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Que los Parlamentos nacionales vayan a ver reducidas sus competencias a la capacidad de distribuir el gasto entre diversas partidas pero no vayan a ser capaces de alterar los techos de gasto o que los gobiernos vayan a perder la capacidad de elaborar de forma independiente el cuadro macroeconómico con las previsiones de gastos e ingresos fiscales supone toda una revolución democrática que ha pasado prácticamente inadvertida. Si con el Tratado de Maastricht los Estados cedieron toda su soberanía monetaria al BCE, hoy esos mismos Estados se encuentran en la antesala de ceder toda su soberanía fiscal a las instituciones europeas. En ambos casos, el argumento tecnocrático ha sido el triunfador. Si en los años noventa se arguyó que los políticos no debían controlar la política monetaria, ya que su inclinación natural es crear inflación como vía de asegurarse la reelección, en este caso nos hemos encontrado con un argumento similar: los políticos no deben controlar la política fiscal ya que, en ausencia de capacidad de imprimir dinero, financiarán su reelección emitiendo deuda que luego no podrán respaldar ya que eso exigiría subidas de impuestos que harían imposible su reelección. El cuarto elemento tiene que ver con la suspensión, temporal pero con visos de convertirse en definitiva, de las reglas que marcaban la delimitación de competencias entre la UE y los Estados miembros, situándose un gran número de áreas de políticas de enorme sensibilidad (como la fiscalidad, las pensiones o los mercados laborales), antes en el ámbito nacional, bajo supervisión directa de las instituciones europeas. Por la vía indirecta de atribuir a las instituciones europeas la supervisión genérica de los “desequilibrios macroeconómicos”, la UE se ha dotado de una capacidad irrestricta de intervenir en cualquier ámbito de la política económica con independencia de que formalmente goce o no de una competencia al respecto. Pero al igual que en el caso de la política fiscal, esa traslación al ámbito europeo se hace sin reproducir en ese mismo nivel las estructuras constitucionales y democráticas existentes en el seno de los Estados-nación. Tras casi dos décadas de discusiones sobre la subsidiariedad y arduas negociaciones de Tratados con el objetivo de fijar un catálogo estable de competencias para la UE, el resultado es que, de forma completamente subrepticia y por la puerta de atrás, la UE ha invadido competencias de las que antes carecía, alterando por completo los delicados equilibrios existentes. Por la vía del control del déficit presupuestario y la corrección de los desequilibrios macroeconómicos, la UE se ha instalado como guardiana última de los sistemas de pensiones, los mercados laborales o la elaboración de los presupuestos nacionales. LÍNEAS ROJAS, CARTAS SECRETAS La ingente batería de medidas adoptadas en el ámbito europeo en el contexto de la crisis del euro ha tenido un profundísimo impacto sobre la democracia en el ámbito nacional. Si dejando a un lado el derecho internacional entendemos por soberanía no solo la autonomía del Estado frente a otros Estados, sino la capacidad de los ciudadanos de decidir acerca de su futuro y obligarse solo por aquellas normas a las cuales han prestado su consentimiento expreso tras un debate público (Habermas, 2012), la percepción dominante en la sociedad española, y en otras sociedades vecinas, es que la soberanía, entendida como margen para decidir, se ha reducido hasta su mínima expresión. Lo hecho hasta ahora, especialmente durante los años 2010-2012, ha supuesto una doble mutación (Menéndez, 2012): de la UE y de sus Estados miembros, una mutación que se extenderá aún más si cabe según se vayan desarrollando las medidas previstas en los planes y “hojas de ruta” que hemos ido conociendo a lo largo de 2012 (Van Rompuy, 2012a, 2012b; Comisión Europea, 2012a). Tomadas en su conjunto, esas medidas, que buscan la consecución de una federación económica de facto. Pero si la falta de acoplamiento entre los ámbitos donde se toman las decisiones, el europeo, y el ámbito donde los ciudadanos legitiman estas decisiones, el nacional, resulta ya intenso, los avances que se están planteando no harán sino agravar este problema. Urge pues relanzar la discusión sobre la relación entre democracia nacional y democratización de la UE, una preocupación compartida por las propias instituciones europeas, conscientes de que los avances que se están dando en el ámbito de la integración tienen un sustento de legitimidad democrática insuficiente. Para entender esta mutación a la que la crisis del euro ha sometido la democracia nacional, nada mejor que lo ocurrido el 5 de agosto de 2011, cuando el entonces presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, y los entonces presidentes del Banco Central Italiano, Mario Draghi, y español, Miguel Ángel Fernández-Ordóñez, dirigieron sendas cartas al entonces primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, y al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero señalando las medidas que sus gobiernos deberían adoptar. En el caso de Italia, el BCE recomendaba a Italia adoptar una serie de medidas de largo alcance2. Por un lado, instaba a incrementar la competencia en los mercados de servicios, incluyendo los servicios profesionales, para lo que pedía la liberalización “completa” y posterior privatización de los servicios municipales locales. Por otro, el BCE señalaba la necesidad de modificar el sistema de contratación y despido de los contratos laborales. En cuanto a los compromisos de déficit, el BCE consideraba “esencial” adelantar en un año los recortes presupuestarios, originalmente planeados para 2013, sugería intervenir más a fondo en el sistema de pensiones, reformando los periodos de cálculo, señalaba la necesidad de reducir el número de empleados públicos y sus salarios, y proponía la introducción de un mecanismo de corrección de déficit que con carácter automático compensara cualquier desviación en los objetivos con ajustes equivalentes en el gasto. En sí mismo, este catálogo de medidas no debería suponer una novedad. Los ciudadanos europeos están más que familiarizados con ellas pues han sido puestas en práctica en números países y forman parte del catálogo de recomendaciones estandarizadas que las instituciones europeas, los expertos económicos y los organismos internacionales vienen elevando a los gobiernos nacionales. El problema reside en, primero, que las medidas que sugería el BCE, independientemente de su pertinencia o sabiduría, desbordaban por completo su mandato, que le asigna otras responsabilidades (esencialmente, conducir la política monetaria de tal manera que se logre una “estabilidad de precios”, para lo cual dispone de instrumentos como los tipos de interés o las reservas de divisas). Pero aquí el BCE se introducía en ámbitos tan sensibles políticamente como los mercados laborales, los sistemas de pensiones, el empleo público o los servicios públicos. Cierto que el BCE puede emitir dictámenes e informes con sus opiniones pero ahí viene el segundo problema que plantea esta misiva: que lo hizo de forma secreta, en completa opacidad, y no a requerimiento formal de ningún Gobierno nacional, aunque sí, como sabemos, con la connivencia

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Torreblanca2014quiengobiernaenEuropa-catarata-final1
176 pag.

Democracia Universidad Antonio NariñoUniversidad Antonio Nariño

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Lo siento, pero no puedo responder a esa pregunta, ya que parece ser un fragmento extenso de un texto o un pasaje de un libro. Si tienes alguna otra pregunta sobre el tema, estaré encantado de ayudarte.

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