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un principio de causalidad global: gordura del rebaño, riqueza del pastor; miseria del ganado, pobreza de su amo. En la forma cristiana del pastora...

un principio de causalidad global: gordura del rebaño, riqueza del pastor; miseria del ganado, pobreza de su amo. En la forma cristiana del pastorado, la reciprocidad ya no es simplemente del orden de la causalidad sino de la identificación, y se establece además punto por punto: el sufrimiento de cada oveja es un dolor que siente el pastor, de la misma forma que sus progresos constituyen para él su propio perfeccionamiento. La compasión del pastor es una identidad inmediata: experimenta «en el fondo del corazón el desvalimiento de las almas débiles», y se regocija con «el adelanto de sus hermanos como si fuera propio»(68).

c. El pastor cristiano no solo tiene que rendir cuentas de cada animal sino de cada falta, cada caída, cada paso. En el día temible los pecados de las ovejas le serán reprochados a él mismo, si [no] ha(*) podido prevenirlos mediante su enseñanza, su vigilancia, su rigor o su caridad. Aun quienes hayan renegado, aun los lapsi, podrán hacer valer contra el pastor el hecho de que no los ha sostenido, alentado, provisto de enseñanzas y consejos salvíficos(69).
d. El pecado del pastor está en el centro de la relación que este mantiene con el rebaño: sus propias faltas motivan los pasos en falso de las ovejas (y se agravan en la misma medida), y los pecados del rebaño se suman a su culpa. De allí la importancia, para el pastor, de ser lo más puro y perfecto posible: «Al estar obligado por su cargo a quitar del corazón de los otros lo que estos pueden tener de impuro, no debe tener ninguna impureza en su propio corazón»(70). Pero importancia, también, de no caer en el pecado de soberbia y en la ceguera, de conocer sus propias debilidades, de no atribuirse superioridad alguna e incluso de tener siempre presentes sus propias imperfecciones(71): servidor de todos, pecador entre los otros –e incluso más gravemente que los otros–, porque tiene que reconocer sus debilidades en los pecados del rebaño.
e. Esto hace que el pastor no deba encontrar en el hecho de ser designado ningún orgullo, ninguna razón para ejercer una dominación (potestas)(72). Siguiendo el ejemplo de San Gregorio, debe temblar cuando se ve ante la tarea de conducir a las almas, aprensión que no debe perder jamás si quiere conjurar «la soberbia, los pensamientos ilícitos, los pensamientos inoportunos e inicuos». Y pecaría, sin embargo, si se sustrajera a ese deber y dejara a las ovejas sin pastor(73). Entre el pastor cristiano y su rebaño, la economía propia del pecado y la salvación, el contagio y la multiplicación de las faltas, el intercambio de los sacrificios y la vigilancia de sí mismo que nunca hay que separar de la solicitud hacia los otros se establecen lazos mucho más numerosos, complejos y sólidos de lo que lo eran en la temática antigua del pastor. La individualidad del lazo, sobre todo, tiene un papel esencial: esto a causa de la comunicación directa que se instaura entre la acción de cada fiel y el mérito del pastor, y por la problematización de este mismo, que ya no es debido a ningún derecho de naturaleza o de institución el «buen» pastor sino, como todos los demás, un pecador cuyas faltas debe temer cada oveja.
2. El cristianismo exige al pastor una forma de saber que excede con mucho la habilidad o la experiencia que la tradición atribuía a los pastores de hombres. En el corazón de la actividad pastoral, la Iglesia inscribió un imperativo de verdad o, mejor, una serie de imperativos. Imperativo de rigor doctrinario. De no conocer él mismo la verdad y estar incondicionalmente apegado a ella, el pastor llevará al rebaño a su pérdida: «No es posible que los sacerdotes, al ser los primeros guías, pierdan las luces de la ciencia sin que quienes los siguen permanezcan doblados bajo el peso del pecado que los abruma»(74). Y debe estar pendiente en todo momento de que los miembros de la comunidad se mantengan ligados a esa verdad y por ella, pues lo que los une es lo verdadero y lo que los separa es el error, que los dispersa lejos del camino y hace finalmente necesaria su exclusión; toca al pastor traer de regreso a las «ovejas balantes y errantes», que las herejías y el espíritu sectario tenderán a separar(75). Imperativo de enseñanza. Pastor de la verdad, el pastor debe proporcionar a todos el alimento espiritual bajo la forma de la buena doctrina. «Episcopi proprium munus docere», decía San Ambrosio en el comienzo del De officiis ministrorum. Pero esta enseñanza es más compleja que una simple lección. Ante todo porque el pastor, cuya ciencia nunca es prefabricada, debe aprender enseñando(76): la verdad se le revela en el celo y la caridad de su palabra. Y además, no puede limitarse a comunicar solo la doctrina: lo que él enseña debe hacerse ver e imponerse en su vida, en su conducta, en su virtud; él debe ser como el rostro vivo de la verdad que predica(77). Por último, no puede enseñar a todo el mundo de la misma manera: las mentes de los oyentes son como las cuerdas de una cítara, que tienen distintas tensiones; no se las puede tocar del mismo modo, y con frecuencia, procedimientos que son provechosos para algunos resultan nocivos para otros: no se puede instruir a los hombres como a las mujeres, a los ricos como a los pobres, a los alegres como a los tristes(78). Imperativo del conocimiento de los individuos. El que guía a la comunidad debe pues conocer a cada uno, y cada uno debe poder confiarse a él: cuando los ataca la tentación, los débiles tienen que buscar un asilo en el seno de su pastor, «como los niños en el seno de su madre»[(79)]. Pero también es preciso que el pastor descubra, incluso a pesar de ellos, lo que disimulan o se disimulan a sí mismos. Según las palabras de Ezequiel, perforar la muralla y abrir las puertas ocultas(80): es decir, «examinar la conduct
afirmaciones c. El pastor cristiano no solo tiene que rendir cuentas de cada animal sino de cada falta, cada caída, cada paso. En el día temible los pecados de las ovejas le serán reprochados a él mismo, si [no] ha(*) podido prevenirlos mediante su enseñanza, su vigilancia, su rigor o su caridad. Aun quienes hayan renegado, aun los lapsi, podrán hacer valer contra el pastor el hecho de que no los ha sostenido, alentado, provisto de enseñanzas y consejos salvíficos(69).
d. El pecado del pastor está en el centro de la relación que este mantiene con el rebaño: sus propias faltas motivan los pasos en falso de las ovejas (y se agravan en la misma medida), y los pecados del rebaño se suman a su culpa. De allí la importancia, para el pastor, de ser lo más puro y perfecto posible: «Al estar obligado por su cargo a quitar del corazón de los otros lo que estos pueden tener de impuro, no debe tener ninguna impureza en su propio corazón»(70). Pero importancia, también, de no caer en el pecado de soberbia y en la ceguera, de conocer sus propias debilidades, de no atribuirse superioridad alguna e incluso de tener siempre presentes sus propias imperfecciones(71): servidor de todos, pecador entre los otros –e incluso más gravemente que los otros–, porque tiene que reconocer sus debilidades en los pecados del rebaño.

Esta pregunta también está en el material:

Historia Sexualidad IV Las confesiones de la carne
338 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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