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84 - Argutorio 48 - II semestre 2022
Lo que en el español común denominamos paloma 
torcaz recibe en Peñalba el nombre de palombo. Allá 
por los años cincuenta, cuando la carne escaseaba por 
las alturas del Valdueza, “saber un nido de palombo” 
era una más que grata noticia. A veces nos pregunta-
ban los forasteros qué clase de pájaro era el palombo, 
y, como ignorábamos el nombre foráneo de paloma 
torcaz, lo describíamos como un pájaro grande, algo 
mayor que las palomas de los palomares, con una es-
pecie de collar y un canto ronco y oscuro. Solo más 
tarde descubrí que era una reliquia preciosa del latín 
antiguo conservada en unos pueblos alejados de las 
grandes ciudades y muy mal comunicados. Como nos 
enseñó el gran romanista Matteo Bartoli1, los cambios 
triunfadores suelen producirse en los grandes núcleos 
de población y desde allí irradian con decreciente for-
tuna hacia las zonas alejadas.
El antecedente más conocido de nuestro palombo 
peñalbés está nada menos que en la primera égloga de 
Virgilio, en un pasaje en que el desafortunado pastor 
Melibeo dialoga con el felicísimo Títiro, que podrá 
seguir disfrutando, bajo el imperio del triunfante y di-
vino Augusto, de la paz y delicias del campo:
Hinc alta sub rupe canet frondator ad auras,
nec tamen interea raucae, tua cura, palumbes
nec gemere aeria cessabit turtur ab ulmo2.
{[Oh Títiro,] al pie de una alta roca lanzará el podador su 
canto al viento,
y entretanto ni las roncas torcaces, tu embeleso,
ni la tórtola dejarán de arrullar desde el frondoso olmo}
 
Aquí el poeta mantuano emplea la palabra palum-
bes en nominativo plural y califica a las torcaces de 
raucae ‘roncas’, lo que nos indica que el nombre, 
aunque epiceno, es gramaticalmente femenino. Sin 
embargo, apenas un siglo más tarde, Plinio el Viejo, 
buen conocedor de los paisajes bercianos, en su His-
toria natural, utiliza ya el masculino palumbus:
Hirundines et merulae et palumbi et turtures bis anno 
pariunt.3
{Las golondrinas, los mirlos, las torcaces y las tórtolas 
crían dos veces al año}
Por los mismos años, nuestro compatriota bilbili-
tano Marcial se refiere a estas aves con la expresión 
torquati palumbi ‘acollaradas torcaces’ en uno de sus 
pícaros epigramas:
Inguina torquati tardant hebetantque palumbi;
non edat hanc volucrem qui cupit esse salax4.
{Las acollaradas torcaces entorpecen y debilitan las par-
tes inguinales;
no deberá comer esta ave quien quiera practicar el amor}
 
Hay que señalar que aquí torquati no funciona 
como adjetivo especificador, sino como epíteto; es 
decir, no es que haya palumbi torquati y palumbi 
no torquati, sino que todos los palumbi son torqua-
ti. Esto implica que la expresión ha de ser traduci-
da al español como acollaradas torcaces y no como 
torcaces acollaradas. El caso es similar al de blanca 
aplicado a nieve: si dijéramos la nieve blanca, daría-
mos a entender que hay nieve de otros colores. Esta 
precisión tiene su interés porque en el poemita medie-
val Elena y María aparece la expresión “palombo tor-
cado”, que parece extraída del epigrama de Marcial, 
pero que tiene una estructura sintáctico-semántica dis- 
tinta. En este poema, cuyo dialecto es fundamental-
mente leonés, la palabra palombo se usa ya en sentido 
genérico, es decir, válida para torcados y no torcados, 
por lo que torcado tiene la función de especificar qué 
PALOMBOS, PALOMAS Y PALOMOS 
EN PEÑALBA
Adelino Álvarez Rodríguez
Argutorio 48 - II semestre 2022 - 85
clase de “palombo” arrullaba en la corte del rey Oriol, 
adonde las dos hermanas, Elena y María, habían acu-
dido para dirimir sus diferencias amatorias5.
En el latín tardío y el protorromance hispano cen-
tral y occidental, asistimos a la pérdida, misteriosa 
pérdida, de columba, el término ordinario para re-
ferirse a la paloma urbana o callejera. Ese espacio 
semántico fue ocupado por el término palumbes, que 
era en latín clásico la paloma torcaz. Este término, 
a la vez que amplía su extensión semántica, cambia 
también de declinación, pasándose de la tercera a 
la primera: palumba. Palumba es ahora un término 
genérico que se podrá aplicar tanto a la paloma torcaz 
como a la urbana, pero necesitará un adjetivo especi-
ficador: brava, silvestre, doméstica, duenda…, aun-
que, en ausencia de adjetivo, el referente espontáneo 
sea la doméstica.
Paloma torcaz. Ilustración de Terence Lambert tomada del libro 
Pájaros de bosque y de jardín, Ediciones Mensajero, Bilbao, 1978. 
«(...) las palomas son los únicos pájaros que pueden aspirar 
el agua con sus picos, pudiendo así beber teniendo la cabeza 
hacia abajo, mientras que otras aves tienen que estar levantando 
constantemente la cabeza para que el agua pase a través de sus 
gargantas» (p. 30).
Otra particularidad es que desarrolló un masculi-
no, palumbus, muy diferente del palumbus pliniano, 
que, como hemos dicho, era el nombre de la torcaz. 
Junto a su aptitud para expresar el sexo masculino de 
la especie, su continuador castellano palomo también 
se ha usado en sentido genérico, como su femenino 
paloma. Pereda en Tipos y paisajes escribe de una pa-
reja felizmente matrimoniada: «Se querían como dos 
palomos. Juntos iban a trabajar al campo; juntos, al 
mercao cuando le había en la villa inmediata; juntos, 
a misa…»6.
En la Edad Media y el Siglo de Oro, el adjetivo 
más corriente para referirse a la paloma torcaz es tor-
caza, cuyo sufijo remonta al latino –acea, femenino 
de –aceus, que indicaba semejanza o cercanía. De 
ahí proceden los términos coraza, hogaza, linaza…, 
originariamente adjetivos. El testimonio más antiguo, 
según el CORDE7, es de 1250, y aparece en la obra 
de Abraham de Toledo titulada Moamín. Libro de 
los animales que caçan: «La carne de las torcazas es 
áspera, e créceles mucho en los papos»8. En el siglo 
XV, en el número 694 de los refranes recogidos por 
el Marqués de Santillana, aparece el dicho «Téngote 
en el lazo, palomo torcazo»9; lo que parece indicar 
que –azo/-aza funciona como sufijo adjetival de do-
ble terminación. El problema reside en que sería caso 
único, ya que todos los demás términos en –azo/-aza 
derivados de –aceus/-acea han pasado a la categoría 
de sustantivos: hormazo, hornazo, coraza, hogaza, li-
naza… Torcaza aparece todavía sin competidor en los 
diccionarios de Alfonso de Palencia (149010), Nebrija 
(1494-9511) y Covarrubias (161112), y continuaría en 
el español de América de los siglos siguientes13.
Iglesia de Santigo de Peñalba (siglo X).
(Fotografía de Miguel Ángel Fuertes Manjón)
El verdadero sucesor del medieval y aun clásico 
torcaza en el español moderno ha sido el adjetivo 
torcaz. Según datos del CORDE, se documenta por 
primera vez entre finales del siglo XIV y primeros 
del XV en un anónimo titulado Sevillana medicina de 
Juan de Aviñón: «Las torcazes son calientes e secas en 
segundo grado»14. Convive en los siglos XVI y XVII 
 86 - Argutorio 48 - II semestre 2022
con torcaza, y en España se convierte prácticamente 
en exclusivo en los siglos siguientes. Teóricamente, 
remontaría al sufijo latino –ax (genit. –acis), y está 
presente en palabras como audaz, capaz, contumaz, 
pertinaz, suspicaz, tenaz…, todas ellas, cultismos lati-
nos incorporados tardíamente al español. El problema 
que nos plantea el nuevo adjetivo torcaz es que no 
existe en latín un adjetivo torquax que le dé soporte 
etimológico, y no parece que –az sea un sufijo pro-
ductivo o generador de vocablos nuevos. Juan Coro-
minas (195415), consciente de la dificultad, propone 
derivar el adjetivo torcaz, no de un inexistente latino 
torquax, sino de Torquati, genitivo de Torquatus y 
presente en el madrileño Santorcaz (< (villa) Sancti 
Torquati): torquati > torcadi16 > torcad > torcaz. Tal 
vez el recurso sea excesivo. Más bien se podría pen-
sar en una simple sustitución de sufijos. Es decir, aun-
que –az no tenga el poder de crear vocablos nuevos, sí 
podría el hablante, una vez constituido el vocablo, en 
nuestro caso torcazo/torcaza, sustituir el viejo sufijo 
–azo/-aza,también problemático, por el nuevo, más 
culto y muy parecido –az17.
Peñalba.
(Fotografía de Miguel Ángel Fuertes Manjón)
De todos estos laberintos y oscuridades idiomáti-
cas se libraron los apartados y encumbrados peñalbe-
ses manteniendo en su pureza argéntea el antiguo tér-
mino latino palumbus, que significaba por sí mismo, 
sin necesidad de aditamentos adjetivales, ‘paloma 
torcaz’. Palumba, por su parte, evolucionó a palom-
ba, como en todo el leonés occidental, y tuvo que ser 
antiguamente el término usual para referirse a la palo-
ma callejera. Es seguro que, allá en los albores del si-
glo X, Genadio, el santo eremita del valle de Silencio, 
llamaba a la paloma urbana palomba, y a la silvestre 
palombo, como todavía nosotros hoy. Paloma y palo-
mo son castellanismos introducidos tardíamente, y su 
significado y uso se corresponden con los habituales 
en el español común. Que son castellanismos lo de-
muestra el hecho de que han perdido la b que seguía 
a la m latina: palumba > paloma, como lambere > 
lamer y lumbum > lomo. Las formas genuinamente 
peñalbesas la conservan: lambere > lamber, Lumbum 
> Llombo, Lumbellum > Lombillo.
1 V. Saggi di lingüística spaziale, Turín, 1945.
2 V. Virgilio, Bucólicas, égloga I, versos 56-58, Madrid, 2007. 
3 Todavía entre los siglos III y VI, el autor de la denominada Appen-
dix Probi, un gramático puntilloso, considera vulgar la forma palumbus: 
“Palumbes, non palumbus”. Pero, como es normal, en el mundo románico 
ha acabado triunfando la forma popular; v. V. Väänänen, Introducción al 
latín vulgar, Madrid, 1988, p. 331.
4 V. Marcial, Epigrammmaton libri, libro X, Leipzig, 1976.
5 V. Elena y María, Madrid, 1976, p. 132 (< CORDE): “El ruiseñor, que 
es buen jogral,|aquella corte fue morar;|don açor e don gavilán|en aquella 
corte están; […] el tordo e el lengulado|e don palonbo torcado|e el estor-
nino e la calandra,|que siempre de amor cantan”.
6 V. Pereda, Tipos y paisajes, “Para ser un buen arriero”, Santander, 1989.
7 CORDE = CORPUS Diacrónico del Español (es el banco de datos lin-
güísticos de la RAE).
8 V. Moamín. Libro de los animales que cazan, Madisson, 1250 (Mss. 
Micro/10703).
9 V. Refranes que dizen las viejas tras el fuego, Barcelona, 1995.
10 V. Universal vocabulario en latín y en romanze, Madisson (HSMS), 
1992.
11 V. Vocabulario español-latino, Madisson (HSMS), 1992.
12 V. Tesoro de la lengua castellana o española, Barcelona, 1943.
13 La expresión “palomo torcado”, que aparece hacia 1280 en el poema 
Elena y María, no tuvo eco, que sepamos, en la literatura posterior.
14 V. Sevillana medicina de Juan de Aviñón, fol. 35v, Madison, 1995.
15 V. Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana, Berna, 
1954.
16 Corominas no admite que la –i final larga latina pase a –e; según él, 
sufre apócope directamente; v. su Diccionario crítico etimológico de la 
lengua castellana, sub nadie.
17 Agradezco a Fernando Álvarez-Balbuena García su valiosa indicación 
de que en asturiano, junto a bueno, ha surgido bonaz, y junto a enverniza, 
el también femenino enverniz.

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