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Sociología del público wnsti- tuyc d \'Ol~:men 4 de la mo nu~!:iuti<L1 .:·S:Jciología del ariE' > <n:r;; ~\.=.~.:·i,.t , -,:·s Guadarrama ·¡;u bli:;~ cJ•, ,r:1 en Punto Omc;_;a, .Colt-. .. ¡,:.u !_'mvcrsitaria de Boi- :;ílio. Es;.a obn". qtu! corona la ex· ;:raordinMia iahnr investig",ck ra ·¡ cre.ad:m1 de Arr.old l!at-.- .>e..; se has: en sus lraba;os an- teriores, y prhtdpalmentc ..:n ci aparato conceptual pr·est ntado ·en ,;u «Teo rías de] arte» (Pun- to Omega. núm. 53). A>tlique los conceptos fundamc1)1ak~; se conservan en lo eseoci ;~l l:F ideas del autor han sufrid0 !JnJ evril uci ón que no puede por menos de manifestar:;e ~n e"-1::~ obra cimera Asi, por ejernpk•, !él. separación entre el ma rxis· mo po lítico, que le ¡wrmit<' depurar la tccria de cierto!: las-::res metafísicos, ln ir.t.r::rpc<:- tación del tnateíia!ismo Í'list( ... rko en el ~entido de ampliar el concc->pto de infraestructura para dar cabida a ele'X!entos de carácter espiritual, e la apl' · caciÓn matizada uel m~toJo dialéctico, que le ::onduct~ ;.r negar que tocio proc~so histó- rico haya de ser necesariamcn .. te Clialéctico. Ohra de plena madure:~., en .1<.1 que el autor nos da io meior de sí misnhJ, .¡ la ct;.al quf'd:lr<t sin duda ccmu b primet·a ohra clásica de scciología ciel a.r te. t:.k 1.1.. u· e L' a: .J 1lltJOijlt .i\tJSI~IIJ sc~ciold.~gí·a dt'i at~te \ .8sociologúa dt~B público Sociología del arte 4. Sociología del público Segunda edición :fOI· 1 l-+A-0 V· ~ 07>1"33~ Biblioteca I. T. E. S. O. Sección: Ciencias sociales. Número: 243 Otras obras de la misma sección: . A. Hauser: «Historia social de la literatura y el arte» (P.O. 19, 20 y 21). J. Soustelle: «Los cuatro soles. Origen y ocaso de las culturas» (P.O. 71). . A. de Tocqueville: «La democracia en América» (P.O. 74). L. Marcuse: <<Filosofía americana» (P.O. 77). L. Strauss: «¿Qué es filosofía política?» (P.O. 91). M. Kidron: <<El capitalismo occidental de la posguerra>> (P.O. 109). E. Ruiz García: «América Latina hoy» (P.O. 114 y 115). J. Vogt: «El concepto de la historia de Ranke a Toynbee» (P.O. 116). J. de Castro: <<Geopolítica del hambre>> (P.O. 140 y 141). L. Bonilla: <<Las revoluciones españolas en el siglo XVI» (P.O. 148). ]. P. Harroy: <<La economía de los pueblos sin maquinismo» (P.O. 152). G. Duncan Mitchell: <<Historia de la sociología>> (P.O. 144 y 164). H. Lefebvre: <<Marx» (P. O. 172). M. Berthold: «Historia social del teatrm> (P.O. 177 y 178). A. Hauser: <<Fundamentos de la sociología del arte» (P.O. 180). G. Gurvitch: <<Proudhon» (P.O. 181). l. C. Jarvie: «Sociología del cine» (P.O. 182). S. de Coster-F. Hotyat: «Sociología de la educación» (P.O. 184). R. L. Heilbroner: <<El porvenir humano» (P.O. 191). M. Twain: «Las tres erres» (P.O. 192). D. Lacalle: «Técnicos, científicos y clases sociales» (P.O. 216). J. Maquet: <<El poder negro de Africa» (B.H.A. 66). A. Hauser: <<Sociología del arte». E. V. Schneider: «Sociología industrial. Relaciones sociales entre la industria y la comunidad». S. F. Nade!: «Teoría de la estructura social>>. J. Monnerot: <<Sociología del comunismo>>. T. Parsons: «La estmctura de la acción social». Arnold Hauser: Sociología del arte 4. Sociología del público Ediciones Guadarrama Colección ~ Universitaria m de Bolsillo Punto Omega Biblioteca I. T. E. S. O. i i Título original: <<Sociologie der Kunst» Traductor: Vicente Romano Villalba Portada: Estudio R&S Printed in Spain © Arnold Hauser \ r © Ed. esp. Editorial Labor, S. A. Calabria, 235-239, Barcelona-15, 1977. Dcpósi to legal: ,\l. 3ll6<J--l '177 ISBN: 84-335-02-13-3 ISBN: 84-335-2970-6 (obra completa) Impreso en Gráficas !barra, S. A. l\!atilde Hernández 31 MADRID--19. ' ' Cuarta parte Sociología del público 1. Alocución y pronunciación l. El sujeto productor y el receptor Tanto la historia como la crítica del arte, la doctrina de los gé- neros y técnicas artísticos como la psicología y la sociología del arte consideran e interpretan la obra de arte principalmente desde el punto de vista del sujeto productor, y sólo a modo de comple- mento desde el del sujeto receptor. Sin embargo, pese a la circuns- tancia de que el objeto de la vivencia artística es el producto común de autor y público, tampoco puede equipararse ni poner de acuerdo al autor de la obra con el lector, oyente o espectador que se compe- netra totalmente coq ella. No sólo se trata de personas particulares, de diferente intención y emoción, aunque se parezcan por el senti- miento de la vida y el pensamiento social, sino también de sujetos que funcionan de manera distinta, portadores de objetivaciones es- téticas diversas. Lo mismo que el esteta, el crítico o el historiador no pueden confundirse nunca con el autor, por fina que sea su sen- sibilidad, por muy profunda que sea su participación en el destino, las inclinaciones e idiosincrasias de éste, por muy dispuestos que estén a vivir, amar y sufrir con él, la novela leída tampoco es ya la escrita, ni la pieza de música tocada tampoco es ya la compuesta o la imaginada por el compositor. Y por insignificante que sea lo que objetivamente aporte a la obra recibida el lector, oyente o es- pectador, la creación del artista se desplaza a otra esfera o a otro plano al ser consumada por el receptor. Pues por insignificante que sea el desplazamiento desde el punto de vista de la teoría o de la 549 historia del arte, da lugar a uno de los giros más decisivos que puede experimentar la obra de arte. En la identidad de todos sus elementos formales y de contenido varía su función, su sentido y su finalidad en la vida del sujeto respectivo. El arte parece estar determinado, principalmente, por una ne- cesidad de expresión, por un afán de tensión, aunque esencialmente no es más que comunicación e información, y sólo puede conside- rarse logrado cuando se efectúa la pretendida transmisión y com- prensión, cosa que raras veces ocurre de acuerdo con la intención original. Tanto el acto de presentación como el de recepción implica la cooperación y acción recíproca de dos sujetos, el productor y el receptor; si bien ambos representan funciones singulares e incon- fundibles. Su diferencia no estriba, sin embargo, en que el artista es la parte realmente activa y el receptor la meramente pasiva. Pues si así fuese, el público artístico recibiría de modo invariable la obra ofrecida, y la vivencia artística no sería más que ratificación, cosa que nunca es exclusivamente y que ocurre cada vez menos a me- dida que aumenta la distancia histórica. La hipótesis de la existencia de receptores pasivos e indiferentes corresponde a la leyenda acerca de la poesía como lengua materna de la humanidad. Mas, en realidad, ningún artista se dirige a la hum~nidad a secas, ni tampoco escribe para un lector cualquiera, lo mismo que ningún lector lee sin ninguna elección, sino que cada uno emprende su lectura con deseos determinados, por muy indife- renciados que sean críticamente. Las capas de público que prevea el artista al crear sus obras, el tipo de obras que gusta a un público o que espera que le guste, cómo se manipulan las obras, por así de- cirlo, y cómo conserva o modifica su identidad una capa de la socie- dad bajo la influencia de las obras que se le ofrecen, en suma, las expectaciones y satisfacciones de los procesos desarrollados con estas funciones diferenciadas constituyen los giros del espectáculo que ana- liza e interpreta la sociología del arte. · Sociológicamente no existen los libros que no se leen, igual que tampoco es música, sino tan sólo anotación de ella, la partitura que no se toca o no resuena en el oído interior. El proceso artístico es alocución y pronunciación. En cuanto mera ensoñación o monólogo sin respuesta carece por completo de cualidad ontológica. El texto impreso no alcanza realidad estética hasta que no es leído; sin leer, no es más que una serie de signosjeroglíficos. 550 2. La obra ofrecida y la recibida La obra de arte recibida no es en modo alguno idéntica a la obra producida, aunque sólo sea porque los caminos del autor y del receptor llevan en direcciones opuestas, a pesar de que se crucen. El ·artista parte de la vida, es impulsado por uno u otro de sus aspectos, problemas y contradicciones a la creación de obras autónomas, se- paradas de la vida. El observador parte de las obras independientes y busca en ellas aclaración y elucidación de la vida y alivio de su sino. El pintor piensa en un cuadro determinado cuando pinta un paisaje, el poeta en la musicalidad de una poesía cuando describe una vivencia, el compositor en un complejo rítmico-armónico-mo- tivista cuando pretende expresar sus sentimientos. El contemplador, lector u oyente apenas sabe algo, con frecuencia, de la obra en cuanto estructura organizada y sólo piensa en el hermoso paisaje, en la vivencia particular o en la conmoción emocional que sirvie- ron de ocasión, motivo o pretexto para la creación artística. Artista y público no hablan la misma lengua desde un principio. La obra de arte tiene que ser traducida a un idioma propio para que resulte generalmente comprensible y para que la mayoría pueda gozarla. El abismo que existe de antemano entre el sujeto productor y el re- ceptor no sólo aumenta con la distancia temporal que los separa, sino también con la profundidad, complejidad y singularidad de las obras. La inmediatez y amplitud de su efecto guardan una relación inversa con su diferenciación. Cuanto más exigentes y sublimados sean los medios de que se sirven, tanto más imprescindibles son los vehículos de transmisión entre un artista intransigente, por notable que sea, y un público acrítico, por ambicioso que sea. 3. Los mediadores entre autor y público Mas, cualquiera que sea la constitución de una obra de arte, nor- malmente pasa por muchas manos antes de llegar del productor al consumidor. La sensibilidad y capacidad asociativa, el gusto y el juicio estético del público son influenciados por una larga serie de intermediarios, intérpretes y críticos, maestros y expertos, antes de constituirse en pautas más o menos obligadas y criterios rec- tores para obras que todavía carecen de una asignación cualitati- va, de un sello académico, y problemáticas según la opinión públi- 551 ca. Es evidente el importante papel que desempeñan en este proceso los momentos estéticamente irrelevantes, tales como la moda, el esnobismo, la ilustración ficticia y el miedo a quedarse por detrás de los portadores del gusto. Cuanto más brusco sea el giro de una dirección artística a otra y cuanto más moderno sea el lenguaje formal del movimiento de actualidad, tanto más importante es la función del mediador entre autor y público, entre la producción y el consumo, los conoscenti y los muchos que todavía ignoran la nue- va forma expresiva. Hay que familiarizar a los profanos con los elementos de la renovación lingüística antes de que comprendan de qué se trata. El monopolio de la ilustración, íntimamente relacio- nado con los privilegios socioeconómicos, no se abandona sin más. La cultura democratizadora y la crítica a los valores tradicionales forman la clave para la liberación de la esclavitud de la práctica ar- tística y lingüística anquilosante e inexpresiva. Mas la llave no abre todas las puertas, y muchas menos si:p. pedir una remuneración a cambio de ello. A medida que los intermediarios abnm el acceso a las obras antes cerradas alejan con frecuencia a los iniciados del sen- tido original y principal de las creaciones. El supuesto significado de las obras de un pasado olvidado se compra generalmente al pre- cio de graves malentendidos. En vez del concepto de la verdadera voluntad artística, se obtiene el reflejo muchas veces roto de un nexo histórico irreconstruible en su forma auténtica. Pero por muchas veces que se logre la reconstrucción, no existe ninguna garantía se- gura para la interpretación correcta del arte que ha perdido su ac- tualidad, como es el caso, por ejemplo, para el pronóstico de un arte que aún ha de producirse. Como es sabido, Goethe decía que «el libro que ha tenido una gran influencia, ya no puede en realidad ser juzgado» '. Si por esto entendía la fase en que se encuentra una obra de arte después de haber pasado del terreno individual de su autor al ámbito social del público, ninguna de ellas puede ser juzgada después de cierto tiem- po, esto es, que no se puede interpretar en el sentido del autor. Al perder su significado original, referido a la persona de su autor y a sus contemporáneos, adquiere, sin embargo, una naturaleza dis- tinta, póstuma y anónima, con la que, al compararse con ella, el sentido original y auténtico tiende a convertirse en una mera ilu- sión, en un ideal vano. Según la intención artística original cabe 1 Goethe al canciller F. von Müller, 1822. 552 que parezca casual e inadecuado todo efecto derivado de 1~ funció~ privada, referida al artista. No obstante, caree: de toda cahdad e_ste- tica objetiva la obra que es incapaz de producir un efecto emancipa- dor de la intención creadora individual. 4. Yo y tú En el sentido de que una auténtica obra de arte no es mera ex- presión sino también comunicación, no es tampoco mera alocución sino también pronunciación. Nadie se habla a sí mismo en verso, nadie experimenta sus impresiones de la naturaleza en cuadros, sin que también quieran hacérselas ver a otros. Cuando se dice que el artista transmite algo al expresarse, se quiere decir que habla a al- guien al manifestarse. Toda expresión artística, toda descripción evo- cadora de ideas, sensaciones y objetivos, se dirige a un oyente o espectador efectivo o hipotético. Tampoco las manifestaciones de índole puramente íntima, en apariencia referidas únicamente al locutor son totalmente monológicas, sino que suponen la presencia de un testigo al menos ideal o de un destinatario anónimo. El «mo- nólogo interior» corresponde a la disposición anímica de un perso- naje del escritor o a un papel que él hace. En cuanto tal, el escritor no monologa. La producción y recepción artísticas son interdependientes y, en verdad, no sólo porque el yo que habla se dirige a un tú hablado, sino también porque las formas de organización y los contenidos sensibles del lenguaje se forman de antemano con relación a su recepción y se mueven tanto en las formas conceptuales del sujeto receptor como en las del productor. La interacción entre ambos no significa solamente que el acto creador pueda cambiar continua- mente bajo la influencia de la conducta del receptor, sino también que la reacción se modifica constantemente bajo la influencia del ofrecimiento, y al final de una representación teatral o al final de un concierto los espectadores u oyentes no son ya los mismos que eran al principio. Ambas fases del proceso artístico están socialmente condiciona- das por una relación mutua entre el yo y el tú. Todo yo se convierte en objeto para el tú y todo participante adquiere sentido y finalidad gracias a la relación con el de enfrente. La conducta productiva y la receptiva presuponen espontaneidad y sensibilidad: ideas y sen- 553 l saciones comunicables, de un lado, y receptores capaces de resonan- cia, aptos de reconstrucción y comp~netración, por otro, los c~~l.es se entienden por medio de un lengua¡e formal común. La condlCIOn básica de todo arte es el hallazgo de tal lenguaje. Pero el carácter social del arte se manifiesta no sólo en que el artista se sirve de un «lenguaje» cuyos elementos toma de otros y que comparte con otros, sino también en que su lenguaje es un me- dio para conseguir su fin, en que ha de someterse no sólo a las re- glas de la gramática, sino también a los principios de una estilística, esto es, a las normas de un gusto de vigencia más o menos general. Esta dependencia se mantiene por mucho que los portadores de la recepción sean formadospor los de la producción y por alternativa que sea también su acción recíproca. Para el artista no hay nada que encame mejor la fuerza de los poderes sociales que el gusto del pú- blico, con el que puede muy bien porfiar, pero de cuya influencia no puede escapar. En contra de él no se hace valer ninguna clase de autonomía, sino a lo sumo el impulso dialéctico de la creación artística. Cada obra, por singular y moderna que sea, sigue más o menos el gusto predominante, gusto que cambia, sin embargo, con cada obra nueva. La regla general se convierte en cadena opresora de la práctica, pero la regla es producto y no principio productivo de la práctica. La producción no surge hasta que no se ha hecho visible la posible aplicación de los productos. Como dice Marx, «el consumo crea el impulso a la producción» 2 • Así, pues, el empleo no constituye nin- gún elemento meramente regulador o modificador, sino más bien un elemento constitutivo del proceso productivo. En este sentido, las formas del lenguaje no se dan ultimadas para servir a la pro- nunciación; es ésta la que crea los medios de la comprensión. Es decir, por utilizar de nuevo la terminología de Marx, que: «la pro- ducción crea a los productores» •. El origen de la alocución y de prestar atención es la necesidad de comunicación, el deseo de unión de un sujeto con otros. Los últimos progresos, que no sólo ponen en tela de juicio tal o cual movimiento artístico sino el arte a secas y que al fin y al cabo 2 Marx: Fundamentos de la crítica de la economía política. Borrad01 de 1857 ¡58, 1953, p. 13 de la edición alemana. 3 Ibídem. 554 Onocen más arte que el que figura como tal, confirman la pri no rec . , 1 'd f 1' · de la recepción sobre la produccwn, en e senti o enomeno o ;;~I~arxista, pero no en el psicológico positivista. En una palabra, ahora solo es arte lo que se consume como tal. 5. La producción como producto del consumo El lenguaje no expresa ningún contenido con~ciente dado an- tes del lenguaje. Este contenido nace con ellengua¡e, a~nque no de él. Forma y estructura de la expresión se desa~rollan ~an pasu Y van · d' lublemente unidas pero son tan Irreductibles una a la tanmiso ' ,. 1 otra como el ser y la conciencia, la materia y el ~s~mtu, a ~erce~- ción sensorial y el aparato categorial. El lengua¡e mcl~y~ s_Imulta- neamente el principio de la subjetividad y el de la ob!etividad: ~· en cuanto expresión, el arte es en la misma medida realidad sub¡eti- vamente organizada, contenido anímico articulado y artefacto como calidad objetiva, hallazgo y sonido natural. Igual .que todo ~sta~o anímico objetivamente comunicable, todo comple¡o de conci~ncia artístico es también algo no lingüístico, no pensable, no consciente, lingüísticamente expresable. . Cabe que la obra de arte se deba a la necesidad de autoafirma- ción y autodefensa, a la protesta contra la injusticia o al dolor p~r el destino humano, cabe que se derive del orgullo de los que domi- nan el idioma y «pueden decir cómo sufren», o cabe que resuene en el júbilo del «¡Uníos, millones!», pero es. y sig~e siendo ~voca~ ción de ideas y sensaciones, invitación a mamfestacwne~ Y ac~wnes, llamamiento a ponerse en claro y hacer las paces consigo mismo. Y con el mundo. Su ser y esencia radican en lo evocador. Ya desafie, lisonjee, persuada 0 sorprenda, se mantiene en la forma de una alo- cución, denuncia o defensa. Tal como observa el joven Marx acerca del lenguaje en general, el arte surge de la necesidad del tráfico con otros hombres. En él se objetiva por primera vez, quizá antes aún de la génesis de un lenguaje articulado, el fenómeno de la conciencia .de una mane~a perceptible para el locutor mismo y para los demas. «El leng~a¡e es tan antiguo», se dice en La ideología alemana, «como la concien- cia, el lenguaje es la conciencia práctica, existente también para otras personas, real, y el lenguaje nace, igual que la conciencia, de la ne· 55 S cesidad del tráfico con otros seres humanos» •. De esta suerte. el arte. es en todo caso una variedad, si no una forma previa, del len- gua¡e. ~as obras más numerosas e importantes del arte del pasado se debteron a encargos expresos, y eran, por tanto una alocución al menos indirecta. Las creaciones de las artes plás;icas apenas se da- ~an de otra manera hasta los tiempos del Renacimiento. y compo- sitores como Bach y sus coetáneos, incluso sucesores, produjeron su~ obras por encargo o para cumplir con sus deberes oficiales, poco ~as o menos como «portavoces». Haydn compuso todavía sus úl- timas grandes misas para cumplir su contrato de trabajo con el prín- cipe Eszte~házy. Por lo ~:neral, Mozart trabajaba bajo la presión de unas rela~10n~s de serviCIO a menudo casi insoportables y el deber de produe1r piezas para los propios conciertos o satisfacer los deseos de toda clase de cantantes e instrumentalistas. En sus últimos años creadores Brahms, incitado por la amistad con el clarinetista Ri- chard Mühlfeld, se entregó a interpretar en un medio nuevo para él como solista. Algunos de los problemas más importantes del arte giran en tor- n? ~la relación.de la autonomía de las formas estéticas con la praxis diana de los su¡etos que reciben las obras de arte. Por correcto que s~a e~ q~e toda vivencia artística auténtica incluye en sí las expe- nenctas, mtereses y objetivos decisivos de sus portadores, sería igual- mente falso, por otro lado, esperar o exigir que la vida de los recep- ~o~e~, Y a d~cir verdad también la de los entendidos y capaces de JUICI?, ~e onentase por el arte. El amor y la comprensión del arte no ~Igmfica el deseo de que la vida gire en tomo a él, sino al con- ~rariO, que el arte gire en torno a la vida. Es absurdo e inútil que- prse. de que la «esfe~a de~ sentimiento» no empieza hasta que cesa el «tle~po ~el negocio»; esta es precisamente la regla. Pero el arte no :sta de~t:nado a los estetas sino a los hombres de la praxis con sent.Ido estetico y sentimiento de la calidad. El mal empieza donde se siente como carencia la lejanía de la propia vida profesional res- pecto de una vida estética, valorada según criterios formalistas de be~lez.a, Y dond; •. al desear proseguir tranquilamente su existencia pra~ttcamente uttl, se exige y favorece un arte que se aleje lo más post ble de la vida cotidiana, a fin de que no se recuerde en una es- 4 Marx: Primeros escritos, p. 357 de la edición alemana. 556 {era a la otra y uno pueda resarcirse de la vida en el arte y de las formas demasiado exigentes del arte en la vida. La afirmación de Walter Benjamín en el sentido de que la «con- sideración del receptor» resulta estéril para el conocimiento de una obra de arte, y de que una poesía no vale para el lector, un cuadro tampoco vale para el observador ni una composición musical para el auditorio •, se deriva de la hipótesis de que lo esencial de una poe- sía o de una obra de arte no es en absoluto «comunicación ni manifestación». Cierto, lo que Benjamín llama «lo incomprensible, misterioso», forma parte cÍe su esencia, pero lo que se olvida de men- cionar es el hecho de que lo incomprensible y misterioso del arte no estriba sencillamente en lo que él denomina «forma» •. Todo el proceso mental que atañe al problema de la comunicación artística gira en tomo a cuestiones de la traducción de obras poéticas, y pre- tende subrayar la circunstancia de que el criterio de una buena tra- ducción radica en la comprensión del estado de ánimo, de la mu- sicalidad lingüística, de los tonos concomitantes, en una palabra, de la transparencia de ese «misterio» no revelado en ningún ele- mento de contenido. La obra de arte tiene que entenderse de ante- mano como algo así como una «traducción», la representación indi- recta de una objetividad captada ya en categorías artísticas, a fin de que pueda asimilarse en el concepto claro y relajado, en y de por sí adialéctico, de la forma. El esfuerzo del artista va encaminado a l~ solución del cometido de hallaruna forma comunicable y comprensible para la expresión de sus vivencias, experiencias y sensaciones. Sus sentimientos y vi- siones se convierten en material artísticamente utilizable al salir del terreno de la mera intimidad y pasar de estados anímicos amorfos, de humores e inclinaciones fluidos a estímulos articulados, capaces de recepción y vinculación. La idea artística más primitiva y em- brionaria tiende ya a la transmisión. Y toda comunicación compren- sible presupone, por su parte, un sistema de signos más o menos de- sarrollado, la posesión común de los medios de expresión por un gru- po social. Los medios están condicionados por la voluntad de comu- nicación, y ésta por los medios disponibles de expresión. Ahora bien, si también puede afirmarse que todo arte es una especie de lenguaje, no puede explicarse en absoluto que una cons- • Walter Benjamín: Escritos, 1955, 1, p. 40. • Loe. cit., p. 41. 557 q¡ trucción es «artística» porque sea lingüística, como reza la tesis de Heidegger sobre la esencia poética de todo arte'. «El lenguaje no es poesía», dice, «porque sea la poesía primigenia, sino que la poe- sía se sucede en el lenguaje porque éste conserva la esencia origina- ria de la poesía» •. Las demás artes son tan «lingüísticas», comu- nicativas y evocadoras como la poesía. Y ésta no es la lengua ma- terna de la humanidad como tampoco lo son las otras formas del arte, ninguna de las cuales encierra como ella algo más o menos secreto, infundado, callado e inefable. Tanto en la poesía como en el arte en general, comunicación significa comprensión entre el sujeto productor y el receptor, la esencia del vehículo entre obras de arte y su recepción, es decir, «me- diación», pero sólo en el sentido de que un contenido sensorial ya articulado se transfiere a una hoja todavía sin escribir desde el pun- to de vista artístico, pero no en ese sentido más radical, objetivador, de que la mediación significa la formulación de un material aún totalmente inarticulado en categorías racionales especiales y en ob- jetividades específicas, correspondientes a ellas. Esto es, tampoco corresponde al principio que en la teoría del materialismo histórico une la supraestructura con la infraestructura, que parece reempla- zar el salto entre ser y conciencia, materia y espíritu, naturaleza y cultura, y parece salvar el abismo entre ellos. Cuando se comunica la expresión artística se ha efectuado ya la mediación estéticamente constitutiva: ser y materia han devenido inteligentes y culturales, lo que todavía queda por comunicar es la forma artística terminada. Ahora son únicamente las obras individuales las que requieren una mediación hermenéutica ulterior. 6. La obra de arte como diálogo La obra de arte es una construcción dialéctica, no sólo como contenido formado, no sólo como alocución que pone en juego un tú hablado o un vosotros, además del yo hablante, sino también, y en verdad principalmente, como pronunciación que se entabla entre autor y auditorio mediante una continua acción recíproca. Como dice Hegel, la obra «no está para sí, sino para nosotros, para 7 Martín Heidegger: El origen del arte, 1960, p. 82. 8 Ibídem, p. 85. 558 un público que mira y goza ... un diálogo con quien se hal~~ an~e lla» 9 • «El colorido plumaje de las aves resplandece tambien ~m ~ue se vea, su canto resuena sin que se ~iga, el lirio, ~ue solo flo- e una noche, se marchita sin ser admirado en las tierras de los rec d d" . d bosques meridionales ... Pero la obra e arte,_ Ice en otro pasaJe e la Estética, no existe para sí, sino que es esencialmente una pregunt~, una alocución al pecho en donde resuena, una llamada a los senti- mientos y a los espíritus» 10• • La pregunta requiere respuesta y resuena en espera de una. Las ersonas a las que se dirige el artista no son meros receptores, oyen- ies 0 espectadores mudos y pasivos, sino interlocutores. Su voz sólo in,directa, perceptible a través de la de los artistas, pero no por :o deja de contener la obra, además de la contribució~ ~rimaría, una serie más de contribuciones que conducen al nacimiento de una forma en cuanto objetividad que reacciona a la subjetividad espontánea del artista, forma cuya estructura dialógica es inconfun- dible. En el diálogo entablado, el público desempeña, en cuanto in- terlocutor, un papel anónimo y encubierto. Su participación en el proceso artístico no se percibe hasta después de haberse terminado éste y estar listos para análisis los factores de la recepción. Pero el mismo artista tiene siempre presente en el proceso creador la esperada acogida de su producto, se juzgúe correcta o incorrecta- mente. La configuración de sus obras se efectúa como una incesante solicitud por la aprobación del público, con la anticipación de las objeciones y la estimación del posible eco por parte del gran des- conocido, que se hace valer durante el acto de creación como «voz interior» del artista en lucha por el éxito. El receptor no sale directamente de esta función indirecta has- ta que se ha consumado el acto receptor. En la forma de la vivencia artística concreta, de 1~ comprensión o incomprensión, de la apro- bación o del rechazo, de la reconstrucción resultante u omitida, es donde el diálogo dialéctico entre el artista que se abre y el receptor que se hace oír conduce a la respuesta final de la pregunta plantea- da por la obra. El artista ha pronunciado su última palabra y se calla; el receptor toma la palabra y la historia ulterior de las obras se realiza en las formas de la recepciÓP, historia en la que el artista desempeña ahora el papel anónimo e indirecto. En la supervivencia 9 Hegel: Estética, edición de Fr. Bassenge, 1955, p. 276. 10 Loe. cit., p. 109 y sig. 559 de las· obras así desplegada es donde se contiene la mayor parte de d . ¡- •t d · dividuos s·no en la la evolución de la historia del arte. siones intemas y e sensacl?nes lml a as a m , 1 . D od od '1 d l"d d . 1 . . participación de otros en el1mpulso creador y en el acto de la ob]e- e t os m os no so o carece e rea 1 a soc1o og1ca concreta . . b" . E "d 1 ' , . . . . tivación de acontecimientos su ]et1vos. Vl entemente no se trata a pura voluntad artlstlca, la forma sencillamente deseada, 1mag¡. . . . , d . . . , b" d 1 · 1 · • d ' · t f d 1 · · 1 . . t de una extenonzacwn e VIvencias, smo mas 1en e a me us1on n~. a y ~n-JCamen e e ectu~ ~ en e mte~wr por e artlsta, smo a~- . s asivos en el roceso de creación. b1en obJetivamente no rec1b1da. Comumcarse y hacerse comprens1- de testigo P P ble es tan solo el primer paso del complejo socio artístico, la garan- «La activida~ positiva por parte d~l elemento apar~ntemente tía de su realización la constituye la acción recíproca entre obra y pasivo», en relacwnes tales .como las ex1s~entes entre_ art.I~tas y re- receptor. Hasta que el artista no se enfrenta a un sujeto receptor ceptores de arte, la observo ya Georg S1mmel. Y anadw que «el real y claramente manifiesto, hasta que no se convierte en testigo de orador que se enfrenta a la asamblea, el maestro que confronta la la reacción de un oyente o espectador que vive su obra, y hasta que clase, el dirigente solo, que parece estar momentáneame~te ~?r no se inicia entre ambos un proceso recíproco, dinámico, no se encima; sin embargo, todo el que se encuentra en tal s1tuacwn transforma en un acontecer dialéctico, sociohistórico, lo que tan solo siente la reacción determinante y rectora de la masa, en apariencia era un proceso psicológico y un logro puramente técnico. La meta- tan solo receptora y dirigida por él... Todos los dirigentes son diri- morfosis adquiere su significado gracias a la circunstancia de que la gidos ... El ejemplo más claro se tiene en el periodista, que da con- simple coexistencia de artista y público, obra y efecto, producto ar- tenido y dirección a las opiniones de una multitud silenciosa, pero tístico y vivencia artística no oculta en absoluto la dependencia que ha de oír,combinar, sospechar, cuáles son en realidad las ten- mutua, ni en modo alguno garantiza que se correspondan mutua- dencias de la multitud, lo que ésta quiere oír, desea saber confir- mente de una manera inteligente. El cambio decisivo ocurre cuan- mado, a dónde quiere ser conducida. Mientras el público aparente- do las obras de arte, en cuanto substratos de vivencias receptivas, mente sólo se halla bajo su sugestión, en realidad también él se adquieren síntomas que no poseían en cuanto meros portadores de encuentra bajo la del público. Así, pues, bajo la apariencia de la aspiraciones creadoras. Estos rasgos de los productos son tan impor- pura superioridad de un elemento frente al pasivo dejarse-conducir tantes que habría que buscar muchos de los principios más funda- del otro, se oculta aquí una acción mutua sumamente complicada, mentales de la sociología del arte en el efecto estético, en la con- ambas de cuyas fuerzas espontáneas poseen, naturalmente, formas ducta del público frente a las ofertas artísticas y en el sentido que muy diversas» 11 obtienen las obras por vías de su recepción, si no se supiera ya que La acción mutua a que se refiere Simmel es, evidentemente, una la producción, como dijo Marx, presupone el consumo, y que la acción dialéctica en la que están implicados no un sujeto activo y estructura social común de los artistas y del público no es tanto un objeto pasivo, sino dos principios activos. A lo largo de la ac- el resultado como el origen de ese efecto. ción ejercida sobre él, no sólo se modifica el receptor de la im- Mientras el arte no exprese más que una visión formal puramente presión, también la actividad dirigida a él se desenvuelve y dife- subjetiva y sólo consista en una forma de reconocimiento y de dis- rencia en la medida y en el sentido de la resistencia que encuentra. tensión de una presión interna, sólo tiene que ver con la sociolo- De esta suerte, el elemento originariamente activo y en apariencia gía en tanto que ninguna de estas funciones se realiza de un modo independiente incorpora en sí el modo de reacción del principio su- totalmente íntimo y privado, sino que cada una de ellas presupone puestamente solo pasivo. un testigo concreto o imagina~io. ~1 proceso desarrollado entre oyen- Por imprescindible que sea también la recepción como parte del t: y lo_cutor no es consecuencia s1~o !u~mte del acto creador y de la proceso sociológico-artístico, no hay que identificarla con el ser so- VlV~n?Ia receptora, y desde un prmc1p10 transcurre -~omo un acon- ciológico de lo estético, ni reducir a efecto artístico todo lo que lo te?1m~ento con dos agentes, .se _H~gue o no a u.n «dialogo» real. El estético tiene de interhumano. Los investigadores que intentan hacer entena de la naturaleza socwlogJCa de los fenomenos artísticos no estriba solamente en la exteriorización y objetivación sensible de vi- 11 Georg Simmel: Sociología, 1922, p. 104. 560 561 algo parecido 12, ignoran hasta qué punto la acción misma es pro- ducto de las fuerzas sociales que originan la creación artística en cuanto causa de la acción. Cabe que la recepción resultante vaya anticipada con la producción, pero no representa siempre más que una de las varias acciones posibles, de modo que cualquier acción es el resultado de una selección y nada primario, ninguna variable artísticamente independiente. Por eso la recepción parece ser menos espontánea que la producción, porque supone una reconstrucción y una compenetración psicológica. Pero de ningún modo es más generalizadora ni alienada del individuo que el acto de creación, que es ya enajenación del yo, y, debido a la objetivación y emanci- pación de los contenidos anímicos, significa un abandono de la intimidad. " Alphonse Silbermann: «Kunst», en Soziologie, ed. de René Kiinig, 1958, 562 2. Vivencia artística 1. Educación del artista y del experto En la definición de la recepción artística, y ante las dos funcio- nes fundamentales de propaganda y distracción que le corresponden al arte, generalmente se piensa en la última. La comprensión ade- cuada del proceso se suele dificultar con la consideración unilateral de una de las dos funciones. Cierto que la vivencia artística es so- bre todo goce y placer sensorial; un cuadro logrado es un encanto a los ojos, una composición afortunada un deleite al oído, una poe- sía hermosa una maravillosa figura lingüística. Pero ninguna autén- tica obra de arte existe únicamente para placer nuestro. Claro que hay innumerables obras de arte delicado, ligero, frívolo, que nin- gún conocedor ni amante del arte quisiera echar de menos. Pero el puro placer de índole culinaria, sibarítica, no tiene nada que ver con el gusto claramente diferenciador y no es apropiado a la de- terminación más profunda del arte. El placer sensual y la satisfac- ción reservada, seria, que proporcionan las auténticas obras de arte son por lo común inseparables, aunque irreductibles el uno al otro. La satisfacción que constituye la vivencia, la coejecución, la apro- piación interior de obras de arte, no es ninguna alegría fácil ni cla- ra, sino por lo general una tarea difícil, una rigurosa prueba inte- lectual y moral. La recepción completa de una auténtica obra de arte no ocurre nunca como una distracción agradable y cómoda, amena y sencilla. Fundamentalmente no tiene nada de hedonista, de finalidad sensualista, aunque sí contiene mucha mediación sen- 563 sorial. El estímulo sensible al que no puede renunciar ninguna obra de arte, tiende siempre a algo suprasensible, extraformal, humanís- ticamente substancial, en el que adquiere significado e importancia. La creación artística no es ninguna fruta madura a punto de coger. Para disfrutarla hay que proseguir un proceso que el artista mismo dejó sin terminar. La comprensión adecuada de una obra importante requiere, por tanto, no sólo madurez, concentración, sensibilidad, sentimiento de la calidad y juicio, sino que además presupone una capacidad de complemento y no sólo de reconstruc- ción del producto artístico. Es el hombre de realidad vital universal, exigente, el que recibe con la mayor tensión de sus fuerzas los pro- ductos del arte. La apropiación de las obras, que a menudo le caen al artista como regalo de los dioses, le cuesta una lucha dura. Esen- cialmente se nace como artista, por lo general el experto se educa. El camino más largo y tortuoso no es el de la naturaleza al arte sino el del artista al experto. Ambos están condicionados no sólo individual sino también socialmente, mas la educación de un artista consiste en el desarrollo de una aptitud para la que existe, en lo principal, la disposición; la educación estética del experto, en cam- bio, consta de una operación a menudo mucho más elemental e incomparablemente más variada. La consolidación de la intimidad del sujeto creador en forma fija, en una figura artística autónoma, inmanente, que se separa del nexo vivencia! originario, es lo primero que convierte a la recepción de la obra de arte en una tarea difícil, con la cual tenemos que habérnoslas aquí, y que impide al receptor unirse directamente a la subjetividad del artista y hacer de la vivencia artística una recons- trucción sencilla del acto creador. La emancipación de la figura ar- tística respecto de su génesis, su desprendimiento de la persona del productor y de las circunstancias de la producción hacen posible, sin embargo, la formación de la idea de autonomía en la interpre- tación del arte y en su repetida reinterpretación. 2. La legitimidad de distintas pautas artísticas La afirmaCión de que la recepción de una obra de arte no es la sencilla reconstrucción de su producción y de que en la reconstruc- ción del proceso creador no ha de verse una re-ejecución mecánica, no debe entenderse solamente en el sentido de que no toda época, ni 564 toda ~~cied.ad ni ~odo. individuo son capaces de efectuar una recons- t:uccwn, smo mas b1en en el de que quienes son capaces de ello ~~ecuta~~1 acto de una manera diferente cada uno. «Dos personas», Ice Wilham Empson, «pueden experimentar la obra de arte de un mo?o muy ~i.sti?to, sin que ninguna de ellas esté totalmente en error» · La legitimidad de los juicios diversos de una obra de arre coloca los f~nómenos estéticos en una categoría especial, fundamen- talmente divergente de la esfera de validez de otras manifestacio- nes. Excluy~ sobre todo el riesgo del relativismo. La alternativa de que una actitud es «correcta» y la otra «falsa» apenas sale a relucir en donde se trata de grados de sensibilidad y diferencias de gusto. Igual ~ue una obra de arte no es sencillamente «verdadera» 0 «fa- laz», smo que está condicionada por otros innumerables criter· 1 t . 1 · lOS va ora Ivos, as Interpretaciones sensatas y absurdas de ¡ b · b' · · fi · as o ras tienen tam Ien m mtas variedades. Son convincentes, revitali7.ado- ras, temporales, avanzadas o retrógradas desde el punto de ¡ t "!' · b d v.s a est1 IStico, o a sur as, irreales, históricamente desarraigadas si sentido en relación con el presente y el pasado. ' n En el curso de la historia de su aceptación y enjuiciamiento las obras. de arte cambian, además, no sólo el valor de sus fact~res emocw~ales, no sólo la significación estética de sus elementos for- • males, smo también los criterios de su función social. Así por e'e _ Plo e . d' . l . . , J m . ' .. omo Y~ se m Ico, a mus!Ca «aristocrática» de Chopin se con- virtw en ~rtlculo de masas gracias a la influencia de las condicio- nes postenores, de la popularización de los medios de d'f .. d ¡ · d 1 1 uswn, e negociO e os conciertos y de la industria del disco •. En algunos ?e lo~ grandes poetas y artistas, como Shakespeare, B~lzac Y Dostmevski, Delacroix y Courbet, Berlioz y Wagner la mas poderosa fuerza creadora va unida a un gusto incierto vac·- lante, problemático. En general, como sobre todo en Shake' 1 1 d' · speare, a. Iscrepa?c¡a es consecuencia evidente del gusto dividido del pú- blico, a qmen el autor intenta hacer concesiones. A menudo como ;n B~lzac Y Do~toievski, se debe a las intolerables condicio~es de rab.a¡o en que tienen que producir la continuación de sus obras los escntores sin medios antes de poner en claro la organización de su m~terial. Es bien conocida la explicación que da Taine de la pecuhar forma expresiva de Balzac, de su verbosidad autoembria- : ~~~~m Empson: Sorne Variations of Pastoral, 1950, p. 5. · · Adorno: Introducción a la sociología de (a mu's1'ca, 1962 71 , p. . 565 gadora, de su patetismo barato, de sus artificiosas metáforas, de la ruidosa admiración y ~e la quejumbrosa emoción de su estilo lí- rico. Parte del hecho de que la Comédie humaine no se dirige ya al público sibarita y reservado de las cortes y salones de los siglos XVII y xvm, el cual, debido a la tradición ininterrumpida en que estaba arraigado el gusto literario, no reaccionaba a tonos tan apremiantes y chillones como los de Balzac. Este se dirigía a un círculo de lec- tores semiinstruido a grandes rasgos, acostumbrado al gusto áspe- ro de las novelas de folletín.' Se vuelve a verificar así la prioridad del consumo sobre la producción. El público que llena hoy los cines y da rienda suelta en las lá- grimas a sus sentimientos de placer y dolor, sigue perteneciendo, en el fondo, a la misma capa social y de instrucción que los segui- dores sentimentales de Balzac. En algún sitio observa Thomas Mann que en las obras realmente grandes de la literatura, como por ejem- plo en las de Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, las de la alta tragedia griega y de los maestros de la novela moderna no se llora nunca, y que las lágrimas por el destino de personajes se vierten en la oscuridad irresponsable de los cines. Esto parece tentador, pero no es cierto si lo miramos más de cerca. Tampoco los grandes poe- tas se resisten a la tentación de poner en funcionamiento los lacri- males de sus lectores, e incluso Dostoievski opera a veces con efec- tos a los que no hace sombra la Pequeña Dorrit. Pues lo mismo que la baja burguesía leía a un Dickens y la alta leía a otro distinto; un Dostoievski debía su fama al eco que produjo El Idiota, y otro la debía a Los hermanos Karamasov. Unas veces reflejan la sensi- bilidad y otras el sentimentalismo del público al que sirven. En su estilo desigual compiten siempre dos capas de instrucción y de gustos diferentes. Son siervos y señores de los consumidores; por someterse a ellos y al mismo tiempo, dirigirlos. Igual que el sujeto creador da el primer paso que conduce a su obra no como artista sino como hombre de la praxis, y entra «preve- nido» en la producción, tampoco el sujeto receptor es ningún ser sin experiencia ni prejuicios, por muy incondicionado que parezca y abierto a la impresión que va a sufrir. Aporta tanto vivido ya, tanto que determina su reacción a la obra respectiva, que el ar- tista sólo es responsable parcialmente del efecto que produce su obra. Mas en el complejo de las vivencias artísticas no sólo están 3 Taine: Nouveaux essais de critique et d'histoire, 1865, pp. 104-113. 566 implicados momentos que han influido en el sujeto receptor antes de la génesis de la obra en cuestión, sino también los que han apa- recido después y han modificado el efecto de productos existentes desde hacía mucho. Aunque las obras de arte no siempre mejoran en el curso de la historia, sí se complica su efecto, y pueden alcanzar una profundi- dad, un trasfondo y una riqueza de relaciones que no poseían de antemano. El arte de Homero, heterogéneamente compuesto, que se remontaba a una larga prehistoria y presuponía un público en ningún modo falto de elección, no fue nunca tan «ingenuo», espon- táneo y original como quisiera la leyenda. Pero poco a poco adoptó rasgos que conllevan ya el carácter de una gracia casi propia del ro- cocó y que, por cierto, no pertenecían a· su constitución original. Los milenios que han pasado desde la redacción final de las epo- peyas han participado en el efecto que producen ahora tanto como los siglos que le dieron la forma que tenían hasta la aparición del poeta cuyo nombre llevan. Además, aunque siga siendo tan «senci- llo», el arte elevado e importante apenas lo puede comprender de un modo adecuado la posteridad. Cabe que Homero fuera compren- sible sin más para sus contemporáneos, o al menos para aquellos de sus contemporáneos a quienes iban destinadas las poesías; pero ya no lo es. Volver a ser «infantil», como quería Marx, no se logra cuando se quiere, y tampoco nos serviría de mucho. Por el contra- rio, hay que ser muy adulto y muy poco ingenuo para gozar· la poesía homérica, creada de una manera sumamente artificiosa, la cual presuponía relaciones totalmente desaparecidas, presuposición a la que se llegó gracias a la mediación del neoclasicismo; del Re- nacimiento, de Dante y de Virgilio. 3. La recepción como malentendido o <<mejor>> comprensión de la obra de arte Es increíble lo mucho que cambian las comunicaciones más sen- cillas y las observaciones casuales al pasar de boca en boca y trans- mitirse de una persona a otra. Cuanto más complicado el pensamien- to transmitido y cuanto más personal el mensaje, tanto más decisivo puede ser el cambio que experimentan en el sentido y en la forma a lo largo del proceso. La vivencia artística, en cuanto transforma- ción de la producción en recepción de la expresión artística, puede 567 ser considerada, en el fondo, como una de estas deformaciones y falsificaciones de la visión original. La cuestión estriba tan solo en averiguar hasta qué punto se tiene en cuenta de antemano el des- plazamiento de la producción por el aspecto receptor. ¿No ha de habérselas todo artista con la necesidad de una exageración y am- pliación más o menos fuerte de esa visión, igual que el actor tiene que contar con la distancia de la audiencia respecto del escenario? ¿Acaso no consiste ciertamente la enajenación ae la intimidad por la obra sensorialde arte en esta ostentación embrutecedora? ¿No es este exhibicionismo el que indujo a Hegel a declarar que la obra ultimada no pertenece ya al artista? De todos modos sigue siendo suya en parte, y al menos revela el hecho de que es consciente y dueño de su intimidad, aunque sea en forma estilizada, gracias a su arte. Su lucha por el favor del público es al mismo tiempo una lucha por el dominio de sí mismo. Debido a la proyección hacia fue- ra y a la accesibilidad desde fuera, los procesos artísticos se consu- man en el medio social del que surgieron y se evaporaron en lo inefable. El hecho de que las cosas que el artista comunica a su público no son por entero las que él quisiera decir, se debe a la circunstan- cia de que la voluntad artística subjetiva y la expresión objetivada, el impulso creador y la vivencia artística no se cubren, y la recep- ción no es ninguna mera reconstrucción de la producción. Y no sólo porque el receptor no es ningún oferente, porque construcción y reconstrucción presuponen distintas aptitudes e inclinaciones, sino también porque el proceso creador y receptor representan fases dife- rentes de un desarrollo dialéctico. La respuesta a la pregunta del ar- tista es, de un lado, la obra consumada, de otro, la vivencia de la obra por el receptor, el cual puede comprenderla erróneamente, pero también entenderla mejor que su autor •. En relación con Hamlet, Goethe puede haber tenido el sentimiento de haberse compenetrado más con la idea de la obra que su autor, y lo mismo puede haberle ocurrido a Schlegel con Don Quijote. Finalmente, Unamuno pre- tende ver en esta obra un sentido en el que Cervantes no pudo ha- ber pensado. La idea de que el artista no puede saber todo lo refe- rente a los trasfondos secretos de sus creaciones y de que ni siquiera quiere saberlo todo, se ha convertido en patrimonio general recien- • Cf. G. Dilthey: «Die Entstehung der Hermeneutik», Philos. Abhanilun- gen, dedicadas a Chr. Sigwart, 1900, p. 202. 568 temente, en particular desde el nacimiento del psicoanálisis. Pero si uno persiste en la noción de que la intención consciente del ar- tista constituye el guía más seguro para la comprensión de sus obras, entonces toda interpretación posterior como toda vivencia meramente receptiva y, en cuanto tal, secundaria, parece contener un malenten- dido más o menos arriesgado. No sólo el arte en general y los tipos individuales de arte son fenómenos históricos que varían con la evolución de la sociedad, del gusto y de los estilos, también cambia cada obra aislada su sentido de vez en cuando, pese a su forma concreta, fija de una vez para siempre. Incluso aunque uno no se dé cuenta del hecho de qüe los distintos estilos artísticos sólo se comprenden adecuadamente y se valoran de un modo correspondiente bajo determinadas condiciones históricas y de que bajo otras, en cambio, pasan inadvertidos e inapreciados, apenas puede escapársele el hecho de que, a menudo, las mismas obras, particularmente las de música, se interpretan de manera distinta dentro de períodos relativamente cortos. La viven- cia e interpretación de una obra es con frecuencia más compleja que su concepción y estructura originaria. La recepción de obras anti- guas de arte presenta al menos la combinación de dos estilos: la de los principios estilísticos de su génesis y los de su correspondien- te renacimiento. La producción es el resultado de la evolución artísti- ca hasta el nacimiento de la obra, la reproducción lo es del desarrollo efectuado desde su génesis. Muchos de los contemporáneos actuales recuerdan todavía vivamente la ejecución «romántica» de las obras musicales del repertorio clásico, especialmente la tradición de Clara Schumann, modelo de la penúltima generación, considerada ahora no sólo como anticuada, sino como un estilo que falsifica el verda- dero carácter de las obras. La función que cumple la obra de arte para el autor es desde un principio diferente a la que tiene en la vida del receptor, del lector, oyente o espectador nacido al mismo tiempo o después. Para el artista, la obra es la definición, articulación y organización de estados anímicos caóticos, inconscientes en términos generales y, por de pronto, indesignables, la disolución de una tensión insoportable en su inefabilidad e inarticulación. Para el sujeto de la vivencia re- ceptora es un medio de la catarsis, de la mejor comprensión del mun- do y de sí mismo, un guía para una vida correcta, sensata, una es- cuela de purificación, identificándose con el autor que hacen examen de conciencia y ahondando en situaciones en las que éste coloca a 569 1 sus personajes conscientes. Al autor le sirve de vehículo de liberación Y distensión, al receptor de medio de participación en destinos aje- nos, a través de los cuales aclara la problemática de su propia exis- tencia. Para los simbolistas como T. S. Eliot y Paul Valéry, la creación artística es un proceso de despersonalización y, en su sentido de este concepto, una especie de deshumanización. En cuanto individuo con su vida privada, el artista tiene que desaparecer por completo de la obra de arte, lo mismo que «los hijos de Lady Macbeth» de su tragedia. Este aislamiento de las obras respecto de todo lo que no pertenece a su contenido concreto y su mutua exclusión es lo que se ha de entender por su inmanencia y autonomía, el desprendimien- to de su ser respecto de su génesis, la alienación respecto de su crea- dor y el suelo en donde echan sus raíces. Cabe que su enajenación vaya tan lejos que signifiquen algo totalmente distinto a lo que pretendían sus autores. Este es el sentido de la opinión frecuente de que los personajes, la acción y el desenlace de la complicación siguen su propio rumbo y no el elegido por el autor. Interpretar la obra de arte en este sentido y considerarla un microcosmos cerrado en sí mismo, forma parte indudablemente de la comprensión co- rrecta de su esencia, aunque no encierra toda la verdad acerca de su constitución. Los motivos de la génesis no surgen en modo alguno al mismo tiempo y con el mismo valor que los criterios de la es- tructura estética. La consideración del origen puede desviar la aten- ción de la belleza formal de la obra e incluso destruir su goce artísticamente adecuado. Génesis y validez, producción y consumo, forma autónoma y compromiso ideológico nunca están, sin embargo tan rigurosamente separados uno de otro como en la teoría estética. Mas lo esencial es que, en la creación artística, van entrelazados los principios de ambos órdenes, los del genético y los del fenomeno- lógico, y en la auténtica vivencia receptora. por el contrario, se bo- rran y desaparecen las huellas del origen de los motivos individuales. 570 3. Los consumidores del arte l. Estructura social e intereses artísticos Entre las organizaciones sociales, los artistas y los clientes del arte existe una coordinación correspondiente a las respectivas con- diciones, coordinación que cambia con ellas. La primitiva comunidad de cazadores constituía el suelo social del Paleolítico, sus producto- res artísticos eran magos y brujos y los consumidores de su arte los parásitos que creían en la magia imitadora y explotaban los do- nes de la naturaleza. Hasta el Neolítico no se desarrolló una socie- dad campesina económicamente productiva con una necesidad co- lectiva e individual de arte, con una producción artística correspon- diente al rito animista y una satisfacción de las necesidades indi- viduales condicionada por la familia privada y limitada a tareas decorativas. El despotismo del Antiguo Oriente produjo luego el tipo de patrono política y religiosamente interesado, creando la base para la existencia de artistas no libres que trabajaban en el marco de la economía del templo y del palacio. El clero medieval se servía del arte como instrumento de la cultura autoritaria cristiana, vinculan- do el artista al monasterio, la diócesis o la logia. La burguesía eman- cipadadel vínculo del feudalismo y de la iglesia autoritaria cicsa- rrolló y destruyó en seguida el orden gremial aut(Jflómo, echó los cimientos de los oficios libres, de la praxis artística ~utónoma y pre- paró las formas en que se movieron la clientela artística individual, el consumo privado del arte, así como el mercado artístico, libre de 571 vínculos institucionales y basado en una clientela constante, aunque también fluctuante. La paulatina disolución de las cortes del ancien régime y el de- sarrollo del nuevo capital financiero dieron lugar al coleccionista ar- tístico en el sentido moderno del término, el cual no adquiría ya obras de arte exclusiva o principalmente por razones de prestigio, repre- sentando ya el tipo de comprador anónimo, personalmente situado en el trasfondo del comercio artístico. Este pudo ocultarse general- mente por poco tiempo, pero el tipo de obras preferidas por él se hizo pronto decisivo, y el conocido interés coleccionista constituyó una forma nueva y efectiva de mediación entre artista y público. El coleccionista adoptó algunos rasgos del experto, convirtiendo a éste en consejero suyo. El consumo artístico se cosificó, se hizo cAda vez más dependiente de formalismos y tecnicismos. Y a medida que se relajó la relación entre productor y consumidor se afianzó el co- mún interés objetivo de la creación y recepción artísticas. El recep- tor se fue alienando cada vez más de la persona del productor, mien- tras que la obra despersonalizada se hizo cada vez más familiar para el receptor. Los cambios decisivos en la relación entre artista y comprador artístico yacen en el camino que lleva del permanente patrono y amo, esclavista y señor feudal, al mecenas y patronizador, cliente y comprador, experto y aficionado, participante en subastas y co- leccionista. Las fases más evidentes de la evolución de la esclavitud, del feudalismo, de la tutela eclesiástica y de la disciplina gremial hasta la burguesía emancipada y el predominante capital financiero vienen representados, expresadas en las categorías de, la producción y recepción artísticas, por el artista que dispone libremente de sus obras, el mercado abierto del arte, el productor libre de todo encar- go directo y el coleccionista que elige espontáneamente entre las existencias de la producción respectiva. No existe un público colectivamente receptor de la obra de arte; tampoco existe un sujeto creador en cuanto ente colectivo. Igual que sólo se distinguen siempre individuos productores aislados, tam- bién son siempre únicamente individuos aislados los que viven las obras de arte, por muy unidos que estén, por muy directamente que continúen el estímulo recibido de otro, o recojan, representen y suplan la iniciativa de otro. Dicho en o(ros términos: la obra es vivida por cada individuo a su manera, aunque la masificación de los individuos en auditorios pueda motivar una especie de canta- 572 i 1 gio psicológico y un parecido más o menos amplio d~ las rea~i~ nes. Mas la negación del principio de iniciativas colectivas no slgm- fica en absoluto que la reacción del individuo a las impresiones ar- tísticas no esté influida por la naturaleza del grupo al que perte- nezca. El concepto de público como unidad espiritualmente activa es, ciertamente, una hipóstasis que en modo elguno se revela de manera concreta, permaneciendo una ficción del pensamiento lle- vado a categoría numérica. Pero no por eso deja de haber agrupa- ciones especiales de público por cuya composición se diferencian entre sí o adaptan mutuamente las vivencias artísticas de los indivi- duos. Por escasa que sea la exactitud del concepto de «público» en general, las distintas categorías de público sí están claramente dife- renciadas. En los tiempos históricos no hubo nunca un arte homo- géneo porque nunca hubo un público uniforme, y po:que l?s dis- tintos grupos de público motivaron tipos de arte espec1ales, mcom- patibles por la ideología y la intención, el sentido y el valor, la complejidad y la sutilidad. 2. Estabilidad y movilidad de las capas de instrucción A las distintas capas de instrucción y, dentro de ellas, a los dis- tintos grupos ideológicamente diferenciados, corresponden forma- ciones de público claramente definibles. Mas los partidarios de cual- quier clase de arte, ya sea del elevado, popular o del pueblo, tam- poco constituyen un todo completamente homogéneo. Igual que el arte sublime de la élite instruida es «elevado» en diferente medida y sentido y el arte popular es mediocre de manera distinta, el ~ú blico se compone también en cada estadio de elementos que no solo se hallan individualmente a diferente distancia del ideal artístico típico de su capa de instrucción, sino que también están separa- dos en general del público artístico de las otras capas por límites fluidos. Todos los grupos sociales se caracterizan por cierta flexibi- lidad de contornos, siendo esta flexibilidad uno de los rasgos esen- ciales comunes de toda sociedad estratificada, organizada según es- tamentos y clases. La movilidad social, en cuanto ascenso de una capa a otra más alta, encuentra en el terreno de la instrucción me- nos resistencias que en la economía y en la política, aunque la as- censión en la escalera cultural tenga también en un principio con- diciones económicas y políticas. No por ello deja de reunir a me- 573 nudo una capa de instrucción y el público correspondiente a ella individuos de situación económica y social muy diversa. La lite- ratura francesa de la Ilustración, por ejemplo, se dirigía a un pú- blico lector de igual formación y de pensamiento progresista. Pero suponer que, por ejemplo, Voltaire y Rousseau tenían los mismos lectores, o que hallaban en ellos el mismo reconocimiento y la mis- ma e ilimitada comprensión, equivaldría a tener un concepto suma- mente simplificado de la Ilustración y una idea muy esquematizada de sus portadores. Si, como se afirma, es correcto que no se entiende al burgués francés si no se conoce a Voltaire ', también lo es que no se com- prende a Voltaire si no se concibe lo arraigado que está en la clase media, pese a sus modales señoriales, a sus grandes propiedades y a sus amistades reales. Burgueses, totalmente burgueses son sus simpatías y prejuicios, su sobrio clasicismo,· su desinterés por los grandes pmblemas metafísicos, si, su aversión a toda ocupación con ellos, su religiosidad anticlerical, hostil a toda mística, su oposición a todo romanticismo, a todo lo impenetrable, confuso e inexplica- ble, su confianza en el sano entendimiento del hombre, su convic- ción de que con los medios del entendimiento se puede comprender y juzgar todo lo digno de saberse, su inteligente escepticismo, su tranquilidad racional ante lo próximo, ante lo directamente asequi- ble, ante lo que nos trae y exige el día. Todo esto es burgués, si bien no agota la idea de burguesía, pues también el subjetivismo y el emocionalismo que anuncia Rousseau constituye asimismo otra cosa, igualmente relevante, del espíritu burgués. 3. La dimensión de los grupos de público Cuanto más pequeño sea el grupo de público, tanto más di- recto y personal, íntimo e intensivo será el goce artístico desarrollado en él. El ejemplo extremo de esto lo constituye la lectura solitaria, muda, aislada del mundo exterior, de obras poéticas. En otros gé- neros artísticos, como sobre todo en el teatro y en los conciertos, aumenta generalmente la intensidad del efecto con el tamaño del auditorio. El drama lírico destinado al «teatro intimo» moderno, como, por ejemplo, el de Maeterlinck o el de Hofmannstahl, produ- 1 Joseph Aynard: La Bourgeoisie franraise, 1934, p. 350. 574 1 :• ' ce un efecto semejante al de la lectura íntima, pero lo normal es que la sugestión emocional, en cuanto rasgo característico del efecto de masas, se revele en el teatro y en la sala de conciertos de todo tipo. El fenómeno curioso de que el arte teatral, «democrático» por naturaleza, basadoen la nivelación sentimental de los espectadores, tuviese tanto eco en las cortes principescas de la época absolutista, se explica por la circunstancia de que se daba de antemano el acuer- do del auditorio y no había que establecerlo a través de la sugestión de masas. El sentimiento comunitario que aumentaba con el número de asistentes en los auditorios de Versalles y particularmente de Atenas, era más bien del tipo de la reacción que acompaña el cere- monial o ritual efectuado con mucha asistencia, antes que el de una pura vivencia artística. La fuerza de cohesión del efecto artístico es tanto más sensible cuanto más diversa la composición del público y cuanto más parecidas sean estas relaciones a las de la edad media cristiana y a las de la época isabelina. El auditorio es entonces, efec- tivamente, un gran crisol en donde se nivelan con relativa facilidad las diferencias de clase y los deseos de las distintas capas de ins- trucción, y donde los criterios del gusto parecen ser idénticos gra- cias a su reducción a un común denominador, a menudo mucho más bajo. Pero la semejanza del efecto en condiciones sociales di- ferenciadas nunca se conserVa en relación con todos los factores de la vivencia, ni tampoco los medios artísticos que producen un efecto común profundizan por igual en todos los participantes. Las creaciones de arte auténtico y de gran calidad no contaron siempre más que con la adhesión de capas de público relativamente limitadas. En este sentido, tampoco fueron excepción fundamental las obras de Shakespeare, pues los medios de acción que atraían a las masas a sus piezas de teatro no constituían los elementos más valio- sos de sus creaciones. Estas tuvieron un eco general no gracias a su calidad artística sino pese a ella. Pero no por eso, puede objetarse, dejaron de ser los componentes artísticos los que hicieron atractivo y eficaz lo ofrecido, aunque fuese de una manera inconsciente e in- motivada. Pues los momentos que desempeñan el papel decisivo en la estimación de las obras no son aquellos de los que se es consciente en la vivencia artística. La conciencia de los factores del efecto ar- tístico sólo tiene importancia psicológica. Para el receptor «ingenuo», es decir, normativo, que goza la obra de arte en un nexo práctico, transartístico, puede permanecer oculto e insignificante el valor ar- 575 tístico. Ni siquiera tiene por qué saber que se trata de «arte» cuan- do se encuentra bajo el efecto de agentes artísticos. Toda vivencia artística, ya sea la creadora o la receptora, tiene sus raíces tanto en lo referente a su origen como a su efecto, en una com~nidad, aunque no de modo absoluto en una conciencia de comunidad. Cabe que los rasgos comunes de la vivencia artística de individuos diferentes no tengan nada que ver con la convicción de pertenecer al mismo orden o al mismo grupo social. En las co- munidades primitivas, dominadas por ideas mágicas o animistas Y penetradas del espíritu de ayuda mutua, el condicionamiento social de las vivencias artísticas, aunque no el conocimiento de esta cua- lidad, puede haber sido más fuerte que en las estructuras sociales posteriores, más incoherentes. Pero en tiempos de gran atomización, donde una vivencia comunitaria que recuerda reacciones de socie- dades anteriores, más cerradas y compactas, sólo ocurre por lo ge- neral en representaciones con grandes auditorios, como sobre todo en el teatro, el carácter solidario del efecto no depende únicamente de la magnitud del público. En la sala de conciertos, donde existen semejantes criterios numéricos de aprobación, sucede con menos frecuencia y en forma más débil un efecto de masas de este tipo, por ruidoso que sea el aplauso de los oyentes más jóvenes, recién adquiridos. En el teatro actúan evidentemente momentos determi- nados, inherentes al drama, los cuales faltan en el concierto, para establecer el contacto mágico entre escenario y sala. La directa en- carnación y presencia del actor ha de tener su influencia. El contac- to entre reproductores y receptores de una pieza de teatro es en cier- to modo somático-sensual, esto es, en sentido literal, interhumano, y no suprapersonal o corporalmente indiferente, como el existente en la música entre artistas ejecutores y auditorio. 4. Tú y vosotros El mero hecho de que el artista se dirija con su obra a un lector, oyente o espectador concreto en vez de a uno imaginario, sólo con- diciona en medida relativamente pequeña las implicaciones sociales de su actividad. No se mueve en la esfera social hasta que, en vez de al tú, se dirige al vosotros. Pues igual que la confesión no crea ninguna relación «social» entre sacerdote y penitente, sino una relación impersonal, desprovista de toda interhumanidad, el 576 singular del tú hablado no exime en absoluto al artista del recono- cimiento de la esfera privada. El carácter social se inicia con la in- clusión de un grupo en el proceso. ¿Pero dónde comienza la partici- pación del grupo en la pronunciación? La soledad del individuo ais- lado, en busca de unión, termina ciertamente con la presencia de la segunda persona. Pero el grupo, en el sentido de un público, no se produce ni con éste solo ni con un círculo cuyos miembros se conozcan tan bien que no pueda surgir ni tenga que efectuarse en- tre ellos ningún tipo de tensión, contraste y conflicto, ningún anta- gonismo de índole dialéctica. La unión de dos personas, ya sea en la forma del matrimonio, de la amistad o de socio comercial, no presenta en y de por sí, en el sentido aquí indicado, nada social, dinámicamente dialéctico. A la relación de una dialéctica artísticamente fértil pertenece, al menos, un tercer participante. Como explicó Georg Simmel, en una unión a tres, «cada elemento actúa de intermediario de los otros dos y manifiesta la función doble de éste: unir y separar. En una comunidad constituida por tres elementos A, B y C, a la relación directa existente, por ejemplo, entre A y B, se suma la indirecta que adquieren a través de su común relación con C. Las disensiones que no pueden reajustar los participantes por sí solos, se arreglan al ser incluidas en un todo circundante. La conexión directa no sólo es reforzada por la indirecta, sino también perturbada. No existe ningún nexo tan íntimo entre tres en donde ocasionalmente cada uno sea considerado por los otros dos como intruso ... La estructura sociológica de la unión en ,dos se caracteriza porque a los dos les fal- ta: tanto la vinculación reforzada con un tercero, esto es, con un marco social que va más allá de los dos, como también la perturba- ción y desviación de la reciprocidad madura y directa» 2 • La relación entre el yo y el tú, a menos que los miembros sean totalmente indiferentes el uno al otro, no se caracteriza ni por un abismo insoslayable ni por una proximidad enteramente carente de tensión. Con la intromisión de un tercero se reanima la relación al disminuir unas vece~ o aumentar otras la distancia existente en- tre ellos. En la relación del artista con el público se lucha constan- temente por la aprobación y el reconocimiento, especialmente por el favor de los elementos desvinculados que no toman por de pronto ninguna posición y desempeñan el papel de ese tercero, cuya adhe- 2 Georg Simmel: Sociología, pp. 68-69. 577 sión se puede ganar o perder. Este papel personalmente libre, que se ha de cumplir no sin presuposiciones individuales, caracteriza el modo de ser del receptor independiente, que efectúa una elección li- bre y toma decisiones no preconcebidas. Claro que, prácticamente, tampoco tres personas constituyen todavía ningún grupo social calificable de verdadero público. Pero la diferencia entre dos y tres personas implica el desplazamiento más esencial en su composición y en la conexión interna de sus miembros. Cabe que la tercera persona forme un vínculo reforzan- te o una valla distanciadora entre los dos. Puede poner en peligro la intimidad de las relaciones,pero también puede producir un en- tendimiento en la desunión inminente. El auditorio que debe llegar a un juicio objetivo sobre representaciones artísticas y encuentra en el camino resistencias que ha de superar, empieza a formarse de to- dos modos con esta «tercera persona». Cierto, siempre es el individuo el que lee libros y el que, en los tiempos del mecenazgo y del coleccionismo individual, goza de los cuadros y de las estatuas. Mas, por su intención creadora, los li- bros no se escriben para un solo lector, ni los cuadros o estatuas, aunque producidos para conocedores y coleccionistas individuales, tampoco están destinados a ellos. En la definición del público artís- tico, lo mismo que en la de otras categorías sociales, se trata de la transformación de la cantidad en una calidad nueva. ¿Cuándo empiezan los «granitos» a constituir un montón? La conocida pre- gunta no es esencialmente numérica y no se refiere al número ~í nimo de los elementos implicados, sino que se trata de una cuestwn principalmente cualitativa, y sólo puede responderse con el califi- cativo del salto, gracias al cual los clientes artísticos individuales, aislados entre sí, se masifican en un grupo coherente, con lo que al mismo tiempo termina la relación privada y personal entre mece- nas o protector y artista, cediendo el puesto a una relación más objetiva entre productores y consumidores desvinculados entre s!. Amos y mecenas, clientes continuos y partidarios firmes no consti- tuyen, en el sentido estricto de la palabra, ningún público artístico, pues éste sólo existe donde las relaciones son inciertas y variables, aunque no continuamente precarias. De todos modos, en el concep- to de este público forman parte la movilidad de las capas influyentes, la disminuida seguridad de los artistas aislados, así como las cre- cientes oportunidades de los artistas en general y la participación 578 de ambos partidos, del productor y del consumidor, en la fluctuante coyuntura del mercado. Debido a la disolución del patronazgo que garllntizaba a los ar- tistas, o en todo caso a una parte considerable de ellos, la seguridad material, y a causa del nacimiento del mercado libre, que motivó en el terreno del arte una competencia ilimitada, se originó un pro- letariado artístico con necesidades desconocidas hasta entonces. Sin embargo, la creación de los estados de previsión social en Occidente y el general afán de educación de la creciente y cada vez más ~ica clase media suavizaron pronto los rigores de este proceso de proleta- rización y crearon incluso condiciones por las que, finalmente, nin- gún experimento artístico quedó sin eco ni protección, de suerte que puede afirmarse tranquilamente que el patronato público del floreciente comercio artístico ha resarcido suficientemente, aunque de modo confuso e inadecuado a los valores reales, el desaparecido mecenazgo. El público atemorizado por los artistas avanzados y ca- rente todavía de juicio reaccionó con aplausos a la afrenta más grave. Cuanto más atrevidos eran los rebeldes tanto más seguros podían estar de su efecto desconcertante. La única defensa eficaz de la agredida burguesía era que no se sentía afectada y maldecía con ellos. La conciencia de que la tolerancia de la burguesía para con la revolución que se efectuaba en el arte no alteraba en absoluto la falta de influencia práctica de los artistas militantes, hacía que éstos se desesperasen, permitiendo, sin embargo, que los atacados aplaudiesen en tanto se sentían seguros en lo demás. S. Tipos históricos y composición del público artístico El público presenta diver-sos tipos, con representantes en todos los géneros artísticos. Pero donde se diferencian con más claridad es en la literatura, donde los clientes fijos tampoco pueden aspirar en modo alguno al rango de la intelectualidad literaria, sino que tan sólo quieren ser entretenidos literariamente, aunque lean sin ninguna selección en absoluto. La mayoría del público lector per- tenece a este tipo, particularmente en las épocas en que la certeza ideológica está limitada a una fina capa social e ilustrada y la con- ciencia de clase se ha borrado a consecuencia de la multiplicidad de los factores determinantes locales. De los representantes de este tipo, ideológicamente más o menos conscientes, se diferencian sobre 579 todo los lectores vinculados al autor por inclinaciones personales, emocionales o intelectuales, o que por ser literatos, críticos e historia- dores de literatura profesionales forman parte de la base de su pú- blico y aconsejan y dirigen a los demás lectores gracias a su senti- miento de la calidad, a su sensibilidad o a su información histórica. Pero esta tipología, al igual que toda tipología histórica, es de- fectuosa e inconclusa. Según el surgimiento de tareas nuevas y posi- bilidades de éxito los tipos nuevos se actualizan y permanecen en un sistema abierto, cada vez más diferenciado. El tosco auditorio de los bardos prehoméricos deviene la audiencia exigente de los rap- sodas, los cuales procuran satisfacer a un público más diversificado y, además de los convidados de los banquetes de las cortes principes- cas y nobles, también intentan agradar a la gente en las fiestas po- pulares, en los mercados y en estufas públicas. El literato, esto es, el lector estilísticamente interesado, conocedor de la historia y capaz de juicio estético, es un producto del helenismo, con su orientación internacional, sus centros de enseñanza y sus cometidos especializa- dos. La división económica del trabajo y el principio de acumulación del nuevo capitalismo, transnacional, helénico, constituyen las ba- ses de los literatos, que no son un gremio profesional, aunque tam- poco un lectorado difuso en cambio continuo, sino que son mera- mente lectores que necesitan distracción. De acuerdo con su cultura religiosa autoritaria, la Edad Media limita, por de pronto, no sólo la escritura sino también la lectura a una capa especial, al clero encargado de la propaganda eclesiás- tica y de la formación de la ideología clérico-feudal. La leyenda he- roica, la lírica caballeresca y el teatro popular florecen a la sombra de la literatura espiritualmente autoritaria o son desplazadas tem- poralmente por ella. Pero el escritor erudito, de formación y pensa- miento religioso, todavía no es idéntico en absoluto con el lector habitual y competente de la Edad Moderna. Fue el humanismo del Renacimiento el que por primera vez desarrolló el concepto nuevo del público lector, distinto a las ideas medievales, debido al ejemplo ~e la él~te espiri~ual de los filólogos helenistas y gracias a la propia 1deolog1a comphcada, basada parcialmente en talento y en cultura laica. Entre las presuposiciones del humanismo se cuenta ya un público nacido en la segunda mitad de la Edad Media y descono- cido todavía a principios de ésta, un público que no presenciaba ya en grupos más o menos grandes la exposición oral de sagas, his- torias de héroes, acontecimientos bíblicos y leyendas de santos, sino 580 que empezaba a leer libros a ser posible en aislamiento individual. En el Norte de Francia y en el cambio del siglo xn surgió un tipo de poeta parecido en cierto modo al escritor moderno, poeta que ya no redactaba canciones y cuentos para ser recitados sino historias para ser leídas. Antes los viejos poemas épicos se cantaban ante una nobleza militar, las epopeyas cortesanas se recitaban aún ante una aristocracia ampliada por los empleados de la corte, mientras que las novelas de amor y aventura surgidas ahora estaban desti- nadas exclusivamente a la distracción, especialmente para el entre- ~enimiento de las damas. Albert Thibaudet, quien atribuye la mayor Importancia a esta función de la nueva literatura narrativa, consi- dera que esta variada composición del público lector gracias a la entrada de las mujeres es la causa principal de los cambios forma- les que experimentó la literatura occidental'. Afirma que es ahora,
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