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2010-Patrimonializacioncomoguardar-Icaria39-57

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La observación del patrimonio y los procesos de patrimonialización 
nos muestra que estos mantienen una relación estrecha y ambi-
valente con la mercancía y los procesos de acumulación. Así, en 
algunos casos las demandas de patrimonialización entienden que 
la protección del «objeto patrimonial» equivale fundamentalmente 
a su defensa respecto del mercado, considerando a este como una 
amenaza para aquellos valores históricos, culturales o identitarios 
que supuestamente constituyen la cualidad patrimonial del objeto 
y justifican su demanda de conservación. En otros casos, en cam-
bio, las demandas de patrimonialización se orientan precisamente 
a permitir la explotación económica de aquellos objetos valiosos, 
a menudo considerando que tal explotación, además de conllevar 
eventuales provechos económicos, supone la mejor garantía para su 
conservación. Esta diversidad tipológica, sin embargo, no es más 
que el aspecto más superficial de la ambivalencia que caracteriza la 
relación entre patrimonio y mercado. Así, debemos observar, por 
un lado, que tal ambivalencia no solamente caracteriza la relación 
entre procesos de patrimonialización diversos, sino que es interna 
a cada uno de ellos, lo cual se muestra por ejemplo en el hecho que 
el aprovechamiento mercantil del patrimonio se predica necesaria-
II. UNA APROXIMACIÓN AL PATRIMONIO 
DESDE LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA: 
LA PATRIMONIALIZACIÓN COMO 
GUARDAR * 
Jaume Franquesa**
* Agraeixo el suport del Comissionat per a Universitats i Rercerca del Depar-
tament d’Innovació, Universitats i Empresa, de la Generalitat de Catalunya.
** University of Toronto.
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mente sobre la afirmación del carácter extra económico del valor 
de tal objeto. 
A pesar de lo dicho más arriba y de la creciente atención que en 
los últimos decenios el patrimonio ha suscitado entre los antropólo-
gos, estos han tendido a tratar el patrimonio como un objeto de or-
den fundamentalmente cultural, político o identitario, desplazando 
a los márgenes del análisis su «aspecto económico» y negligiendo así 
su papel en los procesos de acumulación de capital. El objetivo de 
este artículo es mirar de resolver esta laguna, proponiendo algunas 
herramientas teóricas que ayuden a pensar la compleja relación entre 
mercado y patrimonio.1 Para ello voy a apoyarme en la tradición de 
la antropología económica, y muy especialmente en la categoría de 
guardar propuesta por Annette Weiner (1992) y Maurice Godelier 
(1998), que nos llevará a analizar en paralelo la extensión del campo 
patrimonial y la expansión de los procesos de mercantilización a 
las que hemos asistido en los últimos decenios. Conviene destacar 
que la búsqueda de este marco analítico arranca de mi progresiva 
insatisfacción con el uso de la noción de patrimonio como categoría 
analítica. Así, pues, nuestro recorrido deberá partir de un análisis 
crítico de esta categoría que, poniendo en evidencia sus limitacio-
nes, nos muestre que la incapacidad para pensar teóricamente la 
relación entre patrimonio y mercancía debe ser comprendida como 
la manifestación probablemente más profunda de la ambivalencia 
que caracteriza tal relación. 
El patrimonio como categoría analítica
El discurso patrimonial construye su propio objeto (el patrimonio) 
pero lo hace ocultando su propia acción de producción, y por lo tanto 
nos dificulta su análisis. El carácter tautológico con que se reviste 
la patrimonialización se pone en evidencia en expresiones en voga 
1. En sus primeras versiones este artículo combinaba la elaboración teórica con 
la presentación de casos y ejemplos específicos, en su mayor parte procedentes de 
mi investigación en Mallorca (véase Franquesa 2010, especialmente el capítulo 6). 
Finalmente, y debido a limitaciones de espacio, me he visto obligado a prescindir 
de tales casos, confiriendo ello una falsa apariencia de autonomía a la elaboración 
teórica y, quizás, un carácter excesivamente abstracto al artículo.
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como «activación patrimonial» o «puesta en valor» que supone que 
el patrimonio ya se encuentra allí en estado latente, que hay una 
esencia que de algún modo precede a su patrimonialización, como 
si esta se limitara a «hacer emerger» un valor sui generis que ya estaba 
allí. El principal problema del uso de la noción de patrimonio, pues, 
es que sanciona tal discurso patrimonial, ya que el patrimonio como 
categoría analítica reifica su propio objeto y en consecuencia se alza 
como un escollo para su análisis. Para ser efectivo, el discurso patri-
monial no solo debe ocultar su carácter productivo sino que además 
debe suponer que el patrimonio es un objeto distinto, definido por 
un valor patrimonial sui generis vinculado al arte, la historia o la 
identidad, y a su vez absolutamente ajeno a otras consideraciones 
de valor. El uso de la noción de patrimonio como categoría analítica 
implica pues considerar «lo económico» como extrínseco a la natura-
leza patrimonial, a aquello que de patrimonial tiene el patrimonio, 
lo cual nos conduce al segundo aspecto de nuestra crítica. 
La categoría patrimonial afirma la existencia de una «esfera 
patrimonial» exenta, autónoma respecto de la «esfera económica», 
de tal modo que la propia categoría oculta, de un lado, su propia 
intervención en la producción de esta esfera (como si designase algo 
que ya está allí) y, del otro lado o por ende, obstaculiza el análisis de la 
relación entre estas dos esferas. Lo que nos interesa es ver la porosidad 
y ambigüedad entre estas dos categorías, y en este sentido de poco nos 
sirve una categoría analítica como la de patrimonio que supone una 
alteridad absoluta entre ellas.2 Esta separación entre lo económico y lo 
patrimonial no es pues otra cosa que efecto de la relación ambivalente 
que rige entre ellos, es decir, una expresión fetichizada del hecho que 
la existencia del patrimonio tiene como condición de posibilidad la 
ocultación de su relación con el mercado, una relación que es ambi-
valente puesto que se predica sobre la fetichización del patrimonio y 
por lo tanto sobre la ocultación y negación de tal relación. 
Mi argumento, pues, es que la categoría de patrimonio no 
sirve para el análisis de los procesos de patrimonialización puesto 
2. Tal alteridad se pone en evidencia, por ejemplo, en la tendencia (no por 
muy criticada menos practicada) entre los científicos sociales a considerar axiomá-
ticamente la relación entre mercado y patrimonio en términos simples de amenaza 
a la «autenticidad» (léase la esencia) de este último. 
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que es parte de la ideología del patrimonio por la que se ocultan el 
carácter productivo y la relación con el mercado de tales procesos. 
En este sentido quiero subrayar que mi argumento no debe ser 
comprendido como una negación de la existencia del patrimonio, 
es decir, de objetos patrimonializados, sino como la afirmación que 
este, en tanto que categoría, no es adecuado para el análisis de tales 
objetos. A pesar de presentarse como un lenguaje analítico, pues, el 
discurso patrimonial es una narrativa mixtificadora que forma parte 
del aparato a través del cual se produce el patrimonio, y como ya se 
ha dicho este aparato requiere para ser eficaz su propia ocultación 
y, por tanto, la ocultación del carácter procesual del patrimonio, la 
dimensión productiva de los procesos de patrimonialización y su 
relación con el mercado y las contradicciones del capital. 
Guardar
Pasaremos ahora a presentar la noción de guardar, la categoría que 
propongo para analizar los procesos de patrimonialización superando 
las trampas que nos plantea la noción de patrimonio pero, a la vez, 
incorporando tales trampas como parte de aquello que debe ser 
comprendido. Para ello nos dirigiremos, primeramente, a la pre-
sentación de la noción tal y como ha sido planteada por Weiner y 
Godelier, para pasar posteriormentea discutir las ventajas analíticas 
que nos proporciona. 
El objeto guardado
En sus investigaciones etnográficas, centradas predominantemente 
en sociedades melanesias, Weiner y Godelier han observado que los 
objetos pueden encontrarse en dos esferas: la de aquellos objetos que 
circulan, es decir, que se dan o intercambian, y la de aquellos objetos3 
3. El término «objeto» puede prestarse a cierta confusión. De hecho, tan-
to Weiner como Godelier insisten en que estos objetos no tienen por qué ser 
«tangibles», ya que puede tratarse de ritos, relatos, lugares, etc. No obstante es 
importante observar que, tal y como señalábamos más arriba en relación con el 
discurso patrimonial, el propio proceso de guardar produce estos elementos como 
objetos, es decir, entidades más o menos discretas sobre las que poder ejercer una 
acción específica. 
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que se guardan, manteniéndose anclados al grupo. Estos objetos 
que se guardan se consideran únicos, una unicidad que se asocia a 
su historia específica, conocida y recordada por sus poseedores y el 
conjunto de la sociedad. A ojos de los actores, pues, aquello que dota 
de valor al objeto guardado es su historia específica, su singularidad, 
y guardar es conservar tal historia específica que confiere al objeto 
lo que Weiner llama su «valor trascendental», es decir, un valor sui 
generis, vinculado a la identidad del grupo e incomparable, que 
conlleva que el objeto no pueda ser intercambiado y por lo tanto 
deba quedar fuera de la circulación. 
La acción de guardar, por lo tanto, supone una lucha constante 
para proteger el objeto contra los efectos deletéreos tanto del tiempo 
como del intercambio. Se trata, por un lado, de una lucha contra la 
historia, un esfuerzo permanente para conseguir que el devenir no 
disuelva sino que refuerce la especificidad del objeto; por el otro, de 
una lucha contra el intercambio, una vigilancia continua para evitar 
que las obligaciones de reciprocidad lleven al grupo poseedor del ob-
jeto a tener que introducirlo en la circulación. Así podemos observar 
que la acción de guardar que nos presentan Weiner y Godelier reúne 
dos sentidos ligeramente distintos del verbo. El primer sentido hace 
referencia a significados como separar, reservar, almacenar, poner a 
un lado, retirar de la circulación, etc., como cuando decimos «niño, 
guarda los juguetes» o «guárdame dos números de la lotería». Ello no 
obstante es importante destacar que ambos autores remarcan que el 
guardar en ningún caso puede entenderse fuera de su relación con la 
circulación, con el dar: siempre se guarda mientras se da o incluso 
para dar, y viceversa. El segundo sentido se refiere a significados 
como conservar o proteger, pero también como enriquecer, como 
cuando decimos «la sal guarda el jamón». En esta frase podemos 
observar que la sal no solo protege el jamón contra los efectos del 
tiempo, un tiempo que de no mediar la sal, el guardar, pudriría el 
jamón, sino que además consigue que este tiempo añada sabor y 
valor al jamón, lo enriquezca.
Asimismo, la lucha por guardar determinados objetos es, de un 
modo más general, una lucha para crear estabilidad y mantener la 
continuidad del orden social, sempiternamente amenazado por el 
tiempo y la circulación, es decir, el cambio y el movimiento. Esta idea 
viene ilustrada a través de la noción de «autenticación cosmológica» 
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que nos propone Weiner. Este término se refiere al esfuerzo, que 
debe ser frecuentemente renovado, de conectar el objeto con aquellos 
relatos cosmológicos o discursos sobre los orígenes y el sagrado que 
afirman la unicidad y valor sui generis del objeto. Se establece así una 
relación bidireccional de refuerzo mutuo entre el objeto y aquellas 
cosmologías que narran y custodian el orden social. En efecto, los 
relatos cosmológicos garantizan el «valor trascendente» del objeto 
guardado y sancionan la acción de guardar al afirmar el carácter 
sagrado del objeto, debiéndose tener en cuenta que la extinción de 
tales relatos sería tan fatal para el objeto guardado como su destruc-
ción física. Recíprocamente, el objeto guardado materializa, y por 
lo tanto autentica, los relatos cosmológicos, contribuyendo así a su 
conservación y con ella a la permanencia del orden social del que 
aquellos son celosos custodios. 
Hasta aquí, pues, podemos ver que el estatus del objeto guar-
dado se ajusta al del objeto patrimonial: vinculado a la identidad 
del grupo, condensación de historia, con un valor sui generis y por 
lo tanto inconmensurable, carácter tautológico, vinculado a la con-
tinuidad social, separado de una circulación por donde transitan 
los objetos ordinarios, etc. Ahora lo que nos toca es averiguar si 
la noción guardar nos sirve también como una categoría analítica 
capaz de sortear aquellas trampas que el concepto de patrimonio 
pone a nuestro paso. 
Ventajas analíticas
La primera gran ventaja que nos proporciona la categoría de guardar, 
que si nos fijamos es un verbo, es que hace explícita su dimensión 
productiva. Así, por ejemplo, la observación que la autenticación cos-
mológica debe ser renovada con frecuencia nos indica que el guardar 
es un proceso productivo nunca acabado y que por lo tanto debe ser 
permanentemente actualizado. Weiner y Godelier, pues, dejan claro 
que guardar es un proceso permanente sin el cual el objeto guardado 
desaparece: bien por la acción del tiempo (queda olvidado, se dete-
riora, etc.), bien por ser introducido en la circulación donde pierde su 
carácter único, inconmensurable. No hay, pues, objeto guardado sin 
acción de guardar, no hay ninguna esencia en el objeto que lo haga 
singular, valioso o inconmensurable, sino que estas características 
se derivan del hecho de ser guardado. No obstante, como Godelier 
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enfatiza, si bien la acción de guardar constituye la condición de po-
sibilidad del «valor trascendental» del objeto, tal valor requiere que 
los actores conciban la relación causa-efecto de forma invertida, es 
decir, que comprendan la acción de guardar como derivada de un 
valor inmanente al objeto. De este modo, el guardar como marco 
analítico nos permite comprender el carácter productivo del guardar 
y el modo como tal carácter es ocultado por el propio proceso, que 
es entendido por los actores como mera validación o autenticación 
de un valor trascendente inmanente al objeto.
La segunda gran ventaja que nos proporciona el guardar desde 
un punto de vista analítico es que este debe pensarse a partir de su 
relación compleja con la circulación. Así, tanto Weiner como Go-
delier señalan que la esfera del guardar y la esfera del dar son interde-
pendientes. A pesar que en este aspecto los énfasis de ambos autores 
son ligeramente disímiles, esta relación de interdependencia puede 
ser caracterizada mediante los siguientes rasgos: (A) necesariedad: 
no puede existir una sociedad que no guarde así como no puede 
existir una sociedad que no intercambie, o sea, que toda sociedad 
debe construir y reproducir ambas esferas; (B) co-construcción: cada 
esfera construye a la otra, dibujando el límite de su contraparte; (C) 
autonomía relativa: las esferas se co-construyen como mutuamente 
excluyentes, es decir, la relación entre ambas se postula sobre la ne-
gación normativa de tal relación; (D) porosidad: a pesar de ello los 
objetos pasan con frecuencia de una esfera a la otra; (E) primacía 
del guardar: la esfera del guardar tiende a subordinar a la esfera del 
dar, primacía que se corresponde con la lucha contra la historia 
que domina en las sociedades basadas en sistemas de reciprocidad 
estudiadas por los autores; (F) agonismo: a pesar, o además, de co-
construirse, en su funcionamiento cada una de las esferas tiende a 
erosionar a su contraparte; tal carácter agonístico queda aún enfa-
tizado si observamos que cada esfera requiere de laotra para poder 
afirmar su autonomía, de modo que al desgastar a su contraparte 
cada esfera pone en riesgo su propia existencia. De este modo obser-
vamos que el guardar nos permite pensar la ambivalencia que rige 
su relación con la circulación: guardar y dar se relacionan a partir de 
su co-construcción como esferas excluyentes e inconmensurables, 
es decir, negando tal relación, pero a su vez sin que esta negación 
pueda ser pensada fuera de tal relación. 
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A estas dos ventajas debería añadirse una tercera que ya he 
sugerido anteriormente: la noción de guardar nos permite enlazar 
el análisis de lo patrimonial con el acervo analítico de la antropo-
logía económica, y más específicamente con su larga trayectoria de 
estudio sobre cuestiones como las esferas de circulación, la relación 
entre dones y mercancías o la dialéctica entre economía y cultura. Al 
liberarnos del corsé que nos impone el discurso patrimonial, entes-
tado en fetichizar el patrimonio, en presentarlo como un objeto sui 
generis, de orden específico, la noción de guardar nos permite pensar 
conjuntamente procesos que solemos concebir como dispares. Así, 
pensar en términos de guardar nos invita a pensar la patrimoniali-
zación en paralelo con otros fenómenos (por ejemplo: la creación 
de parques naturales o los programas para evitar la extinción de 
especies animales) a partir de una matriz analítica común atenta al 
funcionamiento de la circulación y acumulación de capital.
Una vez planteada la pertinencia del guardar como punto de 
partida analítico para el análisis de los procesos de patrimonializa-
ción, mi intención en los próximos dos apartados es explorar algunas 
vías que permitan desarrollar su potencial. Ello me obligará a dejar 
de lado la letra, que no el espíritu, de los planteamientos de Weiner 
y Godelier con el objetivo de retirar restricciones a la elaboración 
teórica. Quizás sea necesario advertir al lector que esta elaboración 
teórica, que se apoyará en autores como Polanyi, Bourdieu o Ko-
pytoff, procederá de manera bastante libre y no exenta de cierto 
espíritu aventurero. 
Trabajo (o sobre cómo se hace el patrimonio)
Weiner y Godelier nos plantean que no existe objeto guardado fuera 
del guardar, que es esta acción aquella que produce el objeto precioso 
o sagrado (es decir, en nuestro caso, «el patrimonio»), si bien a los 
actores esta dimensión productiva les es ocultada por una serie de 
discursos que esencializan el objeto guardado y presentan su valor 
como inmanente. Mi planteamiento, deudor de Graeber (2001), 
consiste en estirar el argumento de Weiner y Godelier: si el objeto 
guardado no existe fuera de la actividad de guardar, propongo que el 
valor de tal objeto sea analíticamente entendido como resultado del 
trabajo de guardar. Propongo, además, desglosar este trabajo en tres 
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operaciones o mecanismos: singularización, valorización y preserva-
ción, de los que en seguida paso a ocuparme. Solo advertir, por un 
lado, que estos tres mecanismos son solamente distinguibles, y aún 
con dificultad, en el plano analítico, puesto que en la práctica son 
inextricables y cada uno supone a los otros dos; por el otro lado, que 
mi exposición de cada uno de estos mecanismos no será ni mucho 
menos exhaustiva y, por lo tanto, quiero subrayar que no pretende 
agotar su caracterización sino apuntar posibles vías de análisis.
Singularización
Para desarrollar la exposición de este mecanismo voy a partir de 
Kopytoff (1986). Según este autor, en el mundo encontramos dos 
tipos de objetos: los «comunes» y los «singulares». El objeto que se 
guarda es un objeto «singular», es decir, un objeto único que no 
puede ser comparado ni encontrar equivalente, y que, por lo tanto, 
no puede pues ser intercambiado. Este objeto se distingue así de 
aquellos objetos que Kopytoff denomina «comunes», cuyo mejor 
ejemplo son las mercancías, caracterizadas por su comparabilidad, 
cuantificabilidad e intercambiabilidad. La singularidad (o unicidad) 
del objeto guardado es equivalente a su historia específica, es esta 
historia lo que hace que el objeto guardado sea visto como un objeto 
singular, una singularidad que se alza como una imposición objetiva 
que obliga a los actores a guardar. No obstante, como se encargaron 
de mostrar Appadurai y el propio Kopytoff, todos los objetos tie-
nen una historia, su historia, y esta siempre comprende fases en las 
que son considerados como objetos comunes y fases en las que son 
considerados como singulares. Así, si todo objeto tiene una historia 
singular, esta historia no explica por qué a los objetos singulares se 
les considera tales. Esta singularidad debe pues entenderse como el 
resultado de su singularización, término que podemos definir como 
el proceso por el cual el objeto es leído a partir de su singularidad. 
Tenemos pues un proceso productivo derivado de la lectura del ob-
jeto a partir de su historia, así como de ciertas prácticas y discursos 
asociados que dan validez e institucionalizan tal lectura. 
Me limitaré a señalar tres ideas respecto de la singularización. 
En primer lugar, la singularización requiere de cierto reconocimien-
to público. Según Kopytoff, en las sociedades complejas existen 
muchos procesos grupales o individuales de singularización, pero 
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el Estado se arroga el monopolio de la singularización pública-
mente reconocida. Es mediante el monopolio de la singularización 
pública que el Estado controla el guardar (y más específicamente 
para nuestro caso los procesos de patrimonialización), y es gracias 
a este monopolio que el Estado puede gestionar el límite entre la 
esfera del guardar y del mercado, de modo que podemos obser-
var como la singularización es clave para constituir el dominio 
de circulación de los objetos comunes, y más específicamente el 
mercado, como una esfera autónoma (lo cual a su vez constituye 
la condición de posibilidad para la afirmación de la autonomía 
relativa del Estado). En segundo lugar, apuntaré que la extensión 
del campo patrimonial que según autores como Guillaume (1980) 
o Choay (1992) se produce a partir de los años setenta ha implicado 
que la singularización redoblara su relevancia. Esta extensión se 
caracteriza en buena medida por la ampliación tipológica de los 
procesos de patrimonialización («patrimonio industrial», «etnoló-
gico», «popular», «urbano», etc.). Así, el patrimonio que podríamos 
llamar clásico se componía de objetos que en su mayoría ya habían 
sido expresamente producidos como singulares, siendo la obra de 
arte firmada su ejemplo más evidente. La ampliación tipológica 
ha implicado la patrimonialización de objetos que no habían sido 
producidos con tal objetivo o conciencia de singularidad (por 
ejemplo, la arquitectura vernácula) o que ni tan siquiera han sido 
producidos (como cuando en la patrimonialización de un centro 
histórico se intenta incluir su «carácter popular»).
En tercer lugar quisiera señalar que los objetos singulares 
(o sea, singularizados), a pesar de construirse como ajenos a lo 
intercambiable pueden adquirir un alto precio en el mercado 
(por ejemplo: un Picasso). No obstante, debemos ir con cuidado 
a no caer en una lectura marginalista del valor de estos objetos, 
como si tal valor fuera un resultado automático de su escasez. En 
este sentido, Kopytoff remarca que ser singular implica «no tener 
precio» en el amplio sentido de la expresión, que incluye tanto 
la idea de «precio incalculable» (el Picasso) como la de ser total-
mente carente de valor (un cachivache cualquiera que tengamos 
por casa). Por lo tanto, es necesario que acudamos a un segundo 
mecanismo, el de la valorización, para entender como se atribuye 
valor a los objetos guardados. 
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Valorización
Mi idea es que el valor de un objeto guardado se desprendedel 
conjunto del trabajo realizado para guardarlo, compuesto por los 
mecanismos de singularización, valorización y preservación; la 
valorización debe pues ser entendida como aquel mecanismo que, 
dentro de la lógica interna de los procesos de patrimonialización, se 
encarga de dotar al objeto patrimonial de valor sui generis. Mientras la 
singularización es un proceso de delimitación y segregación, la valo-
rización supone una vinculación: el objeto se vincula a determinados 
discursos que, funcionando a modo de marco de valor, atribuyen 
al objeto un valor sui generis que siempre es concebido como ajeno 
al valor económico y que podemos llamar «valor extraordinario». 
Podemos situar algunas de las principales características de estos 
discursos, entre los cuales ocupa un lugar prominente el propio 
discurso patrimonial. 
En primer lugar, y como ya hemos dicho en reiteradas ocasiones, 
estos discursos esencializan el valor del objeto y ocultan el proceso 
de atribución de valor. Sin embargo, al aproximarnos a ellos desde 
el marco analítico del guardar, tales discursos ya no se nos aparecen 
como esquemas explicativos neutros sino como piezas clave del pro-
ceso de patrimonialización que deben ser ellas mismas explicadas. 
En segundo lugar, reiterar que estos discursos de valor se conciben 
como una expresa negación de lo económico, equiparado con el 
mercado y su marco de valor. Esto tiene un importante rol ideológico 
para el mercado, análogo a aquel que Bourdieu glosa para el ámbito 
artístico: «La economía se ocupa de preservar todos los ámbitos que 
deben mantenerse como sacrosantos. Pero, como es sabido, también 
las cosas aparentemente no veniales tienen su precio. La dificultad de 
convertirlas en dinero radica en que son fabricadas con la intención 
de una expresa negación de lo económico» (2001: 134). Así pues, de 
un lado, los discursos de valor contribuyen de manera decisiva a 
instituir y naturalizar una esfera económica estanca que es clave para 
la ideología del mercado. Del otro lado, y en el mismo movimiento, 
la esfera del guardar, y más específicamente el patrimonio, se puede 
alzar como un espacio refugio para valores otros que aquellos del 
mercado tales como la creatividad, el subjetivismo o la identidad 
que, capaces de ofrecer cierto sentido de continuidad y permanencia, 
son claves en el mantenimiento del orden social. Por otra parte, me 
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gustaría señalar la importancia de la figura del experto, aquel a quien 
se reconoce el conocimiento y la competencia sobre el discurso de 
valor y gracias a lo cual puede erigirse como custodio del carácter 
sacrosanto del ámbito del guardar. El hecho que estos guardianes 
adquieran especial prominencia en la valorización sugiere que esta 
operación es el locus crítico donde se libran los conflictos entorno al 
guardar. Por último, conviene no olvidar que, como subraya la cita 
de Bourdieu, el valor extraordinario de un objeto puede, a pesar de 
postularse como su reverso, convertirse en valor económico.
Todo ello nos lleva a la tercera característica, para cuya exposi-
ción es necesario que observemos un rasgo general del valor: el valor 
se produce o se atribuye, pero para realizarse o manifestarse requiere 
de comparación, o sea, requiere de otros objetos en relación a los 
cuales se dirime su valor. El problema con los objetos guardados es 
que tanto su carácter singular como su valor extraordinario niegan tal 
comparabilidad. Estos discursos de valor solucionan este problema 
constituyendo una narrativa o marco relativo de valor dentro del 
cual es introducido el objeto y hecho comparable, de tal modo que 
cada objeto puede ser valorado (pongamos un retablo románico) a 
partir, por ejemplo, de su contraste con otros objetos introducidos 
en la misma narrativa (otros retablos románicos, el conjunto del 
arte románico en un determinado país, etc.). El museo o la colec-
ción serían las materializaciones paradigmáticas de este proceso, y 
además nos muestran que la valorización siempre implica una cierta 
separación del objeto respecto de aquellas relaciones que el discurso 
de valor considera ajenas a su valor extraordinario. La valorización, 
por tanto, siempre implica la selección de determinados rasgos del 
objeto como significativos, construyendo estos rasgos como sus 
elementos necesarios, aquellos que constituyen su valor y por lo 
tanto su especificidad como objeto digno de conservación. A la par, 
el resto de elementos y relaciones que forman parte del objeto son 
vistos como ajenos o incluso contrarios a tal valor, y por lo tanto eli-
minables. Esta idea es fundamental para abordar el funcionamiento 
del proceso de preservación. 
Preservación
La preservación es el mecanismo por el cual el objeto preservado es 
preservado en cuanto tal contra el tiempo. Esta preservación contra el 
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tiempo debe ser entendida, a su vez, como la preservación del trabajo 
objetivado en el proceso de producción (singularización, valoriza-
ción y preservación pretérita, objetivada) del objeto guardado. La 
preservación sería, de este modo, el mecanismo crucial para explicar 
el hecho que los objetos guardados tengan una dinámica de valor 
inversa a la de las mercancías: mientras para estas el tiempo equivale 
a su deterioración y obsolescencia, aquellos parecen aumentar de 
valor cada día que pasa, ajenos a las consideraciones utilitaristas de 
las que se derivan nociones como la de obsolescencia. En sentido 
amplio, la preservación incluye aspectos como la protección del ob-
jeto respecto de la circulación o la reproducción de los discursos de 
valor, mientras que en sentido estrecho esta equivale a la preservación 
material del objeto, y más específicamente a la reproducción de lo 
que llamaré su «forma de valor». Para mostrar el funcionamiento 
de la preservación la compararé con el proceso de producción de 
mercancías, basándome para ello en la distinción entre «forma» y 
«sustancia» que Marx plantea en los Grundrisse. 
La producción de mercancías procede separando la sustancia de 
su forma, lo cual implica la destrucción de tal forma. Así, si queremos 
construir una mesa, el primer paso del proceso productivo consistirá 
en separar la madera de su forma consustancial de árbol. A partir de 
ahí, el proceso sigue trans-formando la sustancia, por ejemplo, del 
algodón hacemos hilo, del hilo hacemos tela, y de esta hasta la forma 
final, pongamos una camiseta, que es aquella que se ajusta mejor al 
valor de uso, y por tanto aquella que puede ser lanzada al consumo 
no productivo realizando en contrapartida valor de cambio. En 
cada paso productivo, la sustancia ha sido incorporada a una nueva 
forma y conservada en esta, pero, más importante, en cada paso se 
ha conservado el trabajo objetivado (el trabajo objetivado en la forma 
hilo se preserva en la forma tela y sucesivamente). De este modo, la 
producción, es decir, la aplicación transformadora de trabajo vivo 
sobre el trabajo objetivado en los elementos de producción, equivale 
a un mecanismo de auto preservación del capital. Fijémonos que sin 
esta transformación se echarían a perder tanto el valor de uso como el 
valor de cambio: en una fábrica parada las herramientas se herrum-
bran y la materia prima se echa a perder. Parece pues existir una ley 
que dice que el valor se pierde si no media una trans-formación, y 
que quedaría confirmada por la idea que la mercancía va perdiendo 
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su valor progresivamente una vez es lanzada fuera del proceso pro-
ductivo. En cierto modo la preservación puede ser entendida como 
un proceso productivo orientado a esquivar esta ley. Contrariamente 
a lo que sucede con la producción de mercancías, la preservación 
del objeto guardado consiste en la preservación permanente de una 
forma, y con ello preserva el valor del trabajo de singularización y 
valorización objetivadoen el objeto guardado. Podríamos decir, pues, 
que el objeto patrimonial no tiene sustancia, o mejor dicho, que su 
sustancia es su propia forma.4 No obstante, hay que advertir que 
aquello que preserva (y produce) el mecanismo de preservación es la 
forma de valor del objeto, es decir, una determinada configuración 
de elementos que facilita la lectura del objeto como un objeto de 
valor, de modo que la preservación consiste en la adecuación del 
objeto guardado al discurso de valor. 
Para observar esta idea podemos coger el ejemplo de la re-
habilitación o re-forma urbanística de un centro histórico. Este 
proceso implicará la eliminación de todo aquello que obstaculice 
la apreciación de su valor, categoría donde se colocarán elementos 
tan heterogéneos como la suciedad y el envejecimiento del entorno 
construido, los usos constructivos «inapropiados» (alturas excesivas, 
colores de fachada «disonantes», etc.), o aquellas actividades que se 
considera que obstaculizan el disfrute de la calidad patrimonial del 
lugar (tales como tráfico rodado, actividades delictivas, prostitución, 
venta ambulante, etc.), muy a menudo junto a aquellos que las 
practican. Como se puede observar, pues, aquello que une a estos 
elementos diversos, a los que los urbanistas y el lenguaje común 
suelen referirse con el término degradación, es que no se ajustan 
al discurso que atribuye valor al centro histórico, o sea, que no 
forman parte de su forma de valor. Podemos observar, pues, que la 
preservación nunca equivale a mantener el objeto intacto, sino que 
siempre implica un cierto grado de transformación, o quizás para 
ser más precisos de re-formación, y que esta no actúa solamente en 
negativo, erradicando elementos que distorsionan la forma de valor, 
4. En este sentido el objeto patrimonial puede ser considerado como el an-
tónimo lógico del dinero, carente de forma o cuya forma es su sustancia, mera 
cantidad. 
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sino también añadiendo aquello que la puede reforzar (iluminación 
de monumentos, promoción de la instalación de «negocios cultura-
les», etc.). Por otro lado, no debemos olvidar que si bien la forma de 
valor se refiere a su «valor extraordinario» este suele ir en paralelo a 
su valor económico, y así en el ejemplo de la reforma de un centro 
histórico sabemos que este tipo de procesos implican el incremento 
de su valor inmobiliario o turístico; es más, es tal incremento aquello 
que suele motivar la preservación. 
Preservación, valorización y singularización produce el objeto 
guardado como un reverso de la mercancía, separado del intercam-
bio y ajeno al valor de cambio. Ello no obstante, como ya hemos 
apuntado al presentar cada uno de los tres mecanismos, este proceso 
productivo puede reportar grandes beneficios al mercado, tanto a 
través de la mercantilización directa de los objetos guardados como 
a través de la explotación que se deriva de su posición de excepciona-
lidad y privilegio (p.ej., desarrollando negocios turísticos alrededor 
de un monumento histórico). El objetivo de este último apartado 
es intentar desarrollar una perspectiva que permita pensar la ambi-
gua y cambiante relación que la producción de objetos guardados 
mantiene con el mercado. Mi propuesta consistirá en entender el 
guardar, y más específicamente la patrimonialización y el patrimonio, 
como un límite interior de la acumulación. 
El patrimonio como límite interior de la acumulación
Aunque mi punto de partida aquí sigue siendo el planteamiento 
de Weiner y Godelier, debemos considerar que este planteamiento 
se construye a partir de sociedades integradas por sistemas de re-
ciprocidad, mientras que el interés de este artículo se centra en las 
sociedades capitalistas, es decir, queremos analizar el guardar en 
relación al vender. Para operar este salto nos basaremos en una in-
tuición que lanzan Bloch y Parry (1989) y que básicamente consiste 
en considerar que las sociedades capitalistas son anomalías históricas 
y culturales en donde se opera la inversión de la primacía entre los 
dominios del intercambio competitivo y a corto plazo (la esfera del 
vender) y del intercambio a largo plazo orientado a la reproducción 
del orden social (la esfera del guardar). El corolario que se deriva 
de esta inversión es que la esfera del vender (el mercado) subordina 
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a la esfera del guardar, lo cual se traduce en evitar que esta ponga 
en apuros la reproducción de la acumulación y en animar aquellos 
casos en los que el guardar puede reforzar la acumulación. Es desde 
esta perspectiva que propongo comprender el hecho que en las 
últimas décadas en paralelo a la expansión de los procesos de mer-
cantilización (mercantilización de la naturaleza, de la cultura, etc.) 
se haya producido una fabulosa extensión del campo patrimonial. 
Así, mientras el incremento de los procesos de patrimonialización 
suele ser entendido en términos de resistencia a la expansión del 
mercado, mi perspectiva obliga a considerar que esta extensión 
también sugiere que la patrimonialización es una modalidad del 
guardar especialmente adecuada para la acumulación, o para las 
pautas de acumulación dominantes desde los años setenta. 
Es conveniente no perder de vista que el capitalismo es un sistema 
intrínsecamente expansivo que permanentemente necesita superar 
aquellas barreras que se alzan ante la acumulación; pero para poder 
superarlas necesita también crearlas como tales barreras o límites. De 
hecho, el carácter expansivo y homogeneizador del capitalismo plantea 
problemas al capital: un mundo todo él mercancía, despojado de ob-
jetos singulares, donde la esfera del guardar ha desaparecido, no es un 
mundo viable, pero tampoco rentable ya que no permite reproducir 
la acumulación (Polanyi 1989). En efecto, el proceso de expansión de 
la mercantilización supone dos grandes conjuntos de problemas para 
el capital. Por un lado, crea desorden social, y el capital requiere de 
mecanismos para asegurar cierta estabilidad social; por el otro lado, 
la tendencia a la homogeneización y a la ecualización que se produce 
debe ser compensada por una contratendencia a la diferenciación y 
a la desigualdad: para conseguir lucro el capital debe moverse entre 
espacios desiguales. Podemos observar como el patrimonio funciona 
adecuadamente en ambos sentidos. Por un lado reforzando el rol del 
Estado y afianzando identidades (la idea del patrimonio como espa-
cio refugio de afirmación de valores alternativos); a la vez, utilizando 
el campo patrimonial para afirmar una esfera de lo cultural y de lo 
político (tanto en términos de Estado como de sociedad civil) que 
permite tanto definir lo económico como una esfera exenta identifica-
da con el mercado como también reproducir una autonomía relativa 
del Estado mediante la cual este puede regular adecuadamente la 
acumulación. Por el otro lado, creando un mundo diferenciado, en 
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donde las significaciones divergentes pueden ser aprovechadas a su 
favor para el capital.
Debemos tener en cuenta que el guardar solo puede servir al 
vender si estos se conciben como esferas inconmensurables, es decir, 
completamente ajenas la una de la otra. El patrimonio es pues un 
límite interior o relativo de la acumulación, una barrera a su acción 
constituida por el propio capital, pero para poder funcionar como 
tal debe presentarse como un límite exterior, absoluto. Llegamos 
pues al corazón del carácter ambivalente que domina la relación 
entre patrimonio y mercado. Esta ambivalencia es el núcleo del 
cual emerge la relación dialéctica entre las dos tendencias que, a mí 
parecer, caracterizan en la actualidad los procesos de patrimoniali-
zación: de un lado, la tendencia del capital a promover la produc-
ción de patrimonio; del otro, la tendencia a que la oposición a los 
procesos de mercantilización se articule en términos de demanda 
patrimonial.El capital debe preservar y a la vez superar el límite, 
la resistencia, que le impone el patrimonio, lo cual le lleva a un 
proceso continuo de producción de patrimonio, pero también de 
agresión sobre este, de cercamiento («enclosure»), para poder así 
extraer plusvalía. Tal cercamiento suele provocar la disolución del 
patrimonio, tal y como se manifiesta en las abundantes quejas no 
solo hacia la destrucción sino también a la mercantilización del 
patrimonio, una mercantilización que es vista como aberrante, ex-
trínseca a la esencia del patrimonio, abriendo así las puertas a que la 
reivindicación patrimonial pueda constituirse efectivamente como 
una resistencia a la acumulación. Esta apariencia aberrante, pues, 
revela que el patrimonio debe mostrarse como totalmente ajeno 
al mercado, un límite o un territorio de excepción a su ley, pero 
oculta que el patrimonio es fundamentalmente un límite interior, 
subordinado a la exigencias de la acumulación, y que a menudo los 
procesos de patrimonialización constituyen la vereda a través de la 
cual se desarrolla la expansión del capital. 
Conclusión: sobre el uso del patrimonio como límite 
absoluto 
El capital tiene que presentar el patrimonio como su límite exte-
rior o absoluto, circunstancia que no solamente explica el carácter 
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ambivalente de la relación entre acumulación y patrimonializa-
ción, sino, de manera más importante, señala una contradicción 
del capital que puede ser explotada. En otras palabras, el hecho 
que el capital deba preservar la apariencia del dominio patrimo-
nial como un ámbito plenamente exterior a sí mismo, hace que 
aquel dominio siempre pueda constituirse como un espacio de 
resistencia, estando disponible para aquellos que, movilizándolo 
como límite absoluto a la acumulación, quieren oponerse a los 
procesos de mercantilización. Tal disponibilidad viene reforzada 
por la agresión mercantilizadora que el capital, en su necesidad 
expansiva, realiza sobre el patrimonio y cuyo carácter aberrante 
suministra oportunidades de oposición fácilmente legitimables. 
Ello no obstante, no podemos perder de vista que, al reforzar un 
valor patrimonial potencialmente aprovechable desde un punto 
de vista económico, cualquier defensa del patrimonio respecto del 
mercado siempre puede constituir la base para la expansión de este 
último. De hecho, no deberíamos olvidar que a pesar que el patri-
monio pueda actuar como espacio de resistencia, su proliferación 
ha coincidido con unas décadas de mercantilización acelerada. Ello 
sugiere que la modalidad patrimonial del guardar, incluido su uso 
como espacio de resistencia, puede ser fácilmente subordinada al 
vender, siempre disponiendo diferencias valiosas con las que el 
capital puede articularse en futuras rondas de inversión. Así pues, 
a pesar que no hay duda que la reivindicación patrimonial explota 
contradicciones indiscutibles del capital, el desafío que en y por sí 
sola puede plantear a la acumulación parece limitado. 
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