener semejante posi­
ción es a la que puede atribuirse el eclipse en el psicoanálisis. 
de los términos más vivos de su experiencia, el inconsciente, la 
236 I:UNClÓN y CAMPO Of LA I'A LABA A 
sex ua lid ad, r uya mención mi sma parecería que debiese b orrarse 
próximamente. 
No tenemos por qué tomar partido sobre el formalismo y el 
espiritu tenderil , que los documentos oficiales del grupo mismo 
seii alan pa ra denunciarlos. El fariseo y el tendero no nos i n tc~ 
resan S1 no por su ese ncia com ún, rU'ente de las dificultades que 
tienen uno y otro con la palabra. y especi almente cuando se 
trala del talking shop, para hablar la jerga del ofi cio. 
Es que la incomunicabi lidad de los motivos, si pu ede sos tener 
un magist'erio, no corre parejas con la maes tría, por 10 menos 
la que ex ige una enseñanza. La cosa por lo demás fue percibida 
cuand o fu e necesario h ace poco, para sos ten er la primacía. dar, 
para guardar las formas, al mcnos una lección . 
Por eso la fide lidad indefectiblemente reaEirmada por el nus_ 
mo ba ndo hacia la técnica tradicional previo balance de las 
prllebas hech as en los ca mpos-frontera enumerados más arr iba 
11 0 ca rece de eq uívocos; se mide en la sustitu ción del té rmino 
clásica al término ortodoxo para ca lificar a esta técllica. Se pre­
fie re atenerse a las buenas mane ras. a fa lta d e saber sobre la 
doctrina decir nada. 
Afirmamos por nuestra pane que lel técnica no p uede ser como 
prendi da, ni por consiguiente correctamenre aplicada, ~ i se de~­
conocen los concepLOs que la fund an. Nuestra tarea será demos­
trar que er,os concep tos no toman su pleno sentido sino orien. 
tándo~e en un ca mpo de J'e llguaj e, sino ordenánd ose a la [un ­
( ión de la palabra. 
Punto en e l que hacemos notar que para maneja r algún con­
cepto freudi ano, la lectura d e Freucl no podría ser considerada 
:mperflwl, aunque hrese para aque llos que son h omónimos de 
nocione~ corrientes, Como lo demues tra la ma laventu ra que la 
lemporada nos trae a la memoria de una teoría de los insl:intos. 
revisada de Freud por un au tor poco despierto a la part e, lla­
mad a por Freud ex presamen te mítica. que contie ne. Manifie~­
tamente no podría estarlo, puesto que la aborda por d libro 
ue Ma rie l3onaparte , que cita sin cesar como un eq ui va lente 
del texto freudiano y esto sin que nada advierta de ell o (t I lec tor , 
<..:onfiando tal vez. no s in ralón . en e l buen guSto d e ó te para 
JlO confundirlos, pero no por ello dando menos prueb:\ d'e que 
no e ntiende n i jo ta del verdadero nive l de la segund a mano . 
Por cuyo medio, de reducción en dedu cc ión y de ind uccibn 
en hipótesis, e l autor concluye con la est ri<..:t jl tautología de sus 
premi s~l.\ fa lsas : a saber que los instintos de que se trata son 
2Yl 
1 U ~CIÓN " CAMPO PE LA J· .... LADRA 
redu ctibles al a rco renejo. Como la pi la de pla tos t uya dClrulI:­
be se destil a en la exh ib ición clásica, para no dejar en ll'e las 
manOS del artista más que dos trozos desparejados por el des­
trozo, ]a construcción comple ja que va desde e l descubTimi'ento 
de las migraciones de la libid o a las zonas erógenas h asta el paso 
mel.psicológico de un principio de pl acer genera li z"do hasta el 
instinto el'e muerte, se convierte e n el binomj o de un instinto 
erótico pasivo modelado sobre la ac tivid ad de las despiojadoras,· 
caraS al p oe ta, y de un instinto destructor , simplemente identi. 
fi cado con ]a motricidad. Resul tado que merece un<l men ción 
muy hon rosa por el ar t'e, voluntario o n o, ele lIcvlI r hasta el 
rigor las consecuencias de un malentendido. 
1. P ALABRA VAcíA Y PALABRA PLEN A EN LA 
REALlZAC1ÓN PSICOANALÍT1CA DEL SUJ ETO 
Donne en ma houche parole vraie et eS lable et fay de 
moy langue caulte. 
l.': inlernele consolacion, XLVI! Chapi(re: qu'on ne doit 
pas chascun croire el du leg'ier trebuchement de paro les. 
Charla sie.mpre. 
Divisa del pensamien to "causista".B 
Ya se dé por agente de curación, de for mación o de sondeo, eI 
psicoa nálisis no tielle sino un mediu.m: la palabra del pacienre . 
La evidencia del hecho na excusa que se le desa tie nda. Ahora 
bien, toda pala bra ll ama a una respuesta. 
Mostrare mos qU'e no h ay palabra si n respuesta, incluso si no 
encuentra más q ue e l silencio, con tal de que tenga 1m oyente, 
y q ue éste es el meollo de su (unción en el an álisis. 
P'ero si e l psicoana lista ignora que así sucede e n la [unción 
de la pal abra , no experimentará sjno más fuertemente su l1a ­
mado, y si es el vacío el que primeramente se hace oír, es en sí 
mi smo donde lo ex peri l1lcutará y será más a llá de la palabra 
donde buscará una realid ad que colme ese vado. 
4 [Alusión :lt poem:l de R imb:l lld: "Les cherche\1 ses dc poux". TSl 
& [Juego de palabras: catl.\ t'r, "c:l usa r", sigu ifica t::lmbién. en el lenguaje 
popular, ··charlar". TSl 
239 238 
FUNC iÓN Y CA MPO DE LA P ..... LABRA 
Llega así a analizar el comportamiento del sujeto para en. 
con trar en él lo que no dice. Pero pa ra obtener esa con Cesión, 
es preciso q ue h able de ello. Vuelve entonces a recobrar la pala­
bra, pero vu-elta sospechosa por no haber respondido sino a la 
derrota de su silencio, an te e l eco percibido de su propia nada. 
Pero ¿qué era p ues ese ll a mado del suje lo más a llá del vacío 
de su decir? Llamado a la verdad en su principio, a través del 
( ual t irubear{m lo s lt amacl o~ de necesidade!\ más humil des . Pero 
p rimera mente y de golpe Ibuuado propio del vacío, en la !lia n­
ci3 am bigua de una sedu cci6n inten tada sobre el o tro por los 
medios en que el sujeto sitúa su complacencia y en q ue va a 
aden trar el monumen to de su narcisjsmo. 
"¡ Ya estarnos en la introspección !", exclamél el prudente ca. 
ba Bero que se las sabe toda:, sobre sus peligros, Ciertamen te no 
habrá sido él, confiesél, el últ imo en saborear sus encantos. si 
bienha ago tado sus provechos. L¡.is Lima q ue no tenga ya tiempo 
que perder. Porque oiríais estupendas y profundas cos(),s, si He. 
gase a vues tro d i"<Í tt. 
Es ex trílño que un a na lista, pa ra qu ien este personaje es uno 
de los primeros encuen tros de su ex periencia, explaye todavía 
la introspección en el psicoa ná lisis. Porque a penas se acepta la 
apuesta, se escabullen todélS aquell as bellezas q ue creía uno tener 
en re~e r va. Su cuen ta, de obligarse a ella, parecerá corta, pero 
se presentan o tras bas tante inesperadas de nuestro h ombre como 
para parecerle a l principi o tontas y dejarlo mudo un buen mo­
mento. Suerte comú n,c 
Cap ta entonces la dif'erencia entre el espej ismo de monólogo 
cuyas fa ntasías acomoda ticias a nimaba n su jac ta nci a, y el trabajo 
forzado de ese discurso sin esca paloria que el psicólogo, no sin 
h umorismo, y el terapeuta, no sin astucia, decoraron con el nomo 
bre de "asociación libre". 
Porq ue se tra ta sin duda de un t ra bajo, y tanto qu e ha podi­
do decirse que exige un aprendiznje y aun llegar a ver en ese 
aprend izaje el valor formador de ese trab;¡jo. Pero tomad o así. 
¿qué o tra cosa podría formar sino un obrero ca li ficado? 
y eraonces, ¿qué sucede con ese trabajo? Examinemos sus COll­
diciones, su fruto, con la esperanza de ver mejor ;¡sí su me ta y 
su provecho. 
Se habní reconocido a la pasadfl la pertinencia del térmi no 
du.rc harbeiten a que equ iva le e l inglés work ing through, y que 
' Párrafo reelaborado (1966). 
FUNCIÓN Y CA MPO DE LA PALAB~A 
entre nosotros h a desesperado a los trad uctores, a un cuando se 
ofrec iese a ellos el eje rcicio de agotam iento marcado para siem. 
pre en la lengua francesa por el cu ño de un maestro del es tilo: 
"Cien veces en el telar volved a poner..."/ pero ¿cómo pro. 
gresa aqu í la obra? 
La teorÍ<t nos recuerda la tríada: frustración, agresividad, re­
gresión. Es una explicac ión ele aspecto tan comprensible q ue 
bien podría dispensarnos de comprender. La intu ición 'es ágil , 
pero una evidencia debe sernos tanto más sospechosa cuando se 
ha convert ido en lugar común . Si el a nálisis viene a sorprend'er 
su deb ili dad, convendrá no conforma rse con el recurso a la <lfec­
tivid ad. Palabra· tabú de la incapacidad dia léc tica que, con el 
verbo intelect u.aliz.ar, cuya acepción p'eyorativa hace mérito de 
esa incapacida d , quedarán en la historia de la lengua como los 
es ti gmas de nuestra obtusión en lo que respecta al sujeto.s 
Preguntémonos más bien el'e dónde viene esa frustrac ión. ¿Es 
del silencio del ana lista? Una respuesta, incl uso y sobre todo 
a probad ora, a la palabra vacía muestra a menu do por su s efectos 
que es mucho más frustran te q ue el si lencio. ¿N o se tra tará más 
bi'en de una frus tración que seria inherente a l discurso mismo 
del suje to? ¿No se adentra por él el su jeto en un a desposes ión 
más y más grande d e ese ser de sí mismo con respecto al cu al, 
a fuerza de pin turas sinceras que no por e llo dejan menos in· 
coherente la idea, de rectifi caciones que no llegan a desprender 
su esencia, de apuntalamien tos y de defensas que no impiden a 
su estatua tamba learse, de abrazos n;¡rcisistas que se hacen soplo 
al animarlo, acaba por recon ocer que 'ese ser no fue nunca sino 
su obra e'l. lo imagi nario y que esa obra defrauda en él toda cer­
ti d umbre? Pu es e n ese trabajo que realiza de reconstruir la para 
otro, vuelve a encontrar la en ajenación fund amenta l q ue le hizo 
construirla como otra, y que la destinó sí'empre a serIe hurtada 
por olro.U 
Este ego) cuya fue rza definen ahora nuestros teóricos por la 
capacidad de sos tener una fru stración, es frustración en su esen· 
cia.lo Es frustración no de un deseo del suj eto, sino de un obje to 
1 (" Viogt (sic) fo is sur le mét ier, rerne tlez vOlre .puvrage, .." Boileau , A.,-r 
pol! l;que. n l 
, Hablamos escri¡o primeramente: en roatel'ia de psicologia (19&6). 
8 P:irrafo reelaborado (1966). 
lO Es és te el punto de cru za miento <le una des..'iación tanto práclica como 
teóri ca. Pues identificar el r:go con la disciplina del suje¡o es confundir el 
aislamiento jmaginario con el dominio de los instin tos. Es por ello ex po. 
http:u.aliz.ar
241 240 FUNCiÓN y CA MPO DE L.!\. I'ALAln~" 
uonde SU deseo está enajenado y que, cuanto más se elabora, 
tanto más se ahonda para el sujeto la enajenación de su gozo. 
Frustración pues d'e segundo grado, y ta l que aun cuando el 
sujeto en su discurso llevara su forma hasta )a imagen pasivi. 
zante por ht eua) el suje to se hace obje to en la ce remonia del 
espejo, no podría con ello sa tis(acers·e. pues to que aun si alcan­
zase en esa imagen su más perfecta similitud, seguiría siend o el 
gozo del otro lo que h aria reconocer en ella. Por 'eso no hay res­
puesta adecuada a ese discurso, porque el suje to tomad como 
de desprecio toda palabra que se comprometa con su -equivo­
cación.lJ 
La agresividad que el sujeto experimentará aquí no liene 
nada que ver con la agTesividad animal del deseo frustrado. 
Esta referencia con la que muchos se contenta n enmascara Otra 
menos agrad able para todos y para cada uno: la agresividad del 
esclavo que responde a la fru stración de su trabajo por un deseo 
de muerte. 
Se concibe en ton ces cómo esta agres ividad puede responder 
a toda intervención que, denunciando las intenciones imagina_ 
rias de l discurso, desanna el objeto que el sujeto ha construido 
para sa tisfa cerlas. Es lo que se Jlama en efecto el aná lisis de las 
resistencias, cu ya vertiente peligrosa apa rece d e inmediato. Está 
señalad a ya por la existencia del ingenuo que no ha visto nunca 
manifes tarse otra cosa que la significación agres iva de las fan _ 
tasías d e sus suje tos. l :? 
Ese mismo es el que, 110 vacilando en alega r en favor de un 
aná lisis "causa li sta" que se propondría transformar al suje to en 
JJerse a errores de juicio en la cond ucción del tratamiento: asi a a puntar 
a un reforzamicmo del ego en muchas neurosis moti vadas por su cs tructur<t 
demasiado fu CHe. lo cual es un ca llejón sin salida . ¿No hemos leido, bajo 
la pluma de nuestro amigo M ich ::teL Balin t, que un reforl.amiento del f~gO 
dehe ser favo rable al sujelo que sufre de ('jaculalio prnecox, porque le pero 
mitiría una suspens ión más prolongada de su deseo? ¿Cómo pensa rlo sin 
embargo, si es precisamente al hecho de que su deseo está suspendido a la 
función imaginaria del ego al que e] sujeto debe el cortocircuito <Iel acto, 
wbre el cua l la clJnica psicoa nalilica muestra claramente que est,í. ligado 
a la ide ntifi cación narcisista con la pareja? 
u Uuego de pa lab ras cntrC mépris, "desprecio", y méprise, "equiVOc.1ció ll ". 
TSJ 
I~ Esto en el trabajo mismo al que dam os la palma al final úe nues tra 
introducción (1966). Q neda seli alado en lo que ú gue que [a agresividad 
no es si no un efccto lateral dc la husfración analítica, si bien puede ~er 
reforzado por cieno ti po de intervención: que, como (a l. no es la razón d(: 
1..1 pareja fruslraciÓn. regre:-ión. 
FUNCIÓX y (.A M1'O I>J; LA »ALAURA 
..,u presen te por explicaci one~ sabias de su pasado, traiCiona bas­
tan te has ta en su tono la angu~tja que quiere ahorrarse de rener 
que pensar que la libertad de su paciente esté suspendida de la 
de Su intervención. Qlre e l expediente al que se la nza pueda ser 
en a lgún momento benéfi co para el sujeto, es cosa que no tiene 
o.t ro alca nce que un a broma es timul ante y no nos ocupará más 
uempo. 
Apuntemos m.Í5 bi en a ese hic el 'nllnc donde algunos Creen 
de ber encerrar la maniobra del análisis. Puede en efecto ser 
útil, CO Il lal d e que la inLención imaginaria que e l analista des­
(ubre allí no sea separada por él de la relación simbó li ca en que 
...e expre~a. Nada debe allí leerse :referente al yo del sujeto que 
no pueda ser rea~um i do por él bajo la forma del yo [je], o sea 
cn primera persona. 
"N o he sido esto sino para llegar a s'er lo que puedo ser": 
<.;i tal no fuese lapunta permanente de la asunción que el sujeto 
hace de sus espejismos, ¿dónde podría asirse aquí un progreso? 
El a naJista eu tonces no podría acosar sin pelj gro al sujeto en 
la intimidad de su gesto, o aun de su estática, sa lvo a condición 
de reintegr;:l rlos como partes mudas de su discurso narcisista, y 
esto ha ~ ido observado de IUan!:Ta muy sensib le, incluso por jó­
vcnes practicantes. 
El peligro allí no es e l de la re¡¡cción negativa del ~ujeto, sino 
lll ;.is bien de su ca ptura en una objetivación, no me nos im agi­
naria que antes, de su eS Lática, o aun de su estatua, en un es ta­
lllLo renovado de su enajenación. 
Muy al contrario, el arte del analisLa debe ser el de suspen_ 
der las cen idumbres del sujeto, hasla que se consuman sus últi­
mos espejismos. Y es en el discurso donde debe esca ndirse su 
resol uci6n . 
Por vacío qU'e apuezca ese discurso en efecto, no es así sino 
tom ándolo en su valor facial: el que jU!ltifica la frase de 1vla­
ll armé cuando compara el uso común del lenguaje con el inter­
c.. mbi o de una moneda cu yo anverso y cuyo reverso no muestran 
ya sino figura!l borrosas y que se pasa de mano en mano "en 
... ile ncio".ll: Esta me t<.ifora basta para recordarnos que la palabra, 
i n cI u~o en el extremo de su desgas te, conserva su valor de tésera. 
l~ [Prd,u·¡o al Tmilé du vcrbt', d e René GhiJ: "l'\arr:lr, emeijar, incluso 
dc.\eribjr . cso marcha y aón a<:j hastaria a cua lquiera quizás, pa ra ¡mer­
(amhia r el j>C'n, ¡¡miclI!o humano, lo mar o poner en la mano del olro en 
· ilcllt:io una pioa de IWlIlc<la . ., «(l:"IIVTf'.\· cmhpteteJ, I'ari .~, La Pléiade, 
p. R57). AS] 
http:ilencio".ll
http:caci�n.lJ
243 242 FUNCiÓN Y CAMPO DE LA PALABRA 
Incluso si no comunica nad a, e l discurso repre~enta la exis. 
tencia de la comunicación; incluso si niega la evidenci a, a firma 
que la palabra coosticuye la ve rdad ; incluso si es tá destinado a 
engañ ar, especula sob re la fe en e l testi monio. 
Por eso el psicoanalista sabe mejor que nadie que la cuestión 
en él es en tend er a q ué "parte" de ese d iscurso está confiado 
el térmi no significa t ivo. y es así en efecto co mo opera en el 
mejor de los casos: toma ndo el rela to de una historia cotidiana 
por un a pÓlogo que a buen e ntendedor dirige su sa ludo, una 
larga prosopopeya por una interj ecci ón directa, o al contrari o 
un simple lapsus por una declara ción h arto compleja, y a un el 
susp iro de un silencio por todo el desa rrollo lírico al q ue sup le . 
Así, es un a puntuación aCortunada la que da su sentido a l 
discurso d'f! sujeto. Por eso la suspensión de la sesión de la que 
la técni ca ac tual hace un alto pura mente cronométrico , y como 
tal indiferente a ]a trama del disc urso, desempefía en él un 
papel d e esca nsión que tie ne todo el val o r d e una inre rvenci 6n 
para precipitar los momentos concl uyentes. Y esto indi ca libe. 
rar a ese té rmino de su m arco rutin ario para someterlo a todas 
las final i dad'e.~ úti les de l a técni ca . 
Así es co mo puede operarse la regresión, que no es sino la 
ac tualización en el discurso de las relaci oues fantaseadas resti· 
tuidas po r un ego en cada eta pa d e la descomposición de su es· 
tructura , Porque, en fin , esta regres ión no es re al; n o se mani· 
fi es ta ni siquiera en el lenguaje sino por in [lexiones, g iros, "tro­
piezos tan ligeros" [" treb uchements si legiers"] que n o pod rían 
en última instanci a so brepasa r el artiCicio del h abla "babyish" 
en el adulto. Imputarle la rea lidad de un a relación ac tual con 
el objeto equivale a proyectar al sujeto en una ilusi6n en aje. 
na nte qu e no hace sino reflejar una coartada del ps icoanalista. 
Po r eso nada podría extraviar más al psicoana li sta que que. 
rer gui arse por un pretendido contacto experimentado de la 
realidad del sujeto. Este camelo de la ps icologia intui cionista , 
incluso Cenomenológica, h a tomado en el uso contempodneo 
una extens ión uien sintomática del enrarecimiento de Jos efec· 
tos de la pa labra en el contexto social presente. Pero su valor 
ousesivo se hace flagrante con promoverla en una relaci ón que, 
po r sus mismas reglas, excluye todo contac to rea l. 
Los jóve nes an alistas que se dejasen sin em bargo imponer por 
10 que este recurso implica de d ones impen'e trables, no enco ntra · 
rán nad a mej or para dar m archa a trás que reíerirse al exito de 
los contro les mismos que padecen . Desde 'el punto de vista del 
F UNCiÓN Y CAMPO Dt: LA PALAIlRA, 
contac to con lo rea l, la posibilid ad misma de estos contro les se 
con ve rtiría en un probl ema. Muy al contrari o, el controlador 
mani fi es ta en ell o un a segunda visión (la expresión cae al pelo) 
q ue hace pa ra él la ex perie ncia por lo menos tan in slr uctiva 
como para el contro lado. Y esto casi t~nto más cua nto que este 
último muestra menos de esos dones, que algunos consideran 
como tanto más in comunicables cuanto ffi ¡.Í S embarazo provocan 
ellos mismos so bre sus secretos técni cos. 
La razón de es te enigma es qu e el con trolad o desempeña allí 
el papel de filtro, o in cl uso , d e re fr ac tor del discurso del suje to, 
y que así se pr'esenta ya hecha a l controlador una estereografía 
q ue destaca ya los tres o cuatrO registros en que puede leer la 
partitura constitu ida por ese discurso. 
Si e l contro lado pw..liese ser colocado po r el contro lador en 
un a posici ón subje ti va diferente de la que impli ca el términ o 
sini es tro de control (ventajosamente sustituido, pero sólo en 
lengua inglesa,H por el de supe.,vision) , el mejor fruto q ue sao 
Ga rla de ese ejercici o seria a prender a mante nerse él mismo en 
la posici ón de subjetividad segunda en que la situación pone de 
entrada al contro lador. 
EnconLraría en ello la vía auténtica para alcan za r lo que la 
d ásica fó rmula de la a tenó ón difusa y aun distraída de l ana· 
lis ta no expresa sino de manera muy aproximad a. P ues lo esen· 
cial es saber a lo que esa a tención apunta: seguramente no, todo 
nu estro trabajo es tá h echo para demostrarlo} a un obje to más 
all á de la pa labra del suje to, como a lgunos se conslriñen a no 
perderlo nunca de vista. Si tal d'ebiese ..ser el camino d el an.ílisis, 
~ería sin duda a o tros medios a los que recurriría, o bien seda 
el ún ico ejemplo de un métod o que se prohibiese los medios 
de su fi n. 
E l ú ni co obj'eto que esd al alcance del analista, es la relación 
imaginaria que le liga al sujeto en cuanto )'0, y, a {a lta de po. 
derlo eliminar, puede utilizarl o para regula r el caudal de sus 
orejas, segú n el u!)o que la fisio logía , de acuerdo con el Evange. 
lio, muestra que es norma l hacer de ell as: oreja.r para no oír} di. 
cho de otra mane ra pa ra h ace r la ubicacic'm de lo que debe ser 
oíd o. Pu es no tiene otras, ni tercera oreja, ni cu arta, para una 
t ransaudi ci6n que se desearía directa del inconsciente por el 
in ron!>ciente. Diremos lo que hay que pe nsar de esta pretendida 
com ull1cación , 
It lV en e!)paiiol. .... s] 
245 
• 
244 :FUNCI6N y CAMI'O O~. l.A I'ALo\üRA 
H emos abordado la (unción de la palabra en el anúlisis por el 
sesgo más ingrato, e l de h... palabra vacía, en que el sujeto pa~ 
rece hablar en vano ue a lguien que, 3 U1HJue se le pareciese hasta 
la confusión, nunca se unirá a él en la asunción de su deseo. 
H emos mostrado en el1a la fu"ente de la depreciación creciente 
de que h a sido objeto la palabra en la teoría y la técnica, y 
hemos tenido que levantar por gríldos. cual una pesada rueda 
tle molino caída sobre ella, lo yue no pued~ servir sino de vo­
lante a l movimiento del análisis: a saber los fa ctores psicofisio. 
lógicos individuales que en realidad quedan excl uidos de su 
dialéctica. Dar como meta al aná lisis el modificar su inercia pro­
pia, es condenarse a la fi cción del movimiento, con que rierta 
tenuencia de la técnica parece en e fect o sa ti sfacerse. 
Si dirigimos ahora nuestra mirada al otro extremo de la expe­
riencia psicoanalít ica-<1 su hi storia, a su casuistica. al proceso 
<l'e la cura-, hallaremos motivo de oponer al aná lisis del /tic 
el l1unc el valor de la ana mnesis como índice y como resone de l 
progreso terapéutico, a la intersubjeti vid ad obsesiva la inter­
subJetividad histérica. al análisis de la resistencia la interprel.a­
ción simból ica. Aquí comie nza la realización de la palabra plena. 
Examinemos la relación que ésta consti tu ye. 
Record'emos que el método instaurado por Breue r y por Freud 
fue, poco después de su nacimiento, ba utizado por una de las 
pacientes de Breucr, Anna O" con el nombre de "I,a.lIúng cure". 
R ecordemos yue fue la experiencia inaugurada co n esta histé­
ri ca la que les ll evó al descubr imiento del acontecimiento pató­
geno ll amado traumático. 
Si este acontecimi ento fu e reconocido como ca usa del síntoma, 
es que la puesta en palabras de l uno (en las "slories'~ de la e n­
ferma) de te rmillílba e l levantamiento del otro. Aquí el térmi. 
no "toma de conciencia", tomado de la teoría psicológica de ese 
hecho que se ela boró en seguida, conserva un prestigio qu'e me­
rece la desconfianza que cons id eramos como de buena regla res­
pecto de las 'explicaciones yue hacen oficio de evidencia!-. , Los 
prejuicios psicológicos d e la época se oponían a que se recono­
ciese en la verba li zación como ta l otra realidad que la de su 
flatus vocis. Queda el hecho de qu-e en el estatlo hipnóti co est;', 
disociada de la toma de conciencia y que esto bastaría para 
hacer rev isar esa concepción de sus efectos. 
Pero ¿cómo no daría n aquí el ejemplo los va li entes de la 
I uNCIÓN y CA M " O m : I.A PAI.A aMA 
Aufhebung behav iourista, para decir que no tienen por yué cono­
cer si el suj eto se ha acordado de cosa alguna? Únicamente ha 
relatado el acontecimiento. Diremos por nuestra parte que lo 
ha verbal indo, O para desarrollar este término cuyas resonancias 
en francés [como en espa ilol] evocan Ulla [iglJfa de Pandora 
diferente de la de la ca ja donde habría tal vez yue volverJo a 
encerrar, lo ha hecho pasar al verbo, o más precisamente al 
epas en el que se refiere en la hora presente los orígenes de su per­
'>ona. Esto en un lenguaje que permite a :m discurso ser entendi. 
do por sus contemporáneos, y más a ún que supone 'el discurso 
presenre de és tos. As í es como la recitación del epas puede in · 
c1uir un discurso de an taño en su lengua arcaica, in cluso extran w 
jera , incluso proseguirse en el tiempo presente con toda la ani ­
mación del anor, pero es a la manera de un discurso indirecto, 
aislado entre comi llas en el curso de l rela to y, si se represe nta , 
c<; en un escenario que implica no s610 coro, sino espectadores, 
La rememoración hipn6ú ca e~ sin duda reproducción del pa­
...ado, pero sobre todo representación hablada y que como tal 
implica toda suerte de presencias. Ec¡ a la rememoración en vi­
gilia de 10 que en el análisis se llafna curiosamen te "el materia )", 
lo yue el drama yue produce an te ]a (lsamblea de los ci udada­
nos los mitos originales de la Urbe es a la historia que sin duda 
está hecha de materiales, pe ro en la yue Ulla na ciún de nuestro.'; 
días aprende :1 leer los ~ ímbolm. ele un des lino en marcha, Puede 
decirse en lenguaje heideggeriano que una y otra constituyen 
al suj eto como gewc:sencl, es decir como siendo el que así ha 
,> ido, Pero 'en la unidad intern a de es ta tempora li zación, el 
5jrndo (ens) señala la convergencia de los ha.biendo sido. Es 
decir yue de ~uponer otros encuen tros desde uno cualyu iera de 
esos mome ntos que han sido, habría nacido de ello otro en te 
que le h aría haber sido de manera totalmente diferente, 
La ambigüedad de la revelaciún h istérica del pasado no pro­
viene tanto del titubeo de ~ u conten ido entre lo imaginario y 
lo real, pues se sitú a en lo uno yen lo otro. No es tampoco que 
"ea embustera. Es que nos presenta el nacimiento de la verdad 
e n la pa labra, y que por eso tropezamos con la realidad de lo 
que no es ni verdadero ni falso. Por lo m'Cnos esto es lo más 
turbador de su problema. 
Pues de la venl<:.Id de es(a revelación es la palabra presente la 
que da testimonio 'en la rea lidad actual, y la qu e la funda en 
Hombre de esta rea l idad. Ahora bien, en esta realidad sólo la pa­
lahra da tCS lirnvnio de esa parte de los poderes del pasado que 
http:venl<:.Id
247 
, 
246 FU NCl61'1 y CAMPO DE LA PAL ADRA 
ha sido apartada "en cada encrucijada en que el acon tecimiento 
ha escogido. 
Por eso la condición de continuidad en la an a lTlnesia, e n la 
que Freud mide la in tegridad ue la curación, no tiene n ada que 
ver con el mito l>ergsoni ano de una res taurac ión d'e la duración 
e n que la auten ticidad tle cada insta nte sería destru ida de no 
resumir la modulación ue lodos los instantes a nleceuentes. Es 
que n o se tr(\ta para Freud ni de memoria biológica, ni de su 
mistificación in tu icion ista, ni de la para mnesia del síntoma, 
sino de rememoración, es d'eci r de his tori a, que hace desGlnsa r 
sobre el único fi el de las certidumhres de fecha la balanza en 
la que las con jeturas sobre el pasado hacen oscilar las promesas 
d'el futu ro. Seamos ca tegóri cos, no se t rata en la a namnesia psi­
coana líti ca d e rea liuad , sino de verdau , porque es el erecto de 
una pa la bra plena reordenar las co ntingencias pasadas d,índoles 
e l sentido de las necesidades por venir, tales como las cons titu ­
ye la poca li bertad por med io de la cual el suje lo las hace 
presentes. 
Los mea ndros de la btlsq ueda q ue Freud pros igu e en la ex­
posicic'm del caso del "hombre de los lobos" co n(i rman es tas 
expresiones por toma r en ellas su ple no se ntido. 
Freud exige una o bjeti vación to ta l de la prue ba mie ntras se 
tra ta ue [echa r l a escena primitiva, pero supone ::;i n más todas 
las resubje tivaciones de l acontecimiento que le parecen necesa· 
rias pa ra explicar sus electos en cada vuelta en que el suj eto se 
reestructura, es decir Otras tantas reestructuraciones del aconte· 
ci mien to que se operan, como él lo expresa , nachtriiglich, re tro· 
ac tivarnente.15 Es m<is, con una audacia que linda con hl uesen . 
voltu ra , declara que considera legí timo bace r en el an ¿t lisis de 
los procesos la elisión de los interva los ue ti empo en q ue e l 
aconteci mien to permanece latente en el suje to. u; Es decir que 
a nu la los tiem.pos pa.ro. comprende,. en provecho de los mome-n­
tos de conclu ir que precipita n la meditación de l sujeto hacia e l 
sentido que ha ue decidirse del acontccimiento o rigin al. 
O bservemos que el tiempo pm'a comprender y el momento de 
concluir son nociones que hemos definido e n un teorema pura_ 
I ~G.J.V., XII , p. 7 1: C¡"1 P.{yclI01WlyH:{ . P rcs~("'1 U ll iversi l a i re~ de Frallce , p. 
35G, tr ;l dll cc ión (jé bil clel ll;rm ino: n.N. , 11, p. 803 [el lra(\ uc lO f c~pa Jlo l 
oice a I¡O~ l eTiori ): A .• XVII , p. '1:2 [COII pO<, tc r io ridadJ. 
le e .JoY ., XII, p. 72. JI . \, l'II(imas linca ~. Se vuel ve a e ll coll t rar sll hrayac\a 
e n I:l lIoca la noción de NQchl l'¡¡glidlheil. Cinq t)s)'chorlalJ.)cs, p. 3.",G, 11 . 1: 
B .~ ., 11 , p . 803, nOta 1; A., XVH, p. 43. n. 19. 
fU1'I C¡ÓN y CA M ro DE LA PALABRA 
mente lógico, !7 y que son fa mili ares a nuestros alumnos por ha ­
berse mostrado mu y propicias a l análisis dia léct ico por el cual 
los guiamos en el proceso de un psicoan álisis. 
Es ciertamente esta asun ción por el sujeto de su historia, en 
cuanto que es t ~l constit uida por la pa labra dirjg ida a l o tro, la 
que form a el fondo del nuevo método al que Freud da el nom­
bre de psicoa ná lísis, no en 1904, como lo enseñaba n o ha mu ch o 
una au torid ad que, por h aber hecho a un lado el man to de un 
silen cio prude ll le, mo:, tró aq uel día no conocer de Freud sino 
e l títul o de sus obras, sino en 1895 . 1f~ 
Al igu al que Freu d, tampoco nosotros n egamos, en este aná­
li sis del sen tid o de su método, la discontinuidad psico.Eisiológi­
ca qu e manifiestan los es tados en que se produce el síntoma his­
térico. ni que éste pueua ser tra tado por mé todos - hipnosis, 
incluso narcosis- que reproducen la discontinuidad de esos esta­
d os. Sencillamente, y tan exp resame nte como él se prohibió a 
pa rtir de cierto momento recurrir a ellos, desautorizamos todo 
apoyo tomauo en e~os estados, tan to para expli ca r el síntoma 
como para curarlo. 
Porque si la originalidad de! método es tá hecha de los medios 
de que se priva, es qu e los medios que se reserva bastan para 
constituir un domini o cuyos límites definen la rela tividad de 
:,us operaciones. 
Sus medios son los de la pal abra 'en cua nto que confiere a 
las fun ciones de l indi viduo un sentido; su d ominio e" e l del 
di:,c u r::.o concreto en cuanto cam po de la realid ad transindivi­
dua l de! ::.u jeto; sus operaciones son las de la historia en cuanto 
que constitu ye la emergencia de la verdad en lo rea l. 
Pri meramente en efecto, cu ando el suj eto se adentra en el 
an ;í1isis. acepta un a posici6n más constituyente en si misma que 
tuda 'i las consignas con las que s'e deja más o menos engaña r: 
¡(I de la interlocución . y no vemos inconveniente en que esta 
o{ncrvación deje al oyente con [undido.U::I Pues nos dará ocasión 
de subrayar que la alocución del suje to supone un " alocuta­
. 7 C L pp. 194 ·200 dc (;::, Il reco pil ación . 
I ~ En un art icu lo al ;\l c;l n cC del lec Lar fra ncés menos exigcn te, p uesto que 
aparcein en la Revllt: Ncurologique c.:uya colección se encuCnLra h abitual­
me nte e ll las h ihlio ll,;GIS de l a.~ sa las de gua rdi a. El disp'lrl tC aq uí rescliado 
ilu.~tra c nt rc olrO~ cómo dicha autl)ridad a la que Sl luda mos en la p. 236 se 
m idió CO II su learltn hip. 
no [l ucgo de pil la bra.<¡ (; lI lre inlerlocution y inlerlnque, "confll ndido", 
" ;¡ lu roido". Ts1 
http:activarnente.15
249 
r 
248 
FUNC,¡ÚN y CAMPO LW lA 1\~ I.ABRI\ 
rio' ! ,~O dich o tIc otra manera que el Jocut01'21 se constituye aquí 
como intersubjetividad. 
En segunuo lugar, sobre el fun damento eJe esta interlocuciún, 
en cuanto "incluye la respues ta del interlocn tor, es cumo el seo ­
(ido se n05 en lrega de ]0 que Freud exige como restitu ción d e 
la continn idad en las motivaciones del sujeto. El examen ope. 
r<leion..1 d e t::s tC' objetivo nos mues tra en efecto que no se satis. 
face sino en la Lontinuitlad intersubjetiva del discurso en donde 
se consLitu ye la historia del "uje ta. 
Así es como el sujeto puede va lici nar ~obl'e su historia bajo el 
'efecto de una cua lquiera de esas drogas que adormecen la con­
ciencia y que han recibido en nuestro tiempo el nombre de 
"sueros d e la verdad " , en qlre la seguridad en e] conlrasentido 
delata la iro nía propia de l leng u<l je. Pero ]a re transmisió n misma 
de su uiscurso reg istrad o, a unque fuese h e<:ha por la boca de su 
médico, no p ueue, por lIeg'a rle bajo esa forma enajenad a, lener 
los mismos efec tos que la interlocu ción psicoana lít ica . 
Por eso es en Ja posició n de un te rcer té rmino donu e e l uescu ­
urüniento Ireuuiano del inconsciente se escla rece -en ~u fu nd <t­
mento veruauero y puede ser formu lado de mane ra ~imple en 
es tos términos: 
El in consci'ente es aquella parte del discurso concre to Cn CU Cl Il ­
to tran sindividual que fa lta a la disposición de l suj e to par.. re.,. 
tablecer la c.:onrinuid ad de su discurso conscien te. 
ASl desaparece la para doja que presenta la noción d e l in con 'i. 
cien te, si se la refiere a un a realidad individual. Pues red ucirla 
a la tend encia inconscie nte sólo es resolver la paradoja, elu­
dienuo la experiencia que muestra claramen te que el ülco nscien­
te participa de las funciones de la idea, incluso d-el pensalllie nto. 
Como Freud lo subraya claramente, cua ndo, no putlientlo evitar 
del pen samiento inconsciente la conjun ción de términos contra­
riados, le d a el viáti co de esta invocación: sil ven ia verbo . Así 
pues le obedecemos ech ;índole la cu lpa a l verbo, pero a ese 
veroo realizado e n e l discurso que corre como en e l juego de 
3) Incluso si habla "para las pa red es". Se dirige a ese (gran) Olro Clip 
teoría hemos refonado d (,.'S pucs y que gobierna algulla ¿tJOché en la reite" 
raciÓn del término a l que seguimos ateni éndonos en es ta fech a: el tIc iLlter ­
subjeti vidad (196G). 
ft T omamos estos términos dd llorado t.doua rd Pichon q uc , tanlO cn la , 
indicaciones que dio para el naci m ie nto de nuest ra disciplina como para 
las qne le guiaron en las tinieblas dc las persona!., most ró un a adivinadór: 
que só lo podemos referir a su cjercicio dc la scm;ÍllIica. 
H iNCI6N y CAM I'O 1»):: l A J't\LI\B R,\ 
la sortija2~ de boca en haca para dar a l acLO d el :-. uj eto que 
recibe su lll en ~aje el sentido quc hCl ce de ese Llcto un acto el'e ~u 
h istoria y que le da su verdad. 
y entonces la objeción de con tradi cción in terminis que eleva 
contra el pensamiento in co nsc iente Ulla p.\ icologia ma l (ullu aua 
en su lógica cae con la distinción mi sma del domin io psicoana­
lítico en cuanto 4ue manifieHa la realida.u del d iscurso en su 
a utonomía y el epp1l1" si lJ1twvd del p~ico('lJla lis l a coi ncide con el 
de Galileo cn "U incidencia, que 110 es la de la experiencia del 
hecho, ~ino la del exp erimenlHU¡ m enÚ.\'. 
El inconsciente es ese cap ítulo de mi historia que c~t;í mar­
Glllo por Ull blanco u ocupado por un embuste: es e l cap ítulo 
{·ensul'ado. Pero la verdad puede volverse a t:l1cont)'(l.r; lo más 
;1 menud o ya es t;\ etlcrita en otra parte. A sabe r: 
- en los mOllUlllentos: y e~ to es mi cuerpo, eS decir el núcleo 
hi ~ té rj co d e la ll eurosis donde el ~í Jl to nl<l hi stérico mue~ tra 1;\ 
'C~ tructura de UIl lengu aje y se d escifra como una in scripción 
que, un a vel recogida, puede ~j ll pérdida grave ser destruida; 
- en ]05 d ocume ntos de a rchivos también: y ~on los recuerdo\ 
d e mi infa nc ia , impenetrabl es ta ll lo como ell o'i, cuand o no co­
nozco su proveni'encia; 
- en la evolu ción sem ~íntica : y e~to rc~polld e a1 sloch y a la.'" 
acepciones d el vocabu lario que lile es parti cular, colOO a l es tilo 
de mi vida y ¡¡ mi carácte r ; 
-en la tradi cióll también , y aun en las lc)'end as 4u e hé\jO UTt;t 
forma heroj (i cad a vehiculall mi hi stori a; 
-en los ras tros, finalm ente, que conservan illcv itahlementc la ,; 
dis torsion es, necesiladas p"ra la conex ión de l ca pitul o adu lre­
rado eon los ca pítulos yue lo enJllarca n , y cu yo sentido res la ­
bleeer;í mi exégesis. 
El es tudi an te que tenga la idea - ]0 hastante ra ra , es cierto, 
como para 4ue nuestra en ~eñanza se dediyue a p ro pagarla­
de que para com prender a Fre ud , la lectura d'e Freud es prefe . 
rible él la de l seiior Feni chel, podra d arse cuenta emprendién. 
dala de yue lo yue acabamos de decir es tan poco orig ina l, in ­
cluso en su (raseo, que no aparece en e ll o n i una sola me táfora 
que la obra de Freud n o rep ita con la frecuencia de un motivo 
en que se transpa rent;l su trama misma . 
":!'! [Jucgo tr:Hlicional en :¡:rancia. que co nsislc cn h:t(l;r cou er ull a wrl ij a 
:l lo brgo ele una cinla que los jug:\dorcs cn círcll lo so~ Li(,I1 CIl cntre sm 
manos, dc l.ll rnallcr:.. quc sca difíc il ad ivinar cn qué mt!.no 11a quedadu 1<1 
~f)1 Lija. TSJ 
• 
250 F U N CiÓN Y CAMPO DE LA PA LA BR ... 
Podrá entonces p <l lpar más fácilmen te , en cad a insta n te de 
su pníct ica, como a la ma nera de Ja neg<l ció n q ue su redobla ­
nlie nlo a nu b , es tas metá fo ras p ierden su dimensión IllCla ft'>r ica, 
y re(onocerá que sucede as í porq ue t i o pera en e l d o mini o pro­
pi o de la me tMora q ue no es sino e l sinó nimo del despl azam.i en LO 
simhó lico. pues to en juego e n el síntom <l . 
.Iuzga r ;.í mejor después de eso sobre el despla za mi en to ima­
g in ario q ue mo tiv <l la obra del señor Feni chel, midie nd o la d i. 
feren cia de consistencia y de efica cia técnica e ntre la refe rencia 
a los estadi os pretcndida me nte org{lnicos del des;t ITo llo ú ld ivi . 
du al y la busquecla de los acon teci mien tos par ticu lares de l a 
historia de l !! ujelo. Es exac tamen te la q ue separa la investiga­
ciún h istór ica a utén tica de las pre tend idas leyes de 1", hi stor ia 
d-e las q ue puede decirse q ue cada época encu en tra su filósofo 
pa ra d ivulgarlas a l capricho de los valo res q ue pre valecen en 
e ll a. 
N o q uie re decirse que no hay... mJda que conserva r d e los di­
[e rentes sen t idos d escubie rtos en la marcha genera l ele la h is to­
ri ", a lo la rgo de esa. vía que va de Bossuet (.facques-lléni gne) 
a Toy nbee (Arn o ld) y que pu ntúa n los ed ific ios de A uguste 
Comte y de Kl.I rl Ma rx. . Cad a uno sabe ú e rtamente q ue va le n 
tan poco p<lrCl orie n ta r la invesLigación sobre u n pasad o recien . 
te como p éHlI presumir con a lguna razó n acontecim ientos de 
m a ri a n:t . Por lo clemá!! son Jo basta n te modestas co mo pa r", remi . 
tir éJ l pasad o ma ña na sus ce rtidumbres, y ta mpoco demasiad o 
mojigíl tas p~l ra ad m itir los re loques q ue perm iten p rever lo que 
sucediú ayer. 
Si su papel es pues bastante m agro para e l progreso cien t ífi co , 
su inlerés sin em bargo se sitúa en o tro siti o: es tá en su pape l 
de ideales, que e:; consid erab le. Pues n os lleva a d i:; tin guir lo 
qu e puede ll amarse las funciones p r imari a y secund<1ri a de la 
hiHorizJc ió n . 
P ues afirmar del psicoa n;Hi sis como de la h isto r ia que en 
cua n to ciencias son ciendas de lo parti cul a r, no qu iere decir 
que los hech os con los que tienen q ue verse las sea n puríl men te 
accid en ta les, si es q ue no fl:.lCl ici os, y que ~ u valor ú ltimo se re ­
duzca a l <I!! pecto bru to de l trauma. 
Los acontecirn ien tos se engend ran en un a hi sto rilac i{>n p r i­
ma ri;¡ , di cho de o lra ITwner<l la histor ia se h ace ya e n e l escen<1­
r io donde ~e la represen llHú una vez escrita , en e l fuero in te rn o 
C0l11 0 en e l fuero ex te rio r. 
En t.a l c.:p oca, ta l mo tín en el anabal p Jrisino dc Sa int-A nto i. 
2:11 
FUNCi Ó N V C.AM I"O 1>1'. l A I"ALADRA 
ne es vivido por sus actores co mo victori a o derro ta de l Pa rl a­
mento o de la Cone; 'ell ta l o tra , como victoria o derrota del 
prole tariado o de la burguesía, Y tnmq ue sea n " lo!! pueb los" , 
pa ra hablar como Retz, tos que siempre pagan los de!o, t ro/o;" no 
es en a bsoluto e l mi smo aco n tecim ien to hislúri ro, (lucre mo') de­
ci r q ue no dej an la mh ma d a ...e de recuerd o en la memoria ele 
los h ombres . 
A !!a be r : q ue co n la desapa ri ción d'e la re<l lidad del Parlamen­
to y d e la Cone, e l p ri mer acon tecimie n to re tOrnará a su valo r 
tra umá ti co suscep tib le tle un progresivo y autént ico tles\anec i­
m ien to, si no se re,lni ma 'ex pre!!;unente !! u senti d o. l\.lientra,,; q ue 
e l recuerdo d el seg undo !>egui rá ~iendo mu y vivido incluso ba jo 
líl cem ura - lo mism o q ue la amnesia de la rep res i¡')n es un a 
de las fonn:ls más vivas de la memoria-, mien tras h ;.¡ya hom b res 
pa ra some ler su rebeldía a l o rden de la lu cha por e l <1d ven i· 
mie n to polí t ico d e l p ro le ta riad o , es decir , ho mbres para quienes 
las pa labras clave d'e l ma teriali!! Jno dia lécti co ten ga n un sen ti d o. 
y en tonces sería decir delllas i¡¡do que fu és'emos a tra~lada r 
es tas observa cio nes ;¡( campo de l p sicoaná lisis, p uesto que eSI"' n 
y<1 e n é l y puesto que el de::, in tr incamien to que produ <.e n a llí 
entre la técn ic<l de uesci (rami ento del in conscien te v la teorítl. 
de los instintos, y aun de las pul sio lles, cae po r su p;o pio peso . 
Lo que ense rIa mos a l ') uje to a reconocer como su i n con~cj ente 
es su hislo t ia ; es d eci r q ue le ayud amos el pedeccion ar I ;l !l is to­
r ización actual de los hechos que determinar on ya en su exi sten­
cia cierto n úmcro ele " vuelcos" históricos. Pero si ha n tenido 
ese pa pel ha sido y<1 en cuanto hechos de hi stori a, es decir en 
cuan to reconocid o:, en cierto sentido o censur;:¡ dos en ci eno 
orden . 
Así toda [ijac.i ún en un pre tend ido estad io in st in tual es {'l n te 
tod o est igma hi ~ t6 ri co: págin a de vergüenza que se olv ida o que 
se íl n u ),l, o p{lgina de glori a que obliga. Pero lo olvi d ad o se 
recuerda en los acto~, y la anul ación ~e opone a lo qu e se dice 
e n o tra parte, como la o b li gadún perpe túa en e l sím bo lo e l es­
pej ismo preciso en que e l suj elo !:oe ha visLO a tra p::ld o. 
Pa ra decirlo en pocas palab ras, los estadios inst in tual-es son 
ya cuando son v ividos organil('l dos en subje t ivid ad . Y par a ha­
b la r c laro, la su bj'e t ivid ad d el niii.o q ue reg i ~ t ra en victor ias y en 
de rro tas I€.I gesla d e hl ed ucación de !! us esHnleres, ROla ndo en 
e llo d e la sexual i/.<l cíÓll imaginaria de sus orifí cios clo aca les, 
haciend o agres i6n de sus expu lsiones excremenli ci;¡s, seducció n 
d e sus re ten c.io nes, y símbo los ele !:o us re la ja mi entos, esa subje ti ­
http:produ<.en
!!52 
J'UNUUN \' {;'\.\fJ'O OJ·. 1..\ J"'I~"'II)(i\ 
vid;H.I no ('S fUl1damenlalmt:nl(' dife1-ente de la subjetividad del 
psicoanalista que se ejercita en restituir para compre nde rlas hJ S 
formas del amor que él llama pregenital. 
Dicho de Olra manera, el es tadio anal no es meno~ puramente 
hist6rico C1I:;1 1H.lo e~ vivido que cU<1od o es vue lto a pt.' ll ~<1r , ni 
meno:, puramente fund ado en la inter~lIbjetividad. En cambio, 
~u hOJl1ologaciún como e l<.lpa de una pretendida maduración 
instintllal Ile"a derec. hamente a Jo~ mejores espíri tu ~ a extra­
viarse hasta ver e ll ell o la rcprocluccit'>n en la on togónesi:::. de un 
.c..'stau io del filum ;lI1imal que hay que ir él bus<:ar e n los ásGI­
ri s o a Ull en las medusa:::., e:::.pecuJaciün que, a unqu'e ingeniosa 
baj o 1(1 p lum ;} de un Balint, lleva en otros a l<ls en soñaciones 
más in consistentes. illcJu:::.o a la locu ra que va a buscar en e l 
protozoo e l e~quema imaginario de la efracción corpora l cuyo 
temar goberll aría la sex ualidad femenina. ¿P or qllé elltonces n o 
buscar Ja imagen d el )!o en el (a marón bajo el pretexto de qu'e 
llllO )' otro recobran después de cada muda su caparazón? 
Un tal J "worski, en Jo> ,,,1o> 1910.1920, h abía edific" uo un 
mu y hermoso si!> tema donde "el plano biológico" volvía a en ­
contrarse hasta 'en los confines de la cultura y que precisamente 
daba al orden de los crustáceos su cónyuge histórico, si mal no 
recuerdo, en a lguna tardía Edad Media, bajo e l e ncabezado de 
lIn comlln florecimiento de la armadura; no dejnndo viuda por 
lo dem:ís de su correlato humano a ninguna forma anima l, y sin 
exceptuar a los mo lWicos y a la ~ chinches. 
La analogía no es la metcHora, y el recurso que h an encoIl­
trado en e lla los fil ósofos de la natu ra leza ex ige el genio de 
un Goethe cuyo ejemplo mismo no es a len tador. Ninguno re­
pugn:1 más al espíritu de nuestra disciplina, y es al'ejeíndose ex­
presa me nte de él como Fre-ud abrió la vía propia a la interpreta _ 
ción de los sueños, y con eUa a la noci ón del simbolismo analí­
tico. Esta noción, nOsotros lo decimos, esttl estri cta men te en opo­
!) ición con el pensa miento a na lógico del cua l una tradición du­
dosa hace que algunos, inclu~o entre 1I0sotros, la consideren to­
davía como :::.o lidar ia. 
Por eso los excesos en el rid ícu lo deben ser ut ilizados por su 
valor de ahridores de ojos. pues por abrir los ojos sobre lo ab~ 
surdo de una teoría, los guiar:ín hacia pel igros que no tienen 
nad a de te() ri cos. 
Est:l. mitología de la madurclción in stintu al, construida con 
trOlaS 'escogidos de la obra de Fre ud, engendra en efecto proble_ 
Ill:l. 'i espiri tH <l l c~ cuyo vapor con-d ensa do en idea les d e nubes 
'U:"l'UN(;IÓ"" \ ' ("i\ .\f I'O nt, L\ l'II LAIIRt\ _ .).. 
riega de rechazo con sus e flu vios el miLO original. La~ mejores 
plumas desti lan su tinta e n pl anlear ecuacion'es que sa tislagan 
lasexigencias de] misterioso genita l lave (hay ex presiones cuya 
extrañeza congenia mejor con el paréntesis de un térnlino prcs­
t:1do. y rubrican su lem:1 tiva por una confesión de non ¡¡"Ud) . 
Nadie sin embargo parece conmocionado por el ma lestar q uc 
resulta de 'e llo, y m{ls bien se ve alli ocasión de a lentar a LOdos 
los i\I{ünchhausen de la normal izacibn psicoa nalít ica il qu e xC: 
ti ren de los pelos (on la espera nza de <llcan zar el cie lo de la 
plena reali í'.acióu del objeto gen ital, y aun del objeto a secas. 
Si nosotros Jos psicoa na li stas eSlamos bien si tuados par;) cono­
cer el poder de las palabras, no es una razÓn para hace rl o va le r 
en el sentid o de lo inso luble, ni para "a tar fard os pe !:l ados e imo­
portables para abrum ar con ellos las espaldas de los h omb re;.,", 
como se expresa la maldición de Crj ~ to a los fariseos en el lexto 
d'e Son Mateo, 
Así la pobre!.a ue los lérminos donde inle nla mos inclui r un 
problema subjetivo puede dejar qué desear a cie n os espíritu ~ 
exigentes, por poco que los comparen con los que estrucluraban 
hasta 'en su confusión las quere llas anüguas acerCa de b Natu­
raleza y de la Graci a.z:1 Así puede dejar subsistir temores en 
cuanto él I:t ca lidad de los cfer.los psicológicos y soc. iológ ico:::. que 
puede n esperarse de su uso. Y se harán votos porqu-e u na mejor 
apreciación de las fun cio nes del lagos disipe los misterios de 
nuestros ca rismas fantasiosos. 
Para atenernos aUll a tradici6n m;'¡s clara, (al vez en t"end~llllox 
la m<íxima cé lebre en la que La R ochefou cau ld nos dice que 
·· hay perso n.1S que no habrían eS lado n unca ena morada s si no 
hubiesen ardo nun Ca hab lar de l a mor", no en 'e l sentido ronl<Ín ­
tico d e un <J "rea li zac ión" totalmEnte imaginaria del a mor que 
encontraría en e llo ull a a marga objeción, sin o como un recono­
cimiento auténtico de lo que el amor debe al sí mbolo y de lo 
que la palabra ll eva de amor. 
Basta en todo caso referirse a la obra de Freud para med ir en 
qué rango secundario e hipotético coloca la teoría de los instin­
lOs. No podría a sus ojos res istir un solo instal lte conlra el me­
ll a r hecho pa nicular de l1ua histori a, insisle, y el narcisismo ge­
ni/al que invoca en e l momento de resumir el caso del hombre 
;:, Esta refercncia a I:J. apoda del cri "l ia ní smo anu nciaba otra más precisa 
en su wlm cl1 j::ll! SCni sla: n ~ea l'a M:a l cuya alÍn virgen apuesta nos obligó a 
recnmcntarlo lodo para llegar a 10 que esconde eJc incs limah!c para d 
análi sis - cn es la fccha GUllio de 1966) todavía en rescrva . 
http:person.1S
~ 
25-i FUNCiÓN Y CAMPO DI', LA PALAllRA 
de los lobos nos mue~tra basta nte el desprecio en que sitúa e l 
orden constituido de los estadios libidin ales. Es m¡í!), no evoca 
.a llí el conflicto instintual Sill0 para apart..-Irse en seguida de él, 
y par.1 reconocer en el aislarni'ento simbó li co uel ")'0 no estoy 
castrado" , en que se afirma el sujeto, la for ma compu lsiva a la 
que queda e ncad enada su eJ ecci6n heterosexua l, c.:ontra 'e l efecto 
de captu ra homoscxua li'l.ante que ha sufrid o el yo devuelto a la 
matriz imaginaria d e la e~cena primitiva. Tal es en verdad el 
conflicto subjetivo, donde no se u'ata sino de las peripeci<ls de 
1(1 subje tividad. tClnla y tan bi en que el " yo " [je] gana y pierde 
contra el "yo" al capricho eJe la calequización religiosa o de la 
Aufhiaru,ng adoc[rin adora, co nflicto de cuyos efectos Freud ha 
hecho perca t<lrse al suje to por sus oficios a ntes de expli cá rnoslo 
en la dial éctica del complej o de Edipo. 
Es en el an<i1 i!lis de un caso tal donde se ve bien que la rea­
li z<lc i6n del amor perfecto no es un fruto de la Il atunlleza sino 
.de la gracia. es decir de una concorda ncia illLersuhjetiva que im­
pone su armonía a la naturaleza desgarrada que la sostiene, 
Pero ¿qué es pues ese suje to con e l que IlOS nuchaca usted 
,el ente ndim iento?, exclama finalmenre un oyente que ha perdido 
la pacienci;¡. ¿No hemos recibido ya del se ñor Pero Gr ullo la 
leccit)1l el e que todo 10 que es experimentado por 'el individuo 
es sub jetivo? 
- Boca ingenua cuyo elogio ocupará mis úllim os día s, ¡á brete 
una vez más para escucharme, No hace falta cerrar JO!l ojos, El 
suj'eto va mucho más a lLí de lo que el individu o experimenta 
"subjetivamente", tan lejos exac tamente como la verdad que 
puede alcanzar, y que acaso salga de esa boca que acabáis de 
cerrar ya, Sí, esa verdad d'e su hi!ltoria no está toda ella en su 
pequ6ío papel, y si n embargo 5U lugar se marca en él, por los 
tropiezos dolorosos que experimenta de no conocer sino sus 
répli cas, incluso en pIlgi nas cuyo desorden no l-e da mucho alivjo. 
Que e l inconscienle del sujeto sea el discurso elel Olro, es lo 
que aparece más claramente aún que en cUOllquier o tra parte 
e n los estudios que Freud cons~lgró a lo que él llama la telepa ­
tía, en cuanto que se manifies ta en e l co ntex to de una expe­
ri encí,1 analítica, Coincidencia de las expresiones del su jeLO con 
hechos de los que no puede estar informado, pero que se mue­
ven sie mpre en los nexos de Otra experienci<1 donde el psico­
antl li sta es interlocutor; coincidencia igualm ente en el Casa m{¡s 
frecuente cons tituida por una convergen cia puramente verbal, 
incluso homoními cíl, o que, si inclu ye un acto, se trata de un 
~rY.i. 'UNC IÓN y C... MPO DE LA PAL... IHI. ... 
(lClll1g out de un paciente de l analista o de un hij o en análisis 
del anali zado, Caso de resonancia en las redes co muni cantes de 
discurso, del que un es tudi o exhaustivo esc1arecería los c"sos "ná­
Jogos que presenta la vida corriente, 
La omnipresencia del discurso humano podrá ta l vez un día 
ser abarcada bajo el cie lo abierto de una omnicomunícílciún de 
su lexto. Que no es decir «ue será por 'e llo más concordanle. 
Pero 'es és te el campo que nuestra experiencia polari za en una 
relación que no es entre elos sino en apariencia, pues lada posi­
ción de su es tructura en terminos únicamente duales le es Lan 
inadecuada en teoría como ruinosa para su técnica, 
JI , SíMfiOLO y LE NGUA JE COMO ESTRUCTURA y LÍMI 'H, nr,L CAMPO 
PS lCO ANAl.lnCO 
Ti¡v dQxi¡v ¡¡ n "in AMO) "f'lV. 
Evangelio según Sa n ]u:ln, VIII , 25,24 
Haga palabras rImadas. 
Consejos a un joven psico(lnal ista. 
Para re tomar el hilo de lo que venim05 diciend o, repi tam os 
que es por redu cción de la historia del sujeto parti cu lar como 
e l ;1n¡ílisis toCíl UIH'l S Gestallen re la cionales que eX lrapola en un 
desa rrollo regular; pero que ni la psicología gené ti ca, ni la psi­
cología diferencial que pueden ser por ese m'edio esclarecidas, 
so n ele 5U in cumbencia, por exigir co ndiciones de observac ión 
y de experiencia que nO ti'enen con las suyas si no relaciones de 
h omonimia. 
Vayamos aún más lejos: lo que se destaca como ps icología en 
est<ldo bruto de la experiencia común (que no se confunde con 
la experiencia sensible más que para el profesiona l de las ideas) 
- él sab er: en a lguna suspensión de la cotid iana preocupación. 
el asombro surgido de 10 que empareja a los seres en un despa­
rejamíento que sobrepasa al de los grotescos d e un Leonardo o 
de un Gaya ; o la sorpresa que opone el espesor propio de un a 
piel a la caricia de una p <t lma animada por el descubrimiento 
,o:in que todavía la embote el deseo,- , esto, puede decirse, es 
:bol ( (Dcdanlc, poes: ¿Tú quié n ('res? Díjoles Jesús:) " Pu c,~ ni mas ni me-· 
no~, eso mLsmo que os vengo diciendo", Asl 
257 !!!í(i HIN C IÓ;": ) CA'\1I'O In LA I'A L.A UR \ 
abolido en ulla cx per ieno;¡ ari <¡ca a es to!:! capri chos, reacia o: c!:!os 
111isterios, 
Un p~i<:();ndli s i s va nonnal me mc a su término sin enlrega r. 
HOS m,h que poca co:-'(I de lo que nuestro paciente posee como 
propio por .<,u <¡e n.<, ibi Ji clad a los go lpes y a los colore,o;;, ue la pron­
titud de sus asimientos o de los puntos (J <lCOS de su Glrn e, de su 
poder de retener o de illventar, 'HlIl de la vivacidadele sus gus Los. 
Estol par.\doja es só lo aparente y no procede de nlnguna ('a ren­
(ia persona l, y !:! i se la p uede mo tivar por las condi ciones llega· 
t ivas ele lluestra experiencia, tan sc')lo nos urge un poco lll ;is a 
interroga r a t:S{(I sobre lo que tie ne de positi vo. 
Pues no se rC::'lle lve en los esfuerzos de al gull os quc -se UlC· 
jantes a esm filc')sofos que Plalc', n CSC"fn ece porque su ape tito 
de lo rea l lo::, lleva ,1 be \iar <1 los ,íruoles- van a toma r lodo epi . 
~odio donde apunte esa realid ad <¡ue se escabulle por la reac· 
ci6n vivida (k la que !le muestran tan golo!:!os. Porque !Ion esos 
mi smos lo!>' que, proponiénd ose por objelivo lo que eSlá más 
alJ;í del lenguaje, reaccionan ante el "prohibido tocar" inscrito 
en nuestra regla por una especie de ohsesión. No t;ahe dudar de 
((ue. en esta via , hllsmear.<;e recíprocamente se (ollvicl'ta en la 
q ll intaesencia de la rea('( i (~ n de tr;¡nsferencia. No exagera mo'i 
nacl a: un joven psi<:o;¡ nalista e n ~ ll trabajo de candida tura puede 
en nuestros días sa ludar en se mej ante ~ubord il1 ac i 6 Il de ,<¡ u sllj'e lo, 
obtenida después de dos o tres aijos de psicoan .ílisis va no. el 
;,dvenimiell to esperado ele la rela ci6n de obj eto, y recoger por 
e ll o e l dignu ,s es /, illtrarc de nuestros sufragi os. que ;¡va lan su ... 
0 1 pacidades. 
Si el p!licoan;ilisis puede llegar a ser un a ciencia - pues no lo 
es todavi;¡- , y si no debe dege nenll' en su técni ca - cosa que tal 
vez ya esté hecha- , debemos recuperar el sentido de su expe· 
rienci a, 
N;¡d., mejor podríamos hacer con este [in que volver a la obra 
d e F re ud , 1'-:0 basta decl ararse técnico para sentirse autor izado, 
por no comprender a un Freud HI, a refuta rlo en nombre d e 
un Freud II al c..¡ue se cree comprende r, y la mi sma ignorancia 
en que se e~ l A de Freud 1 no exc usa el que se consi(\'erc a los 
<:in co grandes p~i<.:oa n {di sis como una ~erje de (;1$0\ tan lila l 
escogidos como m,,¡ expuestos, a unque se mostras'e asombro 
de que el gra no de verdad que escondían se hay;¡ sal vado. ~:; 
Vuélvase pues a tOlllilr la obra de T;reud en la Tmu m d euflln g 
;o) Expresión Tecog ida de 1<1 bOla tic uno de los psicualla li slOI ' m:Í\ in l(' It '· 
,..dos e n c~tc d<:h:"llc ( 1%6), 
l' UNCIÚN y CAMPO DE LA PALABRA 
para acordars'e así de que el sueño t ien e la estru ctura de una 
[rase, o más bien, si hemos de atenernos a su letra, de un rébus?6 
es decir de una escritura, de la que el sueño del nirio repres-en­
taría la ideografía pri mordial, y que en el adulto reproduce el 
empl'co fonético y si mbólico a la vez de los elementos signifi. 
ca ntes, que se encuentra n asimísmo en los jeroglíficos del an ti . 
guo Egipto como en Jos caracteres cuyo uso se conserva en China. 
Pero au n esto no es más que desci[ram iento d el instrum'ento, 
Es en la versión d el texto donde empieza lo importan te, lo im. 
portante de lo que Freud nos di ce que está d ado 'en la elabora · 
ción del suei'ío, es decir en su retórica. Elipsis y p leonasmo, hipér­
baton o silepsis, regresión, repetición, aposición, tal'es son los 
uesplazamienlos sintác ticos, metáfora, ca tacresis, antonomasia, 
alegoda, metonimi a y siné cdoque, las condensaciones se mánticas, 
en las que Fre ud nos enseña a leer las intenciones ostentatorias 
o de mostrativas, disimuladoras o persuasivas, relorcedoras o se­
ductoras, con que el sujeto modula su discurso onírico. 
Sin duda ha establecido como regla que hay que b uscar siem­
pre en él la expresi(m de un deseo, Pero entendám oslo bien. Si 
Freud admi te como motivo de un sueño que parece estar en con· 
tra de su tesi s e l deseo misI1)o de contradeci rle en un suj eto que 
ha tratado d e conven cer,:!7 ¿cómo no llegará a admitir el mismo 
motivo para é l mismo desde el momento en que, por h aberlo 
a lcanzad o, es del otro (prój imo) de quien le retornaría su ley? 
Para d ecirlo todo, en ninguna par te aparece más claramente 
qu'e el d eseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del 
otro, no tanto porque el otro detenta las llaves elel objeto ele­
!:!eado, sino porque sn primer objeto es ser reconocido por el o tro. 
¿Quién de entre nosotros, por lo demás, no sabe por expe­
riencia gue en cuanto el análisis se adentra en la vía de la tran so 
[erencia _ y és te es para nosotros el indicio de q ue Jo es 'en efec­
to-, cada sueño del pa ci'ente 'ie interpreta como provocación, 
ron(esiún larvada o diven-iÓn. por su relación con el discurso 
:F, [F'., la exprL~ión utilizada por el propio FTeud en Lo. jnterprtlaúón de 
1m ,n¿C' iiO,f (Tm umlltultmg, r., }.Y.> IHJI, p , 234) omitida e n la ed ición de 
Am VITOI'Hl. IV, p, 285 . Los rébm son a((:rtijos gT¡ificos en los que, a partir 
de l ~ ignin ca lllc o el signil'i cado ele los dCOlt:ntos icónicos o ~imbó licos. debe 
TC('(H1Slruirsc una frase. En las pJgimls (k e ntre tenimiento de la!'> rev ista s 
¡I\I ~tTadas se los denomina e n csp<litol __imp ropiamcn tc- " jeroglífi cos", Asl 
,r, Cf, C egc llwu mch lrallme, in Tnwmdf'l t/ung, C,W., llJ PP ' 156· 157 Y 1&3· 
Jfi4, Tr.ld . in!4ks.:l . StandaTd [,lIil ioll , 1\'. pp. 15 1 Y 157·15B. Trad. fra ncesa , 
(.'(1. Alca ll , pp. 140 y 146 . Tlad , cspa ño1<1 , n .~ " l . pp. 3311 · 1, 335; .\. ,' 1\ , 
PI" I!)~I, 17<1 ·:í , 
258 F UNCiÓN Y CAMPO DI': I .A PALABRA 
analítico, )' qu'e a medida que progresa e l a nálisis se reducen 
cada vez más a la función de elementos d~ l d iálogo que se rea~ 
liza en él? 
En CUa nto a la psicopatología de la vida cotidi ana, Olro ca m. 
po consagrado por o tra obra de Fre ud, es claro que todo aeLO 
fallido es un di scurso logrado, incluso bastante li ndamente pu­
lido, y que en el lapsus es la mordeza la que gira sobre la pala­
bra y justo con el cuadran te que hace falta para que un buen 
entendedor encuentre lo que necesita, 
Pero vayamos derecho a donde 'el libro dese mboca sobre el 
azar y las creencias que engendra, y especialmente a los hechos 
en que se dedica a demostrar la eficacia subjetiva de las asocia­
ciones sobre números dejados a .la ~uerte de ona elección inmo­
tivada, incluso de un sorteo al azar. En Ilinguna parte se revelan 
mejor que en semejante éxito las estru cturas dominantes del 
campo psicoana lítico. Y el llamado hecho a la pa!>ada a mecanis­
mos intelectua les ignorados ya no 'es aquí ~ino la excusa de des. 
aliento de la confi anza tota] concedida a los símbolos y que se 
tamba lea por ser colmada más allá de todo límite. 
Porque sí para adm itir un sínLOma en la psi copaLOlogía psico­
a na lítica, neurótico o no, Freud exige el mínimo de sobredetel'­
minaCÍón que constituye un doble sen tido, símbolo de un con­
flicto difunto más allá de su función en un conflicto presente 
no menos slmból-ico, si nos ha enseñado a seguir 'en el texto de 
las asociaciones libres la ramificación ascenden Le de esa estirpe 
simbólica, para situar por ella en los puntos en que las fo rmas 
verbales se entrecruzan con ella los nudos de su est ru ctura -que­
da ya del todo claro que el síntoma se resuelve por entero en un 
análisis del lenguaje, porque él mismo está estructurado como 
un lenguaj'e, porque es lenguaje cuya palabra debe ser librada. 
A quien no ha profundizado en la naturaleza del lenguaje es 
al que la experiencia de asociación sobre los números podrá 
mostrarle de golpe lo qU'e es esencial cap tar aqu í, a sa ber e l po­
der combinatorio que dispone sus equívocos. y para reconocer 
en eHo el resorte propio del in conscien te. 
En efecto si d-e unos números obLenidos por corte en la con. 
tinuidad de las cifras del numero escogido. de su casa miento 
por todas la s operaciones de la aritmética, incluso de la división 
repetida del número original por uno de los números cisiparos, 
Jos números r'esultantes2B muestran ser simbolizan tes entre todos 
~ Es preciso, para apreciar el fruto de estos procedim ientos. compene. 
FUNCl 6N y C,\M 1'0 DE LA PALABRA 259 
en la historia propia del sujeto, es que estaban ya la tentesen la 
e lección de la qne toma ron su punto de partida -y entonces si 
se rduta como sup'Crs ticiosa la idea de que son aquf las cifras 
mi~mas las que han de terminado el destino del sujeto, forzoso 
es adm iti r que es en el orden de existencia de sus combinacio­
nes, es decir en el Jengua.ie concreto que representan, donde re· 
~ ide todo lo que el análisis revela al sujeto como su inconsciente. 
Veremos que los fílólogos y los etnógrafos nos revelan bas­
tante sobre la seguridad combinatoria que se manifi'esta en los 
sistemas completamente inconscientes con los que tienen que 
vérsel as, para que la proposición aquí expresada no renga p:Ha 
ellos nada de sorprendente. 
Pero si alguien siguiese siendo reacio a nuestra ide;:¡, recurri­
ríamos, una vez mAs, al restimonio de aquel que, habiendo des­
cubierto el inconsciente, no carece de títulos para ser creído 
cuando señ.al;:¡ su lugar: no nos dejará en fa lta. 
Pues por muy dejada ue nuestro interés que 'es té -y por ello 
mismo- , El chiste y su rela.dón con lo inconsciente sigue siendo 
la obra más incontrovertible por ser 1a más transparen te donde 
el -efecto del inconsciente nos es demostrado hasta los confines 
de su finura ; y el rostro que nos revela es el mismo del espíritu29 
en la ambigüedad que le confiere f'l lenguaje, dond'e la otra cara 
de su poder de regalía es la "salida", por la cua l su orden entero 
se anonada en un instante - salida en efecto donde su act ividad 
creadora devela su gratu idad absoluta, donde su dominación 
sobre lo rea l se expres<l en el reto del sinsentido, donde el hu· 
mor, en la gracia ma lvada d'el espíritu libre, simbo Uza una ver· 
dad que no dice su última palabra. 
H ay que seguir en los rodeos admirablemente urgentes de las 
líneas de este libro el paseo al que Freud nos arrastra por ese 
jardí n escogido del más amargo amor. 
Aq uí todo es sustancia, todo es perla. El espíri tu que vive 
como desterrado en la creación de la que es el invisible sostén, 
sa be que es dueño en todo instante de anonadarla. Form<ls a lti. 
vas O pérfidas, dandistas o bonachonas de esa realeza escondida, 
de todas ellas, a un eJe las m~Is despreciadas Freud sabe hacer bri 
llar el esplendor secreto. Historias de l casamentero recorriendo 
lrar.;e de las uOlas promovidas por nosotros desde esa epoca, que se cncuen· 
tran de f..mile Rorc1 en su libro sobre el azar sobre la IrhialicJad de lo que 
se obliene así de "JlOlablc" a partir de un número cualCJujcra (1966), 
:J) [En fran cés, la pa labra esprit significa a la vez "espiritu " e "ingenio", 
"gracia" El aULor uLiliza los dos sentidos. 'rs] 
http:Jengua.ie
261 260 FUNCiÓN l' CAMPO DE LA PALA8RA 
los ghe ttos de Moravia, ligura dilamada de Eros y como él hijo 
de la penuri a y del esfu'erzo, guiando por su servicio discreto la 
avidez del menteca to, y de pronto escarneciéndolo con una ré· 
pli ca iluminan te en su sinsentido : "Aquel que deja escapar así 
la verdad", com'enta F reud, "está en realidad feliz tIe arrojar la 
máscara," 
Es en efec to la verdad la que por su boca arroja aquí la más· 
cara, pero es para que el espíritu adopte o lra más engañosa, la 
sofíst ica que no es más que estratagema, ]a lógica que no es más 
que trampa, lo cómico incluso que aquí no ll ega sino a deslum. 
brarle. El espíri tu es tá siempre en otro siLia. "El espíritu supone 
en 'efecto una condi cionalidad subjetiva tal. .. : na es espíritu 
sin o lo que yo aceptO como tal", prosigue Freud, que sabe de 
qué h abla. 
En ninguna otra parte la inten ción del individ uo es en efecto 
más manifiestamente rebasad a por 'el haJlazgo del suje to; en 
ninguna parte se h ace sentir mejor la distinción que hacemos 
de uno y otro; pues to que no sólo es preciso que algo me haya 
sido extraño 'en mi hallazgo para que encuentre en él mi placer, 
sino que es preciso que siga siendo asf para que tenga efecto. 
Lo cu al loma su Jugar por la necesidad, tan bien señalada por 
Freud, del tercer oyente siempre supuesto, y por el hecho de 
que el chiste no pierde su poder en su transmisión al estilo indio 
recto. En pocas palabras, apunta al lugar del Otro el amboceptor 
que esclarece el artHicio de 1a palabra chisporroteando en su 
suprema a lacridad. 
Una sola razón de caíd a para el espíritu : la chi:ltura de la ver­
dad que se expl ica. 
Ahora bien, esto concierne directamente a nu'eslro problema. 
El desprecio actua l por las investigaciones sobre la lengua de 
los símbolos, que se lee con sólo mirar los sumarios de nuestras 
publicaciones de antes y después de los años 1920, no responde 
para nuestra disciplina a nada menos que a un cambio de obje­
to. cuya tendencia a alin'earse con el ni vel más cha to de la co­
municación, para armoniza rse con los objeti vos nuevos pl'opues­
loS a la técnica, habrá de responder tal vez del balance bastante 
maci lento que los más lúcidos alzan de sus resultados.so 
¿Cómo agotaría en electo la palabra el sentido de la palabra, 
o por mej or decir con el logicismo positivi sta de Oxford, e l sen­
3l el. C. 1. Oberndorf, "UnsaLisfactory rcsulfs o f ps)'choanalyl ic lherapy", 
P~ycllOan alylic Quarterfy, 19, 393-407. 
.-UNCIÓN y CAM I'O 01-. LA. PAl.ABRA 
tido del sentido, sino en el acto que lo engendra? Así el vuelco 
goetheano d'e su presencia en los orígenes : "Al principio fue la 
acción", se vuelca a su vez: era ciertamente e l verbo el q ue 
estaba 'en el principio, y vivimos en su creación , pero es la acción 
d'e nu es tro espíri tu la que con tinúa esa creación renovándola 
siempre, Y no podemos volvernos hacia esa acción sino deján. 
donas empu.iar cada vez más adelante por ell a, 
No lo intenta remos por nuestra parte sino sabiendo que ésta 
es su vi;:!. , ' 
Nadi e pU'ede a legar ignorar la ley; esta fórmula transcrita de) 
humorismo de un Cód igo de Justicia expresa sin embargo la 
verdad en que nuestra experiencia se funda y que ella confir­
ma, N ingún hombre la ignora en efec(Q, puesto que la ley del 
hombre es la ley del lenguaje desde que las primero, palabras 
de reconoci miento presidieron los primeros don'es, y fueron ne­
cesarios los dánaos detestables que vienen y huyen por el ma r 
para que los hombres aprendies'en a temer a las palabras enga­
ñosas co n los dones sin fe. Hasta entonces, para los Argonautas 
pacíficos que unen co n los nudos de un comercio simbólico los 
islotes de la comunidad, estos dones, su acto y sus objetos, su 
erección 'en signos y su fabricación misma, es tán tan mezclados 
con la palabra que se los designa con su nombre,lI l 
¿Es en esos dones, o bien en las palabras de consigna que armo­
nizan con ellos su sinsentido sa ludable, donde comienza el l'en­
guaje ron la l ey? Porque esos dones son ya símbolos, en cuanto 
que el símbolo quiere decir pacto, y en cuanto que son en pr i, 
mer luga r significantes del pacto que constituyen como signi fi. 
cado: como se ve bien en el hecho de qU'e los objetos del inter, 
cambio simbólico, vasijas hechas para quedar vacías, escudos 
demasiado pesados para ser usados, haces que se seca rán, picas 
que se hund-en en el suelo, están destinados a no tener uso, si 
no es que son superfluos por su abundancia. 
¿Esta neutralización del signitican te es la totalidad de la natu~ 
raleza del lenguaje? Tomado así , se encontraría su despuntar 
entre las golondrinas d'e mar, por ejemplo, durante el pavoneo, 
)' materializada en el pez que se pasan de pico en pico y en el 
que los etólogos, si hemos ele ver con e llos en esto e l instrumento 
de una puesta en movimiento del grupo que serIa un equiva lente 
de la fies ta, telldrían justificación para reconocer un ~ímbolo, 
~'eL 1' lIlf<> ou ·o.~: Do Kamo , de Mauricc Lecnhardl, cap', IX. y X. 
http:resultados.so
263 262 FU NCIÓN " CAMPO DE LA P ALABRA 
Se ve que n o retrocedemos an te una búsqued a fuera del d o. 
m in io h umano de los orígenes del comp0rLamiento simbólico. 
Pero no es cie rtamenle por el ca mino de una elabora ción del 
signo, el que emprende después de tantos o tros el sellor .Tules

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