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(Biblioteca de psicología y psicoanálisis) Heinz Hartmann - Ensayos sobre la psicología del yo-Fondo de Cultura Económica (1987)

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Heinz Hartmann* M
§ Ensayos sobre 
la psicología del yo
$
Heinz Hartmann1 v
Ensayos sobre 
la psicología del yo
Saludado por la crítica especializada como “probablemen­
te el libro más importante de psicoanálisis publicado en los 
últimos años”, Ensayos sobre la psicología del yo es una 
tentativa más por acercarse a una psicología general del 
comportamiento humano, meta entrevista por Freud justa­
mente cuando profundizaba en sus estudios sobre el yo y 
sus funciones.
En el presente volumen, Hartmann reúne ensayos que 
abordan diversos aspectos de la teoría psicoanalítica y su 
vinculación con otras ramas del saber: el concepto de salud 
3 en psicoanálisis, la aplicación de los conceptos analíticos a 
2 la ciencia social, efestatuto científico deda teoría psicoana- 
g lítica, las diferencias entre la comprensión y la explicación 
^ o los estudios psiquiátricos sobre los gemelos, son algunos 
" de ellos. Pero, sin duda alguna, el tema central del presen- 
2 te libro es las funciones y el desarrollo del yo; un tema que 
2 Freud consideró, desde sus primeros acercamientos a él, co- 
^ mo extraordinariamente fecundo y vía para alcanzar una 
c nueva dimensión de la teoría psicoanalítica, y que, sin em- 
J bargo, no llegó a desarrollar.
^ El método utilizado por Hartmann para abordar los as- 
8 pectos evolutivos, adaptativos, integrativos y económicos del
*7.. yo, facilita el intercambio entre el conocimiento alcanzado 
'g por el análisis y el obtenido por otros métodos psicoanalíti-
V)
Q eos. De ahí su importancia fundamental.
r
$1i 000
Fondo de Cultura Económica
L
Biblioteca de Psicología y Psicoanálisis 
Dirigida por Ramón de la Fuente
ENSAYOS SOBRE LA PSICOLOGÍA DEL YO
Traducción de 
Manuel de la Escalera
HEINZ HARTMANN
ENSAYOS
sobre
la psicología del yo
a?
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
MÉXICO
Primera edición en inglés, 1964 
Primera edición en español, 1969 
Primera reimpresión, 1978
Seguida reimpresión, 1987
Titulo original:
Essays oh Ego Prychology
C 1964, International Uníversilies Press, Nueva York
D. R. O 1969, Formo na Cultura Económica
D. R. © 1987, Fondo oe Cultura Económica, S. A. dc C. V.
Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F.
ISBN 968-16-0109-2
Impreso en México
PREFACIO
La primera parte de este volumen está compuesta por una se­
lección de ensayos sobre la teoría psicoanalítica, que fueron 
escritos y publicados entre 1939 y 1959. La segunda comprende 
algunas publicaciones de época anterior cuya preocupación pri­
mordial no era el desarrollo de las teorías analíticas, pero que, 
sin embargo, de un modo o de otro, me parece que contribuyen 
a ello. Los escritos contenidos en la Primera Parte se reprodu­
cen en orden cronológico y casi sin sufrir variación alguna, por 
lo que han resultado inevitables algunas repeticiones. Como 
estos ensayos —aun aquellos que forman la Primera Parte del 
libro— muestran el desarrollo de mi pensamiento durante un 
periodo de tiempo relativamente largo, la exposición de los mis­
mos temas difieren en ciertos casos de los escritos más antiguos 
a los más recientes. Por último, quiero advertir que sólo en 
muy contadas ocasiones se han añadido algunas referencias a 
trabajos efectuados después de la primera aparición de estos 
artículos por separado.
Agradezco ai Dr. Stefan Betlheim su consentimiento para la 
publicación en este libro del trabajo que escribió en colabora­
ción conmigo (capítulo 17).
También deseo dar las gracias a los traductores que acome­
tieron la ardua tarea de hacer la versión inglesa de aquellos 
escritos redactados y publicados originariamente en alemán. El 
difunto Dr. David Rapaport tradujo el capítulo 17; el profesor 
Jacob Needleman, del Departamento de Filosofía del San Fran­
cisco State College, tuvo a su cargo la traducción del capítulo 18; 
y el Dr. Lewis W. Brandt, del Departamento de Psicología de la 
Farleigh Dickinson University, tradujo los capítulos 19 y 20.
Estoy agradecido en particular a Mrs. Lottie Maury Newman, 
tanto por sus muchas y valiosas sugerencias editoriales, como 
por la revisión de las traducciones. Y estimo, sobre todo, el am­
plio conocimiento de la materia que aportó en su tarea, asfe 
como la ayuda constante y la clara visión de su juicio.
7
INTRODUCCION
Los trabajos que se incluyen en este libro tratan de varios aspec­
tos de la teoría psicoanalítica y, exceptuando unos cuantos, más 
específicamente del tema indicado por el título principal de la 
obra. No es éste el lugar adecuado para determinar en detalle 
su posición con respecto a las diversas tendencias del desarrollo 
de la psicología psicoanalítica, pero en algunos de dichos tra­
bajos se hace referencia a este punto con más extensión. La 
historia del pensamiento de Freud en sus últimos años, y en 
particular sobre la psicología del yo, ha sido trazada reiterada­
mente por mí mismo, por E. Kris y por Rapaport. Estos estu­
dios históricos describen en parte el trabajo del propio Freud 
y en parte el de contribuyentes posteriores. Aquí bastará con 
hacer constar que, a consecuencia del trabajo de Freud sobre 
el yo en los años veintes y treintas, atribuimos ahora al yo una 
mayor importancia dentro de la totalidad de la personalidad 
humana y hemos venido gradualmente subrayando tanto su in­
dependencia parcial como sus aspectos estructurales, dinámicos 
y económicos.
El punto de vista estructural de Freud y, sobre todo, sus últi­
mas hipótesis sobre las funciones y el desarrollo del yo, añadie­
ron una nueva dimensión a la psicología psicoanalítica. Ellas 
señalaron que ésta podría expandirse mucho más, y pronto fue 
comprendida su verdadera fecundidad. Aun cuando en sus pos­
treros escritos ofreció un esbozo muy amplio de esta cuestión, 
ya no pudo conferirle el mismo género de elaboración sistemá­
tica que antes logró en otros capítulos del psicoanálisis. No 
obstante, Anna Freud dio, en vida del profesor, un paso impor­
tante en este sentido, con su sutil clasificación de los mecanis­
mos usados por el yo en su defensa contra los impulsos ins­
tintivos * y contra la realidad exterior. El efecto estimulador de 
estos trabajos, para el desarrollo clínico, teórico y técnico del 
psicoanálisis, ha sido amplio y penetrante.
Mi primer acercamiento a algunas de las preguntas que se han 
hecho o que pueden hacerse en este nuevo terreno de investiga­
ción, quedó bien sentado en Ego Psychology and the Problem of 
Adaptation (1939).** En ciertos casos los trabajos recogidos en 
este libro representan un desarrollo de los puntos de vista y de 
las hipótesis que presenté en ese ensayo.
El estudio consecuente del yo y de sus funciones prometió 
acercar más el análisis a la meta establecida por él, por Freud
* Instinctual drive en el original. Con esta expresión trata Hartmann 
de captar en inelés el sentido de la voz alemana Trieb diferente a Instinkt, 
a la cual sí traduciría la palabra instinct (o la española instinto). Cap. 4 IR.J. 
** Hay versión castellana. Pax, México, 1961 [R.3.
8
9INTRODUCCIÓN
desde bacía tiempo; convertirlo en una psicología general, en el 
sentido más amplio de la palabra. La concienzuda investigación 
de los impulsos y de su desarrollo fue durante mucho tiempo 
el núcleo de la psicología psicoanalítica, a lo que se añadió pos­
teriormente un atento escrutinio de las actividades defensivas 
del yo. El siguiente paso consistió en ampliar el enfoque analí­
tico a las múltiples actividades del yo, que pueden quedar resu­
midas bajo el concepto de' "esfera libre de conflictos”. No obs­
tante, las funciones del yo así descritas pueden, en determinadas 
circunstancias, resultar secundariamente implicadas en conflic­
tos de diversos géneros. Y, por otra parte, ejercen muchas veces 
una influencia en las condiciones y resultados de los conflictos. 
Esto quiere decir que nuestros intentos de explicar situaciones 
concretas de conflicto habrán de considerar también a menudo 
elementos no conflictivos. Las observaciones y consideraciones 
anteriores pueden llevamos a unmejor entendimiento de la sa­
lud y sus logros, además de la comprensión del deterioro y 
distorsión de la función; área ésta que, hablando en sentido 
estricto, no había sido nunca tema privativo del psicoanálisis, a 
pesar de que éste haya hecho al mismo contribuciones esencia­
les. La ampliación del enfoque psicoanalítico de que hablo aquí, 
ha sido hasta ahora más fructífera probablemente en la obser­
vación directa por parte de los analistas del desarrollo del niño. 
Esto, evidentemente, presupone una teoría de la adaptación (y 
de la integración), que a su vez supone también una teoría de 
las relaciones objetuales y de las sociales en general. Semejante 
teoría de la adaptación será más útil para nuestros propósitos 
cuanto más claramente muestre la acción recíproca entre las 
funciones adaptativas y las funciones sintéticas (u organizado­
ras) y de qué modo las primeras facilitan o interfieren las se­
gundas y viceversa.
En uno de sus últimos escritos (1937), Freud sugirió que no 
sólo los impulsos instintivos, sino también el yo pueden poseer 
un núcleo hereditario. Pienso que tenemos razones para supo­
ner que hay, en el hombre, aparatos innatos, que he denomi­
nado de autonomía primaria, y que tales aparatos autónomos 
primarios del yo y su respectiva maduración constituyen un fun­
damento para las relaciones con la realidad exterior. Entre di­
chos factores originados en el núcleo hereditario del yo, están 
también aquellos que sirven para postergar la descarga, es decir, 
que son de naturaleza inhibitoria, y pueden muy bien servir 
como modelos para defensas posteriores.
Por otra parte, aunque no todas, muchas actividades del yo 
pueden ser seguidas genéticamente hasta sus determinantes en 
el ello o hasta los conflictos entre el yo y el ello. Sin embargo, 
en el curso del desarrollo, adquieren normalmente una cierta 
proporción de autonomía respecto a estos factores genéticos. 
Los logros del yo, bajo ciertas circunstancias, pueden ser rever-
INTRODUCCION10
sibles, pero es importante saber que, en condiciones normales, 
muchos de ellos no lo son. El grado en que sus actividades han 
llegado a ser funcionalmente independientes de sus orígenes es 
esencial para el funcionamiento imperturbado del yo, y es el 
mismo grado en que estarán protegidas contra la regresión y 
la instintualización. Hablamos de los grados de esta indepen­
dencia del yo como de grados de autonomía secundaria.
Este criterio —y me refiero a él aquí, porque en ocasiones no 
ha sido del todo comprendido— no implica ciertamente des­
deñar el punto de vista genético, tan fundamental en psicoaná­
lisis. Pero supone una diferenciación en nuestro enfoque de los 
procesos del desarrollo mental que supone también una diferen­
ciación más clara entre los conceptos de función y de génesis, la 
cual es particularmente necesaria en la psicología del yo. Hasta 
en las mismas funciones del yo, individualmente diferentes, 
puede haber diversos grados de autonomía secundaria. Ésta es 
una de las varias razones por las que no son sólo importantes 
las diferencias entre el yo y el ello, y entre el yo y el superyó, 
sino también las diferencias en el propio yo y la cooperación y 
antagonismos entre sus varias funciones (el concepto de conflic­
tos intrasistemáticos pertenece a este contexto). Tanto en un 
sentido general como cuando se estudian situaciones concretas 
de la vida mental, podemos hablar de una jerarquía de funcio­
nes y de estratos de motivación. La psicología del yo es impor­
tante para una psicología general no sólo porque añade ciertos 
estratos de motivaciones a otros conocidos desde hace tiempo 
en psicoanálisis, sino también porque sólo en este nivel llega el 
análisis a una comprensión más plena de los modos en que los 
diferentes estratos se relacionan. La última teoría de Freud 
sobre la angustia puede ser el mejor ejemplo de esto. Considera­
ciones estructurales y multidimensionales comparables, y en es­
pecial contrarias al conocimiento del yo humano, llevan también 
a una definición más pulcra no del campo psicoanalítico, pero 
sí del enfoque psicoanalítico como opuesto al "biológico”, y per­
miten comprender una distinción significativa entre el hombre 
y los animales inferiores: esa tajante diferenciación entre las 
funciones del yo y del ello en los seres humanos que excluye la 
ecuación funcional de los "instintos animales” con lo que en 
análisis se denomina "impulsos instintivos”.
El estudio diferencial del yo sugiere también un ensancha­
miento del concepto de estructura, que se ha vuelto significativo 
al hablar de "estructuras en el yo” y de "estructuras en el 
superyó”. Esto se refiere, en contraste con "flexibilidad”, a una 
"estabilidad relativa" de las funciones, tal como se observa cla­
ramente, por ejemplo, en los automatismos.
Todos estos problemas deben ser considerados también desde 
el punto de vista económico. Muchas de las actividades del yo 
están dirigidas al objeto. Una distinción aún más esclarecedora
11INTRODUCCIÓN
es la existente entre las catexias de las funciones y las catexias 
de los contenidos. Y el concepto de catexia del yo (en oposición 
a la catexia del ello o del superyó) no coincide con la catexia 
del "sí mismo" (como opuesta a la catexia del objeto). He pro­
puesto, por lo tanto, que diferenciemos la catexia libidinal del 
"sí mismo", o de la "imagen de sí mismo" (la "autorrepresenta- 
ción"), de la catexia de las funciones del yo, y reservemos el 
término narcisismo para la primera.
Freud había afirmado reiteradamente que el yo trabaja con 
energía desexualizada. A mí me parece razonable, como también 
a otros analistas, ampliar esta afirmación para incluir igual­
mente las energías derivadas de la agresión que, con la media­
ción del yo, pueden ser modificadas en forma análoga a la 
descxualización. El término neutralización se refiere, pues, al pro­
ceso mediante el cual tanto las energías Iibidinales como las 
agresivas se transforman desde lo instintivo en una modalidad 
no instintiva, o a los resultados de este cambio. (Deseo hacer 
mención, por razones de claridad, que el término energía neutra­
lizada, tal y como aquí se emplea, no es enteramente sinónimo 
del término "indiferente Energie 
Edition como "energía neutral”— que Freud utiliza en un pa­
saje de El yo y el ello). Con la ayuda de esta conceptuación 
podemos describir sin ambigüedades la distinción, clínicamente 
importante, de la sexualización (o instintivación en general) y 
de la neutralización. La autonomía secundaria y la neutralización 
están estrechamente relacionadas entre sí y con el principio de 
la realidad. Su desarrollo permite al yo efectuar tareas sintóni­
cas con la realidad, más allá de las presiones de la satisfacción 
de las necesidades. Son funciones biológicamente esenciales, si 
aceptamos la tesis de Freud de que en el hombre es primordial­
mente el yo el encargado de la autoconservación. Además, la 
neutralización de la agresión tiene una importancia particular 
desde que proporciona al hombre una salida al espantoso dilema 
de destruir los objetos o destruirse a sí mismo.
Está justificado y es útil proponer diferentes etapas o grados 
de neutralización, es decir, estados transitorios entre lo instin­
tivo y la energía totalmente neutralizada. También podemos pre­
sumir que el funcionamiento óptimo de diferentes actividades 
del yo (por ejemplo, de las defensas de una parte y los procesos 
mentales de la otra) depende de los diversos matices de la 
neutralización. Estos grados parecen ser correlativos con estados 
transitorios en la reposición de los procesos primarios por los se­
cundarios; mas este punto evidentemente necesita una investi­
gación ulterior.
Como acabo de decir, o dar a entender, sería equivocado espe­
rar que todas las actividades exitosas del yo trabajaran por
* En alemán en el original. [R.]
*» * —traducido en la Standard
12 INTRODUCCIÓN
fuerza mejor con el máximo de neutralización. También es esto 
evidente, por ejemplo, en el caso delproceso de adaptación, 
pues hablando en un sentido funcional, el uso de las actividades 
del yo más altamente diferenciadas no garantizan por sí solas 
una adaptación óptima: pueden necesitarse funciones más primi­
tivas para complementarlas. Y hasta ocurre que el propio yo, 
para cumplir con sus metas, prescinda temporalmente de algunas 
de sus funciones más altamente diferenciadas. Esto lleva de 
nuevo al problema de la organización jerárquica de las funcio­
nes del yo. • •
Una vez que el yo se ha desarrollado hasta ser un sistema 
separado de la personalidad, también ha acumulado una reserva 
de energía neutralizada, lo que quiere decir que las energías re­
queridas para sus funciones no necesitan depender enteramente 
de la neutralización ad hoc. Esto forma parte de su independen­
cia relativa de las presiones inmediatas internas o externas, y 
esta relativa independencia forma parte a su vez de una tendencia 
general en la evolución humana. Es posible que parte de la 
energía que utiliza el yo no se derive (mediante la neutraliza­
ción) de los impulsos, sino que pertenezca desde el mismo co­
mienzo al yo o a los precursores innatos de lo que posteriormente 
serán las funciones específicas del yo. Podemos hablar de esto 
como de la energía primaria del yo.
Estas breves notas, que tienen el carácter de un sumario, de­
ben, por supuesto, renunciar a toda pretensión de ser completas. 
Pero también quiero decir que todos los problemas discutidos y 
todos los pensamientos adelantados en estos escritos no llegan 
a constituir una presentación sistemática de la psicología del yo 
y, mucho menos, una presentación sistemática de las teorías del 
psicoanálisis en general. El libro de texto sobre la psicología 
del yo sigue aguardando ser escrito.
Pero una tendencia hacia una integración al menos parcial o 
"ajuste arquitectónico" de las teorías de que trato salta a la 
vista en un número considerable de capítulos de este libro. Exis­
te una coherencia interna entre ellos, una relación temática y 
una continuidad de enfoque suficientes para hacerme sentir que 
su publicación como una unidad se halla justificada y que, como 
lo deseo, será provechosa.
En este punto puedo afirmar explícitamente que la preocupa­
ción predominante por la teoría no significa que se menosprecien 
los fundamentos clínicos del psicoanálisis, ni que la importancia 
que se da a la psicología del yo suponga una subestimación de 
otros aspectos de la teoría analítica. El desarrollo y esclareci­
miento de la teoría han demostrado'ser esenciales para el pro­
greso del análisis clínico; no obstante, un cierto grado de espe- 
cialización en materias de investigación ha ejercido un efecto 
saludable en el psicoanálisis, así como en otros campos. Por 
supuesto las "teorías por reducción”, frecuentes en varios escri-
13INTRODUCCIÓN
tos de la actualidad, que basan sus intentos explicativos en sólo 
unos pocos entre los muchos factores que considero esencia­
les, difícilmente podrán evitar el peligro de la esterilidad. He 
aspirado, consecuentemente, a solucionar los problemas de la 
psicología del yo estudiándolos dentro del marco de los prin­
cipios básicos de la teoría psicoanalítica y confío haber acertado 
en esto. Algunos autores han apuntado el desarrollo de una 
teoría del yo, que desatiende las intuiciones básicas que debe­
mos a Freud sobre la psicología de los impulsos instintivos y 
sobre sus interacciones con las funciones del yo. Consideraría 
un intento de este género como manifiestamente carente de 
promesas.
El método para abordar los aspectos evolutivos, integrativos, 
adaptativos y económicos del yo, que propongo en estos trabajos, 
puede muy bien facilitar el intercambio entre el conocimiento 
alcanzado en el análisis y el obtenido por los otros métodos 
psicológicos. Algunos de los conceptos que empleo fueron intro­
ducidos también con el propósito in mente de permitir una 
correlación más fácil de los datos analíticos con los obtenidos 
mediante la observación directa de los niños. Podría anticiparse 
asimismo que la tendencia analítica de que estoy tratando contie­
ne posibilidades para desarrollar proposiciones que pueden con­
vertirse en puntos de partida para la experimentación psicológica. 
Investigaciones recientes parecen confirmar estas esperanzas.
PRIMERA PARTE
1. EL PSICOANALISIS Y EL CONCEPTO DE SALUD
(1939)
No faltaríamos a la verdad si afirmáramos que en los círculos 
psicoanalíticos se atribuye menos importancia a la distinción 
entre la conducta sana y la conducta patológica que fuera de 
esos círculos. No obstante los conceptos de "salud" y de "enfer­
medad" ejercen siempre una influencia "latente", por decirlo 
así, sobre nuestro pensamiento analítico habitual, y no deja de 
ser útil el intento de esclarecer las implicaciones de estos térmi­
nos. Además sería un error suponer que este tema posee sólo un 
interés teórico y que carece de toda significación práctica. Pues 
en muchas ocasiones, cuando ya se ha dicho y hecho todo, de­
penderá del concepto psicoanalítico de la salud el que recomen­
demos un periodo de tratamiento analítico o determinemos los 
cambios que nos gustaría ver producirse en un paciente, o que 
consideremos si puede darse por terminado un análisis — así 
que el asunto resulta importante como factor para nuestros jui­
cios sobre las indicaciones del presente. Diferencias de pers­
pectiva en este terreno conducirán finalmente a diferencias en 
nuestra técnica terapéutica, como la previó con toda claridad 
Emest Jones (1913) hace muchos años.
Cuando el psicoanálisis estaba aún en la infancia, parecía 
cuestión relativamente sencilla definir la salud y la enfermedad 
mental. En esa época nos dimos cuenta, por primera vez, de los 
conflictos que dan origen a la neurosis y creimos que, de ese 
modo, habíamos conquistado el derecho a diferenciar la salud 
de la enfermedad. Pero posteriormente se descubrió que podía 
demostrarse que conflictos que habíamos llegado a mirar como 
patógenos existían también en las personas sanas; así quedó de 
manifiesto que la alternativa entre la salud y la enfermedad es­
taba determinada más bien por factores temporales y cuantita­
tivos. En una amplitud aún mayor que la de cualquiera otra 
consideración teórica, nuestra experiencia terapéutica nos obligó 
a admitir esta verdad, poniendo al descubierto que nuestros es­
fuerzos habían tenido un éxito muy variable y que no siempre 
fiemos podido aceptar las explicaciones corrientes - sobre la res­
ponsabilidad de este estado de cosas. Por último nos vimos 
forzados a llegar a la conclusión de que el factor cuantitativo 
de la fuerza de los impulsos instintivos y un factor cuantitati­
vo que reside en las funciones del yo habían adquirido aquí, al 
lado de otros factores por supuesto, una importancia que les 
era propia. Era evidente, además, que los mecanismos no eran 
patógenos como tales, sino sólo en virtud de su valor topográ­
fico en el espacio y de su valor dinámico en la acción, si puedo
17
EL PSICOANALISIS Y18
decirlo así. El proceso de modificación del concepto analítico 
original de la salud ha avanzado hasta una nueva fase gracias a 
la contribución de la psicología del yo, la cual ha ocupado, du­
rante casi veinte años, el primer término en el interés psicoanalí- 
tico. Pero cuanto más vayamos comprendiendo al yo y a sus 
maniobras y logros en sus tratos con el mundo exterior, tanto 
más tenderemos a convertir esas funciones de adaptación, reali­
zación, etc., en la piedra de toque del concepto de la salud.
Sin embargo, una definición psicoanalítica de la salud ofrece 
ciertas dificultades que vamos ahora a examinar. Como es bien 
sabido, en ningún momento ha sido cosa fácil expresar lo que 
entendemos realmente por "salud" y por "enfermedad’’ y quizás 
ia dificultad en diferenciarlas sea aún mayor cuando se trata 
de las llamadas "enfermedades mentales” que cuando se trata de 
las físicas. Ciertamente la salud no es sólo un promedio esta­
dístico. De serlo tendríamosque tomar como patológicos los 
logros excepcionales de individuos aislados, lo cual sería contra­
rio a las formas de expresión corriente, aparte de que la ma­
yoría de las personas muestran características consideradas ge­
neralmente como patológicas (el ejemplo que se pone con más 
frecuencia es el de las caries dentales). Así pues, "anormal” en 
el sentido de desviación del promedio, no es sinónimo de "pa­
tológico".
En los conceptos de salud que predominan más ampliamente, 
desempeñan un papel considerable las valoraciones subjetivas, 
sea explícita o implícitamente, y ésta es la razón principal de 
que tales conceptos, en especial cuando se refieren a la salud 
y a la enfermedad mentales, pueden variar considerablemente en 
periodos de tiempo diferentes y entre personas diferentes. Aquí 
el criterio se halla bajo la influencia de un factor subjetivo, que 
depende de las condiciones culturales y sociales y hasta de los 
valores personales. Dentro de. una sociedad uniforme estos cri­
terios mostrarían semejanzas muy acentuadas, pero esto no los 
privaría en lo más mínimo de su carácter subjetivo. "Salud” 
expresa generalmente la idea de perfección vital, lo cual ya im­
plica de por sí subjetividad en los juicios sobre ella. Un análi­
sis lógico del concepto de salud tendría que dedicar una atención 
especial a las valoraciones encamadas en las diferentes concep­
ciones de la salud.1
Pero no son éstas las únicas dificultades inherentes a una de* 
finición psicoanalítica de la salud. En tanto que consideremos 
que la ausencia de síntomas, por ejemplo, sirva de criterio para 
la salud mental, será comparativamente fácil en la práctica lle­
gar a una decisión. Pero hasta para establecer una norma así 
carecemos de bases objetivas absolutas en qué fundar nuestro
i Para una exposición más detallada del problema, véase Hartmann 
{1960 a, 1960 b).
EL CONCEPTO DE SALUD 19
juicio; pues no resulta fácil responder con sencillez a la pre­
gunta de si una manifestación mental dada es un síntoma de 
enfermedad o, por el contrario, ha de mirarse como un "logro". 
También es a menudo difícil decidir si la petulancia o la ambi­
ción de un individuo o la naturaleza de su elección de objeto son 
síntomas, en sentido neurótico, o bien rasgos de carácter que 
poseen un valor positivo para la salud. No obstante, esta norma 
nos proporciona, si no una base para un juicio objetivo, en 
todo caso el consenso de la opinión, lo que de ordinario basta 
para toda finalidad práctica. Pero la salud, tal y como se en­
tiende en psicoanálisis, es algo que significa mucho más que esto. 
A nuestro parecer, hallarse libre de síntomas de enfermedad 
no es suficiente para estar sano; y ciframos grandes esperan­
zas en los efectos terapéuticos del psicoanálisis. Pero a más de 
esto, el psicoanálisis ha sido testigo de la evolución de una serie 
de concepciones teóricas sobre la salud que muchas veces esta­
blecen normas muy severas. En consecuencia, hemos de interro­
gamos sobre lo que significa la salud en un sentido psicoanalítico.
A modo de preámbulo deseamos observar que la misma rela­
ción del hombre con la salud y la enfermedad presenta a me­
nudo características de orden claramente neurótico. Cuando 
estos problemas se hallan en primerísimo término, uno se siente 
verdaderamente tentado de hablar de una "neurosis de salud". 
Esta idea ha servido de base a un estudio publicado reciente­
mente por Melitta Schmideberg (1938).3 Una característica so­
bresaliente en ciertos casos típicos bien señalados es su convio- 
ción de que disfrutan de una salud excelente, acompañada de 
una necesidad compulsiva de descubrir alejamientos en otros, 
sobre todo de tipo neurótico o psicótico, de su ideal de salud. 
Tales personas, en determinadas circunstancias, son capaces de 
llenar una útil función social, precisamente por la forma pecu­
liar de su neurosis, que los ha elegido para el papel de enferme­
ros sempiternos del prójimo. En su forma más simple, esta con­
ducta es de ordinario un mecanismo de proyección: viendo 
constantemente a los otros como enfermos necesitados de nuestra 
ayuda, se elude el reconocimiento de nuestra propia neurosis. 
Del mismo modo Freud expresó una vez la opinión de que muchos 
analistas aprendían posiblemente a absolverse a sí mismos del 
acatamiento personal de las obligaciones del análisis, exigiéndo­
selo a los otros. Sabemos también que una tendencia análoga a 
sobrestimar las reacciones neuróticas y psicóticas de nuestros 
semejantes forma parte de las crecientes penalidades de muchos 
psicoanalistas. Un rasgo común de las "neurosis de salud" con­
siste en que quienes las padecen no se permiten a sí mismos sufrir 
o sentirse enfermos o deprimidos (Schmideberg, 1938). Mas una
* Véase también la observación efectuada por Glover en la discusión 
subsiguiente, citada en las páginas 128-130.
EL PSICOANALISIS Y20
persona sana debe ser capaz de sufrir y de sentirse deprimida. 
Nuestra experiencia clínica nos ha enseñado las consecuencias de 
negar la enfermedad y el sufrimiento, de no ser capaz de admitir 
que uno también puede enfermarse y sufrir. Hasta es posible que 
una dosis limitada de sufrimientos y enfermedades sea parte in­
tegrante delesquema de la salud, digámoslo así, o, más bien, que 
la salud es~Nalcanzable sólo por caminos indirectos. Sabemos 
cómo la adaptación afortunada puede llevar a la inadaptación; 
podría citarse el desarrollo del superyó, como un excelente ejem­
plo, e igualmente otros muchos. Pero, inversamente, la inadapta­
ción puede llegar a ser una adaptación exitosa. Los conflictos 
típicos forman parte intrínseca del desarrollo "normal” y las 
perturbaciones en la adaptación están previstas en él. Hemos ha­
llado un estado de cosas semejante con relación al proceso tera­
péutico del análisis. Aquí la salud incluye claramente reacciones 
patológicas como medio para alcanzarla.
Pero debemos volver al concepto de salud y preguntamos una 
vez más qué criterios poseemos en psicoanálisis para evaluar la 
salud y la enfermedad mentales. Ya hemos dicho que no identi­
ficamos la salud con la carencia de síntomas de enfermedad. Y 
todavía nos encontramos, no desde un punto de vista empírico, 
desde luego, pero sí desde un punto de vista pronóstico, en un 
terreno que es relativamente accesible si tomamos en cuenta 
en qué medida esa inmunidad a los síntomas es duradera y ca­
paz de resistir los choques. Pero las más amplias implicaciones 
que el término salud supone para nosotros y aquello a que aspira 
el análisis en este sentido, no es posible reducirlo fácilmente a 
una fórmula científica. Al mismo tiempo, encontramos buen nú­
mero de formulaciones teóricas y útiles que conciernen a los 
atributos del estado de salud al que deseamos llevar a nuestros 
pacientes con la ayuda de los métodos de que disponemos para 
el análisis. De estas formulaciones, la más general es la de Freud: 
"Donde estuvo el ello, estará el yo” (1923a) o la de Nunberg: 
"Las energías del ello se hacen más móviles, el superyó se vuelve 
más tolerante, y el yo se libera de la angustia, quedando resta­
blecida su función sintética" (1932, p. 360). Pero la distancia que 
media entre estas formulaciones, forzosamente esquemáticas, y 
la medición de los estados reales de salud mental, o del grado 
real de salud mental de que disfruta un individuo dado, es mucho 
mayor de lo que uno querría. No es nada fácil ajustar estas con­
cepciones teóricas de la salud a lo que nosotros de hecho deno­
minamos "estar sano”. Además se tiene la impresión de que las 
concepciones individuales de la salud difieren ampliamente entre 
los mismos psicoanalistas, de acuerdo con las metas que cada 
cual se ha fijado en base a sus propios puntos de vista sobre el 
desarrollo humano, y, como es natural, de acuerdo también con 
su filosofía, sus simpatías políticas, etc. Acaso en el futuro sea 
aconsejable proceder con cautela antes de pretender llegar a una
21EL CONCEPTO DE SALUD
formulación teórica precisa del concepto de salud;de lo contra­
rio, correremos el riego de permitir que nuestras normas acerca 
de la salud dependan de nuestras preocupaciones morales y de 
otras aspiraciones subjetivas. Evidentemente, es esencial que se 
proceda siguiendo directrices puramente empíricas, es decir, exa­
minando desde el punto de vista de su estructura y desarrollo 
las personalidades de aquellos a quienes se considere en realidad 
sanos, en lugar de permitir que nuestras especulaciones teóricas 
nos dicten lo que "debemos" mirar como sano. Ésta es precisa­
mente la actitud adoptada por el psicoanálisis frente a las disci­
plinas normativas. No se pregunta si esas normas están justifica­
das, sino que concentra su atención en un problema totalmente 
diferente, a saber, en el problema de la génesis y la estructura 
de la conducta a la que de hecho, por la razón que fuere, se le ha 
asignado un lugar en una escala de valores positivos y negativos. 
Encima, los patrones teóricos de la salud son por lo general dema­
siado estrechos, en la medida en que subestiman la gran di­
versidad de tipos que en la práctica pasan por sanos. No es 
necesario decir que el análisis mismo posee también criterios 
destinados a servir como guías puramente prácticas, tales como 
los tests que se aplican con tanta frecuencia para medir la ca­
pacidad de realización y de goce.
Pero aquí me he propuesto examinar con mayor detalle esos es­
quemas teóricos para la clasificación de la salud mental y de la 
enfermedad mental, que encontramos presentes, ya sea expresa­
mente o por implicación, en la literatura psicoanalítica; y con 
tal finalidad debemos preguntamos a nosotros mismos qué con­
ceptos de la salud han sido de hecho propuestos y no si ciertos 
conceptos "deben” ser propuestos. Estas descripciones de una 
persona sana o "adaptada biológicamente", si nos limitamos en­
teramente a los perfiles más amplios y generales, revelan un 
desarrollo pronunciado en dos direcciones. Apenas es preciso decir 
que, en ninguna de ellas, se trata meramente de un factor sub­
jetivo, de alguna predilección personal que logra expresarse; son 
siempre el resultado de una rica cosecha de experiencias clínicas 
y de experiencias, muy valiosas también, en el proceso analítico 
de la curación. Estas dos direcciones destacan, como meta del 
desarrollo y de la salud, por un lado la conducta racional y por 
el otro la vida instintiva. Esta doble orientación atrae ya nuestro 
interés, puesto que refleja el doble origen del psicoanálisis en la 
historia del pensamiento: el racionalismo de la era de la Ilustra­
ción y el irracionalismo de los románticos. La circunstancia de 
que esos dos aspectos sean exaltados en la obra de Freud refleja 
sin la menor duda una auténtica intuición del dualismo que, en 
efecto, anima el problema. Ahora bien, las concepciones analíticas 
de la salud, que se han desarrollado sobre la base de las sugeren­
cias freudianas, proceden con frecuencia a asignar una promi­
nencia indebida a uno de estos puntos a expensas del otro.
EL PSICOANALISIS Y22
Cuando en el análisis se comete la equivocación de contraponer 
el ello, como la parte biológica de la personalidad, al yo, como su 
componente no biológico, se fomenta naturalmente la inclina­
ción a convertir la "vida” y la "mente” en valores absolutos. Si, 
además, reconocemos todos los valores biológicos como supre­
mos, nos habremos acercado de un modo peligroso a la enferme­
dad de nuestro tiempo, cuya naturaleza consiste en venerar el 
instinto y menospreciar la razón. No cabe duda de que estas ten­
dencias, que llevan a la glorificación del hombre instintivo y que 
en esta época asumen un cariz altamente agresivo y político, 
desempeñan un papel menos destacado en la literatura propia 
del psicoanálisis, o sometida a su influencia, que fuera de ella.
Al otro extremo de la escala encontramos el ideal de una acti­
tud racionalista y entonces se nos ofrece el hombre "perfecta­
mente racional” como modelo de la salud y como una figura 
generalmente ideal. Este concepto de la salud mental merece ser 
. examinado más de cerca. Parece suficientemente claro que existen 
ciertas conexiones entre la razón y la adaptación afortunada; pero 
esta conexión no es tan sencilla como pretenden muchos trabajos 
psicoanalíticos. No deberíamos dar por supuesto que el reco­
nocimiento de la realidad equivale a adaptarse a la realidad. La 
actitud más racional no constituye necesariamente una condición 
óptima para los fines de la adaptación. Cuando decimos que una 
idea o'un sistema de ideas está "de acuerdo con la realidad”, esto 
puede significar que el contenido teórico del sistema es verdade­
ro; pero también que el traslado de esas ideas a la acción da como 
resultado conducirse de un modo apropiado a la ocasión. Una vi­
sión correcta de la realidad no es el único criterio para determi­
nar si la acción particular está de acuerdo con la realidad. Debe­
mos también considerar que un yo sano ha de ser capaz de servirse 
del sistema de control racional y al mismo tiempo de tener en 
cuenta el hecho de la naturaleza irracional de otras actividades 
mentales. (Esto forma parte de su función coordinadora u or­
ganizadora; véase el capítulo 3.) Lo racional debe incorporar lo 
irracional como un elemento para sus designios. Además, tenemos 
que admitir que el avance de la "actitud racional” no es unifor­
me, por decirlo así, a lo largo de un solo frente. Se tiene muchas 
veces la impresión de que un progreso parcial a este respecto 
trae consigo un retroceso parcial en otras direcciones. Ocurre 
evidentemente lo mismo con el proceso de la civilización como 
un todo. El progreso técnico puede muy bien ir acompañado de 
la regresión mental o puede realmente producirla por medio 
de los métodos masivos (Mannheim, 1935). Aquí sólo me es posi­
ble ofrecer estas ideas en sus líneas generales; pero en otro lugar 
las he desarrollado con más amplitud (1939a). Ellas nos muestran 
la necesidad de revisar aquellas concepciones analíticas que sos­
tienen que el individuo más racional (en el sentido corriente de 
la palabra) es también psicológicamente el más sano.
23EL CONCEPTO DE SALUD
Existe otro criterio fundamental sobre la salud de la mente, 
válido para la psicología, pero de un carácter menos general, que 
posee un arraigo más firme en los conceptos estructurales del aná­
lisis ; me refiero al criterio de la libertad. Por libertad no se alude 
al problema filosófico del libre albedrío, sino más bien al estar 
libre de angustia y de emociones, o a la libertad para realizar una 
tarea. Corresponde a Waelder (1936b) el mérito de haber introdu­
cido este criterio en el psicoanálisis. Creo que en la raíz de esta 
concepción yace una idea bien fundamentada; sin embargo, hu­
biera preferido evitar el uso del término libertad, por ser tan equí­
voco en su significado y por haber sido tan excesivamente usado 
por los sucesivos filósofos. En el contexto presente, libertad signi­
fica sólo el control que se ejerce por medio del yo consciente y pre­
consciente y puede muy bien ser remplazado por esa definición. 
La movilidad o la plasticidad del yo es sin duda uno de los requi­
sitos previos de la salud mental, puesto que un yo rígido podría 
ser un obstáculo para el proceso de adaptación. Pero es conve­
niente añadir que un yo sano no ha de ser sólo plástico ni serlo 
en toda ocasión. Por importante que sea esta cualidad, parece 
hallarse subordinada a otra de las funciones del yo. Un ejemplo 
clínico esclarecerá este punto. Todos estamos familiarizados con 
el temor obsesivo del neurótico a perder su autocontrol, un 
factor que hace muy difícil para él el asociarse libremente. El fe­
nómeno de que nos ocupamos está todavía más claramente seña­
lado en las personas que, por temor de perder su yo, son incapa­
ces de llegar al orgasmo. Estas manifestaciones patológicas nos 
enseñan que un yo sano debe estar evidentemente en posición 
de permitirse algunas de sus funciones más esenciales, incluyendo 
entre ellas su "libertad’' paraser puesto fuera de acción en oca­
siones, de modo que pueda abandonarse a la "compulsión" (con­
trol central). Esto nos lleva al problema, hasta ahora casi entera­
mente descuidado, de una jerarquía biológica de las funciones 
del yo y a la noción de la integración de los opuestos, que ya 
encontramos al tratar del problema de la conducta racional. 
Creo que dichas consideraciones relativas a la movilidad del yo 
y a la desconexión automática de sus funciones vitales, nos han 
permitido efectuar progresos muy considerables hacia el descu­
brimiento de una condición importante de la salud mental. Los 
hilos que nos guían desde este punto hacia el concepto de fuerza 
del yo son claramente visibles. Pero no quiero ahora ocuparme 
de tema tan gastado.8
Debo ahora desarrollar esta exposición crítica de las concep­
ciones psicoanalíticas de la salud en una dirección que nos faculte 
para penetrar más profundamente en el terreno de la teoría 
del yo. Por razones obvias, el psicoanálisis se ha ocupado hasta
3 Para este v otros temas que se exponen en los párrafos siguientes, 
véase también Hartmann (1939a).
EL PSICOANALISIS Y24
hoy principalmente de las situaciones en que el yo se encuentra 
en conflicto con el ello y el superyó y, más recientemente, con el 
mundo exterior. Ahora bien, en ocasiones nos topamos con la idea 
de que el contraste entre un desarrollo presidido por un conflicto 
y un desarrollo pacífico puede relacionarse automáticamente con 
el contraste que ofrecen la salud y la enfermedad mentales. He 
aquí una opinión enteramente equivocada: los conflictos forman 
parte integrante del desarrollo humano dado que proporcionan 
los estímulos necesarios. Tampoco la distinción existente entre las 
reacciones sanas y las patológicas corresponde a la que hay entre 
la conducta que se origina en las defensas y la que no. No obs­
tante, no es raro ni mucho menos encontrar en la literatura psico- 
analítica pasajes donde se sostiene que debe tomarse como 
patológico todo cuanto sea suscitado por las necesidades de la 
defensa, o resulte de una defensa desafortunada. Está perfec­
tamente claro, sin embargo, que una medida afortunada en re­
lación con las necesidades de la defensa puede ser un fracaso 
desde el punto de vista de los logros positivos, y viceversa. En 
realidad, nos estamos refiriendo aquí a dos enfoques distintos 
para clasificar los mismos hechos y no a dos series diferentes 
de hechos. Esta consideración no invalida nuestra experiencia de 
que es la función patológica la que ofrece el enfoque más pro­
vechoso de los problemas del conflicto mental. De modo seme­
jante, primero hubimos de familiarizamos con los mecanismos 
de defensa en su aspecto patógeno y sólo ahora hemos llegado 
gradualmente a entender el papel que desempeñan en el desarro­
llo normal. Se diría que no podemos apreciar adecuadamente 
el valor positivo o negativo que tales procesos tienen para la 
salud mental, mientras pensemos solamente en los problemas 
del conflicto mental y dejemos de considerar estos procesos tam­
bién desde el punto de vista de la adaptación.
Si examinamos tales cuestiones más atentamente, en muchos 
casos haremos el interesante descubrimiento de que el camino 
más corto hacia la realidad no es siempre el más prometedor 
desde el punto de vista de la adaptación. Con frecuencia apren­
demos a encontrar nuestra orientación con respecto a la realidad 
por caminos descarriados, y que esto haya de ser así resulta 
algo inevitable y no un mero "accidente". Sin duda aquí se da 
una típica secuencia: el apartarse de la realidad lleva a un cre­
ciente dominio de ella. (En sus características esenciales este 
modelo se cumple ya en el proceso del pensamiento; la misma 
observación puede aplicarse a la actividad imaginativa, a la evita­
ción de situaciones insatisfactorias, etc.) La teoría de las neurosis 
ha presentado siempre el mecanismo del alejamiento de la rea­
lidad sólo en términos de procesos patológicos; pero el examen 
de este problema desde el punto de vista de la adaptación, nos 
enseñará que semejante mecanismo tiene un valor positivo para 
la salud (véase también A. Freud, 1936).
25EL CONCEPTO DE SALUD
En relación con esto, un nuevo problema reclama nuestro in­
terés; me refiero a la forma en que empleamos los términos 
"regresión" y "regresivo" dentro del sistema analítico de cri­
terios para estimar la salud mental. Nos hemos habituado a 
pensar en la conducta regresiva como la antítesis de la conducta 
adaptada a la realidad. Todos estamos familiarizados con el pa­
pel que desempeña la regresión en la patogénesis y por esa mis­
ma razón no necesitaré ocuparme de ese aspecto del problema. 
Pero en la realidad de los hechos, hemos de distinguir entre las 
formas progresivas de la adaptación y las regresivas. No encon­
traremos dificultad para definir la adaptación progresiva; sig­
nifica una adaptación en la dirección del desarrollo. Pero asi­
mismo hay ejemplos de adaptaciones afortunadas que se han 
conseguido por medio de la regresión. Entre ellos tenemos 
muchos en la actividad de la imaginación; otro ejemplo más es 
el proporcionado por la actividad artística, así como por esos 
dispositivos simbólicos para facilitar el pensamiento que encon­
tramos hasta en la ciencia, en donde éste es de lo más estricta­
mente racional.
No estamos preparados para percibir al primer golpe de vista 
por qué se da con tan relativa frecuencia el caso de que la adap­
tación se logre sólo mediante estos rodeos regresivos. Probable­
mente la posición verdadera sea que con su yo, especialmente 
tal y como se expresa en el pensamiento y la acción racionales, 
y en su función sintética y diferenciadora (Fuchs, 1936), el hom­
bre se halle provisto de un órgano de adaptación altamente 
diferenciado, pero que este órgano altamente diferenciado re­
sulta a las claras incapaz por sí mismo de garantizar un máxi­
mo de adaptación. Un sistema de regulación que opera al más 
alto nivel del desarrollo no es suficiente para mantener un equi­
librio estable; se requiere un sistema más primitivo para com­
pletarlo.
Las objeciones que me siento obligado a elevar contra las defi­
niciones de la salud y de la enfermedad mentales, últimamente 
mencionadas (en conexión con los problemas de la defensa, de 
la regresión, etc.), pueden resumirse así: esas concepciones de la 
salud abordan el problema con excesivo apego a la perspectiva 
de las neurosis, o, más bien, están formuladas en términos de 
contraposición con las neurosis. Los mecanismos, etapas de des­
arrollo, modos de reacción, con los que nos hemos familiarizado • 
por el papel que desempeñan en el desarrollo de las neurosis, 
son relegados automáticamente al terreno de lo patológico; y la 
salud es caracterizada como un estado en el que esos elementos 
se hallan ausentes. Pero la contraposición así establecida con las 
neurosis no puede tener significado alguno mientras no consi­
gamos valorar el grado en que estos mecanismos, etapas de 
desarrollo y modos de reacción, se hallan activos en individuos 
sanos o en el desarrollo de aquellos que posteriormente lo serán;
EL PSICOANALISIS Y26
es decir, mientras una "psicología normal" analítica brille aún 
por su ausencia. Es ésta una de las razones por las cuales el 
análisis de la conducta adaptada a la realidad es hoy considera­
do precisamente de tanta importancia.
Debo añadir que la naturaleza arbitraria de tales definiciones 
de la salud y de la enfermedad mentales son con mucho menos 
evidentes en la literatura psicoanalítica, propiamente dicha, que 
en muchas de sus aplicaciones a las circunstancias sociales, a la 
actividad artística, a la producción científica, etc. Ahí donde 
entran en juego, con toda claridad, las valoraciones éticas, esté­
ticas y políticas, y se procede a hacer uso del concepto de salud 
con fines especiales, tiene que haber una amplitud mucho mayor 
para tales enjuiciamientos arbitrarios. Escamoteando diestra­
mente estos tipos de normas, resulta bastante fácil demostrarque aquellos que no comparten nuestra visión política o general 
de la vida son neuróticos o psicóticos, o que las condiciones 
sociales, a las cuales por alguna razón nos oponemos, han de ser 
consideradas como patológicas. Creo que todos vemos con clari­
dad que tales juicios —los compartamos personalmente o no— 
carecen de todo derecho a ser formulados en nombre de la cien­
cia psicoanalítica.
Ahora ha quedado completamente claro para nosotros en qué 
sentido muchos de los conceptos de salud y de enfermedad, de 
que nos ocupamos en este escrito, se hallan más necesitados 
de ampliación; a saber, en la dirección de las relaciones del 
sujeto con la realidad y de su adaptación a ella. No pretendo 
sugerir que en esos intentos de formular una definición, de llegar 
a un concepto teórico de la salud, haya sido olvidado el factor 
adaptativo, ya que está muy lejos de ser ése el caso. Pero la 
forma en que se expresa el concepto mismo de adaptación, mues­
tra que se halla en muchos aspectos deficientemente definido; 
y, como ya lo he hecho notar, "la conducta adaptada a la rea­
lidad” ha ofrecido hasta ahora escasas oportunidades para ser 
abordada psicoanalíticamente.
También es obvio que eso que designamos como salud o enfer­
medad está íntimamente ligado con la adaptación del individuo 
a la realidad (o, empleando una formulación muchas veces repe­
tida, con su sentido de autoconservación). Recientemente hice un 
intento de explorar con más profundidad los problemas con que 
se enfrenta el psicoanálisis en esta circunstancia (1939a). Aquí 
me limitaré a unas cuantas sugerencias que pueden parecer dig­
nas de consideración para estructurar una definición de la 
salud. El ajuste del individuo a la realidad puede hallarse en opo­
sición al de la raza. Ahora bien, es verdad que estamos habitua­
dos, desde el punto de vista de nuestras metas terapéuticas, a 
conceder un margen importante de prioridad a las exigencias 
de la adaptación del individuo sobre las de la raza. Pero si de­
bemos de insistir en la existencia de cierta conexión entre la
27EL CONCEPTO DE SALUD
salud mental y la adaptación, nos veremos obligados a admitir, 
a la luz de nuestras anteriores observaciones, que el concepto 
de salud puede tener significados contradictorios según se pien­
se en él relacionándolo con el individuo o con la comunidad. 
Por otra parte, es conveniente distinguir entre la condición de 
estar adaptado y el proceso por el cual se logra la adaptación. 
Por último, debo señalar que dicha adaptación sólo es suscepti­
ble de ser definida en relación con alguna otra cosa, en referencia 
al medio circundante específico. El estado real de equilibrio 
alcanzado en un individuo dado no nos dice nada acerca de 
su capacidad de adaptación, en tanto no hayamos investigado 
sus relaciones con el mundo externo. Así, una “capacidad de 
realización y de goce" sin obstáculos, considerada sólo aislada­
mente, no nos dirá nada decisivo con respecto a la capacidad 
para adaptarse a la realidad. Por otro lado, las perturbaciones 
en nuestra capacidad de realización y de disfrute (por razones de 
simplicidad me atengo a estos criterios habituales) no deben ser 
valoradas únicamente como un indicio de fracaso en la adapta­
ción. En realidad, esto no era preciso decirlo y si lo menciono es 
porque en ocasiones se pasa por alto cuando se intenta formular 
una definición. Como un factor indispensable para evaluar las 
fuerzas de adaptación del individuo, debemos destacar las rela­
ciones de éste con un “ambiente promedio típico”. Y si vamos 
a establecer criterios de salud basados en la adaptación o en la 
capacidad para adaptarse, habrá que tener en cuenta todos estos 
aspectos del concepto de adaptación. Debemos insistir en que los 
procesos de adaptación son adecuados sólo dentro de un radio 
limitado de condiciones ambientales; y que los esfuerzos afortu­
nados para adaptarse a situaciones externas específicas pueden, 
por caminos indirectos, llevar al mismo tiempo a inhibiciones 
en la adaptación que afecten al organismo.
Freud (1937a) caracterizaba hace poco este estado de cosas con 
una cita de Goethe: “La razón se vuelve sinrazón; lo benéfico, un 
tormento.” A la inversa, cuando la miramos desde este ángulo, 
la proposición de que la naturaleza del medio ambiente puede 
ser tal que un desarrollo patológico de la psique ofrezca una solu­
ción más satisfactoria que un desarrollo normal, pierde su ca­
rácter paradójico.
Esta exposición, forzosamente condensada, tiene que hacer sin 
duda que las consideraciones aquí bosquejadas aparezcan un 
tanto áridas; pero estoy convencido de que ningún analista 
hallaría dificultad alguna en esclarecerlas con ejemplos tomados 
de su experiencia clínica. A propósito de esto querría insistir 
una vez más en que estaremos obviamente en mejor posición 
para relacionar todas estas definiciones con circunstancias con­
cretas y clínicamente manifiestas, aplicando así el concepto de 
salud de un modo inequívoco y digno de confianza, cuando, sea­
mos capaces de avanzar un poco más en el terreno de la "ps:-
28 EL PSICOANALISIS Y
cología normal” analítica, en el análisis de la conducta adaptada. 
Creo que un examen más atento de los fenómenos de adaptación 
puede también ayudamos a evitar la oposición entre la concep­
ción "biológica” y la "sociológica” del desarrollo mental, que 
desempeña cierto papel en el análisis, pero que es fundamental­
mente estéril. Sólo cuando consideremos los fenómenos sociales 
de adaptación en su aspecto biológico, podremos realmente em­
pezar a "lograr una psicología correctamente situada en la jerar­
quía de la ciencia, es decir, como una ciencia biológica” (Jones, 
1936).
Es importante que nos percatemos con claridad tanto de que 
existe una estrecha relación entre adaptación y síntesis como 
de la amplitud de dicha relación. Un requisito previo de la adap­
tación afortunada es una "organización del organismo”, la repre­
sentación específica de lo que en la esfera mental ponemos en 
relación con la función sintética (y también con la función dife- 
renciadora, la cual, sin embargo, ha sido explorada menos com­
pletamente); por otra parte su eficacia dependerá sin duda de 
la medida en que la adaptación se logre. Es un proceso que 
visto "desde dentro” puede muchas veces aparecer como una 
perturbación de la armonía mental, pero que si se lo ve "desde 
fuera” hay que caracterizarlo como un trastorno de la adapta­
ción. Así también los conflictos instintivos están vinculados muy 
frecuentemente con una relación perturbada con el medio am­
biente. A este respecto es también significativo que el mismo 
proceso de defensa sirva comúnmente a la doble finalidad de 
adquirir dominio sobre los instintos y de alcanzar una acomoda­
ción con el mundo exterior.
Al tratar así de hacer de la adaptación, y en especial de la 
síntesis, la base de nuestro concepto de la salud, creemos haber 
llegado a un concepto de la salud "evolutivo". Y de hecho esto 
representa una contribución psicoanalítica al concepto de la salud 
menta] que no debe ser subestimada. Pero por otra parte, un 
concepto que relaciona el grado de salud mental con el grado 
de desarrollo alcanzado realmente (equiparando el factor del 
control racional y, en el plano instintivo, el logro de la etapa 
genital como un requisito previo de la salud) sufre de ciertas 
limitaciones, cuando menos por lo que respecta al yo, limita­
ciones a las que he aludido brevemente.
Resumiendo: Me he esforzado por exponer y dilucidar cierto 
número de puntos de vista que ha adoptado de hecho el psico­
análisis para llegar al concepto de salud, ya sea expresamente 
o por implicación. De una manera unilateral procedí a destacar, a 
fin de fijar en ellas casi exclusivamente la atención, esas condi­
ciones de la salud mental que se consideran relacionadas con 
el yo. Intencionalmcnte me he limitado de este modo. Me parece 
que han existido buenas razones para que la psicología del ello 
no haya logrado proporcionamos una clave delos problemas de
29EL CONCEPTO DE SALUD
la salud mental. Además al efectuar mi estudio desde el punto 
de vista del yo, me encuentro en posición de discutir ciertos 
problemas de la teoría del yo que no tienen definitivamente 
menos importancia que la cuestión de nuestros criterios sobre 
la salud. La contribución que personalmente haya sido capaz de 
hacer para el desarrollo y la crítica posteriores de estas opinio­
nes, no nos capacita ciertamente para formular un concepto de 
la salud mental en términos simples, inequívocos y terminantes. 
Pero confío en que nos ayudará a discernir con toda claridad 
en qué dirección deben desarrollarse esos prolegómenos para 
una futura teoría analítica de la salud.
2. PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
(1944)
Es evidente hoy en día que muchos problemas pertenecientes 
a las ciencias sociales no sólo pueden, sino deben ser considera­
dos desde el punto de vista psicológico. Los resultados del psico­
análisis y de la psicología y psiquiatría no analíticas están siendo 
consultados en grado creciente por los sociólogos. Del mismo 
modo los psicólogos y psiquiatras, en particular los psicoanalis­
tas, han invadido el campo de la sociología. Se reclaman los 
servicios del psicólogo también cuando se discuten problemas 
prácticos, tales como cuestiones de educación, de criminología, 
de mora!, propaganda o temas análogos.
Sería de esperar que cualquier psicólogo que no se limite a 
expresiones aisladas de la personalidad humana, o a sus capas 
superficiales, como ocurría en algunas de las escuelas psico­
lógicas más antiguas, tendrán finalmente que enfrentarse con la 
tarea de explicar la relación del individuo con su medio social; 
por otra parte, todo abordamiento sociológico ha de basarse en 
ciertos supuestos concernientes a la estructura y la conducta de 
la personalidad humana. La sociología en realidad es un estudio 
de la conducta humana, aun cuando se limite sólo a uno de sus 
aspectos. Por lo tanto, es completamente plausible que la socio­
logía halle su base en las leyes de la psicología. Los primeros 
conceptos sobre la sociedad usados por los psicólogos, y los 
de la personalidad humana empleados por los sociólogos, eran 
altamente esquemáticos y, debido a eso, no particularmente fruc­
tíferos. Esos conceptos pocas veces iban más allá del punto a 
donde podía llegarse por medio del sentido común, dentro de 
las condiciones de una educación media. Varios sociólogos, des­
ilusionados con los métodos de la psicología científica en boga 
de ese tiempo, crearon una psicología propia que se adaptaba 
mejor a sus necesidades. Al hacerlo, siguieron el camino tomado 
por los pedagogos, criminólogos y esteticistas, quienes igual­
mente se encontraban en situación desventajosa por la ausencia 
de un conjunto de conocimientos empírico y sistemático de esas 
funciones de la personalidad que eran de interés destacado 
para ellos.
No toda psicología, ni aun aquella que puede ofrecer resulta­
dos correctos y verificables, está cualificada para responder a las 
preguntas de la ciencia social. Muchas escuelas psicológicas han 
desdeñado por completo las relaciones sociales del individuo. 
Hablan de las leyes que rigen los procesos de pensamiento sin 
tomar en consideración el mundo a que el pensamiento se refie­
re; hablan de las leyes de la afectividad, descuidando los objetos
30
31PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
de las emociones y las situaciones que las provocan. £n otras 
palabras, no toman en cuenta los objetos concretos en relación 
a los cuales se produce la conducta, o a las raíces de la conducta 
en situaciones vitales concretas. Esto se debe a que estudian al 
individuo como si estuviera completamente aislado del mundo 
de los fenómenos sociales. Los fenómenos psicológicos de grupo 
son, por lo tanto, completamente inaccesibles a este tipo de enfo­
que psicológico, pues semejante separación del individuo del 
mundo en que vive es enteramente artificial. Esta tendencia ha 
sido un serio obstáculo en el desarrollo de la psicología, no sólo 
en las aplicaciones sociales, sino en muchos otros contextos 
también.
Frcud y el psicoanálisis dieron a la ciencia un cambio definitivo 
de dirección. Sin duda, a fines del siglo pasado, pocos estudiosos 
habrían podido anticipar que la base para una psicología de las 
relaciones entre los seres humanos fuera a provenir del estudio 
de las neurosis. Y como ocurrió en realidad, a través del nuevo 
enfoque del problema de la neurosis -—un enfoque completa­
mente ajeno a la atmósfera del laboratorio psicológico—, la com­
plejidad plena de las relaciones de un individuo con sus prójimos, 
como objetos de amor, de odio, de temor y de rivalidad, se 
convirtió de pronto en el foco principal de interés psicológico, 
probablemente sin que Freud haya previsto la dirección que su 
trabajo tomaría. Como lo acabamos de indicar, el abordamiento 
de este campo se efectuó mediante la patología y, más allá de 
ésta por el estudio de los impulsos instintivos humanos, de su 
desarrollo, transformaciones e inhibiciones. Desde entonces, el 
análisis se ha desarrollado convirtiéndose en una psicología gene­
ral, que incluye también el análisis de la conducta normal y 
de otras estructuras psíquicas. El hecho, sin embargo, de que el 
psicoanálisis tenga este origen, de que haya empezado como 
una psicología de los fenómenos mentales "irracionales" y de lo 
inconsciente, o más bien del ello, fue, en conjunto, decisivo para 
su desarrollo, así como para el de la psicología social. Es evi­
dente que una psicología que analiza sólo el interés consciente 
del individuo por el poder, la posición social, el deseo de lu­
cro, etc., ignorando las raíces de esos intereses en el ello, tiene 
que resultar demasiado estrecha para hacer justicia a la extra­
ordinaria variedad de los fenómenos sociales que requieren elu­
cidación. Aun muchas formas de conducta que parecen "racio­
nales" adoptan un aspecto diferente si no se ven como fenóme­
nos aislados, sino a la luz de la conducta total del individuo. En 
términos psicoanalíticos diríamos que aparecen a una luz dife­
rente cuando los observamos no sólo bajo el aspecto del yo, sino 
también bajo los aspectos del ello y del superyó.
Podemos preguntar: ¿en qué forma la relación de un indivi­
duo con sus prójimos y con la "sociedad” entra en la esfera del 
psicoanálisis? En primer lugar, las relaciones amorosas del hom-
PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA32
bre, en el sentido más amplio de la palabra, es decir, desde las 
manifestaciones sensuales hasta las sublimadas (la amistad, por 
ejemplo), y la protesta de la sociedad contra muchas formas de 
expresión sexual, captó el interés de quienes trabajan en ese 
campo. Posteriormente, el psicoanálisis trabó contacto también 
con otros tipos de relaciones, tales como las tendencias agresi­
vas y las identificaciones, que se volvieron igualmente impor­
tantes en la psicología de grupo. El enfoque esencial para la com­
prensión de estos fenómenos, aquí como en cualquiera otra 
parte del psicoanálisis, fue el genético. El estudio del desarrollo 
de las relaciones objetuales humanas ha sido una de las partes 
más importantes del análisis desde sus comienzos. La forma en 
que el niño aprende a elegir y reconocer los objetos y la forma 
en que estas relaciones objetuales infantiles, mediante repeticio­
nes, desplazamientos, inversiones y demás, influyen decisivamen­
te en las relaciones amorosas del adulto tanto como en sus 
relaciones sociales, dentro de la vida profesional y política, cons­
tituye uno de los temas principales de la experiencia analítica, 
que hasta la fecha aún no ha sido plenamente agotado. Aquí 
escojo sólo un grupo de problemas que parecen ofrecer una 
base adecuada para ciertas reflexiones.
El bebé, desde el momento de su nacimiento (en realidad 
hasta antes), está en contacto constante con su contorno social, 
y durante un largo periodo de tiempo su vida depende de esos 
primeros contactos. Pero al principio la criatura no conoce ob­
jeto algunoen un sentido psicológico. El proceso de la verdadera 
cristalización de los objetos sigue a un periodo en el que hubo 
una notable falta de diferenciación en todas las reacciones, y 
se produce en estrecha conexión con las necesidades de los im­
pulsos instintuales, de una parte, y con el desarrollo del yo, de 
la otra. El reconocimiento del mundo de los objetos se basa 
parcialmente en el remplazamiento (o modificación) del princi­
pio del placer por el principio de realidad y dependencia de la cre­
ciente madurez y fortaleza del yo. Freud descubrió que el des­
amparo y la dependencia prolongados del niño del mundo adulto 
tiene dos consecuencias principales, que son importantes desde 
el punto de vista de su desarrollo. Esta temprana dependencia 
suscita una diferenciación de gran alcance entre el ello y el yo 
y fomenta las posibilidades de maduración del yo, así como el 
proceso de aprender. Pero dicha dependencia también acrecienta 
la importancia del peligro exterior, tanto como la de aquellos 
objetos que ofrecen protección, hasta un grado desconocido entre 
los animales inferiores. Considerando esta dependencia completa 
del cuidado y la protección de otros, es natural que la necesidad 
de amor del hombre y su temor de perder el amor del objeto 
estén fuertemente desarrollados.
Es evidente que los hallazgos analíticos de este género son de 
gran importancia para la sociología. Al mismo tiempo, cuando
33PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
se miran desde el ángulo de la adaptación, la maduración y el 
aprendizaje, ofrecen un campo que es esencial en la biología 
humana. La relación del bebé con su madre, la institución 
del principio de realidad, los cambios en los tipos de gratifica­
ción instintiva, pueden ser todos descritos "biológicamente" así 
como "sociológicamente”. Hay, por supuesto, elementos a los 
cuales esto no puede aplicarse, tales como la dotación instintiva, 
la constitución del yo, la maduración, etc. Lo cierto es que el 
psicoanálisis está particularmente interesado en el estudio psico­
lógico de tales factores "sociales”, que a la vez son de impor­
tancia "biológica”. Me doy cuenta perfectamente del carácter 
vago de estos términos, y podría ser de lo más fácil afirmar 
que estos campos diferentes pueden hallar su lugar en el marco 
de la sociología, al igual que en el de la biología. Si me concentro 
aquí en el enfoque sociológico, es porque el tema que trato así 
lo requiere. Pero no subestimo las implicaciones biológicas de di­
chos temas.
La dependencia y desamparo, que tienen tan larga duración 
en el niño, son fenómenos que vemos en todos los seres huma­
nos, sin atender a su cultura y civilización, aun cuando si se com­
paran rigurosamente pueden no ser idénticos. La forma en la 
cual el mundo del adulto enfrenta estos problemas difiere, sin 
embargo, en las diversas civilizaciones. Además, en una civiliza­
ción dada, el problema no es tratado de la misma manera por 
todas las familias y aun en la misma familia habrá una variación 
de un hijo al siguiente. Entre estos factores, pues, hay algunos 
que son constantes y otros que son variables. No coinciden en 
absoluto con los factores biológicos y sociológicos. Se puede 
llegar a los valores promedios, característicos de cualquiera 
civilización específica con respecto a las fronteras entre ambos, 
o a la manera, el grado y el tiempo en que los impulsos del niño 
muy pequeño son controlados por las influencias culturales, o 
las satisfacciones y frustraciones que el niño experimenta duran­
te el proceso y el desarrollo peculiar de su yo, el cual reconcilia 
con mayor o menor éxito las demandas del mundo exterior con 
sus necesidades infantiles. (Esto es verdad aun cuando en cada 
caso desempeñan su papel otros factores, tales como el consti­
tucional y el del desarrollo.) Así como Freud hizo que fueran 
útiles para la antropología los resultados del psicoanálisis (de 
esto nos ocuparemos posteriormente), en este contexto se puede 
emplear la antropología con et fin de resolver problemas ana­
líticos. Bajo la influencia del psicoanálisis, los antropólogos 
comenzaron a tomar en consideración los factores arriba expues­
tos y otros pertenecientes a la misma esfera. Sucede que, como 
en otras ciencias sociales, conceptos basados en la experiencia 
analítica sacan a la luz nuevos hechos y nuevas relaciones, y 
que la nueva manera de plantear las preguntas evoca nuevas res­
puestas, las que a su vez han resultado de importancia en la
PSICOANÁLISIS Y SOCIOLOGIA
armazón psicoanalítica. La plasticidad de la condición del niño 
pequeño y sus límites, el grado en que puede o no ser influido 
por los factores culturales, se hallan mejor delimitados por los 
estudios antropológicos que por individualidades analizadoras 
de la misma cultura. En dichos problemas la antropología tiene 
cierta validez experimental y puede, en ciertos casos, contribuir 
con material que confirmará o negará los supuestos psico- 
analfticos.
El aspecto histórico del pensamiento psicoanalítico impide que 
el análisis sea nada más una doctrina de "la naturaleza del hom­
bre" en el sentido en que, por ejemplo, los filósofos del siglo xvm 
consideraban este problema. El psicoanálisis se preocupa por 
las modificaciones que las condiciones cambiantes ejercen so­
bre las situaciones y tributos generalmente humanos. Entre esas 
condiciones y los factores sociales desempeñan un papel único. 
Aun cuando podamos anticipar la presencia de impulsos instin­
tivos agresivos en todas las personas, no podemos llegar a la 
conclusión de que una expresión completamente delineada de 
estos impulsos, el bélico por ejemplo, haya de ser inevitable en la 
historia de la humanidad. La expresión de las tendencias agre­
sivas básicas está determinada por factores que pueden cambiar 
en el transcurso de las generaciones. Por otra parte, la nega­
ción de todos los elementos constantes entre aquellos que puede 
demostrarse que tienen una influencia en el proceso de llegar 
a ser hombre está, naturalmente, en contradicción con la expe­
riencia. El psicoanálisis puede ir más allá y demostrar que el 
ello, el yo y el superyó presentan resistencias de diversos grados 
a las influencias del mundo externo y particularmente a las que 
provienen de factores culturales. También nos da el psicoanálisis 
una idea del modo en que el yo y el superyó pueden modificarse, 
y del mismo modo nos ofrece una firme indicación de la tenaci­
dad con que el ello se opone a las influencias del mundo exterior. 
(No deseo ocuparme en este momento de las transformaciones 
típicas del ello durante el desarrollo del individuo y de la posi­
bilidad de influir en el ello mediante el proceso terapéutico del 
análisis.) En cualquier caso, deseo destacar no sólo que Freud 
reconoció plenamente la importancia de los factores sociales en 
el desarrollo del carácter y de la neurosis, sino que fue el pri­
mero que les proporcionó un sitio científicamente comprensible 
en las diversas regiones de la psicología y la psicopatología.
Acaso fuera provechoso agrupar la gran diversidad de modos 
por los cuales la conducta del individuo puede ser afectada por 
factores culturales —cuando menos desde dos puntos de vista 
diferentes— comenzando con los estratos de la personalidad en 
que esos factores ejercen una influencia. Ellos pueden, junta­
mente con otras influencias, codeterminar la estructura central 
de la personalidad, provocando, por ejemplo, el establecimiento 
temprano de formaciones de reacción específicas, o pueden co-
34
35PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
determinar el grado de severidad del superyó o el grado de. 
movilidad del yo. Por otra parte, su efecto puede ejercerse un 
poco más allá del núcleo de la personalidad. Individuos de la mis­
ma (o más correctamente, de análoga) constitución e historia 
infantil serán, sin embargo, impulsados por canales de desarro­
llo diferentes, según que pertenezcan a una sociedad de una 
estructura social o de otra y, en esa sociedad, a uno o a otro 
nivel social, porcuanto que las frustraciones y posibilidades de 
sublimación, etc., son una característica de la sociedad y del nivel 
social. (Se da por sabido que no tomo en consideración factores • 
que no son psicológicos.) Así pues, hay factores culturales que no 
influyen a la estructura mental de una persona o el modo me­
diante el cual resuelve sus conflictos, sino sólo a las capas 
superficiales de la personalidad, por ejemplo, la elección de 
racionalizaciones, el lenguaje conceptual, ciertos contenidos men­
tales, etc. Esta distinción sirve meramente para concretar nues­
tro problema y militar contra la tendencia que considera los 
factores sociales equivalentes frente a connotaciones psicológicas 
completamente diferentes. Hay por supuesto transiciones entre 
los tres grupos de factores que he mencionado. Otra contribu­
ción igualmente indispensable para la organización de los hechos 
sociales, de acuerdo con su significación psicológica, consiste 
en observar sus efectos específicos sobre el ello, el yo y el superyó.
Si, por ejemplo, nos enfrentamos con esta pregunta: ¿cuáles 
son los factores culturales que ejercen una influencia en la fre­
cuencia y en el tipo de la neurosis?, se debe tomar en considera­
ción muchos de los grupos de factores mencionados antes, con­
forme a su importancia individual. El hecho de que la neurosis 
es el resultado específico de un conflicto entre los impulsos 
instintivos y el yo y el superyó, sigue siendo la característica 
psicológica básica de la neurosis cuando se la considera etio- 
lógicamente. Sin embargo, hay transformaciones del tipo de 
los fenómenos neuróticos. Los cambios en las formas de las 
neurosis en la civilización occidental durante la última genera­
ción, por ejemplo, sugieren que la estructura profunda de la 
personalidad ha sido modificada por condiciones culturales. 
Además diversos factores sociales desempeñan su papel. Esto 
se demuestra por el hecho de que el mismo tipo de neurosis 
tendrá implicaciones diferentes para personas que vivan en 
situaciones sociales y económicas diferentes. Por último, existe 
una diferencia en la sintomatología de las neurosis en las distin­
tas civilizaciones, lo que tiene que ver exclusivamente con el 
contenido (la elección del objeto de la angustia en las fobias, 
por ejemplo). La relativa importancia de los elementos socia­
les, cuando se comparan con los otros factores que ejercen 
una influencia en la génesis y forma de la neurosis, es un pro­
blema que no deseo abordar en este momento. He puesto 
este ejemplo sólo para mostrar en qué forma debemos dispo-
PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
ner de conceptos tales como "cultura", "civilización” y "for­
mas de sociedad”, que se definen primariamente no por el sis­
tema conceptual de la psicología, sino por el de otras ciencias 
al estudiar las relaciones mutuas entre el hombre y la sociedad.
No deseo continuar en la senda de volverme cada vez más espe­
cífico a este respecto, pero me gustaría enfocar una caracterís­
tica general de estas relaciones mutuas. Presentemos el pro­
blema mediante una comparación con ciertas observaciones 
instructivas que tienen que ver con la teoría de la neurosis. Sabe­
mos que en la histeria la elección del órgano afectado es en 
parte determinada por las características físicas particulares del 
órgano. Freud- definió esto como condescendencia somática. 
Existe una relación análoga entre la estructura mental del indi­
viduo y el medio social que lo rodea. Esto nos da el derecho de ha­
blar de condescendencia social, por la que entendemos el hecho 
de que los factores sociales deben describirse también psicoló­
gicamente de tal modo que se demuestren sus efectos selectivos, 
los cuales operan en la dirección de la selección y la realización 
de ciertas tendencias y su expresión, y de ciertos principios de 
desarrollo entre ellos los que, en cualquier momento dado, son 
potencialmente demostrables en la estructura del individuo. Es­
tos procesos selectivos se hallan presentes en todas las etapas 
del desarrollo humano.
Por lo tanto, estamos primordialmente interesados en esta 
pregunta: ¿de qué manera y en qué grado una estructura social 
dada trae a la superficie, provoca o refuerza ciertas tendencias 
instintivas o ciertas sublimaciones, por ejemplo? Por otra parte, 
la forma en que las diferentes estructuras sociales facilitan la 
solución de ciertos conflictos psíquicos por una participación 
—mediante la acción o la fantasía— de realidades sociales da­
das, merece también una investigación especial. Tomemos un 
ejemplo que se adentra ya en la patología. Freud (1924b) des­
cribió un tipo de persona (masoquistas morales), en el cual la 
moralidad se sexualiza y los conflictos habituales entre el yo y 
el superyó se expresan regresivamente en las relaciones sociales 
y contra las instituciones del mundo exterior. Tales personas 
esperan e incitan a que las hagan sufrir y las castiguen quienes 
representan a los padres, a las autoridades personales e imper­
sonales y al destino. Viviendo en un sistema autoritario absoluto 
—que sería intolerable para otros tipos de personalidad— se 
torna posible para una persona así hallar una solución a sus 
conflictos utilizando la realidad.
Hay, entonces, un gran número de personas cuya conducta so­
cial activa representa no una acción racional, sino una "exhi­
bición” (acting out), que es más o menos neurótica en relación 
con la realidad social. En tal "actuación” repiten situaciones de 
la infancia y tratan de utilizar su conducta social para resolver 
conflictos intrapsíquicos. Se utiliza también una firme confianza
36
37PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
en la realidad para dominar el miedo. Esto puede tener, aun­
que no necesariamente, el carácter de un síntoma. También de­
pende de las peculiaridades del medio social el que los conflic­
tos y las tensiones angustiosas sean superados por la conducta 
social. Por otra parte, en ocasiones una modificación de la es­
tructura social que limita esta actividad o que, por ejemplo, 
hace más difíciles ciertas actividades sublimadas, lleva a una 
reaparición de aquellos conflictos que fueron temporalmente do­
minados y sirve para precipitar una neurosis. (Naturalmente, 
esto es verdad sólo donde hubo situaciones en la infancia que 
predispusieron a la persona a desarrollar una neurosis así.)
Las posibilidades de adaptación de la misma estructura psíqui­
ca (o aproximadamente la misma) pueden ser diferentes en tipos 
de sociedad diferentes y entre clases sociales diferentes. Deter­
minado grado del carácter compulsivo, por ejemplo, que en cier­
to grupo o en presencia de determinadas instituciones se mani­
fiesta como una perturbación adaptativa, produciendo lo que 
podríamos llamar una falla social, puede, en otras condiciones 
sociales, no sólo no interferir con el cumplimiento de deberes so­
ciales esenciales, sino ser realmente responsable de ellos. Si 
miramos el problema siguiendo las líneas directrices de que nos 
hemos ocupado hasta ahora, podremos considerar las distintas 
posibilidades para resolver el conflicto y los diversos grados de 
estabilidad psíquica que la estructura social ofrece al individuo. 
Por otra parte, es posible pasar por alto enteramente la cuestión 
de cuál sea la contribución del medio social a la elaboración del 
modelo de conducta específico, a la resolución de los conflictos 
y al grado de equilibrio alcanzado, y formular otra cuestión: 
¿cuáles son las funciones sociales que son accesibles, ya sea fácil­
mente o con dificultad, o que no son accesibles en absoluto, en 
cualquier encuadre social dado para toda estructura de la per­
sonalidad dada, independientemente de la manera en que esta 
estructura se haya desarrollado? (Me reduzco aquí al lado psico­
lógico del problema.) Apenas hace falta indicar que esta pre­
gunta puede ser contestada solamente ceteris paribus, pues un 
gran número de factores no psicológicos, económicos y de otro 
género, participan en el proceso. Así podemos decir: la relación 
entreel individuo y la sociedad puede caracterizarse para tipos 
específicos de personas y para sistemas y estratos específicos de 
la sociedad, no sólo como el efecto que el sistema ejerce en el 
individuo, sino también como las funciones sociales que el sis­
tema requiere de él. Lo primero consiste en una puesta en pri­
mer plano, supresión y desplazamiento de impulsos psicológicos 
del individuo, en la medida en que han sido condicionados por 
la influencia de la sociedad. En el segundo caso, se puede ha­
blar de una clase de selección social y entender esto como los 
desplazamientos en el medio social que son accesibles o están 
prohibidos a un tipo dado de individuo. Esto podría conside-
PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA38
rarse también bajo el encabezamiento de complacencia social, si 
ensanchamos este concepto. No sólo la primera, sino ambas pre­
guntas, deben ser contestadas, para que el psicoanálisis pueda 
aportar algo esencial a problemas tales como, por ejemplo, de 
qué manera es factible que, en un sistema social dado, tenga lu­
gar la selección de los dirigentes políticos.
Hemos llegado a un punto en que se puede reflexionar sobre 
la aplicación sociológica de los hallazgos y puntos de vista de la 
investigación psicoanalítica. He tratado de esbozar algunas de 
las premisas, posibilidades y dificultades del enfoque analítico 
con relación a este terreno científico. Se puede extraer una 
conclusión de lo que ya llevamos dicho. Un argumento corriente 
en contra de la aplicación de la psicología a la sociología es que 
aquélla puede comprender sólo al individuo, mientras que la 
sociología se ocupa de la conducta colectiva. Pero ese argumen­
to sólo es válido en la medida en que la psicología excluye de 
su campo las relaciones entre el individuo y su medio ambiente, 
en particular su medio social. No tiene, por ende, validez cuan­
do las relaciones mutuas entre el hombre y sus semejantes, con 
todas sus variaciones y matices, forma el núcleo de las obser­
vaciones y de las deducciones teóricas, como sucede en el psico­
análisis. Además, los sociólogos hoy en día utilizan también en 
proporción creciente para sus estudios documentos de historias 
de vidas.
Otro argumento afirma que no se puede comprender, o cuando 
menos no comprender plenamente, la conducta social, si no se 
toma en cuenta la realidad social en torno de la cual se orienta la 
conducta. Pero una breve consideración muestra que lo que he 
dicho acerca de la posición del psicoanálisis respecto de las re­
laciones interpersonales tiene una significación más general. Éste 
era sólo un caso especial de la forma en que el psicoanálisis 
entiende la relación entre el hombre y la realidad en general.
La conducta humana está orientada hacia su medio circundan­
te, y el acceso psicoanalítico incluye la estructura de la realidad 
en su descripción. Esto resulta especialmente claro en la última 
versión de Freud (1926a) de su teoría de la angustia, que rela­
ciona el peligro interno con el externo, y en la descripción de 
Anna Freud (1936) de los tipos de defensa que el niño desarrolla * 
contra las molestias y peligros que le amenazan desde el mundo 
exterior. No creemos que se pueda explicar por completo la 
conducta total de un individuo partiendo de sus impulsos ins- 
tintuales y sus fantasías. Si, como analistas, nos preguntamos 
cuáles son las causas de la guerra y de la paz, o de un movi­
miento religioso; si nos preguntamos a nosotros mismos por qué 
determinado dirigente político consiguió el poder y por qué cier­
tos grupos específicos se comportan de una manera más bien 
que de otra en relación con él, creo que podremos contribuir
39PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
a la solución de esos problemas a través de nuestra compren­
sión de las reacciones de los individuos y de los tipos en situa­
ciones concretas. Pero no se puede en ningún caso ignorar o 
desestimar el papel que desempeña la estructura económica o so­
cial como factores parcialmente independientes. En el psicoaná­
lisis aplicado ellas ocupan el lugar de la "realidad", en el sen­
tido que ya he esbozado, y sería completamente insensato negar 
su autonomía. Sería como si quisiéramos pasar por alto en nues­
tra práctica analítica el hecho de que el paciente orienta su con­
ducta específica hacia el medio particular que lo circunda.
La contribución que el psicoanálisis puede hacer a la ciencia 
social difiere, por su significación e importancia, en las varias 
ramas de esa ciencia. Dispersos en los escritos de Freud, en­
contramos muchos comentarios sobre este tema, algunos de 
los cuales son muy penetrantes. En su estudio titulado "La 
moralidad sexual cultural y la enfermedad nerviosa moderna'' 
(1908b) ofrece, sin embargo, por primera vez sus opiniones 
explícita y sistemáticamente sobre la relación del psicoanálisis 
con un problema sociológico. El tema del estudio trata de la 
influencia de los factores culturales sobre la vida instintiva y su 
significación en las neurosis y en las perversiones. Varios años 
después siguió a este estudio Tótem y tabú (1913-14). Este libro 
representa un intento más ambicioso de aplicar los resultados 
del psicoanálisis a la antropología. Su tema alude al miedo del 
hombre primitivo al incesto y a la relación entre los tabús y la 
ambivalencia. Aquí el punto de comparación es, en primer lugar, 
la psicología analítica de la neurosis obsesivo-compulsiva. En 
relación con el problema del totemismo, halló también en expe­
riencias analíticas bien consolidadas empíricamente, un acceso 
a los problemas antropológicos. Esta vez son las fobias frente a 
animales en los niños y el complejo de Edipo en general. La 
interpretación de que se sirve da lugar a una hipótesis sobre 
la historia más remota del hombre que se centra en tomo del 
asesinato del padre. La segunda contribución decisiva de Freud 
a la sociología la ofreció en su libro Psicología de las masas y 
análisis del yo (1921). Aquí los fenómenos de la psicología de 
grupo son descritos mediante la hipótesis subyacente de que, 
en la transitoria formación del grupo, los miembros de éste 
reemplazan el yo ideal con el dirigente y, por esa razón, identi­
fican sus propios yoes con los yoes de los demás. Por otra par­
te, los nuevos puntos de vista a que se ha llegado con este tra­
bajo son utilizados para una elaboración de la psicología ana­
lítica del yo. Otra serie de estudios de Freud sirven también a 
esta doble finalidad: explicar simultáneamente fenómenos so­
ciales y coadyuvar a un desarrollo más amplio de la psicología 
psicoanalítica. Tal es lo que se observa en su último trabajo, 
"El malestar en la cultura" (1930), que se ocupa primordialmen­
te de las relaciones entre los instintos agresivos y la civilización,
PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA40
aunque al mismo tiempo ofrece una visión completamente nueva 
de los sentimientos de culpabilidad y del destino de las agre­
siones durante el desarrollo del superyó. Sería impráctico, así 
como también innecesario, entrar en mayores detalles para mos­
trar la fertilidad extraordinaria de las ideas que aparecen en 
estas obras de Freud. Bastará con decir que estas ideas repre­
sentan la primera incursión importante en un amplio frente de 
la psicología del núcleo de la personalidad dentro de los domi­
nios de las ciencias sociales.1 En este punto, deseo simplemente 
subrayar que no fue con certeza por casualidad que Freud, en 
esas obras más importantes, haya seleccionado temas que pue­
den ser esclarecidos solamente mediante la fructificación de una 
psicología de los impulsos psíquicos inconscientes y de la con­
ducta ''irracional’'. Además en la mayoría de las situaciones 
descritas por Freud, se trata de acontecimientos que no ocurren 
una sola vez en la historia. Esos acontecimientos son de un 
tipo tal que se repiten, con elementos esenciales que permanecen 
inalterables.
Muchos otros problemas sociológicos, tales como la investiga­
ción de mercado, los anuncios, • las estadísticas políticas, etc., 
probablemente no obtendrántanto provecho del psicoanálisis. 
En estas situaciones la conducta humana que se investiga pro­
viene en gran medida de aquellas capas de la personalidad que 
no están én el centro del interés y la investigación analíticos. 
Volveré a ocuparme de esto. Entretanto quiero, sin embargo, 
considerar en qué puntos puede uno de verdad interpretar ana­
líticamente los más complejos de los sucesos sociales y cuáles 
son los requisitos previos que hacen posibles estas interpretacio­
nes analíticas.
En teoría, se debe ser capaz de utilizar los resultados de los 
análisis personales, de los cuales se dispone ahora en gran nú­
mero, a fin de estudiar muchos de los problemas sociológicos 
corrientes. Cada uno de dichos análisis nos da una intuición 
incomparable de las relaciones íntimas entre la estructura de la 
personalidad y la estructura social. Pero las experiencias de los 
psicoanalistas a este respecto no han sido usadas hasta la fecha 
de una manera sistemática. Hay otro acceso que el psicoanálisis 
descubrió muy al principio y mediante el cual puede estudiar 
las civilizaciones en diversas épocas. Este acceso abarca el es­
tudio de los mitos, los símbolos colectivos y las ideologías de un 
pueblo, que son accesibles a la interpretación analítica. Tales 
análisis han hecho progresar considerablemente nuestra com-
J Aquí, como en otros casos, hablo de la ciencia social en general, en 
lugar de limitarme a la sociología, porque al aplicar el psicoanálisis a la 
sociología nos enfrentamos con problemas que son de igual importancia 
en sus aplicaciones a la historia, la antropología, etc. Algunos de estos 
problemas generales pueden ser hasta mejor dilucidados si se eligen ejem­
plos de otras ramas de la ciencia social.
PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
prensión en algunas situaciones, pero en otras es difícil ver con 
suficiente claridad la significación social real, la distribución y la 
función de esos fenómenos colectivos. El estudio analítico de 
las instituciones sociales nos permite con frecuencia, de una ma­
nera suficientemente garantizada, establecer qué impulsos instin- 
tuales, qué intereses del yo o qué tipos de sentimientos de culpa 
se satisfacen por este tipo de institución. No es raro que seme­
jante interpretación analítica contribuya también a la compren­
sión de la génesis de estos fenómenos. Por medio de tales aná­
lisis se puede arrojar más o menos luz sobre las tendencias 
psíquicas y sobre los tipos de reacción de los miembros de la 
sociedad a la cual pertenecen esas instituciones. Por lo gene­
ral, se hace necesaria una investigación sociológica para res­
ponder con seguridad a la pregunta: ¿en qué grado las ins­
tituciones expresan las tendencias psíquicas de los miembros 
individuales de una sociedad dada y qué estratos de la misma 
están representados de este modo? Una institución satisfará en 
ocasiones las necesidades de la mayoría, pero también puede ser 
impuesta por un grupo minoritario; o, por otra parte, puede per­
tenecer a una tradición que es mantenida por razones psicológi­
cas, etc. Pero en este contexto debemos pensar también en el 
fenómeno del "cambio de función" tanto como en ciertos fenó­
menos sociales que, originados como expresión de tendencias psi­
cológicas definidas pueden convertirse en expresiones de dife­
rentes tendencias durante su desarrollo histórico. Las institu­
ciones cimentadas en la tradición, aun cuando pueda seguirse 
su pista históricamente del todo o en parte hasta las tendencias 
psicológicas de las generaciones precedentes, se imponen sobre 
los individuos de las generaciones siguientes como realidades en 
el sentido que he descrito anteriormente. Con frecuencia con­
tinúan satisfaciendo en líneas generales las mismas necesidades 
psicológicas a las cuales debieron originalmente su creación. 
Pero, como he dicho, esto no ocurre siempre. Tampoco es nece­
sario decir que las conclusiones que uno puede extraer de la 
conducta política patente de un individuo, en relación a sus 
motivaciones o a la estructura de su personalidad, serán diferen­
tes en un sistema democrático de lo que serían en uno totalita­
rio; y del mismo modo diferirán en una dictadura moderna y 
en una de los primeros tiempos. Algo semejante es cierto en 
relación con todo lo que queda incluido bajo el título de equipo 
técnico, cuyo uso caracteriza a una sociedad. El psicoanálisis 
aplicado a un individuo nos posibilita el entendimiento de la 
significación psicológica de emplear unos medios técnicos en 
lugar de otros para alcanzar sus metas. Si se aplica el psicoaná­
lisis a la sociología, faltará esta fuente de información directa. 
Ciertamente, hasta en esta situación es, con frecuencia, posible 
extraer conclusiones concernientes a las tendencias psicológi­
cas subyacentes a partir de los medios utilizados. Sin embargo.
41
PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA42
no hace falta decir que es imposible llegar a la conclusión de 
que la magnitud de la fuerza destructiva de los instrumentos 
bélicos usados en una época dada, será de por sí una indicación 
directa de la agresividad relativa de los individuos que participen 
en esa guerra. La relación entre estos dos factores no deja lu­
gar a equívocos. Por otra parte, puede ser muy posible sacar 
una conclusión sobre la base de un análisis precedente de la 
situación histórica, de la estructura social y de la etapa del des­
arrollo tecnológico. Esto quiere decir que se deben erigir mode­
los, tan específicos como sea posible, en relación tanto a los 
aspectos psicológicos como a los sociológicos. Estos modelos 
nos permitirán aplicarles nuestros hallazgos psicoanalíticos re­
ferentes a las fuerzas y mecanismos que actúan en unas cir­
cunstancias dadas.
Lo expuesto anteriormente tiene como finalidad elucidar las 
premisas que, en ciertas esferas sociológicas hacen posible una 
interpretación analítica. Vuelvo ahora por un momento a la dis­
tinción mencionada arriba entre los problemas sociológicos que 
son más accesibles al psicoanálisis y los que lo son menos. En 
toda situación donde la conducta humana es preponderante- 
mente racional, se puede predecir la respuesta del hombre pro­
medio con un cierto grado de precisión, sin tener que recurrir 
a conceptos psicoanalíticos. Esto es aplicable a situaciones en 
que la conducta está ampliamente determinada por el yo cons­
ciente o preconsciente. Como es natural se debe explicar aquí 
también la conducta psicológicamente. No obstante, hay situa­
ciones en que puede predecirse la conducta con bastante preci­
sión, poniendo, por decirlo así, las capas más profundas de la 
personalidad entre paréntesis. Fuera de esto, en todas las situa­
ciones en que el ello, el superyó o la parte inconsciente del yo 
desempeñan un papel importante, nuestras afirmaciones serán 
confiables sólo si se basan en hallazgos psicoanalíticos.
En el núcleo de la investigación analítica se encontró siempre, 
y se siguen encontrando actualmente, esas regiones psicológicas 
que tienen relación con conflictos humanos, tales como los que 
se producen entre la conciencia moral y los impulsos instinti­
vos, los conflictos con el mundo exterior y demás. Fue más 
tarde cuando llegamos a estudiar en nuestra experiencia ana­
lítica, el desarrollo no conflictivo y las esferas totalmente no 
conflictivas del yo; y cuando lo hicimos, fue con ciertos propó­
sitos especiales. El psicoanálisis, por ejemplo, estudia la forma 
en que el proceso de maduración, las facultades y también los 
intereses del yo que corresponden a estos factores, influyen en 
los conflictos y su resolución. Por consiguiente, al aplicar el psi­
coanálisis a los problemas sociológicos, la teoría de los con­
flictos humanos es la contribución más importante a la ciencia 
social. Además, como hemos encontrado que los conflictos y su 
resolución pueden comprenderse cabalmente sólo si se incluye
43PSICOANALISIS Y SOCIOLOGÍA
la historia del desarrollo del individuo, el punto de vista genético 
tiene que ser parte integrante de la investigación psicoanalítica.La cuestión de la estabilidad de los rasgos de carácter, por ejem­
plo, o de si es dable esperar o no una conducta específica deter­
minada en un individuo, no puede en muchos casos tener una 
respuesta sin el conocimiento de su desarrollo. Con frecuencia 
un corte transversal no permite una prognosis, pero el sociólogo 
debe de ordinario contentarse con esto. Hablando en términos 
generales, él no puede tomar en cuenta los conflictos y su reso­
lución y tendrá muchas veces que limitarse en esta investiga­
ción a estudiar la conducta manifiesta del individuo. Para muchos 
sociólogos nada que no sea la conducta social, propiamente 
dicha, parece tener interés. Más bien que considerar los deter­
minantes complejos de la conducta humana, que han sido de­
mostrados por el psicoanálisis y que con frecuencia van más allá 
de la conciencia, el sociólogo se limita sobre todo al conoci­
miento de la motivación consciente. Ya he mostrado en qué cir­
cunstancias puede eso producir resultados dignos de crédito y 
en qué otras circunstancias no. Muchas fases de la conducta hu­
mana que son importantes en el psicoanálisis, resultan peri­
féricas en sociología y viceversa. Hasta si queremos establecer 
como un principio que la sociología se basa en la psicología, he­
mos de admitir que ambas regiones tienen centros diferentes. 
A pesar de esto, los recientes trabajos en donde sociólogos y 
psicoanalistas colaboraron en una investigación común, estudian­
do los mismos fenómenos desde los dos ángulos, han puesto en 
práctica los comienzos graduales de un lenguaje científico co­
mún. Algunos antropólogos que se adiestraron en el psicoaná­
lisis han empezado a ocuparse, dentro de su campo de trabajo 
y en sus conclusiones, de aspectos de la conducta primitiva que 
anteriormente habían escapado a su atención. Ciertas caracte­
rísticas que probablemente habrían ignorado antes, ahora les 
parecen de importancia en sus descripciones. Esto es cierto tam­
bién para las investigaciones históricas. El análisis puede apli­
carse en toda su extensión sólo después de que los historiadores 
han recogido datos en esas esferas de la vida que al analista le 
parecen del más grande valor en el desarrollo de la personalidad. 
Las preguntas que el analista hace al historiador tienen relación 
con la masa de detalles referentes a costumbres, hábitos o mo­
das que guían las vidas privadas de los miembros de un grupo 
ocupacional, de una clase social, de una nación o de una era 
histórica determinada. Se sobrentiende que el psicoanalista se 
interesa en los diversos modos como se trata a los niños de 
pocos años. Hasta la fecha las indagaciones históricas nos han 
aportado poquísimos datos acerca de cómo en la Edad Media, 
el Renacimiento o el siglo xvm, etc., alimentaban, destetaban y 
acostumbraban al aseo a las criaturas, y de qué modo los padres 
y los representantes paternos manejaban los impulsos sexuales y
PSICOANALISIS Y SOCIOLOGÍA44
agresivos del niño. Sin embargo, el analista ha de contar con 
este tipo de información, al igual que con una gran cantidad de 
otros datos, cuando hace preguntas al historiador. Por otra parte, 
toda una serie de correlaciones, que el sociólogo encuentra en 
su trabajo, tales como las existencias entre el status social y la 
elección vocacional, la vida sexual o las curvas de distribución 
de ciertas actitudes sociales en diferentes nacionalidades, y otros 
muchos hallazgos sociológicos, ejercen su efecto en el psicoaná­
lisis al esclarecer su sistema conceptual y estimularle a revisar 
y ampliar sus datos. Vista de este modo, la relación entre el psi­
coanálisis y la sociología (y las ciencias sociales en general) pa­
rece ser no simplemente un intercambio de hallazgos, sino más 
bien un proceso dinámico de inspiración mutua encaminado ha­
cia nuevas investigaciones que pueden demostrar su fecundidad 
para ambas partes.
3. SOBRE LOS ACTOS RACIONALES E IRRACIONALES
(1947)
Desde sus comienzos el psicoanálisis ha efectuado contribuciones 
importantes a la psicología de la acción, que reflejan claramente 
los niveles consecutivos de la experiencia y el pensamiento ana­
líticos. El enfoque se ha vuelto más explícito una vez que se 
sentaron sólidos cimientos en la teoría analítica del yo. No obs­
tante, carecemos aún de una exposición sistemática de una teoría 
de la acción analítica, a la que pudiéramos referimos aquí como 
a un cuerpo de hechos y de hipótesis aceptado o al menos ge- . 
neralmente reconocido. Este estudio se ocupa primordialmente 
de ciertos aspectos de la conducta racional e irracional. Empe­
ro, también tendrá que referirse a una serie de temas que po­
drían formar parte de dicha teoría general.
Desde el punto de vista de un concepto más anticuado del 
psicoanálisis, que limitaba su campo al de una ciencia auxiliar 
de la psiquiatría, preguntas como éstas que deseo exponer aquí 
parecen periféricas. No obstante, el psicoanálisis, en una forma 
implícita desde sus comienzos y de modo enteramente explícito 
en las dos o tres últimas décadas, se ha dedicado a sentar las 
bases de una psicología general, que incluye tanto la conducta 
normal como la patológica. El psicoanálisis tuvo su origen en la 
investigación clínica de lo que se ha llamado generalmente con­
ducta "irracional”, en los impulsos instintuales y su desarrollo, 
y en el papel que éstos desempeñan principalmente en los fenó­
menos patológicos. Mientras giró en tomo de la psicología del 
ello, se ocupó de un campo de observación desdeñado por la psi­
cología no analítica. Al desarrollar la psicología del yo, el aná­
lisis ha ido incluyendo cada vez más en su campo los fenómenos 
que previamente habían sido estudiados por otros métodos. No 
obstante, en este amplio terreno en que se encuentra con otros 
métodos el analítico, es su naturaleza específica y su penetra­
ción en los procesos inconscientes lo que permite que aparezca 
con frecuencia el objeto común de observación a una luz dife­
rente; y sobre todo, el conocimiento analítico nos permite asig­
nar a los hechos observados el lugar que les corresponde en la 
estructura de la personalidad.
El problema de la conducta racional e irracional está situado 
en el cruce de caminos de varias ramas de la ciencia. No sólo 
la psicología, sino también la historia, la sociología y la econo­
mía participan en él. Cuando nos enfrentamos con preguntas 
que se hallan en el límite entre el análisis y la ciencia social, la 
necesidad de ampliar y esclarecer nuestro conocimiento de ta­
les problemas tiene que surgir de un modo definido. No se ha
45
SOBRE LOS ACTOS
logrado aún dar a los diversos estudios sociológicos y económi­
cos de los actos humanos la base psicológica que necesitan. 
Muchas teorías de la acción como las presentadas, por ejemplo, 
por los economistas, tienden a reducir las motivaciones de la ac­
ción y las bastante complejas relaciones de la acción con otros 
aspectos de la conducta, a unos pocos casos aislados considera­
dos como típicos; pero, por lo general, desdeñan los hechos 
básicos de la estructura de la personalidad, de las fuerzas im­
pulsivas y de las capacidades de adaptación del hombre. No 
obstante, al limitar los fundamentos psicológicos a estas situa­
ciones modelo, uno puede comprometer la plena aprehensión 
hasta de esos pocos patrones de conducta que dichas teorías 
tienen en cuenta. En los capítulos 2 y 5, he delineado la po­
sible influencia del psicoanálisis en las ciencias sociales. Deseo 
manifestar que una teoría de la acción basada en el conocimiento 
de los aspectos estructurales de la personalidad y de sus motiva­
ciones, sea probablemente la contribución más importante que el 
psicoanálisis será capaz de efectuar algún día en este campo.
¿Cuál es, entonces, para empezar con este aspecto del proble­
ma multiforme, la posición de la acción en la estructura de la 
personalidad, según la describe el psicoanálisis? Los sistemas de 
la personalidad (yo, ello, superyó) se definen psicoanalíticamen- 
te sobre la base de sus funciones,siendo la formación de con­
ceptos aquí un tanto semejante a la usada por la biología y más 
especialmente por la fisiología. La acción normal en todas sus 
variedades, aun la acción instintual o emocional, es forjada por 
el yo. Pero entre la acción y el yo existen múltiples relaciones. 
En la acción tenemos una intención encaminada hacia una meta, 
y los fenómenos motores y de otra clase utilizados para alcanzar 
esa meta están controlados y organizados de conformidad con 
esto. (La presencia de las metas y este control y organización 
pueden ser más o menos completos y pueden producirse en una 
gran variedad de niveles diferentes, como veremos más tarde.) 
Freud ha mostrado cómo el remplazo parcial de la salida motriz 
meramente reactiva, y de la irrupción instintiva, por la acción 
dirigida y organizada, es parte importante del desarrollo del yo 
y un paso esencial para sustituir el principio de placer por el 
principio de realidad. La objetivación, otra de las funciones que 
atribuimos al yo, al ayudar a desarrollar nuestro saber del mundo 
exterior, contribuye también a la organización de la acción. 0 
quizá hay una relación de interdependencia entre los dos procesos: 
la penetración en la estructura de la realidad guía a la acción, 
pero la acción es también uno de nuestros instrumentos más 
eficaces para el desarrollo de la intuición o del conocimiento.
Unas cuantas observaciones esbozadas acerca de los aspectos 
del desarrollo de cuando menos algunos de los factores implica­
dos, pueden ser de utilidad. Si los deseos de un niño exceden 
de un cierto grado sin ser satisfechos, y si tampoco pueden sa-
46
RACIONALES E IRRACIONALES
tisfacerse por medio de la fantasía, el niño se siente impulsado 
hacia el mundo exterior, en la percepción y en la actividad, con 
el fin de buscar el placer y evitar el dolor. Esta conducta puede 
también significar una protección contra temores fantásticos, 
y puede servir para dominar la angustia. En ambos casos ese 
volverse hacia el mundo exterior se produce bajo el principio 
del placer; es su continuación por otros medios. Hay, sin em­
bargo, otro factor decisivo implicado en el establecimiento del 
principio de realidad. "Se renuncia a un placer momentáneo, 
incierto en sus resultados, pero sólo con el fin de lograr, siguien­
do el nuevo camino, un placer seguro en fecha posterior.” (Freud, 
1911a, p. 223.) Este paso no puede, como lo he mostrado en 
otra parte (1939a, véase también el capítulo 12), derivarse sola­
mente del principio del placer. La anticipación del futuro, uno 
de los más importantes logros del desarrollo temprano del yo, 
participa en el proceso como una variable independiente. Ahora 
bien, la anticipación es también otro requisito previo para el des­
arrollo de la acción y en cierto grado participa en cada una. 
Conocemos muchas actividades anticipatorias del yo, y la más 
concienzudamente estudiada por los analistas ha sido la señal 
de angustia que. desde cierto nivel del desarrollo, es usada por 
el individuo en las situaciones de peligro. Creo que no puede 
haber duda de que esta forma especial de anticipación, debido 
a que salvaguarda la estabilidad del aparato mental, es también 
de importancia suprema entre esas formas de anticipación que 
hacen posible la acción organizada.
En la literatura psicoanalítica de los últimos años, ha habido 
una tendencia a considerar un parcial desarrollo autónomo del 
yo, que no puede ser seguido del todo hasta las manifestaciones 
de los impulsos instintivos (véase, por ejemplo, Freud 1937a). 
Aquí deseo sólo mencionar que esta región del desarrollo del 
yo se basa en parte en la función del aparato somático o mental 
que, como consecuencia de la maduración, se vuelve asequible 
al yo. Hay un estrecho paralelo con el desarrollo de la libido, 
cuyos niveles consecutivos en parte vinculamos con el crecimien­
to fisiológico y anatómico (de los dientes, de los músculos del 
esfínter y demás). Ahora bien las funciones de la región del yo 
que acabamos de tocar, incluyendo aquellas acciones controladas 
v dirigidas de modo subyacente, tienen muchas veces el carácter 
de inhibir la satisfacción inmediata de los impulsos instintivos; 
el aplazamiento o el desplazamiento de esa satisfacción es fre­
cuentemente la consecuencia de su actividad. Por otra parte, 
el desarrollo de nuevas funciones del yo, por ejemplo, las de su 
actuación en el mundo exterior, pueden abrir nuevas avenidas 
para la satisfacción directa e indirecta (sublimada) de las ten­
dencias instintivas. Los cambios en la distribución de la energía 
psíquica, en la dirección de una inversión más enérgica de las 
funciones del yo, marcha paralela con esos desarrollos.
47
SOBRE LOS ACTOS48
Al acentuar la importancia de factores tales como la anticipa­
ción, el aplazamiento de la satisfacción y otros semejantes, en el 
desarrollo de la acción, le damos a ésta al mismo tiempo el lugar 
que le corresponde dentro de la tendencia general del desarrollo 
humano, la tendencia hacia un aumento de la independencia 
respecto del impacto inmediato de los estímulos del momento, 
la independencia respecto del hic et nunc. Esta tendencia puede 
. describirse también como una tendencia hacia la "interioriza­
ción’* (Hartmann, 1939a). La señal de peligro es un ejemplo de 
esto. Esa señal ayuda en muchos casos a dominar el peligro 
"interior”, antes de que pueda convertirse en peligro que ame­
nace desde el exterior. La acción dirigida y organizada (organi­
zada en cuanto a sus motivaciones y en cuanto a la forma en que 
se produce) es sustituida gradualmente por las reacciones in­
mediatas de la descarga motriz, como dijimos anteriormente. 
Las actividades de tanteo, con cuya ayuda intentamos dominar 
una situación, resolver un problema, son gradualmente interiori­
zadas; el pensamiento, en este sentido, es una acción de tanteo 
con pequeñas cantidades de energía psíquica (Freud, 1911a). 
Finalmente, las interiorizaciones, que son esenciales para la for­
mación del superyó, llevan a una creciente independencia del 
mundo exterior, hasta donde un proceso de regulación interna 
remplaza las reacciones y acciones debidas al temor del medio 
circundante social (angustia social).
En cuanto al empleo de la energía psíquica en la acción, bas­
tará con unas cuantas palabras. En psicoanálisis se trabaja 
sobre la hipótesis de que una vez formados los tres sistemas 
mentales, cada uno de ellos dispone de energía psíquica (véanse 
los capítulos 7 y 12). La acción ciertamente utiliza energías del 
yo. La que, sin embargo, no supone que no pueda también tener 
a su disposición energías del ello o del superyó. La separación 
del yo de los otros sistemas, por lo general, no es completa. Así 
la acción extraerá con frecuencia energía de las reservas de 
otras unidades de funcionamiento de la personalidad.
La observación analítica nos ha enseñado que la conducta hu­
mana está esencialmente superdeterminada y que en cada corte 
transversal de la conducta (hasta una cierta edad) podemos se­
guir el rastro de la influencia de los tres sistemas psíquicos 
Llamamos a esto el principio de función tnúlliple (Waelder 
1930). De acuerdo con este principio, el resultado de la activa 
ción de, digamos, una función del yo, estará codeterminada poi 
el estado de cosas en el ello y el superyó; hemos aprendido a 
damos cuenta de la multiplicidad de los factores interdepen 
dientes que todo análisis de la conducta real ha de tomar er 
consideración. No obstante, esa complejidad no hace innecesa 
rio o imposible correlacionar las funciones con los sistemas, de 
un modo que en algunos casos puede ser más definido y en otros
RACIONALES E IRRACIONALES 49
menos. Si en este sentido he llamado acción a una función del 
yo, tengo que añadir ahora que es posible describir una variedad 
de tipos de acción, ante todo desde el punto de vista de la in­
fluencia que otros sistemas ejercen sobre ella. Mientras que la 
formación de la acción es realizada normalmente por el yo, otrasde sus características pueden derivarse del ello o del superyó. 
El estímulo que pone la acción en marcha puede hallarse en uno 
de los otros sistemas también y la fuerza impulsiva de la acción 
puede ser suministrada por cualesquiera de los tres sistemas. La 
configuración de la acción es diferente cuando ésta es instintual 
de cuando es racional. La acción puede de modo predominante 
estar al servicio del yo, o también servir preponderantemente a la 
satisfacción de las necesidades instintivas; puede incluso estar 
sobre todo al servicio del superyó, por ejemplo cuando es sus­
citada por un fuerte sentimiento de culpabilidad inconsciente. 
Estos tipos de acción difieren también con respecto a la claridad 
de la motivación, al grado de explicitud en la presentación del 
objeto y a los fenómenos somáticos que los acompañan.
Desde el punto de vista de la participación de una diversidad 
de funciones del yo en la acción y del grado en que éstas parti­
cipan, podemos decir: las diferencias en el tipo de acción corres­
ponden a diferencias en los niveles del yo que las dirigen (nivel 
de integración, de diferenciación y demás), a diferencias en la 
organización de los motivos, en el tipo de metas, en la organiza­
ción de los medios; las diferencias están determinadas según que 
estos factores actúen en un nivel consciente o no, según el grado 
de automatización y demás. La acción puede satisfacer ciertas 
tendencias del yo, en tanto que es rechazada por otras. La ac­
ción puede estar más o menos bajo la influencia de los elemen­
tos racionales de la conducta. Así, un punto de vista desde el 
cual debe describirse la acción es también aquel del que voy 
a tratar principalmente en este estudio; a saber, su carácter 
racional e irracional (respecto a las definiciones, véase infra).1
En cuanto a lo que llamamos las finalidades, las metas o los
3 Se ha sugerido que el concepto de la acción irracional ha sido descar­
tado por completo (Von Mises, 1944). El razonamiento es el siguiente: 
puesto que el psicoanálisis ha mostrado que la conducta de los neuróticos, 
y hasta la de los psicóticos, es significativa, puede ser comprendida, y que 
la mentalidad de los enfermos, no menos que la mentalidad de los nor­
males, tiende básicamente hacia la satisfacción (aun cuando utilizando otros 
medios), lo que anteriormente se creía que era acción irracional, queda 
demostrado que no lo es en absoluto y que dicho calificativo, por lo tanto, 
es desorientador. No obstante, para nosotros, ni la afirmación de que la 
acción patológica tanto como la normal tiende hacia la satisfacción, ni 
la de que ambas pueden ser comprendidas y explicadas por el análisis im­
plica que sean racionales o hasta qué punto lo sean. Nos referimos a lo 
racional e irracional como características psicológicas empíricas de la ac­
ción que pueden estar presentes o ausentes. En este sentido, los términos 
son significativos y provechosos.
SOBRE LOS ACTOS50
fines de la acción, bastará con hacer aquí unas cuantas observa­
ciones no sistemáticas.2 Debemos distinguir entre estos fines y 
la que llamamos la finalidad de una tendencia instintiva. Al decir 
que esta última tiene una finalidad, no indicamos otra cosa sino 
el hecho de que estas tendencias, de no inhibirse, seguirán su 
curso hacia la satisfacción. No obstante, hablamos del fin o de la 
meta de la acción en el sentido de que la anticipación del resul­
tado de la acción desempeña un papel en su preparación.
Las metas de las acciones de un individuo reflejan sus relacio­
nes con el mundo exterior, pero también sus impulsos instintivos, 
sus intereses, sus exigencias morales, su estado de equilibrio y 
demás. En cuanto a los muchos interrogantes implicados aquí, 
cada análisis nos proporciona un rico material de respuestas; 
pero dichas respuestas no han sido nunca objeto de un estudio 
especial en el análisis. Destacamos la naturaleza compleja de 
estas metas, el hecho de estar superdeterminadas y también que 
con frecuencia se dan contradicciones en la estructura de la 
meta. Sin embargo, normalmente se produce en el yo una adap­
tación mutua de las diferentes series de finalidades, de modo 
que los fines relacionados con las exigencias morales sean com­
patibles con los relacionados con la adaptación al medio, o con 
aquellos que representan los intereses del yo, etc. Las metas 
básicas de la acción humana fueron descritas por Aristóteles 
como "provecho, placer y moralidad". Esta clasificación es un 
tanto semejante —aun cuando no coincide exactamente— a una 
clasificación analítica basada en la distinción de las funciones 
del yo, del ello y del superyó, que influyen en la formación de 
las metas. Nos damos cuenta de que existe una estrecha rela­
ción entre estas tres series de metas. Aquellas que se formaron 
bajo la influencia del superyó pueden al mismo tiempo ser me­
tas del yo del ello. Los sistemas de valores originados en el 
superyó son algo que el individuo comparte con muchos otros, 
y su aceptación facilita la tarea del yo de la adaptación social; 
y sabemos que las funciones del superyó, de un modo indirecto, 
satisfacen también muchas veces tendencias instintivas. Debo 
añadir, por ejemplo, que la finalidad del superyó de reprimir 
demandas instintivas lleva a cambios en el yo y en las finalida­
des del yo en relación con el medio ambiente. También, como en 
el caso de la intelectualización, vemos que una función que ha 
sido (en parte) desarrollada como defensa contra los instintos, 
puede convertirse en una meta independiente del yo (A. Freud, 
1936). Debemos damos cuenta ciertamente de que muchas de 
las finalidades del yo se originan de este modo. Esto es un espe­
cial caso de cambio de función, un término habitual en la biolo­
gía. Por otra parte, los fines del yo influyen realmente en las 
demandas del superyó. Lo que ocurre normalmente en el curso
2 Para un aspecto importante del problema, véase Frcnch (1941).
51RACIONALES E IRRACIONALES
de la elaboración y unificación de dichas demandas, proceso 
que se verifica en el periodo de latencia y en la adolescencia. 
Las condiciones especiales en la formación del superyó, una alta 
tensión de los sentimientos de culpabilidad inconscientes, un 
debilitamiento del yo achacable a una diversidad de factores, 
son a menudo las causas del fracaso del yo al elaborar las fina­
lidades del superyó. Éstas, pues, exigen una rígida sumisión y son 
consideradas como “fines absolutos”. No obstante, ésta es una 
cuestión de grado, ya que aun en el hombre medio que ha desa­
rrollado un superyó, sus demandas, o algunas de ellas, tienden 
a ser consideradas como más absolutas que otras finalidades; 
se supone que otras metas han de sacrificarse a ellas y se man­
tienen más independientes de las consideraciones prácticas. De- 
wey (1922, 1939) ha insistido con frecuencia en la cuestión de 
que los fines sólo funcionan dentro de la acción, de que son 
simplemente puntos decisivos en la actividad, y que la acepta­
ción de "fines fijos" es sólo un aspecto del fervor del hombre 
por un ideal de certidumbre. No quiero discutir su teoría de los 
fines, los medios y los valores, sino solamente destacar un pun­
to: que los seres humanos en realidad establecen finalidades 
más o menos fijas, o "fines absolutos”, más allá de sus acciones, 
y que la acción que está en parte determinada por factores de este 
género, puede en psicoanálisis ser atribuida en efecto al funcio­
namiento del superyó.
En su trabajo clínico, el analista se enfrenta constantemente 
con la acción racional como opuesta a la irracional, pero tam­
bién con otros fenómenos clasificados comúnmente como racio­
nales o irracionales. Va sabiendo de los factores que pueden 
obstaculizar el desarrollo de la racionalidad o inhibir las fun­
ciones racionales. Observa cómo los elementos irracionales de 
la conducta, antes de nada, se interfieren con la conducta sana, 
con la adaptación, con el progreso y, en una correlación posi­
tiva más o menos definida, con la patología, lainadaptación y 
la regresión. Esta experiencia clínica ha encontrado su expre­
sión clásica en la teoría freudiana de la neurosis y la psicosis. 
Hay por supuesto también un caudal de observaciones que apun­
tan hacia el papel positivo que la conducta, por ejemplo, irracio­
nal, afectiva, puede desempeñar realmente en el ajuste normal. 
Pero este aspecto del problema, que es parte de una psicología 
analítica de la persona normal, ha sido formulado hasta ahora 
de modo menos explícito y menos completo que la teoría de la 
neurosis. También surgen dificultades del hecho de que los tér­
minos "racional” e "irracional”, por cuanto que son usados am­
pliamente por los analistas, se emplean lo mismo dentro que 
fuera del análisis de una manera más bien vaga.
Aquí son menester unas cuantas palabras acerca del uso y
SOBRE LOS ACTOS
abuso de estos términos. La palabra "racional" se utiliza coa 
frecuencia como sinónimo de "guiado por la razón” o de "razo­
nable”. En la medida en que "razón” viene a ser sólo una 
palabra más para significar "intelecto”, y "conducta razonable" 
otra expresión más para designar la conducta que se basa en 
la intuición y el pensamiento, esta terminología se aproxima a la 
que presentaré más tarde. Sin embargo, "razón" y "razonable” 
tienen también otros muchos significados y, en general, son con­
ceptos muy deficientemente definidos. Por supuesto, todos usa­
mos estas palabras a menudo para valorar la conducta de una 
persona, pero no debemos olvidar que se prestan a equívocos, a 
menos que se les añadan nuevas especificaciones en cuanto a los 
puntos .de vista de los que se derivan tales valoraciones. Lo que 
llamamos razonable se basa realmente con frecuencia en parte 
en una serie de juicios valorativos implícitos o explícitos, la va­
lidez de los cuales, en consecuencia, damos por buena variando 
su significado. Si se considera una finalidad legítima del indi­
viduo poner ciertos intereses personales por encima de otras 
consideraciones, una actividad que sirva a tal finalidad sin duda 
será llamada razonable; mientras que, desde el punto de vista 
de un diferente sistema de valores, sacrificar esos intereses per­
sonales será considerado como la misma esencia de la conducta 
razonable. Evidentemente, en estos casos la afirmación de que la 
conducta es razonable no es una afirmación puramente psicológi­
ca, sino que hay un elemento de juicio moral mezclado inextrica­
blemente con él. Este elemento subjetivo, implicado en la for­
mación del concepto, hace inaconsejable el uso de la palabra 
"racional” en este sentido, si es que queremos considerarla como 
un término psicológico.
En la historia de la filosofía se han hecho muchos intentos 
para vincular el concepto de razón con determinadas funciones 
mentales. No obstante, el enfoque racionalista no va muy lejos 
en esta dirección debido a varias razones, por ejemplo, a que el 
racionalismo, al menos en algunas de sus implicaciones, se opo­
ne al empirismo. También la elevada valoración de "la razón" 
ha inducido a muchos filósofos a creer en la casi omnipotencia 
verdadera del intelecto, y a escotomizar la fuerza real de los 
factores irracionales. Por otra parte, el irracionalismo romántico 
arroja cierta luz sobre las funciones mentales inconscientes y so­
bre la importancia dinámica de las fuerzas irracionales. Pero 
el Romanticismo, aún más que la Ilustración, se queda corto al 
desarrollar nuestros conocimientos empíricos de la estructura 
de la personalidad hasta un punto donde se llegue a poder 
asignar un lugar a las funciones irracionales así como a las ra­
cionales y comprender sus relaciones mutuas. Hoy día "razón” 
y "sinrazón" "razonable” e "irrazonable”, se utilizan menos 
como términos científicos.
52
RACIONALES E IRRACIONALES
No obstante, si hay aún tanta confusión acerca del signi­
ficado y función de la racionalidad, se debe —al menos en 
part
notaciones, cuyo origen nos retrotrae a las escuelas filosóficas 
del pasado. Pero hay otros factores que participan en esta 
manifiesta falta de claridad. Merece la pena hacer aquí una 
digresión, para ver cómo los juicios valorativos implicados, 
de que hablé antes, influyen en la formación de conceptos y 
nuestra penetración en la conexión de los hechos. Hay una 
fuerte tendencia a equiparar la conducta racional con la con­
ducta sana y con aquella que juzgamos “buena” o “correcta”, 
y la conducta irracional con lo contrario. Hasta los autores 
psicoanalíticos encuentran difícil percatarse de que la con­
ducta racional puede ponerse al servicio de finalidades des­
tructivas o autodestructivas. No cabe duda de que existe 
una correlación positiva, por ejemplo, entre la conducta ra­
cional y la conducta adaptada, entre la conducta racional y 
la sana, y de que esas correlaciones han sido aceptadas 
desde hace tiempo. No obstante, el factor valorativo -implí­
cito vuelve difícil el percatarse del hecho de que la interre- 
' lación de la conducta racional y la irracional es, en realidad, 
mucho más compleja de lo que esas simples correlaciones 
la hacen aparecer. Al estudiar los efectos de tales juicios 
valorativos implícitos, nos encontramos con que existe una 
tendencia bastante general que propongo denominar tenden­
cia hacia la aglutinación de valores. Si, por ejemplo, atribui­
mos a un elemento de conducta un acento valorativo positivo, 
nuestro pensamiento tenderá a identificar más fácilmente 
con él otros elementos, evaluados positivamente, a conside­
rarlos parte de él o en una relación causal con él, que 
aquellos elementos que tienen un acento valorativo negativo. 
La misma aglutinación se produce en el terreno de los ele­
mentos de conducta que tienen valoración negativa. Así, las 
conexiones acordes con la valoración común de los hechos 
serán sustituidas por sus conexiones reales y la penetración 
en la estructura de la realidad será interferida. Hay una 
segunda tendencia que llamo irradiación de valores. Ésta 
sigue la ley de la irradiación afectiva. Si un elemento tiene 
un acento valorativo positivo, esos otros elementos que sa­
bemos están de un modo u otro en contacto con él pueden 
venir a participar de este acento valorativo (el caso en que 
los medios extraen valor de los fines es más complejo y no 
puede incluirse aquí). De acuerdo con el primer principio, 
reunimos aquello que valoramos del mismo modo; de acuer­
do con el segundo, valoramos del mismo modo lo que sabemos 
que debe estar reunido. Ambas tendencias se dirigen a ele­
mentos regresivos en nuestro pensamiento (y la observación 
del niño nos muestra fenómenos un tanto similares hasta
53
al hecho de que este concepto tiene muchísimas con-
SOBRE LOS ACTOS54
un grado aún más impresionante). Empero, ellas influyen 
nuestro pensamiento psicológico, se encuentran con frecuen­
cia en la base de errores de juicio en el pensamiento político 
y generalmente dondequiera que entren en juego juicios va- 
lorativos de interés elevado. Su propiedad de cambiar acen­
tos, de establecer y separar conexiones de hecho, sin consi­
deración a la estructura del objeto, nos hace pensar en el 
proceso primario. Mientras que la irradiación de valores 
se produce de acuerdo con lo que sabemos acerca del pensa­
miento emocional en general, en el caso de la aglutinación 
de valores, pueden también entrar en juego otros factores. 
Aquí podemos enfrentamos a veces con la interferencia de 
una función del superyó, con una del yo; la prueba por la 
realidad (otros casos de semejante interferencia han sido 
descritos en psicoanálisis; véase Freud, 1936), que es una 
mezcla de esquemas del superyó, con esquemas del ego. Es 
bien sabido que el superyó, la fuente de cuando menos 
parte de nuestros juicios valorativos, tiene sus raíces en 
capas de la personalidad regidas por el proceso primario. 
El hecho común de que la prueba de la realidad sufra menos­
cabo cuando los objetos tienen un fuerte acento valorativo 
(moral, estético y demás), puede explicarse parcialmente por 
esta vía. Me gustaría añadirque no considero completas mis 
explicaciones en términos de la aglutinación de valores. Tam­
bién deben considerarse otros valores, por ejemplo, cierta 
tendencia hacia el aislamiento (las cosas "buenas", no deben 
contaminarse con las "malas”, a consecuencia de lo cual los 
nexos causales entre los hechos pueden romperse, no apa­
recer, etc.). Además, valdría la pena describir la influencia 
de la ambivalencia en la aglutinación de valores.
Tras esta larga digresión, precisaré el significado estrictamente 
psicológico de los términos "racional" e "irracional". Empeza­
remos diciendo que la conducta irracional puede definirse en 
forma negativa, en el sentido de carecer de control racional, o 
de estar gobernada por principios diferentes a los que rigen la 
conducta racional. En una caracterización positiva, designamos 
como conducta irracional aquella que es predominantemente 
emocional o instintual. Hay también un intento de una carac­
terización positiva más precisa de las leyes que rigen al menos 
una parte considerable de la conducta irracional; parte de ella, 
ciertamente, sigue las leyes del proceso primario. Los impulsos 
instintuales son irracionales en el primero y en el segundo sen­
tido, e igualmente lo son todas las funciones inconscientes en 
general. Ésta es, justamente, una afirmación acerca del uso 
actual de la palabru, y no implica adición alguna a estas defini­
ciones (o caracterizaciones) si digo que en el análisis es prefe­
rible usar la palabra para describir la conducta que permite tam*
RACIONALES E IRRACIONALES 55
bién una alternativa racional. Los casos en cuestión son actos 
irracionales (instintuales o emocionales), opuestos a la acción 
racional, e igualmente irracionales, en cuanto opuestos al pensa­
miento racional.
El término racional, cuando se refiere al pensamiento, signi­
fica lógicamente pensar de un modo correcto. Pero no sólo 
significa eso (salvo en el caso de la lógica y de las matemáticas). 
También implica la consideración de los hechos asequibles y el 
control sobre esos hechos y sus conexiones de acuerdo con las 
reglas aceptadas comúnmente.
En cuanto a la acción racional, comenzaré con una definición 
del sociólogo M. Weber (1921): "una acción humana es intencio­
nalmente racional si el sujeto de ella considera las metas, los 
medios y los efectos colaterales, y si sopesa racionalmente los me­
dios frente a las metas, éstas frente a los efectos colaterales 
[consecuencias] y también varias metas posibles frente a otras”. 
Añadiré que este proceso de cálculo puede producirse en un 
nivel consciente, pero también en uno preconsciente. Por su­
puesto aquí, como en el pensamiento racional, se halla implicada 
una consideración de la realidad (en muchos casos tanto interna 
como externa). Puede darse una penetración cabal en la es­
tructura de la realidad junto con una fuerte tendencia a equili­
brar los fines frente a los medios; pero estos factores varían en 
parte independientemente unos de otros. Así puede observarse 
una diversidad de tipos. Por razones de claridad podría también 
ser útil hacer aquí una distinción entre dos formas de conducta 
sintónicorrealista. La conducta puede encajar en las condiciones 
de la realidad en el sentido de que ésta favorezca realmente el 
logro de una cierta finalidad, aun cuando pueda no haber sido 
calculada para ello; en este caso la podemos denominar objeti­
vamente sintónica con la realidad. O puede lograr una finalidad 
dada como consecuencia de que se calculó para hacerlo; llama­
remos a esta forma de conducta subjetivamente sintónica con 
la realidad (Hartmann, 1939a). La conducta "instintual" o emo­
cional se adecúa con frecuencia a una situación real en el pri­
mero de los sentidos (objetivamente). El grado más alto en el 
cual la conducta puede ser subjetivamente sintónica de la reali­
dad, corresponde a la acción racional intencional.
Espero que con lo que he dicho aquí quede completamente 
claro que no pienso que la acción racional y la acción irracional 
estén separadas siempre rigurosamente una de otra en el com­
portamiento real; también pueden de hecho observarse, entre 
los casos extremos descritos, una serie de transiciones.
Me he ocupado del significado psicológico del término acción 
racional. Pero no he hecho ningún intento por definir como ra­
cional ninguna serie de metas. En realidad, el establecimiento 
de un fin puede o no estar basado en el pensamiento racional; 
pero las metas mismas s decir en tanto que las consideremos
56 SOBRE LOS ACTOS
como metas y las diferenciemos de los otros elementos de la 
acción— no pueden ser llamadas racionales o irracionales, en 
el sentido de la descripción psicológica (mientras que podemos, 
por supuesto, decir que están de acuerdo o no con el sistema' 
de valores de una persona, con su equilibrio mental, con las opor­
tunidades de adaptación en una situación dada, etc.). Por otra 
parte, si consideramos las metas en un más amplio complejo de 
fines y de medios, en donde la meta en cuestión puede ser to­
mada como un medio para alcanzar fines más distantes, cabe 
aplicársele el término racional e irracional. Si tener éxito social 
es desde un punto de vista una meta, pero desde otro un medio 
para adquirir riqueza, su empleo para tal propósito puede o no 
ser racional; mas aquí de nuevo no es su función como meta la 
que puede correctamente denominarse racional. Hago referencia 
a este hecho sobre todo con el fin de acentuar una vez más la ne­
cesaria distinción entre "racional" y "razonable". En realidad, 
cuando se emplean la expresión finalidades o metas racionales, lo 
que se quiere significar realmente, por lo general, es que las 
metas son razonables en uno de los diversos significados de 
la palabra. No obstante, insistiendo sobre la cuestión, me doy 
también cuenta del hecho de que existen sin duda conexiones 
psicológicas entre los fines de una persona y los medios que 
elige para alcanzarlos; asimismo, vistas desde un punto de vista 
objetivo, ciertas metas serán alcanzadas más fácilmente que otras 
por medios racionales.
He dicho antes, que nuestro conocimiento intuitivo de la in­
terrelación de la conducta racional y la irracional es bastante 
incompleto y oscuro para prestarse a dicotomías simplificadoras. 
Podemos ayudar a nuestra comprensión de la complejidad real 
del problema si nos ocupamos de un ejemplo tomado del terreno 
fronterizo entre el psicoanálisis y la sociología. La teoría de 
Freud de la formación de grupo (1921) es tan ampliamente cono­
cida que me referiré sólo a aquellos elementos que son de un 
interés especial a este respecto. Al describir y tratar de explicar 
los fenómenos de la psicología de grupo, Freud pensó en un 
tipo de conducta que no está limitada a una época definida de la 
historia, pero que bajo ciertas circunstancias puede repetirse, 
por decirlo así, una y otra vez en la historia de la humanidad, 
sin que cambien sus elementos esenciales. El carácter irracio­
nal de la conducta del individuo en un grupo contrasta con la 
conducta comparativamente racional del mismo individuo fuera 
de la situación de grupo. Los cambios que observamos en un 
individuo, que es miembro de un grupo, pueden en parte des­
cribirse como fenómenos regresivos. Además, se produce una 
hendidura del superyó y, como miembro del grupo, el individuo 
acepta normas morales que como persona privada rechazaría; 
matar, prohibido por su superyó privado, puede ser requerido
57RACIONALES E IRRACIONALES
por su superyó de grupo. Esta característica de la "escisión del 
superyó” es lo bastante significativa para ser considerada por 
Waelder (1929) como base para definir los grupos precisamente 
de que trata (frente a lo que puede denominarse “asociaciones”, 
es decir organizaciones sociales estables y más o menos dura­
deras). Cuando el grupo tiene un dirigente, el miembro del 
grupo lo sustituye con su superyó; y sobre esta base se produce 
una identificación mutua de los miembros del grupo.
Trabajando sobre estas premisas,he de comentar brevemente 
un ejemplo de la historia de nuestro tiempo, a saber, la forma­
ción de grupo en las sociedades totalitarias. Evidentemente pue­
de observarse una variedad de tipos. En algunos de ellos vemos 
como factor decisivo una tendencia definida al retroceso, al 
abandono de la libertad individual por la dependencia del diri­
gente y de la autonomía moral por los preceptos morales del 
grupo. Tienen lugar estallidos agresivos de violencia y crueldades 
extraordinarias que poseen un carácter enteramente irracional. 
Esas formas se acercan mucho al esquema esbozado anterior­
mente. Tanto analistas como científicos sociales han dado re­
petidamente una referencia acertada de ellos. No obstante, hay 
formas más complejas que revelan otros aspectos de la forma­
ción del grupo totalitario. Si miramos los factores que producen 
realmente esas formas complejas, que con frecuencia no son 
menos virulentas que las otras, nos damos claramente cuenta de 
la importancia de las tendencias racionales intencionales (en el 
sentido definido anteriormente) entre los factores determinantes 
de la formación de grupo. Vemos también que los grupos tota­
litarios —y he destacado su carácter regresivo— han acrecen­
tado al mismo tiempo la "racionalización” de la vida del indivi­
duo incluyendo los detalles de la vida cotidiana, más allá de los 
límites de lo que conocemos en cualquiera otro sistema social; 
no obstante, no quiero ocuparme de las relaciones que existen 
entre "racionalización” en este sentido, un término ampliamente 
usado en sociología, y "conducta racional”. Aquí estoy intere­
sado en el hecho de que en la formación de mitologías colectivas 
puede participar la planeación, y de que el estallido de los im­
pulsos instintuales puede ser también el resultado de la planea­
ción. Por supuesto, no quiero de ningún modo afirmar que los 
fenómenos regresivos no estén implicados en esto; lo que deseo 
dejar sentado es que el umbral para sus manifestaciones puede 
descender y que en los casos en cuestión ha descendido real­
mente por cálculo intencional. Los miembros de esa parte de 
la sociedad que hace el planeamiento pueden aceptar dichas mi­
tologías como tales; pero no lo hacen así todos.
Para comenzar, aparece ahí un cierto grado de acción racio­
nalmente calculada en la organización y el desarrollo del sub­
grupo que en realidad hace el planeamiento; pero en ciertos 
casos, también aparece en la selección de los miembros del
58 SOBRE LOS ACTOS
grupo que se supone están en libertad para exteriorizar su agre­
sividad. La tendencia "racionalizar" y controlar cada vez mayo­
res campos de la vida de cada cual, incluye también intentos 
intencionales de perpetuar en los miembros del grupo, aun 
cuando no estén en inmediato contacto con el grupo, ciertas ca­
racterísticas que, de acuerdo con la descripción clásica de la 
psicología del grupo, se manifiestan sólo en la situación de 
grupo; por ejemplo, la hendidura del superyó y la actitud hacia 
el dirigente, como se mencionó antes, tendrá en este caso espe­
cial, un propósito claramente doble: hacer que esos individuos 
se aferren a ciertos valores de cohesión social, en cuanto al man­
tenimiento del sistema que está en el poder se refiere, y por el 
otro lado dejar que ellos manifiesten libremente su agresión 
contra los ajenos al grupo, como una consecuencia de los cam­
bios inducidos en su formación ideal.
En una contribución extraordinariamente iluminadora sobre 
este tema, Kris (1941) pone de relieve que la propaganda totali­
taria utiliza mucho más que la democrática las radioemisiones 
de mítines de masas para sus propósitos; al escucha "se le hace 
que comparta las emociones de los muchos que reaccionan a la 
fascinación de la situación de masa". En otros casos, se hace 
que la realidad social provoque o refuerce ciertas características 
de la "conducta psicológica de masa”, hasta en los individuos 
aislados físicamente, ofreciendo un premio por eso, como veremos 
después. En estos casos la distinción entre la psicología de 
masa y la psicología de organizaciones estables queda más o me­
nos anulada.
Condiciones un tanto similares pueden muy bien encontrarse 
en muchos partidos políticos y también en algunos casos de 
"fanatización" de grupos religiosos. No obstante, hay también 
notables diferencias. En el Caso de los sistemas totalitarios 
en general es de esperar una expresión infinitamente más intensa 
y más directa de la agresión que en los partidos políticos. Tam­
bién los factores intencionales son más predominantes aquí que 
en la formación de los grupos religiosos. Hay una diferencia en 
la estructura de las metas, en la medida en que, en las socie­
dades totalitarias, al menos vis-á-vis del que se halla fuera del 
grupo, se exige un sacrificio casi completo de los valores huma­
nos a un fin político muy pobremente estructurado. En el 
caso de los sistemas religiosos se incluye una serie de valores 
característicos del sistema, en la estructura de las metas que, 
bajo ninguna circunstancia deben sacrificarse a fines ulteriores.
La reglamentación emocional, con el fin de subordinar un 
vasto campo de otras metas a aquella que en un momento deter­
minado parece más importante, puede observarse también en 
sistemas no totalitarios, por ejemplo en tiempo de guerra. Sin 
embargo, el estrechamiento de la estructura de la meta y el aba­
timiento de todos los demás valores a medios calculados para
59RACIONALES E IRRACIONALES
servir a ese único fin va mucho más lejos en la organización 
totalitaria, de manera que pueden considerarse una característica 
de dichos sistemas. Además este sacrificio de valores no es una 
medida temporal, sino un intento de convertirla en un rasgo 
humano constante. Esto también presupone cambios profundos 
en la estructura del superyó.
No deseo examinar aquí hasta qué grado todos estos cambios 
pueden lograrse y qué consecuencias psicológicas subsidiarias 
puede suponer esto. Solamente quiero hacer mención de un 
rasgo característico que es posible describir como un círculo vi­
cioso; al reducir la estructura de las finalidades del individuo, 
al disminuir su autonomía moral, se hace un llamado a tenden­
cias regresivas que entonces, por su parte, intensifican la buena 
disposición del individuo a la colaboración con los grupos en 
cuestión y a dejar que su conducta sea planeada según los pro­
pósitos de los dirigentes.
También quiero aquí destacar un tercer factor que aparece en 
este tipo de grupos, a más de la planeada irrupción de los im­
pulsos instintuales y de los cambios intentados en la formación 
del superyó. Las instituciones sociales y un clima psicológico 
se desarrollan o son creadas de tal modo, que cuando se verifica 
la acción conforme a las actitudes transformadas hacia los im­
pulsos instintuales y el superyó, esto tenderá simultáneamente 
a satisfacer los intereses del yo (por una posición social, in­
fluencia, riqueza y demás). En consecuencia, las recompensas 
y los castigos se distribuyen. Ahora se hace un llamado no sólo 
a las tendencias regresivas, sino también a los intereses del yo y a 
la conducta racional del individuo. Actuar según el umbral 
rebajado de agresión y los cambios en la estructura del superyó, 
puede acomodarse a esta realidad social y ser apropiada (obje­
tivamente); obviamente no se amoldaría tan bien en otro tipo 
de sociedad. Pero la voluntad individual utiliza asimismo este 
tipo de conducta de un modo racional intencional, con el fin 
de conformarse a la realidad, es decir de acomodarse a la situa­
ción social (de acuerdo con la distinción que presenté antes, la 
acción en este caso es subjetivamente sintónica). Mirado desde 
este punto de vista, resulta éste otro caso de lo que podría deno­
minarse condescendencia social (véase el capítulo 2). El siner- 
gismo de los intereses del yo con los otros dos factores, prime­
ramente descritos, es también consecuente porque introduce en 
el cuadro un elemento comparable a lo que en las neurosis lla­mamos beneficio secundario. No obstante, es obvio que el llama­
do que esos sistemas hacen al yo no se limita a lo que deno­
minamos los "intereses"; las situaciones de peligro, reales o 
imaginarias, se utilizan como una apelación a las reacciones más 
básicas del yo de autoprotección (Kris y Speier, 1944).
La precedente presentación de los problemas de la psicología 
de grupo en los sistemas totalitarios es evidentemente incom-
60 SOBRE LOS ACTOS
pleta en relación a muchos de sus aspectos sociales y psicológicos. 
No he pretendido formular los argumentos que podrían susci­
tarse, sobre fundamentos analíticos, contra la duración psico­
lógica posible de esta estructuración: que las finalidades son en 
parte incompatibles; que el planeamiento se apoya parcialmente 
en factores de baja estabilidad; que las condiciones son desfa­
vorables para la síntesis, etc. Tampoco quiero determinar hasta 
qué punto los factores psicológicos de este tipo pueden haber 
contribuido a un verdadero despertar de los sistemas de ese 
orden. He destacado en forma intencional únicamente aquellos 
puntos de vista que me parece que auxilian a la presentación 
del problema tal y como lo hallamos en la mayoría de los estu­
dios analíticos; creo que el esquema aquí desarrollado se acerca 
a la elucidación de las relaciones entre la racionalidad, la for­
mación del superyó y los impulsos instintuales que vemos en los 
casos en cuestión. Hay muchos otros fenómenos sociales que 
muestran claramente la interrelación de los factores racionales 
e irracionales, en el sentido de que una serie de factores puede 
excitar o fortalecer realmente a otra y viceversa. También ha 
sido frcuentemente descrito cómo la "racionalización" en el 
campo social afecta a la conducta racional o irracional del indi­
viduo, siendo uno de los ejemplos mejor estudiados los cambios 
psicológicos que acompañan al proceso de la industrialización 
(Mannheim, 1935). Dejando el tema de la formación de grupo, 
debo dirigir ahora la mirada al estudio de estas interrelaciones 
en campos más cercanos a la observación psicoanalítica clínica.
He mencionado el hecho de que en la literatura analítica la 
distinción entre la conducta racional e irracional se equipara mu­
chas veces con la que existe entre la conducta adaptada y la 
no adaptada, y entre la conducta normal y la patológica. Y ahora 
preguntamos: ¿cuáles son realmente las retaciones entre raciona- 
lidad, como la he definido aquí, y adaptación? Damos por su­
puesto que el pensamiento y la acción racionales tienen un valor 
positivo para el ajuste del individuo al medio. Éste es un asunto 
de conocimiento psicológico corriente y como resultado de la 
experiencia analítica se le ha concedido con razón una nueva 
importancia. La actitud de Freud hacia el valor adaptativo de 
la racionalidad era la de un prudente optimismo. No trato 
de contribuir a una mejor comprensión de este aspecto del 
problema. Sin embargo, hay testimonios que apoyan la tesis de 
que las relaciones entre la conducta racional y la adaptación son 
a menudo más complejas de lo que podríamos esperar. Al ocu­
parme de algunas ilustraciones especiales, tomaré en considera­
ción lo que el enfoque estructural del psicoanálisis nos ha ense­
ñado acerca de este tema.
Ante todo hay actividades que pueden ser realizadas adecua­
damente sólo si las funciones más elevadas del yo, el pensamiento 
racional y la acción racional entre ellas, quedan temporalmente
RACIONALES E IRRACIONALES
en suspenso. La imposibilidad de desconectar transitoriamen­
te dichas funciones puede tener el carácter de un síntoma neu­
rótico e interferir con la adaptación afortunada. Ejemplos clíni­
camente bien conocidos son ciertas perturbaciones sexuales e 
igualmente ciertas dificultades en conciliar el sueño, ambas de­
bidas al temor patológico de perder el control del yo.
Por lo que a nuestro problema se refiere, las cosas son un 
tanto semejantes, aunque no idénticas, en el caso de lo que 
llamo las actividades preconscientes automatizadas. Es verdad 
sin duda que este tipo de conducta, como ha sido destacado 
por los analistas, en muchos casos sirve a una tendencia ale­
jada de la realidad; y también que las dificultades con la desau­
tomatización pueden interferir con ajuste. Esto se ha visto clara­
mente en personalidades de tipo obsesivo. Por otra parte, la 
conducta automatizada sirve realmente a un amplio rango de 
actividades (al proporcionar métodos estandarizados para la so­
lución de problemas y para la desviación de la energía psíquica; 
también, si consideramos el aspecto económico de la cuestión, 
para el ahorro de energía psíquica). En algunos casos, puede 
hasta ser más útil el que no se precise calcular de nuevo en 
cada caso la fase intermediaria de la conducta, como se hace 
en la acción racional. Además, está generalmente aceptado que el 
valor adaptativo de las actividades automatizadas puede ser per­
judicado cuando la acción racional choca con ellas. Por supuesto, 
esto no niega que el caso opuesto sea probablemente de mayor 
importancia aún; la rigidez de la acción automatizada está nece­
sitada de reajustes frecuentes mediante el pensamiento y la 
acción racionales; no obstante, a este respecto el caso primero 
merece nuestro especial interés. Esto nos recuerda el hecho de 
que varios modos de adaptación son generalmente apropiados 
sólo para un rango limitado de situaciones; y que la adaptación 
.afortunada a una serie de situaciones puede llevar a un perjuicio 
en la adaptación a otra serie. También los logros del ajuste con 
respecto a una función pueden significar trastornos de ajuste 
con respecto a otras. "Cada una de las diferenciaciones mentales 
que hemos llegado a conocer representa una nueva agravación 
de las dificultades del funcionamiento mental, acrecienta su ines­
tabilidad y puede convertirse en el punto de partida para su 
derrumbamiento, esto es para la irrupción de la enfermedad” 
(Freud, 1921, p. 130). Por otra parte, las perturbaciones en la 
adpatación pueden muy bien evolucionar hacia logros adaptati- 
vos. No se trata de una evolución meramente patológica que 
ocurra mediante el conflicto, sino también de un desarrollo 
que culmina en un estado de adaptación afortunada; y esto no 
ocurre solamente de vez en cuando, sino de modo bastante 
general.
El hecho de que la fijación de modos anticuados de solucionar 
el problema frecuentemente obstaculiza la adaptación afortunada
61
SOBRE LOS ACTOS62
es conocido de todos los analistas; la intuición racional acre­
centada y la racionalidad de la acción serán con frecuencia pro­
vechosos para vencer ese retraso en la adaptación. En ciertas 
épocas históricas, hemos visto muchas veces, como un fenómeno 
típico, que el fracaso en la adaptación se debe a las crecientes 
demandas hechas al yo desde el ángulo de una estructura rápida­
mente cambiante del medio ambiente. Mencionaré brevemente 
una situación, discutida con bastante amplitud en nuestros tiem­
pos (por ejemplo por Lowenfeld, 1944): pienso en el individuo, 
en un mundo en donde las estructuras de las metas tradicionales 
y las normas de conducta se han derrumbado; y que se está en­
frentando con la tarea de sustitutir los cálculos racionales inten­
cionales y la nueva organización de sus propósitos por la conduc­
ta construida sobi*e patrones tradicionales. En esta situación, las 
demandas sobre la función integradora del yo, para asegurar 
formas estables de adaptación, crecen, y el yo no es siempre 
capaz de satisfacerlas. Como consecuencia de esto, puede produ­
cirse una especie de ataxia entre las diferentes tendencias expre­
sadas en la estructura de la meta, y también en la distribución 
de la conducta intencional racional e irracional en la diversidad de 
procesos adaptativos. Es la fase transitoria de un creciente 
tanteo en el uso de la racionalidad, de sufrida adaptación hasta 
que el yo puede restablecer un equilibrio entre las metas y entre 
los fines y los medios. No obstante, el resultado finalpuede ser 
un fortalecimiento del yo y un ensanchamiento de su campo de 
acción: el yo puede ser capaz de integrar, no sólo un grado más 
elevado de racionalidad, sino también de dirigir tendencias que 
previamente habían sido activas en el superyó.
El ejemplo siguiente se refiere al cálculo de medios y fines, lo 
verdaderamente característico de la acción racional intencional. 
En tanto que el niño valore los beneficios del placer momentá­
neo más elevadamente que los beneficios futuros, la planeación 
racional de sus actos será imposible o incompleta. Esta etapa se 
supera normalmente en el curso del desarrollo y si la encontra­
mos en un adulto, sabemos que es patonogmónica. No obstante, la 
oposición extrema se considera también como patológica. Ella 
se encuentra en personas que separan inmediatamente el carác­
ter de meta de la finalidad tan pronto como la han alcanzado, o 
hasta antes de haberla alcanzado, y la desvían hacia nuevos fines. 
De ese modo posponen a un futuro cada vez más remoto la sa­
tisfacción conectada normalmente con el logro de la meta. Cada 
etapa en esta secuencia interminable es experimentada como 
incompleta y provisional. Se pierde la diferenciación entre lo 
real y lo posible. Por otra parte, el proceso de cálculo racional 
puede llegar a convertirse en una finalidad en sí misma. Los ele­
mentos instintuales y las defensas implicadas en este cuadro son 
bastante bien conocidas, a través del estudio analítico de las 
neurosis, y no es necesario insistir sobre ello. Lo que aquí inte-
RACIONALES E IRRACIONALES
resa es que nos demos cuenta de cómo el cálculo de los medios 
y los fines, dadas ciertas condiciones, puede, como si dijéra­
mos, marchar alocadamente.
Resumiendo mucho de cuanto se ha dicho, y comparándolo con 
experiencias de otros campos de observación, podemos decir 
que las funciones altamente diferenciadas, por ejemplo la con­
ducta racional, no garantizan por sí mismas la adaptación óptima, 
aun cuando su valor para dicha adaptación es evidente; tienen 
que ser coordinada y completada con otros sistemas de regula­
ción, algunos de los cuales pueden hasta funcionar en un nivel de 
organización mucho más primitivo (véase el capítulo 1). Por lo 
tanto, la imagen de un ser humano "totalmente racional" es 
una caricatura; y ciertamente no representa el grado más alto 
de adaptación accesible al hombre. Freud parece haber apuntado 
en la misma dirección cuando, en uno de sus últimos escritos 
(1937a), dice que no podemos esperar que el resultado del aná­
lisis, aun el más completo, sea un individuo que "no vuelva a 
sentir nunca la agitación de la pasión".
Otro aspecto del problema reclama nuestro interés. Todo pro­
greso del crecimiento y evolución en el hombre puede ser visto 
desde el ángulo del cambio de condiciones bajo las cuales tiene 
lugar la adaptación y del cambio de los métodos utilizados en el 
cumplimiento de las demandas de la realidad. Hasta las defen­
sas que no están primariamente dirigidas contra el mundo exte­
rior, sino más bien hacia el refrenamiento de los impulsos instin- 
tuales, modificarán al mismo tiempo la actitud del individuo 
hacia la realidad. El psicoanálisis ha destacado en particular el 
aspecto evolutivo de la adaptación. Así, en la región de los im­
pulsos instintuales, la adquisición de la última etapa de la evo­
lución libidinal, la etapa genital, ha sido reconocida como uno 
de los más importantes requisitos previos para la adaptación de 
la persona adulta; y estamos familiarizados con el hecho de que el 
yo maduro es más adaptable que el yo infantil. Por su parte, 
la experiencia clínica nos ha enseñado de la forma más impresio­
nante el papel que desempeña la regresión en la patogenia. Sin 
embargo, deseo insistir aquí en que, aparte de este paralelismo 
mucho más general entre progresión y adaptación, existen fenó­
menos que tienen el carácter de adaptación regresiva. Hay casos 
en que la conducta adaptada y normal de personas adultas se lo­
gra verdaderamente por medio de la regresión. Y no estoy pensan­
do aquí tanto en observaciones semejantes, que son bien conocidas 
de todo analista, v. gr. que las sublimaciones pregenitales pue­
den complementarse o ser sustituidas por sublimaciones en el 
nivel genital, a fin de proporcionar un ajuste a la realidad. Más 
bien acentúo el hecho de que hasta en el pensamiento científi­
co productivo el rodeo basado en elementos irracionales, el uso de 
la imaginería visual en general y de elementos simbólicos, lejos 
de ser una desventaja, puede en realidad ser provechoso. En
63
SOBRE LOS ACTOS
toda forma de actividad artística este rodeo regresivo ha sido 
reconocido como un requisito previo para el logro. Para rotular 
estos fenómenos podemos adoptar el término de "regresión al 
servicio del yo", introducido por Kris (1936). Dichos fenómenos 
deben mirarse también desde el punto de vista de que para 
lograr la adaptación óptima pueden necesitarse funciones más 
primitivas que completen las más altamente diferenciadas.
Hay aún otro hecho que debemos tomar en consideración si 
tratamos de comprobar las relaciones que existen realmente en­
tre el nivel de desarrollo y el de adaptación. La idea de una 
precocidad inarmónica en el desarrollo de ciertas tendencias 
es familiar para nosotros desde la patogenia de la neurosis. 
Yendo más allá, más lejos del desarrollo del yo, de los impulsos 
instintuales, como resultado de la maduración o de las secuen­
cias evolutivas, es conocido de nosotros un factor que fre­
cuentemente resulta patogénico. Pero existe también la posibili­
dad de que el desarrollo precoz de ciertas funciones del yo, entre 
ellas los procesos de pensamiento racional, sea un elemento cau­
sativo en la génesis de la neurosis obsesiva. Hechos como éstos 
y algunos otros mencionados antes hacen que me incline a 
formular condiciones para la salud en términos del equilibrio 
que existe entre las subestructuras de la personalidad, de una 
parte, y entre éstas y el medio ambiente, de la otra.
Espero que como resultado de las observaciones que anteceden 
hayamos obtenido una mejor comprensión no sólo del papel pri­
mordial que la conducta racional desempeña en la adaptación 
humana, sino también de algunos modos menos obvios en que 
la racionalidad y la adaptación están verdaderamente interrela­
cionadas. Si consideramos el problema desde el punto de vista 
biológico, que está de acuerdo cuando menos con una tendencia 
básica del pensamiento psicoanalítico, podemos decir que el tér­
mino "racional” no debe usarse como una palabra mágica por 
encima de toda consideración de las condiciones bajo las cuales 
las diversas formas de la racionalidad tienen valor adaptativo; 
debe serles aplicado el criterio general de la adaptación. Es 
igualmente desorientador llamar "racional” a toda conducta que 
sirva a la autoconservación, e "irracional" a la que marcha en 
sentido contrario. Por supuesto es verdad que la racionalidad se 
usa típicamente para el propósito de autoconservación, pero tam­
bién puede usarse, por ejemplo, al servicio de la autodestrucción. 
Además, la autoconservación del hombre se basa en la inter­
acción de las funciones del yo racionales e irracionales, pero 
también en la interacción del aparato del yo, de los impulsos 
instintivos y demás. Si llamamos racional a este conjunto total, 
oscurecemos de nuevo el significado psicológico específico del 
término.
De nuestra exposición de algunas situaciones típicas resulta
64
RACIONALES E IRRACIONALES 65
también evidente que el valor adaptativo de la racionalidad está 
en parte determinado por que se amolde al estado de equilibrio 
que en un momento dado existe entre las funciones de los dife­
rentes sistemas psíquicos. He hecho mención de que un logro 
adaptativo en el dominio de una serie de situaciones puede muy 
bien perjudicar la adaptación en el dominio de otras. Este he­
cho juega un papel considerable en el pensamiento biológico y 
ha sido también concienzudamente estudiado en el psicoanálisis.La aceptación de las demandas de la realidad más allá de un 
cierto umbral individual puede llevar a conflictos con los impul­
sos instintivos y, en consecuencia, dadas ciertas condiciones, al 
desarrollo de fenómenos que estorbarán una adaptación afortu­
nada. El sometimiento al mundo exterior, como lo exige el yo, es 
favorable para el individuo en la medida que al hacerlo no sobre­
cargue la situación en otros sistemas. La forma en que las 
incongruencias que pueden surgir son evitadas o resueltas es aná­
loga a los procesos que en biología han sido descritos bajo dife­
rentes títulos como, por ejemplo, "organización del organismo”. 
Esta coordinación de las partes del organismo y de sus funciones 
difiere en los diversos niveles del desarrollo, y en el adulto 
pueden distinguirse diversas capas de éstas. En psicoanálisis, 
una expresión de las tendencias coordinadoras nos es conocida 
como la función sintética. No es la función reguladora más 
primitiva que conocemos por la experiencia analítica; ésta se 
desarrolla sólo gradualmente, paralelamente con el desarrollo 
del yo. En el curso de su desarrollo, como una forma especia­
lizada de la actividad del yo, la función sintética reemplaza en 
parte regulaciones más primitivas. Freud descubrió que el ele­
mento de la síntesis interviene en la formación de la estructura 
psíquica misma, como se ve claramente en el desarrollo del • 
superyó. Una vez que el superyó se ha desarrollado y que la es­
tructura psíquica puede ser descrita en términos de los tres 
centros de funcionamiento, el constante equilibrio de esos tres sis­
temas, unos contra otros, así como el control de las demandas 
del mundo exterior contra las demandas de los sistemas psíqui­
cos, como a cargo de la función sintética.
Aun cuando como una cuestión de nomenclatura no sea dema­
siado importante, desearía mencionar que me he preguntado si 
no sería preferible el uso de otro término que no fuera el de 
función sintética, comúnmente usado en psicoanálisis. En los 
fenómenos sometidos a examen, que podrían ser denominados 
síntesis, no cabe duda de que juega un papel importante. No 
' obstante, un elemento de diferenciación y algo que podría com­
pararse a una "división del trabajo” forma con frecuencia parte 
de este cuadro. Nunberg (1930) ha descrito correctamente los 
elementos de la síntesis en el desarrollo del pensamiento causal 
y de las tendencias hacia la generalización. Pero ambos fenóme­
nos son al mismo tiempo indicaciones claras de la diferenciación
SOBRE LOS ACTOS66
que se produce en el desarrollo del pensamiento. La formación del 
superyó, uno de los más portentosos resultados de la síntesis, 
incluye también la diferenciación, en el sentido de especialización 
de la función. Por lo tanto, el término junción organizadora 
puede ajustarse a los hechos mejor que el de función sintética, 
porque en el concepto de organización incluimos elementos de 
diferenciación así como de integración. Nunberg también anti­
cipa la hipótesis de que la función sintética del yo está vinculada 
con las características "unificadoras” de la libido. Esta hipóte­
sis debería ser ampliada para incluir en ella no sólo las tenden­
cias libidinales, sino también las no libidinales, que emanan de 
los impulsos agresivos, como base última de los aspectos inte- 
gradores y diferenciadores de la organización.
Al añadir estas observaciones sobre la función organizadora, 
mi propósito sigue siendo describir la relación de la acción con 
la organización, con las condiciones existentes en la estructura 
psíquica. He dicho que la acción se desarrolla con base en la 
aceptación por el niño del principio de realidad, o en forma pa­
ralela a ella. Ello significa que se ha dado un nuevo paso defi­
nitivo en el desarrollo, más allá de la aceptación del principio 
de realidad, cuando las regulaciones más complejas de los siste­
mas psíquicos y de sus relaciones con la realidad (y también de 
los modos en que posiblemente reaccionan a la acción inten­
tada) pueden incluirse en el plan de acción. En este ensayo de 
dominar la realidad de un modo a lo plástico, el yo del niño 
de más edad aprende también a considerar, a utilizar y a desarro­
llar autoplásticamente el estado de cosas en sus sistemas psí­
quicos.
Conceptos de organización, de equilibrio, de armonía han sido 
utilizados al explicar la conducta humana desde Sócrates, Aris­
tóteles y los estoicos. Algunos de ellos parecen acercarse bastante 
a los conceptos del análisis. No obstante, la importancia del 
concepto de organización en el psicoanálisis se debe al hecho 
de que no es ni un principio filosófico ni una exigencia moral, 
sino que se refiere sólo a hallazgos empíricos. El concepto psico- 
analítico de organización abarca en verdad parte de aquello a 
lo que los filósofos se refieren cuando hablan de "razón”; y al 
hablar de conducta razonable, se refiere uno muchas veces a fe­
nómenos que en el análisis describiríamos como conducta guiada 
por la función organizadora. Esta función psíquica está más 
cerca de lo que comúnmente se llama razón, que la racionalidad; 
sin embargo, debido a lo que he dicho antes, prefiero no utilizar 
la palabra "razón” como término psicológico.
Basando la teoría de la acción en los conceptos estructurales del 
análisis, esbozaré un tipo de acción que es ampliamente soste­
nida para el dominio del hombre y que tiene importancia supre­
ma en las escuelas "utilitarias” de la ciencia social. Acción que
RACIONALES E IRRACIONALES
es en verdad normal y adaptativa en un amplio orden de situa­
ciones. Voy a tratar de ella con objeto de mostrar que, no obs­
tante, este hecho no puede juzgarse sin profundizar en su posición 
estructural. La forma de acción que tengo en el pensamiento es 
otra de esas que indiscriminadamente han sido denominadas ra­
cionales. Sus finalidades son lo que comúnmente se designa 
como utilidad. Sin embargo, esforzándose hacia lo que es "útil", 
no se delinea la meta de modo inequívoco. Desde el punto de 
vista de la descripción psicológica, podemos caracterizar estos 
esfuerzos como un cierto grupo que en psicoanálisis denomina­
mos intereses del yo, por ejemplo, aquellos concernientes a la 
posición social, la influencia, el éxito profesional, la riqueza, las 
comodidades y demás. Genéticamente podemos seguir, de modo 
más o menos completo, el origen de muchos intereses del yo hasta 
tendencias del ello. No obstante, una vez que la estructuración 
se ha producido, esos intereses se vuelven en parte independien­
tes sirviendo al yo, y este desarrollo, bajo condiciones normales, 
no es enteramente reversible;3 por eso el psicoanálisis ha de 
describirlos como un grupo separado de fenómenos. El peso 
que este grupo de intereses del yo lleva en la dinámica de la 
conducta individual y en la vida social, es asunto conocido co­
múnmente. No obstante, representan sólo una parte del yo y 
resulta importante hacer una distinción entre esas y otras ten­
dencias del yo, cuando se trata de caracterizar varios tipos de 
acción. Me gustaría referirme aquí solamente a una cuestión 
sobre la cual puede arrojar luz nuestra experiencia clínica.
Con frecuencia vemos la forma de conducta de que se trata 
exagerada, hasta llegar a ser una especie de caricatura en algunos 
de nuestros pacientes. Me refiero al tipo bien conocido de perso­
nas que continuamente recalcan las opiniones positivas que tie­
nen de la vida, su actitud realista y el alto grado de la llamada ra­
cionalidad que han alcanzado. Todo fragmento de conducta que 
no sirva visiblemente a un propósito "útil” es descartado como 
arcaico, como basado en la superstición o el prejuicio; allí donde 
las actividades no están al servicio de un fin útil, son desenmas­
caradas como hipocresía. Tales pacientes se obligan a mirar la 
conducta sexual como un recurso para finalidades ulteriores (por 
ejemplo, la higiene mental), y en consecuencia tratan de actuar. 
Su reacción característica ante la muerte es suprimir el duelo.
El origen y la estructurade tales actitudes es evidentemente 
bastante complejo. Para mi propósito quiero destacar el tipo 
de acción preferido que es contingente a esas actitudes. Dicha 
acción, además, se halla relacionada con una referencia especí­
fica a la realidad, en el sentido de que mientras se acentúan 
unas partes de la realidad, otras, sobre todo las partes de la reali-
67
3 Para el desarrollo del concepto de autonomía secundaria véase Hart- 
mann (1939 a) y los capítulos 7 y 9.
SOBRE LOS ACTOS
dad interna, se escotamizan. Pronto descubrieron que este tipo de 
conducta abunda en autoengaños. Párte de un concepto de "reali­
dad" altamente limitado, como le ocurre muchas veces a una polí­
tica que se ufana llamándose a sí misma realista. Comprendemos 
que tal conducta es un intento de negar los conflictos internos y 
de protegerse a sí misma contra el temor; su carácter defensivo 
es obvio. Por supuesto, esto no implica que sea invariablemente 
patológica. En algunos individuos encontramos que es un ele­
mento más o menos central de su neurosis. Pero en muchos 
otros, un grado menor de la misma es parte evidente de la con­
ducta normal y demuestra ser muy valiosa para la adaptación 
en gran número de situaciones; pero hasta en esas personas, 
sirve con frecuencia a propósitos defensivos. El valor adapta- 
tivo de semejante conducta varía de acuerdo con la organización 
social en que se produce. ,
Desde el punto de vista de los diversos sistemas de valoración 
que se desarrollan sobre la base de las demandas del superyó, 
el tipo de acción de que nos ocupamos se valora de distintos 
modos. Con frecuencia resulta estar en conflicto con las exigen­
cias morales del individuo. Tal cosa puede ser digna de men­
cionarse, ya que el psicoanálisis ha investigado principalmente 
el aspecto de las demandas morales que forma una barrera con­
tra los impulsos instintuales. Pero las tendencias del yo de 
varios géneros —la acción conforme a los intereses del yo y tam­
bién el propio elemento de cálculo en la acción racional inten­
cional— son evaluadas realmente en muchas situaciones en 
forma negativa por diversos sistemas éticos; y de ningún modo 
sólo como una consecuencia de posibles implicaciones instintua­
les. Creo que estas valoraciones, así como aquellas que condenan 
la conducta instintual, pueden en último extremo perseguirse 
hasta las condiciones bajo las cuales se forma el superyó. Pero 
ésta es una cuestión especial de la que me he ocupado más am­
pliamente en otra parte (véase Hartmann, 1960; Hartmann y 
Lowenstein, 1962).
El análisis revela claramente las numerosas interrelaciones 
genéticas y estructurales de los intereses del yo con otras fuer­
zas impulsivas. Ningún analista duda de que la imagen del hom­
bre guiado exclusivamente por éste o aquel grupo de intereses 
del yo, se queda corta con respecto a la realidad psíquica. No 
obstante, desempeña aún un papel cuando se trata de normas 
de salud, propósitos terapéuticos y problemas pedagógicos. Así 
se sostiene muchas veces que la libertad del individuo para 
subordinar otras tendencias a lo que. es útil para él, establece 
la diferencia entre la conducta sana y la neurótica. En realidad, 
no es base suficiente para construir sobre ella una definición de 
la salud. Los intereses del yo son sólo una serie de sus funcio­
nes entre otras, y esos intereses no coinciden con la función del 
yo que tiene también en cuenta las demandas de otros sistemas
68
RACIONALES E IRRACIONALES
psíquicos y que he descrito como la función organizadora del 
yo; su predominio en un individuo no justifica la suposición de 
que los impulsos estén armoniosamente incluidos en el yo, o que 
las demandas del superyó hayan sido integradas en él.
Evidentemente, hasta el tipo de acción que se toma por lo 
común como "normal’' no puede ser debidamente valorado, sin 
un análisis estructural. No hay una correlación fidedigna con 
la salud si no se consideran los tres sistemas y sus interrelacio­
nes. Si hablamos de subordinación de otras tendencias psíquicas 
que no están bajo los intereses del yo, sino bajo su control y en 
particular bajo la función organizadora del yo, esto describiría 
mejor lo que llamamos conducta sana; aun cuando esta carac­
terización continúe siendo incompleta.
Tales consideraciones también ponen en claro por qué los 
muchos intentos de planear la existencia humana, que se han 
basado en un llamado a ciertos grupos de intereses del yo, están 
condenadas al fracaso; desde el punto de vista psicológico, es 
probable que resulten ser defectivos y que finalmente lleven a 
conflictos imprevisibles, particularmente cuando esos intentos 
están orientados hacia un sector complejo y estructuralmente 
central de la conducta humana.
69
Han sido descritos muchas veces qué cambios sufren los sistemas 
psíquicos de un paciente durante el tratamiento psicoanalítico y 
qué papel desempeña en esto la función organizadora. A este 
respecto, quiero señalar el hecho de que el proceso psicoanalí­
tico mismo puede ser considerado como un modelo de la forma 
en que la acción racional intencional puede, muchas veces con 
éxito, utilizar elementos irracionales de la conducta. Aquí eviden­
temente, en el plan de una técnica racional, ideada para variar 
la conducta del paciente, se incluye el hecho de la irracionalidad 
(véase también el capítulo 8). Los medios racionales se utilizan 
hasta con el fin de movilizar fuerzas irracionales que, como 
sabemos por experiencia, quedarán finalmente integradas en un 
nuevo estado de equilibrio. El yo es fortalecido y se hace posible 
una síntesis de las tareas puestas por él, por los impulsos ins­
tintivos, por las exigencias de la conciencia moral y por la reali­
dad ; el individuo aprende a coordinar sus metas. En el proce­
dimiento psicoanalítico, la intuición racional se toma a sí misma 
en cuenta como una función parcial por sobre y en relación con 
otras funciones psíquicas. Así, este método de "planeamiento" 
deja intencionalmente un cierto grado de libertad a las fuerzas 
instintuales y emocionales. Las posibilidades y limitaciones de 
la racionalidad se prueban empíricamente en todo análisis. Bajo 
este enfoque, el "racionalismo” y el "irracionalismo" quedan am­
bos integrados.
Freud dictaminó: “Donde estuvo el ello, ahí estará el yo", in­
dicando de un modo general las metas de la terapia psicoanalí-
SOBRE LOS ACTOS70.
tica. Esto ciertamente no significa que las funciones racionales, 
o los intereses del yo y demás, puedan o deban reemplazar total­
mente siempre a las funciones de otros sistemas. El pensó prin­
cipalmente en la guía por el yo, en la supremacía de su función 
organizadora, como la he descrito aquí. No obstante, no hay 
duda de que el fortalecimiento del yo, una consecuencia del 
análisis si éste ha sido afortunado, puede dar también como 
resultado que el yo se haga cargo en su propia organización de 
ciertas funciones que previamente han sido cumplidas por las 
otras subestructuras de la personalidad. Este caso es muy dife­
rente del examinado antes, en el que se intenta sustituir cier­
tos intereses del yo por las funciones de los otros sistemas, 
muchas veces en un acto de defensa contra ellos. Lo que tengo 
aquí en mente es la afortunada integración de estas funciones 
en el yo, que presupone fortaleza del yo, una liberación relativa 
de la ansiedad y la integridad de la función organizadora. Hasta 
dónde puede tenerse el derecho de esperar que este grado de 
reorganización pueda obtenerse por algún otro método que no sea 
el psicoanálisis, es un tema que no trataré aquí. No obstante, 
espero que lo que el análisis, y más particularmente lo que nues­
tra intuición en el procedimiento analítico mismo, nos ha ense­
ñado acerca de las dialécticas de la conducta racional e irracional, 
pueda ser de utilidad como modelo para la comprensión y el 
manejo de los fenómenos sociales en mayor escala.
4. COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA DE 
LOS IMPULSOS INSTINTUALES *
(1948)
No estA bien definidoel campo que la teoría psicoanalítica de 
los instintos, o impulsos, pretende abarcar. Puede muy bien ser 
cierto, como el propio Freud lo creía, que algunos aspectos de 
esta teoría no muestran el mismo grado de lucidez que encontra­
mos en otros principios del análisis. Parece, por lo tanto, acon­
sejable revisar de vez en cuando el lugar que ocupa esta teoría 
dentro de la totalidad del psicoanálisis, particularmente en vista 
de los modos en que el análisis se ha desarrollado hasta ahora. 
El progreso en una dirección ha implicado con frecuencia cam­
bios —al menos cambios en la importancia concedida— que 
muchas veces no han sido explícitamente expuestos. Los funda- • 
mentos empíricos del análisis son múltiples, sus teorías son com­
plejas, y la verificación es difícil y exige tiempo; por eso no 
siempre ha sido claramente entendida la verdadera interrelación 
de sus varias partes en el mismo nivel (hablando cronológica­
mente). Pese a los intentos incompletos de llegar a una presen­
tación más o menos sistemática, podemos decir que hasta el 
presente una comprensión del análisis difícilmente se obtiene 
sin un detallado conocimiento de su historia. Si se trabaja en 
alguna proposición analítica sin ese conocimiento, es posible que 
encontremos el camino obstaculizado por hipótesis que en reali­
dad pertenecen a diferentes etapas de su desarrollo. Este estado 
de cosas es embarazoso para el entendimiento y, por supuesto, 
para la enseñanza de la técnica del análisis. El empeño en sus­
citar ciertos ajustes arquitectónicos, una mejor coordinación de 
los aspectos de hecho y teóricos, puede también ayudamos a 
alcanzar una nueva intuición de ciertos problemas que han sido 
desdeñados o incompletamente entendidos.
Como esto tiene la apariencia de un programa bastante ambi­
cioso, me apresuro a afirmar que mis aspiraciones se limitan a 
examinar unos cuantos aspectos de la teoría de los instintos. 
Trataré de hallar un punto de vista desde el cual varios concep­
tos de lo que se denomina un instinto, o un impulso, puedan 
ser debidamente valorados en la psicología humana. De acuerdo 
con esto someteré a la consideración del lector algunos pensa­
mientos acerca de las muy discutidas relaciones, pero acaso no 
discutidas aún lo suficiente, entre los instintos de la biología y 
los impulsos o apremios instintuales del psicoanálisis, a la luz
* Muchas de las cuestiones que se tratan en este escrito serán recosi­
das en el capítulo 9.
71
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA72
que nuestra penetración en la estructura psíquica pueda arrojar 
sobre este problema. Esto lleva, pues, a la cuestión de la diferencia 
probable en la función del principio del placer en relación con 
los instintos e impulsos. También querría tratar brevemente de lo 
que el análisis puede contribuir a nuestra comprensión de las 
tendencias de la autoconservación en el hombre y de los sistemas 
de autorregulación en general. Por último, quiero cuando menos 
echar un vistazo a la forma en que el acceso específico del aná­
lisis puede ser provechoso vis-á-vis algunos problemas de biolo­
gía general, y cómo las diferencias en el enfoque se reflejan en 
el problema de la clasificación de los instintos.
Se ha dicho repetidamente que la definición del instinto es, 
después de todo, un asunto convencional, que, por supuesto, re­
sulta verdadera en un sentido; sin embargo, no todos los con­
ceptos reales o posibles del instinto son igualmente provechosos. 
También puede ocurrir muy bien que desde diferentes campos 
de observación y por diferentes métodos de acceso, el uso de 
conceptos un tanto diferentes de los instintos o impulsos puede 
demostrar ser conveniente. Si lo que nosotros llamamos im­
pulso instintual en el análisis difiere realmente en algunos aspec­
tos de la mayor parte de las definiciones del instinto, usadas por 
los biólogos, esto sin duda se debe en parte al hecho de que el 
interés principal e inmediato de Freud era la psicología humana, 
mientras que los datos de observación de los biólogos pertenecen 
principalmente a otras especies, en particular a los animales 
inferiores, y sus hallazgos e hipótesis son desde allí extrapolados 
a los seres humanos. Una segunda razón para tales diferen­
cias, estrechamente relacionada con esta primera la encontramos 
en los métodos específicos de acceso utilizados aquí y allá. Por 
supuesto, todas las hipótesis acerca de los instintos pueden ser 
comprobadas como se comprueba toda proposición científica: 
por la consistencia y conformidad con cualquier conocimiento 
de hecho que obtengamos en el campo de que estamos tratando. 
Además de esto, desde el punto de vista del psicoanálisis como 
una rama de la psicología humana, las hipótesis acerca de los 
instintos deben ser evaluadas de acuerdo con que sean o no real 
o potencialmente útiles en psicología humana.
Sería ingenuo subestimar la contribución positiva que el con­
cepto de impulso instintual, según lo define Freud, aporta al 
desarrollo del análisis. Evidentemente, ese concepto es el resi­
duo de un detallado y prolongado estudio de la conducta humana 
bajo condiciones controladas y del uso de una técnica observa­
dora que proporciona datos que son, al menos en parte, inacce­
sibles directamente a cualquier otro enfoque. No debemos olvidar 
que aun cuando los conceptos científicos tienen el propósito de 
facilitar la coordinación y explicación de los hechos, pueden tam­
bién obstaculizarlas; y no la formulación de hipótesis, sino el 
proceso mismo de encontrar el hecho. En ambos casos hay una
DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES 73
diferencia decisiva si el concepto de impulso se basa en esa plas­
ticidad y esa variedad de necesidades que encontramos en la 
sexualidad, o sólo en las necesidades menos plásticas y variadas 
que se dan, por ejemplo, en el caso de ingerir alimentos o de 
respirar.
La historia del psicoanálisis nos muestra de una manera par­
ticularmente conclusiva un fomento mutuo de la observación 
y de la formulación teórica. Mientras que hay muy pocos inte­
rrogantes en la mente de alguno que otro analista sobre la con­
sistencia de la teoría freudiana de los impulsos instintuales, así 
como sobre algunas de sus más amplias implicaciones, existen 
apenas dudas en cuanto a lo apropiado de su concepto respecto 
a los métodos que usó y el campo de observación para el cual 
fueron ideados y que ese concepto ayudó a desarrollar.
Para evitar malas interpretaciones, he de añadir que tanto aquí 
como en las siguientes consideraciones, me estoy refiriendo 
al concepto de los impulsos que encontramos actualmente en la 
psicología psicoanalítica clínica, omitiendo otros conceptos de 
Freud, principalmente series de hipótesis, orientadas en sentido 
biológico, sobre los instintos de "vida” y de "muerte” cuya 
interrelación está destinada a explicar "los fenómenos de la vida" 
(Freud, 1930). Esos conceptos son de un orden diferente, como 
Freud comprendió con claridad, y las hipótesis correspondientes 
han de ser demostradas o no en un sentido biológico. También 
podrían explicar sólo un aspecto de los problemas psicológicos 
que aquí consideramos, pero hasta ahora no han acrecentado 
mucho nuestra comprensión de las funciones específicas de los 
impulsos (en el sentido psicológico) en contraste con otras fun­
ciones psíquicas.
Freud definió un impulso instintivo, en el primer sentido, como 
teniendo un ímpetu, una meta, un objeto y una fuente. Habla 
de un instinto como de una demanda hecha al aparato mental 
por el cuerpo; no obstante, hasta en la etapa comparativamente 
temprana de la formación teórica en que introdujo esta formula­
ción (1915 a), consideraba en ocasiones a los impulsos, no sólo 
como factores que actuaban sobre el aparato mental "desde fue­
ra", sino también en el sentido de actuar dentro del aparato 
mental mismo. Posteriormente definió su posición más preci­
samente, incluyendo el aspecto mental en las funciones del ello. 
Bibring (1936) siguió claramente los pasos mediante los cualesFreud llegó a desarrollar su teoría de los impulsos y de sus rela­
ciones con las funciones mentales, así como también con los 
principios que regulan estas funciones; pero aquí deseo exami­
nar el concepto freudiano del instinto desde un ángulo diferente. 
Para esto puede ser útil hacer un breve resumen de algunos de 
los rasgos específicos de dicha teoría, que ha contribuido al 
progreso de la psicología humana debida al análisis. Apenas ne­
cesito hacer mención aquí de que para desarrollar la mayor
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANAL1TICA74
parte de esos rasgos específicos, lo que demostró ser realmente 
decisivo fue el estudio de los impulsos sexuales.
En el terreno de la psicología, la importancia de los fines y 
objetos'de los impulsos pronto dejó atrás a la de sus fuentes, 
aun cuando éstas sigan siendo importantes por sus aspectos evo­
lutivos y porque la penetración en las fuentes puede ser prove­
chosa para clasificar Jos impulsos mismos. Esta parte del con­
cepto de Freud ofrece también una esperanza —que no es la 
única— para reunir en el futuro al psicoanálisis con la fisiología. 
El interés en las metas resulta predominante en particular debi­
do a su amplia variabilidad, característica de la especie humana. 
Considerado desde este punto de vista (con todas sus implica­
ciones para reemplazar la satisfacción y la expresión de metas 
inhibidas), es posible trazar un cuadro bastante comprensivo de 
. las correlaciones existentes entre las necesidades de una persona 
en los varios niveles, sus emociones, sus modos de resolver los 
problemas, etc.; y un caudal de rasgos concretos que se suman, 
por heterogéneos que puedan parecer vistos desde otro ángulo. 
Esto, por supuesto, pone también de relieve la libertad relativa 
ante la rigidez reactiva; la independencia relativa ante las posi­
bles respuestas —y su variedad— a estímulos externos e internos, 
que atribuimos al hombre, en mucha mayor extensión que a 
otras especies. El estudio de los objetos y de los impulsos fue 
el primer enfoque del psicoanálisis, y todavía sigue siendo básico, 
de la interdependencia del individuo y del medio. Esto condujo 
a una investigación detallada de las múltiples "situaciones" 
típicas e individuales en que la persona humana se siente a sí 
misma enfrentada con la realidad. Genéticamente, Freud siguió 
la pista de la interrelación de las demandas del niño, por una 
parte, y de la formación y de las relaciones del objeto, por la 
otra, a través de etapas sucesivas del desarrollo instintual. Este 
estudio también proporcionó significativas intuiciones de algunos 
rasgos más o menos específicos de la naturaleza humana. Así 
se encontró que el prolongado desamparo del niño en la especie 
humana y su dependencia de los objetos eran las causantes del 
hecho de que "la influencia del mundo exterior real... se inten­
sificase y de que se suscitara una diferenciación temprana entre 
el yo y el ello. Además, los peligros del mundo exterior tienen 
una mayor importancia para él [el niño de pocos años], de 
modo que el valor del objeto que puede protegerlo contra ellos... 
aumenta enormemente” (Freud, 1926a, pp. 154 ss). Debido al 
verdadero predominio de los objetos humanos sobre toda otra 
categoría de objetos, la investigación detallada de las relaciones 
objetuales abrió el camino para que el análisis se convirtiera en 
uno de los accesos fundamentales para las ciencias sociales. 
Pero al reunir abundantes materiales sobre los modos en que 
las necesidades de una persona se orientan en sus relaciones con 
el mundo objetual y viceversa, y adquirir de este modo conocí-
75DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES
miento de la influencia mutua de los estímulos externos e inter­
nos, se penetró en un campo que es igualmente importante hoy 
en día para el estudio biológico de los instintos. Además, la 
distinción de las etapas típicas del desarrollo instintual, mejor 
estudiadas en el caso de los impulsos sexuales, y de su impacto 
sobre las finalidades, las actitudes hacia los objetos, los modos 
de acción, etc., facilitaron la tarea de hallar un marco de refe­
rencia para muchos datos sobre el crecimiento tanto como sobre 
el desarrollo, esto es, para el aspecto genético de la psicología 
general que siempre fue más fructífero. Se hace posible conside­
rar el aspecto genético de la conducta humana en términos de 
una sucesión típica de organizaciones instintuales, de los con­
flictos entre los impulsos, y entre éstos el yo y el superyó que 
corresponden a esas etapas. El relieve dado por Freud al as­
pecto energético de las funciones mentales, que pronto llegó a 
enlazarse, al menos en parte, con los impulsos, debido a que és­
tos parecieron ser una fuerza motora inesperadamente poderosa 
en el trasfondo de la conducta humana, fue frecuentemente cri­
ticado por psicólogos y biólogos. En el análisis, sin embargo, esta 
energía no es nada semejante a un metafísico élan vital, sino 
más bien un concepto operativo, ideado para coordinar los datos 
de observación. El concepto de una continuidad de esta "fuerza 
impulsiva”, y la consideración desde este ángulo de una gran 
variedad de actos mentales, hace que tales actos sean compara­
bles y sus conexiones con frecuencia rastreables, al menos en 
cuanto este aspecto. La hipótesis de que puede haber diferentes 
formas o condiciones de dicha energía y que esos actos pue­
dan transformarse de unos en otros, ha demostrado ser prove­
choso también al describir el aspecto energético de los sistemas 
psíquicos. Terminaré esta enumeración haciendo referencia a lo 
que debí mencionar acaso antes, debido a su importancia; que 
el acceso freudiano a la posición de los impulsos en la persona­
lidad humana incluyó desde el comienzo la consideración del 
conflicto (entre los impulsos mismos, o entre los impulsos y 
otras tendencias psíquicas), y que este elemento ha seguido 
siendo central en la psicología psicoanalítica a través de todas 
sus etapas.
Aun cuando pudo quedar ya implícito en lo que he dicho, 
quiero, sin embargo, añadir explícitamente que con el fin de 
satisfacer las necesidades de una psicología dinámica y genética, 
se ha demostrado que es necesario ampliar el concepto de los 
impulsos cuando menos en tres respectos. En primer lugar, ha 
de extenderse más allá del sustrato psicológico escudriñable hoy. 
En segundo, no puede limitarse a los datos de la tonducta ex­
terna. Debemos ir hasta las "fuentes de la inestabilidad interna”, 
como lo quiere Gardner Murphy (1947, p. 90), quien acertada­
mente hace destacar que clasificar la motivación de acuerdo 
con la conducta externa no es demasiado satisfactorio, porque
COMENTARIOS SOBRE LA TEORÍA PSICOANAL1TICA
la conducta observable con frecuencia no da una información 
digna de crédito de lo que está pasando en el interior. También, 
en el análisis estamos habituados a basar nuestras conclusio­
nes en la interrelación tanto de factores internos como externos. 
En tercer lugar, el concepto de impulsos, que es necesario en 
el análisis no tanto para describir como para explicar fenómenos, 
tiene que trascender el aspecto fenomenológico, que aquí quiere 
decir el aspecto de la experiencia interna o subjetiva; es decir, 
los fenómenos conscientes de la necesidad, el deseo, la compul­
sión, etc. Tales extensiones, aun cuando puedan parecer arbitra­
rias desde un enfoque más limitado, están indicadas para corre­
lacionar la diversidad de aspectos que el psicoanálisis ha de 
tomar en consideración.
Al recalcar como esenciales estos puntos, realmente fructífe­
ros en el enfoque analítico del problema de los impulsos, cierta­
mente no deseo significar nada que se asemeje a una creencia 
en la inmutabilidad o cabalidad de esta teoría. Pero creo que lo 
que he dicho hasta ahora nos proporciona algunos puntos de 
orientación para valorar la significación potencial de los diver­
sos enfoques. Para mencionar brevemente dos ejemplos contras­
tantes: hay poquísimos psiquiatras que sean partidarios de un 
concepto de los impulsosverdaderamente amplio a veces hasta 
más amplio del que se utiliza en el psicoanálisis de hoy. Pero 
como esos conceptos no son específicamente suficientes y falta 
una relación íntima con los datos clínicos, aparecen un tanto 
endebles y fracasan si se aplican a nuestros hallazgos empíricos. 
Por el contrario, muchos psicólogos han intentado estrechar el 
concepto, para centrarlo más o menos en torno de sólo uno u 
otro de los aspectos que abarca en el psicoanálisis, sean las 
fuentes de los instintos, o las "necesidades” o los modelos de la 
"conducta instintual”, sean los aspectos madurativos o los cul­
turales, etc. No hay duda de que tales vías de acceso han apor­
tado una abundante cantidad de datos empíricos y de con­
tribuciones teóricas valiosas al tratar con algunas situaciones 
circunscritas dentro de campos limitados de observación. Buena 
parte de ella —experimental y teórica— puede también ayudar 
a clarificar y desarrollar algunas fases de la teoría analítica. 
No obstante, cuando se confrontan con interrelacioncs más com­
plejas de finalidades, objetos y fuentes, como las que encontra­
mos en el trabajo clínico, estos intentos no demuestran ser 
demasiado provechosos, especialmente para el acceso genético. 
Es muy probable que llegue a ser necesario y factible integrar 
lo que es válido en estos distintos accesos a nuestro problema 
en un nivel psicológico más amplio. En tanto que muchos de 
ellos empezaron, históricamente hablando, con el repudio del 
alcance y de los conceptos de la teoría analítica, esta integra­
ción puede demostrar, después de todo, que no es demasiado
76
77DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES
desemejante a la que se ha desarrollado y sigue desarrollándose 
en el análisis.1
Volviendo a lo que los biólogos denominan un instinto, me limi­
taré a unos cuantos puntos. En biología también las opiniones 
sobre los instintos varían con bastante amplitud, hasta entre los 
que trabajan en el mismo campo. Hay aún algunos puntos con­
trovertidos referentes a las relaciones entre los reflejos, los tro­
pismos y los instintos; también en cuanto a los papeles respec­
tivos de los factores ''externos” e "internos” en la conducta 
instintual; necesidades, apetitos e instintos son correlacionados 
en una variedad caleidoscópica de modelos conceptuales. No han 
tenido un acuerdo completo sobre los factores hereditarios, sobre 
el grado de rigidez de los instintos o el papel del conocimiento. 
Un vistazo a los conceptos de Lloyd Morgan, Drever, Lashley, 
Myers y Wheeler —para citar sólo a unos pocos entre el gran nú­
mero de los autores bien conocidos— corroborará esta posición.
Muchos observadores de la conducta animal gustan de desta­
car la casi completa rigidez de los instintos. Están impresiona- 
dísimos por lo que Forel llamó los automatismos primarios o 
hereditarios, siendo una expresión de esta inflexibilidad el que 
ligeros cambios en la situación "descarten series enteras de ins­
tintos del engranaje”. Otros han modificado estas opiniones en 
una cierta amplitud. Ellos apuntan que "la inteligencia” inter­
viene en la conducta instintual hasta un cierto grado- que varía 
con la especie y, también, en leve grado, de un individuo a otro. 
Hay también cierta variabilidad de acuerdo con la naturaleza 
del medio; además, se ha conseguido un conocimiento más sis­
temático de la conducta instintual en los animales superiores, 
particularmente los mamíferos, y del papel del aprendizaje, que 
ha contribuido a que se modifiquen las opiniones mantenidas 
por las más antiguas escuelas de biólogos. Estos descubrimien­
tos han actuado como un estímulo adicional para establecer 
formulaciones acerca del instinto, que incluyen la conducta hu­
mana tanto como la de los animales inferiores. Las anteriores 
frases pocas y escuetas no hacen justicia a lo que es uno de los 
capítulos más fascinadores de la biología.
Acerca de esta cuestión nos encontramos de nuevo con una 
diversidad de opiniones grandísima. No satisfechos ya con las 
vastas generalizaciones que se encuentran en la literatura más 
antigua, es difícil hallar una definición aplicable tanto a los ani­
males inferiores como al hombre. Lo que en el hombre puede 
compararse con los "instintos”, afirma un autor, consiste . .mu­
cho menos esencialmente en la descarga de reflejos apropiados, 
innatos y mecanizados, mucho menos esencialmente en cuales-
1 Para un punto de vista psicoanalítico de la reciente investigación en 
ctología, véase M. Schur (1961).
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA
quiera medios estereotipados de lograr ciertos 'fines', que en el 
percatarse... de esos 'fines', en los intereses en ellos y en los 
deseos... por ellos, en las 'tendencias determinantes innatas’ evo­
cadas. .. y en el uso de la inteligencia puesta a contribuir a su 
logro... En el hombre, es verdad, la inteligencia ha usurpado 
en gran medida las funciones de la conducta específicamente 
heredada” (Myers, 1945). Con esta clara y sugestiva exposición 
podemos estar fácilmente de acuerdo. Es digno de notarse el 
que utilice términos psicológicos; y ciertamente también el uso 
de métodos de investigación psicológica ha sido propugnado 
por muchos que han estudiado el problema de los equivalentes 
de los instintos en el hombre. Aquí y allá han sido aceptados 
algunos pocos elementos de la teoría psicoanalítica de los im­
pulsos. Mas para describir la posición específica de los impulsos 
en la psicología humana no basta decir que hay una diferencia 
de grado entre instintos e impulsos; se requieren conceptos es­
tructurales.
Algunas de las características de la conducta humana, que mu­
chas veces son difíciles de explicar por el concepto biológico de 
los instintos, coinciden bastante nítidamente con aquellos fenó­
menos que la teoría analítica de los impulsos tuvo que desarrollar 
para abarcarlos: la relativa independencia de los estímulos exte­
riores que contribuye a una mayor plasticidad de la conducta 
adaptativa; la mayor variedad de las respuestas a los estímulos 
internos; la continuidad de las fuerzas impulsivas; el hecho de 
que haya una constante transformación de las energías que nos­
otros relacionamos con los impulsos (por lo que la relajación de 
la tensión en un sistema debe considerarse siempre en relación 
con las tensiones en otros sistemas), etc. Elijo estos ejemplos al 
azar; se me ocurren muchos otros. Para explicar aún mejor las 
correlaciones más específicas de éstos y de otros fenómenos, que 
se consideran como característicos de la conducta humana, la teo­
ría psicoanalítica de los impulsos tiene que ser complementada 
aún por otra serie de conceptos y de hipótesis.
Con respecto al punto que tratamos, el trabajo acerca de los 
instintos efectuado por los biólogos tiene para nosotros un doble 
interés: en tanto que apunta a los elementos comunes a los ani­
males inferiores y a la conducta humana, también nos incita a 
lograr un entendimiento más claro y completo de las diferencias. 
Situaciones e interrogaciones análogas surgen en la investigación 
de los biólogos y de los analistas, aun cuando en una disposición de 
hecho y conceptual diferente. Un autor (Brun), que es biólogo 
y psicólogo, estudió la conducta de los animales inferiores en tér­
minos de conceptos psicoanalíticos tales como el principio del 
placer, el conflicto, el desplazamiento, etc.2 Pero aun cuando el
2 En su libro < 1946) Brun propone una teoría general de los instintos 
que difiere en parte de las proposiciones de este escrito.
78
• 79DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES
enfoque del biólogo y la terminología difieran ampliamente de los 
nuestros, podemos aún obtener un gran provecho de sus hallazgos 
y conclusiones. Para dar un ejemplo: Lashley, en su brillante 
estudio sobre el análisis experimental de la conducta instintual 
(1938), no utiliza un concepto general de los impulsos, confiando 
por entero en "mecanismos sensoriomotrices muy específicos". 
Pero dicho trabajo abunda en sugestiones que pueden rendir fru­
to también en el análisis;no obstante, en tales casos, asignarles 
su lugar en nuestras propias experiencias ha de ir precedido de un 
cuidadoso trabajo de traslación y de escrutamiento para descu­
brir cuándo problemas aparentemente similares son en realidad 
homólogos o hasta qué punto lo son.
Aun si se pudiera idear una definición que abarcara todo lo 
que los biólogos, psicólogos, fisiólogos, psicoanalistas y filósofos 
llaman instinto, la esperanza de que este concepto más general 
pudiera ser el más adecuado, digámoslo así, para el enfoque bio­
lógico o para el psicoanalítico tendría que ser demostrada. Algu­
nos grados de diferenciación, acordes con el terreno de estudio, po­
drían resultar provechosos. Una definición que abarcara todo 
podría acentuar la continuidad de los fenómenos desde la con­
ducta animal hasta la conducta humana, que en muchos respectos 
ha demostrado ser útil en biología. Pero, entonces, esta conti­
nuidad es después de todo genética y requeriría un estudio mucho 
más empírico determinar qué grado de real homología de los 
fenómenos existe en diferentes niveles. Comparar el instinto y 
el impulso, aun siendo estimulador en algunos respectos, ha de­
mostrado ser desorientador en otros.
En cuanto a terminología, Freud utilizó la palabra Trieb para 
contraponerla a la palabra Instinkt, usada en biología. Los tra­
ductores de Freud no consideraron de importancia efectuar una 
distinción semejante. No obstante, los analistas han dicho muchas 
veces, al igual que otros autores, que sería beneficioso en aras 
de la claridad, hacer seguir la aceptación de las diferencias res­
pectivas de hecho y conceptuales de una diferenciación termino­
lógica, y se sugirió que en el análisis se hable de pulsiones .o de 
impulsos o apremios instintuales. Habituados al uso del término 
antiguo, todos a veces empleamos la palabra "instinto", donde 
sería más apropiado decir "impulsos instintuales”. Por supuesto, - 
esta costumbre terminológica no tendría importancia de no ser 
por sus posibles implicaciones teóricas. En cualquier caso, dese­
char las ambigüedades conceptuales nos permitirá abordar mejor 
el verdadero problema real, de lo que son realmente las relaciones 
que existen entre las dos series de factores que los términos 
instinto e impulso están destinados a abarcar.
Veamos el problema esta vez desde el ángulo de la psicología 
estructural. La psicología psicoanalítica ha sido considerada con 
frecuencia sólo como una psicología de impulsos. Esta opinión,
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA
mantenida por muchos, es incorrecta, y aún más en las etapas 
posteriores del desarrollo psicoanalítico que en las primeras. No 
corresponde a la teoría psicológica del análisis incluir todos los 
aspectos de las funciones mentales en la psicología de los impul­
sos, ni siquiera, hablando estrictamente, en un sentido genético; y 
a este respecto remito al lector a algunas afirmaciones acerca de 
cierto aspecto autónomo de la evolución del yo, en los últimos 
escritos de Freud (1937a).3 Este fragmento de su trabajo está 
todavía parcialmente en esa fase de latencia, por la cual tuvieron 
que pasar muchos de sus descubrimientos importantes, antes de 
ser generalmente reconocidos, hasta por los analistas. Podemos 
afirmar de modo bien rotundo que el ello, la región de los 
impulsos, es el depósito más importante de energía psíquica; sin 
embargo, suponemos que una vez que la diferenciación entre 
los tres sistemas mentales se ha producido, cada uno de ellos se 
reparte la energía psíquica. Describimos los sistemas también 
según las formas y condiciones de energía que usan. En cuanto 
a estas formas y condiciones de la energía empleada, a su origen 
e intercambio, bastará con decir que el ímpetu hacia la actividad, 
los aspectos dinámicos y energéticos son aplicables a todos los 
sistemas de la personalidad, pero que encontramos diferencias 
entre el ello, el yo. y el superyó, no sólo con respecto a su 
organización, sino también con respecto al ímpetu ya dicho.
Ciertamente no hubiera podido lograrse un conocimiento cabal 
de la estructura psíquica y de los conflictos psíquicos sin un 
previo conocimiento de la psicología de los impulsos. Pero hoy 
en día podemos añadir a lo dicho la afirmación inversa: no pode­
mos comprender realmente las funciones de los impulsos sin 
atender a su posición en el marco de la estructura psíquica. Ade^ 
más, las diferencias entre los instintos de los animales inferiores 
y los impulsos del hombre resultan completamente claras sólo 
si tomamos en cuenta la intuición que en la formación de la es­
tructura psíquica ha desarrollado el psicoanálisis.
En la primera fase, la fase indiferenciada del desarrollo mental 
(Hartmann, 1939a; Hartmann, Kris y Loewenstein, 1946), encon­
tramos en el niño cierto número de necesidades, impulsos y 
modelos de conducta que difícilmente pueden atribuirse a un yo 
o a un ello, en el sentido en que aplicamos esos términos a un 
desarrollo más tardío. Con la diferenciación de las funciones del 
yo, el cuadro cambia. El yo crece y se desarrolla convirtiéndose 
en un órgano específico de adaptación y organización, y el ello se 
convierte a su vez en un sistema en parte separado, con sus carac­
terísticas específicas. Este proceso de diferenciación es parcial­
mente seguible hasta un rasgo característico del desarrollo huma­
no, el "prolongado desamparo y dependencia de la criatura en la 
especie humana” (Freud, 1926a). Hace algunos años (1939a) suge-
80
* Véase también Hartmann (1939a).
DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES
rí que es éste el verdadero proceso de diferenciación estructural, 
al que se deben principalmente las diferencias mencionadas en­
tre la conducta instintual de los animales inferiores y la conducta 
de los seres humanos. Evidentemente muchas de las funciones 
que en los primeros corren a cargo de los instintos, son en el 
hombre funciones del yo. La plasticidad característica de la con­
ducta adaptativa del hombre, en contraste con la relativa rigidez 
de la de los animales inferiores, y la mayor capacidad humana 
para aprender, son ejemplos, destacados de las diferencias resul­
tantes. Podemos describir psicoanalíticamente la liberación de 
muchas capacidades de una estrecha conexión con una tendencia 
instintual definida como la emergencia del yo en forma de un 
sistema psíquico definido. Hablar de que una mayor o menor 
plasticidad, o una mayor o menor inteligencia intervienen, como 
se hace con frecuencia, es dar una explicación bastante deficiente 
de los hechos; de aquí que necesitemos un modelo de estructura 
psíquica que muestre las interrelaciones del impulso, intelecto, 
adaptación, integración, etc., asignándoles su lugar en relación 
con esos centros de funcionamiento mental, que en el análisi? 
denominamos sistemas.
Suponemos que existe una continuidad en la evolución de la 
mente, desde el funcionamiento en los animales inferiores hasta 
la mentalidad humana, y que hay una conexión genética entre los 
instintos de los primeros y los determinantes de la conducta 
humana. Sin embargo, hoy resulta evidente por completo que 
considerar sólo las relaciones genéticas entre el instinto animal 
y el impulso humano es un enfoque unilateral, puesto que significa 
pasar por alto las relaciones no menos importantes entre el ins­
tinto animal y las funciones del yo humano. Semejante error lo 
sugieren las formulaciones que acentúan la identidad de impulsos 
e instintos.
Considero bastante posible que la diferenciación de que hablo 
nos proporcione no sólo un órgano específico de adaptación, el 
yo. Algunas características de los impulsos y del ello mismo, tal 
y como los conocemos en el hombre, pueden ser resultado de cam­
bios detcrminables hasta ese mismo proceso de diferenciación. 
El ello, también, no parece ser una simple extensión de los instin­
tos de los animales inferiores. Mientras que el yo se desarrolla 
en la dirección de un ajuste cada vez más estrecho a la realidad, la 
experiencia clínica muestra que los impulsos,las tendencias del 
ello se hallan, con mucho, más apartados de la realidad de lo que 
están generalmente los llamados instintos animales (Hartmann, 
1939a), aun cuando las reacciones instintuales de los animales 
inferiores no sean de ningún modo siempre adaptativas. Es éste 
un segundo punto en que pienso que la descripción de los impul­
sos en términos de instintos, ha retrasado considerablemente el 
progreso de la psicología.
Un cierto grado de diferenciación estructural puede hallarse
81
82 COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANAL1TICA
también en otros animales superiores, aun cuando no con la mis­
ma amplitud con que se halla desarrollada en el hombre; aquí, 
pues, podemos esperar que se encuentre algo más o menos pareci­
do a los impulsos humanos. Por otra parte, hasta en el hombre, 
especialmente en los niños muy pequeños, son discemibles vesti­
gios de instintos en el sentido biológico.
En cuanto a la relación del principio del placer con la auto- 
conservación, podemos suponer que la afirmación freudiana de 
que . .hay una larga distancia del principio del placer a la auto- 
conservación”, probablemente no es válida en la misma extensión 
para los animales inferiores que para los seres humanos. La fa­
mosa tesis de Malebranche y de muchos otros sobre este tema 
describe la situación del hombre de un modo bastante incom­
pleto. Esa tesis afirma que Dios adscribió el placer a ciertos 
objetos, que el hombre debe buscar, y el dolor a otros, que debe 
evitar en interés de la autoconservación. Lo que Malebranche 
quiere decir aquí se acerca bastante en un sentido a lo que 
los autores modernos dicen acerca de los instintos, pero sólo 
puede aplicarse a las pulsiones de los hombres con ciertas im­
portantes modificaciones. Para una explicación más completa 
de los hechos tenemos que considerar los cambios de las condi­
ciones del placer que siguen al crecimiento y al aprendizaje, y 
discernir las diferencias entre el placer ofrecido por el yo y el pla­
cer que se debe a las funciones del ello.
La forma más plausible de coordinar esto con la experiencia 
psicoanalítica parece ser la de seguirle la pista de nuevo hasta 
el proceso de la formación estructural; no obstante, una in­
fluencia recíproca no es ajena a la cuestión. En tanto que la 
diferenciación estructural complica probablemente las relacio­
nes entre el placer y la conservación del yo —lo cual, por su­
puesto, no quiere decir que estén ausentes en el hombre— este 
factor en realidad hace que el desarrollo de un sistema especi­
fico para el aprendizaje y para la adaptación a la realidad sea 
aún más necesario, si, por un momento, se me permite pensar 
en un sentido teleológico.
¿Qué puede decirse, entonces, desde nuestro punto de vista 
acerca de esas funciones psíquicas que realmente sirven para la 
autoconservación en el hombre? Aquí sin duda tenemos que hacer 
mención de los impulsos, tanto sexuales como agresivos, puesto 
que ellos contribuyen evidentemente a la autoconservación, aun 
cuando parezca que están conectados mucho menos directamen­
te con ella (y también con la conservación de la especie) de lo 
que están los instintos de la biología. Pero no puedo decir con 
seguridad que tales contribuciones hacia la autoconservación, 
sean las que fueren, constituyan un impulso independiente y 
definido. Freud en una ocasión realizó un intento semejante, 
tratando de identificar este supuesto impulso con lo que él deno­
minaba los Impulsos del yo, o instintos del yo, en tanto que
DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES
posteriormente incluyó los impulsos hacia la autoconservación 
entre los libidinales. Realmente, en el trascurso del desarrollo 
de la teoría psicoanalítica fueron gradualmente perdiendo más 
o menos su posición de unidad independiente. Las tendencias 
cuya finalidad es dominar el medio ambiente y que muestran 
una relación definida con la autoconservación, tuvieron en el 
sistema una posición bastante indefinida; hoy en día tendemos 
más bien a insistir en los elementos agresivos que encontramos 
en ellas y en el papel que las tendencias del yo desempeñan en su 
organización.
Éste puede ser el momento apropiado para decir unas cuantas 
palabras acerca de lo que los psicólogos denominan el placer 
de la función (Funktionslust), el placer de las actividades mis­
mas, o de vencer dificultades; el disfrute del niño en el ejercicio 
de una función recientemente aprendida (Bühler, 1930), etc., en 
contraste con el placer que se obtiene del efecto de una activi­
dad. Su importante papel en el desarrollo puede ser inferido 
en parte por el hecho de que, mediante la maduración y el apren­
dizaje, una serie de aparatos en la esfera no conflictiva del yo 
y sus correspondientes actividades, se vuelven asequibles para 
el niño (Hartmann, 1939a). Lo que es placer y lo que no lo es 
corren parejas, al menos en cierta extensión, con el desarrollo 
del yo, y las potencialidades de lograr el placer ofrecidas por la 
evolución de las funciones del yo desempeñan un papel superior 
en la aceptación del principio de realidad (véase el capítulo 13). 
Ideas un tanto semejantes se expresan en un trabajo de Hen- 
drick (1942), pero no estoy convencido de que la introducción 
de lo que él llama un "instinto de dominio" básico sea en reali­
dad inevitable.
De los "principios" freudianos, el instinto de realidad contri­
buye por supuesto directamente a la autoconservación.4 Los otros 
principios (el principio del placer, el del nirvana y también pue­
do citar aquí la compulsión a la repetición) no están dirigidos 
a la autoconservación de ningún modo directo, pero pueden, en 
colaboración con otros factores y bajo su influencia, servir in­
directamente a este propósito. De hecho hay hasta en el hombre 
un ancho campo de coincidencia entre el logro del placer y la 
autoconservación, acerca de lo cual dije antes unas cuantas pala­
bras. No obstante, lo que quiero recalcar aquí es que lo que se 
vuelve de importancia primaria para la autoconservación humana 
son las funciones del yo desarrolladas por el aprendizaje y la
* La relación de este principio con otras formas de regulación no está 
siempre clara. Los otros "principios" de Frcud son tendencias que sirven a 
los fines de tratar con las cantidades de excitación en el aparato mental, 
modificándolas en cuanto a cantidad, cualidad o ritmo; pero el principio 
de realidad señala más bien los modos en que tales tendencias son modi­
ficadas como consecuencia de la adaptación del individuo al mundo ex­
terior; por eso es difícil considerarlo en el mismo plano que los otros 
principios.
83
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA84
maduración; los'aspectos del yo reguladores de relaciones con 
el medio y su capacidad organizadora para hallar soluciones, 
ajustándose a la situación ambiental y a los sistemas psíquicos 
al mismo tiempo. De un modo diferente y menos específico el 
superyó contribuye en parte a esto también como en el caso 
de la adaptación social.
Cuando en psicoanálisis se habla de autoconservación lo que- 
consideramos son principalmente las funciones del yo, pero tam­
bién los otros factores mencionados, y su interacción con situa­
ciones que el individuo ha de afrontar. Juntar todos estos facto­
res y llamar a la suma total un impulso para la autoconservación 
no está de acuerdo con nuestro concepto de impulsos, y más bien 
que esclarecer el problema lo oscurece. Sea cual fuere el pa­
pel que desempeñan los impulsos en esta organización, no puede 
haber duda alguna de que también participan aquí otros im­
portantes elementos. No es fácil ciertamente valorar la fuerza 
respectiva de los muchos factores que intervienen. Pero debería 
estar bastante de acuerdo con lo que dijo Freud en su Esquema 
del psicoanálisis, publicado después de su muerte (1940, p. 111): 
"El. yo se ha impuesto la tarea de la autoconservación, que el 
ello parece desdeñar."
Los principios freudianos representan varios géneros de pro­
cesos de regulación, que tienden hacia diferentes tipos de equi­librio. Para aceptar esta pluralidad, en lugar de adoptar una 
teoría monística de la regulación, Freud se guió por la observa­
ción de hecho y no sólo por algunas implicaciones de su teoría. 
En realidad, estas tendencias se superponen; además, un proceso 
que establece un estado de equilibrio en relación a un mecanis­
mo de autorregulación como ése, muchas veces induce a un 
estado de desequilibrio en otro. Esto resulta especialmente claro 
en el caso de los principios de placer y de realidad. Comparar 
esos principios a la homeostasis es ciertamente una empresa 
tentadora. Hendrick (1946), Orr (1942), Kubie (1948) y reciente­
mente K. Menninger (1954), entre otros, abordan el problema 
desde este ángulo; no obstante, puede ser necesario hacer una 
distinción entre los principios con respecto al grado en que se 
prestan a semejante comparación. Unicamente puede decirse 
del principio de realidad que sirve directamente a la autoconser­
vación y que tiende hacia algo que podría ser exactamente des­
crito como "estabilización adaptativa" (Cannon, 1932). En cuan­
to a los otros principios, no es aplicable este criterio a la 
homeostasis. La tendencia que Fechner y Freud atribuyeron al 
aparato psíquico, para mantener la excitación a un nivel cons­
tante, contribuye a un tipo de equilibrio que no es adaptativo 
directamente; y el principio de nirvana, que podemos distinguir 
de aquélla, como intenta minimizar la excitación está aún .más 
alejado de la adaptación. Por otra parte, podemos agregar que 
estos mecanismos de autorregulación, introducidos por Freud,
DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES 85
tienen otra característica de la homeostasis (el logro de una 
independización mayor de la estimulación efectiva).
La autorregulación puede describirse en diferentes niveles; 
cuando menos pueden distinguirse diferentes estratos en el adul­
to. Aparte de los principios, hay un nivel de autorregulación 
que corresponde a lo que habitualmente denominamos fun­
ción sintética del yo o, como yo prefiero llamarla, su función orga­
nizadora (véase el capítulo 3); ella equilibra los sistemas psíqui­
cos entre sí y regula las relaciones entre el individuo y su 
ambiente. En el curso del desarrollo esta forma de regulación 
se añade parcialmente a mecanismos menos especializados y en 
parte es sustituida por ellos. El desarrollo de esta función orga­
nizadora parece ser parte de una tendencia biológica general 
hacia la interiorización; también ayuda hacia la adquisición de 
una independencia creciente del impacto inmediato del estímulo. 
Por otra parte, cuando esta forma de regulación altamente dife­
renciada queda interferida, otras formas más generales y primi­
tivas pueden ocupar su lugar. En la fisiología experimental 
(Richter, 1941) se encuentra un paralelo sugestivo con esta intui­
ción psicoanalítica.
Es evidente que el enfoque freudiano del problema de los impul­
sos corre paralelo con el desarrollo de la intuición psicoanalítica 
y con el perfeccionamiento del método. En el principio, Freud 
aplicó a este material la dicotomía convencional entre los impul­
sos que sirven a la conservación del individuo (al tiempo que 
fueron identificados con los "impulsos del yo") y los que sirven 
a la conservación de la especie; aun cuando se daba perfecta 
cuenta de que esta proposición "es meramente una hipótesis de 
trabajo, que se mantendrá sólo mientras demuestre ser prove­
chosa” (Freud, 1915a, p. 124). Posteriormente, buena parte de 
lo que se denominó "impulsos del yo" fue adscrito al funciona­
miento del sistema "yo", y todos los impulsos se atribuyeron al 
sistema "ello”; también se abandonó gradualmente la primera 
teoría dualista y después de algunos pasos de tanteo, interme­
diarios y teóricos, se centró finalmente el principal interés de 
Freud en tomo de otro dualismo de los impulsos primarios: 
la sexualidad y la agresión.5
Estructuralmente la agresión, en el sentido usado aquí, tiene la 
misma posición que la sexualidad; no se parece en nada a un 
"impulso del yo", sino que parte del ello. Esta posición estruc­
tural, dicho sea de paso, también se diferencia del antiguo 
concepto de agresión usado por Alfred Adler. De la psicología 
de la agresión, mencionaré sólo un punto que acentúa un para-
5 Para una presentación histórica, véase además del trabajo de Bibring 
(1936), el de Jones (1936) y el de Hitschmann (1947).
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA
lelo con la libido.6 Mientras que ambos impulsos difieren en 
cuanto a la contribución que hacen a la formación del yo y del 
superyó, creo que resulta cierto para los dos que su energía 
puede neutralizarse al servicio del yo y del superyó. La ener­
gía de la agresión participa en el desarrollo de la estructura 
psíquica, pero los sistemas psíquicos, una vez que se han forma­
do, le proporcionan también modos de expresión específicos. Las 
situaciones de la realidad, en el hombre, recurren a veces a la 
expresión no mitigada de la agresión, pero en muchos otros 
casos a su sublimación (K. Menninger, 1942). Evidentemente 
ambos pueden ser utilizados para el mantenimiento de la vida, 
pero por supuesto resulta aún más cierto en cuanto a la agresi­
vidad que en cuanto a la sexualidad el que sus propósitos muchas 
veces marchen contra la autoconservación, específicamente en 
el caso de esa expresión típica de agresividad: la autodestruc- 
ción. No obstante, si aceptamos la hipótesis de que una forma 
de energía agresiva neutralizada actúa en el yo (quien no repre­
senta la autodestrucción), podemos poner en duda aquella idea 
trascendental de Freud que en su sentido más estricto quiere 
decir que la autodestrucción es la única alternativa para la 
destrucción (1932, p. 144). Se puede decir de esta idea que, aun 
cuando históricamente aparece en la última fase de su pensa­
miento, sistemáticamente pertenece a la etapa preestructural de 
la psicología psicoanalítica.
Séame permitido repetir lo dicho anteriormente: ni las fina­
lidades de la sexualidad ni las de la agresión, tal y como esos 
términos son usados por nosotros hoy en día, bastan para expli­
car los mecanismos mentales que sirven a la autoconservación 
en el hombre. Pero igualmente se ha reconocido desde hace 
tiempo que los fines de la sexualidad no se limitan de ningún 
modo al de conservar la especie. Podemos preguntamos qué 
significa realmente este alejamiento de nuestra teoría de los 
impulsos de los problemas de la conservación del individuo 
y de la especie. En parte, como dijimos antes, se debe sin duda a 
una comprensión más completa del lugar de los impulsos en la 
estructura psíquica; desde ese punto de vista, puede ser vista 
y descrita más claramente la contribución de otros factores 
aparte de los impulsos; pero creo que tal despego refleja tam­
bién una intuición mejor del enfoque analítico en contraste con 
el biológico. Estoy hablando sólo de una diferencia en el enfo­
que, porque en un sentido sistemático podemos muy bien sos­
tener que el psicoanálisis es también una ciencia biológica. En la 
literatura psicoanalítica del pasado, y aún a veces en escritos 
de actualidad, encontramos que se estudian en un mismo plano 
los impulsos hacia la autoconservación, y los sexuales y los agre­
sivos. Puede muy bien ocurrir que semejante yuxtaposición sea
• Para más detalles, véase Hartmánn, Kris y Locwenstcin (1949).
86
87DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES
desorientadora por completo; no es posible ponerlos unos al 
lado de los otros, si reflejan principios diferentes de clasifica' 
ción. No es necesario hacer ningún comentario sobre cómo el 
enfoque "desde fuera", el biológico, llega a distinguir entre la au- 
toconservación y la conservación de la especie. ¿Hasta dónde el 
enfoque psicoanalítico difiere de aquél, y cómo puede éste aún 
servir para responder a preguntas hechas a nivel biológico? 
Creo que el papel del análisis respecto a tales problemas es 
aproximadamente el que sigue: hemos descubierto que los im­
pulsos, en la acepción nuestra (en interdependencia con elyo 
y otras tendencias) contribuyen a formar esas reacciones que 
—vistas desde fuera o "biológicamente"— se manifiestan como 
autoconservación o como conservación de la especie. El análisis 
va mostrando por qué medios, cuándo y mediante el uso de qué 
material psíquico, se produce realmente la conducta, tal y como 
se caracteriza en biología, y bajo qué condiciones se manifiesta. 
Puedo añadir que, siguiendo estas directrices, se pueden utilizar 
plenamente las ventajas específicas del método psicoanalítico 
con respecto a los problemas biológicos, y cuando menos se evi­
tará el peligro de equivocación. Si lo que he dicho es verdad, 
entonces la yuxtaposición de que hablo resulta verdaderamente 
tan ambigua como yo he dado a entender.
Suponiendo que el estudio analítico de los impulsos pueda ha­
cer a la biología la contribución que acabo de esbozar, es posible 
que nos interese conocer si el enfoque analítico puede efectuar 
una función análoga con respecto a otros problemas en el nivel 
biológico. Para ofrecer al lector un ejemplo, he aquí éste: Freud 
(1926a, p. 93), como muchos otros psicólogos, consideró la señal 
de la angustia como una "necesidad biológica". Dando esto por 
seguro, lo que realmente estudió fue la manera en que esta 
necesidad biológica se aborda en el hombre, cómo ha sido con­
cebida en él, cuáles son las condiciones previas de la angustia, 
cuál es su posición estructural y cuáles las secuencias típicas 
de sus etapas de desarrollo.
Como segundo ejemplo, elijo la teoría psicoanalítica del juego, 
comparado con otras teorías sobre éste. Hay una teoría biológica 
del juego cuyas formulaciones más claras lo consideran como 
una especie de ejercicio con la función de preparar al niño para 
situaciones que va a encontrar en su vida futura (Groos, 1901). 
La teoría analítica ve el juego de acuerdo con su contenido, como 
la experiencia que el niño puede de ese modo dominar, los 
papeles que desempeñan en él el principio del placer y la com­
pulsión a la repetición, y cómo, según el nivel de desarrollo, 
varía la contribución de estos factores. Una vez más no están 
las teorías en el mismo plano. El papel del análisis al explicar 
el juego del niño es análogo al que realiza al explicar la angus­
tia. En ambos casos, el análisis tiende a sustituir la explicación 
dinamicogenética por la teleológica.
5. LA APLICACION DE LOS CONCEPTOS ANALITICOS
A LA CIENCIA SOCIAL
(1950)
Muchas teorías y hallazgos de la sociología aparecen ambiguos 
vistos desde el ángulo de la interpretación psicoanalítica, y, del 
mismo modo, algunos aspectos de los hallazgos y teorías psico- 
analíticos, por importantes que puedan ser en el estudio de los 
individuos, parecen sin importancia para el sociólogo. Para una 
mutua comprensión sería de desear que se creara un lenguaje 
conceptual común, o bien que se definieran los problemas socio- 
lógicos en términos de su significado psicológico y, como Parsons 
(1950) ha mantenido, que se formularan los problemas psico­
lógicos en relación directa con la estructura social.
No cabe duda de que cuando aquello que parece ser el mismo 
"tema" es enfocado por las dos ciencias, los factores de impor­
tancia acaso no sean los mismos y los centros de interés fruc­
tífero no tienen por fuerza que coincidir. El psicoanalista, para 
sus fines, puede poner entre paréntesis ciertas características que 
interesan al sociólogo; los sociólogos, en algunas regiones de 
los estudios sociales, pueden hacer predicciones válidas sin con­
sideración alguna hacia las personalidades totales de los indivi­
duos. Es lo más probable que tales predicciones sean correctas 
cuando la acción social está predominantemente determinada 
por el yo consciente o preconsciente (Waelder, 1936a), como en 
la acción racional o en la acción que implica tales intereses del 
yo como los que plausiblemente podemos suponer se hallen 
presentes en el miembro medio de un grupo. Un ejemplo evidente 
de esto es la teoría económica.
Pero hay otras acciones y funciones sociales donde no se puede 
confiar en modelos psicológicos tan simples, si es que se desea 
hacer predicciones válidas. Dichos modelos demostrarán ser un 
motivo de fracaso para el sociólogo en asuntos donde entren en 
juego otras funciones de la personalidad que no sean la función 
racional o los intereses del yo, de un modo dinámicamente 
importante y que posiblemente difiere de un individuo a otro. 
No obstante, cuando aplicamos estas formulaciones bastante ge­
nerales a los problemas sociológicos concretos, nos sentiremos 
sin duda sobre un terreno más seguro al poder tomar en consi­
deración, de un modo sistemático, el significado psicológico de 
los datos sociológicos. Deberíamos, por ejemplo, desear que nos 
sea conocido el significado de los datos sociológicos no sólo 
para los yoes de las personas en cuestión, sino para los tres 
sistemas psíquicos de la personalidad: el yo. el superyó y el 
ello. Y sería más provechoso si también fuera conocido el sig-
88
LA APLICACIÓN DE LOS CONCEPTOS 89
nificado sociológico de los datos psicológicos. Semejante cono­
cimiento sistemático nos ayudaría a determinar la dirección y 
el grado al igual que los problemas específicos en que esas abs­
tracciones de la "motivación total de la personalidad concreta" 
tienen que ser, o es probable que sean, provechosas, y cuya 
importancia para el uso del análisis en el nivel de la estructura 
social, ha sido destacada por Parsons.
Una reinterpretación mutua de los datos analíticos por la so­
ciología y de los datos sociológicos por el psicoanálisis, pre­
supone cierto acuerdo previo entre las dos ciencias sobre una 
teoría definida de la acción social que haga posible la correla­
ción. Al comienzo de su claro y comprensivo bosquejo, Parsons 
afirma que tanto la teoría sociológica como la analítica tienen 
una base común en el marco de referencia presentado por la 
teoría de la acción social; sin embargo, existe una despropor­
ción o falta de simetría: la acción social puede ser el concepto 
más básico de la sociología, pero no el más básico del psico­
análisis, como tampoco lo es la acción en general. En psicoaná­
lisis, estructural y genéticamente, la acción se deriva de propie­
dades humanas más fundamentales. Hasta hoy ninguna teoría 
analítica de la acción enteramente sistemática ha sido lograda 
o presentada, aun cuando las contribuciones analíticas a la teoría 
de la acción sean lo suficientemente importantes para sugerir 
que la teoría sociológica de la acción necesita incluir muchos 
aspectos de la teoría analítica, que están aún más allá de aque­
llos que Parsons ha reconocido como comunes a ambos campos.1 
Es verdad que la ciencia a menudo ha demostrado ser provechoso 
manejar los diferentes problemas en distintos niveles de con- 
ceptualización, y que reducir los problemas a su nivel más ge­
neral no es necesariamente el mejor modo de abordarlos; no 
obstante, si hemos de tener una teoría general de la acción, 
no existe alternativa alguna para basarla en los conceptos psico­
lógicos más fundamentales.
La acción, en el análisis, está definida primariamente por su 
posición en la estructura de la personalidad y por las contribu­
ciones efectuadas a sus diversos aspectos por los sistémas psí­
quicos. Pero la acción es también vista genéticamente, y descrita 
en relación al factor energético implicado, su motivación, los 
medios motores (u otros) para lograr su meta, y en referencia 
a la realidad. Aludir a este vasto campo de investigación, sin 
pretcnsiones de presentación sistemática, a lo que el análisis 
ha descubierto acerca de los diversos tipos de acción —sus as­
pectos estructurales, dinámicos y realistas, la superdetermina- 
ción y los conflictos en la estructura de las metas— enriquecerá 
las teorías de la acción utilizadas por los científicos sociales, 
quienes hasta ahora han simplificado con exceso las motiva-
1 Véase ahora también Parsons.y Shils (1951).
ANALITICOS A LA CIENCIA SOCIAL90
ciones de la acción y sus relacionescon otros aspectos de la 
conducta (véase el capítulo 3). Las acciones en sus varias formas 
(racionales e irracionales, utilitarias y morales, sintónicorrealis- 
tas y distónicas con la realidad) pueden todas ser estudiadas por 
el análisis en sus interrelaciones y puede asignárseles sus lu­
gares respectivos en la estructura de la personalidad. Y la cues­
tión de la importancia mutua de los datos psicológicos y socio­
lógicos puede resolverse sólo mediante el uso de una teoría 
pluridimensional y de conceptos estructurales.
Un punto que merece destacarse es que la mayor parte de lo 
que sabemos en el análisis acerca de la acción se ha logrado por 
el estudio de la acción social. El psicoanálisis estudia la conducta 
humana en relación con un ambiente. En contraste con algunas 
otras escuelas psicológicas, el análisis incluye dentro de su ám­
bito de interés la estructura de la realidad. Puesto que el ser 
humano es con mucho el más importante de los objetos reales, 
la estructura de la realidad más interesante para los psicoana- - 
listas es la estructura de la sociedad. Ésta no es una proyección 
de fantasías inconscientes, aun cuando ofrece muchas posibili­
dades para tal proyección y su estudio nos revela la influencia 
de factores inconscientes sobre las actitudes humanas hacia la 
sociedad. Hemos de aceptar la realidad social como un factor 
por su propio derecho; ciertamente la mayoría de los analistas 
no intentan -interpretar la conducta humana en términos exclu­
sivamente de impulsos y fantasías inconscientes. Este "aspecto 
de la realidad” es un tema intrincado que tiene múltiples con­
notaciones; nos damos perfectamente cuenta de que la misma 
institución puede ser usada para proporcionar un escape a una 
gran variedad de tendencias.
De estas consideraciones parece desprenderse que el estudio 
analítico íntimo de las interacciones de un individuo con su 
medio social, puede incluirse entre los métodos de la sociolo­
gía. El análisis nos ha enseñado mucho acerca de las distintas 
estructuras familiares tanto como acerca de las necesidades bio­
lógicas humanas. La atención de los analistas ha estado dirigida, 
por fuerza, a las relaciones de objeto de la infancia, porque son 
infinitamente más importantes para el desarrollo de la persona­
lidad que las relaciones de la vida posterior; el general y legíti­
mo predominio del punto de vista genético entre los analistas 
ha reforzado esta actitud. Además de la teoría general de la 
acción, éste es un segundo punto donde los datos psicoanalíticos 
y las hipótesis son indispensables para la sociología, pero en 
los cuales ha habido una divergencia de intereses entre los dos 
campos. Esta afirmación no niega de ningún modo, y en realidad 
está muy lejos de hacerlo, que el medio social actual de nuestros 
pacientes éntre constantemente en el cuadro del análisis. Esto 
explica simplemente por qué este aspecto ha sido estudiado con 
menos empeño y por qué nuestro conocimiento acerca del medio
LA APLICACION DE LOS CONCEPTOS
corriente aparece menos claro en nuestros conceptos psicológicos 
ampliamente genéticos. Estoy de acuerdo con Parsons en que a 
este respecto nuestras descripciones del trabajo analítico po­
drían ser más explícitas. Si se hiciera un intento convenido en 
este sentido de un modo sistemático, es probable que propor­
cionara una intuición más completa del significado psicológico 
de las estructuras sociales específicas, del que puede obtenerse 
por medio de cualquier otro método.
El término "significado", que se usa aquí bastante vagamente, 
se refiere al hecho de que una estructura social dada selecciona 
y hace efectivas tendencias psicológicas y su expresión, así como 
ciertas direcciones de desarrollo. Esta relación puede, por ana­
logía con el término freudiano de "condescendencia somática", 
denominarse "condescendencia social”; o más bien esta relación 
es parte de algo que puede recibir tal denominación, un aspecto 
de la complacencia social. La otra parte se refiere a la relación 
entre las características psicológicas de un individuo y la poten­
cialidad de la función social, el status, etc., que una estructura 
social concreta le proporciona (véase el capítulo 2).
Atendiendo la advertencia de Parsons, repito que entre el tipo 
de personalidad y la estructura institucional no hay una corres­
pondencia sencilla. Me refiero a su afirmación concerniente a la 
"generalización estructural de las metas”. La estructuración de 
las fuerzas motivadoras como una "función de las situaciones 
institucionales... más bien que de... la estructura particular 
de la personalidad” es familiar a los psicoanalistas, aun cuando 
éstos usan diferentes palabras. Para abordar este problema en 
el nivel del individuo, debemos ir más allá de lo que estamos 
acostumbrados a denominar "tipos de personalidad”. En el aná­
lisis hemos encontrado que la mayor parte de las tipologías psico­
lógicas, especialmente las meramente descriptivas no basadas 
en principios genéticos, aun cuando quizás sean útiles para 
ciertos propósitos, no explican plenamente las múltiples interrela­
ciones dinámicas de las características de un individuo. Así, 
muchas veces nos fallan, cuando tratamos de determinar si tales 
categorías son modificables o capaces de ser desalojadas o reem­
plazadas por otras para el mantenimiento de situaciones internas 
o externas; y precisamente semejantes puntos son los más des­
tacados en el tema que se está estudiando.
La modificabilidad, la recmplazabilidad y cualidades similares 
explican por qué la conducta externa de los individuos (que per­
tenecen a diferentes tipos de personalidad de acuerdo con una 
de las tipologías usuales) y parte de su motivación serán más 
a menudo iguales con respecto a una estructura institucional 
dada que lo que podría esperarse sólo con base en semejante 
diagnosis tipológica (garantizando que la relación con la realidad 
permanece intacta). Dichas cualidades nos dicen más de seme­
jante conducta posible y de su motivación de lo que puede
91
ANALITICOS A LA CIENCIA SOCIAL92
aprenderse de una diagnosis puramente tipológica. Evidente­
mente la variación en tales cualidades depende también de la 
estructura institucional con que el individuo se enfrenta. Esto 
no va en contra de las observaciones previas referentes a la 
condescendencia o complacencia social; a los factores que aca­
bamos de mencionar se les debe dar una consideración idéntica. 
El punto principal es que un estudio de la plasticidad del indi­
viduo en relación con la realidad concreta, sus grados y sus 
condiciones, debe ser incluido en el acceso psicológico. Las tipo­
logías psicoanalíticas, precisamente porque son menos descrip­
tivas y más genéticas que las otras, toman este elemento en 
consideración y definen las expectativas de la conducta con rela­
ción a las situaciones interna y externa. También en el trabajo 
clínico el analista se apercibe constantemente de este problema, 
con todas sus implicaciones en cuanto a la conducta sintónico- 
realista en sus aspectos estructural y genético, y también en 
cuanto a la posible participación de las funciones del superyó.
Hasta ahora, me he referido sólo a aquellas contribuciones 
a la sociología tal como se recolectan del diván del analista. 
Lo que éste acumula de la situación analítica con respecto a la 
motivación consciente e inconsciente, a los mecanismos psico­
lógicos y a las actitudes ante la realidad social, puede preten­
der aplicarlo, como muchos analistas lo han intentado, en otra 
parte al tratar con los fenómenos sociales. Esta “aplicación" 
del análisis, como se le denomina con frecuencia, a la interpreta­
ción de los mitos o de otros datos antropológicos, por ejemplo, 
sirve a primera vista para demostrar la presencia de ciertos 
contenidos del ello, descubiertos en el análisis propiamente dicho, 
en muchas edades y formas de civilización diferentes. A esta 
misma esfera se extendió nuestro conocimiento gradualmente 
creciente de los mecanismos de defensadel yo. Las reconstruc­
ciones del pasado de la humanidad tratan de la prehistoria, más 
bien que de los tiempos históricos (Freud, 1913, 1914 y otros). 
No es preciso seguir el desarrollo de esta rama del psicoaná­
lisis, bastará decir que en segunda y decisiva contribución a 
este campo, la descripción y explicación de la psicología de gru­
po en términos de psicología estructural (1921), Freud volvió a 
escoger para su tema un tipo de conducta que no se limita a una 
época histórica o a una organización social definidas.
Desde aquí podemos ver que al ocuparnos con estructuras 
sociales específicas, en situaciones históricas específicas, nuestro 
acceso no puede efectuarse solamente a través de la compren­
sión de los contenidos y mecanismos inconscientes, sino que debe 
ser completado con un estudio de su interrelación con los as­
pectos realistas de la conducta y con la organización institucio­
nal. Una interpretación, por ejemplo, de la formación de grupo 
sociedad totalitaria de nuestros días, no deberla limi­
tarse a las categorías usadas por Freud (véase el capítulo 3).
en una
LA APLICACION DE LOS CONCEPTOS
Esto no quiere decir que un enfoque psicoanalítico de semejan­
tes campos esté destinado al fracaso, sino que el enfoque ha de 
ser modificado en la dirección de esa mutua interpretación de los 
problemas psicológicos y sociológicos previamente expuesta.
Parsons ha prevenido también contra los intentos demasiado 
"directos" de explicar los fenómenos sociológicos mediante el 
uso de categorías psicológicas, y en parte estoy de acuerdo con 
él. Indudablemente el trabajo en muchos de estos campos nece­
sita un más sólido fundamento metodológico. Al abordar proble­
mas ajenos al psicoanálisis clínico, muchos parecen olvidar lo 
que un analista difícilmente olvida en su trabajo clínico: que no 
podemos comprender a los seres humanos independientemente 
de la realidad en que viven. Las instituciones que caracterizan 
un sistema social han sido a menudo interpretadas solamente 
como las expresiones directas de los deseos conscientes e incons­
cientes de las personas que vivieron en ese sistema, como 
si la realidad no fuera más que una satisfacción del deseo. Este 
enfoque elude el problema suscitado por mi afirmación de que 
las estructuras sociales son, en primer lugar, impuestas sobre 
el individuo en desarrollo como una realidad externa, y des­
cuida el interesante papel que desempeña la tradición en la 
organización real, y las contribuciones diferentes que los diferen­
tes estratos sociales efectúan para la formación de instituciones. 
A veces se desdeña totalmente la variabilidad de las actitudes 
individuales hacia ellas, la forma en que los individuos son afec­
tados por las instituciones y la manera en que ellos se las arre­
glan o no para enfrentarlas. La evitación de estas cuestiones 
no es una limitación simple, sensata y operativamente legitima 
para lo que es denominado con frecuencia "el lado psicológico" 
del problema. Ello lleva inevitablemente a una interpretación 
equivocada de este "lado psicológico”.
Otra dificultad resulta ejemplificada, pongamos por caso, en 
mucha de la voluminosa literatura antropológica dedicada co­
rrientemente a la investigación del "carácter nacional".2 Al abor­
dar los fenómenos infinitamente complejos de las civilizaciones 
occidentales, de las que tenemos incomparablemente más deta­
llada intuición extraanlropológica que de cualquier cultura pri­
mitiva, la aplicación de los métodos usuales de la antropología 
se asemeja un poco muchas veces a un cambio obstinado de 
una economía científica de abundancia en otra de escasez. Desde 
nuestro punto de vista, los datos utilizados realmente resultan 
ambiguos en tanto que no pueden ser analizados con respecto 
a la estructura motivacional, las dinámicas y la orientación hacia 
la realidad, a la realidad social misma y a su historia. Evidente­
mente, un concepto del "carácter nacional", como un concepto 
del carácter en general, debería incluir mucho más que las afir-
2 Vcase también Kris y Loewenstein (1951).
53
ANALITICOS A LA CIENCIA SOCIAL
maciones concernientes a la conducta real; tenemos el derecho 
de esperar que nos diga algo acerca de las potencialidades de la 
conducta en situaciones destacadas intrapsíquicas y externas. 
Como se afirmó previamente, las tipologías descriptivas no re­
velan suficientemente tales potencialidades, por lo cual hemos 
de necesitar esas tipologías dinámicas y genéticas como se em­
plean en el psicoanálisis. Aunque no sean genéticos, tal y como 
nosotros lo entendemos, los estudios del "carácter nacional" que 
están basados en la investigación de las situaciones infantiles 
típicas y que destacan semejantes cuestiones como diferencias 
en la crianza de los niños, representan un progreso considerable. 
Aun cuando no abarca todos los aspectos del problema, el con­
cepto de Kardiner (1945) de los tipos de personalidad básicos 
parece ser provechoso en ciertos respectos.
El psicoanálisis puede ser útil en el estudio del "carácter 
nacional”, sobre todo al indicar puntos de enfoque fructíferos, 
al eliminar ciertas deficiencias e insistir en una visión más com­
pleta. Potencialmente, puede efectuar una contribución aún más 
penetrante al utilizar su propio método en su organización origi­
nal, al menos en culturas donde analistas y analizados se hallan 
disponibles. Un estudio comparativo, basado en análisis de re­
presentantes de diferentes culturas, no se ha efectuado nunca 
de un modo sistemático, pero parece muy posible. El método 
del análisis está bien situado para tratar los intrincados aspec­
tos del problema.
"Aplicar” los hallazgos y teorías psicoanalíticos a los fenóme­
nos sociológicos, no es suficiente. Debemos más bien aspirar 
a una mutua penetración de la teoría sociológica y la psicoana- 
lítica, al planteamiento de nuevas cuestiones y al descubrimiento 
de nuevos medios de comprobación de los datos en ambos cam­
pos. Esto quiere decir que se deben establecer modelos que sean 
todo lo específico posible con respecto tanto a los aspectos psico­
lógicos como a los sociológicos (véase el capítulo 2).
94
6. PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO
(1950)
Hay cierta continuidad temática entre nuestra previa discusión 
conjunta sobre las "Teorías del Psicoanálisis" (1949) y el trabajo 
que escucharemos hoy. AI elegir como nuestro tema "el psicoanáli­
sis y la psicología del desarrollo", deseamos destacar la importan­
cia creciente de este aspecto psicoanalítico, y también dar una más 
completa referencia de los pensamientos y experiencias que fue­
ron presentados en el último Congreso anual. Algunos aspectos 
de lo que será dicho hoy sin duda coinciden con el terreno abar­
cado en la reciente reunión de Stockbridge, en la cual Anna Freud 
y otros trataron de la situación actual de la psicología analítica 
del niño. No obstante, dado lo incompleto de nuestro conoci­
miento en este campo y la naturaleza tentativa de nuestras 
proposiciones, creo que no puede ser sino provechoso un trabajo 
reiterativo sobre esos problemas bastante complejos.
Hace años se quejaba Freud de que la observación directa 
del niño por los psicólogos era con frecuencia discutible, porque 
describían fenómenos no comprendidos realmente en sus rela­
ciones y en su impacto dinámico, mientras que, por otra parte, 
las conclusiones acerca de la infancia, que hemos alcanzado so­
bre la base del análisis de adultos, tienen la desventaja de que 
llegamos a ellas sólo a través de un sistema complicado de recons­
trucciones y a través de muchos rodeos del pensamiento. Este 
abismo puede llenarse en parte, pero no por completo, mediante 
el psicoanálisis infantil. Por tanto, la combinación de la observa­
ción directa longitudinal, desde la primera infancia en adelante, 
con los datos reconstructivos aportados por el análisis, es de 
importancia primordial. Pero este doble acceso se ha hecho posi­
ble solamente como consecuencia del trabajo psicoanalítico sis­
temático sobrela psicología del yo o de la psicología estructural 
en general, que nos proporciona el marco de referencia indispen­
sable y los instrumentos necesarios para una colaboración fruc­
tífera.
Es un hecho memorable que Freud, utilizando métodos re­
constructivos, pudiera indagar no sólo experiencias de la primera 
infancia, típicas o atípicas, sino también secuencias de madura­
ción típicas, pero que habían escapado a los métodos de la 
observación directa, como en el caso de las etapas del desarrollo 
libidinal. Sigue siendo aún verdad que ciertos grupos de hechos 
y de conexiones son accesibles mucho más fácilmente a ciertas 
técnicas de observación que a otras. Por supuesto, los métodos 
se ajustan a los objetos que estudian, pero lo que tengo aho­
ra en mente es más bien la circunstancia de que cada método
95
PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO96
implica una selección de datos y que, dependiendo de nuestro 
enfoque, los datos se concentran de modos diferentes. En el 
caso del análisis, lo que su método ha hecho accesible a la obser­
vación y en muchos casos visible por primera vez, está centrado 
en la esfera del conflicto. Aun cuando hay realmente una cons­
tante interacción entre el desarrollo conflictivo y no conflictivo, 
hasta ahora los psicoanalistas han hecho menos luz en la esfera 
no conflictiva.
Dando por sentado que el "método" analítico abre el camino 
para la posición evolutivamente central del conflicto, debería 
hacer en verdad referencia a tres factores, y no solamente a uno, 
si bien los tres se hallan evidentemente relacionados entre si. 
Además del método, utilizando esta palabra en el sentido más 
restringido, hay también la situación analítica, que debe muchas 
de sus posibilidades a que, pese a su circunscripción estricta, es 
esencialmente una situación real de la vida, siendo también 
significativa como parte del proceso terapéutico. El tercer factor 
contributivo del análisis es la actitud del psicoanalista hacia los 
datos psicológicos que él mismo descubre. Ya traté de esto en 
Stockbridge con mayor detalle. Aquí me limitaré solamente a algu­
nas observaciones. Pienso particularmente en la corrección de lo 
que en otros campos se denomina "la ecuación personal", es decir, 
en la corrección de esas trabas potenciales de la observación que 
se pueden seguir hasta la personalidad del observador y su 
interferencia en el campo. Porque el analista no es solamente 
el observador del campo, sino también un actor en el mismo; 
se ha dicho que el análisis en realidad es una especie de "lecno- 
sofía” y que esto contradice sus pretensiones de ser una ciencia 
autentica. Es verdad que el análisis introduce nuevos factores 
—factores desdeñados por otros métodos de observación— no 
sólo en la situación analítica, sino también en la observación 
directa de los niños; y que el campo de observación en este 
caso no sólo es definido por la conducta del niño, sino que in­
cluye también actitudes conscientes e inconscientes del observa­
dor, así como la interacción de ambos grupos de factores. Pero 
todos estos factores están sujetos a un escrutinio psicológico 
constante. Actuando en el campo y estudiando la acción y la 
reacción, se vuelven accesibles datos que no lo serían por otros 
métodos; y llegamos a comprender la relación que se halla en la 
base de la situación de observancia. Esto es también lo que se­
ñala Kris í 1951b) cuando habla acerca de la "investigación de la 
acción” y de la "investigación pura". En realidad, en un estudio 
cuidadoso de la interacción en el campo del observador con su 
objeto, los analistas han hecho de un modo consistente y radical 
algo que se ha vuelto cada vez más importante en algunas dis­
ciplinas de la ciencia natural también, o, para el tema que trata­
mos. de la ciencia social.
Los tres factores que he mencionado son característicos del
97PSICOANALISIS Y PSICOLOGÍA DEL DESARROLLO
análisis, pero se hallan ausentes en otros métodos psicológicos. 
La observación directa de los que no son analistas malogró 
necesariamente muchas posiciones y tendencias centrales del 
desarrollo, porque tiende a escotomizar los conflictos instintivos 
del niño y algunos otros y, particularmente, sus aspectos incons­
cientes. Lo que muchas veces aparece como un detalle apenas 
comprendido y al parecer desdeñable, puede resultar importan­
tísimo visto desde el ángulo del análisis. Gran número de situa­
ciones infantiles de significación aguda para la formación de la 
personalidad adulta, tienen una escasa "probabilidad de mani­
festarse directamente", si se me permite tomar prestado un 
término de la genética; pero en tales casos el saber analítico, 
que en su mayor parte se basa en la reconstrucción, nos permite 
lograr una comprensión de la continuidad del desarrollo. Las 
pendientes del crecimiento, tal y como fueron establecidas por 
los psicólogos del niño, se ocuparon principalmente de los aspec­
tos de la maduración y ofrecieron sólo una imagen parcial. La 
comparación y la comprobación rigurosa de los datos revelados 
por los dos métodos permite esperar una comprensión más com­
pleta. Las teorías de las etapas del desarrollo temprano han de 
erigirse sobre datos tanto de la reconstrucción como de la obser­
vación directa.
Es evidente que concibo el problema no como uno que ha de 
abordarse añadiendo sólo datos reconstructivos a los datos 
de observación directa, sino más bien como una cuestión de 
interpenetración significativa. Cómo un conflicto, difícilmente 
accesible a los métodos llamados objetivos, puede influir en 
los logros intelectuales o motores de un niño; cómo, por otra 
parte, las secuencias de maduración, soportando los logros inte­
lectuales o motores, pueden tener relación con el desarrollo del 
yo de un niño y sus modos de resolver los conflictos: todo 
esto puede verse mejor sobre la base de dicho estudio compara­
tivo. Es éste otro importante aspecto de la cuestión. Tales 
estudios tienen que llevar necesariamente a un conocimiento 
creciente de la función del signo o la función notable que los 
detalles de la conducta pueden tener para el observador; es 
decir, a una mejor o más sistemática comprensión de cómo los 
datos de la observación directa pueden ser utilizados como indi­
cadores de los desarrollos estructuralmente centrales y en parte 
inconscientes (en un sentido que con mucho trasciende las 
posibilidades de la interpretación del signo accesibles a los diver­
sos métodos de prueba). El lector se dará cuenta de lo decisivo 
que esto puede resultar también para las medidas preventivas 
planeadas analíticamente.
A lo que he dicho acerca de la naturaleza selectiva de cada 
acceso, debo añadir ahora el hecho de que hay también una 
limitación temporal para el uso del método analítico. No puede 
proporcionarnos datos (recuerdos) acerca de la fase no diferen-
PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO
ciada durante la cual las líneas de demarcación entre el yo y el 
ello y entre el sí mismo y los objetos, no están trazadas toda­
vía; no nos proporciona tampoco una información directa sobre 
la etapa preverbal. La observación directa ayuda aquí, sobre todo, 
a descartar hipótesis que no son compatibles con los datos de 
la conducta. Pero al proporcionar sugerencias positivas tiene 
igual importancia para la formulación de nuestras proposiciones 
sobre el desarrollo.
Nuevamente la importancia de este factor está relacionada con 
el carácter genético de tantas proposiciones psicoanalíticas. Los 
conceptos del análisis, en sorprendente contraste con aquéllos 
de la mayoría de las otras ramas del psicoanálisis, son frecuente­
mente genéticos en su naturaleza (Hartmann, 1929; Hartmann y 
Kris, 1945). Éstos, en lugar de ser meramente descriptivos, abar­
can los fenómenos mentales que tienen un origen común. Por 
ejemplo, nuestras tipologías, el carácter oral, el anal, etc., están 
definidas por el predominio genético de ciertos factores, pero 
no obstante pueden comprender elementos que son contradic­
torios en unsentido descriptivo — avidez de lucro, derroche, 
sadismo, compasión y demás. Este acceso se revela superior­
mente provechoso al permitimos valorar las potencialidades 
dinámicas de semejantes características y hacer así predicciones 
más dignas de crédito.
Es esta naturaleza genética del pensamiento psicoanalítico la 
que se halla obstaculizada por las limitaciones temporarias fija­
das por el método analítico y que nos reta a extender nuestro 
saber más allá de esas fronteras. Esta extensión puede efec­
tuarse en el sentido de extrapolar los hallazgos analíticos a la 
etapa preverbal, que pueden describirse en términos de los con­
ceptos básicos (Glover, 1947) derivados del estudio de las etapas 
posteriores del desarrollo; o puede hacerse por medio de la 
observación directa, pero analíticamente informada. Ambos en­
foques son necesarios. Debido a lo que he dicho, el estudio de la 
etapa preverbal es un terreno de prueba para muchas de nues­
tras suposiciones más generales, y también un prerrequisito 
para avances teóricos en una variedad de aspectos. Ésta es la 
razón de por qué creo que, en el marco de nuestra exposición 
de las teorías del análisis, debería asignarse un lugar especial 
a las interrelaciones con la psicología del desarrollo.
Por lo que he dicho es evidente que hoy atribuimos una posi­
ción significativa a esta dirección relativamente reciente de las 
investigaciones analíticas. Llegamos a la conclusión de que la 
psicología psicoanalítica no se limita a lo que puede lograrse 
mediante el uso de los métodos psicoanalíticos; y, en segundo 
lugar, a que el significado que damos al análisis trasciende sus 
aspectos psiquiátricos. El análisis es también, y lo ha sido siem­
pre en la obra de Freud, una psicología general. La aspiración 
freudiana, expresada en fecha tan temprana como los años alre-
98
99PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO
dedor del noventa (1887-1902), era poder penetrar en la totalidad 
de las funciones mentales y no sólo en la patología de las neu­
rosis. Queda particularmente en claro que el estudio de la con­
ducta normal es un elemento esencial del análisis en el aspecto 
de que nos estamos ocupando hoy. Si se me permite una com­
paración con la medicina física, diré que el concepto del análisis 
más estrecho, que es la explicación de las enfermedades nervio­
sas, nos proporciona datos clínicos y patológicos "no fisiológi­
cos” o donde la fisiología es sólo un residuo. El concepto más 
amplio añade la "fisiología" a todas las implicaciones que éste 
está destinado a tener para nuestra penetración tanto en la 
conducta patológica como en la normal. Hablando en un sentido 
estricto, cuán acertadas sean nuestras afirmaciones y prediccio­
nes generales dependerá en último extremo, tanto aquí como en 
otros campos, de hasta dónde pueda desarrollarse una teoría 
general, y esto, en el caso del análisis, puede significar solamente 
una teoría que trate del desarrollo normal así como del pato­
lógico.
La descripción de varias etapas típicas del desarrollo de la 
libido y de sus relaciones con las finalidades, actitudes hacia 
los objetos, modos de acción, etc., fue el primer enfoque de 
Freud para hallar un marco de referencia para una gran diversi­
dad de datos sobre el crecimiento tanto como sobre el desarro­
llo, tras de una fase breve, un tanto "ambientalista”, en la cual 
Freud exageró considerablemente la generalidad de la efectiva 
seducción de los niños por los adultos y su significación para el 
desarrollo. Fue capaz de describir las desviaciones individuales 
en sus relaciones con secuencias típicas. Estas etapas dependen 
hasta una cierta extensión del crecimiento fisiológico. Freud 
hizo mención del crecimiento dental o del desarrollo de los 
músculos del esfínter anal, como casos apropiados. No obstante, 
aun cuando representan pasos en la maduración, también mues­
tran cierto grado de plasticidad vis-á-vis de las influencias del 
medio, como todos los factores Anlage la muestran. Y más allá 
de esto, el significado de estas secuencias biológicas para la es­
fera de las relaciones de objeto y la importancia de estas mis­
mas relaciones en el contexto biológico 
mutua de los estímulos internos y externos-1— ha mantenido una 
posición central en el análisis desde su mismo comienzo.
Lo que queremos decir al hablar de tales fases no está real­
mente limitado siempre a las posiciones libidinales y a sus de­
rivaciones, o a sus interacciones con los objetos o con otros 
factores del medio. Nos damos cuenta de que no se pueden des­
cribir cortes transversales del desarrollo en términos de las 
vicisitudes internas y externas de los impulsos sexuales solamente. 
Es importante describirlos también en términos de las implica­
ciones de otras variables, en parte independientes, siendo unas 
de ellas las vicisitudes de los impulsos agresivos. Esto constitu-
s decir, la influencia
PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO
ye un importante ensanchamiento y diferenciación del marco de 
referencia del desarrollo que utilizamos. Ha sido posible dar 
un paso más gracias al estudio más detallado y más sistemático 
del yo. Y, de nuevo, lo que encontramos aquí es la más estrecha 
interacción con las relaciones de objeto: en tanto que el desa­
rrollo de las relaciones objetuales se hallan codeterminadas por 
el desarrollo del yo, estas relaciones son también uno de los 
principales factores que determinan ese desarrollo del yo. Mu­
chos de los escritos que forman parte de este Simposio (Hof- 
fer, 1950; Kris, 1950b; Locwenstein, 1950; Rank y MacNaughton, 
1950; Spitz, 1950) se refieren al impacto que el avance en la psi­
cología del yo ha causado en nuestra intelección del crecimiento 
y el desarrollo. Realmente el nuevo nivel de la psicología del yo 
ha demostrado ser decisivo para el renovado interés de los ana­
listas en los problemas de la psicología del desarrollo y para 
una correlación más sistemática de los datos reconstructivos con 
los datos de la observación directa; además, considerando las 
cuestiones prácticas, tales como la prevención o la educación, 
ha demostrado su capacidad para superar ciertas limitaciones 
inherentes al acercamiento más primitivo del problema.
El desarrollo del yo, como el desarrollo de la libido, se basaba 
en parte en procesos de maduración. Y en relación al aspecto 
del yo, algunos de nosotros estamos de acuerdo en que hemos 
de considerarlo como una variante independiente, en parte pri­
maria, que no es posible seguir por completo hasta la interac­
ción de ios impulsos y del medio ambiente; y que asimismo 
puede en parte hacerse independiente de los impulsos de un 
modo secundario. Esto es lo que quiero decir con los términos 
de autonomía primaria y autonomía secundaria en el desarrollo 
del yo. La autonomía secundaria de las funciones del yo con­
cierne a la estabilidad de sus adquisiciones evolutivas, un pro­
blema que no puedo discutir aquí. Lo que quiero dejar sen­
tado ahora es que el yo, tanto como los dos impulsos primarios, 
parecen ser variables parcialmente independientes. Pero aun cuan­
do podamos, o hasta debamos, aislar uno u otro aspecto para 
propósitos de investigación o de presentación, no debemos olvi­
dar que sólo estos aspectos en conjunto pueden proporcionarnos 
una imagen del desarrollo de un individuo, tal y como lo vemos 
en el análisis. '
Así, un esbozo de los estudios comparativos, usando tanto los 
datos reconstructivos y los datos de la observación directa, pue­
de en parte ser enfocado sobre fases típicas del desarrollo y el 
crecimiento, tan familiares a nosotros, a través del material clí­
nico psicoanalítico. Ciertos principios de la psicología genética 
del análisis pueden ser particularmente bien demostrados, estu­
diando las concepciones freudianas de esas fases; en parte de esto 
me ocuparé después. Pero este esbozo debe abarcar también el 
aspecto estructural, el desarrollo de los sistemas mentales, y un
100
PSICOANALISIS Y PSICOLOGÍA DEL DESARROLLO
estudio comparativoasí puede aún demostrar ser especialmente 
fructífero con respecto a las etapas preliminares de la forma­
ción estructural.
Entre las funciones del yo más sistemáticamente estudiadas 
en relación con los impulsos y con la realidad están sin duda 
los mecanismos de defensa (Anna Freud, 1936). Todavía ciertos 
aspectos de su psicología nos enfrentan con problemas no resuel­
tos. Una cronología de los mecanismos de defensa se ha intenta­
do ya, pero hasta ahora sólo son visibles sus escuetos perfiles; 
y sabemos poco acerca de los factores que determinan la elec­
ción individual de los métodos de defensa. Aquí sólo deseo se­
ñalar la posibilidad de abordar estos problemas observando en 
los niños tales funciones primitivas del yo autónomo, que pode­
mos considerar los primeros elementos de desarrollo de lo que 
posteriormente será utilizado en el proceso de defensa. He de 
mencionar lo que Freud llama "la barrera protectora contra los 
estímulos” o las varias funciones de inhibición o de aplazamien­
to de la descarga, que encontramos aún antes de que el yo haya 
evolucionado como un sistema definido. Puede bien ser una 
correlación entre las indeferencias individuales observables en 
tales factores primarios y los posteriores mecanismos de defen­
sa, y esto es la razón de que cite aquí esta cuestión.1 Es proba­
ble que los métodos por los cuales los niños de pocos años tra­
tan con los estímulos sean posteriormente utilizados por el yo 
de un modo activo y en especial para la defensa. Esto puede 
ayudarnos a comprender la elección de los mecanismos de defen­
sa y posiblemente también su cronología. Pero tales factores 
autónomos son importantes no sólo para la comprensión de los 
aspectos "negativos” de la defensa. Los factores en la esfera li­
bre de conflictos codeterminan también otros aspectos de los 
métodos por los cuales los estímulos instintuales son estudiados 
—su neutralización, su utilización para una diversidad de fun­
ciones del yo y demás— y esto influye en muchos modos 
individuales la solución de los conflictos (para un ejemplo im­
presionante, véase Loewenstcin, 1950). Hay algunos puntos esen­
ciales en los cuales la observación directa del desarrollo tem­
prano del yo autónomo puede esperarse que resulte útil para la 
comprensión de esas situaciones posteriores de conflicto con que 
topamos en nuestro trabajo clínico.
Pensando todavía en la dirección fijada por tales investigacio­
nes comparativas, quiero mencionar que nuestro enfocamiento 
clínicamente necesario y fructífero de los problemas del conflic­
to entre los sistemas psíquicos nos lleva con frecuencia a con­
fundir la parte con el todo; por ejemplo, cuando hablamos de 
la implicación "del yo” o del "desarrollo del yo”, donde, para el 
propósito de los estudios del desarrollo, estaría indicada una con-
1 Este punto se trata con mayor detalle en el capitulo 7.
101
PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO102
sideración diferencial de las varias funciones del yo. Lo que digo 
está ya en cierto modo implícito en una advertencia de Freud 
(1926a) de no concebir el yo y el ello como si fueran dos cam­
pos opuestos. Del mismo modo sería a menudo factible y útil 
reemplazar el uso global del término '‘desarrollo precoz del yo" 
o "desarrollo retardado del yo" por afirmaciones más detalladas, 
específicamente cuando las funciones del yo han sufrido en rea­
lidad un desarrollo retrasado o precoz en relación a los impul­
sos y en relación recíproca. Las influencias que actúan en el 
desarrollo del yo no ejercen siempre un efecto paralelo sobre 
todas sus funciones, en el sentido de desarrollarlas o de retrasar­
las. Sabemos que en algunos casos no sólo funciones aisladas 
del yo, sino sectores enteros suyos pueden retrasarse; un ejem­
plo es la influencia de la ausencia de la madre en los casos des­
critos por Spitz (1945). Pero en otros casos está claro que donde 
hablamos muchas veces de "desarrollo precoz del yo", como en 
la patogenia de las neurosis obsesivas, en realidad sólo las fun­
ciones intelectuales o defensivas del yo se han desarrollado pre­
maturamente, mientras que, por ejemplo, la tolerancia para el 
displacer se retrasa. Esas diferencias son importantes y pueden 
en parte ser confirmadas por la observación directa.
Semejantes irregularidades en el desarrollo estructural y fun­
cional, se cuentan, es sabido, entre los problemas más dignos de 
atención que ha de afrontar la psicología analítica del niño. Ca­
sos de irregularidades graves en el desarrollo del yo fueron de­
signados por Beata Rank (1949) como "yo fragmentado" y estu­
diados en su interacción con las relaciones de objeto. Describi­
mos tales desviaciones, en relación a lo que conocemos acerca de 
las secuencias típicas. A lo que he dicho antes acerca de las fases 
del desarrollo en general, he de añadir aquí que las fases cru­
ciales de la maduración, coinciden, por lo regular, en una amplia 
extensión también con las bases cruciales vistas desde el ángulo 
de la influencia del medio.2 Para el caso del desarrollo de la 
libido, la fase anal crucial o la fase fálica crucial tiene un as­
pecto de maduración, pero es igualmente definida por las prohibi­
ciones y demandas del medio ambiente que coincide con él. Lo 
mismo vale para los pasos cruciales en el desarrollo de yo. Las 
interacciones medias del crecimiento del niño y de su desarrollo, 
de las características psicológicas y las figuras "importantes de 
su medio, así como el equipo cultural que utilizan al tratar con 
las necesidades del niño, da sus resultados en los rasgos típicos 
de las fases en cuestión (el concepto de "fase” se utiliza aquí en 
el amplio sentido que cité antes). Ellas son el resultado de una 
diversidad de tendencias de desarrollo, de su cronología y de su 
intensidad, que por término medio convergen en un tiempo dado 
y de un modo específico y todos estos aspectos han de ser des*
2 Véase también E. Erikson (1940).
103PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO
critos. Sus secuencias, halladas por Freud en base a la recons­
trucción, podemos hoy darlas por buenas; y también lo que dijo 
acerca de su superposición regular y acerca del impacto clara­
mente seguible de las fases tempranas sobre las posteriores. Ellas 
son indispensables para la investigación genética, como tipo medio 
y como modelo. Su interpretación simplificadora, sin embargo, al 
trasladar el acento con demasiada frecuencia ya sea sobre la madu­
ración o sobre la relación de lo objetual cuando no sobre cual­
quier otro factor particular de los que mencioné, brinda una ima­
gen unilateral del desarrollo. Éste me parece que es el caso de 
Melaine Klein, al sobreestimar el factor llamado "biológico" o, por 
el contrario, el de la sobreestimación del culturalismo.
No obstante, cada uno de estos factores es variable, aunque 
no todos en la misma extensión, y pueden dar como resultado 
desviaciones en cuanto al tiempo o en la configuración de las 
fases típicas. No debemos sorprendernos demasiado si rasgos 
que estamos habituados a considerar característicos de una cier­
ta fase pueden en ocasiones aparecer más temprano; es decir, 
antes de que los elementos principales de la fase a la que acos­
tumbramos relacionar dichos rasgos se hayan vuelto dominan­
tes. Así los fenómenos pueden tener una apariencia precoz, que, 
por lo regular, estaría reservada a la influencia de los conflictos 
específicos de la fase. Éste puede ser el caso si algunos aspec­
tos del yo se han desarrollado precozmente debido a algunos fac­
tores en la esfera autónoma, a identificaciones tempranas e in­
tensas, a un desarrollo atípico del yo corporal, o debido a otras 
numerosas razones diferentes. El rasgo particular que resulta 
puede asemejarse a lo que en otros casos es el resultado de se­
cuencias maduradoras o ambientales tardías. Las formaciones 
de reacción, como el orden o la limpieza, los desplazamientos, las 
actitudes generales, que estamos acostumbrados a encontrar en 
relación con la fase anal, pueden entonces aparecerantes de que 
los problemas de la analidad hayan venido a dominar la vida del 
niño. Los testimonios empíricos en este campo son por desgra­
cia escasos hasta ahora* pero algunas observaciones parecen su­
gerir esta interpretación. Lo que acabo de decir, así como lo que 
he dicho previamente acerca de las etapas de defensa prelimina­
res, tiene el sentido de una llamada a la observación; pienso que 
esta hipótesis debe ser accesible a una verificación directa. Los 
instrumentos que la teoría analítica nos proporciona, no son sólo 
una clave de confianza para la reconstrucción, sino que creo que 
si se utilizan de modo consistente, estarán bien situados para 
conformar investigaciones del desarrollo que nos permitirán in­
dicar los puntos en que puede esperarse que la observación di­
recta sea más fructífera, y que nos proporcione intuiciones verda­
deramente nuevas.
* Para un ejemplo reciente, v¿a$e M. Kris (1957).
PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO
El concepto de la fase como acabamos de perfilarlo, contiene 
un enfoque fundamental del análisis de la psicología infantil. 
Otro concepto es el principio de la especificidad de la fase. Evi­
dentemente podemos hallar experiencias "fálicas" también en el 
nivel oral, y experiencias "orales” en el nivel fálico. Pero vemos, ' 
en psicoanálisis, de un modo enteramente general, que la im­
portancia de los factores de cualquiera clase, que afectan al de­
sarrollo, dependen en gran medida de la fase específica en que 
se producen. Esto, como el lector sabe, es también uno de los 
prinemios generales de la fisiología o embriología del desarrollo. 
Aquí nos encontramos con que hay un periodo crítico para cada 
interferencia experimental.
Las reacciones básicas a un nivel dado tienen también un as­
pecto histórico. Éste está determinado por el crecimiento y de­
sarrollo previos. Para recordar sólo un ejemplo familiar; las si­
tuaciones que provocan angustia, así como sus efectos, son espe­
cíficas de las etapas de desarrollo; sin embargo, la predisposición 
a la ansiedad en cualquier nivel dado está también históricamen­
te determinada. Esta complejidad, aunque bien conocida, puede 
haber creado en ocasiones cierta confusión en nuestro pensa­
miento sobre su origen genético y más específicamente sobre la 
patogénesis. No podemos prescindir de esta complejidad, pero 
debemos tratar de clarificar un punto cuando menos. Por ejem­
plo, la vulnerabilidad patogénica que vemos en un cierto nivel.
Es decir, la vulnerabilidad vis-á-vis, nuestros estímulos inter­
nos y externos pueden hallar su expresión de un modo que es es­
pecífico de ese nivel, aun cuando esta vulnerabilidad sea defini- 
damente seguible hasta los antecedentes; esto es, hasta lo que 
sabemos acerca de los factores del crecimiento o del medio 
que determinaron las fases tempranas del desarrollo individual. 
Nos damos cuenta de cuán frecuentemente la angustia específica 
de la castración fálica en el muchacho pequeño está determinada 
por su historia oral y anal. Por otra parte, la angustia de la cas­
tración fálica puede deberse de modo predominante a factores 
del crecimiento o ambientales, específicos de la fase en que su­
cede. Por ello mientras los determinantes de Ja vulnerabilidad en 
una fase dada pueden diferir, sus expresiones sintomáticas o de 
otra clase pueden, no obstante, ser muy semejantes.
Me parece que sería deseable observar claramente las diferen­
cias entre estas dos posibilidades: 1) el caso en que la vulnera­
bilidad específica de fase (y su expresión eventual en síntomas 
específicos) está principalmente determinada por lo que ocurrió 
en las etapas más tempranas; y 2) el caso en que tanto la vulne­
rabilidad en cuestión como sus determinantes principales son 
específicos de la fase en que se producen. Esto puede ayudamos 
a distinguir más claramente los rasgos específicos de una fase 
dada de sus determinantes genéticos, y también a diferenciar más 
claramente el elemento de continuidad genética del elemento de
104
PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO
especificidad de la fase. Igualmente debería impedimos descri­
bir lo que es realmente una disposición específica de una fase 
posterior como característica de sus antecedentes genéticos, como 
se hace ampliamente en algunos escritos analíticos; siendo ca­
sos a propósito la interpretación de relaciones de objeto muy 
tempranas en términos de rasgos específicos de la fase edipiana, 
o de las primeras funciones prohibitivas del yo, en términos es­
pecíficos del superyó.
Lo que he dicho acerca de la especificidad de la fase, desde 
el punto de vista de la vulnerabilidad y del desarrollo patológico 
potencial, resulta igualmente cierto en cuanto a las influencias po­
sitivas sobre el crecimiento y el desarrollo y en cuanto al de­
sarrollo potencialmente normal. Hay fases óptimas específicas 
para cada paso en la adaptación, la integración, los conflictos 
superados y demás. Todas las medidas de las demandas y las 
prohibiciones, de la crianza, adiestramiento y educación del niño, 
y, en consecuencia, también de la profilaxia mental, deben ser 
orientadas en su conteo del tiempo y su dosificación, hacia la 
especificidad de la fase y sus determinantes genéticos. Anna 
Freud ha planteado claramente el problema. Esta orientación 
puede beneficiarse grandemente de la utilización de datos de la 
observación directa. Aquí nos encontramos de nuevo ante la cues­
tión de la función de signo de los datos de la conducta. Esto 
indica la necesidad de un refinamiento mayor en el uso de los 
primeros datos del desarrollo como indicadores de conflictos rea­
les o potenciales y, lo que no es igual, de una patología real o 
potencial. La importancia práctica mayor de lo que estamos tra­
tando hoy reside, sin duda, en el campo de la prevención.
La exposición misma de los pocos puntos que he elegido para 
mi introducción tiende a demostrar la complejidad de los pro­
blemas del desarrollo, tal y como nosotros los vemos, y también 
la complejidad de nuestra formación de conceptos, que no es 
arbitraria, sino que está en relación directa con la primera. De­
seo mencionar que, en reacción a nuestro trabajo con muchas 
variables y con relaciones causales complicadas, encontramos hoy 
en día en la periferia del psicoanálisis, así como en ciertas ten­
dencias de la psicología infantil, o, por lo que a esto respecta, en 
antropología, un número creciente de generalizaciones precipi­
tadas y de proposiciones simplificadorns. De esa gran variedad 
de factores, que nuestra experiencia nos ha enseñado a conside­
rar, sólo uno u otro es seleccionado y forma la base de teorías 
"nuevas". Debemos referirnos a tales simplificaciones como "teo­
rías por reducción", las cuales toman una fase específica, o una 
medida específica del adiestramiento del niño pequeño, como 
el único factor que produce un tipo de carácter o una falta ge­
neral de adaptación; o consideran el hecho de que la madre no 
ha sido constantemente “buena" para la criatura, haciéndola res­
ponsable de todos los males que pueden sobrevenir
105
a un ser
PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO
humano.4 O el que una criatura haya sido o no criada de acuer­
do con ciertos principios es puesto eif relación causal directa 
y unilineal con el tipo de personalidad posterior, etc. Los ele­
mentos de la proposición, si se quiere, son "psicoanalíticos”; pero 
el uso que se hace de ellos ciertamente no lo es. Que no se me 
interprete mal. Todos esos factores son importantes y pueden 
ser aislados para ciertas finalidades. No obstante, lo que nuestro 
abordamiento nos muestra acerca de la totalidad del desarrollo 
de una persona es una imagen bastante diferente. Vemos así 
una interdependencia compleja de una gran variedad de factores 
evolutivos, y una ramificación de muchas alternativas sobre cada 
etapa de desarrollo subsecuente.
Por último, al hablar del propósito y de la explicación razonada 
de esta Discusión sobre Teoría, he de decir, que hoy en día el 
psicoanálisis haalcanzado una etapa en la cual debería resultar 
evidente que la teoría no debe ser considerada ya más un sub­
producto más o menos eventual de la experiencia clínica o bien 
una afición intelectual de ciertos analistas.5 Aun cuando alguno 
que otro de nosotros pueda opinar de este modo, no cabe nin­
guna duda de que Freud no lo hizo jamás. Ha quedado suficiente­
mente claro que el trabajo clínico tanto como el técnico, se ha­
llarán gravemente obstaculizados y destinados al estancamiento 
de seguir tales caminos. Y debemos tener presente que, como 
acabo de decir, la prevención, que puede muy bien convertirse 
en algo más esencial que la terapia, depende directamente de las 
tendencias de la investigación que actualmente se discuten.
106
4 Véase ahora también Anna Freud (1954a).
5 Véase también Hartmann, Kris y Loewenstein (1953) y el capítulo 15.
7. COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA 
PSICOANALITICA DEL YO
(1950)
En fecha tan temprana como alrededor de 1890, y aun antes de 
que su interés cambiase definitivamente de la teoría fisiológica 
a la psicológica, Freud hablaba de un yo, en parte, en un sentido 
que prefigura considerablemente los nuevos desarrollos de la 
psicología del yo. No obstante, la elaboración más precisa de 
esta parte de su trabajo tuvo que ser aplazada durante un perio­
do en que su preocupación principal fue el desarrollo de otros 
aspectos del psicoanálisis. Todo el trabajo revolucionario de esos 
años avanzó por una vía de la personalidad que hoy llamaría­
mos el estudio del ello. Así, en el análisis, quedó sentada una 
amplia cimentación de hechos y de hipótesis como sobre las 
características y el desarrollo de los impulsos instintivos, y sobre 
algunos aspectos del conflicto psíquico. La ausencia de estos 
hechos e hipótesis había sido una grave desventaja para la psi­
cología preanalítica. Uno de los acontecimientos más señalados 
en la historia de la psicología es el de que las investigaciones 
de Freud sobre el ello precedieron a su abordamiento de la psico­
logía estructural.1 Cuando tras de un periodo, en el cual su in­
terés por el yo permaneció relativamente latente, Freud, en el 
comienzo de la segunda decena del siglo, explícitamente consti­
tuyó la psicología del yo como un capítulo del psicoanálisis, este 
paso fue posible como algo realmente imperativo gracias a la 
convergencia del enfoque clínico y técnico así como el teórico, 
que él pudo lograr entretanto. Hoy esta fase en el desarrollo de 
la psicología del yo está aceptada por la mayoría de los analistas, 
como parte integrante de su pensamiento teórico y práctico. 
Tenía también una influencia modificadora trascendental sobre 
muchas de las primeras hipótesis en otros campos del análisis, 
por ejemplo, la técnica, la teoría de la angustia o la teoría de los 
impulsos instintivos. A pesar de todo esto, se tiene la impresión 
de que el propio Freud consideraba sus formulaciones de ese 
. periodo como una atrevida incursión en un nuevo territorio, más 
bien que como una presentación sistemática de la psicología del 
yo o como la última palabra sobre los aspectos estructurales 
de la personalidad. En sus posteriores escritos, incluyendo los 
últimos, encontramos modificaciones y reformulaciones cuya im­
portancia hasta ahora no ha sido siempre bien comprendida. 
Más adelante trataré de algunas de ellas.
1 Para un examen del desarrollo del concepto del yo en Freud véase el 
capítulo 14.
1(17
COMENTARIOS SOBRE LA TEORÍA108
El término "yo", se usa con frecuencia en un sentido extraor­
dinariamente ambiguo, incluso entre los psicoanalistas. Para 
definirlo negativamente en tres aspectos, como opuestos a otros 
conceptos del yo, diremos que el "yo” psicoanalíticamente no es 
sinónimo de "personalidad", ni de "individuo", y que tampoco 
coincide con el "sujeto" en oposición al "objeto" de la experien­
cia; y que no es de ningún modo sólo el "saber" o el "senti­
miento” de nuestro propio ser. En el análisis el yo es un con­
cepto de un orden enteramente diferente. Es una subestructura 
de la personalidad y se define por sus funciones.
¿Qué funciones debemos atribuir al yo? Una enumeración de 
las funciones del yo sería bastante larga, más larga que la enume­
ración de las funciones tanto del ello como del superyó. Ningún 
analista ha intentado nunca una lista completa de las funciones del 
yo y no está tampoco en los propósitos de mi presentación el ha­
cerlo. Aquí mencionaré sólo algunas de las funciones más impor­
tantes. Como sabrá el lector, entre ellas Freud (1932) había 
destacado siempre las que se centran en tomo a la relación con 
la realidad: "Esta relación con el mundo exterior es decisiva 
para el yo” (p. 196). El yo organiza y controla la movilidad y la 
percepción, la percepción del mundo exterior, pero probable­
mente también del sí mismo (aun cuando creemos que autocrí­
tica, aunque basada en la autopercepción, es una función sepa­
rada que nosotros atribuimos al superyó); también sirve como 
una barrera protectora contra los estímulos externos excesivos 
y, en un sentido un tanto diferente, contra los estímulos inter­
nos. El yo comprueba la realidad. Y también son funciones del 
yo la acción, a diferencia de la simple descarga motora, y el 
pensamiento, que de acuerdo con Freud (1911) es una acción de 
tanteo con pequeñas cantidades de energía psíquica. En ambas 
va implícito un elemento de inhibición, de demora de la descar­
ga. En este sentido muchos aspectos del yo pueden ser descritos 
como actividades de rodeo; fomentan una forma más específica 
y segura de ajuste, introduciendo un factor de independencia 
creciente del impacto inmediato del estímulo presente. En esta 
tendencia hacia lo que podemos denominar interiorización, se in­
cluye también la señal de peligro, además de otras funciones que 
pueden describirse como pertenecientes a la naturaleza de la 
anticipación. También quiero recordar aquí al lector lo que Freud 
pensaba acerca de las relaciones del yo con la percepción del 
tiempo. De lo que acabo de decir se desprende ya que un am­
plio sector de las funciones del yo pueden ser descritas también 
desde el ángulo de su naturaleza inhibitoria. Se sabe que Anna 
Freud (1936) habla de una enemistad primaria del yo vis-á-vis de 
los impulsos instintivos; y la función del yo, estudiada más ex­
tensa e intensamente en el análisis, a saber, la defensa, es una 
expresión específica de su naturaleza inhibitoria. Otra serie de 
funciones que atribuimos al yo es lo que denominamos el carác-
109PSICOANALITICA DEL YO
ter de una persona. Y todavía otra, que podemos distinguir con­
ceptualmente de las mencionadas hasta ahora, son las tenden­
cias coordinadoras o integradoras, conocidas como la función 
sintética. Juntamente con los factores diferenciadores, podemos 
incluir estas tendencias en el concepto de una función organiza­
dora; ellas representan un nivel (no el único ni el primero) de 
la autorregulación mental en el hombre. Mientras hablamos de los 
aspectos de la realidad del yo, o de su naturaleza inhibitoria, o de 
su naturaleza organizadora, etc., nos percatamos del hecho 
de que sus actividades específicas pueden expresar y en realidad 
expresan muchas de esas características al mismo tiempo.
En nuestro pensamiento clínico, así como en nuestro pensa­
miento teórico, estamos en constante contacto con todas estas 
funciones del yo. Pero también parece que en tanto que algunos 
analistas han investigado concienzudamente algunas de estas 
funciones, otros se han interesado por ellas sólo de un modo 
casual. Como Freud (1932) escribe, "el psicoanálisis no puede 
estudiar todas las partes del campo al mismo tiempo" (p. 82). 
Así el esquema freudiano del yo es más rico en motivos y en 
dimensiones que su elaboración, hasta ahora, en la literatura 
psicoanalitica. Por supuesto, existe la razón evidente de que 
ciertos aspectos del yo son más accesibles específicamente al 
método psicoanalítico que a otros. Sólo basta pensar en la psico­
logía del conflicto o en la psicologíade la defensa. Por otra 
parte, hay campos de las funciones del yo a los que estamos 
acostumbrados a considerar como del dominio exclusivo de la 
observación directa o del método experimental, aun cuando de­
biéramos darnos cuenta de que esos campos también habrán de 
considerarse de nuevo desde el ángulo de la psicología psico- 
analítica. También es verdad que ciertos aspectos de la psicolo­
gía del yo parecen ser de mayor o menor importancia, según el 
contexto en que los miramos, sea desde el punto de vista clínico 
o técnico, sea desde el propio de la teoría psicológica general, 
que es el ángulo que he elegido ahora para hacerlo. Histórica­
mente el estudio del yo ha tenido diferentes significados en tiem­
pos diferentes, de acuerdo, por ejemplo, con la preponderancia 
de ciertas cuestiones técnicas sobre otras teóricas o viceversa. 
Por otra parle, aunque se desprende de sus escritos que era 
bastante opuesto a considerar el psicoanálisis como un "siste­
ma" psicológico, al menos en su estado actual, Freud tenía in­
dudablemente presentes todos estos aspectos, y una de sus fina­
lidades, en particular en el trabajo de la psicología del yo, fue 
constituir el análisis sobre la base de una psicología general. 
También la tendencia hacia el desarrollo de la psicología psico- 
analítica más allá de su origen médico, incluyendo en su campo 
un número creciente de aspectos de la conducta normal, así 
como do la patológica, participa claramente en la psicología 
del yo actual. Las técnicas de ajuste a la realidad y del logro
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA110
emergen de un modo más explícito (Anna Freud, 1936; French, 
1936, 1937; Hartmann, 1939a; Hendrick, 1943; y otros) y pueden 
corregirse algunos errores de perspectiva, que están destinados 
a producirse al verlos sólo desde el ángulo patológico. Este am­
plio acceso está también indicado, y ciertamente es esencial, 
siempre que utilicemos proposiciones en el llamado psicoanáli­
sis aplicado, como en el vasto campo de encuentro entre el aná­
lisis y las ciencias sociales. Pero aun en el campo de la psico- 
patología propiamente dicha, en sus aspectos clínicos y técnicos, 
se ha aprovechado ya grandemente esta tendencia del trabajo 
de Freud y de muchos de sus continuadores. que aspiran a una 
concepción más comprensiva del análisis como una psicología 
general. Aun cuando sabemos lo mucho que la psicología debe 
a la patología, especialmente a la patología de la neurosis, aquí, 
mediante una especie de rodeo, ocurre lo contrario.
Esta dirección no debe interpretarse como una tendencia ale­
jada de los aspectos médicos del análisis o, en lo que aquí res­
pecta, de los aspectos biológicos o psicológicos. Este aspecto 
merece destacarse porque en sus comienzos la psicología del yo 
de Freud fue mal interpretada por muchos analistas y no ana­
listas, considerándola como un divorcio de sus ideas originales 
sobre el fundamento biológico del psicoanálisis. En realidad, está 
más cerca de la verdad lo contrario: en ciertos aspectos es más 
bien una aproximación. Sin duda, la continuidad con la biología 
fue establecida primeramente en el análisis mediante el estudio 
de los impulsos instintivos. Pero la psicología del yo, al investi­
gar más estrechamente, no sólo las capacidades adaptativas del 
yo, sino también sus funciones "sintéticas", "integradoras” u "or­
ganizadoras" (Nunberg, 1930; French, 1941, 1945; y capítulo 3) 
sto es la centralización del control funcional— ha extendido 
la esfera en que puede algún día resultar posible reunir con­
ceptualmente lo analítico con lo fisiológico, especialmente lo fi­
siológico cerebral.
En lo que sigue, no aspiro a una presentación sistemática de 
la psicología del yo. Seleccionaré para tratarlos sólo unos cuan­
tos aspectos, con lo que persigo obtener un mejor ajuste mutuo 
de algunas hipótesis pertenecientes al campo, lo que a veces im­
plica su elaboración o modificación, y también su sincronización 
de acuerdo con un nivel de formación de teoría.
Comencemos con los problemas del desarrollo del yo. Parte de 
nuestras hipótesis en este campo se apoyan en sólidos fundamen- . 
tos formados por hallazgos múltiples y verificables de datos clí­
nicos psicoanalíticos. No obstante, por desgracia esto no es ver­
dad para las etapas primeras, para la fase indiferenciada; y tam­
poco lo es para aquellos desarrollos un tanto más tardíos que 
se producen al final de la etapa no verbal. Las hipótesis sobre 
estas etapas primitivas pueden ser comprobadas en cuanto a su
PSICOANAL1TICA DEL YO
concordancia o discrepancia con los conceptos básicos de la teo­
ría psicoanalítica, un punto que recientemente ha sido destacado 
por Glover (1947). Cualquiera reconstrucción de ese periodo ha 
de guardarse de dos peligros: de los errores "adultomórficos" 
(Spitz) y de los errores "psicosomórficos" (Hartmann). La ob­
servación directa del pequeñuelo que crece, especialmente si es 
dirigida por observadores con experiencia analítica, puede resul­
tar provechosa en este aspecto y aún demostrará serlo más en 
el futuro, no sólo por eliminar proposiciones que son negadas 
por los datos de la conducta (Hartmann, Glover), sino tam­
bién por dirigir la formación de hipótesis de un modo más posi­
tivo. No comparto el escepticismo extremado de algunos ana­
listas con relación a tales posibilidades. No debemos olvidar que 
al desarrollar sus ideas sobre las primeras etapas del desarrollo 
infantil, Freud se guió en muchos casos, aun cuando no de un 
modo sistemático, por el conocimiento obtenido a través de fuen­
tes que no eran las analíticas.
Dejando de lado por el momento las cuestiones de metodolo­
gía, podemos decir que hoy en día poseemos un considerable 
caudal de información digna de crédito y más o menos sistemá­
tica, obtenida de muchas fuentes, acerca de cuestiones tales como 
las siguientes: de qué modo se moldea el yo bajo el impacto de 
la realidad, por una parte, y de los impulsos instintivos por la 
otra; cómo es que aprende a defenderse en ambas direcciones, 
y cómo su desarrollo está interrelacionado con el desarrollo de 
las relaciones de objeto. También intentamos cuando menos 
explicar el desarrollo del yo, como un sistema definido en tér­
minos de conceptos metapsicológicos; y, de un modo más par­
ticular, quiero aquí señalar el papel que creemos desempeña en 
él el establecimiento del proceso secundario. Afirmamos que el 
yo se extiende desde los rastros preconscientes de la memoria. 
Glover (1935) ha tratado de salvar el abismo existente entre los 
sistemas de huellas mnemónicas y el yo, como unidad estructu­
ral, introduciendo una hipótesis según la cual se produce en la for­
mación nuclear del yo una sintetización de dichos elementos psí­
quicos como estando asociados con los componentes del impulso. 
Posteriormente me ocuparé de otro posible origen del núcleo 
del yo.
La mayor parte de los intentos de explicar el origen de la rela­
ción del niño de pocos años con la realidad confían firmemente 
en el impulso de autoconservación. Preferiría una formulación 
que no hablara de la autoconservación como resultado de un 
grupo independiente de impulsos (véase el capítulo 4), sino que 
más bien acentuara los papeles que las tendencias libidinales y 
agresivas desempeñan en él, en adición a los mecanismos psicoló­
gicos, y, sobre todo, el papel del yo y de esas etapas autónomas 
preparatorias del yo de que trataré en seguida. Todos estamos 
de acuerdo en que, durante su evolución hacia la realidad, el
111
COMENTARIOS SOBRE LA TEORÍA
niño tiene que aprender a aplazar la satisfacción; el reconoci­
miento por parte del niño de objetos permanentes e indepen­
dientes en el mundo exterior ya presupone un cierto grado de 
esta capacidad. Pero para la aceptación de la realidad son tam­
bién esenciales las posibilidades de placer, ofrecidas por el des­
arrollo de las funciones del yo, tanto como el amor y otras re­
compensas por el lado de los objetos y, en etapas posteriores, 
las gratificaciones debidas a la renunciade las satisfacciones 
instintivas (Freud, 1937-39).
Hay un enfoque del desarrollo del yo que ha sido uñ tanto 
descuidado en la teoría psicoanalítica, aun cuando puede ofrecer 
promesas para una integración más consistente de los hallazgos 
analíticos y de las hipótesis con los datos de la observación 
directa. Algunos aspectos del desarrollo temprano del vo apare­
cen bajo una luz diferente si nos familiarizamos con el pensa­
miento de que el yo puede ser algo más —y muy posiblemente 
lo es— que un subproducto de desarrollo de la influencia de la 
realidad sobre los impulsos instintivos; de que el yo tiene un 
origen en parte independiente, además de esas influencias for- 
mativas que, por supuesto, ningún analista querría subestimar; 
y de que podemos hablar de un factor autónomo en el desarrollo 
del yo (Hartmann, 1939a) del mismo modo que vemos en los 
impulsos instintivos agentes autónomos del desarrollo. Por su­
puesto, esto no quiere decir que el yo, como un sistema psíquico 
definido, sea innato, sino más bien acentúa el punto de que el 
desarrollo de este sistema se rastrea no sólo hasta el impacto 
de la realidad y de los impulsos instintivos, sino igualmente hasta 
el grupo de factores que no pueden ser identificados con nin­
guno de aquéllos. Esta afirmación implica también que no to­
dos los factores del desarrollo mental existentes al nacer pueden 
considerarse como parte del ello, lo cual, dicho sea de paso, se 
halla contenido en lo que he dicho en otro lugar al presentar el 
concepto de una fase indiferenciada. Lo que durante mucho 
tiempo se ha opuesto a la aceptación de esta postura, en la his­
toria de la teoría psicoanalítica, ha sido sobre todo el hecho de 
estar tan habituados a pensar en términos de "el ello es más 
antiguo que el yo". Esta última hipótesis también tiene un as­
pecto que se refiere a la filogénesis. No obstante, me gustaría 
insinuar que intento formularla de nuevo hasta respecto de esta 
implicación. Diríamos más bien que tanto el yo como el ello se 
han desarrollado, como productos de diferenciación, fuera del 
modelo del instinto animal. Partiendo de aquí, por medio de la 
diferenciación, no sólo se ha desarrollado el "órgano" especial 
de adaptación del hombre, el yo, sino también el ello; y el ena­
jenamiento con la realidad, tan característico del ello humano, 
es un resultado de esta diferenciación, pero de ningún modo 
una continuación directa de lo que sabemos acerca de los instin­
tos de los animales inferiores (véase el capítulo 4). Por lo que
112
113PSICOANAL1TICA DEL YO
toca al aspecto ontogenético, de más importancia para los pro­
blemas que tratamos aquí, no hay duda alguna, aun cuando no 
ha sido generalmente comprendido, que Freud llegó a desarrollar 
su teoría en una dirección que modificaba su posición previa, 
al menos en un aspecto esencial. Citaré en cuanto a esto un 
párrafo de su "Análisis terminable e interminable" (1937a), que 
puede ser el más sagaz de sus útlimos escritos: “No hay ninguna 
razón para discutir la existencia e importancia de las variaciones 
congcnitas primarias en el yo... Cuando hablamos de "herencia 
arcaica”, pensamos generalmente sólo en el ello y al parecer da­
mos por supuesto que no existe yo alguno al comienzo de la vida 
individual. Pero no debemos pasar por alto el hecho de que el ello 
y el yo son originariamente uno, y no se implica una sobrevalora­
ción mística de la herencia si admitimos que, aun antes de la 
existencia del yo, estaban ya determinadas sus líneas de desarro­
llo subsecuentes, sus tendencias y reacciones" (pp. 343 ss.).
Llegamos a ver el desarrollo del yo como una resultante de 
tres grupos de factores: las características hereditarias del yo 
(y sus interacciones), las influencias de los impulsos instintivos 
y las influencias de la realidad exterior. Con respecto al desarro­
llo y al crecimiento de las características autónomas del yo, po­
demos dar por supuesto que se produjeron como resultado de la 
experiencia (aprendizaje), pero en parte también de la madura­
ción, paralelo al supuesto más familiar en el análisis de que los 
procesos de maduración intervienen en el desarrollo de los im­
pulsos sexuales (por ejemplo, en la secuencia de las organiza­
ciones libidinales), y de un modo un tanto diferente también en 
el desarrollo de la agresión (Hartmann, Kris y Loewenstein, 
1949). Tener en mente el papel de la maduración en el desa­
rrollo del yo puede ayudamos a evitar una trampa en la recons­
trucción de la vida psíquica de la primera infancia, a saber, la 
de interpretar los procesos mentales primeros en términos de me­
canismos conocidos por etapas de maduración muy posteriores.
El problema de la maduración tiene un aspecto fisiológico. 
Al hablar de este aspecto, podemos referirnos al crecimiento de 
lo que suponemos que son las bases fisiológicas de esas funciones 
que, vistas desde el ángulo de la psicología, llamamos el yo; o 
podemos referirnos al crecimiento de determinado aparato que, 
tarde o temprano, viene a ser utilizado específicamente por el yo 
(por ejemplo, el aparato motor usado en la acción). No obs­
tante, el papel de estos aparatos para el yo no se limita a la fun­
ción de instrumentos que el yo, en un momento dado, halla a su 
disposición. Tenemos que suponer que las diferencias en cuanto 
al tiempo o la intensidad de su crecimiento intervienen en el 
cuadro del desarrollo del yo como una variante parcialmente 
independiente; por ejemplo, el tiempo que dura en aparecer la 
aprehensión, la locomoción, el aspecto motor del habla (véase 
también Hondrick, 1943) Tampoco parece improbable que el
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA114
equipo motor congénito se halle entre los factores que desde 
el mismo nacimiento tienden a modificar ciertas actitudes en el 
desarrollo del yo (Fries y Lewi, 1938). La presencia de tales fac­
tores en todos los aspectos de la conducta del niño los convierte 
también en un elemento esencial en el desarrollo de su autoexpe- 
riencia. Podemos admitir que desde las etapas más tempranas 
en adelante las experiencias correspondientes quedan conserva­
das en su sistema de rastros mnemónicos. Igualmente tene­
mos razones para pensar que la reproducción de los datos am­
bientales se funde generalmente con elementos de este género 
y se forma por ellos, por ejemplo, la reproducción de las expe­
riencias motoras.
Freud ha subrayado con insistencia la importancia del yo cor­
poral, en el desarrollo del yo. Esto indica, por una parte, la 
influencia de la imagen corporal, particularmente en la diferen­
ciación del yo del mundo de objetos; pero también apunta al he­
cho de que las funciones de esos órganos que establecen el con­
tacto con el mundo externo vienen gradualmente a quedar bajo 
el control del yo. La manera en que el niño pequeño va cono­
ciendo su propio cuerpo y sus funciones ha sido descrita como 
un proceso similar al de la identificación (Müller-Braunschweig, 
1925). No obstante, es dudoso que este proceso, aunque lleve 
a una integración del yo, sea realmente el mismo que el proceso 
de que hablamos cuando, en el análisis, nos referimos a la 
identificación como un mecanismo específico.
Los factores autónomos del desarrollo del yo, tal y como se 
han presentado anteriormente, pueden o no permanecer en el 
curso del desarrollo, en la esfera libre de conflictos del yo. Por 
lo que se refiere a su relación con los impulsos —que no coin­
ciden necesariamente con su relación con el conflicto— sabemos 
por la experiencia clínica que pueden secundariamente quedar 
bajo la influencia de los impulsos, como es el caso de la sexuali- 
zación o “agresivización”. Para dar sólo un ejemplo: en el aná­
lisis, observamos cómo la función de la percepción, que tiene 
ciertamente un aspecto autónomo, puede ser influida —y fre­
cuentemente obstaculizada— convirtiéndose en la expresión de 
esfuerzos oral-libidinalcs u oral-agresivos. Pero en el contexto de la 
psicología del desarrollo, esta relación con los impulsos tiene 
una importanciamás universal. En las etapas más remotas del 
desarrollo, la dependencia, permítasenos decirlo una vez más, 
de la percepción de las situaciones de "necesidad” —y de los im­
pulsos que esas necesidades representan— es enteramente obvia. 
Por lo que resulta claro que en tales etapas la percepción debe 
ser bastante general, descrita no sólo en sus aspecto autóno­
mos, sino también respecto de los modos en que es empleada por 
las tendencias sexuales y agresivas. No obstante, el yo de la 
realidad evoluciona gradualmente con precisión liberándose de 
la intrusión de tales tendencias instintivas. Así lo que nosotros
PSICOANALÍTICA DEL YO 115
denominamos posteriormente sexualización (o "agresivización") 
puede también considerarse un problema de regresión. Esta 
agregación era necesaria con el fin de dejar enteramente en claro 
que los núcleos autónomos, mientras son seguibles hasta un 
origen independiente, actúan constante y recíprocamente con las 
vicisitudes de los impulsos.
Los factores autónomos pueden también resultar implicados 
en la defensa del yo contra las tendencias instintivas, contra la 
realidad y contra el superyó. Hasta ahora hemos tratado en psi­
coanálisis principalmente con la intervención del conflicto en 
su desarrollo. Pero es de considerable interés no sólo para la 
psicología del desarrollo, sino igualmente para los problemas 
clínicos, estudiar también la influencia inversa; es decir, la in­
fluencia que la inteligencia de determinado niño, su equipo mo­
tor y perceptivo, sus dotes especiales y el desarrollo de todos 
estos factores tienen en el tiempo, en la intensidad y en el modo 
de expresión de esos conflictos. Sabemos infinitamente más, de 
un modo sistemático, sobre el otro aspecto, el desarrollo del yo 
como consecuencia de sus conflictos con los impulsos instinti­
vos y con la realidad. Tengo sólo que recordar al lector la clásica 
contribución de Anna Freud (1936) en este campo. Aquí quiero 
únicamente tocar un aspecto de este complejo problema. A tra­
vés de lo que se puede denominar un "cambio de función”, lo 
que empezó en una situación de conflicto, puede secundaria­
mente convertirse en parte de la esfera no conflictiva (Hart- 
mann, 1939a). Muchos propósitos, actitudes, intereses y estruc­
turas del yo se han originado de esta manera (véase asimismo 
G. Allport, 1937). Lo que se desarrolló como resultado de la 
defensa contra un impulso instintivo puede acabar en una fun­
ción más o menos independiente y más o menos estructurada. 
Puede llegar a encargarse de diferentes funciones, como el ajus­
te, la organización, etc. Un ejemplo: toda formación caracterial 
reactiva, originada en la defensa contra los impulsos, gradual­
mente se hará cargo de una gran cantidad de otras funciones en 
la estructura del yo. Debido a que conocemos que el resultado 
de este desarrollo puede ser bastante estable, y hasta irrever­
sible en muchas situaciones normales, podemos denominar autó­
nomas a tales funciones, si biep de un modo secundario (en 
contraste con la autonomía primaria del yo que examinamos 
anteriormente).
Apenas es necesario decir que acentuar aquí y en los párrafos 
siguientes los aspectos independientes de las funciones del yo, 
no implica ninguna devaloración de otros aspectos, conocidos 
primero y estudiados más sistemáticamente en el psicoanálisis. 
No cabe duda de que si esta exposición tuviera el propósito de 
ofrecer un cuadro total del yo, en el cual el espacio asignado a 
cada capítulo podría esperarse que fuera proporcional a su im­
portancia, la estructura de este trabajo habría sido, en verdad,
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA116
muy distinta. No obstante, como dije al principio, deseo enfocar 
sólo ciertos aspectos de la teoría del yo, más bien que su 
sistema.
Hay varios puntos relacionados con el origen de los mecanis­
mos de defensa que aún no hemos llegado a comprender. Algu­
nos elementos, de acuerdo con Freud, pueden ser heredados; 
pero, por supuesto, él no ve en la herencia el único factor des­
tacado para su elección o para su desarrollo. Parece razonable 
suponer que estos mecanismos no se originan como defensas en 
el sentido en que se utiliza este término una vez que el yo se ha 
desarrollado como un sistema definible (Hartmann, 1939 a, He- 
Iene Deutsch, 1944). Tales mecanismos pueden originarse en 
otras zonas, y en algunos casos estos procesos primitivos pueden 
haber desempeñado funciones diversas, antes de que sean utili­
zados secundariamente para lo que en el análisis llamamos 
específicamente defensas. El problema estriba en seguir las 
conexiones genéticas entre esas funciones primordiales y los me­
canismos de defensa del yo. Algunos de éstos pueden ser mode­
lados siguiendo alguna forma de conducta instintiva; la intro- 
yección, por no dar más que un ejemplo, existió probablemente 
como una forma de satisfacción del instinto, antes de ser utili­
zada al servicio de la defensa. También pensamos en cómo el 
yo puede usar en la defensa características de los procesos pri­
marios, como en el desplazamiento (Anna Freud, 1936). Pero 
ni el primero ni el segundo caso abarcan todos los mecanismos 
de defensa. Otros pueden tomar como modelo algunas etapas 
autónomas preliminares de las funciones del yo y ciertos pro­
cesos característicos del aparato del yo. Pienso, pongamos por 
caso, en el hecho de que dichos aparatos del yo, que a la larga, 
garantizan al niño formas de satisfacción más altamente diferen­
ciadas y más seguras, tienen muchas veces también un aspecto 
definitivamente inhibitorio por lo que a la descarga de la energía 
instintiva se refiere. Esto podemos relacionarlo con lo que Anna 
Freud ha denominado la enemistad primaria del yo contra los 
impulsos y puede ser una base genética de acciones defensivas 
posteriores contra ellos. Permítaseme sugerir otro ejemplo. Freud 
(1926 a) trazó un paralelo entre el mecanismo de aislamiento y 
el proceso normal de la atención; desde el punto de vista que 
estoy destacando aquí, nos interesa la cuestión de si existe una 
conexión genética —no necesariamente directa o simple— entre 
el desarrollo muchas veces precoz de ciertas funciones del yo 
en la neurosis obsesiva y la elección de este mecanismo de defen­
sa característico de ella. Por otra parte, Freud ha señalado a 
menudo la analogía entre las acciones de defensa frente a los 
impu!sos,y los medios por los cuales el yo evita los peligros des­
de fuera/esto es, la fuga y el combate, acerca de lo cual añadire­
mos algo posteriormente. Aquí lo que quiero poner de relieve es 
que resulta ciertamente tentador considerar los procesos muy
PSICOANALITICA DEL YO 117
tempranos en la región autónoma como etapas precursoras de 
las defensas posteriores contra los peligros tanto del interior 
como del exterior. Algunos aspectos de lo que podían ser pasos 
de transición resultan bien conocidos de la psicología del niño; 
por ejemplo, el cerrar de los párpados del recién nacido cuando 
se le expone a la luz; las reacciones de huida definidas que no 
son ya de un carácter meramente difuso a la edad de unos' 
cuatro meses; y otros fenómenos posteriores y más específicos 
de igual género. Estas reacciones nos impresionan como mode­
los de defensa posteriores. También, relacionado con esto, deseo 
señalar las afirmaciones freudianas concernientes a lo que él 
llama la barrera protectora contra los estímulos, en su posible 
relación con el posterior desarrollo del yo. Glover (1947) tiene 
razón al afirmar que, hablando estrictamente, no podemos redu­
cir el concepto de mecanismo a elementos más simples. Sin 
embargo, continúa, "debemos postular ciertas tendencias innatas, 
trasmitidas a través del ello, que llevan al desarrollo de meca­
nismos". También en cuanto a esto, puedo estar de acuerdo, 
puesto que se halla implícito en lo que he dicho antes. Pero me 
gustaría llamar la atención no sólo hacia esas "tendencias inna­
tas trasmitidas a través del ello”, sino también hacia la impor­
tancia, al menos igual, de otras tendenciasque no se originan 
en el ello, sino en las etapas autónomas preliminares de la 
formación del yo. Bien puede ser que los medios con los cuales 
las criaturas tratan con los estímulos —y también con aquellas 
funciones de demora o aplazamiento de la descarga antes men­
cionadas— sean posteriormente utilizados por el yo de un modo 
activo. Nosotros consideramos este uso activo, para sus propios 
propósitos, de formas primordiales de reacción, una caracterís­
tica bastante general del yo desarrollado. Proponemos esta hipó­
tesis de una correlación genética entre las diferencias individuales 
en los factores primarios de este género y los mecanismos de 
defensa posteriores (aparte de las correlaciones que creemos 
que existen de los mecanismos de defensa con otros factores del 
desarrollo, con la naturaleza de los impulsos implicados, con 
las situaciones de peligro, etc.) como una llamada de atención 
a aquellos analistas que tienen las oportunidades para dirigir 
estudios longitudinales sobre el desarrollo en niños. Creo que esta 
hipótesis demostrará ser accesible a la verificación o la refuta­
ción directas. -
Volviendo ahora nuestra mirada a las cuestiones de la catexia 
del yo, el segundo punto que he seleccionado para la exposición 
de hoy, nos enfrentamos con el problema, de múltiples facetas 
V aun intrigantes, del narcisismo. Muchos analistas no encuen­
tran fácil del todo definir el lugar que el concepto del narcisismo 
ocupa en la teoría analítica actual. Esto, creo, se debe principal­
mente al hecho de que este concepto no ha sido definido de
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA118
nuevo explícitamente en términos de la última psicología estruc­
tural de Freud. Limitaré mis observaciones solamente a los 
puntos que son esenciales, si queremos evitar posibles malas 
interpretaciones de lo que deseo decir acerca de la catexia del 
yo. Muchas facetas del narcisismo han sido formuladas de nuevo 
por Fedem en una serie de trabajos de investigación (1929, 1936). 
No me detendré en estas formulaciones porque Fedem, en el 
curso de sus estudios, llegó a modificar el concepto del yo de 
un modo que no me parece del todo convincente. Prefiero inte­
grar las primeras formulaciones de Freud sobre el narcisismo 
en su visión posterior de la estructura mental, antes que cambiar 
cualesquiera de los aspectos principales de la última.
Hablamos de un tipo de personalidad narcisista, de la elec­
ción de objeto narcisista, de una actitud narcisista hacia la 
realidad, así como del narcisismo como un problema topográ­
fico, etc. Los tópicos de la topografía y de la catexia son fun­
damentales en la teoría analítica. En su estudio "Introducción 
al narcisismo” (1914 a), hablando de la relación del narcisismo 
con el autoerotismo, Freud dice que, mientras el autoerotismo es 
primordial, el yo tiene que desarrollarse, no existe desde el prin­
cipio, y por lo tanto algo ha de añadirse al autoerotismo —al­
guna nueva operación mental— para que el narcisismo pueda 
llegar a existir. Unos pocos años después (1916-17, p. 360), afirma 
que "el narcisismo es la condición originaria universal, por la 
cual se desarrolla posteriormente el amor objetual", aunque in­
cluso entonces, "el volumen más grande de libido puede, sin 
embargo, permanecer dentro del yo”. En la época en que Freud 
escribió su "Introducción al narcisismo”, apenas se habían hecho 
visibles los escuetos perfiles de la psicología estructural. En la 
década siguiente, durante la cual se establecieron los principios 
de la psicología del yo, hallamos una variedad de formulaciones 
que no puedo citar detalladamente en su totalidad. En algunas 
se hace todavía referencia al yo como el depósito original de la 
libido, pero en El yo y el ello (1923a) Freud pone totalmente 
en claro que no era al yo, sino al ello, a lo que se refería al 
hablar de este "depósito originar'; y a la libido, añadida al yo 
por identificación, la denominó "narcisismo secundario”. Esta 
equivalencia del narcisismo y las catexias libidinales del yo fue 
y aún es utilizada ampliamente en la literatura psicoanalítica, 
pero en algunos pasajes Freud también se refiere a esto como 
una catexia de nuestra propia persona, del cuerpo o del sí-mis­
mo. En psicoanálisis no siempre se ha hecho una clara distinción 
entre los términos yo, sí-mismo y personalidad. Pero es esen­
cial diferenciar dichos conceptos si tratamos de mirar de modo 
consecuente los problemas implicados a la luz de la psicología 
estructural de Freud. Mas en realidad, al usar el término narci­
sismo, dos diferentes series de opuestos parecen a menudo estar 
fundidas en uno. Una se refiere al sí-mismo (a nuestra propia
PSICOANALITICA DEL YO
persona) en contraste con el objeto; la segunda al yo (como 
sistema psíquico), contraponiéndolo a otras subestructuras de 
la personalidad. No obstante, lo opuesto a la catexia de objeto 
no es la catexia del yo, sino la catexia de la propia persona, es 
decir, la catexia del sí-mismo; al hablar de la catexia del sí-mismo 
no damos a entender si esa catexia está situada en el ello, el yo 
o el superyó. Esta formulación toma en cuenta que en realidad 
encontramos "narcisismo” en los tres sistemas psíquicos; pero 
en todos estos casos hay oposición a la catexia objetual (y reci­
procidad con ella). Por eso debe ponerse en claro si definimos 
el narcisismo como la catexia libidinal no del yo, sino del sí-mis- 
mo. (Puede ser también útil aplicar el término representación 
del sí-mismo como opuesto a la representación de objeto.) Mu­
chas veces al hablar de la libido del yo, lo que queremos decir 
no es que esa forma de energía catectice al yo, sino que catectiza 
a nuestra propia persona más bien que a una representación 
de objeto. También en muchos casos donde estamos acostum­
brados a decir "la libido se ha retirado al yo” o "la catexia de 
objeto ha sido reemplazada por la catexia del yo”, lo que debe­
ríamos expresar en realidad es que "se retiró al sí-mismo”, en el 
primer caso, y "por el amor de sí-mismo” o "por una forma 
neutralizada de catexia de sí-mismo” en el segundo. Si queremos 
señalar el importante papel teórico y práctico de la catexia del 
sí-mismo, localizada en el sistema del yo, preferiría no hablar 
simplemente de "narcisismo”, sino de catexia del yo narcisista.
Estas diferencias son evidentemente importantes para la in­
telección de muchos aspectos de la psicología estructural, y su 
consideración puede ayudar a esclarecer cuestiones sobre las ca- 
texias y su topografía. ¿Es el regreso de la libido desde los 
objetos al sistema del yo, la fuente de los delirios de grandeza? 
¿O no será más bien la vuelta sobre el sí-mismo, un proceso 
del cual constituye sólo un aspecto la acumulación de libido en 
el yo (regresado)? Aquí no puedo discutir esta cuestión ni nin­
guna de sus múltiples implicaciones.2 En lo que sigue mencionaré 
solamente con brevedad un aspecto más del retiro de la libido 
de los objetos, a saber, la cualidad energética de la libido que 
se implica.
En el curso de este desarrollo de la teoría analítica, que con­
dujo a Freud por una parte a formular de nuevo sus ideas sobre 
las relaciones entre la angustia y la libido y, por la otra, a cons­
tituir el yo como un sistema por derecho propio, llegó también 
a formular la tesis de que el yo trabaja con libido desexualizada. 
Se ha sugerido (véase, por ejemplo, Menninger, 1938; o Hart- 
mann, Kris y Loewenstein, 1949) que es razonable y fecundo am­
pliar esta hipótesis para incluir, además de la energía desexuali­
zada, también la energía desagresivizada, en el aspecto energético
119
3 Algunas de éstas son recogidas en el capitulo 10.
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA
de las funciones del yo. Tanto la energía agresiva como la 
sexual pueden ser neutralizadas 3 y en ambos casos este proceso 
de neutralización tiene lugar por mediación del yo (y posible­
mente ya a través de sus etapas previas autónomas). Suponemos 
que estas energías neutralizadas están más próximas unas de 
otras que las energíasestrictamente instintivas de los dos im­
pulsos. No obstante, pueden retener algunas de las propiedades 
de los últimos. Tanto las consideraciones teóricas como las 
clínicas hablan en favor de dar por supuesto que hay gradacio­
nes en la neutralización de tales energías; es decir, no todas ellas 
son neutras en el mismo grado. Debemos distinguirlas de acuer­
do con su mayor o menor proximidad a la energía impulsiva, lo 
que significa de acuerdo con que retengan o no aún, y en qué 
amplitud, características de sexualidad (libidino-objetual o nar- 
cisista) o de agresión (dirigida al objeto o al sí-mismo). (Freud 
piensa en la posibilidad de que, en el proceso de sublimación, 
la libido de objeto se transforme primero en libido narcisista, a 
fin de ser entonces dirigida hacia nuevas finalidades. Un aspecto 
de esta hipótesis es que la sublimación se produce por la me­
diación del yo, que acabo de mencionar. Otro aspecto será tra­
tado en el capítulo 12.)
Ser capaz de neutralizar cantidades considerables de energía 
instintiva puede muy bien ser una indicación de la fuerza del yo. 
También deseo mencionar, al menos, el hecho clínicamente bien 
establecido de que la capacidad del yo para la neutralización 
depende en parte del grado en que una catexiá más instintiva 
sea investida en el sí-mismo. El grado de neutralización es otro 
punto que hemos de tomar en consideración —a más de los 
mencionados anteriorment 
adecuado la transición del estado “narcisista" del yo a su fun­
cionamiento posterior sintónico con la realidad. Además la pro 
ximidad relativa de las energías del yo respecto a los impulsos 
puede también convertirse en un factor decisivo en patología. 
Tomaremos un ejemplo más del campo del “narcisismo": es 
de importancia primordial para nuestra comprensión de las di­
versas formas de “la retirada de la libido de la realidad", en 
términos de sus efectos sobre las funciones del yo, ver clara­
mente si la parte de las catexias del sí-mismo resultantes loca­
lizadas en el yo está todavía próxima a la sexualidad o ha 
sufrido un proceso cabal de neutralización. Un acrecentamiento 
de las catexias neutralizadas del yo no es probable que origine 
fenómenos patológicos; pero estar estancadas con energía ins­
tintiva insuficientemente neutralizada puede tener este efecto 
(en determinadas circunstancias). En este respecto la capacidad 
del yo para la neutralización se toma importante y, en el caso del
* Uso este término, también empleado por K. Menningcr, mejor que 
“sublimado", porque éste ha sido expresamente reservado por Freud para 
la libido desexualizada.
120
si vamos a describir de un modo
PSICOANAUTICA DEL YO 121
desarrollo patológico, el grado en que esta capacidad haya sido 
interferida como consecuencia de la regresión del yo. Lo que 
acabo de decir acerca del peso de la neutralización sobre el re­
sultado de la retirada de la libido puede decirse igualmente de 
las catexias no libidinales, sino agresivas, que han regresado des­
de los objetos al sí-mismo y, en parte, al yo. En el caso en que 
la agresión retrocede, nosotros tendremos siempre que conside­
rar, por supuesto, del mismo modo la proclividad del superyó 
para emplear ciertas gradaciones de energía agresiva. Estos ejem­
plos del papel de la neutralización en el funcionamiento del yo, 
los he elegido al azar entre muchos. De otro de ellos me ocuparé 
con mayor detalle después.
No estoy preparado para responder a la pregunta de si toda 
la energía de que dispone el yo tiene su origen en los impulsos 
instintivos. Freud cree que "casi toda la energía” activa del 
aparato psíquico proviene de los impulsos, señalando así la po­
sibilidad de que parte de ella pueda tener un origen diferente. 
Pero ¿qué otras fuentes de energía mental puede haber? Me 
vienen al pensamiento varias respuestas posibles, pero evidente­
mente esta pregunta es difícil de contestar en el estado actual 
de nuestro conocimiento. Puede ser que cierta energía tenga su 
origen en lo que describí antes como el yo autónomo. No obs­
tante, todas estas cuestiones referentes al origen primordial de 
la energía mental llevan de nuevo, en último extremo, a la fisio­
logía, como ocurre en el caso de la energía instintiva. Nuestra 
intuición de hecho y nuestras herramientas conceptuales hacen 
que sea igualmente difícil dar a la cuestión de las posibles fuen­
tes no instintivas una respuesta positiva como una negativa.4
Volvamos al yo. Indiferentemente de que su aspecto energé­
tico sea seguible total o parcialmente hasta los impulsos instin­
tivos, suponemos que, una vez el yo se ha formado, dispone de 
energía psíquica independiente, lo que equivale precisamente a 
reafirmar en otros términos el carácter del yo como sistema 
psíquico separado. Esto no significa que en cualquier momento 
dado los procesos de transformación de la energía instintiva en 
energía neutralizada lleguen a su fin; se trata de un proceso 
continuo. La energía del yo es aprovechable para la gran varie­
dad de las funciones del yo enumeradas antes. Y deseo añadir 
acerca de esto, que muchas de las tendencias del yo, que expre­
san estas funciones, están dirigidas al objeto; es decir, no son 
"narcisistas” en el sentido de que tengan al sí-mismo como su 
objeto, ni todas ellas trabajen sólo con las gradaciones diferen­
tes de la catexia del sí-mismo.
Al hablar de los varios matices de la desexualización o la des- 
agresivización, debe reflexionarse en dos aspectos diferentes. 
Uno puede referirse a los diferentes modos o condiciones de la
4 Para una exposición más definida, véase el capítulo 12.
122 COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA
energía, y este aspecto energético de la neutralización puede 
coincidir en parte con el reemplazamiento del proceso primario 
por el secundario, cosa que permite cualquier número de esta­
dos transicionales. Estamos habituados a considerar el proceso 
secundario como una característica específica del yo; pero esto 
no excluye ni el uso, por el yo, del proceso primario,5 ni la exis­
tencia, en el yo, de diferencias en el grado en que las energías 
están ligadas.® El segundo ángulo desde el cual hemos de consi­
derar esos matices de neutralización es el grado en que otras 
ciertas características de los impulsos (por ejemplo, su direc­
ción, sus finalidades) resultan todavía demostrables (la neutra­
lización con respecto a las finalidades).7
Acudimos otra vez, ahora desde el punto de vista de las cate- 
xias, a la psicología de la defensa, y tomemos como punto de 
partida una grosera esquematizaron de un caso típico: la catexia 
preconsciente se retira y el yo se defiende a sí mismo mediante 
la anticatexia contra la reaparición de la tendencia instintiva. De 
acuerdo con una hipótesis de Freud (1915 b), la energía que se 
utiliza en la formación de la contracatexia es la misma —o pue­
de ser la misma— que la retirada de los impulsos. Nunberg 
(1932) cita este proceso como un ejemplo particularmente apro­
piado de la naturaleza económica de la organización psíquica. 
En la literatura psicoanalítica, la catexia, se dice, está compuesta 
generalmente de libido desexualizada. No obstante, la mayor 
parte de estas formulaciones pertenecen a un periodo de la for­
mación de la teoría analítica en que la agresión no había sido 
aún reconocida como un impulso primario e independiente. Hoy 
en día debemos suponer que la contracatexia puede componerse 
asimismo de energía agresiva neutralizada. Según la hipótesis 
de Freud, éste sería el caso dondequiera que el impulso recha­
zado sea un impulso agresivo (otra parte de la agresión rechazada 
halla su expresión en sentimientos de culpabilidad [Freud, 1930]). 
Pero la hipótesis de Freud de que la energía de la contracatexia 
es retirada de los impulsos, no quiere decir necesariamente 
que se cumpla en general: "es muy posible que sea así", es 
cuanto él dice respecto a esto.
Otras consideraciones sugieren la posibilidad de que el papel 
de la energía agresiva, más o menos neutralizada, en la contraca­
texia puedeser de una naturaleza más general y de mayor im­
portancia.8 Nuevamente les recuerdo que Freud acentuó la 
analogía entre la defensa contra los impulsos instintivos y contra 
el peligro exterior. Los dos procesos incluidos en el ejemplo 
esquemático de la defensa que acabamos de esbozar constituyen
8 Véase también E. Kris (1934).
° Véase ahora también Kris (1950 a) y Rapaport (1950).
7 Este término ya no se usa.
8 Quiero hacer mención de que tras haber formulado esta proposición, 
encontré una idea un tanto semejante en un escrito de M. Brierley (1947).
123PSIC0ANAL1TICA DEL YO
un paralelo, en verdad, muy impresionante; la huida y la lucha 
puede decirse que son sus características principales, correspon­
diendo el retiro de la catexia a la huida y la contracatexia a la 
lucha. Esto lleva a la cuestión que quiero sugerir aquí: que 
la contracatexia usa ampliamente una de las condiciones de ener­
gía agresiva más o menos neutralizada, mencionada antes, la cual 
conserva todavía algunas características del impulso original (la 
lucha en este caso). No parece improbable que semejantes for­
mas de energía —no es forzoso suponer que todas las contraca- 
texias hayan de operar con el mismo grado de neutralización— 
contribuyan a la contracatexia hasta cuando el impulso recha­
zado no sea de naturaleza agresiva.
Estimar que el yo usa para su defensa sólo y siempre energía 
retirada de los impulsos contra los cuales se defiende, no está 
muy de acuerdo con lo que sabemos hoy acerca del alto grado 
de actividad y de plasticidad característico de la elección del 
yo de sus medios para conseguir sus fines. También, parece 
de mayor interés considerar qué mutua dependencia existe en­
tre las funciones defensivas del yo y otras funciones del mismo. 
No hay duda, y ya lo dije antes, de que la defensa está real­
mente tanto genética como dinámicamente bajo la influencia de 
otros procesos del yo y, por otra parte, que esa defensa inter­
viene en una gran variedad de procesos diferentes en el yo; esto 
lo he tratado como un aspecto esencial de la psicología del 
desarrollo. Debemos conceder que esta interdependencia tiene 
también un aspecto energético, y esto, a su vez, lleva a la con­
clusión de que, aun cuando la contracatexia puede extraer ener­
gías retiradas del impulso rechazado —y posteriormente me 
ocuparé de un caso al respecto—, ésta no es la única fuente de 
energía que tiene a su disposición.
En este punto deseo recordarles a ustedes otra de las últimas 
hipótesis de Freud (1937 a), de la cual dije ya que su importancia 
para nuestro pensamiento teórico no ha sido aún claramente 
reconocida. Apunta a la posibilidad de que la disposición al con­
flicto puede ser seguida (entre otros factores) hasta la inter­
vención de la agresión libre. Freud, al enunciar esta idea, da 
ejemplos de conflictos instintivos, más bien que de conflictos 
estructurales (si empleamos estos términos en el sentido que 
sugiere Alexander, 1933). Pero añade que ello nos enfrenta con 
la cuestión de "si esa noción no debiera ampliarse para aplicarla 
a otros casos de conflicto, o si no convendría, incluso, revisar 
todos nuestros conocimientos del conflicto psíquico, desde este 
nuevo ángulo". Esta disposición al conflicto, que sigue hasta la 
agresión, entraría en juego independientemente de la naturaleza 
del impulso contra el cual la defensa se dirige. Mi hipótesis de 
que la contracatexia se alimenta de energía agresiva neutrali­
zada puede basarse en las ideas de Freud, si suponemos, para 
el caso del conflicto entre el yo y los impulsos, que la energía
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA124
agresiva está (más o menos) destinada al servicio de los actos 
defensivos del yo. Esta hipótesis resulta más consecuente tanto 
con lo que conocemos hoy acerca del yo como con el pensa­
miento de Freud en los últimos tiempos, que otras proposiciones 
sobre la contracatexia basadas en su primera formación con­
ceptual.
Contemplemos el mismo problema desde otro ángulo. En ese 
mismo ensayo, Freud describe cómo, trabajando contra la re­
sistencia de nuestros pacientes, nos encontramos con lo que él 
llama "resistencia contra el descubrimiento de las resistencias" 
y cita el hecho bien conocido de que en esa situación los fenó­
menos de transferencia negativa pueden llegar a predominar. 
¿No es posible que, hablando metapsicológicamente, parte de 
esta agresión dirigida contra el analista sea energía vuelta nue­
vamente agresiva de las contracatexias, que se movilizó como 
consecuencia de nuestra acometida contra las resistencias del 
paciente? Esto nuevamente estaría de acuerdo con la proposición 
que venimos discutiendo.
Antes de dejar este tema, quiero hacer notar una implicación 
más, aun cuando me doy cuenta del carácter un tanto especula­
tivo de esta inferencia. Frente a un peligro exterior, la res­
puesta agresiva es lo normal, en tanto que la sexualización puede 
llevar a la patología. Si la reacción defensiva contra el peligro 
desde dentro es modelada de acuerdo con la reacción contra el 
peligro desde fuera, es posible que el uso de la energía agresiva . 
—en este caso más o menos neutralizada— sea más regular que 
el de la libido desexualizada. Esto puede también significar 
que, en el caso de la defensa contra el peligro instintivo será 
más fácil hallar un lugar para la agresión en la reacción de 
defensa del propio yo (en contracatexia); mientras que la ener­
gía de los esfuerzos libidinales, de la que no se podría disponer 
tan fácilmente de este modo, tendría que ser reprimida (o re­
chazada de otra manera). Volviendo a uno de los puntos pri­
meros, quiero suponer que el uso, en la contracatexia, de energía 
retirada de los impulsos es más general si éstos son de naturaleza 
agresiva que si son de naturaleza libidinal. Me doy cuenta, por 
supuesto, del carácter esquemático de esta aseveración, y tam­
bién de que estoy simplificando lo que, en realidad, es un pro­
ceso altamente complicado. No obstante, esta hipótesis, aun 
cuando no me atreva a pronunciarme por su corrección o inco­
rrección, puede ser útil (si se completa con otras sobre el tema, 
ya aceptadas por el pensamiento psicoanalítico) para llegar a la 
explicación del predominio etiológico de los factores sexuales en 
la neurosis, sobre los factores agresivos.
Un estudio sistemático de las funciones del yo, tendría que des­
cribirlas con relación a sus finalidades (para la diferencia entre 
"finalidades" de los impulsos y "finalidades" del yo, véase el
125PSIC0ANAL1TICA DEL YO
capítulo 3) y a los medios que emplean para alcanzarlas; ener­
géticamente, en cuanto a la proximidad o la lejanía de los impul­
sos respecto de las energías con las cuales operan; y también 
en cuanto al grado de estructuralización y de independencia que 
dichas funciones han logrado. Al llegar aquí, quiero decir unas 
pocas palabras acerca de un grupo especial de tendencias del yo, 
como un ejemplo del que Freud (1916-17) habló al tratar del 
"egoísmo". Su importancia fue, desde luego, plenamente com­
prendida por Freud, y hubiera sido deseable asignarles un lugar 
definitivo en la psicología psicoanalítica; pero su posición no 
fue nunca claramente definida a nivel de la psicología estruc­
tural, aun cuando Freud trató de explicarlos en un nivel anterior 
de la formación de teoría. En aquel tiempo, Freud identificaba 
las tendencias de autoconservación con los "impulsos del yo”, y 
a las catexias procedentes de ellas las denominaba "intereses", 
en contraste con la libido de los impulsos sexuales. No obstante, 
hoy en día no se habla ya de "impulsos del yo” en un sentido 
estricto, puesto que se ha comprobado que todos los impulsos 
forman parte del sistema del ello (véase también E. Bibring. 
1930). Este cambio en la teoría, por ende, requiere una nueva 
formulación también de los fenómenos que Freud tenía en el 
pensamiento cuando hablaba de "intereses”. Entre las tenden­
cias anímicas a la autoconservación, creemos que las funciones 
del sistema del yo son de máxima importancia(Freud, 1940, 
y capítulo 3), lo que no quiere decir, por supuesto, que las 
tendencias sexuales y las agresivas del ello, así como algunos 
aspectos de los principios de la regulación, etc., no tomen parte 
en la autoconservación. El grupo de tendencias que comprende 
los esfuerzos por lo que es "útil", el egoísmo, la autoafirma- 
ción, deben, como parece razonable, atribuirse al sistema del yo. 
Entre los factores de la motivación, constituyen una capa por 
sí mismas. La importancia de esas tendencias ha sido un tanto 
descuidada en el análisis, probablemente porque no desempeñan 
un papel esencial en la etiología de la neurosis y porque en 
nuestro trabajo con los pacientes tenemos que considerarlas más 
desde el ángulo de las tendencias del ello genéticamente funda­
mentales, que en su aspecto, parcialmente independiente, como 
funciones del yo. Pero el relieve de este último aspecto resulta 
evidente en el momento en que procedamos a mirarlos desde el 
ángulo de la psicología general, que es lo que estoy haciendo 
aquí, o de las ciencias sociales. Éstas, sin duda, se quedarán 
cortas en tanto basen sus interpretaciones de la conducta hu­
mana exclusivamente en el modelo del tipo de acción interesada 
que podemos denominar aquí "utilitaria". Por otra parte, mu­
chos campos de la ciencia social no pueden ser abordados con 
éxito por el análisis, mientras desatendemos esta capa de mo­
tivación.
¿Qué posición puede atribuirse a estos intereses, en el estado
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA126
presente de la teoría analítica? Cabe en primer lugar sugerir 
que denominemos a estas y otras tendencias similares "intereses 
del yo”, conservando así el nombre freudiano, pero implicando 
también que consideramos esa parte de lo que él llamó "intere­
ses”, tomándola como perteneciente al sistema del yo. Son inte­
reses del yo, sus metas están establecidas por el yo, en contraste 
con las finalidades del ello o del supeiyó. Pero la serie especial 
de tendencias a que ahora me refiero, se caracteriza también 
por el hecho de. que sus finalidades se centran en torno de 
nuestra propia persona (el sí-mismo). Puedo añadir que esto re­
sulta cierto sólo en sus finalidades. Evidentemente, también usan 
o se encargan de funciones del yo, que están dirigidas hacia el 
mundo exterior y, entre los factores que llevan al cambio de ' 
la realidad exterior por parte del hombre, los intereses del yo 
de este género desempeñan incuestionablemente un papel de­
cisivo.
Se debe tener cuidado de no dar excesiva importancia a las 
cuestiones terminológicas en este terreno tan poco conocido para 
nosotros. Tal vez resulte práctica la inclusión en el concepto de 
intereses del yo, además de este grupo de otros, de tendencias 
del yo de una naturaleza en cierto modo semejante, cuyas fina­
lidades no se centran en torno del sí-mismo; por ejemplo, aqué­
llas que afectan al mundo exterior, no sólo indirectamente, en el 
sentido que acabamos de esbozar, sino que tienen sus metas 
centradas alrededor de otras personas o de cosas; o aquellas que 
se esfuerzan hacia finalidades, originadas en el superyó, pero 
que han sido asumidas por el yo, finalidades que se centran en 
tomo de valores (éticos, de certeza, religiosos, etc.); por últi­
mo, los intereses del yo en el funcionamiento mental mismo 
(por ejemplo, la actividad intelectual) pueden también incluirse.
Estos intereses del yo, casi nunca son inconscientes en el sen­
tido técnico, como lo son, entre las funciones del yo, en el caso 
típico, las defensas. Son sobre todo preconscientes y pueden ha­
cerse conscientes, pero a veces encontramos dificultades en traer­
los a la conciencia. Esto en muchas ocasiones parece deberse 
a su proximidad a tendencias del ello, las cuales los sustentan; 
pero no me atrevería a afirmar si es éste siempre el caso. De 
todos modos, debemos recordar que Freud (1915 b) hizo mención 
de una censura que no trabajaba sólo entre el preconsciente y el 
inconsciente, sino también entre el consciente y el preconsciente. 
La existencia de la última nos enseña, de acuerdo con Freud, 
que se toman conscientes, se debe probablemente a la hiperca- 
texia, "un avance más en la organización mental”. Es evidente 
que los intereses del yo están muchas veces enraizados en ten­
dencias del ello (en particular cuando esto queda establecido por 
el análisis). No obstante, esta conexión genética muchas veces 
no es reversible, salvo en condiciones especiales (por medio del 
análisis, en los sueños, en la neurosis, etc.). Los intereses del yo
127PSICOANALITICA DEL YO
no siguen las leyes del ello, sino las del yo. Trabajan con ener­
gía neutralizada y pueden, como ocurre frecuentemente, por 
ejemplo, con el "egoísmo”, contraponer esa energía a la satis­
facción de los impulsos instintivos.
Los esfuerzos por obtener riqueza, prestigio social, o por lo 
que en otro sentido se considere "útil”, está en parte genética­
mente determinado por tendencias del ello, anales, uretrales, 
narcisistas, exhibicionistas, agresivas, etc., o bien continúan en 
forma modificada las direcciones de estos impulso^ o son el re­
sultado de reacciones contra ellos. Evidentemente, diversas ten­
dencias del ello pueden contribuir a la formación de un interés 
específico del yo; pero también la misma tendencia del ello puede 
contribuir a la formación de varios intereses. También se hallan 
determinados por el superyo, por diferentes zonas de funciones 
del yo, por otros intereses del yo, por una relación de la persona 
con la realidad, por sus modos de pensar, o por sus capacidades 
sintéticas, etc., y el yo es en cierta medida capaz de lograr un 
compromiso donde los elementos instintivos se usan para los 
propios fines de aquél* La fuente de la energía neutralizada con 
la cual los intereses del yo operan no parece estar limitada a la 
energía de los esfuerzos instintivos fuera de los cuales o contra 
los cuales se han desarrollado, sino que puede hallarse a su 
disposición otra energía neutralizada. Esto está realmente implí­
cito al pensar en ellos como participantes de las características 
del yo, en cuanto sistema funcional y energéticamente indepen­
diente en parte. Podemos afirmar que muchos de ellos (en grado 
diferente) parecen pertenecer al campo de la autonomía secun­
daria. En cuanto a la eficacia dinámica comparativa de los inte­
reses del yo, lo que conocemos acerca de sus aspectos energé­
ticos resulta una base demasiado exigua para llegar a ninguna 
conclusión definida.
Los intereses del yo dirigidos al sí-mismo 
esfuerzos por lo que es considerado útil, etc.—, pueden encon­
trarse en diferentes relaciones de colaboración con otras fun­
ciones del yo, pero también de antagonismos. Que este tipo de • 
acción dirigida por ellos no debería confundirse con la "acción 
racional”. Ya lo señalé en otra parte (capítulo 3). Dichos inte­
reses actúan recíprocamente con las tendencias del yo centradas 
en el objeto, con ese nivel de autorregulación al que denomina­
mos función organizadora, con la adaptación a la realidad y con 
otras funciones. No sabemos gran cosa acerca de la forma de 
jerarquía estructural de las funciones del yo que con más pro­
babilidad se encuentre relacionada con la salud mental de un 
modo positivo. Pero me gustaría destacar un punto: la subor­
dinación a este grupo de intereses del yo de otras funciones del
i egoísmo, los
» Para las categorías de los problemas a cuya solución se consagra el yo, 
véase Waelder (1930).
COMENTARIOS SOBRE LA TEORÍA128
yo no es un criterio de salud mental (aun cuando muchas veces 
se ha dicho que la capacidad de subordinar otras tendencias a lo 
que se considera "útil" establece la diferencia entre la conducta 
sana y la neurótica). Estos intereses del yo son, después de 
todo, sólo una serie de funciones del yo, y no coinciden con 
aquéllas, más estrechamente correlacionadas con la salud, que 
también integran las demandas de otros sistemas psíquicos (fun­
ción sintética u organizadora).
Ya he hablado de las funcionesdel yo que se oponen mutua­
mente. Debido a que sus pugnas no son clínicamente de la misma 
importancia que las existentes entre el yo y el ello o entre el yo 
y la realidad, etc., no estamos acostumbrados a pensar en ellas 
en términos de conflicto. No obstante, podemos bien describirlas 
como conflictos intrasistemáticos y de tal modo distinguirlas de 
aquellos otros conflictos mejor conocidos que podemos desig­
nar como intersistemáticos. Las correlaciones y los conflictos 
intrasistemáticos en el yo apenas han sido estudiados debida­
mente. Uno de los casos en cuestión es, naturalmente, la relación 
que existe entre la defensa y las funciones autónomas que he 
mencionado antes. Al considerar el problema de la comunica­
ción o la falta de comunicación entre diversas zonas del yo, debo 
citar también la afirmación de Freud de que las defensas están, 
en cierto modo, separadas del yo. Hay muchos contrastes en el 
yo: desde sus comienzos, éste tiene la tendencia de oponerse a 
los impulsos, pero una de sus principales funciones es también 
la de facilitarles su satisfacción; es un lugar donde se adquiere la 
intuición, pero también la racionalización; suscita el conoci­
miento objetivo de la realidad, pero, al mismo tiempo, por medio 
de la identificación y el ajuste social, entra en posesión, durante el 
curso de su desarrollo, de los prejuicios convencionales del medio 
ambiente; persigue sus finalidades independientes, pero tam­
bién es característico de él tomar en consideración las de­
mandas de otras subestructuras de la personalidad, etc. Por 
supuesto, las funciones del yo tienen en verdad determinadas ca­
racterísticas generales, en común, algunas de las cuales ya he 
mencionado, que las distinguen de las funciones del ello. Pero 
muchas malas interpretaciones y oscuridades se derivan del he­
cho de que todavía no nos hemos habituado a considerar al yo 
desde un punto de vista intrasistemático. Se dice de "el yo” que 
es raciona!, realista o un integrador, cuando en realidad esas 
características son sólo de una o de otra de sus funciones.
El acceso intrasistemático se toma esencial si deseamos escla­
recer conceptos tales como "el dominio de! yo”, "el control del 
yo" o "la fuerza del yo”. Todos estos términos son extraordina­
riamente ambiguos a menos que se añada una consideración dife­
rencial de las funciones del yo que en realidad están implicadas 
en las situaciones que deseamos describir. Me es imposible en­
trar aquí a ocuparme de lo mucho que se ha escrito acerca de
129PSICOANALITICA DEL YO
la fuerza del yo (véase Glover, 1943; Nunberg, 1939). Bastarán 
pues, unas pocas observaciones. Estamos habituados a juzgar 
la fuerza del yo basándonos en su comportamiento en situacio­
nes típicas, bien sea que provengan del lado del ello, del superyó 
o de la realidad exterior. Lo que immplicaría que la fuerza del 
yo, como la adaptación, podría formularse sólo en términos de 
una serie de relaciones específicas. Podemos pensar en esto 
estableciendo un paralelo con muchos problemas fisiológicos: 
en la insuficiencia cardiaca, la incapacidad del corazón puede 
deberse a un esfuerzo grande o repentino, o a razones que resi­
den en el órgano mismo; también puede deberse al estado en 
que se encuentran los conductos sanguíneos; estos factores son 
además interdependientes de las regulaciones centrales y de otras 
variables de este complejo sistema. La fortaleza o debilidad del 
yo —ya sea habitual o circunstancial— se debe a muchos facto­
res que pertenecen al ello o al superyó, y se ha señalado que 
obedecen exclusivamente al grado en que el yo sea o no invadido 
por los otros sistemas (Glover). No obstante, quiero destacar aquí 
que ha de tenerse también en cuenta el aspecto autónomo del yo. 
El examen de una gran variedad de elementos, que se intenta 
relacionar con los grados de fuerza del yo 
los impulsos, el narcisismo, la tolerancia o intolerancia al dis­
placer, la angustia, los sentimientos de culpa, etc.— nos deja 
aún en cierta confusión. Además, como dice Nunberg, las res­
puestas sólo son válidas para algunas situaciones perfectamente 
circunscritas. Un ejemplo típico de las dificultades implicadas, 
hacia las cuales llamó Freud la atención, es el hecho bien co­
nocido de que la defensa, en tanto demuestra la fuerza relativa 
del yo vis-á-vis los impulsos, puede, por otra parte, convertirse 
en la verdadera razón de la debilidad del yo. Tenemos que ad­
mitir —una vez más como en el caso de la adaptación— que 
parece bastante cierto en lo general que el logro ganado en una 
dirección puede causar trastornos en otras. En el contexto 
presente quiero sólo destacar un enfoque del problema: el de 
estudiar cuidadosamente las interrelaciones entre las diferentes 
áreas de las funciones del yo, como la defensa, la organización 
y la zona de la autonomía. La defensa que lleva al agotamiento 
de la fuerza del yo se determina no sólo por la fuerza del im­
pulso en cuestión y por las defensas de las fronteras del yo, 
sino también por los suministros que la región interna puede 
poner a su disposición. Todas las definiciones de la fuerza del 
yo resultarán insatisfactorias en tanto que tomen sólo en cuenta 
la relación con los otros sistemas mentales, ignorando los fac­
tores intrasistemáticos. Cualquier definición ha de incluir, como 
elementos esenciales, las funciones autónomas del yo, su inter­
dependencia y jerarquía estructural y, especialmente, si son 
capaces, y hasta qué punto de resistir el daño mediante los pro­
cesos de la defensa. Éste es, sin duda, uno de los elementos
orno la fuerza de
COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA
principales a que me refiero al hablar de la fuerza del yo. Y pro­
bablemente no sea sólo cuestión de la cantidad y de la distribu­
ción de la energía del yo disponible, sino también deba relacio­
narse con el grado en que las catexias de esas funciones estén 
neutralizadas.
Tomando como mis principales puntos de partida algunos de 
los últimos hallazgos de Freud, que no han sido aún plenamente 
integrados, he expuesto un cierto número de sincronizaciones y 
de nuevas formulaciones y de adiciones a algunos principios de 
la teoría psicoanalítica generalmente aceptados. Quiero terminar 
■ citando un pasaje de Freud (1926 a, p. 160): "No hay por qué 
desanimarse por estas enmiendas, las cuales no deben ser mal 
recibidas si añaden algo a nuestro conocimiento, ni mirarse con 
disgusto en tanto que enriquezcan más bien que invaliden nues­
tras opiniones anteriores, sea limitando algunas afirmaciones que 
acaso eran demasiado generales, sea ampliando algunas ideas 
formuladas de una manera demasiado estrecha."
130
8. IMPLICACIONES TÉCNICAS DE LA PSICOLOGIA DEL YO
(1951)
En uno de sus últimos escritos, Freud (1937a) dijo que, en 
su opinión, los caminos por los cuales la técnica psicoanalítica 
alcanza sus finalidades están suficientemente elucidados; por 
ello, se debe preguntar más bien por los obstáculos que encuen­
tra esta terapia. No obstante, en la literatura analítica hay mu­
chos temas que siguen siendo motivo de controversia, no sólo 
respecto de la práctica, sino también de la teoría de la técnica. 
Me ocuparé de lo que estas variaciones significan y de las dife­
rencias en el enfoque teórico o práctico a que podemos atri­
buirlas.
Los avances en el desarrollo del análisis están sin duda basa­
dos en su mayoría en los descubrimientos clínicos; no obstante, 
ahora que el psicoanálisis ha llegado a la xqadurez, nos damos 
cuenta con más claridad también del papel estimulador y recí­
procamente dependiente tanto de la teoría como de la técnica. Ha­
blando retrospectivamente, podemos decir que en los diferentes 
niveles de su desarrollo, la técnica analítica se empleó igualmen­
te de diferentes modos, no sólo para las finalidades terapéu­
ticas inmediatas, sino también para determinar el posible alcance 
de la observación, del hallazgo de hecho en general. Los conceptos 
teóricos ayudaron en diversas etapas y de diversas maneras a 
facilitar laorganización de los datos observados (en realidad 
también a ver los hechos) y al progreso de la exactitud y efec­
tividad de la técnica. En el trascurso de su crecimiento, se pro­
dujo una integración 
menos— de los alementos clínicos, técnicos y teóricos en un 
estado de influencia recíproca. Los conceptos teóricos deficien­
tes y las intuiciones incompletas llevaron con frecuencia a vicios 
en la técnica, existiendo muchos ejemplos de adhesión a errores 
técnicos que acarrean deformaciones e interpretaciones equivo** 
cadas de los hechos.
En cuanto a la relación de la técnica y de la teoría, siempre 
que se produce una falta en la integración, es probable que am­
bos aspectos sufran las consecuencias. Una separación gradual 
de la teoría y de la técnica, recomendada por muchos, demos­
traría hoy su ineficacia, como ya lo hizo en el pasado. La com­
paración utilizada con frecuencia con ciertas especialidades mé­
dicas es engañosa.
Un defecto en la integración de ambos aspectos puede deberse 
también a que uno de ellos deja atrás al otro en el transcurso del 
desarrollo analítico. En otro lugar he tratado de demostrar 
que el retraso a la sazón es más bien del lado técnico que del
n ocasiones más completa y en otras
131
IMPLICACIONES TÉCNICAS
lado de la teoría o de la intuición psicológica. Lo contrario ocu­
rrió cuando Freud introdujo el análisis sistemático de las resis­
tencias, sin darse cuenta al principio de todas sus implicaciones 
para la psicología del yo. Hoy en día sabemos en realidad mu­
cho más de cuanto somos capaces de utilizar técnicamente de un 
modo racional. Descubrimientos técnicos auténticos 
ron la abreacción y el análisis de las resistencias— no los encon­
tramos en la última fase del psicoanálisis; pero el conjunto de 
los conocimientos sistemáticos psicológicos y psicopatológicos se 
ha acrecentado considerablemente. No obstante, es posible que 
se restablezca el equilibrio, como ya ha ocurrido anteriormen­
te, probando su fructuosidad. Cuando menos, por un cierto 
tiempo, una corriente de interés del analista por los problemas 
técnicos ha llevado la delantera, asimilando gradualmente los 
progresos de la psicología psicoanalítica y de la psicopatología: 
la psicología del yo.
En tanto que seguíamos esta orientación de la psicología a la 
técnica, nos dimos cuenta, por supuesto, del hecho de que la téc­
nica psicoanalítica es más que una mera aplicación de la teoría 
psicológica. Freud admitió que se había restringido intencional­
mente bastante en la formulación de reglas técnicas y nosotros 
estamos aún lejos de disponer de una serie de prescripciones técni­
cas que puedan abarcar cada una de las situaciones dadas. Para 
caracterizar el presente, podemos decir que conocemos algunos 
de los principios técnicos generales que nos ayudan a evitar cier­
tos errores típicos, y que en la experiencia resumida de los ana­
listas capaces tenemos a nuestra disposición una enorme reserva 
potencial de conocimientos técnicos específicos que, en el curso 
del análisis de adiestramiento y la supervisión, se trasmite a 
quienes se preparan en psicoanálisis. Hasta ahora se han hecho 
comparativamente pocos esfuerzos sistemáticos y colectivos para 
lograr que este depósito potencial sea aprovechable en mayor es­
cala, aun cuando, en principio, no veo ninguna razón para que 
no pudiera hacerse. Mientras tanto, estamos tratando de desarro­
llar ciertas reglas que estén entre la generalidad de los principios 
técnicos conocidos y la especifidad de las experiencias clínicas, 
ciertos principia media. Es decir, estudiamos las variaciones de 
nuestros principios técnicos de acuerdo con la estructura psico­
lógica de cada paciente, su sintomatología clínica, el nivel de edad 
y demás. Sin embargo, tomando en consideración la interacción 
de lo que podemos llamar el aspecto del planeamiento racional de 
nuestro trabajo con sus elementos inconscientes, no podemos sino 
suscribir plenamente lo que Ferenczi puso de manifiesto hace 
más de veinte años: la importancia esencial de conservar flexible 
la técnica psicoanalítica, especialmente cuando estamos tratando 
de establecer lo que puede ganar la técnica con la intuición cien­
tífica que se le añade; también en la enseñanza se ha de evitar 
que el alumno reciba la impresión de que existe en verdad una
132
orno fue-
133DE LA PSICOLOGÍA DEL YO
serie completa de reglas que solamente su falta de experiencia le 
impide conocer. Tampoco debemos olvidar que además de la guía 
intuitiva de nuestra técnica, el trabajo de cada analista, con cada 
uno de sus pacientes en particular, tiene también un carácter ver­
daderamente experimental. Hay una secuencia continua de ensa­
yos y errores siempre que comprobamos nuestros procedimientos 
técnicos por sus consecuencias inmediatas y por sus resultados 
terapéuticos.
Las implicaciones técnicas de la psicología del yo apuntan, en 
primer lugar y ante todo, a lo que una intuición más atenta de 
la defensa nos ha enseñado acerca de la comprensión y el manejo 
de las resistencias; pero siendo el yo lo que es, esto también 
significa un progreso en los modos de comprensión y el trato con 
aspectos de la realidad de la conducta de nuestros pacientes. 
Buscar el origen de la angustia neurótica en la real fue un paso 
decisivo y evidentemente una consecuencia del hecho de que 
Freud (1926a) había vuelto a interesarse en las implicaciones clí­
nicas de la psicología del yo. Y también una clara consecuencia 
de esto es la forma en que Anna Freud (1936) aborda y trata el 
conflicto de la realidad, que ella establece como un terreno de 
interés para el análisis igual al de los conflictos del yo con el ello 
y con el superyó. Así quedó abierto el camino para un mejor 
entendimiento de la adaptación y el papel que juega en el neu­
rótico así como en el individuo que llamamos normal. Aquí, tam­
bién, hay muchas implicaciones prácticas, y no creemos que se 
pueda tratar una neurosis sin ocupamos de su interacción con 
el funcionamiento normal. Creemos que para comprender plena­
mente la neurosis y su etiología, tenemos que comprender también 
la etiología de la salud. Es verdad que el psicoanálisis siempre ha 
tenido todo esto presente en cierto grado, pero el cambio en el 
acento es bastante considerable para que sea digno de atención. 
En efecto, se ha vuelto una realidad que en el análisis estamos 
tratando con la personalidad total del paciente sólo desde que 
nos dimos cuenta de este giro en el pensamiento y en la técnica 
correspondiente. Del mismo modo, la consideración de esas depen­
dencias recíprocas que encontramos entre la esfera conflictiva 
del yo y la no conflictiva camina en esa misma dirección. El que 
ningún concepto de la fuerza del yo, ningún concepto de la salud 
mental, sea satisfactorio si no toma en consideración el funciona­
miento no conflictivo así como los conflictos centrales (véase 
el capítulo 1), influye también en nuestra técnica en la medida en 
que ayuda a definir más precisamente las finalidades de la terapia 
psicoanalítica.
Si se piensa según estas directrices y si dejamos que nuestra 
curiosidad nos tiente a echar una mirada hacia el futuro, pode­
mos decir que el progreso técnico dependerá de un estudio más 
sistemático de las diversas unidades funcionales dentro del yo. 
Al estudio de las relaciones del yo con el ello o el supeiyó, es
IMPLICACIONES TÉCNICAS134
decir, de los conflictos entre los sistemas y sus correlaciones, he­
mos de añadir un estudio más detallado de las correlaciones 
intrasistemáticas. Me refiero a una unidad así dentro del yo: la 
zona no conflictiva. Pero hemos de mirarla constantemente en re­
lación con las unidades de funcionamiento que representan las 
contracatexias, o el trato con la realidad, o los patrones automa­
tizados preconscientes, o ese control funcional e integración 
especiales que conocemos bajo el nombre de función sintética 
o mejor aún organizadora. El que dicho enfoque intrasistemático 
se convirtiera en tema de una investigaciónmás específica esta­
ría de acuerdo con muchos trabajos de investigación efectuados 
hoy en día. ¿Qué queremos decir al hablar de ayudar al yo del 
paciente, o de fortalecer su yo? Esto en verdad no puede des­
cribirse adecuadamente refiriéndonos sólo a la redistribución de 
la energía entre el ello y el yo, o entre el superyó y el yo; sino 
que supone cambios desde ciertas esferas del yo hacia otras uni­
dades funcionales dentro del yo. Ninguna definición de la fortaleza 
del yo la considero completa, si no se refiere a las estructuras 
intrasistemáticas, es decir, si no toma en cuenta la preponderancia 
relativa de ciertas funciones del yo sobre otras; por ejemplo, que 
las funciones autónomas del yo1 estén o no interferidas por las 
funciones defensivas, al igual que la amplitud en que las energías 
que utilizan las distintas funciones del yo estén neutralizadas. No 
cabe duda de que lo dicho por Freud (1937a) acerca de las 
resistencias que, en cierto sentido, están separadas dentro del yo o 
acerca de la partición del yo en el proceso de la defensa (1940b), 
o lo que dice Richard Sterba (1934) acerca de la escisión del yo 
en el análisis son ejemplos de pensamiento intrasistemático, y 
podría dar aún algunos otros. Lo que quiero dejar sentado aquí 
es que esas intuiciones han sido logradas hasta ahora como sub­
productos más bien que como resultados de un escrutinio consis­
tente de las relaciones intrasistemáticas sinergéticas y antagónicas 
y que en muchos casos en que hablamos de "el yo" está indicada 
una consideración diferencial de las varias funciones del yo.
Todo esto muestra que el análisis, gradual e inevitablemente, 
aunque con vacilaciones, se convierte en una psicología general 
que incluye tanto la conducta normal como la patológica, tanto 
la no conflictiva como la conflictiva (estas dos oposiciones no 
coinciden); y que es probable que la técnica se beneficie más 
de este desarrollo de lo que lo ha venido haciendo desde que 
Freud inició esta tendencia.
Hasta ahora no hemos discutido explícitamente ese aspecto del 
psicoanálisis que designamos de ordinario como el punto de vista 
estructural. Las concepciones más antiguas de Freud sobre el 
aparato psíquico lo describen en tres estratos: el consciente,
i Para una definición más precisa de la autonomía primaria y la secun­
daria, véase el capítulo 7.
135DE LA PSICOLOGIA DEL YO
el preconsciente y el inconsciente. El cambio más incisivo que se 
produjo en el modelo de la personalidad psíquica de Freud puede 
ilustrarse agregando a su descripción una serie de capas, su re­
presentación como un todo (más o menos) integrado, subdivisible 
en centros de funcionamiento mental, siendo definidas estas sub­
estructuras por sus funciones y sus demarcaciones basadas en el 
hecho de que, empíricamente, encontramos una mayor coheren­
cia entre ciertas funciones que entre otras (Hartmann, Kris y 
Loewenstein, 1946). Esto facilita un enfoque multidimensional 
y, por lo que toca a la psicología y la terapia psicoanalíticas, ha 
sido admitido bastante generalmente que será más provechoso 
para explicar las propiedades dinámicas y económicas de la vida 
mental. En la técnica, el concepto de estratificación demostró ser 
muy provechoso y lo es aún, en tanto que volver conscientes a 
los procesos inconscientes por medio de los preconscientes es sin 
duda un factor constante y principal del que dependen nuestros 
resultados terapéuticos. No obstante, basándose en el concepto 
de las capas y en el análisis de la resistencia —acaso porque la 
técnica en ocasiones invade con demasiada violencia la teoría— 
Wilhelm Reich (1933) desarrolló el concepto de estratificación 
histórica, y con él una imagen de la personalidad que es definida- 
mente preestructural, en términos del desarrollo de la psicología 
psicoanalítica. Nunberg (1928) previno primeramente contra esta 
simplificación. Fenichel también en su libro sobre la técnica 
(1941) se dio cuenta de algunas de sus insuficiencias y mantuvo 
que ciertos trastornos del carácter muestran situaciones caóticas 
espontáneas en el análisis; y que los desplazamientos de las 
capas psíquicas podían ocasionarse por la vida ordinaria del 
paciente, así como por sus tentaciones instintivas o por el refor­
zamiento de la angustia. He de añadir que los factores que 
contrarrestan el establecimiento de una imagen nítida de la estra­
tificación histórica parecen ser mucho más numerosos. Los des­
plazamientos de las capas históricas son, corrientemente, una 
parte esencial de la vida de la mente, como lo hemos visto en 
el análisis. Sin entrar a discutir esa particular teoría, se ha hecho 
mención de ella con relación a esto porque su enfoque —no el 
más fiel al hecho, pero que evidentemente contiene cierta ver­
dad— tiene la ventaja de unir del modo más simple y más radical 
la "secuencia correcta de las interpretaciones” con la historia 
de la vida del paciente, pero también porque, después de haber 
sobrevivido a su utilidad en esta forma radical, se ha venido a 
convertir más o menos en un impedimento. Incluso puede ser 
la responsable de una cierta rigidez en nuestro acceso, aun cuan­
do tratamos de utilizar más plenamente en nuestra técnica las 
implicaciones del concepto estructural contra el concepto uni­
lateral de las "capas”.
No hay duda, sin embargo, de que una gran variedad de 
accesos convergen gradualmente en esta dirección. Esto aparece
IMPLICACIONES TÉCNICAS136
más claramente aún si se siguen las subsecuentes vicisitudes e 
implicaciones de la aplicación de la fórmula de Freud, "traer 
el material inconsciente a la conciencia", en el desarrollo del 
psicoanálisis. La fórmula ha subsistido, en tanto que su significa­
do fue ampliado y profundizado por la creciente penetración de 
Freud en la estructura del conflicto neurótico. Su significación 
tópica había sido ya comprendida en la época de los Estudios 
sobre la histeria (1895). Pero pronto se dio cuenta de que dar al 
paciente nada más que una traducción de las derivaciones de su 
inconsciente no bastaba. El paso siguiente se caracterizó por una 
visión más exacta de los problemas dinámicos y económicos de 
la resistencia, y por la fijación consecuente de reglas para el 
"qué", el "cuándo" y el "cuánto" de la interpretación; lo que 
fue definido en sus aspectos principales en los escritos de Freud 
sobre la técnica (1911 a 1915). Aconseja al analista que no selec­
cione elementos o problemas particulares para trabajar sobre 
ellos, sino que comience con el primero que se presente en la 
superficie psíquica y que utilice las interpretaciones sobre todo 
con el propósito de reconocer la resistencia y hacer que ésta 
se vuelva consciente para el paciente. Ciertamente no todos los 
analistas trabajan con exactitud de este modo aun hoy en día. Sin 
embargo, tales son los fundamentos de lo que podríamos llamar 
la técnica analítica normal. Así, "hacer que lo inconsciente se 
vuelva consciente" fue revestido de significaciones adicionales. 
Los progresos psicológicos básicos correspondientes fueron defi­
nidos en los escritos de Freud sobre metapsicología.
Algunos años después, en la tercera década del siglo, estos 
principios se convirtieron en tema de estudio concienzudo, de 
discusión activa, de elaboración y parcial modificación por otros 
analistas. Pronto esa discusión quedó bajo el impacto de la deli­
ncación de las unidades de función (el yo, el ello, el superyó), 
esto es, del aspecto estructural. Aquí, una vez más, quedó a la 
vista una interdependencia fecunda de la teoría y de la práctica. 
La naturaleza inconsciente de la resistencia, un hecho descu­
bierto mediante la observación clínica, bajo las condiciones de 
la terapia analítica, se convirtió en piedra angular del desarrollo 
de las últimas formulaciones de Freud sobre los aspectos incons­
cientes del yo. No fue menos importante la influencia inversa 
de la teoría sobre la práctica clínica con los pacientes. Ante todo, 
la psicología del yo representó y representa un ensanchamientode nuestro campo visual. Una "buena” teoría nos ayuda a des­
cubrir los hechos (por ejemplo, a reconocer una resistencia como 
tal) y a ver la conexión existente entre ellos. Esta parte de 
nuestra psicología también ofrece una comprensión más profun­
da de las formas y los mecanismos de defensa, y una considera­
ción más exacta de los detalles de la experiencia interna y de la 
conducta del paciente; en correspondencia a esto, por el lado 
de la técnica, hay una tendencia hacia una interpretación más
DE LA PSICOLOGIA DEL YO
concreta y específica. Este acceso abarca en sí mismo la infinita 
variedad de las características individuales y un grado de dife­
renciación que no había sido accesible al conocimiento anterior, 
un tanto indefinido, de las funciones del yo. También aguzó 
nuestra visión de la frecuente identidad de los patrones en 
campos muchas veces ampliamente divergentes de la conducta 
de un individuo, tal y como lo describe Anna Freud.
Desearía examinar aquí sucintamente un problema relacionado 
con este contexto: el habla y el lenguaje. Freud descubrió que 
en la transición del estado inconsciente al preconsciente, se 
añade a la catexia de la cosa una catexia de representación 
verbal. Posteriormente, Nunberg (1937), pensando ya con arreglo 
a directrices estructurales, describió el papel de la función sin­
tética del yo en este proceso hacia la vinculación y la asimila­
ción. Se puede añadir también que la función del elemento 
verbal en la situación análisis no se limita a la catexia verbal 
y a la integración, sino que también comprende la expresión. 
Me estoy refiriendo al papel específico del habla en la situación 
analítica.2 Lo que también contribuye a la fijación del elemento 
previamente inconsciente en la mente preconsciente o consciente 
del paciente. Otra función estructural del mismo proceso se debe 
al hecho de que la fijación de los símbolos verbales se vincula 
en el desarrollo del niño con la formación del concepto y repre­
senta el principal camino real hacia la objetivación, desempe­
ñando un papel semejante en la situación analítica. Allana el 
tránsito del paciente a una aprehensión mejor de la realidad 
física tanto como de la psíquica. Además, la acción de hablar 
tiene también un significado social específico, por cuanto se 
halla al servicio de la comunicación y en este respectó se con­
vierte en el objeto del análisis de la transferencia. Hay también, 
por supuesto, en el hablar el aspecto de la descarga emocional 
o abreacción. Por último, la influencia del superyó en el habla y 
el lenguaje nos es conocida, especialmente por la psicopatología. 
Esto equivale a decir que los diferentes aspectos de la palabra 
y el lenguaje, tal y como los describen los psicólogos y los filó­
sofos, se toman coherentes y significativos si los vemos desde 
el ángulo de nuestro modelo estructural, y que en este caso, 
realmente, todas las implicaciones estructurales se han hecho 
hoy en día importantes para nuestro manejo de la situación 
analítica. Al tratar de esclarecer los aspectos técnicos de los 
problemas implicados seguimos en realidad la orientación de la 
psicología estructural.
La necesidad de escrutar el material de nuestros pacientes, 
por lo que toca a sus derivaciones de todos los sistemas psí­
quicos, sin inclinamos a favor de uno u otro, está hoy en día 
aceptada de un modo bastante general como un principio técnico.
2 Véase también Loewenstcin (1956, 1957).
137
IMPLICACIONES TÉCNICAS138
Asimismo encontramos muchas situaciones en las que hasta la 
oposición familiar de la defensa y el instinto ha perdido mucho 
de su carácter absoluto. Algunas de estas situaciones son bastan­
te bien conocidas, como sucede en el caso en que la defensa 
está sexualizada o on mucha frecuencia también— "agresi- 
vizada" (si se me permite usar esta expresión); o en aquellos 
casos en que se utiliza una tendencia instintiva para fines de­
fensivos. Muchos de estos casos pueden ser manejados de acuer­
do con las reglas generales derivadas de lo que sabemos acerca de 
la dinámica y la economía de la interpretación, como, por ejem­
plo: la interpretación de la resistencia precede a la interpreta­
ción del contenido, etc. En otros casos estas reglas no dan 
muestras de ser suficientemente sutiles; pueden darse efectos 
laterales de interpretaciones cuantitativos o cualitativos ines­
perados y a veces grandemente molestos. Éste es entonces un 
problema que claramente trasciende esas situaciones técnicas 
que he puesto aquí como ejemplos. Si se dan semejantes efectos 
incidentales, nuestra dosificación o toma del tiempo puede haber 
sido equivocada. Pero puede también ser —y éste es el más ins­
tructivo de los casos— que hayamos pasado por alto algunas 
implicaciones estructurales, aun cuando sigamos correctamente 
los principios económicos cuantitativos. Puede ser que hayamos 
considerado solamente este aspecto cuantitativo de la resistencia 
sin haber tenido en cuenta con bastante precisión cómo la misma 
cantidad puede implicar funciones diferentes del yo y del su- 
peryó en grados diversos. En tanto nos concentremos en el análi­
sis de una resistencia, nos hallamos trabajando realmente en 
diversos lugares del campo al mismo tiempo. Pero no siempre 
estamos atentos a los posibles efectos laterales si enfocamos 
demasiado exclusivamente la dualidad "defensa-impulso rechaza­
do". Las reglas generales sobre la dinámica y la economía de 
la interpretación serán incompletas en tanto no consideremos 
que, además de los factores cuantitativos, las resistencias repre­
sentan también modos en los que las diversas funciones psíqui­
cas, directa o muchas veces indirectamente, participan en la 
defensa; "participación" que apunta hacia las correlaciones Ínter 
e intrasistemáticas, incluyendo igualmente sus aspectos genéti­
cos, que aquí se refieren a los sistemas de la memoria. Por su­
puesto, no sabemos nada acerca de cómo manejar las diversas 
formas de la resistencia de manera diferente, aun cuando éstas 
parezcan ser equivalentes si se les mira desde el ángulo econó­
mico. Insisto en esto sólo porque pienso que este aspecto estruc­
tural de la interpretación está aún menos cabalmente compren­
dido y menos explícitamente fijado que sus aspectos dinámico 
y económico. Es probable que llegue el día en que seamos capa­
ces de formular más sistemáticamente el elemento racional de 
nuestra técnica, es decir, de "planear" las consecuencias pre-
139DE LA PSICOLOGIA DEL YO
visibles de nuestras intervenciones con respecto a dichas implica­
ciones estructurales.
Esto dependerá en parte de nuestro progreso en un campo 
conocido de la investigación psicoanalítica: la comprensión más 
profunda de la elección y del aspecto cuantitativo de los meca­
nismos de defensa, de su cronología típica e individual, pero, 
sobre todo esto, de su interrelación genética y económica con 
otras funciones del yo. Para tocar al menos uno de los problemas 
genéticos que se implican, podemos dar por supuesto que mu­
chos mecanismos de defensa tienen su origen en actos defensivos 
primitivos contra el mundo exterior, acciones que en parte per­
tenecen probablemente a la autonomía primaria del yo, y que sólo 
posteriormente, en situaciones de conflictos psíquicos, evolu­
cionan hacia lo que denominamos específicamente mecanismos 
de defensa. También podemos decir que muchos de éstos, tras de 
haber sido establecidos como tales, llegan a investirse, de un 
modo secundario, de otras funciones (la intelectualización, por 
ejemplo). Lo que contribuye a una superposición complicada 
de su papel como resistencias con las otras funciones que ellos 
representan. A esto se debe que, si deseamos analizar las defen­
sas de una manera racional, tengamos que considerar sus rami­
ficaciones estructurales, Ínter e intrasistemáticas, más allá del 
aspecto de resistencia que ofrecen al análisis. Por supuesto, sa­
bemos esto en principio, pero en cierto modo nuestro conoci­
miento a este respecto no es siempre lo bastante específico.Gené­
ticamente, algunas de las cuestiones pertinentes de la psicología 
estructural pueden contemplarse desde el ángulo de lo que, to­
mando prestado el término a la biología, yo denominé "cambio 
de función" (Hartmann, 1939a). Es parte de lo que ahora llamo 
"autonomía secundaria".3 Significa independencia funcional rela­
tiva, a pesar de la continuidad genética, e invita a que se sepa­
re más claramente el aspecto funcional del genético. Esta inde­
pendencia relativa puede ser más o menos completa. En algunos 
casos es prácticamente irreversible dentro de las condiciones de 
la conducta cotidiana "normal”. Pero sabemos por la experiencia 
que hasta en muchos de estos casos puede observarse la reversi­
bilidad bajo condiciones especiales, como en los sueños, en las 
neurosis y psicosis y en el análisis. Gracias a esto el desarrollo 
de la autonomía secundaria puede volverse provechoso para el 
estudio de los fenómenos de la superposición y de la ramifica­
ción que acabo de mencionar.
Regreso ahora al problema de los efectos incidentales de la 
interpretación, que frecuentemente trascienden nuestro interés 
inmediato por el dispositivo específico impulso-defensa de que
3 Al describir fenómenos semejantes, Gordon Allport (1937) utilizó el 
término "autonomía funcional", abordando el problema desde un ángulo 
que está más próximo del pensamiento psicoanalítico de lo que él parece 
aceptar.
IMPLICACIONES TÉCNICAS140
estamos ocupándonos, y que no siempre son predecibles. Al tratar 
de explicar de un modo general estas observaciones y las que se 
relacionan con ellas procedentes de diversas fuentes clínicas, 
suponemos que el proceso puesto en marcha por un estímulo 
(siendo la interpretación sólo un caso en cuestión) no produce 
sólo, por decirlo así, reacciones "locales”. Va más allá del "área” 
estimulada, alterando el equilibrio de las energías mentales y 
afectando a una diversidad de aspectos del sistema dinámico. 
Este proceso activa o pone en estado de preparación a elementos 
funcional y genéticamente conectados con él; su llamado llega 
muchas veces de un sistema al interior de los otros, y sus efectos 
laterales inconscientes pueden trascender las barreras de las 
contracatexias. Sería, sin embargo, temerario suponer que estas 
"conexiones" puedan ser comprendidas siempre en términos de 
los principios de un mero asociacionismo. En contraste con el 
enfoque asociacionista, nosotros implicamos la presencia no sólo 
de los factores dinámicos, sino igualmente de los estructurales. 
También el psicoanálisis, aun cuando a menudo ha empleado el 
lenguaje del asociacionismo, se distinguió desde el primer mo­
mento de él y ello se acentuó más desde que los principios de 
organización y estructura se convirtieron explícitamente en una 
parte esencial de nuestra teoría.
Lo que vengo describiendo puede designarse concisamente 
como el "principio del llamado múltiple”. Quiero presentar este 
enfoque a modo de ensayo, sin ocuparme de las proposiciones 
alternativas. Una concepción fisiológica un tanto similar ha sido 
adelantada por los fisiólogos del cerebro, algunos de los cuales 
utilizan el término de "efecto de resonancia”. Quiero también 
hacer mención de que Federa (1938), en cierta medida, opinó, 
siguiendo directrices similares, al tratar de probar lo que le 
interesaba, que se da en el cerebro cierta conducción no basada 
en vías neurales, lo que, sin embargo, no tiene relación inme­
diata con nuestro problema.
Al considerar los cambios en la catexia menos como fenóme­
nos aislados que como ocurriendo más bien en un "campo”, 
estamos de acuerdo con una orientación que en la ciencia mo­
derna ha demostrado ser fructífera en una gran diversidad de 
dominios. Creo que en cuanto a los fenómenos considerados 
aquí, la introducción del concepto de campo puede facilitar su 
comprensión. Pero debo añadir que trasladar la totalidad de la 
psicología analítica al campo psicológico parece ser difícilmente 
realizable sin violentarla considerablemente, pese a las reitera­
das demandas pregonadas por los representantes de la teoría 
del campo en psicología.
Como en este breve escrito he tocado una larga lista de temas, 
debo hacer un resumen. Comparando el desarrollo teórico y el 
técnico, creo que el retraso actual corresponde más bien a la téc-
141DE LA. PSICOLOGIA DEL YO
nica. En el proceso del reemplazo gradual de los conceptos más 
antiguos de estratos o capas por los conceptos estructurales, no 
se han entendido hasta ahora todas las implicaciones. Ofrecimos 
un ejemplo al ocupamos de las implicaciones estructurales del ha­
bla y el lenguaje en el análisis, de cómo la gradual comprensión del 
pensamiento estructural ha evolucionado y ha ayudado al mejor 
entendimiento y utilización del material analítico. Por el lado téc­
nico, nuestra técnica de interpretación hasta ahora ha sido mejor 
entendida y se ha tomado más explícita en sus aspectos dinámico 
y económico que en sus aspectos estructurales. Ciertos efectos 
incidentales de interpretación que, aun siendo conocidos de to­
dos nosotros, no han sido tomados suficientemente en considera­
ción por nuestra teoría o nuestra técnica, necesitan una investi­
gación más cuidadosa. Y para concluir, intento mostrar que 
puede ser útil observar ciertos problemas relacionados con la 
psicología psicoanalítica desde el ángulo del "principio del lla­
mado múltiple".
9. INFLUENCIAS MUTUAS EN EL DESARROLLO 
. DEL YO Y DEL ELLO
(1952)
No puedo asegurar que me sienta demasiado a mis anchas al 
iniciar este Simposium sobre "Las influencias mutuas en el des­
arrollo del yo y del ello". Difícilmente habrá en el análisis un 
tema que tenga más amplitud. Cuanto pueda decir a ustedes 
apenas contribuirá a completar el cuadro. El tiempo de que dis­
pongo ni siquiera sería suficiente para una enumeración de los 
problemas implicados. Pero espero que esta misma dificultad, 
de la cual ustedes sin duda se dan tanta cuenta como yo, evitará 
que se me acuse de cualquier pecado de omisión; y espero tam­
bién que me concederán el privilegio de ofrecerles un acerca­
miento personal: el derecho de subrayar libremente y, sobre 
todo, de seleccionar para mi disertación sólo ciertos aspectos 
del problema, en tanto que descartaré muchos otros, aunque 
puedan ser de igual importancia para una teoría del desarrollo 
psicoanalítico integrada.
Voy a someter a ustedes para su discusión algunas posibles 
vías de acceso, tratando, por así decirlo, de situar el proble­
ma; haré unas pocas sugerencias para esclarecer, desenvolver 
e integrar algunos de sus aspectos, y empezaré, como es de cos­
tumbre, con algunas observaciones históricas, que, sin embargo, 
trataré de limitar a un mínimo.
El concepto de un yo se encuentra ya en la psicología fisiológica 
de Freud de 1895 y en algunos escritos clínicos que datan de ese 
mismo periodo. A estas primeras formulaciones siguieron años 
de grandes descubrimientos: los cimientos psicológicos del psico­
análisis en La interpretación de los sueños; la teoría de la libi­
do; la penetración en la etiología de la neurosis; el giro genético, 
es decir, el descubrimiento de la importancia decisiva de la 
historia de los primeros años de la vida; y el desarrollo de la téc­
nica psicoanalítica. Durante esos años el papel del yo es poco 
destacado y a veces queda hasta sepultado por completo bajo 
el impacto de la teoría de los instintos. Sólo entre la segunda 
y la tercera década del siglo fue definida explícitamente la psico­
logía del yo como un legítimo capítulo del análisis. El yo se 
despliega como un sistema de la personalidad, claramente aparte 
de las funciones del ello y del superyó. Este renacimiento del 
concepto del yo abarca los hallazgos freudianos acerca del in­
consciente y de los impulsos instintivos, cuyo desconocimiento 
había limitado terriblemente la utilidad de otros acerca de los 
conceptos preanalíticos del yo. Freud esboza un yo que, en com­
paración con sus primeras formulaciones, es infinitamente más
142
DESARROLLODEL YO Y DEL ELLO 143
rico en importancia, en dimensiones y en especificidad de fun­
ciones. En este último nivel, el concepto del yo freudiano, aun 
cuando hayan quedado en él elementos de las primeras formu­
laciones, aparece como algo esencialmente nuevo —también en 
cuanto a sus efectos— debido al impacto revolucionario que tuvo 
en el desarrollo de muchos aspectos del psicoanálisis, inclu­
yendo la teoría de los impulsos instintivos. Este desarrollo, dicho 
sea de paso, siempre me impresionó como un ejemplo bastante 
tajante de un principio de la filosofía de Hegel, quien contem­
plaba la evolución de los conceptos en términos de tesis, antí­
tesis y síntesis.
Abordando más de cerca los problemas yo-ello que se discuten 
hoy, debo decir que este crecimiento en el tamaño del papel 
del yo en el pensamiento de Freud puede considerarse: estruc­
turalmente, en su descripción como una unidad en parte in­
dependiente de la personalidad; dinámicamente, en la adverten­
cia de Freud de guardarse de una generalización simplificadora 
que había observado en el trabajo de algunos analistas, quienes 
tendían a subestimar la fuerza del yo frente ai ello (véase tam­
bién A. Freud, 1936); económicamente, en la hipótesis de que es 
alimentado por una modalidad de energía diferente a la de los 
impulsos. El aspecto independiente del yo es confirmado de un 
modo aún más manifiesto en una de las últimas proposiciones 
de Freud, que sugiere la naturaleza hereditaria de algunos de 
sus elementos.
Al desarrollar sus ideas sobre la relación yo-ello, Freud siguió 
la ruta que le marcaban las intuiciones técnicas y clínicas así 
como las teóricas. El interés en estos problemas se extiende desde 
los detalles tecnológicos hasta el nivel más abstracto de la formu­
lación de la teoría. No obstante, no debemos olvidar que los 
aspectos del yo que observamos no son necesariamente, desde 
el ángulo de las resistencias, los mismos que aquellos que están 
en primer término del estudio, digamos, de la psicosis, y ni 
uno ni otro de estos grupos de aspectos coincidirá plenamente 
con esa parte del yo que se hace visible en la observación directa 
de los niños. Así ocurre con los conceptos del yo parciales des­
arrollados, que Freud logró integrar en sus proposiciones más 
generales. Las diferentes facetas del pensamiento de Freud sobre 
el yo y el ello han sido elaboradas por diferentes analistas en 
diferentes direcciones. Además de la naturaleza de los datos usa­
dos, las preferencias teóricas tienen una influencia evidente en 
el centramiento de las investigaciones de un analista en uno, más 
bien que en otro, de tales conceptos parciales del yo. Destacar 
sólo uno de estos conceptos parciales a expensas de otros aspec­
tos, puede ser cuestión de conveniencia vis-á-vis problemas espe­
cíficos. Pero debemos recordar que el yo de la realidad, el yo 
defensivo, el yo organizador, el racional, el social; el yo que 
lleva una vaga existencia entre las grandes potencias, el ello y
INFLUENCIAS MUTUAS EN EL144
el superyó; el yo que evoluciona bajo la presión de las situa­
ciones de angustia: ninguno de ellos es "el yo" en el sentido de 
la psicología analítica, sino que son conceptos parciales que han 
de distinguirse del concepto general del yo freudiano.
Breud sabía que la con fiabilidad de nuestras afirmaciones y 
en particular de nuestras predicciones depende en el psico­
análisis, como en otras ciencias, de cuán amplia y sólidamente 
se ha desarrollado una teoría general. Él quería alcanzar una 
comprensión "de la totalidad de las funciones mentales”, como 
escribió en fecha muy temprana. Es decir, aspiraba a alcanzar, 
más allá de sus investigaciones clínicas, como lo dijo reiterada­
mente, lo que se podría llamar una psicología general, que 
abarcara tanto los fenómenos normales como los patológicos. Y 
esto me trae a la memoria una tendencia de su trabajo a través 
de todos los años de su vida. El bosquejo de ella en la obra de 
Freud es considerablemente más vasto de cuanto hasta ahora 
ha sido elaborado sistemáticamente en psicoanálisis. Él mismo 
dijo muchas veces que el hecho de que no se hubiera ocupado 
aún de determinado problema, no quería decir que negara su 
importancia.
Hago mención de esto aquí, porque lo que hoy estamos exa­
minando es en realidad un aspecto —quizá el aspecto más im­
portante, en el presente estado del análisis— de semejante abor­
daje psicoanalítico de la psicología general. Evidentemente, esto 
trasciende el concepto más estrecho que limita el análisis al 
entendimiento y terapia de las neurosis. Y aspira a abarcar 
tanto el desarrollo normal como el patológico. En segundo lugar, 
al tratar estos problemas del desarrollo a menudo también tras­
ciende lo accesible directamente al método psicoanalítico. Estoy 
hablando del crecimiento y desarrolló del niño hasta el fin de la 
etapa preverbal. Además, esta tendencia en la investigación ana­
lítica resulta igualmente de importancia para una mejor com­
prensión de los problemas clínicos y técnicos, y resulta particu­
larmente valiosa respecto de las cuestiones de la profilaxia 
mental.
En las hipótesis genéticas del psicoanálisis se utilizan amplia­
mente extrapolaciones cautelosas de lo que sabemos acerca de 
las etapas últimas del desarrollo a las primeras. Es asombroso 
lo mucho que la reconstrucción analítica nos ha enseñado acerca 
de estas etapas primarias. No obstante, siguen siendo objeto de 
discusión una multitud de cuestiones concernientes a la impor­
tancia relativa de nuestras diversas construcciones teóricas, a la 
cronología en el desarrollo de las diferentes funciones y demás. 
En esta situación el avance que ofrece mejores auspicios es la 
introducción reciente de la observación directa del crecimiento 
del recién nacido y del niño por psicoanalistas, o cuando me­
nos por observadores adiestradas psicoanalíticamcnte (véase 
A. Freud y otros). Esto puede ser provechoso para confrontar
DESARROLLO DEL YO Y DEL ELLO 145
. nuestras hipótesis genéticas con los datos de la observación; y 
puede ser decisivo al proporcionarnos guías efectivas para la 
formación de hipótesis. Podemos aprender de la correlación de 
los datos reconstructivos con los de la observación directa del 
niño cómo los últimos pueden utilizarse como indicadores de 
progresos estructuralmente centrales, etc. Esta orientación ya 
ha dado a nuestro conocimiento del desarrollo temprano del 
yo y el ello una concreción incomparablemente mayor, especial­
mente en cuanto a sus aspectos reales. Aquí, pues, se convierten 
forzosamente en un interés legítimo del analista no sólo el as­
pecto "negativo” del yo, su papel de adversario de los impulsos, 
sino también muchas otras funciones específicas del yo y sus 
interrelacioncs. Lo que significa un paso decisivo hacia una teo­
ría analítica general de la motivación.
También ha quedado de manifiesto, creo, que hablar del yo 
de una manera compendiada, como cuando se dice que se halla 
amenazado por el ello o desamparado vis-á-vis el ello, tal y como 
se hace con frecuencia, ya no es una descripción suficiente de la 
realidad del desarrollo ni aun en esas etapas tempranas. No siem­
pre es aconsejable concebir tales relaciones entre el yo y el ello 
como si fueran sólo dos campos opuestos (Freud, 1926a). El ob­
jeto de la investigación es la gran variedad de funciones evolu­
tivas del yo en su interdependencia antagónica, pero muchas 
veces también sinergética, con el ello y su consideración diferen­
cial (enfoque intrasistemático; véase el capítulo 8).
Hablando de las influencias mutuas en el desarrollo del yo y del 
ello, nos hemos habituado a considerar al primero, muy frecuen­
temente, como la variable dependiente y al segundo como la 
variable independiente. Nos impresiona la flexibilidad, la capa­
cidad para aprender de, cuando menos, partes del yo, y, por otro 
lado, la oposición obstinada al cambio de los impulsos instinti­
vos. Sin embargo, hay esos cambios en el ello que son producidos 
por el crecimientoo el desarrollo de los impulsos instintivos a 
través de todas sus fases subsecuentes; asimismo el yo puede 
tomar su porción de influencia extrayendo las energías instinti­
vas del ello o cerrándoles el paso; hay igualmente esas modifica­
ciones que el análisis, por la vía del yo, puede inducir en el ello; 
v, aunque acaso no resulte aún bien comprendido, hay además el 
aspecto del ello como resultado de la represión (véase también 
E. Bibring, 1937). Freud (1926a) llegó a pensar que su, en un 
principio, suposición normativa de que los impulsos reprimidos 
se conservan inalterados en el ello podía estar necesitada de 
revisión. Quizá, incluso, no sea éste el único posible resultado 
de la represión. Habría que considerar dos casos: "la mera re­
presión y la desaparición verdadera de un antiguo deseo o 
impulso”. Las tendencias instintivas reprimidas pueden perder 
sus catexias, las cuales entonces se emplearían de diferentes
INFLUENCIAS MUTUAS EN EL146
modos. En el caso de la disolución del complejo de Edipo, de 
acuerdo con Freud, se subliman y se utilizan en las identifica­
ciones resultantes. En otros casos, es posible pensar en una 
especie de desplazamiento de dichas energías que probablemente 
ayudan a fomentar el siguiente paso en el desarrollo instintivo. 
Ésta es una importante presunción hecha por A. Katan (1937).
La fuerza del yo, en sus relaciones con el ello, consiste en 
encontrar vías que hagan posible la descarga; o, en otros casos, 
en imponer cambios de finalidades o de las formas de energía 
que intervienen; en la capacidad de crear contracatexias; en su 
control de la percepción y la motilidad, y en su uso de la señal 
de peligro y el acceso al principio del placer y displacer. Un as­
pecto del desarrollo del yo puede describirse como la prosecu­
ción, en varios respectos, de la dirección de los impulsos. Nos 
hemos habituado a hablar de un yo oral y un yo anal y otros 
más, y a seguir las actitudes específicas del yo hasta las caracte­
rísticas libidinales específicas de la fase correlativa. Este aspecto 
muestra las fases del desarrollo del yo en estrecha conexión con 
la secuencia de las fases libidinales. No obstante, mientras que 
un abundante material clínico al igual que los datos de la obser­
vación directa atestiguan la importancia de esta relación, los 
caminos por los que las características de la fase libidinal con­
forman las actitudes del yo no están siempre claros. Creo que en 
algunos casos las características tanto de las tendencias instin­
tivas como de las actitudes del yo pueden tener un origen común 
en una fase indiferenciada. De lo dado, obtenido, etc., podemos 
suponer que son modeladas según patrones instintivos. También 
puede suponerse en el caso de algunos mecanismos de defensa 
un modelado parcial con arreglo a modelos instintivos, por 
ejemplo en la identificación y la proyección (Hartmann, 1939a). 
Pero describir la formación del yo únicamente en función de su 
dependencia del desarrollo instintivo da por resultado una ima­
gen incompleta. Ésta es sólo una de sus facetas, entre varias, 
cuestión de la que volveré a ocuparme con más detalle posterior­
mente. Al describir el desarrollo del niño en términos de fases 
libidinales, nos damos hoy cuenta mucho mejor del hecho de 
que los cortes transversales de desarrollo no pueden ser descri­
tos por completo, si nos referimos sólo a los fines libidinales (ni 
siquiera incluyendo en nuestra descripción las correspondientes 
relaciones de objeto). Tenemos que describirlas también con 
respecto a la implicación de otras dos series de factores*, las 
vicisitudes de los impulsos agresivos y los elementos parcial­
mente independientes del yo. Bien podría ser que el tiempo que 
dura y hasta la formación individual de las fases típicas, en cierta 
medida, sea posible seguirlas hasta las variaciones individuales 
del desarrollo del yo, por ejemplo, hasta la precocidad de ciertas 
de sus funciones, que pueden resultar también importantes para 
la patología (véase el capítulo 6).
DESARROLLO DEL YO Y DEL ELLO 147
Algunos aspectos de las interrelaciones del yo y el ello más 
tempranas pueden ponerse en claro parcialmente mediante el 
estudio de los fenómenos regresivos en la psicosis1 y también, 
por ejemplo, de los fenómenos que se producen al quedarse 
dormido (Isakower, 1938). Para la comprensión de los mismos 
problemas, en algunos casos, y de otros diferentes, en otros, ha 
demostrado ser esencial el acceso mediante el estudio del yo cor­
poral y de las relaciones del objeto. Siendo el cuerpo del yo 
el mediador entre el mundo interno y el externo, y siendo lo que 
llamamos objetos los representantes emocionales más importan­
tes del mundo externo, el acercamiento a través del yo corporal 
y de las relaciones de objeto es también el acceso preferido para 
estudiar cómo se desarrollan las relaciones yo y ello en la inter­
acción individual con el medio ambiente. El desarrollo del yo 
corporal será tratado por Hoffer aquí mismo (1952). Por lo que 
diré sobre esto sólo unas palabras con referencia a esas facetas 
de las relaciones de objeto que parecen de importancia para nues­
tra exposición. Freud (1926a) encontró que, como consecuencia 
del desamparo y dependencia prolongados de la criatura huma­
na, "la influencia del mundo exterior real... se intensifica y se 
estimula una temprana diferenciación entre el yo y el ello. Ade­
más, los peligros del mundo exterior tienen una gran importancia 
para el niño, de modo que el valor del objeto que es el único 
que puede protegerlo contra ellos... se acrecienta enormemente" 
(pp. 154 ss.). Podemos decir también que en el ser humano el 
principio del placer con frecuencia no es una guía digna de con­
fianza para la autoconserváción y que el ello, como dijo Freud 
en cierta ocasión, la descuida. Por esta razón, el desarrollo de un 
órgano específico de aprendizaje y de adaptación, el yo, resulta 
de vital importancia. A esto podríamos denominarlo un proceso 
circular. La diferenciación yo-ello complica las relaciones entre 
el placer y la conservación del individuo. El ello, en contraste 
manifiesto con los instintos de los animales, desdeña esta última. 
Pero este mismo hecho actúa probablemente como un estímulo 
para la diferenciación ulterior del yo y el ello (capítulo 4). Estoy 
acentuando aquí el aspecto específicamente humano de estos pro­
blemas, la distinción entre las estructuras del yo y el ello en el 
hombre y los instintos de los animales inferiores, como una 
base para discutir posteriormente la diferenciación del yo y 
el ello.
Abordando el problema de la interacción del niño con sus 
objetos, de sus indulgencias y frustraciones, resulta particular­
mente significativo el estudio del "factor realidad" y del interés
1 Debo añadir que hoy. como consecuencia del progreso de la psico­
logía psicoanalítica del niño, parece estar asimismo en buen camino un 
esclarecimiento de dirección contraria, que partiendo del conocimiento 
de los primeros años del niño, desemboca en una mejor comprensión de la 
psicosis.
INFLUENCIAS MUTUAS EN EL148
en situaciones cada vez más específicas de la vida del niño, que es 
lo que Kris (1950b) llamó la "nueva consideración respecto al 
ambiente". Por el lado de la teoría, un aspecto de esta tendencia 
se basa claramente en esa parte de las nuevas formulaciones de 
Freud que rastrean las situaciones internas de peligro hasta las 
situaciones externas, así como en la obra subsiguiente de A. Freud 
y de otros. En la actualidad, esta tendencia del análisis, por 
encima de otras, es la que con toda naturalidad lleva a un des­
arrollo que fue mencionado antes brevemente (la integración 
de los datos reconstructivos del análisis con los datos consegui­
dos mediante la utilización sistemática y no meramente ocasio­
nal de la observación directa de los niños) y a una preocupación 
creciente por una visión más inclusiva del desarrollo infan­
til. Algunos de estos estudios, como saben ustedes, incluyen 
también una investigación