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Heinz Hartmann* M § Ensayos sobre la psicología del yo $ Heinz Hartmann1 v Ensayos sobre la psicología del yo Saludado por la crítica especializada como “probablemen te el libro más importante de psicoanálisis publicado en los últimos años”, Ensayos sobre la psicología del yo es una tentativa más por acercarse a una psicología general del comportamiento humano, meta entrevista por Freud justa mente cuando profundizaba en sus estudios sobre el yo y sus funciones. En el presente volumen, Hartmann reúne ensayos que abordan diversos aspectos de la teoría psicoanalítica y su vinculación con otras ramas del saber: el concepto de salud 3 en psicoanálisis, la aplicación de los conceptos analíticos a 2 la ciencia social, efestatuto científico deda teoría psicoana- g lítica, las diferencias entre la comprensión y la explicación ^ o los estudios psiquiátricos sobre los gemelos, son algunos " de ellos. Pero, sin duda alguna, el tema central del presen- 2 te libro es las funciones y el desarrollo del yo; un tema que 2 Freud consideró, desde sus primeros acercamientos a él, co- ^ mo extraordinariamente fecundo y vía para alcanzar una c nueva dimensión de la teoría psicoanalítica, y que, sin em- J bargo, no llegó a desarrollar. ^ El método utilizado por Hartmann para abordar los as- 8 pectos evolutivos, adaptativos, integrativos y económicos del *7.. yo, facilita el intercambio entre el conocimiento alcanzado 'g por el análisis y el obtenido por otros métodos psicoanalíti- V) Q eos. De ahí su importancia fundamental. r $1i 000 Fondo de Cultura Económica L Biblioteca de Psicología y Psicoanálisis Dirigida por Ramón de la Fuente ENSAYOS SOBRE LA PSICOLOGÍA DEL YO Traducción de Manuel de la Escalera HEINZ HARTMANN ENSAYOS sobre la psicología del yo a? FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO Primera edición en inglés, 1964 Primera edición en español, 1969 Primera reimpresión, 1978 Seguida reimpresión, 1987 Titulo original: Essays oh Ego Prychology C 1964, International Uníversilies Press, Nueva York D. R. O 1969, Formo na Cultura Económica D. R. © 1987, Fondo oe Cultura Económica, S. A. dc C. V. Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F. ISBN 968-16-0109-2 Impreso en México PREFACIO La primera parte de este volumen está compuesta por una se lección de ensayos sobre la teoría psicoanalítica, que fueron escritos y publicados entre 1939 y 1959. La segunda comprende algunas publicaciones de época anterior cuya preocupación pri mordial no era el desarrollo de las teorías analíticas, pero que, sin embargo, de un modo o de otro, me parece que contribuyen a ello. Los escritos contenidos en la Primera Parte se reprodu cen en orden cronológico y casi sin sufrir variación alguna, por lo que han resultado inevitables algunas repeticiones. Como estos ensayos —aun aquellos que forman la Primera Parte del libro— muestran el desarrollo de mi pensamiento durante un periodo de tiempo relativamente largo, la exposición de los mis mos temas difieren en ciertos casos de los escritos más antiguos a los más recientes. Por último, quiero advertir que sólo en muy contadas ocasiones se han añadido algunas referencias a trabajos efectuados después de la primera aparición de estos artículos por separado. Agradezco ai Dr. Stefan Betlheim su consentimiento para la publicación en este libro del trabajo que escribió en colabora ción conmigo (capítulo 17). También deseo dar las gracias a los traductores que acome tieron la ardua tarea de hacer la versión inglesa de aquellos escritos redactados y publicados originariamente en alemán. El difunto Dr. David Rapaport tradujo el capítulo 17; el profesor Jacob Needleman, del Departamento de Filosofía del San Fran cisco State College, tuvo a su cargo la traducción del capítulo 18; y el Dr. Lewis W. Brandt, del Departamento de Psicología de la Farleigh Dickinson University, tradujo los capítulos 19 y 20. Estoy agradecido en particular a Mrs. Lottie Maury Newman, tanto por sus muchas y valiosas sugerencias editoriales, como por la revisión de las traducciones. Y estimo, sobre todo, el am plio conocimiento de la materia que aportó en su tarea, asfe como la ayuda constante y la clara visión de su juicio. 7 INTRODUCCION Los trabajos que se incluyen en este libro tratan de varios aspec tos de la teoría psicoanalítica y, exceptuando unos cuantos, más específicamente del tema indicado por el título principal de la obra. No es éste el lugar adecuado para determinar en detalle su posición con respecto a las diversas tendencias del desarrollo de la psicología psicoanalítica, pero en algunos de dichos tra bajos se hace referencia a este punto con más extensión. La historia del pensamiento de Freud en sus últimos años, y en particular sobre la psicología del yo, ha sido trazada reiterada mente por mí mismo, por E. Kris y por Rapaport. Estos estu dios históricos describen en parte el trabajo del propio Freud y en parte el de contribuyentes posteriores. Aquí bastará con hacer constar que, a consecuencia del trabajo de Freud sobre el yo en los años veintes y treintas, atribuimos ahora al yo una mayor importancia dentro de la totalidad de la personalidad humana y hemos venido gradualmente subrayando tanto su in dependencia parcial como sus aspectos estructurales, dinámicos y económicos. El punto de vista estructural de Freud y, sobre todo, sus últi mas hipótesis sobre las funciones y el desarrollo del yo, añadie ron una nueva dimensión a la psicología psicoanalítica. Ellas señalaron que ésta podría expandirse mucho más, y pronto fue comprendida su verdadera fecundidad. Aun cuando en sus pos treros escritos ofreció un esbozo muy amplio de esta cuestión, ya no pudo conferirle el mismo género de elaboración sistemá tica que antes logró en otros capítulos del psicoanálisis. No obstante, Anna Freud dio, en vida del profesor, un paso impor tante en este sentido, con su sutil clasificación de los mecanis mos usados por el yo en su defensa contra los impulsos ins tintivos * y contra la realidad exterior. El efecto estimulador de estos trabajos, para el desarrollo clínico, teórico y técnico del psicoanálisis, ha sido amplio y penetrante. Mi primer acercamiento a algunas de las preguntas que se han hecho o que pueden hacerse en este nuevo terreno de investiga ción, quedó bien sentado en Ego Psychology and the Problem of Adaptation (1939).** En ciertos casos los trabajos recogidos en este libro representan un desarrollo de los puntos de vista y de las hipótesis que presenté en ese ensayo. El estudio consecuente del yo y de sus funciones prometió acercar más el análisis a la meta establecida por él, por Freud * Instinctual drive en el original. Con esta expresión trata Hartmann de captar en inelés el sentido de la voz alemana Trieb diferente a Instinkt, a la cual sí traduciría la palabra instinct (o la española instinto). Cap. 4 IR.J. ** Hay versión castellana. Pax, México, 1961 [R.3. 8 9INTRODUCCIÓN desde bacía tiempo; convertirlo en una psicología general, en el sentido más amplio de la palabra. La concienzuda investigación de los impulsos y de su desarrollo fue durante mucho tiempo el núcleo de la psicología psicoanalítica, a lo que se añadió pos teriormente un atento escrutinio de las actividades defensivas del yo. El siguiente paso consistió en ampliar el enfoque analí tico a las múltiples actividades del yo, que pueden quedar resu midas bajo el concepto de' "esfera libre de conflictos”. No obs tante, las funciones del yo así descritas pueden, en determinadas circunstancias, resultar secundariamente implicadas en conflic tos de diversos géneros. Y, por otra parte, ejercen muchas veces una influencia en las condiciones y resultados de los conflictos. Esto quiere decir que nuestros intentos de explicar situaciones concretas de conflicto habrán de considerar también a menudo elementos no conflictivos. Las observaciones y consideraciones anteriores pueden llevamos a unmejor entendimiento de la sa lud y sus logros, además de la comprensión del deterioro y distorsión de la función; área ésta que, hablando en sentido estricto, no había sido nunca tema privativo del psicoanálisis, a pesar de que éste haya hecho al mismo contribuciones esencia les. La ampliación del enfoque psicoanalítico de que hablo aquí, ha sido hasta ahora más fructífera probablemente en la obser vación directa por parte de los analistas del desarrollo del niño. Esto, evidentemente, presupone una teoría de la adaptación (y de la integración), que a su vez supone también una teoría de las relaciones objetuales y de las sociales en general. Semejante teoría de la adaptación será más útil para nuestros propósitos cuanto más claramente muestre la acción recíproca entre las funciones adaptativas y las funciones sintéticas (u organizado ras) y de qué modo las primeras facilitan o interfieren las se gundas y viceversa. En uno de sus últimos escritos (1937), Freud sugirió que no sólo los impulsos instintivos, sino también el yo pueden poseer un núcleo hereditario. Pienso que tenemos razones para supo ner que hay, en el hombre, aparatos innatos, que he denomi nado de autonomía primaria, y que tales aparatos autónomos primarios del yo y su respectiva maduración constituyen un fun damento para las relaciones con la realidad exterior. Entre di chos factores originados en el núcleo hereditario del yo, están también aquellos que sirven para postergar la descarga, es decir, que son de naturaleza inhibitoria, y pueden muy bien servir como modelos para defensas posteriores. Por otra parte, aunque no todas, muchas actividades del yo pueden ser seguidas genéticamente hasta sus determinantes en el ello o hasta los conflictos entre el yo y el ello. Sin embargo, en el curso del desarrollo, adquieren normalmente una cierta proporción de autonomía respecto a estos factores genéticos. Los logros del yo, bajo ciertas circunstancias, pueden ser rever- INTRODUCCION10 sibles, pero es importante saber que, en condiciones normales, muchos de ellos no lo son. El grado en que sus actividades han llegado a ser funcionalmente independientes de sus orígenes es esencial para el funcionamiento imperturbado del yo, y es el mismo grado en que estarán protegidas contra la regresión y la instintualización. Hablamos de los grados de esta indepen dencia del yo como de grados de autonomía secundaria. Este criterio —y me refiero a él aquí, porque en ocasiones no ha sido del todo comprendido— no implica ciertamente des deñar el punto de vista genético, tan fundamental en psicoaná lisis. Pero supone una diferenciación en nuestro enfoque de los procesos del desarrollo mental que supone también una diferen ciación más clara entre los conceptos de función y de génesis, la cual es particularmente necesaria en la psicología del yo. Hasta en las mismas funciones del yo, individualmente diferentes, puede haber diversos grados de autonomía secundaria. Ésta es una de las varias razones por las que no son sólo importantes las diferencias entre el yo y el ello, y entre el yo y el superyó, sino también las diferencias en el propio yo y la cooperación y antagonismos entre sus varias funciones (el concepto de conflic tos intrasistemáticos pertenece a este contexto). Tanto en un sentido general como cuando se estudian situaciones concretas de la vida mental, podemos hablar de una jerarquía de funcio nes y de estratos de motivación. La psicología del yo es impor tante para una psicología general no sólo porque añade ciertos estratos de motivaciones a otros conocidos desde hace tiempo en psicoanálisis, sino también porque sólo en este nivel llega el análisis a una comprensión más plena de los modos en que los diferentes estratos se relacionan. La última teoría de Freud sobre la angustia puede ser el mejor ejemplo de esto. Considera ciones estructurales y multidimensionales comparables, y en es pecial contrarias al conocimiento del yo humano, llevan también a una definición más pulcra no del campo psicoanalítico, pero sí del enfoque psicoanalítico como opuesto al "biológico”, y per miten comprender una distinción significativa entre el hombre y los animales inferiores: esa tajante diferenciación entre las funciones del yo y del ello en los seres humanos que excluye la ecuación funcional de los "instintos animales” con lo que en análisis se denomina "impulsos instintivos”. El estudio diferencial del yo sugiere también un ensancha miento del concepto de estructura, que se ha vuelto significativo al hablar de "estructuras en el yo” y de "estructuras en el superyó”. Esto se refiere, en contraste con "flexibilidad”, a una "estabilidad relativa" de las funciones, tal como se observa cla ramente, por ejemplo, en los automatismos. Todos estos problemas deben ser considerados también desde el punto de vista económico. Muchas de las actividades del yo están dirigidas al objeto. Una distinción aún más esclarecedora 11INTRODUCCIÓN es la existente entre las catexias de las funciones y las catexias de los contenidos. Y el concepto de catexia del yo (en oposición a la catexia del ello o del superyó) no coincide con la catexia del "sí mismo" (como opuesta a la catexia del objeto). He pro puesto, por lo tanto, que diferenciemos la catexia libidinal del "sí mismo", o de la "imagen de sí mismo" (la "autorrepresenta- ción"), de la catexia de las funciones del yo, y reservemos el término narcisismo para la primera. Freud había afirmado reiteradamente que el yo trabaja con energía desexualizada. A mí me parece razonable, como también a otros analistas, ampliar esta afirmación para incluir igual mente las energías derivadas de la agresión que, con la media ción del yo, pueden ser modificadas en forma análoga a la descxualización. El término neutralización se refiere, pues, al pro ceso mediante el cual tanto las energías Iibidinales como las agresivas se transforman desde lo instintivo en una modalidad no instintiva, o a los resultados de este cambio. (Deseo hacer mención, por razones de claridad, que el término energía neutra lizada, tal y como aquí se emplea, no es enteramente sinónimo del término "indiferente Energie Edition como "energía neutral”— que Freud utiliza en un pa saje de El yo y el ello). Con la ayuda de esta conceptuación podemos describir sin ambigüedades la distinción, clínicamente importante, de la sexualización (o instintivación en general) y de la neutralización. La autonomía secundaria y la neutralización están estrechamente relacionadas entre sí y con el principio de la realidad. Su desarrollo permite al yo efectuar tareas sintóni cas con la realidad, más allá de las presiones de la satisfacción de las necesidades. Son funciones biológicamente esenciales, si aceptamos la tesis de Freud de que en el hombre es primordial mente el yo el encargado de la autoconservación. Además, la neutralización de la agresión tiene una importancia particular desde que proporciona al hombre una salida al espantoso dilema de destruir los objetos o destruirse a sí mismo. Está justificado y es útil proponer diferentes etapas o grados de neutralización, es decir, estados transitorios entre lo instin tivo y la energía totalmente neutralizada. También podemos pre sumir que el funcionamiento óptimo de diferentes actividades del yo (por ejemplo, de las defensas de una parte y los procesos mentales de la otra) depende de los diversos matices de la neutralización. Estos grados parecen ser correlativos con estados transitorios en la reposición de los procesos primarios por los se cundarios; mas este punto evidentemente necesita una investi gación ulterior. Como acabo de decir, o dar a entender, sería equivocado espe rar que todas las actividades exitosas del yo trabajaran por * En alemán en el original. [R.] *» * —traducido en la Standard 12 INTRODUCCIÓN fuerza mejor con el máximo de neutralización. También es esto evidente, por ejemplo, en el caso delproceso de adaptación, pues hablando en un sentido funcional, el uso de las actividades del yo más altamente diferenciadas no garantizan por sí solas una adaptación óptima: pueden necesitarse funciones más primi tivas para complementarlas. Y hasta ocurre que el propio yo, para cumplir con sus metas, prescinda temporalmente de algunas de sus funciones más altamente diferenciadas. Esto lleva de nuevo al problema de la organización jerárquica de las funcio nes del yo. • • Una vez que el yo se ha desarrollado hasta ser un sistema separado de la personalidad, también ha acumulado una reserva de energía neutralizada, lo que quiere decir que las energías re queridas para sus funciones no necesitan depender enteramente de la neutralización ad hoc. Esto forma parte de su independen cia relativa de las presiones inmediatas internas o externas, y esta relativa independencia forma parte a su vez de una tendencia general en la evolución humana. Es posible que parte de la energía que utiliza el yo no se derive (mediante la neutraliza ción) de los impulsos, sino que pertenezca desde el mismo co mienzo al yo o a los precursores innatos de lo que posteriormente serán las funciones específicas del yo. Podemos hablar de esto como de la energía primaria del yo. Estas breves notas, que tienen el carácter de un sumario, de ben, por supuesto, renunciar a toda pretensión de ser completas. Pero también quiero decir que todos los problemas discutidos y todos los pensamientos adelantados en estos escritos no llegan a constituir una presentación sistemática de la psicología del yo y, mucho menos, una presentación sistemática de las teorías del psicoanálisis en general. El libro de texto sobre la psicología del yo sigue aguardando ser escrito. Pero una tendencia hacia una integración al menos parcial o "ajuste arquitectónico" de las teorías de que trato salta a la vista en un número considerable de capítulos de este libro. Exis te una coherencia interna entre ellos, una relación temática y una continuidad de enfoque suficientes para hacerme sentir que su publicación como una unidad se halla justificada y que, como lo deseo, será provechosa. En este punto puedo afirmar explícitamente que la preocupa ción predominante por la teoría no significa que se menosprecien los fundamentos clínicos del psicoanálisis, ni que la importancia que se da a la psicología del yo suponga una subestimación de otros aspectos de la teoría analítica. El desarrollo y esclareci miento de la teoría han demostrado'ser esenciales para el pro greso del análisis clínico; no obstante, un cierto grado de espe- cialización en materias de investigación ha ejercido un efecto saludable en el psicoanálisis, así como en otros campos. Por supuesto las "teorías por reducción”, frecuentes en varios escri- 13INTRODUCCIÓN tos de la actualidad, que basan sus intentos explicativos en sólo unos pocos entre los muchos factores que considero esencia les, difícilmente podrán evitar el peligro de la esterilidad. He aspirado, consecuentemente, a solucionar los problemas de la psicología del yo estudiándolos dentro del marco de los prin cipios básicos de la teoría psicoanalítica y confío haber acertado en esto. Algunos autores han apuntado el desarrollo de una teoría del yo, que desatiende las intuiciones básicas que debe mos a Freud sobre la psicología de los impulsos instintivos y sobre sus interacciones con las funciones del yo. Consideraría un intento de este género como manifiestamente carente de promesas. El método para abordar los aspectos evolutivos, integrativos, adaptativos y económicos del yo, que propongo en estos trabajos, puede muy bien facilitar el intercambio entre el conocimiento alcanzado en el análisis y el obtenido por los otros métodos psicológicos. Algunos de los conceptos que empleo fueron intro ducidos también con el propósito in mente de permitir una correlación más fácil de los datos analíticos con los obtenidos mediante la observación directa de los niños. Podría anticiparse asimismo que la tendencia analítica de que estoy tratando contie ne posibilidades para desarrollar proposiciones que pueden con vertirse en puntos de partida para la experimentación psicológica. Investigaciones recientes parecen confirmar estas esperanzas. PRIMERA PARTE 1. EL PSICOANALISIS Y EL CONCEPTO DE SALUD (1939) No faltaríamos a la verdad si afirmáramos que en los círculos psicoanalíticos se atribuye menos importancia a la distinción entre la conducta sana y la conducta patológica que fuera de esos círculos. No obstante los conceptos de "salud" y de "enfer medad" ejercen siempre una influencia "latente", por decirlo así, sobre nuestro pensamiento analítico habitual, y no deja de ser útil el intento de esclarecer las implicaciones de estos térmi nos. Además sería un error suponer que este tema posee sólo un interés teórico y que carece de toda significación práctica. Pues en muchas ocasiones, cuando ya se ha dicho y hecho todo, de penderá del concepto psicoanalítico de la salud el que recomen demos un periodo de tratamiento analítico o determinemos los cambios que nos gustaría ver producirse en un paciente, o que consideremos si puede darse por terminado un análisis — así que el asunto resulta importante como factor para nuestros jui cios sobre las indicaciones del presente. Diferencias de pers pectiva en este terreno conducirán finalmente a diferencias en nuestra técnica terapéutica, como la previó con toda claridad Emest Jones (1913) hace muchos años. Cuando el psicoanálisis estaba aún en la infancia, parecía cuestión relativamente sencilla definir la salud y la enfermedad mental. En esa época nos dimos cuenta, por primera vez, de los conflictos que dan origen a la neurosis y creimos que, de ese modo, habíamos conquistado el derecho a diferenciar la salud de la enfermedad. Pero posteriormente se descubrió que podía demostrarse que conflictos que habíamos llegado a mirar como patógenos existían también en las personas sanas; así quedó de manifiesto que la alternativa entre la salud y la enfermedad es taba determinada más bien por factores temporales y cuantita tivos. En una amplitud aún mayor que la de cualquiera otra consideración teórica, nuestra experiencia terapéutica nos obligó a admitir esta verdad, poniendo al descubierto que nuestros es fuerzos habían tenido un éxito muy variable y que no siempre fiemos podido aceptar las explicaciones corrientes - sobre la res ponsabilidad de este estado de cosas. Por último nos vimos forzados a llegar a la conclusión de que el factor cuantitativo de la fuerza de los impulsos instintivos y un factor cuantitati vo que reside en las funciones del yo habían adquirido aquí, al lado de otros factores por supuesto, una importancia que les era propia. Era evidente, además, que los mecanismos no eran patógenos como tales, sino sólo en virtud de su valor topográ fico en el espacio y de su valor dinámico en la acción, si puedo 17 EL PSICOANALISIS Y18 decirlo así. El proceso de modificación del concepto analítico original de la salud ha avanzado hasta una nueva fase gracias a la contribución de la psicología del yo, la cual ha ocupado, du rante casi veinte años, el primer término en el interés psicoanalí- tico. Pero cuanto más vayamos comprendiendo al yo y a sus maniobras y logros en sus tratos con el mundo exterior, tanto más tenderemos a convertir esas funciones de adaptación, reali zación, etc., en la piedra de toque del concepto de la salud. Sin embargo, una definición psicoanalítica de la salud ofrece ciertas dificultades que vamos ahora a examinar. Como es bien sabido, en ningún momento ha sido cosa fácil expresar lo que entendemos realmente por "salud" y por "enfermedad’’ y quizás ia dificultad en diferenciarlas sea aún mayor cuando se trata de las llamadas "enfermedades mentales” que cuando se trata de las físicas. Ciertamente la salud no es sólo un promedio esta dístico. De serlo tendríamosque tomar como patológicos los logros excepcionales de individuos aislados, lo cual sería contra rio a las formas de expresión corriente, aparte de que la ma yoría de las personas muestran características consideradas ge neralmente como patológicas (el ejemplo que se pone con más frecuencia es el de las caries dentales). Así pues, "anormal” en el sentido de desviación del promedio, no es sinónimo de "pa tológico". En los conceptos de salud que predominan más ampliamente, desempeñan un papel considerable las valoraciones subjetivas, sea explícita o implícitamente, y ésta es la razón principal de que tales conceptos, en especial cuando se refieren a la salud y a la enfermedad mentales, pueden variar considerablemente en periodos de tiempo diferentes y entre personas diferentes. Aquí el criterio se halla bajo la influencia de un factor subjetivo, que depende de las condiciones culturales y sociales y hasta de los valores personales. Dentro de. una sociedad uniforme estos cri terios mostrarían semejanzas muy acentuadas, pero esto no los privaría en lo más mínimo de su carácter subjetivo. "Salud” expresa generalmente la idea de perfección vital, lo cual ya im plica de por sí subjetividad en los juicios sobre ella. Un análi sis lógico del concepto de salud tendría que dedicar una atención especial a las valoraciones encamadas en las diferentes concep ciones de la salud.1 Pero no son éstas las únicas dificultades inherentes a una de* finición psicoanalítica de la salud. En tanto que consideremos que la ausencia de síntomas, por ejemplo, sirva de criterio para la salud mental, será comparativamente fácil en la práctica lle gar a una decisión. Pero hasta para establecer una norma así carecemos de bases objetivas absolutas en qué fundar nuestro i Para una exposición más detallada del problema, véase Hartmann {1960 a, 1960 b). EL CONCEPTO DE SALUD 19 juicio; pues no resulta fácil responder con sencillez a la pre gunta de si una manifestación mental dada es un síntoma de enfermedad o, por el contrario, ha de mirarse como un "logro". También es a menudo difícil decidir si la petulancia o la ambi ción de un individuo o la naturaleza de su elección de objeto son síntomas, en sentido neurótico, o bien rasgos de carácter que poseen un valor positivo para la salud. No obstante, esta norma nos proporciona, si no una base para un juicio objetivo, en todo caso el consenso de la opinión, lo que de ordinario basta para toda finalidad práctica. Pero la salud, tal y como se en tiende en psicoanálisis, es algo que significa mucho más que esto. A nuestro parecer, hallarse libre de síntomas de enfermedad no es suficiente para estar sano; y ciframos grandes esperan zas en los efectos terapéuticos del psicoanálisis. Pero a más de esto, el psicoanálisis ha sido testigo de la evolución de una serie de concepciones teóricas sobre la salud que muchas veces esta blecen normas muy severas. En consecuencia, hemos de interro gamos sobre lo que significa la salud en un sentido psicoanalítico. A modo de preámbulo deseamos observar que la misma rela ción del hombre con la salud y la enfermedad presenta a me nudo características de orden claramente neurótico. Cuando estos problemas se hallan en primerísimo término, uno se siente verdaderamente tentado de hablar de una "neurosis de salud". Esta idea ha servido de base a un estudio publicado reciente mente por Melitta Schmideberg (1938).3 Una característica so bresaliente en ciertos casos típicos bien señalados es su convio- ción de que disfrutan de una salud excelente, acompañada de una necesidad compulsiva de descubrir alejamientos en otros, sobre todo de tipo neurótico o psicótico, de su ideal de salud. Tales personas, en determinadas circunstancias, son capaces de llenar una útil función social, precisamente por la forma pecu liar de su neurosis, que los ha elegido para el papel de enferme ros sempiternos del prójimo. En su forma más simple, esta con ducta es de ordinario un mecanismo de proyección: viendo constantemente a los otros como enfermos necesitados de nuestra ayuda, se elude el reconocimiento de nuestra propia neurosis. Del mismo modo Freud expresó una vez la opinión de que muchos analistas aprendían posiblemente a absolverse a sí mismos del acatamiento personal de las obligaciones del análisis, exigiéndo selo a los otros. Sabemos también que una tendencia análoga a sobrestimar las reacciones neuróticas y psicóticas de nuestros semejantes forma parte de las crecientes penalidades de muchos psicoanalistas. Un rasgo común de las "neurosis de salud" con siste en que quienes las padecen no se permiten a sí mismos sufrir o sentirse enfermos o deprimidos (Schmideberg, 1938). Mas una * Véase también la observación efectuada por Glover en la discusión subsiguiente, citada en las páginas 128-130. EL PSICOANALISIS Y20 persona sana debe ser capaz de sufrir y de sentirse deprimida. Nuestra experiencia clínica nos ha enseñado las consecuencias de negar la enfermedad y el sufrimiento, de no ser capaz de admitir que uno también puede enfermarse y sufrir. Hasta es posible que una dosis limitada de sufrimientos y enfermedades sea parte in tegrante delesquema de la salud, digámoslo así, o, más bien, que la salud es~Nalcanzable sólo por caminos indirectos. Sabemos cómo la adaptación afortunada puede llevar a la inadaptación; podría citarse el desarrollo del superyó, como un excelente ejem plo, e igualmente otros muchos. Pero, inversamente, la inadapta ción puede llegar a ser una adaptación exitosa. Los conflictos típicos forman parte intrínseca del desarrollo "normal” y las perturbaciones en la adaptación están previstas en él. Hemos ha llado un estado de cosas semejante con relación al proceso tera péutico del análisis. Aquí la salud incluye claramente reacciones patológicas como medio para alcanzarla. Pero debemos volver al concepto de salud y preguntamos una vez más qué criterios poseemos en psicoanálisis para evaluar la salud y la enfermedad mentales. Ya hemos dicho que no identi ficamos la salud con la carencia de síntomas de enfermedad. Y todavía nos encontramos, no desde un punto de vista empírico, desde luego, pero sí desde un punto de vista pronóstico, en un terreno que es relativamente accesible si tomamos en cuenta en qué medida esa inmunidad a los síntomas es duradera y ca paz de resistir los choques. Pero las más amplias implicaciones que el término salud supone para nosotros y aquello a que aspira el análisis en este sentido, no es posible reducirlo fácilmente a una fórmula científica. Al mismo tiempo, encontramos buen nú mero de formulaciones teóricas y útiles que conciernen a los atributos del estado de salud al que deseamos llevar a nuestros pacientes con la ayuda de los métodos de que disponemos para el análisis. De estas formulaciones, la más general es la de Freud: "Donde estuvo el ello, estará el yo” (1923a) o la de Nunberg: "Las energías del ello se hacen más móviles, el superyó se vuelve más tolerante, y el yo se libera de la angustia, quedando resta blecida su función sintética" (1932, p. 360). Pero la distancia que media entre estas formulaciones, forzosamente esquemáticas, y la medición de los estados reales de salud mental, o del grado real de salud mental de que disfruta un individuo dado, es mucho mayor de lo que uno querría. No es nada fácil ajustar estas con cepciones teóricas de la salud a lo que nosotros de hecho deno minamos "estar sano”. Además se tiene la impresión de que las concepciones individuales de la salud difieren ampliamente entre los mismos psicoanalistas, de acuerdo con las metas que cada cual se ha fijado en base a sus propios puntos de vista sobre el desarrollo humano, y, como es natural, de acuerdo también con su filosofía, sus simpatías políticas, etc. Acaso en el futuro sea aconsejable proceder con cautela antes de pretender llegar a una 21EL CONCEPTO DE SALUD formulación teórica precisa del concepto de salud;de lo contra rio, correremos el riego de permitir que nuestras normas acerca de la salud dependan de nuestras preocupaciones morales y de otras aspiraciones subjetivas. Evidentemente, es esencial que se proceda siguiendo directrices puramente empíricas, es decir, exa minando desde el punto de vista de su estructura y desarrollo las personalidades de aquellos a quienes se considere en realidad sanos, en lugar de permitir que nuestras especulaciones teóricas nos dicten lo que "debemos" mirar como sano. Ésta es precisa mente la actitud adoptada por el psicoanálisis frente a las disci plinas normativas. No se pregunta si esas normas están justifica das, sino que concentra su atención en un problema totalmente diferente, a saber, en el problema de la génesis y la estructura de la conducta a la que de hecho, por la razón que fuere, se le ha asignado un lugar en una escala de valores positivos y negativos. Encima, los patrones teóricos de la salud son por lo general dema siado estrechos, en la medida en que subestiman la gran di versidad de tipos que en la práctica pasan por sanos. No es necesario decir que el análisis mismo posee también criterios destinados a servir como guías puramente prácticas, tales como los tests que se aplican con tanta frecuencia para medir la ca pacidad de realización y de goce. Pero aquí me he propuesto examinar con mayor detalle esos es quemas teóricos para la clasificación de la salud mental y de la enfermedad mental, que encontramos presentes, ya sea expresa mente o por implicación, en la literatura psicoanalítica; y con tal finalidad debemos preguntamos a nosotros mismos qué con ceptos de la salud han sido de hecho propuestos y no si ciertos conceptos "deben” ser propuestos. Estas descripciones de una persona sana o "adaptada biológicamente", si nos limitamos en teramente a los perfiles más amplios y generales, revelan un desarrollo pronunciado en dos direcciones. Apenas es preciso decir que, en ninguna de ellas, se trata meramente de un factor sub jetivo, de alguna predilección personal que logra expresarse; son siempre el resultado de una rica cosecha de experiencias clínicas y de experiencias, muy valiosas también, en el proceso analítico de la curación. Estas dos direcciones destacan, como meta del desarrollo y de la salud, por un lado la conducta racional y por el otro la vida instintiva. Esta doble orientación atrae ya nuestro interés, puesto que refleja el doble origen del psicoanálisis en la historia del pensamiento: el racionalismo de la era de la Ilustra ción y el irracionalismo de los románticos. La circunstancia de que esos dos aspectos sean exaltados en la obra de Freud refleja sin la menor duda una auténtica intuición del dualismo que, en efecto, anima el problema. Ahora bien, las concepciones analíticas de la salud, que se han desarrollado sobre la base de las sugeren cias freudianas, proceden con frecuencia a asignar una promi nencia indebida a uno de estos puntos a expensas del otro. EL PSICOANALISIS Y22 Cuando en el análisis se comete la equivocación de contraponer el ello, como la parte biológica de la personalidad, al yo, como su componente no biológico, se fomenta naturalmente la inclina ción a convertir la "vida” y la "mente” en valores absolutos. Si, además, reconocemos todos los valores biológicos como supre mos, nos habremos acercado de un modo peligroso a la enferme dad de nuestro tiempo, cuya naturaleza consiste en venerar el instinto y menospreciar la razón. No cabe duda de que estas ten dencias, que llevan a la glorificación del hombre instintivo y que en esta época asumen un cariz altamente agresivo y político, desempeñan un papel menos destacado en la literatura propia del psicoanálisis, o sometida a su influencia, que fuera de ella. Al otro extremo de la escala encontramos el ideal de una acti tud racionalista y entonces se nos ofrece el hombre "perfecta mente racional” como modelo de la salud y como una figura generalmente ideal. Este concepto de la salud mental merece ser . examinado más de cerca. Parece suficientemente claro que existen ciertas conexiones entre la razón y la adaptación afortunada; pero esta conexión no es tan sencilla como pretenden muchos trabajos psicoanalíticos. No deberíamos dar por supuesto que el reco nocimiento de la realidad equivale a adaptarse a la realidad. La actitud más racional no constituye necesariamente una condición óptima para los fines de la adaptación. Cuando decimos que una idea o'un sistema de ideas está "de acuerdo con la realidad”, esto puede significar que el contenido teórico del sistema es verdade ro; pero también que el traslado de esas ideas a la acción da como resultado conducirse de un modo apropiado a la ocasión. Una vi sión correcta de la realidad no es el único criterio para determi nar si la acción particular está de acuerdo con la realidad. Debe mos también considerar que un yo sano ha de ser capaz de servirse del sistema de control racional y al mismo tiempo de tener en cuenta el hecho de la naturaleza irracional de otras actividades mentales. (Esto forma parte de su función coordinadora u or ganizadora; véase el capítulo 3.) Lo racional debe incorporar lo irracional como un elemento para sus designios. Además, tenemos que admitir que el avance de la "actitud racional” no es unifor me, por decirlo así, a lo largo de un solo frente. Se tiene muchas veces la impresión de que un progreso parcial a este respecto trae consigo un retroceso parcial en otras direcciones. Ocurre evidentemente lo mismo con el proceso de la civilización como un todo. El progreso técnico puede muy bien ir acompañado de la regresión mental o puede realmente producirla por medio de los métodos masivos (Mannheim, 1935). Aquí sólo me es posi ble ofrecer estas ideas en sus líneas generales; pero en otro lugar las he desarrollado con más amplitud (1939a). Ellas nos muestran la necesidad de revisar aquellas concepciones analíticas que sos tienen que el individuo más racional (en el sentido corriente de la palabra) es también psicológicamente el más sano. 23EL CONCEPTO DE SALUD Existe otro criterio fundamental sobre la salud de la mente, válido para la psicología, pero de un carácter menos general, que posee un arraigo más firme en los conceptos estructurales del aná lisis ; me refiero al criterio de la libertad. Por libertad no se alude al problema filosófico del libre albedrío, sino más bien al estar libre de angustia y de emociones, o a la libertad para realizar una tarea. Corresponde a Waelder (1936b) el mérito de haber introdu cido este criterio en el psicoanálisis. Creo que en la raíz de esta concepción yace una idea bien fundamentada; sin embargo, hu biera preferido evitar el uso del término libertad, por ser tan equí voco en su significado y por haber sido tan excesivamente usado por los sucesivos filósofos. En el contexto presente, libertad signi fica sólo el control que se ejerce por medio del yo consciente y pre consciente y puede muy bien ser remplazado por esa definición. La movilidad o la plasticidad del yo es sin duda uno de los requi sitos previos de la salud mental, puesto que un yo rígido podría ser un obstáculo para el proceso de adaptación. Pero es conve niente añadir que un yo sano no ha de ser sólo plástico ni serlo en toda ocasión. Por importante que sea esta cualidad, parece hallarse subordinada a otra de las funciones del yo. Un ejemplo clínico esclarecerá este punto. Todos estamos familiarizados con el temor obsesivo del neurótico a perder su autocontrol, un factor que hace muy difícil para él el asociarse libremente. El fe nómeno de que nos ocupamos está todavía más claramente seña lado en las personas que, por temor de perder su yo, son incapa ces de llegar al orgasmo. Estas manifestaciones patológicas nos enseñan que un yo sano debe estar evidentemente en posición de permitirse algunas de sus funciones más esenciales, incluyendo entre ellas su "libertad’' paraser puesto fuera de acción en oca siones, de modo que pueda abandonarse a la "compulsión" (con trol central). Esto nos lleva al problema, hasta ahora casi entera mente descuidado, de una jerarquía biológica de las funciones del yo y a la noción de la integración de los opuestos, que ya encontramos al tratar del problema de la conducta racional. Creo que dichas consideraciones relativas a la movilidad del yo y a la desconexión automática de sus funciones vitales, nos han permitido efectuar progresos muy considerables hacia el descu brimiento de una condición importante de la salud mental. Los hilos que nos guían desde este punto hacia el concepto de fuerza del yo son claramente visibles. Pero no quiero ahora ocuparme de tema tan gastado.8 Debo ahora desarrollar esta exposición crítica de las concep ciones psicoanalíticas de la salud en una dirección que nos faculte para penetrar más profundamente en el terreno de la teoría del yo. Por razones obvias, el psicoanálisis se ha ocupado hasta 3 Para este v otros temas que se exponen en los párrafos siguientes, véase también Hartmann (1939a). EL PSICOANALISIS Y24 hoy principalmente de las situaciones en que el yo se encuentra en conflicto con el ello y el superyó y, más recientemente, con el mundo exterior. Ahora bien, en ocasiones nos topamos con la idea de que el contraste entre un desarrollo presidido por un conflicto y un desarrollo pacífico puede relacionarse automáticamente con el contraste que ofrecen la salud y la enfermedad mentales. He aquí una opinión enteramente equivocada: los conflictos forman parte integrante del desarrollo humano dado que proporcionan los estímulos necesarios. Tampoco la distinción existente entre las reacciones sanas y las patológicas corresponde a la que hay entre la conducta que se origina en las defensas y la que no. No obs tante, no es raro ni mucho menos encontrar en la literatura psico- analítica pasajes donde se sostiene que debe tomarse como patológico todo cuanto sea suscitado por las necesidades de la defensa, o resulte de una defensa desafortunada. Está perfec tamente claro, sin embargo, que una medida afortunada en re lación con las necesidades de la defensa puede ser un fracaso desde el punto de vista de los logros positivos, y viceversa. En realidad, nos estamos refiriendo aquí a dos enfoques distintos para clasificar los mismos hechos y no a dos series diferentes de hechos. Esta consideración no invalida nuestra experiencia de que es la función patológica la que ofrece el enfoque más pro vechoso de los problemas del conflicto mental. De modo seme jante, primero hubimos de familiarizamos con los mecanismos de defensa en su aspecto patógeno y sólo ahora hemos llegado gradualmente a entender el papel que desempeñan en el desarro llo normal. Se diría que no podemos apreciar adecuadamente el valor positivo o negativo que tales procesos tienen para la salud mental, mientras pensemos solamente en los problemas del conflicto mental y dejemos de considerar estos procesos tam bién desde el punto de vista de la adaptación. Si examinamos tales cuestiones más atentamente, en muchos casos haremos el interesante descubrimiento de que el camino más corto hacia la realidad no es siempre el más prometedor desde el punto de vista de la adaptación. Con frecuencia apren demos a encontrar nuestra orientación con respecto a la realidad por caminos descarriados, y que esto haya de ser así resulta algo inevitable y no un mero "accidente". Sin duda aquí se da una típica secuencia: el apartarse de la realidad lleva a un cre ciente dominio de ella. (En sus características esenciales este modelo se cumple ya en el proceso del pensamiento; la misma observación puede aplicarse a la actividad imaginativa, a la evita ción de situaciones insatisfactorias, etc.) La teoría de las neurosis ha presentado siempre el mecanismo del alejamiento de la rea lidad sólo en términos de procesos patológicos; pero el examen de este problema desde el punto de vista de la adaptación, nos enseñará que semejante mecanismo tiene un valor positivo para la salud (véase también A. Freud, 1936). 25EL CONCEPTO DE SALUD En relación con esto, un nuevo problema reclama nuestro in terés; me refiero a la forma en que empleamos los términos "regresión" y "regresivo" dentro del sistema analítico de cri terios para estimar la salud mental. Nos hemos habituado a pensar en la conducta regresiva como la antítesis de la conducta adaptada a la realidad. Todos estamos familiarizados con el pa pel que desempeña la regresión en la patogénesis y por esa mis ma razón no necesitaré ocuparme de ese aspecto del problema. Pero en la realidad de los hechos, hemos de distinguir entre las formas progresivas de la adaptación y las regresivas. No encon traremos dificultad para definir la adaptación progresiva; sig nifica una adaptación en la dirección del desarrollo. Pero asi mismo hay ejemplos de adaptaciones afortunadas que se han conseguido por medio de la regresión. Entre ellos tenemos muchos en la actividad de la imaginación; otro ejemplo más es el proporcionado por la actividad artística, así como por esos dispositivos simbólicos para facilitar el pensamiento que encon tramos hasta en la ciencia, en donde éste es de lo más estricta mente racional. No estamos preparados para percibir al primer golpe de vista por qué se da con tan relativa frecuencia el caso de que la adap tación se logre sólo mediante estos rodeos regresivos. Probable mente la posición verdadera sea que con su yo, especialmente tal y como se expresa en el pensamiento y la acción racionales, y en su función sintética y diferenciadora (Fuchs, 1936), el hom bre se halle provisto de un órgano de adaptación altamente diferenciado, pero que este órgano altamente diferenciado re sulta a las claras incapaz por sí mismo de garantizar un máxi mo de adaptación. Un sistema de regulación que opera al más alto nivel del desarrollo no es suficiente para mantener un equi librio estable; se requiere un sistema más primitivo para com pletarlo. Las objeciones que me siento obligado a elevar contra las defi niciones de la salud y de la enfermedad mentales, últimamente mencionadas (en conexión con los problemas de la defensa, de la regresión, etc.), pueden resumirse así: esas concepciones de la salud abordan el problema con excesivo apego a la perspectiva de las neurosis, o, más bien, están formuladas en términos de contraposición con las neurosis. Los mecanismos, etapas de des arrollo, modos de reacción, con los que nos hemos familiarizado • por el papel que desempeñan en el desarrollo de las neurosis, son relegados automáticamente al terreno de lo patológico; y la salud es caracterizada como un estado en el que esos elementos se hallan ausentes. Pero la contraposición así establecida con las neurosis no puede tener significado alguno mientras no consi gamos valorar el grado en que estos mecanismos, etapas de desarrollo y modos de reacción, se hallan activos en individuos sanos o en el desarrollo de aquellos que posteriormente lo serán; EL PSICOANALISIS Y26 es decir, mientras una "psicología normal" analítica brille aún por su ausencia. Es ésta una de las razones por las cuales el análisis de la conducta adaptada a la realidad es hoy considera do precisamente de tanta importancia. Debo añadir que la naturaleza arbitraria de tales definiciones de la salud y de la enfermedad mentales son con mucho menos evidentes en la literatura psicoanalítica, propiamente dicha, que en muchas de sus aplicaciones a las circunstancias sociales, a la actividad artística, a la producción científica, etc. Ahí donde entran en juego, con toda claridad, las valoraciones éticas, esté ticas y políticas, y se procede a hacer uso del concepto de salud con fines especiales, tiene que haber una amplitud mucho mayor para tales enjuiciamientos arbitrarios. Escamoteando diestra mente estos tipos de normas, resulta bastante fácil demostrarque aquellos que no comparten nuestra visión política o general de la vida son neuróticos o psicóticos, o que las condiciones sociales, a las cuales por alguna razón nos oponemos, han de ser consideradas como patológicas. Creo que todos vemos con clari dad que tales juicios —los compartamos personalmente o no— carecen de todo derecho a ser formulados en nombre de la cien cia psicoanalítica. Ahora ha quedado completamente claro para nosotros en qué sentido muchos de los conceptos de salud y de enfermedad, de que nos ocupamos en este escrito, se hallan más necesitados de ampliación; a saber, en la dirección de las relaciones del sujeto con la realidad y de su adaptación a ella. No pretendo sugerir que en esos intentos de formular una definición, de llegar a un concepto teórico de la salud, haya sido olvidado el factor adaptativo, ya que está muy lejos de ser ése el caso. Pero la forma en que se expresa el concepto mismo de adaptación, mues tra que se halla en muchos aspectos deficientemente definido; y, como ya lo he hecho notar, "la conducta adaptada a la rea lidad” ha ofrecido hasta ahora escasas oportunidades para ser abordada psicoanalíticamente. También es obvio que eso que designamos como salud o enfer medad está íntimamente ligado con la adaptación del individuo a la realidad (o, empleando una formulación muchas veces repe tida, con su sentido de autoconservación). Recientemente hice un intento de explorar con más profundidad los problemas con que se enfrenta el psicoanálisis en esta circunstancia (1939a). Aquí me limitaré a unas cuantas sugerencias que pueden parecer dig nas de consideración para estructurar una definición de la salud. El ajuste del individuo a la realidad puede hallarse en opo sición al de la raza. Ahora bien, es verdad que estamos habitua dos, desde el punto de vista de nuestras metas terapéuticas, a conceder un margen importante de prioridad a las exigencias de la adaptación del individuo sobre las de la raza. Pero si de bemos de insistir en la existencia de cierta conexión entre la 27EL CONCEPTO DE SALUD salud mental y la adaptación, nos veremos obligados a admitir, a la luz de nuestras anteriores observaciones, que el concepto de salud puede tener significados contradictorios según se pien se en él relacionándolo con el individuo o con la comunidad. Por otra parte, es conveniente distinguir entre la condición de estar adaptado y el proceso por el cual se logra la adaptación. Por último, debo señalar que dicha adaptación sólo es suscepti ble de ser definida en relación con alguna otra cosa, en referencia al medio circundante específico. El estado real de equilibrio alcanzado en un individuo dado no nos dice nada acerca de su capacidad de adaptación, en tanto no hayamos investigado sus relaciones con el mundo externo. Así, una “capacidad de realización y de goce" sin obstáculos, considerada sólo aislada mente, no nos dirá nada decisivo con respecto a la capacidad para adaptarse a la realidad. Por otro lado, las perturbaciones en nuestra capacidad de realización y de disfrute (por razones de simplicidad me atengo a estos criterios habituales) no deben ser valoradas únicamente como un indicio de fracaso en la adapta ción. En realidad, esto no era preciso decirlo y si lo menciono es porque en ocasiones se pasa por alto cuando se intenta formular una definición. Como un factor indispensable para evaluar las fuerzas de adaptación del individuo, debemos destacar las rela ciones de éste con un “ambiente promedio típico”. Y si vamos a establecer criterios de salud basados en la adaptación o en la capacidad para adaptarse, habrá que tener en cuenta todos estos aspectos del concepto de adaptación. Debemos insistir en que los procesos de adaptación son adecuados sólo dentro de un radio limitado de condiciones ambientales; y que los esfuerzos afortu nados para adaptarse a situaciones externas específicas pueden, por caminos indirectos, llevar al mismo tiempo a inhibiciones en la adaptación que afecten al organismo. Freud (1937a) caracterizaba hace poco este estado de cosas con una cita de Goethe: “La razón se vuelve sinrazón; lo benéfico, un tormento.” A la inversa, cuando la miramos desde este ángulo, la proposición de que la naturaleza del medio ambiente puede ser tal que un desarrollo patológico de la psique ofrezca una solu ción más satisfactoria que un desarrollo normal, pierde su ca rácter paradójico. Esta exposición, forzosamente condensada, tiene que hacer sin duda que las consideraciones aquí bosquejadas aparezcan un tanto áridas; pero estoy convencido de que ningún analista hallaría dificultad alguna en esclarecerlas con ejemplos tomados de su experiencia clínica. A propósito de esto querría insistir una vez más en que estaremos obviamente en mejor posición para relacionar todas estas definiciones con circunstancias con cretas y clínicamente manifiestas, aplicando así el concepto de salud de un modo inequívoco y digno de confianza, cuando, sea mos capaces de avanzar un poco más en el terreno de la "ps:- 28 EL PSICOANALISIS Y cología normal” analítica, en el análisis de la conducta adaptada. Creo que un examen más atento de los fenómenos de adaptación puede también ayudamos a evitar la oposición entre la concep ción "biológica” y la "sociológica” del desarrollo mental, que desempeña cierto papel en el análisis, pero que es fundamental mente estéril. Sólo cuando consideremos los fenómenos sociales de adaptación en su aspecto biológico, podremos realmente em pezar a "lograr una psicología correctamente situada en la jerar quía de la ciencia, es decir, como una ciencia biológica” (Jones, 1936). Es importante que nos percatemos con claridad tanto de que existe una estrecha relación entre adaptación y síntesis como de la amplitud de dicha relación. Un requisito previo de la adap tación afortunada es una "organización del organismo”, la repre sentación específica de lo que en la esfera mental ponemos en relación con la función sintética (y también con la función dife- renciadora, la cual, sin embargo, ha sido explorada menos com pletamente); por otra parte su eficacia dependerá sin duda de la medida en que la adaptación se logre. Es un proceso que visto "desde dentro” puede muchas veces aparecer como una perturbación de la armonía mental, pero que si se lo ve "desde fuera” hay que caracterizarlo como un trastorno de la adapta ción. Así también los conflictos instintivos están vinculados muy frecuentemente con una relación perturbada con el medio am biente. A este respecto es también significativo que el mismo proceso de defensa sirva comúnmente a la doble finalidad de adquirir dominio sobre los instintos y de alcanzar una acomoda ción con el mundo exterior. Al tratar así de hacer de la adaptación, y en especial de la síntesis, la base de nuestro concepto de la salud, creemos haber llegado a un concepto de la salud "evolutivo". Y de hecho esto representa una contribución psicoanalítica al concepto de la salud menta] que no debe ser subestimada. Pero por otra parte, un concepto que relaciona el grado de salud mental con el grado de desarrollo alcanzado realmente (equiparando el factor del control racional y, en el plano instintivo, el logro de la etapa genital como un requisito previo de la salud) sufre de ciertas limitaciones, cuando menos por lo que respecta al yo, limita ciones a las que he aludido brevemente. Resumiendo: Me he esforzado por exponer y dilucidar cierto número de puntos de vista que ha adoptado de hecho el psico análisis para llegar al concepto de salud, ya sea expresamente o por implicación. De una manera unilateral procedí a destacar, a fin de fijar en ellas casi exclusivamente la atención, esas condi ciones de la salud mental que se consideran relacionadas con el yo. Intencionalmcnte me he limitado de este modo. Me parece que han existido buenas razones para que la psicología del ello no haya logrado proporcionamos una clave delos problemas de 29EL CONCEPTO DE SALUD la salud mental. Además al efectuar mi estudio desde el punto de vista del yo, me encuentro en posición de discutir ciertos problemas de la teoría del yo que no tienen definitivamente menos importancia que la cuestión de nuestros criterios sobre la salud. La contribución que personalmente haya sido capaz de hacer para el desarrollo y la crítica posteriores de estas opinio nes, no nos capacita ciertamente para formular un concepto de la salud mental en términos simples, inequívocos y terminantes. Pero confío en que nos ayudará a discernir con toda claridad en qué dirección deben desarrollarse esos prolegómenos para una futura teoría analítica de la salud. 2. PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA (1944) Es evidente hoy en día que muchos problemas pertenecientes a las ciencias sociales no sólo pueden, sino deben ser considera dos desde el punto de vista psicológico. Los resultados del psico análisis y de la psicología y psiquiatría no analíticas están siendo consultados en grado creciente por los sociólogos. Del mismo modo los psicólogos y psiquiatras, en particular los psicoanalis tas, han invadido el campo de la sociología. Se reclaman los servicios del psicólogo también cuando se discuten problemas prácticos, tales como cuestiones de educación, de criminología, de mora!, propaganda o temas análogos. Sería de esperar que cualquier psicólogo que no se limite a expresiones aisladas de la personalidad humana, o a sus capas superficiales, como ocurría en algunas de las escuelas psico lógicas más antiguas, tendrán finalmente que enfrentarse con la tarea de explicar la relación del individuo con su medio social; por otra parte, todo abordamiento sociológico ha de basarse en ciertos supuestos concernientes a la estructura y la conducta de la personalidad humana. La sociología en realidad es un estudio de la conducta humana, aun cuando se limite sólo a uno de sus aspectos. Por lo tanto, es completamente plausible que la socio logía halle su base en las leyes de la psicología. Los primeros conceptos sobre la sociedad usados por los psicólogos, y los de la personalidad humana empleados por los sociólogos, eran altamente esquemáticos y, debido a eso, no particularmente fruc tíferos. Esos conceptos pocas veces iban más allá del punto a donde podía llegarse por medio del sentido común, dentro de las condiciones de una educación media. Varios sociólogos, des ilusionados con los métodos de la psicología científica en boga de ese tiempo, crearon una psicología propia que se adaptaba mejor a sus necesidades. Al hacerlo, siguieron el camino tomado por los pedagogos, criminólogos y esteticistas, quienes igual mente se encontraban en situación desventajosa por la ausencia de un conjunto de conocimientos empírico y sistemático de esas funciones de la personalidad que eran de interés destacado para ellos. No toda psicología, ni aun aquella que puede ofrecer resulta dos correctos y verificables, está cualificada para responder a las preguntas de la ciencia social. Muchas escuelas psicológicas han desdeñado por completo las relaciones sociales del individuo. Hablan de las leyes que rigen los procesos de pensamiento sin tomar en consideración el mundo a que el pensamiento se refie re; hablan de las leyes de la afectividad, descuidando los objetos 30 31PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA de las emociones y las situaciones que las provocan. £n otras palabras, no toman en cuenta los objetos concretos en relación a los cuales se produce la conducta, o a las raíces de la conducta en situaciones vitales concretas. Esto se debe a que estudian al individuo como si estuviera completamente aislado del mundo de los fenómenos sociales. Los fenómenos psicológicos de grupo son, por lo tanto, completamente inaccesibles a este tipo de enfo que psicológico, pues semejante separación del individuo del mundo en que vive es enteramente artificial. Esta tendencia ha sido un serio obstáculo en el desarrollo de la psicología, no sólo en las aplicaciones sociales, sino en muchos otros contextos también. Frcud y el psicoanálisis dieron a la ciencia un cambio definitivo de dirección. Sin duda, a fines del siglo pasado, pocos estudiosos habrían podido anticipar que la base para una psicología de las relaciones entre los seres humanos fuera a provenir del estudio de las neurosis. Y como ocurrió en realidad, a través del nuevo enfoque del problema de la neurosis -—un enfoque completa mente ajeno a la atmósfera del laboratorio psicológico—, la com plejidad plena de las relaciones de un individuo con sus prójimos, como objetos de amor, de odio, de temor y de rivalidad, se convirtió de pronto en el foco principal de interés psicológico, probablemente sin que Freud haya previsto la dirección que su trabajo tomaría. Como lo acabamos de indicar, el abordamiento de este campo se efectuó mediante la patología y, más allá de ésta por el estudio de los impulsos instintivos humanos, de su desarrollo, transformaciones e inhibiciones. Desde entonces, el análisis se ha desarrollado convirtiéndose en una psicología gene ral, que incluye también el análisis de la conducta normal y de otras estructuras psíquicas. El hecho, sin embargo, de que el psicoanálisis tenga este origen, de que haya empezado como una psicología de los fenómenos mentales "irracionales" y de lo inconsciente, o más bien del ello, fue, en conjunto, decisivo para su desarrollo, así como para el de la psicología social. Es evi dente que una psicología que analiza sólo el interés consciente del individuo por el poder, la posición social, el deseo de lu cro, etc., ignorando las raíces de esos intereses en el ello, tiene que resultar demasiado estrecha para hacer justicia a la extra ordinaria variedad de los fenómenos sociales que requieren elu cidación. Aun muchas formas de conducta que parecen "racio nales" adoptan un aspecto diferente si no se ven como fenóme nos aislados, sino a la luz de la conducta total del individuo. En términos psicoanalíticos diríamos que aparecen a una luz dife rente cuando los observamos no sólo bajo el aspecto del yo, sino también bajo los aspectos del ello y del superyó. Podemos preguntar: ¿en qué forma la relación de un indivi duo con sus prójimos y con la "sociedad” entra en la esfera del psicoanálisis? En primer lugar, las relaciones amorosas del hom- PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA32 bre, en el sentido más amplio de la palabra, es decir, desde las manifestaciones sensuales hasta las sublimadas (la amistad, por ejemplo), y la protesta de la sociedad contra muchas formas de expresión sexual, captó el interés de quienes trabajan en ese campo. Posteriormente, el psicoanálisis trabó contacto también con otros tipos de relaciones, tales como las tendencias agresi vas y las identificaciones, que se volvieron igualmente impor tantes en la psicología de grupo. El enfoque esencial para la com prensión de estos fenómenos, aquí como en cualquiera otra parte del psicoanálisis, fue el genético. El estudio del desarrollo de las relaciones objetuales humanas ha sido una de las partes más importantes del análisis desde sus comienzos. La forma en que el niño aprende a elegir y reconocer los objetos y la forma en que estas relaciones objetuales infantiles, mediante repeticio nes, desplazamientos, inversiones y demás, influyen decisivamen te en las relaciones amorosas del adulto tanto como en sus relaciones sociales, dentro de la vida profesional y política, cons tituye uno de los temas principales de la experiencia analítica, que hasta la fecha aún no ha sido plenamente agotado. Aquí escojo sólo un grupo de problemas que parecen ofrecer una base adecuada para ciertas reflexiones. El bebé, desde el momento de su nacimiento (en realidad hasta antes), está en contacto constante con su contorno social, y durante un largo periodo de tiempo su vida depende de esos primeros contactos. Pero al principio la criatura no conoce ob jeto algunoen un sentido psicológico. El proceso de la verdadera cristalización de los objetos sigue a un periodo en el que hubo una notable falta de diferenciación en todas las reacciones, y se produce en estrecha conexión con las necesidades de los im pulsos instintuales, de una parte, y con el desarrollo del yo, de la otra. El reconocimiento del mundo de los objetos se basa parcialmente en el remplazamiento (o modificación) del princi pio del placer por el principio de realidad y dependencia de la cre ciente madurez y fortaleza del yo. Freud descubrió que el des amparo y la dependencia prolongados del niño del mundo adulto tiene dos consecuencias principales, que son importantes desde el punto de vista de su desarrollo. Esta temprana dependencia suscita una diferenciación de gran alcance entre el ello y el yo y fomenta las posibilidades de maduración del yo, así como el proceso de aprender. Pero dicha dependencia también acrecienta la importancia del peligro exterior, tanto como la de aquellos objetos que ofrecen protección, hasta un grado desconocido entre los animales inferiores. Considerando esta dependencia completa del cuidado y la protección de otros, es natural que la necesidad de amor del hombre y su temor de perder el amor del objeto estén fuertemente desarrollados. Es evidente que los hallazgos analíticos de este género son de gran importancia para la sociología. Al mismo tiempo, cuando 33PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA se miran desde el ángulo de la adaptación, la maduración y el aprendizaje, ofrecen un campo que es esencial en la biología humana. La relación del bebé con su madre, la institución del principio de realidad, los cambios en los tipos de gratifica ción instintiva, pueden ser todos descritos "biológicamente" así como "sociológicamente”. Hay, por supuesto, elementos a los cuales esto no puede aplicarse, tales como la dotación instintiva, la constitución del yo, la maduración, etc. Lo cierto es que el psicoanálisis está particularmente interesado en el estudio psico lógico de tales factores "sociales”, que a la vez son de impor tancia "biológica”. Me doy cuenta perfectamente del carácter vago de estos términos, y podría ser de lo más fácil afirmar que estos campos diferentes pueden hallar su lugar en el marco de la sociología, al igual que en el de la biología. Si me concentro aquí en el enfoque sociológico, es porque el tema que trato así lo requiere. Pero no subestimo las implicaciones biológicas de di chos temas. La dependencia y desamparo, que tienen tan larga duración en el niño, son fenómenos que vemos en todos los seres huma nos, sin atender a su cultura y civilización, aun cuando si se com paran rigurosamente pueden no ser idénticos. La forma en la cual el mundo del adulto enfrenta estos problemas difiere, sin embargo, en las diversas civilizaciones. Además, en una civiliza ción dada, el problema no es tratado de la misma manera por todas las familias y aun en la misma familia habrá una variación de un hijo al siguiente. Entre estos factores, pues, hay algunos que son constantes y otros que son variables. No coinciden en absoluto con los factores biológicos y sociológicos. Se puede llegar a los valores promedios, característicos de cualquiera civilización específica con respecto a las fronteras entre ambos, o a la manera, el grado y el tiempo en que los impulsos del niño muy pequeño son controlados por las influencias culturales, o las satisfacciones y frustraciones que el niño experimenta duran te el proceso y el desarrollo peculiar de su yo, el cual reconcilia con mayor o menor éxito las demandas del mundo exterior con sus necesidades infantiles. (Esto es verdad aun cuando en cada caso desempeñan su papel otros factores, tales como el consti tucional y el del desarrollo.) Así como Freud hizo que fueran útiles para la antropología los resultados del psicoanálisis (de esto nos ocuparemos posteriormente), en este contexto se puede emplear la antropología con et fin de resolver problemas ana líticos. Bajo la influencia del psicoanálisis, los antropólogos comenzaron a tomar en consideración los factores arriba expues tos y otros pertenecientes a la misma esfera. Sucede que, como en otras ciencias sociales, conceptos basados en la experiencia analítica sacan a la luz nuevos hechos y nuevas relaciones, y que la nueva manera de plantear las preguntas evoca nuevas res puestas, las que a su vez han resultado de importancia en la PSICOANÁLISIS Y SOCIOLOGIA armazón psicoanalítica. La plasticidad de la condición del niño pequeño y sus límites, el grado en que puede o no ser influido por los factores culturales, se hallan mejor delimitados por los estudios antropológicos que por individualidades analizadoras de la misma cultura. En dichos problemas la antropología tiene cierta validez experimental y puede, en ciertos casos, contribuir con material que confirmará o negará los supuestos psico- analfticos. El aspecto histórico del pensamiento psicoanalítico impide que el análisis sea nada más una doctrina de "la naturaleza del hom bre" en el sentido en que, por ejemplo, los filósofos del siglo xvm consideraban este problema. El psicoanálisis se preocupa por las modificaciones que las condiciones cambiantes ejercen so bre las situaciones y tributos generalmente humanos. Entre esas condiciones y los factores sociales desempeñan un papel único. Aun cuando podamos anticipar la presencia de impulsos instin tivos agresivos en todas las personas, no podemos llegar a la conclusión de que una expresión completamente delineada de estos impulsos, el bélico por ejemplo, haya de ser inevitable en la historia de la humanidad. La expresión de las tendencias agre sivas básicas está determinada por factores que pueden cambiar en el transcurso de las generaciones. Por otra parte, la nega ción de todos los elementos constantes entre aquellos que puede demostrarse que tienen una influencia en el proceso de llegar a ser hombre está, naturalmente, en contradicción con la expe riencia. El psicoanálisis puede ir más allá y demostrar que el ello, el yo y el superyó presentan resistencias de diversos grados a las influencias del mundo externo y particularmente a las que provienen de factores culturales. También nos da el psicoanálisis una idea del modo en que el yo y el superyó pueden modificarse, y del mismo modo nos ofrece una firme indicación de la tenaci dad con que el ello se opone a las influencias del mundo exterior. (No deseo ocuparme en este momento de las transformaciones típicas del ello durante el desarrollo del individuo y de la posi bilidad de influir en el ello mediante el proceso terapéutico del análisis.) En cualquier caso, deseo destacar no sólo que Freud reconoció plenamente la importancia de los factores sociales en el desarrollo del carácter y de la neurosis, sino que fue el pri mero que les proporcionó un sitio científicamente comprensible en las diversas regiones de la psicología y la psicopatología. Acaso fuera provechoso agrupar la gran diversidad de modos por los cuales la conducta del individuo puede ser afectada por factores culturales —cuando menos desde dos puntos de vista diferentes— comenzando con los estratos de la personalidad en que esos factores ejercen una influencia. Ellos pueden, junta mente con otras influencias, codeterminar la estructura central de la personalidad, provocando, por ejemplo, el establecimiento temprano de formaciones de reacción específicas, o pueden co- 34 35PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA determinar el grado de severidad del superyó o el grado de. movilidad del yo. Por otra parte, su efecto puede ejercerse un poco más allá del núcleo de la personalidad. Individuos de la mis ma (o más correctamente, de análoga) constitución e historia infantil serán, sin embargo, impulsados por canales de desarro llo diferentes, según que pertenezcan a una sociedad de una estructura social o de otra y, en esa sociedad, a uno o a otro nivel social, porcuanto que las frustraciones y posibilidades de sublimación, etc., son una característica de la sociedad y del nivel social. (Se da por sabido que no tomo en consideración factores • que no son psicológicos.) Así pues, hay factores culturales que no influyen a la estructura mental de una persona o el modo me diante el cual resuelve sus conflictos, sino sólo a las capas superficiales de la personalidad, por ejemplo, la elección de racionalizaciones, el lenguaje conceptual, ciertos contenidos men tales, etc. Esta distinción sirve meramente para concretar nues tro problema y militar contra la tendencia que considera los factores sociales equivalentes frente a connotaciones psicológicas completamente diferentes. Hay por supuesto transiciones entre los tres grupos de factores que he mencionado. Otra contribu ción igualmente indispensable para la organización de los hechos sociales, de acuerdo con su significación psicológica, consiste en observar sus efectos específicos sobre el ello, el yo y el superyó. Si, por ejemplo, nos enfrentamos con esta pregunta: ¿cuáles son los factores culturales que ejercen una influencia en la fre cuencia y en el tipo de la neurosis?, se debe tomar en considera ción muchos de los grupos de factores mencionados antes, con forme a su importancia individual. El hecho de que la neurosis es el resultado específico de un conflicto entre los impulsos instintivos y el yo y el superyó, sigue siendo la característica psicológica básica de la neurosis cuando se la considera etio- lógicamente. Sin embargo, hay transformaciones del tipo de los fenómenos neuróticos. Los cambios en las formas de las neurosis en la civilización occidental durante la última genera ción, por ejemplo, sugieren que la estructura profunda de la personalidad ha sido modificada por condiciones culturales. Además diversos factores sociales desempeñan su papel. Esto se demuestra por el hecho de que el mismo tipo de neurosis tendrá implicaciones diferentes para personas que vivan en situaciones sociales y económicas diferentes. Por último, existe una diferencia en la sintomatología de las neurosis en las distin tas civilizaciones, lo que tiene que ver exclusivamente con el contenido (la elección del objeto de la angustia en las fobias, por ejemplo). La relativa importancia de los elementos socia les, cuando se comparan con los otros factores que ejercen una influencia en la génesis y forma de la neurosis, es un pro blema que no deseo abordar en este momento. He puesto este ejemplo sólo para mostrar en qué forma debemos dispo- PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA ner de conceptos tales como "cultura", "civilización” y "for mas de sociedad”, que se definen primariamente no por el sis tema conceptual de la psicología, sino por el de otras ciencias al estudiar las relaciones mutuas entre el hombre y la sociedad. No deseo continuar en la senda de volverme cada vez más espe cífico a este respecto, pero me gustaría enfocar una caracterís tica general de estas relaciones mutuas. Presentemos el pro blema mediante una comparación con ciertas observaciones instructivas que tienen que ver con la teoría de la neurosis. Sabe mos que en la histeria la elección del órgano afectado es en parte determinada por las características físicas particulares del órgano. Freud- definió esto como condescendencia somática. Existe una relación análoga entre la estructura mental del indi viduo y el medio social que lo rodea. Esto nos da el derecho de ha blar de condescendencia social, por la que entendemos el hecho de que los factores sociales deben describirse también psicoló gicamente de tal modo que se demuestren sus efectos selectivos, los cuales operan en la dirección de la selección y la realización de ciertas tendencias y su expresión, y de ciertos principios de desarrollo entre ellos los que, en cualquier momento dado, son potencialmente demostrables en la estructura del individuo. Es tos procesos selectivos se hallan presentes en todas las etapas del desarrollo humano. Por lo tanto, estamos primordialmente interesados en esta pregunta: ¿de qué manera y en qué grado una estructura social dada trae a la superficie, provoca o refuerza ciertas tendencias instintivas o ciertas sublimaciones, por ejemplo? Por otra parte, la forma en que las diferentes estructuras sociales facilitan la solución de ciertos conflictos psíquicos por una participación —mediante la acción o la fantasía— de realidades sociales da das, merece también una investigación especial. Tomemos un ejemplo que se adentra ya en la patología. Freud (1924b) des cribió un tipo de persona (masoquistas morales), en el cual la moralidad se sexualiza y los conflictos habituales entre el yo y el superyó se expresan regresivamente en las relaciones sociales y contra las instituciones del mundo exterior. Tales personas esperan e incitan a que las hagan sufrir y las castiguen quienes representan a los padres, a las autoridades personales e imper sonales y al destino. Viviendo en un sistema autoritario absoluto —que sería intolerable para otros tipos de personalidad— se torna posible para una persona así hallar una solución a sus conflictos utilizando la realidad. Hay, entonces, un gran número de personas cuya conducta so cial activa representa no una acción racional, sino una "exhi bición” (acting out), que es más o menos neurótica en relación con la realidad social. En tal "actuación” repiten situaciones de la infancia y tratan de utilizar su conducta social para resolver conflictos intrapsíquicos. Se utiliza también una firme confianza 36 37PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA en la realidad para dominar el miedo. Esto puede tener, aun que no necesariamente, el carácter de un síntoma. También de pende de las peculiaridades del medio social el que los conflic tos y las tensiones angustiosas sean superados por la conducta social. Por otra parte, en ocasiones una modificación de la es tructura social que limita esta actividad o que, por ejemplo, hace más difíciles ciertas actividades sublimadas, lleva a una reaparición de aquellos conflictos que fueron temporalmente do minados y sirve para precipitar una neurosis. (Naturalmente, esto es verdad sólo donde hubo situaciones en la infancia que predispusieron a la persona a desarrollar una neurosis así.) Las posibilidades de adaptación de la misma estructura psíqui ca (o aproximadamente la misma) pueden ser diferentes en tipos de sociedad diferentes y entre clases sociales diferentes. Deter minado grado del carácter compulsivo, por ejemplo, que en cier to grupo o en presencia de determinadas instituciones se mani fiesta como una perturbación adaptativa, produciendo lo que podríamos llamar una falla social, puede, en otras condiciones sociales, no sólo no interferir con el cumplimiento de deberes so ciales esenciales, sino ser realmente responsable de ellos. Si miramos el problema siguiendo las líneas directrices de que nos hemos ocupado hasta ahora, podremos considerar las distintas posibilidades para resolver el conflicto y los diversos grados de estabilidad psíquica que la estructura social ofrece al individuo. Por otra parte, es posible pasar por alto enteramente la cuestión de cuál sea la contribución del medio social a la elaboración del modelo de conducta específico, a la resolución de los conflictos y al grado de equilibrio alcanzado, y formular otra cuestión: ¿cuáles son las funciones sociales que son accesibles, ya sea fácil mente o con dificultad, o que no son accesibles en absoluto, en cualquier encuadre social dado para toda estructura de la per sonalidad dada, independientemente de la manera en que esta estructura se haya desarrollado? (Me reduzco aquí al lado psico lógico del problema.) Apenas hace falta indicar que esta pre gunta puede ser contestada solamente ceteris paribus, pues un gran número de factores no psicológicos, económicos y de otro género, participan en el proceso. Así podemos decir: la relación entreel individuo y la sociedad puede caracterizarse para tipos específicos de personas y para sistemas y estratos específicos de la sociedad, no sólo como el efecto que el sistema ejerce en el individuo, sino también como las funciones sociales que el sis tema requiere de él. Lo primero consiste en una puesta en pri mer plano, supresión y desplazamiento de impulsos psicológicos del individuo, en la medida en que han sido condicionados por la influencia de la sociedad. En el segundo caso, se puede ha blar de una clase de selección social y entender esto como los desplazamientos en el medio social que son accesibles o están prohibidos a un tipo dado de individuo. Esto podría conside- PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA38 rarse también bajo el encabezamiento de complacencia social, si ensanchamos este concepto. No sólo la primera, sino ambas pre guntas, deben ser contestadas, para que el psicoanálisis pueda aportar algo esencial a problemas tales como, por ejemplo, de qué manera es factible que, en un sistema social dado, tenga lu gar la selección de los dirigentes políticos. Hemos llegado a un punto en que se puede reflexionar sobre la aplicación sociológica de los hallazgos y puntos de vista de la investigación psicoanalítica. He tratado de esbozar algunas de las premisas, posibilidades y dificultades del enfoque analítico con relación a este terreno científico. Se puede extraer una conclusión de lo que ya llevamos dicho. Un argumento corriente en contra de la aplicación de la psicología a la sociología es que aquélla puede comprender sólo al individuo, mientras que la sociología se ocupa de la conducta colectiva. Pero ese argumen to sólo es válido en la medida en que la psicología excluye de su campo las relaciones entre el individuo y su medio ambiente, en particular su medio social. No tiene, por ende, validez cuan do las relaciones mutuas entre el hombre y sus semejantes, con todas sus variaciones y matices, forma el núcleo de las obser vaciones y de las deducciones teóricas, como sucede en el psico análisis. Además, los sociólogos hoy en día utilizan también en proporción creciente para sus estudios documentos de historias de vidas. Otro argumento afirma que no se puede comprender, o cuando menos no comprender plenamente, la conducta social, si no se toma en cuenta la realidad social en torno de la cual se orienta la conducta. Pero una breve consideración muestra que lo que he dicho acerca de la posición del psicoanálisis respecto de las re laciones interpersonales tiene una significación más general. Éste era sólo un caso especial de la forma en que el psicoanálisis entiende la relación entre el hombre y la realidad en general. La conducta humana está orientada hacia su medio circundan te, y el acceso psicoanalítico incluye la estructura de la realidad en su descripción. Esto resulta especialmente claro en la última versión de Freud (1926a) de su teoría de la angustia, que rela ciona el peligro interno con el externo, y en la descripción de Anna Freud (1936) de los tipos de defensa que el niño desarrolla * contra las molestias y peligros que le amenazan desde el mundo exterior. No creemos que se pueda explicar por completo la conducta total de un individuo partiendo de sus impulsos ins- tintuales y sus fantasías. Si, como analistas, nos preguntamos cuáles son las causas de la guerra y de la paz, o de un movi miento religioso; si nos preguntamos a nosotros mismos por qué determinado dirigente político consiguió el poder y por qué cier tos grupos específicos se comportan de una manera más bien que de otra en relación con él, creo que podremos contribuir 39PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA a la solución de esos problemas a través de nuestra compren sión de las reacciones de los individuos y de los tipos en situa ciones concretas. Pero no se puede en ningún caso ignorar o desestimar el papel que desempeña la estructura económica o so cial como factores parcialmente independientes. En el psicoaná lisis aplicado ellas ocupan el lugar de la "realidad", en el sen tido que ya he esbozado, y sería completamente insensato negar su autonomía. Sería como si quisiéramos pasar por alto en nues tra práctica analítica el hecho de que el paciente orienta su con ducta específica hacia el medio particular que lo circunda. La contribución que el psicoanálisis puede hacer a la ciencia social difiere, por su significación e importancia, en las varias ramas de esa ciencia. Dispersos en los escritos de Freud, en contramos muchos comentarios sobre este tema, algunos de los cuales son muy penetrantes. En su estudio titulado "La moralidad sexual cultural y la enfermedad nerviosa moderna'' (1908b) ofrece, sin embargo, por primera vez sus opiniones explícita y sistemáticamente sobre la relación del psicoanálisis con un problema sociológico. El tema del estudio trata de la influencia de los factores culturales sobre la vida instintiva y su significación en las neurosis y en las perversiones. Varios años después siguió a este estudio Tótem y tabú (1913-14). Este libro representa un intento más ambicioso de aplicar los resultados del psicoanálisis a la antropología. Su tema alude al miedo del hombre primitivo al incesto y a la relación entre los tabús y la ambivalencia. Aquí el punto de comparación es, en primer lugar, la psicología analítica de la neurosis obsesivo-compulsiva. En relación con el problema del totemismo, halló también en expe riencias analíticas bien consolidadas empíricamente, un acceso a los problemas antropológicos. Esta vez son las fobias frente a animales en los niños y el complejo de Edipo en general. La interpretación de que se sirve da lugar a una hipótesis sobre la historia más remota del hombre que se centra en tomo del asesinato del padre. La segunda contribución decisiva de Freud a la sociología la ofreció en su libro Psicología de las masas y análisis del yo (1921). Aquí los fenómenos de la psicología de grupo son descritos mediante la hipótesis subyacente de que, en la transitoria formación del grupo, los miembros de éste reemplazan el yo ideal con el dirigente y, por esa razón, identi fican sus propios yoes con los yoes de los demás. Por otra par te, los nuevos puntos de vista a que se ha llegado con este tra bajo son utilizados para una elaboración de la psicología ana lítica del yo. Otra serie de estudios de Freud sirven también a esta doble finalidad: explicar simultáneamente fenómenos so ciales y coadyuvar a un desarrollo más amplio de la psicología psicoanalítica. Tal es lo que se observa en su último trabajo, "El malestar en la cultura" (1930), que se ocupa primordialmen te de las relaciones entre los instintos agresivos y la civilización, PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA40 aunque al mismo tiempo ofrece una visión completamente nueva de los sentimientos de culpabilidad y del destino de las agre siones durante el desarrollo del superyó. Sería impráctico, así como también innecesario, entrar en mayores detalles para mos trar la fertilidad extraordinaria de las ideas que aparecen en estas obras de Freud. Bastará con decir que estas ideas repre sentan la primera incursión importante en un amplio frente de la psicología del núcleo de la personalidad dentro de los domi nios de las ciencias sociales.1 En este punto, deseo simplemente subrayar que no fue con certeza por casualidad que Freud, en esas obras más importantes, haya seleccionado temas que pue den ser esclarecidos solamente mediante la fructificación de una psicología de los impulsos psíquicos inconscientes y de la con ducta ''irracional’'. Además en la mayoría de las situaciones descritas por Freud, se trata de acontecimientos que no ocurren una sola vez en la historia. Esos acontecimientos son de un tipo tal que se repiten, con elementos esenciales que permanecen inalterables. Muchos otros problemas sociológicos, tales como la investiga ción de mercado, los anuncios, • las estadísticas políticas, etc., probablemente no obtendrántanto provecho del psicoanálisis. En estas situaciones la conducta humana que se investiga pro viene en gran medida de aquellas capas de la personalidad que no están én el centro del interés y la investigación analíticos. Volveré a ocuparme de esto. Entretanto quiero, sin embargo, considerar en qué puntos puede uno de verdad interpretar ana líticamente los más complejos de los sucesos sociales y cuáles son los requisitos previos que hacen posibles estas interpretacio nes analíticas. En teoría, se debe ser capaz de utilizar los resultados de los análisis personales, de los cuales se dispone ahora en gran nú mero, a fin de estudiar muchos de los problemas sociológicos corrientes. Cada uno de dichos análisis nos da una intuición incomparable de las relaciones íntimas entre la estructura de la personalidad y la estructura social. Pero las experiencias de los psicoanalistas a este respecto no han sido usadas hasta la fecha de una manera sistemática. Hay otro acceso que el psicoanálisis descubrió muy al principio y mediante el cual puede estudiar las civilizaciones en diversas épocas. Este acceso abarca el es tudio de los mitos, los símbolos colectivos y las ideologías de un pueblo, que son accesibles a la interpretación analítica. Tales análisis han hecho progresar considerablemente nuestra com- J Aquí, como en otros casos, hablo de la ciencia social en general, en lugar de limitarme a la sociología, porque al aplicar el psicoanálisis a la sociología nos enfrentamos con problemas que son de igual importancia en sus aplicaciones a la historia, la antropología, etc. Algunos de estos problemas generales pueden ser hasta mejor dilucidados si se eligen ejem plos de otras ramas de la ciencia social. PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA prensión en algunas situaciones, pero en otras es difícil ver con suficiente claridad la significación social real, la distribución y la función de esos fenómenos colectivos. El estudio analítico de las instituciones sociales nos permite con frecuencia, de una ma nera suficientemente garantizada, establecer qué impulsos instin- tuales, qué intereses del yo o qué tipos de sentimientos de culpa se satisfacen por este tipo de institución. No es raro que seme jante interpretación analítica contribuya también a la compren sión de la génesis de estos fenómenos. Por medio de tales aná lisis se puede arrojar más o menos luz sobre las tendencias psíquicas y sobre los tipos de reacción de los miembros de la sociedad a la cual pertenecen esas instituciones. Por lo gene ral, se hace necesaria una investigación sociológica para res ponder con seguridad a la pregunta: ¿en qué grado las ins tituciones expresan las tendencias psíquicas de los miembros individuales de una sociedad dada y qué estratos de la misma están representados de este modo? Una institución satisfará en ocasiones las necesidades de la mayoría, pero también puede ser impuesta por un grupo minoritario; o, por otra parte, puede per tenecer a una tradición que es mantenida por razones psicológi cas, etc. Pero en este contexto debemos pensar también en el fenómeno del "cambio de función" tanto como en ciertos fenó menos sociales que, originados como expresión de tendencias psi cológicas definidas pueden convertirse en expresiones de dife rentes tendencias durante su desarrollo histórico. Las institu ciones cimentadas en la tradición, aun cuando pueda seguirse su pista históricamente del todo o en parte hasta las tendencias psicológicas de las generaciones precedentes, se imponen sobre los individuos de las generaciones siguientes como realidades en el sentido que he descrito anteriormente. Con frecuencia con tinúan satisfaciendo en líneas generales las mismas necesidades psicológicas a las cuales debieron originalmente su creación. Pero, como he dicho, esto no ocurre siempre. Tampoco es nece sario decir que las conclusiones que uno puede extraer de la conducta política patente de un individuo, en relación a sus motivaciones o a la estructura de su personalidad, serán diferen tes en un sistema democrático de lo que serían en uno totalita rio; y del mismo modo diferirán en una dictadura moderna y en una de los primeros tiempos. Algo semejante es cierto en relación con todo lo que queda incluido bajo el título de equipo técnico, cuyo uso caracteriza a una sociedad. El psicoanálisis aplicado a un individuo nos posibilita el entendimiento de la significación psicológica de emplear unos medios técnicos en lugar de otros para alcanzar sus metas. Si se aplica el psicoaná lisis a la sociología, faltará esta fuente de información directa. Ciertamente, hasta en esta situación es, con frecuencia, posible extraer conclusiones concernientes a las tendencias psicológi cas subyacentes a partir de los medios utilizados. Sin embargo. 41 PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA42 no hace falta decir que es imposible llegar a la conclusión de que la magnitud de la fuerza destructiva de los instrumentos bélicos usados en una época dada, será de por sí una indicación directa de la agresividad relativa de los individuos que participen en esa guerra. La relación entre estos dos factores no deja lu gar a equívocos. Por otra parte, puede ser muy posible sacar una conclusión sobre la base de un análisis precedente de la situación histórica, de la estructura social y de la etapa del des arrollo tecnológico. Esto quiere decir que se deben erigir mode los, tan específicos como sea posible, en relación tanto a los aspectos psicológicos como a los sociológicos. Estos modelos nos permitirán aplicarles nuestros hallazgos psicoanalíticos re ferentes a las fuerzas y mecanismos que actúan en unas cir cunstancias dadas. Lo expuesto anteriormente tiene como finalidad elucidar las premisas que, en ciertas esferas sociológicas hacen posible una interpretación analítica. Vuelvo ahora por un momento a la dis tinción mencionada arriba entre los problemas sociológicos que son más accesibles al psicoanálisis y los que lo son menos. En toda situación donde la conducta humana es preponderante- mente racional, se puede predecir la respuesta del hombre pro medio con un cierto grado de precisión, sin tener que recurrir a conceptos psicoanalíticos. Esto es aplicable a situaciones en que la conducta está ampliamente determinada por el yo cons ciente o preconsciente. Como es natural se debe explicar aquí también la conducta psicológicamente. No obstante, hay situa ciones en que puede predecirse la conducta con bastante preci sión, poniendo, por decirlo así, las capas más profundas de la personalidad entre paréntesis. Fuera de esto, en todas las situa ciones en que el ello, el superyó o la parte inconsciente del yo desempeñan un papel importante, nuestras afirmaciones serán confiables sólo si se basan en hallazgos psicoanalíticos. En el núcleo de la investigación analítica se encontró siempre, y se siguen encontrando actualmente, esas regiones psicológicas que tienen relación con conflictos humanos, tales como los que se producen entre la conciencia moral y los impulsos instinti vos, los conflictos con el mundo exterior y demás. Fue más tarde cuando llegamos a estudiar en nuestra experiencia ana lítica, el desarrollo no conflictivo y las esferas totalmente no conflictivas del yo; y cuando lo hicimos, fue con ciertos propó sitos especiales. El psicoanálisis, por ejemplo, estudia la forma en que el proceso de maduración, las facultades y también los intereses del yo que corresponden a estos factores, influyen en los conflictos y su resolución. Por consiguiente, al aplicar el psi coanálisis a los problemas sociológicos, la teoría de los con flictos humanos es la contribución más importante a la ciencia social. Además, como hemos encontrado que los conflictos y su resolución pueden comprenderse cabalmente sólo si se incluye 43PSICOANALISIS Y SOCIOLOGÍA la historia del desarrollo del individuo, el punto de vista genético tiene que ser parte integrante de la investigación psicoanalítica.La cuestión de la estabilidad de los rasgos de carácter, por ejem plo, o de si es dable esperar o no una conducta específica deter minada en un individuo, no puede en muchos casos tener una respuesta sin el conocimiento de su desarrollo. Con frecuencia un corte transversal no permite una prognosis, pero el sociólogo debe de ordinario contentarse con esto. Hablando en términos generales, él no puede tomar en cuenta los conflictos y su reso lución y tendrá muchas veces que limitarse en esta investiga ción a estudiar la conducta manifiesta del individuo. Para muchos sociólogos nada que no sea la conducta social, propiamente dicha, parece tener interés. Más bien que considerar los deter minantes complejos de la conducta humana, que han sido de mostrados por el psicoanálisis y que con frecuencia van más allá de la conciencia, el sociólogo se limita sobre todo al conoci miento de la motivación consciente. Ya he mostrado en qué cir cunstancias puede eso producir resultados dignos de crédito y en qué otras circunstancias no. Muchas fases de la conducta hu mana que son importantes en el psicoanálisis, resultan peri féricas en sociología y viceversa. Hasta si queremos establecer como un principio que la sociología se basa en la psicología, he mos de admitir que ambas regiones tienen centros diferentes. A pesar de esto, los recientes trabajos en donde sociólogos y psicoanalistas colaboraron en una investigación común, estudian do los mismos fenómenos desde los dos ángulos, han puesto en práctica los comienzos graduales de un lenguaje científico co mún. Algunos antropólogos que se adiestraron en el psicoaná lisis han empezado a ocuparse, dentro de su campo de trabajo y en sus conclusiones, de aspectos de la conducta primitiva que anteriormente habían escapado a su atención. Ciertas caracte rísticas que probablemente habrían ignorado antes, ahora les parecen de importancia en sus descripciones. Esto es cierto tam bién para las investigaciones históricas. El análisis puede apli carse en toda su extensión sólo después de que los historiadores han recogido datos en esas esferas de la vida que al analista le parecen del más grande valor en el desarrollo de la personalidad. Las preguntas que el analista hace al historiador tienen relación con la masa de detalles referentes a costumbres, hábitos o mo das que guían las vidas privadas de los miembros de un grupo ocupacional, de una clase social, de una nación o de una era histórica determinada. Se sobrentiende que el psicoanalista se interesa en los diversos modos como se trata a los niños de pocos años. Hasta la fecha las indagaciones históricas nos han aportado poquísimos datos acerca de cómo en la Edad Media, el Renacimiento o el siglo xvm, etc., alimentaban, destetaban y acostumbraban al aseo a las criaturas, y de qué modo los padres y los representantes paternos manejaban los impulsos sexuales y PSICOANALISIS Y SOCIOLOGÍA44 agresivos del niño. Sin embargo, el analista ha de contar con este tipo de información, al igual que con una gran cantidad de otros datos, cuando hace preguntas al historiador. Por otra parte, toda una serie de correlaciones, que el sociólogo encuentra en su trabajo, tales como las existencias entre el status social y la elección vocacional, la vida sexual o las curvas de distribución de ciertas actitudes sociales en diferentes nacionalidades, y otros muchos hallazgos sociológicos, ejercen su efecto en el psicoaná lisis al esclarecer su sistema conceptual y estimularle a revisar y ampliar sus datos. Vista de este modo, la relación entre el psi coanálisis y la sociología (y las ciencias sociales en general) pa rece ser no simplemente un intercambio de hallazgos, sino más bien un proceso dinámico de inspiración mutua encaminado ha cia nuevas investigaciones que pueden demostrar su fecundidad para ambas partes. 3. SOBRE LOS ACTOS RACIONALES E IRRACIONALES (1947) Desde sus comienzos el psicoanálisis ha efectuado contribuciones importantes a la psicología de la acción, que reflejan claramente los niveles consecutivos de la experiencia y el pensamiento ana líticos. El enfoque se ha vuelto más explícito una vez que se sentaron sólidos cimientos en la teoría analítica del yo. No obs tante, carecemos aún de una exposición sistemática de una teoría de la acción analítica, a la que pudiéramos referimos aquí como a un cuerpo de hechos y de hipótesis aceptado o al menos ge- . neralmente reconocido. Este estudio se ocupa primordialmente de ciertos aspectos de la conducta racional e irracional. Empe ro, también tendrá que referirse a una serie de temas que po drían formar parte de dicha teoría general. Desde el punto de vista de un concepto más anticuado del psicoanálisis, que limitaba su campo al de una ciencia auxiliar de la psiquiatría, preguntas como éstas que deseo exponer aquí parecen periféricas. No obstante, el psicoanálisis, en una forma implícita desde sus comienzos y de modo enteramente explícito en las dos o tres últimas décadas, se ha dedicado a sentar las bases de una psicología general, que incluye tanto la conducta normal como la patológica. El psicoanálisis tuvo su origen en la investigación clínica de lo que se ha llamado generalmente con ducta "irracional”, en los impulsos instintuales y su desarrollo, y en el papel que éstos desempeñan principalmente en los fenó menos patológicos. Mientras giró en tomo de la psicología del ello, se ocupó de un campo de observación desdeñado por la psi cología no analítica. Al desarrollar la psicología del yo, el aná lisis ha ido incluyendo cada vez más en su campo los fenómenos que previamente habían sido estudiados por otros métodos. No obstante, en este amplio terreno en que se encuentra con otros métodos el analítico, es su naturaleza específica y su penetra ción en los procesos inconscientes lo que permite que aparezca con frecuencia el objeto común de observación a una luz dife rente; y sobre todo, el conocimiento analítico nos permite asig nar a los hechos observados el lugar que les corresponde en la estructura de la personalidad. El problema de la conducta racional e irracional está situado en el cruce de caminos de varias ramas de la ciencia. No sólo la psicología, sino también la historia, la sociología y la econo mía participan en él. Cuando nos enfrentamos con preguntas que se hallan en el límite entre el análisis y la ciencia social, la necesidad de ampliar y esclarecer nuestro conocimiento de ta les problemas tiene que surgir de un modo definido. No se ha 45 SOBRE LOS ACTOS logrado aún dar a los diversos estudios sociológicos y económi cos de los actos humanos la base psicológica que necesitan. Muchas teorías de la acción como las presentadas, por ejemplo, por los economistas, tienden a reducir las motivaciones de la ac ción y las bastante complejas relaciones de la acción con otros aspectos de la conducta, a unos pocos casos aislados considera dos como típicos; pero, por lo general, desdeñan los hechos básicos de la estructura de la personalidad, de las fuerzas im pulsivas y de las capacidades de adaptación del hombre. No obstante, al limitar los fundamentos psicológicos a estas situa ciones modelo, uno puede comprometer la plena aprehensión hasta de esos pocos patrones de conducta que dichas teorías tienen en cuenta. En los capítulos 2 y 5, he delineado la po sible influencia del psicoanálisis en las ciencias sociales. Deseo manifestar que una teoría de la acción basada en el conocimiento de los aspectos estructurales de la personalidad y de sus motiva ciones, sea probablemente la contribución más importante que el psicoanálisis será capaz de efectuar algún día en este campo. ¿Cuál es, entonces, para empezar con este aspecto del proble ma multiforme, la posición de la acción en la estructura de la personalidad, según la describe el psicoanálisis? Los sistemas de la personalidad (yo, ello, superyó) se definen psicoanalíticamen- te sobre la base de sus funciones,siendo la formación de con ceptos aquí un tanto semejante a la usada por la biología y más especialmente por la fisiología. La acción normal en todas sus variedades, aun la acción instintual o emocional, es forjada por el yo. Pero entre la acción y el yo existen múltiples relaciones. En la acción tenemos una intención encaminada hacia una meta, y los fenómenos motores y de otra clase utilizados para alcanzar esa meta están controlados y organizados de conformidad con esto. (La presencia de las metas y este control y organización pueden ser más o menos completos y pueden producirse en una gran variedad de niveles diferentes, como veremos más tarde.) Freud ha mostrado cómo el remplazo parcial de la salida motriz meramente reactiva, y de la irrupción instintiva, por la acción dirigida y organizada, es parte importante del desarrollo del yo y un paso esencial para sustituir el principio de placer por el principio de realidad. La objetivación, otra de las funciones que atribuimos al yo, al ayudar a desarrollar nuestro saber del mundo exterior, contribuye también a la organización de la acción. 0 quizá hay una relación de interdependencia entre los dos procesos: la penetración en la estructura de la realidad guía a la acción, pero la acción es también uno de nuestros instrumentos más eficaces para el desarrollo de la intuición o del conocimiento. Unas cuantas observaciones esbozadas acerca de los aspectos del desarrollo de cuando menos algunos de los factores implica dos, pueden ser de utilidad. Si los deseos de un niño exceden de un cierto grado sin ser satisfechos, y si tampoco pueden sa- 46 RACIONALES E IRRACIONALES tisfacerse por medio de la fantasía, el niño se siente impulsado hacia el mundo exterior, en la percepción y en la actividad, con el fin de buscar el placer y evitar el dolor. Esta conducta puede también significar una protección contra temores fantásticos, y puede servir para dominar la angustia. En ambos casos ese volverse hacia el mundo exterior se produce bajo el principio del placer; es su continuación por otros medios. Hay, sin em bargo, otro factor decisivo implicado en el establecimiento del principio de realidad. "Se renuncia a un placer momentáneo, incierto en sus resultados, pero sólo con el fin de lograr, siguien do el nuevo camino, un placer seguro en fecha posterior.” (Freud, 1911a, p. 223.) Este paso no puede, como lo he mostrado en otra parte (1939a, véase también el capítulo 12), derivarse sola mente del principio del placer. La anticipación del futuro, uno de los más importantes logros del desarrollo temprano del yo, participa en el proceso como una variable independiente. Ahora bien, la anticipación es también otro requisito previo para el des arrollo de la acción y en cierto grado participa en cada una. Conocemos muchas actividades anticipatorias del yo, y la más concienzudamente estudiada por los analistas ha sido la señal de angustia que. desde cierto nivel del desarrollo, es usada por el individuo en las situaciones de peligro. Creo que no puede haber duda de que esta forma especial de anticipación, debido a que salvaguarda la estabilidad del aparato mental, es también de importancia suprema entre esas formas de anticipación que hacen posible la acción organizada. En la literatura psicoanalítica de los últimos años, ha habido una tendencia a considerar un parcial desarrollo autónomo del yo, que no puede ser seguido del todo hasta las manifestaciones de los impulsos instintivos (véase, por ejemplo, Freud 1937a). Aquí deseo sólo mencionar que esta región del desarrollo del yo se basa en parte en la función del aparato somático o mental que, como consecuencia de la maduración, se vuelve asequible al yo. Hay un estrecho paralelo con el desarrollo de la libido, cuyos niveles consecutivos en parte vinculamos con el crecimien to fisiológico y anatómico (de los dientes, de los músculos del esfínter y demás). Ahora bien las funciones de la región del yo que acabamos de tocar, incluyendo aquellas acciones controladas v dirigidas de modo subyacente, tienen muchas veces el carácter de inhibir la satisfacción inmediata de los impulsos instintivos; el aplazamiento o el desplazamiento de esa satisfacción es fre cuentemente la consecuencia de su actividad. Por otra parte, el desarrollo de nuevas funciones del yo, por ejemplo, las de su actuación en el mundo exterior, pueden abrir nuevas avenidas para la satisfacción directa e indirecta (sublimada) de las ten dencias instintivas. Los cambios en la distribución de la energía psíquica, en la dirección de una inversión más enérgica de las funciones del yo, marcha paralela con esos desarrollos. 47 SOBRE LOS ACTOS48 Al acentuar la importancia de factores tales como la anticipa ción, el aplazamiento de la satisfacción y otros semejantes, en el desarrollo de la acción, le damos a ésta al mismo tiempo el lugar que le corresponde dentro de la tendencia general del desarrollo humano, la tendencia hacia un aumento de la independencia respecto del impacto inmediato de los estímulos del momento, la independencia respecto del hic et nunc. Esta tendencia puede . describirse también como una tendencia hacia la "interioriza ción’* (Hartmann, 1939a). La señal de peligro es un ejemplo de esto. Esa señal ayuda en muchos casos a dominar el peligro "interior”, antes de que pueda convertirse en peligro que ame nace desde el exterior. La acción dirigida y organizada (organi zada en cuanto a sus motivaciones y en cuanto a la forma en que se produce) es sustituida gradualmente por las reacciones in mediatas de la descarga motriz, como dijimos anteriormente. Las actividades de tanteo, con cuya ayuda intentamos dominar una situación, resolver un problema, son gradualmente interiori zadas; el pensamiento, en este sentido, es una acción de tanteo con pequeñas cantidades de energía psíquica (Freud, 1911a). Finalmente, las interiorizaciones, que son esenciales para la for mación del superyó, llevan a una creciente independencia del mundo exterior, hasta donde un proceso de regulación interna remplaza las reacciones y acciones debidas al temor del medio circundante social (angustia social). En cuanto al empleo de la energía psíquica en la acción, bas tará con unas cuantas palabras. En psicoanálisis se trabaja sobre la hipótesis de que una vez formados los tres sistemas mentales, cada uno de ellos dispone de energía psíquica (véanse los capítulos 7 y 12). La acción ciertamente utiliza energías del yo. La que, sin embargo, no supone que no pueda también tener a su disposición energías del ello o del superyó. La separación del yo de los otros sistemas, por lo general, no es completa. Así la acción extraerá con frecuencia energía de las reservas de otras unidades de funcionamiento de la personalidad. La observación analítica nos ha enseñado que la conducta hu mana está esencialmente superdeterminada y que en cada corte transversal de la conducta (hasta una cierta edad) podemos se guir el rastro de la influencia de los tres sistemas psíquicos Llamamos a esto el principio de función tnúlliple (Waelder 1930). De acuerdo con este principio, el resultado de la activa ción de, digamos, una función del yo, estará codeterminada poi el estado de cosas en el ello y el superyó; hemos aprendido a damos cuenta de la multiplicidad de los factores interdepen dientes que todo análisis de la conducta real ha de tomar er consideración. No obstante, esa complejidad no hace innecesa rio o imposible correlacionar las funciones con los sistemas, de un modo que en algunos casos puede ser más definido y en otros RACIONALES E IRRACIONALES 49 menos. Si en este sentido he llamado acción a una función del yo, tengo que añadir ahora que es posible describir una variedad de tipos de acción, ante todo desde el punto de vista de la in fluencia que otros sistemas ejercen sobre ella. Mientras que la formación de la acción es realizada normalmente por el yo, otrasde sus características pueden derivarse del ello o del superyó. El estímulo que pone la acción en marcha puede hallarse en uno de los otros sistemas también y la fuerza impulsiva de la acción puede ser suministrada por cualesquiera de los tres sistemas. La configuración de la acción es diferente cuando ésta es instintual de cuando es racional. La acción puede de modo predominante estar al servicio del yo, o también servir preponderantemente a la satisfacción de las necesidades instintivas; puede incluso estar sobre todo al servicio del superyó, por ejemplo cuando es sus citada por un fuerte sentimiento de culpabilidad inconsciente. Estos tipos de acción difieren también con respecto a la claridad de la motivación, al grado de explicitud en la presentación del objeto y a los fenómenos somáticos que los acompañan. Desde el punto de vista de la participación de una diversidad de funciones del yo en la acción y del grado en que éstas parti cipan, podemos decir: las diferencias en el tipo de acción corres ponden a diferencias en los niveles del yo que las dirigen (nivel de integración, de diferenciación y demás), a diferencias en la organización de los motivos, en el tipo de metas, en la organiza ción de los medios; las diferencias están determinadas según que estos factores actúen en un nivel consciente o no, según el grado de automatización y demás. La acción puede satisfacer ciertas tendencias del yo, en tanto que es rechazada por otras. La ac ción puede estar más o menos bajo la influencia de los elemen tos racionales de la conducta. Así, un punto de vista desde el cual debe describirse la acción es también aquel del que voy a tratar principalmente en este estudio; a saber, su carácter racional e irracional (respecto a las definiciones, véase infra).1 En cuanto a lo que llamamos las finalidades, las metas o los 3 Se ha sugerido que el concepto de la acción irracional ha sido descar tado por completo (Von Mises, 1944). El razonamiento es el siguiente: puesto que el psicoanálisis ha mostrado que la conducta de los neuróticos, y hasta la de los psicóticos, es significativa, puede ser comprendida, y que la mentalidad de los enfermos, no menos que la mentalidad de los nor males, tiende básicamente hacia la satisfacción (aun cuando utilizando otros medios), lo que anteriormente se creía que era acción irracional, queda demostrado que no lo es en absoluto y que dicho calificativo, por lo tanto, es desorientador. No obstante, para nosotros, ni la afirmación de que la acción patológica tanto como la normal tiende hacia la satisfacción, ni la de que ambas pueden ser comprendidas y explicadas por el análisis im plica que sean racionales o hasta qué punto lo sean. Nos referimos a lo racional e irracional como características psicológicas empíricas de la ac ción que pueden estar presentes o ausentes. En este sentido, los términos son significativos y provechosos. SOBRE LOS ACTOS50 fines de la acción, bastará con hacer aquí unas cuantas observa ciones no sistemáticas.2 Debemos distinguir entre estos fines y la que llamamos la finalidad de una tendencia instintiva. Al decir que esta última tiene una finalidad, no indicamos otra cosa sino el hecho de que estas tendencias, de no inhibirse, seguirán su curso hacia la satisfacción. No obstante, hablamos del fin o de la meta de la acción en el sentido de que la anticipación del resul tado de la acción desempeña un papel en su preparación. Las metas de las acciones de un individuo reflejan sus relacio nes con el mundo exterior, pero también sus impulsos instintivos, sus intereses, sus exigencias morales, su estado de equilibrio y demás. En cuanto a los muchos interrogantes implicados aquí, cada análisis nos proporciona un rico material de respuestas; pero dichas respuestas no han sido nunca objeto de un estudio especial en el análisis. Destacamos la naturaleza compleja de estas metas, el hecho de estar superdeterminadas y también que con frecuencia se dan contradicciones en la estructura de la meta. Sin embargo, normalmente se produce en el yo una adap tación mutua de las diferentes series de finalidades, de modo que los fines relacionados con las exigencias morales sean com patibles con los relacionados con la adaptación al medio, o con aquellos que representan los intereses del yo, etc. Las metas básicas de la acción humana fueron descritas por Aristóteles como "provecho, placer y moralidad". Esta clasificación es un tanto semejante —aun cuando no coincide exactamente— a una clasificación analítica basada en la distinción de las funciones del yo, del ello y del superyó, que influyen en la formación de las metas. Nos damos cuenta de que existe una estrecha rela ción entre estas tres series de metas. Aquellas que se formaron bajo la influencia del superyó pueden al mismo tiempo ser me tas del yo del ello. Los sistemas de valores originados en el superyó son algo que el individuo comparte con muchos otros, y su aceptación facilita la tarea del yo de la adaptación social; y sabemos que las funciones del superyó, de un modo indirecto, satisfacen también muchas veces tendencias instintivas. Debo añadir, por ejemplo, que la finalidad del superyó de reprimir demandas instintivas lleva a cambios en el yo y en las finalida des del yo en relación con el medio ambiente. También, como en el caso de la intelectualización, vemos que una función que ha sido (en parte) desarrollada como defensa contra los instintos, puede convertirse en una meta independiente del yo (A. Freud, 1936). Debemos damos cuenta ciertamente de que muchas de las finalidades del yo se originan de este modo. Esto es un espe cial caso de cambio de función, un término habitual en la biolo gía. Por otra parte, los fines del yo influyen realmente en las demandas del superyó. Lo que ocurre normalmente en el curso 2 Para un aspecto importante del problema, véase Frcnch (1941). 51RACIONALES E IRRACIONALES de la elaboración y unificación de dichas demandas, proceso que se verifica en el periodo de latencia y en la adolescencia. Las condiciones especiales en la formación del superyó, una alta tensión de los sentimientos de culpabilidad inconscientes, un debilitamiento del yo achacable a una diversidad de factores, son a menudo las causas del fracaso del yo al elaborar las fina lidades del superyó. Éstas, pues, exigen una rígida sumisión y son consideradas como “fines absolutos”. No obstante, ésta es una cuestión de grado, ya que aun en el hombre medio que ha desa rrollado un superyó, sus demandas, o algunas de ellas, tienden a ser consideradas como más absolutas que otras finalidades; se supone que otras metas han de sacrificarse a ellas y se man tienen más independientes de las consideraciones prácticas. De- wey (1922, 1939) ha insistido con frecuencia en la cuestión de que los fines sólo funcionan dentro de la acción, de que son simplemente puntos decisivos en la actividad, y que la acepta ción de "fines fijos" es sólo un aspecto del fervor del hombre por un ideal de certidumbre. No quiero discutir su teoría de los fines, los medios y los valores, sino solamente destacar un pun to: que los seres humanos en realidad establecen finalidades más o menos fijas, o "fines absolutos”, más allá de sus acciones, y que la acción que está en parte determinada por factores de este género, puede en psicoanálisis ser atribuida en efecto al funcio namiento del superyó. En su trabajo clínico, el analista se enfrenta constantemente con la acción racional como opuesta a la irracional, pero tam bién con otros fenómenos clasificados comúnmente como racio nales o irracionales. Va sabiendo de los factores que pueden obstaculizar el desarrollo de la racionalidad o inhibir las fun ciones racionales. Observa cómo los elementos irracionales de la conducta, antes de nada, se interfieren con la conducta sana, con la adaptación, con el progreso y, en una correlación posi tiva más o menos definida, con la patología, lainadaptación y la regresión. Esta experiencia clínica ha encontrado su expre sión clásica en la teoría freudiana de la neurosis y la psicosis. Hay por supuesto también un caudal de observaciones que apun tan hacia el papel positivo que la conducta, por ejemplo, irracio nal, afectiva, puede desempeñar realmente en el ajuste normal. Pero este aspecto del problema, que es parte de una psicología analítica de la persona normal, ha sido formulado hasta ahora de modo menos explícito y menos completo que la teoría de la neurosis. También surgen dificultades del hecho de que los tér minos "racional” e "irracional”, por cuanto que son usados am pliamente por los analistas, se emplean lo mismo dentro que fuera del análisis de una manera más bien vaga. Aquí son menester unas cuantas palabras acerca del uso y SOBRE LOS ACTOS abuso de estos términos. La palabra "racional" se utiliza coa frecuencia como sinónimo de "guiado por la razón” o de "razo nable”. En la medida en que "razón” viene a ser sólo una palabra más para significar "intelecto”, y "conducta razonable" otra expresión más para designar la conducta que se basa en la intuición y el pensamiento, esta terminología se aproxima a la que presentaré más tarde. Sin embargo, "razón" y "razonable” tienen también otros muchos significados y, en general, son con ceptos muy deficientemente definidos. Por supuesto, todos usa mos estas palabras a menudo para valorar la conducta de una persona, pero no debemos olvidar que se prestan a equívocos, a menos que se les añadan nuevas especificaciones en cuanto a los puntos .de vista de los que se derivan tales valoraciones. Lo que llamamos razonable se basa realmente con frecuencia en parte en una serie de juicios valorativos implícitos o explícitos, la va lidez de los cuales, en consecuencia, damos por buena variando su significado. Si se considera una finalidad legítima del indi viduo poner ciertos intereses personales por encima de otras consideraciones, una actividad que sirva a tal finalidad sin duda será llamada razonable; mientras que, desde el punto de vista de un diferente sistema de valores, sacrificar esos intereses per sonales será considerado como la misma esencia de la conducta razonable. Evidentemente, en estos casos la afirmación de que la conducta es razonable no es una afirmación puramente psicológi ca, sino que hay un elemento de juicio moral mezclado inextrica blemente con él. Este elemento subjetivo, implicado en la for mación del concepto, hace inaconsejable el uso de la palabra "racional” en este sentido, si es que queremos considerarla como un término psicológico. En la historia de la filosofía se han hecho muchos intentos para vincular el concepto de razón con determinadas funciones mentales. No obstante, el enfoque racionalista no va muy lejos en esta dirección debido a varias razones, por ejemplo, a que el racionalismo, al menos en algunas de sus implicaciones, se opo ne al empirismo. También la elevada valoración de "la razón" ha inducido a muchos filósofos a creer en la casi omnipotencia verdadera del intelecto, y a escotomizar la fuerza real de los factores irracionales. Por otra parte, el irracionalismo romántico arroja cierta luz sobre las funciones mentales inconscientes y so bre la importancia dinámica de las fuerzas irracionales. Pero el Romanticismo, aún más que la Ilustración, se queda corto al desarrollar nuestros conocimientos empíricos de la estructura de la personalidad hasta un punto donde se llegue a poder asignar un lugar a las funciones irracionales así como a las ra cionales y comprender sus relaciones mutuas. Hoy día "razón” y "sinrazón" "razonable” e "irrazonable”, se utilizan menos como términos científicos. 52 RACIONALES E IRRACIONALES No obstante, si hay aún tanta confusión acerca del signi ficado y función de la racionalidad, se debe —al menos en part notaciones, cuyo origen nos retrotrae a las escuelas filosóficas del pasado. Pero hay otros factores que participan en esta manifiesta falta de claridad. Merece la pena hacer aquí una digresión, para ver cómo los juicios valorativos implicados, de que hablé antes, influyen en la formación de conceptos y nuestra penetración en la conexión de los hechos. Hay una fuerte tendencia a equiparar la conducta racional con la con ducta sana y con aquella que juzgamos “buena” o “correcta”, y la conducta irracional con lo contrario. Hasta los autores psicoanalíticos encuentran difícil percatarse de que la con ducta racional puede ponerse al servicio de finalidades des tructivas o autodestructivas. No cabe duda de que existe una correlación positiva, por ejemplo, entre la conducta ra cional y la conducta adaptada, entre la conducta racional y la sana, y de que esas correlaciones han sido aceptadas desde hace tiempo. No obstante, el factor valorativo -implí cito vuelve difícil el percatarse del hecho de que la interre- ' lación de la conducta racional y la irracional es, en realidad, mucho más compleja de lo que esas simples correlaciones la hacen aparecer. Al estudiar los efectos de tales juicios valorativos implícitos, nos encontramos con que existe una tendencia bastante general que propongo denominar tenden cia hacia la aglutinación de valores. Si, por ejemplo, atribui mos a un elemento de conducta un acento valorativo positivo, nuestro pensamiento tenderá a identificar más fácilmente con él otros elementos, evaluados positivamente, a conside rarlos parte de él o en una relación causal con él, que aquellos elementos que tienen un acento valorativo negativo. La misma aglutinación se produce en el terreno de los ele mentos de conducta que tienen valoración negativa. Así, las conexiones acordes con la valoración común de los hechos serán sustituidas por sus conexiones reales y la penetración en la estructura de la realidad será interferida. Hay una segunda tendencia que llamo irradiación de valores. Ésta sigue la ley de la irradiación afectiva. Si un elemento tiene un acento valorativo positivo, esos otros elementos que sa bemos están de un modo u otro en contacto con él pueden venir a participar de este acento valorativo (el caso en que los medios extraen valor de los fines es más complejo y no puede incluirse aquí). De acuerdo con el primer principio, reunimos aquello que valoramos del mismo modo; de acuer do con el segundo, valoramos del mismo modo lo que sabemos que debe estar reunido. Ambas tendencias se dirigen a ele mentos regresivos en nuestro pensamiento (y la observación del niño nos muestra fenómenos un tanto similares hasta 53 al hecho de que este concepto tiene muchísimas con- SOBRE LOS ACTOS54 un grado aún más impresionante). Empero, ellas influyen nuestro pensamiento psicológico, se encuentran con frecuen cia en la base de errores de juicio en el pensamiento político y generalmente dondequiera que entren en juego juicios va- lorativos de interés elevado. Su propiedad de cambiar acen tos, de establecer y separar conexiones de hecho, sin consi deración a la estructura del objeto, nos hace pensar en el proceso primario. Mientras que la irradiación de valores se produce de acuerdo con lo que sabemos acerca del pensa miento emocional en general, en el caso de la aglutinación de valores, pueden también entrar en juego otros factores. Aquí podemos enfrentamos a veces con la interferencia de una función del superyó, con una del yo; la prueba por la realidad (otros casos de semejante interferencia han sido descritos en psicoanálisis; véase Freud, 1936), que es una mezcla de esquemas del superyó, con esquemas del ego. Es bien sabido que el superyó, la fuente de cuando menos parte de nuestros juicios valorativos, tiene sus raíces en capas de la personalidad regidas por el proceso primario. El hecho común de que la prueba de la realidad sufra menos cabo cuando los objetos tienen un fuerte acento valorativo (moral, estético y demás), puede explicarse parcialmente por esta vía. Me gustaría añadirque no considero completas mis explicaciones en términos de la aglutinación de valores. Tam bién deben considerarse otros valores, por ejemplo, cierta tendencia hacia el aislamiento (las cosas "buenas", no deben contaminarse con las "malas”, a consecuencia de lo cual los nexos causales entre los hechos pueden romperse, no apa recer, etc.). Además, valdría la pena describir la influencia de la ambivalencia en la aglutinación de valores. Tras esta larga digresión, precisaré el significado estrictamente psicológico de los términos "racional" e "irracional". Empeza remos diciendo que la conducta irracional puede definirse en forma negativa, en el sentido de carecer de control racional, o de estar gobernada por principios diferentes a los que rigen la conducta racional. En una caracterización positiva, designamos como conducta irracional aquella que es predominantemente emocional o instintual. Hay también un intento de una carac terización positiva más precisa de las leyes que rigen al menos una parte considerable de la conducta irracional; parte de ella, ciertamente, sigue las leyes del proceso primario. Los impulsos instintuales son irracionales en el primero y en el segundo sen tido, e igualmente lo son todas las funciones inconscientes en general. Ésta es, justamente, una afirmación acerca del uso actual de la palabru, y no implica adición alguna a estas defini ciones (o caracterizaciones) si digo que en el análisis es prefe rible usar la palabra para describir la conducta que permite tam* RACIONALES E IRRACIONALES 55 bién una alternativa racional. Los casos en cuestión son actos irracionales (instintuales o emocionales), opuestos a la acción racional, e igualmente irracionales, en cuanto opuestos al pensa miento racional. El término racional, cuando se refiere al pensamiento, signi fica lógicamente pensar de un modo correcto. Pero no sólo significa eso (salvo en el caso de la lógica y de las matemáticas). También implica la consideración de los hechos asequibles y el control sobre esos hechos y sus conexiones de acuerdo con las reglas aceptadas comúnmente. En cuanto a la acción racional, comenzaré con una definición del sociólogo M. Weber (1921): "una acción humana es intencio nalmente racional si el sujeto de ella considera las metas, los medios y los efectos colaterales, y si sopesa racionalmente los me dios frente a las metas, éstas frente a los efectos colaterales [consecuencias] y también varias metas posibles frente a otras”. Añadiré que este proceso de cálculo puede producirse en un nivel consciente, pero también en uno preconsciente. Por su puesto aquí, como en el pensamiento racional, se halla implicada una consideración de la realidad (en muchos casos tanto interna como externa). Puede darse una penetración cabal en la es tructura de la realidad junto con una fuerte tendencia a equili brar los fines frente a los medios; pero estos factores varían en parte independientemente unos de otros. Así puede observarse una diversidad de tipos. Por razones de claridad podría también ser útil hacer aquí una distinción entre dos formas de conducta sintónicorrealista. La conducta puede encajar en las condiciones de la realidad en el sentido de que ésta favorezca realmente el logro de una cierta finalidad, aun cuando pueda no haber sido calculada para ello; en este caso la podemos denominar objeti vamente sintónica con la realidad. O puede lograr una finalidad dada como consecuencia de que se calculó para hacerlo; llama remos a esta forma de conducta subjetivamente sintónica con la realidad (Hartmann, 1939a). La conducta "instintual" o emo cional se adecúa con frecuencia a una situación real en el pri mero de los sentidos (objetivamente). El grado más alto en el cual la conducta puede ser subjetivamente sintónica de la reali dad, corresponde a la acción racional intencional. Espero que con lo que he dicho aquí quede completamente claro que no pienso que la acción racional y la acción irracional estén separadas siempre rigurosamente una de otra en el com portamiento real; también pueden de hecho observarse, entre los casos extremos descritos, una serie de transiciones. Me he ocupado del significado psicológico del término acción racional. Pero no he hecho ningún intento por definir como ra cional ninguna serie de metas. En realidad, el establecimiento de un fin puede o no estar basado en el pensamiento racional; pero las metas mismas s decir en tanto que las consideremos 56 SOBRE LOS ACTOS como metas y las diferenciemos de los otros elementos de la acción— no pueden ser llamadas racionales o irracionales, en el sentido de la descripción psicológica (mientras que podemos, por supuesto, decir que están de acuerdo o no con el sistema' de valores de una persona, con su equilibrio mental, con las opor tunidades de adaptación en una situación dada, etc.). Por otra parte, si consideramos las metas en un más amplio complejo de fines y de medios, en donde la meta en cuestión puede ser to mada como un medio para alcanzar fines más distantes, cabe aplicársele el término racional e irracional. Si tener éxito social es desde un punto de vista una meta, pero desde otro un medio para adquirir riqueza, su empleo para tal propósito puede o no ser racional; mas aquí de nuevo no es su función como meta la que puede correctamente denominarse racional. Hago referencia a este hecho sobre todo con el fin de acentuar una vez más la ne cesaria distinción entre "racional" y "razonable". En realidad, cuando se emplean la expresión finalidades o metas racionales, lo que se quiere significar realmente, por lo general, es que las metas son razonables en uno de los diversos significados de la palabra. No obstante, insistiendo sobre la cuestión, me doy también cuenta del hecho de que existen sin duda conexiones psicológicas entre los fines de una persona y los medios que elige para alcanzarlos; asimismo, vistas desde un punto de vista objetivo, ciertas metas serán alcanzadas más fácilmente que otras por medios racionales. He dicho antes, que nuestro conocimiento intuitivo de la in terrelación de la conducta racional y la irracional es bastante incompleto y oscuro para prestarse a dicotomías simplificadoras. Podemos ayudar a nuestra comprensión de la complejidad real del problema si nos ocupamos de un ejemplo tomado del terreno fronterizo entre el psicoanálisis y la sociología. La teoría de Freud de la formación de grupo (1921) es tan ampliamente cono cida que me referiré sólo a aquellos elementos que son de un interés especial a este respecto. Al describir y tratar de explicar los fenómenos de la psicología de grupo, Freud pensó en un tipo de conducta que no está limitada a una época definida de la historia, pero que bajo ciertas circunstancias puede repetirse, por decirlo así, una y otra vez en la historia de la humanidad, sin que cambien sus elementos esenciales. El carácter irracio nal de la conducta del individuo en un grupo contrasta con la conducta comparativamente racional del mismo individuo fuera de la situación de grupo. Los cambios que observamos en un individuo, que es miembro de un grupo, pueden en parte des cribirse como fenómenos regresivos. Además, se produce una hendidura del superyó y, como miembro del grupo, el individuo acepta normas morales que como persona privada rechazaría; matar, prohibido por su superyó privado, puede ser requerido 57RACIONALES E IRRACIONALES por su superyó de grupo. Esta característica de la "escisión del superyó” es lo bastante significativa para ser considerada por Waelder (1929) como base para definir los grupos precisamente de que trata (frente a lo que puede denominarse “asociaciones”, es decir organizaciones sociales estables y más o menos dura deras). Cuando el grupo tiene un dirigente, el miembro del grupo lo sustituye con su superyó; y sobre esta base se produce una identificación mutua de los miembros del grupo. Trabajando sobre estas premisas,he de comentar brevemente un ejemplo de la historia de nuestro tiempo, a saber, la forma ción de grupo en las sociedades totalitarias. Evidentemente pue de observarse una variedad de tipos. En algunos de ellos vemos como factor decisivo una tendencia definida al retroceso, al abandono de la libertad individual por la dependencia del diri gente y de la autonomía moral por los preceptos morales del grupo. Tienen lugar estallidos agresivos de violencia y crueldades extraordinarias que poseen un carácter enteramente irracional. Esas formas se acercan mucho al esquema esbozado anterior mente. Tanto analistas como científicos sociales han dado re petidamente una referencia acertada de ellos. No obstante, hay formas más complejas que revelan otros aspectos de la forma ción del grupo totalitario. Si miramos los factores que producen realmente esas formas complejas, que con frecuencia no son menos virulentas que las otras, nos damos claramente cuenta de la importancia de las tendencias racionales intencionales (en el sentido definido anteriormente) entre los factores determinantes de la formación de grupo. Vemos también que los grupos tota litarios —y he destacado su carácter regresivo— han acrecen tado al mismo tiempo la "racionalización” de la vida del indivi duo incluyendo los detalles de la vida cotidiana, más allá de los límites de lo que conocemos en cualquiera otro sistema social; no obstante, no quiero ocuparme de las relaciones que existen entre "racionalización” en este sentido, un término ampliamente usado en sociología, y "conducta racional”. Aquí estoy intere sado en el hecho de que en la formación de mitologías colectivas puede participar la planeación, y de que el estallido de los im pulsos instintuales puede ser también el resultado de la planea ción. Por supuesto, no quiero de ningún modo afirmar que los fenómenos regresivos no estén implicados en esto; lo que deseo dejar sentado es que el umbral para sus manifestaciones puede descender y que en los casos en cuestión ha descendido real mente por cálculo intencional. Los miembros de esa parte de la sociedad que hace el planeamiento pueden aceptar dichas mi tologías como tales; pero no lo hacen así todos. Para comenzar, aparece ahí un cierto grado de acción racio nalmente calculada en la organización y el desarrollo del sub grupo que en realidad hace el planeamiento; pero en ciertos casos, también aparece en la selección de los miembros del 58 SOBRE LOS ACTOS grupo que se supone están en libertad para exteriorizar su agre sividad. La tendencia "racionalizar" y controlar cada vez mayo res campos de la vida de cada cual, incluye también intentos intencionales de perpetuar en los miembros del grupo, aun cuando no estén en inmediato contacto con el grupo, ciertas ca racterísticas que, de acuerdo con la descripción clásica de la psicología del grupo, se manifiestan sólo en la situación de grupo; por ejemplo, la hendidura del superyó y la actitud hacia el dirigente, como se mencionó antes, tendrá en este caso espe cial, un propósito claramente doble: hacer que esos individuos se aferren a ciertos valores de cohesión social, en cuanto al man tenimiento del sistema que está en el poder se refiere, y por el otro lado dejar que ellos manifiesten libremente su agresión contra los ajenos al grupo, como una consecuencia de los cam bios inducidos en su formación ideal. En una contribución extraordinariamente iluminadora sobre este tema, Kris (1941) pone de relieve que la propaganda totali taria utiliza mucho más que la democrática las radioemisiones de mítines de masas para sus propósitos; al escucha "se le hace que comparta las emociones de los muchos que reaccionan a la fascinación de la situación de masa". En otros casos, se hace que la realidad social provoque o refuerce ciertas características de la "conducta psicológica de masa”, hasta en los individuos aislados físicamente, ofreciendo un premio por eso, como veremos después. En estos casos la distinción entre la psicología de masa y la psicología de organizaciones estables queda más o me nos anulada. Condiciones un tanto similares pueden muy bien encontrarse en muchos partidos políticos y también en algunos casos de "fanatización" de grupos religiosos. No obstante, hay también notables diferencias. En el Caso de los sistemas totalitarios en general es de esperar una expresión infinitamente más intensa y más directa de la agresión que en los partidos políticos. Tam bién los factores intencionales son más predominantes aquí que en la formación de los grupos religiosos. Hay una diferencia en la estructura de las metas, en la medida en que, en las socie dades totalitarias, al menos vis-á-vis del que se halla fuera del grupo, se exige un sacrificio casi completo de los valores huma nos a un fin político muy pobremente estructurado. En el caso de los sistemas religiosos se incluye una serie de valores característicos del sistema, en la estructura de las metas que, bajo ninguna circunstancia deben sacrificarse a fines ulteriores. La reglamentación emocional, con el fin de subordinar un vasto campo de otras metas a aquella que en un momento deter minado parece más importante, puede observarse también en sistemas no totalitarios, por ejemplo en tiempo de guerra. Sin embargo, el estrechamiento de la estructura de la meta y el aba timiento de todos los demás valores a medios calculados para 59RACIONALES E IRRACIONALES servir a ese único fin va mucho más lejos en la organización totalitaria, de manera que pueden considerarse una característica de dichos sistemas. Además este sacrificio de valores no es una medida temporal, sino un intento de convertirla en un rasgo humano constante. Esto también presupone cambios profundos en la estructura del superyó. No deseo examinar aquí hasta qué grado todos estos cambios pueden lograrse y qué consecuencias psicológicas subsidiarias puede suponer esto. Solamente quiero hacer mención de un rasgo característico que es posible describir como un círculo vi cioso; al reducir la estructura de las finalidades del individuo, al disminuir su autonomía moral, se hace un llamado a tenden cias regresivas que entonces, por su parte, intensifican la buena disposición del individuo a la colaboración con los grupos en cuestión y a dejar que su conducta sea planeada según los pro pósitos de los dirigentes. También quiero aquí destacar un tercer factor que aparece en este tipo de grupos, a más de la planeada irrupción de los im pulsos instintuales y de los cambios intentados en la formación del superyó. Las instituciones sociales y un clima psicológico se desarrollan o son creadas de tal modo, que cuando se verifica la acción conforme a las actitudes transformadas hacia los im pulsos instintuales y el superyó, esto tenderá simultáneamente a satisfacer los intereses del yo (por una posición social, in fluencia, riqueza y demás). En consecuencia, las recompensas y los castigos se distribuyen. Ahora se hace un llamado no sólo a las tendencias regresivas, sino también a los intereses del yo y a la conducta racional del individuo. Actuar según el umbral rebajado de agresión y los cambios en la estructura del superyó, puede acomodarse a esta realidad social y ser apropiada (obje tivamente); obviamente no se amoldaría tan bien en otro tipo de sociedad. Pero la voluntad individual utiliza asimismo este tipo de conducta de un modo racional intencional, con el fin de conformarse a la realidad, es decir de acomodarse a la situa ción social (de acuerdo con la distinción que presenté antes, la acción en este caso es subjetivamente sintónica). Mirado desde este punto de vista, resulta éste otro caso de lo que podría deno minarse condescendencia social (véase el capítulo 2). El siner- gismo de los intereses del yo con los otros dos factores, prime ramente descritos, es también consecuente porque introduce en el cuadro un elemento comparable a lo que en las neurosis llamamos beneficio secundario. No obstante, es obvio que el llama do que esos sistemas hacen al yo no se limita a lo que deno minamos los "intereses"; las situaciones de peligro, reales o imaginarias, se utilizan como una apelación a las reacciones más básicas del yo de autoprotección (Kris y Speier, 1944). La precedente presentación de los problemas de la psicología de grupo en los sistemas totalitarios es evidentemente incom- 60 SOBRE LOS ACTOS pleta en relación a muchos de sus aspectos sociales y psicológicos. No he pretendido formular los argumentos que podrían susci tarse, sobre fundamentos analíticos, contra la duración psico lógica posible de esta estructuración: que las finalidades son en parte incompatibles; que el planeamiento se apoya parcialmente en factores de baja estabilidad; que las condiciones son desfa vorables para la síntesis, etc. Tampoco quiero determinar hasta qué punto los factores psicológicos de este tipo pueden haber contribuido a un verdadero despertar de los sistemas de ese orden. He destacado en forma intencional únicamente aquellos puntos de vista que me parece que auxilian a la presentación del problema tal y como lo hallamos en la mayoría de los estu dios analíticos; creo que el esquema aquí desarrollado se acerca a la elucidación de las relaciones entre la racionalidad, la for mación del superyó y los impulsos instintuales que vemos en los casos en cuestión. Hay muchos otros fenómenos sociales que muestran claramente la interrelación de los factores racionales e irracionales, en el sentido de que una serie de factores puede excitar o fortalecer realmente a otra y viceversa. También ha sido frcuentemente descrito cómo la "racionalización" en el campo social afecta a la conducta racional o irracional del indi viduo, siendo uno de los ejemplos mejor estudiados los cambios psicológicos que acompañan al proceso de la industrialización (Mannheim, 1935). Dejando el tema de la formación de grupo, debo dirigir ahora la mirada al estudio de estas interrelaciones en campos más cercanos a la observación psicoanalítica clínica. He mencionado el hecho de que en la literatura analítica la distinción entre la conducta racional e irracional se equipara mu chas veces con la que existe entre la conducta adaptada y la no adaptada, y entre la conducta normal y la patológica. Y ahora preguntamos: ¿cuáles son realmente las retaciones entre raciona- lidad, como la he definido aquí, y adaptación? Damos por su puesto que el pensamiento y la acción racionales tienen un valor positivo para el ajuste del individuo al medio. Éste es un asunto de conocimiento psicológico corriente y como resultado de la experiencia analítica se le ha concedido con razón una nueva importancia. La actitud de Freud hacia el valor adaptativo de la racionalidad era la de un prudente optimismo. No trato de contribuir a una mejor comprensión de este aspecto del problema. Sin embargo, hay testimonios que apoyan la tesis de que las relaciones entre la conducta racional y la adaptación son a menudo más complejas de lo que podríamos esperar. Al ocu parme de algunas ilustraciones especiales, tomaré en considera ción lo que el enfoque estructural del psicoanálisis nos ha ense ñado acerca de este tema. Ante todo hay actividades que pueden ser realizadas adecua damente sólo si las funciones más elevadas del yo, el pensamiento racional y la acción racional entre ellas, quedan temporalmente RACIONALES E IRRACIONALES en suspenso. La imposibilidad de desconectar transitoriamen te dichas funciones puede tener el carácter de un síntoma neu rótico e interferir con la adaptación afortunada. Ejemplos clíni camente bien conocidos son ciertas perturbaciones sexuales e igualmente ciertas dificultades en conciliar el sueño, ambas de bidas al temor patológico de perder el control del yo. Por lo que a nuestro problema se refiere, las cosas son un tanto semejantes, aunque no idénticas, en el caso de lo que llamo las actividades preconscientes automatizadas. Es verdad sin duda que este tipo de conducta, como ha sido destacado por los analistas, en muchos casos sirve a una tendencia ale jada de la realidad; y también que las dificultades con la desau tomatización pueden interferir con ajuste. Esto se ha visto clara mente en personalidades de tipo obsesivo. Por otra parte, la conducta automatizada sirve realmente a un amplio rango de actividades (al proporcionar métodos estandarizados para la so lución de problemas y para la desviación de la energía psíquica; también, si consideramos el aspecto económico de la cuestión, para el ahorro de energía psíquica). En algunos casos, puede hasta ser más útil el que no se precise calcular de nuevo en cada caso la fase intermediaria de la conducta, como se hace en la acción racional. Además, está generalmente aceptado que el valor adaptativo de las actividades automatizadas puede ser per judicado cuando la acción racional choca con ellas. Por supuesto, esto no niega que el caso opuesto sea probablemente de mayor importancia aún; la rigidez de la acción automatizada está nece sitada de reajustes frecuentes mediante el pensamiento y la acción racionales; no obstante, a este respecto el caso primero merece nuestro especial interés. Esto nos recuerda el hecho de que varios modos de adaptación son generalmente apropiados sólo para un rango limitado de situaciones; y que la adaptación .afortunada a una serie de situaciones puede llevar a un perjuicio en la adaptación a otra serie. También los logros del ajuste con respecto a una función pueden significar trastornos de ajuste con respecto a otras. "Cada una de las diferenciaciones mentales que hemos llegado a conocer representa una nueva agravación de las dificultades del funcionamiento mental, acrecienta su ines tabilidad y puede convertirse en el punto de partida para su derrumbamiento, esto es para la irrupción de la enfermedad” (Freud, 1921, p. 130). Por otra parte, las perturbaciones en la adpatación pueden muy bien evolucionar hacia logros adaptati- vos. No se trata de una evolución meramente patológica que ocurra mediante el conflicto, sino también de un desarrollo que culmina en un estado de adaptación afortunada; y esto no ocurre solamente de vez en cuando, sino de modo bastante general. El hecho de que la fijación de modos anticuados de solucionar el problema frecuentemente obstaculiza la adaptación afortunada 61 SOBRE LOS ACTOS62 es conocido de todos los analistas; la intuición racional acre centada y la racionalidad de la acción serán con frecuencia pro vechosos para vencer ese retraso en la adaptación. En ciertas épocas históricas, hemos visto muchas veces, como un fenómeno típico, que el fracaso en la adaptación se debe a las crecientes demandas hechas al yo desde el ángulo de una estructura rápida mente cambiante del medio ambiente. Mencionaré brevemente una situación, discutida con bastante amplitud en nuestros tiem pos (por ejemplo por Lowenfeld, 1944): pienso en el individuo, en un mundo en donde las estructuras de las metas tradicionales y las normas de conducta se han derrumbado; y que se está en frentando con la tarea de sustitutir los cálculos racionales inten cionales y la nueva organización de sus propósitos por la conduc ta construida sobi*e patrones tradicionales. En esta situación, las demandas sobre la función integradora del yo, para asegurar formas estables de adaptación, crecen, y el yo no es siempre capaz de satisfacerlas. Como consecuencia de esto, puede produ cirse una especie de ataxia entre las diferentes tendencias expre sadas en la estructura de la meta, y también en la distribución de la conducta intencional racional e irracional en la diversidad de procesos adaptativos. Es la fase transitoria de un creciente tanteo en el uso de la racionalidad, de sufrida adaptación hasta que el yo puede restablecer un equilibrio entre las metas y entre los fines y los medios. No obstante, el resultado finalpuede ser un fortalecimiento del yo y un ensanchamiento de su campo de acción: el yo puede ser capaz de integrar, no sólo un grado más elevado de racionalidad, sino también de dirigir tendencias que previamente habían sido activas en el superyó. El ejemplo siguiente se refiere al cálculo de medios y fines, lo verdaderamente característico de la acción racional intencional. En tanto que el niño valore los beneficios del placer momentá neo más elevadamente que los beneficios futuros, la planeación racional de sus actos será imposible o incompleta. Esta etapa se supera normalmente en el curso del desarrollo y si la encontra mos en un adulto, sabemos que es patonogmónica. No obstante, la oposición extrema se considera también como patológica. Ella se encuentra en personas que separan inmediatamente el carác ter de meta de la finalidad tan pronto como la han alcanzado, o hasta antes de haberla alcanzado, y la desvían hacia nuevos fines. De ese modo posponen a un futuro cada vez más remoto la sa tisfacción conectada normalmente con el logro de la meta. Cada etapa en esta secuencia interminable es experimentada como incompleta y provisional. Se pierde la diferenciación entre lo real y lo posible. Por otra parte, el proceso de cálculo racional puede llegar a convertirse en una finalidad en sí misma. Los ele mentos instintuales y las defensas implicadas en este cuadro son bastante bien conocidas, a través del estudio analítico de las neurosis, y no es necesario insistir sobre ello. Lo que aquí inte- RACIONALES E IRRACIONALES resa es que nos demos cuenta de cómo el cálculo de los medios y los fines, dadas ciertas condiciones, puede, como si dijéra mos, marchar alocadamente. Resumiendo mucho de cuanto se ha dicho, y comparándolo con experiencias de otros campos de observación, podemos decir que las funciones altamente diferenciadas, por ejemplo la con ducta racional, no garantizan por sí mismas la adaptación óptima, aun cuando su valor para dicha adaptación es evidente; tienen que ser coordinada y completada con otros sistemas de regula ción, algunos de los cuales pueden hasta funcionar en un nivel de organización mucho más primitivo (véase el capítulo 1). Por lo tanto, la imagen de un ser humano "totalmente racional" es una caricatura; y ciertamente no representa el grado más alto de adaptación accesible al hombre. Freud parece haber apuntado en la misma dirección cuando, en uno de sus últimos escritos (1937a), dice que no podemos esperar que el resultado del aná lisis, aun el más completo, sea un individuo que "no vuelva a sentir nunca la agitación de la pasión". Otro aspecto del problema reclama nuestro interés. Todo pro greso del crecimiento y evolución en el hombre puede ser visto desde el ángulo del cambio de condiciones bajo las cuales tiene lugar la adaptación y del cambio de los métodos utilizados en el cumplimiento de las demandas de la realidad. Hasta las defen sas que no están primariamente dirigidas contra el mundo exte rior, sino más bien hacia el refrenamiento de los impulsos instin- tuales, modificarán al mismo tiempo la actitud del individuo hacia la realidad. El psicoanálisis ha destacado en particular el aspecto evolutivo de la adaptación. Así, en la región de los im pulsos instintuales, la adquisición de la última etapa de la evo lución libidinal, la etapa genital, ha sido reconocida como uno de los más importantes requisitos previos para la adaptación de la persona adulta; y estamos familiarizados con el hecho de que el yo maduro es más adaptable que el yo infantil. Por su parte, la experiencia clínica nos ha enseñado de la forma más impresio nante el papel que desempeña la regresión en la patogenia. Sin embargo, deseo insistir aquí en que, aparte de este paralelismo mucho más general entre progresión y adaptación, existen fenó menos que tienen el carácter de adaptación regresiva. Hay casos en que la conducta adaptada y normal de personas adultas se lo gra verdaderamente por medio de la regresión. Y no estoy pensan do aquí tanto en observaciones semejantes, que son bien conocidas de todo analista, v. gr. que las sublimaciones pregenitales pue den complementarse o ser sustituidas por sublimaciones en el nivel genital, a fin de proporcionar un ajuste a la realidad. Más bien acentúo el hecho de que hasta en el pensamiento científi co productivo el rodeo basado en elementos irracionales, el uso de la imaginería visual en general y de elementos simbólicos, lejos de ser una desventaja, puede en realidad ser provechoso. En 63 SOBRE LOS ACTOS toda forma de actividad artística este rodeo regresivo ha sido reconocido como un requisito previo para el logro. Para rotular estos fenómenos podemos adoptar el término de "regresión al servicio del yo", introducido por Kris (1936). Dichos fenómenos deben mirarse también desde el punto de vista de que para lograr la adaptación óptima pueden necesitarse funciones más primitivas que completen las más altamente diferenciadas. Hay aún otro hecho que debemos tomar en consideración si tratamos de comprobar las relaciones que existen realmente en tre el nivel de desarrollo y el de adaptación. La idea de una precocidad inarmónica en el desarrollo de ciertas tendencias es familiar para nosotros desde la patogenia de la neurosis. Yendo más allá, más lejos del desarrollo del yo, de los impulsos instintuales, como resultado de la maduración o de las secuen cias evolutivas, es conocido de nosotros un factor que fre cuentemente resulta patogénico. Pero existe también la posibili dad de que el desarrollo precoz de ciertas funciones del yo, entre ellas los procesos de pensamiento racional, sea un elemento cau sativo en la génesis de la neurosis obsesiva. Hechos como éstos y algunos otros mencionados antes hacen que me incline a formular condiciones para la salud en términos del equilibrio que existe entre las subestructuras de la personalidad, de una parte, y entre éstas y el medio ambiente, de la otra. Espero que como resultado de las observaciones que anteceden hayamos obtenido una mejor comprensión no sólo del papel pri mordial que la conducta racional desempeña en la adaptación humana, sino también de algunos modos menos obvios en que la racionalidad y la adaptación están verdaderamente interrela cionadas. Si consideramos el problema desde el punto de vista biológico, que está de acuerdo cuando menos con una tendencia básica del pensamiento psicoanalítico, podemos decir que el tér mino "racional” no debe usarse como una palabra mágica por encima de toda consideración de las condiciones bajo las cuales las diversas formas de la racionalidad tienen valor adaptativo; debe serles aplicado el criterio general de la adaptación. Es igualmente desorientador llamar "racional” a toda conducta que sirva a la autoconservación, e "irracional" a la que marcha en sentido contrario. Por supuesto es verdad que la racionalidad se usa típicamente para el propósito de autoconservación, pero tam bién puede usarse, por ejemplo, al servicio de la autodestrucción. Además, la autoconservación del hombre se basa en la inter acción de las funciones del yo racionales e irracionales, pero también en la interacción del aparato del yo, de los impulsos instintivos y demás. Si llamamos racional a este conjunto total, oscurecemos de nuevo el significado psicológico específico del término. De nuestra exposición de algunas situaciones típicas resulta 64 RACIONALES E IRRACIONALES 65 también evidente que el valor adaptativo de la racionalidad está en parte determinado por que se amolde al estado de equilibrio que en un momento dado existe entre las funciones de los dife rentes sistemas psíquicos. He hecho mención de que un logro adaptativo en el dominio de una serie de situaciones puede muy bien perjudicar la adaptación en el dominio de otras. Este he cho juega un papel considerable en el pensamiento biológico y ha sido también concienzudamente estudiado en el psicoanálisis.La aceptación de las demandas de la realidad más allá de un cierto umbral individual puede llevar a conflictos con los impul sos instintivos y, en consecuencia, dadas ciertas condiciones, al desarrollo de fenómenos que estorbarán una adaptación afortu nada. El sometimiento al mundo exterior, como lo exige el yo, es favorable para el individuo en la medida que al hacerlo no sobre cargue la situación en otros sistemas. La forma en que las incongruencias que pueden surgir son evitadas o resueltas es aná loga a los procesos que en biología han sido descritos bajo dife rentes títulos como, por ejemplo, "organización del organismo”. Esta coordinación de las partes del organismo y de sus funciones difiere en los diversos niveles del desarrollo, y en el adulto pueden distinguirse diversas capas de éstas. En psicoanálisis, una expresión de las tendencias coordinadoras nos es conocida como la función sintética. No es la función reguladora más primitiva que conocemos por la experiencia analítica; ésta se desarrolla sólo gradualmente, paralelamente con el desarrollo del yo. En el curso de su desarrollo, como una forma especia lizada de la actividad del yo, la función sintética reemplaza en parte regulaciones más primitivas. Freud descubrió que el ele mento de la síntesis interviene en la formación de la estructura psíquica misma, como se ve claramente en el desarrollo del • superyó. Una vez que el superyó se ha desarrollado y que la es tructura psíquica puede ser descrita en términos de los tres centros de funcionamiento, el constante equilibrio de esos tres sis temas, unos contra otros, así como el control de las demandas del mundo exterior contra las demandas de los sistemas psíqui cos, como a cargo de la función sintética. Aun cuando como una cuestión de nomenclatura no sea dema siado importante, desearía mencionar que me he preguntado si no sería preferible el uso de otro término que no fuera el de función sintética, comúnmente usado en psicoanálisis. En los fenómenos sometidos a examen, que podrían ser denominados síntesis, no cabe duda de que juega un papel importante. No ' obstante, un elemento de diferenciación y algo que podría com pararse a una "división del trabajo” forma con frecuencia parte de este cuadro. Nunberg (1930) ha descrito correctamente los elementos de la síntesis en el desarrollo del pensamiento causal y de las tendencias hacia la generalización. Pero ambos fenóme nos son al mismo tiempo indicaciones claras de la diferenciación SOBRE LOS ACTOS66 que se produce en el desarrollo del pensamiento. La formación del superyó, uno de los más portentosos resultados de la síntesis, incluye también la diferenciación, en el sentido de especialización de la función. Por lo tanto, el término junción organizadora puede ajustarse a los hechos mejor que el de función sintética, porque en el concepto de organización incluimos elementos de diferenciación así como de integración. Nunberg también anti cipa la hipótesis de que la función sintética del yo está vinculada con las características "unificadoras” de la libido. Esta hipóte sis debería ser ampliada para incluir en ella no sólo las tenden cias libidinales, sino también las no libidinales, que emanan de los impulsos agresivos, como base última de los aspectos inte- gradores y diferenciadores de la organización. Al añadir estas observaciones sobre la función organizadora, mi propósito sigue siendo describir la relación de la acción con la organización, con las condiciones existentes en la estructura psíquica. He dicho que la acción se desarrolla con base en la aceptación por el niño del principio de realidad, o en forma pa ralela a ella. Ello significa que se ha dado un nuevo paso defi nitivo en el desarrollo, más allá de la aceptación del principio de realidad, cuando las regulaciones más complejas de los siste mas psíquicos y de sus relaciones con la realidad (y también de los modos en que posiblemente reaccionan a la acción inten tada) pueden incluirse en el plan de acción. En este ensayo de dominar la realidad de un modo a lo plástico, el yo del niño de más edad aprende también a considerar, a utilizar y a desarro llar autoplásticamente el estado de cosas en sus sistemas psí quicos. Conceptos de organización, de equilibrio, de armonía han sido utilizados al explicar la conducta humana desde Sócrates, Aris tóteles y los estoicos. Algunos de ellos parecen acercarse bastante a los conceptos del análisis. No obstante, la importancia del concepto de organización en el psicoanálisis se debe al hecho de que no es ni un principio filosófico ni una exigencia moral, sino que se refiere sólo a hallazgos empíricos. El concepto psico- analítico de organización abarca en verdad parte de aquello a lo que los filósofos se refieren cuando hablan de "razón”; y al hablar de conducta razonable, se refiere uno muchas veces a fe nómenos que en el análisis describiríamos como conducta guiada por la función organizadora. Esta función psíquica está más cerca de lo que comúnmente se llama razón, que la racionalidad; sin embargo, debido a lo que he dicho antes, prefiero no utilizar la palabra "razón” como término psicológico. Basando la teoría de la acción en los conceptos estructurales del análisis, esbozaré un tipo de acción que es ampliamente soste nida para el dominio del hombre y que tiene importancia supre ma en las escuelas "utilitarias” de la ciencia social. Acción que RACIONALES E IRRACIONALES es en verdad normal y adaptativa en un amplio orden de situa ciones. Voy a tratar de ella con objeto de mostrar que, no obs tante, este hecho no puede juzgarse sin profundizar en su posición estructural. La forma de acción que tengo en el pensamiento es otra de esas que indiscriminadamente han sido denominadas ra cionales. Sus finalidades son lo que comúnmente se designa como utilidad. Sin embargo, esforzándose hacia lo que es "útil", no se delinea la meta de modo inequívoco. Desde el punto de vista de la descripción psicológica, podemos caracterizar estos esfuerzos como un cierto grupo que en psicoanálisis denomina mos intereses del yo, por ejemplo, aquellos concernientes a la posición social, la influencia, el éxito profesional, la riqueza, las comodidades y demás. Genéticamente podemos seguir, de modo más o menos completo, el origen de muchos intereses del yo hasta tendencias del ello. No obstante, una vez que la estructuración se ha producido, esos intereses se vuelven en parte independien tes sirviendo al yo, y este desarrollo, bajo condiciones normales, no es enteramente reversible;3 por eso el psicoanálisis ha de describirlos como un grupo separado de fenómenos. El peso que este grupo de intereses del yo lleva en la dinámica de la conducta individual y en la vida social, es asunto conocido co múnmente. No obstante, representan sólo una parte del yo y resulta importante hacer una distinción entre esas y otras ten dencias del yo, cuando se trata de caracterizar varios tipos de acción. Me gustaría referirme aquí solamente a una cuestión sobre la cual puede arrojar luz nuestra experiencia clínica. Con frecuencia vemos la forma de conducta de que se trata exagerada, hasta llegar a ser una especie de caricatura en algunos de nuestros pacientes. Me refiero al tipo bien conocido de perso nas que continuamente recalcan las opiniones positivas que tie nen de la vida, su actitud realista y el alto grado de la llamada ra cionalidad que han alcanzado. Todo fragmento de conducta que no sirva visiblemente a un propósito "útil” es descartado como arcaico, como basado en la superstición o el prejuicio; allí donde las actividades no están al servicio de un fin útil, son desenmas caradas como hipocresía. Tales pacientes se obligan a mirar la conducta sexual como un recurso para finalidades ulteriores (por ejemplo, la higiene mental), y en consecuencia tratan de actuar. Su reacción característica ante la muerte es suprimir el duelo. El origen y la estructurade tales actitudes es evidentemente bastante complejo. Para mi propósito quiero destacar el tipo de acción preferido que es contingente a esas actitudes. Dicha acción, además, se halla relacionada con una referencia especí fica a la realidad, en el sentido de que mientras se acentúan unas partes de la realidad, otras, sobre todo las partes de la reali- 67 3 Para el desarrollo del concepto de autonomía secundaria véase Hart- mann (1939 a) y los capítulos 7 y 9. SOBRE LOS ACTOS dad interna, se escotamizan. Pronto descubrieron que este tipo de conducta abunda en autoengaños. Párte de un concepto de "reali dad" altamente limitado, como le ocurre muchas veces a una polí tica que se ufana llamándose a sí misma realista. Comprendemos que tal conducta es un intento de negar los conflictos internos y de protegerse a sí misma contra el temor; su carácter defensivo es obvio. Por supuesto, esto no implica que sea invariablemente patológica. En algunos individuos encontramos que es un ele mento más o menos central de su neurosis. Pero en muchos otros, un grado menor de la misma es parte evidente de la con ducta normal y demuestra ser muy valiosa para la adaptación en gran número de situaciones; pero hasta en esas personas, sirve con frecuencia a propósitos defensivos. El valor adapta- tivo de semejante conducta varía de acuerdo con la organización social en que se produce. , Desde el punto de vista de los diversos sistemas de valoración que se desarrollan sobre la base de las demandas del superyó, el tipo de acción de que nos ocupamos se valora de distintos modos. Con frecuencia resulta estar en conflicto con las exigen cias morales del individuo. Tal cosa puede ser digna de men cionarse, ya que el psicoanálisis ha investigado principalmente el aspecto de las demandas morales que forma una barrera con tra los impulsos instintuales. Pero las tendencias del yo de varios géneros —la acción conforme a los intereses del yo y tam bién el propio elemento de cálculo en la acción racional inten cional— son evaluadas realmente en muchas situaciones en forma negativa por diversos sistemas éticos; y de ningún modo sólo como una consecuencia de posibles implicaciones instintua les. Creo que estas valoraciones, así como aquellas que condenan la conducta instintual, pueden en último extremo perseguirse hasta las condiciones bajo las cuales se forma el superyó. Pero ésta es una cuestión especial de la que me he ocupado más am pliamente en otra parte (véase Hartmann, 1960; Hartmann y Lowenstein, 1962). El análisis revela claramente las numerosas interrelaciones genéticas y estructurales de los intereses del yo con otras fuer zas impulsivas. Ningún analista duda de que la imagen del hom bre guiado exclusivamente por éste o aquel grupo de intereses del yo, se queda corta con respecto a la realidad psíquica. No obstante, desempeña aún un papel cuando se trata de normas de salud, propósitos terapéuticos y problemas pedagógicos. Así se sostiene muchas veces que la libertad del individuo para subordinar otras tendencias a lo que. es útil para él, establece la diferencia entre la conducta sana y la neurótica. En realidad, no es base suficiente para construir sobre ella una definición de la salud. Los intereses del yo son sólo una serie de sus funcio nes entre otras, y esos intereses no coinciden con la función del yo que tiene también en cuenta las demandas de otros sistemas 68 RACIONALES E IRRACIONALES psíquicos y que he descrito como la función organizadora del yo; su predominio en un individuo no justifica la suposición de que los impulsos estén armoniosamente incluidos en el yo, o que las demandas del superyó hayan sido integradas en él. Evidentemente, hasta el tipo de acción que se toma por lo común como "normal’' no puede ser debidamente valorado, sin un análisis estructural. No hay una correlación fidedigna con la salud si no se consideran los tres sistemas y sus interrelacio nes. Si hablamos de subordinación de otras tendencias psíquicas que no están bajo los intereses del yo, sino bajo su control y en particular bajo la función organizadora del yo, esto describiría mejor lo que llamamos conducta sana; aun cuando esta carac terización continúe siendo incompleta. Tales consideraciones también ponen en claro por qué los muchos intentos de planear la existencia humana, que se han basado en un llamado a ciertos grupos de intereses del yo, están condenadas al fracaso; desde el punto de vista psicológico, es probable que resulten ser defectivos y que finalmente lleven a conflictos imprevisibles, particularmente cuando esos intentos están orientados hacia un sector complejo y estructuralmente central de la conducta humana. 69 Han sido descritos muchas veces qué cambios sufren los sistemas psíquicos de un paciente durante el tratamiento psicoanalítico y qué papel desempeña en esto la función organizadora. A este respecto, quiero señalar el hecho de que el proceso psicoanalí tico mismo puede ser considerado como un modelo de la forma en que la acción racional intencional puede, muchas veces con éxito, utilizar elementos irracionales de la conducta. Aquí eviden temente, en el plan de una técnica racional, ideada para variar la conducta del paciente, se incluye el hecho de la irracionalidad (véase también el capítulo 8). Los medios racionales se utilizan hasta con el fin de movilizar fuerzas irracionales que, como sabemos por experiencia, quedarán finalmente integradas en un nuevo estado de equilibrio. El yo es fortalecido y se hace posible una síntesis de las tareas puestas por él, por los impulsos ins tintivos, por las exigencias de la conciencia moral y por la reali dad ; el individuo aprende a coordinar sus metas. En el proce dimiento psicoanalítico, la intuición racional se toma a sí misma en cuenta como una función parcial por sobre y en relación con otras funciones psíquicas. Así, este método de "planeamiento" deja intencionalmente un cierto grado de libertad a las fuerzas instintuales y emocionales. Las posibilidades y limitaciones de la racionalidad se prueban empíricamente en todo análisis. Bajo este enfoque, el "racionalismo” y el "irracionalismo" quedan am bos integrados. Freud dictaminó: “Donde estuvo el ello, ahí estará el yo", in dicando de un modo general las metas de la terapia psicoanalí- SOBRE LOS ACTOS70. tica. Esto ciertamente no significa que las funciones racionales, o los intereses del yo y demás, puedan o deban reemplazar total mente siempre a las funciones de otros sistemas. El pensó prin cipalmente en la guía por el yo, en la supremacía de su función organizadora, como la he descrito aquí. No obstante, no hay duda de que el fortalecimiento del yo, una consecuencia del análisis si éste ha sido afortunado, puede dar también como resultado que el yo se haga cargo en su propia organización de ciertas funciones que previamente han sido cumplidas por las otras subestructuras de la personalidad. Este caso es muy dife rente del examinado antes, en el que se intenta sustituir cier tos intereses del yo por las funciones de los otros sistemas, muchas veces en un acto de defensa contra ellos. Lo que tengo aquí en mente es la afortunada integración de estas funciones en el yo, que presupone fortaleza del yo, una liberación relativa de la ansiedad y la integridad de la función organizadora. Hasta dónde puede tenerse el derecho de esperar que este grado de reorganización pueda obtenerse por algún otro método que no sea el psicoanálisis, es un tema que no trataré aquí. No obstante, espero que lo que el análisis, y más particularmente lo que nues tra intuición en el procedimiento analítico mismo, nos ha ense ñado acerca de las dialécticas de la conducta racional e irracional, pueda ser de utilidad como modelo para la comprensión y el manejo de los fenómenos sociales en mayor escala. 4. COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES * (1948) No estA bien definidoel campo que la teoría psicoanalítica de los instintos, o impulsos, pretende abarcar. Puede muy bien ser cierto, como el propio Freud lo creía, que algunos aspectos de esta teoría no muestran el mismo grado de lucidez que encontra mos en otros principios del análisis. Parece, por lo tanto, acon sejable revisar de vez en cuando el lugar que ocupa esta teoría dentro de la totalidad del psicoanálisis, particularmente en vista de los modos en que el análisis se ha desarrollado hasta ahora. El progreso en una dirección ha implicado con frecuencia cam bios —al menos cambios en la importancia concedida— que muchas veces no han sido explícitamente expuestos. Los funda- • mentos empíricos del análisis son múltiples, sus teorías son com plejas, y la verificación es difícil y exige tiempo; por eso no siempre ha sido claramente entendida la verdadera interrelación de sus varias partes en el mismo nivel (hablando cronológica mente). Pese a los intentos incompletos de llegar a una presen tación más o menos sistemática, podemos decir que hasta el presente una comprensión del análisis difícilmente se obtiene sin un detallado conocimiento de su historia. Si se trabaja en alguna proposición analítica sin ese conocimiento, es posible que encontremos el camino obstaculizado por hipótesis que en reali dad pertenecen a diferentes etapas de su desarrollo. Este estado de cosas es embarazoso para el entendimiento y, por supuesto, para la enseñanza de la técnica del análisis. El empeño en sus citar ciertos ajustes arquitectónicos, una mejor coordinación de los aspectos de hecho y teóricos, puede también ayudamos a alcanzar una nueva intuición de ciertos problemas que han sido desdeñados o incompletamente entendidos. Como esto tiene la apariencia de un programa bastante ambi cioso, me apresuro a afirmar que mis aspiraciones se limitan a examinar unos cuantos aspectos de la teoría de los instintos. Trataré de hallar un punto de vista desde el cual varios concep tos de lo que se denomina un instinto, o un impulso, puedan ser debidamente valorados en la psicología humana. De acuerdo con esto someteré a la consideración del lector algunos pensa mientos acerca de las muy discutidas relaciones, pero acaso no discutidas aún lo suficiente, entre los instintos de la biología y los impulsos o apremios instintuales del psicoanálisis, a la luz * Muchas de las cuestiones que se tratan en este escrito serán recosi das en el capítulo 9. 71 COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA72 que nuestra penetración en la estructura psíquica pueda arrojar sobre este problema. Esto lleva, pues, a la cuestión de la diferencia probable en la función del principio del placer en relación con los instintos e impulsos. También querría tratar brevemente de lo que el análisis puede contribuir a nuestra comprensión de las tendencias de la autoconservación en el hombre y de los sistemas de autorregulación en general. Por último, quiero cuando menos echar un vistazo a la forma en que el acceso específico del aná lisis puede ser provechoso vis-á-vis algunos problemas de biolo gía general, y cómo las diferencias en el enfoque se reflejan en el problema de la clasificación de los instintos. Se ha dicho repetidamente que la definición del instinto es, después de todo, un asunto convencional, que, por supuesto, re sulta verdadera en un sentido; sin embargo, no todos los con ceptos reales o posibles del instinto son igualmente provechosos. También puede ocurrir muy bien que desde diferentes campos de observación y por diferentes métodos de acceso, el uso de conceptos un tanto diferentes de los instintos o impulsos puede demostrar ser conveniente. Si lo que nosotros llamamos im pulso instintual en el análisis difiere realmente en algunos aspec tos de la mayor parte de las definiciones del instinto, usadas por los biólogos, esto sin duda se debe en parte al hecho de que el interés principal e inmediato de Freud era la psicología humana, mientras que los datos de observación de los biólogos pertenecen principalmente a otras especies, en particular a los animales inferiores, y sus hallazgos e hipótesis son desde allí extrapolados a los seres humanos. Una segunda razón para tales diferen cias, estrechamente relacionada con esta primera la encontramos en los métodos específicos de acceso utilizados aquí y allá. Por supuesto, todas las hipótesis acerca de los instintos pueden ser comprobadas como se comprueba toda proposición científica: por la consistencia y conformidad con cualquier conocimiento de hecho que obtengamos en el campo de que estamos tratando. Además de esto, desde el punto de vista del psicoanálisis como una rama de la psicología humana, las hipótesis acerca de los instintos deben ser evaluadas de acuerdo con que sean o no real o potencialmente útiles en psicología humana. Sería ingenuo subestimar la contribución positiva que el con cepto de impulso instintual, según lo define Freud, aporta al desarrollo del análisis. Evidentemente, ese concepto es el resi duo de un detallado y prolongado estudio de la conducta humana bajo condiciones controladas y del uso de una técnica observa dora que proporciona datos que son, al menos en parte, inacce sibles directamente a cualquier otro enfoque. No debemos olvidar que aun cuando los conceptos científicos tienen el propósito de facilitar la coordinación y explicación de los hechos, pueden tam bién obstaculizarlas; y no la formulación de hipótesis, sino el proceso mismo de encontrar el hecho. En ambos casos hay una DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES 73 diferencia decisiva si el concepto de impulso se basa en esa plas ticidad y esa variedad de necesidades que encontramos en la sexualidad, o sólo en las necesidades menos plásticas y variadas que se dan, por ejemplo, en el caso de ingerir alimentos o de respirar. La historia del psicoanálisis nos muestra de una manera par ticularmente conclusiva un fomento mutuo de la observación y de la formulación teórica. Mientras que hay muy pocos inte rrogantes en la mente de alguno que otro analista sobre la con sistencia de la teoría freudiana de los impulsos instintuales, así como sobre algunas de sus más amplias implicaciones, existen apenas dudas en cuanto a lo apropiado de su concepto respecto a los métodos que usó y el campo de observación para el cual fueron ideados y que ese concepto ayudó a desarrollar. Para evitar malas interpretaciones, he de añadir que tanto aquí como en las siguientes consideraciones, me estoy refiriendo al concepto de los impulsos que encontramos actualmente en la psicología psicoanalítica clínica, omitiendo otros conceptos de Freud, principalmente series de hipótesis, orientadas en sentido biológico, sobre los instintos de "vida” y de "muerte” cuya interrelación está destinada a explicar "los fenómenos de la vida" (Freud, 1930). Esos conceptos son de un orden diferente, como Freud comprendió con claridad, y las hipótesis correspondientes han de ser demostradas o no en un sentido biológico. También podrían explicar sólo un aspecto de los problemas psicológicos que aquí consideramos, pero hasta ahora no han acrecentado mucho nuestra comprensión de las funciones específicas de los impulsos (en el sentido psicológico) en contraste con otras fun ciones psíquicas. Freud definió un impulso instintivo, en el primer sentido, como teniendo un ímpetu, una meta, un objeto y una fuente. Habla de un instinto como de una demanda hecha al aparato mental por el cuerpo; no obstante, hasta en la etapa comparativamente temprana de la formación teórica en que introdujo esta formula ción (1915 a), consideraba en ocasiones a los impulsos, no sólo como factores que actuaban sobre el aparato mental "desde fue ra", sino también en el sentido de actuar dentro del aparato mental mismo. Posteriormente definió su posición más preci samente, incluyendo el aspecto mental en las funciones del ello. Bibring (1936) siguió claramente los pasos mediante los cualesFreud llegó a desarrollar su teoría de los impulsos y de sus rela ciones con las funciones mentales, así como también con los principios que regulan estas funciones; pero aquí deseo exami nar el concepto freudiano del instinto desde un ángulo diferente. Para esto puede ser útil hacer un breve resumen de algunos de los rasgos específicos de dicha teoría, que ha contribuido al progreso de la psicología humana debida al análisis. Apenas ne cesito hacer mención aquí de que para desarrollar la mayor COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANAL1TICA74 parte de esos rasgos específicos, lo que demostró ser realmente decisivo fue el estudio de los impulsos sexuales. En el terreno de la psicología, la importancia de los fines y objetos'de los impulsos pronto dejó atrás a la de sus fuentes, aun cuando éstas sigan siendo importantes por sus aspectos evo lutivos y porque la penetración en las fuentes puede ser prove chosa para clasificar Jos impulsos mismos. Esta parte del con cepto de Freud ofrece también una esperanza —que no es la única— para reunir en el futuro al psicoanálisis con la fisiología. El interés en las metas resulta predominante en particular debi do a su amplia variabilidad, característica de la especie humana. Considerado desde este punto de vista (con todas sus implica ciones para reemplazar la satisfacción y la expresión de metas inhibidas), es posible trazar un cuadro bastante comprensivo de . las correlaciones existentes entre las necesidades de una persona en los varios niveles, sus emociones, sus modos de resolver los problemas, etc.; y un caudal de rasgos concretos que se suman, por heterogéneos que puedan parecer vistos desde otro ángulo. Esto, por supuesto, pone también de relieve la libertad relativa ante la rigidez reactiva; la independencia relativa ante las posi bles respuestas —y su variedad— a estímulos externos e internos, que atribuimos al hombre, en mucha mayor extensión que a otras especies. El estudio de los objetos y de los impulsos fue el primer enfoque del psicoanálisis, y todavía sigue siendo básico, de la interdependencia del individuo y del medio. Esto condujo a una investigación detallada de las múltiples "situaciones" típicas e individuales en que la persona humana se siente a sí misma enfrentada con la realidad. Genéticamente, Freud siguió la pista de la interrelación de las demandas del niño, por una parte, y de la formación y de las relaciones del objeto, por la otra, a través de etapas sucesivas del desarrollo instintual. Este estudio también proporcionó significativas intuiciones de algunos rasgos más o menos específicos de la naturaleza humana. Así se encontró que el prolongado desamparo del niño en la especie humana y su dependencia de los objetos eran las causantes del hecho de que "la influencia del mundo exterior real... se inten sificase y de que se suscitara una diferenciación temprana entre el yo y el ello. Además, los peligros del mundo exterior tienen una mayor importancia para él [el niño de pocos años], de modo que el valor del objeto que puede protegerlo contra ellos... aumenta enormemente” (Freud, 1926a, pp. 154 ss). Debido al verdadero predominio de los objetos humanos sobre toda otra categoría de objetos, la investigación detallada de las relaciones objetuales abrió el camino para que el análisis se convirtiera en uno de los accesos fundamentales para las ciencias sociales. Pero al reunir abundantes materiales sobre los modos en que las necesidades de una persona se orientan en sus relaciones con el mundo objetual y viceversa, y adquirir de este modo conocí- 75DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES miento de la influencia mutua de los estímulos externos e inter nos, se penetró en un campo que es igualmente importante hoy en día para el estudio biológico de los instintos. Además, la distinción de las etapas típicas del desarrollo instintual, mejor estudiadas en el caso de los impulsos sexuales, y de su impacto sobre las finalidades, las actitudes hacia los objetos, los modos de acción, etc., facilitaron la tarea de hallar un marco de refe rencia para muchos datos sobre el crecimiento tanto como sobre el desarrollo, esto es, para el aspecto genético de la psicología general que siempre fue más fructífero. Se hace posible conside rar el aspecto genético de la conducta humana en términos de una sucesión típica de organizaciones instintuales, de los con flictos entre los impulsos, y entre éstos el yo y el superyó que corresponden a esas etapas. El relieve dado por Freud al as pecto energético de las funciones mentales, que pronto llegó a enlazarse, al menos en parte, con los impulsos, debido a que és tos parecieron ser una fuerza motora inesperadamente poderosa en el trasfondo de la conducta humana, fue frecuentemente cri ticado por psicólogos y biólogos. En el análisis, sin embargo, esta energía no es nada semejante a un metafísico élan vital, sino más bien un concepto operativo, ideado para coordinar los datos de observación. El concepto de una continuidad de esta "fuerza impulsiva”, y la consideración desde este ángulo de una gran variedad de actos mentales, hace que tales actos sean compara bles y sus conexiones con frecuencia rastreables, al menos en cuanto este aspecto. La hipótesis de que puede haber diferentes formas o condiciones de dicha energía y que esos actos pue dan transformarse de unos en otros, ha demostrado ser prove choso también al describir el aspecto energético de los sistemas psíquicos. Terminaré esta enumeración haciendo referencia a lo que debí mencionar acaso antes, debido a su importancia; que el acceso freudiano a la posición de los impulsos en la persona lidad humana incluyó desde el comienzo la consideración del conflicto (entre los impulsos mismos, o entre los impulsos y otras tendencias psíquicas), y que este elemento ha seguido siendo central en la psicología psicoanalítica a través de todas sus etapas. Aun cuando pudo quedar ya implícito en lo que he dicho, quiero, sin embargo, añadir explícitamente que con el fin de satisfacer las necesidades de una psicología dinámica y genética, se ha demostrado que es necesario ampliar el concepto de los impulsos cuando menos en tres respectos. En primer lugar, ha de extenderse más allá del sustrato psicológico escudriñable hoy. En segundo, no puede limitarse a los datos de la tonducta ex terna. Debemos ir hasta las "fuentes de la inestabilidad interna”, como lo quiere Gardner Murphy (1947, p. 90), quien acertada mente hace destacar que clasificar la motivación de acuerdo con la conducta externa no es demasiado satisfactorio, porque COMENTARIOS SOBRE LA TEORÍA PSICOANAL1TICA la conducta observable con frecuencia no da una información digna de crédito de lo que está pasando en el interior. También, en el análisis estamos habituados a basar nuestras conclusio nes en la interrelación tanto de factores internos como externos. En tercer lugar, el concepto de impulsos, que es necesario en el análisis no tanto para describir como para explicar fenómenos, tiene que trascender el aspecto fenomenológico, que aquí quiere decir el aspecto de la experiencia interna o subjetiva; es decir, los fenómenos conscientes de la necesidad, el deseo, la compul sión, etc. Tales extensiones, aun cuando puedan parecer arbitra rias desde un enfoque más limitado, están indicadas para corre lacionar la diversidad de aspectos que el psicoanálisis ha de tomar en consideración. Al recalcar como esenciales estos puntos, realmente fructífe ros en el enfoque analítico del problema de los impulsos, cierta mente no deseo significar nada que se asemeje a una creencia en la inmutabilidad o cabalidad de esta teoría. Pero creo que lo que he dicho hasta ahora nos proporciona algunos puntos de orientación para valorar la significación potencial de los diver sos enfoques. Para mencionar brevemente dos ejemplos contras tantes: hay poquísimos psiquiatras que sean partidarios de un concepto de los impulsosverdaderamente amplio a veces hasta más amplio del que se utiliza en el psicoanálisis de hoy. Pero como esos conceptos no son específicamente suficientes y falta una relación íntima con los datos clínicos, aparecen un tanto endebles y fracasan si se aplican a nuestros hallazgos empíricos. Por el contrario, muchos psicólogos han intentado estrechar el concepto, para centrarlo más o menos en torno de sólo uno u otro de los aspectos que abarca en el psicoanálisis, sean las fuentes de los instintos, o las "necesidades” o los modelos de la "conducta instintual”, sean los aspectos madurativos o los cul turales, etc. No hay duda de que tales vías de acceso han apor tado una abundante cantidad de datos empíricos y de con tribuciones teóricas valiosas al tratar con algunas situaciones circunscritas dentro de campos limitados de observación. Buena parte de ella —experimental y teórica— puede también ayudar a clarificar y desarrollar algunas fases de la teoría analítica. No obstante, cuando se confrontan con interrelacioncs más com plejas de finalidades, objetos y fuentes, como las que encontra mos en el trabajo clínico, estos intentos no demuestran ser demasiado provechosos, especialmente para el acceso genético. Es muy probable que llegue a ser necesario y factible integrar lo que es válido en estos distintos accesos a nuestro problema en un nivel psicológico más amplio. En tanto que muchos de ellos empezaron, históricamente hablando, con el repudio del alcance y de los conceptos de la teoría analítica, esta integra ción puede demostrar, después de todo, que no es demasiado 76 77DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES desemejante a la que se ha desarrollado y sigue desarrollándose en el análisis.1 Volviendo a lo que los biólogos denominan un instinto, me limi taré a unos cuantos puntos. En biología también las opiniones sobre los instintos varían con bastante amplitud, hasta entre los que trabajan en el mismo campo. Hay aún algunos puntos con trovertidos referentes a las relaciones entre los reflejos, los tro pismos y los instintos; también en cuanto a los papeles respec tivos de los factores ''externos” e "internos” en la conducta instintual; necesidades, apetitos e instintos son correlacionados en una variedad caleidoscópica de modelos conceptuales. No han tenido un acuerdo completo sobre los factores hereditarios, sobre el grado de rigidez de los instintos o el papel del conocimiento. Un vistazo a los conceptos de Lloyd Morgan, Drever, Lashley, Myers y Wheeler —para citar sólo a unos pocos entre el gran nú mero de los autores bien conocidos— corroborará esta posición. Muchos observadores de la conducta animal gustan de desta car la casi completa rigidez de los instintos. Están impresiona- dísimos por lo que Forel llamó los automatismos primarios o hereditarios, siendo una expresión de esta inflexibilidad el que ligeros cambios en la situación "descarten series enteras de ins tintos del engranaje”. Otros han modificado estas opiniones en una cierta amplitud. Ellos apuntan que "la inteligencia” inter viene en la conducta instintual hasta un cierto grado- que varía con la especie y, también, en leve grado, de un individuo a otro. Hay también cierta variabilidad de acuerdo con la naturaleza del medio; además, se ha conseguido un conocimiento más sis temático de la conducta instintual en los animales superiores, particularmente los mamíferos, y del papel del aprendizaje, que ha contribuido a que se modifiquen las opiniones mantenidas por las más antiguas escuelas de biólogos. Estos descubrimien tos han actuado como un estímulo adicional para establecer formulaciones acerca del instinto, que incluyen la conducta hu mana tanto como la de los animales inferiores. Las anteriores frases pocas y escuetas no hacen justicia a lo que es uno de los capítulos más fascinadores de la biología. Acerca de esta cuestión nos encontramos de nuevo con una diversidad de opiniones grandísima. No satisfechos ya con las vastas generalizaciones que se encuentran en la literatura más antigua, es difícil hallar una definición aplicable tanto a los ani males inferiores como al hombre. Lo que en el hombre puede compararse con los "instintos”, afirma un autor, consiste . .mu cho menos esencialmente en la descarga de reflejos apropiados, innatos y mecanizados, mucho menos esencialmente en cuales- 1 Para un punto de vista psicoanalítico de la reciente investigación en ctología, véase M. Schur (1961). COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA quiera medios estereotipados de lograr ciertos 'fines', que en el percatarse... de esos 'fines', en los intereses en ellos y en los deseos... por ellos, en las 'tendencias determinantes innatas’ evo cadas. .. y en el uso de la inteligencia puesta a contribuir a su logro... En el hombre, es verdad, la inteligencia ha usurpado en gran medida las funciones de la conducta específicamente heredada” (Myers, 1945). Con esta clara y sugestiva exposición podemos estar fácilmente de acuerdo. Es digno de notarse el que utilice términos psicológicos; y ciertamente también el uso de métodos de investigación psicológica ha sido propugnado por muchos que han estudiado el problema de los equivalentes de los instintos en el hombre. Aquí y allá han sido aceptados algunos pocos elementos de la teoría psicoanalítica de los im pulsos. Mas para describir la posición específica de los impulsos en la psicología humana no basta decir que hay una diferencia de grado entre instintos e impulsos; se requieren conceptos es tructurales. Algunas de las características de la conducta humana, que mu chas veces son difíciles de explicar por el concepto biológico de los instintos, coinciden bastante nítidamente con aquellos fenó menos que la teoría analítica de los impulsos tuvo que desarrollar para abarcarlos: la relativa independencia de los estímulos exte riores que contribuye a una mayor plasticidad de la conducta adaptativa; la mayor variedad de las respuestas a los estímulos internos; la continuidad de las fuerzas impulsivas; el hecho de que haya una constante transformación de las energías que nos otros relacionamos con los impulsos (por lo que la relajación de la tensión en un sistema debe considerarse siempre en relación con las tensiones en otros sistemas), etc. Elijo estos ejemplos al azar; se me ocurren muchos otros. Para explicar aún mejor las correlaciones más específicas de éstos y de otros fenómenos, que se consideran como característicos de la conducta humana, la teo ría psicoanalítica de los impulsos tiene que ser complementada aún por otra serie de conceptos y de hipótesis. Con respecto al punto que tratamos, el trabajo acerca de los instintos efectuado por los biólogos tiene para nosotros un doble interés: en tanto que apunta a los elementos comunes a los ani males inferiores y a la conducta humana, también nos incita a lograr un entendimiento más claro y completo de las diferencias. Situaciones e interrogaciones análogas surgen en la investigación de los biólogos y de los analistas, aun cuando en una disposición de hecho y conceptual diferente. Un autor (Brun), que es biólogo y psicólogo, estudió la conducta de los animales inferiores en tér minos de conceptos psicoanalíticos tales como el principio del placer, el conflicto, el desplazamiento, etc.2 Pero aun cuando el 2 En su libro < 1946) Brun propone una teoría general de los instintos que difiere en parte de las proposiciones de este escrito. 78 • 79DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES enfoque del biólogo y la terminología difieran ampliamente de los nuestros, podemos aún obtener un gran provecho de sus hallazgos y conclusiones. Para dar un ejemplo: Lashley, en su brillante estudio sobre el análisis experimental de la conducta instintual (1938), no utiliza un concepto general de los impulsos, confiando por entero en "mecanismos sensoriomotrices muy específicos". Pero dicho trabajo abunda en sugestiones que pueden rendir fru to también en el análisis;no obstante, en tales casos, asignarles su lugar en nuestras propias experiencias ha de ir precedido de un cuidadoso trabajo de traslación y de escrutamiento para descu brir cuándo problemas aparentemente similares son en realidad homólogos o hasta qué punto lo son. Aun si se pudiera idear una definición que abarcara todo lo que los biólogos, psicólogos, fisiólogos, psicoanalistas y filósofos llaman instinto, la esperanza de que este concepto más general pudiera ser el más adecuado, digámoslo así, para el enfoque bio lógico o para el psicoanalítico tendría que ser demostrada. Algu nos grados de diferenciación, acordes con el terreno de estudio, po drían resultar provechosos. Una definición que abarcara todo podría acentuar la continuidad de los fenómenos desde la con ducta animal hasta la conducta humana, que en muchos respectos ha demostrado ser útil en biología. Pero, entonces, esta conti nuidad es después de todo genética y requeriría un estudio mucho más empírico determinar qué grado de real homología de los fenómenos existe en diferentes niveles. Comparar el instinto y el impulso, aun siendo estimulador en algunos respectos, ha de mostrado ser desorientador en otros. En cuanto a terminología, Freud utilizó la palabra Trieb para contraponerla a la palabra Instinkt, usada en biología. Los tra ductores de Freud no consideraron de importancia efectuar una distinción semejante. No obstante, los analistas han dicho muchas veces, al igual que otros autores, que sería beneficioso en aras de la claridad, hacer seguir la aceptación de las diferencias res pectivas de hecho y conceptuales de una diferenciación termino lógica, y se sugirió que en el análisis se hable de pulsiones .o de impulsos o apremios instintuales. Habituados al uso del término antiguo, todos a veces empleamos la palabra "instinto", donde sería más apropiado decir "impulsos instintuales”. Por supuesto, - esta costumbre terminológica no tendría importancia de no ser por sus posibles implicaciones teóricas. En cualquier caso, dese char las ambigüedades conceptuales nos permitirá abordar mejor el verdadero problema real, de lo que son realmente las relaciones que existen entre las dos series de factores que los términos instinto e impulso están destinados a abarcar. Veamos el problema esta vez desde el ángulo de la psicología estructural. La psicología psicoanalítica ha sido considerada con frecuencia sólo como una psicología de impulsos. Esta opinión, COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA mantenida por muchos, es incorrecta, y aún más en las etapas posteriores del desarrollo psicoanalítico que en las primeras. No corresponde a la teoría psicológica del análisis incluir todos los aspectos de las funciones mentales en la psicología de los impul sos, ni siquiera, hablando estrictamente, en un sentido genético; y a este respecto remito al lector a algunas afirmaciones acerca de cierto aspecto autónomo de la evolución del yo, en los últimos escritos de Freud (1937a).3 Este fragmento de su trabajo está todavía parcialmente en esa fase de latencia, por la cual tuvieron que pasar muchos de sus descubrimientos importantes, antes de ser generalmente reconocidos, hasta por los analistas. Podemos afirmar de modo bien rotundo que el ello, la región de los impulsos, es el depósito más importante de energía psíquica; sin embargo, suponemos que una vez que la diferenciación entre los tres sistemas mentales se ha producido, cada uno de ellos se reparte la energía psíquica. Describimos los sistemas también según las formas y condiciones de energía que usan. En cuanto a estas formas y condiciones de la energía empleada, a su origen e intercambio, bastará con decir que el ímpetu hacia la actividad, los aspectos dinámicos y energéticos son aplicables a todos los sistemas de la personalidad, pero que encontramos diferencias entre el ello, el yo. y el superyó, no sólo con respecto a su organización, sino también con respecto al ímpetu ya dicho. Ciertamente no hubiera podido lograrse un conocimiento cabal de la estructura psíquica y de los conflictos psíquicos sin un previo conocimiento de la psicología de los impulsos. Pero hoy en día podemos añadir a lo dicho la afirmación inversa: no pode mos comprender realmente las funciones de los impulsos sin atender a su posición en el marco de la estructura psíquica. Ade^ más, las diferencias entre los instintos de los animales inferiores y los impulsos del hombre resultan completamente claras sólo si tomamos en cuenta la intuición que en la formación de la es tructura psíquica ha desarrollado el psicoanálisis. En la primera fase, la fase indiferenciada del desarrollo mental (Hartmann, 1939a; Hartmann, Kris y Loewenstein, 1946), encon tramos en el niño cierto número de necesidades, impulsos y modelos de conducta que difícilmente pueden atribuirse a un yo o a un ello, en el sentido en que aplicamos esos términos a un desarrollo más tardío. Con la diferenciación de las funciones del yo, el cuadro cambia. El yo crece y se desarrolla convirtiéndose en un órgano específico de adaptación y organización, y el ello se convierte a su vez en un sistema en parte separado, con sus carac terísticas específicas. Este proceso de diferenciación es parcial mente seguible hasta un rasgo característico del desarrollo huma no, el "prolongado desamparo y dependencia de la criatura en la especie humana” (Freud, 1926a). Hace algunos años (1939a) suge- 80 * Véase también Hartmann (1939a). DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES rí que es éste el verdadero proceso de diferenciación estructural, al que se deben principalmente las diferencias mencionadas en tre la conducta instintual de los animales inferiores y la conducta de los seres humanos. Evidentemente muchas de las funciones que en los primeros corren a cargo de los instintos, son en el hombre funciones del yo. La plasticidad característica de la con ducta adaptativa del hombre, en contraste con la relativa rigidez de la de los animales inferiores, y la mayor capacidad humana para aprender, son ejemplos, destacados de las diferencias resul tantes. Podemos describir psicoanalíticamente la liberación de muchas capacidades de una estrecha conexión con una tendencia instintual definida como la emergencia del yo en forma de un sistema psíquico definido. Hablar de que una mayor o menor plasticidad, o una mayor o menor inteligencia intervienen, como se hace con frecuencia, es dar una explicación bastante deficiente de los hechos; de aquí que necesitemos un modelo de estructura psíquica que muestre las interrelaciones del impulso, intelecto, adaptación, integración, etc., asignándoles su lugar en relación con esos centros de funcionamiento mental, que en el análisi? denominamos sistemas. Suponemos que existe una continuidad en la evolución de la mente, desde el funcionamiento en los animales inferiores hasta la mentalidad humana, y que hay una conexión genética entre los instintos de los primeros y los determinantes de la conducta humana. Sin embargo, hoy resulta evidente por completo que considerar sólo las relaciones genéticas entre el instinto animal y el impulso humano es un enfoque unilateral, puesto que significa pasar por alto las relaciones no menos importantes entre el ins tinto animal y las funciones del yo humano. Semejante error lo sugieren las formulaciones que acentúan la identidad de impulsos e instintos. Considero bastante posible que la diferenciación de que hablo nos proporcione no sólo un órgano específico de adaptación, el yo. Algunas características de los impulsos y del ello mismo, tal y como los conocemos en el hombre, pueden ser resultado de cam bios detcrminables hasta ese mismo proceso de diferenciación. El ello, también, no parece ser una simple extensión de los instin tos de los animales inferiores. Mientras que el yo se desarrolla en la dirección de un ajuste cada vez más estrecho a la realidad, la experiencia clínica muestra que los impulsos,las tendencias del ello se hallan, con mucho, más apartados de la realidad de lo que están generalmente los llamados instintos animales (Hartmann, 1939a), aun cuando las reacciones instintuales de los animales inferiores no sean de ningún modo siempre adaptativas. Es éste un segundo punto en que pienso que la descripción de los impul sos en términos de instintos, ha retrasado considerablemente el progreso de la psicología. Un cierto grado de diferenciación estructural puede hallarse 81 82 COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANAL1TICA también en otros animales superiores, aun cuando no con la mis ma amplitud con que se halla desarrollada en el hombre; aquí, pues, podemos esperar que se encuentre algo más o menos pareci do a los impulsos humanos. Por otra parte, hasta en el hombre, especialmente en los niños muy pequeños, son discemibles vesti gios de instintos en el sentido biológico. En cuanto a la relación del principio del placer con la auto- conservación, podemos suponer que la afirmación freudiana de que . .hay una larga distancia del principio del placer a la auto- conservación”, probablemente no es válida en la misma extensión para los animales inferiores que para los seres humanos. La fa mosa tesis de Malebranche y de muchos otros sobre este tema describe la situación del hombre de un modo bastante incom pleto. Esa tesis afirma que Dios adscribió el placer a ciertos objetos, que el hombre debe buscar, y el dolor a otros, que debe evitar en interés de la autoconservación. Lo que Malebranche quiere decir aquí se acerca bastante en un sentido a lo que los autores modernos dicen acerca de los instintos, pero sólo puede aplicarse a las pulsiones de los hombres con ciertas im portantes modificaciones. Para una explicación más completa de los hechos tenemos que considerar los cambios de las condi ciones del placer que siguen al crecimiento y al aprendizaje, y discernir las diferencias entre el placer ofrecido por el yo y el pla cer que se debe a las funciones del ello. La forma más plausible de coordinar esto con la experiencia psicoanalítica parece ser la de seguirle la pista de nuevo hasta el proceso de la formación estructural; no obstante, una in fluencia recíproca no es ajena a la cuestión. En tanto que la diferenciación estructural complica probablemente las relacio nes entre el placer y la conservación del yo —lo cual, por su puesto, no quiere decir que estén ausentes en el hombre— este factor en realidad hace que el desarrollo de un sistema especi fico para el aprendizaje y para la adaptación a la realidad sea aún más necesario, si, por un momento, se me permite pensar en un sentido teleológico. ¿Qué puede decirse, entonces, desde nuestro punto de vista acerca de esas funciones psíquicas que realmente sirven para la autoconservación en el hombre? Aquí sin duda tenemos que hacer mención de los impulsos, tanto sexuales como agresivos, puesto que ellos contribuyen evidentemente a la autoconservación, aun cuando parezca que están conectados mucho menos directamen te con ella (y también con la conservación de la especie) de lo que están los instintos de la biología. Pero no puedo decir con seguridad que tales contribuciones hacia la autoconservación, sean las que fueren, constituyan un impulso independiente y definido. Freud en una ocasión realizó un intento semejante, tratando de identificar este supuesto impulso con lo que él deno minaba los Impulsos del yo, o instintos del yo, en tanto que DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES posteriormente incluyó los impulsos hacia la autoconservación entre los libidinales. Realmente, en el trascurso del desarrollo de la teoría psicoanalítica fueron gradualmente perdiendo más o menos su posición de unidad independiente. Las tendencias cuya finalidad es dominar el medio ambiente y que muestran una relación definida con la autoconservación, tuvieron en el sistema una posición bastante indefinida; hoy en día tendemos más bien a insistir en los elementos agresivos que encontramos en ellas y en el papel que las tendencias del yo desempeñan en su organización. Éste puede ser el momento apropiado para decir unas cuantas palabras acerca de lo que los psicólogos denominan el placer de la función (Funktionslust), el placer de las actividades mis mas, o de vencer dificultades; el disfrute del niño en el ejercicio de una función recientemente aprendida (Bühler, 1930), etc., en contraste con el placer que se obtiene del efecto de una activi dad. Su importante papel en el desarrollo puede ser inferido en parte por el hecho de que, mediante la maduración y el apren dizaje, una serie de aparatos en la esfera no conflictiva del yo y sus correspondientes actividades, se vuelven asequibles para el niño (Hartmann, 1939a). Lo que es placer y lo que no lo es corren parejas, al menos en cierta extensión, con el desarrollo del yo, y las potencialidades de lograr el placer ofrecidas por la evolución de las funciones del yo desempeñan un papel superior en la aceptación del principio de realidad (véase el capítulo 13). Ideas un tanto semejantes se expresan en un trabajo de Hen- drick (1942), pero no estoy convencido de que la introducción de lo que él llama un "instinto de dominio" básico sea en reali dad inevitable. De los "principios" freudianos, el instinto de realidad contri buye por supuesto directamente a la autoconservación.4 Los otros principios (el principio del placer, el del nirvana y también pue do citar aquí la compulsión a la repetición) no están dirigidos a la autoconservación de ningún modo directo, pero pueden, en colaboración con otros factores y bajo su influencia, servir in directamente a este propósito. De hecho hay hasta en el hombre un ancho campo de coincidencia entre el logro del placer y la autoconservación, acerca de lo cual dije antes unas cuantas pala bras. No obstante, lo que quiero recalcar aquí es que lo que se vuelve de importancia primaria para la autoconservación humana son las funciones del yo desarrolladas por el aprendizaje y la * La relación de este principio con otras formas de regulación no está siempre clara. Los otros "principios" de Frcud son tendencias que sirven a los fines de tratar con las cantidades de excitación en el aparato mental, modificándolas en cuanto a cantidad, cualidad o ritmo; pero el principio de realidad señala más bien los modos en que tales tendencias son modi ficadas como consecuencia de la adaptación del individuo al mundo ex terior; por eso es difícil considerarlo en el mismo plano que los otros principios. 83 COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA84 maduración; los'aspectos del yo reguladores de relaciones con el medio y su capacidad organizadora para hallar soluciones, ajustándose a la situación ambiental y a los sistemas psíquicos al mismo tiempo. De un modo diferente y menos específico el superyó contribuye en parte a esto también como en el caso de la adaptación social. Cuando en psicoanálisis se habla de autoconservación lo que- consideramos son principalmente las funciones del yo, pero tam bién los otros factores mencionados, y su interacción con situa ciones que el individuo ha de afrontar. Juntar todos estos facto res y llamar a la suma total un impulso para la autoconservación no está de acuerdo con nuestro concepto de impulsos, y más bien que esclarecer el problema lo oscurece. Sea cual fuere el pa pel que desempeñan los impulsos en esta organización, no puede haber duda alguna de que también participan aquí otros im portantes elementos. No es fácil ciertamente valorar la fuerza respectiva de los muchos factores que intervienen. Pero debería estar bastante de acuerdo con lo que dijo Freud en su Esquema del psicoanálisis, publicado después de su muerte (1940, p. 111): "El. yo se ha impuesto la tarea de la autoconservación, que el ello parece desdeñar." Los principios freudianos representan varios géneros de pro cesos de regulación, que tienden hacia diferentes tipos de equilibrio. Para aceptar esta pluralidad, en lugar de adoptar una teoría monística de la regulación, Freud se guió por la observa ción de hecho y no sólo por algunas implicaciones de su teoría. En realidad, estas tendencias se superponen; además, un proceso que establece un estado de equilibrio en relación a un mecanis mo de autorregulación como ése, muchas veces induce a un estado de desequilibrio en otro. Esto resulta especialmente claro en el caso de los principios de placer y de realidad. Comparar esos principios a la homeostasis es ciertamente una empresa tentadora. Hendrick (1946), Orr (1942), Kubie (1948) y reciente mente K. Menninger (1954), entre otros, abordan el problema desde este ángulo; no obstante, puede ser necesario hacer una distinción entre los principios con respecto al grado en que se prestan a semejante comparación. Unicamente puede decirse del principio de realidad que sirve directamente a la autoconser vación y que tiende hacia algo que podría ser exactamente des crito como "estabilización adaptativa" (Cannon, 1932). En cuan to a los otros principios, no es aplicable este criterio a la homeostasis. La tendencia que Fechner y Freud atribuyeron al aparato psíquico, para mantener la excitación a un nivel cons tante, contribuye a un tipo de equilibrio que no es adaptativo directamente; y el principio de nirvana, que podemos distinguir de aquélla, como intenta minimizar la excitación está aún .más alejado de la adaptación. Por otra parte, podemos agregar que estos mecanismos de autorregulación, introducidos por Freud, DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES 85 tienen otra característica de la homeostasis (el logro de una independización mayor de la estimulación efectiva). La autorregulación puede describirse en diferentes niveles; cuando menos pueden distinguirse diferentes estratos en el adul to. Aparte de los principios, hay un nivel de autorregulación que corresponde a lo que habitualmente denominamos fun ción sintética del yo o, como yo prefiero llamarla, su función orga nizadora (véase el capítulo 3); ella equilibra los sistemas psíqui cos entre sí y regula las relaciones entre el individuo y su ambiente. En el curso del desarrollo esta forma de regulación se añade parcialmente a mecanismos menos especializados y en parte es sustituida por ellos. El desarrollo de esta función orga nizadora parece ser parte de una tendencia biológica general hacia la interiorización; también ayuda hacia la adquisición de una independencia creciente del impacto inmediato del estímulo. Por otra parte, cuando esta forma de regulación altamente dife renciada queda interferida, otras formas más generales y primi tivas pueden ocupar su lugar. En la fisiología experimental (Richter, 1941) se encuentra un paralelo sugestivo con esta intui ción psicoanalítica. Es evidente que el enfoque freudiano del problema de los impul sos corre paralelo con el desarrollo de la intuición psicoanalítica y con el perfeccionamiento del método. En el principio, Freud aplicó a este material la dicotomía convencional entre los impul sos que sirven a la conservación del individuo (al tiempo que fueron identificados con los "impulsos del yo") y los que sirven a la conservación de la especie; aun cuando se daba perfecta cuenta de que esta proposición "es meramente una hipótesis de trabajo, que se mantendrá sólo mientras demuestre ser prove chosa” (Freud, 1915a, p. 124). Posteriormente, buena parte de lo que se denominó "impulsos del yo" fue adscrito al funciona miento del sistema "yo", y todos los impulsos se atribuyeron al sistema "ello”; también se abandonó gradualmente la primera teoría dualista y después de algunos pasos de tanteo, interme diarios y teóricos, se centró finalmente el principal interés de Freud en tomo de otro dualismo de los impulsos primarios: la sexualidad y la agresión.5 Estructuralmente la agresión, en el sentido usado aquí, tiene la misma posición que la sexualidad; no se parece en nada a un "impulso del yo", sino que parte del ello. Esta posición estruc tural, dicho sea de paso, también se diferencia del antiguo concepto de agresión usado por Alfred Adler. De la psicología de la agresión, mencionaré sólo un punto que acentúa un para- 5 Para una presentación histórica, véase además del trabajo de Bibring (1936), el de Jones (1936) y el de Hitschmann (1947). COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA lelo con la libido.6 Mientras que ambos impulsos difieren en cuanto a la contribución que hacen a la formación del yo y del superyó, creo que resulta cierto para los dos que su energía puede neutralizarse al servicio del yo y del superyó. La ener gía de la agresión participa en el desarrollo de la estructura psíquica, pero los sistemas psíquicos, una vez que se han forma do, le proporcionan también modos de expresión específicos. Las situaciones de la realidad, en el hombre, recurren a veces a la expresión no mitigada de la agresión, pero en muchos otros casos a su sublimación (K. Menninger, 1942). Evidentemente ambos pueden ser utilizados para el mantenimiento de la vida, pero por supuesto resulta aún más cierto en cuanto a la agresi vidad que en cuanto a la sexualidad el que sus propósitos muchas veces marchen contra la autoconservación, específicamente en el caso de esa expresión típica de agresividad: la autodestruc- ción. No obstante, si aceptamos la hipótesis de que una forma de energía agresiva neutralizada actúa en el yo (quien no repre senta la autodestrucción), podemos poner en duda aquella idea trascendental de Freud que en su sentido más estricto quiere decir que la autodestrucción es la única alternativa para la destrucción (1932, p. 144). Se puede decir de esta idea que, aun cuando históricamente aparece en la última fase de su pensa miento, sistemáticamente pertenece a la etapa preestructural de la psicología psicoanalítica. Séame permitido repetir lo dicho anteriormente: ni las fina lidades de la sexualidad ni las de la agresión, tal y como esos términos son usados por nosotros hoy en día, bastan para expli car los mecanismos mentales que sirven a la autoconservación en el hombre. Pero igualmente se ha reconocido desde hace tiempo que los fines de la sexualidad no se limitan de ningún modo al de conservar la especie. Podemos preguntamos qué significa realmente este alejamiento de nuestra teoría de los impulsos de los problemas de la conservación del individuo y de la especie. En parte, como dijimos antes, se debe sin duda a una comprensión más completa del lugar de los impulsos en la estructura psíquica; desde ese punto de vista, puede ser vista y descrita más claramente la contribución de otros factores aparte de los impulsos; pero creo que tal despego refleja tam bién una intuición mejor del enfoque analítico en contraste con el biológico. Estoy hablando sólo de una diferencia en el enfo que, porque en un sentido sistemático podemos muy bien sos tener que el psicoanálisis es también una ciencia biológica. En la literatura psicoanalítica del pasado, y aún a veces en escritos de actualidad, encontramos que se estudian en un mismo plano los impulsos hacia la autoconservación, y los sexuales y los agre sivos. Puede muy bien ocurrir que semejante yuxtaposición sea • Para más detalles, véase Hartmánn, Kris y Locwenstcin (1949). 86 87DE LOS IMPULSOS INSTINTUALES desorientadora por completo; no es posible ponerlos unos al lado de los otros, si reflejan principios diferentes de clasifica' ción. No es necesario hacer ningún comentario sobre cómo el enfoque "desde fuera", el biológico, llega a distinguir entre la au- toconservación y la conservación de la especie. ¿Hasta dónde el enfoque psicoanalítico difiere de aquél, y cómo puede éste aún servir para responder a preguntas hechas a nivel biológico? Creo que el papel del análisis respecto a tales problemas es aproximadamente el que sigue: hemos descubierto que los im pulsos, en la acepción nuestra (en interdependencia con elyo y otras tendencias) contribuyen a formar esas reacciones que —vistas desde fuera o "biológicamente"— se manifiestan como autoconservación o como conservación de la especie. El análisis va mostrando por qué medios, cuándo y mediante el uso de qué material psíquico, se produce realmente la conducta, tal y como se caracteriza en biología, y bajo qué condiciones se manifiesta. Puedo añadir que, siguiendo estas directrices, se pueden utilizar plenamente las ventajas específicas del método psicoanalítico con respecto a los problemas biológicos, y cuando menos se evi tará el peligro de equivocación. Si lo que he dicho es verdad, entonces la yuxtaposición de que hablo resulta verdaderamente tan ambigua como yo he dado a entender. Suponiendo que el estudio analítico de los impulsos pueda ha cer a la biología la contribución que acabo de esbozar, es posible que nos interese conocer si el enfoque analítico puede efectuar una función análoga con respecto a otros problemas en el nivel biológico. Para ofrecer al lector un ejemplo, he aquí éste: Freud (1926a, p. 93), como muchos otros psicólogos, consideró la señal de la angustia como una "necesidad biológica". Dando esto por seguro, lo que realmente estudió fue la manera en que esta necesidad biológica se aborda en el hombre, cómo ha sido con cebida en él, cuáles son las condiciones previas de la angustia, cuál es su posición estructural y cuáles las secuencias típicas de sus etapas de desarrollo. Como segundo ejemplo, elijo la teoría psicoanalítica del juego, comparado con otras teorías sobre éste. Hay una teoría biológica del juego cuyas formulaciones más claras lo consideran como una especie de ejercicio con la función de preparar al niño para situaciones que va a encontrar en su vida futura (Groos, 1901). La teoría analítica ve el juego de acuerdo con su contenido, como la experiencia que el niño puede de ese modo dominar, los papeles que desempeñan en él el principio del placer y la com pulsión a la repetición, y cómo, según el nivel de desarrollo, varía la contribución de estos factores. Una vez más no están las teorías en el mismo plano. El papel del análisis al explicar el juego del niño es análogo al que realiza al explicar la angus tia. En ambos casos, el análisis tiende a sustituir la explicación dinamicogenética por la teleológica. 5. LA APLICACION DE LOS CONCEPTOS ANALITICOS A LA CIENCIA SOCIAL (1950) Muchas teorías y hallazgos de la sociología aparecen ambiguos vistos desde el ángulo de la interpretación psicoanalítica, y, del mismo modo, algunos aspectos de los hallazgos y teorías psico- analíticos, por importantes que puedan ser en el estudio de los individuos, parecen sin importancia para el sociólogo. Para una mutua comprensión sería de desear que se creara un lenguaje conceptual común, o bien que se definieran los problemas socio- lógicos en términos de su significado psicológico y, como Parsons (1950) ha mantenido, que se formularan los problemas psico lógicos en relación directa con la estructura social. No cabe duda de que cuando aquello que parece ser el mismo "tema" es enfocado por las dos ciencias, los factores de impor tancia acaso no sean los mismos y los centros de interés fruc tífero no tienen por fuerza que coincidir. El psicoanalista, para sus fines, puede poner entre paréntesis ciertas características que interesan al sociólogo; los sociólogos, en algunas regiones de los estudios sociales, pueden hacer predicciones válidas sin con sideración alguna hacia las personalidades totales de los indivi duos. Es lo más probable que tales predicciones sean correctas cuando la acción social está predominantemente determinada por el yo consciente o preconsciente (Waelder, 1936a), como en la acción racional o en la acción que implica tales intereses del yo como los que plausiblemente podemos suponer se hallen presentes en el miembro medio de un grupo. Un ejemplo evidente de esto es la teoría económica. Pero hay otras acciones y funciones sociales donde no se puede confiar en modelos psicológicos tan simples, si es que se desea hacer predicciones válidas. Dichos modelos demostrarán ser un motivo de fracaso para el sociólogo en asuntos donde entren en juego otras funciones de la personalidad que no sean la función racional o los intereses del yo, de un modo dinámicamente importante y que posiblemente difiere de un individuo a otro. No obstante, cuando aplicamos estas formulaciones bastante ge nerales a los problemas sociológicos concretos, nos sentiremos sin duda sobre un terreno más seguro al poder tomar en consi deración, de un modo sistemático, el significado psicológico de los datos sociológicos. Deberíamos, por ejemplo, desear que nos sea conocido el significado de los datos sociológicos no sólo para los yoes de las personas en cuestión, sino para los tres sistemas psíquicos de la personalidad: el yo. el superyó y el ello. Y sería más provechoso si también fuera conocido el sig- 88 LA APLICACIÓN DE LOS CONCEPTOS 89 nificado sociológico de los datos psicológicos. Semejante cono cimiento sistemático nos ayudaría a determinar la dirección y el grado al igual que los problemas específicos en que esas abs tracciones de la "motivación total de la personalidad concreta" tienen que ser, o es probable que sean, provechosas, y cuya importancia para el uso del análisis en el nivel de la estructura social, ha sido destacada por Parsons. Una reinterpretación mutua de los datos analíticos por la so ciología y de los datos sociológicos por el psicoanálisis, pre supone cierto acuerdo previo entre las dos ciencias sobre una teoría definida de la acción social que haga posible la correla ción. Al comienzo de su claro y comprensivo bosquejo, Parsons afirma que tanto la teoría sociológica como la analítica tienen una base común en el marco de referencia presentado por la teoría de la acción social; sin embargo, existe una despropor ción o falta de simetría: la acción social puede ser el concepto más básico de la sociología, pero no el más básico del psico análisis, como tampoco lo es la acción en general. En psicoaná lisis, estructural y genéticamente, la acción se deriva de propie dades humanas más fundamentales. Hasta hoy ninguna teoría analítica de la acción enteramente sistemática ha sido lograda o presentada, aun cuando las contribuciones analíticas a la teoría de la acción sean lo suficientemente importantes para sugerir que la teoría sociológica de la acción necesita incluir muchos aspectos de la teoría analítica, que están aún más allá de aque llos que Parsons ha reconocido como comunes a ambos campos.1 Es verdad que la ciencia a menudo ha demostrado ser provechoso manejar los diferentes problemas en distintos niveles de con- ceptualización, y que reducir los problemas a su nivel más ge neral no es necesariamente el mejor modo de abordarlos; no obstante, si hemos de tener una teoría general de la acción, no existe alternativa alguna para basarla en los conceptos psico lógicos más fundamentales. La acción, en el análisis, está definida primariamente por su posición en la estructura de la personalidad y por las contribu ciones efectuadas a sus diversos aspectos por los sistémas psí quicos. Pero la acción es también vista genéticamente, y descrita en relación al factor energético implicado, su motivación, los medios motores (u otros) para lograr su meta, y en referencia a la realidad. Aludir a este vasto campo de investigación, sin pretcnsiones de presentación sistemática, a lo que el análisis ha descubierto acerca de los diversos tipos de acción —sus as pectos estructurales, dinámicos y realistas, la superdetermina- ción y los conflictos en la estructura de las metas— enriquecerá las teorías de la acción utilizadas por los científicos sociales, quienes hasta ahora han simplificado con exceso las motiva- 1 Véase ahora también Parsons.y Shils (1951). ANALITICOS A LA CIENCIA SOCIAL90 ciones de la acción y sus relacionescon otros aspectos de la conducta (véase el capítulo 3). Las acciones en sus varias formas (racionales e irracionales, utilitarias y morales, sintónicorrealis- tas y distónicas con la realidad) pueden todas ser estudiadas por el análisis en sus interrelaciones y puede asignárseles sus lu gares respectivos en la estructura de la personalidad. Y la cues tión de la importancia mutua de los datos psicológicos y socio lógicos puede resolverse sólo mediante el uso de una teoría pluridimensional y de conceptos estructurales. Un punto que merece destacarse es que la mayor parte de lo que sabemos en el análisis acerca de la acción se ha logrado por el estudio de la acción social. El psicoanálisis estudia la conducta humana en relación con un ambiente. En contraste con algunas otras escuelas psicológicas, el análisis incluye dentro de su ám bito de interés la estructura de la realidad. Puesto que el ser humano es con mucho el más importante de los objetos reales, la estructura de la realidad más interesante para los psicoana- - listas es la estructura de la sociedad. Ésta no es una proyección de fantasías inconscientes, aun cuando ofrece muchas posibili dades para tal proyección y su estudio nos revela la influencia de factores inconscientes sobre las actitudes humanas hacia la sociedad. Hemos de aceptar la realidad social como un factor por su propio derecho; ciertamente la mayoría de los analistas no intentan -interpretar la conducta humana en términos exclu sivamente de impulsos y fantasías inconscientes. Este "aspecto de la realidad” es un tema intrincado que tiene múltiples con notaciones; nos damos perfectamente cuenta de que la misma institución puede ser usada para proporcionar un escape a una gran variedad de tendencias. De estas consideraciones parece desprenderse que el estudio analítico íntimo de las interacciones de un individuo con su medio social, puede incluirse entre los métodos de la sociolo gía. El análisis nos ha enseñado mucho acerca de las distintas estructuras familiares tanto como acerca de las necesidades bio lógicas humanas. La atención de los analistas ha estado dirigida, por fuerza, a las relaciones de objeto de la infancia, porque son infinitamente más importantes para el desarrollo de la persona lidad que las relaciones de la vida posterior; el general y legíti mo predominio del punto de vista genético entre los analistas ha reforzado esta actitud. Además de la teoría general de la acción, éste es un segundo punto donde los datos psicoanalíticos y las hipótesis son indispensables para la sociología, pero en los cuales ha habido una divergencia de intereses entre los dos campos. Esta afirmación no niega de ningún modo, y en realidad está muy lejos de hacerlo, que el medio social actual de nuestros pacientes éntre constantemente en el cuadro del análisis. Esto explica simplemente por qué este aspecto ha sido estudiado con menos empeño y por qué nuestro conocimiento acerca del medio LA APLICACION DE LOS CONCEPTOS corriente aparece menos claro en nuestros conceptos psicológicos ampliamente genéticos. Estoy de acuerdo con Parsons en que a este respecto nuestras descripciones del trabajo analítico po drían ser más explícitas. Si se hiciera un intento convenido en este sentido de un modo sistemático, es probable que propor cionara una intuición más completa del significado psicológico de las estructuras sociales específicas, del que puede obtenerse por medio de cualquier otro método. El término "significado", que se usa aquí bastante vagamente, se refiere al hecho de que una estructura social dada selecciona y hace efectivas tendencias psicológicas y su expresión, así como ciertas direcciones de desarrollo. Esta relación puede, por ana logía con el término freudiano de "condescendencia somática", denominarse "condescendencia social”; o más bien esta relación es parte de algo que puede recibir tal denominación, un aspecto de la complacencia social. La otra parte se refiere a la relación entre las características psicológicas de un individuo y la poten cialidad de la función social, el status, etc., que una estructura social concreta le proporciona (véase el capítulo 2). Atendiendo la advertencia de Parsons, repito que entre el tipo de personalidad y la estructura institucional no hay una corres pondencia sencilla. Me refiero a su afirmación concerniente a la "generalización estructural de las metas”. La estructuración de las fuerzas motivadoras como una "función de las situaciones institucionales... más bien que de... la estructura particular de la personalidad” es familiar a los psicoanalistas, aun cuando éstos usan diferentes palabras. Para abordar este problema en el nivel del individuo, debemos ir más allá de lo que estamos acostumbrados a denominar "tipos de personalidad”. En el aná lisis hemos encontrado que la mayor parte de las tipologías psico lógicas, especialmente las meramente descriptivas no basadas en principios genéticos, aun cuando quizás sean útiles para ciertos propósitos, no explican plenamente las múltiples interrela ciones dinámicas de las características de un individuo. Así, muchas veces nos fallan, cuando tratamos de determinar si tales categorías son modificables o capaces de ser desalojadas o reem plazadas por otras para el mantenimiento de situaciones internas o externas; y precisamente semejantes puntos son los más des tacados en el tema que se está estudiando. La modificabilidad, la recmplazabilidad y cualidades similares explican por qué la conducta externa de los individuos (que per tenecen a diferentes tipos de personalidad de acuerdo con una de las tipologías usuales) y parte de su motivación serán más a menudo iguales con respecto a una estructura institucional dada que lo que podría esperarse sólo con base en semejante diagnosis tipológica (garantizando que la relación con la realidad permanece intacta). Dichas cualidades nos dicen más de seme jante conducta posible y de su motivación de lo que puede 91 ANALITICOS A LA CIENCIA SOCIAL92 aprenderse de una diagnosis puramente tipológica. Evidente mente la variación en tales cualidades depende también de la estructura institucional con que el individuo se enfrenta. Esto no va en contra de las observaciones previas referentes a la condescendencia o complacencia social; a los factores que aca bamos de mencionar se les debe dar una consideración idéntica. El punto principal es que un estudio de la plasticidad del indi viduo en relación con la realidad concreta, sus grados y sus condiciones, debe ser incluido en el acceso psicológico. Las tipo logías psicoanalíticas, precisamente porque son menos descrip tivas y más genéticas que las otras, toman este elemento en consideración y definen las expectativas de la conducta con rela ción a las situaciones interna y externa. También en el trabajo clínico el analista se apercibe constantemente de este problema, con todas sus implicaciones en cuanto a la conducta sintónico- realista en sus aspectos estructural y genético, y también en cuanto a la posible participación de las funciones del superyó. Hasta ahora, me he referido sólo a aquellas contribuciones a la sociología tal como se recolectan del diván del analista. Lo que éste acumula de la situación analítica con respecto a la motivación consciente e inconsciente, a los mecanismos psico lógicos y a las actitudes ante la realidad social, puede preten der aplicarlo, como muchos analistas lo han intentado, en otra parte al tratar con los fenómenos sociales. Esta “aplicación" del análisis, como se le denomina con frecuencia, a la interpreta ción de los mitos o de otros datos antropológicos, por ejemplo, sirve a primera vista para demostrar la presencia de ciertos contenidos del ello, descubiertos en el análisis propiamente dicho, en muchas edades y formas de civilización diferentes. A esta misma esfera se extendió nuestro conocimiento gradualmente creciente de los mecanismos de defensadel yo. Las reconstruc ciones del pasado de la humanidad tratan de la prehistoria, más bien que de los tiempos históricos (Freud, 1913, 1914 y otros). No es preciso seguir el desarrollo de esta rama del psicoaná lisis, bastará decir que en segunda y decisiva contribución a este campo, la descripción y explicación de la psicología de gru po en términos de psicología estructural (1921), Freud volvió a escoger para su tema un tipo de conducta que no se limita a una época histórica o a una organización social definidas. Desde aquí podemos ver que al ocuparnos con estructuras sociales específicas, en situaciones históricas específicas, nuestro acceso no puede efectuarse solamente a través de la compren sión de los contenidos y mecanismos inconscientes, sino que debe ser completado con un estudio de su interrelación con los as pectos realistas de la conducta y con la organización institucio nal. Una interpretación, por ejemplo, de la formación de grupo sociedad totalitaria de nuestros días, no deberla limi tarse a las categorías usadas por Freud (véase el capítulo 3). en una LA APLICACION DE LOS CONCEPTOS Esto no quiere decir que un enfoque psicoanalítico de semejan tes campos esté destinado al fracaso, sino que el enfoque ha de ser modificado en la dirección de esa mutua interpretación de los problemas psicológicos y sociológicos previamente expuesta. Parsons ha prevenido también contra los intentos demasiado "directos" de explicar los fenómenos sociológicos mediante el uso de categorías psicológicas, y en parte estoy de acuerdo con él. Indudablemente el trabajo en muchos de estos campos nece sita un más sólido fundamento metodológico. Al abordar proble mas ajenos al psicoanálisis clínico, muchos parecen olvidar lo que un analista difícilmente olvida en su trabajo clínico: que no podemos comprender a los seres humanos independientemente de la realidad en que viven. Las instituciones que caracterizan un sistema social han sido a menudo interpretadas solamente como las expresiones directas de los deseos conscientes e incons cientes de las personas que vivieron en ese sistema, como si la realidad no fuera más que una satisfacción del deseo. Este enfoque elude el problema suscitado por mi afirmación de que las estructuras sociales son, en primer lugar, impuestas sobre el individuo en desarrollo como una realidad externa, y des cuida el interesante papel que desempeña la tradición en la organización real, y las contribuciones diferentes que los diferen tes estratos sociales efectúan para la formación de instituciones. A veces se desdeña totalmente la variabilidad de las actitudes individuales hacia ellas, la forma en que los individuos son afec tados por las instituciones y la manera en que ellos se las arre glan o no para enfrentarlas. La evitación de estas cuestiones no es una limitación simple, sensata y operativamente legitima para lo que es denominado con frecuencia "el lado psicológico" del problema. Ello lleva inevitablemente a una interpretación equivocada de este "lado psicológico”. Otra dificultad resulta ejemplificada, pongamos por caso, en mucha de la voluminosa literatura antropológica dedicada co rrientemente a la investigación del "carácter nacional".2 Al abor dar los fenómenos infinitamente complejos de las civilizaciones occidentales, de las que tenemos incomparablemente más deta llada intuición extraanlropológica que de cualquier cultura pri mitiva, la aplicación de los métodos usuales de la antropología se asemeja un poco muchas veces a un cambio obstinado de una economía científica de abundancia en otra de escasez. Desde nuestro punto de vista, los datos utilizados realmente resultan ambiguos en tanto que no pueden ser analizados con respecto a la estructura motivacional, las dinámicas y la orientación hacia la realidad, a la realidad social misma y a su historia. Evidente mente, un concepto del "carácter nacional", como un concepto del carácter en general, debería incluir mucho más que las afir- 2 Vcase también Kris y Loewenstein (1951). 53 ANALITICOS A LA CIENCIA SOCIAL maciones concernientes a la conducta real; tenemos el derecho de esperar que nos diga algo acerca de las potencialidades de la conducta en situaciones destacadas intrapsíquicas y externas. Como se afirmó previamente, las tipologías descriptivas no re velan suficientemente tales potencialidades, por lo cual hemos de necesitar esas tipologías dinámicas y genéticas como se em plean en el psicoanálisis. Aunque no sean genéticos, tal y como nosotros lo entendemos, los estudios del "carácter nacional" que están basados en la investigación de las situaciones infantiles típicas y que destacan semejantes cuestiones como diferencias en la crianza de los niños, representan un progreso considerable. Aun cuando no abarca todos los aspectos del problema, el con cepto de Kardiner (1945) de los tipos de personalidad básicos parece ser provechoso en ciertos respectos. El psicoanálisis puede ser útil en el estudio del "carácter nacional”, sobre todo al indicar puntos de enfoque fructíferos, al eliminar ciertas deficiencias e insistir en una visión más com pleta. Potencialmente, puede efectuar una contribución aún más penetrante al utilizar su propio método en su organización origi nal, al menos en culturas donde analistas y analizados se hallan disponibles. Un estudio comparativo, basado en análisis de re presentantes de diferentes culturas, no se ha efectuado nunca de un modo sistemático, pero parece muy posible. El método del análisis está bien situado para tratar los intrincados aspec tos del problema. "Aplicar” los hallazgos y teorías psicoanalíticos a los fenóme nos sociológicos, no es suficiente. Debemos más bien aspirar a una mutua penetración de la teoría sociológica y la psicoana- lítica, al planteamiento de nuevas cuestiones y al descubrimiento de nuevos medios de comprobación de los datos en ambos cam pos. Esto quiere decir que se deben establecer modelos que sean todo lo específico posible con respecto tanto a los aspectos psico lógicos como a los sociológicos (véase el capítulo 2). 94 6. PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO (1950) Hay cierta continuidad temática entre nuestra previa discusión conjunta sobre las "Teorías del Psicoanálisis" (1949) y el trabajo que escucharemos hoy. AI elegir como nuestro tema "el psicoanáli sis y la psicología del desarrollo", deseamos destacar la importan cia creciente de este aspecto psicoanalítico, y también dar una más completa referencia de los pensamientos y experiencias que fue ron presentados en el último Congreso anual. Algunos aspectos de lo que será dicho hoy sin duda coinciden con el terreno abar cado en la reciente reunión de Stockbridge, en la cual Anna Freud y otros trataron de la situación actual de la psicología analítica del niño. No obstante, dado lo incompleto de nuestro conoci miento en este campo y la naturaleza tentativa de nuestras proposiciones, creo que no puede ser sino provechoso un trabajo reiterativo sobre esos problemas bastante complejos. Hace años se quejaba Freud de que la observación directa del niño por los psicólogos era con frecuencia discutible, porque describían fenómenos no comprendidos realmente en sus rela ciones y en su impacto dinámico, mientras que, por otra parte, las conclusiones acerca de la infancia, que hemos alcanzado so bre la base del análisis de adultos, tienen la desventaja de que llegamos a ellas sólo a través de un sistema complicado de recons trucciones y a través de muchos rodeos del pensamiento. Este abismo puede llenarse en parte, pero no por completo, mediante el psicoanálisis infantil. Por tanto, la combinación de la observa ción directa longitudinal, desde la primera infancia en adelante, con los datos reconstructivos aportados por el análisis, es de importancia primordial. Pero este doble acceso se ha hecho posi ble solamente como consecuencia del trabajo psicoanalítico sis temático sobrela psicología del yo o de la psicología estructural en general, que nos proporciona el marco de referencia indispen sable y los instrumentos necesarios para una colaboración fruc tífera. Es un hecho memorable que Freud, utilizando métodos re constructivos, pudiera indagar no sólo experiencias de la primera infancia, típicas o atípicas, sino también secuencias de madura ción típicas, pero que habían escapado a los métodos de la observación directa, como en el caso de las etapas del desarrollo libidinal. Sigue siendo aún verdad que ciertos grupos de hechos y de conexiones son accesibles mucho más fácilmente a ciertas técnicas de observación que a otras. Por supuesto, los métodos se ajustan a los objetos que estudian, pero lo que tengo aho ra en mente es más bien la circunstancia de que cada método 95 PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO96 implica una selección de datos y que, dependiendo de nuestro enfoque, los datos se concentran de modos diferentes. En el caso del análisis, lo que su método ha hecho accesible a la obser vación y en muchos casos visible por primera vez, está centrado en la esfera del conflicto. Aun cuando hay realmente una cons tante interacción entre el desarrollo conflictivo y no conflictivo, hasta ahora los psicoanalistas han hecho menos luz en la esfera no conflictiva. Dando por sentado que el "método" analítico abre el camino para la posición evolutivamente central del conflicto, debería hacer en verdad referencia a tres factores, y no solamente a uno, si bien los tres se hallan evidentemente relacionados entre si. Además del método, utilizando esta palabra en el sentido más restringido, hay también la situación analítica, que debe muchas de sus posibilidades a que, pese a su circunscripción estricta, es esencialmente una situación real de la vida, siendo también significativa como parte del proceso terapéutico. El tercer factor contributivo del análisis es la actitud del psicoanalista hacia los datos psicológicos que él mismo descubre. Ya traté de esto en Stockbridge con mayor detalle. Aquí me limitaré solamente a algu nas observaciones. Pienso particularmente en la corrección de lo que en otros campos se denomina "la ecuación personal", es decir, en la corrección de esas trabas potenciales de la observación que se pueden seguir hasta la personalidad del observador y su interferencia en el campo. Porque el analista no es solamente el observador del campo, sino también un actor en el mismo; se ha dicho que el análisis en realidad es una especie de "lecno- sofía” y que esto contradice sus pretensiones de ser una ciencia autentica. Es verdad que el análisis introduce nuevos factores —factores desdeñados por otros métodos de observación— no sólo en la situación analítica, sino también en la observación directa de los niños; y que el campo de observación en este caso no sólo es definido por la conducta del niño, sino que in cluye también actitudes conscientes e inconscientes del observa dor, así como la interacción de ambos grupos de factores. Pero todos estos factores están sujetos a un escrutinio psicológico constante. Actuando en el campo y estudiando la acción y la reacción, se vuelven accesibles datos que no lo serían por otros métodos; y llegamos a comprender la relación que se halla en la base de la situación de observancia. Esto es también lo que se ñala Kris í 1951b) cuando habla acerca de la "investigación de la acción” y de la "investigación pura". En realidad, en un estudio cuidadoso de la interacción en el campo del observador con su objeto, los analistas han hecho de un modo consistente y radical algo que se ha vuelto cada vez más importante en algunas dis ciplinas de la ciencia natural también, o, para el tema que trata mos. de la ciencia social. Los tres factores que he mencionado son característicos del 97PSICOANALISIS Y PSICOLOGÍA DEL DESARROLLO análisis, pero se hallan ausentes en otros métodos psicológicos. La observación directa de los que no son analistas malogró necesariamente muchas posiciones y tendencias centrales del desarrollo, porque tiende a escotomizar los conflictos instintivos del niño y algunos otros y, particularmente, sus aspectos incons cientes. Lo que muchas veces aparece como un detalle apenas comprendido y al parecer desdeñable, puede resultar importan tísimo visto desde el ángulo del análisis. Gran número de situa ciones infantiles de significación aguda para la formación de la personalidad adulta, tienen una escasa "probabilidad de mani festarse directamente", si se me permite tomar prestado un término de la genética; pero en tales casos el saber analítico, que en su mayor parte se basa en la reconstrucción, nos permite lograr una comprensión de la continuidad del desarrollo. Las pendientes del crecimiento, tal y como fueron establecidas por los psicólogos del niño, se ocuparon principalmente de los aspec tos de la maduración y ofrecieron sólo una imagen parcial. La comparación y la comprobación rigurosa de los datos revelados por los dos métodos permite esperar una comprensión más com pleta. Las teorías de las etapas del desarrollo temprano han de erigirse sobre datos tanto de la reconstrucción como de la obser vación directa. Es evidente que concibo el problema no como uno que ha de abordarse añadiendo sólo datos reconstructivos a los datos de observación directa, sino más bien como una cuestión de interpenetración significativa. Cómo un conflicto, difícilmente accesible a los métodos llamados objetivos, puede influir en los logros intelectuales o motores de un niño; cómo, por otra parte, las secuencias de maduración, soportando los logros inte lectuales o motores, pueden tener relación con el desarrollo del yo de un niño y sus modos de resolver los conflictos: todo esto puede verse mejor sobre la base de dicho estudio compara tivo. Es éste otro importante aspecto de la cuestión. Tales estudios tienen que llevar necesariamente a un conocimiento creciente de la función del signo o la función notable que los detalles de la conducta pueden tener para el observador; es decir, a una mejor o más sistemática comprensión de cómo los datos de la observación directa pueden ser utilizados como indi cadores de los desarrollos estructuralmente centrales y en parte inconscientes (en un sentido que con mucho trasciende las posibilidades de la interpretación del signo accesibles a los diver sos métodos de prueba). El lector se dará cuenta de lo decisivo que esto puede resultar también para las medidas preventivas planeadas analíticamente. A lo que he dicho acerca de la naturaleza selectiva de cada acceso, debo añadir ahora el hecho de que hay también una limitación temporal para el uso del método analítico. No puede proporcionarnos datos (recuerdos) acerca de la fase no diferen- PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO ciada durante la cual las líneas de demarcación entre el yo y el ello y entre el sí mismo y los objetos, no están trazadas toda vía; no nos proporciona tampoco una información directa sobre la etapa preverbal. La observación directa ayuda aquí, sobre todo, a descartar hipótesis que no son compatibles con los datos de la conducta. Pero al proporcionar sugerencias positivas tiene igual importancia para la formulación de nuestras proposiciones sobre el desarrollo. Nuevamente la importancia de este factor está relacionada con el carácter genético de tantas proposiciones psicoanalíticas. Los conceptos del análisis, en sorprendente contraste con aquéllos de la mayoría de las otras ramas del psicoanálisis, son frecuente mente genéticos en su naturaleza (Hartmann, 1929; Hartmann y Kris, 1945). Éstos, en lugar de ser meramente descriptivos, abar can los fenómenos mentales que tienen un origen común. Por ejemplo, nuestras tipologías, el carácter oral, el anal, etc., están definidas por el predominio genético de ciertos factores, pero no obstante pueden comprender elementos que son contradic torios en unsentido descriptivo — avidez de lucro, derroche, sadismo, compasión y demás. Este acceso se revela superior mente provechoso al permitimos valorar las potencialidades dinámicas de semejantes características y hacer así predicciones más dignas de crédito. Es esta naturaleza genética del pensamiento psicoanalítico la que se halla obstaculizada por las limitaciones temporarias fija das por el método analítico y que nos reta a extender nuestro saber más allá de esas fronteras. Esta extensión puede efec tuarse en el sentido de extrapolar los hallazgos analíticos a la etapa preverbal, que pueden describirse en términos de los con ceptos básicos (Glover, 1947) derivados del estudio de las etapas posteriores del desarrollo; o puede hacerse por medio de la observación directa, pero analíticamente informada. Ambos en foques son necesarios. Debido a lo que he dicho, el estudio de la etapa preverbal es un terreno de prueba para muchas de nues tras suposiciones más generales, y también un prerrequisito para avances teóricos en una variedad de aspectos. Ésta es la razón de por qué creo que, en el marco de nuestra exposición de las teorías del análisis, debería asignarse un lugar especial a las interrelaciones con la psicología del desarrollo. Por lo que he dicho es evidente que hoy atribuimos una posi ción significativa a esta dirección relativamente reciente de las investigaciones analíticas. Llegamos a la conclusión de que la psicología psicoanalítica no se limita a lo que puede lograrse mediante el uso de los métodos psicoanalíticos; y, en segundo lugar, a que el significado que damos al análisis trasciende sus aspectos psiquiátricos. El análisis es también, y lo ha sido siem pre en la obra de Freud, una psicología general. La aspiración freudiana, expresada en fecha tan temprana como los años alre- 98 99PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO dedor del noventa (1887-1902), era poder penetrar en la totalidad de las funciones mentales y no sólo en la patología de las neu rosis. Queda particularmente en claro que el estudio de la con ducta normal es un elemento esencial del análisis en el aspecto de que nos estamos ocupando hoy. Si se me permite una com paración con la medicina física, diré que el concepto del análisis más estrecho, que es la explicación de las enfermedades nervio sas, nos proporciona datos clínicos y patológicos "no fisiológi cos” o donde la fisiología es sólo un residuo. El concepto más amplio añade la "fisiología" a todas las implicaciones que éste está destinado a tener para nuestra penetración tanto en la conducta patológica como en la normal. Hablando en un sentido estricto, cuán acertadas sean nuestras afirmaciones y prediccio nes generales dependerá en último extremo, tanto aquí como en otros campos, de hasta dónde pueda desarrollarse una teoría general, y esto, en el caso del análisis, puede significar solamente una teoría que trate del desarrollo normal así como del pato lógico. La descripción de varias etapas típicas del desarrollo de la libido y de sus relaciones con las finalidades, actitudes hacia los objetos, modos de acción, etc., fue el primer enfoque de Freud para hallar un marco de referencia para una gran diversi dad de datos sobre el crecimiento tanto como sobre el desarro llo, tras de una fase breve, un tanto "ambientalista”, en la cual Freud exageró considerablemente la generalidad de la efectiva seducción de los niños por los adultos y su significación para el desarrollo. Fue capaz de describir las desviaciones individuales en sus relaciones con secuencias típicas. Estas etapas dependen hasta una cierta extensión del crecimiento fisiológico. Freud hizo mención del crecimiento dental o del desarrollo de los músculos del esfínter anal, como casos apropiados. No obstante, aun cuando representan pasos en la maduración, también mues tran cierto grado de plasticidad vis-á-vis de las influencias del medio, como todos los factores Anlage la muestran. Y más allá de esto, el significado de estas secuencias biológicas para la es fera de las relaciones de objeto y la importancia de estas mis mas relaciones en el contexto biológico mutua de los estímulos internos y externos-1— ha mantenido una posición central en el análisis desde su mismo comienzo. Lo que queremos decir al hablar de tales fases no está real mente limitado siempre a las posiciones libidinales y a sus de rivaciones, o a sus interacciones con los objetos o con otros factores del medio. Nos damos cuenta de que no se pueden des cribir cortes transversales del desarrollo en términos de las vicisitudes internas y externas de los impulsos sexuales solamente. Es importante describirlos también en términos de las implica ciones de otras variables, en parte independientes, siendo unas de ellas las vicisitudes de los impulsos agresivos. Esto constitu- s decir, la influencia PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO ye un importante ensanchamiento y diferenciación del marco de referencia del desarrollo que utilizamos. Ha sido posible dar un paso más gracias al estudio más detallado y más sistemático del yo. Y, de nuevo, lo que encontramos aquí es la más estrecha interacción con las relaciones de objeto: en tanto que el desa rrollo de las relaciones objetuales se hallan codeterminadas por el desarrollo del yo, estas relaciones son también uno de los principales factores que determinan ese desarrollo del yo. Mu chos de los escritos que forman parte de este Simposio (Hof- fer, 1950; Kris, 1950b; Locwenstein, 1950; Rank y MacNaughton, 1950; Spitz, 1950) se refieren al impacto que el avance en la psi cología del yo ha causado en nuestra intelección del crecimiento y el desarrollo. Realmente el nuevo nivel de la psicología del yo ha demostrado ser decisivo para el renovado interés de los ana listas en los problemas de la psicología del desarrollo y para una correlación más sistemática de los datos reconstructivos con los datos de la observación directa; además, considerando las cuestiones prácticas, tales como la prevención o la educación, ha demostrado su capacidad para superar ciertas limitaciones inherentes al acercamiento más primitivo del problema. El desarrollo del yo, como el desarrollo de la libido, se basaba en parte en procesos de maduración. Y en relación al aspecto del yo, algunos de nosotros estamos de acuerdo en que hemos de considerarlo como una variante independiente, en parte pri maria, que no es posible seguir por completo hasta la interac ción de ios impulsos y del medio ambiente; y que asimismo puede en parte hacerse independiente de los impulsos de un modo secundario. Esto es lo que quiero decir con los términos de autonomía primaria y autonomía secundaria en el desarrollo del yo. La autonomía secundaria de las funciones del yo con cierne a la estabilidad de sus adquisiciones evolutivas, un pro blema que no puedo discutir aquí. Lo que quiero dejar sen tado ahora es que el yo, tanto como los dos impulsos primarios, parecen ser variables parcialmente independientes. Pero aun cuan do podamos, o hasta debamos, aislar uno u otro aspecto para propósitos de investigación o de presentación, no debemos olvi dar que sólo estos aspectos en conjunto pueden proporcionarnos una imagen del desarrollo de un individuo, tal y como lo vemos en el análisis. ' Así, un esbozo de los estudios comparativos, usando tanto los datos reconstructivos y los datos de la observación directa, pue de en parte ser enfocado sobre fases típicas del desarrollo y el crecimiento, tan familiares a nosotros, a través del material clí nico psicoanalítico. Ciertos principios de la psicología genética del análisis pueden ser particularmente bien demostrados, estu diando las concepciones freudianas de esas fases; en parte de esto me ocuparé después. Pero este esbozo debe abarcar también el aspecto estructural, el desarrollo de los sistemas mentales, y un 100 PSICOANALISIS Y PSICOLOGÍA DEL DESARROLLO estudio comparativoasí puede aún demostrar ser especialmente fructífero con respecto a las etapas preliminares de la forma ción estructural. Entre las funciones del yo más sistemáticamente estudiadas en relación con los impulsos y con la realidad están sin duda los mecanismos de defensa (Anna Freud, 1936). Todavía ciertos aspectos de su psicología nos enfrentan con problemas no resuel tos. Una cronología de los mecanismos de defensa se ha intenta do ya, pero hasta ahora sólo son visibles sus escuetos perfiles; y sabemos poco acerca de los factores que determinan la elec ción individual de los métodos de defensa. Aquí sólo deseo se ñalar la posibilidad de abordar estos problemas observando en los niños tales funciones primitivas del yo autónomo, que pode mos considerar los primeros elementos de desarrollo de lo que posteriormente será utilizado en el proceso de defensa. He de mencionar lo que Freud llama "la barrera protectora contra los estímulos” o las varias funciones de inhibición o de aplazamien to de la descarga, que encontramos aún antes de que el yo haya evolucionado como un sistema definido. Puede bien ser una correlación entre las indeferencias individuales observables en tales factores primarios y los posteriores mecanismos de defen sa, y esto es la razón de que cite aquí esta cuestión.1 Es proba ble que los métodos por los cuales los niños de pocos años tra tan con los estímulos sean posteriormente utilizados por el yo de un modo activo y en especial para la defensa. Esto puede ayudarnos a comprender la elección de los mecanismos de defen sa y posiblemente también su cronología. Pero tales factores autónomos son importantes no sólo para la comprensión de los aspectos "negativos” de la defensa. Los factores en la esfera li bre de conflictos codeterminan también otros aspectos de los métodos por los cuales los estímulos instintuales son estudiados —su neutralización, su utilización para una diversidad de fun ciones del yo y demás— y esto influye en muchos modos individuales la solución de los conflictos (para un ejemplo im presionante, véase Loewenstcin, 1950). Hay algunos puntos esen ciales en los cuales la observación directa del desarrollo tem prano del yo autónomo puede esperarse que resulte útil para la comprensión de esas situaciones posteriores de conflicto con que topamos en nuestro trabajo clínico. Pensando todavía en la dirección fijada por tales investigacio nes comparativas, quiero mencionar que nuestro enfocamiento clínicamente necesario y fructífero de los problemas del conflic to entre los sistemas psíquicos nos lleva con frecuencia a con fundir la parte con el todo; por ejemplo, cuando hablamos de la implicación "del yo” o del "desarrollo del yo”, donde, para el propósito de los estudios del desarrollo, estaría indicada una con- 1 Este punto se trata con mayor detalle en el capitulo 7. 101 PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO102 sideración diferencial de las varias funciones del yo. Lo que digo está ya en cierto modo implícito en una advertencia de Freud (1926a) de no concebir el yo y el ello como si fueran dos cam pos opuestos. Del mismo modo sería a menudo factible y útil reemplazar el uso global del término '‘desarrollo precoz del yo" o "desarrollo retardado del yo" por afirmaciones más detalladas, específicamente cuando las funciones del yo han sufrido en rea lidad un desarrollo retrasado o precoz en relación a los impul sos y en relación recíproca. Las influencias que actúan en el desarrollo del yo no ejercen siempre un efecto paralelo sobre todas sus funciones, en el sentido de desarrollarlas o de retrasar las. Sabemos que en algunos casos no sólo funciones aisladas del yo, sino sectores enteros suyos pueden retrasarse; un ejem plo es la influencia de la ausencia de la madre en los casos des critos por Spitz (1945). Pero en otros casos está claro que donde hablamos muchas veces de "desarrollo precoz del yo", como en la patogenia de las neurosis obsesivas, en realidad sólo las fun ciones intelectuales o defensivas del yo se han desarrollado pre maturamente, mientras que, por ejemplo, la tolerancia para el displacer se retrasa. Esas diferencias son importantes y pueden en parte ser confirmadas por la observación directa. Semejantes irregularidades en el desarrollo estructural y fun cional, se cuentan, es sabido, entre los problemas más dignos de atención que ha de afrontar la psicología analítica del niño. Ca sos de irregularidades graves en el desarrollo del yo fueron de signados por Beata Rank (1949) como "yo fragmentado" y estu diados en su interacción con las relaciones de objeto. Describi mos tales desviaciones, en relación a lo que conocemos acerca de las secuencias típicas. A lo que he dicho antes acerca de las fases del desarrollo en general, he de añadir aquí que las fases cru ciales de la maduración, coinciden, por lo regular, en una amplia extensión también con las bases cruciales vistas desde el ángulo de la influencia del medio.2 Para el caso del desarrollo de la libido, la fase anal crucial o la fase fálica crucial tiene un as pecto de maduración, pero es igualmente definida por las prohibi ciones y demandas del medio ambiente que coincide con él. Lo mismo vale para los pasos cruciales en el desarrollo de yo. Las interacciones medias del crecimiento del niño y de su desarrollo, de las características psicológicas y las figuras "importantes de su medio, así como el equipo cultural que utilizan al tratar con las necesidades del niño, da sus resultados en los rasgos típicos de las fases en cuestión (el concepto de "fase” se utiliza aquí en el amplio sentido que cité antes). Ellas son el resultado de una diversidad de tendencias de desarrollo, de su cronología y de su intensidad, que por término medio convergen en un tiempo dado y de un modo específico y todos estos aspectos han de ser des* 2 Véase también E. Erikson (1940). 103PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO critos. Sus secuencias, halladas por Freud en base a la recons trucción, podemos hoy darlas por buenas; y también lo que dijo acerca de su superposición regular y acerca del impacto clara mente seguible de las fases tempranas sobre las posteriores. Ellas son indispensables para la investigación genética, como tipo medio y como modelo. Su interpretación simplificadora, sin embargo, al trasladar el acento con demasiada frecuencia ya sea sobre la madu ración o sobre la relación de lo objetual cuando no sobre cual quier otro factor particular de los que mencioné, brinda una ima gen unilateral del desarrollo. Éste me parece que es el caso de Melaine Klein, al sobreestimar el factor llamado "biológico" o, por el contrario, el de la sobreestimación del culturalismo. No obstante, cada uno de estos factores es variable, aunque no todos en la misma extensión, y pueden dar como resultado desviaciones en cuanto al tiempo o en la configuración de las fases típicas. No debemos sorprendernos demasiado si rasgos que estamos habituados a considerar característicos de una cier ta fase pueden en ocasiones aparecer más temprano; es decir, antes de que los elementos principales de la fase a la que acos tumbramos relacionar dichos rasgos se hayan vuelto dominan tes. Así los fenómenos pueden tener una apariencia precoz, que, por lo regular, estaría reservada a la influencia de los conflictos específicos de la fase. Éste puede ser el caso si algunos aspec tos del yo se han desarrollado precozmente debido a algunos fac tores en la esfera autónoma, a identificaciones tempranas e in tensas, a un desarrollo atípico del yo corporal, o debido a otras numerosas razones diferentes. El rasgo particular que resulta puede asemejarse a lo que en otros casos es el resultado de se cuencias maduradoras o ambientales tardías. Las formaciones de reacción, como el orden o la limpieza, los desplazamientos, las actitudes generales, que estamos acostumbrados a encontrar en relación con la fase anal, pueden entonces aparecerantes de que los problemas de la analidad hayan venido a dominar la vida del niño. Los testimonios empíricos en este campo son por desgra cia escasos hasta ahora* pero algunas observaciones parecen su gerir esta interpretación. Lo que acabo de decir, así como lo que he dicho previamente acerca de las etapas de defensa prelimina res, tiene el sentido de una llamada a la observación; pienso que esta hipótesis debe ser accesible a una verificación directa. Los instrumentos que la teoría analítica nos proporciona, no son sólo una clave de confianza para la reconstrucción, sino que creo que si se utilizan de modo consistente, estarán bien situados para conformar investigaciones del desarrollo que nos permitirán in dicar los puntos en que puede esperarse que la observación di recta sea más fructífera, y que nos proporcione intuiciones verda deramente nuevas. * Para un ejemplo reciente, v¿a$e M. Kris (1957). PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO El concepto de la fase como acabamos de perfilarlo, contiene un enfoque fundamental del análisis de la psicología infantil. Otro concepto es el principio de la especificidad de la fase. Evi dentemente podemos hallar experiencias "fálicas" también en el nivel oral, y experiencias "orales” en el nivel fálico. Pero vemos, ' en psicoanálisis, de un modo enteramente general, que la im portancia de los factores de cualquiera clase, que afectan al de sarrollo, dependen en gran medida de la fase específica en que se producen. Esto, como el lector sabe, es también uno de los prinemios generales de la fisiología o embriología del desarrollo. Aquí nos encontramos con que hay un periodo crítico para cada interferencia experimental. Las reacciones básicas a un nivel dado tienen también un as pecto histórico. Éste está determinado por el crecimiento y de sarrollo previos. Para recordar sólo un ejemplo familiar; las si tuaciones que provocan angustia, así como sus efectos, son espe cíficas de las etapas de desarrollo; sin embargo, la predisposición a la ansiedad en cualquier nivel dado está también históricamen te determinada. Esta complejidad, aunque bien conocida, puede haber creado en ocasiones cierta confusión en nuestro pensa miento sobre su origen genético y más específicamente sobre la patogénesis. No podemos prescindir de esta complejidad, pero debemos tratar de clarificar un punto cuando menos. Por ejem plo, la vulnerabilidad patogénica que vemos en un cierto nivel. Es decir, la vulnerabilidad vis-á-vis, nuestros estímulos inter nos y externos pueden hallar su expresión de un modo que es es pecífico de ese nivel, aun cuando esta vulnerabilidad sea defini- damente seguible hasta los antecedentes; esto es, hasta lo que sabemos acerca de los factores del crecimiento o del medio que determinaron las fases tempranas del desarrollo individual. Nos damos cuenta de cuán frecuentemente la angustia específica de la castración fálica en el muchacho pequeño está determinada por su historia oral y anal. Por otra parte, la angustia de la cas tración fálica puede deberse de modo predominante a factores del crecimiento o ambientales, específicos de la fase en que su cede. Por ello mientras los determinantes de Ja vulnerabilidad en una fase dada pueden diferir, sus expresiones sintomáticas o de otra clase pueden, no obstante, ser muy semejantes. Me parece que sería deseable observar claramente las diferen cias entre estas dos posibilidades: 1) el caso en que la vulnera bilidad específica de fase (y su expresión eventual en síntomas específicos) está principalmente determinada por lo que ocurrió en las etapas más tempranas; y 2) el caso en que tanto la vulne rabilidad en cuestión como sus determinantes principales son específicos de la fase en que se producen. Esto puede ayudamos a distinguir más claramente los rasgos específicos de una fase dada de sus determinantes genéticos, y también a diferenciar más claramente el elemento de continuidad genética del elemento de 104 PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO especificidad de la fase. Igualmente debería impedimos descri bir lo que es realmente una disposición específica de una fase posterior como característica de sus antecedentes genéticos, como se hace ampliamente en algunos escritos analíticos; siendo ca sos a propósito la interpretación de relaciones de objeto muy tempranas en términos de rasgos específicos de la fase edipiana, o de las primeras funciones prohibitivas del yo, en términos es pecíficos del superyó. Lo que he dicho acerca de la especificidad de la fase, desde el punto de vista de la vulnerabilidad y del desarrollo patológico potencial, resulta igualmente cierto en cuanto a las influencias po sitivas sobre el crecimiento y el desarrollo y en cuanto al de sarrollo potencialmente normal. Hay fases óptimas específicas para cada paso en la adaptación, la integración, los conflictos superados y demás. Todas las medidas de las demandas y las prohibiciones, de la crianza, adiestramiento y educación del niño, y, en consecuencia, también de la profilaxia mental, deben ser orientadas en su conteo del tiempo y su dosificación, hacia la especificidad de la fase y sus determinantes genéticos. Anna Freud ha planteado claramente el problema. Esta orientación puede beneficiarse grandemente de la utilización de datos de la observación directa. Aquí nos encontramos de nuevo ante la cues tión de la función de signo de los datos de la conducta. Esto indica la necesidad de un refinamiento mayor en el uso de los primeros datos del desarrollo como indicadores de conflictos rea les o potenciales y, lo que no es igual, de una patología real o potencial. La importancia práctica mayor de lo que estamos tra tando hoy reside, sin duda, en el campo de la prevención. La exposición misma de los pocos puntos que he elegido para mi introducción tiende a demostrar la complejidad de los pro blemas del desarrollo, tal y como nosotros los vemos, y también la complejidad de nuestra formación de conceptos, que no es arbitraria, sino que está en relación directa con la primera. De seo mencionar que, en reacción a nuestro trabajo con muchas variables y con relaciones causales complicadas, encontramos hoy en día en la periferia del psicoanálisis, así como en ciertas ten dencias de la psicología infantil, o, por lo que a esto respecta, en antropología, un número creciente de generalizaciones precipi tadas y de proposiciones simplificadorns. De esa gran variedad de factores, que nuestra experiencia nos ha enseñado a conside rar, sólo uno u otro es seleccionado y forma la base de teorías "nuevas". Debemos referirnos a tales simplificaciones como "teo rías por reducción", las cuales toman una fase específica, o una medida específica del adiestramiento del niño pequeño, como el único factor que produce un tipo de carácter o una falta ge neral de adaptación; o consideran el hecho de que la madre no ha sido constantemente “buena" para la criatura, haciéndola res ponsable de todos los males que pueden sobrevenir 105 a un ser PSICOANALISIS Y PSICOLOGIA DEL DESARROLLO humano.4 O el que una criatura haya sido o no criada de acuer do con ciertos principios es puesto eif relación causal directa y unilineal con el tipo de personalidad posterior, etc. Los ele mentos de la proposición, si se quiere, son "psicoanalíticos”; pero el uso que se hace de ellos ciertamente no lo es. Que no se me interprete mal. Todos esos factores son importantes y pueden ser aislados para ciertas finalidades. No obstante, lo que nuestro abordamiento nos muestra acerca de la totalidad del desarrollo de una persona es una imagen bastante diferente. Vemos así una interdependencia compleja de una gran variedad de factores evolutivos, y una ramificación de muchas alternativas sobre cada etapa de desarrollo subsecuente. Por último, al hablar del propósito y de la explicación razonada de esta Discusión sobre Teoría, he de decir, que hoy en día el psicoanálisis haalcanzado una etapa en la cual debería resultar evidente que la teoría no debe ser considerada ya más un sub producto más o menos eventual de la experiencia clínica o bien una afición intelectual de ciertos analistas.5 Aun cuando alguno que otro de nosotros pueda opinar de este modo, no cabe nin guna duda de que Freud no lo hizo jamás. Ha quedado suficiente mente claro que el trabajo clínico tanto como el técnico, se ha llarán gravemente obstaculizados y destinados al estancamiento de seguir tales caminos. Y debemos tener presente que, como acabo de decir, la prevención, que puede muy bien convertirse en algo más esencial que la terapia, depende directamente de las tendencias de la investigación que actualmente se discuten. 106 4 Véase ahora también Anna Freud (1954a). 5 Véase también Hartmann, Kris y Loewenstein (1953) y el capítulo 15. 7. COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA PSICOANALITICA DEL YO (1950) En fecha tan temprana como alrededor de 1890, y aun antes de que su interés cambiase definitivamente de la teoría fisiológica a la psicológica, Freud hablaba de un yo, en parte, en un sentido que prefigura considerablemente los nuevos desarrollos de la psicología del yo. No obstante, la elaboración más precisa de esta parte de su trabajo tuvo que ser aplazada durante un perio do en que su preocupación principal fue el desarrollo de otros aspectos del psicoanálisis. Todo el trabajo revolucionario de esos años avanzó por una vía de la personalidad que hoy llamaría mos el estudio del ello. Así, en el análisis, quedó sentada una amplia cimentación de hechos y de hipótesis como sobre las características y el desarrollo de los impulsos instintivos, y sobre algunos aspectos del conflicto psíquico. La ausencia de estos hechos e hipótesis había sido una grave desventaja para la psi cología preanalítica. Uno de los acontecimientos más señalados en la historia de la psicología es el de que las investigaciones de Freud sobre el ello precedieron a su abordamiento de la psico logía estructural.1 Cuando tras de un periodo, en el cual su in terés por el yo permaneció relativamente latente, Freud, en el comienzo de la segunda decena del siglo, explícitamente consti tuyó la psicología del yo como un capítulo del psicoanálisis, este paso fue posible como algo realmente imperativo gracias a la convergencia del enfoque clínico y técnico así como el teórico, que él pudo lograr entretanto. Hoy esta fase en el desarrollo de la psicología del yo está aceptada por la mayoría de los analistas, como parte integrante de su pensamiento teórico y práctico. Tenía también una influencia modificadora trascendental sobre muchas de las primeras hipótesis en otros campos del análisis, por ejemplo, la técnica, la teoría de la angustia o la teoría de los impulsos instintivos. A pesar de todo esto, se tiene la impresión de que el propio Freud consideraba sus formulaciones de ese . periodo como una atrevida incursión en un nuevo territorio, más bien que como una presentación sistemática de la psicología del yo o como la última palabra sobre los aspectos estructurales de la personalidad. En sus posteriores escritos, incluyendo los últimos, encontramos modificaciones y reformulaciones cuya im portancia hasta ahora no ha sido siempre bien comprendida. Más adelante trataré de algunas de ellas. 1 Para un examen del desarrollo del concepto del yo en Freud véase el capítulo 14. 1(17 COMENTARIOS SOBRE LA TEORÍA108 El término "yo", se usa con frecuencia en un sentido extraor dinariamente ambiguo, incluso entre los psicoanalistas. Para definirlo negativamente en tres aspectos, como opuestos a otros conceptos del yo, diremos que el "yo” psicoanalíticamente no es sinónimo de "personalidad", ni de "individuo", y que tampoco coincide con el "sujeto" en oposición al "objeto" de la experien cia; y que no es de ningún modo sólo el "saber" o el "senti miento” de nuestro propio ser. En el análisis el yo es un con cepto de un orden enteramente diferente. Es una subestructura de la personalidad y se define por sus funciones. ¿Qué funciones debemos atribuir al yo? Una enumeración de las funciones del yo sería bastante larga, más larga que la enume ración de las funciones tanto del ello como del superyó. Ningún analista ha intentado nunca una lista completa de las funciones del yo y no está tampoco en los propósitos de mi presentación el ha cerlo. Aquí mencionaré sólo algunas de las funciones más impor tantes. Como sabrá el lector, entre ellas Freud (1932) había destacado siempre las que se centran en tomo a la relación con la realidad: "Esta relación con el mundo exterior es decisiva para el yo” (p. 196). El yo organiza y controla la movilidad y la percepción, la percepción del mundo exterior, pero probable mente también del sí mismo (aun cuando creemos que autocrí tica, aunque basada en la autopercepción, es una función sepa rada que nosotros atribuimos al superyó); también sirve como una barrera protectora contra los estímulos externos excesivos y, en un sentido un tanto diferente, contra los estímulos inter nos. El yo comprueba la realidad. Y también son funciones del yo la acción, a diferencia de la simple descarga motora, y el pensamiento, que de acuerdo con Freud (1911) es una acción de tanteo con pequeñas cantidades de energía psíquica. En ambas va implícito un elemento de inhibición, de demora de la descar ga. En este sentido muchos aspectos del yo pueden ser descritos como actividades de rodeo; fomentan una forma más específica y segura de ajuste, introduciendo un factor de independencia creciente del impacto inmediato del estímulo presente. En esta tendencia hacia lo que podemos denominar interiorización, se in cluye también la señal de peligro, además de otras funciones que pueden describirse como pertenecientes a la naturaleza de la anticipación. También quiero recordar aquí al lector lo que Freud pensaba acerca de las relaciones del yo con la percepción del tiempo. De lo que acabo de decir se desprende ya que un am plio sector de las funciones del yo pueden ser descritas también desde el ángulo de su naturaleza inhibitoria. Se sabe que Anna Freud (1936) habla de una enemistad primaria del yo vis-á-vis de los impulsos instintivos; y la función del yo, estudiada más ex tensa e intensamente en el análisis, a saber, la defensa, es una expresión específica de su naturaleza inhibitoria. Otra serie de funciones que atribuimos al yo es lo que denominamos el carác- 109PSICOANALITICA DEL YO ter de una persona. Y todavía otra, que podemos distinguir con ceptualmente de las mencionadas hasta ahora, son las tenden cias coordinadoras o integradoras, conocidas como la función sintética. Juntamente con los factores diferenciadores, podemos incluir estas tendencias en el concepto de una función organiza dora; ellas representan un nivel (no el único ni el primero) de la autorregulación mental en el hombre. Mientras hablamos de los aspectos de la realidad del yo, o de su naturaleza inhibitoria, o de su naturaleza organizadora, etc., nos percatamos del hecho de que sus actividades específicas pueden expresar y en realidad expresan muchas de esas características al mismo tiempo. En nuestro pensamiento clínico, así como en nuestro pensa miento teórico, estamos en constante contacto con todas estas funciones del yo. Pero también parece que en tanto que algunos analistas han investigado concienzudamente algunas de estas funciones, otros se han interesado por ellas sólo de un modo casual. Como Freud (1932) escribe, "el psicoanálisis no puede estudiar todas las partes del campo al mismo tiempo" (p. 82). Así el esquema freudiano del yo es más rico en motivos y en dimensiones que su elaboración, hasta ahora, en la literatura psicoanalitica. Por supuesto, existe la razón evidente de que ciertos aspectos del yo son más accesibles específicamente al método psicoanalítico que a otros. Sólo basta pensar en la psico logía del conflicto o en la psicologíade la defensa. Por otra parte, hay campos de las funciones del yo a los que estamos acostumbrados a considerar como del dominio exclusivo de la observación directa o del método experimental, aun cuando de biéramos darnos cuenta de que esos campos también habrán de considerarse de nuevo desde el ángulo de la psicología psico- analítica. También es verdad que ciertos aspectos de la psicolo gía del yo parecen ser de mayor o menor importancia, según el contexto en que los miramos, sea desde el punto de vista clínico o técnico, sea desde el propio de la teoría psicológica general, que es el ángulo que he elegido ahora para hacerlo. Histórica mente el estudio del yo ha tenido diferentes significados en tiem pos diferentes, de acuerdo, por ejemplo, con la preponderancia de ciertas cuestiones técnicas sobre otras teóricas o viceversa. Por otra parle, aunque se desprende de sus escritos que era bastante opuesto a considerar el psicoanálisis como un "siste ma" psicológico, al menos en su estado actual, Freud tenía in dudablemente presentes todos estos aspectos, y una de sus fina lidades, en particular en el trabajo de la psicología del yo, fue constituir el análisis sobre la base de una psicología general. También la tendencia hacia el desarrollo de la psicología psico- analítica más allá de su origen médico, incluyendo en su campo un número creciente de aspectos de la conducta normal, así como do la patológica, participa claramente en la psicología del yo actual. Las técnicas de ajuste a la realidad y del logro COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA110 emergen de un modo más explícito (Anna Freud, 1936; French, 1936, 1937; Hartmann, 1939a; Hendrick, 1943; y otros) y pueden corregirse algunos errores de perspectiva, que están destinados a producirse al verlos sólo desde el ángulo patológico. Este am plio acceso está también indicado, y ciertamente es esencial, siempre que utilicemos proposiciones en el llamado psicoanáli sis aplicado, como en el vasto campo de encuentro entre el aná lisis y las ciencias sociales. Pero aun en el campo de la psico- patología propiamente dicha, en sus aspectos clínicos y técnicos, se ha aprovechado ya grandemente esta tendencia del trabajo de Freud y de muchos de sus continuadores. que aspiran a una concepción más comprensiva del análisis como una psicología general. Aun cuando sabemos lo mucho que la psicología debe a la patología, especialmente a la patología de la neurosis, aquí, mediante una especie de rodeo, ocurre lo contrario. Esta dirección no debe interpretarse como una tendencia ale jada de los aspectos médicos del análisis o, en lo que aquí res pecta, de los aspectos biológicos o psicológicos. Este aspecto merece destacarse porque en sus comienzos la psicología del yo de Freud fue mal interpretada por muchos analistas y no ana listas, considerándola como un divorcio de sus ideas originales sobre el fundamento biológico del psicoanálisis. En realidad, está más cerca de la verdad lo contrario: en ciertos aspectos es más bien una aproximación. Sin duda, la continuidad con la biología fue establecida primeramente en el análisis mediante el estudio de los impulsos instintivos. Pero la psicología del yo, al investi gar más estrechamente, no sólo las capacidades adaptativas del yo, sino también sus funciones "sintéticas", "integradoras” u "or ganizadoras" (Nunberg, 1930; French, 1941, 1945; y capítulo 3) sto es la centralización del control funcional— ha extendido la esfera en que puede algún día resultar posible reunir con ceptualmente lo analítico con lo fisiológico, especialmente lo fi siológico cerebral. En lo que sigue, no aspiro a una presentación sistemática de la psicología del yo. Seleccionaré para tratarlos sólo unos cuan tos aspectos, con lo que persigo obtener un mejor ajuste mutuo de algunas hipótesis pertenecientes al campo, lo que a veces im plica su elaboración o modificación, y también su sincronización de acuerdo con un nivel de formación de teoría. Comencemos con los problemas del desarrollo del yo. Parte de nuestras hipótesis en este campo se apoyan en sólidos fundamen- . tos formados por hallazgos múltiples y verificables de datos clí nicos psicoanalíticos. No obstante, por desgracia esto no es ver dad para las etapas primeras, para la fase indiferenciada; y tam poco lo es para aquellos desarrollos un tanto más tardíos que se producen al final de la etapa no verbal. Las hipótesis sobre estas etapas primitivas pueden ser comprobadas en cuanto a su PSICOANAL1TICA DEL YO concordancia o discrepancia con los conceptos básicos de la teo ría psicoanalítica, un punto que recientemente ha sido destacado por Glover (1947). Cualquiera reconstrucción de ese periodo ha de guardarse de dos peligros: de los errores "adultomórficos" (Spitz) y de los errores "psicosomórficos" (Hartmann). La ob servación directa del pequeñuelo que crece, especialmente si es dirigida por observadores con experiencia analítica, puede resul tar provechosa en este aspecto y aún demostrará serlo más en el futuro, no sólo por eliminar proposiciones que son negadas por los datos de la conducta (Hartmann, Glover), sino tam bién por dirigir la formación de hipótesis de un modo más posi tivo. No comparto el escepticismo extremado de algunos ana listas con relación a tales posibilidades. No debemos olvidar que al desarrollar sus ideas sobre las primeras etapas del desarrollo infantil, Freud se guió en muchos casos, aun cuando no de un modo sistemático, por el conocimiento obtenido a través de fuen tes que no eran las analíticas. Dejando de lado por el momento las cuestiones de metodolo gía, podemos decir que hoy en día poseemos un considerable caudal de información digna de crédito y más o menos sistemá tica, obtenida de muchas fuentes, acerca de cuestiones tales como las siguientes: de qué modo se moldea el yo bajo el impacto de la realidad, por una parte, y de los impulsos instintivos por la otra; cómo es que aprende a defenderse en ambas direcciones, y cómo su desarrollo está interrelacionado con el desarrollo de las relaciones de objeto. También intentamos cuando menos explicar el desarrollo del yo, como un sistema definido en tér minos de conceptos metapsicológicos; y, de un modo más par ticular, quiero aquí señalar el papel que creemos desempeña en él el establecimiento del proceso secundario. Afirmamos que el yo se extiende desde los rastros preconscientes de la memoria. Glover (1935) ha tratado de salvar el abismo existente entre los sistemas de huellas mnemónicas y el yo, como unidad estructu ral, introduciendo una hipótesis según la cual se produce en la for mación nuclear del yo una sintetización de dichos elementos psí quicos como estando asociados con los componentes del impulso. Posteriormente me ocuparé de otro posible origen del núcleo del yo. La mayor parte de los intentos de explicar el origen de la rela ción del niño de pocos años con la realidad confían firmemente en el impulso de autoconservación. Preferiría una formulación que no hablara de la autoconservación como resultado de un grupo independiente de impulsos (véase el capítulo 4), sino que más bien acentuara los papeles que las tendencias libidinales y agresivas desempeñan en él, en adición a los mecanismos psicoló gicos, y, sobre todo, el papel del yo y de esas etapas autónomas preparatorias del yo de que trataré en seguida. Todos estamos de acuerdo en que, durante su evolución hacia la realidad, el 111 COMENTARIOS SOBRE LA TEORÍA niño tiene que aprender a aplazar la satisfacción; el reconoci miento por parte del niño de objetos permanentes e indepen dientes en el mundo exterior ya presupone un cierto grado de esta capacidad. Pero para la aceptación de la realidad son tam bién esenciales las posibilidades de placer, ofrecidas por el des arrollo de las funciones del yo, tanto como el amor y otras re compensas por el lado de los objetos y, en etapas posteriores, las gratificaciones debidas a la renunciade las satisfacciones instintivas (Freud, 1937-39). Hay un enfoque del desarrollo del yo que ha sido uñ tanto descuidado en la teoría psicoanalítica, aun cuando puede ofrecer promesas para una integración más consistente de los hallazgos analíticos y de las hipótesis con los datos de la observación directa. Algunos aspectos del desarrollo temprano del vo apare cen bajo una luz diferente si nos familiarizamos con el pensa miento de que el yo puede ser algo más —y muy posiblemente lo es— que un subproducto de desarrollo de la influencia de la realidad sobre los impulsos instintivos; de que el yo tiene un origen en parte independiente, además de esas influencias for- mativas que, por supuesto, ningún analista querría subestimar; y de que podemos hablar de un factor autónomo en el desarrollo del yo (Hartmann, 1939a) del mismo modo que vemos en los impulsos instintivos agentes autónomos del desarrollo. Por su puesto, esto no quiere decir que el yo, como un sistema psíquico definido, sea innato, sino más bien acentúa el punto de que el desarrollo de este sistema se rastrea no sólo hasta el impacto de la realidad y de los impulsos instintivos, sino igualmente hasta el grupo de factores que no pueden ser identificados con nin guno de aquéllos. Esta afirmación implica también que no to dos los factores del desarrollo mental existentes al nacer pueden considerarse como parte del ello, lo cual, dicho sea de paso, se halla contenido en lo que he dicho en otro lugar al presentar el concepto de una fase indiferenciada. Lo que durante mucho tiempo se ha opuesto a la aceptación de esta postura, en la his toria de la teoría psicoanalítica, ha sido sobre todo el hecho de estar tan habituados a pensar en términos de "el ello es más antiguo que el yo". Esta última hipótesis también tiene un as pecto que se refiere a la filogénesis. No obstante, me gustaría insinuar que intento formularla de nuevo hasta respecto de esta implicación. Diríamos más bien que tanto el yo como el ello se han desarrollado, como productos de diferenciación, fuera del modelo del instinto animal. Partiendo de aquí, por medio de la diferenciación, no sólo se ha desarrollado el "órgano" especial de adaptación del hombre, el yo, sino también el ello; y el ena jenamiento con la realidad, tan característico del ello humano, es un resultado de esta diferenciación, pero de ningún modo una continuación directa de lo que sabemos acerca de los instin tos de los animales inferiores (véase el capítulo 4). Por lo que 112 113PSICOANAL1TICA DEL YO toca al aspecto ontogenético, de más importancia para los pro blemas que tratamos aquí, no hay duda alguna, aun cuando no ha sido generalmente comprendido, que Freud llegó a desarrollar su teoría en una dirección que modificaba su posición previa, al menos en un aspecto esencial. Citaré en cuanto a esto un párrafo de su "Análisis terminable e interminable" (1937a), que puede ser el más sagaz de sus útlimos escritos: “No hay ninguna razón para discutir la existencia e importancia de las variaciones congcnitas primarias en el yo... Cuando hablamos de "herencia arcaica”, pensamos generalmente sólo en el ello y al parecer da mos por supuesto que no existe yo alguno al comienzo de la vida individual. Pero no debemos pasar por alto el hecho de que el ello y el yo son originariamente uno, y no se implica una sobrevalora ción mística de la herencia si admitimos que, aun antes de la existencia del yo, estaban ya determinadas sus líneas de desarro llo subsecuentes, sus tendencias y reacciones" (pp. 343 ss.). Llegamos a ver el desarrollo del yo como una resultante de tres grupos de factores: las características hereditarias del yo (y sus interacciones), las influencias de los impulsos instintivos y las influencias de la realidad exterior. Con respecto al desarro llo y al crecimiento de las características autónomas del yo, po demos dar por supuesto que se produjeron como resultado de la experiencia (aprendizaje), pero en parte también de la madura ción, paralelo al supuesto más familiar en el análisis de que los procesos de maduración intervienen en el desarrollo de los im pulsos sexuales (por ejemplo, en la secuencia de las organiza ciones libidinales), y de un modo un tanto diferente también en el desarrollo de la agresión (Hartmann, Kris y Loewenstein, 1949). Tener en mente el papel de la maduración en el desa rrollo del yo puede ayudamos a evitar una trampa en la recons trucción de la vida psíquica de la primera infancia, a saber, la de interpretar los procesos mentales primeros en términos de me canismos conocidos por etapas de maduración muy posteriores. El problema de la maduración tiene un aspecto fisiológico. Al hablar de este aspecto, podemos referirnos al crecimiento de lo que suponemos que son las bases fisiológicas de esas funciones que, vistas desde el ángulo de la psicología, llamamos el yo; o podemos referirnos al crecimiento de determinado aparato que, tarde o temprano, viene a ser utilizado específicamente por el yo (por ejemplo, el aparato motor usado en la acción). No obs tante, el papel de estos aparatos para el yo no se limita a la fun ción de instrumentos que el yo, en un momento dado, halla a su disposición. Tenemos que suponer que las diferencias en cuanto al tiempo o la intensidad de su crecimiento intervienen en el cuadro del desarrollo del yo como una variante parcialmente independiente; por ejemplo, el tiempo que dura en aparecer la aprehensión, la locomoción, el aspecto motor del habla (véase también Hondrick, 1943) Tampoco parece improbable que el COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA114 equipo motor congénito se halle entre los factores que desde el mismo nacimiento tienden a modificar ciertas actitudes en el desarrollo del yo (Fries y Lewi, 1938). La presencia de tales fac tores en todos los aspectos de la conducta del niño los convierte también en un elemento esencial en el desarrollo de su autoexpe- riencia. Podemos admitir que desde las etapas más tempranas en adelante las experiencias correspondientes quedan conserva das en su sistema de rastros mnemónicos. Igualmente tene mos razones para pensar que la reproducción de los datos am bientales se funde generalmente con elementos de este género y se forma por ellos, por ejemplo, la reproducción de las expe riencias motoras. Freud ha subrayado con insistencia la importancia del yo cor poral, en el desarrollo del yo. Esto indica, por una parte, la influencia de la imagen corporal, particularmente en la diferen ciación del yo del mundo de objetos; pero también apunta al he cho de que las funciones de esos órganos que establecen el con tacto con el mundo externo vienen gradualmente a quedar bajo el control del yo. La manera en que el niño pequeño va cono ciendo su propio cuerpo y sus funciones ha sido descrita como un proceso similar al de la identificación (Müller-Braunschweig, 1925). No obstante, es dudoso que este proceso, aunque lleve a una integración del yo, sea realmente el mismo que el proceso de que hablamos cuando, en el análisis, nos referimos a la identificación como un mecanismo específico. Los factores autónomos del desarrollo del yo, tal y como se han presentado anteriormente, pueden o no permanecer en el curso del desarrollo, en la esfera libre de conflictos del yo. Por lo que se refiere a su relación con los impulsos —que no coin ciden necesariamente con su relación con el conflicto— sabemos por la experiencia clínica que pueden secundariamente quedar bajo la influencia de los impulsos, como es el caso de la sexuali- zación o “agresivización”. Para dar sólo un ejemplo: en el aná lisis, observamos cómo la función de la percepción, que tiene ciertamente un aspecto autónomo, puede ser influida —y fre cuentemente obstaculizada— convirtiéndose en la expresión de esfuerzos oral-libidinalcs u oral-agresivos. Pero en el contexto de la psicología del desarrollo, esta relación con los impulsos tiene una importanciamás universal. En las etapas más remotas del desarrollo, la dependencia, permítasenos decirlo una vez más, de la percepción de las situaciones de "necesidad” —y de los im pulsos que esas necesidades representan— es enteramente obvia. Por lo que resulta claro que en tales etapas la percepción debe ser bastante general, descrita no sólo en sus aspecto autóno mos, sino también respecto de los modos en que es empleada por las tendencias sexuales y agresivas. No obstante, el yo de la realidad evoluciona gradualmente con precisión liberándose de la intrusión de tales tendencias instintivas. Así lo que nosotros PSICOANALÍTICA DEL YO 115 denominamos posteriormente sexualización (o "agresivización") puede también considerarse un problema de regresión. Esta agregación era necesaria con el fin de dejar enteramente en claro que los núcleos autónomos, mientras son seguibles hasta un origen independiente, actúan constante y recíprocamente con las vicisitudes de los impulsos. Los factores autónomos pueden también resultar implicados en la defensa del yo contra las tendencias instintivas, contra la realidad y contra el superyó. Hasta ahora hemos tratado en psi coanálisis principalmente con la intervención del conflicto en su desarrollo. Pero es de considerable interés no sólo para la psicología del desarrollo, sino igualmente para los problemas clínicos, estudiar también la influencia inversa; es decir, la in fluencia que la inteligencia de determinado niño, su equipo mo tor y perceptivo, sus dotes especiales y el desarrollo de todos estos factores tienen en el tiempo, en la intensidad y en el modo de expresión de esos conflictos. Sabemos infinitamente más, de un modo sistemático, sobre el otro aspecto, el desarrollo del yo como consecuencia de sus conflictos con los impulsos instinti vos y con la realidad. Tengo sólo que recordar al lector la clásica contribución de Anna Freud (1936) en este campo. Aquí quiero únicamente tocar un aspecto de este complejo problema. A tra vés de lo que se puede denominar un "cambio de función”, lo que empezó en una situación de conflicto, puede secundaria mente convertirse en parte de la esfera no conflictiva (Hart- mann, 1939a). Muchos propósitos, actitudes, intereses y estruc turas del yo se han originado de esta manera (véase asimismo G. Allport, 1937). Lo que se desarrolló como resultado de la defensa contra un impulso instintivo puede acabar en una fun ción más o menos independiente y más o menos estructurada. Puede llegar a encargarse de diferentes funciones, como el ajus te, la organización, etc. Un ejemplo: toda formación caracterial reactiva, originada en la defensa contra los impulsos, gradual mente se hará cargo de una gran cantidad de otras funciones en la estructura del yo. Debido a que conocemos que el resultado de este desarrollo puede ser bastante estable, y hasta irrever sible en muchas situaciones normales, podemos denominar autó nomas a tales funciones, si biep de un modo secundario (en contraste con la autonomía primaria del yo que examinamos anteriormente). Apenas es necesario decir que acentuar aquí y en los párrafos siguientes los aspectos independientes de las funciones del yo, no implica ninguna devaloración de otros aspectos, conocidos primero y estudiados más sistemáticamente en el psicoanálisis. No cabe duda de que si esta exposición tuviera el propósito de ofrecer un cuadro total del yo, en el cual el espacio asignado a cada capítulo podría esperarse que fuera proporcional a su im portancia, la estructura de este trabajo habría sido, en verdad, COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA116 muy distinta. No obstante, como dije al principio, deseo enfocar sólo ciertos aspectos de la teoría del yo, más bien que su sistema. Hay varios puntos relacionados con el origen de los mecanis mos de defensa que aún no hemos llegado a comprender. Algu nos elementos, de acuerdo con Freud, pueden ser heredados; pero, por supuesto, él no ve en la herencia el único factor des tacado para su elección o para su desarrollo. Parece razonable suponer que estos mecanismos no se originan como defensas en el sentido en que se utiliza este término una vez que el yo se ha desarrollado como un sistema definible (Hartmann, 1939 a, He- Iene Deutsch, 1944). Tales mecanismos pueden originarse en otras zonas, y en algunos casos estos procesos primitivos pueden haber desempeñado funciones diversas, antes de que sean utili zados secundariamente para lo que en el análisis llamamos específicamente defensas. El problema estriba en seguir las conexiones genéticas entre esas funciones primordiales y los me canismos de defensa del yo. Algunos de éstos pueden ser mode lados siguiendo alguna forma de conducta instintiva; la intro- yección, por no dar más que un ejemplo, existió probablemente como una forma de satisfacción del instinto, antes de ser utili zada al servicio de la defensa. También pensamos en cómo el yo puede usar en la defensa características de los procesos pri marios, como en el desplazamiento (Anna Freud, 1936). Pero ni el primero ni el segundo caso abarcan todos los mecanismos de defensa. Otros pueden tomar como modelo algunas etapas autónomas preliminares de las funciones del yo y ciertos pro cesos característicos del aparato del yo. Pienso, pongamos por caso, en el hecho de que dichos aparatos del yo, que a la larga, garantizan al niño formas de satisfacción más altamente diferen ciadas y más seguras, tienen muchas veces también un aspecto definitivamente inhibitorio por lo que a la descarga de la energía instintiva se refiere. Esto podemos relacionarlo con lo que Anna Freud ha denominado la enemistad primaria del yo contra los impulsos y puede ser una base genética de acciones defensivas posteriores contra ellos. Permítaseme sugerir otro ejemplo. Freud (1926 a) trazó un paralelo entre el mecanismo de aislamiento y el proceso normal de la atención; desde el punto de vista que estoy destacando aquí, nos interesa la cuestión de si existe una conexión genética —no necesariamente directa o simple— entre el desarrollo muchas veces precoz de ciertas funciones del yo en la neurosis obsesiva y la elección de este mecanismo de defen sa característico de ella. Por otra parte, Freud ha señalado a menudo la analogía entre las acciones de defensa frente a los impu!sos,y los medios por los cuales el yo evita los peligros des de fuera/esto es, la fuga y el combate, acerca de lo cual añadire mos algo posteriormente. Aquí lo que quiero poner de relieve es que resulta ciertamente tentador considerar los procesos muy PSICOANALITICA DEL YO 117 tempranos en la región autónoma como etapas precursoras de las defensas posteriores contra los peligros tanto del interior como del exterior. Algunos aspectos de lo que podían ser pasos de transición resultan bien conocidos de la psicología del niño; por ejemplo, el cerrar de los párpados del recién nacido cuando se le expone a la luz; las reacciones de huida definidas que no son ya de un carácter meramente difuso a la edad de unos' cuatro meses; y otros fenómenos posteriores y más específicos de igual género. Estas reacciones nos impresionan como mode los de defensa posteriores. También, relacionado con esto, deseo señalar las afirmaciones freudianas concernientes a lo que él llama la barrera protectora contra los estímulos, en su posible relación con el posterior desarrollo del yo. Glover (1947) tiene razón al afirmar que, hablando estrictamente, no podemos redu cir el concepto de mecanismo a elementos más simples. Sin embargo, continúa, "debemos postular ciertas tendencias innatas, trasmitidas a través del ello, que llevan al desarrollo de meca nismos". También en cuanto a esto, puedo estar de acuerdo, puesto que se halla implícito en lo que he dicho antes. Pero me gustaría llamar la atención no sólo hacia esas "tendencias inna tas trasmitidas a través del ello”, sino también hacia la impor tancia, al menos igual, de otras tendenciasque no se originan en el ello, sino en las etapas autónomas preliminares de la formación del yo. Bien puede ser que los medios con los cuales las criaturas tratan con los estímulos —y también con aquellas funciones de demora o aplazamiento de la descarga antes men cionadas— sean posteriormente utilizados por el yo de un modo activo. Nosotros consideramos este uso activo, para sus propios propósitos, de formas primordiales de reacción, una caracterís tica bastante general del yo desarrollado. Proponemos esta hipó tesis de una correlación genética entre las diferencias individuales en los factores primarios de este género y los mecanismos de defensa posteriores (aparte de las correlaciones que creemos que existen de los mecanismos de defensa con otros factores del desarrollo, con la naturaleza de los impulsos implicados, con las situaciones de peligro, etc.) como una llamada de atención a aquellos analistas que tienen las oportunidades para dirigir estudios longitudinales sobre el desarrollo en niños. Creo que esta hipótesis demostrará ser accesible a la verificación o la refuta ción directas. - Volviendo ahora nuestra mirada a las cuestiones de la catexia del yo, el segundo punto que he seleccionado para la exposición de hoy, nos enfrentamos con el problema, de múltiples facetas V aun intrigantes, del narcisismo. Muchos analistas no encuen tran fácil del todo definir el lugar que el concepto del narcisismo ocupa en la teoría analítica actual. Esto, creo, se debe principal mente al hecho de que este concepto no ha sido definido de COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA118 nuevo explícitamente en términos de la última psicología estruc tural de Freud. Limitaré mis observaciones solamente a los puntos que son esenciales, si queremos evitar posibles malas interpretaciones de lo que deseo decir acerca de la catexia del yo. Muchas facetas del narcisismo han sido formuladas de nuevo por Fedem en una serie de trabajos de investigación (1929, 1936). No me detendré en estas formulaciones porque Fedem, en el curso de sus estudios, llegó a modificar el concepto del yo de un modo que no me parece del todo convincente. Prefiero inte grar las primeras formulaciones de Freud sobre el narcisismo en su visión posterior de la estructura mental, antes que cambiar cualesquiera de los aspectos principales de la última. Hablamos de un tipo de personalidad narcisista, de la elec ción de objeto narcisista, de una actitud narcisista hacia la realidad, así como del narcisismo como un problema topográ fico, etc. Los tópicos de la topografía y de la catexia son fun damentales en la teoría analítica. En su estudio "Introducción al narcisismo” (1914 a), hablando de la relación del narcisismo con el autoerotismo, Freud dice que, mientras el autoerotismo es primordial, el yo tiene que desarrollarse, no existe desde el prin cipio, y por lo tanto algo ha de añadirse al autoerotismo —al guna nueva operación mental— para que el narcisismo pueda llegar a existir. Unos pocos años después (1916-17, p. 360), afirma que "el narcisismo es la condición originaria universal, por la cual se desarrolla posteriormente el amor objetual", aunque in cluso entonces, "el volumen más grande de libido puede, sin embargo, permanecer dentro del yo”. En la época en que Freud escribió su "Introducción al narcisismo”, apenas se habían hecho visibles los escuetos perfiles de la psicología estructural. En la década siguiente, durante la cual se establecieron los principios de la psicología del yo, hallamos una variedad de formulaciones que no puedo citar detalladamente en su totalidad. En algunas se hace todavía referencia al yo como el depósito original de la libido, pero en El yo y el ello (1923a) Freud pone totalmente en claro que no era al yo, sino al ello, a lo que se refería al hablar de este "depósito originar'; y a la libido, añadida al yo por identificación, la denominó "narcisismo secundario”. Esta equivalencia del narcisismo y las catexias libidinales del yo fue y aún es utilizada ampliamente en la literatura psicoanalítica, pero en algunos pasajes Freud también se refiere a esto como una catexia de nuestra propia persona, del cuerpo o del sí-mis mo. En psicoanálisis no siempre se ha hecho una clara distinción entre los términos yo, sí-mismo y personalidad. Pero es esen cial diferenciar dichos conceptos si tratamos de mirar de modo consecuente los problemas implicados a la luz de la psicología estructural de Freud. Mas en realidad, al usar el término narci sismo, dos diferentes series de opuestos parecen a menudo estar fundidas en uno. Una se refiere al sí-mismo (a nuestra propia PSICOANALITICA DEL YO persona) en contraste con el objeto; la segunda al yo (como sistema psíquico), contraponiéndolo a otras subestructuras de la personalidad. No obstante, lo opuesto a la catexia de objeto no es la catexia del yo, sino la catexia de la propia persona, es decir, la catexia del sí-mismo; al hablar de la catexia del sí-mismo no damos a entender si esa catexia está situada en el ello, el yo o el superyó. Esta formulación toma en cuenta que en realidad encontramos "narcisismo” en los tres sistemas psíquicos; pero en todos estos casos hay oposición a la catexia objetual (y reci procidad con ella). Por eso debe ponerse en claro si definimos el narcisismo como la catexia libidinal no del yo, sino del sí-mis- mo. (Puede ser también útil aplicar el término representación del sí-mismo como opuesto a la representación de objeto.) Mu chas veces al hablar de la libido del yo, lo que queremos decir no es que esa forma de energía catectice al yo, sino que catectiza a nuestra propia persona más bien que a una representación de objeto. También en muchos casos donde estamos acostum brados a decir "la libido se ha retirado al yo” o "la catexia de objeto ha sido reemplazada por la catexia del yo”, lo que debe ríamos expresar en realidad es que "se retiró al sí-mismo”, en el primer caso, y "por el amor de sí-mismo” o "por una forma neutralizada de catexia de sí-mismo” en el segundo. Si queremos señalar el importante papel teórico y práctico de la catexia del sí-mismo, localizada en el sistema del yo, preferiría no hablar simplemente de "narcisismo”, sino de catexia del yo narcisista. Estas diferencias son evidentemente importantes para la in telección de muchos aspectos de la psicología estructural, y su consideración puede ayudar a esclarecer cuestiones sobre las ca- texias y su topografía. ¿Es el regreso de la libido desde los objetos al sistema del yo, la fuente de los delirios de grandeza? ¿O no será más bien la vuelta sobre el sí-mismo, un proceso del cual constituye sólo un aspecto la acumulación de libido en el yo (regresado)? Aquí no puedo discutir esta cuestión ni nin guna de sus múltiples implicaciones.2 En lo que sigue mencionaré solamente con brevedad un aspecto más del retiro de la libido de los objetos, a saber, la cualidad energética de la libido que se implica. En el curso de este desarrollo de la teoría analítica, que con dujo a Freud por una parte a formular de nuevo sus ideas sobre las relaciones entre la angustia y la libido y, por la otra, a cons tituir el yo como un sistema por derecho propio, llegó también a formular la tesis de que el yo trabaja con libido desexualizada. Se ha sugerido (véase, por ejemplo, Menninger, 1938; o Hart- mann, Kris y Loewenstein, 1949) que es razonable y fecundo am pliar esta hipótesis para incluir, además de la energía desexuali zada, también la energía desagresivizada, en el aspecto energético 119 3 Algunas de éstas son recogidas en el capitulo 10. COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA de las funciones del yo. Tanto la energía agresiva como la sexual pueden ser neutralizadas 3 y en ambos casos este proceso de neutralización tiene lugar por mediación del yo (y posible mente ya a través de sus etapas previas autónomas). Suponemos que estas energías neutralizadas están más próximas unas de otras que las energíasestrictamente instintivas de los dos im pulsos. No obstante, pueden retener algunas de las propiedades de los últimos. Tanto las consideraciones teóricas como las clínicas hablan en favor de dar por supuesto que hay gradacio nes en la neutralización de tales energías; es decir, no todas ellas son neutras en el mismo grado. Debemos distinguirlas de acuer do con su mayor o menor proximidad a la energía impulsiva, lo que significa de acuerdo con que retengan o no aún, y en qué amplitud, características de sexualidad (libidino-objetual o nar- cisista) o de agresión (dirigida al objeto o al sí-mismo). (Freud piensa en la posibilidad de que, en el proceso de sublimación, la libido de objeto se transforme primero en libido narcisista, a fin de ser entonces dirigida hacia nuevas finalidades. Un aspecto de esta hipótesis es que la sublimación se produce por la me diación del yo, que acabo de mencionar. Otro aspecto será tra tado en el capítulo 12.) Ser capaz de neutralizar cantidades considerables de energía instintiva puede muy bien ser una indicación de la fuerza del yo. También deseo mencionar, al menos, el hecho clínicamente bien establecido de que la capacidad del yo para la neutralización depende en parte del grado en que una catexiá más instintiva sea investida en el sí-mismo. El grado de neutralización es otro punto que hemos de tomar en consideración —a más de los mencionados anteriorment adecuado la transición del estado “narcisista" del yo a su fun cionamiento posterior sintónico con la realidad. Además la pro ximidad relativa de las energías del yo respecto a los impulsos puede también convertirse en un factor decisivo en patología. Tomaremos un ejemplo más del campo del “narcisismo": es de importancia primordial para nuestra comprensión de las di versas formas de “la retirada de la libido de la realidad", en términos de sus efectos sobre las funciones del yo, ver clara mente si la parte de las catexias del sí-mismo resultantes loca lizadas en el yo está todavía próxima a la sexualidad o ha sufrido un proceso cabal de neutralización. Un acrecentamiento de las catexias neutralizadas del yo no es probable que origine fenómenos patológicos; pero estar estancadas con energía ins tintiva insuficientemente neutralizada puede tener este efecto (en determinadas circunstancias). En este respecto la capacidad del yo para la neutralización se toma importante y, en el caso del * Uso este término, también empleado por K. Menningcr, mejor que “sublimado", porque éste ha sido expresamente reservado por Freud para la libido desexualizada. 120 si vamos a describir de un modo PSICOANAUTICA DEL YO 121 desarrollo patológico, el grado en que esta capacidad haya sido interferida como consecuencia de la regresión del yo. Lo que acabo de decir acerca del peso de la neutralización sobre el re sultado de la retirada de la libido puede decirse igualmente de las catexias no libidinales, sino agresivas, que han regresado des de los objetos al sí-mismo y, en parte, al yo. En el caso en que la agresión retrocede, nosotros tendremos siempre que conside rar, por supuesto, del mismo modo la proclividad del superyó para emplear ciertas gradaciones de energía agresiva. Estos ejem plos del papel de la neutralización en el funcionamiento del yo, los he elegido al azar entre muchos. De otro de ellos me ocuparé con mayor detalle después. No estoy preparado para responder a la pregunta de si toda la energía de que dispone el yo tiene su origen en los impulsos instintivos. Freud cree que "casi toda la energía” activa del aparato psíquico proviene de los impulsos, señalando así la po sibilidad de que parte de ella pueda tener un origen diferente. Pero ¿qué otras fuentes de energía mental puede haber? Me vienen al pensamiento varias respuestas posibles, pero evidente mente esta pregunta es difícil de contestar en el estado actual de nuestro conocimiento. Puede ser que cierta energía tenga su origen en lo que describí antes como el yo autónomo. No obs tante, todas estas cuestiones referentes al origen primordial de la energía mental llevan de nuevo, en último extremo, a la fisio logía, como ocurre en el caso de la energía instintiva. Nuestra intuición de hecho y nuestras herramientas conceptuales hacen que sea igualmente difícil dar a la cuestión de las posibles fuen tes no instintivas una respuesta positiva como una negativa.4 Volvamos al yo. Indiferentemente de que su aspecto energé tico sea seguible total o parcialmente hasta los impulsos instin tivos, suponemos que, una vez el yo se ha formado, dispone de energía psíquica independiente, lo que equivale precisamente a reafirmar en otros términos el carácter del yo como sistema psíquico separado. Esto no significa que en cualquier momento dado los procesos de transformación de la energía instintiva en energía neutralizada lleguen a su fin; se trata de un proceso continuo. La energía del yo es aprovechable para la gran varie dad de las funciones del yo enumeradas antes. Y deseo añadir acerca de esto, que muchas de las tendencias del yo, que expre san estas funciones, están dirigidas al objeto; es decir, no son "narcisistas” en el sentido de que tengan al sí-mismo como su objeto, ni todas ellas trabajen sólo con las gradaciones diferen tes de la catexia del sí-mismo. Al hablar de los varios matices de la desexualización o la des- agresivización, debe reflexionarse en dos aspectos diferentes. Uno puede referirse a los diferentes modos o condiciones de la 4 Para una exposición más definida, véase el capítulo 12. 122 COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA energía, y este aspecto energético de la neutralización puede coincidir en parte con el reemplazamiento del proceso primario por el secundario, cosa que permite cualquier número de esta dos transicionales. Estamos habituados a considerar el proceso secundario como una característica específica del yo; pero esto no excluye ni el uso, por el yo, del proceso primario,5 ni la exis tencia, en el yo, de diferencias en el grado en que las energías están ligadas.® El segundo ángulo desde el cual hemos de consi derar esos matices de neutralización es el grado en que otras ciertas características de los impulsos (por ejemplo, su direc ción, sus finalidades) resultan todavía demostrables (la neutra lización con respecto a las finalidades).7 Acudimos otra vez, ahora desde el punto de vista de las cate- xias, a la psicología de la defensa, y tomemos como punto de partida una grosera esquematizaron de un caso típico: la catexia preconsciente se retira y el yo se defiende a sí mismo mediante la anticatexia contra la reaparición de la tendencia instintiva. De acuerdo con una hipótesis de Freud (1915 b), la energía que se utiliza en la formación de la contracatexia es la misma —o pue de ser la misma— que la retirada de los impulsos. Nunberg (1932) cita este proceso como un ejemplo particularmente apro piado de la naturaleza económica de la organización psíquica. En la literatura psicoanalítica, la catexia, se dice, está compuesta generalmente de libido desexualizada. No obstante, la mayor parte de estas formulaciones pertenecen a un periodo de la for mación de la teoría analítica en que la agresión no había sido aún reconocida como un impulso primario e independiente. Hoy en día debemos suponer que la contracatexia puede componerse asimismo de energía agresiva neutralizada. Según la hipótesis de Freud, éste sería el caso dondequiera que el impulso recha zado sea un impulso agresivo (otra parte de la agresión rechazada halla su expresión en sentimientos de culpabilidad [Freud, 1930]). Pero la hipótesis de Freud de que la energía de la contracatexia es retirada de los impulsos, no quiere decir necesariamente que se cumpla en general: "es muy posible que sea así", es cuanto él dice respecto a esto. Otras consideraciones sugieren la posibilidad de que el papel de la energía agresiva, más o menos neutralizada, en la contraca texia puedeser de una naturaleza más general y de mayor im portancia.8 Nuevamente les recuerdo que Freud acentuó la analogía entre la defensa contra los impulsos instintivos y contra el peligro exterior. Los dos procesos incluidos en el ejemplo esquemático de la defensa que acabamos de esbozar constituyen 8 Véase también E. Kris (1934). ° Véase ahora también Kris (1950 a) y Rapaport (1950). 7 Este término ya no se usa. 8 Quiero hacer mención de que tras haber formulado esta proposición, encontré una idea un tanto semejante en un escrito de M. Brierley (1947). 123PSIC0ANAL1TICA DEL YO un paralelo, en verdad, muy impresionante; la huida y la lucha puede decirse que son sus características principales, correspon diendo el retiro de la catexia a la huida y la contracatexia a la lucha. Esto lleva a la cuestión que quiero sugerir aquí: que la contracatexia usa ampliamente una de las condiciones de ener gía agresiva más o menos neutralizada, mencionada antes, la cual conserva todavía algunas características del impulso original (la lucha en este caso). No parece improbable que semejantes for mas de energía —no es forzoso suponer que todas las contraca- texias hayan de operar con el mismo grado de neutralización— contribuyan a la contracatexia hasta cuando el impulso recha zado no sea de naturaleza agresiva. Estimar que el yo usa para su defensa sólo y siempre energía retirada de los impulsos contra los cuales se defiende, no está muy de acuerdo con lo que sabemos hoy acerca del alto grado de actividad y de plasticidad característico de la elección del yo de sus medios para conseguir sus fines. También, parece de mayor interés considerar qué mutua dependencia existe en tre las funciones defensivas del yo y otras funciones del mismo. No hay duda, y ya lo dije antes, de que la defensa está real mente tanto genética como dinámicamente bajo la influencia de otros procesos del yo y, por otra parte, que esa defensa inter viene en una gran variedad de procesos diferentes en el yo; esto lo he tratado como un aspecto esencial de la psicología del desarrollo. Debemos conceder que esta interdependencia tiene también un aspecto energético, y esto, a su vez, lleva a la con clusión de que, aun cuando la contracatexia puede extraer ener gías retiradas del impulso rechazado —y posteriormente me ocuparé de un caso al respecto—, ésta no es la única fuente de energía que tiene a su disposición. En este punto deseo recordarles a ustedes otra de las últimas hipótesis de Freud (1937 a), de la cual dije ya que su importancia para nuestro pensamiento teórico no ha sido aún claramente reconocida. Apunta a la posibilidad de que la disposición al con flicto puede ser seguida (entre otros factores) hasta la inter vención de la agresión libre. Freud, al enunciar esta idea, da ejemplos de conflictos instintivos, más bien que de conflictos estructurales (si empleamos estos términos en el sentido que sugiere Alexander, 1933). Pero añade que ello nos enfrenta con la cuestión de "si esa noción no debiera ampliarse para aplicarla a otros casos de conflicto, o si no convendría, incluso, revisar todos nuestros conocimientos del conflicto psíquico, desde este nuevo ángulo". Esta disposición al conflicto, que sigue hasta la agresión, entraría en juego independientemente de la naturaleza del impulso contra el cual la defensa se dirige. Mi hipótesis de que la contracatexia se alimenta de energía agresiva neutrali zada puede basarse en las ideas de Freud, si suponemos, para el caso del conflicto entre el yo y los impulsos, que la energía COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA124 agresiva está (más o menos) destinada al servicio de los actos defensivos del yo. Esta hipótesis resulta más consecuente tanto con lo que conocemos hoy acerca del yo como con el pensa miento de Freud en los últimos tiempos, que otras proposiciones sobre la contracatexia basadas en su primera formación con ceptual. Contemplemos el mismo problema desde otro ángulo. En ese mismo ensayo, Freud describe cómo, trabajando contra la re sistencia de nuestros pacientes, nos encontramos con lo que él llama "resistencia contra el descubrimiento de las resistencias" y cita el hecho bien conocido de que en esa situación los fenó menos de transferencia negativa pueden llegar a predominar. ¿No es posible que, hablando metapsicológicamente, parte de esta agresión dirigida contra el analista sea energía vuelta nue vamente agresiva de las contracatexias, que se movilizó como consecuencia de nuestra acometida contra las resistencias del paciente? Esto nuevamente estaría de acuerdo con la proposición que venimos discutiendo. Antes de dejar este tema, quiero hacer notar una implicación más, aun cuando me doy cuenta del carácter un tanto especula tivo de esta inferencia. Frente a un peligro exterior, la res puesta agresiva es lo normal, en tanto que la sexualización puede llevar a la patología. Si la reacción defensiva contra el peligro desde dentro es modelada de acuerdo con la reacción contra el peligro desde fuera, es posible que el uso de la energía agresiva . —en este caso más o menos neutralizada— sea más regular que el de la libido desexualizada. Esto puede también significar que, en el caso de la defensa contra el peligro instintivo será más fácil hallar un lugar para la agresión en la reacción de defensa del propio yo (en contracatexia); mientras que la ener gía de los esfuerzos libidinales, de la que no se podría disponer tan fácilmente de este modo, tendría que ser reprimida (o re chazada de otra manera). Volviendo a uno de los puntos pri meros, quiero suponer que el uso, en la contracatexia, de energía retirada de los impulsos es más general si éstos son de naturaleza agresiva que si son de naturaleza libidinal. Me doy cuenta, por supuesto, del carácter esquemático de esta aseveración, y tam bién de que estoy simplificando lo que, en realidad, es un pro ceso altamente complicado. No obstante, esta hipótesis, aun cuando no me atreva a pronunciarme por su corrección o inco rrección, puede ser útil (si se completa con otras sobre el tema, ya aceptadas por el pensamiento psicoanalítico) para llegar a la explicación del predominio etiológico de los factores sexuales en la neurosis, sobre los factores agresivos. Un estudio sistemático de las funciones del yo, tendría que des cribirlas con relación a sus finalidades (para la diferencia entre "finalidades" de los impulsos y "finalidades" del yo, véase el 125PSIC0ANAL1TICA DEL YO capítulo 3) y a los medios que emplean para alcanzarlas; ener géticamente, en cuanto a la proximidad o la lejanía de los impul sos respecto de las energías con las cuales operan; y también en cuanto al grado de estructuralización y de independencia que dichas funciones han logrado. Al llegar aquí, quiero decir unas pocas palabras acerca de un grupo especial de tendencias del yo, como un ejemplo del que Freud (1916-17) habló al tratar del "egoísmo". Su importancia fue, desde luego, plenamente com prendida por Freud, y hubiera sido deseable asignarles un lugar definitivo en la psicología psicoanalítica; pero su posición no fue nunca claramente definida a nivel de la psicología estruc tural, aun cuando Freud trató de explicarlos en un nivel anterior de la formación de teoría. En aquel tiempo, Freud identificaba las tendencias de autoconservación con los "impulsos del yo”, y a las catexias procedentes de ellas las denominaba "intereses", en contraste con la libido de los impulsos sexuales. No obstante, hoy en día no se habla ya de "impulsos del yo” en un sentido estricto, puesto que se ha comprobado que todos los impulsos forman parte del sistema del ello (véase también E. Bibring. 1930). Este cambio en la teoría, por ende, requiere una nueva formulación también de los fenómenos que Freud tenía en el pensamiento cuando hablaba de "intereses”. Entre las tenden cias anímicas a la autoconservación, creemos que las funciones del sistema del yo son de máxima importancia(Freud, 1940, y capítulo 3), lo que no quiere decir, por supuesto, que las tendencias sexuales y las agresivas del ello, así como algunos aspectos de los principios de la regulación, etc., no tomen parte en la autoconservación. El grupo de tendencias que comprende los esfuerzos por lo que es "útil", el egoísmo, la autoafirma- ción, deben, como parece razonable, atribuirse al sistema del yo. Entre los factores de la motivación, constituyen una capa por sí mismas. La importancia de esas tendencias ha sido un tanto descuidada en el análisis, probablemente porque no desempeñan un papel esencial en la etiología de la neurosis y porque en nuestro trabajo con los pacientes tenemos que considerarlas más desde el ángulo de las tendencias del ello genéticamente funda mentales, que en su aspecto, parcialmente independiente, como funciones del yo. Pero el relieve de este último aspecto resulta evidente en el momento en que procedamos a mirarlos desde el ángulo de la psicología general, que es lo que estoy haciendo aquí, o de las ciencias sociales. Éstas, sin duda, se quedarán cortas en tanto basen sus interpretaciones de la conducta hu mana exclusivamente en el modelo del tipo de acción interesada que podemos denominar aquí "utilitaria". Por otra parte, mu chos campos de la ciencia social no pueden ser abordados con éxito por el análisis, mientras desatendemos esta capa de mo tivación. ¿Qué posición puede atribuirse a estos intereses, en el estado COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA126 presente de la teoría analítica? Cabe en primer lugar sugerir que denominemos a estas y otras tendencias similares "intereses del yo”, conservando así el nombre freudiano, pero implicando también que consideramos esa parte de lo que él llamó "intere ses”, tomándola como perteneciente al sistema del yo. Son inte reses del yo, sus metas están establecidas por el yo, en contraste con las finalidades del ello o del supeiyó. Pero la serie especial de tendencias a que ahora me refiero, se caracteriza también por el hecho de. que sus finalidades se centran en torno de nuestra propia persona (el sí-mismo). Puedo añadir que esto re sulta cierto sólo en sus finalidades. Evidentemente, también usan o se encargan de funciones del yo, que están dirigidas hacia el mundo exterior y, entre los factores que llevan al cambio de ' la realidad exterior por parte del hombre, los intereses del yo de este género desempeñan incuestionablemente un papel de cisivo. Se debe tener cuidado de no dar excesiva importancia a las cuestiones terminológicas en este terreno tan poco conocido para nosotros. Tal vez resulte práctica la inclusión en el concepto de intereses del yo, además de este grupo de otros, de tendencias del yo de una naturaleza en cierto modo semejante, cuyas fina lidades no se centran en torno del sí-mismo; por ejemplo, aqué llas que afectan al mundo exterior, no sólo indirectamente, en el sentido que acabamos de esbozar, sino que tienen sus metas centradas alrededor de otras personas o de cosas; o aquellas que se esfuerzan hacia finalidades, originadas en el superyó, pero que han sido asumidas por el yo, finalidades que se centran en tomo de valores (éticos, de certeza, religiosos, etc.); por últi mo, los intereses del yo en el funcionamiento mental mismo (por ejemplo, la actividad intelectual) pueden también incluirse. Estos intereses del yo, casi nunca son inconscientes en el sen tido técnico, como lo son, entre las funciones del yo, en el caso típico, las defensas. Son sobre todo preconscientes y pueden ha cerse conscientes, pero a veces encontramos dificultades en traer los a la conciencia. Esto en muchas ocasiones parece deberse a su proximidad a tendencias del ello, las cuales los sustentan; pero no me atrevería a afirmar si es éste siempre el caso. De todos modos, debemos recordar que Freud (1915 b) hizo mención de una censura que no trabajaba sólo entre el preconsciente y el inconsciente, sino también entre el consciente y el preconsciente. La existencia de la última nos enseña, de acuerdo con Freud, que se toman conscientes, se debe probablemente a la hiperca- texia, "un avance más en la organización mental”. Es evidente que los intereses del yo están muchas veces enraizados en ten dencias del ello (en particular cuando esto queda establecido por el análisis). No obstante, esta conexión genética muchas veces no es reversible, salvo en condiciones especiales (por medio del análisis, en los sueños, en la neurosis, etc.). Los intereses del yo 127PSICOANALITICA DEL YO no siguen las leyes del ello, sino las del yo. Trabajan con ener gía neutralizada y pueden, como ocurre frecuentemente, por ejemplo, con el "egoísmo”, contraponer esa energía a la satis facción de los impulsos instintivos. Los esfuerzos por obtener riqueza, prestigio social, o por lo que en otro sentido se considere "útil”, está en parte genética mente determinado por tendencias del ello, anales, uretrales, narcisistas, exhibicionistas, agresivas, etc., o bien continúan en forma modificada las direcciones de estos impulso^ o son el re sultado de reacciones contra ellos. Evidentemente, diversas ten dencias del ello pueden contribuir a la formación de un interés específico del yo; pero también la misma tendencia del ello puede contribuir a la formación de varios intereses. También se hallan determinados por el superyo, por diferentes zonas de funciones del yo, por otros intereses del yo, por una relación de la persona con la realidad, por sus modos de pensar, o por sus capacidades sintéticas, etc., y el yo es en cierta medida capaz de lograr un compromiso donde los elementos instintivos se usan para los propios fines de aquél* La fuente de la energía neutralizada con la cual los intereses del yo operan no parece estar limitada a la energía de los esfuerzos instintivos fuera de los cuales o contra los cuales se han desarrollado, sino que puede hallarse a su disposición otra energía neutralizada. Esto está realmente implí cito al pensar en ellos como participantes de las características del yo, en cuanto sistema funcional y energéticamente indepen diente en parte. Podemos afirmar que muchos de ellos (en grado diferente) parecen pertenecer al campo de la autonomía secun daria. En cuanto a la eficacia dinámica comparativa de los inte reses del yo, lo que conocemos acerca de sus aspectos energé ticos resulta una base demasiado exigua para llegar a ninguna conclusión definida. Los intereses del yo dirigidos al sí-mismo esfuerzos por lo que es considerado útil, etc.—, pueden encon trarse en diferentes relaciones de colaboración con otras fun ciones del yo, pero también de antagonismos. Que este tipo de • acción dirigida por ellos no debería confundirse con la "acción racional”. Ya lo señalé en otra parte (capítulo 3). Dichos inte reses actúan recíprocamente con las tendencias del yo centradas en el objeto, con ese nivel de autorregulación al que denomina mos función organizadora, con la adaptación a la realidad y con otras funciones. No sabemos gran cosa acerca de la forma de jerarquía estructural de las funciones del yo que con más pro babilidad se encuentre relacionada con la salud mental de un modo positivo. Pero me gustaría destacar un punto: la subor dinación a este grupo de intereses del yo de otras funciones del i egoísmo, los » Para las categorías de los problemas a cuya solución se consagra el yo, véase Waelder (1930). COMENTARIOS SOBRE LA TEORÍA128 yo no es un criterio de salud mental (aun cuando muchas veces se ha dicho que la capacidad de subordinar otras tendencias a lo que se considera "útil" establece la diferencia entre la conducta sana y la neurótica). Estos intereses del yo son, después de todo, sólo una serie de funciones del yo, y no coinciden con aquéllas, más estrechamente correlacionadas con la salud, que también integran las demandas de otros sistemas psíquicos (fun ción sintética u organizadora). Ya he hablado de las funcionesdel yo que se oponen mutua mente. Debido a que sus pugnas no son clínicamente de la misma importancia que las existentes entre el yo y el ello o entre el yo y la realidad, etc., no estamos acostumbrados a pensar en ellas en términos de conflicto. No obstante, podemos bien describirlas como conflictos intrasistemáticos y de tal modo distinguirlas de aquellos otros conflictos mejor conocidos que podemos desig nar como intersistemáticos. Las correlaciones y los conflictos intrasistemáticos en el yo apenas han sido estudiados debida mente. Uno de los casos en cuestión es, naturalmente, la relación que existe entre la defensa y las funciones autónomas que he mencionado antes. Al considerar el problema de la comunica ción o la falta de comunicación entre diversas zonas del yo, debo citar también la afirmación de Freud de que las defensas están, en cierto modo, separadas del yo. Hay muchos contrastes en el yo: desde sus comienzos, éste tiene la tendencia de oponerse a los impulsos, pero una de sus principales funciones es también la de facilitarles su satisfacción; es un lugar donde se adquiere la intuición, pero también la racionalización; suscita el conoci miento objetivo de la realidad, pero, al mismo tiempo, por medio de la identificación y el ajuste social, entra en posesión, durante el curso de su desarrollo, de los prejuicios convencionales del medio ambiente; persigue sus finalidades independientes, pero tam bién es característico de él tomar en consideración las de mandas de otras subestructuras de la personalidad, etc. Por supuesto, las funciones del yo tienen en verdad determinadas ca racterísticas generales, en común, algunas de las cuales ya he mencionado, que las distinguen de las funciones del ello. Pero muchas malas interpretaciones y oscuridades se derivan del he cho de que todavía no nos hemos habituado a considerar al yo desde un punto de vista intrasistemático. Se dice de "el yo” que es raciona!, realista o un integrador, cuando en realidad esas características son sólo de una o de otra de sus funciones. El acceso intrasistemático se toma esencial si deseamos escla recer conceptos tales como "el dominio de! yo”, "el control del yo" o "la fuerza del yo”. Todos estos términos son extraordina riamente ambiguos a menos que se añada una consideración dife rencial de las funciones del yo que en realidad están implicadas en las situaciones que deseamos describir. Me es imposible en trar aquí a ocuparme de lo mucho que se ha escrito acerca de 129PSICOANALITICA DEL YO la fuerza del yo (véase Glover, 1943; Nunberg, 1939). Bastarán pues, unas pocas observaciones. Estamos habituados a juzgar la fuerza del yo basándonos en su comportamiento en situacio nes típicas, bien sea que provengan del lado del ello, del superyó o de la realidad exterior. Lo que immplicaría que la fuerza del yo, como la adaptación, podría formularse sólo en términos de una serie de relaciones específicas. Podemos pensar en esto estableciendo un paralelo con muchos problemas fisiológicos: en la insuficiencia cardiaca, la incapacidad del corazón puede deberse a un esfuerzo grande o repentino, o a razones que resi den en el órgano mismo; también puede deberse al estado en que se encuentran los conductos sanguíneos; estos factores son además interdependientes de las regulaciones centrales y de otras variables de este complejo sistema. La fortaleza o debilidad del yo —ya sea habitual o circunstancial— se debe a muchos facto res que pertenecen al ello o al superyó, y se ha señalado que obedecen exclusivamente al grado en que el yo sea o no invadido por los otros sistemas (Glover). No obstante, quiero destacar aquí que ha de tenerse también en cuenta el aspecto autónomo del yo. El examen de una gran variedad de elementos, que se intenta relacionar con los grados de fuerza del yo los impulsos, el narcisismo, la tolerancia o intolerancia al dis placer, la angustia, los sentimientos de culpa, etc.— nos deja aún en cierta confusión. Además, como dice Nunberg, las res puestas sólo son válidas para algunas situaciones perfectamente circunscritas. Un ejemplo típico de las dificultades implicadas, hacia las cuales llamó Freud la atención, es el hecho bien co nocido de que la defensa, en tanto demuestra la fuerza relativa del yo vis-á-vis los impulsos, puede, por otra parte, convertirse en la verdadera razón de la debilidad del yo. Tenemos que ad mitir —una vez más como en el caso de la adaptación— que parece bastante cierto en lo general que el logro ganado en una dirección puede causar trastornos en otras. En el contexto presente quiero sólo destacar un enfoque del problema: el de estudiar cuidadosamente las interrelaciones entre las diferentes áreas de las funciones del yo, como la defensa, la organización y la zona de la autonomía. La defensa que lleva al agotamiento de la fuerza del yo se determina no sólo por la fuerza del im pulso en cuestión y por las defensas de las fronteras del yo, sino también por los suministros que la región interna puede poner a su disposición. Todas las definiciones de la fuerza del yo resultarán insatisfactorias en tanto que tomen sólo en cuenta la relación con los otros sistemas mentales, ignorando los fac tores intrasistemáticos. Cualquier definición ha de incluir, como elementos esenciales, las funciones autónomas del yo, su inter dependencia y jerarquía estructural y, especialmente, si son capaces, y hasta qué punto de resistir el daño mediante los pro cesos de la defensa. Éste es, sin duda, uno de los elementos orno la fuerza de COMENTARIOS SOBRE LA TEORIA principales a que me refiero al hablar de la fuerza del yo. Y pro bablemente no sea sólo cuestión de la cantidad y de la distribu ción de la energía del yo disponible, sino también deba relacio narse con el grado en que las catexias de esas funciones estén neutralizadas. Tomando como mis principales puntos de partida algunos de los últimos hallazgos de Freud, que no han sido aún plenamente integrados, he expuesto un cierto número de sincronizaciones y de nuevas formulaciones y de adiciones a algunos principios de la teoría psicoanalítica generalmente aceptados. Quiero terminar ■ citando un pasaje de Freud (1926 a, p. 160): "No hay por qué desanimarse por estas enmiendas, las cuales no deben ser mal recibidas si añaden algo a nuestro conocimiento, ni mirarse con disgusto en tanto que enriquezcan más bien que invaliden nues tras opiniones anteriores, sea limitando algunas afirmaciones que acaso eran demasiado generales, sea ampliando algunas ideas formuladas de una manera demasiado estrecha." 130 8. IMPLICACIONES TÉCNICAS DE LA PSICOLOGIA DEL YO (1951) En uno de sus últimos escritos, Freud (1937a) dijo que, en su opinión, los caminos por los cuales la técnica psicoanalítica alcanza sus finalidades están suficientemente elucidados; por ello, se debe preguntar más bien por los obstáculos que encuen tra esta terapia. No obstante, en la literatura analítica hay mu chos temas que siguen siendo motivo de controversia, no sólo respecto de la práctica, sino también de la teoría de la técnica. Me ocuparé de lo que estas variaciones significan y de las dife rencias en el enfoque teórico o práctico a que podemos atri buirlas. Los avances en el desarrollo del análisis están sin duda basa dos en su mayoría en los descubrimientos clínicos; no obstante, ahora que el psicoanálisis ha llegado a la xqadurez, nos damos cuenta con más claridad también del papel estimulador y recí procamente dependiente tanto de la teoría como de la técnica. Ha blando retrospectivamente, podemos decir que en los diferentes niveles de su desarrollo, la técnica analítica se empleó igualmen te de diferentes modos, no sólo para las finalidades terapéu ticas inmediatas, sino también para determinar el posible alcance de la observación, del hallazgo de hecho en general. Los conceptos teóricos ayudaron en diversas etapas y de diversas maneras a facilitar laorganización de los datos observados (en realidad también a ver los hechos) y al progreso de la exactitud y efec tividad de la técnica. En el trascurso de su crecimiento, se pro dujo una integración menos— de los alementos clínicos, técnicos y teóricos en un estado de influencia recíproca. Los conceptos teóricos deficien tes y las intuiciones incompletas llevaron con frecuencia a vicios en la técnica, existiendo muchos ejemplos de adhesión a errores técnicos que acarrean deformaciones e interpretaciones equivo** cadas de los hechos. En cuanto a la relación de la técnica y de la teoría, siempre que se produce una falta en la integración, es probable que am bos aspectos sufran las consecuencias. Una separación gradual de la teoría y de la técnica, recomendada por muchos, demos traría hoy su ineficacia, como ya lo hizo en el pasado. La com paración utilizada con frecuencia con ciertas especialidades mé dicas es engañosa. Un defecto en la integración de ambos aspectos puede deberse también a que uno de ellos deja atrás al otro en el transcurso del desarrollo analítico. En otro lugar he tratado de demostrar que el retraso a la sazón es más bien del lado técnico que del n ocasiones más completa y en otras 131 IMPLICACIONES TÉCNICAS lado de la teoría o de la intuición psicológica. Lo contrario ocu rrió cuando Freud introdujo el análisis sistemático de las resis tencias, sin darse cuenta al principio de todas sus implicaciones para la psicología del yo. Hoy en día sabemos en realidad mu cho más de cuanto somos capaces de utilizar técnicamente de un modo racional. Descubrimientos técnicos auténticos ron la abreacción y el análisis de las resistencias— no los encon tramos en la última fase del psicoanálisis; pero el conjunto de los conocimientos sistemáticos psicológicos y psicopatológicos se ha acrecentado considerablemente. No obstante, es posible que se restablezca el equilibrio, como ya ha ocurrido anteriormen te, probando su fructuosidad. Cuando menos, por un cierto tiempo, una corriente de interés del analista por los problemas técnicos ha llevado la delantera, asimilando gradualmente los progresos de la psicología psicoanalítica y de la psicopatología: la psicología del yo. En tanto que seguíamos esta orientación de la psicología a la técnica, nos dimos cuenta, por supuesto, del hecho de que la téc nica psicoanalítica es más que una mera aplicación de la teoría psicológica. Freud admitió que se había restringido intencional mente bastante en la formulación de reglas técnicas y nosotros estamos aún lejos de disponer de una serie de prescripciones técni cas que puedan abarcar cada una de las situaciones dadas. Para caracterizar el presente, podemos decir que conocemos algunos de los principios técnicos generales que nos ayudan a evitar cier tos errores típicos, y que en la experiencia resumida de los ana listas capaces tenemos a nuestra disposición una enorme reserva potencial de conocimientos técnicos específicos que, en el curso del análisis de adiestramiento y la supervisión, se trasmite a quienes se preparan en psicoanálisis. Hasta ahora se han hecho comparativamente pocos esfuerzos sistemáticos y colectivos para lograr que este depósito potencial sea aprovechable en mayor es cala, aun cuando, en principio, no veo ninguna razón para que no pudiera hacerse. Mientras tanto, estamos tratando de desarro llar ciertas reglas que estén entre la generalidad de los principios técnicos conocidos y la especifidad de las experiencias clínicas, ciertos principia media. Es decir, estudiamos las variaciones de nuestros principios técnicos de acuerdo con la estructura psico lógica de cada paciente, su sintomatología clínica, el nivel de edad y demás. Sin embargo, tomando en consideración la interacción de lo que podemos llamar el aspecto del planeamiento racional de nuestro trabajo con sus elementos inconscientes, no podemos sino suscribir plenamente lo que Ferenczi puso de manifiesto hace más de veinte años: la importancia esencial de conservar flexible la técnica psicoanalítica, especialmente cuando estamos tratando de establecer lo que puede ganar la técnica con la intuición cien tífica que se le añade; también en la enseñanza se ha de evitar que el alumno reciba la impresión de que existe en verdad una 132 orno fue- 133DE LA PSICOLOGÍA DEL YO serie completa de reglas que solamente su falta de experiencia le impide conocer. Tampoco debemos olvidar que además de la guía intuitiva de nuestra técnica, el trabajo de cada analista, con cada uno de sus pacientes en particular, tiene también un carácter ver daderamente experimental. Hay una secuencia continua de ensa yos y errores siempre que comprobamos nuestros procedimientos técnicos por sus consecuencias inmediatas y por sus resultados terapéuticos. Las implicaciones técnicas de la psicología del yo apuntan, en primer lugar y ante todo, a lo que una intuición más atenta de la defensa nos ha enseñado acerca de la comprensión y el manejo de las resistencias; pero siendo el yo lo que es, esto también significa un progreso en los modos de comprensión y el trato con aspectos de la realidad de la conducta de nuestros pacientes. Buscar el origen de la angustia neurótica en la real fue un paso decisivo y evidentemente una consecuencia del hecho de que Freud (1926a) había vuelto a interesarse en las implicaciones clí nicas de la psicología del yo. Y también una clara consecuencia de esto es la forma en que Anna Freud (1936) aborda y trata el conflicto de la realidad, que ella establece como un terreno de interés para el análisis igual al de los conflictos del yo con el ello y con el superyó. Así quedó abierto el camino para un mejor entendimiento de la adaptación y el papel que juega en el neu rótico así como en el individuo que llamamos normal. Aquí, tam bién, hay muchas implicaciones prácticas, y no creemos que se pueda tratar una neurosis sin ocupamos de su interacción con el funcionamiento normal. Creemos que para comprender plena mente la neurosis y su etiología, tenemos que comprender también la etiología de la salud. Es verdad que el psicoanálisis siempre ha tenido todo esto presente en cierto grado, pero el cambio en el acento es bastante considerable para que sea digno de atención. En efecto, se ha vuelto una realidad que en el análisis estamos tratando con la personalidad total del paciente sólo desde que nos dimos cuenta de este giro en el pensamiento y en la técnica correspondiente. Del mismo modo, la consideración de esas depen dencias recíprocas que encontramos entre la esfera conflictiva del yo y la no conflictiva camina en esa misma dirección. El que ningún concepto de la fuerza del yo, ningún concepto de la salud mental, sea satisfactorio si no toma en consideración el funciona miento no conflictivo así como los conflictos centrales (véase el capítulo 1), influye también en nuestra técnica en la medida en que ayuda a definir más precisamente las finalidades de la terapia psicoanalítica. Si se piensa según estas directrices y si dejamos que nuestra curiosidad nos tiente a echar una mirada hacia el futuro, pode mos decir que el progreso técnico dependerá de un estudio más sistemático de las diversas unidades funcionales dentro del yo. Al estudio de las relaciones del yo con el ello o el supeiyó, es IMPLICACIONES TÉCNICAS134 decir, de los conflictos entre los sistemas y sus correlaciones, he mos de añadir un estudio más detallado de las correlaciones intrasistemáticas. Me refiero a una unidad así dentro del yo: la zona no conflictiva. Pero hemos de mirarla constantemente en re lación con las unidades de funcionamiento que representan las contracatexias, o el trato con la realidad, o los patrones automa tizados preconscientes, o ese control funcional e integración especiales que conocemos bajo el nombre de función sintética o mejor aún organizadora. El que dicho enfoque intrasistemático se convirtiera en tema de una investigaciónmás específica esta ría de acuerdo con muchos trabajos de investigación efectuados hoy en día. ¿Qué queremos decir al hablar de ayudar al yo del paciente, o de fortalecer su yo? Esto en verdad no puede des cribirse adecuadamente refiriéndonos sólo a la redistribución de la energía entre el ello y el yo, o entre el superyó y el yo; sino que supone cambios desde ciertas esferas del yo hacia otras uni dades funcionales dentro del yo. Ninguna definición de la fortaleza del yo la considero completa, si no se refiere a las estructuras intrasistemáticas, es decir, si no toma en cuenta la preponderancia relativa de ciertas funciones del yo sobre otras; por ejemplo, que las funciones autónomas del yo1 estén o no interferidas por las funciones defensivas, al igual que la amplitud en que las energías que utilizan las distintas funciones del yo estén neutralizadas. No cabe duda de que lo dicho por Freud (1937a) acerca de las resistencias que, en cierto sentido, están separadas dentro del yo o acerca de la partición del yo en el proceso de la defensa (1940b), o lo que dice Richard Sterba (1934) acerca de la escisión del yo en el análisis son ejemplos de pensamiento intrasistemático, y podría dar aún algunos otros. Lo que quiero dejar sentado aquí es que esas intuiciones han sido logradas hasta ahora como sub productos más bien que como resultados de un escrutinio consis tente de las relaciones intrasistemáticas sinergéticas y antagónicas y que en muchos casos en que hablamos de "el yo" está indicada una consideración diferencial de las varias funciones del yo. Todo esto muestra que el análisis, gradual e inevitablemente, aunque con vacilaciones, se convierte en una psicología general que incluye tanto la conducta normal como la patológica, tanto la no conflictiva como la conflictiva (estas dos oposiciones no coinciden); y que es probable que la técnica se beneficie más de este desarrollo de lo que lo ha venido haciendo desde que Freud inició esta tendencia. Hasta ahora no hemos discutido explícitamente ese aspecto del psicoanálisis que designamos de ordinario como el punto de vista estructural. Las concepciones más antiguas de Freud sobre el aparato psíquico lo describen en tres estratos: el consciente, i Para una definición más precisa de la autonomía primaria y la secun daria, véase el capítulo 7. 135DE LA PSICOLOGIA DEL YO el preconsciente y el inconsciente. El cambio más incisivo que se produjo en el modelo de la personalidad psíquica de Freud puede ilustrarse agregando a su descripción una serie de capas, su re presentación como un todo (más o menos) integrado, subdivisible en centros de funcionamiento mental, siendo definidas estas sub estructuras por sus funciones y sus demarcaciones basadas en el hecho de que, empíricamente, encontramos una mayor coheren cia entre ciertas funciones que entre otras (Hartmann, Kris y Loewenstein, 1946). Esto facilita un enfoque multidimensional y, por lo que toca a la psicología y la terapia psicoanalíticas, ha sido admitido bastante generalmente que será más provechoso para explicar las propiedades dinámicas y económicas de la vida mental. En la técnica, el concepto de estratificación demostró ser muy provechoso y lo es aún, en tanto que volver conscientes a los procesos inconscientes por medio de los preconscientes es sin duda un factor constante y principal del que dependen nuestros resultados terapéuticos. No obstante, basándose en el concepto de las capas y en el análisis de la resistencia —acaso porque la técnica en ocasiones invade con demasiada violencia la teoría— Wilhelm Reich (1933) desarrolló el concepto de estratificación histórica, y con él una imagen de la personalidad que es definida- mente preestructural, en términos del desarrollo de la psicología psicoanalítica. Nunberg (1928) previno primeramente contra esta simplificación. Fenichel también en su libro sobre la técnica (1941) se dio cuenta de algunas de sus insuficiencias y mantuvo que ciertos trastornos del carácter muestran situaciones caóticas espontáneas en el análisis; y que los desplazamientos de las capas psíquicas podían ocasionarse por la vida ordinaria del paciente, así como por sus tentaciones instintivas o por el refor zamiento de la angustia. He de añadir que los factores que contrarrestan el establecimiento de una imagen nítida de la estra tificación histórica parecen ser mucho más numerosos. Los des plazamientos de las capas históricas son, corrientemente, una parte esencial de la vida de la mente, como lo hemos visto en el análisis. Sin entrar a discutir esa particular teoría, se ha hecho mención de ella con relación a esto porque su enfoque —no el más fiel al hecho, pero que evidentemente contiene cierta ver dad— tiene la ventaja de unir del modo más simple y más radical la "secuencia correcta de las interpretaciones” con la historia de la vida del paciente, pero también porque, después de haber sobrevivido a su utilidad en esta forma radical, se ha venido a convertir más o menos en un impedimento. Incluso puede ser la responsable de una cierta rigidez en nuestro acceso, aun cuan do tratamos de utilizar más plenamente en nuestra técnica las implicaciones del concepto estructural contra el concepto uni lateral de las "capas”. No hay duda, sin embargo, de que una gran variedad de accesos convergen gradualmente en esta dirección. Esto aparece IMPLICACIONES TÉCNICAS136 más claramente aún si se siguen las subsecuentes vicisitudes e implicaciones de la aplicación de la fórmula de Freud, "traer el material inconsciente a la conciencia", en el desarrollo del psicoanálisis. La fórmula ha subsistido, en tanto que su significa do fue ampliado y profundizado por la creciente penetración de Freud en la estructura del conflicto neurótico. Su significación tópica había sido ya comprendida en la época de los Estudios sobre la histeria (1895). Pero pronto se dio cuenta de que dar al paciente nada más que una traducción de las derivaciones de su inconsciente no bastaba. El paso siguiente se caracterizó por una visión más exacta de los problemas dinámicos y económicos de la resistencia, y por la fijación consecuente de reglas para el "qué", el "cuándo" y el "cuánto" de la interpretación; lo que fue definido en sus aspectos principales en los escritos de Freud sobre la técnica (1911 a 1915). Aconseja al analista que no selec cione elementos o problemas particulares para trabajar sobre ellos, sino que comience con el primero que se presente en la superficie psíquica y que utilice las interpretaciones sobre todo con el propósito de reconocer la resistencia y hacer que ésta se vuelva consciente para el paciente. Ciertamente no todos los analistas trabajan con exactitud de este modo aun hoy en día. Sin embargo, tales son los fundamentos de lo que podríamos llamar la técnica analítica normal. Así, "hacer que lo inconsciente se vuelva consciente" fue revestido de significaciones adicionales. Los progresos psicológicos básicos correspondientes fueron defi nidos en los escritos de Freud sobre metapsicología. Algunos años después, en la tercera década del siglo, estos principios se convirtieron en tema de estudio concienzudo, de discusión activa, de elaboración y parcial modificación por otros analistas. Pronto esa discusión quedó bajo el impacto de la deli ncación de las unidades de función (el yo, el ello, el superyó), esto es, del aspecto estructural. Aquí, una vez más, quedó a la vista una interdependencia fecunda de la teoría y de la práctica. La naturaleza inconsciente de la resistencia, un hecho descu bierto mediante la observación clínica, bajo las condiciones de la terapia analítica, se convirtió en piedra angular del desarrollo de las últimas formulaciones de Freud sobre los aspectos incons cientes del yo. No fue menos importante la influencia inversa de la teoría sobre la práctica clínica con los pacientes. Ante todo, la psicología del yo representó y representa un ensanchamientode nuestro campo visual. Una "buena” teoría nos ayuda a des cubrir los hechos (por ejemplo, a reconocer una resistencia como tal) y a ver la conexión existente entre ellos. Esta parte de nuestra psicología también ofrece una comprensión más profun da de las formas y los mecanismos de defensa, y una considera ción más exacta de los detalles de la experiencia interna y de la conducta del paciente; en correspondencia a esto, por el lado de la técnica, hay una tendencia hacia una interpretación más DE LA PSICOLOGIA DEL YO concreta y específica. Este acceso abarca en sí mismo la infinita variedad de las características individuales y un grado de dife renciación que no había sido accesible al conocimiento anterior, un tanto indefinido, de las funciones del yo. También aguzó nuestra visión de la frecuente identidad de los patrones en campos muchas veces ampliamente divergentes de la conducta de un individuo, tal y como lo describe Anna Freud. Desearía examinar aquí sucintamente un problema relacionado con este contexto: el habla y el lenguaje. Freud descubrió que en la transición del estado inconsciente al preconsciente, se añade a la catexia de la cosa una catexia de representación verbal. Posteriormente, Nunberg (1937), pensando ya con arreglo a directrices estructurales, describió el papel de la función sin tética del yo en este proceso hacia la vinculación y la asimila ción. Se puede añadir también que la función del elemento verbal en la situación análisis no se limita a la catexia verbal y a la integración, sino que también comprende la expresión. Me estoy refiriendo al papel específico del habla en la situación analítica.2 Lo que también contribuye a la fijación del elemento previamente inconsciente en la mente preconsciente o consciente del paciente. Otra función estructural del mismo proceso se debe al hecho de que la fijación de los símbolos verbales se vincula en el desarrollo del niño con la formación del concepto y repre senta el principal camino real hacia la objetivación, desempe ñando un papel semejante en la situación analítica. Allana el tránsito del paciente a una aprehensión mejor de la realidad física tanto como de la psíquica. Además, la acción de hablar tiene también un significado social específico, por cuanto se halla al servicio de la comunicación y en este respectó se con vierte en el objeto del análisis de la transferencia. Hay también, por supuesto, en el hablar el aspecto de la descarga emocional o abreacción. Por último, la influencia del superyó en el habla y el lenguaje nos es conocida, especialmente por la psicopatología. Esto equivale a decir que los diferentes aspectos de la palabra y el lenguaje, tal y como los describen los psicólogos y los filó sofos, se toman coherentes y significativos si los vemos desde el ángulo de nuestro modelo estructural, y que en este caso, realmente, todas las implicaciones estructurales se han hecho hoy en día importantes para nuestro manejo de la situación analítica. Al tratar de esclarecer los aspectos técnicos de los problemas implicados seguimos en realidad la orientación de la psicología estructural. La necesidad de escrutar el material de nuestros pacientes, por lo que toca a sus derivaciones de todos los sistemas psí quicos, sin inclinamos a favor de uno u otro, está hoy en día aceptada de un modo bastante general como un principio técnico. 2 Véase también Loewenstcin (1956, 1957). 137 IMPLICACIONES TÉCNICAS138 Asimismo encontramos muchas situaciones en las que hasta la oposición familiar de la defensa y el instinto ha perdido mucho de su carácter absoluto. Algunas de estas situaciones son bastan te bien conocidas, como sucede en el caso en que la defensa está sexualizada o on mucha frecuencia también— "agresi- vizada" (si se me permite usar esta expresión); o en aquellos casos en que se utiliza una tendencia instintiva para fines de fensivos. Muchos de estos casos pueden ser manejados de acuer do con las reglas generales derivadas de lo que sabemos acerca de la dinámica y la economía de la interpretación, como, por ejem plo: la interpretación de la resistencia precede a la interpreta ción del contenido, etc. En otros casos estas reglas no dan muestras de ser suficientemente sutiles; pueden darse efectos laterales de interpretaciones cuantitativos o cualitativos ines perados y a veces grandemente molestos. Éste es entonces un problema que claramente trasciende esas situaciones técnicas que he puesto aquí como ejemplos. Si se dan semejantes efectos incidentales, nuestra dosificación o toma del tiempo puede haber sido equivocada. Pero puede también ser —y éste es el más ins tructivo de los casos— que hayamos pasado por alto algunas implicaciones estructurales, aun cuando sigamos correctamente los principios económicos cuantitativos. Puede ser que hayamos considerado solamente este aspecto cuantitativo de la resistencia sin haber tenido en cuenta con bastante precisión cómo la misma cantidad puede implicar funciones diferentes del yo y del su- peryó en grados diversos. En tanto nos concentremos en el análi sis de una resistencia, nos hallamos trabajando realmente en diversos lugares del campo al mismo tiempo. Pero no siempre estamos atentos a los posibles efectos laterales si enfocamos demasiado exclusivamente la dualidad "defensa-impulso rechaza do". Las reglas generales sobre la dinámica y la economía de la interpretación serán incompletas en tanto no consideremos que, además de los factores cuantitativos, las resistencias repre sentan también modos en los que las diversas funciones psíqui cas, directa o muchas veces indirectamente, participan en la defensa; "participación" que apunta hacia las correlaciones Ínter e intrasistemáticas, incluyendo igualmente sus aspectos genéti cos, que aquí se refieren a los sistemas de la memoria. Por su puesto, no sabemos nada acerca de cómo manejar las diversas formas de la resistencia de manera diferente, aun cuando éstas parezcan ser equivalentes si se les mira desde el ángulo econó mico. Insisto en esto sólo porque pienso que este aspecto estruc tural de la interpretación está aún menos cabalmente compren dido y menos explícitamente fijado que sus aspectos dinámico y económico. Es probable que llegue el día en que seamos capa ces de formular más sistemáticamente el elemento racional de nuestra técnica, es decir, de "planear" las consecuencias pre- 139DE LA PSICOLOGIA DEL YO visibles de nuestras intervenciones con respecto a dichas implica ciones estructurales. Esto dependerá en parte de nuestro progreso en un campo conocido de la investigación psicoanalítica: la comprensión más profunda de la elección y del aspecto cuantitativo de los meca nismos de defensa, de su cronología típica e individual, pero, sobre todo esto, de su interrelación genética y económica con otras funciones del yo. Para tocar al menos uno de los problemas genéticos que se implican, podemos dar por supuesto que mu chos mecanismos de defensa tienen su origen en actos defensivos primitivos contra el mundo exterior, acciones que en parte per tenecen probablemente a la autonomía primaria del yo, y que sólo posteriormente, en situaciones de conflictos psíquicos, evolu cionan hacia lo que denominamos específicamente mecanismos de defensa. También podemos decir que muchos de éstos, tras de haber sido establecidos como tales, llegan a investirse, de un modo secundario, de otras funciones (la intelectualización, por ejemplo). Lo que contribuye a una superposición complicada de su papel como resistencias con las otras funciones que ellos representan. A esto se debe que, si deseamos analizar las defen sas de una manera racional, tengamos que considerar sus rami ficaciones estructurales, Ínter e intrasistemáticas, más allá del aspecto de resistencia que ofrecen al análisis. Por supuesto, sa bemos esto en principio, pero en cierto modo nuestro conoci miento a este respecto no es siempre lo bastante específico.Gené ticamente, algunas de las cuestiones pertinentes de la psicología estructural pueden contemplarse desde el ángulo de lo que, to mando prestado el término a la biología, yo denominé "cambio de función" (Hartmann, 1939a). Es parte de lo que ahora llamo "autonomía secundaria".3 Significa independencia funcional rela tiva, a pesar de la continuidad genética, e invita a que se sepa re más claramente el aspecto funcional del genético. Esta inde pendencia relativa puede ser más o menos completa. En algunos casos es prácticamente irreversible dentro de las condiciones de la conducta cotidiana "normal”. Pero sabemos por la experiencia que hasta en muchos de estos casos puede observarse la reversi bilidad bajo condiciones especiales, como en los sueños, en las neurosis y psicosis y en el análisis. Gracias a esto el desarrollo de la autonomía secundaria puede volverse provechoso para el estudio de los fenómenos de la superposición y de la ramifica ción que acabo de mencionar. Regreso ahora al problema de los efectos incidentales de la interpretación, que frecuentemente trascienden nuestro interés inmediato por el dispositivo específico impulso-defensa de que 3 Al describir fenómenos semejantes, Gordon Allport (1937) utilizó el término "autonomía funcional", abordando el problema desde un ángulo que está más próximo del pensamiento psicoanalítico de lo que él parece aceptar. IMPLICACIONES TÉCNICAS140 estamos ocupándonos, y que no siempre son predecibles. Al tratar de explicar de un modo general estas observaciones y las que se relacionan con ellas procedentes de diversas fuentes clínicas, suponemos que el proceso puesto en marcha por un estímulo (siendo la interpretación sólo un caso en cuestión) no produce sólo, por decirlo así, reacciones "locales”. Va más allá del "área” estimulada, alterando el equilibrio de las energías mentales y afectando a una diversidad de aspectos del sistema dinámico. Este proceso activa o pone en estado de preparación a elementos funcional y genéticamente conectados con él; su llamado llega muchas veces de un sistema al interior de los otros, y sus efectos laterales inconscientes pueden trascender las barreras de las contracatexias. Sería, sin embargo, temerario suponer que estas "conexiones" puedan ser comprendidas siempre en términos de los principios de un mero asociacionismo. En contraste con el enfoque asociacionista, nosotros implicamos la presencia no sólo de los factores dinámicos, sino igualmente de los estructurales. También el psicoanálisis, aun cuando a menudo ha empleado el lenguaje del asociacionismo, se distinguió desde el primer mo mento de él y ello se acentuó más desde que los principios de organización y estructura se convirtieron explícitamente en una parte esencial de nuestra teoría. Lo que vengo describiendo puede designarse concisamente como el "principio del llamado múltiple”. Quiero presentar este enfoque a modo de ensayo, sin ocuparme de las proposiciones alternativas. Una concepción fisiológica un tanto similar ha sido adelantada por los fisiólogos del cerebro, algunos de los cuales utilizan el término de "efecto de resonancia”. Quiero también hacer mención de que Federa (1938), en cierta medida, opinó, siguiendo directrices similares, al tratar de probar lo que le interesaba, que se da en el cerebro cierta conducción no basada en vías neurales, lo que, sin embargo, no tiene relación inme diata con nuestro problema. Al considerar los cambios en la catexia menos como fenóme nos aislados que como ocurriendo más bien en un "campo”, estamos de acuerdo con una orientación que en la ciencia mo derna ha demostrado ser fructífera en una gran diversidad de dominios. Creo que en cuanto a los fenómenos considerados aquí, la introducción del concepto de campo puede facilitar su comprensión. Pero debo añadir que trasladar la totalidad de la psicología analítica al campo psicológico parece ser difícilmente realizable sin violentarla considerablemente, pese a las reitera das demandas pregonadas por los representantes de la teoría del campo en psicología. Como en este breve escrito he tocado una larga lista de temas, debo hacer un resumen. Comparando el desarrollo teórico y el técnico, creo que el retraso actual corresponde más bien a la téc- 141DE LA. PSICOLOGIA DEL YO nica. En el proceso del reemplazo gradual de los conceptos más antiguos de estratos o capas por los conceptos estructurales, no se han entendido hasta ahora todas las implicaciones. Ofrecimos un ejemplo al ocupamos de las implicaciones estructurales del ha bla y el lenguaje en el análisis, de cómo la gradual comprensión del pensamiento estructural ha evolucionado y ha ayudado al mejor entendimiento y utilización del material analítico. Por el lado téc nico, nuestra técnica de interpretación hasta ahora ha sido mejor entendida y se ha tomado más explícita en sus aspectos dinámico y económico que en sus aspectos estructurales. Ciertos efectos incidentales de interpretación que, aun siendo conocidos de to dos nosotros, no han sido tomados suficientemente en considera ción por nuestra teoría o nuestra técnica, necesitan una investi gación más cuidadosa. Y para concluir, intento mostrar que puede ser útil observar ciertos problemas relacionados con la psicología psicoanalítica desde el ángulo del "principio del lla mado múltiple". 9. INFLUENCIAS MUTUAS EN EL DESARROLLO . DEL YO Y DEL ELLO (1952) No puedo asegurar que me sienta demasiado a mis anchas al iniciar este Simposium sobre "Las influencias mutuas en el des arrollo del yo y del ello". Difícilmente habrá en el análisis un tema que tenga más amplitud. Cuanto pueda decir a ustedes apenas contribuirá a completar el cuadro. El tiempo de que dis pongo ni siquiera sería suficiente para una enumeración de los problemas implicados. Pero espero que esta misma dificultad, de la cual ustedes sin duda se dan tanta cuenta como yo, evitará que se me acuse de cualquier pecado de omisión; y espero tam bién que me concederán el privilegio de ofrecerles un acerca miento personal: el derecho de subrayar libremente y, sobre todo, de seleccionar para mi disertación sólo ciertos aspectos del problema, en tanto que descartaré muchos otros, aunque puedan ser de igual importancia para una teoría del desarrollo psicoanalítico integrada. Voy a someter a ustedes para su discusión algunas posibles vías de acceso, tratando, por así decirlo, de situar el proble ma; haré unas pocas sugerencias para esclarecer, desenvolver e integrar algunos de sus aspectos, y empezaré, como es de cos tumbre, con algunas observaciones históricas, que, sin embargo, trataré de limitar a un mínimo. El concepto de un yo se encuentra ya en la psicología fisiológica de Freud de 1895 y en algunos escritos clínicos que datan de ese mismo periodo. A estas primeras formulaciones siguieron años de grandes descubrimientos: los cimientos psicológicos del psico análisis en La interpretación de los sueños; la teoría de la libi do; la penetración en la etiología de la neurosis; el giro genético, es decir, el descubrimiento de la importancia decisiva de la historia de los primeros años de la vida; y el desarrollo de la téc nica psicoanalítica. Durante esos años el papel del yo es poco destacado y a veces queda hasta sepultado por completo bajo el impacto de la teoría de los instintos. Sólo entre la segunda y la tercera década del siglo fue definida explícitamente la psico logía del yo como un legítimo capítulo del análisis. El yo se despliega como un sistema de la personalidad, claramente aparte de las funciones del ello y del superyó. Este renacimiento del concepto del yo abarca los hallazgos freudianos acerca del in consciente y de los impulsos instintivos, cuyo desconocimiento había limitado terriblemente la utilidad de otros acerca de los conceptos preanalíticos del yo. Freud esboza un yo que, en com paración con sus primeras formulaciones, es infinitamente más 142 DESARROLLODEL YO Y DEL ELLO 143 rico en importancia, en dimensiones y en especificidad de fun ciones. En este último nivel, el concepto del yo freudiano, aun cuando hayan quedado en él elementos de las primeras formu laciones, aparece como algo esencialmente nuevo —también en cuanto a sus efectos— debido al impacto revolucionario que tuvo en el desarrollo de muchos aspectos del psicoanálisis, inclu yendo la teoría de los impulsos instintivos. Este desarrollo, dicho sea de paso, siempre me impresionó como un ejemplo bastante tajante de un principio de la filosofía de Hegel, quien contem plaba la evolución de los conceptos en términos de tesis, antí tesis y síntesis. Abordando más de cerca los problemas yo-ello que se discuten hoy, debo decir que este crecimiento en el tamaño del papel del yo en el pensamiento de Freud puede considerarse: estruc turalmente, en su descripción como una unidad en parte in dependiente de la personalidad; dinámicamente, en la adverten cia de Freud de guardarse de una generalización simplificadora que había observado en el trabajo de algunos analistas, quienes tendían a subestimar la fuerza del yo frente ai ello (véase tam bién A. Freud, 1936); económicamente, en la hipótesis de que es alimentado por una modalidad de energía diferente a la de los impulsos. El aspecto independiente del yo es confirmado de un modo aún más manifiesto en una de las últimas proposiciones de Freud, que sugiere la naturaleza hereditaria de algunos de sus elementos. Al desarrollar sus ideas sobre la relación yo-ello, Freud siguió la ruta que le marcaban las intuiciones técnicas y clínicas así como las teóricas. El interés en estos problemas se extiende desde los detalles tecnológicos hasta el nivel más abstracto de la formu lación de la teoría. No obstante, no debemos olvidar que los aspectos del yo que observamos no son necesariamente, desde el ángulo de las resistencias, los mismos que aquellos que están en primer término del estudio, digamos, de la psicosis, y ni uno ni otro de estos grupos de aspectos coincidirá plenamente con esa parte del yo que se hace visible en la observación directa de los niños. Así ocurre con los conceptos del yo parciales des arrollados, que Freud logró integrar en sus proposiciones más generales. Las diferentes facetas del pensamiento de Freud sobre el yo y el ello han sido elaboradas por diferentes analistas en diferentes direcciones. Además de la naturaleza de los datos usa dos, las preferencias teóricas tienen una influencia evidente en el centramiento de las investigaciones de un analista en uno, más bien que en otro, de tales conceptos parciales del yo. Destacar sólo uno de estos conceptos parciales a expensas de otros aspec tos, puede ser cuestión de conveniencia vis-á-vis problemas espe cíficos. Pero debemos recordar que el yo de la realidad, el yo defensivo, el yo organizador, el racional, el social; el yo que lleva una vaga existencia entre las grandes potencias, el ello y INFLUENCIAS MUTUAS EN EL144 el superyó; el yo que evoluciona bajo la presión de las situa ciones de angustia: ninguno de ellos es "el yo" en el sentido de la psicología analítica, sino que son conceptos parciales que han de distinguirse del concepto general del yo freudiano. Breud sabía que la con fiabilidad de nuestras afirmaciones y en particular de nuestras predicciones depende en el psico análisis, como en otras ciencias, de cuán amplia y sólidamente se ha desarrollado una teoría general. Él quería alcanzar una comprensión "de la totalidad de las funciones mentales”, como escribió en fecha muy temprana. Es decir, aspiraba a alcanzar, más allá de sus investigaciones clínicas, como lo dijo reiterada mente, lo que se podría llamar una psicología general, que abarcara tanto los fenómenos normales como los patológicos. Y esto me trae a la memoria una tendencia de su trabajo a través de todos los años de su vida. El bosquejo de ella en la obra de Freud es considerablemente más vasto de cuanto hasta ahora ha sido elaborado sistemáticamente en psicoanálisis. Él mismo dijo muchas veces que el hecho de que no se hubiera ocupado aún de determinado problema, no quería decir que negara su importancia. Hago mención de esto aquí, porque lo que hoy estamos exa minando es en realidad un aspecto —quizá el aspecto más im portante, en el presente estado del análisis— de semejante abor daje psicoanalítico de la psicología general. Evidentemente, esto trasciende el concepto más estrecho que limita el análisis al entendimiento y terapia de las neurosis. Y aspira a abarcar tanto el desarrollo normal como el patológico. En segundo lugar, al tratar estos problemas del desarrollo a menudo también tras ciende lo accesible directamente al método psicoanalítico. Estoy hablando del crecimiento y desarrolló del niño hasta el fin de la etapa preverbal. Además, esta tendencia en la investigación ana lítica resulta igualmente de importancia para una mejor com prensión de los problemas clínicos y técnicos, y resulta particu larmente valiosa respecto de las cuestiones de la profilaxia mental. En las hipótesis genéticas del psicoanálisis se utilizan amplia mente extrapolaciones cautelosas de lo que sabemos acerca de las etapas últimas del desarrollo a las primeras. Es asombroso lo mucho que la reconstrucción analítica nos ha enseñado acerca de estas etapas primarias. No obstante, siguen siendo objeto de discusión una multitud de cuestiones concernientes a la impor tancia relativa de nuestras diversas construcciones teóricas, a la cronología en el desarrollo de las diferentes funciones y demás. En esta situación el avance que ofrece mejores auspicios es la introducción reciente de la observación directa del crecimiento del recién nacido y del niño por psicoanalistas, o cuando me nos por observadores adiestradas psicoanalíticamcnte (véase A. Freud y otros). Esto puede ser provechoso para confrontar DESARROLLO DEL YO Y DEL ELLO 145 . nuestras hipótesis genéticas con los datos de la observación; y puede ser decisivo al proporcionarnos guías efectivas para la formación de hipótesis. Podemos aprender de la correlación de los datos reconstructivos con los de la observación directa del niño cómo los últimos pueden utilizarse como indicadores de progresos estructuralmente centrales, etc. Esta orientación ya ha dado a nuestro conocimiento del desarrollo temprano del yo y el ello una concreción incomparablemente mayor, especial mente en cuanto a sus aspectos reales. Aquí, pues, se convierten forzosamente en un interés legítimo del analista no sólo el as pecto "negativo” del yo, su papel de adversario de los impulsos, sino también muchas otras funciones específicas del yo y sus interrelacioncs. Lo que significa un paso decisivo hacia una teo ría analítica general de la motivación. También ha quedado de manifiesto, creo, que hablar del yo de una manera compendiada, como cuando se dice que se halla amenazado por el ello o desamparado vis-á-vis el ello, tal y como se hace con frecuencia, ya no es una descripción suficiente de la realidad del desarrollo ni aun en esas etapas tempranas. No siem pre es aconsejable concebir tales relaciones entre el yo y el ello como si fueran sólo dos campos opuestos (Freud, 1926a). El ob jeto de la investigación es la gran variedad de funciones evolu tivas del yo en su interdependencia antagónica, pero muchas veces también sinergética, con el ello y su consideración diferen cial (enfoque intrasistemático; véase el capítulo 8). Hablando de las influencias mutuas en el desarrollo del yo y del ello, nos hemos habituado a considerar al primero, muy frecuen temente, como la variable dependiente y al segundo como la variable independiente. Nos impresiona la flexibilidad, la capa cidad para aprender de, cuando menos, partes del yo, y, por otro lado, la oposición obstinada al cambio de los impulsos instinti vos. Sin embargo, hay esos cambios en el ello que son producidos por el crecimientoo el desarrollo de los impulsos instintivos a través de todas sus fases subsecuentes; asimismo el yo puede tomar su porción de influencia extrayendo las energías instinti vas del ello o cerrándoles el paso; hay igualmente esas modifica ciones que el análisis, por la vía del yo, puede inducir en el ello; v, aunque acaso no resulte aún bien comprendido, hay además el aspecto del ello como resultado de la represión (véase también E. Bibring, 1937). Freud (1926a) llegó a pensar que su, en un principio, suposición normativa de que los impulsos reprimidos se conservan inalterados en el ello podía estar necesitada de revisión. Quizá, incluso, no sea éste el único posible resultado de la represión. Habría que considerar dos casos: "la mera re presión y la desaparición verdadera de un antiguo deseo o impulso”. Las tendencias instintivas reprimidas pueden perder sus catexias, las cuales entonces se emplearían de diferentes INFLUENCIAS MUTUAS EN EL146 modos. En el caso de la disolución del complejo de Edipo, de acuerdo con Freud, se subliman y se utilizan en las identifica ciones resultantes. En otros casos, es posible pensar en una especie de desplazamiento de dichas energías que probablemente ayudan a fomentar el siguiente paso en el desarrollo instintivo. Ésta es una importante presunción hecha por A. Katan (1937). La fuerza del yo, en sus relaciones con el ello, consiste en encontrar vías que hagan posible la descarga; o, en otros casos, en imponer cambios de finalidades o de las formas de energía que intervienen; en la capacidad de crear contracatexias; en su control de la percepción y la motilidad, y en su uso de la señal de peligro y el acceso al principio del placer y displacer. Un as pecto del desarrollo del yo puede describirse como la prosecu ción, en varios respectos, de la dirección de los impulsos. Nos hemos habituado a hablar de un yo oral y un yo anal y otros más, y a seguir las actitudes específicas del yo hasta las caracte rísticas libidinales específicas de la fase correlativa. Este aspecto muestra las fases del desarrollo del yo en estrecha conexión con la secuencia de las fases libidinales. No obstante, mientras que un abundante material clínico al igual que los datos de la obser vación directa atestiguan la importancia de esta relación, los caminos por los que las características de la fase libidinal con forman las actitudes del yo no están siempre claros. Creo que en algunos casos las características tanto de las tendencias instin tivas como de las actitudes del yo pueden tener un origen común en una fase indiferenciada. De lo dado, obtenido, etc., podemos suponer que son modeladas según patrones instintivos. También puede suponerse en el caso de algunos mecanismos de defensa un modelado parcial con arreglo a modelos instintivos, por ejemplo en la identificación y la proyección (Hartmann, 1939a). Pero describir la formación del yo únicamente en función de su dependencia del desarrollo instintivo da por resultado una ima gen incompleta. Ésta es sólo una de sus facetas, entre varias, cuestión de la que volveré a ocuparme con más detalle posterior mente. Al describir el desarrollo del niño en términos de fases libidinales, nos damos hoy cuenta mucho mejor del hecho de que los cortes transversales de desarrollo no pueden ser descri tos por completo, si nos referimos sólo a los fines libidinales (ni siquiera incluyendo en nuestra descripción las correspondientes relaciones de objeto). Tenemos que describirlas también con respecto a la implicación de otras dos series de factores*, las vicisitudes de los impulsos agresivos y los elementos parcial mente independientes del yo. Bien podría ser que el tiempo que dura y hasta la formación individual de las fases típicas, en cierta medida, sea posible seguirlas hasta las variaciones individuales del desarrollo del yo, por ejemplo, hasta la precocidad de ciertas de sus funciones, que pueden resultar también importantes para la patología (véase el capítulo 6). DESARROLLO DEL YO Y DEL ELLO 147 Algunos aspectos de las interrelaciones del yo y el ello más tempranas pueden ponerse en claro parcialmente mediante el estudio de los fenómenos regresivos en la psicosis1 y también, por ejemplo, de los fenómenos que se producen al quedarse dormido (Isakower, 1938). Para la comprensión de los mismos problemas, en algunos casos, y de otros diferentes, en otros, ha demostrado ser esencial el acceso mediante el estudio del yo cor poral y de las relaciones del objeto. Siendo el cuerpo del yo el mediador entre el mundo interno y el externo, y siendo lo que llamamos objetos los representantes emocionales más importan tes del mundo externo, el acercamiento a través del yo corporal y de las relaciones de objeto es también el acceso preferido para estudiar cómo se desarrollan las relaciones yo y ello en la inter acción individual con el medio ambiente. El desarrollo del yo corporal será tratado por Hoffer aquí mismo (1952). Por lo que diré sobre esto sólo unas palabras con referencia a esas facetas de las relaciones de objeto que parecen de importancia para nues tra exposición. Freud (1926a) encontró que, como consecuencia del desamparo y dependencia prolongados de la criatura huma na, "la influencia del mundo exterior real... se intensifica y se estimula una temprana diferenciación entre el yo y el ello. Ade más, los peligros del mundo exterior tienen una gran importancia para el niño, de modo que el valor del objeto que es el único que puede protegerlo contra ellos... se acrecienta enormemente" (pp. 154 ss.). Podemos decir también que en el ser humano el principio del placer con frecuencia no es una guía digna de con fianza para la autoconserváción y que el ello, como dijo Freud en cierta ocasión, la descuida. Por esta razón, el desarrollo de un órgano específico de aprendizaje y de adaptación, el yo, resulta de vital importancia. A esto podríamos denominarlo un proceso circular. La diferenciación yo-ello complica las relaciones entre el placer y la conservación del individuo. El ello, en contraste manifiesto con los instintos de los animales, desdeña esta última. Pero este mismo hecho actúa probablemente como un estímulo para la diferenciación ulterior del yo y el ello (capítulo 4). Estoy acentuando aquí el aspecto específicamente humano de estos pro blemas, la distinción entre las estructuras del yo y el ello en el hombre y los instintos de los animales inferiores, como una base para discutir posteriormente la diferenciación del yo y el ello. Abordando el problema de la interacción del niño con sus objetos, de sus indulgencias y frustraciones, resulta particular mente significativo el estudio del "factor realidad" y del interés 1 Debo añadir que hoy. como consecuencia del progreso de la psico logía psicoanalítica del niño, parece estar asimismo en buen camino un esclarecimiento de dirección contraria, que partiendo del conocimiento de los primeros años del niño, desemboca en una mejor comprensión de la psicosis. INFLUENCIAS MUTUAS EN EL148 en situaciones cada vez más específicas de la vida del niño, que es lo que Kris (1950b) llamó la "nueva consideración respecto al ambiente". Por el lado de la teoría, un aspecto de esta tendencia se basa claramente en esa parte de las nuevas formulaciones de Freud que rastrean las situaciones internas de peligro hasta las situaciones externas, así como en la obra subsiguiente de A. Freud y de otros. En la actualidad, esta tendencia del análisis, por encima de otras, es la que con toda naturalidad lleva a un des arrollo que fue mencionado antes brevemente (la integración de los datos reconstructivos del análisis con los datos consegui dos mediante la utilización sistemática y no meramente ocasio nal de la observación directa de los niños) y a una preocupación creciente por una visión más inclusiva del desarrollo infan til. Algunos de estos estudios, como saben ustedes, incluyen también una investigación