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Agradecimientos El autor desea agradecer a las siguientes personas, que han cooperado con entusiasmo y sabiduría en algunas de sus partes Profesores FERNANDO FUEYO FRANCISCO MERINO CÉSAR PARADA por sus comentarios críticos a la edición de los dos primeros tomos, publicados en 1975 Ayudantes JANETT FUENTEALBA MARÍA EUGENIA JAÑA por su revisión acuciosa a la misma edición Ayudantes PATRICIA CHOTZEN CAROLINA MENA GLORIA MONTT ISABEL OGALDE SIMÓN RAMÍREZ PAOLA ROBINOVICH por su cooperación en la recopilación de la jurisprudencia y doctrina de los tomos III y IV y en las exposiciones de las clases que ofreció el autor Profesores MANUEL ÁNGEL GONZÁLEZ GONZALO LINAZASORO y Ayudantes CAROLINA MENA GLORIA MONTT CAROLINA VERGARA por la elaboración de los casos contenidos en el Tomo V Secretaria PATRICIA DONOSO por la dactilografía esmerada de los Tomos III, IV y V 9 Es conocida mi afición de muchos años por la docencia activa del Derecho, y en mi caso, del Derecho Civil. Pienso que adquirí esta afición con motivo de los diplomados en metodología de la enseñanza y de la investi- gación jurídicas que seguí durante 1967 en las Universidades de Stanford y de California en Los Ángeles (U.C.L.A.), junto con otros jóvenes profesores chilenos becados por el programa Chile-California. Lo que allí aprendimos y lo que luego razonamos nos llevó a dichos profesores, cuando retornamos a Chile, a fundar el Instituto de Docencia e Investigación Jurídicas, del cual fui Se- cretario Ejecutivo, en cuyo seno tuvo lugar la que creo ha sido la más seria y profunda discusión académica sostenida en nuestro país acerca del concepto y naturaleza del Derecho, su proyección ética, su relación con las demás ciencias sociales, su investigación y su enseñanza. En esa época escribí los dos primeros tomos de un libro de materiales para clases activas, los que abarcaron tan sólo algunas materias sobre la teoría de la ley, los derechos subjetivos y la teoría de los actos jurídicos. Esos tomos circularon a mimeógrafo a partir del año 1970, y fueron editados por primera vez en 1975. He continuado ininterrumpidamente con mi vocación docente desde entonces, por espacio de más de cincuenta años, tanto en la Universidad de Chile, mi universidad, como en la Universidad Diego Portales, que me acogió en tiempos difíciles, y en otros planteles de educación superior, produciendo cada vez diversos apuntes, presentaciones, casos y ejemplos, que se han ido acumulando en mis archivos, y que algunos amigos y exalumnos me han propuesto editar como continuación de NOTA INTRODUCTORIA GENERAL los dos tomos publicados originariamente en 1975. Siguiendo la sugerencia de esos amigos y exalumnos, he distribuido esos apuntes, presentaciones, casos y ejemplos en diez grupos diferentes de materias, que debieran dar origen a diez tomos, con los cuales se cubriría en su totalidad el contenido de Derecho Civil que tradicionalmente se en- seña en los cursos de pregrado de nuestras Facultades de Derecho. Esta vez entrego a la editorial tan sólo cinco de esos diez tomos, en la esperanza de tener más adelante la vida y la fuerza necesarias para publicar también los que faltan, sobre derecho de las personas, derechos reales, obligaciones, derecho de familia y derecho sucesorio. Cuatro de los cinco tomos que ahora se publican cubren el concepto de Derecho Civil, la teoría de la ley, los derechos sub- jetivos, la teoría de los actos jurídicos, la declaración unilateral de voluntad, la teoría general del contrato, los cuasicontratos y los hechos ilícitos y la teoría de la respon- sabilidad civil. El tomo quinto se destina a los trabajos en talleres para la confección de estudios de títulos y redacción de actos, contratos y testamentos. Parece necesario reiterar aquí lo que ya señaláramos en una advertencia contenida en la primera edición de 1975: Que estos materiales para clases activas no constituyen ni un texto ni un manual de aquellos que se han usado tradicionalmente en nuestras Escuelas de Derecho. Los lectores no en- contrarán aquí explicaciones sistemáticas acerca de algunas instituciones jurídicas, ni los alumnos encontrarán síntesis para me- morizar la materia. El objetivo de un libro de materiales para clases activas es poner a 10 Curso de Derecho Civil - Tomo I disposición de los alumnos la información elemental que les permita tomar una po- sición personal crítica frente al problema jurídico que se les presentará. Se trata de extractos de doctrinas sustentadas por juris- tas de posiciones diferentes, de sentencias judiciales, de problemas, ejercicios y casos hipotéticos elaborados para incitar el interés de los alumnos en determinadas materias y en la resolución de diversos problemas. Se trata de que el alumno no sólo adquie- ra conocimientos acerca de algún tema jurídico, sino especialmente que pueda razonar acerca del mismo y adoptar una posición crítica frente a la norma vigente que le permita, más tarde, modificarla o sustituirla conforme a los requerimientos del cambio social. El alumno debe aban- donar la sala de clases con una actitud que sea precisamente la contraria a aquella con que lo hacía después de la clase magistral, de acatamiento y veneración de la norma vigente. El contenido de los cuatro primeros tomos de estos materiales se ha elaborado –como ya se dijo– durante muchos años de ejercicio de la docencia. La materia tratada por el profesor en cada clase figura en este libro bajo el rubro “explicación”. Esta materia fue normalmente recogida por algún alumno durante la clase y –revisada posteriormente por el autor– se ha incor- porado a esta obra de la manera señalada. El nombre del tal alumno (que más tarde devino en ayudante y en algunos casos, incluso, en profesor) se señala siempre en cada tomo. El autor desea señalar aquí su profundo reconocimiento a tales alumnos, sin cuya colaboración esta obra no habría podido publicarse. En cambio, los trozos de autoría de otros profesores o juristas nacionales o extran- jeros fueron repartidos normalmente a los alumnos para lecturas previas, lecturas controladas o lecturas de profundización, o bien, como material para discusión, crítica o debate. Los nombres de tales autores y de sus obras se citan, como es obvio, en cada caso y se publican como “fragmentos”, conforme a la autorización contenida en el art. 38 de la Ley Nº 17.336, sobre Propiedad Intelectual. Los casos hipotéticos y las pre- guntas que figuran en estos primeros cuatro tomos fueron llevados por el autor a clases con el objeto de producir un debate entre los alumnos. La bibliografía que a veces se señala después de cada materia fue la que se entregó a los alumnos para sus trabajos de investigación. En consecuencia, estos cinco tomos de materiales para clases activas son, en ver- dad, una producción colectiva, que ha sido posible con la colaboración de innumera- bles personas durante años que ya parecen incontables, en los cuales el autor no ha pretendido jugar un papel protagónico ni una dirección personalizada. Si alguien me preguntara quién es el verdadero autor de estos cinco tomos, confieso que me gustaría contestar: “Fuenteovejuna, señor”. Santiago, abril de 2010. GONZALO FIGUEROA YÁÑEZ 15 I. ALGUNAS CLASIFICACIONES DE LAS CIENCIAS Sin perjuicio de la existencia de las cien- cias matemáticas, aquellas que estudian el universo se han clasificado en ciencias de la naturaleza y en ciencias sociales. Las primeras se dedican o tienen por ob- jeto el estudio de la naturaleza. Así sucede, por ejemplo, en el caso de la biología. Por otra parte, denominamos ciencias sociales a aquellas ciencias cuyo objeto de estudio es la sociedad humana. La sociolo- gía y el derecho son ejemplos de ciencias de este tipo. Para estudiar la sociedad humana, las ciencias sociales suelen utilizar dos tipos de razonamiento. Unos son los razona- mientos causales, utilizados por quienescreen que el principio de la causalidad es aquel que permite explicar la realidad. Los razonamientos causales o explicativos bus- can encontrar una relación permanente y necesaria entre causa y efecto para explicar los fenómenos sociales. Por otra parte, es posible que en la rea- lidad social existan “normas” que busquen “forzar” una conducta hacia un “deber ser”, conductas que pueden no suceder o no ser seguidas por el grupo social. Este “deber ser” es teórico, imaginado, querido. El razonamiento normativo prescribe una conducta. Los seres humanos pueden ser objeto de estudio por todas estas ciencias. Así, pueden ser objeto de estudio por las cien- cias naturales, como ocurre, por ejemplo, en el caso de la biología. Pero también pueden ser objeto de estudio por las cien- cias sociales, como ocurre en el caso de la sociología, la antropología, la economía o el derecho. Estas ciencias podrán estudiarlos aplicando cualquiera de los razonamientos antes descritos: a través del razonamiento explicativo o causal, como ocurre normal- mente en el caso de la psicología o de la sociología; o bien, por el razonamiento normativo, como ocurre normalmente en el caso del derecho. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Busque “normas” que sean generalmente acatadas por la mayoría de la sociedad a la que usted pertenece. 2. Busque a continuación “normas” que algunas personas acaten y otras desobedezcan. 3. Busque finalmente “normas” que gene- ralmente sean desobedecidas. 4. Determine si las normas que usted encon- tró, al contestar las preguntas anteriores, pueden considerarse “normas jurídicas”, o de derecho, o si, por el contrario, son normas “morales” o simplemente “sociales”. Trate de encontrar una diferencia entre las normas “jurídicas” y las otras normas. II. CONCEPTO DE DERECHO El Derecho es una ciencia normativa. Su objetivo fundamental es “ordenar” la vida social, la comunidad, la convivencia, la coexistencia entre los seres humanos que conforman la comunidad. El Derecho se fundamenta, en consecuencia, en ciertas “normas” destinadas a ser obedecidas por el cuerpo social. C a p í t u l o I EL DERECHO EN EL CONTEXTO DE LAS CIENCIAS SOCIALES. CONCEPCIONES DEL DERECHO 16 Primera parte. El Derecho y sus fuentes El Derecho es parte de la vida social, y como tal, es parte de la cultura de un pue- blo, en conjunto con el arte, la religión, la literatura, las costumbres, los ideales colectivos y las formas de enfrentar la vida y la muerte. Así, por ejemplo, el antiguo derecho romano, caracterizado por su frialdad y dureza, manifiesta la dureza y frialdad del propio pueblo romano que lo creó. La voz “Derecho” se usa en general en dos acepciones: derecho objetivo y derecho subjetivo. Cuando hablamos de derecho objeti- vo, nos referimos al conjunto de normas obligatorias que regulan la vida social en una sociedad determinada. Así, se habla de Derecho Civil, Derecho Penal, Dere- cho Constitucional, o bien de Derecho francés, Derecho internacional o Derecho Romano. En cambio, entendemos como dere- cho subjetivo la facultad concedida por el derecho objetivo a una persona que le permite exigir de otra que dé, haga o no haga alguna cosa. Así, hablamos de “mi” derecho de propiedad sobre una casa, o mi derecho a que el deudor me pague lo que me debe o mi derecho al nombre, a la vida o a la dignidad. III. FUNCIONES DEL DERECHO EN LA VIDA SOCIAL (Entendiéndolo en su acepción de derecho objetivo) El derecho objetivo cumple con las siguien- tes funciones en la vida social: 1. Función de certeza y seguridad. Propor- ciona a los individuos la confianza de que los demás se comportarán de la manera esperada y prescrita por la norma y que en caso de comportarse de una manera distinta, el mismo sistema jurídico esta- blecerá las consecuencias o sanciones que esa transgresión merezca. Así por ejemplo, cuando manejamos un automóvil tenemos la certeza de que los demás conducirán los suyos de la manera establecida por la norma, esto es, por la derecha. 2. Función de herramienta del cambio social. El derecho puede ser utilizado por los Estados como un medio para modificar ciertas conductas o situaciones, con el fin de lograr ciertos objetivos sociales fijados en consideración al bien común. Ello sucede, por ejemplo, en el caso de los impuestos redistributivos, de las normas que pres- criben un aumento de remuneraciones, de la ley de reforma agraria, de la ley de nacionalización del cobre, etc. 3. Función de resolución de conflictos. Los deseos humanos de usar o adquirir ciertas cosas limitadas en número o de ejecutar ciertas acciones que no todos pueden ejecutar a la vez, provocan conflictos de intereses. Para solucionarlos es necesaria una regulación objetiva que establezca los derechos de las partes y los procedimientos equitativos a los que podrán someterse para hacer valer esos derechos, de modo que una vez resuelto el conflicto, las partes involucradas resulten igualmente satisfechas. 4. Función de organización del poder político. El derecho tiene también como función la organización de los poderes del Estado y de sus órganos administrativos. Al organizar esos poderes y órganos limita el campo de acción de cada uno. Al regular y limitar el poder de los órganos que lo detentan el derecho garantiza las libertades indivi- duales, impidiendo su ejercicio abusivo, y facilitando en esa forma el libre ejercicio de los derechos de las personas. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. ¿Cree usted que es posible la existencia de una sociedad humana sin derecho? 2. Recuerde un día cualquiera de su propia vida y señale cuáles acciones ejecutadas por usted fueron regidas por el derecho y cuáles no lo fueron. 3. Busque leyes que estén vigentes en Chile cuya función diga relación con la certeza jurí- dica, con un propósito de cambio social, con la resolución de conflictos o con la organización 17 Cap. I. El Derecho en el contexto de las ciencias sociales. Concepciones del Derecho del poder político y el resguardo de los derechos de las personas. IV. LA TRIDIMENSIONALIDAD DEL DERECHO En su estructura interna es posible encon- trar en el derecho una dimensión normativa, una dimensión valorativa y una dimensión conductual. a) Si nos adentramos en el campo de las normas, encontramos tres tipos de normas: las normas morales, las normas jurídicas y las normas sociales. Las normas morales rigen un aspecto interno de los individuos, relacionado con su conciencia. Determinan lo que para ese individuo es bueno o es malo. Su coacción es independiente de la norma misma, puesto que la infracción de una norma de este tipo no genera la puesta en marcha del aparato sancionador del Estado. Esto no obsta a que dicha infracción pueda generar otro tipo de sanciones, vinculadas con el arrepentimiento o el perdón. Las normas sociales dicen relación con los modos, los usos o los hábitos. Son reglas mínimas surgidas dentro de cualquier so- ciedad para la convivencia armónica de los individuos que la componen, tales como las normas de etiqueta, las reglas del decoro. Ellas tampoco son coactivas, porque la in- fracción de la norma sólo puede acarrear sanciones sociales como el rechazo hacia quienes las incumplen, la maledicencia, el desprecio o el rumor. Así por ejemplo, una persona que come con las manos, difícil- mente volverá a ser invitada a cenar. Finalmente, las normas jurídicas rigen en el ámbito externo, están establecidas por el Estado para regular la convivencia de los individuos y son esencialmente coactivas. La coacción está vinculada con la norma misma y es su elemento característico, por- que su sola infracción pone en marcha el aparato coactivo del Estado con el objetivo de sancionar, a través del uso de la fuerza, tales conductas infractoras. Las normas (sean morales, jurídicas o sociales) también pueden ser clasificadas según su vigencia. Hay normas formalmen- te vigentes y normas conductualmentevigentes. Las normas formalmente vigentes son aquellas que se encuentran establecidas en cuerpos legales, como los códigos, los cuales han emanado de la autoridad competente, sujetándose al procedimiento establecido en la ley para su formación y no se encuentran derogadas. Si han sido establecidas de este modo, esas normas son válidas y por lo tanto deberán cumplirse, bajo amenaza de sanción. Las normas conductualmente vigentes han sido creadas espontáneamente por la sociedad; su proceso de formación no ha estado sujeto a formalidad alguna por lo que es difícil determinar el momento pre- ciso en que ellas empezaron a ser acatadas. Pero al ser creadas por la sociedad misma, ellas son normalmente cumplidas y pueden ser eficaces. Las normas conductualmente vigentes podrán dar origen a una posterior creación de una norma jurídica que regula la conducta de que se trate. b) Desde el aspecto valorativo, podemos notar que en cada norma se encuentra inserto un contenido asociado a determi- nados valores. El objetivo que la norma se propone, aquel “deber ser” ideal, es valórico y señala hacia dónde se quieren guiar las conductas de los individuos que componen la sociedad, cuál valor se quiere alcanzar. Así, por ejemplo, las normas que regulan el tránsito, las que establecen la protec- ción de la propiedad y las que prohíben el homicidio tienen como fin orientar las conductas hacia la obtención de una mayor seguridad en la sociedad. Si el fin que se propone la norma es lo- grar una mayor estabilidad social o facilitar la organización social, pueden establecerse disposiciones que regulen las relaciones de familia o fijen las atribuciones de los poderes públicos. Para lograr una mayor igualdad entre los habitantes de un país, pueden estable- cerse normas que regulen los impuestos, 18 Primera parte. El Derecho y sus fuentes la redistribución de las riquezas o los con- cursos públicos, etc. También encontramos normas establecidas con el fin de proteger la libertad de los individuos, tales como las que regulan los derechos individuales, las que velan por la libertad de enseñanza o por la libertad de expresión y de opinión. c) Finalmente, desde el aspecto conductual, es necesario que la norma se cumpla de hecho en la sociedad. La norma que no se cumple no es más que una frase escrita en un papel y el valor contenido en ella es nulo. Podría compararse con una frase es- crita en una novela. Se dice que una norma que se cumple debidamente es una norma “eficaz”. El derecho se juega realmente en su eficacia. Si sus normas no son cumplidas, no son más que meras declaraciones de principios. Puede decirse que la norma ha dejado de ser jurídica. El desuso de la norma, su obsolescencia y su desobediencia son formas de iniciar el camino hacia su derogación. Así sucedió, por ejemplo, con la derogación de la norma que penaba el adulterio, o el consumo de alcohol en los Estados Unidos. Mediante el uso de encuestas, es posible medir el comportamiento de la sociedad frente a alguna norma formalmente vigente, esto es, medir la eficacia del Derecho. Las investigaciones más comunes tien- den a averiguar las razones por las cuales la norma es cumplida o incumplida. Por ejemplo, por qué motivo las personas matan o dejan de matar, roban o dejan de robar, verificando si se cumple en estos casos el efecto disuasivo de la ley penal. Los que piensan que el derecho es una disciplina tridimensional, sostienen la im- portancia de la interrelación entre norma, valor y conducta. Para ellos ninguna de estas facetas puede faltar. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Distinga entre ley vigente y ley eficaz. 2. ¿Qué estima usted que es más importante en el derecho: el ser o el deber ser? 3. ¿Cómo cree usted que influye la sanción penal en la eficacia de la ley? ¿Cree usted que aumentando la sanción pueden imponerse ciertas conductas? V. OBLIGATORIEDAD DE LAS NORMAS JURÍDICAS La norma jurídica se diferencia de las otras normas morales o sociales en los medios coercitivos que usa para ser obedecida, en la sanción que impone a su incumpli- miento. ¿Cómo puede imponerse cualquier nor- ma? Puede hacerlo a través de un sistema de premios, los que sirven de incentivos para su cumplimiento, o de sanciones, para el caso de incumplimiento. Por ejemplo, para que un niño cumpla las normas impuestas por sus padres puede utilizarse un sistema de incentivos, a través de premios, como dulces y felicitaciones cada vez que cumpla con esas normas, o bien sancionándolo cada vez que las incumpla, por medio de castigos. Por ejemplo, privándolo del postre o de la televisión. El adulto cuando cumple con sus deberes sociales puede ser premiado con el aplauso y la buena consideración, ganando honores y respetabilidad; en cambio, cuan- do los incumple, puede ser sancionado a través del repudio social. La imposición de cualquier tipo de nor- ma puede seguir el siguiente proceso: – En primer lugar, con el convencimiento íntimo de que la norma debe ser cumplida. Para llegar a tal convencimiento puede ser necesaria una etapa de educación. Podemos entender a la educación como un proce- so social complejo que tiene por objeto imponer en definitiva ciertas conductas terminales. – Luego, puede imponerse la norma a través de un proceso de publicidad y propaganda, consistente en la insistencia, a través de cualquier medio (incluso la proyección subliminal), de que tal norma debe ser cumplida. Un ejemplo son los letreros que prohíben fumar en recintos cerrados y públicos. – También puede imponerse una norma a través de consejos, los que se utilizan 19 Cap. I. El Derecho en el contexto de las ciencias sociales. Concepciones del Derecho bastante para imponer las reglas de trato social. Por ejemplo, indicando lo ridículo de hacer lo que nadie hace. – Otra posibilidad para la imposición de una norma es la utilización del miedo, a través de amenazas. En esto consiste, en el campo jurídico, el efecto disuasivo del Derecho Penal. Un posible delincuente puede evitar el delito por temor a ser some- tido a una pena. El pecado entra también en esta categoría. – Una norma también puede imponerse por medios coercitivos de naturaleza privada de tipo vengativo, como en la Ley del Talión. En este caso, estamos en presencia del uso de la fuerza individual para castigar a quien ha infringido una norma, se está haciendo justicia “con su propia mano”. – Finalmente, la norma puede imponerse a través de la ejecución jurídica forzada, que consiste en la ejecución de hechos o imposición de sanciones a través de órganos imparciales del Estado, que tienen imperio o poder para actuar impositivamente. En esta hipótesis, el Estado está facultado para imponer las normas a través del uso de la violencia, como en la aplicación de penas de muerte, de privación de libertad, embargo de bienes, quiebra forzada, etc. Esta última es la vía que caracteriza al Derecho y distingue a las normas jurídicas de las otras normas. Si bien el Estado puede usar cualquiera de las otras vías, como el convencimiento, la educación o la pro- paganda, ellas no son características del Derecho ni de sus normas. La característica fundamental del Derecho es la posibilidad de coerción. El Derecho es un mundo de normas que pueden imponerse coercitivamente. En este mundo se mueven los juristas. No olvidemos, sin embargo, que esas normas tienen un objetivo y que ese objetivo es un valor de carácter moral, que se aplicará en una sociedad que espera alcanzarlo. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Busque en su propia conducta diaria algunas acciones que usted realiza por convenci- miento íntimo acerca de que es bueno realizarlas; o por haber sido educado para realizarlas, a pesar de no serle gratas; o por algún consejo recibido; o por temor a recibir alguna represalia de parte de una persona privada. Busque, finalmente, algunas acciones que usted realiza por imposición legal. 2. Lealos artículos 1º, 2º, 3º inciso 2º, 8º, 10, 14, 20, 75, 131, 133, 136, 182, 243 y 321 del Código Civil y procure establecer si ellos sirven para ilustrar lo que se ha señalado en este párrafo. Si se tratare de normas coercitivas, señale cuál es su respectiva sanción. 21 Las normas jurídicas se organizan jerárqui- camente en una estructura piramidal, en la que las normas inferiores deben acatar lo que ordenan las normas de jerarquía superior. Las normas de mayor jerarquía se encuentran en la Constitución Política; luego vienen las leyes (vocablo en el que pueden incluirse los decretos con fuerza de ley y los decretos leyes) y en la jerarquía inferior se ubican los decretos supremos y otras normas similares. I. LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA REPÚBLICA DE CHILE Fue ratificada por plebiscito efectuado el 11 de septiembre de 1980. Comenzó a regir el 11 de marzo de 1981. Consta de 120 artículos permanentes y 34 artículos transitorios. Puede definirse como la “Ley de leyes”. También se la señala como la Carta Fun- damental. Es la principal fuente del ordenamiento jurídico chileno y la base de nuestra ins- titucionalidad. Como ya se dijo, todas las normas jurídicas restantes deben subordi- narse a ella, deben guardar conformidad con ella y ser creadas por las autoridades facultadas en ella para hacerlo, siguiendo el procedimiento establecido para la forma- ción de las normas jurídicas en ese mismo cuerpo legal. Las Constituciones encuentran su funda- mento en diversas concepciones ideológicas de la filosofía o de la ciencia política. En Chile, que es una república democrática (artículo 4º de la Constitución), el funda- C a p í t u l o I I LA JERARQUÍA DE LAS NORMAS JURÍDICAS mento de la Constitución debe encontrarse en la voluntad popular manifestada al mo- mento de ratificar la Carta Fundamental mediante plebiscito. II. LA LEY 1. Definición Marcel Planiol, jurista francés del siglo XX, la define como “una regla social obligatoria, establecida con carácter perma- nente por la autoridad pública y sancionada por la fuerza”. De esta definición parece conveniente en Chile reemplazar la frase “autoridad pública” por “poder legislativo”, para no confundir la ley con otras normas de menor jerarquía. Nuestro Código Civil la define en su artículo 1º como “una declaración de la vo- luntad soberana que, manifestada en la forma prescrita por la Constitución, manda, prohíbe o permite”. De esta definición podemos destacar tres elementos: – La ley es una “declaración de la voluntad soberana”; la ley nace de la voluntad del so- berano. La soberanía, conforme al artículo 5º de la Constitución “reside esencialmente en la nación”, y en consecuencia, es el pueblo el soberano que, para la creación de sus leyes, manifiesta su voluntad a través de sus repre- sentantes elegidos periódicamente. No son leyes, por tanto, los decretos dictados por el Presidente de la República en ejercicio de su potestad reglamentaria. – Esta voluntad del soberano debe manifestarse en la forma que prescribe la 22 Primera parte. El Derecho y sus fuentes Constitución. Se señala aquí la jerarquía constitucional y la subordinación de las leyes a la Constitución. – La ley “manda, prohíbe o permite”. Veremos esta clasificación más adelante. 2. El Poder Legislativo Es el llamado a manifestar la voluntad soberana, mediante la creación de las leyes. Está establecido y regulado en los ar- tículos 42 a 72 de nuestra Constitución Política, artículos que establecen que el Poder Legislativo está compuesto de dos Cámaras: la Cámara de Diputados y el Senado. Se trata, por lo tanto, de un par- lamento bicameral. La Cámara de Diputados está compuesta por 120 miembros, elegidos en votación directa por los distritos electorales que ha establecido la ley orgánica constitucional respectiva. Conforme a ella, se eligen dos diputados por cada distrito. Se renuevan íntegramente cada cuatro años. En cuanto al Senado, está compuesto por miembros elegidos en votación di- recta por circunscripciones senatoriales. Las circunscripciones senatoriales corres- ponden a las distintas regiones del país. Sin embargo, algunas de ellas han sido divididas en dos circunscripciones. A cada circunscripción le corresponde elegir dos senadores. Cada senador dura ocho años en su cargo, renovándose alternadamente cada cuatro años. Las Cámaras funcionan en sesiones ordinarias y en sesiones extraordinarias. Las sesiones ordinarias son aquellas que se celebran en los períodos comprendidos entre el 21 de mayo y el 18 de septiembre de cada año. Las sesiones extraordinarias se celebran fuera de esos períodos, ya sea por convocatoria del Presidente de la Re- pública o del propio Congreso. 3. Asuntos que son materia de ley El artículo 60 de la Constitución co- mienza con el enunciado “Sólo son materias de ley”, y establece luego una enumeración taxativa de aquellas materias que sólo de- ben regularse por medio de una ley. Este artículo 60 establece un dominio legal máximo, y por lo tanto, ni el Presidente ni ningún otro órgano del Estado está fa- cultado para regular mediante decretos las materias señaladas en este artículo. Los actos dictados en contravención de esta norma adolecen de nulidad de Derecho Público, en virtud de lo que expresa el artículo 7º de la Constitución. El artículo 60, por lo tanto, establece un límite a la competencia del Presiden- te de la República para dictar decretos y reglamentos. No obstante, el Presidente puede solici- tar autorización al Congreso, la cual deberá otorgarse por ley, para dictar decretos que regulen materias de ley. Estos son los llama- dos decretos con fuerza de ley, sometidos sin embargo a ciertos requisitos: la facultad delegada debe ejercerla el Presidente en un plazo no superior a un año, no puede delegarse la facultad de dictar normas que se refieran a materias relacionadas con la nacionalidad, la ciudadanía, las elecciones y plebiscitos, o las garantías constitucionales, ni tampoco podrá delegarse esta facultad para regular, mediante decreto con fuerza de ley, materias de leyes orgánicas constitu- cionales ni de quórum calificado. La auto- rización debe señalar las materias precisas que deberán ser reguladas y el Presidente no puede excederse en esas facultades. 4. Tramitación de la ley Las leyes pueden tener su origen en la Cámara de Diputados o en el Senado, sea por mensaje que dirija el Presidente de la República, sea por moción parlamentaria; salvo que la Constitución establezca que la materia que se quiere regular sea de aque- llas que sólo pueden iniciarse mediante mensaje del Presidente. La Cámara de origen puede desechar o aprobar el proyecto de ley. Si lo rechaza en general, no podrá renovarse sino después de un año. A menos que el proyecto haya sido de iniciativa del Presidente, en cuyo caso él podrá solicitar que el mensaje pase a la otra Cámara, la que deberá aprobarlo 23 Cap. II. La jerarquía de las normas jurídicas por los dos tercios de sus miembros presen- tes. En este caso, el proyecto volverá a ser revisado en la Cámara de origen y sólo se considerará rechazado por el voto de los dos tercios de sus miembros presentes. Si la Cámara de origen aprueba el pro- yecto en general, pasará el proyecto a la otra Cámara, llamada para estos efectos Cámara revisora. La Cámara revisora podrá desechar el pro- yecto en general, en cuyo caso se nombrará una comisión mixta, compuesta por miem- bros de ambas Cámaras, la cual propondrá la forma de resolver la discrepancia. También podrá la Cámara revisora modificar el proyecto de ley, en cuyo caso éste volverá a la Cámara de origen, la cual deberá aprobar la modificación con el voto favorable de la mayoría de los miembros presentes. Pero la Cámara de origen podrá también insistir con el proyecto original, frente a lo cual deberá nombrarse una comisión mixta. Finalmente, la Cámara revisora tam- bién podrá aprobar el proyectode ley en general, continuando de esta forma la tramitación. Una vez aprobados, hay ciertos proyectos de ley que deben cumplir un trámite más antes de la aceptación del Presidente de la República y su entrada en vigencia. Se trata del control de constitucionalidad del proyecto de ley, efectuado por el Tribunal Constitucional, de manera obligatoria en los casos de leyes orgánicas constituciona- les y de leyes interpretativas de la Consti- tución; o bien de manera facultativa o a requerimiento en caso de presentarse una cuestión de inconstitucionalidad durante la tramitación de alguna otra ley. El Tribunal Constitucional está además facultado para resolver sobre la constitucio- nalidad de los decretos con fuerza de ley y de los decretos supremos, cuando ellos se refieran a materias exclusivas de ley. En el caso del decreto supremo, éste queda sin efecto de pleno derecho por el solo fallo del tribunal que declare su inconstitucio- nalidad. Una vez aprobado el proyecto por ambas Cámaras, el proyecto de ley será remitido al Presidente de la República, el cual podrá aceptarlo o vetarlo. Si lo aprueba dispondrá su promulga- ción, la cual deberá hacerse dentro del plazo de diez días. Una vez promulgada la ley, deberá publicarse en el Diario Oficial en el plazo de cinco días hábiles contados desde que se terminó la tramitación del decreto promulgatorio. Cuando el proyecto de ley se refiere a leyes interpretativas, leyes orgánicas cons- titucionales y tratados que versen sobre materias de leyes orgánicas, se requiere el control de constitucionalidad obligatorio y preventivo, antes de su promulgación. El Presidente podrá vetar o desaprobar (veto suspensivo y parcial) el proyecto de ley, devolviéndolo a la Cámara de origen, con las observaciones que estime convenientes, dentro del plazo de 30 días contados desde la remisión del proyecto por las Cámaras. Las Cámaras podrán aprobar o desechar las observaciones. Si las aprueban, el pro- yecto tendrá fuerza de ley y se devolverá al Presidente para su promulgación. Si las Cámaras desechan las observaciones, po- drán insistir en el proyecto con el voto de los dos tercios de sus miembros presentes, devolviendo el proyecto al Presidente para su promulgación. En este caso predomina la posición del legislador. La promulgación se hace mediante un decreto promulgatorio. Una vez realizada dicha promulgación, la nueva ley deberá publicarse en el Diario Oficial. Es con la publicación que la nueva ley entrará en vigencia, en virtud de lo esta- blecido en el artículo 6º del Código Civil. El artículo 7º establece que desde la fecha de su publicación la nueva ley se entiende conocida de todos y se hace obligatoria. A falta de mención expresa, se entenderá que la fecha de la ley es la de su publicación. Esta presunción se reitera en el artículo 8º del mismo Código: Nadie puede alegar ignorancia de la ley después que ésta haya entrado en vigencia. Esta presunción de conocimiento de la ley se encuentra ratificada en los artícu- los 706 inciso final y 1452 del Código Civil. Su fundamento es el interés social involu- 24 Primera parte. El Derecho y sus fuentes crado: si no se estableciera esta presunción, las personas podrían fácilmente alegar desconocimiento de la ley como forma de justificar su falta, lo que va en contra de la certeza jurídica. La ley publicada será designada con números correlativos. Esta numeración comenzó el 11 de enero de 1893. Hasta el momento, llevamos más de veinte mil leyes dictadas. Las leyes se citan señalando en primer lugar su número y luego su fecha, que será la mencionada en la ley o en subsidio, la de su publicación. 5. Características de la ley La ley es obligatoria. Así se establece en los artículos 6º, 7º inciso primero y 8º del Código Civil. Es establecida por una autoridad pública competente. Así se desprende del artículo 1º del Código Civil, que establece que la ley es una declaración de “la voluntad sobera- na”. También se desprende de los artículos que establecen la formación de la ley en la Constitución. Que sea establecida por la autoridad pública hace la diferencia entre las normas legales y las normas sociales y morales. La ley además es impuesta por la fuerza pública, lo que la diferencia también de las otras normas. Por regla general, es de duración per- manente, a menos que la misma ley señale un plazo de vigencia. Es general, está establecida para casos y personas indeterminados. Esta caracte- rística diferencia las normas legales de las normas emanadas de los contratos o de la voluntad unilateral, las que sólo tienen efectos relativos, obligan sólo a las partes que celebraron el contrato o a aquellas que manifestaron su voluntad unilateral- mente. No obstante esta característica, algunas veces se dictan normas legales para ser aplicadas a personas determinadas o respecto de situaciones específicas. Así sucede con las leyes de gracia, o con las que ordenan abrir un camino o autorizan un empréstito, las que en su esencia no son verdaderas leyes, salvo en su aspecto formal. 6. Clasificación de las leyes: artículo 1º del Código Civil El artículo primero de nuestro Código Civil clasifica las leyes a partir del principal efecto que ellas generan. Dice este artículo que la ley “manda, prohíbe o permite”. A partir de este artículo, podemos clasificar las leyes en imperativas, prohibitivas y permisivas. Las leyes imperativas son aquellas que ordenan una cierta conducta, o la sujeción a ciertos requisitos para la realización de determinadas conductas. Por ejemplo, son leyes imperativas aquellas que ordenan el pago de impuestos. Las leyes prohibitivas son aquellas que ordenan una abstención, aquellas que impiden hacer algo. Nuestro Código Civil establece, en su artículo 10, una sanción a la contravención de las leyes prohibitivas, como es la nulidad del acto prohibido, a menos que se señale expresamente un efecto distinto a la nulidad, para el caso de contravención. Leyes permisivas son aquellas que con- fieren una facultad o derecho, aquellas que permiten la realización de algún acto. En este grupo se incluyen las leyes supletorias de la voluntad de las partes, que son aquellas que permiten a las partes manifestar una voluntad contraria. En caso de no hacerlo, se entiende que aceptan las disposiciones legales. 7. Acción de inaplicabilidad por inconsti- tucionalidad Como las leyes son normas jurídicas insertas en el ordenamiento jurídico, deberán subordinarse a la Constitución, que dentro de este sistema es la norma de mayor jerarquía. Para analizar la constitucionalidad de la ley, debemos distinguir entre la constitucio- nalidad de fondo y la constitucionalidad de forma de la ley. La constitucionalidad de fondo dice relación con la adecuación del contenido de la ley a los valores, principios y derechos 25 Cap. II. La jerarquía de las normas jurídicas garantizados por la Constitución; en otras palabras, el contenido de las leyes está limitado por dichos derechos o garantías. Así, por ejemplo, las leyes no pueden desconocer el derecho de propiedad, el derecho a la igualdad, etc. La constitucionalidad de forma significa que las leyes deben dictarse por los órganos competentes, sujetándose al procedimien- to establecido en la Constitución para su formación y dentro de su competencia legislativa. En el caso que una ley se dicte con algún vicio de inconstitucionalidad, ella no será nula, sino que producirá todos sus efectos desde el momento de su entrada en vi- gencia y mientras esa inconstitucionalidad no sea declarada. Por lo tanto, deberá ser obedecida. Para declarar su inconstitucionalidad, la propia Constitución contempla la acción de inaplicabilidad por inconstitucionali- dad, establecida en el artículo 93 Nº 6 de la Carta Fundamental. Esta acción debe entablarse ante el Tribunal Constitucional, por alguna de las partes o por el juez que conoce del asunto,en el primer caso, como un recurso, y en el segundo, como un auto motivado. Para que pueda interponerse, debe existir una gestión pendiente ante cualquier tribunal. No es posible interponer este recurso sin la existencia de una gestión judicial, contenciosa o no contenciosa, civil o penal, inclusive administrativa, sin que importe el estado en que ese juicio o gestión se encuentre. La acción tiene por objeto que el tribu- nal declare que una ley es inaplicable por inconstitucional, ya sea por algún vicio de fondo o de forma. Si el tribunal acoge la acción impetrada, señalando que el pre- cepto es inaplicable por inconstitucional, ese precepto será inaplicable en la gestión que se está tramitando, y el juez que está conociendo del asunto deberá prescindir o inhibirse de aplicar tal precepto al mo- mento de fallar. Como se ve, el efecto de este recurso es sólo relativo al juicio o la gestión referida, y no se anula la ley misma declarada inconstitucional, ella sólo será inaplicable para ese caso particular. La acción de inaplicabilidad por incons- titucionalidad no puede prosperar si el Tribunal Constitucional ya se pronunció, durante la tramitación de la ley, acerca de la constitucionalidad del precepto. III. LOS DECRETOS CON FUERZA DE LEY Y LOS DECRETOS LEYES Ambas fuentes son decretos porque han emanado de las autoridades del Poder Ejecutivo, pero ambas regulan materias que son propias y exclusivas de la ley. En verdad, son decretos en su forma, pero leyes en su contenido. 1. Decretos con fuerza de ley Recordemos que el artículo 63 de la Constitución Política establece las materias que son de dominio exclusivo de la ley, y que el artículo 7º del mismo cuerpo cons- titucional impide a cualquier órgano del Estado exceder sus competencias, so pena de nulidad. No obstante, el artículo 64 de la Constitución establece que el Presidente de la República puede solicitar autori- zación al Congreso Nacional para dictar decretos que regulen materias propias de la ley, dentro de los límites señalados en el mismo artículo, a saber: en un plazo no mayor a un año, respecto de materias en que esta autorización pueda darse. Además, la autorización debe darse sobre materias específicas. Los decretos con fuerza de ley tienen la misma fuerza de una ley; ellos en verdad son leyes, pero fueron dictados en una forma diferente a la usual y sólo pueden ser derogados o modificados por medio de una ley. Antiguamente, se discutió en Chile si el Poder Legislativo tenía atribuciones para desprenderse de sus facultades propias y delegarlas en el Poder Ejecutivo. Hoy, desde la entrada en vigencia de la actual Consti- tución, el problema ya no merece mayor discusión, en virtud del establecimiento de esta facultad en el artículo 64. 26 Primera parte. El Derecho y sus fuentes Los decretos con fuerza de ley, al igual que las leyes, se señalan mediante enume- ración. Empiezan con el número uno, en relación con cada ley autorizante, por lo cual generalmente se usa señalar a con- tinuación el año de su dictación. Así por ejemplo, hablamos del Decreto con Fuerza de Ley (DFL) 2 de 1959. 2. Decretos leyes Los dicta el Poder Ejecutivo, también sobre materias propias de una ley, pero sin tener autorización del Poder Legislativo. Para dictarlos, el Poder Ejecutivo asume por sí y ante sí facultades legislativas, ge- neralmente en períodos históricos donde rigen gobiernos de facto, instituidos por la fuerza contraviniendo las normas constitu- cionales vigentes. Los decretos leyes son el medio de gober- nar de los gobiernos de facto. Se trata de los cuerpos legales que estos gobiernos dictan para regular la vida de la nación, a falta de Constitución y de las normas establecidas en ella para regular procedimientos tales como aquellos que establecen la formación de una ley y las autoridades competentes para dictarla. Estos decretos leyes no son cuestiona- bles mientras dure el gobierno de facto que los dictó, puesto que se aplican por la fuerza. Sin embargo, una vez que el gobierno de facto termina de regir, y el Estado vuel- ve a establecer un sistema constitucional, surge el problema de determinar la validez de estos textos. En estricto derecho, los decretos leyes son inconstitucionales y debería simple- mente desconocérselos. Pero en los he- chos, ellos echaron a andar instituciones básicas de la vida nacional mientras duró la dictadura, y esas instituciones no pueden simplemente desconocerse ni paralizarse. Al restablecerse el régimen democrático, la supervivencia de la legislación dictada en los tiempos de la dictadura hace posi- ble sostener una especie de ratificación tácita de normas que en estricto derecho eran nulas. En Chile, se han dictado decretos leyes en tres épocas diferentes: – Desde septiembre de 1924 hasta di- ciembre de 1925, época en que se dictaron 816 decretos leyes. – Desde junio de 1932 hasta septiembre de 1932, en que se dictaron 669 decretos leyes. – Desde septiembre de 1973 hasta marzo de 1981. Respecto a esta última época, la dispo- sición sexta transitoria de la Constitución Política ha tomado las providencias necesa- rias para mantener la validez de los decretos leyes dictados desde septiembre de 1973. Esa disposición señala que “No obstante lo dis- puesto en el número 8 del artículo 32 (que señala como atribución del Presidente de la República ejercer la potestad reglamentaria autónoma en todas aquellas materias que no sean propias de una ley) mantendrán su vigencia los preceptos legales que a la fecha de promulgación de esta Constitución hubieran reglado materias comprendidas en el artículo 60, mientras ellas no sean expresamente derogadas por ley”. Los decretos leyes son designados también por números, empezando por el decreto ley número 1 en adelante. Un ejemplo es el Decreto Ley (DL) número 958, de 1931, sobre propiedad industrial. IV. LOS DECRETOS SUPREMOS La potestad reglamentaria es la facultad que tienen ciertas autoridades administrativas para dictar reglas de obligatoriedad general, ya sea para el cumplimiento de una ley o para regular materias que no son propias del dominio de una ley. Esta potestad reglamentaria es espe- cialmente relevante cuando corresponde al Presidente de la República, atribución que le confiere el artículo 32 Nº 6 de la Constitución. Este numeral Nº 6 distingue entre potestad reglamentaria autónoma y de ejecución. La potestad reglamentaria autónoma es aquella que se confiere al 27 Cap. II. La jerarquía de las normas jurídicas Presidente de la República para regular aquellas materias que no son propias de ley. La potestad reglamentaria de ejecución es la que se confiere al Presidente para dictar los reglamentos, decretos e instrucciones que crea convenientes para la ejecución de una ley. Además de esta clasificación, los de- cretos pueden clasificarse en generales y especiales. Los decretos generales o reglamentos son aquellos que contienen una colección ordenada y metódica de disposiciones de aplicación general. Por ejemplo, pertenece a esta categoría el Decreto Supremo Nº 110, de 20 de marzo de 1979, del Ministerio de Justicia, que contiene el Reglamento Sobre Concesión de Personalidad Jurídica. Los decretos especiales o individuales son aquellos que contienen resoluciones sobre personas u objetos específicos. Tales son, por ejemplo, los que tienen por objeto nombrar Ministros a determinadas personas. Los decretos también forman parte del ordenamiento jurídico, siendo normas de menor jerarquía que las leyes y, por supues- to, que la Constitución. Por lo tanto, no sólo deben ajustar su contenido a la Carta Fundamental, sino también a las leyes que les dieron origen. Ellos deben ser legales. Su legalidad se controla por la Contra- loría General de la República, conforme a los artículos 98 y 99 de la Constitución. La Contraloría General de la República es un organismo autónomo, a cargo del ContralorGeneral de la República, el cual es designado por el Presidente de la República con acuerdo del Senado, por una importante mayoría de sus miembros en ejercicio, por un período de 8 años, no pudiendo ser designado para el período siguiente. Es inamovible en su cargo y cesará en él al cumplir 75 años de edad. Su función principal es la de tomar ra- zón de los decretos que, conforme a la ley, deben pasar por este trámite. En caso que el decreto o resolución adolezca de algún vicio de ilegalidad, el Contralor deberá representarlo, devolviéndolo al órgano de la Administración que lo haya dictado. Sin embargo, el Presidente de la República podrá insistir en el decreto representado, con la firma de todos sus ministros, en cuyo caso el Contralor estará obligado a tomar razón del mismo, y enviará todos los ante- cedentes a la Cámara de Diputados para un posible juicio político. Con todo, puede ocurrir que el Presi- dente de la República, en el ejercicio de su potestad reglamentaria autónoma o de ejecución dicte decretos sobre materias que correspondan al dominio de la ley. En este caso, tal decreto podrá ser impugnado por el Tribunal Constitucional previo re- querimiento de cualquiera de las Cámaras, dentro de los treinta días siguientes a la publicación (si fuere general) o notificación (si fuere especial) del decreto. Si el texto fuera declarado inconstitucional por este tribunal, el decreto impugnado quedará sin efecto de pleno derecho, con el sólo mérito de la sentencia del tribunal. V. DEROGACIÓN DE LAS NORMAS JURÍDICAS (De cualquier jerarquía) 1. Definición La derogación es la abolición de las normas jurídicas. Por la derogación se priva a las normas de su fuerza obligatoria. Las normas constitucionales, las normas legales y las normas reglamentarias pueden ser derogadas por otras normas dictadas con posterioridad a su entrada en vigencia. Pero para que la derogación opere, se requiere que la norma que la priva de efecto sea de igual o superior jerarquía que la norma derogada. 2. Clases de derogación Conforme al artículo 52 del Código Civil, la derogación de las leyes puede ser expresa o tácita. Es expresa cuando la nueva ley establece que deroga la ley antigua. En cambio, la derogación es tácita cuando la nueva ley contiene disposiciones que no pueden conciliarse con las de la ley anterior. 28 Primera parte. El Derecho y sus fuentes La derogación tácita se fundamenta en dos declaraciones de voluntad de distintas épocas, que resulten inconciliables. Esta derogación deja vigentes en la ley antigua todas aquellas normas que no sean incon- ciliables con la ley nueva. Así lo señala el artículo 53 del Código Civil. En este caso, se produce una derogación parcial. La derogación también puede ser total o parcial. Es total aquella que priva de vi- gencia a toda la ley antigua. En cambio es parcial aquella que priva de vigencia sólo a una parte de una ley anterior. La derogación tácita parcial se produce en el caso que la nueva ley sea inconciliable sólo con algunas de las normas de la ley antigua, pero en todo aquello en que así no suceda, la ley antigua seguirá rigiendo. La derogación también puede ser orgá- nica, en el caso que la nueva ley discipline toda la materia regulada por las leyes pre- cedentes, aunque no haya incompatibilidad entre las disposiciones de una y de la otra. Ello porque con la nueva ley el legislador organiza toda una materia o un organismo determinado. Algunos autores la consideran una especie de derogación tácita, porque con la dictación de la nueva ley habría una incompatibilidad implícita respecto de la ley antigua. 3. ¿Puede una norma jurídica derogarse por el desuso? El desuso de una norma puede ser defi- nido como una costumbre negativa: la ley no se cumple. Pero este incumplimiento no afecta la validez de la norma. Para que ella pierda su validez debe necesariamente ser derogada por otra norma, ya sea del mismo rango o de rango superior. Por lo tanto, la norma seguirá siendo válida, a pesar de haber perdido su eficacia. 4. Otras maneras de perder validez de las normas Las normas pueden perder su validez, además, por las siguientes circunstancias: – La llegada del plazo señalado por la misma norma para su pérdida de vigencia. Así sucede, por ejemplo, con las leyes que establecen una rebaja de impuestos por un período determinado. – La consecución del fin que la norma se propuso. Así ocurre generalmente en los casos de los artículos transitorios. – La desaparición de la institución jurídi- ca regulada por la norma o su imposibilidad de ejecución. Por ejemplo, con la supresión de la pena de muerte, las normas que la establecían perdieron su vigencia. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Lea el artículo 1º de la Ley de Matrimonio Civil (Ley Nº 19.947, publicada en el Diario Oficial el 17 de mayo de 2004) y haga lo mismo respecto de los artículos 53 a 60 de dicha Ley. Luego, lea el artículo 102 del Código Civil y aplique, en relación con este último artículo, las reglas de derogación de las leyes explicadas en este párrafo. 2. Lea el artículo final del Código Civil y señale el tipo de derogación aplicado a través de dicho artículo. VI. OTRAS NORMAS JURÍDICAS Además de la Constitución Política, de las leyes, de los decretos con fuerza de ley, de los decretos leyes y de los decretos supre- mos, existen en el ordenamiento jurídico otras normas obligatorias. Nos referiremos a las siguientes: 1. Sentencias judiciales Son mandatos de los tribunales de jus- ticia, dados en los casos particulares que hayan sido sometidos a su conocimiento y resolución. Se trata de verdaderos actos jurídicos, emanados de los tribunales de justicia, en ejercicio de su facultad jurisdiccional, esta- blecida en el artículo 73 de la Constitución Política, cuya función es poner término a un litigio entre partes o castigar una in- fracción a la ley. Se dice que las sentencias judiciales “producen jurisprudencia”, la que podría definirse como la doctrina jurídica que emana de los fallos de los tribunales. 29 Cap. II. La jerarquía de las normas jurídicas La importancia de esta jurisprudencia está relacionada con la jerarquía del tribunal de que emanan. El valor de la jurisprudencia depende del sistema jurídico vigente en cada país. En algunos, la jurisprudencia tiene valor gene- ral, constituyendo una fuente importante en el ordenamiento jurídico. Así sucede en aquellos países que han adoptado el sistema jurídico anglosajón. En ellos, los jueces son creadores de derecho, pues sus fallos generan precedentes vinculantes para los jueces de inferior jerarquía. En otros países, las sentencias sólo tienen un valor relativo, obligando sólo a las partes involucradas en el conflicto que fue sometido al conocimiento del tribunal. En este caso, si bien la sentencia obliga y es norma, lo será sólo para las partes involucradas y no será de aplicación general. Este sistema ha sido adoptado por los países que siguen la tendencia jurídica continental, entre ellos Chile. Así lo señala el artículo 3º del Código Civil, artículo que consagra el principio del efecto relativo de las sentencias judiciales. Sin embargo, en nuestro país la juris- prudencia establecida por los tribunales superiores de justicia es seguida, por regla general, por los jueces de inferior rango. Por excepción, las sentencias produ- cen efectos absolutos en algunos casos especiales. Es el caso del artículo 315 del Código Civil, respecto de la sentencia que declara verdadera o falsa la paternidad o maternidad del hijo; y del artículo 1246 del mismo código, cuando la sentencia declara, a instancia de un acreedor here- ditario, a una persona como heredero, en cuyo caso se entenderá serlo respecto de los demás acreedores, sin necesidad de un nuevo juicio. Es interesante hacer una comparación entre la sentencia judicial y la ley: – La ley emana del Poder Legislativo; la sentencia, del PoderJudicial. – La ley tiene aplicación general; en cambio la sentencia tiene aplicación par- ticular. – La ley regla situaciones hacia el futuro. La sentencia, en cambio, regula problemas pasados, declarando derechos para las partes. – El legislador puede dejar sin efecto una ley cuando quiera. El juez no puede modificar su sentencia después de dictada. Ni siquiera las partes pueden volver a discu- tir el asunto ya resuelto por los tribunales. Ello, por el efecto de la cosa juzgada: una vez que la sentencia queda ejecutoriada, adquiere autoridad de cosa juzgada, y no puede volver a discutirse el mismo asunto por los mismos fundamentos, entre las mismas partes. 2. Convenios colectivos de trabajo Son aquellos que se convienen entre la administración de una empresa y el sindicato de la misma, cuyas disposiciones se integran en los contratos individuales de trabajo de cada uno de los miembros del sindicato, y resultan obligatorias para ellos. Constituyen una normativa de carác- ter general para los interesados, incluso aquellos que aun no se han incorporado a la empresa. 3. Estatutos de las corporaciones y de las fundaciones Las corporaciones y las fundaciones son personas jurídicas de derecho privado sin fines de lucro. Ellas nacen por un acuerdo colectivo de los miembros que participan en su formación o por voluntad del o los fundadores. Tanto las corporaciones como las fundaciones rigen sus actividades in- ternas por los estatutos aceptados por la mayoría de los miembros fundadores o establecidos por el o los fundadores. Estos estatutos son verdaderas leyes internas que regulan la corporación o la fundación, las que serán aplicables incluso para quienes se incorporen a ellas con posterioridad a su creación. Tienen una generalidad restringi- da, conforme lo establecen los artículos 553, 554 y 555 del Código Civil. 4. El contrato individual Algunos tratadistas discuten si los con- tratos son fuentes del derecho; pero es 30 Primera parte. El Derecho y sus fuentes evidente que en tanto establecen normas de conducta, cuya infracción es sancionada, ellos constituyen fuentes. Aunque la norma emanada de esos contratos es de aplicación relativa (es el llamado efecto relativo de los contratos), esa norma constituye una ley para las partes que lo han celebrado, tal como lo señala el artículo 1545 del Código Civil. VII. LA COSTUMBRE 1. Concepto Puede ser entendida como una forma espontánea de constitución de normas jurídicas en una sociedad determinada. Consiste en la observancia constante y uniforme de una regla de conducta por los miembros de una sociedad, acompañada de la convicción de que esa regla responde a una necesidad jurídica. De esta concepción pueden extraerse los siguientes elementos: – La costumbre surge a partir de actos constantes y uniformes, comúnmente ob- servados en la sociedad. – Estos actos se realizan con la convicción de que ellos responden a una necesidad jurídica. 2. Clasificación de la costumbre (según su relación con la ley) – Costumbre contra ley. Es aquella que difiere de la ley, se opone a ella, y en consecuencia tiende a tornarla en inefi- caz, al proponer una conducta contraria a la ley. – Costumbre fuera de ley. Es aquella que rige un asunto que no está regulado por una ley específica. Se la llama también costumbre en silencio de ley. – Costumbre según ley. Es la forma constante y uniforme de aplicar la ley e interpretarla. Aquella a la que se remite la ley, dándole fuerza obligatoria por dis- posición legal. En nuestro país, en materia civil, sólo se admite la costumbre según ley, en virtud de lo establecido en el artículo 2º de nuestro Código Civil. En materia comercial, en cambio, se admite además la costumbre fuera de ley, en virtud del artículo 4º del Código de Comercio, que establece: “Las costumbres mercantiles suplen el silencio de la ley, cuando los hechos que las constituyen son uniformes, públicos, generalmente ejecutados en la República o en una de- terminada localidad, y reiterados por un largo espacio de tiempo, que se apreciará prudencialmente por los juzgados de comercio”. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Revise el artículo 200 del Código Civil y determine si esa disposición reconoce algún tipo de costumbre. 2. Realice el mismo ejercicio anterior respecto del artículo 1546 del Código Civil. 3. Repita los ejercicios anteriores respecto del artículo 1940 del Código Civil. 4. Compare el artículo 2º del Código Civil con los artículos 4º y 5º del Código de Comercio y enumere las diferencias entre la costumbre civil y la costumbre mercantil. VIII. LA DOCTRINA Se denomina de esta forma a las opiniones de los tratadistas y jurisconsultos acerca de determinadas materias de derecho. Esas opiniones no son normas jurídicas, no tienen fuerza vinculante, pues carecen de coerción. Sin embargo, su importancia puede ser grande, si bien no llegan a ser vinculantes, en la medida en que sus autores gocen de alguna autoridad moral, tengan prestigio y sus argumentos estén revestidos de solidez jurídica y lógica. Estas opiniones pueden ser seguidas por el legislador, estampándolas en una ley, o bien pueden ser seguidas por los tribunales a la hora de resolver un conflicto. Por ese motivo, se señala que la doctrina es una fuente mediata del derecho. 31 Cap. II. La jerarquía de las normas jurídicas IX. CASO HIPOTÉTICO PARA DEBATE O TRABAJO DE INVESTIGACIÓN EL JUICIO CONTRA LOS EXPLORADORES (Inspirado en “The case of the speluncean explorers”, de Lon L. Fuller, publicado en The Harvard Law Review, volumen 62, Nº 4, de febrero de 1949) LOS HECHOS Con fecha 2 de febrero de 2018 un grupo de quince personas ingresaron a una in- mensa caverna recientemente descubierta en las inmediaciones del volcán Socompa, a 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar, y cerca de la estación Monturaqui, en la ruta que lleva a Argentina por el Paso de Socompa. De estas quince personas, cuatro eran espeleólogos, uno era arqueólogo, dos eran geólogos, uno era geógrafo, y los otros siete eran funcionarios auxiliares, todos del Departamento de Geología de la Universidad del Norte, II Región. El jefe de la expedición era el doctor en Geología Pedro Gallardo y el objetivo de la misma, la exploración integral de dicha caverna para fines científicos. Llevaban consigo toda clase de implementos para sus investi- gaciones, generadores de luz, walkie-talkies para comunicarse entre sí y con el exterior, y agua en abundancia. Cuando todos ellos se encontraban en un lugar remoto de la entrada de la caverna, sobrevino un gran derrumbe producto de un movimiento telúrico, el que bloqueó absolutamente esa entrada. Los explora- dores pudieron, no obstante, comunicarse con sus compañeros del exterior, mediante sus walkie-talkies, y éstos, a su vez, solicitaron ayuda urgente a Antofagasta, organizán- dose muy pronto una patrulla de rescate. La Intendencia de la Región ordenó el traslado de maquinaria pesada al lugar del derrumbe, con el objeto de remover las inmensas cantidades de tierra y rocas que obstruían la entrada de la caverna. Por instrucciones recibidas desde el exterior, los exploradores revisaron deteni- damente la caverna en que se encontraban y comprobaron que su altura y amplitud contenía suficiente aire, pero que no había rastro alguno de vida animal o vegetal en su interior. El agua que habían llevado consigo era suficiente, en cambio, para que –usada racionalmente– pudiera alcanzar hasta por cuarenta días. Mientras tanto, los cálculos de los ingenieros que se encontraban en el exterior determinaron que era absoluta- mente imposible remover la tierra y rocas que obstruían la entrada de la caverna antes de treinta días, incluso trabajando en jorna- das de 24 horas, llegándose a la conclusión que los quince exploradores deberían morir necesariamente por inanición. Se estimó ético informarles acerca del destino que les aguardaba,y así se hizo. Enfrentados a esta triste suerte, los quin- ce condenados se reunieron en asamblea y acordaron por unanimidad: a) Declarar la independencia del nuevo país, que denominaron “Socompa”, de la odiosa dominación que hasta el momento había ejercido a su respecto la República de Chile. b) Retomada la soberanía, decidieron que la nueva nación sería una república democrática que ejercería esa soberanía en forma directa, en razón del número reducido de ciudadanos con que contaba, y que para dictar leyes se requeriría la con- currencia de los tres cuartos de los votos de los asistentes a la asamblea. c) Con la concurrencia de 15 votos a favor y de ningún voto en contra, procedie- ron a derogar la Constitución Política de la República de Chile, que podía entenderse regía todavía por no haber sido formalmen- te revocada. Especial mención hicieron de la derogación de los artículos 5º, 19 y 20, así como de todos los tratados internacionales ratificados por Chile que no lo hubieran sido por la nueva República de Socompa. Por el artículo 5º de la Constitución chilena se señalaba que el ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que emanan de la na- turaleza humana, y por los artículos 19 y 20 se aseguraban ciertos derechos esenciales que allí se señalaban. 32 Primera parte. El Derecho y sus fuentes d) Con el mismo quórum de votación de 15 contra 0, procedieron luego a derogar formalmente el Código Penal que regía en Chile, y acordaron expresamente que el homicidio sería lícito si el acuerdo para llevarlo a cabo era tomado por la asamblea con el quórum necesario para dictar una ley, esto es, con la concurrencia de los tres cuartos de los votos de los concurrentes. e) Inmediatamente a continuación, dictaron la primera ley de la naciente República de Socompa, autorizando el ho- micidio de uno de los quince exploradores por convenir al bien común de los otros catorce, los que quedaron autorizados para comerse al que hubiera sido sacrificado. Para determinar su identidad, se recurriría a la suerte. Esta ley también fue aprobada por 15 votos a favor y ninguno en contra. Echada la suerte, resultó elegido para ser sacrificado el propio jefe de la expe- dición, el doctor Pedro Gallardo, el que –de inmediato– declaró su intención de renunciar a la nacionalidad socompense que acababa de obtener, para retomar la chilena anterior. Señaló que no reconocía valor alguno a la nueva Constitución e instó a sus compañeros a alzarse contra las nue- vas autoridades de Socompa. La asamblea, por 14 votos contra uno, acordó ratificar la decisión anterior, y lo condenó a una nueva pena de muerte por el delito de sedición que procedió a tipificar. Acto seguido, lo mataron y se lo comieron. De esta manera, los catorce sobrevivientes salvaron sus vidas cuando, a los 32 días desde el derrumbe, las patrullas de salvamento pudieron despejar la entrada a la caverna. El Fiscal Regional de Antofagasta acusó a dichos catorce sobrevivientes del delito de homicidio calificado con premeditación y solicitó para cada uno de ellos la pena de diez años y un día (presidio mayor en su grado medio). Los hechos que quedaron acreditados en el juicio oral respectivo son exactamente los que se acaban de señalar. Debe agre- garse que el Defensor Público indicó en su defensa que el acta del Cabildo Abierto celebrado en Santiago el 18 de septiembre de 1810, por medio de la cual se instaló la primera Junta de Gobierno, fue firmada por 13 concurrentes, en tanto el acta de Independencia de Socompa lo fue por 15, y que la Proclamación de la Independencia de Chile, de 12 de febrero de 1818, fue suscrita tan sólo por cuatro personas (Ber- nardo O’Higgins, Miguel Zañartu, Hipólito de Villegas y José Ignacio Zenteno). Como curiosidad histórica, el Defensor señaló que la Declaración de la Independencia de Socompa había sido suscrita el 12 de febrero de 2018, al cumplirse precisamente 200 años de la Proclamación de la Indepen- dencia de Chile. ACTIVIDAD QUE SE SOLICITA DE LOS ALUMNOS Los alumnos serán llamados a razonar sobre este caso, buscando argumentos éticos, filo- sóficos, sociológicos y jurídicos, de derecho natural y/o de derecho positivo, tanto a favor como en contra de los exploradores imputados de homicidio. S E G U N D A P A R T E EL DERECHO CIVIL EN GENERAL 35 I. DERECHO PÚBLICO Y DERECHO PRIVADO (RECAPITULACIÓN) 1. LOUIS JOSSERAND: Derecho Civil, Ediciones Jurídicas Europa-América, Buenos Aires, 1952, Tomo I, vol. I, pág. 16. Derecho Público y Derecho Privado. El objeto del Derecho es, como ya lo hemos dicho, la disciplina social, la reglamentación obligatoria de las relaciones sociales. Estas relaciones son de complejidad siempre creciente; las instituciones que tienden a fijarlas pertenecen a dos grandes cate- gorías, netamente definidas, según estén orientadas hacia los intereses públicos o hacia los intereses privados: en la primera eventualidad, forman parte integrante del Derecho Público, el cual, decía Ulpiano: ad statum rei romanae spectat; en el segundo caso, pertenecen al Derecho Privado, el cual, según el mismo jurisconsulto: ad singulo- rum utilitatem pertinent; así se produce una primera ramificación, la más esencial, la más antigua; aquí la reglamentación de los actos que están marcados con el cuño del poder público; allí, la de los actos que se realizan por los particulares y en función de intereses privados. 2. ANTONIO VODANOVIC: Curso de Derecho Civil, basado en las explicaciones de los profesores de la Universidad de Chile Arturo Alessandri Rodríguez y Manuel Somarriva Undurraga, Editorial Nascimento, 1945, Tomo I, 2ª edición, págs. 27 y 28. Derecho Público es el conjunto de nor- mas que rigen la organización y actividad del Estado y de los demás entes políticos menores (como el Municipio) o las relacio- C a p í t u l o I I I EL DERECHO CIVIL: CONCEPTO Y ÁMBITO DE SU APLICACIÓN nes entre los particulares y estos organismos políticos, cuando actúan en su calidad de poder político o soberano. Derecho Privado es el conjunto de normas que regulan las relaciones de los particulares entre sí o las relaciones entre éstos y el Estado o demás susodichos or- ganismos, cuando actúan como simples personas privadas. Debemos observar, para bien entender lo anterior, que el Estado y los otros or- ganismos a que aludimos pueden actuar en la vida jurídica en un doble carácter. Como poder político y soberano que ejerce funciones de gobierno e imperio, y como simple particular. Cuando obran en este último carácter se aplican a ellos las mis- mas normas que se aplican a las relaciones entre particulares, esto es, las normas de Derecho Privado. Ejemplo en que el Estado actúa como persona privada: cuando toma en arriendo un local para que funcione una escuela. 3. FERNANDO FUEYO LANERI: Derecho Público y Derecho Privado. “Publicización” del Derecho Privado; “privatización” del Derecho Público. Simbiosis de ramas del Derecho. Separata a mimeógrafo, 1968, págs. 1 a 3. ¿Qué es Derecho Público y qué es Derecho Privado? Conviene antes que todo señalar en forma simple esta distinción, que para algunos constituye la “suprema visión de la ciencia del Derecho y de su contenido”1, y que para otros es lo que precede lógicamente a toda 1 DENBURG, PADEKTEN, citado por Federico de Castro, Derecho Civil español, 2ª ed., Instituto de Estu- dios Políticos, Madrid, 1949, Tomo I, pág. 67. 36 Segunda parte. El Derecho Civil en general experiencia jurídica, que tiene una validez previa a toda experiencia del Derecho y, en fin, que los conceptos de Derecho Público son conceptos “a priori”2. No existiendo acuerdo entre los autores para fijar un criterio diferencial entre las dos ramas, parece acertado, sin embargo, abordar el concepto de la manera que lo hace Mans, que empieza por distinguir para este efecto tres ángulos: el objetivo,el subjetivo y el finalístico. Según la posición objetiva, Derecho Pú- blico es el integrado por normas relativas a la constitución y régimen del Estado y a la actividad de sus órganos jurisdiccionales, y Derecho Privado, el relativo a la ordena- ción de los intereses de los ciudadanos en el seno del propio Estado. Atendiendo a un criterio subjetivo, las normas jurídicas han de estimarse de Derecho Público si hacen referencia a los ciudadanos en cuanto son magistrados o súbditos dentro del mismo Estado, y han de estimarse de Derecho Privado si se refieren a los derechos y deberes de los ciudadanos en cuanto a individuos o simples miembros de la sociedad estatal. Conforme a un criterio finalístico o teleológico, y partiendo de la célebre defi- nición de Ulpiano, es Derecho Público el que directa y principalmente se ordena al bien común o utilidad pública, y sólo remota y consecuencialmente al bien par- ticular; por el contrario, Derecho Privado es el que directa y principalmente atañe al interés o utilidad de los particulares, y sólo remota o consecuencialmente al bien común.3 Los publicistas reconocen expresamente la dificultad para hacer la distinción, como asimismo la multiplicidad de criterios que juegan para este objeto, sin contar las 104 teorías que analiza Holliger en su obra El criterio de la oposición entre Derecho Público y Privado. 2 Radbruch, Filosofía del Derecho, traducción, 3ª ed., Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1952, pág. 163. 3 JAIME M. MANS P., Hacia una ciencia general y unitaria del Derecho, Editorial Latina, Barcelona, 1960, págs. 104 y 105. Para Sayagués Laso los criterios más salientes son: a) “El Derecho Público es el que regula las relaciones jurídicas en las que aparece una entidad estatal”. b) “El Derecho Público se caracteriza por regular relaciones en que uno de los sujetos, la entidad estatal, tiene preeminen- cia o superioridad sobre la otra, que le está subordinada, mientras que en el Derecho Privado ambas partes están en situación de igualdad. De ahí que las normas del Derecho Público sean imperativas, mientras que en el Derecho Privado las relaciones jurídicas sean coordinación”. c) “Para distinguir el Derecho Público del Privado debe tomarse en cuenta la na- turaleza del interés regulado por la norma. Es la vieja fórmula de Ulpiano: el Derecho Público es el que atañe a la cosa pública; el Derecho Privado, el que atiende el interés de los particulares” 4-5. Distinción entre Derecho Público y Derecho Privado Sentido actual de la confrontación de ambas categorías. Tradicionalmente se ha venido entendiendo que Derecho Público y Dere- cho Privado constituyen divisiones del derecho objetivo, quedando abiertamente separados. Como consecuencia de la separación, el afán de los juristas ha debido discurrir du- rante largo tiempo acerca de lo que en tal caso es fundamental: la cuestión del límite que separa una y otra división. El sentido actual no es el de la simple contraposición naciente de tal separación. Por eso se dice que el Derecho Positivo no 4 ENRIQUE SAYAGUÉS LASO, Tratado de Derecho Administrativo, 2ª ed., Montevideo, 1959, Tomo I, págs. 17 a 19. 5 La idea de que el pensamiento central del Derecho Romano se condensa en la distinción de Ulpiano entre Derecho Público y Derecho Privado y en su calificación diferencial, según se trate de reglas pertinentes a la utilidad pública o a la privada, es considerada inadmisible por Federico de Castro, abundando en fundamentos. Derecho Civil de España, 2ª ed., Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1949, Tomo 1, págs. 69 y 70. 37 Cap. III. El Derecho Civil: concepto y ámbito de su aplicación se divide en dos campos o esferas separa- das, sino que sus reglas se clasifican –para fines más bien prácticos– según las dos direcciones que pueden presentar sus dos grandes principios informadores, y que son, por un lado, la comunidad y por el otro la personalidad. Tampoco quiere decir que esta distin- ción dé principios de base o clase para la formación de las citadas categorías –Público o Privado–, autorice para sostener el aisla- cionismo de vida entre las reglas de Derecho Público y de Derecho Privado, o su necesaria repulsión recíproca. Por el contrario, tales reglas se intercomunican y armonizan entre sí. Ambos Derechos, además, se compenetran mutuamente. Asistimos, por lo mismo, a una verdadera simbiosis. Pues bien, el mayor alcance o realce que tengan en un determinado Derecho los principios de comunidad y personalidad dará la solución acerca de si nos encontra- mos ante una regla de Derecho Público o una de Derecho Privado. Es por lo mismo que Gierke ha sostenido, con especial claridad, el principio de la unidad real del Derecho expresándose en los siguientes términos: “el Derecho Público y el Privado son dos especies del mismo género. En el Privado, donde la regla jurídica se ocupa, en primer lugar, de los intereses del individuo, debe el Derecho esforzarse en conseguir el bien público; donde, en términos contrarios, tiene que atenerse al todo, debe tener en cuenta al individuo”.6 El principio de la unidad real del Dere- cho, como concepción moderna, ha sufrido y sigue sufriendo el ataque persistente de posiciones doctrinarias contrapuestas, que son de número siempre creciente. Por otra parte, siguiendo las palabras de Federico de Castro, “se habla de dos sistemas autó- nomos de normas, radicalmente separadas, y los cultivadores de la ciencia jurídica se apartan en grupos cerrados de especialistas, que pretenden crear para sus disciplinas 6 GIERKE, La función social del Derecho Privado, pág. 18, citado por Francisco Bonet Ramón, Derecho Público y Derecho Privado, Revista de Derecho Privado, Madrid, julio-agosto, 1955, pág. 141. métodos y conceptos independientes y que mutuamente se ignoran”.7 A esto es preciso agregar ciertas reac- ciones apasionadas, y como de recelo, de especialistas de una y otra rama. Por el momento el ataque va primordialmente desde el campo público al privado, alentado, como en el caso especial de nuestro medio nacional, por un cierto desarrollo interno de las disciplinas penal y administrativa, cuyos cultores han seguido más de cerca su evolución universal, frente a un Derecho Privado que en nuestro medio sigue en gran parte apegado a las concepciones y a los Códigos del siglo pasado, con leves y raras excepciones. La solución debe basarse, a mi juicio, en el abandono de posiciones contrapuestas o de combate, tomándose en lo posible el camino de la unidad real del Derecho. 4. GABRIEL AMUNÁTEGUI: Principios Generales del Derecho Constitucional, Editorial Ju- rídica de Chile, 1953, págs. 74 y 75. El problema fundamental del Derecho Constitucional consiste, a semejanza de dos planetas que giran en una misma órbita, en conjugar la existencia coetánea entre dos elementos: el elemento colectivo, que denominaremos sociedad, comunidad o nación, estructurado políticamente en el Estado que, para poder vivir –o sea, sa- tisfacer sus fines–, debe ejercer su medio realizador que es la autoridad suprema o soberanía, y el elemento individual, el ser humano, que para poder cumplir con su mandato biológico debe también poder ejercer sus facultades orgánicas, intelec- tuales y materiales. El Estado con su soberanía y el individuo con sus derechos deben coexistir armónica- mente: “Libertad de la persona individual frente al poder público es el rasgo decisivo que caracteriza al Estado democrático, cualquiera que sea la estructura política de su Gobierno” (AYALA, El problema del liberalismo). 7 Derecho Civil de España, 2ª ed., Instituto de Cien- cias Políticas, Madrid, 1949, Tomo I, pág. 67. 38 Segunda parte. El Derecho Civil en general Esa armonía constituye, en su esencia, el problema constitucional. Hacia su solución deben propender las fórmulas jurídicas que estructuren el Estado, que doten a su go- bierno de atributos yque, a la vez, faciliten al individuo el libre juego de sus facultades intelectuales, morales y materiales. Esa solución encierra, desde luego, una obligada y recíproca limitación. Por una parte, la acción del Estado no debe rebasar el límite de ella, deslindado por los derechos individuales: el poder del Estado no debe penetrar en el ámbito individual. Por la otra parte, el individuo no puede desarrollar sus facultades sin restricción alguna. El ejercicio de sus derechos no puede invadir la esfera del Estado y la de los demás individuos, y de allí surge la ne- cesaria reglamentación restrictiva. En otros términos, el Derecho Consti- tucional tiene como función matriz la de armonizar el Estado con su autoridad y al individuo con su libertad. Del equilibrio armónico entre la autori- dad y la libertad depende el funcionamiento normal de la nación y del individuo. Si ese equilibrio se rompe en alguno de sus extremos, surgen la dictadura, cuando la autoridad ahoga la libertad, o la anarquía, cuando el exceso de libertad destruye al Poder. 5. RUBÉN OYARZÚN: “El Derecho Económi- co”, en Revista de Derecho Económico Nº 1, octubre-diciembre de 1962, Santiago de Chile, pág. 10. Habiendo asumido por sí mismo la ges- tión global de la sociedad, la función del Estado contemporáneo es la de querer por todos. Los problemas de la vida social que antes eran de la competencia particular se convierten, más o menos, inmediata o mediatamente, en jurisdicción del Estado. La intervención en cada problema significa que el Estado ha de ponerse a querer en concreto para todos y en cada situación. Este hecho transforma radicalmente la ley en su esencia. Norma pública y norma privada, una vez que el Estado se ha puesto a dirigir a la práctica social, tienden a identificarse. Acaece un desplazamiento en la noción de interés general y de interés particular: identificar uno u otro interés es difícil también para los economistas. Cuanto más crece la intromisión estatal en la esfera tradicionalmente reservada a la actividad privada, tanto más se deforma la estructura basada sobre la competencia del mercado de capitales y mengua correlativamente la función cognoscitiva del criterio racional del interés-precio. El Estado se sustrae arbitrariamente al cálculo económico cuando procura mantener o desarrollar empresas antieconómicas. Según la teoría keynesiana, el Estado se hace productor del bien público máximo: la ocupación plena; en consecuencia, la producción de semejante bien público desplaza el cálculo de la productividad de las inversiones desde la exclusiva consideración de los resultados contables de la gestión de cada empresa hacia una valoración más amplia, que se resume en la contabilidad nacional de la renta global. Por este camino se llega a una confusión general entre lo público y lo privado y ella no se logra vencer en el campo económico con los criterios ordinarios del juicio económico, mucho menos en el campo jurídico con los criterios tradicionales. 6. GONZALO FIGUEROA YÁÑEZ: Derecho civil de la persona, Editorial Jurídica de Chile, 2001, págs. 20 a 23. Entre nosotros, fue el profesor Fernando Fueyo el que primero sostuvo la necesidad de radicar el tratamiento de la persona en el Derecho Civil, y específicamente, reco- ger este tratamiento en un nuevo libro I.8 8 No sólo en su curso de Derecho Civil profun- dizado y comparado, ofrecido en 1969 al quinto año de Derecho de la Universidad de Chile, sino en todos sus cursos para alumnos de la Universidad de Chile y de la Universidad Diego Portales. Es en el contexto de las clases ofrecidas para alumnos de esta última Universidad que el profesor Fueyo se explayó con más detención sobre este tema. Véase FUEYO LANERI, FERNANDO, La persona y los bienes y derechos de la personalidad, editado en fotocopia para el curso especial de Derecho Civil ofrecido para los alumnos de 5º año de la facultad de derecho de la 39 Cap. III. El Derecho Civil: concepto y ámbito de su aplicación Sostuvo el profesor Fueyo que el Derecho Civil tiene por vocación esencial ocuparse de cuatro superinstituciones: la persona, la familia, el patrimonio y la asociación, y que en todas ellas el centro de gravedad y el interés jurídico se encuentran en la persona misma. “Todo el Derecho Civil es persona y (…) ésta representa el mayor valor jurídico en el sistema”.9 Por nuestra parte, hemos sostenido que el tratamiento legislativo del Derecho de la Persona fue sacado del Derecho Privado por consideraciones políticas propias de la situación que desembocó en la Revolución Francesa.10 Frente a los atentados de las monarquías absolutas contra los derechos básicos de los ciudadanos, a las “lettres de cachet”, a la inseguridad personal y al poder omnímodo de los reyes, parecía recomenda- ble encontrar un refugio para las personas en el propio texto constitucional. Esas consi- deraciones han cambiado con el paso de los años. En tales circunstancias, nada impide hoy que el tratamiento jurídico extensivo respecto de las personas vuelva a su lugar de origen y se reincorpore como materia fundamental del Derecho Civil. Es lo que han empezado a hacer algunos Códigos Civiles o proyectos de Códigos Civiles que se señalan en el número siguiente. Existe una razón suplementaria que nos parece de especial relevancia para la radicación del Derecho de la Persona en el Derecho Civil, y es que ello permitiría garantizar plenamente una reparación por la violación del derecho protegido, un re- sarcimiento adecuado por el daño causado. El profesor Fueyo sostiene a este respecto Universidad Diego Portales durante el segundo se- mestre de 1988, págs. 3 y 4. Véase también MERINO SCHEING, FRANCISCO, Consideraciones en torno a los derechos de la personalidad, en el libro Familia y personas, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1991, págs. 109 y siguientes. El profesor Merino fue también de los primeros en proponer el tratamiento del Derecho de la Persona por el Código Civil. 9 FUEYO LANERI, FERNANDO, Derecho de la persona: evolución, institucionalización y polarización, pág. 3. 10 FIGUEROA YÁÑEZ, GONZALO, Persona, pareja y familia, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1995, pág. 13. que la función principal del Derecho Cons- titucional en esta materia es programática, política y limitativa de los excesos del poder público.11 La función principal del Dere- cho Penal, por su parte, es sancionadora y resulta difícil de extender al daño causado. La sanción penal es, además, ineficaz en algunos tipos de infracción a los derechos de los individuos, como es el caso de los delitos de injuria o calumnia en relación con atentados contra el derecho al honor o a la integridad moral. Sólo el Derecho Civil garantiza una indemnización plena por el daño material y moral causado, tanto en el caso en que el ofensor sea un ente público dotado de poder, como en el caso de ofensas originadas en acciones privadas. Ya dijimos, por lo demás, que las personas naturales, los “individuos de la especie humana” (art. 55 del C.C.) son la esencia de “lo privado”. Esta tendencia de ampliar el campo del Derecho Civil para incluir todos los dere- chos esenciales de las personas naturales ha sido acogida por la Comisión Académica del Proyecto sobre Modificaciones de los Códigos Civil y de Comercio, que se en- cuentra funcionando en Chile desde el año 1996, la que ha considerado la posibilidad de redactar un Libro I en el nuevo Códi- go que se espera proponer, el que estaría dedicado específicamente al Derecho de la Persona. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. ¿Cuáles serían, según su opinión, los rasgos fundamentales que permitirían calificar una norma como de Derecho Público? ¿Cuáles los que permitirían calificarla como de Derecho Privado? 2. Las garantías constitucionales contenidas en las Constituciones Políticas de los Estados aseguran a los particulares el ejercicio de ciertos derechos que lescorresponden como individuos. ¿Cree usted que, por esta razón, dichas garantías individuales podrían ubicarse dentro del Derecho Privado? 11 FUEYO LANERI, FERNANDO, La persona y los bienes y derechos de la personalidad, ob. cit., pág. 7. 40 Segunda parte. El Derecho Civil en general 3. En algunas legislaciones, el contrato de arrendamiento (rural o urbano) está reglamen- tado estrictamente por el Estado, en tal forma que los particulares no pueden apartarse de las normas vigentes cuando celebran un contrato de esta especie. ¿En qué ramas del derecho ubicaría usted las normas que se refieren a este contrato? 4. El almacenero de su esquina no puede negarse a celebrar con usted un contrato de compraventa sobre algunas de las mercaderías que tenga en existencia, si usted le exige que lo celebre. Si se niega a venderle, será sancionado por la autoridad pública. ¿A qué rama del de- recho pertenecen, a su entender, las normas que reglan este contrato? 5. Busque ejemplos de normas que en su concepto sean claramente de Derecho Público, y normas que sean claramente de Derecho Privado. Busque, a continuación, ejemplos de normas de difícil ubicación o que participan de las carac- terísticas de ambas ramas del derecho. 6. ¿A cuál rama del derecho piensa usted que pertenecen las normas de Derecho Económico a que se refiere el profesor Rubén Oyarzún? 7. ¿Piensa usted que hay lugar para el Derecho Privado en un Estado socialista? II. EL DERECHO CIVIL. CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS 7. Explicación El Derecho Civil se ha definido como aquella rama del Derecho Privado nacio- nal que establece normas sustantivas, de carácter general o común y que regula las relaciones entre particulares. De esta definición pueden extraerse los cuatro elementos que caracterizan a esta rama: – Es una rama del derecho privado. Más que una rama o especie del Derecho Privado, el Derecho Civil es la base de todo el Derecho Privado; fue a partir de él que poco a poco y de acuerdo a las necesidades históricas, fueron independizándose las otras ramas, tales como el Derecho Comercial, el Dere- cho Internacional Privado, el Derecho de Minas, el Derecho de Aguas o el Derecho Laboral. – Es un derecho general. Es el derecho co- mún, se refiere a todos los ciudadanos, sin exclusión, regula los problemas y conflictos que nos atañen a todos sin distinción. Podría decirse que el Derecho Civil es un derecho democrático, porque se aplica a todos por igual, regula nuestras relaciones en aquello que tenemos todos en común. En cambio, respecto de nuestras características diferenciadoras, ellas son reguladas por las diversas ramas del derecho especial. – Como consecuencia de que se trate de un derecho general, el Derecho Civil es un derecho supletorio, porque rige a falta de ley especial o, habiéndola, en todo aquello que esa ley no contempla. Esta característica está establecida de manera expresa en el artícu- lo 4º de nuestro Código, que señala que en todo aquello regulado por leyes especiales, regirán éstas con preferencia al Código Civil, y se encuentra reafirmada en el artículo 2º del Código de Comercio, que establece: “En los casos que no estén especialmente resueltos por este Código, se aplicarán las disposiciones del Código Civil”. También se señala que es supletorio, porque las normas civiles rigen a falta de disposición contraria de los particulares, los que pueden manifestar esa disposición contraria en virtud del principio de la au- tonomía de la voluntad. – Es un derecho sustantivo, lo que lo distin- gue del derecho adjetivo. El Derecho Civil es sustantivo porque confiere a las personas derechos propiamente tales. Distinto es el tema de cómo ejercitamos esos derechos, de cómo los hacemos valer. Ese es el rol del derecho adjetivo, que establece y regula los mecanismos o procedimientos tendientes a hacer valer nuestros derechos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8. LUIS CLARO SOLAR: Explicaciones de Derecho Civil Chileno y Comparado, Imprenta El Imparcial, Santiago, 1942, Tomo I, págs. 6 y 7. El Derecho Privado Nacional es el que regla las relaciones de particular a parti- 41 Cap. III. El Derecho Civil: concepto y ámbito de su aplicación cular o las relaciones de los particulares con las personas públicas, en cuanto sean susceptibles de tener simples relaciones de interés privado. En este sentido, se da a este derecho el nombre de Derecho Civil, denominación que, en un significado más restringido, se refiere únicamente a todas las relaciones privadas, en oposición al Derecho Comercial, que contiene las reglas especialmente aplicables a los comercian- tes y a los actos de comercio o a los demás derechos especiales. 9. ANTONIO VODANOVIC: Curso de Derecho Civil, Editorial Nascimento, 1945, Tomo I, 2ª edición, pág. 31. El Derecho Civil puede ser definido, con una enumeración de su contenido, como aquel Derecho que regula los requisitos generales de los actos jurídicos privados, la organización de la familia y la de la pro- piedad privada. En el estado actual de la legislación chilena puede también, sintéticamente, ser definido con estas palabras: es el Derecho Privado general. La “generalidad” del Derecho Civil, en cuanto Derecho Privado, presenta dos as- pectos: El Derecho Civil es general, primero, porque regula las doctrinas generales del Derecho Privado; segundo, porque regula las instituciones más generales a todos los hombres. El Derecho Civil, en relación con las demás ramas del Derecho, ofrece un ca- rácter que conviene hacer resaltar: es el “Derecho común”. Lo es respecto a los demás derechos constitutivos del Derecho Privado, como lo revela el Código de Comercio chileno en tantas ocasiones, y de un modo genérico en su artículo 2º, donde reputa al Derecho Civil como Derecho supletorio; pero lo es también con relación a todas las demás ramas del Derecho Privado, las cuales es- tablecen en muchas ocasiones que lo que no reglamentan especialmente es regido por el Derecho Civil. 10. DAVID STITCHKIN: Curso de Derecho Civil, Escuela de Derecho, Universidad de Chile, Apuntes de clases, 1947. Derecho Civil es el conjunto de normas sustantivas y comunes que rigen las rela- ciones de los particulares entre sí y de los particulares con las personas de Derecho Público, cuando éstas actúan como titula- res de Derecho Privado. El Derecho Civil es general y supletorio. Es supletorio en cuanto rige a falta de ley especial o, habién- dola, en lo que ella no contempla. Rige, además, a falta de voluntad contraria de los particulares. 11. LOUIS JOSSERAND: Derecho Civil, Edi- ciones Jurídicas Europa-América, Buenos Aires, 1952, Tomo I, vol. I, págs. 17 a 22. El Derecho Privado se identificó en otro tiempo con el Derecho Civil que, después de haber englobado, en tiempos del Impe- rio Romano, al Derecho Público mismo, regía, en nuestra antigua Francia, todas las relaciones jurídicas de orden particular, sin distinción ni restricción. Después se verificó un trabajo de disgregación del Derecho Pri- vado, que prosiguió en el curso de los siglos ramificándose, a imitación de lo ocurrido con el Derecho Público, de suerte que las expresiones “Derecho Privado” y “Derecho Civil” cesaron de coincidir, por referirse la primera al género y la segunda a una de las especies solamente. 1º. La primera desmembración, en el orden cronológico, fue aquella de que se benefició el procedimiento. Esta rama del Derecho determina, sobre todo, las reglas que han de seguirse para hacer valer los derechos en justicia. En esta medida no es otra cosa que el Derecho Privado en acción, afirmándose, realizándose ante la autoridad judicial. Es bastante natural que la forma limite con el fondo y que la sanción acompañe al precepto; por eso los romanos no veían en el procedimiento más que un capítulo del Derecho Privado; sus jurisconsultos, después de haber estu- diado el Derecho teórico,se ocupaban en el mismo tratado del derecho en acción, es 42 Segunda parte. El Derecho Civil en general decir, de las acciones.12 En el curso de nues- tro antiguo Derecho se efectuó un trabajo de especialización y de disociación que logró su consagración definitiva en la gran ordenanza que, por iniciativa de Colbert, codificó, en 1667, las reglas del procedi- miento. Desde entonces la separación era definitiva; el procedimiento había conquis- tado y debía conservar su individualidad: al lado de nuestro Código Civil existe un Código de Procedimiento Civil, en el cual están incluidas las reglas de forma. Pero la separación entre los dos campos está lejos de ser constante y absoluta; nuestro Código Civil comprende muchas reglas referentes al procedimiento; por ejemplo, en materia de divorcio, de separación de cuerpos y de pruebas. Ocurre, en efecto, que la forma es inseparable del fondo y que tiene forzo- samente que borrarse, aquí y allá, la línea de demarcación un poco ficticia que el legislador quiso trazar entre el precepto y su manera de realizarse. Pero no debía limitarse a esto el trabajo de fragmentación del Derecho Privado; tenía que proseguirse hasta en el terreno del Derecho teórico mismo y por lo que se refiere a las reglas de fondo. 2º. El desarrollo y las necesidades del comercio determinaron la formación y la especificación de una nueva rama, la del Derecho Comercial. Y es que, en efecto, las instituciones del Derecho Privado común no podían llenar las necesidades del comercio, que exige celeridad y confianza, reglas de gran flexibilidad, exentas de formalismo, y que requiere una represión del fraude, segura y rápida; el problema ha sido re- suelto por la formación de un cuerpo de reglamentos apropiados, que constituyen en conjunto el Derecho Comercial, simple adaptación del Derecho Privado a las ne- cesidades del Comercio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3º. La frecuencia y complejidad de las relaciones entre individuos pertenecientes a nacionalidades diferentes han dado lugar 12 Y así las instituciones de Gayo están divididas en tres partes: personas, bienes y acciones (GAYO, Instituciones, I, 2). a una nueva especialización y una nueva desmembración del Derecho Privado, que se han traducido en la formación del Derecho Internacional Privado, el cual determina la nacionalidad de las personas y rige las re- laciones jurídicas de interés privado entre individuos que dependen de soberanías diferentes, o que poseen intereses en di- versos países. Aunque muchos principios constitutivos de esta rama del Derecho estén inscritos en nuestro Código Civil, del cual forman parte integrante, hace ya largo tiempo que el Derecho Internacional Privado tiene el valor de una disciplina independiente o, por lo menos, especial, y que es objeto en las Facultades de Derecho de una enseñanza particular, en el curso del tercer año de la licenciatura. En fin, existen ciertas ramas del Dere- cho que, por ser de formación reciente, presentan la particularidad de caer bajo el dominio del Derecho Privado y del Derecho Público, y también, en cierta medida, bajo el de la ciencia económica y financiera; por razón de este origen complejo, no podrían ser calificadas francamente en una u otra categoría, pues constituyen una amalgama de elementos bastante dispares. Así ocurre con la legislación obrera, que cristaliza en un Código del Trabajo y de la Previsión Social; con la legislación rural que, establecida para el uso de los agricultores y teniendo en cuenta las necesidades de la agricultura, encuentra su expresión sintética en un Código Rural. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Así se desprenden poco a poco de la raíz primitiva –el Derecho Privado– un gran número de ramas jurídicas, de las cuales unas viven una vida bastante independiente, mientras que otras, no obstante la separa- ción bastante ficticia de que provienen, no presentan fisonomía netamente definida: en el terreno del Derecho, como en los demás, la especialización ha realizado su obra; se acomoda a la ley del progreso social, cuyo rescate obligatorio constituye. Pero el tronco primitivo y común conti- núa subsistente y tan vivo como en el pasado; al dar vida a estos numerosos brotes, nada ha perdido de su vigor originario; no se ha replegado sobre sí mismo, en un renun- 43 Cap. III. El Derecho Civil: concepto y ámbito de su aplicación ciamiento estéril; antes, por el contrario, ha recibido de las ramas que de él se han desprendido un impulso de vitalidad y como la infusión de una sangre nueva. De esa manera ciertas conquistas reali- zadas por el Derecho Comercial en el seno de la mayor simplicidad y de una deseable celeridad, han sido inmediatamente trans- portadas más o menos completamente al campo del Derecho Privado común: el Derecho Comercial ha tomado, frente al viejo Derecho Civil, la posición de un campo de experiencias y ha desempeñado el papel de educador. Idéntica observación podría reproducirse en lo que respecta a la legislación financiera: un movimiento de vaivén, una obra de penetración recíproca se ha operado entre las diferentes ramas del Derecho, particularmente entre el Derecho Civil y las disciplinas a las cuales, por una serie de sucesiones, ha dado nacimiento. Definición del Derecho Civil. Las explica- ciones precedentes tienen el valor de una definición del Derecho Civil por elimina- ción. Es preciso entender por tal el Derecho Privado, deducción hecha de las disciplinas que recabaron su autonomía en el curso de los últimos siglos; es la rama del Derecho que fija las relaciones privadas entre fran- ceses, pero solamente en tanto que nada tienen de especificadamente comercial, industrial, rural, y habida consideración de las reglas de forma, de realización práctica del Derecho, que constituyen el campo reservado al procedimiento. Pero esta definición negativa es, a decir verdad, demasiado estrecha, en el sentido de que el Derecho Civil ha conservado la posición eminente que le ha correspondi- do siempre; ha seguido siendo la fuente común a la cual es preciso remontarse siempre ante el silencio de los textos: no obstante los cercenamientos sucesivamente sufridos, conserva su aptitud original para regir todas las relaciones de orden privado; virtualmente, ha conservado su amplitud primitiva, ha seguido siendo el Derecho Pri- vado común. Tal cual actualmente existe, su campo efectivo es todavía inmenso: fija los derechos y la capacidad de los individuos, rige la familia, establece el estatuto jurídico de los bienes aisladamente considerados, de manera especial el de la propiedad, lo mismo que el del patrimonio, cuya suerte fija no solamente en vida de su titular, sino también a su fallecimiento; reglamenta las convenciones; es con mucho la más extensa de las ramas del Derecho; su soberanía se ejerce no únicamente en el campo de las relaciones de orden privado, sino también y frecuentemente en el de las relaciones que emanan del Derecho Público; conti- núa siendo, a pesar del vuelo del Derecho Público, tanto en el campo interno como en las relaciones entre las naciones, el Dere- cho por excelencia, constituye la armazón misma y la base de juridicidad. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. ¿Cuáles son las características funda- mentales del Derecho Civil que permiten definirlo claramente? 2. ¿Qué entiende usted cuando se expresa que el Derecho Civil es un derecho “general”? 3. ¿Piensa usted que es lo mismo decir que el Derecho Civil es “general”, que decir que es “supletorio”? En caso negativo, ¿qué diferencia habría entre estos dos términos? 4. ¿Está usted de acuerdo con la afirmación de Josserand de que el Derecho Civil continúa hoy tan vivo como en el pasado, a pesar del desmem- bramiento de sus diferentes ramas, o piensa, en cambio, que este derecho regla hoy menos casos y se aplica a menos situacionesque aquellas que regía antiguamente? 5. En la definición del profesor David Stitch- kin se expresa que el Derecho Civil es un derecho “sustantivo”. ¿Por qué cree usted que ese profesor ha usado ese término en su definición? 6. ¿Cree usted que las disposiciones conteni- das en el art. 4º del C.C. consagran su carácter de “general” o su carácter de “supletorio”? ¿Qué objeto tiene, a este respecto, la disposición del art. 2º del Código de Comercio? 7. Se ha dicho que el Derecho Civil es el derecho de los ricos, en tanto que el Derecho Penal es el derecho de los pobres. ¿Está usted de acuerdo con esta idea? ¿Tienen algún interés las clases más desvalidas en las materias que regla el Derecho Civil? 8. Elabore, a partir de estas características, su propia definición de Derecho Civil. 45 I. EL CÓDIGO CIVIL FRANCÉS: Principal inspirador de la legislación civil chilena 12. GONZALO FIGUEROA YÁÑEZ: “La Revo- lución francesa y el Derecho Civil”, charla leída el 14 de julio de 1989 ante la Asociación Regional de Magistra- dos de Talca, al cumplirse 200 años del inicio de la Revolución Francesa, págs. 1 a 7. 1. EL CÓDIGO CIVIL ES UNA DE LAS OBRAS PRINCIPALES DE LA REVOLUCIÓN Si bien la idea de codificar la legislación, y particularmente las leyes civiles, es muy anterior a la Revolución Francesa, fue con ella que esa idea tomó fuerza y logró culmi- nar con la promulgación del primer Código Civil moderno, como fue el Código de Na- poleón. Gény ha señalado en este sentido que “el Código Civil, sobre todo y desde su nacimiento, ha aparecido como una de las obras capitales de la Revolución”.1 La intención de dictar un Código Civil es casi coetánea con el movimiento revolu- cionario, tanto que antes de cumplirse un año de la toma de la Bastilla, la Asamblea Constituyente declaró, por decreto de 5 de julio de 1790, que “las leyes civiles se revisa- rán y reformarán por los legisladores, y se hará un Código general de leyes simples, claras y apropiadas a la Constitución”.2 1 GÉNY, Método de interpretación y fuentes en el Derecho Privado Positivo, Madrid, 1925. 2 Citado por RIVACOBA Y RIVACOBA, MANUEL DE, en el Prólogo al Discurso preliminar del Proyecto de Código Civil Francés de PORTALIS, editado por Edeval, Valparaíso, 1978, pág. 7. El propio Napoleón vio con claridad la trascendencia que tenía su Código Civil para la estabilidad institucional francesa y de su Imperio, tanto que llegó a decir del mismo que “constituía su más preciado título de gloria”.3 2. LA IDEA DE CODIFICACIÓN Se ha dicho que la codificación, como fe- nómeno histórico, cultural y espiritual de Occidente, representó una revolución abso- luta, casi copernicana, respecto de la forma de concebir y representar “lo jurídico”, y que como toda revolución, constituyó una reacción a la forma anterior de concebirlo y representarlo.4 Los supuestos teóricos de esta idea de la codificación nacen en Europa durante el siglo XVII. Antes de ese siglo, la tendencia a fijar el Derecho, esto es a reunir las diversas leyes en cuerpos únicos, compactos y totalizadores, se había mani- festado en compilaciones sumatorias de las leyes más diversas, reunidas, en el mejor de los casos, en torno a temas generales. Tales fueron, por ejemplo, el Corpus Iuris Civilis, de Justiniano, en el siglo VI; las Siete Partidas, de Alfonso X, en el siglo XIII, o la Recopilación de Indias. El Derecho recopilado en tales cuerpos jurídicos era un Derecho casuístico, esto es, basado en la resolución de casos particula- res, a través de los cuales se generalizaban principios teóricos de aplicación general. El Derecho anterior a la codificación tenía 3 Citado por RIVACOBA Y RIVACOBA, MANUEL DE, ob. cit. pág. 17. 4 GUZMÁN B., ALEJANDRO, “La codificación del Derecho”, en Revista de Derecho de la Universidad Católica de Valparaíso, Tomo VIII, 1984, pág. 11. C a p í t u l o I V EL CÓDIGO CIVIL CHILENO. SUS FUENTES. SU HISTORIA. DIVERSOS PROYECTOS DE CÓDIGO 46 Segunda parte. El Derecho Civil en general siempre como punto de partida el caso particular, y concluía, luego de un largo razonamiento inductivo, en reglas abstractas y generales, como había sido la costumbre desde los tiempos en que el Pretor resolvía los casos que le tocaba conocer, en el anti- guo Derecho Romano. En segundo lugar, el Derecho recopilado en los cuerpos jurídicos anteriores a la co- dificación provenía generalmente de fallos judiciales y de razonamientos doctrinales, que recogían la costumbre vigente sobre el tema de que se tratara. La ley, concebida como una orden de autoridad, tenía escasa importancia como fuente del Derecho; por regla general, no existía una regla oficial que ordenara con claridad cual era la conducta que el ordenamiento exigía de los particulares. Dicho de otra manera, el derecho carecía en buena parte del ele- mento certeza, que es el fundamento de la seguridad jurídica en nuestros sistemas codificados. Como consecuencia de lo señalado, el Derecho anterior a la codificación fue un Derecho de controversias, en que cada jurista discutía el caso a la luz de los precedentes parecidos previamente reco- pilados, y en que a través de esta discusión casuística se iban delineando poco a poco ciertos criterios de aplicación general. Esos criterios generales y abstractos constituían lo que se denominaba la “opinión común de los doctores”, y ella configuraba el cri- terio de certeza y seguridad jurídica de la época.5 De más está señalar que en caso de diversidad de opiniones entre diferentes “doctores”, se perdía el criterio de certeza, y las partes se enfrascaban en discusiones interminables frente a jueces que carecían de un principio rector uniforme en el cual fundamentar sus fallos. Hacia el siglo XVII se generaliza un sentimiento de inseguridad y de incerteza jurídicas, de manera que políticos, filósofos y juristas claman al unísono por la reforma del Derecho. Será lo que se propondrá el movimiento codificador, cuyo principal im- 5 Seguimos muy de cerca en esta parte a GUZMÁN B., ALEJANDRO, ob. cit. pulsor es el filósofo Godofredo Guillermo Leibniz. Este pensador parte del método científico, matemático y axiomático en- tonces en boga, y sostiene la necesidad de utilizar este método también en el campo del Derecho, esto es, piensa que el Derecho puede tener su punto de partida –como las ciencias exactas– en postulados indemos- trables, pero racionales y evidentes, desde los cuales se puede llegar por deducción a consecuencias lógicas consecuentes con ellos, sin tener que pasar necesariamente por la experiencia. Esta posición repre- sentó la superación radical del método casuístico y empírico, que venía usándose desde el Derecho Romano. Según Leibniz, el Derecho debía construirse a partir de postulados generales, indemostrables por la experiencia, pero evidentes a la razón, de los cuales pueden deducirse las demás reglas jurídicas cada vez menos generales, las que serán aplicadas finalmente a los casos que deban resolverse. La exigencia de reglas legales claras, precisas, raciona- les, generales y abstractas, purgadas de sus contingencias casuísticas e históricas, de las razones de la ley y de las opiniones de autoridades, será la primera vertiente que hará posible el movimiento codifica- dor que habría de impulsar la Revolución Francesa. La segunda vertiente de la codificación es la ideología liberal que invade la política y la economía de la época como reacción al absolutismo del Antiguo Régimen y a su sistema económico estatista, dirigista e intervencionista, implantado por la Monarquía derribada. Las nuevas leyes reclaman la igualdad de todos los hom- bres y la abolición de las clases sociales, la inviolabilidad de la persona humana, propugnan la libre empresa, la autonomía de la voluntad, la comercialización de todas las propiedades, el término de los mayorazgos, capellanías y vinculaciones y la libertad de testar. El modelo másacabado del movimiento codificador fue el Código Civil francés de 1804, pues logró recoger en buena forma las dos vertientes que acaban de señalar- se. Antes de dicho cuerpo de leyes hubo, 47 Cap. IV. El Código Civil chileno. Sus fuentes. Su historia. Diversos proyectos de Código sin embargo, otros Códigos Civiles, como el promulgado en Prusia en 1794 por el rey Federico el Grande, o el de Baviera de 1756, que no lograron desprenderse completamente de la antigua mentalidad medieval. 3. EL CÓDIGO CIVIL FRANCÉS: ORIGEN Y CARACTERÍSTICAS Ya recordamos que la Asamblea Consti- tuyente, antes de cumplirse un año de la toma de la Bastilla, pensó en la dictación de un Código Civil. Fue, sin embargo, la Convención la que abordó por primera vez esta tarea, al encargar en forma bastante ingenua a su Comisión de Legislación que redactara un proyecto de Código Civil “en el plazo de un mes”.6 Varios proyectos se presentaron a la consideración legislativa en los años siguientes, cuyos autores fue- ron los juristas Cambacérès, que redactó tres anteproyectos, y Jacqueminot, que redactó uno. Fue, sin embargo, la comisión designada en 1800 por el Primer Cónsul, y que estuvo compuesta por los juristas Tronchet, Bigot-Préameneu, Malleville y Portalis, la que puso término a la tarea y pudo presentar un proyecto definitivo a los cuerpos legislativos, que terminaron por aprobarlo con fecha 21 de marzo de 1804.7 Esta fecha no sólo es memorable por haber sido aquella en que se promulgó el primer Código Civil moderno, sino también porque ese día se derogó expresamente y en bloque todo el antiguo Derecho, en las materias que trataba el nuevo cuerpo de leyes. Josserand expresa, respecto de esta fecha, que “el viejo edificio, hecho de piezas y de trozos desemejantes, era reemplazado por una construcción cuya solidez y pureza de líneas debía producir la admiración del mundo entero; y con él, y por él, se abre un tercer período, el del derecho moderno”.8 6 JOSSERAND, LOUIS, Derecho Civil, Ediciones Jurí- dicas Europa-América, Buenos Aires, 1952, Tomo I, vol. I, pág. 35. 7 30 Ventoso del año XII. 8 JOSSERAND, LOUIS, ob. cit., pág. 40. El nuevo Código estuvo a la altura de las expectativas que se habían cifrado en él. Supo conjugar debidamente una adecuada ponderación con una razonable adaptación a las circunstancias sociales y económicas por que pasaba Francia en la época de su dictación; en otras palabras, representó el ideal que el propio Portalis había soñado para la mejor de las legislaciones: “Las leyes no son meros actos de poder: son actos de sabiduría, de justicia y de razón. El legis- lador ejerce menos una autoridad que un sacerdocio. No debe perder de vista que las leyes se hacen para los hombres y no los hombres para las leyes; que éstas deben adaptarse al carácter, a los usos, a la situa- ción del pueblo para el cual se dan; que es preciso ser sobrio en cuanto a novedades en materia de legislación, porque si ante una institución nueva es posible calcular las ventajas que una teoría nos ofrece, no lo es conocer todos los inconvenientes que sólo la práctica puede descubrir; que hay que mantener lo bueno, si lo mejor es dudoso; que, al corregir un abuso, deben tomarse también en cuenta los peligros de la propia corrección; que sería absurdo entregarse a ideas de perfección absoluta en cosas que no son susceptibles sino de una bondad relativa; que, en lugar de cambiar las leyes, es casi siempre más útil brindar a los ciudadanos nuevos motivos para que las amen; que la historia apenas nos ofrece la promulgación de dos o tres leyes buenas en el transcurso de muchos siglos; que, por último, el pro- poner cambios no corresponde más que a aquellos que han nacido predestinados a penetrar, de un golpe de genio y por una suerte de iluminación repentina, toda la constitución de un estado”.9 No podemos entrar a analizar en pro- fundidad, en esta ocasión, las bondades, defectos, trascendencia y criterios de las diversas instituciones que componen el Có- digo de Napoleón. Limitémonos a señalar tan sólo sus principales características, fuera de las que ya hemos indicado, de constituir 9 PORTALIS, JEAN-ETIENNE-MARIE, Discurso pre- liminar del proyecto de Código Civil francés, Imprenta Edeval, Valparaíso, 1978, págs. 31 y 32. 48 Segunda parte. El Derecho Civil en general un libro breve, conciso, claro y preciso, que vino a reemplazar los farragosos textos del Antiguo Derecho. En primer lugar, constituyó una obra sistemática, conforme a una concepción racional y lógica, que se expresó en senten- cias concisas, contenidas en artículos, cada uno de los cuales estaba concatenado con los restantes, de tal manera que cualquier persona medianamente culta podía en- tenderlos y cumplirlos, lo cual contribuyó poderosamente a asegurar la seguridad y certeza jurídicas que entonces se echaban de menos.10 En segundo lugar, fue una síntesis ade- cuada, fecunda, razonada, ecléctica, del Antiguo Derecho consuetudinario francés y del Derecho Romano, recibido en Francia a través de canonistas y glosadores, más algunas viejas ordenanzas, jurisprudencia de los antiguos Parlamentos e importantes instituciones del Derecho Canónico. Todo ello llegó a los redactores del Código de Napoleón a través de las obras de Domat y Pothier.11 En tercer lugar, el Código de Napoleón fue una obra de prudencia y de equilibrio social, que si bien reprodujo adecuada- mente los ideales revolucionarios, evitó los excesos de los años inmediatamente posteriores a la Revolución. Fue por eso una obra práctica, adaptable a las necesi- dades del pueblo francés de la época. Si alguna crítica puede hacérsele, ella está en relación precisamente con la época de su dictación, y el exagerado individualismo que la caracterizó. La crítica no alcanza, sin embargo, al Código mismo, hijo de su época, sino a ésta, puesto que las obras de los hombres no pueden sino reproducir las características de los tiempos en que se elaboraron, y no puede pedírseles que prevean y se anticipen a los tiempos que aún no han transcurrido, ni que legislen para sociedades que aún no han llegado a existir. A medida que los años fueron pasando y el Código de Napoleón fue 10 GUZMÁN B., ALEJANDRO, ob. cit., págs. 24 y 25. 11 JOSSERAND, LOUIS, ob. cit., págs. 42 y 43. envejeciendo, empezó a tomar el presti- gio de las grandes obras que resisten el embate del tiempo. La Restauración sólo lo modificó suprimiendo el divorcio y el nombre de Napoleón, que lo distinguía, y que le devolvió el Segundo Imperio. En general, la burguesía, que había llegado al poder con la Revolución, la nueva clase rural que ahora poseía la tierra, así como los nuevos comerciantes e industriales, encontraron en el viejo Código una he- rramienta adecuada para la defensa de sus respectivos intereses, que los satisfa- cía con sus postulados laicos, liberales e igualitarios.12 Por otra parte, el Código se había fortalecido con los comentarios de los grandes tratadistas, que tanto habían molestado en su época a Napoleón,13 así como por una abundante y novedosa ju- risprudencia. La legislación posterior, de tinte socializador, dirigista y estatista, ha sido dictada como una legislación de ex- cepción a los grandes principios liberales e individualistas del Código, por lo que éste no ha sido tocado formalmente por aquélla, conservando hasta hoy la majestad de las grandes creaciones del espíritu. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Haga una síntesis acerca del origen de la idea de codificar las leyes civiles. ¿En qué se diferencia el derecho codificado de aquel que existía con anterioridad? 2. ¿Cree usted que el derecho codificado contribuye en mayor grado a la certeza jurídica que el derecho anterior a la codificación? ¿Por qué? 3. Haga una síntesis de los hechos que origi- naron el Código Civil francés y de sus principales características. 12 Así lo sostiene RIPERT, GEORGES, en Le régimedémocratique et le Droit Civil moderne, Librairie Générale de Droit et de Jurisprudence, París, 1936, pág. 18. 13 Dicen que cuando apareció el primer comen- tario sobre el Código Civil, el Emperador exclamó: “¡Mi Código está perdido!”. Veáse GUZMÁN B., ALE- JANDRO, ob. cit., pág. 25. 49 Cap. IV. El Código Civil chileno. Sus fuentes. Su historia. Diversos proyectos de Código II. VISIÓN HISTÓRICA DE LA ÉPOCA EN QUE SE DICTÓ EL CÓDIGO CIVIL 13. PEDRO LIRA URQUIETA: “El Código Civil y su época”, trabajo leído en la Velada Solemne celebrada en la Universidad de Chile el 14 de diciembre de 1955, con ocasión del Centenario del Códi- go Civil. Recopilada en El Código Civil chileno y su época, Editorial Jurídica de Chile, 1956, págs. 42 y siguientes. No entenderemos bien lo ocurrido entre nosotros en ese tiempo –y en todo tiempo– si no echamos una mirada a lo que acontecía en el ancho mundo. Dos países influían de una manera preponderante en el desa- rrollo ideológico, político y económico de Chile: Inglaterra y Francia. Estados Unidos emprendía recién la larga conquista del Oeste y distaba todavía mucho de poseer la riqueza y el poderío que conocemos. Por lo demás, no gozaba de mucha simpatía entre los pueblos hispanos: el episodio de Texas y la guerra lastimosa con México aún sangra- ban. Los chilenos agregarían poco después a ese inventario de agravios las reyertas de California y la ruina de no pocos. ¿Cuál era la situación de los países vecinos? Todos ellos con mayor o menor intensidad eran azotados por el vendaval revolucionario y una dictadura sucedía a otra dictadura. El gobierno del general Echenique, en el Perú, iniciado en 1851, y que tiene el innegable mérito de haber dictado el Código Civil de 29 de diciem- bre de 1852, terminaba tres años después a consecuencia de un movimiento que acaudillaba el mariscal Castilla. En Bolivia, otro general, Córdova, yerno del entonces Presidente general Belzu, tomaba violenta- mente el poder para caer dentro de poco derribado por el célebre Linares. A pesar de sus continuos trastornos constitucionales, Bolivia había logrado sustituir la vieja legis- lación civil española por un Código Civil de contextura francesa, promulgado en 22 de octubre de 1830 y que debe ser mirado como el primero de la América española, ya que no de todo el continente, pues el Código de la Luisiana es del año 1814. Prosigamos en nuestro cuadro histórico. La situación argentina tampoco era tranquila. La larga dictadura de Rosas había concluido en 1852 con la batalla de Monte Caseros, mas el triunfo del general Urquiza no fue del todo completo, porque la poderosa provincia de Buenos Aires resistía el nuevo orden de cosas. La Constitución Federal de 1853 no vino a ser enteramente aplicada sino recién en 1861, después del triunfo militar de Mitre en Pavón. De los grandes países íberos del conti- nente sólo Brasil constituía una excepción honrosa. La constante tranquilidad de que gozó durante el Imperio envolvía un mudo reproche a la agitación democrática que imperaba a su derredor, o para hablar con más propiedad, a las perturbaciones militares de las demás naciones. A los ojos de los europeos la agitación política en que se debatían las hijas de España era una de- mostración de que su independencia había sido prematura, olvidando que la Madre Patria tampoco gozaba de sosiego. En esos años del llamado gobierno per- sonal de doña Isabel II el desorden político llegaba a su colmo: los grandes jefes milita- res, como Espartero, Narváez y O’Donell, se sucedían en los cargos de Regentes o de Primeros Ministros y por poco tiempo dejaban el poder a los civiles. La monar- quía constitucional vivía una vida precaria, fuere por las guerras carlistas, fuere por los disturbios internos. Durante los días 17, 18 y 19 de julio de 1854, Madrid estuvo en manos del pueblo y el alzamiento sólo pudo dominarlo el general San Miguel. Pocos años más tarde, la reina debió abandonar el trono e hizo su aparición una república fugaz. Bien se comprende, así, que la in- fluencia de España tenía que ser escasa. Si a todo ello se agrega el recuerdo odioso de la lucha emancipadora, entonces aún vivo, se convendrá en que los valores intelectuales y jurídicos de la España de ese tiempo no tuvieron la resonancia que merecían. Una obra valiosa realizada por un grupo escogido de jurisconsultos y que fue muy aprovecha- da por Bello y por sus colaboradores, el célebre Proyecto de Código Civil llamado 50 Segunda parte. El Derecho Civil en general de García Goyena, no tuvo en la prensa ni en la opinión pública la repercusión que debió tener. Como ese espléndido intento de codificación no alcanzó a recibir los honores de la aprobación legislativa, se le aprovechó en silencio, como a hurtadillas, sin que España pudiera presentar un cuerpo de leyes modelos, como lo hacían los otros países europeos. El Código Civil español iba a demorar veinte años más. Las naciones admiradas eran, como se ha dicho, Inglaterra y Francia. Esta última había sufrido una terrible conmoción con los acontecimientos revolucionarios de 1848. Ahora no tenemos una idea bien clara de las proyecciones que alcanzó en Europa y aun en América esa Revolución de 1848. Se había iniciado y se había rea- lizado en Francia, cuna y a la vez arsenal de las ideas políticas en auge durante todo el siglo XIX y en particular en su primera mitad. El ensayo de una monarquía libe- ral había concluido estrepitosamente con la caída de Luis Felipe. En pocos días los grupos exaltados y extremistas habían dominado en París y a través de él en toda Francia y el contagio revolucionario se había extendido por toda la Europa. Sólo dos países resultaron indemnes, Rusia e Inglaterra. Pero los demás, en mayor o menor proporción, sufrieron los embates violentos de la revolución, que aparecía con los caracteres odiosos de un levantamiento social. La Santa Alianza, que había sido mirada como el baluarte del orden, estaba en tierra. Los tronos todos bamboleaban y algunos habían sido derribados. París estaba dominado por los falansterios con su socia- lismo delirante, y las muchedumbres eran acaudilladas por hombres fanáticos de la talla de Proudhon, Fourier y Saint-Simón. Las arengas románticas y lacrimosas de Lamartine no conducían a nada positivo: sólo servían para calentar los cerebros de los jóvenes ya exaltados por la lectura de su bella historia de los girondinos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . París, a partir del estallido de 1848, era un inmenso taller de ensayos revolucio- narios e iba a continuar siéndolo hasta el día en que Luis Napoleón dio su golpe de Estado y se hizo proclamar emperador. En ese lapso, que va de 1848 a fines de 1851, Francia era el foco de la Revolución: en una de sus barricadas parisinas había caído asesinado el arzobispo de París; para que ilustrara a los neófitos socialistas el gobierno había invitado a Karl Marx, y los primeros experimentos comunistas se realizaron allí. La ola revolucionaria había hecho salir de Roma a Pío IX y rápidamente había puesto en fuga al omnipotente príncipe de Metternich. Las monarquías y los prin- cipados italianos y germanos estaban en continua amenaza y no se sabía si la nueva filosofía socialista terminaría por imperar. Le asiste razón a Bertrand Russell cuando dice que el Manifiesto Comunista de 1848 tuvo acentos proféticos al llamar a los proletarios de todo el mundo a la unión y al conminar a los gobernantes con estas terribles palabras: “Un espectro amenaza a la Europa, el espectro del Comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa han cerrado una alianza santa para exorcizar este espectro: el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los es- pías alemanes”. Pues bien, en ese mismo año creyó tener su triunfo: Metternich y Guizot cayeron para no levantarse; el Papa hubo de abandonar Roma, ylos radicales franceses vivieron tres años aplastados por sus adversarios comunistas o socialistas, Karl Marx pudo presenciar en Alemania y en Francia ese triunfo, aunque efímero, pues restablecido el orden tuvo que buscar refugio en Londres. Con justicia calificó al movimiento de 1848 de aborto. Nos explicamos, de esta manera, el es- tupor que reinó entonces en Europa y en nuestra América. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Estos acontecimientos, que duraron hol- gadamente dos años, tuvieron una necesaria repercusión entre nosotros. Estimamos que no andan desacertados los historiadores que les atribuyen no pequeña parte en la Revolución de 1851. Veinte años de gobierno fuerte –los decenios de Prieto y Bulnes– algo habían 51 Cap. IV. El Código Civil chileno. Sus fuentes. Su historia. Diversos proyectos de Código cansado a los elementos pelucones y, a la inversa, habían exaltado a los amantes de una libertad omnímoda. Los que veían derrotados a gobernantes tan moderados como Guizot no podían convenir en que continuara en Chile un gobierno autori- tario. La luz de Francia irradiaba libertad, y este ejemplo tenía que ser seguido aquí. En balde se les hubiera dicho que las con- diciones sociales y económicas, políticas y culturales, eran diferentes. Ellos, los aman- tes de las ideas de progreso, simbolizadas en los corifeos revolucionarios franceses, ansiaban un cambio que permitiera la difusión de tales principios. Y en lugar de eso el grupo gobernante levantaba la candidatura aborrecida de don Manuel Montt, ejemplar magnífico del catalán recio y tenaz, sin expansiones y sin brillo. Los que llamaremos avanzados, desde Bilbao hasta Vicuña, eran y tenían que ser opositores furiosos de tal candidatura. Veían en ella el predominio de los elementos gobernan- tes y la consagración de lo que apodaban tiranía. Es menester leer las proclamas y los escritos de ese tiempo para darnos cuenta de la agitación ideológica que existió y de la altura que alcanzó la fiebre política. Mientras el grueso del país, según frase de don Alberto Edwards, consideraba a Montt como “el candidato de los intereses creados, de la burocracia, del preceptorado de los hombres de negocios, de los terratenientes, en suma, de todos los ciudadanos amantes del orden y refractarios a las novedades románticas y a las fantasías deslumbradoras de los jóvenes reformadores, los grupos opositores lo tildaban de ser el represen- tante del atraso, del oscurantismo y del espíritu oligárquico”. ¡Montt, el educador por excelencia, era insultado como oscu- rantista! ¡Montt, el más progresista de los gobernantes chilenos, como emblema del atraso! ¡Montt, nacido en Petorca, de hon- rada familia de raíz catalana, el símbolo del espíritu oligárquico! Pues bien, esta oposición, que ahora nos parece injusta y absurda, tuvo gran fuerza, tanta fuerza que levantó al país en armas. No corresponde en un trabajo de esta clase analizar las causas que engrosaron a las fuerzas opositoras. Ha de bastar con decir que la elección de don Manuel Montt fue tachada de fraudulenta y obra exclusiva, como diría en Concepción don Pedro Félix Vicuña, de un “gobierno que era sólo una facción diminuta y corrompida”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La Constitución portaliana había creado un poder central fuerte. A su cabeza y con el título de Presidente de la República estaba un monarca no coronado y de duración temporal, pero dotado de omnímodas fa- cultades, todas ellas, es cierto, encuadradas en el marco rígido de la ley. Pero como el Parlamento era, en cierto modo, hechura suya, podía obtener, cuando era menester, facultades extraordinarias, lo que ocurrió en todo el período en que se prepara y se aprueba el Código Civil. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Este concepto tan definido de autori- dad, y tan bien provisto de armas legales para sustentarlo, debía irradiar sobre todo el organismo social. Existía, pues, en la familia una fuerte autoridad paterna; en la educación, la autoridad magistral, y en las industrias, la autoridad del patrón. Cae de su peso que en los campos la autoridad patronal era omnímoda. La sociedad y el cuerpo político estaban, de esta manera, reciamente jerarquizados. La división en clases sociales aparecía sencilla y sin mayores complicaciones: frente a los poseedores del poder y de la tierra estaba la masa del pue- blo, la cual habitaba en su mayoría en los campos. Las llamadas ciudades eran grandes aldeas. Sale de los límites de este trabajo dar un cuadro de lo que fue el Santiago de mediados del pasado siglo. Con todo, y admitiendo que se trataba sólo de una gran aldea, se presentaba muy a la distancia de Concepción, La Serena y Valparaíso. Pero en este último puerto, como en algunos lugares del norte, Caldera y Coquimbo por ejemplo, se habían instalado algunos industriales y comerciantes extranjeros, sobre todo ingleses, que creaban riqueza y adelanto y que contribuían a formar una capa social diferente a la de la aristocracia colonial. Es interesantísimo observar la 52 Segunda parte. El Derecho Civil en general evolución que sufre la sociedad chilena, y en particular la santiaguina, por efecto de esos elementos extraños y por el ascenso al poder de hombres sanos aunque pobres de las provincias. Así como en otros países americanos la democracia hizo irrupción en la vida del país a través de los jefes militares, en Chile el avance se debe a la difusión de la enseñanza, a la aplicación del Código Civil, al adelanto industrial y mercantil por obra de ingleses y de chilenos que los siguieron y al tino con que los gobernantes escogie- ron a sus colaboradores entre los jóvenes provincianos más estudiosos y capaces. No ha de desconocerse que la vieja aristocracia pelucona apoyaba su poder en las propie- dades agrícolas, de suyo estables y fuentes inagotables de influjo político y económico; mas cabe agregar que esos elementos, que llamaremos nuevos, entraron muy pronto a formar parte de ella, sea por enlaces, sea porque los ricos mineros y comerciantes quisieron también poseer tierras. La adqui- sición de valiosas propiedades agrícolas del centro por la familia Ossa, cuya fortuna se hizo en la minería, y en el norte, es sinto- mática. Igual conducta tuvieron los mineros enriquecidos atacameños o serenenses. Lo cierto es que la evolución social y política se desenvuelve de una manera natural, sin estridencias. La propiedad misma no había cambiado de dueños al pasar Chile a ser república. Quedó siempre en las manos de los terrate- nientes y el único sobresalto que sufrieron los mayorazgos fue el intento de supresión realizado en 1828 y que con el régimen pelucón triunfante del año siguiente quedó detenido. Para el futuro la Carta Funda- mental iba a prohibir las vinculaciones, pero tratándose de las existentes siguió el sabio sistema de transformarlas en censos, procedimiento a que darían salida las leyes posteriores de 1848 y 1852. Abolidos los títulos y los mayorazgos, que fueron más escasos de lo que se ha ponderado, nece- sariamente la propiedad se dividiría y un fuerte impulso a esa división lo lograría el sistema particional del Código Civil. Pero la propiedad misma, la territorial, la mercantil e industrial y aun literaria, estaba amparada por los preceptos constitucionales. Sólo una expropiación realizada en forma legal podía privar de ella a su dueño. La agricultura en esos años recibió gran incremento, como que partidas gruesas de cereales y su hari- na se exportaban. El auge de la industria molinera fue notable. Los documentos de la época demuestran que nuestra harina surtía los mercados americanos del Pacífico y llegaba aun a Australia. Se unían a esas exportaciones las salidas crecientes de la minería, sobre todo de plata y cobre. Los datos de nuestro comercio en la época–y que tomamos de las estadísticas que figuran en el tomo decimotercero de la Historia de Encina– son alentadores. Desde 1848 a 1855 los rubros de exportación fueron creciendo, alcanzando altos precios los productos y, consecuencialmente, las tierras. La produc- ción de plata se cuadruplicó en seis años, pasando de 53.000 kilos a 213.000, y el cobre llegó a doblarse, alcanzando a 21.846.720 kilos en el año 1855. Paralelamente a este incremento de la producción agrícola y minera vino el desarrollo de nuevas indus- trias, casi todas ellas fruto de actividades de extranjeros. Se instalan fábricas de vidrios, de artículos refractarios, de cemento, maes- tranzas, curtiembres, fábricas de conservas y de calzado; se inicia en grande la industria carbonífera y muchas otras que en parte prosperaron o en parte fracasaron o sólo declinaron con los años. Era visible el progreso de Chile en esa época. A imitación de las sociedades ingle- sas de seguros se crea en 1852 la primera Compañía Nacional de Seguros, llamada la Chilena. Poco después se echan las bases del Banco de Ossa y Cía. Ya funcionaba en Valparaíso la Casa Edwards, que toma la forma de banco más tarde, en 1867. Pero antes de él había nacido, en 1855, el Ban- co de Valparaíso, y cuatro años después el Banco de Chile. La Marina Mercante y sus industrias afines habían logrado notable desarrollo. Puede decirse sin exageración que ella atendía el comercio marítimo de toda la costa del Pacífico, sin perjuicio de que la célebre compañía inglesa, la Pacific Steam Navigation Company, le hiciera com- petencia. La construcción del ferrocarril 53 Cap. IV. El Código Civil chileno. Sus fuentes. Su historia. Diversos proyectos de Código entre las dos costas del istmo de Panamá y el crecimiento del puerto de San Fran- cisco detuvieron el avance de Valparaíso y dañaron a nuestra Marina Mercante. Pero en la época que estudiamos seguía siendo Valparaíso el primero y más conocido de los puertos del Pacífico, y constituía para los ingleses –dueños efectivos de los mares– un punto de apoyo de su comercio. III. GESTACIÓN DEL CÓDIGO CIVIL CHILENO 14. GONZALO FIGUEROA YÁÑEZ, Apuntes para hacer clases en el curso de Doctorado en Derecho de la Universidad de París II, “Pantheón-Assas”, febrero de 1999 (traducción desde el francés por el propio autor). Es interesante, en este contexto, empezar di- ciendo algunas palabras acerca del proceso de gestación del Código Civil de Chile. El primer hecho relevante que salta a la vista es el largo proceso que tomó en Chile la redacción del Código Civil. En efecto, se sabe que entre los años 1830 y 1840 el jurista venezolano radicado en Chile, don Andrés Bello, había estado trabajando personal- mente en la redacción de un Código Civil para la República de Chile. En el año 1840 se designó una Comisión para que afrontara la redacción del Código Civil esperado. En cuanto dicha Comisión se constituyó, don Andrés Bello pudo presentarle, sin falsos alardes de suficiencia, una parte ya conclui- da del trabajo previamente emprendido, la que consistía esencialmente en las dispo- siciones referentes al Derecho Sucesorio. A partir del año 1840 se elaboraron por la Comisión designada, pero especialmente por el propio Andrés Bello, un conjunto de proyectos de Código Civil, que la doctrina posterior ha denominado por los años en que se fueron publicando, como el Pro- yecto de 1841 a 1845, el Proyecto de 1846 a 1847 y el Proyecto de 1853. El Proyecto definitivo se envió a la consideración del Parlamento el año 1855, pero entre los años 1853 y 1855 se sabe de la existencia de un cuarto proyecto de Código Civil que no fue publicado en aquella época y que en razón de esta circunstancia se ha denomi- nado “Proyecto Inédito”. Lo cierto es que enviado el Proyecto a la consideración del Parlamento el año 1855, éste lo aprobó sin mayor discusión en diciembre de dicho año, para empezar a regir el 1º de enero de 1857. Este año es, en consecuencia, aquel en que empezó la vigencia del Código Civil chileno, disponiendo el nuevo cuerpo legal que desde esa fecha quedarían derogadas, aun en la parte en que no fueran contra- rias a él, las leyes españolas preexistentes sobre las materias de que en dicho Código se trata. Si se estima que don Andrés Bello había empezado a trabajar en la redacción del nuevo Código Civil alrededor del año 1835, ha de concluirse que el proceso de gestación de nuestro Código duró alrede- dor de veinte años. Esto contrasta con la rapidez con que se dictó el Código Civil francés de 1804. El Código Civil chileno vino a respon- der a un ansia generalizada entonces en el país, en el sentido de codificar las leyes comunes para superar la complejidad de un conjunto de leyes heterogéneas, entonces vigentes, tanto indianas como castellanas, que tenían a veces diversas interpretaciones y que constituían un fárrago legislativo de muy difícil aplicación. Ello implicaba una inseguridad jurídica que era indispensable superar. El Código Civil chileno se promulgó, como su antecesor francés, en el momen- to histórico y político adecuado, luego de superada la época de la guerra de indepen- dencia y consolidada la República. Según expresa don Pedro Lira, “es fruto maduro que llega a la vida jurídica a su debido tiempo, cuando retardarlo hubiera sido mengua”.14 La bondad de nuestro Código no dice relación tan sólo con el momento en que fue promulgado. Por su redacción, es una 14 LIRA URQUIETA, PEDRO, El Código Civil y su época, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1956, pág. 25. 54 Segunda parte. El Derecho Civil en general alta manifestación literaria del idioma. Don Pedro Lira señala en este sentido que “mucho hubiera perdido en belleza el Có- digo Civil si a la solidez y equilibrio de sus disposiciones no hubiera correspondido la propiedad y elegancia del lenguaje”.15 Además, por su sistematización, nuestro Código es un modelo de lógica jurídica; por su conceptualización, destaca por su nitidez y claridad, y por su eclecticismo, su- pone combinar en debida forma la antigua tradición castellana con las nuevas tenden- cias modernas, en un cuerpo unitario de especial relevancia jurídica. Y no pretende, como toda obra grande, ser una obra per- fecta, como ya lo hizo presente Bello en el Mensaje del Código Civil, al decir: “Yo no presumo ofreceros bajo esos respectos una obra perfecta; ninguna tal ha salido hasta ahora de las manos del hombre”.16 15. PEDRO LIRA URQUIETA: “Juicio Crítico del Código Civil chileno”, trabajo publicado en el Tomo XII de las Obras Completas de Andrés Bello, edición he- cha por el Ministerio de Educación de Venezuela, 1954-55. Recopilada en El Código Civil chileno y su época, Editorial Jurídica de Chile, 1956, págs. 7 y siguientes. Consumada la Independencia, siguió rigiendo en las naciones americanas des- prendidas de España, en materia de Dere- cho Privado, el viejo y complicado sistema jurídico colonial. Muy pronto estuvieron dotadas las jóve- nes repúblicas de flamantes Constituciones Políticas y de cuantas leyes fueron necesarias para afianzar el nuevo orden de cosas; pero la antigua legislación civil se mantuvo en pie, porque no había habido tranquilidad ni tiempo para sustituirla. En esa época el Derecho Privado espa- ñol era sencillamente, como lo apodó el eminente Martínez Marina, una confusa y farragosa colección de leyes. No era distinta 15 LIRA URQUIETA, PEDRO, ob. cit., pág. 27. 16 Mensaje del Ejecutivo al Congreso proponiendo la aprobación del Código Civil, en las ediciones del Código, Editorial Jurídica de Chile, párrafo penúltimo. la opinión que años antes había formulado Jovellanos. Pero infinitamente más confusa tenía que ser la aplicación de tales leyes en América, sea porque algunos textos peninsulares chocaban con otros textos dados especialmente para las Indias, sea porque sobre determinados puntos había sobrevenido una precipitada legislaciónlocal. La simple enunciación de las leyes que tenían vigencia en los países ibero- americanos, antes de estar concluido el proceso de codificación, nos da una idea de lo que fue ese laberinto legal. Por su orden de aplicación era ella en Chile y, según entendemos, en las demás repúblicas afines, la siguiente: 1º. La legislación nacional, o sea, las leyes dimanadas del gobierno republicano. 2º. Las Reales Cédulas y Provisiones Españolas expedidas para América des- pués de la Recopilación de Indias y de las Ordenanzas de Bilbao, de Intendentes y de Nueva España. 3º. Las indicadas Ordenanzas de Bilbao, de Intendentes y de Nueva España y la Recopilación de Indias. 4º. Las Reales Cédulas posteriores a la Novísima Recopilación. 5º. La Novísima Recopilación 6º. El Fuero Real y el Fuero Juzgo. 7º. Las Leyes de Partidas. Si a esto agregamos el descrédito en que había caído, en ese tiempo, todo lo que provenía de la antigua metrópoli y el afán de implantar las novedades venidas de Francia, comprenderemos fácilmente que todos los gobernantes procuraran darles a sus respectivos países una nueva legislación civil. En las Gacetas de la época puede leerse que había un verdadero clamor por tener códigos, y a imitación del modelo francés. Algunos Estados del hemisferio norte, Haití y la Luisiana, habían adoptado con algunas variantes el célebre Código Napoleón. Al hacerlo habían seguido, por lo demás, el ejemplo europeo, pues si examinamos la obra codificadora de la primera mitad del pasado siglo, tenemos que convenir en que ella se inspira casi totalmente en esa fuente. Los viejos Códigos de Baviera y de Prusia del siglo XVIII se miraban entonces 55 Cap. IV. El Código Civil chileno. Sus fuentes. Su historia. Diversos proyectos de Código como cuerpos de leyes añejos, carentes de valor, y en cuanto al sistema legal inglés, se le consideraba, por su peculiaridad, como adecuado exclusivamente para las naciones anglosajonas. El brillo del Código francés había encandilado a los gobernantes his- panoamericanos. No ha de extrañarse, así, que uno de ellos, el chileno O’Higgins, propusiera ya en 1822 que se tradujera de inmediato tal Código y que se le adoptara. Los letrados, en cambio, se daban cuenta de los innumerables tropiezos que habría encontrado tal medida y por esta causa se ingeniaban para buscar un camino que desembocara en el legítimo deseo de tener leyes atinadas, pero sin romper con costumbres y hábitos inveterados. En verdad, la tarea no era ni podía ser sencilla. La mejor prueba de su dificultad la tenemos en que España, donde abundaban los jurisconsultos, demoró más de medio siglo en hallar la fórmula legal satisfactoria. El concienzudo Proyecto de Código Civil llamado de García Goyena –que tanto apro- vecharon los legisladores americanos– no llegó a transformarse en ley. Esto explica bien a las claras la demora que hubo entre las iniciativas de codificación y el logro definitivo. Era tarea relativamente fácil la de designar comisiones tras comisiones que se encargaran de esa empresa, y a eso se redujo, en la mayoría de los casos, el afán de los cuerpos legislativos. Lo importante era encontrar el hombre versado y tenaz que solo o en el seno de tales comisiones se impusiera el arduo trabajo de componer el Código. Chile tuvo la suerte de contar con ese hombre. Esa gloria estaba reservada al venezolano Bello, quien a poco de llegar al territorio chileno, ya en 1831, se consagró a ese intento con ejemplar constancia hasta darle cima en 1855, año de la promulgación del Código Civil chileno. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Digamos ahora algo sobre la génesis del Código Civil chileno y la parte que en ella cupo a Bello. Sabemos que el anhelo por tener un cuerpo de leyes propias se hizo sentir en Chile en los primeros años de su vida libre, mas sin obtenerse resultado apetecible alguno. Cuando llega Bello, en 1829, las cosas estaban en el mismo estado en que las había dejado O’Higgins pocos años antes. Esto explica que en 1831 el Senado se dirigiera al Supremo Gobierno ins- tándole a que se preocupara del ansiado Código Civil. Es muy significativo que en una nota dirigida por el Ministro Portales al Senado, en el mes de julio del año 1831, se contenga en germen la historia de la formación del Código Civil. Esa nota fue redactada por Bello y nos declara como ya en ese tiempo se dio cuenta de que iba él a ser el autor del anhelado cuerpo de leyes. Se dice en la referida nota que el Supremo Gobierno ha decidido dotar al país de una legislación nueva abandonándose la idea primitiva de las recopilaciones; que esta tarea deberá ser encomendada a una sola persona, a fin de darle la suficiente unidad; que el proyecto por ella elaborado será dado a la publici- dad para que todos puedan imponerse de sus deficiencias y proponer las enmiendas necesarias, y, finalmente, que una comisión deberá revisarlo antes de ser presentado al Congreso. En 1840 fue cuando vino a nombrarse la comisión de que se hablaba en 1831. Gravísimas urgencias de Estado habían impedido hasta entonces su designación. Pero su tardanza no trajo consigo grandes males, pues Bello había tomado a su cargo la inmensa tarea de elaborar un proyecto de Código Civil. Nombrada la comisión, pudo presentarle, sin falsos alardes de su- ficiencia, la parte concluida de su trabajo. La comisión estudió primeramente las disposiciones contenidas en el Libro III del Proyecto, es decir, las leyes sucesorias. Sus estudios fueron publicados en el pe- riódico oficial de la época y el distinguido jurisconsulto y profesor don Manuel María Güemes formuló al respecto más de una observación útil. Poco después se nombró una segunda comisión, encargada ya de presentar el proyecto al Congreso, y por ley del año 1845 se refundieron ambas comisiones en una sola, que continuó en sus labores hasta mediar el año 1849. 56 Segunda parte. El Derecho Civil en general Quedaban entonces sólo tres miembros hábiles: los señores Manuel Montt, Gabriel Palma y Pedro F. Lira, sin contar a Bello. Esta última comisión refundida alcanzó a pronunciarse sobre los Libros III y IV del Proyecto, o sea, sobre la materia de suce- siones, de obligaciones y contratos. Nada pudo avanzar en orden a las leyes sobre la familia y los bienes. El infatigable Bello continuó laborando solo y pudo presentar, de esta suerte, un proyecto más perfecto a la última comisión designada en el mes de septiembre de 1852. Esta comisión es co- nocida con el título de Comisión Revisora, y el proyecto que fue objeto de su estudio es llamado Proyecto de 1853. El presidente de la comisión, el ilustre jurisconsulto don Manuel Montt, era enton- ces Presidente de la República. En su sala de despacho se celebraron las numerosas reuniones en que se analizó detenidamente el proyecto de Código y que tuvieron fin en el año 1855. Más de una reforma de importancia introdujo la comisión en el Proyecto. No se aminora con esto el mérito de su autor, en parte porque las reformas no siempre fueron de importancia, y en no pequeña parte, también, porque ellas fueron discutidas y aprobadas en definitiva por Bello. De tal manera se le tenía a él por autor del Código Civil que la propia comisión le encargó la revisión del texto ya aprobado por el Congreso Nacional. Para el acucioso redactor siempre queda- ba lugar a la lima y a la corrección. Esto explica que en la edición oficial del Códi- go Civil aparecen algunas disposiciones redactadas de manera diferente de como fueron aprobadas por el legislador. En 14 de diciembre de 1855 se despachó la ley aprobatoria del nuevo Código, que iba a regir a partir del 1º de enero de 1857; y por esa misma fecha se dictó otra ley por la cual se conceden honores extraordinarios a don Andrés Bello. El mensaje con que fue enviado el proyecto al Congreso es de la pluma ática de Bello. Quiso su autor darnosallí una apretada síntesis de su pensamiento jurí- dico. Con notable concisión se exponen las razones que movieron a aceptar tal o cual sistema y aprobar una u otra solución jurídica. La importancia forense de este Mensaje la demuestra el hecho de que él sea invocado de continuo en los escritos y en los alegatos de los abogados. En cuanto a su valor literario, bástenos decir que es una página de antología jurídica comparable con las mejores piezas de Jovellanos. 16. EJEMPLO DE LA FORMA COMO FUE MODIFICANDO SU PENSAMIENTO DON ANDRÉS BELLO, A TRAVÉS DE LOS DISTINTOS PROYECTOS DE CÓDIGO (en relación con el actual art. 2º) a) PROYECTO DE 1841-1845, art. 5: “El uso o costumbre legalmente probado tendrá fuerza de ley en todo aquello en que no fuere contrario a las leyes dictadas y promulgadas por la autoridad constitu- cional competente. “Y sólo se tendrá por legalmente probado el uso o costumbre a cuyo favor constare haber habido tres o más decisiones judi- ciales conformes, pronunciadas dentro de los diez años anteriores por una corte superior o suprema, y pasadas en autoridad de cosa juzgada. “Pero se podrá refutar esta prueba aun por una sola decisión contraria que tenga las mismas calidades”. b) PROYECTO DE 1853, art. 2: “La costumbre tiene fuerza de ley cuando se prueba de cualquiera de los dos modos siguientes: “1º. Por tres decisiones judiciales confor- mes, pasadas en autoridad de cosa juzgada, dentro de los últimos diez años. “2º. Por declaraciones conformes de cinco personas inteligentes en la materia de que se trata, nombradas por el juez de oficio o a petición de parte. “Sólo a falta del primero de estos dos medios podrá recurrirse al segundo; y ni el uno, ni el otro, ni los dos juntos, valdrán, si durante dicho tiempo se hubiere pronun- ciado decisión judicial contraria, pasada en autoridad de cosa juzgada”. 57 Cap. IV. El Código Civil chileno. Sus fuentes. Su historia. Diversos proyectos de Código Nota de Bello al art. 2 del Proyecto de 1853: Al inc. 1º: Ll. 32, párrafo 1, 35, 36, De Legibus. L. 43 e. Quae sit lon- ga cons. L. 5, tít. 2, Part. 1ª. Al inc. 2º: L. 34, De legibus. Al inc. 3º: Gregorio López, nota 7 a la Ley Nº 5, tít. 2, Part. 1ª. Al inc. 4º: En este art. se ha procurado reducir a reglas previas la citada Ley Nº 5. c) PROYECTO INÉDITO, art. 2: “La costumbre no constituye derecho sino en los casos en que la ley se remita a ella”. Nota de Bello al art. 2 del Proyecto inédito: “Ley Nº 11, título 2, Libro III de la Nov. Rec.” SEGÚN DON MIGUEL LUIS AMUNÁTEGUI REYES (Don Andrés Bello y el Código Civil, Santiago, 1885) Y DON PEDRO LIRA URQUIETA (Obras Completas de Andrés Bello, Tomo XII, Caracas, 1954), LA FUENTE DIRECTA DEL ACTUAL art. 2 SERÍA EL CÓDIGO AUSTRIACO, art. 10, Y POSIBLE- MENTE, EL CÓDIGO HOLANDÉS, art. 3. CÓDIGO AUSTRIACO, art. 10: “Las costumbres no pueden ser aplicadas sino en los casos en que la ley se refiera a ellas, o cuando ellas sean confirmadas en alguna provincia por el Soberano”. CÓDIGO HOLANDÉS, art. 3: “La costumbre no establece derecho sino solamente en los casos en que la ley lo ordena”. CÓDIGO CIVIL, art. 2º: “La costumbre no constituye derecho sino en los casos en que la ley se remite a ella”. EJERCICIOS: 1. Entreviste a algún profesor o jurista que se haya especializado en el estudio de la gestación del Código Civil, y relate luego en clase las opiniones que le haya manifestado dicha persona. 2. Siga el pensamiento de don Andrés Bello, a través de los distintos Proyectos de Código, respecto de los artículos del Código Civil que el Profesor del curso señale. IV. BIBLIOGRAFÍA 16A. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA ACERCA DE LA HISTORIA DEL CÓDIGO CIVIL CHILENO AMUNÁTEGUI REYES, Imperfecciones y erratas manifiestas del Código Civil chileno. ÁVILA MARTEL, ALAMIRO DE, y otros, Vida y obra de Andrés Bello, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1973. BELLO, ANDRÉS, Obras Completas, Tomos XI, XII y XIII: Proyecto de Código Civil, edición hecha bajo la dirección del Consejo de Instrucción Pública, impresa por Pedro G. Ramírez, Santiago, 1887, 1888 y 1890, con introducción de don Miguel Luis Amunátegui. BELLO, ANDRÉS, Obras Completas, Tomos III, IV y V: Proyectos de Código Civil, Edito- rial Nascimento, edición hecha con los auspicios de la Universidad de Chile, Santiago, 1932, con introducción de don Miguel Luis Amunátegui. BELLO, ANDRÉS, Obras Completas, Tomos XII y XIII: Código Civil de la República de Chile, Comisión Redactora de las Obras Completas de Andrés Bello - Ministerio de Educación de Venezuela, Caracas, 1954. Con introducción de don Pedro Lira Urquieta. COOD, ENRIQUE, Antecedentes legislativos y trabajos preparatorios del Código Civil de Chile, Comisión Nacional Organizadora del Centenario del Código Civil, San- tiago, 1958. FELIÚ CRUZ, GUILLERMO, La prensa chilena y la codificación (1822-1878) - Comisión Na- cional de Conmemoración de la muerte de Andrés Bello, Santiago, 1966. HERNÁNDEZ IGLESIAS, FERMÍN, “El Derecho consuetudinario y la codificación”, en 58 Segunda parte. El Derecho Civil en general Revista de Derecho y Jurisprudencia, Tomo I, pág. 242. LETELIER, VALENTÍN, “Proceso evolutivo de la codificación en Chile“, en Revis- ta de Derecho y Jurisprudencia, Tomo I, pág. 277. LIRA URQUIETA, PEDRO, El Código Civil chileno y su época, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1956. LIRA URQUIETA, PEDRO, “Bello, jurista”, en Revista de Derecho y Jurisprudencia, Tomo XLVIII, pág. 77. PERITCH, JIVOIN, “La codificación del De- recho Civil y la solidaridad europea”, en Revista de Derecho y Jurisprudencia, Tomo VII, pág. 159. RIOSECO ENRÍQUEZ, EMILIO, “Actualidad de Bello en el Derecho Privado”, en Revista de Derecho y Jurisprudencia, Tomo LXII, pág. 181. SILVA FERNÁNDEZ, PEDRO, “Discurso en homenaje a Andrés Bello”, en Revista de Derecho y Jurisprudencia, Tomo LXII, pág. 177. BIBLIOGRAFÍA PRODUCIDA CON MOTIVO DEL SESQUICENTENARIO DE LA PROMULGACIÓN DEL CÓDIGO CIVIL CHILENO – De la codificación a la descodificación, Ediciones Universidad Diego Portales, varios autores, Santiago, 2005. – El Código Civil de Chile (1855-2005), Trabajos expuestos en el Congreso Internacional celebrado para conme- morar su promulgación, varios autores, Editorial LexisNexis, Santiago, 2007. 59 SUGERENCIAS METODOLÓGICAS RESPECTO DEL CAPÍTULO V Piensa el autor que la materia contenida en este Capítulo, especialmente aquella que dice relación con la época en que se dictó el Código Civil, y aquella que se refiere a las características originarias de dicho Código, se prestan para organizar trabajos individuales o colectivos de investigación bibliográfica, o exposiciones de un grupo de alumnos al resto del curso, incluso con utilización de material audiovisual. I. ESTRUCTURA DEL CÓDIGO CIVIL 17. Explicación El plan del Código Civil chileno guarda analogía con el Código de Napoleón. Pero a diferencia de este último, que se divide en un título preliminar y tres libros,1 el Código Civil chileno se divide en un título preliminar y cuatro libros. El contenido, en uno y otro Código, del título prelimi- nar y de los dos primeros libros, es más o menos idéntico en cuanto a las materias de que se ocupan. Pero en el libro tercero difieren. El del Código francés, titulado “De los diferentes modos de adquirir la propiedad”, trata, en realidad, de siete grandes materias: las sucesiones, las dona- ciones y los testamentos, la teoría general de las obligaciones, las reglas especiales de 1 A principios del siglo XXI, se incorporó un Libro IV a los tres primeros Libros del Código Civil francés. La referencia que se hace aquí ha de enten- derse formulada al Código originario. C a p í t u l o V ESTRUCTURA Y CARACTERÍSTICAS DEL CÓDIGO CIVIL CHILENO los contratos en particular, los regímenes matrimoniales, los privilegios e hipotecas y la prescripción. El Código Civil chileno, en cambio,divide estas materias entre sus libros tercero y cuarto, dedicando el libro tercero a la sucesión por causa de muerte y a las donaciones entre vivos; y el libro cuarto, a las obligaciones y contratos. De esta manera pensó don Andrés Bello superar las críticas que ya en esa época se habían formulado al libro tercero del Código Civil francés, por el cúmulo de materias heterogéneas que contenía. Vodanovic, en su libro Curso de Derecho Civil, sostuvo que el Código Civil chileno, en su estructura, siguió la estructura de los cuerpos legales romanos, dividiéndose entonces en libros y títulos. Cada título se refiere a una materia especial, la cual di- vide en párrafos y esos párrafos los divide en artículos. De esta forma, nuestro Código com- prende un título preliminar y cuatro libros, sumando un total de 2.525 artículos.2 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El modelo más importante para la redac- ción del Código Civil chileno fue sin duda el Código Civil francés. Bello se inspiró en dicho Código especialmente en materia de obligaciones y contratos. Se ha dicho que los artículos que reglan las obligaciones en el Código Civil chileno son una virtual adaptación de Pothier. Sin embargo, el Código Civil chileno no es una copia de su antecesor francés, ni siquiera en las materias recién referidas. 2 VODANOVIC, ANTONIO, Curso de Derecho Civil, Editorial Nascimento, 1945, Tomo I, 2ª edición, págs. 68 y 69. 60 Segunda parte. El Derecho Civil en general Debe tomarse en consideración que habían transcurrido ya más de cincuenta años desde la vigencia del Código de Napoleón, y los intérpretes y exégetas de dicho cuerpo legal habían abundado. Las críticas formuladas en Francia y en el extranjero al Código Civil francés fueron ciertamente conoci- das por don Andrés Bello, el que las tomó en especial consideración para mejorar aquellas disposiciones que le parecieron confusas o de difícil interpretación. Es así como el profesor de Derecho Romano de la Universidad Católica de Valparaíso, don Alejandro Guzmán, ha llegado a sostener que el movimiento codificador recibió en el Código Civil chileno “una concreción en la obra legislativa mejor lograda del siglo diecinueve, superior a todas las de su época, incluyendo al gran Código Civil francés”.3 En cambio el Código Civil chileno no es seguidor del Código de Napoleón en materia sucesoria ni en lo que se refiere a la constitución de la familia. En estos tópicos es evidente la influencia que tuvo sobre nuestro Código el ordenamiento jurídico español. Y en materia de régimen de propiedad, la creación del sistema de la inscripción, tomado de las viejas leyes alemanas, significó un adelanto que tardó mucho en hacerse efectivo en Francia. 18. ANTONIO VODANOVIC: Curso de Derecho Civil, Editorial Nascimento, 1945, Tomo I, 2ª ed., págs. 68 y 69. Analogía del plan del Código Civil chileno con el del Código francés. El plan del Código Civil chileno, que es el llamado romano-francés, guarda analogía con el del Código de Na- poleón. Pero a diferencia de este último, que se divide en un título preliminar y tres libros, el nuestro se divide en un título preliminar y cuatro libros. El contenido, en uno y otro Código, del título prelimi- nar y de los dos primeros libros, es más o menos igual en cuanto a las materias de que se ocupan. Pero en el libro tercero 3 GUZMÁN B., ALEJANDRO, “La codificación del Derecho”, en Revista de Derecho de la Universidad Ca- tólica de Valparaíso, tomo III, 1984, pág. 11. difieren. El del Código francés, titulado “De los modos de adquirir la propiedad”, trata, en realidad, siete grandes materias: las sucesiones, las donaciones y los testamen- tos, la teoría general de las obligaciones, las reglas especiales de los contratos en particular, los regímenes matrimoniales, los privilegios e hipotecas y la prescripción. El Código chileno dedica su libro tercero a la sucesión por causa de muerte y a las donaciones entre vivos, y el libro cuarto, a las obligaciones y contratos. El plan de nuestro Código es más cien- tífico que el del Código francés, cuyo libro tercero ha merecido muchas críticas por el cúmulo de materias heterogéneas que contiene. Estructura del Código Civil chileno. Si- guiendo una antigua costumbre, que se remonta a los cuerpos legales romanos, los códigos modernos se dividen en libros y éstos en títulos. Cada título se ocupa de una materia especial. El matrimonio, la tradición, asignaciones testamentarias, la compraventa, etc. El Código Civil chileno comprende un título preliminar y cuatro libros, seguidos del “Título final”. Cada libro se divide en títulos y muchos de éstos en párrafos. Por último, el Código se distribuye en artículos, desde el 1º al 2524, más el artículo final. El “Título preliminar” comprende seis párrafos y consta de 53 artículos. Trata de todo lo relativo a la ley y de la definición de varias palabras de uso frecuente en las leyes. “Consigna nociones y definiciones que se refieren igualmente a todas las ramas del Derecho. Se las ha colocado en este Códi- go por ser el más general y porque fue el primero que se dictó entre nosotros”. El Libro I, que está dividido en 33 títulos, que comprenden los artículos 54 a 564, se titula “De las personas”. Trata de las perso- nas naturales en cuanto a su nacionalidad y domicilio; del principio y fin de su exis- tencia; del matrimonio; de las diferentes categorías de hijos (legítimos, naturales e ilegítimos); de las pruebas del estado civil; de la emancipación; de la habilitación de edad; de las tutelas y curatelas; de las per- sonas jurídicas, etc. 61 Cap. V. Estructura y características del Código Civil chileno El Libro II se titula “De los bienes, y de su dominio, posesión, uso y goce”. Se divide en 14 títulos que comprenden los artícu- los 565 a 950. Ocúpase de las varias clases de bienes: del dominio; de la ocupación; de la accesión; de la tradición; de la posesión; del usufructo; de las servidumbres; de los derechos de uso y habitación; de la reivin- dicación; de las acciones posesorias, etc. El Libro III se denomina “De la sucesión por causa de muerte, y de las donaciones entre vivos”. Se divide en 13 títulos que comprenden los artículos 951 a 1436. Trata de la sucesión intestada; de los testamentos; de las asignaciones testamentarias; de las asignaciones forzosas; de la revocación y reforma del testamento; de la apertura de la sucesión y de su aceptación, repudiación e inventario; de los ejecutores testamentarios; de los albaceas fiduciarios; de la partición de los bienes; del pago de las deudas he- reditarias y testamentarias; del beneficio de separación, y de las donaciones entre vivos. El Libro IV, titulado “De las obligaciones en general y de los contratos”, se divide en 42 títulos que comprenden los artícu- los 1437 a 2524. Trata de las diferentes clases de obligaciones; del efecto de ellas; de los modos de extinguirlas (pago efectivo, novación, remisión, etc.); de su prueba; de las capitulaciones matrimoniales y de la sociedad conyugal que forma parte del régimen de la familia; de las diversas clases de contratos (compraventa, arrendamien- to, sociedad, etc.); de los cuasicontratos; de los delitos y cuasidelitos civiles; de la fianza; de la prenda; de la anticresis; de la transacción; de la prelación de créditos, y de la prescripción. El Título final consta sólo del artículo final. En resumen, el Código Civil se compone de ciento cuatro títulos, comprendiendo el preliminar y el final, y de 2.525 artículos, con el final. EJERCICIOS 1. Revise en su Código Civil la estructura descrita por el señor Vodanovic. 2. Encuentre en su Código Civil las normas que reglan las siguientes materias: a) Contrato de compraventa. b) Derechos y obligaciones entre los cónyu- ges. c) Derecho de propiedad. d) La remisión (perdón de una obliga- ción). e) Formas en que se pueden extender lostestamentos. f) La separación de bienes entre los cónyu- ges. g) Las personas jurídicas. h) Contrato de mandato. i) Derechos y obligaciones entre los padres y los hijos. j) La tradición (modo de adquirir el domi- nio). k) La partición de bienes. II. PRINCIPIOS ORIENTADORES DEL CÓDIGO CIVIL CHILENO 19. Explicación El profesor Pedro Lira Urquieta, durante la Velada Solemne celebrada en la Universi- dad de Chile, con ocasión de la celebración del centenario de nuestro Código Civil, señaló cinco principios jurídicos que, a su juicio, informaron la obra codificadora, a saber: la omnipotencia de la ley; la igualdad de todas las personas ante la ley; la consti- tución cristiana de la familia y su protec- ción; el respeto y la ayuda a la propiedad individual, y la libertad de contratar. Estos principios corresponden, como es obvio, a aquellos principios orientadores de toda la legislación civil, y pueden encontrarse, en mayor o menor medida, en todos los Códigos Civiles decimonónicos. Nos parece interesante resaltar estos principios mencionados por el profesor Lira. Sin embargo, consideramos que su exposición sería insuficiente al dejar de mencionar dos características que mar- caron también la gran obra de Bello: el individualismo jurídico y la consagración de principios morales. 62 Segunda parte. El Derecho Civil en general 20. PEDRO LIRA URQUIETA: “El Código Civil y su época”, trabajo leído en la Velada Solemne celebrada en la Universidad de Chile el 14 de diciembre de 1955, con ocasión del Centenario del Códi- go Civil. Recopilada en El Código Civil chileno y su época, Editorial Jurídica de Chile, 1956, págs. 57 y 58. A nuestro parecer, los principios jurídicos que informaron la obra codificadora fueron éstos: la omnipotencia de la ley; la igualdad de todas las personas ante la ley; la constitu- ción cristiana de la familia y su protección; el respeto y la ayuda a la propiedad individual, y la libertad de contratar como norma de creación jurídica obligatoria. La extensión que iba a darse a estos principios marcó el grado de prudencia de los redactores del Código Civil. Es indu- bitable que no llegaron jamás a extremos que hubieran desencadenado reacciones ni quisieron implantar las reformas de una manera brusca atropellando conveniencias. Tampoco crearon un sistema legal que se pusiera de inmediato en pugna con todo el derecho vigente y que hubiera obligado a alteraciones políticas o económicas. Por el contrario, juzgamos que la tarea codificado- ra de Bello constituyó una prolongación de la obra política de 1833. La misma filosofía es la que da vigor a la Carta Fundamental de ese año, a leyes patrias que la siguen y al Código Civil. No en balde fueron, en gene- ral, unos mismos los hombres que idearon esos textos y que supieron aplicarlos. Esta unidad y esta continuidad es lo que dio un carácter perenne a la construcción jurídica de entonces. 1ª CARACTERÍSTICA: EXALTACIÓN DEL PRINCIPIO DE JURIDICIDAD O ESTADO DE DERECHO 21. Explicación Este principio, que algunos autores han denominado también “culto a la ley” u “omnipotencia de la ley”, se manifiesta ya en el artículo 1º del Código Civil, donde se resalta la característica de voluntad soberana que reviste la ley. La costumbre, otrora fuente tan fecunda del Derecho, queda privada de su fuerza obligatoria por disposición del artículo 2º. Y los jueces no pueden compartir el imperio reservado a la ley: el artículo 3º reserva la fuerza obligatoria de las sentencias judiciales tan sólo a las causas en que actualmente se pronunciaren. No se detiene aquí la subordinación de la magistratura a los dictados legisla- tivos, puesto que el Código establece en los artículos 19 a 24 un sistema reglado de interpretación de la ley, obligatorio para los jueces. Al haber desaparecido la monarquía, es ese ente abstracto llamado ley el que reemplazó al rey y ocupó la cús- pide del poder jurídico que había estado reservado a éste. Es evidente también que la labor de actualización del Derecho a las nuevas circunstancias económicas y sociales del país quedó radicada fundamentalmente, según el criterio de Bello, en el legislador, sin perjuicio de aceptar en ciertos casos la actualización por vía jurisprudencial. Por eso es que ordena a las Cortes Superiores de Justicia, en el artículo 5º del Código, dar cuenta anualmente al Presidente de la República de las dudas, dificultades y vacíos que hayan encontrado en la inteli- gencia y aplicación de las leyes. Y es por esto también que reserva al legislador, en el artículo 3º, la explicación e interpreta- ción de la ley de un modo generalmente obligatorio. Parece que Bello sigue a Portalis en este verdadero “fetichismo de la ley”, como al- gunos han llamado a la omnipotencia legal. En efecto, el jurista francés opinaba que “el Derecho es la razón universal, la suprema razón fundada en la naturaleza misma de las cosas. Las leyes son o no deben ser sino el Derecho reducido a reglas positivas, a preceptos singulares… la ley permite o prohíbe; ordena, establece, corrige, pune o recompensa”.4 4 PORTALIS, JEAN-ETIENNE-MARIE, Discurso pre- liminar del proyecto de Código Civil francés, Imprenta Edeval, Valparaíso, 1978, págs. 46 y 50. 63 Cap. V. Estructura y características del Código Civil chileno 22. PEDRO LIRA URQUIETA: El Código Civil y su época, op. cit., págs. 25 a 27 y 58 a 61. El Código Civil, empapado del clasicismo jurídico, no vino a sustituir a una legislación revolucionaria. Casi por el contrario, pasó a ser él mismo revolucionario en la medida que acogía instituciones y novedades que desconocía la vieja ley colonial. Su carácter clásico no pierde una tilde con esto. Es fru- to maduro que llega a la vida jurídica a su debido tiempo, cuando retardarlo hubiera sido mengua. De los elementos característicos del cla- sicismo jurídico que hemos señalado, todos ellos, cuál más cuál menos, se encuentran en el Código Civil chileno. Podemos decirlo con palabras ya consagradas. Hay en él una pasión tal por el orden y por el equilibrio, por lo que es razonable e imperecedero, que aparece como una obra absolutamente impersonal en la cual no se transparenta el más leve movimiento de pasión o de voluntad individual. Desde su artículo pri- mero, que tiene la sobria majestad de los preceptos de las Institutas, hasta el último sopla a través del Código un aire de respeto a la ley, a la norma escrita, a la voluntad humana libremente ejercitada, que es la más pura esencia clásica. Reina en él una pasión por el orden que se manifiesta en la distribución de las materias, en su pre- ocupación por dar definiciones y en poner de manifiesto continuamente que, a pesar de su importancia, el Código Civil es sólo una parte del edificio jurídico completo. En su primer artículo nos remite ya a la Constitución Política del Estado, habla poco después de los Códigos de Comercio, de Minería, del Ejército y de la Armada, y ello antes de tener existencia. No escasean las referencias al Derecho Internacional ni al Derecho Canónico ni al ansiado Código de Enjuiciamiento. El culto a la ley escrita, el respeto a la norma dada impidieron a Bello dar acogi- da a las modernas y románticas ideas del llamado Derecho Libre. Para el legislador chileno el juez tiene casi siempre un texto que aplicar. No puede echar mano de pre- ceptos generales que le dieran facilidad de movimiento; sus facultades discrecionales son escasas. Las categorías legales podrán parecerle rígidas y estrechas, pero tienen valor supremo. Frente a ellas no caben las interpretaciones audaces ni abren cauce para creaciones jurídicas novedosas. Bello quiso evitar esto, no porque desdeñara a la magistratura, sino porque estaba imbuido de la idea de que era preciso descartar todo lo personal y atrabiliario. En su mente, la ley y el Supremo Gobierno sustituyeron al rey. Flota a lo largo de todo el articulado del Código una tendenciainnegable a sistemati- zar, a presentar cuadros de clasificaciones y subclasificaciones. Ejemplos característicos de esta norma clásica nos los dan los artícu- los 1437 y 2284, que clasifican las fuentes de las obligaciones y dan en ellas cabida a los cuasicontratos, más que por su importancia, a nuestro juicio, por ser compañeros simé- tricos de los contratos. La distinción entre delitos y cuasidelitos civiles puede, tal vez, obedecer a este mismo deseo. El título “De la Prescripción”, colocado acertadamente al final del cuerpo de leyes, demuestra esa misma tendencia. Prefirió Bello mantener la unidad en instituciones tan diferen- tes como son usucapión y prescripción liberatoria para poder presentar de una manera ordenada sus puntos de contacto y sus elementos de comparación. Aborda tímidamente lo que ahora denominamos caducidad, mas no quiso ahondar en su estudio, juzgando con acierto que no estaba aún bien madurada. Es curioso: un notable sentido, que llamaríamos de perspicacia jurídica, le hizo evitar a Bello el desarrollo de nociones jurídicas difíciles y de escasa aplicación práctica. Se contenta, por eso, con una ligera referencia, es lo que ocurre, verbi gratia, con el comodato precario, con el enriquecimiento injusto. Que amaba Bello a los escritores clási- cos es algo que no requiere demostración. Su afición al Derecho Romano y al Viejo Derecho Español está de sobra acreditada en sus escritos. No podría decirse que los abandonó al componer el Código Civil, pues los sigue en todo aquello que con- 64 Segunda parte. El Derecho Civil en general serva aplicación, y de preferencia cogió su espíritu; pero podría, sin empacho, asegurarse que de todos los elementos que dan carácter a una obra jurídica es éste, el del culto a la antigüedad, el que una menor importancia tiene en su trabajo. Por una maravillosa complexión de su cerebro, Bello supo utilizar lo antiguo y lo nuevo. El lema universitario de “Nova et Vetera” parece haber sido compuesto por él. Toma del Derecho Romano y de sus comentadores cuanto estima provechoso al país naciente; mantiene de la misma manera la parte viva de la vieja legislación castellana y de la más reciente legislación indiana; pero atrevidamente incursiona por el Derecho francés, por el Derecho inglés y aun por el variado Derecho alemán para atraer a su huerto jurídico las plantas que convenía trasplantar. Su formidable espíritu ecléctico pudo, así, componer con mate- riales diversos una obra dotada de fuerte unidad. Y adelantándonos a quienes nos digan que su modelo fue el Código francés, les contestaremos que ello es efectivo en materia de obligaciones y contratos, pero no ciertamente en materia sucesoria ni en la constitución de la familia. Aun tratándose del régimen de la propiedad, la creación del régimen de la inscripción tomada de viejas leyes alemanas envuelve un adelanto que todavía no ha logrado acogida plena en Francia. Seguir en sus notas el recorrido de su espíritu es algo admirable: tan pronto lo ha impresionado una ley de Las Partidas como un comentario de Blackstone; una nota exegética de un autor francés de su predilección, Delvincourt o Pothier, lo decide en una cuestión que agitaba a los jurisconsultos romanos; una ley sarda o prusiana puede con él tanto como una Ley del Digesto. Lo que era nuevo en su tiempo lo apasionaba también; quiso estar siempre al día en publicaciones jurídicas y de ahí su empeño por obtener el Proyecto de Código Civil de García Goyena y los últimos libros de Troplong. Se ha podido, así, adornar a Bello con todas las prendas de los juristas clásicos y además con el ardor de los juristas román- ticos para encontrar y fijar nuevas formas jurídicas. Sus conocimientos gramaticales y lingüísticos y –¿por qué no decirlo?– su fino instinto literario le sirvieron para dar realce a su obra. Mucho hubiera perdido en belleza el Código Civil si a la solidez y equilibrio de sus disposiciones no hubiera correspondido la propiedad y elegancia del lenguaje. Si Stendhal lo hubiera conocido, lo hubiera elogiado con más propiedad que al Código francés. Entre la lengua sa- brosa pero difusa de Las Partidas y la seca concisión del Código alemán, la lengua de nuestro Código Civil queda en una dorada medianía, en un término medio correcto y elegante a la vez, ligeramente persuasivo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Dentro del sistema político instaurado en 1833 la ley era omnipotente. Cabría afirmar, es claro, que ella no podía vulne- rar el texto constitucional, el cual, para ser reformado, exigía condiciones rigurosas. Indudablemente los legisladores aceptaron esta limitación, aun cuando no hablaron de lo que hoy se denomina inconstitucionali- dad de las leyes. La definición del artículo primero del Código Civil tampoco hace referencia a ella, se detiene en la exigen- cia de la forma para excluir los antiguos decretos-leyes de la administración Prieto y que cien años después volverían a tener apogeo entre nosotros. El texto dice así: “La ley es una declaración de la voluntad soberana, que manifestada en la forma prescrita por la Constitución manda, pro- híbe o permite”. Se aproxima la definición a la contenida en el Código de la Luisiana: “La ley es una declaración solemne de la voluntad legislativa. La ley manda, permite y declara penas y premios”. Pero ya no hay soberano ni monarca que dicte la ley y que la cambie a su parecer. El artículo 4º del viejo Código sardo decía: “El poder legislativo reside únicamente en el Rey”. Igual principio, aunque no formu- lado así ni siquiera por escrito, existía en la antigua monarquía española. Para el legislador chileno todo eso ha concluido, como era de razón. El sustituto, empero, del monarca no iba a ser el Presidente de 65 Cap. V. Estructura y características del Código Civil chileno la República, por grandes que fueren los poderes que le otorgó la Constitución: el sustituto iba a ser ese ente abstracto denominado ley. El Código Civil rinde culto fervoroso a la ley. Ella, y no las personas que intervienen en su elaboración, recibirá los honores y esos honores redundarán en provecho de los jueces que la aplican, de los funcionarios que la hacen cumplir y de los ciudadanos que la obedecen. A la inversa, el rigor y la pena caerán sobre las personas que la violan o la dejan incumplida. En esta es- pecie de religión de la ley se fundamentó el sistema portaliano, el cual alcanzaría su perfeccionamiento bajo el gobierno férreo de Montt y de Varas. Volviendo al texto transcrito, que abre la marcha del numeroso articulado del Código, podemos ver que inmediatamente a su continuación viene el precepto del artículo segundo que quita a la costumbre, por larga y beneficiosa que fuere, el valor obligatorio. Sólo valdrá la costumbre como norma de derecho cuando la ley se remita a ella. De una plumada quedaron, así, de- rogadas las viejísimas normas del Derecho Canónico y de algunas leyes españolas que en determinados casos atribuían fuerza de ley a la costumbre. Pero no se detiene aquí la omnipotencia de la ley. No quiere que los jueces, aun en forma reducida, compartan su imperio, como ocurría y ocurre en el sistema jurídi- co anglosajón. Sólo toca al legislador, nos adoctrina en el artículo tercero, explicar e interpretar la ley de un modo generalmente obligatorio, y las sentencias judiciales no tienen fuerza obligatoria sino respecto de las causas en que actualmente se pronuncia- ren. Los tribunales, es cierto, podrán hacer notar los vacíos que encuentren en las leyes (art. 5º) y los representarán al Presidente de la República; pero no pueden dictar normas obligatorias en silencio de la ley. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El autor del Código Civil miró con desconfianza a los jueces, fue un enemigo resuelto del llamado hoy Derecho libre. A lo largo del articuladopodrá verse que sólo en contadas ocasiones deja al arbitrio del juez la resolución de un problema: lo que quiere es que el juez aplique la ley y que no se salga de ella por ningún pretexto ni a ningún título. Tampoco el Poder Ejecutivo, por gran- des que sean sus facultades, podrá salirse de la ley. Le costaría al Presidente de la República o a sus ministros una acusación constitucional. Con todo, puede el Jefe del Estado dictar, en uso de su potestad reglamentaria, los reglamentos acceso- rios de la ley y que señalen la manera de aplicarla. Generalmente el Código habla de ordenanzas que para tal o cual efecto puede expedir el Presidente de la Repúbli- ca; véanse los arts. 598, 603 y 1923, entre otros. Las Municipalidades también gozan de este favor, pero tratándose tan sólo de ordenanzas o reglamentos que recaigan sobre materias comprendidas en la Ley sobre Municipalidades, rigiendo entonces la del año 1842. Al Presidente de la República le corres- ponde, además, otra función relacionada con las leyes: la de promulgarlas y en la forma que establece el art. 6º. Esta ley, debidamente dictada y pro- mulgada, pasa a ser obligatoria para todos una vez vencido el plazo indicado para su conocimiento, en el art. 7º. Y de tal manera es obligatoria dentro del territorio de la República, que han de obedecerla chilenos y extranjeros (art. 14). Con respecto a los chilenos su obligatoriedad puede traspasar las fronteras tratándose de ciertas leyes (art. 15). La vigencia de la ley es indefinida. Sólo una ley revocatoria puede derogarla, de tal manera que ni su falta de aplicación ni una costumbre envejecida le harán perder su valor. Tal es la duración y el poder de la ley. Cuando el legislador quiere significar la fuerza que de una convención libremente pactada quiere atribuirle nos dice, en el art. 1545, que “todo contrato legalmente celebrado es una ley para los contratan- tes”. No encontró términos más vigorosos y decidores que éstos al establecer en este precepto el principio de la autonomía de la voluntad. 66 Segunda parte. El Derecho Civil en general Pero esta omnipotencia de la ley –que en los regímenes democráticos, en concepto de Ripert, causa alarma– tuvo para el legislador del Código Civil límites infranqueables, si bien no perceptibles a primera vista. Los gobernantes y los legisladores tenían, desde luego y en su unanimidad o su casi unanimidad, el freno religioso, a la época fortísimo. El Derecho Natural clásico mantenía entonces su vigor y la mayor parte de sus mandamientos figuraban en las garantías constitucionales consagradas. Atendidas las circunstancias y lo reducido que era el cuerpo electoral, sujeto casi del todo a la voluntad gobernante, no era fácil que se cambiara la Carta Fundamental ni que se alterara la mayoría parlamentaria. El Poder Legislativo no iba a abusar de sus faculta- des, como efectivamente no abusó. Si las revoluciones hubieren llegado a triunfar, entonces sí que la omnipotencia de la ley hubiera podido ser lamentada. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. ¿Cuál es el papel que tiene la ley en el or- denamiento jurídico, según la visión de Bello? 2. ¿Y cuál es el papel que corresponde a la costumbre? 3. ¿Cuál es el papel que corresponde al juez frente a la ley escrita? 4. ¿Quién debe interpretar la ley, según el Código Civil? 5. Revise con detención los arts. 1º, 2º, 3º, 5º, 6º, 7º, 8º, 14 y 15 del Código Civil, citados por el profesor Lira, para comprender por medio de su estudio lo que este profesor afirma. 6. Busque en su Código Civil otros artículos diferentes de los citados por el profesor Lira, con los que usted pudiera ilustrar el afán de hacer clasificaciones y subclasificaciones a que se refiere este profesor. 7. Busque en su Código Civil artículos que a usted le parezcan destacables por la belleza o propiedad del lenguaje. 8. ¿Cuál es el ámbito de aplicación de la ley chilena, esto es, en qué tiempo, a qué personas y en qué territorio se aplica? 2ª CARACTERÍSTICA: LA IGUALDAD ANTE LA LEY 23. PEDRO LIRA URQUIETA: El Código Civil y su época, op. cit., págs. 61 a 63. Las ideas igualitarias que propagó la Revo- lución Francesa encontraron fácil cabida en el Código de Napoleón. Escritores de tendencias tan diferentes como Montes- quieu y Volney coincidían en esto: “El amor de la democracia –había escrito el prime- ro– es el amor a la igualdad”, y el segundo proclamaba el “santo dogma de la igual- dad”. Los preceptos 7 y 8, primeramente, y muchos que les siguen, acogieron en las leyes civiles esos principios de igualdad. Los hombres todos nacen iguales y gozan de los mismos derechos, no alterando esa igualdad ni la sangre ni el oficio; todos, sin distinción alguna, quedan sometidos a las mismas leyes y podrán ejercitar los mismos derechos. La creación de la no- bleza napoleónica introdujo una primera brecha a este furor igualitario, obligando a modificar el art. 896 del Código Civil sobre prohibición de sustituciones. Más grave fue el intento de la Restauración de favorecer los títulos restableciendo los ma- yorazgos. Pero la reacción liberal de 1830 logró limitar los mayorazgos y suprimir el carácter hereditario de los títulos de pares. Después de 1848 desaparecieron los mayorazgos y sólo conservaron un va- lor honorífico los títulos de nobleza. En la actualidad, como observa con malicia Ripert, un título hereditario en Francia es el aviso que se da al público para que no favorezca con sus votos al candidato político que lo ostenta. La Constitución española, a la época en que fue compuesto nuestro Código Civil, tenía preceptos análogos a los de la Carta francesa de 1830. En verdad la nobleza conservaba sólo preeminencia de honor y uno que otro pequeño privilegio. Ya la Real Cédula de 14 de mayo de 1789 había detenido la fundación de nuevos mayo- razgos y las ideas libertarias e igualitarias francesas habían hecho mucho camino. El Proyecto de García Goyena recogía 67 Cap. V. Estructura y características del Código Civil chileno esas aspiraciones al decir: “Las leyes no reconocen en el orden civil distinciones de nacimientos ni diferencias de condiciones sociales”. En su comentario, el magistrado español se lamenta de que todavía rijan tales diferencias para cruzarse en las ór- denes militares. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A diferencia de lo que ocurría en Fran- cia y España, la posición de la nobleza era mucho más sólida en Inglaterra y en las monarquías alemanas y nórdicas. Los redactores del Código Civil tuvieron que inspirarse en los ejemplos latinos, y yendo más allá, en el ejemplo de la república esencialmente democrática, los Estados Unidos de Norteamérica. Por lo demás, el problema había sido ya resuelto en sentido democrático e igua- litario en la Carta de 1833. El art. 12 de su texto nos decía que en Chile no hay clase privilegiada, que ella aseguraba a todos los habitantes de la República la igual- dad ante la ley. Más adelante, su art. 132 prescribía que en Chile no hay esclavos y que cualquiera que pisare su territorio quedaba libre. En cuanto a las vincula- ciones –pedestal necesario de la nobleza hereditaria–, su art. 162 nos declaraba que ellas eran permitidas, pero sin dañar la libre circulación de las propiedades afec- tadas, lo que se reglamentaría por medio de una ley especial. La ley de 14 de julio de 1852 estableció el sistema desvincula- torio, y con anterioridad al Código Civil. Las prohibiciones de los arts. 745 y 769, sobre fideicomiso y usufructos sucesivos, vinieron, pues, a ser corolarios de los pre- ceptos antes citados. En cuanto a los títulos de nobleza, sabido es que el Director Supremo don Bernardo O’Higgins, por decreto de 16 de septiem- bre de 1817, los declaró abolidos y no sin cierta irritación. El texto de esa disposición nos permite afirmarlo: “Queriendo deste- rrar para siempre –se lee– las miserables reliquias del sistema feudalque ha regido en Chile, y que por efecto de una rutina ciega se conserva, aun en parte contra los principios de este Gobierno, he venido en hacer la declaración siguiente: “Todo título, dignidad o nobleza hereditaria queda ente- ramente abolido; a los antedichos condes, marqueses, nobles o caballeros de tal o cual orden, se prohíbe darles títulos ni ellos podrán admitirlo. Quitarán todo escudo de armas u otro distintivo cualquiera y se considerarán como unos simples ciudada- nos. El Estado no reconoce más dignidades ni da más honores que los concedidos por los Gobiernos de América”. Después de lo expuesto se convendrá en que la regla del art. 55 del Código Civil no envolvía una novedad. Se limi- taba a decir que son personas todos los individuos de la especie humana, cual- quiera que fuese su edad, sexo, estirpe o condición, y agregaba que se dividían en chilenos y extranjeros. El art. 57 iba a ser más novedoso, pues dispone que no se establecen diferencias entre chilenos y extranjeros en cuanto a la adquisición y goce de los derechos civiles que regla el Código. Esta norma importaba un avance notable, y con razón ha merecido elogios. Las legislaciones de ese tiempo tendían a un reconocimiento de igualdad análogo, pero no se atrevían a formularlo de una manera tan contundente y absoluta. Toda- vía se hablaba del derecho de “aubaine” y de la “reciprocidad”. Esta igualdad ante la ley tendría efectos no sólo para la adquisición de bienes y de derechos, sino también para la sucesión hereditaria. El legislador francés, como el nuestro, quiso que todos partieran de una misma raya en la carrera por la vida: al llegar podían existir diferencias notables, pero ellas no eran debidas al nacimiento ni al favor, eran fruto del trabajo y de la inteli- gencia de cada cual. Con otras palabras, la igualdad se procuró en todo, mas sin llegar al derecho de propiedad, que se mantuvo y aun se rodeó de favores. Esto lo veremos más adelante. Por ahora puede decirse que la tendencia igualitaria se ha proseguido en nuestros días, tratándose de los hijos no legítimos, suprimiendo el distingo de la muerte civil y dando una mayor igualdad a las partes que intervienen en el contrato de trabajo. 68 Segunda parte. El Derecho Civil en general 24. GONZALO FIGUEROA YÁÑEZ, Persona, pareja y familia, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1995, pág. 10. El art. 55 del C.C. no define a la persona natural: sólo señala quiénes son personas. No existe en esta disposición un género próximo y una diferencia específica, ni se indican características esenciales de la persona, y, en consecuencia, falta una definición propiamente tal. El artículo no contiene sino un señalamiento: “Son personas todos los individuos de la especie humana, cualquiera que sea su edad, sexo, estirpe o condición”. Falta el contenido, las características fundamentales que per- mitan establecer si un ser determinado puede o no ser incluido en el concepto de persona. El señalamiento contenido en el art. 55 tiene, sin embargo, una gran virtud, que ha sido puesta de relieve por muchos ci- vilistas nacionales: instituye el principio de no discriminación entre las personas naturales: no interesa la edad, ni el sexo, ni la estirpe, ni la condición, cuando se trata de establecer la calidad de persona. Este art. 55 del C.C. anticipó por muchos años algunas ideas sobre igualdad recogidas tan sólo durante el siglo XX por algunas Constituciones Políticas. Entre nosotros, consagran este princi- pio de igualdad jurídica especialmente los arts. 1º y 19 Nos 2 y 3 de la Constitución Política de 1980. Es sobre todo relevante el art. 19 Nº 2 inc. 2º, que dispone que “ni la ley ni autoridad alguna podrán establecer diferencias arbitrarias”. La idea ya estaba contemplada, como se ha dicho, en el Código Civil. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Revise el art. 55 del Código Civil y de- termine si usted está conforme con la definición allí contenida. 2. Revise el art. 57 del Código Civil y exprese si usted cree que la igualdad entre chilenos y extranjeros, que esa disposición consagra, rige en la actual realidad social chilena. Si usted estima que existen excepciones a dicha igualdad, anótelas para exponerlas en clase. 3. ¿Considera usted que el principio de igualdad está absolutamente consagrado en nuestra legislación civil? ¿Por qué? 3ª CARACTERÍSTICA: LA CONSTITUCIÓN CRISTIANA DE LA FAMILIA Y SU PROTECCIÓN 25. Explicación El legislador de nuestro Código Civil esta- bleció el matrimonio monógamo e indiso- luble, y en este último punto abandonó a su antecesor francés, que había admitido el divorcio ad-vinculum. Nuestro Código inclu- so entregó a la autoridad eclesiástica todo lo que decía relación con la celebración y validez del matrimonio. Dicho matrimonio constituyó “la piedra angular del edificio social y había que defenderlo y protegerlo en sí y en todas sus consecuencias”.5 Por esa razón, el matrimonio válidamente celebra- do quedó como fuente única de filiación legítima, y los hijos naturales e ilegítimos propiamente tales fueron excluidos de la sucesión de sus padres, en caso de existir hijos legítimos. Sólo se reconoció a aque- llos el derecho de alimentos, en mayor grado a los naturales, y en mínima parte a los ilegítimos, siguiendo en esto el rigor y la severidad propios de nuestras antiguas costumbres. Además, nuestro Código Civil estable- ció amplias potestades marital y paterna, tanto en las relaciones personales entre los cónyuges y respecto de los hijos, como en el aspecto patrimonial. El marido y padre gozaba de una fuerte relevancia frente a la mujer e hijos, que eran incapaces, como lo exigían también las costumbres de entonces. 26. PEDRO LIRA URQUIETA: El Código Civil y su época, op. cit., págs. 63 a 67. El legislador del Código Civil no vaciló en admitir el matrimonio monógamo e indi- soluble como la base única de la familia y, 5 LIRA URQUIETA, PEDRO, El Código Civil y su época, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1956, pág. 25. 69 Cap. V. Estructura y características del Código Civil chileno por ende, como el fundamento de la socie- dad. Su definición del art. 102 es prueba elocuente: “El matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente, y por toda la vida, con el fin de vivir juntos, de procrear y de auxiliarse mutuamente”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . En el Mensaje del Código Civil se anun- cia, sin ambages, que en materia de matri- monio corresponde a la autoridad eclesiás- tica el derecho de decisión sobre su validez, reconociéndose como impedimentos para contraerlo los que han sido declarados tales por la Iglesia Católica. Es la doctrina que expuso el primitivo art. 103. De manera que el matrimonio válido a los ojos de la autoridad eclesiástica lo era también ante la ley civil, si bien ésta se reservó el derecho de no admitir la dispensa del impedimento entre afines en línea recta (art. 104). Por cierto que la disolución pronunciada por la autoridad eclesiástica tenía su efecto en la ley civil (art. 123). La misma autoridad eclesiástica era la encargada de velar por el cumplimiento de las solemnidades del matrimonio, las cuales eran las propias de la Iglesia. Pero esto se refería al matrimonio entre personas católicas (art. 117), porque cuidaba el Código, siguiendo los pasos de la Ley de Matrimonio de Disidentes de 1836, de decirnos, en el art. 118, que los contrayentes de otra religión podían casarse ante el competente sacerdote católico y dos testigos, pero sin cumplir con el rito ni con otras exigencias que las previas sobre impedimentos dirimentes y permiso de ascendientes. Al casarse sólo declaraban que su ánimo era contraer matrimonio o que se reconocían el uno al otro como marido y mujer. La celebración del matrimonio en el extranjero y sus posibles efectos en Chile aparecen consideradosen los arts. 119 y 121, todos ellos concordes con el espíritu religioso de la institución. En resumen, el legislador de 1855 man- tuvo el régimen cristiano del matrimonio que estaba reconocido en la vieja legislación española. Y al hacerlo, mejorando muchas de sus disposiciones, se manifestó de acuer- do con la legislación vigente en la mayor parte de los países europeos y americanos y, sobre todo, concorde con las costumbres fuertemente enraizadas. El matrimonio, a los ojos de los chilenos de ese tiempo, era, y con justicia, la piedra angular del edificio social, y había que defenderlo y proteger- lo en sí y en todas sus consecuencias. De ahí que aun para celebrarlo se exigiera la autorización paterna o materna o de otros ascendientes o, por último, de un curador cuando los contrayentes tenían menos de veinticinco años, sin que nuestra ley hiciera distingos entre el novio y la novia en materia de edad, como lo hacían el modelo francés y el Proyecto de García Goyena. El matrimonio válidamente celebrado quedó como fuente única de la filiación legítima, ya que se tratara de los hijos concebidos en él o de los legitimados por matrimonio posterior, los restantes hijos pasaban a ser ilegítimos, si bien se estable- cieron graduaciones en la ilegitimidad, graduaciones que iban desde la filiación natural hasta la de dañado ayuntamiento. La familia era protegida de diversas maneras. Desde luego, el sistema de sociedad conyugal con su igualdad de gananciales permitía una fuerte autoridad marital, de una parte, y, de otra, la formación de un patrimonio común. Sólo en los contados casos en que pudiera pedir separación de bienes o divorcio perpetuo le era dado a la mujer escapar a esa tuición marital. Mientras vivía, el marido era el jefe indis- cutido, y a su lado ella contribuía a amasar la fortuna que serviría, primeramente, para educar y establecer a los hijos comunes, y después, para la protección del cónyuge sobreviviente. En la gran generalidad de los casos la mujer quedaba favorecida, pues es sabido que ella sobrevivía a su marido y quedaba con bienes apreciables. La viuda, independientemente de su porción conyu- gal, recibía siempre la mitad de gananciales y con ello podía ser el apoyo de los hijos venidos a menos. El moderno sistema de separación total de bienes, tan generalizado en los países sajones, obedece, sin duda, a 70 Segunda parte. El Derecho Civil en general cambios notables en la estructura social y económica, pero a la postre no beneficia a la mujer, como se ha creído. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tratándose de hijos naturales y de hijos ilegítimos, el legislador chileno de la época fue severo, como lo era la legislación de ese tiempo y como lo proclamaban las cos- tumbres. Puede decirse que sus preceptos se limitaron a concederles el derecho de alimentos en mayor grado a los naturales, y en mínima parte a los restantes ilegítimos. El padre o madre natural tenía anexa a la obligación alimenticia la de proporcionar educación primaria y el aprendizaje de una profesión u oficio al hijo (art. 279). En dere- cho sucesorial la suerte de los naturales y de los ilegítimos quedaba ligada a la obligación alimenticia y en el resto, a la buena voluntad del testador. Si la sucesión era intestada, tenían entrada a ella los hijos naturales en defecto de los hijos legítimos. Estos preceptos, tan restrictivos, han sido ahora reformados. Mas debe recono- cerse que a la fecha de su implantación correspondían a las ideas en boga. Leyen- do a Martínez Marina –autor que Bello conoció– venimos a saber que esa especie de horror con que la legislación española de Las Partidas y la que le siguió miró a los hijos ilegítimos de toda suerte, arranca del siglo XIII; no existió antes en España, y por el contrario, se citan textos de leyes visigóticas y de fueros locales que dieron a tales hijos un tratamiento muy semejante al que reciben en las leyes de nuestros días. ¡Tales son las mudanzas del Derecho! Se colige de todo lo relacionado que el concepto tradicional y cristiano de la familia fue rigurosamente respetado en nuestro Código Civl; que el principio de autoridad fue asimismo mantenido y vigorizado, y que los preceptos que los consagraron estuvie- ron en consonancia con las ideas y con las costumbres que imperaban a la sazón. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. ¿Piensa usted que la definición del matri- monio contenida en el art. 102 del Código Civil correspondió a las necesidades de la época en que se dictó ese Código? ¿Piensa usted que corresponde a las necesidades de la época actual? 2. ¿Por qué cree usted que sostiene el profesor Lira que el régimen de sociedad conyugal favorece a la mujer más que el régimen de separación de bienes? ¿Está usted de acuerdo con esta afirmación? 3. ¿Cree usted conveniente que el marido y la mujer estén colocados en un plano de absoluta igualdad, tanto en sus relaciones personales como en el aspecto patrimonial? 4. Conociendo la nueva Ley de Matrimonio Civil, ¿considera usted que la constitución cris- tiana de la familia y su protección sigue siendo una de las características de nuestro Código Civil? 4ª CARACTERÍSTICA: AMPLIA PROTECCIÓN DEL DERECHO DE PROPIEDAD INDIVIDUAL O ABSOLUTISMO DOMINICAL 27. Explicación Uno de los fundamentos básicos de la Re- volución Francesa, recogido luego por los Códigos Civiles que fueron su consecuencia, fue la liberalización de la propiedad privada, concebida como propiedad individualista y absoluta, y sin las trabas que le imponía la legislación medieval, por medio de mayorazgos, vinculaciones y capellanías, usufructos y fideicomisos sucesivos, todos los cuales fueron abolidos por la legislación revolucionaria. Para lograr los nuevos ideales, nuestro Código Civil estableció, en el artículo 582, que la facultad de disposición es de la esencia del dominio; dispuso un sistema especial de protección de la posesión de los bienes raíces inscritos y reconoció el derecho del propietario a disponer de su patrimonio por causa de muerte, pero con preferencia para los hijos legítimos. 28. PEDRO LIRA URQUIETA: El Código Civil y su época, op. cit., págs. 67 a 71. A la propiedad territorial de origen feudal, llena de trabas y de limitaciones, había 71 Cap. V. Estructura y características del Código Civil chileno sucedido, con el advenimiento de la legis- lación revolucionaria, la propiedad parti- cular y libre. Los nuevos propietarios, hijos legítimos de la Revolución, no admitían ni resabios de los antiguos privilegios. El artículo 544 del Código de Napoleón no hacía otra cosa que consagrar una situa- ción estable al decir: “La propiedad es el derecho de gozar y disponer de las cosas de la manera más absoluta, con tal que no se haga de ellas un uso contrario a las leyes y reglamentos”. Había concluido la propiedad vincula- da, basamento de la antigua nobleza, y el propietario pasaba a ser un dueño tan ab- soluto como lo habían sido los propietarios romanos del período clásico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . “Al ciudadano pertenece la propiedad, al soberano el imperio”. Pero ese imperio no puede atentar a la propiedad, sino prescribir, respecto de ella, lo que reclama el bien general. En el antiguo Derecho, manifestaba Portalis en esa ocasión, el soberano lo invadía todo y llegaba a ama- gar el derecho de propiedad; muy pocos bienes quedan enteramente libres. Pero ahora, suprimido el régimen feudal, la libertad era de la esencia de los bienes y en especial de la propiedad. Ella merecía ser apodada sagrada. Ni los particulares, ni las instituciones, ni el soberano mismo, nada podrían contra ella. Sólo a virtud de una justa indemnización pagada previamente, y expedida por ley, podía alguien perder el dominio de algún bien. Esta doctrina, tan razonable como elo- cuentemente expuesta por Portalis, venía a ser, en definitiva,la doctrina clásica del Derecho de Propiedad. Podríamos decir que exageraba en algo el aspecto individual del derecho, pues silenciaba en lo posible las cortapisas que nacen del bien común y que señalaba la concepción tomista. Mas los tiempos así lo exigían. La doctrina del Código de Napoleón sobre la propiedad in- dividual es la consagrada por los pensadores y economistas de la Ilustración. Su misma concepción del llamado Derecho Natural estaba desprovista del ingrediente religioso que antes había tenido. Pudo hablar, así, el expositor Portalis “de los santos y establecer principios del Derecho Natural y Público”, siendo el principal de ellos la defensa de la propiedad. Como derivaciones lógicas de ese principio tendríamos la prohibición de vinculaciones y mayorazgos, la repartición equitativa de los bienes del causante y las limitaciones voluntarias del dominio, de suyo restringidas a la duración de la vida y sin poder perpetuarse. El Código francés marcó, de esta manera, la consagración de las nuevas ideas en esta materia. Pudo ser llamado, sin reticencias, el código de los propietarios. Estaba a tono con las reglas de la economía liberal, que triunfaba plenamente en su país de ori- gen, Escocia e Inglaterra, y se propagaba por el resto del mundo. Los economistas de Manchester veneraron como a dioses a la libertad, en todas sus formas, y a la propiedad individual exenta de ataduras y de embarazos. El auge industrial que comenzaba imponía esta creencia a los gobernantes, a los legisladores y a los hom- bres de negocios. Había que favorecer al máximum la iniciativa individual y fomentar la formación de sociedades de personas o de capitales, nacionales o internacionales. Se miraba como opresión odiosa y perju- dicial cualquier limitación que entrabara este espíritu de empresa y de ganancia. Los que no eran aptos para este juego debían desinteresarse de él o caerían vencidos. Ya se podía anticipar la exacerbación del egoísmo y de la dureza que traería consigo esta filosofía económica, que los norte- americanos bautizarían con el nombre harto expresivo de “áspero individualismo”. Entonces daba sus primeros y afortunados pasos para lograr su apogeo en la cúspide de la era victoriana. En España estas ideas habían encontra- do, asimismo, ancho cauce. No es preciso llegar al Proyecto de García Goyena para topar con ellas. Todo el magnífico y célebre informe sobre la Ley Agraria, de Jovellanos, es un alegato en pro de la libertad de la propiedad particular. Su crítica a la abusiva institución de la Mesta y a las prohibiciones del cerramiento; las impugnaciones a los 72 Segunda parte. El Derecho Civil en general mayorazgos y a las manos muertas; su ata- que a las aduanas internas y a las medidas que impedían el libre juego del comercio, son todas anticipaciones felices de las ideas expuestas por el conde Portalis. En verdad, Jovellanos y Portalis eran hombres represen- tativos del Antiguo Régimen, conservadores y, a la vez, progresistas, y que deseaban la reforma de las instituciones, pero dentro del orden. En la bella semblanza que le ha consagrado Sainte-Beuve, el codificador francés aparece como el eslabón que unió la sabiduría jurídica de la era borbónica con los adelantos revolucionarios. Conocido esto, comprendemos que Bello no pudo dudar en sentar la propie- dad sobre bases sólidas. Su definición del artículo 582 es expresiva: “El dominio (que se llama también propiedad) es el derecho real en una cosa corporal, para gozar y disponer de ella arbitrariamente; no siendo contra ley o contra derecho ajeno”. La propiedad, aun siendo libre, puede hallarse sujeta a limitaciones que le imponga el mismo dueño, pero tales limitaciones se- rán por lo común temporales, de duración escasa. La ley prohíbe los fideicomisos y los usufructos sucesivos (artículos 745 y 769). Siguiendo los preceptos constitucionales ha de admitir las vinculaciones existentes, pero atiende a su liberación mediante el ingenioso sistema de convertir los gravá- menes perpetuos que impedían la enaje- nación en censos; el propietario conserva también libertad para separar el goce del dominio o para instituir, de una sola vez, un fideicomiso. Las limitaciones impuestas a la pro- piedad por la ley son escasas dentro del Código Civil. Como las principales figuran las servidumbres legales del artículo 839, y de ellas la mayor parte se constituirán en provecho de particulares. La Constitución Política garantiza el derecho de propiedad en forma absoluta y su posible pérdida sólo podría sobrevenir por efecto de una ley expropiatoria, mas dando en todo caso al propietario que sufría la expropiación una previa y equita- tiva indemnización. No fue, así, necesario insistir en este punto en el texto mismo del Código, como lo habían hecho otros cuerpos de leyes. Consecuencia necesaria del recono- cimiento pleno de la propiedad y de su utilidad es el derecho a disponer de ella por causa de muerte. Todo el Libro III del Código Civil se ocupa con gran prolijidad de esta materia, que viene a caer en el vasto campo de la propiedad. Pero si el legislador chileno mira con ojos benignos y protectores a la propiedad individual, no dispensa iguales favores a la propiedad común. Diríamos que la ve con malos ojos y que tiene prisa en hacerla cesar. A ese fin obedece el artículo 1317: “Ninguno de los coasignatarios de una cosa universal o singular será obligado a permanecer en la indivisión; la partición del objeto asig- nado podrá siempre pedirse con tal que los coasignatarios no hayan estipulado lo contrario”. Y agrega: “No puede estipularse proindivisión por más de cinco años, pero cumplido este término podrá renovarse el pacto”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El Derecho de propiedad, en todo caso, pasó a tener una garantía más eficaz que las antiguamente conocidas mediante el sistema de la inscripción en el Registro de Propiedades del Conservador de Bienes Raíces. El Código Civil acogió ampliamente, y mejorándolo, el sistema ideado en algunos Estados de Alemania y que ya, a mediados del siglo XIX, gozaba de los favores de los entendidos. Los escritores franceses admi- tían su bondad y en el Proyecto de García Goyena encontramos un plan completo que en mucha parte aprovecharon nuestros legisladores. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Revise el art. 582 del C.C. y determine si la noción de propiedad contenida en él está de acuerdo con las tendencias contemporáneas sobre este derecho. En caso negativo, indique los puntos de la discordancia. 2. Explique cómo se “liberalizó” la propiedad al dictarse los Códigos Civiles de corte clásico, y qué ventajas trajeron a este respecto esos Códigos para las ideas prevalecientes en la época. 73 Cap. V. Estructura y características del Código Civil chileno 3. ¿Cuál cree usted que es la razón por la que el C.C. mira con malos ojos la copropiedad? 5ª CARACTERÍSTICA: LA LIBERTAD DE CONTRATAR 29. PEDRO LIRA URQUIETA: El Código Civil y su época, op. cit., págs. 71 y 72. El precepto del artículo 1545 del Código Civil establece el principio de la autonomía de la voluntad: “Todo contrato legalmente celebrado es una ley para los contratantes, y no puede ser invalidado sino por su con- sentimiento mutuo o por causas legales”. El Código eleva a la categoría de ley el convenio libre y lícitamente concertado. En el Título II del Libro IV, cuyo epígrafe reza: “De los actos y declaraciones de vo- luntad”, se limita a exponer los requisitos que han de reunir los convenios que van a ser obligatorios. Exige, como es de razón, la capacidad legal de los contrayentes, el consentimiento no viciado, la existencia de un objeto lícito y de una causa lícita. Cumpliéndose con esas condiciones, los particulares son libres y soberanos para concertar los contratos que deseen. No se pone trabas a su número ni a su extensión. Los más conocidos de loscontratos están estudiados y reglamentados en diversos tí- tulos del Código, pero frente a ellos existen todos los innominados y las combinaciones y variantes de los nominados. El legislador tiene fe en la iniciativa de los particulares y piensa razonablemente que ellos podrán idear nuevas convenciones que merecen su respeto. Tampoco procura introducirse en los contratos conocidos. Con tal que se cumplan las prescripciones mínimas que se establecen en el texto, los contratantes son libres para obligarse en la forma que deseen. Excepcionalmente el legislador pone un tope a las ganancias, como ocurre en la lesión enorme en materia de compraventa de inmuebles, y en la reducción de intereses excesivos en las obligaciones de dinero. Pero aun en esos casos deja entregado a la parte afectada el reclamo de su pérdida. Piensa que cada cual sabrá velar por sus intereses y no pone, por lo común, límite alguno a las ganancias que puedan derivarse de un contrato. Los particulares son soberanos, por ejemplo, para pactar comodatos y rentas vitalicias que envuelvan grandes utilidades o grandes pérdidas. En el mutuo mismo, la libertad es grande. El principio de la igual- dad numérica de la moneda está consignado en el artículo 21996 y los intereses pueden convenirse en dinero o en cosas fungibles (artículo 2205). Los intereses fueron admiti- dos, alejándose definitivamente el legislador de los escrúpulos morales de la antigua usu- ra, pero reglamentados en el artículo 2206, de modo que no podrían pasar de cierto máximum. El anatocismo, en cambio, entró a la zona de las prohibiciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El respeto de nuestro Código Civil por la libertad para contratar estaba a tono con el pensamiento jurídico, económico y social de ese tiempo. El gran esfuerzo de la violenta legislación revolucionaria había sido dirigido en ese sentido y terminó por hallar cabida en el famoso Código de Napoleón. Los códigos que se dictaron a imitación suya también consagraron esa libertad. La naciente era industrial de que aprove- charon en grado máximo los ingleses impo- nía ese principio. El comercio internacional también lo exigía. Podemos, pues, asegurar que en este punto, como en muchos otros, la nueva legislación civil chilena aparecía como avanzada y progresista. 30. ARTURO ALESSANDRI RODRÍGUEZ: “El contrato dirigido”, Conferencia dictada en 1940. Recopilada en Las actuales orientaciones del Derecho, Edi- torial Nascimento, 1942, págs. 11 y siguientes. Uno de los principios fundamentales del derecho contractual moderno es el de la autonomía de la voluntad, que consiste en la libertad de que gozan los particulares para celebrar los contratos que les plazcan y de- terminar su contenido, efectos y duración. 6 Actualmente derogado. 74 Segunda parte. El Derecho Civil en general En virtud de esta autonomía, los particu- lares pueden pactar los contratos que más convengan a sus intereses, sean o no de los reglados por la ley; combinar unos y otros entre sí; atribuir a los contratos que celebren efectos diversos de los que la ley señala y aun modificar su estructura. Pueden, por ejemplo, estipular un pacto comisorio en un contrato unilateral, convertir en bilateral un contrato naturalmente unilateral, subor- dinar el perfeccionamiento de un contrato consensual por naturaleza al otorgamiento de un instrumento público o privado. Pue- den, igualmente, determinar con entera libertad el contenido del contrato, en espe- cial su objeto, y la extensión y efecto de los derechos y obligaciones que engendre; fijar su duración; señalar las modalidades que han de afectarle; alterar, modificar y aun suprimir las cosas que son de la naturaleza del contrato; determinar, entre las diversas legislaciones de los Estados, aquella por la cual ha de regirse el contrato, etc. De ahí que las leyes relativas a los con- tratos sean, por lo general, supletorias de la voluntad de las partes; sólo se aplican en el silencio de éstas. Y que la misión del juez, en presencia de un contrato, se reduzca a interpretar o restablecer esa voluntad. El juez no puede desentenderse de ella, mucho menos puede sustituirla por la propia. Esta autonomía no es, sin embargo, abso- luta. Como todos los derechos y libertades, tiene sus limitaciones. Desde luego, los contratantes no pueden alterar, modificar ni variar las cosas que son de la esencia del contrato que pacten. Si lo hicieren, el contrato, o no produciría efectos civiles, o degeneraría en otro diferente, como dice el artículo 1444 del Código Civil. No podrían, por ejemplo, pactar una compraventa o un arrendamiento sin pre- cio. No pueden tampoco estipular nada que vaya contra las prohibiciones legales, el orden público o las buenas costumbres. Tales estipulaciones serían nulas absoluta- mente por ilicitud de objeto o de causa, de acuerdo con los artículos 10, 1461, 1466, 1467 y 1682 del Código Civil. La autonomía de la voluntad, tal como la consagran el Código Civil chileno y los Códigos extranjeros vigentes, es la aplica- ción en materia contractual de los principios liberales e individualistas proclamados por la Revolución Francesa y que alcanzaron su mayor auge durante el siglo XIX. Si los derechos, se dice, son meras facultades que la ley reconoce a los individuos para que puedan desarrollar su personalidad y satisfacer sus necesidades, si la libertad es la base de la actividad humana, claro está que aquéllos pueden obrar como mejor les plazca, no siendo, naturalmente, contra el orden público o las buenas costumbres. Consecuencia de ello es que la voluntad debe ser limitada sólo en casos extremos y que la intervención del legislador en materia contractual debe reducirse a lo estrictamente indispensable, porque siendo el contrato el resultado del libre acuerdo de las voluntades de personas que están colocadas en un per- fecto pie de igualdad jurídica, no puede ser fuente de injusticias, ni engendrar abusos. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. ¿Cuál es la base en la que descansa la autonomía de la voluntad, consagrada por el art. 1545 del C.C.? ¿Cree usted que esta base corresponde a la realidad en la sociedad con- temporánea? 2. ¿Modificaría usted, en algún sentido, el principio clásico de la autonomía de la voluntad, para poner el Código a tono con los requerimientos de la sociedad contemporánea? En caso afirma- tivo, ¿en qué forma lo modificaría? 3. ¿Qué entiende usted por “cosas de la esen- cia de un contrato”? Dé ejemplos en los contratos más conocidos. 6ª CARACTERÍSTICA: EL INDIVIDUALISMO JURÍDICO 31. Explicación El Código centra su preocupación en el individuo, en la persona humana, con despreocupación a veces por los conglo- merados sociales, los grupos de personas o los intereses colectivos. Es el individuo, aisladamente considerado, el que atrae la mayor preocupación del Código, el que 75 Cap. V. Estructura y características del Código Civil chileno éste protege en su vida intrauterina, en los artículos 75 y 77; el que éste define en el artículo 55 descartando la existencia de cla- ses privilegiadas; el que iguala con los otros individuos extranjeros en el artículo 57, el que manifiesta su voluntad para obligarse en los artículos 1445 y 1545; el que es protegido si es incapaz en el artículo 1447; el centro del principio básico de la autonomía de la voluntad y de la libertad de contratar; aquel de quien se predica la libertad de testar en el artículo 999 o la responsabilidad civil extracontractual en el artículo 2314. Es la intención de los individuos el principal elemento de interpretación de los contra- tos y la autonomía de la voluntad no está limitada sino por la ley, el orden público y las buenas costumbres. Para Bello, el hombre es un ser pensan- te con voluntad autónoma, que protege y ampara el ordenamiento, y que asume res- ponsabilidad civil si provoca perjuicios en el patrimonio ajeno. Esasimismo la voluntad humana la que determina el valor comercial de todos los bienes, al manifestarse libre- mente la oferta y la demanda; es incluso la voluntad humana la que fija el precio del dinero, al determinarse los intereses del mutuo por las reglas del mercado. En cambio, las manifestaciones jurídicas que representan al hombre en comunidad y a las agrupaciones sociales, son miradas con desconfianza por nuestro Código: las personas jurídicas necesitan de la autori- zación gubernamental o legal para consti- tuirse, como prescribe el artículo 546; las comunidades pueden siempre terminar si cualquiera de los comuneros ejercita su derecho a pedir la partición, y los pactos de indivisión tienen siempre duración limitada. De más está decir que algunas manifestacio- nes modernas de la juridicidad colectiva, como los patrimonios pluripersonales o las propiedades comunitarias, fueron des- conocidas para nuestro Código, así como para todos los Códigos clásicos. 7ª CARACTERÍSTICA: LA CONSAGRACIÓN DE PRINCIPIOS MORALES 32. Explicación El profesor Leslie Tomasello, en su libro El Código Civil chileno en el prisma del tiempo agrega, como principio fundamental de nuestro Código, la consagración de algunos principios morales como la tutela de la bue- na fe y la sanción al dolo, la mala fe y al frau- de de los artículos 1458, 1558, 2284 y 2468; como el principio nemo auditur, establecido en el artículo 1683, o como la invalidez de toda estipulación o condición contraria a la moral o las buenas costumbres, establecida en los artículos 1475 y 1070. Señala también la regla del artículo 1470 que declara válido el pago de una obligación natural. Agreguemos la disposición del ar- tículo 1467, que invalida las convenciones que tengan una causa prohibida por la ley o contraria a las buenas costumbres o el orden público. 77 33. GONZALO FIGUEROA YÁÑEZ: “La Revo- lución Francesa y el Derecho Civil”, charla leída el 14 de julio de 1989 ante la Asociación de Magistrados de Talca, al cumplirse 200 años del inicio de la Revolución Francesa, págs. 12 y 13. I. MODIFICACIONES LEGALES DE INSTITUCIONES CONTENIDAS EN EL CÓDIGO CIVIL CHILENO, PARA ADAPTARLO A LOS NUEVOS REQUERIMIENTOS SOCIALES El vetusto Código Civil que nos rige ha debido sufrir, como es justo, el embate de los tiempos, y el legislador se ha visto obligado a remozarlo y a adaptarlo a los nuevos requerimientos sociales. Las cos- tumbres de una sociedad agraria, como la que existía en 1857, han sido hace largos años modificadas por la sociedad indus- trial, semidesarrollada y multitudinaria a la que ahora pertenecemos, y el legislador no ha podido permanecer indiferente a la presión de los tiempos. Reseñaremos muy brevemente a continuación las principales reformas introducidas a nuestro Código Civil por la vía legislativa: a) Modificaciones relacionadas con la mayor eficiencia y rapidez de las comunicaciones. En el texto primitivo del Código Civil, la ley pasaba a ser obligatoria por Depar- tamentos, según la distancia que separara a cada uno de ellos de la ciudad donde se publicara el Diario Oficial. Este sistema, de suyo engorroso y lento, ha sido reemplazado por el que actualmente rige, que impone el conocimiento de la ley en forma simultánea en todo el territorio nacional. b) Modificaciones relacionadas con el trans- curso del tiempo. Se ha dicho que el tiempo transcurría más lentamente que hoy cuando se dictó el Código Civil. Consecuente con ello, nuestra legislación civil ha visto la reduc- ción de todos los plazos originariamente contemplados en él. Así, la mayoría de edad se ha rebajado de 25 a 18 años; la nulidad absoluta se sanea hoy en 10 años, en lugar de los 30 que exigía el Código originariamente; la prescripción adqui- sitiva ordinaria es hoy de 2 años para los muebles y de 5 años para los bienes raíces, y la extraordinaria es de 10 años, en lugar de los 3, 10 y 30 años del antiguo Código y la prescripción extintiva se ha rebajado de 10 a 3 años para las acciones ejecutivas, y de 20 a 5 años para las ordinarias. De la misma manera, la condición se entiende fallida hoy a los 5 años, en lugar de los 30 años primitivos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . c) Modificaciones relacionadas con el Derecho de Familia y con la liberalización de la mujer. (Esta parte de la charla ha sido trasladada al Número 38 infra) d) Otras modificaciones. En la imposibilidad de señalar todas las modificaciones sufridas por nuestro Código Civil por vía legal, recordaremos al pasar tan sólo aquellas que han otorgado capacidad C a p í t u l o V I INFLUENCIA DEL CÓDIGO CIVIL CHILENO Y MODIFICACIONES SUFRIDAS CON POSTERIORIDAD A SU DICTACIÓN 78 Segunda parte. El Derecho Civil en general plena a la mujer casada (Ley Nº 18.802), a los menores de 25 años y mayores de 18, a las personas jurídicas (Leyes Nos 5.020 y 7.612) y a los religiosos (Ley Nº 7.612), y las modificaciones que permitieron al cónyuge sobreviviente y a los hijos naturales mejo- rar su situación hereditaria en la sucesión intestada y convertirse en asignatarios for- zosos (Leyes Nos 10.271 y 18.802), situación que mejoró aun más, tanto para los hijos naturales como para los ilegítimos con la Ley Nº 19.585, que equiparó su situación respecto a los hijos legítimos, teniendo ellos ahora un solo estado civil, el de hijo, con los mismos derechos y obligaciones respecto de sus padres. No está de más recordar la transforma- ción del antiguo contrato de arrendamien- to de criados domésticos en contrato de trabajo; la limitación de responsabilidad del deudor, que otrora era ilimitada, mediante la aceptación de las sociedades de responsabilidad limitada; la introduc- ción del contrato dirigido, en materia de arrendamiento, fijación de ciertos precios, seguros obligatorios y mutuos con intereses preestablecidos; las leyes que exigen una cierta calidad mínima respecto de algunos productos, e incluso, el aumento de nues- tro mar territorial adyacente, de 4 leguas marinas a 200 millas. Para terminar esta parte, acerca de las modificaciones que el tiempo ha impues- to a nuestro vetusto Código Civil, y que han sido logradas por vía legal, echamos de menos dos modificaciones que nos parecen fundamentales: la primera se refiere a la necesidad de establecer el divorcio con disolución del vínculo, para poner término a la nefasta burla al Poder Judicial, y que significan en el hecho el establecimiento de un divorcio de común acuerdo, reservado tan sólo a las clases más pudientes. La segunda es la necesidad de legislar sobre los efectos civiles del concubinato, realidad social que no puede negarse que existe en nuestro país. La legislación que reclamamos debería abordar, a lo menos, los efectos patrimoniales de tal situación, que están entregados en la actualidad a resoluciones jurisprudenciales no siempre armónicas entre sí.1 II. EVOLUCIÓN DEL DERECHO CIVIL CODIFICADO POR ACCIÓN DE LA JURISPRUDENCIA Y LA DOCTRINA Por mucho que haya querido nuestro legislador civil encadenar a los jueces al imperio de la ley, y convertirlos en meros aplicadores a casos concretos de las reglas legales generales y abstractas, siempre queda a la magistratura un ancho campo, en que la interpretación judicial es capaz de amoldar los preceptos codificados a las circunstancias siempre mudables de la vida social. La doctrina esbozada en clase por profesores y tratadistas, con la libertad interpretativa que le es propia, es capaz también de incorporar al Código instituciones que en un principio no pare- cían encontrarse en él, de sugerir formas novedosas de interpretación y de proponer modificaciones que más tarde recogerá el legislador. Quisiéramos concluir estas ideas señalando cómo la jurisprudencia y la doctrina han ido remozando los viejos artículos del Código Civil, para adaptarlo a las más apremiantes necesidades del devenir. Yalo había anticipado el propio Portalis, cuando expresaba en su Discurso Preliminar que “la misión de la ley es fijar a grandes rasgos las máximas generales del Derecho, establecer principios fecundos en consecuencias y no descender al detalle de las cuestiones que pueden surgir en cada materia. Es al magistrado y al jurisconsulto, penetrados del espíritu general de las leyes, a quienes toca dirigir su aplicación”.2 1 Debemos recordar que este texto fue leído el año 1989, en el marco de la celebración de los 200 años de la Revolución Francesa. Con posterioridad a su lectura, se han realizado más modificaciones al Código Civil chileno, incluyendo una nueva Ley de Matrimonio Civil, la cual permite el divorcio con disolución del vínculo en nuestro país, desde el año 2004. 2 PORTALIS, JEAN-ETIENNE-MARIE, ob. cit., pág. 36. 79 Cap. VI. Influencia del Código Civil chileno y modificaciones sufridas con posterioridad a su dictación Debe señalarse, en primer lugar, la exis- tencia en el propio Código de conceptos flexibles por su excesiva generalización, denominados por algunos “conceptos-vál- vulas”, que permiten una fácil adaptación a circunstancias cambiantes de la vida social, y que los jueces pueden manejar y concretar en los casos que se sometan a su decisión. Entre estos conceptos-válvulas deben se- ñalarse los conceptos de “orden público” y “buenas costumbres”, que son capaces de determinar en ciertos casos instituciones tan trascendentales como el objeto (art. 1461), el objeto ilícito (art. 1462) o la causa ilícita (art. 1467). Es así como un adecuado trata- miento de los conceptos de “orden público” y de “derecho público” por el juez, en la interpretación del art. 1462, puede hacer predominar el interés colectivo, expresado en la ley, por sobre el interés de las partes, manifestado en el contrato, que se declara nulo por objeto ilícito, en razón de estimar el juez que contraviene el derecho público chileno o el orden público económico. Es así también como una adecuada in- terpretación de los conceptos de “buenas costumbres” y de “orden público” puede permitir al juez velar por la moralidad del contrato y declarar la nulidad de aquel que estime que tiene una causa ilícita. Esta posibilidad es especialmente factible, frente a la definición de “causa” contenida en el art. 1467, que permite englobar en ella también a la causa psicológica o causa motivo. Debemos lamentarnos que esta interpretación de la ley a través de estos “conceptos-válvulas” haya sido seguida tan tímidamente en Chile, en contraste con la rica jurisprudencia francesa respecto de la misma materia. A la misma categoría de “conceptos- válvulas” pertenece el “buen padre de familia”, cuyo comportamiento simbólico recorre todo el campo de la responsabilidad contractual (art. 1547) y extracontractual (art. 2314). También debemos mencionar entre ellos el concepto de “buena fe”, parámetro que permite al juez actualizar el derecho, especialmente en el campo contractual, donde ella es una exigencia ineludible, desde las tratativas prelimina- res hasta el cumplimiento integral de las obligaciones que el contrato generó. Debe agregarse en este punto la posibi- lidad que tiene el juez de interpretar la ley por equidad, expediente poco socorrido y que debiera sin embargo ser de ordinaria utilización, si nuestros jueces se atrevieran a declarar inaplicables al caso los elementos de interpretación reglada de la ley, por ser contradictorios entre sí, para todo lo cual los autoriza el art. 24. La vía de interpretación jurispruden- cial y doctrinaria ha permitido sostener en nuestro país algunas teorías modernas como la del abuso del derecho o la de la relatividad de los derechos subjetivos, que posiblemente ni siquiera imaginara nuestro legislador civil. No se ha llegado todavía a sostener que la lesión puede considerarse como una institución general en el Código de Bello, en razón de algunos preceptos que autorizan para alegarla sólo en casos determinados. La letra del Código no la excluye, sin embargo, como institución de aplicación general. En cambio, sí ha hecho camino la aceptación de la teoría de la imprevisión, o revisión judicial del contrato por onerosidad sobreviniente, frente a disposiciones como las de los artículos 1546, 1547 y 1558, que admiten el principio “rebus sic stantibus” como para- lelo al principio “pacta sunt servanda” del artículo 1545. La doctrina ha entendido que la insti- tución del enriquecimiento sin causa es una fuente autónoma de obligaciones, y ha ampliado el campo de aplicación de esta antigua institución del Derecho Romano. Fue la jurisprudencia, por su parte, la que empezó a abandonar el principio nomi- nalista y a acoger el principio valorista o realista, cuando se trató de la reajustabilidad de obligaciones contractuales y extracon- tractuales, anticipándose así en muchos años a la acción de la ley. También debemos a la decisión de los jueces la incorporación del llamado daño moral a la reparación extracontractual; pero echamos de menos una decisión similar en materia contractual, si se tiene en conside- ración que la letra de la ley no constituye 80 Segunda parte. El Derecho Civil en general impedimento alguno para aceptar una interpretación de esta especie.3 Podríamos continuar por mucho rato más, pero es hora ya de terminar. Hemos querido indicar con este último Capítu- lo cómo la iniciativa de jueces y juristas puede ir insuflando nueva vida a un viejo Código que, nacido bajo la influencia de una Revolución cuyos 200 años estamos conmemorando, conserva aun, en la inter- pretación dinámica de sus disposiciones, la posibilidad de continuar adaptándose a los cambios sociales, como lo ha hecho hasta ahora, conservando su vigencia por muchos años más. 34. PEDRO LIRA URQUIETA: “Juicio crítico del Código Civil chileno”, trabajo publicado en el Tomo XII de las Obras Completas de Andrés Bello, edición he- cha por el Ministerio de Educación de Venezuela, 1954-1955. Recopilada en El Código Civil chileno y su época, Editorial Jurídica de Chile, 1956, págs. 27 y siguientes. Lo que se ha dicho justifica sobradamente el aplauso con que fue recibido el Código Civil de Bello, no sólo en Chile sino en los restantes países iberoamericanos. Guardando las distancias, podríamos afirmar que su influencia en América, en la segunda mitad del siglo XIX, fue comparable a la que tuvo en Europa el modelo francés. En efecto, el Código Civil chileno recibió el honor de ser adoptado por otros países, con ligeros retoques, y de servir de pauta en la preparación de leyes similares. Por ley de 18 de octubre de 1858, el Estado de Santander, en Colombia, lo adoptó literalmente y un año después hizo lo mismo el Estado de Cundinamarca, lográndose más adelante que Colombia entera lo hiciera suyo, haciéndole sufrir, como es natural, algunas modificaciones. 3 En esta materia también se ha innovado, desde la lectura de este texto a la actualidad. Así, encontra- mos sentencias recientes donde se incorpora el daño moral como uno de los ítems de reparación tanto a nivel contractual como extracontractual. Igual distinción le dispensó Ecuador. En los demás países iberoamericanos gozó igualmente de merecido prestigio y vemos así que se le cita de una manera particular en los textos y en las actas que sirvieron para preparar el Código Civil mexicano, en 1870, y el posterior de 1884; el Código Civil uruguayo, en 1868, el nicaragüense y el argentino. El autor de este último, el ilustre jurista Vélez Sarsfield, reconoció con hidalguía que mucho le había servido “el Código de Chile, que tanto aventaja a los Códigos europeos”. En verdad, cuando se dictó ese Código vino a colmar una necesidad muy honda, como lo hemos indicado al comienzo de esta Introducción. Querían todas las nuevas Repúblicas tener su legislación civil propia y no acertaban a encontrar el justo medio en- tre el misoneísmotradicional y el progreso delirante. Chile, por intermedio de Bello, les presentaba un conjunto armonioso de leyes civiles que admitía, por una parte, todos los adelantos de la ciencia jurídica europea, pero que respetaba, por otra, las peculiaridades criollas y la innegable tra- dición hispana. Su admirable eclecticismo constituía, además, un ejemplo incitador. Era posible coger del modelo francés todo lo aprovechable y sin desdeñar, por ello, otras fuentes menos prestigiosas. Los avances y sus consiguientes reformas podían y debían emprenderse, mas no de una manera pre- cipitada y contrariando legítimos derechos adquiridos. Es indudable que ayudó tam- bién al prestigio del Código el renombre de que gozaba Chile: había tenido la fortuna de salir del torbellino revolucionario antes que los países hermanos, consolidando sus instituciones y desenvolviéndolas en un ambiente de orden y de paz. Viniendo a Chile ha de reconocerse, asimismo, que el Código Civil contribuyó mucho a mantener el ambiente de respeto a la ley y a la autoridad que tanto propició Bello. Resultó, desde luego, ajustado al país y a sus costumbres, primer timbre de cali- dad de una buena ley. Esto se demuestra advirtiendo que durante setenta años de vigencia sólo sufriera ligerísimas enmiendas, 81 Cap. VI. Influencia del Código Civil chileno y modificaciones sufridas con posterioridad a su dictación menores en número y en importancia a las que debió recibir la Carta Fundamental de 1833. No en balde había demorado un cuarto de siglo su preparación, y había sido sometido al estudio y revisión de diversas comisiones. Con todo, es justo reconocer que el Código Civil en varios aspectos se adelantó a su tiempo. Establecía, por ejemplo, la perfecta igualdad civil y otorgaba a todos los habitantes iguales posibilidades, al paso que esa igualdad no existía en el campo político ni mucho menos podía existir en el terreno cultural y en el económico. El Código oculta pudorosamente la existencia de indígenas en la región de la antigua Arau- canía y oculta, también, a los analfabetos. Como suprimió los pregones y sólo habla de carteles y de avisos en los periódicos, pudo creerse que todos los chilenos de la época sabían leer y escribir, lo que distaba mucho de la realidad. El sentido del decoro de Bello le dio, a veces, un tinte ligeramente europeizante. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El transcurso de los años con su inevita- ble cortejo de cambio iba a traer necesaria- mente algunas reformas al venerable Código Civil. No se le había ocultado esta exigencia a la sagacidad de su autor. Con tiempo nos había prevenido que “las transformaciones del orden político y el sucesivo incremento del poder y de la riqueza influyen sobre las costumbres como las costumbres sobre el derecho civil, que es en todas partes su imagen y que, como secuencia de ello el derecho de una nación, semejante a su lengua, no está nunca fijo y su existencia es una serie continua de alteraciones y mudanzas”. Apenas transcurrido un cuarto de siglo desde la fecha en que comenzó a regir el Código Civil, una agitada campaña política alcanzó la primera etapa de laicización en el Derecho Privado: la ley de 10 de enero de 1884 tuvo por principal objeto establecer el matrimonio civil arrancándole a la Iglesia Católica el conocimiento y decisión de las cuestiones matrimoniales. En lugar del siste- ma reconocido por el Código que daba valor legal al matrimonio religioso –sin perjuicio de admitir la existencia de matrimonios di- sidentes–, se creó el matrimonio civil, única forma válida admitida por el legislador. La misma ley fijó los impedimentos dirimentes que son un obstáculo para el matrimonio y reglamentó de una manera muy análoga al Derecho Canónico las causales de nulidad, las causales de divorcio perpetuo o temporal y, en general, los requisitos de validez del matrimonio. Una que otra disposición del Código mismo vino a ser derogada, mas ya no fue necesario recurrir al Derecho Canónico para estudiar lo fundamental en la materia, sino consultar la nueva ley. En ese mismo año se creó el Registro Civil, poniéndose término a la intervención de los párrocos como ministros de fe pública cuando asentaban en los libros parroquiales los hechos constitutivos del estado civil de las personas. Naturalmente, y a virtud del principio elemental de la irretroactividad, se admitió la validez de los matrimonios religiosos y de las partidas que fueron celebrados o asentadas con anterioridad a la vigencia de las leyes que establecieron su laicización. Muchos años después, en 1925, vino a dictarse el Decreto Ley Nº 328, que modificó las disposiciones relativas a la capacidad legal de la mujer. Esta ley, inspirada innega- blemente en un noble propósito, alteró los preceptos del Código Civil sobre la materia, pero sin derogarlos de una manera expre- sa, de tal manera que su aplicación no fue sencilla. Poco más tarde la Ley Nº 5.521, de 19 de diciembre de 1934, ordenó refundir las reformas a que se ha aludido e inició la provechosa costumbre de trasladar los cambios al texto mismo del Código Civil, sin alterar la enumeración de su articulado. Fue ésta la primera ley reformatoria de extracción universitaria y, por ende, más cuidadosa de no romper con el sistema establecido en el viejo Código. Sobre ella volveremos pronto. Cabe decir, entretanto, que poco después se dictaron diversas otras leyes que cambia- ron necesariamente algunos preceptos del Código Civil o los tocaron, aunque fuera de un modo indirecto. Tal ocurrió con 82 Segunda parte. El Derecho Civil en general la Ley de Protección de Menores, con la nueva Ley de Registro Civil, y en particular con la Ley Modificatoria del Título XXXIII del Libro I del Código Civil, que suprimió las trabas que dificultaban la posesión y el dominio de los inmuebles pertenecientes a corporaciones y fundaciones de Derecho Privado.4 La ley antes citada, Nº 5.521, de 19 de diciembre de 1934, y cuya iniciativa corres- pondió al entonces Decano don Arturo Alessandri Rodríguez, inaugura, como se ha dicho, la serie de reformas que po- dríamos denominar orgánicas. En efecto, esa ley, como las que se han seguido,5 han tenido por objeto tratar una determinada materia a través de todo el Código Civil y modernizarla, sin alterar la numeración de los artículos y sin romper, en lo posi- ble, con el mecanismo. Así, por ejemplo, la referida Ley Nº 5.521 quiso mejorar la situación legal de la mujer casada y a este efecto derogó, modificó y sustituyó diversos preceptos del primitivo Código. Otra ley, la Nº 6.162, completada por la Ley Nº 7.612, se propuso reducir a la mitad los plazos de prescripción señalados en el Código. Las principales de esas leyes reformato- rias se han propuesto mejorar la situación legal de la mujer. Puede, ahora, ser tutora y curadora, salvo en casos excepcionales; puede ser testigo en testamentos solemnes otorgados en Chile y puede tener la patria potestad sobre los hijos legítimos no emancipados. La mayor edad ha sido fijada a los veintiún años, en lugar de los veinticinco años que exigía el Código, y ha sido suprimido, por innecesa- rio, el beneficio de la habilitación de edad, del cual podían gozar ciertos menores. 4 La Ley de Protección de Menores lleva el Nº 4.447, y es de 23 de octubre de 1928; la Ley de Registro Civil, que sustituyó la del año 1884, lleva el Nº 4.808, y es de 1º de febrero de 1930. La Ley que modificó el Título XXXIII del Libro I es la Nº 5.020, de fecha 30 de diciembre de 1931. 5 Leyes Nº 5.680, de septiembre de 1935; Nº 5.750, de 2 de diciembre de igual año; Nº 6162, de 28 de enero de 1938; Nº 6.985, de 8 de agosto de 1941; Nº 7611, de 21 de octubre de 1943; Nº 7.825, de 31 de agosto de 1944, y Nº 10.271 de 2 de abril de 1952 (hay otras posteriores). A la mujer casada que trabaja indepen- dientemente de su marido sele ha dado una poderosa arma al establecerse la institución de los llamados bienes reservados. Por lo general, ahora, cualquier mujer casada puede trabajar sin contar con el consenti- miento expreso de su marido, a menos que el juez lo prohíba. El producto de ese, su trabajo, lo maneja la mujer como si fuera plenamente capaz, salvo si se tratara de una mujer menor, en cuyo caso queda sujeta, mientras dura la minoridad, a ciertas trabas. Los actos y contratos que la mujer casada celebra en el manejo de sus bienes reser- vados sólo obligan a esos bienes y no a los de su marido, con arreglo al artículo 161. Una vez disuelta la sociedad conyugal, la situación de los bienes reservados varía según cual fuere la actitud que adopte la mujer con respecto a los gananciales; si renuncia a los gananciales, conserva ella sola sus bienes reservados; pero si los acepta, entran los bienes reservados a formar parte de la masa de gananciales que se dividirán por igual entre ambos cónyuges. La mujer casada goza, ahora, del favor de poder pactar la separación completa de bienes durante el matrimonio y sin tener que justificar tal medida. Basta que cuente con la voluntad concordante del marido y recupera, de esa suerte, su plena capacidad. Mediante la celebración de capitulaciones matrimoniales pueden convenir, asimismo, la separación total de bienes, y se le ha autorizado recientemente para lograr tal beneficio en el momento mismo de cele- brarse el matrimonio. En todo caso, sea que la separación total de bienes la consiga antes de casarse, o al momento de casarse, o después de casada, sea que la obtenga por acuerdo del marido o por resolución judicial, lo cierto es que una vez producida tal separación la mujer pasa a tener igual capacidad que la que tiene la mujer soltera mayor o la divorciada perpetuamente. Se ha dicho ya que la viuda pasa a tener los derechos de la patria potestad sobre los hijos legítimos no emancipados en caso de faltar el padre. Constituía, sin duda, una injusticia privar de tal facultad a la madre viuda. Lo era, también, el privarla del ma- nejo de los intereses de su hijo póstumo. 83 Cap. VI. Influencia del Código Civil chileno y modificaciones sufridas con posterioridad a su dictación El Código exigía que se nombrara en ese evento un guardador, mas ello ocurre ahora sólo en caso que no corresponda a la madre la patria potestad. La reciente Ley Nº 10.227 ha confe- rido a la mujer casada sujeta al régimen de sociedad conyugal un derecho que no otorgaba el primitivo Código: el marido administrador de los bienes sociales no puede ahora enajenarlos ni gravarlos ni arrendarlos por más de cinco a ocho años, según fueren muebles o inmuebles, sin el consentimiento de su mujer. Tratándose de filiación, las reformas han sido sustanciales. Ha sido totalmente suprimida la categoría de hijos de dañado ayuntamiento, pasando todos ellos a ser hijos simplemente ilegítimos y entre éstos se cuentan los naturales. Frente a los hijos ilegítimos están sólo los legítimos y son éstos los concebidos durante el matrimo- nio verdadero de sus padres o durante el matrimonio nulo en los casos del art. 122. Son también legítimos los legitimados por el matrimonio de los padres posterior a la con- cepción. Se ha simplificado notablemente el procedimiento de la legitimación. Se ha velado por la situación peculiar en que se encuentran los hijos legítimos habidos en matrimonios anulados, aplicándoseles las normas señaladas en el Código para los hijos de padres divorciados perpetuamente. La Ley Nº 5.760, en el deseo legítimo de favorecer la posición de los hijos abando- nados, abrió las puertas a la investigación de la paternidad y extendió esas facilidades la reciente Ley Nº 10.271. El actual art. 280 del Código Civil contiene muchos casos de reconocimiento de la paternidad, si bien los efectos de tal reconocimiento no se extienden más allá de la obligación alimenticia. Pero el sistema mismo de los hijos naturales ha recibido notable cambio. Ya no obtiene únicamente tal estado de hijo natural por el reconocimiento voluntario del padre o de la madre o de ambos; ahora hay casos de reconocimiento forzado y se aplica a este estado la noción de posesión notoria que parecía antes propia del pa- rentesco legítimo. Los hijos naturales han mejorado, además, su posición en materia sucesoral, como lo veremos pronto. Para seguir la ordenación del Código, digamos, entre tanto, que constituía una anomalía el que las personas jurídicas que persiguen fines de lucro, vale decir las so- ciedades, gozaban en el primitivo Código de todos los favores de la ley, al paso que las jurídicas de fines ideales, cuales son las corporaciones y fundaciones, estuvieron sujetas a muchas limitaciones, teniéndo- seles por incapaces. Se han suprimido tales limitaciones y tal incapacidad. Ya no se cuentan entre los incapaces relativos las corporaciones y fundaciones, como tampoco se cuentan los religiosos, pues se abolió la muerte civil. 85 I. EVOLUCIÓN DE LOS PRINCIPIOS CLÁSICOS EN EL CAMPO DE LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD Y EN EL DERECHO DE LAS OBLIGACIONES 35. Explicación La autonomía de la voluntad fue una de las más importantes manifestaciones de los ideales revolucionarios de igualdad y de libertad en materia contractual. No obstan- te, desde la promulgación de los primeros Códigos Civiles se comenzó a notar que la igualdad y la libertad negociales entre las partes muchas veces no eran reales; que los contratantes raramente eran iguales y que los contratos eran celebrados en una situación de desequilibrio real, que era aprovechada por aquella de las partes que se encontraba en una condición de supe- rioridad respecto de la otra, imponiendo contratos abusivos o bien forzándola a cum- plir contratos cuya ejecución le resultaba excesivamente onerosa. Frente a esas situaciones, el Estado ha intervenido, impulsado muchas veces por la doctrina, ya sea a través de leyes para restituir el equilibrio que naturalmente debe existir entre los contratantes, ya sea a través de construcciones doctrinarias que signifiquen remedios adecuados para alcanzar la conmutatividad perdida. Los remedios que se han ido creando son los siguientes: a) El contrato dirigido, imaginado como antídoto a los contratos de adhesión, nombre con el cual se designa a aquellos contratos en los cuales una de las partes unilateralmente impone sus términos y contenidos a la otra, que simplemente adhiere a él, sin hacer modificación algu- na a ese contenido. A través del contrato dirigido, el Estado interviene en el contra- to, imponiendo su contenido, por medio de normas que fijan cláusulas mínimas o máximas. Uno de los primeros contratos dirigidos fue el contrato de trabajo. b) En relación con el contrato de traba- jo, se comenzó a desgajar del Derecho Civil toda la rama del Derecho Laboral, que es proteccionista del trabajador. Esta nueva rama ha ido creando normas que establecen derechos mínimos para los trabajadores, todas las cuales se imponen por ley como reglas que todo contrato de trabajo debe contener, contenido que además es irrenun- ciable por los trabajadores. Así es como se han establecido normas para una jornada máxima de trabajo, otras que establecen una remuneración mínima, o un descanso diario, semanal y anual, normas de previ- sión social y de atención médica, seguros de desahucio, jubilación y cesantía. c) Se ha desarrollado, por algunos códi- gos contemporáneos, la teoría de la lesión como principio general para cualquier con- trato, a diferencia de los Códigos clásicos, que la regulaban de manera excepcional, sólo en aquellos contratos expresamente se- ñalados por el legislador. La lesión enorme supone que al momento de la celebración de un contrato, una de las partes aprovecha la necesidad o la ignorancia de la otra y obtiene una gran ventaja, la que se traduce en una desproporción manifiesta entrelas prestaciones surgidas del contrato. En esas situaciones, se rescinde (se anula) el contrato, o bien se restituye el equilibrio entre esas prestaciones. C a p í t u l o V I I LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL DERECHO CIVIL Y SU EXPRESIÓN ACTUAL EN LA DOCTRINA Y LA LEGISLACIÓN 86 Segunda parte. El Derecho Civil en general d) Comienza a cobrar fuerza, a nivel doctrinario y jurisprudencial, la teoría del abuso del derecho, que postula que si bien una persona puede hacer uso de sus derechos libremente, ello no implica que en esa ejecución pueda causar daño o pasar a llevar los derechos de los demás. e) También cobra fuerza la teoría de la imprevisión, la cual ha ido consagrán- dose en los códigos contemporáneos en contra del principio “pacta sunt servanda”, que puede ser traducido como “los pactos serán cumplidos”, dicho de otra manera, “lo pactado obliga”. El principio “pacta sunt servanda” se establece como una con- secuencia de la autonomía de la voluntad, porque se supone que estamos obligados a cumplir aquello que libremente pacta- mos. Sin embargo, comenzó a observarse por la doctrina que, si bien la intención de las partes al momento de contratar fue obligarse al cumplimiento de lo pactado, podía suceder que durante la ejecución del contrato se produjeran circunstancias posteriores, imprevistas, extraordinarias, que hicieran extremadamente gravoso el cumplimiento del contrato, tal como se concibió originariamente. En respuesta a esta situación, la teoría de la imprevisión agregó al principio “pacta sunt servanda”, el viejo principio denominado “rebus sic stantibus”, que puede ser traducido como “en tanto subsistan las condiciones bajo las cuales el contrato se celebró”. 36. ARTURO ALESSANDRI RODRÍGUEZ: “El contrato dirigido”. Conferencia dictada en 1940. Recopilada en Las actuales orientaciones del Derecho, Edi- torial Nascimento, 1942, págs. 13 y siguientes. No es efectivo, se dice, que un contrato no pueda ser fuente de abusos e injusticias, ni que ambos contratantes se hallen colocados en el mismo pie de igualdad. Seguramente será así si se examina el problema desde el punto de vista de la igualdad jurídica; pero si se le examina en atención a la igualdad real, efectiva, esa pretendida igualdad es un mito, porque, de ordinario, es uno de los contratantes quien impone las condiciones del contrato al otro. Esto es lo que acontece en los contratos llamados de adhesión, que son aquellos en que una de las partes dicta las condiciones con arreglo a las cuales ha de celebrarse el contrato, condiciones que la otra se limita a aceptar lisa y llana- mente sin poder discutir y, muchas veces, sin conocer. En estos contratos la autono- mía de la voluntad no existe. ¿Quién, al comprar un pasaje en la boletería de un ferrocarril, se atrevería a discutir el precio del transporte? No tiene más recurso que aceptar la tarifa establecida por la empre- sa. ¿Quién es el que, al interesarse por un objeto en un almacén que vende a precios fijos, pretendería obtener una rebaja en el precio o facilidades para su pago, cuando precisamente la base del negocio radica en que aquél sea fijo y pagadero al contado? ¿Quién, al contratar un seguro, discute las cláusulas que figuran impresas en la póliza que le presenta la compañía aseguradora? Ni siquiera tiene tiempo ni paciencia para imponerse de ellas, porque tales cláusulas suelen estar escritas con caracteres tan pequeños que es menester una lupa para descifrarlos. Aun en los contratos de tipo clásico, llamados de “libre discusión”, en que las condiciones del contrato son debatidas libremente por los contratantes, siempre suele haber una voluntad que prevalece, porque son muchos los casos en que el contrato se celebra bajo la presión de nece- sidades más o menos apremiantes. ¿Quién podría sostener, sin negar la realidad de las cosas, que el obrero y el patrón discuten las condiciones del contrato de trabajo en un pie de perfecta igualdad económica y en idénticas circunstancias de vida? ¿Osa- ría alguien sostener, en nuestros días, en nombre del principio de la autonomía de la voluntad, que hay que dejar el contrato de trabajo sometido al libre juego de la libertad contractual? Evidentemente no, pues ello importaría entregar indefenso al obrero en manos del patrón. No hay que olvidar, además, que por encima del interés particular está el colec- tivo. Los individuos al contratar sólo miran 87 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación el suyo propio y prescinden por completo de la conveniencia de la colectividad; ni siquiera consideran la del otro contratante. Dejar, pues, a los particulares en absoluta libertad para que contraten cómo y cuándo se les antoje, es permitirles que puedan crear situaciones injustas o susceptibles de originar abusos que, tarde o temprano, han de repercutir en la colectividad toda, lo que puede ser fuente de trastornos y complicaciones en la vida social. Es deber del Estado prevenirlos y evitarlos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumiendo estas ideas creo, pues, que si el régimen de la autonomía de la voluntad es hoy por hoy aceptable y no podría pres- cindirse de él por las razones expresadas, considero, al mismo tiempo, que el Estado tiene un derecho indiscutible e inalienable para dictar medidas que tiendan a asegurar el imperio de la justicia en las relaciones contractuales y a impedir que el contrato sea fuente de abusos e injusticias sociales o el instrumento de una clase o de un grupo de individuos para explotar a otra clase o grupo. Es precisamente en este sentido que se orienta la tendencia de las legislaciones contemporáneas. Para emplear una expre- sión feliz del Decano Josserand, y que ha tomado carta de ciudadanía en el Derecho, vivimos bajo el régimen del “contrato diri- gido”, es decir, del contrato reglamentado y fiscalizado por los Poderes Públicos en su formación, ejecución y duración. A un régimen de economía dirigida, como es el de la hora actual, no puede convenir sino un régimen de contrato dirigido. De otro modo, la economía dirigida no podría marchar: los contratos son los vehículos jurídicos de la circulación y distribución de las riquezas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Es así como el Estado dicta medidas para limitar la producción de ciertas mercancías, para determinar las cantidades en que éstas pueden ser vendidas, para prohibir los con- tratos que estima nocivos para la economía general, para controlar las exportaciones e importaciones, para proteger al contratante que se halle en situación de inferioridad res- pecto del otro, para señalar las condiciones de precio, duración, circunstancias y demás en que pueden celebrarse determinados contratos, etc. De este modo el contrato, fenómeno privado e individual, ha pasado a ser un fenómeno social, cuya existencia y efecto interesan por igual al Estado y a quienes lo han pactado. Una manifestación de esta misma ten- dencia intervencionista en la vida contrac- tual es el desarrollo creciente del concepto de la lesión. El Código Civil francés, inspirado en un criterio individualista, no aceptó la lesión como causal de rescisión de los contratos, sino en ciertos y determinados casos. Si los individuos son libres para pactar los con- tratos que les plazcan, se decía, no puede aceptarse que la desproporción económica autorice la rescisión de los mismos. Tal era el argumento que se esgrimía en contra de la lesión en el seno del Consejo de Estado cuando se elaboró ese Código. Y fue gra- cias a la tenacidad de Bonaparte, que en esta ocasión, como en muchas otras, hizo prevalecer su voluntad, que pudo obtenerse que la lesión fuera admitida respecto de la compraventa de bienes raíces. Hoy día, en cambio, en los Códigos dictados en pleno siglo XX, la lesión es aceptadaen toda clase de actos o contratos, cualquiera que sea su naturaleza, siempre que entre las prestaciones de las partes haya una desproporción evidente o, como dice el Código Civil alemán, chocante, y esta desproporción provenga de que una de ellas haya abusado de la ligereza, ignoran- cia, inexperiencia o necesidad de la otra. Una disposición de esta especie consagran, entre otros, los Códigos alemán, chino y mexicano. Otra manifestación de esta misma tendencia es la aplicación de la teoría del abuso del Derecho en materia contractual. Formulada esta teoría con motivo de la responsabilidad extracontractual, hoy se la utiliza también para controlar el goce y ejercicio de los derechos derivados de los contratos, a fin de que este ejercicio 88 Segunda parte. El Derecho Civil en general no sea ilícito o ilegítimo e impedir así que los contratantes se sirvan de los derechos que los contratos crean con una finalidad distinta de aquella para la cual éstos fueron pactados. Manifestación de la misma tendencia es también la teoría de la imprevisión, acep- tada por varias legislaciones extranjeras y en virtud de la cual los jueces pueden dejar sin efecto o modificar aquellos contratos cuya ejecución llega a ser ruinosa para las partes a causa de circunstancias posteriores, extraordinarias e imprevistas al tiempo de la celebración del contrato. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . De lo expuesto fluye que el contrato moderno ha dejado de ser, aun entre no- sotros, un acto libremente consentido por los contratantes, toda vez que la ley regla en forma imperativa sus condiciones en términos que éstos no pueden eludirlos. Es indiscutible que la autonomía de la voluntad subsiste, que los ciudadanos tie- nen el derecho de celebrar los contratos que les plazcan. Pero esta libertad es sólo para pactar el contrato, porque si lo pactan no pueden hacerlo a su antojo, sino en las condiciones legales. Un productor de trigo puede o no vender el suyo; pero si lo vende, debe hacerlo al precio señalado por la Junta de Exportación Agrícola. El que necesita un empleado puede escoger el individuo que le convenga; pero no puede pagarle el sueldo que le plazca, porque si es libre para elevar éste cuanto quiera, no puede asignarle uno inferior al vital. Como dice Ripert, el contrato libremente consentido del Código Civil ha venido a ser reemplazado por un tipo de contrato semilegal y semicontractual, en el que la declaración de voluntad sólo es necesaria para reconocer la sumisión de una de las partes a la situación impuesta por la ley. ¿Quiere decir esto que el contrato ha muerto, que asistimos al ocaso de una institución jurídica que ha perdurado incó- lume durante siglos? Hay autores que así lo creen y entonan el De Profundis al contrato. Hay otros, en cambio –y yo participo de su opinión–, que estiman que el contrato es de aquellos muertos que aún gozan de buena salud. El contrato vive. Tal vez nunca la humanidad ha contratado más que en la época contemporánea. Lo que ocurre es que el contrato se ha transformado. La autonomía de la voluntad, como la conci- bió el Derecho romano, y la estableció el Código Civil francés, se bate en retirada, y sólo subsiste en cuanto es necesaria para que el vínculo jurídico se genere. 37. ENRIQUE ROSSEL S.: “Orientaciones actuales del Derecho de las obliga- ciones”, conferencia dictada en 1941. Recopilada en Las actuales orientaciones del Derecho, Editorial Nascimento, 1942, págs. 99 y siguientes. De la imprevisión La teoría de la imprevisión o de lo im- previsible es la resurrección de antiguos principios olvidados por los Códigos del siglo XIX. Nuestra legislación, así como las que le sirven de fundamento, sienta el principio de que el contrato es ley para los contratantes, de manera que éstos no pue- den excusarse de cumplir las obligaciones que se derivan de él, aunque este cumpli- miento les resulte mucho más gravoso de lo que ellos pudieron prever en el momento de contratar. Sólo el caso fortuito, o sea, el impre- visto al que no es posible resistir, puede servir de excusa al incumplimiento de la obligación. Hay, sin embargo, circunstancias que no alcanzan a imposibilitar en absoluto el cum- plimiento, pero que lo hacen mucho más gravoso. Así sería un estado de guerra, que produce un encarecimiento de los fletes, una crisis económica que hace perder valor a la moneda o provoca un alza considera- ble en el precio de las cosas que se deben. Según nuestros textos positivos, en todos estos casos el deudor no está imposibilitado a cumplir y debe satisfacer, en consecuencia, sus prestaciones, aunque ello le irrogue grave desmedro de su patrimonio. Los principios que constituyen la teoría de la imprevisión actúan sobre los rigoristas 89 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación conceptos enunciados y pretenden atem- perarlos liberando al deudor del cumpli- miento de obligaciones que han devenido excesivamente onerosas. Ripert, caracterizándola, dice: “La im- previsión, en efecto, reposa sobre aquella idea moral de que el acreedor comete una suprema injusticia al usar de su derecho con absoluto rigor”, y agrega más adelante: “Es la ley moral la que prohíbe al acreedor enriquecerse injustamente a costa de su deudor”. La teoría de la imprevisión fue conocida en la Edad Media: los canonistas entendían tácitamente incorporado a todo contrato un principio de equidad natural que se enuncia con la máxima rebus sic stantibus. Según ella, las partes entienden valedero el contrato en cuanto subsistan las condiciones económicas bajo cuyo imperio se pactó. En los siglos XIV y XV esta teoría aún informa el Derecho de las Obligaciones, pero se eclipsa cuando se imponen en este terreno los principios de la autonomía de la voluntad; de ahí que resulte inútil buscar en las actuales reglas jurídicas asidero sufi- ciente para que los Tribunales de Justicia, fundados en los principios de la imprevi- sión, pudieran resolver contratos alterados por fenómenos económicos o sociales, y es así como en los poquísimos casos en que se les ha presentado, han debido rechazar las demandas que han pretendido fundarse en tales principios. No obstante lo dicho, la concepción filosófica que informa la teoría de la im- previsión gravita sobre nuestro ambiente jurídico y hay casos en que se han dictado leyes especiales para precaver el cumpli- miento de contratos, cuyas prestaciones, absolutamente desequilibradas por las reversiones económicas causadas por la guerra, resultarían inequitativas. Un buen ejemplo de lo dicho nos da la Ley Falliot, de 21 de enero de 1918, cuyo texto en su parte esencial es el siguiente: Independientemen- te de las causas de resolución derivadas del derecho común o de los contratos, las transacciones y contratos celebrados desde el 1º de agosto de 1914 pueden ser resuel- tos a petición de cualquiera de las partes, si se prueba que en razón del estado de guerra la ejecución de las obligaciones de uno de los contratantes traería consigo un gravamen cuya importancia sobrepasaría en gran medida las previsiones que pudieron hacerse razonablemente en la época del contrato. Del abuso del Derecho Pudiéramos decir que abusa de un de- recho quien a través de él y con ocasión de su ejercicio causa un daño. Pero ¿es que se puede abusar, o sea, actuar ilícitamente, cuando se ejecuta un hecho lícito, como es mover un derecho que nos pertenece? Yo creo que sí y ello ocurre cuando se ejercita el derecho de acuerdo con los textos legales, pero violando el sentido de la institución, torciendo la finalidad de la ley. Mejor que mis palabras, ilustrarán y esclarecerán esta nueva concepción sobre el ejercicio de los derechos individuales los casos siguientes que se han presentado en las jurisprudencias francesa y belga: La Corte de Bruselas estimó que habíaabuso de parte de un comerciante que colocaba un aviso luminoso tapando el de su vecino. La Corte de Colmar hizo destruir una falsa chimenea construida con el propósito de estorbar al vecino, porque “los principios de la moral y de la equidad se oponen a que se dé eficacia jurídica a un acto inspirado en el solo propósito de dañar a otro”. Se ha estimado abusivo el acto de un individuo que instala una academia de piano y con su ruido molesta al vecindario y el del que rompe un noviazgo sin motivo legítimo, y el del que espera el último día del plazo para pagar su deuda y ello con el único objeto de dañar a su acreedor; un individuo fue obligado a retirar de su finca un espantapájaros que había construido parecido a su vecino, y otro que iniciara un proceso temerario y vejatorio fue con- denado a pagar una indemnización a su víctima. Esta doctrina del abuso del derecho ha recibido la consagración legislativa. Así es 90 Segunda parte. El Derecho Civil en general como el Código alemán (art. 226) dice: “No es permitido ejercer un derecho cuando el ejercicio tiene por único objeto dañar a otro”. El art. 840 del Código mexicano preceptúa: “No es lícito ejercitar el derecho de propiedad de manera que su ejercicio no dé otro resultado que causar perjuicios a un tercero sin utilidad para el propietario”. El Código suizo en su art. 2º dispone: “Se deben ejercer los derechos y cumplir las obligaciones según las reglas de la buena fe. El abuso manifiesto de un derecho no es protegido por la ley”. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. ¿Qué diferencias cree usted encontrar entre el contrato clásico, regido íntegramente por el principio de la autonomía de la voluntad, y el contrato de adhesión? 2. Busque ejemplos de algunos contratos de adhesión que usted haya suscrito. Busque luego ejemplos de contratos clásicos, celebrados conforme al principio irrestricto de la autonomía de la voluntad. 3. ¿Cree usted que existe alguna diferencia doctrinal entre el contrato de adhesión y el contrato dirigido? ¿Cuál? Busque ejemplos de contratos dirigidos que usted haya suscrito. 4. ¿Dónde cree usted que tendrá mayor apli- cación la teoría de la lesión: en los contratos de libre discusión, en los contratos de adhesión o en los contratos dirigidos? ¿Por qué? 5. ¿En qué consisten, en general, las teorías del abuso del Derecho y de la imprevisión en materia contractual? 6. ¿Cree usted que subsiste hoy el principio clásico de la autonomía de la voluntad? ¿En qué forma y hasta qué límites? II. EVOLUCIÓN DE LOS PRINCIPIOS CLÁSICOS EN EL CAMPO DEL DERECHO DE FAMILIA 38. Explicación Es en este campo donde las modificacio- nes legales han sido más frondosas, al punto que ha llegado a decirse que en materia de familia nuestro Código prácticamente ya no contempla aquello establecido por Bello para esta materia. Las modificaciones legales relacionadas con el Derecho de Familia han sido nume- rosas, empezando por las leyes de seculari- zación del matrimonio y de organización del Registro Civil, de 1884, y pasando por las leyes que entregaron a la mujer casada la administración de su patrimonio reserva- do. Debe agregarse la modificación de las relaciones personales entre los cónyuges, con la desaparición de las obligaciones de obediencia, protección y residencia, realizadas por la Ley Nº 18.802, así como la capacidad plena que esta última ley ha otorgado a la mujer casada. Lamentamos, sin embargo, que no haya querido el le- gislador en esa ocasión modificar sustan- cialmente el régimen legal matrimonial de sociedad conyugal. Hubiéramos preferido que hubiera dado el paso lógico de esta- blecer el régimen de participación en los gananciales, en reemplazo del régimen de sociedad conyugal. Las modificaciones introducidas al Có- digo Civil también han permitido que los esposos pacten separación total de bienes o participación en los gananciales antes o al momento de la celebración del matrimonio; y que reemplacen durante el matrimonio el régimen de sociedad conyugal por el de separación total de bienes o por el de participación en los gananciales. La mujer casada tiene hoy igual derecho que el mari- do para ejercer la patria potestad respecto de los bienes de sus hijos, derecho de que carecía en el Código originario, y el marido está obligado a solicitar su autorización si desea enajenar o gravar los bienes raíces sociales, o celebrar, respecto a estos mismos bienes, otros actos jurídicos señalados en el Código. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . En materia de filiación, las modificacio- nes de que ha sido objeto nuestro Código tampoco han sido menores. A principios del siglo XX se eliminó la categoría de los hijos de dañado ayuntamiento, los cuales pasaron a tener la misma categoría de los hijos ilegítimos. Más adelante se concedie- 91 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación ron mayores derechos, incluso hereditarios, a los hijos naturales. El siguiente paso fue equiparar totalmente las dos categorías de hijos, la que distinguía entre los hijos legítimos y los hijos ilegítimos, atribuyendo mayores derechos a los primeros. Ese paso se realizó el año 1998, con la Ley Nº 19.585 que, de la mano de principios fundamen- tales consagrados a nivel internacional, a través de tratados y pactos de derechos humanos ratificados por Chile, consagrara el interés superior del niño, la igualdad de los niños y el principio de identidad, todo lo cual derivó en una modificación sustantiva en materia de filiación. Hoy día existe un solo estado civil para todos los niños: el estado civil de hijo, con iguales derechos de todos ellos respecto de sus padres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El Código originario también tenía un enorme vacío en materia de filiación adoptiva, la que no era tratada de mane- ra alguna. Este vacío fue llenado en un primer momento por la Ley Nº 7.613, a la que siguieron las Leyes Nos 16.346 y 18.703. Finalmente, el año 1998 se dictó la Ley Nº 19.620, que derogó todas las leyes anteriores, consagrando sólo un tipo de adopción. La importancia de esta ley es que, a partir de su entrada en vigencia, se terminó con el estado civil de adoptado y se señaló que la adopción confiere al adop- tado el estado civil único de hijo, lo que le confiere todos los derechos y deberes que corresponden a cualquier hijo respecto de sus padres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Finalmente, el año 2004 se logró el últi- mo gran avance en materia de familia, con la dictación de la Ley Nº 19.947, que entró en vigencia el 18 de noviembre de 2004, ley que derogó la antigua Ley de Matrimonio Civil, consagrando un nuevo régimen en esta materia. Esta nueva ley derogó tácita- mente el artículo 102 del Código Civil, en cuanto a la característica de indisolubilidad que confiere al matrimonio, y consagró el divorcio como una de las formas de poner término al vínculo matrimonial. De esta manera, nuestra legislación civil, en materia de familia, se ha puesto a la altura de las demás disposiciones del derecho comparado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A pesar de las grandes modificaciones del Código Civil en materia de familia, consideramos que aún queda una tarea pendiente, además de la modificación del régimen legal matrimonial, al cual ya hici- mos referencia: la regulación del estatuto jurídico de la pareja no casada. La doctrina civil ha llamado “concu- binato” a la unión de un hombre y una mujer que comparten una vida común y mantienen relaciones sexuales. Ha señalado también que no existe un estatuto jurídico que rija dicha unión y algunos incluso la han considerado ilícita. Nosotros preferimos denominarla “convivencia” y estimamos que en la actual evolución jurídica chilena las relaciones de convivenciase encuentran suficientemente institucionalizadas a nivel constitucional, legal y jurisprudencial. En Chile, las relaciones de convivencia constituyen un hecho lícito. La Constitu- ción Política establece que la familia que provenga de dichas relaciones es un núcleo fundamental de la sociedad, y que es deber del Estado protegerla y propender a su fortalecimiento (arts. 1º, incisos 2º y 5º). El Código Penal, por su parte, no sanciona tales relaciones mientras ellas no caigan en una tipificación específica, difícil de produ- cirse en parejas adultas que voluntariamente resuelven realizar vida en común. En cuanto al adulterio y al amancebamiento, ellos fueron despenalizados por la Ley Nº 19.335, de 1994. La ley penal reconoce la libertad sexual de las personas adultas. El mismo reconocimiento se encuentra en la ley civil, si bien ésta sanciona con la separación o con el divorcio por falta el adulterio de cualquiera de los cónyuges. Fuera del caso del adulterio, la ley civil reconoce también la libertad sexual de las personas adultas. Sin embargo, respecto de estas uniones de simple convivencia, hay una materia que aún no se ha regulado: ella dice relación con los bienes comunes de la pareja no casada, 92 Segunda parte. El Derecho Civil en general lo que está directamente relacionado con el derecho de sucesión entre los convivientes. A falta de regulación, los tribunales han debido construir y utilizar diversas figu- ras jurídicas para evitar el desamparo de alguno de los convivientes, situación que podría evitarse al establecerse un régimen legal serio que regule estas relaciones, que, después de todo, constituyen más del 50% de las parejas chilenas, según se desprende de algunas estadísticas recientes. 39. PEDRO LIRA URQUIETA: Las grandes líneas de la legislación contemporánea, Imprenta Chile, 1958, págs. 88 y siguientes. Indiquemos, ahora, las grandes líneas del Derecho Privado contemporáneo, siguien- do la ordenación de nuestro centenario Código Civil. Se mantiene el matrimonio monógamo como base de la familia. Hay Constituciones que consideran a la familia: la de Costa Rica (art. 51), la italiana (arts. 29 a 51), la alemana (art. 36), la de Portugal (arts. 12- 15). Pero en todas las legislaciones civiles, de cualquiera ideología que fueren, se admite que es el matrimonio la fuente de la familia y se protege a ésta. El divorcio vincular está consagrado en la mayoría de las legislaciones, con mayor o menor am- plitud. Sólo contados países no lo tienen: Italia, España, Irlanda, Brasil, Colombia, Chile y Paraguay. Y es de advertir que en algunos la nulidad del matrimonio hace el papel de divorcio vincular por mutuo acuerdo. El Código mexicano lo admite de lleno, pero debiendo haber trascurrido a lo menos un año después de celebrado el matrimonio (art. 274). El Código peruano lo admite y reglamenta (arts. 246-266), y agrega este curioso precepto, destinado al parecer a satisfacer en algo la conciencia católica: “Las disposiciones de la ley en lo concerniente al matrimonio, no se extien- den más allá de sus efectos civiles, dejando íntegros los deberes que la religión impone” (art. 292). La legislación soviética ha tenido un cambio notable en materia de derecho matrimonial y familiar: como es sabido, al comienzo del régimen se atacó a la familia como a una institución burguesa, llegando a decir Mme. Kolontai que había hecho su época. Las leyes de 1917 y después el Código de 1926 dieron igual valor al matrimonio de hecho que al matrimonio oficial. Por cierto que había sido abolido el religioso. No se distinguió más entre hijos legítimos e ilegítimos y en caso necesario se encargó el Estado de su educación y tutela. El aumento de la criminalidad juvenil, en 1935 y 1936, hizo volver atrás a los gobernantes rusos. Las estadísticas policiales de Leningrado revelaron que los delincuentes juveniles eran casi todos hijos ilegítimos o sin hogar. La ley de 7 de abril de 1935 dio competencia a los tribunales ordinarios para juzgarlos y decisiones de la Suprema Corte insistieron en la seriedad de las penas. En 1936 se dictó una ley que dificultó los divorcios y los tribunales comenzaron a aplicarla con severidad. Finalmente, la ley de 8 de julio de 1944 ha cambiado el régimen matrimonial: sólo es válido plenamente el matrimonio solemne; el divorcio no es recomendable, se elevaron las tasas a fin de dificultarlo, y por último se entregó a la conciencia de los tribunales el aceptar o no el divorcio pedido, según que ello se oponga o no a la moral soviética. Paralelamente a estas medidas represivas se han dictado algunas a favor de las familias numerosas; se han creado premios, condecoraciones, estímulos de diversa clase. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La mujer ha adquirido, en general, plena capacidad jurídica. Son excepcionales los Códigos que, como el de Portugal, man- tienen el viejo régimen de la incapacidad de la mujer casada. El derecho anglosajón admitía la igualdad y la ha aumentado, si cabe (The matrimonial causes act, de 1950). La Constitución alemana la considera en uno de sus preceptos y por esta causa han debido modificarse, a partir del 1º de enero de 1953, las disposiciones del Código Civil que la contrariaban. Una reciente ley que regirá desde el 1º de julio de 1958 mitiga el régimen de separación de bienes y es- 93 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación tablece participaciones eventuales en los excedentes de ganancias (Zugewinnenge- meinschaft). Las leyes francesas de 11 de febrero y de 22 de septiembre de 1942 le dieron a la mujer casada su capacidad civil; el ejemplo francés ha sido seguido por las legislaciones iberoamericanas. El Código mexicano establece la igualdad en su art. 2º, considerándola como un principio fundamental de derecho. Tratándose de regímenes matrimoniales la separación total de bienes parece haber logrado favor. Estuvo y está en boga en el derecho anglosajón desde el año 1882, pero la ley respectiva permite pactar modifica- ciones antes o después del matrimonio. El Código italiano permite a los cónyuges celebrar convenciones matrimoniales, pero sin derogar los derechos que al jefe de la familia y a cada cónyuge concede la ley (art. 1560). 40. MANUEL SOMARRIVA UNDURRAGA: “Nuevas orientaciones del Derecho de familia”, conferencia dictada en 1941. Recopilada en Las actuales orientaciones del Derecho, Editorial Nascimento, 1942, pág. 127. Simplificación de las formalidades del matrimonio, aceptación de la disolución del vínculo matrimonial, limitación de las potestades y control de su ejercicio por la autoridad social, supresión de la incapaci- dad de la mujer casada, mutabilidad del régimen matrimonial, reconocimiento de mayores derechos a la familia ilegítima y creación del delito de abandono de familia, tales son en síntesis las ideas fundamentales que gobiernan el derecho de familia en sus nuevos conceptos. Características de la familia en el siglo pasado eran la unión y la solidaridad que en ella reinaban. La personalidad y los de- rechos de sus miembros desaparecían ante el interés del grupo familiar. La mujer y los hijos se hallaban sometidos de una mane- ra absoluta al padre y marido. El vínculo matrimonial era indisoluble y escasos los derechos reconocidos a los hijos ilegíti- mos, como medio indirecto de favorecer la familia legítima. Todo esto trajo como consecuencia que el grupo familiar fuera compacto y bien organizado. Hoy día han desaparecido esa unidad y solidaridad. Las ideas individualistas han germinado en el seno de la familia. La mujer y los hijos han cobrado personalidad, pero la independencia que ellos han alcanzado ha sido a costa de la unidad que antes rei- naba, y es por eso que en el mundo entero se nota en estos momentos una aguda crisis en la organización familiar.PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. ¿Cuál cree usted que será la evolución de la institución del matrimonio en los próximos años? 2. ¿Suprimiría usted el régimen de sociedad conyugal para reemplazarlo por un régimen de separación de bienes o uno de participación en los gananciales? 3. Haga un pequeño estudio, para ser ex- puesto en clase, acerca de la evolución que ha tenido en Chile el sistema de filiación. 4. Trate de hacer un paralelo entre el esta- tuto legal de la pareja casada, por una parte, y el estatuto de la pareja de convivientes, por la otra. ¿Qué ventajas cree usted que tienen uno y otro tipo de pareja? 5. ¿Qué cree usted que significa la palabra “familia”? ¿A qué personas engloba esta pala- bra? ¿Cree usted que la familia contemporánea se encuentra en crisis, como lo sostiene el profesor Somarriva? III. EVOLUCIÓN DE LOS PRINCIPIOS CLÁSICOS EN EL CAMPO DEL DERECHO DE PROPIEDAD 41. Explicación También en esta materia ha corrido mucha agua debajo de los puentes desde la dictación de nuestro Código, que termi- nó con la propiedad vinculada, liberalizó la propiedad inmobiliaria y consagró una mayor protección a este derecho. A fines del siglo XIX, pero especialmente durante el siglo XX, se produjeron fuertes 94 Segunda parte. El Derecho Civil en general movimientos sociales, motivados por traba- jadores organizados en sindicatos y gremios. Más adelante se sumaron las consecuencias de las dos grandes guerras mundiales. Todo ello se tradujo, a nivel comparado, en un fuerte liderazgo del Estado, producto de los esfuerzos puestos en las guerras, y luego, en los procesos de reconstrucción de las áreas devastadas. Todo esto se tradujo en una fuerte intervención estatal en la economía y en materia de propiedad. A ello debe sumarse el fenómeno de las migraciones demográficas entre el campo y la ciudad, fenómeno que concentró grandes grupos poblacionales en diversas megalópolis y derivó en un aumento de la pobreza y de la violencia dentro de las grandes urbes, acompañadas por una masiva toma de conciencia de la fuerza de clase del sector de los trabajadores. Estos fenómenos tuvieron su respuesta jurídica en la consagración del concepto de la función social de la propiedad, actual- mente acogida a nivel constitucional en el artículo 19 Nº 24 de la Carta Fundamental. Este principio ha tenido a nivel legal un conjunto de manifestaciones, como el establecimiento de límites mínimos y máxi- mos a los predios agrícolas, la obligación de trabajar la tierra y que ella produzca adecuadamente, el derecho preferente del arrendatario para comprar la propiedad que arrienda, la fijación de precios máximos a productos de primera necesidad, algunas obligaciones de sanidad e higiene de las propiedades, el establecimiento de planos reguladores en ciudades y las recientes exi- gencias relacionadas con el medio ambiente para evitar la polución. El concepto de abuso del Derecho se ha hecho extensivo al uso de las propieda- des, y se ha sostenido que a pesar de ser la propiedad un derecho absoluto, éste debe ejercerse dentro de los límites establecidos por la ley, utilizando la propiedad según su naturaleza social. Finalmente, algunas legislaciones lle- garon a sostener el concepto de reversión de tierras a su titular originario, que es el Estado, sin pago, en caso de abandono o mala explotación por parte del usuario. 42. PEDRO LIRA URQUIETA: “Nuevas orien- taciones del dominio y sucesiones”, conferencia dictada en 1941. Reco- pilada en Las actuales orientaciones del Derecho, Editorial Nascimento, 1942, pág. 69. Ya con anterioridad a la Gran Guerra los tratadistas Duguit, de Derecho Constitu- cional, y Hauriou, de Derecho Adminis- trativo, habían señalado el rol o función social de la propiedad y los hechos vinieron a darles la razón. Ahora se admite por todos el concepto de propiedad función social, aplicado a la propiedad capitalista. Insensiblemente, como dice De Harven, nos hemos acostumbrado a pensar que la propiedad ha llegado a ser una afectación de riquezas a necesidades colectivas antes que individuales. La tesis arranca, desde el punto de vista inmediato, del positivismo, pues ya Augusto Comte había señalado la calidad de funcionario público del propieta- rio, porque había interés social en que este individuo gozara de la propiedad, siendo tanto más aceptable y defendible su situa- ción en cuanto redundare en provecho de la sociedad. De aquí se desprenden las dos consecuencias siguientes: a) El propietario tiene el deber de aprovecharse en su desa- rrollo de la propiedad, interesada como está la sociedad en que prospere el individuo; b) Tiene el deber, además, de destinarla o hacerla servir al bien común, no pudiendo dejarla sin producir ni destruirla. Las tesis anteriores sirvieron a los juristas franceses para operar, con motivo de la guerra de 1914-1918, grandes transforma- ciones. Equivocadamente, Gastón Jeze y otros sostenían en 1910 que jamás se llegaría a limitaciones como las señaladas por Du- guit y Hauriou en orden a las obligaciones de trabajar un campo o de someterse a la práctica de un determinado cultivo. Cuando sobrevino la guerra de 1914, se empezó a dictar una legislación restric- tiva imponiendo limitaciones al derecho de propiedad y se pensaba que esta era una legislación circunstancial, o sea, que concluida la Guerra Mundial se volvería al estado anterior a 1914. En cambio, se vio 95 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación que toda la legislación de emergencia quedó ratificada, trasladándose casi por entero a países que nada tenían que ver directamente con la Gran Guerra; y hoy día, los juristas en Francia se ven forzados a reconocer que la legislación no tuvo carácter accidental, sino permanente. 43. PEDRO LIRA URQUIETA: Las grandes líneas de la legislación contemporánea, Imprenta Chile, 1958, págs. 96 a 100. El Derecho de Propiedad sigue siendo re- conocido, pero con grandes limitaciones tratándose de la propiedad sobre inmue- bles. Como es sabido, esta última clase de propiedad fue suprimida en Rusia en la noche misma en que triunfó la revolución y a pedido expreso de Lenin. Tanto la Ley Fundamental como el Código Civil hablan de la propiedad privada sobre objetos muebles y frutos del trabajo: los conside- ran bienes de consumo y estimulantes del trabajo (véase el art. 58 del Código Civil). En las naciones occidentales la propiedad territorial ha sufrido graves limitaciones impuestas por la ley y que varían de país a país. El concepto que las preside es que debe la propiedad territorial rendir una función social. Por esta razón no puede el propieta- rio dejar sin cultivar suelos productivos, no puede mantener extensiones que es incapaz de trabajar y en algunos casos encuentra prohibiciones para determinados cultivos. Si la tierra no es trabajada personalmente por el propietario, la moderna legislación francesa protege ventajosamente al arrenda- tario o aparcero. Las leyes sobre fermages et métayages, de 17 de octubre de 1945 y de 13 de abril de 1946, crearon prácticamente un desdoblamiento del derecho de propiedad rural. Georges Morin habla del desmembra- miento de la propiedad, y en cierto modo lo es. El dueño está obligado a prorrogar el arrendamiento agrícola cuantas veces lo pida el arrendatario, a menos que tome él la decisión de trabajar su suelo y entonces pagará ciertas indemnizaciones; si desea vender la propiedad, tiene prioridad el arrendatario (droit de préemption). La propiedad territorial urbana ha sufri- do, asimismo, importantes limitaciones; las leyes francesas de 1º de septiembre de 1948, modificadas por las leyes de 14 de abril y de 16 de julio de 1949, establecen la especie de congelación que conocemos en Chile: el desahucio ha de ser motivado, el plazo de ocupación se prolonga según la duración del contrato de arrendamiento, la renta quese cobra no puede exceder de los topes señalados por el legislador. No corresponde aquí señalar los efectos que estas leyes han causado; hemos de decir tan sólo que vienen recibiendo aplicación en países tan diversos como España, Francia, Argentina y Chile. Escriben los autores franceses que esta evolución del Derecho de Propiedad territorial hace pensar que se vuelve al sis- tema dual que estuvo en vigor antes de la Revolución Francesa, o sea, que se podía distinguir entre el Derecho de Propiedad eminente, el del dueño que recibía frutos o rentas, y el Derecho de Propiedad que tenía el usuario que la ocupaba o trabajaba. El legislador tiende a favorecer una vez más al que utiliza la cosa (RENÉ THÉRY, De L’utilisation à la propriété des choses, 1955; R. SAVATIER, ob. cit., 1948). Pero el más grave ataque que ha recibi- do la propiedad lo constituyen las leyes de nacionalización. Las sociedades o empresas más importantes fueron objeto de ellas tanto en Gran Bretaña como en Francia. La propiedad llamada intelectual e industrial ha hecho mucho camino en el Derecho contemporáneo. Sea mediante leyes novísimas, sea mediante la aplicación de viejas leyes (como ocurre en Francia) remozadas por la jurisprudencia, lo cierto es que los derechos de autor constituyen hoy una parte importante del patrimonio. A las ediciones impresas se han sumado las ediciones sonoras, sea por medio de discos, sea por radiodifusión. Tal ha sido el auge que ha tenido esta especie de propiedad que ha motivado Conferencias Internacionales para protegerla. Los modernos Códigos la tratan con detenimiento; así el Código Civil italiano le consagra veinte disposiciones (arts. 2374 al 2504), el mexicano la regla- menta en los arts. 1161 al 1280. 96 Segunda parte. El Derecho Civil en general 44. FERNANDO FUEYO LANERI: “La Ley Nº 16.640 sobre Reforma Agraria, en cuanto afecta a las normas del Derecho Común”, separata de la Revista de Derecho Privado, año II, Nº 7, julio-septiembre de 1967, págs. 9 y 10 y 13 y 14. La unidad agrícola familiar como estruc- tura económico-social ideada en razón de su funcionalidad. El Código Civil chileno, promulgado el 14 de diciembre de 1855, consideró a la tierra sólo como un bien susceptible de colocación en el activo del patrimonio y apto para rendir frutos, que clasificó en natura- les y civiles, fuera de otras subdistinciones. Sabemos, sobradamente, que el Código Civil no reguló la empresa; ni siquiera usa esta palabra. Se refiere, esporádicamente, a ciertos empresarios y sin substantividad de contenido. Ni siquiera hay regulación de la empresa en el Código de Comercio, promulgado diez años más tarde, si bien la supone existente y norma ciertos efectos jurídicos en torno a ella. El titular del dominio sobre esa tierra puede ser –según el Código Civil– tanto un particular como el Estado, partiendo de la base, sin duda, de la propiedad privada como regla general, como lo evidencia el art. 590 que, sin desconocer la posibilidad del dominio estatal directo y formal, otorga al Estado el residuo, esto es, aquellas tierras “que carecen de otro dueño”. La Ley de Reforma Agraria –sea que se lo haya o no propuesto conscientemen- te– hace una combinación de los elementos propiedad rural, familia, empresa, desa- rrollo y Estado, para lograr la noción de la unidad agrícola familiar, que para efectos de la misma ley se define del siguiente modo en el art. 1º letra h: “La superficie de tierra que, dada la calidad del suelo, ubicación, topografía, clima, posibilidades de explotación y otras características, en particular la capacidad de uso de los terrenos, y siendo explotada personalmente por el productor, permite al grupo familiar vivir y prosperar merced a su racional aprovechamiento”. Acorde con la noción de unidad agrícola familiar está la de minifundio, que resulta de la idea de no alcanzarse cuantitativamente a la unidad agrícola familiar. Caducidad de la propiedad asignada a campesinos La tradicional norma de la propiedad perpetua, que a su vez constituye una de sus características en el Derecho clásico, contradicha sólo por constitución de pro- piedades especiales, como la fiduciaria, con una causa que se radica en la voluntad, o una que otra propiedad especial que no es perpetua en atención a su naturaleza, tal perpetuidad, digo, se rompe en una dis- posición fundamental de la Ley Nº 16.640 sobre Reforma Agraria. En efecto, en un capítulo denominado “De la asignación de tierras a los campesi- nos”, una vez regulada la constitución de la propiedad y otros efectos inherentes a lo mismo, se contempla el mayor de los efectos extintivos, esto es, la declaración de caducidad del dominio y de su título como consecuencia. Dice al respecto el art. 78 en sus dos pri- meros incisos: “Si el asignatario infringiere alguna de las obligaciones o prohibiciones establecidas en la presente ley y sus regla- mentos podrá declararse la caducidad del título de dominio. La declaración de cadu- cidad corresponderá al Tribunal Agrario Provincial, a petición de la Corporación”. “La sentencia del Tribunal Agrario Provincial que declare caducado un título de dominio ordenará la cancelación de la correspondiente inscripción, así como el in- mediato restablecimiento de la inscripción del predio a nombre de la Corporación en el Registro de Propiedad del Conservador de Bienes Raíces correspondiente”. Los incisos 3º y 4º del mismo art. 78 se encargan de regular, pormenorizadamente, los efectos de la declaración de caducidad, como devolución de precio pagado por el campesino, reajustabilidad de dicho pre- cio, indemnizaciones del campesino por 97 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación deterioro o desvalorizaciones, pago del 5% anual sobre el precio de la asignación, y exigibilidad de los créditos, aun de plazo pendiente, a favor de la Corporación de la Reforma Agraria. Como puede observarse, descansa en el Estado el poder de quitar, de conceder y de volver a quitar, siempre que se cumplan requisitos o condiciones apreciados en buena parte por la propia autoridad. 45. ICIRA (Instituto de Capacitación e In- vestigaciones en Reforma Agraria): “Curso de capacitación de profesio- nales en reforma agraria”, Tomo II (Aspectos jurídicos e institucionales de la reforma agraria), materiales mimeografiados, mayo de 1966, págs. 71, 72 y 73. Reversión de tierras al Estado Extinción del dominio privado sobre tierras ociosas El Estado también puede obtener tierras para la reforma agraria y la colonización, merced a determinadas disposiciones lega- les que permitan la reversión de determina- das tierras a su dominio o la extinción del dominio privado sobre tierras ociosas. El resultado de la aplicación de cualquiera de estas dos nociones es idéntico: reincorporar al dominio del Estado determinadas tierras, que podrán utilizarse para los programas de redistribución o colonización. Ya hemos indicado anteriormente que, por definición, las tierras comprendidas dentro del territorio nacional pertenecen al dominio originario del Estado (se dice también que el Estado posee derechos de dominio “eminente” sobre ellas, mientras que el dominio “directo” puede pertenecer a los particulares, poseyendo el dominio “útil” aquel que efectivamente explota las tierras). Esta noción (ya lo hemos señalado) se encuentra expresamente formulada en las Constituciones de Bolivia y de México. Pues bien, en determinadas circunstancias, las tierras que han pasado al dominio “directo” de los particulares, es decir, que han sido objeto de apropiación por ellos en virtud de las normas legales, deben revertir al dominio del Estado. Un caso muy interesante al respecto existe en la Ley de tierras baldías de Ecuador, de 1936, que estipula que las tierras que hayan quedado incultas durante el tiempo requerido para la prescripción extraordi- nariarevertirán al Estado por la parte que exceda del triple del área cultivada en cada predio; también revierten al Estado las tierras no cultivadas, durante los últimos diez años, en por lo menos la cuarta parte de su superficie. En Costa Rica, revierten al Estado los excesos de tierras que resulten incultos al inspeccionarse las tierras inscritas en el Registro y comprobarse que su superficie no corresponde a la realidad, cuando su cabida sea superior a 100 hectáreas; esta disposición legal constituye, pues, una sanción de las inscripciones de tierras que estén basadas en datos falsos. En Bolivia, en virtud del decreto ley de reforma agraria de 1953, revierten al dominio del Estado, sin indemnización, las tierras anteriormente concedidas y no explotadas. De modo general, en este país como en otros de América Latina, revierten al Estado las tierras adjudicadas por concepto de reforma agraria o colo- nización, cuando la adjudicación de que se trate caduque por una de las causas legales. En Guatemala, al fallecimiento del titular de un patrimonio familiar, que carezca de herederos del grado reconocido por la ley, los bienes revierten al Estado. También revierten a éste los patrimonios familiares abandonados, así como aquellos que hayan tenido un uso distinto al que les fuera fijado. En la República Dominicana, en caso de fallecimiento del agricultor be- neficiario de una adjudicación de tierras antes de obtener el título definitivo, las tierras revierten al Estado. Como se ve, en ciertos casos, se trata de una sanción por el incumplimiento de sus obligaciones por parte del adjudicatario. En otros casos, los bienes revierten al Estado por realizarse una de las condiciones resolutorias a que estaba sujeta la adjudicación. 98 Segunda parte. El Derecho Civil en general PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. ¿En qué se diferencia el concepto clásico de propiedad del de propiedad función social, propuesto por los autores Duguit y Hauriou? 2. Busque ejemplos en la realidad chilena de propiedades que lleven la característica de su función social. Busque, en seguida, ejemplos de propiedades que conserven su característica clásica absolutista. 3. Lea el art. 582 del Código Civil. ¿Cree usted que la Unidad Agrícola Familiar, creada por la Ley de Reforma Agraria, tiene cabida en la definición de propiedad contenida en dicho artículo? 4. ¿Introduciría usted en Chile el concepto de reversión de tierras al Estado, en la forma establecida en otras legislaciones? Busque razones para fundamentar su posición. 5. ¿Cuál piensa usted que es la línea que sigue la evolución del Derecho Civil en materia de propiedad? ¿Cuál piensa usted que es la línea que habrá de seguir en el futuro? IV. EL DERECHO CIVIL FRENTE A LA SOCIEDAD DE MASAS 46. Explicación La situación actual por la que atravie- sa Chile ha variado considerablemente respecto de la que existía al momento de la dictación del Código Civil. A lo largo de este siglo y medio se han producido una serie de fenómenos que han incidido fuertemente en nuestra vida social y, por lo mismo, han conducido a la modificación de nuestra legislación, como ya hemos visto en los párrafos anteriores. Dentro de estos fenómenos, uno de los principales tiene que ver con la masificación de la vida social, descrito por el filósofo Orte- ga y Gasset en su libro La rebelión de las masas. Se dice que esta masificación se ha producido debido a las grandes migraciones demográ- ficas, lo que ha derivado en el surgimiento de grandes megalópolis y en aglomeraciones en que cada vez es más difícil encontrar es- pacio. Este gran crecimiento poblacional ha derivado en la pérdida de la individualidad y de la privacidad de las personas, lo que ha llevado al surgimiento de derechos nuevos, que apuntan a la protección de la intimidad y la honra de los individuos. Estas grandes aglomeraciones han derivado en el aumento de la promiscuidad, de las bandas criminales de adolescentes, de los espectáculos masivos y de la violencia colectiva, en la uniformidad del lenguaje, de los vestidos, de la manera de ser de las personas, y finalmente, en la masificación de las comunicaciones y en el pensamiento dirigido. Otro de los fenómenos producidos con posterioridad a la dictación de los grandes Códigos tiene que ver con la revolución científica y los avances tecnológicos, tales como el surgimiento de la computación y la informática, la mecanización y la robótica, la comunicación global vía satélite, la llamada “revolución verde” (o genética vegetal), y los grandes descubrimientos biológicos. Estos descubrimientos han permitido separar la fertilidad de la sexualidad y han otorgado una gran libertad sexual a la mujer. Es con- veniente señalar aquí la posibilidad de la manipulación genética humana, así como la fertilidad asistida a través de la fertiliza- ción in vitro, la inseminación artificial y la gestación subrogada. Otro de los fenómenos que han incidido en la actual vida social dice relación con la globalización de la economía, lo que ha derivado en la interdependencia económi- ca entre las naciones. Este fenómeno ha afectado notoriamente al concepto de so- beranía, idea que se encuentra hoy bastante obsoleta. Concurrimos en la actualidad a una unificación de las normas económicas, en la cual se ven obligados a participar to- dos los países que desean lograr un mayor desarrollo para sus pueblos. Finalmente, y también como conse- cuencia de la globalización, participamos en un fenómeno de internacionalización de la cultura, la que se extiende al arte, a la música, al cine, a la televisión y, por supuesto, al derecho. En estas circunstancias, las preguntas que cabe hacernos son: ¿Cuál es el papel que le corresponde al Derecho Civil en esta sociedad globalizada? 99 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación ¿Queda algún espacio al individuo, solo o en el círculo pequeño de su familia, dentro de la masa social? ¿Es posible la creación artística indivi- dual, el pensamiento original y divergente, el acercamiento personal a la religiosidad, los sueños, la imaginación, el amor? ¿Es posible organizar un sistema parti- cipativo que resulte a la postre democrá- tico? ¿El crecimiento del Derecho Público debe ir acompañado necesariamente del em- pequeñecimiento del Derecho Privado? De partida, es dable admirarse ante una idea que resulta subrayable, frente a este proceso de masificación: las ideologías antiestatistas, hoy en boga, propugnan el repliegue del Estado, la subsidiariedad del mismo frente a la iniciativa particular, el proceso de descentralización administra- tiva, la reivindicación de las autonomías y el sostenimiento de las culturas locales, en el ámbito de la lengua, la cultura y el folclore. Parece así que concurrimos a un doble proceso, de ida y retorno, de masificación, globalización, estandarización, igualación, por un lado; frente a una reivindicación de lo individual, lo familiar, lo comunal o local, lo regional, lo nacional. Hemos derivado, desde los derechos humanos individuales, hasta los derechos sociales. Desde una responsabilidad con- tractual o extracontractual subjetiva hemos avanzado hacia una responsabilidad cada vez más objetiva. Y comenzamos hablando del derecho o libertad de enseñanza, para terminar hablando de un derecho de todos a la educación. Don Pedro Lira Urquieta sostenía que por el ancho cauce del Código Civil de Bello ahora corren pocas aguas. Pensaba que el Derecho Civil ha cedido espacio al Derecho del Trabajo y de la Previsión Social, al Derecho Tributario y al Derecho que regla el Comercio y la Industria, a derechos particulares de sindicatos o gremios, más o menos fuertes, de consorcios financieros o económicos, de corporaciones transnacio- nales. El Derecho de Seguros, del Transpor- te, de Bancos e Instituciones Financieras, parecen haber ocupado el espacioque otrora ocupara el viejo Derecho Civil. Frente a esta visión minimizadora del Código Civil, creemos necesario volver a la definición, al concepto de lo que es Derecho Civil: el derecho general y co- mún, aplicable a todos los individuos de un determinado conglomerado social, y que, en tanto general, es esencialmente democrático e igualitario, puesto que es aplicable a todos. En segundo lugar, por ser común, es supletorio; constituye la base igualitaria sobre la cual se levantan las excepciones, esto es, los derechos especiales, como el de minería o el de aguas. El proceso demográfico descrito, “el hecho de las aglomeraciones”, como lo llamó Ortega, ha significado una amplia- ción explosiva del derecho común, general, otrora reservado a una élite culta, otrora el “derecho de los ricos”: hoy todo el mun- do contrata, todos se obligan, utilizan la autonomía de la voluntad; todo el mundo aspira o ha llegado a ser titular del derecho de propiedad, incluso sobre inmuebles; todo el mundo testa o puede testar, puesto que la propiedad se ha extendido; todo el mundo contrae obligaciones contractuales o extracontractuales, y acude, en general, a instituciones clásicas del Derecho Civil. Pero no queda ahí el “derecho común”: además, todo el mundo celebra contratos de sociedad comercial, anónima y de res- ponsabilidad limitada; contrata seguros, tiene cuentas corrientes bancarias, con líneas de crédito y tarjetas de crédito, contrae obligaciones con letras de cambio o pagarés, utiliza las disposiciones de la ley de quiebras, garantiza sus obligaciones con prendas agrarias o industriales o con prendas de valores mobiliarios en favor de los bancos o con almacenes generales de depósito. En suma, gran parte de las disposiciones del Código de Comercio han pasado a ser comunes, generales, e integran hoy, sin duda, el Derecho Civil en su acepción más amplia. Están empezando a surgir instituciones que unifican, que tratan de una manera unitaria, algunas figuras del antiguo Código 100 Segunda parte. El Derecho Civil en general Civil con otras del Código de Comercio. Especialmente remarcable es la formulación de una teoría general de las obligaciones civiles y comerciales, a la que debe seguir la formulación de una teoría general de los contratos civiles y comerciales. Sobre este fundamento, el Derecho Comercial deberá devenir en derecho común y acontecerá lo que el profesor Fernando Fueyo denominaba “la reintegración” del Derecho Comercial al tronco común del cual se desgajó. Pensamos que en un futuro muy próxi- mo deberá dictarse un nuevo Código de Derecho Privado, proyecto en el cual un conjunto de Escuelas de Derecho del país ya está trabajando. Algunos han pensado agregar también a este Código de Derecho Privado las mate- rias de Derecho del Trabajo y de Seguridad Social, que igualmente han devenido en derecho común. La proposición es discuti- ble. Tendrá defensores y detractores, por la variabilidad de las normas laborales, aun no plenamente asentadas en el conglomerado social. En todo caso, ella es muy atractiva y merece considerarse. Personalmente, estamos por una nueva redacción de un Código Civil y Comercial, o Código de Derecho Privado, cuando nues- tro vetusto Código Civil se empina sobre los 150 años de vigencia. El nuevo Código podría incorporar las figuras modernas que ya han sido referidas y otras que no han sido tratadas en este párrafo, tales como la buena fe o el enriquecimiento sin causa. Discrepamos con aquellos que estiman que después del proceso de codificación que caracterizó el siglo XIX, debe venir un proceso de “descodificación”, donde prevalecerán las leyes civiles dispersas y diferentes para cada materia. Tenemos una duda final: si el nuevo Có- digo que hemos insinuado debe contener también materias propias del Derecho de Familia. Recuérdese que no todos los Có- digos Civiles las contienen. Hay países que consideran el Derecho de Familia como una rama diversa al Derecho Civil. La duda que tenemos se deriva del he- cho que consideramos que las normativas propias del Derecho de Familia no están universalmente aceptadas en la sociedad chilena. Creemos que nuestro país aún no está preparado para darse un Código de Familia de aceptación generalizada. Recordemos que el establecimiento de una nueva Ley de Matrimonio Civil, que contempla la disolución del vínculo a través del divorcio, fue recién aprobada el año 2004, luego de casi un siglo de discusión en el Congreso, y cuyo contenido no está exento de polémicas. 47. JORGE MILLAS: “Derecho y sociedad de masas”, conferencia pronunciada el 23 de junio de 1964 en el Aula Magna de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Primeras Jornadas Sociales, Santiago, 1964, págs. 13 a 15, 19 y 20 y 24 y 25. En apariencia, no es ya difícil entenderse respecto al hecho más notorio e importante de la situación histórica contemporánea: la masificación de la vida social. Filósofos y sociólogos, educadores y psicólogos, eco- nomistas y escritores políticos concuerdan en reconocer el fenómeno y su influjo determinante en la remodelación de la sociedad y sus valores. El hecho tiene, en verdad, caracteres empíricos fácilmente discernibles. Se trata, primero, del aumento incontenible, en ocasiones pavoroso, de la presión demográfica del hombre sobre su contorno; los demás hombres, las institu- ciones de convivencia política y económica, las facilidades materiales, la cultura toda. Tal es el aspecto físico estricto del fenóme- no. Pero resulta apenas posible separarlo del otro, el sociológico, consistente en el nuevo papel que, como fuerza histórica y protagonista de la acción, ha pasado a desempeñar la muchedumbre humana, en realidad el hombre medio. Ambos perfiles fueron ya reconocidos en el célebre estudio de Ortega y Gasset sobre La rebelión de las masas, justificadamente célebre por la pe- netración del análisis, aunque menesteroso de una crítica digna de su alcurnia. El los llamó el hecho de las aglomeraciones y el ascenso histórico de las masas. 101 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación Pero a esta concordancia en la per- cepción del gran fenómeno sucede la controversia en cuanto pasamos a su in- terpretación sociológica y a su valoración filosófica y cultural. A Ortega mismo, que señaló un camino muy pronto convertido en clásico, no lo sigue uno sin escrúpulos intelectuales, y acaba en fecunda polémica con su perspectiva. Esta, determinada por las categorías de “mando” y “obediencia” espirituales, “mediocridad” y “ejemplari- dad”, resulta, con lo útil para examinar algunos aspectos del fenómeno, demasiado estrecha para abarcarlo como conjunto y en toda su complejidad. Otros estudios, como el de WRIGHT MILLS en La élite del poder, dejan al descubierto buena parte de su riqueza, aunque nuevas categorías, de índole principalmente profesional en este caso, cierran el horizonte en otra dirección, por ejemplo, para comprender a Ortega y reparar en las coincidencias que con él lo ligan. Contra Ortega, para quien el aspecto más inquietante de la masificación consiste en que “las masas se han hecho indóciles frente a las minorías” y en que aspiran a suplantarlas en la función del mando, el sociólogo norteamericano muestra, con rigurosa mirada de observador social, todo lo contrario. “Los que suponen que las masas son todopoderosas, o que por lo menos van camino del triunfo, están equivocados”.1 Al revés, el fenómeno de masificación consiste, esencialmente, en la transformación del público que dialo- gaba y opinaba en “simple mercado de los medios de comunicación”.2 La masa, que no tiene rostro, carece también de pensamiento y voluntad: su conducta es mera reacción, sin conciencia de su propia identidad personal ni de sus intereses, a los estímulos de promoción, sugestión, manipulación, centralmente dirigidos porlas minorías que controlan las técnicas de la comunicación. “La manipulación –ha podido escribir, por eso, Wright Mills– es 1 C. WRIGHT MILLS, La élite del poder, Fondo de Cul- tura Económica, México, 1957, cap. 13, pág. 287. 2 Op. cit., pág. 283. el ejercicio “secreto” del poder, sin que se den cuenta de ello aquellos sobre quienes influye”.3 Más aún, la tesis capital del pene- trante estudio de Mills es que la sociedad de masas se caracteriza por el poderío de élites directoras, minorías influyentes, cuya estrategia de mando consiste en ha- cer creer que la gente, el hombre medio, toma realmente las decisiones. Lo cual vale, téngase en cuenta, no sólo para la sociedad norteamericana, de que se ocupa preferentemente el escritor, sino también para las sociedades políticas dominadas por autocracias ideológicas. En uno y en otro medio, en efecto, aunque con cambio de técnica en la manipulación, con lenguaje diferente, para la expresión, y con distintos sistemas de referencias existenciales (expe- riencias, deseos, frustraciones, prejuicios, valoraciones), se eliminan el diálogo y la posibilidad de una verdadera participación personal en la génesis y en la dirección del poder. Para uno y otro medio vale la implacable conclusión del sociólogo: “Los medios (de manipulación) 1) le dicen al hombre de la masa quién es –le prestan una identidad–; 2) le dicen qué quiere ser –le dan aspiraciones–; 3) le dicen cómo lograrlo –le dan una técnica–; 4) le dicen cómo puede sentir que es así, incluso cuan- do no lo es –le dan un escape–”.4 La discrepancia fundamental entre Wright Mills y Ortega –que sólo tomamos aquí como modelos de dos perspectivas disímiles– arranca, en definitiva, del des- acuerdo entre sus respectivas sociovisiones: el aristocratismo intelectual y liberalismo político del primero, y el humanismo social y socialismo democrático del segundo. También se contraponen, por supuesto, el filósofo y el sociólogo. Y de ambos contrapuntos surge el concepto axiológi- co de la masa, caracterizada por Ortega como la conjunción de los hombres no cualificados y que rechazan todo llamado a la responsabilidad y al esfuerzo de la autoexigencia, y el concepto sociológico de ella, que permite a Wright Mills reco- 3 Op. cit., pág. 294. 4 C. WRIGHT MILLS, op. cit., pág. 292. 102 Segunda parte. El Derecho Civil en general nocer en la masa un producto neto de las técnicas de comunicación y de su control económico y político por las minorías del poder. Pero uno y otro ofrecen una imagen similar del hecho mismo, al describirlo como la hegemonía de lo impersonal, la anulación del discernimiento y de la responsabilidad, el embotamiento de la individualidad crítica, el dominio de lo irracional; como una especie, en suma, de analfabetismo psicológico, para utilizar la expresión del sociólogo norteamericano. El análisis de éste es, en todo caso, más completo, y, siguiendo de cerca la sinuosi- dad de la experiencia, instala el fenómeno en el complejo social que lo engendra. No anula ello, sin embargo, la coincidencia fundamental en la referida imagen ni tampoco el signo igualmente negativo con que en ambos casos se presenta. El filósofo y el sociólogo coinciden, en efecto, en examinar el sesgo adverso del fenómeno de la masificación, y en poner a la vista el cariz degenerativo que presenta. Y hasta concurren en un pronóstico: la evolución de la sociedad de masas hacia el despotis- mo. Son de Ortega estas palabras: “Ahora, por lo visto, vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que en ellos había aún de ovejas. Quieren marchar por la vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza caída. Por eso, en muchos pueblos de Europa andan buscando un pastor y un mastín”. Y son de Wright Mills estas otras, menos estilizadas, pero no menos rotundas: “Desde cualquier punto de vista que escojamos para mirar al pú- blico, comprendemos que hemos andado mucho a lo largo del camino que lleva a la sociedad de masas. Al final de la ruta está el totalitarismo como en la Alemania nazi o en la Rusia comunista”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las consideraciones anteriores nos per- miten plantear el problema de las relaciones entre la sociedad de masas y el Derecho en términos precisos, y son éstos: a) ¿Cómo afecta el fenómeno de masi- ficación al orden jurídico? b) ¿Qué misión cumple realizar al De- recho como recurso de acción frente al desafío de la sociedad de masas? Ambas cuestiones se presentan en co- nexión muy íntima, porque el Derecho sólo podrá actuar útilmente como instrumento de acción allí en donde de algún modo refleje las condiciones reales del medio frente al cual actúa. Será, pues, menester considerarlas una en función de la otra. A la vista de todos está cómo el orden ju- rídico va cediendo progresivamente, cuando no revolucionariamente, a las exigencias de la nueva sociedad. La funcionalización social de los derechos individuales, la contracción de la autonomía en las relaciones contrac- tuales, y con ello el desplazamiento de áreas cada vez más amplias del Derecho Privado al Derecho Público, la expansión creciente de instituciones otrora de excepción, como la responsabilidad extracontractual: son todos signos institucionales externos de una transformación más profunda en la idea misma del Derecho. Los signos traducen algo más profundo sin embargo: una transformación decisiva en los conceptos de derecho objetivo y subjetivo y de sus relaciones. Estas dos categorías son determinantes para la comprensión de la experiencia jurídica en una comunidad política. Todo cam- bio significativo de ésta encuentra una expresión correspondiente en aquellos conceptos y sus relaciones. El estado de derecho liberal burgués –el cual, cosa paradójica, propia del acaecer histórico, alcanzó su apogeo en Europa durante la primera mitad del siglo XIX, justo cuando recibía en su seno la semilla de la Revolu- ción Industrial que habría de desintegrarlo progresivamente– se caracterizó por la preeminencia del derecho subjetivo y su vinculación subordinante al objetivo. El derecho objetivo es sólo un conjunto de reglas operatorias del ejercicio de las facultades, esto es, del derecho mirado desde el punto de vista de la voluntad o del interés del sujeto. La obligación que impone aquél no es nada originario ni sustantivo, sino mera delimitación de la esfera de la subjetividad y en vistas de otra 103 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación subjetividad análoga. Tal es la concepción jurídica que en lo político se traducía en la idea de la misión puramente tutelar del Estado como regulador de las relaciones interindividuales de libertad y de poder, y en lo económico en el concepto de su papel de árbitro imparcial del juego espontáneo de los intereses. El derecho objetivo era, sí, la mera forma de la verdadera sustan- tividad jurídica, los derechos subjetivos. “En esta sociedad de individuos libres e iguales –apunta un escritor político de nuestros días– que competían armonio- samente entre sí para el bien común, el Estado no necesitaba intervenir; no inter- venía económicamente para controlar la producción o el comercio, los precios o los salarios; y menos aún políticamente para guiar e influir la opinión. Se dedicó a mantener las reglas del juego para evitar las malas artes y proteger de malhechores a la propiedad privada. Sus funciones eran funciones de policía. Fue lo que Lasalle, el socialista alemán, llamó con desdén el Estado guardián nocturno”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El derecho objetivo tiene que abrir camino, otra vez, al derecho subjetivo –a un nuevo derecho subjetivo, que destruya los anticuerpos deshumanizadores de la sociedad de masas–. Es imposible prever las formas concretasque las instituciones de este carácter podrían adoptar, pero la experiencia misma del presente permite ya sospecharlas. Los derechos subjetivos, en efecto tienden también a expandirse, aun- que ahora en una nueva dirección. La vieja gama se ha enriquecido en el pensamiento de los juristas y en la acción política con instituciones como el derecho al trabajo, el derecho a la educación, el derecho a la vivienda, mas no como mera franquía para la “libre” competencia por tales derechos, sino como ejercicio efectivo de ellos por acción representativa de la sociedad. La sociedad asume los derechos individuales como tales en aras de su efectividad. Se halla a la vista del pensamiento jurídico el nuevo concepto del derecho subjetivo socialmente objetivado. 48. PEDRO LIRA URQUIETA: “Juicio crítico del Código Civil chileno”, trabajo publicado en el Tomo XII de las Obras Completas de Andrés Bello, edición he- cha por el Ministerio de Educación de Venezuela, 1954-55. Recopilada en El Código Civil chileno y su época, Editorial Jurídica de Chile, 1956, págs. 38 y 39. Vengamos, empero, a nuestro tema. Las transformaciones que ha experimentado el mundo contemporáneo han dado na- cimiento a nuevas ramas del Derecho que se han desprendido del viejo tronco civil. Tenemos así, como legislación separada, la abundante legislación del trabajo y las leyes industriales. Paralelamente a ellas han ido multiplicándose las variadas leyes tributarias y ha ganado en frondosidad el Derecho Administrativo. El crecimiento del Estado y de sus organismos alcanza tal magnitud, que no pocos juristas se pregun- tan angustiados si el Derecho Privado dejó de existir ahogado por el Derecho Público cada vez más absorbente. Estimamos exagerada tal apreciación, pero no podemos menos de reconocer que los viejos moldes jurídicos se han quebrado. Ocupándonos en particular del Código Civil de Bello, diremos que por su ancho cauce corren ahora pocas aguas. Las corrientes caudalosas ocupan otros cauces, cuales son los que albergan las leyes llamadas del trabajo y de la previsión, las leyes de impuestos y las numerosas leyes que regu- lan el control estatal del comercio y de la industria. El Código Civil va quedando de esta suerte reducido en su aplicación. No es problema de técnica jurídica el que ha creado este estado de cosas; es la transfor- mación de la sociedad y del Estado. A la política, primero de individuos y luego de partidos, ha sucedido la política de masas. El Estado ya no hace frente a los antiguos señores, sino a las modernísimas entidades que agrupan fuertes intereses económicos y gremiales, sean patronales u obreros. Los escritores políticos franceses hablan, así, con propiedad del moderno feudalismo. Los señores feudales de nuestro tiempo no son 104 Segunda parte. El Derecho Civil en general personas naturales: son personas jurídicas que revisten las formas de federaciones sindicales, consorcios financieros o eco- nómicos, corporaciones de sabor gremial. Los miles de individuos que engloban estos entes tienen casi en todos los aspectos de la vida jurídica un fuero propio. Hay leyes especiales para los empleados particulares, leyes especiales para los comerciantes, leyes especiales para los agricultores, para los funcionarios y para toda suerte de em- pleos u oficios. Al Código Civil, sea éste de corte moderno o de corte clásico, no recurren estas personas sino en contadas ocasiones: para casarse, para testar y para uno que otro acto no reglado por una ley especial. El que quiere comprar una pro- piedad o arrendarla lo tiene ello previsto y reglamentado en ley propia. Igual cosa si se desea celebrar un contrato de seguro o un contrato de transporte o realizar alguna operación bancaria. Y si a todo esto se agrega que el aumen- to y difusión de los impuestos convierten a las leyes tributarias en las leyes de mayor aplicación, hemos de convenir en que la crisis del Derecho Civil no es una mera figura retórica. Sostiene un jurista de renombre que tres leyes fundamentales aceleraron en Francia la quiebra del Estado liberal: la ley sindical de 1884, la ley de libertad de asociación de 1901 y, finalmente, la ley del año 1914, que ins- tauró el impuesto global y progresivo de la renta. Con muy ligeras variantes estas leyes han encontrado en nuestra América y en el mundo entero sus leyes gemelas. Los resultados en todos los países han sido los mismos. El Código Civil que ocupaba un gran espacio en el mundo jurídico del pasado siglo hace un pobre papel en nuestros tiempos, ahogado por multitud de leyes especiales. El problema fundamental, pues, del moderno Derecho Civil no es otro que el de resolver si él puede ser de nuevo el derecho común o si admite la fragmenta- ción creciente. Nos inclinamos a pensar que habría conveniencia, a cien años de distancia, en intentar repetir la empresa colosal de Bello, dando cabida en un Código Civil renovado a las exigencias modernas que andan dispersas por muchas leyes y cuerpos de leyes. 49. FERNANDO FUEYO LANERI: El problema de las autonomías o especialidades. ¿Desmembraciones de ramas jurídicas o reintegración al tronco común?, separata a mimeógrafo, 1968, pág. 6. El fenómeno de la reintegración. A la evolu- ción del Derecho Civil, dando lugar a desmembraciones de ramas, ha seguido, sin embargo, una evidente reintegración. Esta se demuestra en el campo legislativo, con casos tan elocuentes como el del Có- digo suizo, y más recientemente con el del Código italiano, de 1942. También es evidente el caso de reinte- gración parcial, que encuentra aprobación casi unánime, como sucede en lo referente a la teoría general de las obligaciones civiles y mercantiles. Como ejemplo de esta reintegración al menos parcial puede citarse lo acordado por ilustres civilistas, incluso franceses, en relación con el actual Derecho Civil, en contraste con la actitud de otros Códigos. Algunos deducen de este y de otros an- tecedentes la “conveniencia de sustituir los viejos Códigos Civiles por otros generales de Derecho Privado”.5 Creo, por mi parte, que la evolución y la involución del problema es algo propio de la naturaleza de las cosas. En efecto, las desmembraciones han obedecido a la ne- cesidad de estudiar mejor y con más detalle lo que ha parecido marcada especialización, o bien se ha caído en el espejismo de lo nuevo a causa de mantener petrificado el Derecho Civil en los Códigos. Pero llegará de manera natural la vuelta al cauce del Derecho común lo que antes emigró, y se resistematizará la materia con sus nuevos contenidos, inspiraciones y tendencias. La corriente –muy aceptable en nuestros días– de elaborar los grandes principios del Derecho Civil en un orde- 5 GALLARDO RUEDA, El actual Derecho Civil europeo, Revista Foro Español, año III, Nº 17, pág. 24. 105 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación namiento único a la manera de Código, facilitará también dicha reintegración. 50. FERNANDO FUEYO LANERI: “Reforma del Código Civil chileno bajo la inspiración de Bello”, separata a mi- meógrafo, 1968, págs. 10, 11 y 12. Frente al tema de la reforma, concretamen- te de nuestro Código Civil, que empezó a regir el 1º de enero de 1857, o de Códigos en condición similar, hay ciertas y determina- das posiciones de los juristas que van desde el extremo de conservar intacto lo actual hasta la derogación del Código. Señalaré, pues, las posiciones fundamentales. 1º. El Código en vigencia es una obra excelsa de duración larga e indefinida; por el momento no hay necesidad de reforma. A lo sumo algunas interpretaciones que sería preciso aclarar por vía legislativa.6 2º. Una posición estática como la ante- rior propicia mantener incólume el Código, no porque no necesite ajustes a una nueva realidad, sino porque en un momento como el actual, de cambios y ensayos, que se supone transitorio, espreferible una espera del instante final de estabilidad socioeconómica, que es cuando llegará la hora de sistematizar y dar a luz nuevos Códigos. 3º. El Código vigente es una construc- ción unitaria y sistemática, magníficamente realizada técnicamente, y por lo mismo 6 A los reacios a toda reforma parece dirigirles Recaséns Siches las crudas y ácidas palabras que siguen: “El carácter estático que el Derecho posee por sí mismo ofrece una excelente situación a los defensores del orden existente. De aquí que se haya hablado por muchos autores del sentido conservador de la profesión jurídica. Las gentes que disfrutan de una posición privilegiada intentan conservarla, y se convierten en sostenedores del orden existente mediante la defensa de los hechos que les confiere el sistema en vigor. Presentan como necesaria la situación presente de la sociedad, y presentan como peligrosa toda reforma. Predican resignación a los desheredados. Tratan de socorrer a los infortunados, poniendo en práctica un paternalismo protector, que no excluye sentimientos de caridad, pero que contiene también el miedo a la exasperación pro- vocada por la miseria”. Tratado general de sociología, 3ª ed. Porrúa, México, 1960, pág. 63. debe mantenerse en su unidad, si bien con las supresiones y agregaciones que sea menester para conformarlo a los adelantos de la Ciencia Jurídica producidos después de su promulgación. Deberán, entonces, suprimirse materias que hoy aparezcan como inútiles y, a la vez, agregarse las nue- vas que ofrezcan interés. Corresponde esta posición a la idea conocida vulgarmente como “reforma de parche”. 4º. La evolución científica experimentada por el Derecho Privado, aunque no sea más considerando el período comprendido desde la iniciación de este siglo y marcando con acento los cambios experimentados en seguida de las dos guerras mundiales; el nuevo catálogo de conocimientos que comprende el Derecho Privado, las nuevas sistematizaciones doctrinarias y legislativas que empezaron en la segunda mitad del siglo pasado y no fueron alcanzadas por el Código de Bello, y las que han seguido sucesivamente las nuevas Constituciones Políticas que orientan el sistema positivo de otro modo, y otras razones que podrían seguirse agregando, no admiten la conser- vación del cuerpo originario de disposicio- nes. El problema, por lo tanto, no es sacar y poner simplemente, sino que confeccionar el nuevo catálogo y, hecho esto, resiste- matizar, lo cual tampoco es óbice para el aprovechamiento de partes o zonas de lo actualmente vigente. 5º. El Código Civil, según otra de las posiciones, es un módulo o fórmula que ha pasado de moda y debe lisa y simplemente suprimirse, sustituyéndoselo en lo que sea menester por leyes especiales; algunos hablan de “Principios Civiles”, otros de “Constitución Civil”, otros de estatutos profesionales y, finalmente, se proponen otras modalidades de sustitución. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A saber, ¿reunirá el nuevo Código mate- rias desmembradas en otro tiempo que hoy volverían a su seno original, dando lugar a un verdadero Código de Derecho Priva- do, como el italiano de 1942, que logra, para decirlo con palabras de Federico de 106 Segunda parte. El Derecho Civil en general Castro: “la vuelta a la idea de la unidad del Derecho Civil”? ¿Tendrá un acento social que permita denominárselo Código Privado Social, como ha sucedido con el Código mexicano, de 30 de agosto de 1928? 51. EDUARDO NOVOA MONREAL: “La crisis del sistema legal chileno”, artículo pu- blicado en la Revista Mensaje Nº 134, noviembre de 1964. Recopilada en el folleto impreso con motivo de las Segundas Jornadas Sociales de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, Santiago, 1965, págs. 36 a 38. La socialización progresiva de las estructuras existentes es un hecho tan innegable como la siempre creciente conciencia colectiva de la socialización. Esto se ha manifestado en un conjunto muy vasto de leyes (también en algún Código, como el del Trabajo, aunque él haya quedado retrasado frente a los conceptos actuales), que son las leyes del presente, por su importancia y por su extensión. Todas estas leyes miran a los intereses de la colectividad; de este modo la colectividad o cuerpo social mismo, inte- grado por todos los habitantes del país, se transforma en el sujeto de esta legislación. Esas leyes, en algunos casos, se refieren también al individuo, pero para tomarlo como un miembro de la colectividad y en relación con ésta, no como un ente inde- pendiente. Toda la legislación laboral o del trabajo, la previsional y la económica, pertenece incuestionablemente a este nuevo derecho que llamamos Social. Incluso, en ciertos as- pectos, también entra en ella la legislación tributaria. Y bien, es precisamente esa legis- lación la que ha sido dictada en los últimos años en gran cantidad, sin coordinación y en forma invertebrada; y es precisamente esa legislación la que, desde el punto de vista de los intereses generales, tiene la primacía para la vida de hoy. Este Derecho Social, tan importante en nuestra época, tiene en los estudios oficiales de derecho un rango bien desmedrado. Ya dijimos que ni siquiera se le reconoce como un conjunto capaz de figurar a la altura del Derecho Privado o del Derecho Público. Solamente algunas de las especialidades que él comprende son objeto de estudio en las escuelas universitarias y todavía en forma incipiente. Esta posición subalterna ha traí- do como consecuencia, bien previsible, el desinterés de los juristas por su estudio, con lo que hasta el momento no se ha formulado científicamente la teoría general que ha de constituir la base de su conocimiento y ulterior perfeccionamiento. 52. OCTAVIO MAIRA LAMAS: “La crisis del sistema legal chileno”, artículo publi- cado en “El Mercurio”, de Santiago, el 20 de noviembre de 1964. Recopilado en el folleto impreso con motivo de las Segundas Jornadas de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, Santiago, 1965, págs. 45 a 47. A nadie escapa, por ejemplo, que la libertad contractual y la autonomía de la voluntad vienen siendo sustituidas por el dirigismo contractual; que los derechos absolutos se han ido, paulatinamente, relativizando; que el derecho-facultad se ha transformado en un derecho-deber; que la protección de los derechos subjetivos se ha convertido en una protección de los derechos y fines de la colectividad; que la responsabilidad ex- tracontractual ha desplazado de su sitial a la responsabilidad contractual; que el contrato de libre discusión ha cedido paso al contra- to de adhesión; que la renunciabilidad de los derechos no es permitida cuando ella menoscaba la posición del contratante más débil; que el arrendamiento de servicios se ha transmutado en un contrato individual de trabajo y que éste ha sido prácticamente absorbido por el contrato colectivo, etc. ¿Quiere esto decir, como parece des- prenderse de lo afirmado por el profesor Novoa, que el Derecho Privado ha dejado de ser tal para transformarse en un Dere- cho Social? No lo creemos. Lo que ocurre, en verdad, es que el Derecho Privado de hoy es un derecho socializado, una disci- 107 Cap. VII. La evolución histórica del Derecho Civil y su expresión actual en la doctrina y la legislación plina empapada de las nuevas tendencias y fenómenos colectivos, consciente de la necesidad de adaptarse al devenir histó- rico y en constante progresión y cambio. Su estructura misma, empero, no se ha visto alcanzada por esta evolución: sólo los grandes principios contenidos en algunas de sus normas modificadas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La subsistencia del Derecho Civil y el Derecho Privado en general no depende de los ingentes principios que, no sin asombro, vemos transformarse de manera radical. Elfuturo nos depara un sistema de Derecho Privado diametralmente diverso del que rige en la actualidad, profundamente convulsionado por una sociedad de masas en permanente ascenso, que se incorpora con vehemencia al seno de las instituciones jurídicas. Pero su base misma permanecerá intangible y no variará. No se alterarán los deberes de respeto y obediencia de los hi- jos para con sus padres, los de asistencia y lealtad de los cónyuges entre sí, la sanción a la mala fe y al enriquecimiento sin causa, la conmutatividad de las convenciones, etc. Todo ello pertenece a un sistema ins- pirado en una filosofía bien concreta, cuya transformación implicaría un trastrueque fundamental. 53. GUILLERMO PUMPIN: Versión magneto- fónica de su intervención en la mesa redonda sobre el tema “¿Qué queda del Derecho Civil?”, que tuvo lugar el día 14 de diciembre de 1970, Boletín del Instituto de Docencia e Investigación Jurídicas Nº 9, noviembre de 1971, Santiago de Chile, págs. 13 a 15. Podríamos empezar a plantearnos el proble- ma desde la dimensión del hombre mismo, cuando éste entra en relación con otros hombres. El hombre es un ser, tiene una categoría ontológica, está situado dentro de un mundo y posee una característica propia y absolutamente identificable; es un ser indigente, es un ser que está requerido constantemente por la necesidad de ser y seguir siendo, es un ente que requiere de una dinámica para mantener su propio ser. Dentro del cúmulo de necesidades que tiene está la de proyectarse en el mundo que lo rodea, que es un mundo de hom- bres y de cosas, y los hombres son seres de su análoga naturaleza, y esto provoca un contacto encaminado a la satisfacción de necesidades, y el requerimiento de regular estos contactos. Surge así el concepto del Derecho en las relaciones interpersonales e individuales. Porque es otra realidad que no se puede desconocer que cada ser tiene su individualidad, y va configurando un plano de relaciones con otros seres que han sido englobados dentro del Derecho Civil. Esto, naturalmente, como intento de situar el campo del Derecho Civil, no puede mirarse con una visión estática, porque el fenómeno es esencialmente dinámico. Lo que en un momento determinado pudo ser para los romanos o para el pretor un problema de relación interpersonal basada en la singularidad individual de los sujetos que estaban comprometidos en ella, hoy puede ser una cosa añeja, obsoleta, no apli- cable, y lo que hoy no está incorporado en el Derecho Civil puede aparecer mañana en él porque reúne esa común característica de ser un tipo de relación jurídica de dos personas que están situadas en el plano de su individualidad singular. Así, se podrían dar muchos ejemplos de cómo justamente el concepto del Derecho Civil debe ser analizado dentro de una dinámica propia y eso lleva incluso a hacer una afirmación de su carácter un poco más amplia. Normalmente, cuando se habla de Dere- cho Civil se entiende el Código Civil; pero el Código Civil es un accidente histórico, un intento de reflejar el Derecho Civil que una sociedad y una época determinadas han querido adoptar. Eso, sin embargo, no es el Derecho Civil. Álvaro Bunster lo señalaba con propiedad: hay un sinnúmero de legislación complementaria, modifica- toria y derogatoria del Código Civil que es legislación de Derecho Civil, porque está situada en el seno de estas relaciones interpersonales, de la individualidad sin- gular de cada uno de los sujetos que se relacionan jurídicamente, y hay una especie de desidia de parte de los cultores de esta 108 Segunda parte. El Derecho Civil en general rama del Derecho de querer entender que todo el Derecho Civil está en el Código Civil, lo cual es un error. Yo entiendo, por ejemplo, que pertenece indisolublemente a mi ramo el problema del contrato-ley, que tiene muchas facetas y que tiene un campo amplísimo de análisis dentro del Derecho Constitucional. Dentro de esta especie de campo magnético en que estamos tratando de situar una figura jurídica, resulta que el contrato-ley es una relación particular con el Estado, en que este último actúa en su doble función de autoridad y de contratante de Derecho privado. Y como los civilistas han dejado de mano el estudio del contrato-ley, no lo han tratado, no han descubierto hasta ahora que el contrato-ley, según los principios del propio Derecho Civil, es un contrato nulo, porque se está pactando sobre la soberanía o el ejercicio de la soberanía nacional; se está haciendo de una atribución constitucional el objeto de la contratación y eso adolece de objeto ilícito desde un concepto privatista. Otra insinuación que normalmente he hecho, para recalcar todavía más este aspecto de la dinámica propia que tiene el Derecho Civil, se refiere al contrato de mutuo. El contrato de mutuo es un contrato añejísimo, y si uno lo lee en el Código Civil en la perspectiva del siglo XIX, capaz que los alumnos piensen en banqueros ingleses, digamos que tienen botines con felpa y que pescan con cañas de bambú de la India, y cosas por el estilo. Pero si uno lo piensa, el contrato de mutuo hoy es el contrato de las Asociaciones de Ahorro y Préstamo, es el contrato que permite actuar en la línea crediticia del Estado para el desarrollo de las economías modestas, es un ejemplo que demuestra cómo hay relaciones ju- rídicas entre entes singulares, que deben ser analizadas desde el punto de vista de la ciencia del Derecho, y que corresponden al campo del Derecho Civil. La ocupación como modo de adquirir el dominio, esto es, pescar, cazar y otras cosas elegantes, mínimas, que aparentemente afectan a un grupo reducido, resulta ser una figura jurídica que utilizan las pesqueras del nor- te para hacerse dueñas de las anchovetas y crear un gran complejo industrial. Esa industria de harina de pescado gira en torno al viejo y desacreditado ejemplo de las abejas y de las palomas, los peces y las golondrinas, contenido en nuestro Código Civil. Es precisamente en el Código Civil donde está la sustancia viva, desde siempre, capaz de afrontar hoy las necesidades del momento social en que se vive cuando se le apunta y tecnifica jurídicamente. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Busque las similitudes y las discrepancias entre los pensamientos de Ortega y Gasset y de Wright Mills, en lo que se refiere a la sociedad de masas. 2. ¿Qué relación existe para Jorge Millas entre derecho objetivo y derecho subjetivo en el Estado liberal burgués del siglo XIX? ¿Qué relación debe existir entre estos dos derechos en la sociedad de masas? 3. ¿Cuál es el papel que el profesor Millas asigna al derecho subjetivo en la sociedad contem- poránea? ¿Coincide su concepción en esta materia con la que sostiene el profesor Guillermo Pumpin en la intervención que se ha reproducido? 4. ¿Coincide usted con el profesor Pedro Lira en el sentido de que el Derecho Civil regla hoy poquísimas materias de interés para el hombre común, o piensa, en cambio, que su campo de acción es aún muy vasto? ¿Cree usted que cabe algún papel de importancia al Derecho Civil en la sociedad contemporánea? 5. ¿Cree usted llegado el momento de reela- borar nuestro Código Civil? En caso afirmativo, ¿qué materias cree usted que deberían incluirse en él? 6. ¿Qué diferencias existen para el profesor Novoa entre Derecho Privado, Derecho Social y Derecho Público? 7. ¿Cree usted que es válido sostener hoy, como se sostenía antes, que el Derecho Civil constituye el Derecho “común”? ¿Cree que es útil conservar su carácter de “supletorio”? 111 I. LA INTERPRETACIÓN EN GENERAL 54. Explicación La interpretación no cabe en las ciencias exactas, porque en ellas la verdad se obtiene por medio de un riguroso proceso lógico, donde no tiene cabida la actitud subjetiva del científico. Para los científicos, las cosas son verdaderas o falsas; no se interpretan, se verifican. La interpretación sólo tiene cabida enlas disciplinas humanas, como la filosofía, las ciencias sociales, filológicas o históricas; o en las actividades artísticas o musicales. Con ella no se trata de llegar a la verdad, sino más bien de re-crear una expresión del hombre o de la sociedad humana, la cual llega a nosotros a través del tiempo, por medio de una “forma” que le diera su primitivo creador, forma que es necesario utilizar para reproducir esa creación en la actualidad. Para lograr una buena interpretación es necesario comprender primeramente esa creación, por medio de la forma que llegó a nosotros, apli- cando la sensibilidad del intérprete (que es contemporánea), para que renazca la expre- sión antigua. Así, un actor, en su presentación de Romeo y Julieta, interpreta, aplicando su propia sensibilidad, aquello que mucho antes escribiera Shakespeare; un intérprete musical hace lo propio cuando reproduce la segunda sinfonía de Brahms; los ensayistas interpretan lo expresado por algún filósofo en su momento, y los jueces interpretan lo que dice una ley antigua. Toda interpretación presenta el proble- ma de la falta del elemento externo, objeti- vo, ajeno a la forma recibida, que permita C a p í t u l o V I I I INTERPRETACIÓN DE LAS LEYES asegurar cuál fue la verdadera creación que se trata de reproducir. Faltan Shakespeare o Brahms, a quienes preguntarles. Además, el intérprete capta un contenido, o una for- ma, en un medio psicológico, económico y social diverso de los que imperaban cuando fue elaborada la obra. ¿Puede estimarse que la forma sea tan clara que no admita interpretación? No. Una obra musical para piano solo, por ejemplo, puede estar escrita de manera extremadamente clara, y, sin embargo, ella deberá necesariamente interpretarse si queremos escucharla. Y al hacerlo, quien la interprete aplicará, al momento de su presentación, sensibilidades propias, ajenas a las del autor. La interpretación jurídica presenta estos mismos problemas, pero a ella debemos agregar una dificultad que le es propia: la forma pretérita puede seguir teniendo validez, en el caso de la ley vigente, y ser necesario aplicarla a situaciones actuales, extrañas y no previstas por quienes la ori- ginaron. De todo lo anterior no podemos sino concluir que no puede existir una inter- pretación definitiva, de hoy para siempre: la interpretación es un fenómeno constan- te, tanto en materia musical, dramática o jurídica. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Busque en el Diccionario de la Real Academia Española el significado de la palabra “interpretar”. Si no tiene a su alcance ese Dic- cionario, haga este ejercicio con cualquier otro. 2. Hoy se denomina también “intérprete” al traductor de algún discurso desde un idioma 112 Tercera parte. Teoría de la ley a otro, cuando esa traducción se efectúa oral- mente. ¿Cómo puede usted asegurarse de que al interpretar ese discurso el intérprete reprodujo exactamente el pensamiento del orador? 3. ¿Puede una interpretación ser entendida de manera diversa por varias personas que la reciben? II. LA INTERPRETACIÓN DE LAS LEYES 55. Explicación Tradicionalmente se ha dicho que cuando se interpreta la ley, lo que se hace es desentrañar su verdadero sentido y alcance. Lo que se pretende con la inter- pretación es determinar qué es lo que la norma quiere decir. Se dice que lo que debe buscarse es el “sentido de la ley”, pero ¿qué entendemos por sentido de la ley? ¿La voluntad del legislador o la voluntad de la ley? Sostenemos que el “sentido de la ley” debe buscarse en la voluntad de la ley misma; que debe buscarse cuál es el significado intrínseco de la disposición, independientemente de la voluntad subjetiva del legislador. La voluntad de la ley debe ser conside- rada objetivamente, porque la ley no se hace por un solo legislador, sino que se crea mediante la concurrencia de varias voluntades, y por medio de la transacción entre diversos intereses que pueden ser contrapuestos. Del enfrentamiento entre esas posiciones dentro del debate parla- mentario, surge un texto legal único, que es el que será objeto de la interpretación. Puede, incluso, haber alguna conclusión impensada en la obra legislativa. 56. NICOLÁS COVIELLO: Doctrina general del Derecho Civil, Unión Tipográfica Edi- torial Hispano-Americana, México, 1938, págs. 71 y 72. El sentido de la ley Puesto que la interpretación consiste en escudriñar y determinar el sentido de la ley, se hace necesario ante todo ver qué debe entenderse por sentido de la ley, llamado también pensamiento, espíritu, voluntad de la ley (voluntas, potestas, vis, mens legis). Creen algunos que el sentido de la ley equivale, ni más ni menos, a la voluntad del legislador. Piensan otros que el legislador tiene la sencilla función de medio para formar la ley, la cual, una vez formada, tiene una entidad por sí misma, y un contenido propio que se resuelve en el significado intrínseco de la disposición, indepen- dientemente de la voluntad subjetiva de su autor. Así es que lo que se llama espíritu o sentido de la ley no es la voluntad del legislador, sino la voluntad de la ley consi- derada objetivamente, como un ente que existe por sí, dotado de fuerza propia. La segunda opinión es la más aceptable. Decir precisamente que el espíritu de la ley se identifica con la voluntad del legislador es algo que no está conforme con la realidad de las cosas, especialmente si se atiende a la formación de la ley en los Estados mo- dernos. La ley no se forma por uno solo, de tal suerte que fuera lícito pensar que la palabra empleada en el texto fue adoptada por el autor para expresar únicamente su pensamiento y su voluntad; por el contrario, la ley es efecto de la voluntad de varios que, por más que se hayan puesto de acuerdo en cuanto al resultado final, no tienen a menudo la conciencia plena y clara de lo que quieren, o parten de varios y diferentes motivos, teniendo por ello ideas diversas sobre el alcance y efectos eventuales de la disposición única por ellos querida, o que debieron expresar su pensamiento con matices del lenguaje muy significativos que se perdieron después en la redacción final, ya por la necesidad ineluctable de transigir sobre puntos de pequeña importancia para llegar a un acuerdo sobre el punto principal, ya por olvido o impericia del redactor. Es claro, pues, que el significado de la ley así formada no se puede buscar en la voluntad colectiva, porque ésta, si no es una ficción, no puede ser otra cosa que la reunión de varias voliciones; ni tampoco puede buscar- se en la voluntad de cada uno de los que han participado en la formación de la ley, 113 Cap. VIII. Interpretación de las leyes porque no siendo éstos completamente uniformes ni igualmente conscientes, no tendría la ley un significado único. Pero cuando decimos que el sentido de la ley no es la voluntad del legislador, sino la voluntad de la ley misma objetivamente considerada, no queremos caer en el ri- dículo de atribuir a la ley, digámoslo así, una personalidad humana, reconociéndole una facultad que es propia de ésta y que no se encuentra en las cosas inanimadas, esto es, la voluntad; ni tampoco queremos prescindir así de la realidad, según la cual ya sea que la ley se forme por uno o por muchos, es siempre una manifestación de voluntad. La ley es manifestación de volun- tad de aquel conjunto de personas que con un término abstracto suele denominarse el legislador, pero sólo dentro de ciertos límites a tal grado restringidos, que se eli- mina todo lo que es meramente subjetivo en la voluntad, quedando tan sólo lo que es su resultado final o producto objetivo. En primer lugar, por voluntad del legislador contenida en la ley, no debe entenderse todo el proceso sicológico por el cual cada una de las varias personas que han aprobado la ley se determinó a aprobarla; ni, por consiguiente, la idea más o menos clara y exacta de la norma querida, sino la norma queridaconsiderada en sí misma. En segundo lugar, no cualquiera manifes- tación de la última y final determinación de la voluntad, sino la determinación que tiene todos los requisitos formales para considerarse como ley. En tercer lugar, no son los efectos subjetivamente queridos el contenido de la ley, sino todos y sólo aquellos que la norma querida es capaz de producir, puesta en relación con todas las otras normas vigentes y en contacto con la vida práctica, la cual, con el movimiento continuo que la agita, puede dar a una norma de ley un efecto nuevo y diverso de aquel en que pensaron sus autores, quienes, por la misma imposibilidad objetiva, estaban muy lejos de prever las futuras relaciones sociales y, por ende, el alcance y los efec- tos de la norma por ellos establecida; tal es la parte inconsciente, así llamada, de la obra legislativa. Es, pues, evidente que el espíritu de la ley no es otra cosa que la voluntad del legislador sólo en cuanto se extrae de la ley objetivamente considerada o, en otras palabras, la voluntad de la ley, independientemente de su autor. III. ESCUELAS DE INTERPRETACIÓN JURÍDICA 57. Explicación Existen innumerables escuelas de in- terpretación de la ley. El profesor Máximo Pacheco destaca las siguientes: – Escuela legalista o legislativa. – Escuela exegética o de la voluntad del legislador. – Escuela de la voluntad objetiva de la ley. – Escuela finalista. – Escuela de la libre investigación cien- tífica. – Escuela del derecho libre. – Escuela de la jurisprudencia socioló- gica. – Escuela de la jurisprudencia de inte- reses. – Escuela del realismo jurídico. – Escuela socialista soviética. – Escuela pura del Derecho (Kelsen). No podemos detenernos a analizar cada una de ellas. Tomaremos tan sólo aquellas escuelas que presentan más interés para los objetivos de un curso introductorio al Derecho Civil, como es aquel a que se dirige este texto. 1. ESCUELA DE LA EXÉGESIS 58. Explicación Desarrollada especialmente en Francia durante el siglo XIX, sus principales repre- sentantes fueron Delvincourt, Aubry et Rau, Demolombe, Troplong, Laurent, Baudry- Lacantinerie, todos los cuales estuvieron dentro de los primeros comentaristas del Código Civil de Napoleón. Todos ellos se caracterizaron por sostener que el Derecho 114 Tercera parte. Teoría de la ley está contenido en los artículos de los códi- gos y de las leyes. La costumbre, para ellos, no constituye normalmente derecho. Por lo dicho, corresponde al juez tan solo aplicar el derecho y no ser su creador. ¿Qué sucede si a una norma se le atri- buyen diversas interpretaciones? ¿Puede el juez aplicar estas normas a su manera, de conformidad con las transformaciones y necesidades del cambio social? La escuela de la exégesis responde estas preguntas con un rotundo no, porque el juez, en su interpretación, debe buscar la intención del legislador que el texto con- tiene, sin que pueda apartarse ni un ápice de esa intención. ¿Cómo se busca el espíritu del legisla- dor? En primer lugar, se procura encontrar este espíritu en la letra de la ley. Existe entre estos autores de la escuela de la exé- gesis un verdadero culto por la letra de la ley, lo que se demuestra por los dichos de Bugnet (“Yo no conozco el Derecho Civil, yo no enseño más que el Código de Napo- león”) y de Proudhon: (“Es en el Código de Napoleón donde se necesita estudiar el Código de Napoleón”). En defecto de la letra de la ley, se pue- den buscar los precedentes históricos. Si existe alguna duda acerca del alcance de una disposición porque el legislador nada dijo al respecto, ha de estimarse que quiso ser fiel a la legislación anterior. También puede recurrirse a la interpre- tación lógica, que consiste en comparar el texto dudoso con los demás textos relativos a la misma materia o a materias análogas, contenidos en la misma ley que se pretende interpretar. Pero todos estos ejercicios deberán realizarse sin abandonar jamás la búsque- da del espíritu del legislador. Es por ello que Demolombe señala que: “interpretar es descubrir, dilucidar el sentido exacto y verdadero de la ley. No es cambiar, modi- ficar, innovar; es declarar, reconocer. La interpretación puede ser más o menos ingeniosa o sutil; puede, a veces, atribuir al legislador intenciones que no tenía…, mejores o menos buenas, pero nunca debe tener la pretensión de haber inventado; de lo contrario no sería ya interpretación”.1 Las primeras críticas que surgieron al pensamiento de esta escuela dicen relación con la idea de buscar la voluntad o el espíritu “del legislador”. El problema surge cuando es necesario distinguir entre “el legislador”, por un lado, y el “autor intelectual”, por el otro. Daremos algunos ejemplos. Se señala que fue Justiniano “el legis- lador” del Digesto, pero si indagamos en la historia, veremos que el célebre jurista Triboniano había hecho saber al Emperador que, sobre la materia que iba a constituir el Digesto, se habían escrito dos mil libros, compuestos por tres millones de párrafos, los cuales había que leer y ordenar. Esa la- bor la realizó el mismo Triboniano, con la ayuda de dieciséis jurisconsultos. Justiniano sólo lo promulgó. ¿Quién fue “el legislador” en este caso? En el caso del Código Civil francés, sabemos que sus redactores fueron unos pocos juristas de excepción, conocedores del Antiguo Derecho, pero imbuidos de los aires del tiempo nuevo, como Portalis o Cambacérès, que tuvieron a la vista los trabajos previos de Domat y Pothier. No obstante, este Código fue promulgado por Napoleón y lleva su nombre. ¿Quién fue “el legislador”? En nuestro país, Bello fue quien redac- tó el Código Civil. Esta redacción sufrió algunas pequeñas modificaciones por indicaciones de los miembros de las Comi- siones Revisoras del mismo. El Código fue aprobado por el Congreso y promulgado por el Presidente Manuel Montt. ¿Quién fue “el legislador”? ¿Bello o los parlamentarios que lo aprobaron sin discusión? En el caso de las leyes modernas, ¿po- demos recurrir a la pugna de intereses y voluntades encontradas durante su redacción para buscar la voluntad de “el legislador”? Interpretar no puede ser reconstituir el pensamiento del legislador. 1 DEMOLOMBE, citado por JULIEN BONNECASE en La Escuela de la Exégesis en el Derecho Civil, traducción de la segunda edición francesa, México, 1945. 115 Cap. VIII. Interpretación de las leyes Es a partir de esta crítica que la propia escuela de la exégesis modifica su posición originaria y sostiene que no es ya la “vo- luntad del legislador” la que es necesario buscar, sino la voluntad o el sentido de la propia ley, muy distinto, por cierto, de la voluntad del legislador. Se dice ahora que la ley adquiere, desde su promulgación, una voluntad objetiva propia, se pone a existir por sí, independientemente del legislador que le dio origen. El legislador fue sólo un medio para el nacimiento de la ley, la que tiene una voluntad objetiva propia. La voluntad de la ley puede dar origen a muchas posibili- dades impensadas por el legislador; puede haber efectos nuevos y diversos de aquellos en que pensaron sus autores. Es lo que se llama la “parte inconsciente de la obra legislativa”. 59. JULIEN BONNECASE: La Escuela de la Exé- gesis en el Derecho Civil, traducción de la segunda edición francesa, México, 1945. Nota: Con el nombre de “Escuela de la Exégesis” se agrupa a los comentaristas del Código de Napoleón, que van desde Delvincourt a Aubry y Rau, es decir, a los autores que analizaron ese cuerpo de leyes desde los años inmediatos a su dictación y hasta fines del siglo XIX. El predominio de la intención del legislador en la interpretación del texto de la ley El Derecho Positivo únicamente está contenido en los artículos de los Códigos, pero puede ser que los textos no hablen por ellos mismos; mejor dicho, si solamente se consideraran en sí mismos, son susceptibles de que les sean atribuidoslos sentidos más opuestos. ¿Se permitirá al jurista aplicarlos a su manera, de conformidad con las trans- formaciones y necesidades del estado social? Es lo que aceptan Saleilles y su escuela. Por el contrario, la Escuela de la Exégesis respondió formalmente a esta cuestión científica en sentido negativo. Según ésta, un texto no vale nada por sí mismo, sino únicamente por la intención del legislador que se considera traducida por aquél. En realidad el Derecho Positivo se estructura en esta intención, y ésta es la que debe buscar el jurista más allá del texto. Todos los partidarios de la Escuela de la Exégesis lo han expuesto con toda claridad así. Pero sobre este punto no conocemos una exposición tan magistral como la pre- sentada por el decano Aubry, en su discurso inaugural en la Facultad de Derecho de Estrasburgo, en 1857: “… los profesores encargados de impartir a nombre del Estado la enseñanza jurídica tienen por misión pro- testar, mesurada pero firmemente, contra toda innovación que tienda a sustituir la voluntad del legislador por una extraña… Toda la ley, tanto en su espíritu como en su letra, con una extensa aplicación de sus principios y el más completo desenvolvi- miento de sus consecuencias, pero sólo la ley, tal ha sido la divisa de los profesores del Código de Napoleón”. “La ley está constituida por la voluntad del legislador –escribía Demante–. El espí- ritu del legislador es para nosotros un guía tan seguro, que con frecuencia debemos hacerlo prevalecer sobre sus términos, en el sentido de que no debemos admitir todas las consecuencias autorizadas por la letra de la ley ni, sobre todo, rechazar las que no resulten de ella necesaria y claramente”… “es al espíritu y no a la letra –dice Delvin- court– a lo que debemos atenernos y, en consecuencia, debemos considerar como contrario a la ley no solamente todo lo que lesione su espíritu y letra, sino también lo que lesione al espíritu que encierra la letra”. Sería conveniente saber en qué elemen- tos debe uno basarse para determinar la voluntad presunta del legislador. Ciertos representativos de la Escuela de la Exégesis no se apuran por tan poco. Tal es el caso de Demolombe, cuya doctrina, en verdad, muestra cierta desenvoltura. “Interpretar –dice– es descubrir, dilucidar el sentido exacto y verdadero de la ley. No es cambiar, modificar, innovar; es declarar, reconocer. La interpretación puede ser más o menos ingeniosa o sutil; puede, a veces, atribuir al legislador intenciones que no tenía…, 116 Tercera parte. Teoría de la ley mejores o menos buenas, pero nunca debe tener la pretensión de haber inventado; de lo contrario no sería ya interpretación”. Contrariamente a una opinión soste- nida en la época contemporánea, no se considera a la jurisprudencia como fuente propia del Derecho Positivo, sus decisiones no pueden valer más que por los motivos que la justifican. Por sí misma, la jurispru- dencia no tiene ningún título por el que pretenda encarar el espíritu de la ley; vale, científicamente, lo que valen las opiniones de la doctrina. La Escuela de la Exégesis buscó también otro contenido a la voluntad presunta del legislador; creyó encontrarla en los pre- cedentes históricos. Cuando el legislador no ha expresado su voluntad –dice– se ha referido a la solución anteriormente consagrada en la materia. Aubry y Rau, sobre este tema, dicen: “…En caso de duda sobre la intención del legislador, debe pre- sumirse que quiso ser fiel a la legislación anterior”. Pero como la interpretación histórica es susceptible de faltar, fue necesario a la Escuela de la Exégesis buscar la voluntad presunta de la ley en su objeto y en sus con- secuencias. En otros términos, los exégetas decoraron con el nombre de voluntad del legislador lo que en realidad era ya, con anterioridad, la interpretación científica moderna. Pero con cuánta reserva recurren a este supremo procedimiento. Júzguese por la siguiente declaración de Aubry y Rau: “Los principales medios de la interpretación lógica son los siguientes: 1º La comparación del texto por interpretar con las demás disposiciones legales relativas a la misma materia, o a materias análogas; 2º La investi- gación de los motivos, o del objeto de la ley, en los trabajos preparatorios a su redacción, o en el Derecho anterior; 3º La apreciación de las consecuencias a que conduciría una aplicación extensiva o restrictiva del alcance de la ley. Los anteriores procedimientos no tienen el mismo valor y sus resultados no son de igual certidumbre. El más seguro, sin discusión, es el primero. En cuanto al último, sólo debe recurrirse a él con gran reserva, y considerarlo únicamente como decisivo, cuando conduzca a rechazar una aplicación de la ley que produjera una iniquidad manifiesta, o que supusiera, de parte del legislador, una inconsecuencia flagrante… El procedimiento más seguro es interpretar el Código Civil por el Código mismo”. 2. ESCUELA DE LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA 60. Explicación Sus principales representantes son Cim- bali, Gabba, Bonnecase y Saleilles. Esta escuela debe entenderse contraria de la anterior, pues sostiene que la función del intérprete es transformar los preceptos legales dentro de ciertos límites, para po- nerlos en armonía con las circunstancias sociales, cuando éstas cambian. Sostienen que interpretar es adaptar, pero no derogar. La ley se adapta a las condiciones históricas de la vida; ella deja de ser inmóvil, como lo era para los exégetas, y se hace dinámica. El legislador no está dotado del poder de inmovilizar el Derecho. La norma, para los juristas de esta nueva escuela de la evolución histórica, se convierte en una entidad viviente. Con el paso del tiempo, la ley pierde el sentido que tenía al tiempo de su promulgación, en beneficio del que pueda dársele más tarde, cuando surja la necesidad de aplicarla. Para los juristas de esta segunda escue- la, las normas tienen una parte rígida y otra parte variable; una parte elástica y un límite de esa elasticidad. La parte rígida está constituida por la letra de la ley, la cual permanece inmutable con el paso del tiempo; pero cambia el espíritu con que se la aplica, convirtiéndose ese espíritu nuevo en su parte flexible. 61. JOAQUÍN DUALDE: Una revolución en la lógica del Derecho. Concepto de la inter- pretación del Derecho Privado, Bosch, Barcelona, 1933. Demostrado el fracaso intelectual del legisla- dor, se impone el estudio de los medios para conjurar el conflicto que representa este 117 Cap. VIII. Interpretación de las leyes derrumbamiento: la teoría de la evolución histórica acude a solucionar el problema; su principio fundamental es: los preceptos legales debe transformarlos el intérprete dentro de ciertos límites, para ponerlos en armonía con las circunstancias cuando éstas cambian. Interpretar es adaptar. Ahora bien, adaptar no es derogar; la teoría su- pone en las normas una parte rígida (que las diversas direcciones científicas señalan con criterio distinto) y otra mudable; ésta es la zona elástica y aquélla el límite de la elasticidad. Esta teoría tuvo sus primeras manifesta- ciones rudimentarias a fines del siglo XVIII, y no obstante llevar tanta ventaja cronológi- ca… llevó una vida lánguida. Hoy abruman el número y la autoridad de sus defensores; mas con todo no puede decirse que haya llegado a constituir una escuela. La característica general es la de in- corporar al concepto de interpretación la labor de adaptar los preceptos positivos a las variaciones históricas de la vida, modificán- dolos en consecuencia. La teoría reacciona contra el principio de la inmovilidad de los preceptos positivos, considerándola una pretensión quimérica que se debe deste- rrar de los métodos de interpretación. A este propósito dice Lambert: “A pesar de las enseñanzas tan claras y tan frecuen- temente repetidas de la historia, no han querido comprender que el legislador no estádotado del poder de inmovilizar el Derecho; que la codificación puede, cuanto más, modificar para el porvenir las condiciones de la evolución jurídica, pero no parar o suspender su curso”. La teoría de la evolución histórica hace del precepto una entidad viviente que se acompasa al desenvolvimiento de la vida económica y espiritual de un país. Saleilles dice: “Toda legislación codificada no responde a las exigencias de la vida social para la cual está hecha más que en el momento en que se establece. Si se pretende mantenerla intacta, pronto acontece forzosamente que no hay concordancia entre el Derecho y la vida. Se trata de saber si esta escisión va a ser acep- tada como un mal necesario, salvo que se ponga la legislación acorde por una serie de retoques sucesivos, o si es posible crear un instrumento de una delicadeza bastante flexible y de una seguridad suficiente para establecer la concordancia en todos los instantes entre el organismo jurídico y el organismo social”… “Son las circunstancias del medio y de la vida colectiva de la nación en el momento de la confección de la ley las que explican su fin previsto; la volun- tad del legislador no debe ser tomada en consideración más que en la medida que ella ha sido la intérprete exacta de estas necesidades sociales”. Saleilles termina su razonamiento exigiendo como norma interpretativa “una adaptación al presen- te”. La ley es “una rueda adaptándose al funcionamiento general”; “ninguna ley es un todo por sí misma”. 62. NICOLÁS COVIELLO: Doctrina general del Derecho Civil, Unión Tipográfica Edi- torial Hispano-Americana, México, 1938, págs. 99 y 100. Por eso el método lógico lo sustituyen al- gunos con el método llamado evolutivo, o histórico, o también evolutivo-histórico, el cual consiste en que al texto de la ley hay que darle no ya el sentido que tenía al tiempo de su formación, sino el que puede tener al tiempo en que surge la necesidad de aplicarlo. Y así, permaneciendo inmutable la letra de la ley, debe considerarse mu- dado su espíritu, en conformidad con las nuevas exigencias de los tiempos; en otros términos, también el texto de la norma jurídica debe sufrir la ley de la evolución y adaptarse al ambiente histórico en un momento determinado. De lo cual se se- guiría que la verdadera fuente del Derecho sería la exigencia social más que la norma legislativa, que no sería sino una fórmula a la que se puede infundir el contenido que los nuevos tiempos reclaman; un marco al que puede ajustarse cualquier cuadro. Al- gún otro, a quien este sistema no le parece aceptable, propone el método positivo. Así como el objeto del Derecho estriba en la utilidad social, así la fuente del Derecho es el objetivo práctico, la exigencia social, la naturaleza de las cosas; por lo tanto, 118 Tercera parte. Teoría de la ley el interpretar no consiste en buscar la intención del legislador, sino en indagar la finalidad práctica: el Derecho no es la creación espontánea del legislador, sino el resultado necesario de la naturaleza de las cosas. En consecuencia, no sólo sirve esta investigación en la interpretación de una norma existente, sino también para el efecto de crear normas que no se encuentran en la ley escrita. Otros hay que si bien reputan que la ley escrita ha de respetarse cuando es clara, creen que no hay obligación de seguirla cuando es oscura, o deja de pro- veer del todo a los casos de la vida. Pero entonces, según algunos más moderados, precisa recurrir a la costumbre, a la juris- prudencia, al Derecho Científico, y aun al Derecho Natural; según otros, rebeldes a cualquier freno, todo debe remitirse a la voluntad del juez: quien no es intérprete, sino creador del Derecho; quien no debe realizar un acto de inteligencia, sino de voluntad. ¡El Derecho libre es el que debería triunfar! Lo cual significa, en otros térmi- nos, la anarquía en el Derecho.2 3. ESCUELA DE DERECHO LIBRE (o de la jurisprudencia libre) 63. Explicación Esta escuela está representada por los juristas Gény y Kantorowicz. Sostiene la existencia de lagunas legales, materias o conductas a que no se refiere la ley, sea porque nunca las imaginó, sea porque dos normas que se refieren a ellas se contradicen en tal forma que se abrogan mutuamente, 2 Parécenos útil transcribir las palabras de Jhering contra Schlossman, que en su libro Der Vertrag asumió la defensa del sistema del Derecho libre, por más que no haya usado esta expresión; y las tomamos de la traducción francesa de la obra Scherz und Ernst in Iurisprudenz, parte III (en los Etudes complémentaires de l’Esprit du d..r., vol. IV, págs. 350 y 351, nota 151). “El lector podrá figurarse ahora cómo serán los fallos si el nuevo evangelio de la realización de la idea de justicia por el juez ha de hacer prosélitos entre los alumnos de este sabio. Ojalá que el autor sea el primero en experimentarlo en un proceso en que figure como parte. Para condenar semejantes tentativas de demolición científica ninguna expresión es demasiado fuerte. sea porque la ley las trata en general, pero no se refiere a ellas en particular. En esas lagunas, y sólo en ellas, el juez tiene facultades para crear la ley. Esta escuela respeta la ley promulgada y vigente; pero en sus límites propios, y permite al juez crear derecho fuera de dichos límites. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Lea los artículos 19 a 24 del Código Civil chileno y resuelva si estas disposiciones sobre in- terpretación de la ley siguen los postulados de la escuela de la exégesis (en la modalidad de buscar la voluntad del legislador, o en su modalidad de buscar la voluntad de la ley), los de la escuela de la evolución histórica o los de la escuela del derecho libre. 2. En una revisión de los artículos 19 a 24 del Código Civil chileno, ¿por cuál de las tres es- cuelas estudiadas se inclinaría usted, si se tratara de adoptar una nueva forma de interpretación de las leyes? IV. LA ACOGIDA DE LOS MÉTODOS DE INTERPRETACIÓN DE LAS LEYES POR EL CÓDIGO CIVIL CHILENO 64. Explicación Cuando Bello redactó los artículos 19 a 24 del Código Civil, sobre interpretación de la ley, lo hizo, sin duda, bajo la influencia de los juristas representativos de la escuela de la exégesis, únicos que conocía. La idea que se reflejó en el artículo 19, que privilegia el tenor literal de la ley sobre su espíritu, es reiterada en un artículo publicado en “El Araucano”, donde señala que prefiere quedarse con la interpretación que primero atiende a las palabras de la ley, y sólo si la disposición no es clara, acudir al espíritu de la misma. A pesar de lo anterior, da la impresión que Bello, en la redacción de las normas que regulan la interpretación de la ley, dejó una puerta abierta para acoger la interpretación histórica. Quienes acogen esta posibilidad han sostenido incluso que 119 Cap. VIII. Interpretación de las leyes el Código no necesita ser modificado en su letra, puesto que por medio de la inter- pretación es posible adaptar sus normas a la realidad de nuestra época. 65. ANDRÉS BELLO: Editorial de “El Arau- cano” Nº 632, de 30 de septiembre de 1842 (citado por Miguel Luis Amunátegui Reyes, Obras Completas de don Andrés Bello, volumen XIII, Proyecto Inédito de Código Civil, pág. 5, Santiago, 1890). Nos inclinamos a creer que muchas cues- tiones no se suscitarían o llegarían con más facilidad a una solución satisfactoria si por una y otra parte se siguiesen unas mismas reglas de interpretación legal. Pero mien- tras unos adhieren estrictamente al texto y tratan de licenciosa la inteligencia de sus antagonistas, otros creen que lo sublime de la hermenéutica legal es internarse en la mente del legislador y asistir a sus consejos. Por este medio, según conciben, se toma por guía no las palabras de la ley, sino su intención, su idea. Pero lo que sucede las más de las veces es que el intérprete susti- tuye a la idea del legislador la suya propia. Y de ahítantas y tan encontradas opiniones sobre la inteligencia de los textos más claros. Nosotros creemos que lo más seguro es ate- nerse a la letra; que no debemos ampliarla o restringirla sino cuando de ella resultan evidentes absurdos o contradicciones; y que todo otro sistema de interpretación abre ancha puerta a la arbitrariedad y destruye el imperio de la ley. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. ¿Cree usted que sería posible encontrar en los artículos 19 a 24 del C.C. algún fundamento para dar al intérprete facultad actualizadora de la ley? ¿Qué comentarios le sugiere el editorial de Bello en “El Araucano”? 2. Lea con detención los arts. 19, 20, 21, 22, 23 y 24 del C.C., los que deberán ser utilizados en los ejercicios que siguen. 66. JURISPRUDENCIA CONTRA MARIO CÉSAR COHEN S. Y OTROS. Corte de Apelaciones de Concepción. Recurso de Apelación, 27 de mayo de 1969. Revista de Derecho y Jurisprudencia, Tomo 66, Secc. 4ª, pág. 203 (síntesis del profesor Ramón Domínguez). Hechos: Un microbús embistió a la citroneta del demandante, destruyéndola casi totalmen- te. Se argumentó, y se probó, por parte del actor, que los daños sufridos por su vehículo alcanzaban la suma de Eº 13.500 y que, a la época del accidente (1966), el precio de un vehículo semejante en estado nuevo era de Eº 14.000, más o menos. Pero, además, el demandante pretendió se le pagara como daños la suma de Eº 13.500 reajustada, por concepto de la desvalori- zación monetaria que correspondiera, según determinación del tribunal, entre la fecha del choque y la del pago efectivo de la indemnización. Derecho: El Código Civil, en el Título XXXV del Libro IV, establece la obligación de pagar los daños causados a otro por un acto cul- pable del hecho. El art. 2314, que sienta el principio general de la responsabilidad por el hecho propio, señala que: “El que ha cometido un delito o cuasidelito que ha inferido daño a otro, es obligado a la indemnización; sin perjuicio de la pena que le impongan las leyes por el delito o cuasidelito”. Por su parte, el art. 2329 inc. 1º agrega que: “Por regla general todo daño que pueda imputarse a malicia o negligencia de otra persona, debe ser reparado por ésta”. No define el C.C. lo que debe entender- se por daño y, por otra parte, el fenómeno de la desvalorización monetaria no era conocido en Chile a la época de dictarse el Código Civil. Se sabe, no obstante, que la pérdida del valor adquisitivo de la moneda es cuestión que se produce día a día, hasta el punto de aceptarse, para paliar sus efectos, medios de ahorro que suponen un reajuste según el alza del costo de la vida. 120 Tercera parte. Teoría de la ley Resuelto: 8º. Que, en cuanto al monto básico del daño, esto es, el valor que los daños causados tenían al tiempo de ocurrir el accidente, como ya se dijo, la sentencia de primera instancia debe ser confirmada en cuanto fija este valor en la suma de Eº 13.500. Respecto a lo que se cobra por concepto de la desvalorización monetaria, tal peti- ción no aparece amparada por ninguna disposición legal que la justifique. Sin embargo, no puede desconocerse la evidencia de que la desvalorización mo- netaria es un hecho cierto, y son evidentes también los perjuicios injustificados que este fenómeno causa a la mayoría de las personas, como tampoco puede negarse el beneficio que acarrea a otras. Ante esta situación, en virtud de la au- tonomía de la voluntad, es frecuente que las personas en sus contratos eludan fijar un pago diferido en moneda corriente, y lo hagan en cosas, productos o mercaderías, que de ordinario no están afectos a desvalo- rización. El mismo es el fundamento de los contratos en que se fijan precios o cánones en base al sueldo vital de los empleados par- ticulares, o se recargan con porcentajes que compensen la desvalorización de nuestra moneda; y todos estos sistemas en que no se contrata ni se paga en base a moneda legal de curso forzoso son expresa o tácitamente aceptados por la autoridad. Siendo así, resulta por lo demás justifi- cada la petición del demandante en orden a que se le abone lo que corresponda de acuerdo a la disminución del poder adqui- sitivo de nuestro signo monetario, porque es atinado tratar que la indemnización efec- tivamente elimine el daño causado, lo que no se lograría si se dispusiere únicamente el pago de valores que, como en la especie, se han fijado con gran antelación, debien- do, sin embargo, limitarse al aumento por desvalorización monetaria a la fecha de la sentencia de término, ya que cualquier aumento posterior de ella atentaría a la institución de la cosa juzgada. 14. Que, con posterioridad a la senten- cia de primera instancia fueron agregados por la parte querellante los documentos enrolados entre las fojas 146 a 149. El de f. 146 es un certificado del Inspector Provincial de la Dirección de Estadística y Censos, que se refiere a la variación del índice de precios al consumidor entre mayo de 1966 y noviembre de 1968, cuyo porcentaje alcanza al 65,57% y corrobora lo dicho en este fallo en relación con la merma del valor adquisitivo de nuestro signo monetario; el de f. 147 a), com- plementado por el de f. 148, contribuye también a acreditar el mismo fenómeno en base al aumento que las tarifas de la locomoción colectiva han experimentado desde febrero de 1966 a enero de 1968 en la provincia de Concepción; y el de f. 147 es un certificado de la firma Bernardo Esquerré, distribuidores de vehículos Citroën, en que se expresa que en mayo de 1966 el precio de una citroneta era de Eº 15.688 y que a la fecha del certificado, 16 de enero de 1969, era de Eº 27.860 y demuestra el aumento de precio que han tenido estos vehículos. Todos estos documentos concurren a justificar el cobro que el demandante hace en razón de la desvalorización mo- netaria. Por estas consideraciones y de confor- midad con lo que disponen los arts. 2314 y 2329 del Código Civil y 529 del Código de Procedimiento Penal, se confirma la sentencia apelada de 8 de marzo de 1968, escrita a f. 92, con declaración de que la suma que, según el fallo en alzada, los querellados Mario Cohen S. y Mario Piña S., deben pagar como indemnización de perjuicios al querellante Erlfriev Schmidt, se aumentará con las cantidades que corres- ponden a la desvalorización monetaria que, de acuerdo con las estadísticas oficiales, se haya producido entre la fecha del accidente que originó este proceso y aquella en que quede ejecutoriada esta sentencia, según liquidación que se efectuará en el cumpli- miento de lo fallado. Redacción del Ministro don Abraham Solís Guíñez. – José Cánovas Robles – Tomás Chávez Chávez – Abraham Solís Guíñez. 121 Cap. VIII. Interpretación de las leyes PREGUNTAS Y EJERCICIOS 1. Frente a los textos de los arts. 2314 y 2329 inc. 1º del C.C., ¿es correcto decir que nuestra legislación rechaza el pago de la suma en que haya aumentado el daño, en razón de la desvalorización monetaria? 2. ¿Cuál cree usted que fue la “voluntad de la ley” al momento de dictarse, en 1855, los arts. 2314 y 2329? 3. ¿Qué comentarios le merece el fallo trans- crito, frente a las dos escuelas de interpretación de que se trata más arriba? 4. ¿Cómo habría usted fundamentado un fallo que, interpretando los arts. 2314 y 2329 inc. 1º del C.C., negara lugar a la indemnización por la desvalorización monetaria? 5. ¿Habría fundamentado de manera di- versa a la que usó la sentencia transcrita una resolución que aceptara la indemnización por la desvalorización monetaria? ¿Podría haber recurrido a alguno de los arts. 19 a 24 del C.C. para fundamentar este fallo? V. OBJETOS DE LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA 67. Explicación En este párrafo intentaremos responder la pregunta ¿qué debe interpretarse? ¿Cuá- les son los objetos de la interpretación? 1. Las disposiciones del ordenamiento jurí- dico vigente Debemos interpretar todas las normas que rigen en una sociedad determinada.En orden jerárquico, debemos interpretar la Constitución Política de la República, las leyes, los decretos con fuerza de ley, los decretos leyes, los decretos y los reglamen- tos. En general, interpretamos todo lo que llamamos “ordenamiento jurídico”. En ello no hay controversia. Sin embar- go, surge en este punto la pregunta: ¿debe- mos interpretar la costumbre? Hubo cierta discusión al respecto, discusión surgida en virtud del artículo segundo del Código Civil, el que a contrario sensu establece que la costumbre sí constituye derecho en los casos en que la ley se remite a ella. Nosotros pensamos que en estos casos de- beremos interpretarla, al igual que en el caso que ella constituya fuente autónoma del derecho, como ocurre en el Derecho Comercial. Sin embargo, la costumbre que vale jurídicamente y que, por lo tanto, es sus- ceptible de interpretación, está constituida por un conjunto de hechos sociales. Ave- riguar cuál es la costumbre en un lugar y tiempo determinados no es un problema de derecho, sino un problema de hecho. La costumbre no se interpreta, sino que se averigua; pero una vez determinada cuál es esa costumbre, ella se convierte en ley y, entonces, deberemos interpretarla. En consecuencia, la costumbre se in- terpreta sólo en la medida que constituya derecho. 2. Los actos unilaterales de soberanía Son aquellos elaborados por una au- toridad, ordenando a ciertos particulares la realización de ciertas conductas. Estos particulares resultarán obligados por estos actos unilaterales de soberanía. En esta categoría encontramos las sentencias judiciales y los actos adminis- trativos; ambos actos son susceptibles de interpretación. 3. Los negocios jurídicos Tales son los contratos y los testamentos. Estos actos se generan por una manifesta- ción uni o bilateral de voluntad de uno o varios particulares, y generan obligaciones para los que han manifestado voluntad o para terceros. Ellos también deben ser interpretados. Sin embargo, en estos casos el Código establece reglas especiales de interpretación. 4. Los tratados internacionales En nuestro país se ha planteado el problema de saber si ellos se interpretan atendiendo a las reglas de interpretación de las leyes (arts. 19 a 24 del C.C.) o bien a 122 Tercera parte. Teoría de la ley las reglas de interpretación de los contratos (arts. 1560 a 1566). Este problema surge de la necesidad de determinar la naturaleza jurídica de estos actos. ¿Son leyes o son contratos? Por una parte, se sostiene que son contra- tos, convenidos por las partes que manifies- tan su consentimiento, aunque esas partes sean naciones soberanas. Incluso es usual denominar “Altas Partes Contratantes” a las naciones que los suscriben. Por esta razón, se sostiene que deberían ser interpretados atendiendo a las reglas establecidas para los contratos. Estas reglas de interpretación de los contratos han sido invocadas por Chile en algunos conflictos limítrofes con sus vecinos. Así sucedió con motivo del conflicto que sostuvimos con Argentina a propósito de la soberanía sobre las islas del Canal de Beagle, donde nuestro país utilizó como argumento fundamental la aplicación práctica hecha por Chile, con aprobación de Argentina, de las cláusulas del tratado que fijó sus fronteras comunes, principio establecido dentro de las reglas de interpre- tación de los contratos, en el artículo 1564, inciso tercero, del Código Civil. El conflicto que ocasionó la guerra del Pacífico, en 1879, surgió de la aplicación de las reglas sobre la condición resolutoria tácita, por parte del gobierno de Chile. En efecto, Chile entendió que el Tratado que fijó sus límites con Bolivia era un contrato bilateral, puesto que Bolivia se obligó por medio del mismo a no alzar ciertos impuestos sobre las explotaciones chilenas de salitre. El incumplimiento por Bolivia de su obligación permitía a Chile resolver el tratado, confor- me a la disposición del art. 1489 del C.C., y recuperar los territorios que había cedido a Bolivia, al norte del paralelo de Taltal. Finalmente, cabe destacar que el prin- cipio general de Derecho Internacional Público sobre respeto de los tratados, no es más que una aplicación del principio pacta sunt servanda establecido en nuestro Código en el artículo 1545. Sin embargo, en nuestro país, los tra- tados son aprobados como si fueran ley, y tienen la fuerza de una ley. Por ello se sostiene que ellos deberán ser interpretados también por medio de las disposiciones de los artículos 19 a 24 del Código Civil. 5. ¿Se interpretan los hechos jurídicos? Algunos sostienen que ellos también deben interpretarse. En este sentido, el pro- fesor CARLOS DUCCI, en su obra Interpretación Jurídica (Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1977) sostiene que los hechos jurídicos son objeto de interpretación, por cuanto es nece- sario determinar si ellos constituyen hechos jurídicos o simples hechos materiales, esto es, deben interpretarse para determinar si son o no relevantes para el derecho. También deberán interpretarse estos hechos para calificarlos de lícitos o ilícitos. Conforme al profesor Ducci, su inter- pretación debería realizarse después de la determinación de su existencia, de sus circunstancias y de sus antecedentes, todo lo cual constituye un conjunto de hechos objetivos que son objeto de la prueba. Una vez establecidos esos hechos, podrán ser objeto de interpretación. PREGUNTAS Y EJERCICIOS 3. ¿Qué entiende usted por “ordenamiento jurídico”? ¿Cree usted que un contrato suscrito entre dos particulares forma parte del “ordena- miento jurídico”? 4. La costumbre ¿es interpretable? 5. ¿Cree usted que los tratados interna- cionales deben interpretarse por medio de las disposiciones sobre interpretación de la ley, o por medio de aquellas sobre interpretación de los contratos? 6. Los hechos jurídicos ¿son interpretables? 7. Trate de distinguir entre “verificación” e “interpretación” ¿Cuál es el límite que separa estos conceptos? VI. CLASES DE INTERPRETACIÓN DE LAS LEYES 68. Explicación Podemos clasificar las interpretaciones de las leyes atendiendo al sistema estableci- 123 Cap. VIII. Interpretación de las leyes do para realizar dicha interpretación. Así, distinguiremos si el sistema de interpreta- ción es reglado, como el nuestro, donde es el legislador el que ha establecido las normas de la interpretación; o bien, si el sistema es no reglado, en cuyo caso no se han establecido normas específicas para la interpretación jurídica. También podemos clasificar la inter- pretación atendiendo a los sujetos que intervienen en tales actos. Así, distingui- remos entre: 1) Interpretación doctrinal o privada, que es aquella interpretación no vinculante realizada por los juristas o por los particulares quienes diariamente se ven obligados a interpretar las normas jurídicas que regulan su vida diaria, y 2) Interpretación de autoridad o pública, que es aquella realizada por los órganos establecidos por la ley para ello, la que obligará a los particulares a los cuales va dirigida. Finalmente, en cuanto a su fuerza obli- gatoria, podemos distinguir entre la inter- pretación vinculante y la interpretación no vinculante. La interpretación no vinculante es aquella que no tiene ninguna relevancia jurídica, puesto que es realizada por la doctrina o por los particulares, ninguno de los cuales son órganos llamados por la ley para interpretar las normas de una forma que obligue a terceros. En cambio, la in- terpretación vinculante es aquella realizada por los órganos señalados por la ley para obligar a los particulares, señalándoles el verdadero sentido y alcance de la norma interpretada. Esto es lo que sucede en los casos de la interpretación judicial y de la interpretación legal. La interpretación vinculante puede ser subclasificada en aquella interpretación cuya fuerza obligatoria sólo afecta de ma- nera relativa a los particulares, y aquella