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Derecho privado y
modernización
América Latina y Europa en la 
primera mitad del siglo XX
MARÍA ROSARIO POLOTTO 
THORSTEN KEISER 
THOMAS DUVE (EDS.)
GLOBAL PERSPECTIVES 
ON LEGAL HISTORY 2
Max Planck InstItute 
for euroPean legal HIstory
María Rosario Polotto
Un codigo para el desierto argentino. La discusión en torno 
a la propiedad del ganado en el discurso académico de la 
primera mitad del siglo XX | 245 – 273
ISBN 978-3-944773-01-8
eISBN 978-3-944773-11-7
ISSN 2196-9752
First published in 2015
Published by Max Planck Institute for European Legal History, Frankfurt am Main
Printed in Germany by epubli, Prinzessinnenstraße 20, 10969 Berlin
http://www.epubli.de
Max Planck Institute for European Legal History Open Access Publication
http://global.rg.mpg.de
Published under Creative Commons CC BY-NC-ND 3.0 DE
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/de
The Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliographie; 
detailed bibliographic data are available on the Internet at http://dnb.d-nb.de
Copyright ©
Cover photo by Modotti, Tina: Workers Parade, 1926 © 2015
The Museum of Modern Art, New York / Scala, Florence 
Cover design by Elmar Lixenfeld, Frankfurt am Main
Recommended citation: 
Polotto, María Rosario, Keiser, Thorsten, Duve, Thomas (eds.) (2015), Derecho privado y 
modernización. América Latina y Europa en la primera mitad del siglo XX, 
Global Perspectives on Legal History, Max Planck Institute for European Legal History 
Open Access Publication, Frankfurt am Main, http://dx.doi.org/10.12946/gplh2
María Rosario Polotto
Un codigo para el desierto argentino
La discusión en torno a la propiedad del ganado en el discurso 
académico de la primera mitad del siglo XX1
La cuestión de la modernización, y en especial la de los países latinoameri-
canos, ha atraído la mirada de numerosos investigadores, provenientes de los 
más variados ámbitos disciplinares. Es una problemática que sigue generan-
do múltiples inquietudes que van desde la conceptualización misma del 
fenómeno hasta la verificación de sus impactos y efectos concretos en las 
distintas culturas locales.2
La construcción de los distintos estados nacionales durante el siglo XIX, 
no solo acompañó sino que también propició estas transformaciones que 
afectaban por igual los campos políticos, económicos y culturales. La bús-
queda del progreso era alimentada por el magnetismo que tanto Europa 
como Estados Unidos, considerados verdaderos «focos de cultura» producían 
sobre las elites latinoamericanas. Resultaba, también, de complejos procesos 
de intercambio que se caracterizaban por la pluralidad de elementos que 
intervenían en los mismos: agentes culturales y científicos, redes personales y 
profesionales, viaje de estudios, revistas científicas y negocios editoriales, 
intercambios epistolares, visitas académicas, etc.3
Un punto de partida significativo en nuestro estudio lo constituye el 
movimiento codificador que en nuestro país se materializó en el último 
1 El presente trabajo fue presentado en una versión preliminar en el marco del Seminario 
«Derecho privado y modernización en América Latina y Europa en la primera mitad del 
siglo XX», organizado por el Max Planck Institut für europäische Rechtsgeschichte y el 
Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho y celebrado en la sede de éste último 
los días 4 a 6 de julio de 2012. Agradezco los comentarios que me hicieron entonces, 
especialmente los de Eduardo Zimmermann, Thomas Duve y Ezequiel Abásolo.
2 Por nombrar algunos análisis: Schwarz (1977); y una crítica a esta tesis Palti (2007) 
259–308; Palti (2008); Dotti (1990); García Canclini (2010).
3 Botana, Gallo (2007); García Sebastiani (2008); Altamirano (2008); Zimmermann
(2008).
Un codigo para el desierto argentino 245
cuarto del siglo XIX con la sanción de los distintos códigos. Como lo ha 
señalado Tau Anzoátegui, la idea de codificación iba acompañada de una 
profunda crítica del ordenamiento vigente, considerado no solo vetusto sino 
inadecuado como expresión de los principios políticos y jurídicos consagra-
dos por el movimiento emancipador.4 El código aparecía como una instan-
cia válida para la reforma de la legislación y de las prácticas judiciales pro-
yectadas y por lo tanto un paso fundamental para la modernización jurídica 
que permitirían a nuestro país, incluirse en el concierto de las naciones 
«civilizadas».5
La Constitución de 1853 se decidió por el sistema de códigos,6 que al 
atribuir su sanción al Congreso Nacional, acentuaba el centralismo político, 
en detrimento del sistema federal que ella misma organizaba.7 Esta solución 
encontraba asidero entre un grupo importante de nuestros intelectuales, 
para los cuales el progreso político implicaba superar los poderes locales 
encerrados en las provincias. Incluso para Alberdi, contrario a la codificación 
«la legislación civil y comercial argentina debe ser uniforme como ha sido 
hasta aquí. No sería racional que tuviésemos tantos códigos de comercio, 
4 Tau Anzoátegui (2008) 163 ss.
5 Así sostenía Velez Sarsfield en defensa de su proyecto de código civil frente a las críticas de 
Alberdi: «Yo me proponía que en mi código apareciera el derecho científico, como lo 
llaman los alemanes al derecho que la ciencia establece, las doctrinas de los más acredita-
dos jurisconsultos; que en él se viese, si era posible, el estado actual de la ciencia, si yo 
alcanzase a tanto; y por esto justifico las resoluciones del código con los escritores más 
conocidos de todas las naciones», Velez Sarsfield (1920) 242.
6 Pudo no haberlo hecho, siguiendo en este punto la recomendación de Alberdi que, crítico 
acérrimo de los códigos, proponía la renovación del ordenamiento civil mediante leyes 
parciales: «Las exigencias económicas e industriales de nuestra época y de la América del 
Sud deben servir de base de criterio para la reforma de nuestra legislación interior, como 
servirán para la concepción de nuestro derecho constitucional … Para obrar estos cambios 
tan exigidos por nuestro adelantamiento, no es menester pensar en códigos completos. 
Las reformas parciales y prontas son las más convenientes. Es la manera de legislar de los 
pueblos libres. La manía de los códigos viene de la vanidad de los emperadores». Alberdi
(1915) 106, 109–110. Ver también Tau Anzoátegui (2008) 361–362.
7 El artículo 64, inc. 11 del texto constitucional de 1853 establecía que correspondía al 
Congreso de la Nación «Dictar los códigos civil, comercial, penal y de minería, y especial-
mente leyes generales para toda la Confederación sobre ciudadanía y naturalización, sobre 
bancarrotas, sobre falsificación de moneda corriente y documentos públicos del Estado, y 
las que requiera el establecimiento del juicio por jurados», mientras que el artículo 105 
prohibía a las provincias «dictar los códigos Civil Comercial, Penal y de Minería, después 
que el Congreso los haya sancionado».
246 María Rosario Polotto
tantas legislaciones civiles, tantos sistemas hipotecarios, como provincias. La 
uniformidad de la legislación, en esos ramos, no daña en lo mínimo a las 
atribuciones de soberanía local, y favorece altamente el desarrollo de nuestra 
nacionalidad argentina».8 También las palabras de Velez resultan sumamente 
elocuentes para nuestro análisis:
«Entre nosotros, son Estados todas las desmembraciones que sucedieron durante la 
anarquía de treinta años, tengan o no medios propios de existencia; puedan o no 
darse una legislación digna de la época en que vivimos y en armonía con la legisla-
ción política … Con códigos generales salvamos los primeros derechos de los hom-
bres, aunque por tiempo ilimitado desaparezca en mucha parte la soberanía pro-
vincial. Así también continuamos el orden bajo el cual nacieron y se formaron esos 
pueblos. Una legislación civil uniforme en todo el territorio los había regido y rige 
hasta ahora, legislación que ha creado costumbres también uniformesy por la cual 
los derechos relativos son perfectamente iguales. Pero hemos dicho que un código 
nacional, aunque tenga ventajas incontestables, destruye en mucha parte la soberanía 
de las provincias. Esto es sólo un mal temporal que otro día puede cesar sin que se 
altere la Constitución de la Nación. Cuando las provincias se hallan en estado de 
darse sus leyes civiles, el Congreso puede retirar la sanción que hubiese dado el 
código civil, y quedarán los pueblos con capacidad legal para reformarlo o darse 
otras leyes civiles; pero siempre tendremos un precedente muy feliz en el orden 
social: el haber tenido las provincias una misma legislación civil».9
A pesar de las intenciones de reformas esgrimidas, la sanción del código civil 
no abrogó completamente el orden jurídico anterior.10 Pero la abstracción 
que él imponía no hacía más que legitimar y naturalizar algunos de los 
postulados ideológicos del derecho liberal (el carácter absoluto de la propie-
dad privada, la autonomía de la voluntad, la libertad de contratar, etc.), 
presentándose a sí mismo, como un programa racional y científico, instru-
mentado desde el estado nacional, que implementaría paulatinamente un 
nuevo orden jurídico en reemplazo del tradicional.11 Lentamente, se iría 
desarrollando, en algunos ámbitos, lo que se ha denominado la «cultura 
del código», concibiéndose al mismo como expresión y fundamento de 
nuestro orden civil.12
8 Alberdi (1915) 110.
9 El subrayado es nuestro. Velez Sarsfield (1920) 240–242.
10 Incluso en algunas de sus partes lo reenviaba a él, como en el caso de la celebración del 
matrimonio que Vélez remitía al mismo derecho canónico.
11 Caroni (2012) 49 ss.
12 Tau Anzoátegui (1998). Este autor acuñó para nuestro medio el tópico «cultura del códi-
go», como uno de los rasgos dominantes del derecho argentino en el siglo XX. Bajo esta
Un codigo para el desierto argentino 247
De ahí que nuestra pregunta en la presente investigación vaya dirigida a 
dilucidar la idea de la existencia de un derecho moderno, el valor del código 
civil frente al resto del ordenamiento iusprivatístico, la posibilidad de regular 
el derecho de propiedad fuera del código civil, el valor de los ordenamientos 
locales, y la operatividad de ciertas tradiciones jurídicas contenidas en los 
códigos rurales. Para ello nos centraremos en las controversias en torno a la 
propiedad del ganado en el discurso académico de la primera mitad del siglo 
XX, entendiendo que la misma nos ofrece un observatorio privilegiado para 
el análisis de estas cuestiones.
1 Del centro de la economía a la periferia del derecho
En los estudios historiográficos existe el consenso que el avance de la moder-
nización de la Argentina se encuentra íntimamente relacionado con el pro-
ceso de organización nacional desencadenado con la constitución de 1853 y 
consolidado a partir de 1880.13 Esta modernización tenía como trasfondo el 
afianzamiento de un modelo agroexportador, que se venía estructurando 
desde fines del siglo XVIII, y que encontraba en la construcción de un poder 
nacional la condición necesaria para su desenvolvimiento.14
En un sentido, modernizar implicaba la implantación de un orden que 
«excluyese todos aquellos elementos que podían obstruir el progreso, el 
avance de la civilización»; estas rémoras, «eran una amenazadora realidad 
presente, vestigios de una sociedad cuyos parámetros se pretendía transfor-
mar».15 Entre ellas, para algunas élites, se encontraba la tradicional estruc-
tura del orden político, considerada heredera del orden colonial, que se 
fundamentaba principalmente en relevancia del poder local.
Algunas voces se levantaban contra este esquema de poder, planteando la 
necesidad de reformular el sistema federal instaurado en la constitución de 
1853 y consolidado en la reforma de 1860.16 Si para algunos el federalismo 
denominación, cabe entender la concepción que hizo del código el objeto preferente, 
cuando no exclusivo, de estudio y que impuso un modelo de razonar ajustado a estre-
chas pautas. Ver también: Leiva (1988) y Tau Anzoátegui (1982); Zimmermann (1999); 
Polotto (2012).
13 Ver el análisis de Oszlak (2011).
14 Oszlak (2011) 48 ss.
15 Oszlak (2011) 59.
16 Botana, Gallo (2007) 81 ss. Zimmermann (1998) 145 ss.
248 María Rosario Polotto
argentino implicaba una evolución de nuestras formas políticas que tenía 
hondas raíces en los «precedentes gubernativos y las inclinaciones políticas 
heredadas de España»,17 para otros implicaba la concreción burda de un 
«pacto de conservación entre capitanejos».18 En síntesis, para aquellas elites 
comprometidas con la idea de progreso, modernizar implicaba si no integrar, 
por lo menos neutralizar el peso de estos poderes locales.
La economía argentina encontraba su estímulo en el empuje europeo, 
que ayudó a transformarla en una de las economías de exportación más 
exitosas de América Latina, lo que hasta el siglo XVIII había sido un área 
marginal del imperio español.19 El epicentro de este crecimiento, se encon-
traba en la provincia de Buenos Aires que concentraba más de la mitad de la 
producción exportable argentina, diseminándose el resto en las demás pro-
vincias pampeanas y del interior del país.20
En un primer momento, la aceleración del desarrollo capitalista en la 
pampa afectó de un modo superficial a la mayoría de los empresarios con 
intereses rurales, que continuaron administrando sus negocios de modo 
consuetudinario,21 acompañados de un orden político también tradicional, 
considerado heredero del pasado indiano, que se apoyaba, fundamentalmen-
te, en la relevancia del poder local.22 Todavía en el último cuarto del siglo 
XIX, la provincia constituía el marco de referencia de las relaciones sociales, y 
la soberanía provincial, la condición de legitimidad de los actos del gobierno 
nacional.23
17 Matienzo (1917) 60–61.
18 Rivarola (1908) 22. Para este autor el progreso se encontraba íntimamente unido a la 
consolidación de una estructura unitaria que fortaleciese el poder nacional: «Sin embargo, 
puede ya decirse que cincuenta y cinco años de experiencia bastan para prueba, por lo 
menos, de que la Constitución federal de ocasión, cumplió su oficio transitorio, y es hora 
de acompañar con el pensamiento y con las condensaciones de opinión que constituyen 
un partido, la evolución unitaria, que implica el establecimiento definitivo del orden 
público; el mejoramiento de la libertad y de la educación política; la garantía de las 
libertades civiles; la economía en la administración, y el progreso sin interrupciones, de 
los intereses materiales del país», Idem, 22–23.
19 Hora (2005) XV.
20 Idem, XXII. Ver también: Halperin Donghi (1963). Garavaglia, Gelman (2003); Gelman
(2005).
21 Idem, XXIV.
22 Agüero (2011).
23 Oszlak (2011) 70. Botana (1998). Al respecto resulta sumamente ilustrativa la caracteri-
zación que José Nicolás Matienzo hace de los gobernadores provinciales: «Los gobernado-
Un codigo para el desierto argentino 249
Un espacio privilegiado de este poder local y tradicional era la campaña, 
constituyendo la estancia el núcleo organizativo de la vida de ésta. En ellas se 
lograba el disciplinamiento de la fuerza de trabajo y el aprovechamiento 
integral del ganado, siendo a su vez unidad productiva y unidad político-
social, que abarcaba «desde la organización militar necesaria para defenderse 
de los indios y para actuar como policía rural, hasta la producción de la 
mayor parte de los consumos internos».24
Desde el período colonial el mundo rural estuvo regido por una serie de 
costumbres que se proyectaron más allá de la independencia. Las mismas, 
que en general emanaban de los cabildos, se referían a variados aspectos de la 
vida social y económica de la campaña, como el disciplinamiento de la 
población rural, el control de la vagancia, la regulación de las vaquerías, el 
uso del agua, de los bosques, pastos y rastrojos, el trabajo rural, así como la 
regulaciónde la propiedad tanto inmueble como del ganado.25 Durante el 
período patrio pervivieron sin modificaciones sustanciales, receptándose en 
los distintos códigos rurales que las provincias sancionaron durante el perío-
do de organización nacional.
Este orden consuetudinario era el que reflejó Valentín Alsina al redactar el 
texto del Código Rural de la Provincia de Buenos Aires, sancionado en 1865. 
Como recuerda Carlos Storni, Alsina no encontraba en la legislación extran-
jera «modelo a imitar», basando su proyecto en las disposiciones diseminadas 
en el Registro Oficial, en su propia experiencia en la materia y en las opi-
niones vertidas por la Comisión de Hacendados,26 que representaba los 
res argentinos son mucho más poderosos que los norteamericanos, canadienses y austra-
lianos … Pero la preocupación principal de los gobernadores de provincia, salvo escasas 
excepciones, no es gobernar, sino mandar. La manera usual de expresar que un goberna-
dor ha tomado posesión de su cargo es decir que ha asumido el mando. La Constitución 
escrita no emplea esta expresión. Para el texto constitucional, lo que el gobernador ejerce 
es el Poder ejecutivo; pero para la Constitución real y para el público, lo que ejerce es el 
mando, como en la época colonial … Y por mando entienden en primer término el 
derecho de imponer su propia voluntad a los demás en todos los asuntos en que las 
facultades legales o la influencia del gobernador puedan intervenir, y, muy especialmente, 
en los asuntos políticos y electorales … El gobernador se considera director de la política 
provincial y único autorizado para decidir la actitud de la provincia respecto del presiden-
te de la República», Matienzo (1917) 196–199.
24 Oszlak (2011) 49.
25 Storni (1997a).
26 Storni (1997b) 196. Un estudio pormenorizado de las respuestas a esta consulta a la 
Comisión de Hacendados en Amaral (1998) 143–148.
250 María Rosario Polotto
intereses terratenientes. Incluso su revisión, dos años más tarde, estuvo some-
tida a la consulta que se efectuara a la Sociedad Rural Argentina.27 De ahí, 
este instrumento normativo que pretendía «cortar los abusos e inconvenien-
tes que retardan el progreso», se hacía eco de un derecho y poder tradicio-
nales.28
Si bien el progreso normativo al medio rural llegaría de la mano del 
dictado de leyes especiales29 lo cierto es que las codificaciones rurales man-
tuvieron vigente el orden antiguo que ni el código civil ni las interpretacio-
nes modernizantes pudieron socavar.
El Código Rural de la Provincia de Buenos Aires, recibió del derecho 
indiano un régimen ancestral de propiedad del ganado,30 que se efectivizaba 
mediante el sistema de marcas y señales.31 Se ha hecho notar que el mante-
27 Asamblea General Extraordinaria de la Sociedad Rural Argentina, celebrada el 23 de agos-
to de 1867; Nota del Presidente de la Sociedad Rural Argentina, José Martínez de Hoz, al 
Gobernador de Buenos Aires, de fecha 23 de julio de 1869.
28 Así lo entiende Storni: «El silencio que guarda en relación con los antecedentes coloniales 
es, a mi juicio, sólo problema declarativo o de enunciación o exposición, pues ¿qué senti-
do puede darse a su persistente consulta a la Comisión de Hacendados? Es sin duda una 
apelación a la tradición, a los usos rurales y a la práctica, lo que atempera aquel raciona-
lismo que siempre subyace en su pensamiento», Storni (1997b) 199. También señala 
Agüero que el contenido normativo esté determinado por los hacendados «pone en evi-
dencia la persistencia de un ideal de autorregulación corporativa de hondo arraigo en la 
cultura jurisdiccional de antiguo régimen» donde «la intervención legislativa se concibe 
como una acción dirigida a mantener una idea de orden social mediante la satisfacción de 
un interés particular (aunque de un sujeto colectivo) más que a imponer estándares co-
munes y abstractos sobre los individuos genéricamente considerados», Agüero (2011), la 
cita corresponde a la página 7. Con respecto a su valor normativo se ha señalado que «en 
este Código se observa claramente la incidencia de la costumbre, al ser instituidas antiguas 
tradiciones (por ejemplo, el derecho de rodeo y de tránsito con animales), y buscar el 
equilibrio entre los intereses de los grandes propietarios ganaderos (reflejados en la de-
fensa de la propiedad privada y en la imposición de la obligación de cerramiento de 
los campos) y los menos poderosos», Barandiarán (2011). Ver también Zeberio (2005–
2006).
29 Por ejemplo la ley 3965 (1902) sobre Sanidad Animal, 11.170 (1921) sobre contratos 
agrarios, etc.
30 Storni (1997a).
31 Mientras que la marca es «tanto el dibujo que constituye el signo con que se individualiza 
y distingue el dominio de los semovientes en el ganado mayor, como el signo o dibujo 
estampado en aquéllos – los textos legales refieren el vocablo únicamente a esta acepción –, 
y también – en la comprensión rural – el instrumento de hierro que lleva ese signo o 
dibujo y con el cual se lo estampa en el animal (fierro de marcar)»; la señal es «el signo de
Un codigo para el desierto argentino 251
nimiento de esta práctica fue una de las cuestiones que mayor interés atrajo 
entre los estancieros consultados por Alsina.32
El artículo 17 de este código establecía que «la marca indica y prueba 
acabadamente, y en todas partes, la propiedad del animal u objeto que la 
lleva», entendiéndose que establecía una presunción iuris et de iure de domi-
nio a favor del propietario de la marca.33
Sancionado el Código Civil, se fue imponiendo la opinión que la norma-
tiva contenida en la legislación rural contradecía lo dispuesto por el artículo 
2412 del código civil, ley nacional de fondo, según el cual «la posesión de 
buena fe de una cosa mueble, crea a favor del poseedor la presunción de 
tener la propiedad de ella, y el poder de repeler cualquier acción de reivin-
dicación, si la cosa no hubiese sido robada o perdida», y que en este sentido 
era inconstitucional en razón que usurpaba una potestad reservada al Con-
greso de la Nación en virtud de lo establecido por los artículos 67, inc. 11 y 
108 de la Constitución Nacional.34 Esta doctrina mayoritaria entendió que la 
«sola propiedad de la marca o señal no bastaba para justificar el dominio del 
ganado y que la posesión establecía a favor del poseedor un título suficiente 
acerca de la legitimidad de la misma, sin perjuicio de admitir la prueba en 
contrario». Pero también se argumentó «que era suficiente presunción y 
prueba del dominio sobre un animal el hecho de tener de buena fe la 
posesión del mismo, fuera de quien fuere la propiedad de la marca». Y frente 
a la colisión normativa se sostuvo que debía prevalecer la disposición de 
carácter nacional y «para que la posesión confiriera el derecho de dominio 
ella debía ser de buena fe, de acuerdo con el art. 2412 del Código Civil, 
interpretándose que en materia de semovientes no hay buena fe si no existe 
la marca y señal correspondiente o el certificado de transferencia».35
propiedad que se hace en el ganado menor – y a veces en el mayor – cercenando o 
cortando de maneras determinadas y convencionales una parte de la oreja, o mediante 
tajos especiales en la piel, que se registraban como señales de propiedad y podían usarse en 
combinación con las señales de orejas», Colombo (1998) 322–323 y 348.
32 Amaral (1998) 146.
33 Esta doctrina, denominada «tradicionalista» fue seguida por los códigos de Catamarca 
(1878), Salta (1884), San Luis (1888), Jujuy (1893), Territorios Nacionales (1894) y Tucu-
mán (1897). La tesitura contraria, que permitía la prueba en contrario, fue seguida por los 
códigos de Mendoza (1880), Córdoba (1885), Entre Ríos (1882), Santiago del Estero 
(1897), Santa Fe (1901) y Corrientes (1902). Ver Colombo (1998) 367.
34 Martínez Golletti (2005).
35 Colombo (1998) 368–369.
252 María Rosario Polotto
La jurisprudencia, tanto de la provincia de Buenos Aires como la de los 
tribunales nacionales, lejos dedeclarar la inconstitucionalidad de la norma-
tiva rural, hizo un intento de armonizar los distintos preceptos, dando pre-
ferencia a la aplicación de la presunción del citado artículo del Código Civil; 
pero por otro lado no podría invocarse buena fe si se poseyera un animal con 
una marca ajena.36
En definitiva, la reconocía que la aplicación de la norma civil resultaba 
antieconómica y restaba fuerzas a la protección de la propiedad del ganado, y 
a la lucha contra formas delictivas que atentaban contra ella, como el abi-
geato.37
Si la dispoción del código civil resultaba inconveniente, tampoco el man-
tenimiento de los sistemas locales implicaba una solución. Resulta intere-
sante observar que, frente a la falta de un régimen legal unificado sobre 
marcas y señales, fue la misma Sociedad Rural Argentina la que tomó cartas 
en el asunto, organizando en 1898 un concurso de marcas y señales. Las 
condiciones del mismo consistían en la presentación de un proyecto de 
sistema de señales para ganado vacuno u ovino, uno de marcas a fuego para 
ganado mayor y otro de sistema de administración pública de ambos. Y era 
requisito esencial que dichos sistemas fueran adaptables para su empleo en 
toda la República. La Sociedad Rural Argentina se comprometía a presentar 
los proyectos aceptados38 al gobierno pidiendo su adopción mediante una 
ley del Congreso.39
Diversos intentos legislativos trataron de dar una solución definitiva al 
asunto. En primer lugar encontramos, en 1890, el Proyecto de Código Rural 
para la Provincia de Buenos Aires, redactado por Manuel Gonnet, que aspiró 
armonizar ambos ordenamientos, estableciendo en su artículo 490 que la 
«marca indica y prueba acabadamente y en todas partes, la propiedad del 
ganado mayor salvo prueba en contrario».40 En 1910, en el proyecto redac-
tado por los juristas Matías Sanchez Sorondo y Marcos A. Avellaneda, éstos 
entendían que las legislaciones provinciales no podían alterar el principio del 
36 Ver jurisprudencia citada por Colombo (1998) 369–370; También: Garbarini Islas
(1925) 231–232; Lafaille (1943) 519.
37 Yangilevich (2009).
38 Fueron aceptados los proyectos de los señores A. Montes y J. C. Blanco sierra, el primero 
para marcas y el segundo para señales, Saenz (1906) 53 ss.
39 Saenz (1906) 54.
40 Gonnet (1890) 129.
Un codigo para el desierto argentino 253
art. 2412 del código civil, correspondiendo solo a la Nación establecer el 
régimen de la propiedad; las provincias solo podían pretender la reglamen-
tación de la prueba de la posesión de buena fe, siendo la marca el signo 
visible de ésta.41
De la misma época fue el proyecto de ley nacional redactado por el 
Subsecretario del Departamento de Agricultura, doctor Mario Sáenz, siendo 
Eleodoro Lobos ministro de Agricultura y que el Poder Ejecutivo envió al 
Senado en agosto de 1911. El mismo creaba un registro nacional de marcas y 
señales, estableciendo que «la marca o la señal registrada justifica la propie-
dad de los ganados que la llevan». Dicho proyecto no tuvo sanción legal.42
El tema también fue contemplado en el Proyecto de Reforma al Código 
Civil, donde se recepta, como veremos, la doctrina mayoritaria. El artículo 
1536 del proyecto disponía que «la marca o señal probará la propiedad del 
ganado mayor y menor que las llevare, en beneficio de quien las tuviese 
registradas», mientras que el artículo 1537 mandaba que «la transferencia 
del dominio de los ganados, convenida entre el enajenante y el adquirente, 
deberá realizarse por la inscripción en el registro».43
La Cuarta Conferencia de Abogados de 1936, dedicó un espacio para la 
deliberación de la materia. Las argumentaciones giraron en torno a la nece-
sidad de la unificación del sistema de marcas y señales, los pormenores de la 
transmisión del ganado, el problema del cuatrerismo y las atribuciones de la 
nación y de las provincias para organizar el registro correspondiente, siendo 
éste uno de los puntos más álgidos. Para algunos el avance de los poderes 
nacionales constituía un menoscabo de los provinciales:
«No debemos permitir que en los grandes asuntos, primero, y en los pequeños 
después, se vaya poco a poco produciendo el encerramiento de las facultades de 
las provincias, porque ello nos lleva a la disminución de la capacidad impositiva de 
las mismas, empobrece su economía y establece una dependencia con el gobierno 
federal – la dependencia económica – que es el medio más permanente y eficaz para 
sobornar las autonomías provinciales».44
Para otros, «el gobierno nacional ha sido creado para los fines tendientes a la 
unidad de esfuerzo y del progreso general»:
41 Serrés (1957) 21.
42 Garbarini Islas (1925) 229–230; Lafaille (1943) 520.
43 Reforma del Código Civil (1936) 597–598.
44 Cuarta Conferencia Nacional de Abogados (1936) 198.
254 María Rosario Polotto
«Si tuviéramos que aceptar … esta teoría que pretende difundir el localismo y que 
resucitaría las viejas cuestiones de antaño, tendríamos que suprimir el cúmulo de 
manifestaciones de progreso que produce la Nación, como obras públicas, patentes y 
caminos, colegios nacionales, escuelas normales, escuelas Láinez, etcétera. Tendría-
mos que cerrar los ojos ante este luz civilizadora difundida por todos los ámbitos de 
la República y que ha traído el desarrollo cultural de la Nación».45
Finalmente se aprobó una declaración que afirmaba: «a) Que la marca o la 
señal acredita la propiedad originaria de los ganados. b) Que debe adoptarse 
un sistema único de marcación y señalamiento para todo el país. Que la 
marca y la señal deberán inscribirse en los registros que a tal efecto crearán la 
Nación y las provincias».46
La solución legislativa definitiva llegó siete décadas después, en 1983, con 
la ley 22.939 que crea el registro nacional de marcas y señas.47
2 El debate académico
La cuestión hasta aquí reseñada suscitó un interesante debate académico48
que giró en torno a la validez constitucional de los ordenamientos rurales y a 
la posibilidad de «compatibilizar» las disposiciones del código civil con las de 
aquéllos.
Fue en los claustros de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, en las 
cátedras de Derecho Civil y Legislación de Minas, rural e industrial, donde se 
esbozaron los primeros argumentos.49 Los testimonios en este sentido son 
45 Cuarta Conferencia Nacional de Abogados (1936) 188 y 200.
46 La comisión que trabajó en el proyecto de declaración estaba integrada por los doctores 
Rodolfo Arnado, Máximo Castro, Juan P. Danuzzo Amadey, Guillermo Garbarini Islas, 
Demetrio Morales y José Rafael Serres. Cuarta Conferencia Nacional de Abogados (1936) 
430.
47 Cima, Martínez, Ventura, Moisset de Espanés (1984).
48 El término académico es utilizado aquí con el peso y profundidad que ha señalado en 
varias oportunidad Petit: «… el verbo académico nos sirve además como ejemplo de dis-
curso corporativo, asunto éste de la voz de la corporación con derivaciones inmediatas en 
cuanto atañe al contenido de los discursos, a su censura y a la propiedad intelectual o 
‘literaria’ de que pudieran ser objeto». Petit (2000) 25.
49 La estrecha relación entre enseñanza académica y producción del discurso jurídico ha sido 
señalada por Petit en la obra antes citada donde clases, lecciones inaugurales, discursos de 
colación de grado, que constituían «el saber de ese jurista y el derecho que de continuo le 
interesa, atrapados luego en textos que hoy constituyen las fuentes que facilitan su cono-
cimiento» pero que «fueron en una vida anterior tan sólo palabras pensadas para ser 
dichas y oídas». Petit (2000) 11–12.
Un codigo para el desierto argentino 255
coincidentes: las enseñanzas de los civilistas David Texanos Pintos a fines del 
siglo XIX y de Juan A. Bibiloni, dieron forma a la doctrina «conciliatoria» de 
las legislaciones civil y rural para el tema de las marcas y señas, doctrina que 
luego se proyectaría en la manualística y en la jurisprudencia de los tribu-
nales.50Ecos de la misma resonarán luego, como veremos, en la novel 
Facultad de Ciencias Económicas que tan estrecha relación tendrá en sus 
orígenes con aquélla casa de estudios.51
Si miramos los actores que participan en la producción de los distintos 
argumentos esgrimidos en el debate, nos encontraremos con personajes que 
no solo tuvieron un lugar destacado en el ámbito académico y jurídico, sino 
también en el quehacer político y económico, ocupando lugares claves en el 
gobierno y la administración de pública,52 algunos de ellos con conexiones 
directas con aquella institución que representaba los intereses ganaderos: la 
Sociedad Rural Argentina.53
a) Villiers Tapia y Roth: una copia a ciegas de un sistema desastroso
A instancias del que fuera catedrático de la recién creada cátedra de Derecho 
Rural,54 Eleodoro Lobos, los alumnos Leopoldo Villiers Tapia y Carlos Roth, 
publican en 1903 una obra escolar que titularon «Legislación Rural Argen-
tina». La misma tenía como finalidad «facilitar el estudio de una materia tan 
importante como descuidada: el Derecho Rural».55
50 «Dentro del propio mecanismo del Código Civil, el doctor David de Tezanos Pinto, ense-
ñaba en su cátedra desde fines del siglo XIX, que era posible conciliar ambas legislaciones, 
teniendo presente que el art. 2412 exige la buena fe y que no sería dado invocarla a quien 
poseyera un animal con distintivo ajeno. Fue del mismo parecer el doctor Juan Antonio 
Bibiloni, tanto en sus clases, como al ser consultado por la Suprema Corte de la Provincia 
de Buenos Aires, cuya jurisprudencia inspiró acerca de este problema», Lafaille (1943) 
518–519. Ver también Cima, Martínez, Ventura, Moisset de Espanés (1984).
51 Sobre el origen de esta Facultad y sus relaciones con la de Derecho y Ciencias Jurídicas 
ver: Fernández López (2001); Caravaca, Plotkin (2008).
52 Zimmermann (1999), especialmente 114–116. Stagnaro (2012).
53 Guillermo Garbarini Islas fue miembro de su Comisión Directiva, Sánchez Sañudo
(2000). Bibiloni no era la primera vez que intervenía a pedido de la SRA: ver Bibiloni, 
Saenz Peña, de la Torre (1904).
54 Saenz (1906) 64.
55 Villiers Tapia, Roth (1903), «Introducción».
256 María Rosario Polotto
En su Quinta Parte, los autores abordaban el problema de la «Propiedad 
de los semovientes», partiendo del análisis del sistema consagrado por el 
código civil para las cosas muebles en general. El mismo era considerado 
«desastroso» en su aplicación a la propiedad del ganado:
«Hay que tener en cuenta el medio, no es lo mismo probar en un centro poblado 
donde hay todos los elementos a mano y, donde es más difícil robar que en el campo 
donde no hay esos elementos, y la misma movilidad de los animales facilita la 
operación. Hay que ver la cantidad enorme de ganados y sus semejanzas que muchas 
veces impide distinguir un grupo de animales de otro, la riqueza fabulosa que para 
nuestro país representa la ganadería, para comprender el enorme descuido no discul-
pable puesto que existía ya el Código Rural de la Provincia de Buenos Aires y todos 
los antecedentes nacionales sobre marcas; nada se tuvo en cuenta, se copió a las 
autores franceses que legislaban en un país donde los animales están identificados indivi-
dualmente y existen en una relación exigua a la de nuestro país en cuanto a su cantidad, 
allí cada animal tiene su nombre y no puede confundirse; se ha copiado a ciegas y sin saber 
lo que se hacía».56
Por el contrario, las normas rurales tenían un profundo arraigo en la realidad 
nacional y así lo demostraban la extensa reseña de los antecedentes que desde 
1817 realizan los autores.
¿Sería posible «conciliar» ambos ordenamientos? La conclusión que se 
esboza era positiva, a pesar de la «rigidez» de las leyes y de la Constitución, 
que disponía que solo el Congreso Nacional podía legislar sobre la propie-
dad y sus medios de adquisición a través del código civil, mientras que los 
códigos rurales «no pueden ni deben tener fuerza de ley».57 Superando esta 
interpretación, ambas legislaciones podían «coexistir», entre otras razones, 
porque los códigos rurales trataban una materia especial reglamentándola, 
«porque tiene sus peculiaridades que el Código Civil no ha podido conside-
rar, viene a ser algo así como una ley que modificase la estricta rigidez de los 
principios generales».58 Y agregaban:
«… visto el vacío del Código en materia de propiedad de ganado y siendo necesario 
salvarlo de cualquier modo, es necesario aceptar como «modus vivendi», las modifica-
ciones que a los principios generales introduce el Código Rural, así como las modifica-
ciones de hecho que en materia de transmisión de inmuebles se ha introducido a la 
56 Villiers Tapia, Roth (1903) 273–274. El subrayado es nuestro.
57 Villiers Tapia, Roth (1903) 278. Los autores tuvieron presente el trabajo de Mario Saenz, 
que sería defendido como tesis tres años después. A pesar de ello, se apartarían, como 
puede observarse más adelante, de la posición de Saenz.
58 Villiers Tapia, Roth (1903) 278. El subrayado es nuestro.
Un codigo para el desierto argentino 257
legislación civil por las leyes orgánicas de los Tribunales de la Capital y de algunas 
provincias, al imponer inconstitucional e ilegalmente que es necesaria la inscripción en 
los registros para que la transmisión de la propiedad sea válida contra terceros».59
Esta línea argumentativa resulta sumamente elocuente en varios sentidos. En 
primer lugar, deja entrever el espacio constitucional que se le asignaba al 
código civil como expresión de los principios rectores del orden civil, que se 
sustentaba en una interpretación exegética o «rígida» del mismo, propia de la 
época. A pesar de ello, los autores no tienen reparos en saltear ese orden, 
calificado, en el punto que nos ocupa, como una «mala copia», que había 
olvidado ese otro, tradicional y rural, donde se desarrollaba la principal 
actividad económica del país. De ahí que fuese necesario «salvar de cualquier 
modo» ese «vacío» de nuestra legislación, aceptando como «modus vivendi» 
aquel orden normativo que la codificación había relegado al lugar de la 
«inconstitucionalidad» y de la «ilegalidad». Así también la propuesta para 
regularizar la situación: la reforma del código civil estableciendo un régimen 
especial para los semovientes adaptado a las normas rurales y la creación de 
un sistema único de marcas y señales.60
b) Mario Sáenz: nadie mejor que el propietario sabe lo que le conviene
En 1906 se publicaba la tesis de Mario Saenz titulada «Propiedad de Gana-
dos», proponiendo la reforma de la legislación vigente a fin de que se regla-
mente por separado este tipo de propiedad.61 Partía para ello de la reformu-
lación de los principios del código civil que regían la propiedad mueble. A la 
distinción de las cosas en muebles e inmuebles, este autor sugería una dis-
tinción tripartita que contemplara a los semovientes separados de los mue-
bles. Fundamentaba esta clasificación en el derecho romano, ya que era este 
derecho fuente de principios para la misma codificación civil. Entendía que
59 Villiers Tapia, Roth (1903) 278. El subrayado es nuestro.
60 Villiers Tapia, Roth (1903) 293–294. Sigue en esto la solución, como se verá, de Mario 
Saenz. La respaldan con el proyecto de marcas y señales del presidente de la Sociedad 
Rural.
61 Saenz (1906) 15. Esta no es la primera tesis que aborda la cuestión. En 1881, Francisco 
Ayerza esboza la tesis de la posibilidad de conciliar el ordenamiento civil y rural. Ver 
Saenz (1906) 48. Dicha tesis se publicó en 1881 (Averza 1881). Existen copias en la 
Biblioteca Nacional y en la Facultad de Derecho de Buenos Aires, pero por razones técni-
cas alegadas por ambas bibliotecas en material no se encontraba disponible.
258 María Rosario Polotto
«Desgraciadamente, en este punto, los legisladores de las sociedades modernas, en 
vez de inspirarse en la vida del Derecho Romano, han transcripto la letra de sus 
preceptos, la hancalcado servilmente, en un momento de su evolución, resultando 
así muy lejos de la verdad, por haber confundido con principios permanentes de derecho, 
los que no son sino elementos móviles de la legislación».62
Era esta la razón por la cual «el codificador argentino, cuya erudición y 
talento han dado tan brillantes frutos, en otras secciones del código, han 
incurrido aquí en los mismos errores de los modelos que seguía».63 Remar-
caba que las disposiciones del código civil sobre bienes muebles fueron 
«calcadas, en lo fundamental, sobre el código Napoleon» y que no se justi-
ficaba «que hayamos de aplicar a los muebles tales prescripciones, solo por-
que ellas rigen en Inglaterra o Francia».64 Luego, el artículo 2412 del código 
civil no satisfacía las necesidades del país, ni favorecía el desarrollo de la 
ganadería argentina:
«Se comprenderá que las disposiciones del Código Civil son tan deficientes para 
proteger la propiedad que ni ex profeso podrían ser mejor calculadas para alentar el 
robo».65
Ahora bien, si bien reconocía que las normas contenidas en los códigos 
rurales sobre esta materia eran «superiores al Código Civil, dado el medio 
en deben imperar», las mismas en la práctica han derivado en «grandes 
inconvenientes», debido a la regulación local de las marcas y señales, que 
posibilitaba que en una provincia se registraran iguales marcas que en otra.66
La solución para Sáenz pasaba por la reforma del artículo 2318 del 
código civil, que separase al regulación de los semovientes del sistema 
general de las cosas muebles.67 Y establecer un régimen especial para éstos, 
organizando un sistema único en toda la República adoptando el trabajo 
realizado por la Sociedad Rural Argentina «cuya preparación especialísima 
en estas materias reviste opiniones de gran autoridad y prestigio».68 Las 
normas debían también adaptarse a las nuevas exigencias desarrolladas por 
62 Saenz (1906) 23–24.
63 Saenz (1906) 24.
64 Saenz (1906) 34–35.
65 Saenz (1906) 34.
66 Saenz (1906) 51.
67 Proponía suprimir de dicha normativa la frase «… sea moviéndose por sí mismos», Saenz
(1906) 60.
68 Se refiere al concurso de 1898. Saenz (1906) 54.
Un codigo para el desierto argentino 259
la actividad, y proteger a aquellos ganaderos que se preocupan por mejorar 
la raza o la pureza de sus haciendas, no imponiendo la obligación de marcar 
a sus animales. Es que después de todo, «a este respecto nadie mejor que el 
propietario sabe lo que le conviene».69
c) Garbarini Islas: una inconstitucionalidad «catastrófica»
En 1925, Guillermo Garbarini Islas70 publicaba su «Derecho rural argenti-
no»71 que, dedicado «especialmente a los estudiantes», exponía, por primera 
vez en forma sistemática, los elementos de lo que él consideraba el más 
«típico y nacional de los derechos».72
En el prólogo de la obra, el entonces decano de la Facultad de Ciencias 
Económicas de Buenos Aires, José León Suarez, reconocía que «el Derecho 
Rural es una formación de nuestros tiempos … una «consagración» reciente, 
puesto que siempre existió informe o implícito en el civil y en otros dere-
chos» y se lamentaba de la «tardanza extraña en un país esencialmente rural» 
con la cual se había conformado esta nueva rama jurídica. En realidad lo que 
reclamaba era su atención académica «autónoma» en atención a las «necesi-
dades modernas» y al «proceso económico del mundo», sin que ello obstara a 
que reconociese la jurisdicción federal sobre la materia rural, como si la 
autonomía disciplinar y poder federal fuesen dos caras de la misma moneda:
«La importancia de estas nociones es evidente en un país que ha discutido durante 
un siglo, sin llegar a ninguna resolución definitiva, sobre las facultades del gobierno 
federal y de los gobiernos provinciales en cuanto a sistemas de marcas y señales de 
ganado, con el propósito, impostergable, de evitar la confusión y el fraude a que hoy 
se presta la falta de un sistema y de una reglamentación únicos en la República. Por 
otra parte, se observa en la legislación de las provincias una verdadera anarquía de 
criterio en unos casos y una imitación servil en otros, en cuanto a la redacción de las 
disposiciones que pueden considerarse típicas de derecho rural, tales, por ejemplo, 
69 Saenz (1906) 63.
70 Se graduó de abogado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de 
Buenos Aires en 1922, obteniendo al año siguiente el título de doctor. Inicia su actividad 
como profesor universitario en 1923, desarrollando la misma en la Facultad de Ciencias 
Económicas de Buenos Aires, en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Rosario y en 
la Universidad de La Plata, destacándose como fundador de la Universidad Libre del 
Museo Social, en 1956, Sánchez Sañudo (2012).
71 Garbarini Islas (1923).
72 Garbarini Islas (1923) 5–6.
260 María Rosario Polotto
como la clasificación y protección de los animales útiles, el ejercicio de la caza, etc., 
etc.»73
Si bien con el mismo fin, las argumentaciones de Garbarini Islas corrían por 
rieles diferentes. Para este autor, el «derecho rural no es un derecho autó-
nomo, es, en su mayor parte, una rama del derecho civil» y por lo tanto 
reservado a la jurisdicción del Congreso Nacional en virtud de lo establecido 
por el art. 67, inc. 11 de la Constitución Nacional.74 Negar su autonomía 
era, en definitiva, afianzar el carácter nacional de este derecho.
En el trasfondo de esta interpretación, Garbarini Islas practicaba una 
profunda crítica a nuestro régimen federal. En una extensa nota sostenía 
su convencimiento que «entre nosotros tenga razón de ser el federalismo», 
que «solo existía en el papel», y servía «para mantener catorce Estados inne-
cesarios dentro del Estado, con gobernadores, ministros, cámaras y mil fun-
cionarios» que comían «el dinero de los productores sin beneficio alguno». 
El mismo constituía
«una copia bastarda de instituciones extranjeras, que por desgracia somos tan afectos 
a imitar sin entender, con frecuencia, su espíritu y que lo que es peor, sin darnos 
cuenta de las diferencias enormes que van desde los países que las crearon a nuestra 
patria, que tan a la zaga de ellos va en tantas cosas».75
Si el mismo podía tener razón de ser en Estados Unidos, no existía razón 
histórica ni política para sostenerlo en la Argentina:
«Convengo en que los constituyentes que hubieron de constituir un país cuando por 
todos lados ardía la hoguera anárquica, no el principio federalista!, hicieron bien en 
adoptar la forma gubernativa que adoptaron, y otra no pudieron implantar a fuer de 
hombres prácticos, pero hoy, después de medio siglo, cuando la locomotora y el 
telégrafo han substituido a la carreta y al chasque, cuando tras las tolderías del in-
dio han venido las ciudades florecientes y tras el desierto los campos de cultivo y 
pastoreo; hoy, en que el cielo ha sido empañado por el humo de las fábricas y las 
73 José León Suarez, «Prólogo», en Garbarini Islas (1923) 7.
74 Idem, 23. Esta interpretación a favor de la jurisdicción federal, que puede ser discutible, se 
basaba principalmente en el juego de los arts. 67, inc. 11 [actual art. 75, inc. 12: «Corres-
ponde al Congreso … dictar los Códigos Civil …»] y el art. 104 [actual 121: Las provincias 
conservan todo el poder no delegado por esta Constitución al Gobierno federal, y el que 
expresamente se hayan reservado por pactos especiales al tiempo de su incorporación] y 
seguía la doctrina constitucionalista más tradicional de Juan Manuel Estrada y Montes de 
Oca a favor de los poderes nacionales. Ver Estrada (1895) 337–339; Montes de Oca
(1903) 439 ss.
75 Idem 22, nota 11.
Un codigo para el desierto argentino 261
montañas horadadas y los ríos canalizados en busca de mercados para nuestros 
productos, sólo falta después de haber reemplazado la vetusta legislación española 
por códigos modernos, completar la evolución en lo político y en lo moral para 
terminar la gran obra que nuestros padres emprendieron hace unsiglo».76
Vuelve sobre estas ideas al referirse al sistema de marcas y señales diseñado en 
nuestro ordenamiento jurídico. Para Garbarini Islas, contrario a otras pos-
turas,77 el sistema seguía siendo adecuado para la realidad rural de nuestras 
pampas. Pero consideraba inconstitucionales las disposiciones que sobre esta 
materia dedicaban los códigos rurales de las provincias, materia reservada al 
Código Civil de acuerdo a lo dispuesto por el mencionado art. 67, inc. 11.78
Y si bien se hallaban en contradicción con el art. 2412 del Código Civil, que 
consagraba el principio de la presunción de propiedad del poseedor de 
buena fe, dicho principio no podía hacerse valer sin más
«en esas pampas inmensas en que se anda horas enteras sin ver un ser humano y a 
veces ni un mísero rancho en el horizonte y dígase si la sola posesión puede servir, 
como en Europa, para acreditar la propiedad. Bastaría el salto de un animal por 
arriba de un alambrado para que éste cambiando de campo hubiese cambiado de 
dueño; y aun los mismos propietarios procediendo de perfecta buena fe ¿podrían 
asegurar entre cinco o diez mil cabezas de ganado, a veces de idéntica mestización y 
pelaje, que éste o aquél les pertenece?»79
A la inconstitucionalidad de los ordenamientos provinciales, se sumaban 
razones de conveniencia que hacían indispensable una legislación nacional 
sobre señales y marcas: la existencia de numerosas marcas iguales registradas 
en diversas provincias, lo que facilitaba el abigeato.80
Pero una afirmación, hecha al pasar, lleva al autor a reconocer el arraigo del 
ordenamiento provincial y la dificultad de declararlas inconstitucionales: «Ima-
gínense, advierte, la catástrofe que sobrevendría si la Suprema Corte las decla-
rase tales».81 Era, en definitiva, la primacía de la realidad frente a la perfec-
ción del sistema y la congruencia de las normas esgrimida por el hombre de 
derecho. Esa conservación del ordenamiento dejaba entrever también en la 
jurisprudencia, que nuestro jurista reconoce como «pobre»,82 la cual sin 
76 Ibidem.
77 Por ejemplo la sostenida por Ramos Mejía (1903) 973.
78 Garbarini Islas (1925) 223.
79 Garbarini Islas (1925) 224–225.
80 Garbarini Islas (1925) 223.
81 Ibidem.
82 Y esta pobreza resultaría también un indicio de la falta de cuestionamiento del sistema en 
la práctica.
262 María Rosario Polotto
aplicar el remedio federal, se contenta simplemente con realizar algún tipo 
de armonización de la normativa rural con el principio consagrado en el art. 
2412 del Código Civil.83
d) Bibiloni y los altos intereses comprometidos en el Código Civil
Una de las líneas argumentativas más importantes sería la que construyera 
Juan A. Bibiloni, importante civilista de la época, profesor titular de Derecho 
Civil y autor del Anteproyecto de Reforma del Código Civil, su mayor 
legado jurídico.
Su primer encuentro con la cuestión dataría de 1903, a instancias del 
entonces presidente de la Sociedad Rural Argentina, Ezequiel Ramos Mejía, 
quien sostenía que la «legislación sobre marcas y señales de los ganados es, y 
debe ser, de atribución federal», entendiendo que las disposiciones de los 
códigos rurales fueron derogadas con la sanción del código civil.84 Bibiloni 
da la razón a éste y entiende que las disposiciones de los ordenamientos 
rurales «no tienen fuerza de ley» y que la cuestión analizada debe ser resuelta 
dentro de los principios del código civil, ya que «en materia civil, no hay, 
pues, legislación supletoria».85 A su vez afirmaba:
«Que el régimen del Código Civil no sea satisfactorio, me parece evidente. Ninguna 
de las razones que se dan para justificar el principio que gobierna la posesión de 
cosas muebles, me parece aplicable en nuestro país, y dadas sus condiciones pecu-
liares, a los ganados. Ningún interés social, de rapidez en la transmisión, de segu-
ridad o estabilidad en la propiedad, aconseja a dispensar al poseedor de la prueba de 
su título. Creo al contrario, que existen razones que inducen a establecer el régimen 
opuesto».86
De allí que propiciara la reforma del Código Civil donde las bases del sistema 
fueran «las líneas fundamentales del régimen actual de hecho, que es el 
resultado de una experiencia ya secular, perfeccionándolas».87 No bastaba, 
por tanto la sola corrección del artículo 2412 del código civil, sino que 
debería establecer la propiedad dependiente del registro público que sería 
83 Garbarini Islas (1925) 231–232.
84 Ramos Mejía (1903). Junto con sus consideraciones publica un proyecto de ley que de 
solución a la cuestión.
85 Bibiloni (1903).
86 Idem.
87 Idem.
Un codigo para el desierto argentino 263
gobernado «en sus líneas principales por la ley del Congreso, uniforme para 
toda la Nación, y se entregaría a la jurisdicción de las provincias».88
Bibiloni tuvo la oportunidad de concretar su propuesta. En su Antepro-
yecto, se refirió al sistema de marcas y señales bajo el título «De la propiedad 
de ganados y máquinas locomóviles»,89 dedicándole tan solo seis artículos.90
En la nota que dedica a la explicación de los mismos, reproduce los argu-
mentos ya vertidos en su carta de 1903. Los preceptos propuestos tenían por 
objeto reconocer la valía de ese «hecho existente», como que eran los orde-
namientos provinciales. Se imponía «regularizar legislativamente el derecho 
que diremos consuetudinario», costumbre que se remontaba a «los orígenes 
de la colonización de nuestro país» y que respondía a «las necesidades cau-
sadas por la cantidad de reses en los ganados, la que ha impuesto la marca 
como única solución, es decir la identificación colectiva, y no la individual». 
De esta manera lo establecía el artículo 2469: «Las leyes locales determina-
rán, las condiciones de la concesión de marcas y señales, y su empleo. Los 
registros quedarán sometidos a su reglamentación y bajo la dirección y 
vigilancia de las autoridades que esas leyes determinen». No era posible 
seguir en la materia a las legislaciones europeas que no consagraban el 
mismo principio, donde «la pequeña cantidad de los animales permite indi-
88 Idem.
89 El asunto se hallaba regulado en el Libro III, De los Derechos Reales, Título IV, De la 
propiedad de las cosas, Capítulo II, De la adquisición y pérdida de la propiedad de cosas 
muebles, § 5, De la propiedad de ganados y máquinas locomóviles.
90 Art. 2463: La marca o señal prueba La propiedad Del ganado mayor o menor que La 
lleva, a favor de los que las tenían registradas a su nombre; art. 2464: La transmisión del 
dominio de los ganados convenida entre el enajenante y el adquirente se realiza por la 
inscripción del acuerdo en el registro. La ley no reconoce otra manera de transmisión por 
actos entre vivos, sin perjuicio de lo dispuesto sobre ejecución de sentencia; art. 2465: La 
marca y la señal debidamente registradas constituyen bienes exclusivos de las personas a 
quienes se hubieran concedido. Pueden transmitirlas, pero no pueden ser embargadas, ni 
ejecutadas por acción de los acreedores; art. 2466: Cuando se solicite la inscripción en el 
registro de un acuerdo de transmisión, se verificará e inscribirá el título del enajenante, si 
no estuviera ya inscripto. La inscripción equivale a título efectivo. Le es aplicable lo 
dispuesto por el artículo 2400; art. 2467: Cuando la señal o marca consistiese en tatuaje 
u otro medio especial no reglamentado por la ley, se anotará en el registro la declaración 
previa del propietario de que ella constituirá su manera de identificar los animales de la 
especie que determinará en la exposición firmada que se archivará en el registro; art. 2469: 
Las leyes locales determinarán, las condiciones de la concesión de marcas y señales, y su 
empleo. Los registros quedarán sometidos a su reglamentación y bajo la dirección y vigi-
lancia de las autoridades que esas leyes determinen, Bibiloni (1936) 113–118.
264 María Rosario Polotto
vidualizarlos, como ocurre entre nosotros, con los de raza, o pedigree».91Si 
era aplicable, en cambio, el ejemplo de algunas legislaciones estaduales de los 
Estados Unidos, a las cuales nos unía un «tronco común» que era, en defi-
nitiva la «legislación española».92
De esta manera, reconocido el sistema de marcas y señales por el Código 
Civil, se salvaba la cuestión federal, y se establecía cierto principio general 
que hacía a la legitimidad de dicho ordenamiento al imponer su inscripción: 
«La inscripción, en todo caso, es la condición fundamental de nuestro pro-
yecto. ¿Se adopta marca?: se adquiere como las leyes locales lo autorizan, y 
bajo sus condiciones se efectúa la marcación, o señal en su caso. Para el 
Código Civil, lo esencial es la inscripción».93 Y ahí terminaba la cuestión, 
aunque a Bibiloni la solución si le sabía a conveniente al estado actual de la 
actividad, no le resultaba del todo convincente:
«Debemos desear que este asunto sea materia, algún día, de la legislación nacional. 
No se conciben marcas provinciales, como no se conciben propiedades locales. Las 
garantías no pueden detenerse en los límites de cada distrito del país … Mientras no 
se dicta una ley general, para las transmisiones de propiedad de ganados […] es 
forzoso aceptar la situación actual, de las leyes provinciales. Muy grave es, pero no 
susceptible de ser corregida en un C. Civil, por el carácter en cierta manera regla-
mentario de cualquier ley que la naturaleza del asunto impone. Baste decir, que las 
marcas otorgadas libremente por cada provincia, permiten muy frecuentes actos de 
despojo de la propiedad ganadera. Con obtener la misma marca en otro distrito se 
pueden ejecutar impunemente. Agréguese que los embarques por ferrocarril, y los 
fluviales, dan grave actualidad a ese asunto, y según lo hemos aconsejado en otras 
oportunidades, imponen el estudio de un sistema nacional de marcas, y su aplica-
ción, quedando, naturalmente, a las provincias su jurisdicción sobre los registros, y 
el poder reglamentario para establecer las condiciones de ejecución del sistema 
general».94
91 Bibiloni (1936) nota al § 5, pág. 114.
92 Ibidem. «En los Estados Unidos, en que algunos de los particulares, – California, Tejas, 
Wyoming, Colorado, Arizona, Utah, New Mexico, etc. – han practicado la cría en vasta 
escala, el mismo régimen de la marca existe, y la propiedad y transmisión de los ganados, 
se acredita por el título constituido o fundado en ella. Legislativamente no está esa clase 
de bienes dentro del régimen general de las cosas muebles. Hemos utilizado en nuestros 
proyectados artículos, no solamente las leyes de esos Estados, sino también las de nuestras 
provincias, que al fin salen de un tronco común, esto es el de la legislación española, pues 
en California, Tejas, Colorado, Nueva Méjico, etc., tiene ese origen la legislación vigente y 
bien se advierte a la primer ojeada».
93 Bibiloni (1936) nota al art. 2463, p. 117.
94 Bibiloni (1936) 115 y 117.
Un codigo para el desierto argentino 265
e) Lafaille y una dualidad tolerable
«Dualidad de la legislación» era, para Héctor Lafaille, destacado civilista y 
profesor de la materia en la Facultad de Derecho de la Universidad de 
Buenos Aires, la característica principal de un régimen «cuyos antecedentes 
se remontaban a la época colonial», y que a pesar de la sanción del Código 
Civil «tal estado de cosas persiste, y las provincias consignan, como antes, en 
cuerpos de leyes especiales, el principio que lo inspira».95
Si bien su examen se centraba, fundamentalmente, en describir el régi-
men legal vigente sobre propiedad de los «semovientes», con el estudio de 
sus antecedentes y jurisprudencia, lo cierto es que nuestro jurista, que había 
también participado en la Comisión de Reforma del Código Civil, se hacía 
eco en su análisis de la doctrina mayoritaria, que como hemos visto, pro-
clamaba la supremacía de la regla contenida en el código civil, que equipa-
raba la posesión de buena fe al título, por entender que el punto estaba 
comprendido en la esfera reservada al Congreso de la Nación, habiendo 
cesado cualquier derecho de los poderes locales desde la sanción del códi-
go.96 Sin embargo reconocía que la cuestión tenía sus límites y que era 
preciso mantener aquellas interpretaciones que conciliaran los dos ordena-
mientos:
«Por más que esta sea en rigor la doctrina justa, son tantos los intereses en juego y 
tan grande el perjuicio derivado de ella, que todos estimaron necesario encontrar un 
expediente, que permita reconocer eficacia a las marcas y a las señales, hasta la 
promulgación de una ley que desvaneciera la antinomia existente».97
Urgía, sin embargo, llegar a un criterio legal indiscutible, que pusiese «fin a 
la incertidumbre, en materia que tanto se relaciona con la vida económica 
95 Lafaille (1943) 517 ss.
96 Idem, 518.
97 Ibidem. «Una de las soluciones es la de considerar incluido dentro del «poder de policía», 
que conservaron las provincias (art. 104 de la Constitución Nacional), el de promulgar 
aquellas normas necesarias para la mayor seguridad del dominio. No podrían ciertamente 
– se dice – legislar sobre la condición jurídica de los semovientes, ni declarar cómo y 
cuándo se adquieren o transmiten, pero los preceptos que analizamos podrían juzgarse 
complementarios de los establecidos por el Código Civil, como lo han sido los referentes a 
la propiedad inmueble. Se trata en rigor, de algo más que de simples detalles o reglamen-
tos de seguridad, puesto que se afecta al título mismo. Además, la jurisprudencia – que se 
ha tornado rigurosa en punto a los registros – no podría resolver de otra manera, en el 
supuesto de plantearse la cuestión».
266 María Rosario Polotto
del país».98 Reconocía que el régimen imperante respondía, en general a «las 
condiciones peculiares de la cría de ganado en los países hispanoamericanos» 
que tornaba inaplicables «los principios que gobiernan esta materia en la 
legislación europea». Luego, resultaba evidente la imposibilidad de adaptar a 
los semovientes el precepto del art. 2412 del Código Civil:
«La gran cantidad de cabezas de ganado impide que el dueño conozca individual-
mente a cada animal, a diferencia de cuanto acontece en otras regiones; a lo que se 
agrega la topografía del terreno y el deslinde por medio de alambrados, que permi-
ten trasladar la hacienda de un fundo a otro y favorecen el abigeato. Estas condi-
ciones agravan las circunstancias que concurren para los muebles en general – y 
obligan a valerse de medios adecuados, a fin de proteger el dominio».99
El sistema de marca y señal cumplían acabadamente los propósitos de pro-
tección del derecho de propiedad sobre el ganado:
«Conviene, pues, mantener tal sistema; pero dotándolo de la uniformidad y sobre 
todo, de la legalidad, que le falta entre nosotros: lo primero, porque cada provincia y 
los territorios nacionales pueden tener – y de hecho, tienen a veces – regímenes 
diversos; fuera de que un mismo signo se repite a menudo, por hallarse inscripto en 
jurisdicciones independientes. Lo segundo, por las condiciones que se adujeron 
sobre el problema de la constitucionalidad».
En la argumentación jurídica ganaba, una vez más, las razones de conve-
niencia práctica sobre la razón legal pura y abstracta, y las necesidades de la 
vida económica del país determinaban la solución jurídica posible.
3 Consideraciones finales
Si gran parte de nuestras elites vieron en la sanción del código civil el 
cumplimiento de una exigencia del progreso, una refundación del nuestro 
ordenamiento jurídico en base a los principios de la revolución emancipa-
dora, lo cierto es que el estudio de su aplicación concreta, la reconstrucción 
de la historia del código, como propone Pio Caroni, nos demuestra una 
realidad mucho más compleja y no tan idealista.
El código como puerta de entrada a la «civilización» implicaba de suyo 
descartar un espacio que no se identificaba ella: la pampa, el desierto, el lugar 
de la barbarie. Significaba también, por lo menosen la retórica con la cual 
98 Ibidem, 519.
99 Ibidem.
Un codigo para el desierto argentino 267
Vélez acompañó la presentación de su proyecto, dejar de lado tradiciones la 
obstaculizaban: «En la necesidad de desenvolver el derecho por la legislación, 
ya que nos falta la ventaja que tuvo el pueblo romano de poseer una legislación 
original, nacida con la nación, y con ella crecía, podíamos ocurrir al derecho 
científico, del cual pueden ser dignos representantes los autores citados».100
La codificación civil supuso también la concreción de un ideal de unifor-
midad legislativa, que tenía su correlato en la paulatina consolidación del 
poder nacional. Pero éste tuvo que chocar con el contexto que dominaba 
nuestro país en el período estudiado.
Por un lado, el vigor de ciertos intereses corporativos, como el de los 
hacendados, que veían en la vigencia «fáctica» de los ordenamientos rurales, 
a pesar de su «ilegalidad» e «inconstitucionalidad», una protección más posi-
tiva de los mismos.
Por el otro, la disímil valoración de nuestro federalismo, que íbase rede-
finiendo a medida que el poder federal ganaba en recursos y atribuciones en 
detrimento de las provincias. Las argumentaciones dirigidas a conferir al 
Congreso Nacional la facultad exclusiva en materia rural, a pesar del cues-
tionado valor de las codificaciones provinciales, nos parece que es un ejem-
plo claro de ello. La preeminencia de las reglas contenidas en el Código Civil 
por sobre las normas provinciales, no era solo expresión del lugar medular 
que ocupaba este ordenamiento en la elaboración del discurso jurídico de la 
época, sino también la función conductiva de la legislación nacional en la 
construcción de un orden normativo más racional y unificado. Asimismo la 
tacha de inconstitucionalidad de dichos ordenamientos, lejos de aparecer 
como una mera postura doctrinal, legitimaba al Estado Nacional como el 
único dotado de los medios necesarios para llevar adelante el ideal de pro-
greso.
100 El subrayado es nuestro. Vélez Sarsfield (1869) VI. La cita se refiere a la nota que Vélez 
dirigió al Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Dr. Eduardo Costa, con fecha 
21 de junio de 1865.
268 María Rosario Polotto
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Un codigo para el desierto argentino 273
Contents
1 | María Rosario Polotto, Thorsten Keiser, Thomas Duve
Introducción
11 | Alessandro Somma
Le parole della modernizzazione latinoamericana. Centro, periferia, 
individuo e ordine
47 | Marcelo Neves
Ideas in Another Place? Liberal Constitution and the Codification 
of Private Law at the Turn of the 19th Century in Brazil
83 | Maria Rosa Pugliese
La denominada «crisis del derecho» desde la perspectiva argentina 
durante el periodo de entre guerras mundiales (1920–1940)
119 | Alfons Aragoneses
Crisis del derecho privado y legislación especial en Francia
y en Argentina
153 | Daniela Marino
Institutionalización

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