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¿Qué pasa una vez que se ha liberado a los instintos de la represión? E1 psicoanálisis contestaba: los instintos se rechazan o se subliman. De la s...

¿Qué pasa una vez que se ha liberado a los instintos de la represión? E1 psicoanálisis contestaba: los instintos se rechazan o se subliman. De la satisfacción real nadie hablaba; no podía existir, porque se pensaba que el inconsciente era únicamente un infierno de impulsos perversos y antisociales. Por mucho tiempo, traté de obtener una respuesta a la siguiente pregunta: ¿qué pasa cuando la genitalidad natural de los niños y adolescentes se libera de la represión? ¿También debía ser "rechazada" o "sublimada"? Tal pregunta nunca fue contestada por los psicoanalistas. Y, sin embargo, constituye el problema central de la formación del carácter. Todo el proceso de la educación sufre a causa del hecho de que la adaptación social exige la represión de la sexualidad natural, y es esta represión la que torna a los individuos antisociales y enfermos. Lo que había de cuestionarse, por lo tanto, era si las exigencias de la educación estaban justificadas. Se basaban en una interpretación errónea de la sexualidad. La gran tragedia de Freud fue que se refugió en teorías biologicistas; pudo haber permanecido silencioso o dejar que la gente hiciera lo que quisiera. Y de ese modo llegó a contradecirse. La felicidad, decía, era una ilusión; porque el sufrimiento amenaza inexorablemente por tres lados. "Desde el propio cuerpo, destinado a la desintegración y corrupción". ¿Por qué, entonces, debería uno preguntar, continúa la ciencia soñando con prolongar la vida? "Desde el mundo exterior, que puede atacarnos con avasalladoras e inexorables fuerzas destructivas." ¿Por qué, entonces, puede uno preguntarse, los grandes pensadores pasaron su vida meditando sobre la libertad? ¿Por qué, entonces, millones de luchadores derramaron su sangre por la libertad en la lucha contra esa amenaza del mundo exterior? ¿La peste no ha sido finalmente vencida? ¿Y no han disminuido por lo menos la esclavitud física y social? ¿No sería posible vencer el cáncer? ¿No podría terminarse con las guerras del mismo modo que se ha terminado con las pestes? ¿No será nunca posible vencer la hipocresía moralizadora que convierte en lisiados a los niños y los adolescentes? Mucho más serio y difícil era el tercer argumento contra el anhelo humano de felicidad: el sufrimiento que nace de las relaciones con otras personas, decía Freud, es más doloroso que ningún otro. Uno puede sentirse inclinado a considerarlo como una intrusión superficial y accidental, pero al mismo tiempo es tan fatalmente inevitable como el sufrimiento que emana de otras fuentes. Aquí hablaba la propia amarga experiencia de Freud con la especie humana. Aquí tocaba él nuestro problema de estructura, en otras palabras, el irracionalismo que determina el comportamiento de la gente. Algo de todo eso llegué a experimentar penosamente en la Sociedad Psicoanalítica: una organización cuya tarea fundamental consistía en el dominio médico de la conducta irracional. Y ahora Freud decía que ello era fatal e inevitable. ¿Pero cómo? ¿Por qué entonces se sostenía el altivo punto de vista de la ciencia racional? ¿Por qué entonces se proclamaba que la educación del ser humano debía llevar a una conducta racional y realista? Por motivos que yo no podía comprender, Freud no veía la contradicción de su actitud. Por un lado él había —correctamente— reducido el pensamiento y conducta humanos a los motivos irracionales inconscientes. Por la otra, podía existir para él una concepción del mundo donde la misma ley que había descubierto ¡no era válida! ¡Una ciencia más allá de sus propios principios! La resignación de Freud no era nada más que una huida de las gigantescas dificultades presentadas por lo patológico y lo maligno de la conducta humana. Estaba desilusionado. Originalmente creyó que había descubierto una terapéutica radical de las neurosis. En verdad, no había hecho más que comenzar. Las cosas eran sobremanera más complicadas de lo que nos hubiera hecho creer la fórmula de hacer consciente al inconsciente. Freud había afirmado que el psicoanálisis podía abarcar los problemas generales de la existencia humana, no sólo los problemas médicos. Pero no pudo encontrar el camino a la sociología. En Más allá del principio del placer había tocado importantes cuestiones biológicas por vías de hipótesis, y así llegado a la teoría del instinto de muerte. Probó ser una teoría errónea. El mismo la había anunciado con mucho escepticismo al principio. Pero la psicologización de la sociología así como de la biología alejó toda posibilidad de una solución práctica de esos tremendos problemas. Además, tanto a través de su práctica como de su enseñanza, Freud había llegado a considerar a sus prójimos como seres carentes de toda responsabilidad y maliciosos. Durante décadas había vivido aislado del mundo, a fin de proteger su propia tranquilidad espiritual. De. lo contrario habría participado en todas las objeciones irracionales que se le habían opuesto, y se habría perdido en mezquinas luchas destructivas. Para poder aislarse necesitaba de una actitud escéptica hacia los "valores humanos", más aún, de un cierto desprecio por el individuo de su tiempo. El conocimiento llegó a significarle mucho más que la felicidad humana. Y tanto más cuanto que los seres humanos no parecían capaces de administrar su propia felicidad, aunque ésta alguna vez se les presentara. Tal actitud correspondía exactamente a la superioridad académica de la época. Pero no parecía admisible juzgar los problemas generales de la existencia humana desde el punto de vista de un pionero científico. Si bien comprendía los motivos de Freud, dos hechos importantes me impedían seguirlo. Uno era el aumento constante de las demandas de las personas incultas, maltratadas, psíquicamente arruinadas, de una revisión del orden social en función de la felicidad terrenal. No ver eso, o no tomarlo en cuenta, hubiera significado una ridícula política de avestruz. Yo había llegado a conocer demasiado bien ese despertar de las masas para poder negarlo o subestimarlo como fuerza social. Las razones de Freud eran correctas. Pero también lo eran las de las masas en despertar. No tomarlas en cuenta significa ponerse del lado de los parásitos ociosos de la sociedad. El otro hecho era que yo había aprendido a ver a los individuos de dos maneras. A menudo eran corruptos, incapaces de pensar, desleales, llenos de lemas desprovistos de sentido, traidores o simplemente vacíos. Pero esto no era natural. Las condiciones de vida imperantes los habían hecho así. En principio, entonces, podían volverse diferentes: decentes, rectos, capaces de amar, sociables, cooperativos, leales y sin compulsión social. Debía reconocer cada vez más que lo que se denomina "malo" o "antisocial" es realmente neurótico. Por ejemplo, un niño juega de una manera natural. El medio ambiente le pone el freno. Al principio el niño se defiende, luego sucumbe; pierde su capacidad para el placer mientras mantiene en forma de patológicas e irracionales reacciones de despecho, carentes de finalidad, su lucha contra la inhibición del placer. De la misma manera, el comportamiento humano por lo general sólo es un reflejo de la afirmación y negación de la vida en el proceso social. ¿Era concebible que el conflicto entre la lucha por el placer y su frustración social pudieran resolverse algún día? La investigación psicoanalítica de la sexualidad parecía ser el primer paso en esa dirección. Pero este primer comienzo no cumplió su promesa. Se convirtió en algo abstracto, luego en una doctrina conservadora de "adaptación cultural" cargada de múltiples contradicciones insolubles. La conclusión era irrefutable: El anhelo humano de vida y placer no puede desterrarse. Pero la regulación social de la vida sexual si puede cambiarse. Fue aquí donde Freud comenzó a elaborar justificativos de una ideología ascética. "Gratificación sin límites" de todas las necesidades, dijo, "sería el modo de vida más tentador", pero ello significaría poner el goce por delante de la prudencia y acarrearía castigos inmediatos. A lo cual podía yo contestar, aun en esa época, que había que distinguir entre los anhelos naturales de felicidad, y los secundarios, los anhelos antisociales resultados de la educación compulsiva. Las tendencias secundarias, no naturales, sólo pueden mantenerse sujetas mediante la inhibición moral, y siempre será así. A las necesidades naturales de placer, en cambio, se aplica el principio de la libertad, en otras palabras, el "vivirlas". Sólo hay que saber distinguir qué significa la palabra tendencia en cada caso. Escribe Freud: "La

Esta pregunta también está en el material:

La funcion del orgasmo
382 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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Lo siento, pero parece que has pegado un texto extenso que no parece ser una pregunta directa. ¿Podrías formular una pregunta específica para que pueda ayudarte?

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