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4- BRAILOVSKY,Antonio_Las crisis entre 1976 y 1995

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“LAS CRISIS DURANTE LA FASE DE 
MODERNIZACION PERIFERICA” (a partir de 1976 
hasta 1995)1 
De “Historia de las Crisis Argentinas”, Antonio Elio Brailovsky, Buenos 
Aires, Editorial de Belgrano, 19972. 
 "Pero el señor Lebetzniákov, que está al tanto de las nuevas ideas, me ha dicho que la 
compasión está prohibida por la ciencia, y así se practica en Inglaterra, donde existe la 
economía política." (Fiodor M. Dostoyevsky: "Crimen y castigo", Madrid, Aguilar, 1957.) 
EL MODELO DE PAIS 
La fase de desarrollo que se inicia a partir de 1976 se caracteriza por haber 
abandonado el proyecto de industrialización y de autarquía económica que funcionó, 
con grandes altibajos, a partir de la crisis de 1930. En muy poco tiempo, se reacomoda 
completamente el aparato productivo del país, debido a una política económica basada 
en bajos salarios, bajos aranceles de importación y tasas de interés inicialmente muy 
elevadas. 
Un cambio sustancial es el que ocurrió en el rol del Estado. Se pasa de un Estado que 
juega importantes roles en el sistema de producción, distribución y consumo, a un 
Estado que abandona su rol protagónico. El Estado deja de cumplir funciones 
empresarias, que transfiere a las empresas privadas y también declina funciones 
sociales, las que simplemente dejan de cumplirse. 
En efecto, durante la fase de desarrollo de sustitución de importaciones (1930-1976), la 
industria generaba efectos multiplicadores que permitían niveles altos de ocupación. 
Y durante el período de inserción del país en la división internacional del trabajo (1860-
1930), el modelo económico era lo suficientemente expansivo como para requerir del 
trabajo de todos y aún traer grandes masas de inmigrantes europeos. Nuevamente, los 
problemas principales tenían que ver con la inestabilidad social y la conciencia de que 
existían grandes injusticias en la distribución del ingreso. 
Pero la diferencia fundamental con la fase de desarrollo posterior es que este modelo 
económico no necesita de toda la población del país ni tiene ninguna respuesta para los 
que quedan excluidos. El carácter explosivo de esta situación y sus riesgos sociales no 
pueden ser subestimados. 
Este fenómeno se corresponde con cambios importantes en la economía internacional, 
en la cual la industria pierde su importancia relativa como fuente de ganancias de las 
grandes corporaciones frente a la actividad financiera. En esta fase de desarrollo se 
pasa de una política de tasas de interés reales negativas (es decir, inferiores a la 
inflación), a políticas de tasas fuertemente positivas, a menudo superiores a la 
 
1 Resumen realizado por la cátedra. 
2 Resumen realizado por la cátedra. 
 2
rentabilidad industrial. También se abandonó la política de promoción industrial 
masiva y casi indiscriminada y se reforzaron los estímulos a los usos financieros del 
dinero. 
Durante el gobierno militar (1976-1983) se contrajo una deuda externa elevada -
superior a la capacidad de pago del país- que actuaría como limitante a las posibilidades 
de crecimiento económico. Esa limitante actúa por la doble vía de restar recursos a la 
inversión productiva y por la necesidad de acordar las políticas económicas con el 
Fondo Monetario Internacional. 
El cambio en el modelo de país se aplicó con un enorme costo político y social. Durante 
la década de 1970 -y bajo el pretexto de combatir el terrorismo- varios miles de 
disidentes o simplemente sospechosos, obreros, estudiantes y gremialistas activos fueron 
secuestrados, torturados, desaparecidos y fusilados sin someterlos a juicio y sin siquiera 
presentar cargos contra ellos3. 
Los servicios de inteligencia del régimen impusieron la explicación: "Por algo habrá 
sido", para justificar cada uno de los crímenes cometidos por los grupos de tareas4, que 
se realizaban en complicidad con las autoridades. La aceptación de esa 
"explicación" por parte de amplios sectores de la población refleja que la dictadura 
constituyó una alianza de intereses, que se apoyó tanto en el terror sobre unos como en 
el consenso de los otros. 
LA CRISIS COMO PROYECTO DE PAIS 
Una crisis no es consecuencia misteriosa de las grandes fuerzas económicas, sino que ha 
sido parte de los objetivos de la política económica implementada a partir de marzo de 
1976. Para hablar de eso tenemos que desarrollar los motivos por los cuales se 
abandonó la idea de industrializar el país. 
Los límites del crecimiento 
El primer antecedente importante de la política económica llevada a cabo por el Dr. 
José Alfredo Martínez de Hoz5 es un librito de apariencia inofensiva, denominado "Los 
límites del crecimiento", el cual resume las conclusiones de un complicadísimo modelo 
matemático que intentó pronosticar el futuro del mundo6: el hombre ya no cabe en la 
Tierra, la dotación de recursos naturales del mundo es finita y escasa, y si persistimos 
en aumentar la producción y el consumo, estamos llevando el mundo a una catástrofe. 
En el siglo XXI, el exceso de población, contaminación, presión sobre recursos agotables 
—como el petróleo— o recursos cuya renovación está amenazada —como el agua— 
entrarían en crisis. El mundo ya no podrá alimentar a tanta gente y el desequilibrio 
entre oferta y demanda de recursos se resolverá a través de la muerte de grandes masas 
de la población mundial. 
 
3 Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas (1985). “Nunca Más” EUDEBA. Buenos Aires. 
4 Integrados por personas pertenecientes a diversas fuerzas (policía, ejercito) que generalmente de noche irrumpían por la fuerza en 
domicilios llevándose mucha gente que nunca más apareció. 
5 Ministro de Economía de la primera etapa de la Dictadura. 
6 Meadows y otros (1972) “Los límites del crecimiento” Fondo de Cultura Económica. México. Escrito bajo la dirección del profesor 
Meadows, del Instituto Tecnológico de Massachussts. 
 3
Las conclusiones son inmediatas: o nosotros limitamos el crecimiento de la población —
en forma voluntaria o compulsiva— o lo harán el hambre y la peste, al igual que en la 
Edad Media. La humanidad termina su etapa de expansión y comienzan los tiempos de 
escasez. 
Estas recomendaciones afectan especialmente a los países del Tercer Mundo: no se 
plantea un uso o distribución más racional y equitativa de los recursos a escala mundial, 
sino un congelamiento del desarrollo en su situación actual. Los países pobres no 
podrán alcanzar nunca los niveles de consumo de los Estados Unidos. 
Ahora bien, ¿por que nos interesa políticamente este informe? Porque no fue un 
ejercicio académico, sino una propuesta de ordenamiento de la economía mundial, 
efectuada por un grupo de corporaciones con suficiente poder como para intentar 
llevarla a la práctica. 
Este primer informe levantó una oleada mundial de protestas en círculos políticos y 
académicos. Un grupo de especialistas argentinos, nucleados en la Fundación Bariloche, 
se tomó el trabajo de efectuar un modelo alternativo en el que las computadoras, 
cargadas con hipótesis diferentes, daban otras respuestas: el mundo aguantaba, la 
catástrofe podía evitarse si se producían cambios sociales y económicos de envergadura, 
que tendieran a racionalizar el uso de los recursos naturales y a redistribuir la riqueza. 
A partir de aquí, siguió una polémica en los medios académicos, con distintos modelos 
que tuvieron sus variantes, pero las palabras ya estaban dichas y quien quisiera 
recordarlas sabía que un grupo de grandes empresas multinacionales ya no consideraba 
rentable la expansión y estaba apostando al crecimiento cero. 
El inmediato corolario es la necesidad de un Estado autoritario a escala nacional y de 
un régimen de control internacional sobre aquellas personas o países que se resistan a 
alimentarse exclusivamente de la bondad o de la sabiduría. 
Pero veamos algunos de los mecanismos por los cuales se procura detener el crecimiento 
económico del mundopara después centrarnos en la forma en que funcionaron en 
nuestro país. 
Un mundo cada vez más pequeño 
El segundo antecedente importante de la política de Martínez de Hoz es el enorme 
aumento sufrido por los precios del petróleo a partir de 1973. La economía industrial 
del mundo se había apoyado en el supuesto implícito de considerar despreciables los 
costos energéticos. La civilización del automóvil fue la forma de hacer rentable un 
mundo de energía casi gratuita. 
Desde 1973 —por la combinación de una mayor conciencia autónoma de los países 
exportadores y una alta cuota de poder en manos de las empresas comercializadoras—, 
el petróleo pasa a ser un recurso caro. Eso afecta al conjunto de los precios relativos del 
mundo. Un mundo que ya se encontraba alterado por una crisis monetaria de 
magnitud, resultado del conflicto entre el dólar norteamericano y las monedas de los 
demás países industrializados. Se inicia así una recesión internacional, tanto más grave 
ya que nadie hizo lo suficiente por evitarla o atenuarla. 
 4
Ahora bien, antes de hablar de la crisis mundial, es necesario hablar de la expansión 
que la precedió. Se trata de "un gran período de expansión que vivió la economía de 
Occidente entre 1940 y 1973. [El mismo] se originó en la producción militar 
norteamericana para la Segunda Guerra Mundial, se continuó en la posguerra con la 
reconstrucción europea, el desarrollo industrial de los países periféricos, el rearme para 
la guerra fría y remató finalmente con la intervención norteamericana en Vietnam"7. A 
este esquema podemos agregar la carrera espacial, el auge del automóvil y las obras 
viales, y en los últimos años, de la automación y de los equipos de descontaminación y de 
control de la calidad ambiental. 
En los años anteriores, el aumento de los salarios reales, la ocupación y el consumo en 
buena parte del mundo habían producido beneficios tales que justificaron el pago de 
esos mayores salarios. De a poco, los mercados solventes fueron saturándose, mientras 
que los demás no interesaban. Por efectos de la presión sindical y política, los salarios 
tendieron a crecer más rápido que la productividad del trabajo en muchos países 
industriales. Este es, por otra parte, un fenómeno frecuente cuando la economía está 
próxima al pleno empleo. 
O quizás simplemente ocurrió que el bienestar material de los asalariados creció en 
forma más rápida que las ganancias de las grandes corporaciones. Esas ganancias 
comenzaron a bajar en algunos países, mientras que en otros dejaron de crecer debido a 
la presión redistributiva. Así, fue haciéndose más evidente que la etapa de consumos 
elevados y bienestar general creciente ya no era un buen negocio. 
En política económica se reproduce gran escala el monetarismo. Esta corriente de 
pensamiento considera a la inflación como el peor y casi único de los males y 
recomienda su tratamiento con las conocidas estrategias de la recesión planificada. Al 
tradicional peso del Fondo Monetario Internacional agrega ahora el prestigio de 
algunos premios Nóbel de Economía que la defienden. Por ejemplo, uno de los teóricos 
del monetarismo, el profesor Hayek, manifestó, refiriéndose a los Estados Unidos, que 
"lo que necesita este país, para salir de la estanflación (estancamiento con inflación) es 
una auténtica y profunda depresión"8. Afirmaciones que sólo pueden provocar el 
desconcierto de quienes conocen la literatura económica del último siglo, orientada 
unánimemente a combatir las depresiones. 
Porque una de las características más difíciles de aceptar de la etapa que nos ocupa es 
que se ha abandonado la idea de que el crecimiento económico es uno de los grandes 
objetivos de la humanidad. Tengamos en cuenta que el sistema de las Naciones Unidas y 
los organismos financieros internacionales que se crearon después de la Segunda 
Guerra Mundial habían planteado que la situación de los más postergados iría 
mejorando día a día. Pero de un día para otro se dijo que eso ya no era importante y 
que cada uno debía hacerse cargo de su propio destino, sin que el sistema económico 
hiciera nada por apoyarlo, sino a menudo todo lo contrario. 
El monetarismo hace a veces el elogio de la recesión, y en ocasiones niega su existencia. 
Mientras el número de desocupados aumentaba a razón de varios cientos de miles al 
mes en todos los países, el principal ideólogo del monetarismo, profesor Milton 
 
7 Abalo, Carlos (1975) “Un análisis de la crisis monetaria”. En: Anuario del Cronista Comercial. Buenos Aires 
8 En “Comercio Exterior” (1981) México 
 5
Friedman, manifestó que "no hay recesión en el mundo", agregando que "es fácil 
hablar de recesión, pero es un concepto que no tiene gran significación". 
La receta monetarista consistió en: combinar control de salarios con libertad de precios, 
restringir la cantidad de dinero y de préstamos bancarios y mantener tasas de interés 
muy altas. 
Precisamente, una de las estrategias de la administración de Ronald Reagan9 fue forzar 
a casi todos los países del mundo a elevar sus tasas de interés. La manera de hacerlo fue 
fijar para los Estados Unidos intereses tan altos que provocarían la fuga de capitales de 
todos los mercados financieros del mundo, a menos que esos mercados también 
elevaran sus tasas10. El resultado fue el aumento de la especulación financiera y las 
ganancias de los financistas en todo el mundo, al precio de un encarecimiento de los 
créditos y de condiciones recesivas generalizadas. 
Es decir, que se encarecieron dos insumos básicos para el funcionamiento de la 
economía mundial: el petróleo y el dinero. 
Por medio de estos ataques a los puntos más vulnerables de la economía occidental, se 
consiguió pasar de una etapa expansiva a una etapa de contracción de la economía 
mundial. El objetivo de esta política, según lo explicó el presidente norteamericano 
Ronald Reagan en una reunión efectuada en julio de 1981 en Ottawa entre los jefes de 
Estado de las grandes potencias, es el siguiente: "Estados Unidos —dijo— debe 
retornar a un nivel de consistencia tal que los demás países puedan depender de 
nosotros"11. 
Opinión que fue reforzada por la de Margaret Thatcher, primer ministra británica, 
quien agregó que "el Tercer Mundo no debe esperar nada hasta que las naciones 
industrializadas hayan superado sus problemas económicos"12. 
En la mayor parte de los casos, la estrategia para superarlos consistió en disminuir los 
gastos públicos con finalidad social y aumentar los presupuestos militares. 
Todo ello combinado con medidas tendientes a favorecer la concentración económica y 
a disminuir los salarios reales, aumentando, dentro de lo posible, el desempleo. Así, la 
recesión forzó la concentración del mercado: en la primera mitad de 1981 se verificaron 
1.184 fusiones en empresas de Estados Unidos, es decir, un 60 por ciento más que en 
igual período del año anterior. 
Pero mientras los países desarrollados seguían por el camino de las altas tasas de interés 
y el aumento de los gastos militares, es difícil pensar que pudieran superar sus 
problemas económicos. Sobre este aspecto, la revista Comercio Exterior de México 
comentó que "pese a las teorías más conocidas, no está demostrado que haya una 
correlación directa entre la reducción de la inflación y las políticas anti-inflacionarias. 
 
9 Presidente de Estados Unidos 1981 y 1989 
10 Bommensath, Maurice (1981) “La querelle des taux d’interet. En : Diario Le Monde 5-5-1981. París 
11 En: Comercio Exterior (1981) México 
12 Idem anterior 
 6
Tampoco se puede probar la correlación de inflación con recesión, sino que, más bien, 
parece ser la política anti-inflacionaria la que provoca la recesión".13
Sobre el mismo tema, el economista norteamericano John Kenneth Galbraith expresó 
en un tono mucho menos académico que "la política monetaria trabaja en contra de la 
inflación solamente en la medida enque crea suficiente desempleo como para restringir 
los reclamos de los sindicatos y suficiente capacidad fabril desaprovechada como para 
que se desista de los aumentos de precios y se combatan los sindicatos". Bajo esta 
política —agregó— "se da la terrible tragedia de los que nunca tuvieron trabajo, o 
están en un lugar inapropiado, o son del sexo inapropiado, o tienen la particular 
desventaja de ser del color o raza inapropiados". 
EL PLAN MARTINEZ DE HOZ 
La historia se inicia el 2 de abril de 1976, pocos días después de que un golpe de Estado 
diera lugar a la dictadura más sangrienta de la historia de nuestro país, poniendo al 
general Jorge Rafael Videla en la Presidencia de la Nación. Ese día, el ministro de 
Economía, Dr. José Alfredo Martínez de Hoz, pronunció un larguísimo discurso en el 
que afirmaba: "si tuviera que definir en pocas palabras el tipo de economía que 
considero debe implantarse, podría considerarla simplemente como una economía de 
producción". Un poco más adelante agregaba que "habrá sin duda sacrificios que 
realizar, pero cuando los mismos se reparten equitativamente, tales sacrificios pueden 
ser llevaderos". 
La etapa del entusiasmo inicial venía cargada de promesas: se iba a modernizar el país, 
se iba a fomentar la eficiencia. Todo el mundo trabajaría más, sin que la inflación se 
llevara el fruto de su trabajo. No habría estrangulamientos externos porque se crearía 
la industria de base que el país necesitaba. El aparato financiero iba a estar al servicio 
de la producción y no de la especulación. El capital extranjero vendría a crear nuevas 
fuentes de trabajo y a aumentar la riqueza nacional, justamente ahora que el país 
estaba en orden y la confianza reinaba por doquier. 
Así, Martínez de Hoz inicia su gestión en medio del más amplio apoyo prestado por la 
comunidad de negocios. La violenta actuación de la guerrilla había convencido a 
muchos empresarios de que lo mejor era un régimen autoritario que pusiera orden y 
recuperar la disciplina laboral. No todos tenían conciencia de la cantidad de vidas que 
iba a costar esa política. 
En forma concomitante, parecía existir consenso entre los empresarios en el sentido de 
que bajarían los costos salariales y con ello quedarían solucionados casi todos los 
problemas de la industria y del comercio. Muy pocos empresarios recordaban que los 
asalariados eran, además, los compradores de los productos que ellos ofrecían. Casi 
todos pensaban que la exportación permitiría crear un mundo feliz en el cual los 
salarios fueran bajísimos pero las ventas crecieran indefinidamente. 
Para el Día de la Industria de 1976, el diario El Cronista Comercial publicó un 
suplemento especial, en el que se resumían los puntos de vista oficiales sobre este país, al 
que el monetarismo estaba salvando del caos y la ruina. Al respecto afirmaba: 
 
13 En: Comercio Exterior (1981) México 
 7
"El Banco Nacional de Desarrollo seguirá ejerciendo una acción pionera en el 
financiamiento de la pequeña y mediana empresa, especialmente en el interior del país", 
dijo Carlos Conrado Helbling, titular de ese banco oficial. “La madurez industrial del 
país lo consolida como exportador de manufacturas", dijo Alberto Fraguío, secretario 
de Comercio Exterior. La industria anunciaba que "se aumentará la capacidad 
instalada". Había recuperación en siderurgia, nuevas perspectivas para la construcción 
y los textiles estaban convencidísimos de que exportarían camisas y pantalones a todos 
los mercados del mundo. 
Pero si la función del artista es testimoniar las carencias, la del economista es 
cuantificarlas y analizarlas críticamente. El primer paso es describir los mecanismos 
que permitieron generar la crisis que ahora analizamos y sus efectos sobre nuestros 
padecimientos actuales y futuros. 
El fin del mercado interno 
Esta etapa se caracteriza por la incongruencia entre lo prometido y los resultados 
efectivos de la política económica. A medida que avanzó el tiempo y los sacrificios 
pedidos no hicieron más que aumentar mientras la situación económica empeoró, 
aquellos que creyeron en las promesas iniciales se preguntaron qué es lo que falló y 
como un modelo tan convincente pudo provocar resultados tan desastrosos. 
Cuando esos sectores quisieron pedir explicaciones, el secretario de Comercio, 
Alejandro Estrada, les contestó: "Las pautas no se modificarán. Es el sistema 
económico el que debe adaptarse a las pautas"14. Lo que equivalía a afirmar que no se 
consideraba necesario el consenso para gobernar, sino que la política económica podía 
aplicarse aún con la oposición de la mayor parte de la población. Eso no era novedoso 
para la mayor parte de la población, pero sí lo era para muchos de los empresarios que 
habían apoyado al gobierno de facto. 
Agregaremos un par de cifras significativas sobre la situación de empresarios y 
trabajadores. En seis años, las tasas de interés pasaron de valores del orden del 15 por 
ciento anual a tasas del orden del 10 por ciento mensual. Entre octubre de 1980 y 
septiembre de 1981, por dar un ejemplo, se cobró un interés nominal del 261,8 por 
ciento, lo, que, comparado con la inflación, significa una tasa de interés real del 52,9 por 
ciento. 
No existe una sola empresa en el mundo capaz de resistir estas tasas de interés, salvo 
quizás los contrabandistas de armamentos del Medio Oriente, o los plantadores de 
marihuana de la selva colombiana. Pero los industriales argentinos, atrapados en la 
menos romántica aventura de la producción, no estuvieron en condiciones de hacerlo. 
Paradójicamente, las empresas que menos sufrieron con esta situación son aquellas que 
desoyeron la invitación oficial a capitalizarse y, por consiguiente, se endeudaron lo 
menos posible. Ocurrió lo mismo con aquellos que prefirieron seguir trabajando con 
tecnologías antiguas y "obsoletas", que ocupaban una mayor proporción de mano de 
obra y menor proporción de capital, ya que resultaba más rentable pagar bajos salarios 
que altos intereses. En el sector agropecuario, los que comparativamente sufrieron 
 
14 Revista Humor, 7/9/1981 
 8
menos fueron los minifundistas, que como nunca habían tenido acceso al crédito, no 
quedaron entrampados en los mecanismos de indexación. 
Durante el período de altas tasas de interés, fue muy frecuente ver productores 
agropecuarios que vendían el campo para poner el dinero en el Banco. Descubrieron 
demasiado tarde que el privilegio de vivir de rentas no estaba hecho para que ellos lo 
aprovecharan. 
La segunda cifra significativa es la del salario real: a fines de 1981, el salario real era 
apenas equivalente al 21,8 por ciento de su valor en 1974. 0 sea que en siete años había 
perdido casi las cuatro quintas partes de su valor15 16. Y eso que en el medio hubo un 
cambio en la metodología del índice de precios (antes costo de vida), que sirvió para 
disfrazar el impacto de la indexación de los alquileres sobre salarios congelados. 
Si a ello agregamos la desocupación creciente y la desaparición de las "changas" y 
horas extras, concluiremos que la disminución del salario de bolsillo ha sido aún mayor 
de lo que muestran las estadísticas. Hay quienes sostienen que los salarios estaban 
sobrevaluados en aquella época, pero es difícil sostener que lo estaban en esa magnitud. 
Es más: por más que se haya hablado del progreso del país y haya habido grandes 
cambios en la productividad del trabajo, lo cierto es que los salarios comenzaron a 
bajar con la crisis de 1949 y nunca recuperaron el nivel que habían alcanzado. 
La participación de los asalariados en el ingreso nacional pasó del 40,9 por ciento en 
1970 a apenas el 31,5 por ciento en 198017. En otras palabras, que las ganancias de las 
empresas se llevaron en 1980 el 68,5 por ciento del producto bruto de la Argentina. Si 
deseáramos efectuar una comparación con otros países, vemos que en los Estados 
Unidos, en 1970,las ganancias de las empresas representaron sólo el 7,1 por ciento del 
producto bruto interno18. Sesenta y un puntos porcentuales de diferencia son el 
impresionante resultado de una política económica que no tuvo en cuenta a la mayor 
parte de los argentinos. 
¿Cómo se rebajaron los salarios? Los mecanismos fueron variados y actuaron en forma 
concurrente. La primera herramienta fue combinar el congelamiento salarial con la 
liberación de precios, pero ésta fue apoyada por otras. Se modificó la legislación de 
contrato de trabajo para disminuir los días de descanso anual, hacer más baratos los 
despidos y reducir globalmente la protección jurídica al trabajador. Se intervinieron 
sindicatos, se les quitaron las obras sociales. Se modificó la ley de alquileres para 
encarecerlos al máximo, tolerándose todos los abusos por parte del propietario, tales 
como indexar el alquiler que debía pagar el inquilino, pero no indexar el depósito que 
debía devolver el propietario al fin del contrato. 
La política impositiva también apuntó a castigar al trabajador, mediante la 
generalización del impuesto al valor agregado (IVA). Por tratarse de un impuesto al 
consumo, debe ser pagado por todos; por el contrario, los impuestos a los réditos, 
ganancias o bienes personales, sólo deben ser pagados por los que más ganan o más 
 
15 Organización Techint (1980), “Boletín Informativo”, Nº 217, enero-marzo 
16 Realidad Económica (1981) Nº 33, IADE, Buenos Aires, diciembre 
17 Vilas, Carlos (1994) “Reestructuración capitalista, reforma del Estado y clase obrera en América Latina . En: Cuadernos del Sur, 
Nº 18, diciembre 
18 Comercio Exterior (1981). Septiembre. México 
 9
tienen. En 1970, el antecesor del IVA, el impuesto a las ventas, equivalía al 19,3 por 
ciento de la recaudación de la Dirección General Impositiva. En 1980, el IVA cubría el 
36,6 por ciento. Al mismo tiempo se rebajó el peso de los impuestos a los ricos: 
ganancias y réditos bajó del 24,1 por ciento, a representar sólo el 12,6 por ciento de lo 
recaudado en 198019. 
Nos interesa destacar cuáles fueron los bienes o servicios que pagaron este impuesto. 
Las facturas del gas para uso domiciliario pagaron impuesto (el IVA y otros) por 
valores que llegaron al 30 por ciento del consumo. Las de electricidad pagaron 
impuestos que alcanzaron al 35 por ciento de la luz consumida. Un buen ejemplo de la 
orientación de la política tributaria fue que el pan y la leche pagaron IVA, pero el oro 
en barras quedó desgravado. 
Gran cantidad de organismos públicos fueron intervenidos y su personal separado del 
cargo o sometido a un régimen laboral de características excesivamente arbitrarias. En 
un esfuerzo por acentuar la desocupación (y disminuir, así, el precio de la fuerza de 
trabajo), se aplicaron leyes de prescindibilidad y se procuró la cesantía del mayor 
número posible de agentes públicos. En innumerables discursos se exhibieron las cifras 
de cesantes de cada repartición con la satisfacción del deber cumplido, como si hubiera 
sido precisamente ése el objetivo de la gestión. 
En los hechos, la prescindibilidad no representó un ahorro para el fisco, ya que buena 
parte de las tareas que efectuaban los agentes cesantes fueron transferidas a 
contratistas privados, los que cobraron por su trabajo montos varias veces superiores a 
los salarios de los empleados públicos que antes realizaban esa misma tarea. 
El "deme dos" y los tiempos de la plata dulce 
Uno de los aspectos más terribles de la política económica ha sido sin duda el del 
endeudamiento. Era de 8.000 millones de dólares en 1975 y comenzó a crecer muy 
rápidamente a partir del año siguiente. Sólo en 1980, la deuda externa creció un 42,7 
por ciento, llegando a la entonces difícilmente imaginable cifra de 30 mil millones de 
dólares, o 35 mil millones si se cuentan los intereses. Esa suma era algo así como la 
mitad del producto bruto anual de la Argentina. Hasta 1978 los intereses y servicios de 
esa deuda costaban unos 250 millones de dólares anuales, pero desde 1981 fue necesario 
pagar unos 4.000 millones por año20. 
¿Cómo se llegó a esa situación? Diremos que fue a partir de una política económica que 
postulaba que lo mejor que podía ocurrirle al país era recibir muchos préstamos del 
exterior, aunque no supiera cómo devolverlos ni en qué utilizarlos. En efecto, a 
principios de la década del '70 se criticó en los medios académicos internacionales la 
política del Brasil, de endeudarse excesivamente en el exterior. Pero ese endeudamiento 
tenía por lo menos la contrapartida de los dólares aplicados al crecimiento industrial. 
Con una política aparentemente similar, Brasil salió con una industria fortalecida y la 
Argentina con una estructura industrial en franco retroceso. 
 
19 FIDE (1981) , Nº 36, agosto, D 
20 Prensa Económica (1981), año VII, Nº 74, agosto 
 10
A partir de 1978, y con las reservas internacionales en alza, la Argentina comenzó a 
pedir préstamos a la banca privada internacional para no usarlos. Se obtenían divisas 
pagando por ellas los intereses más altos del mundo —porque la Argentina aparecía 
como un área de riesgo financiero, por su alto grado de endeudamiento— y se volvían a 
depositar, a un interés menor, en los mismos bancos que las habían prestado. Y lo que 
en una medida menor era una operación financiera usual, adquirió las proporciones de 
la desmesura. Se regalaron millones de dólares en intereses pagados a los bancos 
internacionales por préstamos que el país no utilizó para nada. En ningún momento se 
proporcionó una explicación que justificara esta conducta. 
Esta política se complementó con la rebaja de aranceles aduaneros, efectuada con el 
propósito de fomentar la eficiencia industrial y restringir el alza de precios. En 
promedio, se bajaron los aranceles a la mitad y se programaron rebajas posteriores que 
debían dejarlos para 1984 en la cuarta parte de sus valores de 197621. La rebaja 
arancelaria se combinó con la sobrevaluación del peso, lo que acentuó aún más sus 
efectos. 
Por imperativo de la libertad de comercio —dirigida mediante la fijación oficial del 
valor del dólar—, resultó más barato importar que producir, veranear en Brasil o en 
España que en Córdoba o Mar del Plata. Así, en 1979, las importaciones crecieron un 
46,5 por ciento y en 1980 aumentaron otro 41,5 por ciento. De importar insumos, 
necesarios por la falta de una adecuada industria de base, el país pasó a importar bienes 
de consumo prescindibles: grabadores de Taiwan, juguetes de Hong-Kong, quesos de 
Holanda, carnes del Uruguay, galletitas de Alemania Federal, jamones de Suecia, 
arvejas del Canadá, tomates de España. El abaratamiento de los viajes al exterior 
posibilitó que muchas personas fueran a Miami para traer al país esos mismos 
productos en vez de comprarlos aquí. Se generalizan los "tours de compras" al exterior. 
Los argentinos se hacen famosos en todo el mundo por preguntar el precio de lo que 
fuera y después decir: "deme dos". 
Esto representó una enorme sorpresa para una sociedad que estaba habituada a 
consumir exclusivamente productos que llevaban el cartelito de "industria argentina". 
El tener acceso a vistosos productos y paisajes antes desconocidos o solamente vistos a 
través del cine y la televisión, creó una sensación de euforia económica, que el lenguaje 
popular calificó como de "plata dulce". 
Desde el punto de vista político, significó que el gobierno militar estaba ofreciendo una 
alternativa para canalizar las tensiones que había generado su propia política del 
terror. En una sociedad en la que se seguía fusilando gente en las calles, los nuevos 
consumos permitían crear una sensación de distracción y alivio. 
Se pretendió que la industria argentina tenía que ser tan eficiente como para poder 
competir en condiciones ventajosas con todos los productos que se fabricaran en el 
mundo, los que, además, ingresabana la Argentina con un doble subsidio: el de su 
propio gobierno —otorgado en todo el mundo a las exportaciones— y el que le 
proporcionaba nuestro país, al mantener artificialmente sobrevaluado el peso. 
 
21 Abalo, Carlos (1981) “Argentina 1976-1981 (1º parte) ” . En: Comercio Exterior, junio. México. 
 11
Si a ello se agrega que la industria argentina debía arreglárselas para hacer frente a las 
tasas de interés más altas del mundo y que la reducción del mercado interno aumentaba 
sus costos fijos —al tener que mantener una enorme capacidad ociosa— nos parece que 
la exigencia fue desmesurada. 
Paradójicamente, en el mismo momento que la Argentina iniciaba sus rebajas masivas 
de aranceles —esas que habían de transformar la fisonomía de la calle Florida—, los 
industriales norteamericanos se dirigían al gobierno de su país pidiendo mayor 
protección frente a los artículos electrónicos que llegaban de Extremo Oriente a precios 
de dumping22. En ésta, como en tantas otras ramas industriales, se pretendió que la 
industria argentina tuviera una mayor capacidad de defensa que la industria 
norteamericana. 
Algo similar ocurrió con las inversiones del exterior. Desde el primer momento se 
manifestó que era indispensable contar con el concurso del capital extranjero. No se 
discutió este aporte en términos de una relación entre costos y beneficios (es decir, 
cuánto le cuestan al país las concesiones que se hacen al inversor extranjero y cuánto se 
obtiene a cambio). Por el contrario, se procedió con la idea de que no había que 
escatimar gastos en este aspecto y que todo lo que se diera era poco en comparación con 
los inmensos beneficios que se obtendrían. 
Una publicación del Banco Interamericano de Desarrollo señala que "según la opinión 
de expertos en el tema de las inversiones extranjeras en América Latina, la legislación 
existente en Argentina está entre las que ofrecen mayor atracción al inversionista de 
otros países"23. 
Esta legislación estableció dos principios esenciales: 
1) Todas las áreas de la actividad económica están abiertas al inversor extranjero; y 
2) Se asegura a quien registre su inversión la repatriación del capital y la remesa de 
utilidades, aun en períodos durante los cuales se aplique el control de cambios24 
Por otra parte, la legislación admite como inversión extranjera, no sólo el aporte de 
capital para formar una nueva empresa o ampliar otras extranjeras existentes, sino 
también para comprar empresas argentinas. De este modo, la desnacionalización de 
empresas es una actividad que recibió todos los beneficios de la ley. 
Pero como estas leyes establecieron que las empresas extranjeras podían recibir 
créditos en igualdad de condiciones que las locales, ni siquiera necesitaron traer al país 
el dinero que se supone invertían. Les bastó con pedir préstamos a los bancos 
argentinos para levantar empresas extranjeras (o extranjerizar empresas locales), 
totalmente financiadas con el ahorro nacional, y con derecho a repatriar capital y 
utilidades en cualquier momento. 
Esto, que hoy nos parece habitual, resultó escandaloso en ese momento, cuando aún se 
pretendía que la Argentina tuviera una importante actividad industrial de capitales 
 
22 Cámara argentina de la industria electrónica (CADIE) (1978) . “Primer simposio de la industria electrónica argentina”. Buenos 
Aires 
23 INTAL (1981) “Integración Latinoamericana” , Nº 59, julio. Buenos Aires 
24 Leyes nacionales Nº 21.382 y Nº 22.208 
 12
nacionales. Precisamente, el abandono del proyecto de industrialización autárquica se 
realiza a partir de estas leyes del gobierno de facto. Lo que vendrá después se apoyará 
ideológicamente en ellas. 
La aplicación de este principio, según el cual hay que facilitar la salida del capital 
extranjero para que éste entre al país, se combinó en la práctica con la profunda 
recesión provocada por esta misma política económica. Con lo cual el capital extranjero 
obtuvo grandes facilidades legales para salir del país, pero ningún incentivo económico 
para quedarse. 
Un optimista anuncio de la Secretaría de Inversiones Extranjeras25 decía que entre 
1977 y 1980 las inversiones extranjeras habían alcanzado los 1.643 millones de dólares, 
cifra que —además de haberse juntado cuatro años para hacerla parecer un poco más 
abultada— debería en rigor, compararse con las divisas que el país perdió gracias a las 
inversiones extranjeras a las que tanto benefició. 
Estas cifras pueden obtenerse de las memorias anuales del Banco Central y en ellas se 
puede ver el crecimiento de la fuga de capitales: 679,2 millones de dólares en 1976; 871 
millones en 1977; 1.354,2 millones en 1978 y 2.184,3 millones de dólares en 197926 . 
Plata que se fue por desinversiones declaradas (la mayor parte no se declaran), 
utilidades, dividendos, intereses, regalías, comisiones, honorarios, sueldos, etc. Totaliza 
5.088,7 millones de dólares. Es decir que el país recibió inversiones extranjeras por 
1.643 millones de dólares y perdió por ese mismo concepto 5.088,7 millones, tres veces 
más, y eso que en el cálculo de egresos no se alcanzó a computar las cifras de 1980. 
De hecho, lo único que esta política ha estimulado fue la fuga de capitales al exterior, 
por dos vías concurrentes. Primero, porque a nadie que tuviera algo de dinero podía 
ocurrírsele la peregrina idea de invertirlo en ese momento en la Argentina. Y segundo, 
porque con el dólar tan barato, era buen negocio comprarse una buena cantidad de 
dólares (que se vendieron libremente, por aplicación de esos principios de libertad de 
mercados) y reinvertirlos en casi cualquier cosa, mientras esa cosa estuviera en otro 
país. Así, se calcula que a mediados de 1981 había inversiones argentinas en el exterior 
por valor de 30 mil millones de dólares27. 
Sintetizando: si sumamos el aumento de la deuda externa (27 mil millones de dólares), 
las inversiones de argentinos en el exterior (30 mil millones) y lo girado por los 
inversores externos a sus respectivas casas matrices (5 mil millones), nos encontramos, 
dólar más, dólar menos, con todo el producto bruto anual de la Argentina de ese 
momento. Y eso que no pusimos en la cuenta toda la chatarra electrónica que llegó de 
Taiwan durante este período, que hubo que pagar, como también hubo que pagar todas 
las importaciones efectuadas con sobreprecio para transferir ganancias al exterior sin 
pagar impuestos. 
Con razón señala Ferrer que "a partir de aquí hay que aceptar que la Argentina es un 
país en una situación muy semejante a la de aquellos salidos de la guerra de 1945"28. 
Sin embargo, lo que vendría después sería infinitamente peor, ya que la sociedad 
 
25 INTAL “Integración latinoamericana”, Nº 59, op. Cit. 
26 Banco Central de la República Argentina. “Memorias”, (1976-1977-1978-1979) 
27 Abalo, Carlos “Argentina” op. cit. 
28 Ferrer, Aldo (1981) “Los economistas ante la crisis” En: Realidad Económica, Nº 33. IADE, octubre-diciembre. Buenos Aires. 
 13
argentina olvidaría que alguna vez tuvo un país industrial, con un alto nivel de 
ocupación y una economía en crecimiento. 
Un Estado caro y desmantelado ¿En qué se gastó tanta plata? 
En los años del gobierno militar, la expansión del gasto público fue un fenómeno 
paralelo a la caída de la producción industrial. En realidad, ambos no son 
necesariamente incompatibles, a pesar de la abundante literatura liberal en contrario. 
En la mayor parte del mundo —y en buena parte de la historia argentina— el Estado 
efectuó inversiones en aquellos rubros que el sector privado no puede afrontar, 
facilitando así su desarrollo. Sin embargo, la experiencia reciente de los argentinos fue 
ver al Estado más como una carga que como un apoyo. De hecho la presión tributaria 
aumentó continuamente desde 1975. 
Paradójicamente, la mayor presión tributaria de la historia argentinafue el resultado 
de la gestión de un equipo económico que negaba ser estatista y que propiciaba la 
reducción del aparato oficial. Y si fueran a analizarse algunas medidas en forma 
aislada, pareciera que el gasto público debiera haberse reducido, al menos en la misma 
proporción que se redujeron los servicios que el Estado prestó a la comunidad29 . 
Por de pronto, se transfirieron las escuelas y los hospitales a las provincias, a las que, 
simultáneamente, se les redujo el aporte del Tesoro. El resultado fue en muchos casos 
un empeoramiento de las prestaciones efectuadas a la población, ya que no todas las 
provincias tuvieron los recursos suficientes para atenderlos. 
También se congelaron los subsidios oficiales a las empresas públicas, las que debieron 
elevar sus tarifas hasta llevarlas en muchos casos, más allá de lo soportable por una 
población empobrecida. Como consecuencia de ello, se retiraron los medidores de luz a 
numerosas familias que no se encontraban en condiciones de pagar las nuevas tarifas. 
Solamente en Salta se cortó la electricidad a cuatro mil quinientas familias. 
Los empleados públicos, por su parte, vieron drásticamente reducido su salario real, lo 
que hizo que el país perdiera valiosos equipos de profesionales y científicos —cuya 
formación había costado mucho en su momento— que emigraron, atraídos por los 
mejores sueldos que se pagan en casi cualquier país del mundo. Justificando esos 
ahorros, el ministro de Salud Pública, brigadier Amílcar Argüelles, afirmó que existía 
un "despilfarro de recursos en personas y elementos que se dedican a investigar temas 
que carecen de verdadera prioridad". Se refería, no necesitamos aclararlo, a los 
estudios efectuados en ciencias sociales, los que mostraban una dramática realidad que 
no se deseaba conocer ni corregir. De todas maneras, en 1981, los salarios no 
representaron más de la tercera parte de los gastos corrientes del Estado30. 
Y ante este panorama de enormes sacrificios exigidos al conjunto de la población en pro 
de la reducción del gasto público, cabe preguntarse por qué ese gasto continuó 
aumentando. ¿En qué gastó tanto dinero el Estado? 
 
29 Brailovsky, Antonio (1981) “Un análisis de esta crisis”. En: FAIMA, anuario. Buenos Aires 
30 Prensa Económica. op. cit 
 14
Por una parte, se efectuaron mayores gastos militares, cuyo crecimiento se aceleró bajo 
la presión de un posible conflicto con Chile y en la preparación de la trágica aventura 
de Malvinas. Durante 1980, la Argentina invirtió 54 dólares per capita en comprar 
armamentos, contra 54 dólares en educación y 43 dólares por habitante en salud 
pública. Por su parte, el capitán ingeniero Álvaro Alsogaray estimo que los gastos 
efectuados por el conflicto con Chile oscilaron entre los 3.500 a 4.500 millones de 
dólares31. 
En segundo lugar, se gastó en obras públicas innecesarias, de las cuales el ejemplo más 
patético fueron las autopistas urbanas. Cuando se anunció su construcción, todos los 
especialistas en el tema se pronunciaron en contrario, recomendando alternativas más 
racionales, tales como la prolongación de la red de subterráneos. A pesar de ello fueron 
construidas y permanecieron vacías durante años, con un escasísimo número de 
usuarios, mientras el Estado pagaba, mediante avales, el peaje que correspondía a los 
usuarios teóricos, esos que figuraban en las planillas previas a la obra pero que no 
usaron nunca la autopista. Ya que el Estado había avalado los créditos para hacer las 
autopistas, las empresas constructoras se desligaron de la obligación de devolverlos. 
Durante largos años -más allá de la dictadura-, el Estado siguió pagando por los 
préstamos otorgados para hacer unas autopistas que no se necesitaban. 
También se gastaron 800 millones de dólares en la realización de un campeonato 
mundial de fútbol. Se instaló la televisión en colores y se construyó un lujoso edificio 
para ATC, ubicado exactamente enfrente del proyectado para la Biblioteca Nacional, 
cuya construcción se suspendió por razones de economía. 
Se pagaron cuantiosas indemnizaciones a empresas multinacionales con las que el 
Estado tenía controversias pendientes. En todos los casos se otorgó la razón a las 
empresas y el Estado se manifestó dispuesto a pagar lo que hiciera falta para solucionar 
el diferendo. 
Además, se gastó dinero en sobreprecios originados en sobornos. Según la revista 
TIME, la Argentina figuraría entre los grandes receptores de sobornos, "los que 
fluctuarían entre un 10 y un 20 por ciento de sobreprecio en los contratos". Aclaramos 
que la existencia de estos sobornos era escandalosa para ese momento. En la actualidad, 
consideraríamos que un 10 por ciento del contrato es una tasa de soborno muy 
moderada. 
Pero aún computando todos estos rubros, y calculándolos con mucha amplitud, las 
cifras no nos cierran. Volvemos a preguntarnos, entonces, ¿en qué gastó tanto dinero el 
Estado? 
En un país lleno de paradojas, la respuesta no puede dejar de ser inverosímil: el Estado 
usó el dinero de los contribuyentes para pagar intereses. Es decir, intereses de intereses 
de intereses, producto de un endeudamiento gigantesco, desmesurado, sometido a la 
pulcra indexación de los tiempos que corrían. 
 
31 Diario La Nación 17-10-1981 
 15
Veamos algunas cifras de ese endeudamiento32: 
En 1980, la inversión de las empresas públicas se financió en un 90 por ciento con 
endeudamiento. A diciembre de 1980 esa deuda era de 11.000 millones de dólares. 
Solamente en el primer semestre de 1981, YPF aumentó sus deudas a un ritmo de 2 
millones y medio de dólares por día. El titular de esa empresa estatal, general Guillermo 
Suárez Mason, afirmó que desde 1978 YPF fue endeudándose peligrosamente, "no por 
propia voluntad sino por decisiones de política económica”. 
En el período enero-julio de 1982, el pago de deudas internas del Estado representó el 
40,5 por ciento del déficit de Tesorería. O sea, que casi la mitad del déficit se fue en 
devolver préstamos y en pagar intereses. 
¿Cómo se llegó a esto? 
La historia se parece un poco a esas profecías vueltas al revés de algunos cuentos 
orientales, en las que el protagonista queda atado por sus propias palabras, sin poder 
librarse de sus efectos inesperados. 
Se afirmó que la emisión monetaria era perjudicial por sus efectos inflacionarios, lo cual 
es rigurosamente cierto. En consecuencia, se buscó una forma distinta de la emisión 
para cubrir el déficit fiscal. Así, gracias a la imaginación técnica del monetarismo, los 
argentinos descubrimos que la maquinita de fabricar billetes no era la peor de las 
alternativas posibles. 
Se decidió sustituir la emisión por el endeudamiento, lo que no significaba solucionar el 
problema del déficit sino simplemente postergarlo, o, en el mejor de los casos, 
cargárselo al gobierno siguiente. Se cubrió el déficit con préstamos en vez de nuevos 
billetes. Estos créditos tenían una importante ventaja política: por esas maravillas de la 
contabilidad, aparecían computados bajo el prestigioso título de "ingresos de capital", 
en lugar de figurar con el antipático nombre de "déficit". 
Es decir, disminuía el desequilibrio contable, aumentaban los ingresos contables, las 
finanzas públicas parecían ir bien, cuando en realidad el gobierno se estaba 
endeudando más allá de su capacidad de pago. 
La respuesta gubernamental fue intentar hacer crecer aún más la presión tributaria con 
mayores tasas, mayores controles, mayores penalidades a los evasores y otras medidas 
similares, todas de probados efectos recesivos. A ello apuntan proyectos tales como el 
que calificaba de delito la incitación a no pagar impuestos, figura jurídica tan arcaica 
como que fue una de las acusaciones lanzadas por los fariseos contra Jesús. Esta vez fue 
dirigida a impedir la protesta de las organizaciones empresarias, que llamaron a 
boicotear los aumentos en los tributos. 
Loshiper-intereses 
 
32 FIDE Nº 38. op.cit. 
 16
Hemos visto cómo se pasó de salvar al país de la hiperinflación a una política monetaria 
basada en los intereses más altos del mundo, llamados los hiperintereses desde el primer 
momento. Nos interesa analizar cómo se generaron los mecanismos que mantuvieron 
altas las tasas de interés. 
Aquí entra en acción una herramienta clave de la reforma monetaria efectuada por 
Martínez de Hoz: la cuenta de regulación monetaria. Esta cuenta procura 
compatibilizar dos objetivos en apariencia antagónicos. El primero de ellos es el 
mantenimiento de una alta rentabilidad para el sector bancario. El segundo es que 
dicha rentabilidad pueda lograrse en condiciones de fuerte restricción crediticia, 
necesarias para mantener indefinidamente la recesión. 
Ahora bien: ¿cómo se hace para que los bancos ganen dinero sin haberlo prestado 
antes? Lo primero que se hizo fue posibilitar que le prestaran dinero al Estado, que 
apareció pidiendo plata y dispuesto a pagar unos intereses altísimos, que mantuvieron 
elevadas las tasas. Se argumentó que el Banco Central prefería que los intereses 
estuvieran altos para que el público depositara la plata en los bancos y no comprara 
dólares, como si fuera tan difícil prohibir directamente la especulación con dólares. 
Y como todo esto no fue suficiente, aquí aparece la cuenta de regulación monetaria. La 
imaginación monetarista creó un subsidio a los bancos para que no presten una parte 
importante del dinero qué reciben, a fin de mantener deprimido el mercado interno. Se 
obligó a los bancos a mantener en reserva una proporción importante del dinero que 
recibían como depósito. 
Como no lo podían prestar —y al no poderlo prestar, se perdían de ganar intereses— el 
Banco Central les pagaba intereses como si se lo prestaran al Estado. Solamente que les 
pagaba interés para que tuvieran la plata inmovilizada, sin hacer nada con ella, 
únicamente para mantener las condiciones recesivas de falta de créditos y de tasas de 
interés elevadas. 
Con lo cual, el Banco Central no emitió moneda para pagar los gastos del gobierno —
que servían a toda la comunidad—, pero sí la emitió alegremente para regalársela a los 
banqueros, para que éstos no prestaran todo el dinero que hubieran podido prestar. Al 
igual que en la década del '30, el Banco Central volvió a actuar como una junta 
reguladora del dinero, es decir, como una herramienta para la destrucción programada 
de riqueza. 
De este modo, no sorprende enterarse que la única actividad que se expandió durante 
este período fueron las finanzas. Entre 1974 y mediados de 1980, el conjunto de sectores 
productores de mercancías había crecido apenas un 3,2 por ciento. En ese mismo 
tiempo, los servicios financieros crecieron un 35,4 por ciento33 y lo hicieron a costa de la 
industria, del comercio y del agro. 
La crisis se profundiza 
La profundización de la crisis lleva a pasar de la etapa del desconcierto a la del pánico, 
cuando sus consecuencias superan los pronósticos más pesimistas. Como en el '30, los 
 
33 Abalo, Carlos “Un análisis de la crisis monetaria”, op.cit 
 17
diarios recogen testimonios de la catástrofe, en los que todavía predomina la sorpresa 
por la profundidad de sus efectos. 
Los primeros indicios del pánico se refieren al estado en que se encuentra el aparato 
productivo. En julio de 1981, la industria opera con una capacidad ociosa del 50 por 
ciento; es decir, produce la mitad de lo que podría producir con las instalaciones que 
tiene 34. El producto bruto por habitante vuelve a los niveles de 1970: se ha cumplido 
una década de sacrificios inútiles. 
La industria se achica. Entre 1975 y 1980, 437.000 operarios perdieron su puesto en la 
industria. En el primer trimestre de 1981 se les sumaron otros 89.000. Entre el primer 
trimestre de 1975 y su equivalente de 1981 se produce una baja del 30 por ciento "sobre 
el total de horas-hombre aplicadas en el país al trabajo fabril". 
Solamente en la industria metalúrgica cerraron 200 establecimientos en ese período. 
Este gremio ocupa 100.000 personas menos. La desocupación avanza: una estimación 
moderada habla de 1.478.000 desocupados absolutos a mediados de 198135. Los cálculos 
que incluyen diversas formas de subocupación bordean los cuatro millones de personas. 
Al mismo tiempo, comienzan a hacerse explícitas las consecuencias sociales de la crisis, 
en la medida que los afectados comprenden que el suyo no es un problema individual, 
sino que afecta al país en su conjunto. Paradojas del país de las vacas y el trigo: 
aparecen ollas populares en Florencio Varela, mientras que en Tandil, al amparo de 
una vieja ley originada en crisis anteriores, vecinos anónimos faenan vacunos y dejan 
colgados los cueros sobre el alambrado, para no ser acusados de cuatrerismo. 
En 1980, la deficiente alimentación determina que 65.000 de cada 600.000 niños nacidos 
vivos resulten precariamente pertrechados para afrontar los primeros meses y aun los 
primeros años de la vida. El 20 por ciento de ellos morirá antes de cumplir un año. Este 
sombrío panorama se agrava en algunas provincias: en Chaco, Formosa, Salta y Jujuy, 
la desnutrición afecta al 80 por ciento de la población. El radical Luis León describe el 
panorama nacional diciendo: "Todo es desintegración, quiebra, industrias paradas, 
producción frustrada y salarios de miseria". 
En el año 1981 se desencadenó el pánico. Durante ese año, el conjunto de la opinión 
pública del país comenzó a expresar, en un tono cada vez más alto, su rechazo por una 
política económica que había provocado efectos tan desastrosos. La respuesta de los 
sectores oficiales consistió en esquivar el pánico antes que en darle respuestas. Así pasó, 
pendularmente, por dos grandes líneas argumentales. Por una parte, se afirmó que la 
crisis era un fenómeno sin importancia, que pronto pasaría. Por otra parte, en algunos 
casos se describieron sus efectos sin mencionar sus causas, como si fuera una especie de 
catástrofe natural, independiente de la obra humana consciente. En ambos casos, la 
actitud gubernamental fue de distracción, en la medida que ninguna de las respuestas 
apuntaba a modificar la política económica. 
En síntesis, el gobierno militar afirma que se trata de una crisis larga pero coyuntural, 
que está mejorando pero que al mismo tiempo es la peor del siglo, sin que por eso haya 
 
34 Instituto de Economía Universidad Argentina de la Empresa (1981). “Utilización de la capacidad instalada”. Buenos Aires. 
35 FIDE, Nº 38, op. cit. 
 18
que alarmarse demasiado. Estas contradicciones entre los más altos funcionarios del 
país revelan la falta de interés por una política coherente de reactivación del aparato 
productivo. 
La receta es más de lo mismo 
Durante 1981, entidades gremiales, políticas, profesionales, culturales, etc., 
representantes de una proporción abrumadoramente mayoritaria de la sociedad 
argentina, coincidieron en atribuir la culpa de la crisis a la política económica 
implementada a partir de 1976. Y como, después que se ha hallado al culpable, lo que 
lógicamente parece corresponder es castigar a un inocente, se decide castigar al 
conjunto de los argentinos. El instrumento usado para ese castigo es la continuación de 
la misma política económica que desmanteló el aparato productivo del país. 
El primer indicio fue un reportaje al doctor Roberto T. Alemann, cuando todavía era 
candidato extraoficial a ocupar el ministerio de Economía. A mediados de 1981, es decir 
cuando el salario real andaba por la cuarta parte de su valor unos años atrás, Alemann 
explicó que no era cierto que el peso hubiera estado sobrevaluado durante la gestión de 
Martínez de Hoz. No. Lo que pasaba era que los salarios eran muy altos. "Es una 
sobrevaluación de los salarios internos —dijo—, que es lo que ocurría a principiosde 
este año: eran los altos salarios los que compraban productos importados; eran los altos 
salarios los que impedían que se exportara; eran los altos salarios los que financiaban 
loa viajes al exterior"36. De aquí se desprende la cantidad de problemas que pueden 
solucionarse con el sencillo expediente de disminuir los salarios. 
Muy pronto aparecerán otros problemas que también pueden solucionarse con esta 
original panacea. Así, se congelan los salarios de los empleados públicos para que el 
Estado no necesite distraer fondos de su verdadera función social, que es el pago de 
intereses a los banqueros. 
Para aumentar los recursos del fisco, se aumentan las tasas del impuesto al valor 
agregado que gravan alimentos y medicamentos37, lo que representa algún avance sobre 
los criterios del presidente Avellaneda, quien en 1876 estaba dispuesto a ahorrar 
solamente sobre el hambre y la sed de los argentinos. 
Otra de las paradojas de la política económica argentina de este período es que durante 
treinta años se pidieron (a veces en forma continuada, a veces muy frecuentemente) 
sacrificios a la población para poder aumentar las inversiones. Con este objetivo, se 
comprimió el consumo y se redujeron los salarios a niveles difícilmente imaginables 
para quien hubiera conocido el país de las vacas gordas. Hemos visto que esta estrategia 
no logró gran cosa en materia de aumento de las inversiones, pero en cambio consiguió 
achicar el país. Y una vez achicado el país, un ministro de Economía del gobierno de 
facto afirmó que "la tasa de inversión de los últimos años fue muy elevada para la 
capacidad del país"38. Con lo cual, simplemente, no se entiende nada. 
Y una paradoja más, que también lleva al castigo de un inocente, es lo ocurrido con las 
empresas del Estado. Se argumentó que el país andaba mal porque el déficit fiscal era 
 
36 Prensa Económica, año VII, op. cit 
37 Diario Clarín, 22/01/1982 
38 Brailovsky, A. “El país del Centenario...”, op. cit 
 19
muy elevado, y que lo que hacía que el déficit fuera tan grande eran los aportes del 
Tesoro a las empresas públicas. Se agregó entonces que esto ocurría porque el Estado 
era siempre un mal administrador y que si esas empresas fueran privadas, ya no darían 
déficit y dejarían de ser una carga para todo el mundo. 
Sin embargo, las cifras sugieren que las empresas públicas fueron ineficientes cuando 
estuvieron administradas por funcionarios encargados de demostrar su ineficiencia, 
vaciándolas deliberadamente. Un informe de FIEL (Fundación de Investigaciones 
Económicas Latinoamericanas), efectuado a principios del gobierno militar, y destinado 
a demostrar lo desastrosas que fueron para la economía argentina las empresas del 
Estado, ofrece cifras que demuestran exactamente lo contrario. Por ejemplo, que en 
1975 las empresas públicas invirtieron el 68 por ciento de sus ingresos, mientras que la 
tasa de inversión de la economía argentina en su conjunto era del 20,9 por ciento. O que 
entre 1965 y 1975 la productividad por persona ocupada de esas empresas había 
aumentado un 27,9 por ciento. El resto de los indicadores son también favorables y 
muestran que la economía de las empresas estatales, antes de la llegada de los militares 
al poder, era más eficiente que el promedio de la economía argentina. Al no poder 
rebatir las mismas cifras que estaba suministrando, el informe de FIEL sostuvo que eso 
reflejaba el grado de "socialización" de la economía argentina39 40. 
Ofrecidos en pública subasta, nadie quiso comprar los ferrocarriles ni los teléfonos, por 
lo cual el ministro de Economía explicó que iba a privatizar las que pudiera y que 
"comenzaremos con las rentables". Es decir, que se decidió castigar con la privatización 
a aquellas empresas del Estado que habían actuado con mayor eficiencia y que en lugar 
de pedir dinero al Tesoro estaban en condiciones de aportarle fondos. Con lo cual es 
obvio que el déficit no podía disminuir, sino que era previsible que aumentara. 
Un castigo adicional es el referido al endeudamiento externo. La opinión del doctor 
Alemann —cuando aún era candidato a ser el ministro de Economía del general 
Galtieri— fue la siguiente: "Lo que hay que hacer es negociar abiertamente con los 
acreedores. Seguramente todos van a aceptar la reestructuración de la deuda. Eso sí, 
tenemos que aceptar pagar tasas de interés más altas" 41. ¿Es necesario agregar que él 
mismo era representante de un banco suizo, acreedor de la Argentina? 
Al igual que en 1890, la Argentina ofrece antes que sus acreedores pidan. ¿Es que la 
historia gira en redondo y el último siglo ha transcurrido inútilmente? 
La sociedad expresa su protesta 
En algún momento, el pánico se transforma en hostilidad. Una diferencia importante 
con respecto a la crisis de 1930 es que en este caso se atribuyen responsabilidades. La 
crisis deja de ser una catástrofe natural y es asumida colectivamente como obra 
humana. Como tal, tiene sus culpables y la sociedad lo manifiesta, a pesar del clima 
represivo que caracterizó a esa dictadura. 
 
39 Consejo Empresario Argentino: "Las empresas públicas en la economía argentina", Buenos Aires, Fundación de Investigaciones 
Económicas Latinoamericanas (FIEL), diciembre de 1976. 
40 Brailovsky, Antonio Elio: "¿Son o no eficientes las empresas del Estado?",en Realidad Económica N°28, Buenos Aires, julio-
septiembre de 1977. 
41 Diario Clarín, 13/01/1982 
 20
El reclamo social alcanza una intensidad tal, que hay buenos motivos para considerarlo 
como un antecedente de la ocupación de las Malvinas, entendida como una forma de 
distraer a la población de sus problemas económicos y generar algún apoyo para un 
gobierno unánimemente rechazado. 
La Confederación General del Trabajo (CGT) manifestó: “asistimos al dantesco 
espectáculo de ver maquinarias modernas y obsoletas oxidándose por el desuso, 
mientras alrededor de esas mismas fábricas aumentan la desocupación, la miseria, la 
marginalidad y la mortalidad infantil. El pretendido efectivamente se llevó a cabo, 
aunque no precisamente para modernizar al país, sino para atrasarlo, debilitarlo y 
entregarlo inerme y postrado a los imperios de turno"42. 
Raúl Prebisch, califica de "aberraciones" a las principales estrategias que aplicó el 
monetarismo en nuestro país. Tales aberraciones son las siguientes43: 
• La elevación de las tasas de interés y el aperturismo financiero: Esta técnica, dice 
Prebisch, "trae como consecuencia otro fenómeno impresionante de hipetrofia, que 
ya no es del Estado, sino del aparato bancario, financiero y especulativo. Gracias a 
aquellas ganancias, los grupos favorecidos adquieren una poderosa gravitación en el 
Estado autoritario, tan poderosa que prevalece sobre el desconcierto de quienes se 
ven perjudicados en sus intereses". 
• La sobrevaluación monetaria: "No puede ser más contraproducente esta política, 
por donde se la mire. Pretende atenuar la inflación —agrega— con el aumento del 
ritmo de importaciones y el debilitamiento de las exportaciones, en desmedro del 
ritmo de la producción". 
• El aperturismo comercial: "Por donde se mire, se trata de una política extraviada", 
y agrega que con esta política, la industria "sólo podrá sobrevivir si se comprimen 
más y más las remuneraciones de la fuerza de trabajo a fin de llegar a un mínimo de 
rentabilidad. ¡Libre juego de las fuerzas del mercado y remuneraciones fuertemente 
reguladas!" 
Ante este aluvión de críticas, la respuesta del doctor Martínez de Hoz fue la siguiente: 
"Con independencia de una cuantificación de las metas alcanzadas —dice en su libro—, 
consideramos que ha sido de gran importancia el cambio cualitativo que se ha logrado 
en el pensamiento y la opinión de la ciudadanía"44. Y esto es rigurosamente cierto. 
Porque unos años atrás los argentinos estaban profundamente divididos en innúmeras 
fracciones irreconciliables. Martínez de Hoz consiguióunificar, en contra suya, el 
pensamiento y la opinión de la ciudadanía. 
Al mismo tiempo, el rechazo unánime que esta política provocó hizo que no bastaran las 
guerras "patrióticas" para sostener la política económica de la dictadura. Se hizo 
necesaria una salida electoral para que los gobiernos tuvieran un mayor grado de 
consenso. Y así como acabamos de historiar el rechazo social al modelo neoliberal, en 
los próximos apartados vamos a analizar la aceptación social del mismo modelo. 
 
 
42 Diario Clarín, 30/12/1981 
43 Prebisch, R. “Capitalismo periférico: crisis y transformación”, México, Fondo de Cultura Económica, 1981. 
44 Martínez de Hoz, J. “Bases para una argentina moderna: 1976-1980”. Buenos Aires, 1981 
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LAS CRISIS EN EL GOBIERNO DE ALFONSIN 
No vamos a pagar la deuda externa 
Las decisiones tomadas a propósito de la deuda externa son especialmente sugestivas. El 
gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) había prometido que no reconocería la mitad de 
la deuda externa, pero terminó estatizando todas las deudas contraídas por las 
empresas privadas. ¿De veras necesitaba hacerlo? 
Desde un punto de vista técnico, no parecía haber razones suficientes, pero quizás no 
haya tenido otra alternativa desde el punto de vista político. Cuando se empieza a hacer 
algunas concesiones, se termina haciéndolas todas. 
La historia es que el gobierno decidió que las deudas privadas con el exterior iban a ser 
en adelante deudas del Estado argentino, y emitió algunos bonos para documentar ese 
traspaso. Es decir, que el Estado se hizo cargo de todas las deudas en dólares y las 
cambió a las empresas por deudas en pesos. ¿Para qué sirvió esto? Para mezclar y 
confundir todas las deudas entre sí. A partir de esa medida, ya no fue posible distinguir 
la deuda legítima de la deuda ilegítima, porque se le había perdido el rastro a unas y a 
otras. Un ideólogo francés del neoliberalismo califica a la masiva fuga de capitales de 
comienza de la década del 80 como “la estafa del siglo”45.Vale la pena recordar que 
todas las propuestas de suspender el pago de la deuda externa fueron cayendo en el 
olvido. 
El planteo va más allá de la discusión sobre la legitimidad de la deuda. Una 
transferencia de ingresos tan formidable a cambio de nada no puede ser calificada como 
un hecho económico. Se trató, definitivamente, de un hecho político: la deuda externa, 
más que una operación financiera, toma la forma de un tributo imperial. 
Si bien el radicalismo tenía una tradición importante en fortalecer el rol económico del 
Estado, el gobierno de Alfonsín inicia una serie de privatizaciones, muchas de las cuales 
fallan, pero indican el cambio de rumbo. El motivo de varios de estos fracasos, es el 
rechazo de los legisladores peronistas a aprobar las leyes correspondientes, que sólo 
votarán cuando las proponga un Presidente de su propio partido. A pesar de ello, 
Alfonsín llega a privatizar la compañía aérea Austral46. 
La historia del gobierno de Alfonsín es la de la continua lucha entre el deseo de un 
cambio y las posibilidades que daba la correlación de fuerzas para realizar ese cambio. 
Desde la soledad de su despacho, el Presidente lanzaba las voces de orden de la 
transformación, convencido de que la sociedad las seguiría: limitaciones al pago de la 
deuda externa, cambio de moneda, reforma constitucional, traslado de la capital, juicio 
a los militares involucrados en violaciones de los derechos humanos. 
En cada uno de los casos, la realidad del poder fue limitando sus aspiraciones o 
haciéndolas fracasar. El gobierno democrático tenía todo el poder que quisiera, pero a 
condición de que aplicara una sola política económica. 
 
45 Sorman, Guy (1987) “La Nouvelle richesse des nations”. Ed. Fayard, Paris. 
46 Arango de Maglio, Aída: "Radicalismo y empresas públicas", en Realidad Económica N°97, Buenos Aires, 5° bimestre 1990. 
 
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El plan Austral y el desencadenamiento de la hiperinflación 
A mediados de 1985, los niveles de inflación eran lo suficientemente altos como para 
preocupar a toda la sociedad. Una tasa anual media del 250 por ciento había 
multiplicado los precios por 20.000 en ocho años, y en ese momento la tasa mensual 
había llegado al nivel escandaloso del 30 por ciento. 
En ese momento, se produce el lanzamiento del Plan Austral, orientado por el ministro 
de Economía Juan Sourrouille. Como siempre, un nuevo programa económico aparece 
como la gran solución de todos los tiempos. Lanzado con un discurso de Alfonsín en la 
Plaza de Mayo, el plan cambió el nombre de la moneda nacional (que pasó a llamarse 
Austral) y le quitó varios ceros, para dar la impresión de una moneda fuerte. En rigor, 
esto era lo menos necesario, pero se trató de dar la impresión de una conducta 
fundacional, que fue la que caracterizó los principales actos de este gobierno. 
El plan congeló las distintas variables económicas, en medio de un clima de euforia ante 
la solución definitiva del problema de la inflación. Alfonsín había prometido que con la 
democracia era posible alimentar, sanar y educar al pueblo y todo daba a entender que 
lo estaba cumpliendo. El fracaso de estas políticas reveló la debilidad de un gobierno 
que no conseguía el apoyo de los grandes factores de poder. 
El Plan Austral y su sucesor, el Plan Primavera, terminan bajo la presión incontenible 
del crecimiento de los precios. Previsiblemente, se utiliza la palabra crisis también para 
designar la hiperinflación. Los precios dejan de expresarse en la moneda que se 
hiperdevalúa, lo que significa que va dejando de ser unidad de medida de valor. En ese 
momento, por ejemplo, los precios comenzaron a expresarse en dólares, aunque se 
pagan efectivamente en australes. Las casas y los departamentos se compran y venden 
en dólares, pero el pan y la leche en australes. 
El principal efecto político es que se trata "de una forma de disciplinar a los 
trabajadores y hacerles aceptar la nueva caída histórica de sus remuneraciones" (408). 
De hecho, la gente siempre estará dispuesta a aceptar que se detenga la hiperinflación, 
aún al precio de terminen ganando menos que antes. 
La crisis como arma para voltear un gobierno 
La prioridad de Alfonsín era la consolidación del sistema democrático. Para él, la 
economía era apenas una cuestión de técnicos que le dirían qué era lo mejor que se 
podía hacer en cada momento. Cuando se dio cuenta de que la economía era, además, el 
mayor condicionamiento imaginable para la política, ya era demasiado tarde. 
A principios de 1989, a tres meses de las elecciones presidenciales, el Banco Mundial 
suspende el apoyo que venía brindando al gobierno de Alfonsín, argumentando que no 
se había controlado adecuadamente el déficit fiscal, ni se había comenzado con la 
privatización de las empresas públicas. Esto no fue un error: el Banco Mundial sabía 
perfectamente lo que iba a provocar. Esa fue la señal que desencadenó la catástrofe. 
Poco a poco, todos abandonaron al gobierno que se hundía por la falta de apoyo del 
sistema financiero internacional. 
 23
Los sindicatos pararon, la especulación provocó desabastecimiento, el periodismo 
reforzó el clima de alarma. Y aún el propio candidato a Presidente del partido 
oficialista, Eduardo Angeloz, se lanzó públicamente a pedir la renuncia del Ministro de 
Economía, Juan Sourrouille, como si de veras hubiera creído que el problema estaba en 
el nombre del ministro. 
Alfonsín renunció a la Presidencia el 8 de julio de 1989, en medio de la hiperinflación y 
de un clima de inseguridad y violencia social extremos. El alza de los precios devoraba 
los sueldos en menos de una semana. Los saqueos a los supermercados y el clima de 
desorden y confusión que llevó a la caída de Alfonsín eran lo que se dio en llamar un 
"golpe de Estado económico". 
La inmediata conclusión sobre este episodio es que un gobierno no puede 
simultáneamente liberalizar la economíay entrar en conflicto con los factores de poder. 
Sólo un gobierno absolutamente identificado con dichos intereses puede darse el lujo de 
desmantelar los controles estatales sobre la economía. Como tantas cosas, el liberalismo 
no es para todos. 
De alguna manera, podríamos identificar a esos controles del Estado sobre la economía 
como a la existencia de mecanismos para la defensa nacional. Un gobierno no va a estar 
todo el tiempo en guerra, pero un país necesita tener un ejército, aunque sea para estar 
seguro de no tener que usarlo. Se pueden liberalizar las variables económicas, si uno 
cree que se trata de una medida útil. Lo que no se puede es desmantelar todas las 
posibilidades de que el Estado recupere el control de esas variables. Hacerlo equivale a 
dejar el país a merced de los especuladores. 
En ese momento, la opinión pública se dividió entre los que condenaron la enorme 
cobardía de Raúl Alfonsín, por no haberse atrevido a denunciar el golpe de Estado del 
que era víctima, y haber dejado el campo libre a sus ejecutores. Y los que elogiaron el 
enorme coraje de Raúl Alfonsín, por no haber querido denunciar que se trataba de un 
golpe de Estado, y haber evitado así el derramamiento de sangre. 
EL GOBIERNO DE MENEM Y LA CRISIS PERPETUA 
Carlos Menem asumió el 8 de julio de 1989, cinco meses antes de la fecha prevista. 
Había basado su campaña electoral prometiendo una “revolución productiva” y 
anunciando la implementación de un “salariazo”. Hizo exactamente todo lo contrario. 
Inició su gestión con un gesto inusual en la política económica argentina, que fue el 
otorgar el Ministerio de Economía a un único grupo económico, el grupo Bunge y Born. 
Quizás Menem haya querido marcar sus diferencias con el peronismo histórico, que, 
como vimos, pensaba exactamente lo contrario en términos económicos. A punto tal, 
que el fundador del partido, el ex presidente Juan D. Perón se había referido a la misma 
empresa en términos particularmente duros47. Bunge y Born, como exportadora 
privada de cereales, era un símbolo de lo que el peronismo había combatido siempre. 
Ubicar a la empresa en el Ministerio de Economía simbolizaba, a su vez, ese viraje 
ideológico que el escritor mexicano Carlos Fuentes denominó "cambio de piel", 
 
47 Perón, J. “Los vendepatria: las pruebas de una traición”, Buenos Aires, 1958. 
 24
refiriéndose a la transformación de los guerrilleros de la Revolución Mexicana en 
grandes financistas y hombres de negocios. 
Los intentos fallidos y la construcción de la crisis 
La primera etapa del gobierno de Menem se caracterizó por tratar de compatibilizar 
los criterios neoliberales con su carácter de representante de los intereses opuestos. Esto 
significó una distancia progresiva de los principios históricos del peronismo, como 
también de lo que decían sus principales referentes. Esto provocó algunas fracturas 
dentro del partido oficial, pero la mayor parte de los dirigentes políticos prefirieron 
quedarse dentro de su partido. Poco a poco, la ideología fue reemplazada por la 
obediencia. 
El plan Bunge y Born tuvo dificultades, precisamente por haber sido implementado en 
esta etapa de transición hacia el liberalismo. Se basaba en la proyectada ampliación de 
la capacidad exportadora tradicional del país. Poner en producción nuevas tierras, 
emplear mayores capitales y ocupar mano de obra en reconstruir el granero del mundo. 
Todo eso, en el marco de un ajuste tradicional, al estilo del FMI. 
Uno de los pilares de un proyecto exportador, es controlar los costos internos. Una 
posibilidad es subsidiar desde el Estado a las exportaciones para que lleguen baratas a 
los clientes del exterior. Si estamos asociados a las políticas del FMI, esto es impensable. 
Otra posibilidad es reducir los salarios para bajar los costos y que sean los asalariados 
quienes paguen el costo de subsidiar las exportaciones. Esto es políticamente difícil de 
hacer si uno acaba de ganar las elecciones prometiendo un "salariazo". 
En pocos meses, una oleada de huelgas y un par de derrotas electorales hicieron caer el 
Plan BB. El dólar volvió a dispararse y la hiperinflación volvió a mostrar que los 
principales conflictos económicos seguían latentes. El nuevo ministro de Economía, 
Antonio Erman González, trató de zanjar las diferencias mediante un modelo liberal a 
ultranza. 
Todas las medidas del Plan Erman fueron recesivas y llevaron a la gradual construcción 
de una crisis, esta vez sí, sin precedentes48: 
• La reforma del Estado apuntaba, desde el principio, a deshacerse de numerosas 
entidades públicas deficitarias o ineficientes. En ningún momento se plantearon 
nuevos criterios de eficiencia para el sector público. Nadie parecía apuntar a la 
creación de una burocracia moderna. Simplemente, se sostuvo que el mejor 
empleado público era el empleado despedido y se procuró por todos los medios 
reducir la cantidad de personal del Estado. El resultado es que se empezó a 
endeudar al fisco para pagar las indemnizaciones de mucha gente que estaba 
haciendo tareas útiles. Algunas de esas tareas dejaron de hacerse y otras se 
contrataron a empresas privadas, a precios superiores a los que pagaba el Estado a 
su personal. 
• La ley de emergencia económica y social llevaba a eliminar los múltiples subsidios a 
las provincias y a los sectores sociales de menores recursos, que pesaban sobre el 
presupuesto de la Nación y se suponía distorsionaban los mecanismos del mercado. 
 
48 Sukup, V. “El peronismo y la economía mundial”, op. cit 
 25
Es significativo el que se hayan recortado los subsidios a los pobres pero no los 
subsidios a los ricos. Como veremos más adelante, toda la política de privatizaciones 
se basó en regalar inmensas cantidades de dinero a quienes se hacían cargo de las 
empresas públicas, para garantizar que prestaran el servicio con eficiencia y sin 
deudas. 
• Se inicia una política de "flexibilización" de las relaciones laborales, para que las 
empresas pudieran despedir a su personal con mayor facilidad. La idea es que esto 
les facilitaría volver a ocupar gente en el momento en que se reactivara la demanda. 
Sin embargo, estaba en marcha un cambio tecnológico basado en el ahorro de mano 
de obra. En consecuencia, esta política sirvió para acelerar ese cambio, solucionando 
los problemas de una sola de las partes. 
• Se terminan con los últimos controles de precios y del tipo de cambio, para atraer 
inversiones extranjeras. 
• El ajuste monetario trataba de reequilibrar las cuentas públicas. Con una inflación 
del 100 por ciento mensual, y estando ideológicamente prohibidos los controles de 
precios, se procuró contener los precios volviendo a una política de dólar barato, 
que alentara las importaciones. Esto hizo que entraran productos importados a 
menor precio que los fabricados en el país, al precio de seguir cerrando cuentes de 
trabajo. Durante 1990, el dólar aumentó un 300 por ciento, mientras que la inflación 
oficial fue del 1.350 por ciento. Esto equivale a decir que los precios internos, 
calculados en dólares, se triplicaron en ese año. 
Me quedo con tus plazos fijos 
Los precios seguían subiendo a toda velocidad. La sociedad veía a la inflación y la 
hiperinflación como reflejos de una situación de crisis, que debía ser corregida de 
alguna manera. El problema era definir qué sector de la sociedad pagaría los costos de 
la futura estabilización de los precios. Una medida que daría la pauta de los criterios del 
gobierno sobre la distribución del ingreso y la forma de administrar la crisis fue la 
decisión de apoderarse de todos los fondos depositados a plazo fijo en los bancos y 
entregar a cambio bonos de la deuda pública (los Bonex)49. Se trataba principalmente 
de los ahorros de la clase media que, acosada por la inflación, tenía esa alternativa para 
protegerlos. 
El pretexto usado fue que los plazos fijos pagaban intereses altísimos

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