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Onomatopeya

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Onomatopeya
Onomatopeya, del griego onomatopoeia (nombre que imita), es una figura retórica que consiste en la representación escrita de un sonido natural. Por ejemplo, los sonidos emitidos por animales, ruidos o fenómenos acústicos, o incluso visual, por ejemplo, un clic, un zigzag.
Las onomatopeyas se representan con signos lingüísticos que describen o sugieren un objeto o una acción. Son muy utilizadas en cómics e historietas, para representar efectos de sonido.
Cada idioma tiene sus propias onomatopeyas y, aunque estas expresiones surgen de la imitación de los propios sonidos, en muchos casos las diferencias son considerables.
 Por ejemplo:
· El perro que dice guau, en inglés es woof, en italiano es bau y en japonés, wang.
· El gallo que dice kikirikí, en inglés es cock-a-doodle-doo y en japonés, kok-e-kok-ko.
· La rana que dice croac, en inglés es ribbit y en turco, vrak.
· El pollito que dice pío, en inglés es tweet y en griego, tsiou.
· El pato que dice cuac, en francés es coin-coin y en inglés, quack.
Para escribir las onomatopeyas, no es necesario utilizar cursiva o comillas. Normalmente, están acompañadas con los signos de exclamación, y se escriben con mayúsculas cuando se quiere expresar un sonido especialmente ruidoso.
La diversidad lingüística
Las diferencias entre las onomatopeyas de cada idioma son un tema que no interesa a muchas personas, dado que lo notan principalmente quienes estudian una lengua extranjera, pero esconden un fenómeno digno de ser discutido en profundidad.
En primer lugar, es importante resaltar que no todos los idiomas disponen de los mismos sonidos. Por ejemplo, nuestra pronunciación de la letra «r» es muy diferente de la que recibe en inglés o en japonés; en este último caso, la distancia es aún mayor, dado que en Japón se utilizan otros alfabeto y no poseen un carácter específico para la «r», sino que la combinan con una serie de vocales, también diferentes de las nuestras.
Habiendo aceptado y entendido la diversidad sonora que existe en el mundo, es entendible que no todos hayamos podido representar los sonidos de la naturaleza de la misma forma. Pero esto nos lleva a preguntarnos algo que, quizás, también pasa desapercibido: ¿está nuestra capacidad auditiva limitada por las características de nuestro idioma? Es decir, ¿oye igual un irlandés que un español? La respuesta, nuevamente, requiere de un cierto trasfondo teórico.
Nuestro cerebro tiene la habilidad (y quizás, la necesidad) de completar los espacios en blanco con información generada por él mismo; en otras palabras, podría entenderse como una función que intenta hacernos sentir a gusto, aun cuando no sepamos qué está sucediendo a nuestro alrededor. Si escuchamos durante unos minutos una conversación en un idioma que no entendemos, es probable que comencemos a percibir ciertas palabras en nuestra lengua, o incluso algunas onomatopeyas; el cerebro quiere entender.
Por esta razón, si una persona que no puede pronunciar la sílaba «cro» oye el croar de una rana, se espera que tampoco lo perciba como alguien de habla hispana. Su cerebro buscará la opción más cercana, haciendo uso de los sonidos disponibles en el o los idiomas que conozca, y ésta resultará convincente para el individuo.
En resumen, nuestra primera estructura lingüística nos arma de herramientas para entender y comunicar lo que vemos, oímos y sentimos, pero aquello que tiene sentido en nuestra mente, puede ser absurdo o inexistente en la ajena

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