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LA FORMA QUE PIENSA. TENTATIVAS EN TORNO AL CINE-ENSAYO EDICIÓN DE ANTONIO WEINRICHTER LA FORMA QUE PIENSA. TENTATIVAS EN TORNO AL CINE-ENSAYO EDICIÓN DE ANTONIO WEINRICHTER DE VISTA REMONTAJES LA APROPIACIÓN EN EL CINE DOCUMENTAL Y EXPERIMENTAL PRESENTACIÓN .......................................................................................................................................................................................................... 11 PROBLEMAS DE DESCRIPCIÓN .......................................................................................................................................................................... 14 EL RECICLAJE EN EL CINE COMERCIAL ...................................................................................................................................................... 21 EL DOCUMENTAL DE COMPILACIÓN ............................................................................................................................................................... 35 ALUMBRAMIENTO. COMPILACIÓN Y RECONSTRUCCIÓN COMPILAR EN TIEMPOS DE GUERRA EL MONTAGE SOVIÉTICO HERENCIA DE LA ESCUELA DE MONTAGE MONTAGE Y DOCUMENTAL SONORO PROPAGANDA Y ESFUERZO BÉLICO TRAUMA, DUELO, ANAMNESIS NUEVO DOCUMENTAL NORTEAMERICANO LA COMPILACIÓN MODERNA NUEVOS TEMAS, NUEVOS MATERIALES EL NUEVO PARADIGMA DEL ARCHIVO EL CINE DE MATERIAL ENCONTRADO ............................................................................................................................................................ 111 PRIMEROS HITOS HISTÓRICOS UN PRINCIPIO OCULTO UNA LLUVIA FINA DE EVENTOS EL REMONTAJE SE HACE VISIBLE EL CONTEXTO DEL FOUND FOOTAGE DE LA BOCA DE LOS CINEASTAS EL FOUND FOOTAGE EN LA EVOLUCIÓN DEL PARADIGMA EXPERIMENTAL CONCLUSIÓN BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................................................................................................................................. 197 FILMOGRAFIA ............................................................................................................................................................................................................ 219 Punto de Vista, el Festival Internacional de Cine Documental de Navarra, organizado por el Departamento de Cultura y Turismo del Gobierno de Navarra, presenta con éste que tie- ne entre las manos el tercer volumen de su colec- ción, compuesta además por El cine de los mil años/ Una aproximación histórica y estética al cine documental japonés (2006) y La forma que piensa/ Tentativas en torno al cine-ensayo (2007). Así como el primero estuvo dedicado a una cinematografía nacional desconocida en nuestro ámbito y el segundo trataba de cartografiar un genero incierto y novedoso, éste intenta acercar- se a un autor, el italiano Ermanno Olmi, figura capital en el cine europeo de la segunda mitad del siglo XX, cuyo conocimiento en nuestro país, sin embargo, es parcial e insuficiente. El festival sigue cumpliendo de esta manera con su vocación fundacional: convertirse en un evento de referencia del cine documental y hacer de cada edición un espacio para el descubri- miento, la sorpresa y la reflexión cinematográfi- ca. Aunque conocido fundamentalmente por sus trabajos de ficción, especialmente por El árbol de los zuecos y La leyenda del Santo Bebedor, pelícu- las que obtuvieron respectivamente la Palma de Oro de Cannes y el León de Oro de Venecia, Ermanno Olmi nunca ha abandonado el cine documental en el que se formó como cineasta, trabajando en el departamento cinematográfico de la compañía Edison Volta en los años cincuen- ta. Realmente, su cine sería inexplicable sin esta interrogación permanente hacia lo real, que no sólo ha nutrido sus ficciones, sino que ha deter- minado su mirada y su estilo cinematográfico. Precisamente para desentrañar las fuentes primeras de su cine, el festival Punto de Vista, especializado en lo que genéricamente se deno- mina no-ficción, ha querido arropar la publica- ción de este libro con la programación de un completo ciclo que repasa la trayectoria del Olmi documentalista: desde los cortos de la Edison Volta a sus trabajos televisivos, sin olvidar aque- llas películas que tienen un corte ensayístico o las ficciones nacidas de la observación cotidiana. A través de esta retrospectiva y, fundamental- mente, por medio de este libro, el primero en castellano dedicado íntegramente al autor, el Festival Punto de Vista quiere rendir un sincero reconocimiento de admiración hacia Ermanno Olmi, esperando que estas páginas contribuyan a un mejor conocimiento de su obra entre nos- otros. Juan Ramón Corpas Mauleón Consejero de Cultura y Turismo del Gobierno de Navarra 9 PRESENTACIÓN 12 Este libro se ocupa de la práctica del remontaje. Definámosla: se refiere a las películas formadas mayoritariamente por fragmentos de metraje ajeno, que se apropia y se presenta en una nueva disposición. La hipótesis de partida es que esta práctica no ha recibido la debida atención. Se puede decir incluso que parece no haber existido como objeto teórico hasta fecha reciente. Sin embargo, el principio de apropiación tiene sufi- ciente presencia histórica como para preguntar- se por las razones que motivaron esta resistencia a reconocerlo. Aclaremos que la apropiación no se corres- ponde exactamente con la cita. Es éste un fenó- meno tan presente en el cine contemporáneo, son tantas las películas que citan, homenajean, copian, rehacen, y establecen variaciones o pas- tiches sobre elementos de películas anteriores, que el fenómeno ha devenido trivial y parece carente de interés más allá de ser, como de hecho se denuncia a menudo, un rasgo típico de la pos- modernidad o, de hecho, un síntoma privilegia- do de la misma: la posmoderna es una cultura de la alusión, como constataba Noël Carroll hace ya un cuarto de siglo. Pero al investigar esta cues- tión se descubre un tipo de “cita” muy distinto: aquélla que no alude a una imagen anterior sino que se apropia directamente de ella. Éstas son las películas que nos interesan aquí: no las que recu- rren a la “recreación” u otra forma alusiva, sino a la utilización directa de las imágenes originales. Esta práctica, poco historiada, como decimos, está mucho más extendida de lo que se piensa y plantea un sinfín de interesantes cuestiones teó- ricas, que rebasan el ámbito mismo del cine y, desde luego, el de la cinefilia de esta generación de realizadores que han convertido el cine actual en una casa de citas. No se trata, desde luego, de una mera técnica novedosa propia de la (pos)modernidad. Hay que remontarse a la época del cine mudo para constatar la existencia de toda una corriente, casi un verdadero subgénero o al menos una tradi- ción sumergida, de películas “hechas en la movio- la” (según la expresión de Jay Leyda, quizá el primero en ocuparse de forma sistemática de esta cuestión), con los fines más diversos y que ha recibido también los nombres más diversos. Pronto se descubre, sin embargo, un hecho cho- cante que entra en contradicción con la existen- PRESENTACIÓN Antonio Weinrichter cia de esa tradición. La apropiación de material ajeno parece un fenómeno de eclosión reciente: al menos el concepto o la conciencia histórica del fenómeno mismo lo es. Esta impresión se debe a la confluencia de dos hechos. Las retrospectivas organizadas por filmotecas, museos y festivales sobre el cine de apropiación se empiezan a cele- brar solamente desde comienzos de la década de los años 90, aunque lo cierto es que recopilan abundante material de décadas anteriores. Al mismo tiempo, existía una clamorosa ausencia de literatura sobre el fenómeno, que sólo empe- zó a paliarse durante ese mismo período, lo que explica que siguiera pareciendo una práctica inédita o novedosa. Esta situación persiste. Cre- emos que una de las aportaciones de este traba- jo, además de rendir cuentas de esta negligencia histórica, puede serla de contribuir a hacer más visible esta práctica infradocumentada. Que por otra parte, e irónicamente, ya no reviste apenas ninguna novedad en esta era de hiperconciencia mediática que lleva aparejada, además, una nue- va cultura de la copia exacerbada por la tecnolo- gía digital. Esta publicación se deriva de mi tesis docto- ral, que defendí con fortuna en julio de 2008. Ésta versión es forzosamente más corta, aunque mantiene la misma estructura. He aligerado la parte académica: los apartados metodológicos y algunos problemas de descripción de un objeto de estudio eminentemente móvil, que atraviesa diversas instituciones. También gran parte del aparato de notas; las que permanecen se han incorporado al cuerpo del texto, para facilitar la lectura: el lector deberá remitirse en todo momento a la bibliografía que aparece al final para ver las fuentes citadas. Todas las traduccio- nes son mías. Quiero reproducir aquí el capítulo de agradecimientos. En primer lugar, al instiga- dor principal, Alberto Elena, director de la tesis. Seguido de Manuel Palacio, Vicente Sánchez Biosca y María Luisa Ortega, mis primeros con- tactos con el mundo académico en el curso de doctorado. Materiales, ideas y apoyos diversos he recibido tanto de los anteriores como de María Pallier, Berta Sichel, Jaime Pena, Thene- soya Vidina Martín, José Luis Fecé, Alberte Pagán, Juan Guardiola, Helena Hernández, Luis Miranda, Fernando González, Francisco de la Plaza, Mark Rappaport, Matthias Müller, Péter Forgács, Noel Lawrence, Juan Carlos Ibá- ñez, Cecilia Barriga, Josetxo Cerdán, Tom Gun- ning, Patrik Sjöberg, William C. Wees, Frederic Colier, Isaki Lacuesta, José Tito, Román Gubern, Vicente Domínguez, Antonio Delgado, Lucas Casanova, Miguel Fernández Labayen, Antoni Pinent, José Luis Guerín, Catherine Gautier, Lartaun Pérez, Antonio Santamarina, José Luis Cienfuegos, Fran Gayo, José Manuel Marchante, Paco Ponce, Ángel Sala, Pilar Carrera, Kim Griffin y el staff de Middlebury… Y, por supuesto, a mi mujer Adela Roncero, que sufrió de cerca el largo proceso de redacción de este trabajo y luego se ocupó graciosamente de maquetarlo. A ellos hay que añadir los nombres de Ana Herrera y Carlos Muguiro, que recibie- ron con entusiasmo la idea de convertirlo en una publicación de su estupendo festival. Madrid, octubre de 2008 13 14 No resulta fácil encontrar un sistema de descrip- ción apropiado para un principio como el de la apropiación, que atraviesa diversas prácticas cinematográficas que se han desarrollado en paralelo, sin apenas puntos de contacto. Puede ser una tarea imposible la de ofrecer una visión unitaria de una tradición multiforme que se remonta a formaciones discursivas tan distintas como el cine de propaganda (y contrapropagan- da) y la apropiación vanguardista para luego ali- mentarse de la cultura de la apropiación moder- nista y de la cultura de la alusión posmoderna. Esta práctica ha venido a llamarse internacional- mente found footage film (cine de material encon- trado), dentro del ámbito del cine experimental, pero pueden encontrarse tantas otras denomina- ciones como precedentes y variantes, dentro del cine de no ficción: compilation film, archival film, film de montage, documental de montaje o de archivo... A esta situación hay que añadir la variedad y complejidad de las estrategias de cita- ción más o menos literal, recurrentes desde que el cine empezó a ser consciente de sí mismo. Conviene empezar por lo más obvio: separar la citación en sentido amplio de la apropiación La práctica de la apropiación ha venido a llamarse internacionalment e dentro del cine experimental found footage film específica. Para ello podemos acudir a las catego- rías que establece Nicole Brenez dentro de lo que llama remploi y que ella define lisamente como montage entre oeuvres [Brenez 2000]. Dis- tingue entre el remploi intertextuel, o in re (en espíritu), en el que se imita algún aspecto o la totalidad de la obra original, lo que forma parte de la cultura de la alusión; y el recyclage, o remploi in se (del objeto mismo). Aquí sólo nos interesa el reciclaje en sentido estricto, in se. Aclarado esto… comienzan los problemas: terminológicos, pragmáticos y hasta jurídicos. Trabajar manipulando materiales ajenos tiene una serie de consecuencias esenciales: el artista no crea con los medios dramáticos del cine sino que impone su visión a materiales rodados por otros, es decir, tergiversa la visión que estos le habían querido dar a su material; la idea conven- cional de originalidad se olvida, aunque no pres- cribe la noción de hacer un trabajo creativo a par- tir de materiales ajenos; el montaje pasa a ocupar un lugar de preeminencia, como elemento expresivo, creador de sentido; y se generan efec- tos colaterales de carácter ético (desvío del senti- do del material) y legal (todo el problema de los PROBLEMAS DE DESCRIPCIÓN derechos del material apropiado). Dicho así pue- de resultar una práctica poco interesante (“inar- tística”, quizá) pero no parece especialmente inefable o esotérica. Los problemas surgen, sin embargo, a la hora de encontrar un nombre para dicho tipo de práctica que cubra todas estas con- sideraciones y, lo que quizá representa un mismo problema, a la hora de intentar saber qué es la pie- za resultante, a qué género o categoría cinemato- gráfica adscribirla. El primero en acometer un estudio global de la apropiación, desde la orilla documental, se encontró enseguida con este obstáculo. En 1964 Jay Leyda publica Films Beget Films, un repaso histórico de lo que denomina compilation film, frente al término francés film de montage. Tras apuntar perplejo en la primera frase del libro que no existe un nombre para el tema al que está dedicado el mismo, ofrece esta aproximación: El término adecuado debería indicar que el trabajo comienza en la mesa de montaje, a partir de planos existentes previamente. Debe indicar también que el film que se utiliza procede de algún momento pasado. El término podría indi- car también que es una película de ideas, pues la mayoría de los films hechos en esta forma no se contentan con ser meros registros o documen- tos. [Leyda 1964: 9] El pionero intento de descripción de Leyda es demasiado vago y alude más al proceso que al resultado, si bien incluye la noción esencial de que el producto resultante es una obra de ideas, es decir, que se añade algo al (sentido del) mate- rial remontado. El término de cine de montage (que Leyda rechaza) también podría ser válido, a condición de reconocer la tradición vanguardis- ta de la que surge y sus fuertes connotaciones de transformacion del material utilizado: una ima- gen adquiere su sentido al ser ensamblada con otras. Pero aún así faltaría la idea de que se tra- baja con material ajeno arrancado de su contex- En 1964 Jay Leyda publica Films Beget Films, un repaso histórico de lo que denomina compilation films to, esa noción de apropiación que subyace en el término “encontrado” que se contiene en found footage. Por eso este término, metraje o material encontrado, es el que nos parece más inclusivo para denominar la práctica del principio de apropiación cinematográfica. El nombre elegido, en efecto, debería indicar que el metraje apropiado no es sólo la materia en bruto con la que se trabaja, no designa simple- mente el material que se intercala para evocar o ilustrar un discurso: found footage es la técnica, el contenido y el foco mismo del discurso, el “tema” explícito de este tipo de cine. Así, por citar el pri- mer ejemplo histórico famoso, Padenie dinastii Romanovich (“La caída de la dinastía Romanov”, 15 Films Beget Films Wees distingue tres grandes variantes del cine de material apropiado en función del tipo o grado de manipulación del material 1927), de Esfir Shub, no es una película “sobre” el zar Nikolai II sino una película “sobre” las fil- maciones caseras y oficiales de la corte zarista, sobre las trazas ideológicas que contienen, sobre su textura material, sobre el acto de apropiárse- las, sobre el trabajo deremontarlas, sobre el des- vío de su sentido original, y finalmente sobre la percepción que tiene el espectador de ese traba- jo de desmontaje. Quizá el verdadero problema resida en la difi- cultad de encontrar una expresión que aluda a los tres momentos en los que se puede separar la práctica de la compilación: el acto de apropia- ción, el trabajo de ensamblaje o remontaje de los fragmentos, y el subsiguiente efecto de recon- textualización o creación de un nuevo sentido. Dada la ambigüedad que puede tener el resulta- do final, habría que considerar el tercer momen- to como algo abierto que incluyera también la cuestión de la recepción por parte del espectador: su grado de reconocimiento de las imágenes que se le presentan, su distancia sobre el material ori- ginal y su reacción al mismo, pero también –aca- bamos de decirlo- su grado de percepción del proceso de creación de sentido nuevo que ha tenido lugar. A esto último se refiere uno de los principales estudiosos del found footage, William C. Wees, cuando escribe: Mientras el espectador ve imágenes que fue- ron creadas en otra época, con otro propósito y por otra persona que el autor del film que está contemplando en ese momento, es también consciente de la discrepancia existente entre el contexto original y el actual, tanto de presenta- ción como de recepción. Esto abre un espacio interpretativo, conformado por la forma del film, pero que llena la respuesta del espectador a la forma y al contenido de la obra. El resultado es un diálogo activo con -en vez de un consumo pasivo de- representaciones visuales del pasado. [Wees 2000: 71] Es el mismo Wees quien en un texto anterior ha intentado categorizar el cine de found footage, pese a la resistencia que revela esta proteica prác- tica al encaje genérico [Wees 1993]. Situando su perspectiva, en este caso, en la orilla del cine experimental, Wees distingue tres grandes variantes del cine de material apropiado; y lo hace en función de un criterio que puede parecer curioso: el tipo o grado de manipulación del mate- rial. Las dos primeras pertenecen al ámbito exclusivo del cine de vanguardia, la tercera es la que subraya el principio del montage, inseparable de la apropiación. La primera es la que denomina “perfect films”, en alusión a la película homónima de Ken Jacobs 16 Recycled Images (Perfect Film, 1986). Se refiere a material que se presenta sin alteraciones tal y como se ha halla- do: es la aplicación literal de la idea de material encontrado. Como es evidente, el gesto inartísti- co que subyace a esta postura está muy alejado de la institución documental (por mucho que a ésta le repugne manipular los materiales reales, pre- cisamente…) y bien cerca de la noción ducham- piana del ready-made. Hay, sin embargo, instan- cias de este tipo de apropiación fuera del ámbito estricto del cine experimental. Por poner un ejemplo nuestro, Time of the Locust (Peter Gess- ner, 1966) es un alegato contra la guerra de Viet- nam que inserta a mitad de metraje una película de propaganda militar, un perfect film dejado como está en su integridad: después de las atro- cidades que hemos visto cometer a los soldados americanos en la primera mitad de la película, no cabe en efecto mejor estrategia que mostrar intacto el tendencioso discurso oficial, plasmado en imágenes, de la administración estadouni- dense para justificar la presencia en Vietnam. Una segunda variante que propone Wees es la formada por películas cuyo material de base se ha visto sometido a todo tipo de intervenciones, exceptuando precisamente la operación de mon- tage en su sentido semántico tradicional de crea- ción de un sentido nuevo por yuxtaposición. Se refiere aquí a películas que son “rayadas, rasca- das, perforadas, pintadas, teñidas, alteradas quí- micamente, o sujetas a diversas técnicas de posi- tivado óptico (optical printing)” [Wees 1993: 25-26]. El objetivo de esta variante de found foo- tage no es la alteración del contenido semántico del material apropiado: su interés se concentra en el film desde un punto de vista matérico, tex- tural, etc. Es evidente que esta categoría está tan cerca como la primera de la institución de las artes plásticas, e igualmente alejada de la institu- ción documental, por lo que conlleva de borrado del carácter referencial o “figurativo” de la ima- gen fílmica. Pero también aquí cabe citar algún ejemplo de material documental procesado, si bien al límite de su reconocibilidad (de su rela- ción con ese mundo real al que se debe el docu- mental). Hay un título especialmente significati- vo porque las películas con las que juega proceden de la “factoría” de John Grierson, quien tanto contribuyó a fijar el primer dogma del documental. Como hemos escrito en otro lugar: Len Lye, el vanguardista en residencia de la GPO, [se apropió] en Trade Tattoo (1937) de los descartes de los sobrios documentales en blanco y negro de sus colegas de la Film Unit y cons- truyó con ellos una obra maestra sincopada y abstracta de vivos colores pintando directamen- te sobre la película. Lye no le pinta los bigotes a 17 Perfect Film La gran ventaja del modelo de Wees es que integra todas la modalidades de remontaje y las adscribe a una práctica concreta la Mona Lisa sino a la clase obrera: un sacrilegio que presagia la línea negada de conjunción entre lo documental y lo experimental. [Weinrichter 2004: 32] Entre estos dos extremos, la simple presenta- ción de un objeto apropiado y el trabajo con la condición objetual o matérica del soporte que acoge el material apropiado, se encuentra la variante que somete el metraje a una operación de (re)montaje: ésta es la tercera categoría que propone Wees, y la que representa una mayoría de los trabajos del found footage. A su vez, subdi- vide esta variante en tres subgrupos específicos según el siguiente cuadro sinóptico que repro- ducimos traducido aquí [Wees 1993: 34]: Cabe anotar la diferente relación que se esta- blece en cada caso con el sentido histórico del material apropiado: la compilación entiende dicho sentido de manera literal; el collage (la for- ma cuyas virtudes quiere resaltar Wees en su estudio) lo trata de forma crítica o dialéctica; y en la apropiación posmoderna dicho sentido se pierde. La gran ventaja del modelo de Wees es que integra todas las modalides de remontaje y las adscribe a una práctica concreta, lo que lla- ma género-modelo (exemplary genre). Es por tanto capaz de relacionar o contrastar dentro de un mismo paradigma tanto el cine documental de compilación como el cine experimental colla- gístico, e incluso las instancias de apropiación realizadas extramuros de la institución cine. El género-modelo que cita para esta tercera moda- lidad es el video-clip: si se actualizara su pro- puesta (Wees escribe en 1993), habría que incluir las formas de apropiación surgidas en soportes como internet. Por esta razón citamos en detalle la taxonomía de Wees, pues abarca tanto la práctica documental como la experi- mental, las dos patas que desarrollaremos en esta investigación. Patrik Sjöberg realiza una crítica de este cua- dro en el sentido de que encuentra “problemas semánticos” en los términos que contrasta Wees pues aluden a “cuestiones demasiado complejas para poder separarlas aun de manera informal en categorías”; y añade además que tiene la impre- sión de que dichas categorías acaban funcionan- do como “subgenéros independientes” a los que uno puede ir adjudicando películas [Sjöberg: 17- 18]. El propio Wees observa que considera “ten- tativo” este modelo, cuyo principal valor sería el de “sugerir que diferentes métodos de empleo de material encontrado se relacionan con dife- rentes paradigmas de práctica artística y teoría cultural” [Wees 1993: 34]. Tanta precaución suena razonable, dado el callejón sin salida a que parece conducir el intento de trazar una taxono- mía genérica de la apropiación. En efecto: el documentalista británico que remonta hacia 1940 un noticiario nazi para ridiculizar la imagen de Hitler y el media hacker que juegaa hacer scratch con un noticiario de la televisión america- na para ridiculizar a Bush padre (aludimos al video de 1991 Presidential Address, del colectivo Emergency Broadcast Network), pueden tener una misma voluntad satírico-política y utilizar 18 METODOLOGÍA SIGNIFICADO GÉNERO-MODELO SESGO ESTÉTICO compilación realidad cine documental realismo collage imagen cine vanguardista modernismo apropiación simulacro video-clips posmodernismo un mismo recurso técnico, y un mismo principio estético, el del remontaje, y su correlato, la rea- signación semántica, pero un mundo -y medio siglo- los separa. El paradigma cultural y artísti- co bajo el que operan es muy distinto: en toda operacción de remontaje la recontextualización es ineludible pero no siempre tiene el mismo sig- nificado. Resulta peligroso establecer equivalen- cias entre obras o recursos formales en aparien- cia análogos. Así ocurriría por ejemplo si ampliásemos nuestro campo para incluir los abundantes casos de apropiación que se produ- cen en el ámbito del audiovisual de museo, sin tener en cuenta un hecho que parece de sentido común. Cuando el videoarte y luego el screen art comienzan a apropiarse del repertorio cinemato- gráfico, es normal que repitan las técnicas de apropiación exploradas primeramente por el cine experimental (un dato éste no siempre sufi- cientemente reconocido por los comisarios que programan estas piezas); pero el sentido de la operación no puede ser el mismo: en efecto, no estamos sólo ante la manipulación de las repre- sentaciones típica del found footage cinematográ- fico, sino ante la apropiación que hace un medio de otro. A este respecto cabe recordar que Peter Bürger ha subrayado, hablando precisamente del principio estético del montage, que resulta pro- blemático atribuir un valor semántico permanente a un procedimiento determinado pues éste pue- de tener efectos distintos en contextos históricos y estéticos diferentes [Bürger: 142]. Atendiendo a esta advertencia, hemos esta- blecido en nuestro plan de trabajo una distinción entre la institución documental y la experimen- tal. La tradición del film de montage hizo que el trabajo con materiales de archivo se adscribiera primeramente al ámbito documental. En escri- tos posteriores, sin embargo, se asoció también al ámbito experimental; esta asociación se produce sobre todo a partir del -problemático- estableci- miento del concepto de found footage, que intro- duce la noción y el gesto de apropiación frente al empleo “legítimo” del archivo que rige en el film de compilación. Ahora bien, las instituciones documental y experimental son tan diferentes que se hace imposible contar una historia unita- ria de la apropiación en estos dos frentes. Nadie, que sepamos, lo ha intentado: los escasos estu- dios globales sobre el tema utilizan una perspec- tiva bien documental (Leyda) o bien experimen- tal (Wees, Bonet), siendo el de Sjöberg el único que se puede calificar de relativamente ecléctico en este sentido. Se hace necesario entonces separar la práctica documental y la experimental. La separación no podrá ser completa, ya lo advertimos, porque esos dos ámbitos han tenido históricamente zonas de confluencia, sobre todo en los años 20 y 19 The World in Pieces en el último cuarto de siglo. Y esa confluencia se ha producido a menudo, precisamente, a través de la práctica de la apropiación y el remontaje, lo que es otra de las conclusiones que pretende demostrar este trabajo. Así, en el recorrido por la tradición del film de compilación veremos ejem- plos de películas que se apropian de material fac- tual pero cuyo resultado se aparta mucho de lo que se considera “documental” o, a la inversa, que se apropian de materiales de ficción para producir un discurso reflexivo o analítico sobre la imagen comercial tomada como documento. Esta variante ensayística nos acercará entonces al umbral del cine experimental, que se tratará en la siguiente sección del libro. Pero antes de empezar, vamos a repasar también la tradición de la apropiación en el cine comercial y de autor, en donde ciertamente es más habitual el juego de alusiones que el remontaje en sentido estricto. 20 EL RECICLAJE EN EL CINE COMERCIAL 22 La repetición o retorno de elementos preexisten- tes no es un fenómeno precisamente nuevo en el arte del siglo XX. De hecho, la apropiación llegó a convertirse en una especie de tradición de la vanguardia, provocando una serie de debates en la institución artística a los que el séptimo arte permaneció ajeno. Pero hace un cuarto de siglo empezó a percibirse que el cine convencional había intensificado una vocación de autofagia y reciclaje que en realidad le viene acompañando desde el establecimiento de los géneros clásicos (los remakes y secuelas no hacen sino explicitar dicha vocación, implícita ya en la homogeneidad de la llamada serie B, por ejemplo). Tal cosa ha ocurrido en la era posmoderna y, de hecho, para caracterizar la posmodernidad se recurre a menudo a ejemplos extraídos del cine comercial, como hacía Fredric Jameson a propósito del cine retro de los años 70 (American Graffiti, China- town, Fuego en el cuerpo…) Pero conviene recordar que entre la serialidad de los géneros clásicos y el actual eterno retorno de los remakes y secuelas del cine corporativo existió la modernidad, es decir, un corpus de films realizados por la primera generación de Wollen planteó una ambiciosa contraposición entre el cine “viejo” y el nuevo cine alternativo y oposicional cineastas plenamente conscientes de -y bien ver- sados en- la historia anterior del cine.1 Como escribe Peter Wollen, “Una de las principales características del modernismo (…) fue la de organizar un juego de alusiones dentro y entre los textos” [Wollen 1975: 310]. Tres años antes, el mismo Wollen había planteado una ambiciosa contraposición entre el cine “viejo” y el nuevo cine alternativo y oposicional, al que llama con- tracine. Uno de los rasgos que distingue a éste del cine clásico sería, un empleo de la citación y la alusión que ope- ra simplemente para provocar una especie de “plusvalía” de sentido, como solían decir los escolásticos, un bonus para aquellos que pillan la alusión. [...] O bien la citación pue- de ser simplemente una señal de eclecticis- mo, un rasgo primordialmente estilístico más que semántico. O bien, como sucede en el empleo que hace Makaveiev de la citación, el objetivo puede ser el de imponer un nuevo sentido al material insertándolo en un nuevo contexto: una forma de ironía. [Wollen 1972: 505] EL RECICLAJE EN EL CINE COMERCIAL Esta última frase avanza casi una definición intuitiva del cine de found footage; pero Wollen está mezclando cosas muy distintas: una cosa es coger el “guiño” de una alusión a un ele- mento de un repertorio cultural cinematográ- fico más o menos compartido por cineasta y espectador, y otra muy distinta, trabajar direc- tamente con material ajeno e “insertarlo en un contexto nuevo”. Más interesante es la des- cripción que realiza de la evolución del dispo- sitivo citacional en el cine de Godard. Éste empieza ejercitando su cinefilia por medio de alusiones que van de lo general a lo concreto. Así, dice Wollen, Une femme est une femme se deriva obviamente del musical de Hollywood, Les Carabiniers de Rossellini, Le Mépris es “Hawks y Hitchcock rodados a la manera de Antonioni”, etc. Mientras que a veces la alu- sión es más concreta: por poner un ejemplo nuestro, hay una escena de Une femme est une femme en la que Belmondo se encuentra en un bar con una mujer a la que vemos de espaldas, le pregunta por Jules y Jim y, al darse la vuelta ella, vemos que es Jeanne Moreau... quien jus- tamente acababa de rodar Jules et Jim a las órdenes de François Truffaut. Pero Wollen observa con agudeza que algo ocurre, conforme avanza la carrera de Godard, con estas citas y alusiones: “En vez de ser una marca de eclecticismo, comienzan a adquirir una autonomía propia, en tanto que rasgos estructu- rales y significantes dentro de las películas” [Wollen 1972:506]. Quizás fuera el primero en apuntar esa tendencia a crear textos “polifóni- cos” en los que la voz de Godard se ve “ahogada y obliterada” tras la de los cineastas (y escritores, y pintores) que cita. Este proceso llega a su máxi- ma expresión, claro está, en su reciente trabajo en vídeo Histoire(s) du cinéma (1988-1998), en el que, junto a la (omni)presencia de la figura de Godard, ya apenas sólo presenta materiales audiovisuales apropiados. De hecho, Godard ha pasado de ser el cineasta que más citas y alusio- nes incluía en sus películas a ser el que ha legiti- mado el fenómeno de la citación entendido como la inclusión directa de fragmentos de películas, familiarizando así con el concepto de apropia- ción a muchos que no se habían preocupado anteriormente por esta práctica. A partir de los años 60 llegó a ser habitual cierta “dialéctica de materiales”, por referirnos al término acuñado por Noël Burch, para descri- 23 Hiroshima mon amourHiroshima mon amour El juego entre la alusión y la apropiación no es exclusivo de los antiguos cineastas modernistas bir una serie de “nuevas formas narrativas basa- das en el collage de elementos dispares y en la discontinuidad de tono, de lenguaje y de mate- riales” [Burch 1970: 156]. Aquí nos interesa el caso particular de la utilización de material ajeno apropiado por el cineasta. Uno de los primeros y más notorios ejemplos es la mezcla de material de ficción (que muestra los cuerpos en penum- bra de dos amantes) y documental (que muestra los cuerpos destrozados de los afectados por el bombardeo nuclear) en el largo bloque inicial de Hiroshima mon amour (1959), de Alain Resnais, herencia directa sin duda de su notable trabajo a lo largo de la década anterior en el campo del cine documental. El recurso a la yuxtaposición de materiales heterogéneos desafiaba la lineali- dad del cine clásico y constituía una marca de control del narrador-ensamblador; cabía verla por tanto como una signatura autorial, por más que las imágenes no fueran creación del cineasta y requirieran un tipo de desciframiento diferen- te. Este recurso llega a convertirse en principio sistemático en la obra del realizador serbio Dusan Makaveiev, quien utiliza “diferentes par- tes de la realidad para crear una imagen comple- ja del hombre en la sociedad”, como escribía en el press-book de Ljubavni slucaj, Tragedija sluz- benice P.T.T (Un asunto del corazón, 1967). Se trata de una película estructurada como un colla- ge, en donde la trama se ve constantemente inte- rrumpida por insertos o bloques que habría que calificar de extradiegéticos… si no fuera porque Makaveiev desafía desde un principio esa linea- lidad que es condición esencial del efecto diegé- tico en el cine clásico. Contiene al menos una docena de bloques no relacionados directamente con la trama: lectura de poemas, varios speeches a cámara de un sexólogo y un criminólogo, y hasta un documental sobre desrratización, parcial- mente motivado porque ése es el oficio del pro- tagonista Ahmed. Consideremos una instancia particular: vemos de pronto un noticiario sobre la destrucción por parte de las masas populares de las espiras de las iglesias que, al aparecer interca- lado en la escena de la seducción de Ahmed por parte de la telefonista Isabella, adquiere un valor metafórico (ella derriba las barreras de la resis- tencia del apocado varón) y ejemplifica el princi- pio de yuxtaposición -a veces ambiguo, otras, complejo- que rige en el film. Salvo excepciones, como la poco conocida obra de un Alexander Kluge, esta vía de hibrida- ción entre relato y collage no sería retomada has- ta años después gracias al desarrollo de un cine de no ficción de corte ensayístico o a la propia evolución de algunos de los autores canónicos de los años 60, como el citado Godard. Podemos evocar también la figura de Bernardo Bertolucci quien, de hacer decir a uno de sus personajes, “No se puede vivir sin Rossellini”, en Prima della revoluzione (1964), pasa en su reciente Dre- amers (Soñadores, 2003) a incluir directamente insertos de clips de películas sin otra justificación que la de establecer un comentario textual. Dichos insertos aparecen justificados -motiva- dos narrativamente- en un principio por la con- dición de cinéfilos y asiduos visitantes de la Cinémathèque de los protagonistas; pero luego parecen adquirir una autonomía propia, como en la escena en que se muestra el intento de sui- cidio de la protagonista en montaje alternado con las escenas del suicidio de Mouchette (Robert Bresson, 1967). Este juego entre la alusión y la apropiación no es exclusivo de los antiguos cine- astas modernistas en los actuales tiempos de la posmodernidad: se hace sentir aún con mayor intensidad en el cine comercial. Noël Carroll estableció uno de los primeros diagnósticos de esta cultura de la alusión. En su recuento de algu- nos síntomas de la misma menciona: “una varia- da suerte de prácticas entre las que se incluyen 24 las citas, la memorialización de géneros del pasa- do, la reelaboración de géneros del pasado, los “homenajes”, y la recreación de escenas, planos, motivos argumentales, frases de diálogo, temas, gestos, etc. de “clásicos” de la historia del cine…” [Carroll 1982: 52] Baste recordar a este respecto que, en la mis- ma época en la que Peter Wollen escribió los artí- culos citados, empleando un aparato teórico de términos como intertextualidad, autoconciencia o palimpsesto, un cineasta tan comercial como Brian de Palma había establecido la costumbre de citar la escena de la ducha de Psycho (Psicosis, Alfred Hitchcock, 1960) en casi todas sus pelícu- las de los años 70: Sisters (Hermanas, 1973), Phantom of Paradise (El fantasma del paraíso, 1974), Dressed to Kill (Vestida para matar, 1980)… Hasta tal punto que aquello dejó de ser una cita a Hitchcock para convertirse en una especie de humorística (auto)cita a su querencia por incurrir en dicho tipo de pastiches. Por lo demás, y siguiendo con Hitchcock, uno de los cineastas más imitados, citados e incluso directa- mente apropiados, cabe recordar que Gus van Sant llevó al extremo y al absurdo esta condición de repertorio de la obra hitchcockiana al plante- arse en 1999 un remake plano a plano de Psycho. Dejando ya la cultura de la alusión, diremos que la práctica estricta de la apropiación y el remontaje no se limita al cine documental de archivo ni al cine experimental de material encontrado, que trataremos después, ni tampoco es una novedad de la narración posmoderna. Está también imbricada en una cierta tradición oculta del montaje cinematográfico de carácter más o menos mercenario, de la que pasamos a ofrecer algunas muestras sin pretensión alguna de exhaustividad. Se trata de ver cómo esta práctica aparece asociada tanto a cierta concepción prag- mática de la industria como a una voluntad de vanguardismo, deconstrucción o parodia: en todos estos casos, tan distintos, el resultado se concreta en una misma técnica congénita al cine mismo: el remontaje, un caso particular de mon- taje. Por supuesto, la diferencia de posturas se aprecia en la voluntad de hacer notar la operación de apropiación o en tratar de que pase desaperci- bida. Es la diferencia esencial que existe entre una técnica cinematográfica tan básica y natural que siempre se ha recurrido a ella y un principio, el del montage, que aplica esa misma técnica con una voluntad estética y semántica más amplia. 25 DreamersDreamers · Roger Corman encargó a Francis Ford Cop- pola que remontase, reescribiese los diálogos y añadiese alguna escena de acción a una película soviética (Nebo Zowet, Alexander Kozyr, 1959) que había comprado y que, una vez modificada, estrenó como Battle Beyond the Sun (1963) [Weldon: 38]. Este tipo de adaptaciones fueron habituales chez Corman: Planeta Bura (1962) fue utilizada para sacar de ella ¡dos! películas distintas, Voyage to the Prehistoric Planet (1965), con nuevas escenas dirigidas por Curtis Harrington, y Voyage to the Planet of Prehistoric Women (1968), con material nuevo y un comen-tario proporcionados por Peter Bogdanovich [Weldon: 757]. La utilización de stock footage, o planos de repertorio, ha sido habitual en el seg- mento inferior de la producción, en la serie B en el caso de Hollywood y en las producciones baratas de género de todos los demás cinemas, por un evidente imperativo económico. Y el mismo principio de reciclaje ha seguido vigente después también en la televisión, en muchos sentidos heredera de este esquema de produc- ción: series como “Wagon Master” (Caravana, 1957-1962) incluían regularmente escenas que se tomaban prestadas de los grandes westerns del cine, para ahorrarse tener que rodarlas. Siguiendo con Corman, que comparece aquí en representación de la (mercenaria) mentalidad de remontaje de la serie B, hay que decir que nunca abandonó estas prácticas. A los ejemplos recién citados, bien conocidos por involucrar a personalidades del Nuevo Hollywood y por for- mar parte de esa estética trash cuya biblia es el libro de Weldon, añadamos otro mucho más oscuro que hemos rastreado en la revista limeña La gran ilusión. Allí se da cuenta de las andanzas de Corman en Perú a finales de los años 80, cuando su empresa New Horizons realizó varias co-producciones con Iguana Films. Ricardo Bedoya se detiene en una de ellas, Welcome to Oblivion, filmada en 1989 por Augusto Tamayo San Román: Al parecer la primera decisión de Corman fue archivar la cinta y dejarla inédita para siem- pre. Pero luego de unos años desempolvaron el material filmado, lo editaron sin interven- ción de Tamayo, incluyéndole gran cantidad de imágenes de stock, y rebautizaron la cinta como Ultra Warrior. [...] La versión exhibida, además, considera como codirector a Kevin Trent, que reordenó y alteró el material roda- do por Tamayo. Lo que resta es una extrava- gancia, una historia desarticulada, un relato sin pies ni cabeza, hecho a fuerza de insertar las más dispares imágenes de archivo. [...] Entre una escena y otra, se incluyen imágenes sacadas de aquí y de allá, en un picoteo aluci- nante de stock shots.2 Volviendo al cine de género clásico, cabe men- cionar que en el segmento inferior de la produc- ción de género la apropiación no se limitaba a vistosos planos generales, costosos planos de incendios y planos-comodín como aquél de un mismo indio o soldado que se caía una y otra vez del mismo caballo, insertados con descaro espe- rando que la repetición pasase desapercibida en el fragor de la batalla, y que tanta hilaridad nos causaban de niños. A veces se empleaban seg- mentos más extensos. En el caso del film noir de serie B, Paul Kerr ha evocado, junto al imagina- tivo uso de decorados y escenarios que se toma- ban prestados de otras producciones y se filma- ban de forma que fuera difícil reconocer que se trataba del mismo decorado, una pura instancia de reciclaje: el no menos imaginativo recurso a secuencias de montage que se apropiaban no ya de los fondos sino de las mismas secuencias de imágenes rodadas anteriormente por otros, imá- genes genéricas de violencia y acción que se uti- lizaban como metraje de repertorio.3 En fin, sería arduo y pesadillesco internarse más en este caso 26 particular pero sin duda muy extendido de reci- claje por motivos presupuestarios. · Woody Allen se adelantó en 1966 a los prime- ros largometrajes situacionistas al tomar una película de espías japonesa (Kagi no Kagi, Tomoyuki Tanaka, 1964), remontarla, impostar- le unos diálogos absurdos y estrenarla como What’s Up, Tiger Lily? (“Lily la tigresa” o “Woody Allen: el número uno”, en sus diversas traducciones españolas para la edición en vídeo o su pase por televisión). El principio de détour- nement o desvío del texto original no acabó aquí, sino que desató una cadena sucesiva de desvíos en los distintos países en los que después se exhi- bió la película doblada a sus idiomas respectivos. Como demuestra la copia que manejamos, su emisión por Telemadrid con un doblaje “gracio- so” en castellano, lleno de “morcillas” que inten- taban adaptar a nuestro entendimiento actual los chistes de Allen locales o fijados a su época, pro- pició una nueva operación de desvío de sentido que se superpuso a la efectuada primeramente por el cómico norteamericano… Este estropicio, hoy disponible en vídeo case- ro gracias al valor de cambio de su autor, no hacía sino remitir a otra (rancia) tradición, la de sono- rizar en clave chistosa títulos de cine mudo, ya tuvieran intención cómica o no en origen, para actualizar su valor “humorístico”. Han incurri- do en juegos de este tipo los más variados perso- najes. En España lo hicieron escritores como Miguel Mihura, si bien el carácter circunstancial de estas intervenciones hace difícil estudiarlas para incorporarlas a un recuento histórico. Como observaba Julio Pérez Perucha, hablando del mucho más renombrado trabajo de détourne- ment del situacionismo francés, “se ignora si los situacionistas conocían las similares y tempranas experiencias sobre el particular que episódica- mente desplegaron Mihura, Jardiel y Tono en el interior del cine español” [Pérez Perucha 1988: La variante de la apropiación con fines humorísticos recurre con más frecuencia a la técnica del montage o del pastiche 356]. En esta misma línea de “madrugador y refrescante terrorismo político cultural” (Peru- cha de nuevo), heredero del situacionismo, cabe citar algunos trabajos del veterano cineasta experimental José Ernesto Díaz Noriega, quien “desde la manipulación de la banda sonora de películas famosas, la Nosferatu de Murnau, dio su visión peculiar y subversiva de la transición española, o su Sangre y arena, que en el trata- miento ruptura de la banda sonora es capaz de crear otro film diferente con una magnífica utili- zación de la música…” 4 · Esta “resonorización” de material ajeno suele limitarse a un solo título que se desvía en su inte- gridad. Pero la variante de la apropiación con fines humorísticos recurre con más frecuencia a la técnica del montage o del pastiche. Uno de los primeros ejemplos históricos de esta práctica debe ser la película de Mack Sennett The Cruise of the Jasper B. (1926): Jay Leyda evoca, confián- dose a su memoria, una secuencia en la que “todas las armadas del mundo” acuden al resca- te de los protagonistas. Y añade que esta secuen- cia inspiró a Ivor Montagu a incurrir en lo que llama “compilation fantasy” en su película Blue- bottles (1928): “El silbato de un policía convoca a las armadas y los ejércitos del mundo, a través de desiertos, océanos y campos de batalla” [Leyda: 20]. Lo que no cita Leyda, y resulta curioso por- que ésta sí es una “compilation fantasy” que conoce todo el mundo, es la escena de rescate, de concepto tan similar a las anteriores como para sospechar de esa apropiación, con la que culmina Leo McCarey el asedio que sufren los hermanos Marx en su popular Duck Soup (Sopa de ganso, 1933), escena que fue alabada y reconocida como influencia por el mismísimo Bruce Conner. Evo- quémosla como se merece, por su carácter tan insólito como pionero. Se trata del bloque final del film, que presenta a los hermanos asediados por el enemigo en una casa aislada... que vemos 27 explotar reiteradamente hasta tres veces. Se tra- ta de un chiste alusivo a la utilización de stock shots o planos de repertorio, como lo es la imagen repetida de los soldados enemigos disparando. Del mismo modo, los hermanos aparecen, en franca ucronía, tocados con un gorro de cazador de la frontera (Groucho), un tricornio napoleó- nico (Harpo) y cascos de la primera guerra mun- dial (Chico y Zeppo): se trata de nuevo de una alusión a diferentes géneros bélicos. Pero cuando la situación se revela desespera- da y Groucho pide ayuda por radio, el dispositi- vo citacional cambia bruscamente, dando lugar a la escena de rescate que nos ocupa: en un rápido montaje, vemos planos de una flota de coches de bomberos saliendo de la cochera; un grupo de policías motorizados; (desvariando ya un poco) unos corredores de maratón; un grupo de pira- güistas de remo sincronizado; el salto alagua de una competición de natación; un rápido monta- je alternado (dos grupos de dos planos cada uno) de monos corriendo y de elefantes en estampida; y un banco de delfines saltando en el agua tam- bién de forma sincronizada... antes de volver al plano (de repertorio) de los enemigos disparan- do. Después prosigue la acción en el punto en donde la habíamos dejado: con los hermanos Marx atrincherados en la casa asediada. Esta ful- gurante secuencia de montaje no carece de lógi- ca: el movimiento en todos los planos es de izquierda a derecha (menos en el último, en el que los delfines saltan en sentido contrario), lo que contribuye a dar dinamismo y sentido de la urgencia, por acumulación de motilidad, así como coherencia espacial a esta reducción al absurdo del “salvamento en el último minuto”. Al mismo tiempo (que ríe) el espectador percibe la incongruencia de que esta sucesión de planos no tiene nada que ver con el argumento, es más, presenta una radical discontinuidad con la pelí- cula misma al ofrecer de manera tan evidente un material de procedencia ajena. Sin salirnos del género cómico, cuyo carácter presentacional le permite recurrir a este tipo de recursos que tienen un cierto efecto de “ruptura de la cuarta pared” sin adquirir necesariamente 28 Duck Soup (Sopa de ganso) por ello un carácter reflexivo o brechtiano (se trata más bien de un guiño que no rompe la ilu- sión diegética o que lo hace en el contexto de la “aquiescencia” del espectador con el cómico -o con el narrador cómico- en cuestión), cabe citar un ejemplo de apropiación igualmente sofistica- do dentro del cine comercial reciente. Dead Men Don’t Wear Plaid (Cliente muerto no paga, Carl Reiner, 1982) es un pastiche del cine negro cuyo protagonista (el detective encarnado por Steve Martin) vive todas las situaciones tópicas del género... en incestuosa comunión visual con los grandes mitos del mismo: rodada en blanco y negro para que no se note tanto el salto de uno a otro tipo de material, la película alterna imáge- nes de Martin con secuencias intercaladas de films noir míticos, creando la ilusión de que con- vive en estricta relación de plano/contraplano con Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Alan Ladd, Barbara Stanwyck, etc. Esta operación de remontaje tiene, además de su efecto cómico, indudables connotaciones de cinefilia nostálgi- ca; si bien, a diferencia de tantas obras del llama- do neo-noir posmodernista, hace explícito por medio de esa apropiación su dispositivo alusivo. El paso de la alusión a la apropiación directa ha llegado a ser habitual en el audiovisual pos- moderno. Lo que diferencia esta oleada de refe- rencialidad de la tradición modernista del colla- El paso de la alusión a la apropiación directa ha llegado a ser habitual en el audiovisual posmoderno ge es precisamente el grado en que se disimula o justifica el efecto de contorno de los fragmentos heterógeneos: en el cine de ficción, la inclusión de insertos o de secuencias de montaje se suele motivar narrativamente. Así, el clímax de Nuovo Cinema Paradiso (Cinema Paradiso, Giuseppe Tornatore, 1988) se justifica por el hecho de que Jacques Perrin está contemplando la proyección de una bobina con descartes censurados por el cura. Igual sucede con la secuencia final de Bam- boozled (Spike Lee, 2000), un montaje de imáge- nes denigrantes de los negros en el cine y la tele- visión norteamericanas, justificado por el hecho de que Damon Wayans contempla una cinta de vídeo que le ha enviado, a modo de elocuente carta de despido, su secretaria. Mencionar por último la serie televisiva “Dream On” (“Sigue soñando”, 1990-1996) o la película de Disney Flubber (Flubber y el profesor chiflado, Les Mayfield, 1997): en ambas aparecen fugaces fragmentos de títulos icónicos de la edad dorada de Hollywood para comentar, puntuar o ilustrar la acción; en el primer caso, por medio de inser- tos por corte directo y en el segundo, por la vía indirecta de un personaje, un robot-mascota en cuya pantalla-interface aparecen dichos frag- mentos puntualmente. · Se nos dirá que existe otra variante de citación bastante habitual que a veces llega a incurrir en 29 Dead Men Don’t Wear Plaid (Cliente muerto no paga) Dead Men Don’t Wear Plaid (Cliente muerto no paga) el reciclaje directo. Y, en efecto, es común asistir a una escena en la que los personajes de determi- nada película van al cine: por ejemplo, en Vivre sa vie (Vivir su vida, Jean-Luc Godard, 1962) Anna Karina ve la película de Dreyer La passion de Jeanne d’Arc (1928). O, a partir de un momen- to histórico concreto, ven la televisión: por ejem- plo, en A un dios desconocido (Jaime Chávarri, 1977), Héctor Alterio ve otra película de Dreyer (Ordet, 1955). Lo que ven puede ser una pelícu- la ficticia (es decir, rodada ex profeso para el film en el que se inserta) o una película real e incluso famosa, como en el par de ejemplos citados; y sus imágenes pueden aparecer enmarcadas dentro del plano (vemos el espacio que rodea a la panta- lla del cine o del televisor) o pasar a ocupar todo el espacio del plano, en cuyo caso se podría con- siderar que asistimos a la utilización de la pelícu- la misma más que a una cita; y esa utilización puede quedarse en lo anecdótico o alusivo o jugar un papel importante en la narración. Puede establecerse, dicho sea con cautela, una analogía con la utilización de la música: como se sabe, se distingue entre música diegética (la que aparece justificada por la situación) y extradiegé- tica (la banda sonora habitual, que no procede del mundo representado en el film). Este tipo de citas fílmicas serían, por tanto, de carácter diegé- tico, al estar justificadas o motivadas por la situa- ción narrativa, sin perjuicio de que puedan cum- plir (del mismo modo que lo hace la música diegética o “encontrada”) una función constitu- tiva de textualidad, narrativamente resonante, simbólica, etc. La presencia de citas de este tipo es tan habitual, por otra parte, que ha llevado a ciertos estudiosos a incluirlas como una figura aparte en su análisis de los grandes sintagmas fíl- micos. En efecto, en la sección que un manual de referencia dedica a describir la segmentación de los films narrativos leemos que la tipología habi- tual de sintagmas puede verse ampliada por la existencia de “un fenómeno general, el de la cita- ción fílmica: un fragmento de película citado en otra película definirá una unidad fácilmente separable, de medida generalmente superior al plano, puesta directamente en relación, en este nivel, con el resto de la película” [Aumont et al. 1985: 57-58]. No vamos a ocuparnos de este recurso, más allá de señalar su carácter recurrente en el cine comercial. Por supuesto, en el paso de lo anecdó- tico/evocativo a lo “textual” se podría distinguir una graduación infinitamente modulada. Utili- cemos aquí como ejemplo la figura de Boris Kar- loff. Los padres de la protagonista de Funhouse (La casa de los horrores, Tobe Hooper, 1981) ven por la tele Bride of Frankenstein (La novia de Frankenstein, James Whale, 1935): es un guiño intragenérico a su condición de film de terror (viene después de una cita a, cómo no, la escena de la ducha de Psicosis, hemos visto también un poster de Karloff en la pared del cuarto de la heroína, etc.), en un ejemplo temprano de la cre- ciente autorreferencialidad del horror film. Al mismo tiempo, la irrupción del film de Whale (lo vemos primero a pantalla completa, antes de comprender su condición diegética) cumple una función temática: sugiere también que los adul- tos se quedan en casa viendo una forma de “terror seguro” en la pequeña pantalla mientras que los adolescentes, target del film, salen del hogar a vivir la excitación del terror “real”. En Targets (El héroe anda suelto, 1968), Peter Bog- danovich hace un uso más sofisticado de The Terror (Roger Corman, 1963): su película empieza también a pantalla completa con las secuencias finales del film de Corman, hasta que las luces se encienden y vemos que estamos en una sala de proyección; luego, en el famoso clí-max final volvemos a ver escenas del mismo film proyectadas sobre la pantalla de un drive- in cuyo público empieza a recibir disparos de un psicóti- 30 co desde detrás de la pantalla. Así, Bogdanovich establece un obvio pero eficaz sistema de polari- dades sobre el cine y la vida, realidad y ficción, el anticuado terror gótico que representa Karloff y el terror real e inmotivado de un asesino en serie, etc. El Karloff del Frankenstein original (James Whale, 1931) reaparece en el improvisado cine de pueblo al que asisten los niños de El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), desatando en la mente infantil y mágica de Ana Torrent inespe- radas asociaciones entre el monstruo y el maquis, y una reencarnación del primero en el segundo. Pero todas estas utilizaciones diegéticas del cine de Karloff están motivadas porque alguien ve una película suya. Distinto es el caso de Des- pués de tantos años (Ricardo Franco, 1994): las reflexiones que realiza, mientras pasea por el campo, Leopoldo Panero sobre su condición de “monstruo” aislado de la sociedad, se ven inte- rrumpidas sin justificación alguna en el orden narrativo por la inserción de una serie de imáge- nes del film original de Frankenstein. La analo- gía, de carácter situacional pero incrementada por la similitud visual (se muestra al monstruo vagando por un escenario rural parecido) que produce un efecto de rima, se genera en este caso por medio de una operación de montaje de carácter estrictamente extradiegético; es una intervención del narrador que llama la atención sobre el propio gesto apropiatorio. Igualmente, cabe citar la inclusión de escenas del mismo monstruo de Frankenstein, esta vez en plena huida de los lugareños, que se insertan en The Celluloid Closet (El celuloide oculto, Rob Epstein y Jeffrey Friedman, 1995) para crear un mismo efecto de analogía, esta vez respecto del homose- xual perseguido de Suddenly Last Summer (De repente el último verano, Joseph L. Mankie- wicz, 1957). Pero estos dos últimos ejemplos ya pertenecen al cine documental (si bien el de Franco no es un film de compilación, lo que hace más sorprendente el ejemplo citado), en donde la inserción de material de archivo es un recurso habitual que no hay que adecuar a un relato, sino a una proposición o discurso, y su valor suele ser menos citacional que ilustrativo. Cualquier estudioso de las manifestaciones de la cultura popular en la era posmoderna se ha cansado de repetir que existe una nueva forma de textualidad que vincula tanto a los artistas que trabajan en la cultura de masas como a los recep- tores de sus productos. Se generan así lo que Ava Preacher Collins llama cánones alternativos: Los textos populares trabajan a menudo la reevaluación y la recolección, formando cáno- nes ad hoc a través de diversos recursos como el referenciamiento intertextual y la apropia- ción, de modo que los textos usan y citan otros textos de manera deliberada para establecer su propia posición en relación a tradiciones precedentes.5 Esta nueva textualidad, escribe Jim Collins, está formada por piezas “tan hiperconscientes de su historia y su marco discursivo que la base de su textualidad no se asienta en la representa- ción sino en la apropiación de representaciones antecedentes” [Collins 1991: 203-204]. O, dicho de otra forma, “la reproducción, el pastiche y la citación ya no son formas de parasitismo textual, sino que se convierten en constitutivas de tex- tualidad” [Wollen 1986: 169]. Vivimos en una cultura de saturación y circulación global de la imagen ante la que se posicionan los diversos agentes por medio de actos de alusión y apropia- ción. En este contexto, el sentido mismo de la cita ha variado: ya no expresa el sentido de filia- ción de un artista que elige a sus padres artísti- cos,6 sino que puede caracterizarse incluso por una “indiferencia respecto al contexto de la tra- dición” [Sánchez Biosca 1995: 26]7, una tradi- ción ante la cual ya no se considera necesario ni 31 Es más fácil encontrar el procedimiento de apropiación en sentido literal en producciones de carácter experimental legitimador situacionarse, como se ha hecho anteriormente. Esta es la nueva textualidad a la que aludimos, con independencia de lo que nos pueda parecer esta situación (y, en el campo del cine, el juicio ha solido ser negativo al haber carecido de un debate similar al producido en la literatura, la música pop y el arte sobre el nuevo estatuto de la imagen, la narración y el carácter “original” del trabajo artístico dentro de la con- dición posmoderna). En este contexto de hiperconciencia, que pro- duce toda una cultura de la alusión que atraviesa la producción cultural desde el productor hasta el receptor, hay que situar ahora la cuestión de la citación que mencionábamos arriba. En el caso específico del cine podemos establecer un prin- cipio enseguida constatable: es más fácil encon- trar el procedimiento de apropiación en sentido literal en producciones de carácter experimen- tal, mientras que la cita alusiva es un recurso muy extendido en el cine comercial de la posmo- dernidad. Aludir en este contexto significa reconstruir la apariencia general del fragmento objeto del pastiche, lo que resulta caro; mientras que apropiar significa tomar literalmente el frag- mento e insertarlo en un trabajo propio, lo que resulta considerablemente más barato (éste es el motivo, más allá del gesto duchampiano o war- holiano de la apropiación, por el que este recur- so es más habitual en el cine y el vídeo de carác- ter alternativo). Así, tomemos como muestra -como han hecho tan a menudo los cineastas- la célebre secuencia de la matanza de las escalinatas de Odessa de El acorazado Potemkin (Bronenosets Potiomkin, Serguei M. Eisenstein, 1925). Dicha secuencia es aludida (es decir, reesceni- ficada parcialmente) por Terry Gilliam en Brazil (1985) o por Brian de Palma en The Untouchables (Los intocables de Elliott Ness, 1987) y parodia- da (pero esto es un caso habitual en el cine cómi- co) por Peter Segal en The Naked Gun 33 1/3: The Final Insult (Agárralo como puedas 33 1/3. El insulto final, 1994). Mientras que la secuencia misma es directamente utilizada, y manipulada o remontada más allá de la mera citación refe- rencial, por Chris Marker en Le fond de l’air est rouge (1977), por Zbgniew Rybczynski en el video Steps (1987) o por Valeri Ogorodnikov en Bumazhnye glaza Prishvina (“Los ojos de papel de Prishvin”, 1990). Gilliam se limita a insertar apenas tres o cua- tro planos (soldados descendiendo escaleras de derecha a izquierda, una especie de robot con tubos que hace las veces del carrito del niño que se despeña sin nadie que lo maneje) que bastan para evocar, en el contexto de represión de un comando libertario de la distopía que presenta el film, la famosa secuencia: es un guiño fugaz en una obra sobrecargada de referencialidad (basta con “pillarlo”). De Palma inserta la reconstruc- ción en una de esas set pieces por las que es famo- so, esas secuencias de lucimiento en las que orquesta una suerte de dilatación narrativa; y complica la situación insertando un paradigma hitchcockiano de suspense (intensificado por el uso de la cámara lenta) que expande la confron- tación entre policías y gánsters: puede verse en esta secuencia una conflagración de alusiones a sendos “maestros del montaje”, Hitchcock y Eisenstein. Y Segal, en fin, no se para en barras y perpetra una ensalada de citas siempre en cla- ve paródica: la secuencia es una versión corregi- da y ampliada de la variación llevada a cabo por De Palma siete años antes, con policías y gáns- ters; también bajan por esas tan visitadas (por la citación) escaleras el presidente Clinton, el papa Juan Pablo II, un comando de carteros locos (es un chiste verbal: going postal significa enloquecer en argot norteamericano) y no uno, sino hasta cuatro cochecitos de bebé... La secuencia acaba revelándose como una pesadilla del protagonista (Leslie Nielsen). Curiosamente, a esta orgía alu- 32 siva le sucede la secuencia de los títulosde crédi- to, que sí contiene imágenes apropiadas de las fuentes más diversas, entre ellas una pertene- ciente a una famosa secuencia de Star Wars. En el segundo caso el recurso va más allá del guiño referencial/paródico o la alusión cinéfila, no se agota en el reconocimiento de la cita. El montaje de Marker hace que la guardia zarista cargue -en contraplano- contra diversos mani- festantes de todos los rincones del mundo que representan el espíritu del mayo francés o de las revueltas de los 60 (un mismo combate, una mis- ma represión, sería el subtexto creado por el remontaje). El leningradense Ogorodnikov rea- liza, en el mismo año en que se liquida el sistema soviético, una operación de desquite que tiene también algo de exorcismo: su protagonista, un productor de televisión sometido a la férrea cen- sura estalinista de la posguerra, comienza a tener alucinaciones en las que se le aparece literalmen- te el camarada Stalin en la imagen vista mil veces en los nodos oficiales; pero sus saludos rituales con la mano van adquiriendo un carácter más siniestro según el contraplano de los mismos -de nuevo, merced al remontaje- pasa de ser una sucesión de desfiles y de manifestaciones tipo coros y danzas a convertirse en el implacable avance de las tropas zaristas del Potemkin, a las que Stalin parece estar dirigiendo (subtexto: el régimen creado por la revolución, que por entonces -en 1990- se liquidaba, había acabado adquiriendo un carácter represivo). Rybczynski hace una operación aún más com- pleja porque esta vez el (re)montaje se produce en el interior del plano y añade a la ecuación el vivísimo contraste entre la bella imagen en blan- co y negro del viejo celuloide y los chillones colores del vídeo, entre el pathos eisensteiniano y la vulgaridad de la situación que retrata y sobreimpone a la masacre original. La anécdota de esta pieza no puede tener más intención: años antes de la liquidación del sistema, el militar que hace las funciones de guía inicia la operación de expolio del patrimonio soviético organizando tours guiados de turistas –que aparecen distrai- dos e irreverentes, como suelen serlo cuando contemplan un monumento- para visitar la céle- bre secuencia de Eisenstein, en cuyo interior se introducen -de nuevo, literalmente: se sobreim- presionan al film original- por medio de la técni- ca de vídeo. Las implicaciones de Steps, como las de toda gran obra conceptual, son inagotables. 33 StepsSteps Podemos ver en ella desde la deliberada profana- ción de un monumento artístico (es el equivalen- te en video-arte al gesto de ponerle los bigotes a la Mona Lisa) hasta la plasmación de idea tan intrigante como perversa: si la Revolución cons- truyó, en lo artístico, la fecunda noción del mon- tage soviético, dicha noción puede ser parodiada por medio de una operación de desmontaje como la que brillantemente acomete el artista polaco. NOTAS 1 Sobre la cuestión general de la alusividad en el cine moderno, vé- ase: Jacques Aumont (ed.) Pour un cinéma comparé. Influences et répétitions, Cinémathèque française, París, 1996, por lo que res- pecta a la alusión en el cine de autor europeo; y Noël Carroll, “The Future of Allusion: Hollywood in the Seventies (and Beyond)”, October, nº 20, primavera de 1982, para el cine comercial norte- americano. 2 Ricardo Bedoya, “Las noches de la Iguana. Las coproducciones Corman-Llosa”, La gran ilusión, Universidad de Lima, nº 7, 1997: 26-27. Bedoya menciona a continuación Full Fathom Five (1990), dirigido por Carl Franklin: “El filme parecía una colcha de re- tazos ya que estaba armado como un rompecabezas de imágenes de archivo”. 3 Paul Kerr, “Out of What Past? Notes on the B Film Noir” (1979). Reproducido en Alain Silver & James Ursini (eds.) Film Noir Re- ader, Limelight, Nueva York, 1996: 114. 4 Fernando Herrero, “El cine español en los festivales internacio- nales. Un ejemplo: Seminci 1979-1983”, Cuadernos Cine- matográficos, nº 10, 1999: 111. 5 Ava Preacher Collins, “Loose Canons: Constructing Cultural Tra- ditions Inside and Outside the Academy”, en Jim Collins, Hilary Radner y Ava Preacher Collins (eds.) Film Theory Goes To the Mo- vies: 90. 6 Serge Daney habla de ciné-fils (jugando con la similitud fonéti- ca con cinéphiles), para estos hijos que eligen a sus padres. Pero esta actitud activa ante la tradición, propia de la modernidad, ha cambiado con el posmodernismo: para Daney el cine ha pasa- do “du réel enregistré au cinéma filmé”. Cf. L´art, la passion, la douleur et la grace, catálogo de la exposición homónima, Centre Georges Pompidou, París, 1988: 70. 7 Para una discusión más amplia de la cita véase el capítulo primero de Sánchez Biosca, Una cultura de la fragmentación. Pastiche, re- lato y cuerpo en el cine y en la televisión: “La cita en la cultura de masas: entre la parodia y el pastiche”. 34 EL DOCUMENTAL DE COMPILACIÓN 36 No es el pasado literal lo que nos domina, si- no las imágenes del pasado GEORGE STEINER La Historia se descompone en imágenes, no en narrativas WALTER BENJAMIN Vamos a considerar aquí sobre todo el cine docu- mental que utiliza material de archivo y practica con él una operación de montaje: un remontaje o, según la feliz expresión de Eugeni Bonet, un des- montaje. Ello elimina no pocos reportajes o docu- mentales históricos que se limitan a utilizar el ar- chivo para ilustrar o legitimar o incluso simple- mente “airear” un comentario expositivo o un dis- curso conducido por entrevistas a bustos parlantes, pero lo hacen sin forzar o al menos inte- rrogar el sentido de las imágenes utilizadas, de las que se propone una lectura literal. Sí considera- mos, por supuesto, el desarrollo histórico del do- cumental de compilación tal y como se trata en los textos clásicos de Leyda o Reisz y Millar; pero también la evolución posterior de la compilación dentro de esa categoría expandida que llamamos ci- ne de no ficción, en donde a veces se pierde bas- tante de vista la noción clásica de documental. Es- te parti pris se justifica así: se trata de dejar una vía abierta para enlazar en la sección siguiente con el principio de la apropiación en una práctica menos comprometida con la referencialidad, como el cine experimental. Dentro de la institución documental, la prácti- ca de la compilación se encuentra en una situación que podemos calificar de curiosa. Forma parte de su tradición histórica, innegablemente, como va- mos a comprobar; pero al mismo tiempo su utili- zación (e ilustración del principio general) del montaje va en contra de lo que podríamos llamar bazinianamente la ontología de la imagen docu- mental, por atentar contra su vocación de objetivi- dad y de evidencialidad. Esta condición “subver- siva” del film de compilación es lo que le ha lleva- do a ser negado por la institución documental y lo que al mismo tiempo le emparenta con otras prác- ticas que privilegian el montaje: de ahí su interés y de ahí la dificultad de separar en el análisis lo que en la práctica tiende puentes hacia paradigmas ale- jados del documental. EL DOCUMENTAL DE COMPILACIÓN Para tratar estas cuestiones se hace necesario volver al principio, a la protohistoria de la compi- lación y luego hacer una lectura retrospectiva de algunos hitos históricos de la misma; repasar la re- lación del documental con la vanguardia respecto a cuestiones formales; y por el camino ir abordan- do las funciones conceptuales de conceptos como el remontaje de material ajeno y la misma noción de archivo. Alumbramiento. compilación y reconstrucción Decimos que la compilación forma parte de la tra- dición histórica del documental y lo cierto es que forma parte incluso de su proto-historia. Antes de que nazca el concepto de documental en la segunda mitad de los años 20, el cine factual o informativo tenía como práctica principal la filmación de ac- tualités. Los programas que organizan los herma- nos Lumière para exhibir su invento incluyen va- riedades y pequeñas viñetas de ficción pero tam- bién filmaciones de la nature prise sur le vifque de- nominan “temas actuales” [Paz y Montero: 37]. De ahí surgirán las actualidades que dominan la producción de este primer cine y que luego se or- ganizan en programas regulares a partir del naci- miento de los noticiarios cinematográficos: el No- ticiario Pathé (desde 1909) y las Gaumont Actua- lités (desde 1910). Pero ocurría que a veces los ca- meramen no obtenían permiso para filmar un evento, o no llegaban a tiempo, o también que el público empezaba a cansarse de las mismas estam- pas viajeras y oficiales de monarcas y políticos po- sando ante la cámara. El público se vio pronto atraído por otro tipo de representaciones de la Historia: Films caracterizados por la reescenificación y el puro engaño (deception); entre ellos estaba la muy popular actualité reconstituée de Georges Méliès y todo tipo de falsificaciones fílmicas que iban desde desastres naturales fabricados y fotografiados en miniatura hasta guerras ex- tranjeras escenificadas y rodadas en New Jer- sey. [Barsam: 30] Las “actualides reconstruidas” de Méliès se remontan a 1897, año en que “reconstruye” Un combate naval en Grecia. Al año siguiente recons- truye La explosión del acorazado Maine. Tiene su gracia que haya sido Méliés, considerado el pa- dre del cine fantástico, el que primero haya des- virtuado con sus trucajes la veracidad del cine in- formativo. Pero si puede verse aquí un preceden- te de lo que hoy llamaríamos fake o falso docu- mental, y así suele mencionarse en los estudios dedicados a este curioso subgénero (que, por la parte que nos interesa, recurre habitualmente al falso material de archivo),1 lo que no se suele con- cluir es que aquí nace también la práctica del re- montaje. Jay Leyda cuenta en su historia del cine soviético una curiosa anécdota del año 1898: el interés público en el caso Dreyfus impulsó al operador Francis Doublier, a la sazón de gira por Rusia mostrando los films de los Lumière, a im- provisar una sesión especial: A partir de las tres docenas de temas cinema- tográficos que traían con ellos, Doublier en- sambló una escena de una parada del ejército francés dirigida por un capitán, una de sus es- cenas callejeras de París que mostraba un gran edificio, un plano de un remolcador finlandés que se dirigía hacia una barcaza, y una escena del Delta del Nilo. Esta secuencia de imáge- nes, con un poco de ayuda de un comentarista, y una gran cantidad de ayuda proporcionada por la imaginación de los espectadores, conta- ba la siguiente historia: Dreyfus antes de su arresto, el Palais de Justice en donde le some- tió a juicio una corte marcial, el traslado de Dreyfus a un barco de guerra, y la Isla del Diablo en donde se le encarceló, hechos todos ellos que habían sucedido presuntamente en 1894. [Leyda 1960: 9] 37 En su historia del documental Eric Barnouw evoca (sin citar a Leyda como fuente) esta “super- chería” y otras por el estilo y comenta: No era probable que el público se interesara de- masiado sobre la significación precisa de una reconstrucción. Estaba habituado a las noticias ilustradas con imágenes que tenían un incierto y remoto vínculo con los hechos mismos. Sen- cillamente no se pensaba en semejante relación. [Barnouw: 28] Quizá Barnouw podía estar pensando más en la reconstrucción que rodó Méliès en 1899 del mis- mo caso Dreyfus que en la sesión improvisada por Doublier. No le falta razón a la hora de conjeturar que en esta época proto-documental el público, admirado ante la capacidad del nuevo invento de registrar lo real, no se preocupara demasiado por la calidad referencial de las imágenes... Pero lo que resulta significativo es que Barnouw se fije sólo en cómo “se alentaba la imaginación del público para que aceptara tales patrañas” [Barnouw: 28] y no saque mayores conclusiones del experimento de Doublier. Igualmente, Paz y Montero repasan al- gunas de estas primigenias reconstrucciones pero sólo para recalcar el poder del cine informativo pa- ra jugar con las emociones del crédulo público [Paz y Montero: 15]. Leyda, por supuesto, saca otra conclusión porque está buscando un princi- pio, el de la compilación, que a los historiadores convencionales del documental parece que se les escapa de entre las manos: La improvisación [de Doublier] contenía la se- milla de algo más que el simple lucro. La propia forma del noticiario (newsreel) requería que al- guien supiera ver las posibilidades de la combi- nación. [Leyda: 14] Veamos otro ejemplo, a propósito de una de las primeras guerras, la de España-Cuba, que llegó a tiempo de ser tratada por el cine. El nuevo invento había acostumbrado al público a contemplar esce- nas contemporáneas de interés histórico. Los fotó- grafos de Edison y Vitagraph ya habían cubierto episodios de la guerra pero la intervención nortea- mericana en el conflicto lo puso aún más de actua- lidad, e hizo que se reclamara más material exclu- sivo: El celo periodístico suscitó los primeros ejem- plos de montage documental cuando The Naval Battle of Santiago de Cuba se construyó a partir de fotos sacadas de los periódicos neoyorquinos que se hicieron pasar como tomas reales. El fa- moso George Méliès no se quedó atrás: en su mesa de trabajo de París reconstruyó la explo- sión del navío Maine en la bahía de La Habana: Les quais de La Havane et l’explosion du Cuirassé Maine… Se había descubierto un truco de ilu- sionista: el montage. [En: www.cubaupdate.org/art32.htm] Una vez más se cruza en nuestro camino Mé- liès con sus reconstrucciones. Pero aunque tanto la una como la otra sean (proto)fakes, es la falsifica- ción norteamericana la que tira de archivo y por tanto la que nos interesa para el establecimiento del principio de la compilación. Como puede ver- se, se trataba de una noción que estaba en el aire aunque naciera como dice Leyda por una necesi- dad que sólo cabe calificar de mercenaria, la de sa- car provecho de las “exigencias de la actualidad”. Pero esta noción no se limitaba al terreno de las ac- tualités, sino que se había hecho sentir -no podía ser de otra forma por ser como decimos un princi- pio congénito al cine- en el terreno mismo del por entonces embrionario cine de ficción. Tanto Ley- da como, diez años antes, Karel Reisz y Gavin Mi- llar en su libro sobre el montaje recuperan una anécdota contada por Lewis Jacobs en su pionera historia del cine norteamericano. En 1902 Edwin S. Porter estuvo buscando entre el repertorio de viejos títulos de Edison material que le diera ideas para construir alguna historia. Encontró filmacio- nes diversas sobre los bomberos, un tema enton- ces popular, pero le faltaba algo: 38 El celo periodístico suscitó los primeros ejemplos de montage documental Seguía necesitando una idea central o un inci- dente que le permitiera organizar las escenas del departamento de bomberos en acción… Entonces Porter urdió un artificio […]: una madre y un niño quedaban atrapados en un edificio en llamas y se veían rescatados en el úl- timo momento por los bomberos. [Reisz y Mi- llar: 17] Así nació Life of an American Fireman (Vida de un bombero americano, 1902). En este caso no tie- ne demasiado sentido subrayar la heterogeneidad existente entre las escenas apropiadas (las del in- cendio) y las rodadas luego por Porter en su torno (la madre y el hijo amenazados por el fuego), por- que se trata, recordemos, de un film de ficción. Pe- ro a Reisz y Millar no les interesa esto tampoco; están describiendo los comienzos de la continui- dad cinematográfica, es decir, del lenguaje mismo del cine, y escriben: La decisión de Porter de construir un argu- mento fílmico a partir de material rodado pre- viamente no tenía precedentes. Implicaba que el significado de un plano no estaba necesaria- mente contenido en el mismo sino que podía modificarse uniendo el plano a otros planos. [Ibid.] Deslumbrados por la ruptura de Porter con “la práctica aceptada hasta entonces”, Reisz y Millar deducen de aquí solamente un “nuevo principio de montaje”, de hecho, el principio básico del mismo (la idea de que un plano carece de sentido
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