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<p>1</p><p>Elisabeth Lukas</p><p>2</p><p>Equilibrio y Curación</p><p>a través de la</p><p>logoterapia</p><p>3</p><p>Elisabeth Lukas</p><p>Equilibrio y Curación</p><p>A través de la Logoterapia</p><p>PAIDÓS</p><p>México</p><p>Buenos Aires</p><p>Barcelona</p><p>4</p><p>Título original: Heilungsgeschichten. Wie Logotherapie Menschen hilft Publicado en alemán, en</p><p>2002, por Herder Verlag, Freiburg im Breisgau, Alemania</p><p>Traducción de Héctor Piquer</p><p>Cubierta de Diego Feijóo</p><p>Fotografía de la cubierta de Carmen Vicente</p><p>Primera edición en Barcelona, 2004</p><p>Reimpresión, 2007</p><p>Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright,</p><p>bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por</p><p>cualquier método o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,</p><p>y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.</p><p>© 2002 Verlag Herder Freiburg im Breisgau © 2004 de la traducción, Héctor Piquer D.R. © de</p><p>todas las ediciones en castellano,</p><p>Ediciones Paidós Ibérica, S. A.</p><p>Diagonal 662-664, Barcelona D.R. © de esta edición,</p><p>Editorial Paidós Mexicana, S.A.</p><p>Rubén Darío 118, col. Moderna</p><p>03510, México D.F.</p><p>Tel.: 5579-5922</p><p>Fax: 5590-4361</p><p>epaidos@paidos.com</p><p>ISBN: 978-968-853-559-2 Página web: www.paidos.com</p><p>Impreso en México - Printed in México</p><p>Dedico este libro a mi «padre espiritual»,</p><p>Viktor E. Frankl</p><p>mailto:epaidos@paidos.com</p><p>http://www.paidos.com/</p><p>5</p><p>Contenido</p><p>Logoterapia: Una aproximación introductoria al legado de Viktor E. Frankl</p><p>Hoy es el primer día del resto de mi vida</p><p>El poder de las influencias sugestivas</p><p>Ante tanta interpretación de sueños, escepticismo</p><p>El recuerdo no es como una película fotográfica</p><p>¿Eres finalmente lo que eres?</p><p>De lo que la persona es capaz a pesar de todo</p><p>El difícil camino hacia la integración</p><p>Sobre el dominio del estrés y el ocio</p><p>No sólo para el pan vive el hombre</p><p>Dar un rodeo para encontrarnos</p><p>¿Hay que pensar finalmente en uno mismo?</p><p>Experimentar con la «trampa de la crítica»</p><p>Ampliar la «trampa de la autocrítica»</p><p>La llave que abre la «trampa»</p><p>Donde hay voluntad de sentido, hay un camino</p><p>La vida es como un mosaico</p><p>¿Los hijos no se merecen ningún sacrificio?</p><p>Lo han vuelto a intentar</p><p>El divorcio se ha aplazado</p><p>No ignorar ni sobrevalorar los sentimientos</p><p>Dos familias distintas</p><p>¡A cada miembro de la familia, su función llena de sentido!</p><p>En una orquesta, cada instrumento cuenta</p><p>«Modular» la actitud interior</p><p>Alejarse de las preguntas y acercarse a las respuestas</p><p>No temer la frustración cotidiana</p><p>El suicidio es un «no» a la pregunta del sentido</p><p>Dos factores para una prevención eficaz del estrés</p><p>Motivo de vida y valoración de la situación</p><p>¿Cuándo vuelve en sí la persona?</p><p>¿Qué hacer con los complejos de inferioridad?</p><p>Una receta útil</p><p>La aplicación práctica de esta receta</p><p>Dos clases de riqueza</p><p>La muda de un «patito feo»</p><p>¿Motivo de enfado o de alegría?</p><p>El humor salva abismos</p><p>Autorreflexión y falta de fundamento</p><p>El dibujo de un sueño como medicina</p><p>6</p><p>Poner los detalles en su sitio</p><p>El oculto sentido del sinsentido</p><p>Diálogo con un psicoanalista</p><p>Jerarquía de valores y decisión</p><p>Escuchar la llamada de la trascendencia</p><p>Las cicatrices pueden formar un tejido sólido</p><p>La superación de un trauma</p><p>¿Deseos de venganzas inconscientes?</p><p>Conocimiento en vez de «lamento»</p><p>Profesión: ángel de la guarda</p><p>Formas de terapia de grupo dudosas</p><p>No estar libre de, sino ser libre de</p><p>Elección y responsabilidad</p><p>Rescribir la autobiografía</p><p>Fragmento 1 (extracto del escrito redactado por la paciente antes de iniciar la terapia)</p><p>Fragmento 2 (extracto del escrito redactado por la paciente después de iniciar la terapia)</p><p>Los somníferos al cubo de la basura</p><p>La cuenta de la moribunda</p><p>El cielo sobre las ruinas</p><p>Poder decir «sí» de verdad</p><p>¿Una señal de arriba?</p><p>El enfermo mental y su remedio</p><p>Una advertencia contra los remedios nocivos</p><p>Un resumen de los remedios saludables</p><p>La llave dorada del espíritu humano</p><p>El asombro por un sentido inagotable</p><p>Apéndice: ¿Sólo mutación y selección?</p><p>El concepto de evolución desde la perspectiva Logoterapéutica</p><p>7</p><p>Logoterapia: Una aproximación introductoria al legado de Viktor E. Frankl</p><p>El 2 de septiembre de 1997 falleció en Viena el psiquiatra y neurólogo austríaco Viktor E.</p><p>Frankl a la edad de 92 años. Su muerte tuvo una gran resonancia entre el mundo científico</p><p>internacional. No en vano, Frankl fue uno de los últimos padres fundadores de las distintas</p><p>orientaciones psicoterapéuticas, concretamente de la logoterapia y el análisis existencial, y</p><p>una personalidad mundialmente conocida por su experiencia como superviviente de cuatro</p><p>campos de concentración y por los elevados honores con los que ha sido distinguido, entre los</p><p>que se cuentan veintinueve doctorados honoris causa. Con él finalizaba una era que, en lo</p><p>tocante a las disciplinas de la psicoterapia y la psiquiatría, se caracterizaba más por la</p><p>genialidad, el conocimiento antropológico, la intuición y la erudición que por las técnicas de</p><p>procedimiento, los escenarios artificiales y los controles estadísticos de eficacia. Así, por</p><p>ejemplo, su libro El hombre en busca de sentido, cuya publicación en Estados Unidos se cuenta</p><p>por millones de ejemplares, ayudó a más personas en apuros psicológicos de las que el autor</p><p>pudo tratar durante sus veinticinco años de actividad profesional como jefe del departamento</p><p>de neurología de la Policlínica de Viena. Según una encuesta realizada por el New York Times</p><p>en noviembre de 1991 acerca de cuál era «el libro que más ha cambiado la vida de la gente» y</p><p>en la que participaron miles de lectores, el de Frankl apareció entre las diez obras más</p><p>beneficiosas e influyentes, concretamente, en noveno lugar (la Biblia ocupaba la primera</p><p>posición).</p><p>Para describir brevemente la esencia del pensamiento logoterapéutico, es necesario</p><p>elegir entre las muchas y variadas facetas que lo componen. Una faceta «con denominación de</p><p>origen» es, con toda seguridad, su oposición frente a las interpretaciones reduccionistas y</p><p>limitadoras del ser humano. Ya en su época de joven médico, Frankl se sublevó contra las tesis</p><p>de Sigmund Freud, su temprano mentor, según las cuales la infancia traumática o las pulsiones</p><p>reprimidas guiarían a la persona durante toda su vida. Igualmente, también hizo objeciones a</p><p>las tesis de Alfred Adler, según las cuales el motor más potente de los actos humanos debía</p><p>verse en el empeño por compensar los sentimientos de inferioridad arraigados en la persona.</p><p>Tras su separación de Adler, Frankl desarrolló una antropología propia cuya declaración</p><p>principal rezaba: la persona se caracteriza por una dimensión existencial (es decir,</p><p>específicamente humana) que le diferencia del resto de seres vivos y a la que no se pueden</p><p>trasladar los diagnósticos del ámbito biopsíquico. Frankl la llamó dimensión «noética» (del</p><p>griego nóus: «espíritu», «inteligencia»). A partir de entonces, sus investigaciones se centraron</p><p>en cómo fertilizar esta dimensión noética para aliviar y superar los trastornos mentales.</p><p>Pronto se demostraría que el mero acercamiento de los conceptos antropológicos de</p><p>Frankl a los pacientes tenía ya un efecto curativo. Los seres humanos vivimos en imágenes que</p><p>nos construimos de nosotros mismos, de nuestros congéneres, del mundo y, dado el caso, de</p><p>Dios (lo cual no significa que tras esas construcciones no haya ninguna situación real). Si</p><p>nuestras imágenes se llenan con esperanzas negativas, desvalorizaciones y deformaciones, nos</p><p>8</p><p>encontramos mal. No nos gustamos ni nos gustan los demás, tememos a «Dios y al mundo» y</p><p>percibimos la vida como una carga constante. Si, por el contrario, las imágenes fueran</p><p>optimistas y positivas ante la existencia, nos alegraríamos más a menudo y nos resultaría más</p><p>sencillo superar las preocupaciones cotidianas.</p><p>Frankl bosquejó en sus conferencias</p><p>su sitio. El estudio se prolongó durante seis días. Los observadores también anotaban la</p><p>frecuencia con que los profesores pedían a los niños que se sentaran o que volvieran a su sitio.</p><p>Durante estos primeros seis días, se registraron tres niños alejados de su silla cada diez</p><p>segundos, mientras que los profesores dijeron «sentaos» unas siete veces durante los veinte</p><p>minutos de observación.</p><p>Entonces ocurrió algo sorprendente. Se pidió a los profesores que dijeran «sentaos» a</p><p>los niños con más frecuencia. Durante los doce días siguientes, los maestros dijeron 27,5</p><p>veces «sentaos» en cada intervalo de veinte minutos, y hubo más niños levantados (una media</p><p>de 4,5 cada diez segundos). Hicimos otra prueba. Durante los ocho días siguientes, los</p><p>profesores volvieron a decir sólo 7 veces «sentaos» en los veinte minutos. La cantidad de</p><p>alumnos que abandonaron su silla volvió a la media de tres cada diez segundos. Entonces,</p><p>volvimos a pedir a los profesores que dijeran «sentaos» más a menudo (28 veces en veinte</p><p>minutos). Los niños volvieron a levantarse otra vez con más frecuencia, 4 veces cada diez</p><p>segundos.</p><p>Finalmente, pedimos a los profesores que se abstuvieran completamente de decir</p><p>«sentaos» y, en su lugar, elogiaran el hecho de trabajar y de quedarse sentado. Lo hicieron</p><p>bien, y menos de dos niños se levantaron cada diez segundos (la cifra más baja de todas las</p><p>observaciones).</p><p>Lo que quedó comprobado en este experimento fue la llamada «trampa de la crítica», es</p><p>decir, que, en la mayoría de casos, lo que hace la crítica reforzada es provocar realmente la</p><p>conducta que se critica. Y como la conducta perturbadora que se critica se ve reforzada,</p><p>entonces se critica más todavía, y esta crítica vuelve a reforzar la conducta, a no ser que se</p><p>reduzca la crítica a pesar de la conducta perturbadora repetida y se dirija la atención hacia lo</p><p>positivo, lo cual, en la vida real, fuera de un marco experimental, no resulta fácil. A ello se</p><p>añade el agravante de que la crítica obtiene a menudo un éxito a corto plazo que hace olvidar</p><p>el mecanismo fundamental de la trampa. Así, el «sentaos» de los profesores en el día a día</p><p>escolar antes citado hace que los niños se sienten momentáneamente aunque después se</p><p>5 Extraído de Wesley C. Becker, Spiegelregeln für Eltern und Erzieher, col. «Leben lernen», n° 9, Munich, J. Pfeiffer, 1977.</p><p>29</p><p>vuelven a levantar con una frecuencia todavía mayor, y aquel sentarse momentáneo puede</p><p>crear la ilusión de que la crítica era correcta y oportuna. Sin embargo, su efecto final es el</p><p>contrario, porque obliga a los profesores a fijarse en lo negativo y no en lo positivo, y porque</p><p>aquello en lo que nos fijamos mentalmente siempre experimenta un refuerzo. Veamos cuánto</p><p>se puede reforzar lo negativo si sólo nos fijamos en él:</p><p>En un experimento, transformamos una clase «buena» en una clase «mala» por unas</p><p>semanas. Sugerimos al profesor que no elogiara más a sus alumnos. Cuando dejó de elogiarlos,</p><p>la conducta perturbadora no deseada aumentó de un 8,7% a un 25,5%. El profesor reprobó el</p><p>mal comportamiento y se abstuvo de elogiar la conducta de los niños que estaban haciendo sus</p><p>deberes.</p><p>Cuando pedimos al profesor que, en lugar de 5 veces en veinte minutos, reprobara a sus</p><p>alumnos 16 veces en veinte minutos, la conducta perturbadora aumentó todavía más. Subió</p><p>hasta una media de 31,2% y se mantuvo durante unos días por encima del 50%. La mala</p><p>conducta aún se acentuó más por la atención que se le prestaba a la misma. Cuando los niños</p><p>volvieron a ser elogiados, retornó la predisposición al trabajo.</p><p>El experimento muestra cómo una conducta perturbadora no deseada de un grupo de</p><p>niños puede aumentar, en pocas semanas, de un 8,7% a la alarmante cifra de 50%. ¡Y sólo con</p><p>la atención que se presta a esta conducta!</p><p>Ampliar la «trampa de la autocrítica»</p><p>Examinemos ahora una ampliación de la «trampa de la crítica» que, en no pocas ocasiones,</p><p>hace perder la paciencia a adultos con un trastorno mental. Esta «trampa» fue investigada por</p><p>Viktor E. Frankl y es una combinación de tres factores: egocentrismo, negatividad e</p><p>hiperreflexión. Veamos qué significa esto.</p><p>El egocentrismo no es lo mismo que el egoísmo, aunque existen ciertos paralelismos entre</p><p>ambos. Egocentrismo no significa necesariamente que se pretenda conseguir una ventaja</p><p>personal, incluso a costa de los demás. Se trata, simplemente, de una atención excesiva hacia</p><p>el propio yo, frente a la cual todo lo que hay alrededor se desvanece vagamente; significa una</p><p>ocupación excesiva con uno mismo.</p><p>La negatividad tampoco es lo mismo que el pesimismo, aunque también se puedan</p><p>reconocer paralelismos. Sin embargo, así como la actitud pesimista dibuja el futuro con los</p><p>colores más oscuros, lo que hace la negatividad es atenuar el colorido de todas las imágenes y</p><p>momentos. La negatividad siempre hace ver lo malo, «el pelo en la sopa», y, de este modo, crea</p><p>una visión del mundo en la que todo parece exageradamente negativo, pernicioso y triste.</p><p>La hiperreflexión se puede definir como una cavilación compulsiva y perjudicial alrededor</p><p>30</p><p>de una única cosa. Es como quedarse «encallado» en algo que atrapa al afectado y ya no lo deja</p><p>en paz. Es prácticamente una sobrevaloración de un hecho individual de la vida que es izado al</p><p>primer plano del pensamiento, dejando que los otros contenidos vitales se sumerjan en un</p><p>segundo plano.</p><p>El denominador común de los tres fenómenos es obvio. Limitan, cada uno a su manera, la</p><p>percepción espiritual del individuo y lo centran en sí mismo, en lo negativo que le rodea y en un</p><p>detalle que absorbe toda su atención. Combinados, los tres centran a la persona en una notoria</p><p>insatisfacción con un determinado asunto desagradable de su vida en torno al cual giran todos</p><p>los pensamientos y aspiraciones, como una aguja pegada a un surco de un viejo disco rayado,</p><p>repitiendo eternamente unos cuantos acordes desentonados.</p><p>Una vez tuve un paciente cuyo problema principal era el mal empleo que hacía de su</p><p>tiempo. En vez de llevar a cabo, desde el placer o la razón, lo que correspondía a cada</p><p>momento, el hombre siempre se ponía a pensar largo y tendido sobre lo que iba a hacer o sobre</p><p>lo que debería haber hecho hacía tiempo. Esto le llevaba a mostrarse completamente incapaz</p><p>de realizar cualquier cosa. Malgastaba la mayor parte del tiempo en cavilaciones estériles y</p><p>cuando, al final, comprobaba una vez más que no había adelantado nada, incurría en violentos</p><p>reproches hacia su persona, los cuales, de nuevo, le volvían a costar tiempo y fuerzas y le</p><p>impedían actuar con sentido. De vez en cuando, tenía «momentos lúcidos» en los que tomaba la</p><p>decisión de poner definitivamente orden en el caos de sus asuntos, pero esos momentos sólo</p><p>daban resultados a corto plazo, como sucede con los niños del experimento citado con</p><p>anterioridad, que sólo se sientan provisionalmente tras los reiterados requerimientos de sus</p><p>profesores. A largo plazo, el hombre reaccionaba siempre con una nueva indecisión pasiva,</p><p>porque, debido a su permanente autocrítica, se calificaba a sí mismo de «incapaz de emplear</p><p>su tiempo» y consideraba sus esfuerzos inútiles por adelantado. La autocrítica debilitaba su</p><p>resistencia a la debilidad criticada.</p><p>Sin embargo, aparte de los problemas, en la vida de este hombre también había parcelas</p><p>sanas e intactas desde las que poder generar esperanza. Una era un oficio que le gustaba y en</p><p>el que su labilidad no le suponía ningún obstáculo, porque tenía un ritmo de trabajo impuesto</p><p>con exactitud. La otra era una esposa que le apoyaba generosamente. Su problema sólo se</p><p>volvió peligroso cuando, un día, dejó de hallar sostén en las parcelas intactas de su vida,</p><p>porque las dos desaparecieron casualmente una temporada. El matrimonio estaba de</p><p>vacaciones en un balneario y la mujer se fue a casa con motivo de una celebración</p><p>familiar. Por</p><p>tanto, el hombre no tenía nada especial que hacer y se quedó a solas con su incapacidad para</p><p>estructurar el tiempo libre. A los pocos días dejó de levantarse pronto, no aprovechaba el sol</p><p>que se introducía cordialmente por la ventana ni las exquisitas ofertas curativas del lugar, y no</p><p>podía pensar en otra cosa que no fuera su indecisión con respecto a cualquier iniciativa que se</p><p>le exigiera. Su desesperación aumentó hasta tal punto que el médico del balneario lo mandó a</p><p>mi consulta.</p><p>31</p><p>La llave que abre la «trampa»</p><p>La logoterapia de Viktor E. Frankl dispone de una «llave especial» llamada desreflexión</p><p>para abrir la «trampa» aquí descrita.</p><p>Retomemos brevemente el experimento de la psicología conductista con la clase de</p><p>escolares para explicar el funcionamiento de la desreflexión. Hemos llegado a la conclusión de</p><p>que el elogio es mejor que el castigo, como reza una de las máximas de la terapia conductista.</p><p>En su arte de la observación, la logoterapia va un paso más allá y pregunta por los motivos</p><p>humanos originales, por la voluntad de sentido. ¿Cuándo le parece a un profesor que es</p><p>razonable censurar o castigar? Suponemos que cuando percibe un comportamiento negativo de</p><p>los alumnos. ¿Y cuándo le parece que es razonable elogiar y apreciar? Suponemos que cuando</p><p>percibe un comportamiento positivo de los alumnos. Por tanto, si los alumnos de comportan</p><p>alternativamente de forma favorable o desfavorable, como corresponde a la realidad, la</p><p>inclinación del profesor a elogiar o castigar dependerá esencialmente de su inclinación a</p><p>percibir lo positivo o lo negativo. Aquello a lo que él preste principalmente su atención será lo</p><p>que desencadene su reacción. Dicho de otro modo: la elección que el maestro hace a la vista de</p><p>la impresión general de la clase decide sobre la elección que él hace en su propia conducta. Un</p><p>profesor que se fija preferentemente en el buen comportamiento de sus alumnos y pasa por</p><p>alto el malo, hallará, naturalmente, más motivo para el elogio que un profesor que no pierde de</p><p>vista (y guarda en su mente) ante todo la conducta mala de sus escolares.</p><p>Por consiguiente, nuestra percepción espiritual es una «sonda para el bien y el mal» que</p><p>decide cuál de las dos cosas nos importa definitivamente, es decir, determina la calidad de los</p><p>impulsos que llegan a nuestra más íntima capacidad de pensar, sentir y comprender, que</p><p>estimulan nuestro obrar y que seleccionan nuestro caminar. Quien, con sus «ojos espirituales»,</p><p>«mira» más lo agradable, tiene motivos para estar alegre; quien sólo «mira» lo deplorable,</p><p>tiene motivos para estar triste.</p><p>Al final de la descripción del experimento aparece una frase muy instructiva: «Cuando los</p><p>niños volvieron a recibir elogios, retornó también su disposición al trabajo». Volver a elogiar no</p><p>resulta difícil en un ensayo: se castiga o se premia según lo indique el director del</p><p>experimento. Sin embargo, ¿qué sucede en la realidad? Supongamos que una clase está</p><p>realmente «viciada» y los alumnos registran una conducta perturbadora media del 31,2% que,</p><p>en determinados días, llega a superar el 50%. ¿Cómo puede el profesor «volver a elogiar» a sus</p><p>alumnos? Ningún maestro se alegra de tener a una cuadrilla de niños desobedientes y</p><p>alborotados que se levantan constantemente de su sitio. Con toda probabilidad, el profesor se</p><p>enfadará con vehemencia. ¿Y tiene entonces que ponerse a elogiar de repente? Exactamente</p><p>esto es lo que les sucede a los pacientes cautivos en la «trampa de la autocrítica». Tienen</p><p>enormes problemas con ellos mismos y, a pesar de ello, deben abandonar su egocentrismo y su</p><p>negatividad y ocupar sus pensamientos con algo completamente distinto; con cualquier cosa</p><p>32</p><p>menos lo negativo que les afecta a ellos mismos. Pero ¿pueden hacerlo?</p><p>Sí pueden. Los profesores también pueden elogiar a los alumnos malos... cuando lo</p><p>merezcan. Los egocéntricos también pueden percibir afectuosamente al prójimo, los</p><p>pesimistas también pueden desarrollar optimismo... pero deben corregir un poco la percepción</p><p>espiritual. La «sonda para el bien y el mal» debe reorientarse del bien hacia el mal, hacer</p><p>olvidar lo negativo y acentuar lo positivo. Debe contraponer a la parcialidad anterior una</p><p>parcialidad opuesta conscientemente perseguida que genere un equilibrio sano: esto es la</p><p>desreflexión.</p><p>Por ello, mi irresoluto paciente necesitaba una tarea a la que poder entregarse por</p><p>completo durante el tiempo libre (a pesar de su problema de empleo del tiempo). Una actividad</p><p>que se impusiera sobre sus pensamientos, abriera su corazón y le hiciera levantarse de la cama</p><p>de un salto con la esperanza puesta en su realización. Y también un profesor que debe enseñar</p><p>a leer a los alumnos que empiezan necesita una tarea más allá de la actividad cotidiana, una</p><p>obra en cuya evolución él pueda medir sus fuerzas, y si los alumnos son traviesos, con más</p><p>razón todavía. Una tarea dotada de un profundo sentido reúne en sí misma todos los criterios</p><p>que impiden el egocentrismo, la negatividad y la hiperreflexión, y conduce más allá del yo,</p><p>porque siempre incluye una parte del mundo exterior a la que hay que dar forma. Esta tarea se</p><p>experimenta en todo momento como positiva, porque, si no fuera así, tampoco tendría sentido,</p><p>y requiere toda la concentración de quien se dedica a ella, lo cual impide cualquier</p><p>hiperreflexión en torno a un pequeño problema marginal. Por ello, en el proceso curativo de la</p><p>desreflexión tan sólo se necesita descubrir una tarea llena de sentido y dedicarse a ella con</p><p>entrega intensa. Acto seguido, el cerrojo de la «trampa de la autocrítica» se abrirá y volverá a</p><p>liberar al alma preocupada.</p><p>Donde hay voluntad de sentido, hay un camino</p><p>Una tarea se considera llena de sentido en función de las circunstancias existentes en</p><p>cada caso. Un profesor podría, por ejemplo, fijarse el objetivo de detectar y estimular los</p><p>principales rasgos de aptitud y talento de los niños que tiene a su cargo. Esto significa que él,</p><p>aparte de las materias del plan de estudios que debe impartir, incluiría en la clase estímulos</p><p>que se ajustaran a las aptitudes de sus alumnos, por ejemplo, en el terreno musical, social o</p><p>deportivo. Gracias a estos estímulos, que inclinarían la balanza hacia la buena disposición de los</p><p>niños, el profesor no sólo hiperreflexionaría menos acerca del alboroto en la clase, sino que</p><p>ésta también ganaría en tranquilidad, dado que las pequeñas ofertas alternativas a las</p><p>materias de estudio despertarían el interés de los alumnos.</p><p>De un modo similar, mi paciente antes citado aprendió a olvidar el disgusto por su empleo</p><p>del tiempo cuando le animé a abordar una afición largamente deseada y que había ido</p><p>aplazando de un año a otro. Ya de niño había soñado con construir aviones teledirigidos y</p><p>hacerlos volar en amplios círculos a su alrededor y, como desde entonces las posibilidades</p><p>33</p><p>técnicas en este terreno se habían desarrollado asombrosamente, era el mejor momento para</p><p>pasar a hacer realidad su sueño. En lugar de recetarle tranquilizantes, le encargué que fuera a</p><p>una tienda especializada y se informase en profundidad sobre equipos electrónicos para</p><p>aviones teledirigidos. Tenía tiempo hasta el día siguiente para discurrir un plan de costes</p><p>aproximado para una primera maqueta. Días después, sometió su plan a mi consideración por</p><p>teléfono y le mandé que comprara las piezas y se pusiera manos a la obra de inmediato (sin</p><p>preocuparse por el tiempo que dedicaría al día). Una semana después, su mujer, con la que yo</p><p>también estaba en contacto, me contó que nunca había visto a su marido tan «intemporalmente</p><p>ocupado» como cuando ella volvió al balneario. El avión estaba construido, y a pesar de que, en</p><p>el vuelo inaugural, el aparato aterrizó ligeramente deteriorado sobre un huerto, cumplió a la</p><p>perfección su sentido: abrir de par en par la «trampa de la autocrítica» de su constructor.</p><p>Cuando,</p><p>al mes siguiente, volví a hablar con el hombre, quien, entretanto, ya se había</p><p>incorporado a su puesto de trabajo, me reveló que aunque a veces todavía le acechaba la idea</p><p>de que no podía emprender ninguna cosa buena en su tiempo libre, se dirigía entonces hacia su</p><p>ya tercer avión y le acariciaba suavemente las alas. Al hacerlo, le invadía el sentimiento de</p><p>felicidad infantil de que era completamente capaz de crear algo lleno de sentido en su tiempo</p><p>libre y no era en absoluto el fracasado inútil que había creído ser durante tanto tiempo.</p><p>El destino es menos poderoso de lo que pensamos, siempre que podamos mantener un</p><p>equilibrio desreflexivo positivo frente a circunstancias dolorosas. Los aspectos negativos</p><p>interiores, como la debilidad de la inconstancia, o exteriores, como una pandilla de niños</p><p>desobedientes, pueden compensarse mediante aspectos positivos que podemos «pesquisar»</p><p>con la ayuda de nuestra percepción espiritual y hacer realidad con la ayuda de nuestras</p><p>energías espirituales. «Donde hay voluntad de sentido, hay también un camino.» No existe</p><p>prácticamente nada de lo que nuestra «sonda para el bien y el mal» no pueda filtrar algo</p><p>bueno, y tan pronto como aparezca algo así, podremos interrumpir la crítica, el lamento o la</p><p>hiperreflexión y dedicarnos a tareas vitales que nos proporcionen la verdadera libertad más</p><p>allá del destino y la casualidad: ésta es la libertad del espíritu.</p><p>La vida es como un mosaico</p><p>Una bella metáfora compara la vida humana con un mosaico formado por infinidad de</p><p>teselas de los más variados colores. Las hay grandes y pequeñas, fulgurantemente claras,</p><p>cristalinas, que simbolizan los puntos luminosos de la vida, y las hay terriblemente sombrías,</p><p>negras, que representan la desgracia y el dolor. Al final de nuestras vidas, el mosaico compone</p><p>un cuadro acabado, con determinadas formas y colores, que nuestra existencia inconfundible</p><p>refleja en la sencillez y unicidad de su forma. El cuadro de cada persona es distinto y, a su</p><p>manera, irrepetible.</p><p>Algunas teselas, tanto claras como oscuras, son, por así decirlo, «lanzadas al mosaico»</p><p>por el destino y se quedan enganchadas en el fondo pegajoso sin que podamos cambiar su</p><p>34</p><p>posición. Son las condiciones que se escapan de nuestras manos: la herencia que no se puede</p><p>elegir, la casa de los padres o la época y la cultura en la que nacemos. De vez en cuando, una</p><p>tesela oscura «se desploma a nuestros pies»; sucede algo espantoso, incomprensible, y no es</p><p>posible defenderse. De la misma manera, también caen teselas claras en el mosaico,</p><p>casualidades benditas que ocurren sin nuestra intervención, pero que, naturalmente, dejamos</p><p>gustosos que ocurran.</p><p>Sin embargo, entre estas piezas fortuitas quedan espacios libres, lagunas de mayor o</p><p>menor tamaño donde todavía no hay ninguna tesela. Son lugares que se pueden llenar de</p><p>decisiones y aportaciones personales que tomamos y realizamos voluntariamente. Es decir,</p><p>aparte del mosaico, hay por todas partes piedrecillas sueltas de las que podemos disponer</p><p>libremente; teselas claras, oscuras o de colores que simbolizan las múltiples posibilidades que</p><p>se nos presentan en casi todas las situaciones. Éstas las podemos colocar en el cuadro con</p><p>nuestro propio esfuerzo como mejor nos parezca para dar forma al mosaico definitivo. Al</p><p>hacerlo, puede ocurrir lo siguiente:</p><p>1.- Que el individuo vea únicamente el mosaico propio sin acabar, con sus piedrecillas</p><p>enganchadas, pero no mire hacia fuera, donde hay repartidas por el suelo teselas</p><p>sueltas y desaprovechadas, es decir, posibilidades de hacer realidad valores y</p><p>sentidos. Esta persona se encuentra bloqueada en la esencia de su propio yo, sin</p><p>tratar de imaginar ninguna posibilidad alternativa: egocentrismo.</p><p>2.- Que el individuo vea exclusivamente las piedras oscuras, tanto en el mosaico como</p><p>fuera de él. Esta persona es «ciega» para las tonalidades claras y, por ello, en el</p><p>cuadro de su vida sólo pone teselas oscuras: negatividad.</p><p>3.- Que el individuo tenga únicamente una piedra negra ante sus ojos que contemple como</p><p>si estuviera hechizado, sin apartar la vista de ella. Cuanto más la mira, más se</p><p>desespera: hiperreflexión.</p><p>¿Cómo interviene aquí la logoterapia? Ninguna explicación científica expresa con tanta</p><p>precisión su procedimiento típico como la siguiente descripción metafórica utilizada en</p><p>logoterapia:</p><p>El orientador logoterapéutico lleva cautelosamente la mano de una persona sobre su</p><p>mosaico y palpan juntos los lugares donde hay «huecos», o sea, allí donde, entre las teselas</p><p>pegadas, hay áreas abiertas a la libre elección del afectado. Es decir, antes de proporcionar</p><p>una curación psicológica, primero sigue el rastro de los espacios libres de una vida y, al mismo</p><p>tiempo, de la responsabilidad de llenarlos con contenidos adecuados, para lo cual, en</p><p>determinadas circunstancias, deberá lograr separar al paciente del fatalismo (determinista).</p><p>Durante la fase de «palpación», el terapeuta llama continuamente la atención sobre las piedras</p><p>resplandecientes que recorren el mosaico para que penetren profundamente en la conciencia</p><p>35</p><p>del paciente y no sean obviadas.</p><p>En el siguiente paso, el terapeuta toma al paciente de la mano y lo conduce fuera del</p><p>mosaico, en las distintas direcciones de su entorno, donde le enseña a buscar piedras que</p><p>puedan encajar en su mosaico. El terapeuta se entrega con el paciente a la búsqueda de</p><p>sentido para averiguar juntos las posibilidades dignas de ser hechas realidad y que descansan</p><p>ocultas en cada situación. También aquí, el terapeuta señala sobre todo las teselas de color</p><p>claro que, a veces escondidas en la sombra, tanto cuesta percibir.</p><p>Si, entonces, el paciente ha reconocido los espacios libres interiores que posee sin</p><p>haberlo sabido o haberse dado cuenta hasta el momento, y ha encontrado contenidos externos</p><p>que serían adecuados para completar con sentido esos espacios libres, es decir, si el paciente</p><p>está en vías de dar forma a su mosaico de manera activa y conforme a su conciencia, el logo-</p><p>terapeuta culminará su labor ofreciendo a su protegido una última «medicina» antes de que</p><p>éste se emancipe. Se trata de la aceptación de las piedras oscuras e inamovibles.</p><p>Por ejemplo, para hacer brillar una silueta clara y radiante en un cuadro (como los rostros</p><p>de las pinturas de Antón Van Dick, por ejemplo) se necesita algún fondo oscuro; una tesela</p><p>blanca nunca resaltará al lado de desaliñados tonos grises. De la misma manera, el mosaico de</p><p>nuestra vida también necesita del contraste para hacer madurar de verdad lo que dormita en</p><p>nosotros; necesita del desafío del destino para desplegar todo el potencial de nuestras</p><p>fuerzas espirituales. Las obras humanas más sorprendentes y los actos heroicos más</p><p>asombrosos nunca habrían tenido lugar si no hubieran nacido de un sufrimiento inalterable, y al</p><p>hablar de héroes no nos referimos a los vencedores de batallas históricas, sino al minusválido</p><p>que domina su vida desde una silla de ruedas o a la viejecita que, con una tierna sonrisa en los</p><p>labios, pasa sus últimos días cojeando. Si nuestros pacientes quieren seguir dando forma al</p><p>mosaico de sus vidas, deben saber que no sólo tienen la elección de colocar ellos mismos</p><p>teselas blancas en el cuadro, sino que también tienen la oportunidad de incluirlas precisamente</p><p>junto a piedras del destino oscuras para que, a través del contraste creado, hagan su efecto</p><p>completo. ¿Qué otra piedra brilla más que las demás que una tesela blanca en medio de un</p><p>grupo de negras?</p><p>La logoterapia se orienta hacia los momentos luminosos de la vida, pero también vislumbra</p><p>el sentido de los oscuros.</p><p>¿Los hijos no se merecen ningún sacrificio?</p><p>En la práctica, el adolescente que se hace adulto debe reconocer en algún momento que</p><p>no sólo es su bienestar lo que cuenta, tal como sucedía en su infancia —por lo que necesitaba</p><p>también el cuidado familiar—, sino que se le exige, cada</p><p>vez más, introducirse creativamente</p><p>en el mundo. La elección de una profesión, por ejemplo, es un estadio intermedio que va de las</p><p>consideraciones, originalmente relacionadas con el yo, acerca de hacer algo a gusto o a</p><p>36</p><p>disgusto, al sentido razonable del deber que requiere un compromiso personal, ya sea más o</p><p>menos desagradable. De la misma manera, la actitud interior «por amor a algo» debe</p><p>aprenderse igual que la relación interpersonal «por amor a una persona» (en lo profesional o en</p><p>lo privado). El paso del griterío infantil por satisfacer una necesidad a la comprensión adulta</p><p>de los campos de acción importantes y necesarios en la vida, en cuya aplicación hay que aplazar</p><p>a veces las necesidades propias, es el proceso de maduración por antonomasia; sólo quien ha</p><p>dado este paso por sí mismo se ha convertido en una persona adulta.</p><p>Esto es aplicable en particular cuando intervienen los propios hijos. No deja de ser</p><p>curioso que, en el mismo siglo en el que la psicología demostró —a veces incluso exagerando—</p><p>que había que dedicar el máximo cuidado pedagógico a los hijos durante los primeros y</p><p>sensibles años de vida para evitar desviaciones neuróticas, que en ese mismo siglo, la</p><p>emancipación del individuo moderno, y especialmente de la mujer, hiciera su entrada triunfal</p><p>con la desconcertante consecuencia de que, actualmente, en nuestra sociedad, la mitad de las</p><p>parejas se separan, la mayoría de las madres trabajan fuera de casa y cada vez menos niños</p><p>experimentan defacto en una comunidad familiar acogedora el «nido» afectivo pregonado con</p><p>tanta vehemencia por la psicología.</p><p>En este contexto, suele haber gente disconforme que encuentra inadmisible, y hasta</p><p>ridículo, mantener solamente por los hijos un matrimonio deshecho. Sin embargo, ¿de verdad</p><p>cree esta gente que los hijos no se merecen que se haga un sacrificio por ellos? Lo deseable</p><p>sería, desde luego, que a las parejas les unieran más cosas que el respectivo interés por el</p><p>hijo. Sin embargo, se puede afirmar con todo derecho que la responsabilidad compartida de la</p><p>educación es motivo suficiente para unir a los padres en la obligación de hacer de su vida en</p><p>común lo mejor que esté en sus manos. La lógica de que un hogar roto es más humano que las</p><p>interminables discusiones domésticas es, ciertamente, un razonamiento difícil de rebatir, pero</p><p>tras él se esconde que la única alternativa a la disputa sería la separación de los padres, cosa</p><p>que, normalmente, no es cierta. En la mayoría de casos, las alternativas sensatas a las peleas</p><p>domésticas constantes serían, entre muchas otras, el aumento de la voluntad de paz, del</p><p>ejercicio del arte de la búsqueda de compromiso, el respeto y la objetividad en las disputas de</p><p>cualquier índole.</p><p>En general, los hijos resisten mucho más de lo que, según las tesis de la psicología</p><p>profunda, «tienen permitido». Soportan bastante bien el hecho de compartir a la madre con el</p><p>padre sin desarrollar complejos edípicos y, aún con ocasionales dolores de barriga o</p><p>rechinamiento de dientes, aprenden a compartir a sus progenitores con los hermanos sin</p><p>acabar cayendo en incesantes histerias de celos. Los hijos dejan de hacérselo en los</p><p>pantalones sin tener que producir fantasías anales de por vida y sobrellevan los castigos</p><p>paternos sin que tales represalias del entorno los dobleguen. Incluso la renuncia a los</p><p>juguetes, la colaboración en las tareas domésticas, el estrés escolar y las peleas con otros</p><p>niños dejan menos heridas psicológicas de lo que se piensa y robustecen la capacidad infantil</p><p>37</p><p>de mostrarse seguros ante determinadas pruebas.</p><p>Los niños aguantan mucho, pero necesitan un padre y una madre. El amor y la estabilidad</p><p>de los padres es la columna vertebral de los hijos y, mientras ésta permanezca intacta, harán</p><p>frente a casi cualquier tormenta que el destino les depare. Pero cuando el padre y la madre</p><p>rompen cruelmente, empieza la aflicción de los hijos, una aflicción mucho peor que el dolor y el</p><p>hambre.</p><p>Lo han vuelto a intentar</p><p>Una vez me presentaron a un adolescente de 16 años que había intentado ahorcarse y que</p><p>pudo ser rescatado a duras penas. El suceso estuvo precedido por las dramáticas disputas</p><p>matrimoniales de sus padres, durante las cuales la madre había tomado la decisión de</p><p>abandonar a la familia. El chico quería a ambos y no pudo soportar que la madre se fuera de</p><p>casa. Los médicos del hospital en el que ingresaron al joven me pidieron que interviniera para</p><p>realizar una terapia familiar destinada a impedir que el incidente se repitiera. Sin embargo,</p><p>los padres rechazaron cualquier tipo de actividad conjunta, incluidas las conversaciones en</p><p>grupo con un terapeuta; así de enfrentadas estaban las partes.</p><p>Finalmente, mediante la conversación individual, conseguí acceder a la mujer y le aconsejé</p><p>con insistencia que se quedara en casa por lo menos algunos años más y que llegara a un</p><p>acuerdo para cohabitar con su marido. Tenía que esforzarse honestamente para conseguir un</p><p>clima familiar armonioso hasta que su hijo fuera mayor y estuviera más centrado. La mujer</p><p>comprendió mi llamada a su sentimiento de responsabilidad y se preparó mentalmente para</p><p>pasar los tres años siguientes junto a su marido, sustituyendo las provocaciones por una</p><p>cortesía serena para, después, exenta de sus obligaciones maternas, ser libre de reordenar su</p><p>vida como quisiera.</p><p>Cuatro años más tarde, cuando el chico ya había alcanzado la mayoría de edad, la mujer</p><p>me llamó con motivo de un examen de aptitud profesional de su hijo. Le pregunté cómo llevaba</p><p>su intención de separarse de la familia. «Bueno, ¿sabe? —respondió—, mi marido y yo lo hemos</p><p>vuelto a intentar y ya no queremos separarnos a nuestra edad. Al contrario, parece que nos</p><p>necesitamos cada vez más y eso nos hace estar en cierto modo agradecidos por la presencia</p><p>del otro...» Por tanto, la crisis matrimonial estaba superada a pesar de que en el apogeo del</p><p>conflicto no parecía haber posibilidades de solución reales. Efectivamente, si el hijo, con su</p><p>acto de desesperación, no hubiera dado ninguna señal de alarma, la separación planeada de los</p><p>padres se habría consumado, y quién sabe si después no se habrían arrepentido.</p><p>Un matrimonio se puede conservar de forma absolutamente voluntaria y consciente —</p><p>consciente de la responsabilidad— por los hijos, y ésta no es ni siquiera la peor de las</p><p>motivaciones. Sin embargo, contiene un motivo que va más allá de la indiferencia y la vanidad.</p><p>Muchas veces, el odio es una forma de amor que, aunque desgraciada y frustrada, se deja</p><p>38</p><p>transformar porque todavía existen sentimientos e intereses hacia la otra persona. El polo</p><p>opuesto del amor no es el odio, sino la indiferencia, y la indiferencia es más difícil de cambiar</p><p>que el odio. Pero incluso cuando dos cónyuges se han vuelto indiferentes el uno con el otro y,</p><p>pese a ello, ambos reconocen una base compartida en el amor a los hijos, merece la pena por</p><p>éstos conservar la vida en común (no sólo por la economía familiar o el reparto de tareas) y</p><p>evitarse a sí mismos y a los hijos las fatigas y las consecuencias de un proceso de separación.</p><p>Como mínimo, esto proporciona a los hijos una casa con padre y madre. Puede ser que, en tal</p><p>caso, los padres no transmitan un modelo óptimo de comunicación interpersonal, pero siguen</p><p>estando presentes.</p><p>Según una estadística de los centros de orientación educativa de Alemania del año 1983,</p><p>dos terceras partes de los niños inscritos por trastornos psicológicos no vivían con sus padres</p><p>biológicos y más de la mitad no veía a la madre durante el día. Y surgió la pregunta: ¿a quién se</p><p>podía orientar en cuestiones educativas? Desgraciadamente, tampoco está dicho que en el</p><p>nuevo siglo las cifras sean más halagüeñas para las familias.</p><p>Los engranajes del hombre moderno se «calientan» muy fácilmente</p><p>porque les falta el aceite del amor.</p><p>CHRISTIAN MORGENSTERN</p><p>El divorcio se ha aplazado</p><p>Una madre trajo a su hijo de cinco años rogándonos que lo admitiéramos en una terapia</p><p>de juego. La mujer había leído que esta clase de terapia fomentaba el desarrollo de la</p><p>personalidad del niño y le ayudaba a superar las crisis en su crecimiento. Le pregunté qué</p><p>crisis sospechaba que su hijo pudiera tener, porque a mí me parecía un jovencito de lo más</p><p>despierto y normal. Entonces, la madre me explicó que ella y su marido no vivían juntos y que</p><p>éste, con quien mantenía profundas y frecuentes desavenencias y se quedaba al hijo cada dos</p><p>fines de semana, metía cizaña contra ella. La madre reconoció que también prevenía a menudo</p><p>al niño en contra de su padre y que le explicaba sin tapujos todo tipo de cosas odiosas sobre</p><p>aquel «mal hombre». Tras los fines de semana con el padre, el niño se orinaba en la cama y</p><p>rompía los juguetes en la guardería, a raíz de lo cual la profesora, preocupada, había</p><p>informado sobre su estado.</p><p>Existen incontables tragedias familiares de este tipo. Los hijos se entregan indefensos a</p><p>los despropósitos de los padres y respiran como nadie en el mundo un modelo de cinismo e</p><p>intransigencia entre las personas más próximas. Entonces, los hijos deben someterse a</p><p>tratamiento porque sus «progenitores biológicos» ya no se soportan.</p><p>A esta madre le expuse que consideraba absurdo incluir a su hijo en una terapia de juego</p><p>una vez a la semana, por espacio de una a dos horas, para reforzar la confianza en sí mismo</p><p>39</p><p>mientras, al mismo tiempo, su confianza innata en la vida se veía socavada, quizá de cinco a</p><p>diez veces a la semana, por los masivos ataques y desprecios mutuos entre las personas con las</p><p>que mantenía una relación más íntima. No era el niño quien necesitaba consejo facultativo, sino</p><p>ella y su marido, por lo cual le pedí que hiciera de tripas corazón y vinieran los dos juntos a la</p><p>siguiente visita.</p><p>Cuando los tuve sentados frente a mí, era como si soplara un viento helado por la puerta;</p><p>así de gélidas eran las miradas y los gestos de la pareja. Enseguida me aclararon que no tenía</p><p>que inmiscuirme en sus planes de divorcio. «De acuerdo —dije—, seguro que tienen sus</p><p>motivos. Sólo deben saber que todo divorcio conlleva inevitablemente una experiencia de</p><p>fracaso: la sensación de haberse equivocado, de frustración, también de haberse convertido</p><p>en culpable, cosa que, naturalmente, nunca se admite de buen grado (¡porque siempre es el</p><p>otro quien tiene la culpa!), pero que acaba desanimando durante mucho tiempo. Pues bien,</p><p>ahora tienen la oportunidad de aliviar considerablemente estas sensaciones deprimentes si,</p><p>por amor a su hijo, consiguen cooperar entre ustedes de manera razonable, a pesar de la</p><p>separación y el proceso de divorcio. Ahora bien, cooperar razonablemente significa no</p><p>pronunciar malas palabras delante del niño, no hacer reproches ni imputar culpabilidades a</p><p>través de los oídos del niño y no regatear con él los derechos de visita y contacto. Para él,</p><p>ustedes todavía son el padre y la madre, y lo seguirán siendo toda la vida. En el corazón de su</p><p>hijo no se divorciarán tan rápido como sobre el papel.»</p><p>Los dos intentaron justificar su conducta, pero yo no di mi brazo a torcer. «Seguro que la</p><p>salud de su hijo —resumí— merece que hagan todos los esfuerzos posibles para conservarla y</p><p>protegerla. Esta única obligación debería bastar para poner fin .1 sus disputas y hacerles</p><p>recordar su responsabilidad como padres. De este modo, hasta podría sacarse algo bueno del</p><p>incidente del divorcio, como es la visión de que la verdadera paternidad o maternidad están</p><p>por encima de las diferencias personales y obligan, más allá de las debilidades propias, a</p><p>transmitir un modelo digno. ¡Entierren por su hijo las enemistades y verán como su crecimiento</p><p>inalterado se verá recompensado!»</p><p>Pocos meses después de aquella sesión me acordé de la familia y llamé al teléfono de la</p><p>madre para saber cómo le iba al pequeño. Pero fue el padre quien se puso y me dio las gracias</p><p>por mi interés. «Ahora estoy viviendo otra vez en casa de mi familia», explicó y, medio en</p><p>broma, añadió: «Como, de todas formas, teníamos que cooperar entre nosotros por el chico,</p><p>pensamos que podríamos aplazar un poco lo del divorcio...».</p><p>No ignorar ni sobrevalorar los sentimientos</p><p>El anticuado teorema psicológico de la «hidráulica de las pulsiones», según el cual el</p><p>hombre acumula sentimientos pulsionales libidinosos y agresivos y éstos deben descargarse a</p><p>toda costa para que no generen ninguna presión explosiva o se repriman y dañen así la psique,</p><p>no se sostiene para la vida familiar. Si cada miembro de la familia liberara antes que nada sus</p><p>40</p><p>pulsiones e hiciera saber sus deseos íntimos para, si las circunstancias lo permiten, no retener</p><p>ninguna necesidad, el libro de la milenaria historia de la familia humana podría cerrarse de</p><p>golpe, porque entonces, tarde o temprano, la familia moriría. La realidad es muy distinta. Nos</p><p>alegramos o lamentamos y actuamos en consecuencia porque tenemos un motivo para hacer lo</p><p>uno o lo otro, tal como Viktor E. Frankl demostró, y no porque nos lo dicte un abultado</p><p>potencial de pulsiones. En el nivel humano, lo principal es captar —y, en ocasiones, también</p><p>inventar— un motivo en cada momento, y no desprenderse de un estancamiento emocional.</p><p>Veamos un ejemplo.</p><p>Supongamos que alguien piensa que ha sido objeto de una cruel injusticia. Si a esta</p><p>persona se le permite lanzar piedras indiscriminadamente durante una hora por su barrio para</p><p>desahogarse, apenas se verá aliviada, porque el motivo de su rabia no se eliminará con las</p><p>pedradas, y mientras este motivo siga existiendo, también persistirá la rabia. Si, por el</p><p>contrario, se consigue calmar el motivo de la rabia mostrando al afectado que la supuesta</p><p>injusticia es un error, una lección importante, etc., la agresión se disolverá por sí misma sin</p><p>que sea necesario ningún ataque de furia como medio de desahogo.</p><p>Lo mismo sirve en positivo: la alegría y la felicidad necesitan un motivo para surgir, y la</p><p>felicidad de la familia también está sujeta a lo que la comunidad familiar afirme como</p><p>«gratificante». Los padres separados del caso anterior habían abandonado esta afirmación.</p><p>Sin embargo, todavía existía para ellos un motivo de peso para contener su odio mutuo: la</p><p>salud amenazada de su hijo; y mientras fuera posible hacerles ver este contenido de sentido,</p><p>su agresividad podría regularse. Nada une tanto como un deber común, y esto es algo que los</p><p>investigadores para la paz de todo el mundo deberían aprovechar.</p><p>En Alemania conocí a un estadounidense que me explicó que había necesitado años para</p><p>volver a la normalidad tras asistir a grupos psicoterapéuticos de encuentro en California. En</p><p>estos grupos le metieron en la cabeza, a él y a los otros participantes, que tenía que</p><p>«verbalizar», es decir, manifestar todas las emociones en cada momento y decir</p><p>inmediatamente a la cara del prójimo cualquier pequeño pensamiento de aversión o crítica. La</p><p>consecuencia fue que todo el mundo se apartó de él y pronto quedó completamente aislado, sin</p><p>apoyo familiar y sin amigos. Me dijo que entonces cayó en una depresión grave y que sólo lo</p><p>salvó el traslado a Europa, con sus numerosas y estimulantes experiencias y encuentros</p><p>vividos.</p><p>Actualmente, la psicología puede confirmar que es prudente no ignorar ni sobrevalorar los</p><p>sentimientos, así como guardarse las observaciones mordaces que le vengan a uno a la cabeza.</p><p>En la expresión popular «hablar es plata y callar es oro» se escucha, sin duda, el eco de una</p><p>experiencia muy antigua. En cualquier caso, la familia no puede asimilar posturas psicológicas</p><p>extremas, sino que necesita en todas partes una vía intermedia equilibrada. En la educación de</p><p>los hijos, la familia necesita una vía entre el polo autoritario y el antiautoritario, y en la</p><p>conducta de los adultos, un camino entre el egoísmo y el martirio. Necesita un amor entre el</p><p>41</p><p>distanciamiento y' el acaparamiento, y una intimidad entre la avidez de sexo y la frigidez. En</p><p>resumen, la familia necesita una unión sin fisuras entre cognición y emoción, controlada por la</p><p>mesura y el sentido.</p><p>Dos familias distintas</p><p>A continuación me gustaría presentar a dos familias que conocí en el transcurso de mi</p><p>actividad profesional: una que funciona y otra que no. Con ello queremos destacar los</p><p>elementos que diferencian entre sí a ambas familias.</p><p>La familia A se compone de una abuela, los padres y dos hijos, niño y niña, mientras que la</p><p>B la forman únicamente los padres y una hija. La familia A es de condición humilde, sin que por</p><p>ello pase estrecheces, y la familia B pertenece a la clase media alta. La familia A vive bajo la</p><p>sombra de un dolor causado por la pérdida de un ojo de uno de los hijos a causa de un</p><p>accidente deportivo. Los miembros de la familia B disfrutan de buena salud. Todos los hechos</p><p>citados hasta ahora parecen apuntar a que la familia B disfruta de condiciones de vida más</p><p>favorables: bienestar, salud y una libertad de movimiento relativamente grande gracias a su</p><p>menor número de miembros. ¿Estás mejores circunstancias dan lugar a un clima familiar</p><p>agradable?</p><p>El padre de la familia B es directivo de una pequeña empresa y de él depende que el</p><p>negocio se desarrolle sin contratiempos. Por la noche, llega tarde a casa, fatigado, y se retira</p><p>a su despacho, donde consulta revistas especializadas para estar al día en un sector, el de la</p><p>informática, que se transforma vertiginosamente. Este padre no aprecia en su justa medida la</p><p>cena en familia con una hija impertinente, porque durante todo el día tiene que hablar y</p><p>negociar mucho y por la noche sólo busca paz y tranquilidad. Durante los fines de semana se</p><p>muestra más bien accesible para la familia, pero nota con frecuencia que el interés por esta</p><p>accesibilidad es mínimo, por-1 que la mujer y la hija ya tienen sus planes hechos para el</p><p>domingo. Así, el padre se va tomar el aperitivo o se reúne con conocidos y pasa varias horas del</p><p>fin de semana en los bares.</p><p>La madre es esteticista y sigue mucho la moda. Considera esencial su aspecto externo y</p><p>siempre viste muy chic. Debido a ello, le molesta sobremanera que su hija vaya por ahí con el</p><p>pelo descuidado y pantalones vaqueros despedazados; siempre: discuten por ello. Cuando la</p><p>madre llega a casa, sobre las cinco de la tarde, la hija casi siempre «ha desaparecido» y sólo</p><p>los platos sucios en la cocina y las cosas del colegio esparcidas desordenadamente delatan la</p><p>presencia pasajera de la joven. Esto tampoco contribuye a una relación madre-hija inalterable.</p><p>Entonces, mientras la madre ordena la casa y prepara la cena, se va guardando todo su rencor</p><p>y lo descarga sobre la hija cuando ésta llega a casa. A continuación, la hija se dirige</p><p>directamente a su habitación con la comida y se encierra. A falta de interlocutores, la madre</p><p>se instala frente al televisor y, masticando su cena y evadiéndose en el mundo de una película,</p><p>sueña con una felicidad echada a perder.</p><p>42</p><p>La hija es una joven moderna de su tiempo: precoz, reivindicativa y bien ilustrada en lo</p><p>tocante a sus derechos y ventajas. Aprueba los estudios con notas variables, tirando a</p><p>mediocres. En su tiempo libre se reúne con la pandilla y hace viajes en ciclomotor que</p><p>acostumbran a finalizar en discotecas y, en verano, en piscinas al aire libre o parques donde se</p><p>escucha la música, se fuma y se liga. Los planes profesionales de la joven son confusos, la</p><p>relación con los padres se reduce a un ―ah, ésos...» y su filosofía de la vida se resume</p><p>rápidamente: lo importante es que hoy esté bien».</p><p>Hasta aquí la familia B, que, a decir verdad, ha dejado de ser una unidad familiar porque</p><p>cada miembro sigue su camino. Veamos a continuación la familia A, que vive en unas condiciones</p><p>más difíciles: con una abuela anciana que, aunque mentalmente ágil, físicamente ha dejado de</p><p>estar en su mejor momento; una hija tuerta que tiene considerables dificultades escolares; un</p><p>hijo pequeño que, por su viveza, requiere muchas atenciones; un padre que gana el dinero justo</p><p>para vivir y una madre bastante estresada.</p><p>En esta familia se han establecido una serie de hábitos destinados al alivio mutuo. La</p><p>abuela ha asumido dos deberes: por las mañanas, ayuda a la madre en la cocina, asumiendo</p><p>actividades como limpiar la verdura, y, por las tardes, practica lectura y escritura con la joven</p><p>discapacitada (y, además, legasténica). La hija también tiene una tarea que cumplir: cuida del</p><p>hermano pequeño cuando la madre se va a limpiar por horas para mejorar un poco el</p><p>presupuesto doméstico.</p><p>El hijo no es más que un crío, pero también ha asumido una labor que desempeña con</p><p>entusiasmo. El es el acompañante del padre durante el tiempo libre. Tan pronto como el cabeza</p><p>de familia se deja ver tras el trabajo, el hijo ya no se separa de su lado. Se arrastra con él</p><p>debajo del coche cuando hay que hacer alguna reparación, cosa que sucede con frecuencia</p><p>porque el vehículo ya es viejo, y miran juntos todos los partidos de fútbol que dan por la tele.</p><p>El niño apila los leños que su padre sierra en el sótano y se queda fascinado cuando, para</p><p>variar, se utiliza uno de los troncos para tallar una cabeza de guiñol. El padre se esfuerza</p><p>ostensiblemente en contribuir en el mantenimiento de la casa. Se ocupa de la calefacción y de</p><p>las reparaciones, que nunca faltan en la casa de una familia de varios miembros. El también fue</p><p>quien, años atrás, accedió a admitir a la abuela en la familia, lo cual resultó al final de gran</p><p>ayuda.' La madre representa el centro de la familia. Se preocupa por todos y recibe algo de</p><p>todos, ya sean las alegres sonrisas^ de los niños o un beso fugaz del marido en medio del</p><p>trabajo* La familia A es una familia intacta y una comunidad feliz a su¡ humilde manera, a</p><p>pesar de la estrechez económica y del accidente que sufrió la hija.</p><p>¡A cada miembro de la familia, su función llena de sentido!</p><p>De las dos situaciones familiares descritas con anterioridad no debemos inferir que las</p><p>condiciones de vida fáciles son nefastas y las difíciles son las deseables. Simplemente,</p><p>demuestran que la alegría y el dolor de una familia no dependen forzosamente de las</p><p>43</p><p>condiciones de vida externas. Existe un factor relevante que desempeña el papel decisivo en lo</p><p>relativo al bienestar y la cohesión de una comunidad familiar.</p><p>Vistas más de cerca, las familias A y B se diferencian no sólo por la calidad de sus</p><p>condiciones de vida, sino también por las funciones que desempeña cada miembro. En la familia</p><p>B, ni el padre, ni la madre ni la hija ejercen una función reconocible para los demás. Es cierto</p><p>que los padres ganan el dinero y la madre, encima, limpia la casa y hace la comida, pero estas</p><p>aportaciones —sin duda importantes— no se traducen en contactos personales, sino que,</p><p>simplemente, se ponen a disposición para satisfacer las necesidades de la familia y cada uno</p><p>toma de ello lo que quiere y se va. Por el contrario, en la familia A, cada miembro tiene su</p><p>tarea llena de sentido claramente definida. Desde la abuela hasta el niño pequeño, cada uno</p><p>ocupa un lugar que le hace, por así decirlo, imprescindible para los otros componentes de la</p><p>familia, o en el que, por lo menos, dejaría un gran vacío si, de pronto, desapareciese.^ Al igual</p><p>que a la chica tuerta le faltarían las horas de ejercicios con la abuela, el padre echaría de</p><p>menos el excitado par-; loteo de su pequeño acompañante; y al igual que a la madre le faltarían</p><p>los servicios de vigilancia de su hija, la familia en general lamentaría hondamente la</p><p>desaparición del padre o la madre, y no sólo por la pérdida de ingresos o de manos para;</p><p>trabajar.</p><p>Por supuesto, las funciones que deben desempeñar cambian cuantitativa y</p><p>cualitativamente conforme pasa el tiempo y los hijos van madurando. Sin embargo, no hay</p><p>ninguna situación familiar donde</p><p>una sintonía llena de sentido entre los distintos miembros sea</p><p>algo trivial. Una familia está sana sólo cuando cada miembro —desde el bebé hasta el anciano—</p><p>desempeña una función llena de sentido. Pero ejercer una función con sentido no sólo implica</p><p>dar, sino también tomar. Porque para ocupar un sitio donde uno es, hasta cierto punto,</p><p>insustituible, es necesario que la persona que haya delante sea utilizada. Si, por ejemplo, la</p><p>abuela de la familia A viviera en su propia casa, la hija no tuviera problemas escolares y la</p><p>madre ganase dinero suficiente para permitirse una niñera, desaparecerían algunas de las</p><p>funciones llenas de sentido en el seno de esa familia, porque ya no haría falta tanta ayuda. En</p><p>su lugar se podrían incluir voluntariamente otras funciones llenas de sentido, pero también</p><p>podría suceder que se aproximaran a la estructura de la familia B.</p><p>Resulta, como mínimo, igual de difícil atreverse a utilizar a otra persona que realizar una</p><p>tarea para la cual uno mismo es utilizado. Sin embargo, ambas cosas a la vez dan como</p><p>resultado esa alternancia de dar y tomar que caracteriza a una comunidad que funciona bien.</p><p>Esto no significa que haya que ser dependiente para que los demás puedan ayudar, sino, más</p><p>exactamente, que cada uno debe aceptar agradecido, allí donde tenga una deficiencia o se</p><p>encuentre en desventaja, la detección y la compensación en la familia de estas deficiencias</p><p>para, por otro lado, devolver el agradecimiento allí donde se tengan aptitudes y talento. Los</p><p>niños pequeños y las personas discapacitadas son, precisamente, quienes pueden hacerlo</p><p>extraordinariamente bien: aceptan sin problemas la mano que les tienden y, al mismo tiempo,</p><p>44</p><p>por su carácter natural, arrancan de la gente que les atiende unas enormes dosis de amor,</p><p>cuidados e ingenuidad.</p><p>En una orquesta, cada instrumento cuenta</p><p>La familia se puede comparar con una orquesta en la que cada músico cuenta y cada uno</p><p>contribuye con su voz imprescindible al sonido general, pero donde nadie puede tocar lo que</p><p>quiera. Para producir una melodía armoniosa es necesario, precisamente, que todas las</p><p>funciones estén en sintonía entre sí. Si un músico tuviera que asumir una función inferior, es</p><p>decir, si incurriera en un amasijo de sonidos, o se viera obligado a adoptar una función</p><p>superior, es decir, si impusiera su instrumento por encima de los demás, toda la armonía se</p><p>vería perjudicada. Hemos conocido en la familia B a una comunidad cuyos tres integrantes</p><p>desempeñan funciones familiares demasiado limitadas, a consecuencia de lo cual viven con una</p><p>exagerada independencia. Por otro lado, hay familias donde uno u otro miembro monopoliza una</p><p>función demasiado dominante al querer arreglar, determinar y controlarlo todo. Quizás hasta</p><p>se esfuerza en desempeñar su función, pero no obtiene ningún agradecimiento a cambio,</p><p>porque limita la capacidad funcional del resto de la familia, creando así su dependencia. Esta</p><p>situación tampoco es armoniosa.</p><p>La mejor manera de comprobar el sentido o sinsentido de una función familiar es a través</p><p>del grado de alegría de los otros miembros de la familia, de lo bien o mal que crecen los hijos y</p><p>del equilibrio que uno mismo experimenta. Si estos (res criterios se cumplen en su faceta</p><p>positiva, no resultará difícil desempeñar las tareas necesarias, incluso cuando hay que dejar a</p><p>un lado los deseos personales. En el nivel espiritual, es incluso mejor que algunos de nuestros</p><p>deseos queden aparcados para que existan objetivos, esperanzas y visiones que anhelar y hacia</p><p>los cuales podamos dirigir nuestras vidas. De nuevo, la vida familiar puede ser el «brazo de la</p><p>balanza» situado entre el hambre emocional y la saciedad emocional, tal como podemos</p><p>observar claramente en la familia A: a ninguno de sus miembros le faltan deseos, pero tampoco</p><p>sufre por sus privaciones, y, en conjunto, es la armonía general la que mantiene el equilibrio de</p><p>cada uno.</p><p>Para acabar, aclararé los motivos por los que he elegido a estas dos familias. La familia B</p><p>vino a mi consulta a causa del internamiento de la hija en un colegio, a lo cual la joven se oponía</p><p>obstinadamente. Mi misión era convencerla para que fuera, cosa que no hice, e intenté</p><p>persuadir a los padres para que cooperaran más en la familia, cosa que no resultó.</p><p>En el caso de la familia A, el motivo de su visita también fue la hija. Yo debía explorar su</p><p>trastorno legasténico parcial y elaborar el correspondiente programa de ayuda. Lo hice de</p><p>buen grado e instruí a la abuela en el material de ejercicios adecuado. Es cierto que la niña no</p><p>era ninguna superdotada, pero aprendió a leer y escribir. Además, la familia no sólo logró que</p><p>la discapacidad de la hija no desembocara en sentimientos de culpabilidad tormentosos ni en</p><p>mimos artificiales, cuidados exagerados o angustias por el futuro, sino que también la aceptó</p><p>45</p><p>como una circunstancia del destino que no se puede cambiar, pero ante la cual tampoco es</p><p>necesario capitular.</p><p>«Modular» la actitud interior</p><p>Un hombre de 40 años vino a mi consulta para hacer un seguimiento tras una terapia de</p><p>desintoxicación alcohólica que había seguido durante seis meses en un hospital donde se le</p><p>sometió a un tratamiento profiláctico contra el peligro de recaída. Su problema con la bebida</p><p>había durado, con interrupciones, desde que tenía 15 años.</p><p>El hombre estaba firmemente decidido a no volver a probar ninguna gota de alcohol más,</p><p>pero se mostraba muy inseguro con respecto a cómo iba a organizarse la vida y padecía fases</p><p>recurrentes de depresión profunda que se habían recrudecido por las lesiones corporales</p><p>(trastornos del sueño, nerviosismo, temblor de manos, inquietud, ataques de sudor, etc.)</p><p>derivadas de su época de abuso del alcohol. Le preocupaba especialmente la soledad, porque</p><p>había perdido a los amigos y conocidos durante su adicción, así como el retiro forzoso de una</p><p>excelente carrera profesional difícil de reemprender y, aún más, de sustituir.</p><p>Cada vez que se encontraba completamente abatido, expresaba en la consulta su</p><p>convencimiento de que la vida ya no tenía sentido. Decía que cuando una persona que, como él,</p><p>se enfrentaba al vacío en la mitad de su vida y no podía evocar el menor signo de éxito,</p><p>desaparecía cualquier conexión con una «existencia normal» y había que resignarse.</p><p>Logoterapéuticamente hablando, en este caso se indicaba una modulación de la actitud,</p><p>por lo que contraataqué aproximadamente de la siguiente manera:</p><p>De acuerdo, tiene usted 40 años y no tiene nada claro. No tiene compañera, ni siquiera un</p><p>círculo de amistades. Profesionalmente, tiene que empezar de cero, no tiene dinero ahorrado y</p><p>no sabe cómo puede evolucionar todo esto. Pero usted ya ha estado antes en esta situación,</p><p>cuando tenía 15, 18 o 20 años, y en aquel entonces lo consideraba normal. Todos los jóvenes</p><p>que se inician en la vida adulta se hallan al principio ante un futuro incierto. Todavía no tienen</p><p>vínculos sociales sólidos, ni opiniones fundamentadas, ni una carrera profesional claramente</p><p>trazada. Y, a pesar de ello, ¡qué suerte no estar atado a ninguna parte, estar abierto a</p><p>cualquier encuentro y, aún más, ser libre de aprovechar la oferta del momento y cualquier</p><p>posibilidad que a uno le brinden! ¡Cómo envidian, por su libertad y flexibilidad, a esos jóvenes</p><p>que se inician en la vida adulta muchas personas de 40 años, cuya existencia ya está</p><p>encarrilada por caminos trazados y cuya vida familiar y profesional no se diferencia de un día</p><p>a otro, aliviada como máximo por un par de semanas de vacaciones!</p><p>Sin embargo, el destino le ha dado a usted la oportunidad de, por así decirlo, volver a ser</p><p>«joven» y empezar por donde abandonó la vida normal y enfermó. ¡La vida le abre sus puertas</p><p>como si usted tuviera 15 o 20 años! Pero, eso sí, al precio de la misma incertidumbre y el</p><p>46</p><p>mismo esfuerzo por madurar y encontrarse a sí mismo que un joven que aún</p><p>tiene que definir</p><p>sus objetivos y hacerlos realidad paso a paso. ¿De verdad esperaba que, tras su rehabilitación</p><p>física, le prescribieran una vida estable, una familia que se abalanzara sobre usted, un puesto</p><p>de trabajo a la vuelta de la esquina, una casa totalmente amueblada, un club de aficiones en el</p><p>que estuviera inscrito, todo establecido y preparado para usted? Ha dejado escapar unos años</p><p>en la oscuridad del alcohol, años de actividad, de aportación individual de sentido en su vida...</p><p>¡Por fin puede recuperar todo esto! No se encuentra ante el vacío, sino ante la enorme</p><p>abundancia de múltiples posibilidades reservada únicamente a los jóvenes o a las personas que</p><p>inician una etapa nueva en sus vidas.</p><p>La incertidumbre de su futuro es, precisamente, su propia movilidad espiritual. La</p><p>libertad de movimiento en su vida cotidiana es, precisamente, la oportunidad de poner en</p><p>práctica sus ideas más íntimas y, de este modo, dar un rumbo nuevo a su vida, un rumbo quizá</p><p>tan decisivo que contrarreste todo su trágico pasado y, sobre todo, que lo haga aceptable al</p><p>mirar atrás, porque, sin él, no habría podido fijar ese rumbo nuevo.</p><p>El hombre fue capaz de aceptar la perspectiva que le propuse y se volvió más activo.</p><p>Empezó a buscar posibilidades concretas llenas de sentido y, de este modo, desarrolló una</p><p>enorme capacidad de imaginación. Lo más importante era que generase él mismo sus pequeñas</p><p>experiencias de éxito, porque ninguna ayuda de reinserción ofrecida desde el exterior le</p><p>habría proporcionado suficiente seguridad en sí mismo. Al contrario: la dependencia sigue</p><p>siendo dependencia, ya sea del alcohol o de ayudas bienintencionadas, y el que es dependiente</p><p>está obligado a temer, precisamente, que llegue el momento en el que el medio de adicción ya</p><p>no esté a su alcance. Pero mi paciente aprendió paulatinamente a confiar en sus propias</p><p>fuerzas y aplicarlas de manera positiva en el juego de la vida.</p><p>Alejarse de las preguntas y acercarse a las respuestas</p><p>Pero, para mi paciente, el juego de la vida era de todo menos fácil, porque con la</p><p>búsqueda de trabajo cayó en un estancamiento económico que le hizo renunciar en numerosas</p><p>ocasiones. Un día, tuvo un bajón peligroso; peligroso porque le condujo a una disputa con el</p><p>destino, y las preguntas acuciantes y molestas al destino siempre se quedan sin respuesta y no</p><p>devuelven ningún eco consolador. No conducen a ningún resultado satisfactorio, sino que</p><p>atrapan al afectado en una espiral nociva de autocompasión. Por ello, es terapéuticamente</p><p>imprescindible interceptar estas quejas dirigidas al destino y —otra vez en forma de</p><p>modulaciones de actitud— tratar de comprender que es el destino el que nos plantea a</p><p>nosotros las preguntas, enfrentándonos, precisamente, a situaciones fatídicas a las que</p><p>tenemos que responder con reacciones pertinentes. Viktor E. Frankl hablaba de trazar un</p><p>«giro copernicano» consistente en alejarse de las preguntas y acercarse a las respuestas.</p><p>La irritante pregunta del paciente era, a grandes rasgos, la siguiente: «¿Por qué el</p><p>destino es tan injusto? ¿Por qué me obsequió con tantas ofrendas maravillosas cuando todavía</p><p>47</p><p>bebía y no sacaba absolutamente nada positivo de mi vida, mientras que ahora me niega la</p><p>felicidad, ahora que intento aguantar, con valentía y llevar una vida ordenada y abstemia?</p><p>¿Quiere el destino castigarme por mi resistencia arduamente conquistada contra la</p><p>adicción?».</p><p>A continuación, reproduzco la argumentación moduladora de la actitud que envié entonces</p><p>por carta al paciente desde mi lugar de vacaciones, a donde él me llamó en su estado de</p><p>necesidad:</p><p>A menudo, los niños pequeños encuentran injustas las medidas educativas de sus padres</p><p>porque no las entienden o porque no entienden que se apliquen por su bien. Algo parecido nos</p><p>ocurre a nosotros en relación con las «medidas del destino»: también encontramos injusto lo</p><p>que no entendemos. A la providencia no podemos verle las cartas. Sólo podemos hacer una</p><p>cosa: tener la mente abierta a las distintas interpretaciones sin obstinarnos en una única y</p><p>negativa.</p><p>Por ejemplo, yo hice otra interpretación de la situación objeto de sus quejas. No cabe</p><p>duda que, durante los años que estuvo bebiendo, usted no estaba en situación de dominar</p><p>dificultades serias. Las situaciones estresantes graves, como las preocupaciones económicas o</p><p>el desempleo permanente, le habrían llevado a pique. Por ello, cabría sospechar que el destino</p><p>ha trasladado y reservado los enormes problemas de su vida para esa época en la que usted</p><p>será capaz de resolverlos porque la carrera satisfactoria y el sostén económico de los que</p><p>disfrutaba antes eran una suerte «inmerecida», una especie de «crédito», un regalo para que</p><p>usted no fracasara o se muriera de hambre antes de llegar al nivel de madurez necesario para</p><p>recobrar fuerzas. Pero ahora parece que ha llegado el momento en el que usted ya no necesita</p><p>más regalos del destino y es «considerado digno» de dirigir con sus propios medios la lucha por</p><p>la existencia. Quizás esto significa un «gran elogio del destino», el cual, mientras tanto, le</p><p>cree a usted capaz de pasar pruebas difíciles.</p><p>Naturalmente, esto no es más que una interpretación, pero es una interpretación en la</p><p>que, por encima de cualquier disputa infructuosa, está el agradecimiento porque sus problemas</p><p>surgen ahora y no años atrás; ahora que, muy probablemente, usted ya ha madurado. Si parte</p><p>de un agradecimiento de esta índole, hallará la respuesta correcta a las «preguntas de</p><p>examen» que le plantea el destino. ¡Estoy convencida de ello!</p><p>Efectivamente, el hombre encontró al final la respuesta correcta y aprobó el «examen»</p><p>con un diez. Mientras no tenía empleo fijo, aceptó un trabajo temporal que no le fue fácil</p><p>desempeñar y donde se le exigía un gran esfuerzo. Ello le aportó el triunfo interior de poder</p><p>sentirse orgulloso de su rendimiento. Más tarde, empezó a hacer cursos intensivos de</p><p>formación, con lo cual educó automáticamente una memoria que se había diluido en la época de</p><p>la enfermedad. Aproximadamente un año después, se le brindó la oportunidad de incorporarse</p><p>a un puesto administrativo que, si bien no se adecuaba a lo que había soñado, sí pudo servir de</p><p>48</p><p>trampolín para iniciar una nueva carrera profesional.</p><p>No temer la frustración cotidiana</p><p>La vida de este paciente aún se vio afectada por un último momento de crisis. El hombre</p><p>vacilaba en aprovechar la oferta del puesto de trabajo porque se acordaba de una repetida</p><p>advertencia del director de un grupo de seguimiento para adictos. La advertencia era que no</p><p>había que cargar con nada desagradable porque las frustraciones siempre provocarían una</p><p>recaída en el alcohol.</p><p>Me vi obligada a protestar enérgicamente ante aquello. A una persona psíquicamente lábil</p><p>no se le debe proteger de las frustraciones ni se le puede hacer creer que éstas conducen</p><p>inevitablemente a síntomas patológicos. El desarrollo y el crecimiento de la persona no es un</p><p>camino de rosas; todo el mundo pasa alguna vez por épocas oscuras y tiene deseos incumplidos.</p><p>¿Y por ello no se puede perder el equilibrio ni pensar inmediatamente en recaídas en estadios</p><p>infantiles o en modelos de conducta superados a los que se podría volver? Las frustraciones</p><p>deben resistirse con valentía, y es precisamente esta resistencia la que contribuye, a largo</p><p>plazo, a la consolidación de la estabilidad interior. Es un factor de seguridad esencial en todo</p><p>proceso de convalecencia.</p><p>También para nuestro paciente nada habría sido peor que quedarse en casa sin hacer</p><p>nada y acabar dándole vueltas a su vida alcohólica anterior. Lo que necesitaba para reforzar su</p><p>autoestima era concienciarse de que podía ganarse el sueldo con su propio esfuerzo y, por</p><p>tanto, ser independiente. Además, necesitaba objetivos futuros por los que mereciera la pena</p><p>esforzarse y energías que le permitieran acercarse a dichos objetivos.</p><p>Ambas cosas se daban</p><p>aceptando el puesto: tanto el objetivo de conseguir algún día algo más que un trabajo rutinario</p><p>como el despertar de las energías necesarias para responder a la vida cotidiana. Quien ha</p><p>estado mucho tiempo inactivo no se halla en situación de soportar una jornada laboral de ocho</p><p>horas, pero quien ha hecho frente con denuedo a una actividad no deseada es capaz de</p><p>generar de verdad una deseada.</p><p>Por ello, le expliqué al hombre que no tenía por qué temer las frustraciones, porque en</p><p>ningún caso atraían la enfermedad, sino que eran más bien un entrenamiento para su salud</p><p>mental. Le dije que viera la oferta de trabajo económicamente modesta y poco atractiva como</p><p>un entrenamiento de este tipo, y que lo que ganaría con ello no se pagaba con dinero o</p><p>prestigio, sino que era el sendero por donde avanzar paso a paso hacia la completa</p><p>recuperación.</p><p>Ya han pasado los años desde entonces. Tras una temporada de prueba con buenos</p><p>resultados, el paciente ha podido trasladarse a un departamento más interesante y continúa</p><p>«seco». Su actitud respecto a la vida se ha vuelto más positiva, su tolerancia frente a la</p><p>frustración se ha consolidado, las secuelas físicas han remitido considerablemente y su</p><p>49</p><p>capacidad para pensar y sentir se ha orientado hacia el futuro. Se ha casado y ha hecho</p><p>nuevas amistades. Finalmente, pude darle el alta hacia su propia responsabilidad con el mejor</p><p>de los pronósticos. Por muy capaz que sea el ser humano de oponerse a las del terminaciones</p><p>de su destino, «no debe aguantarlo todo de sí1 mismo» (tal como Viktor E. Frankl solía decir a</p><p>sus pacientes), pero sí puede movilizar las fuerzas espirituales que están por encima de sus</p><p>debilidades psíquicas.</p><p>El suicidio es un «no» a la pregunta del sentido</p><p>La hija que se ha fugado con un refugiado croata, el hijo que no quiere saber nada de la</p><p>empresa de su padre, el matrimonio que hace tiempo que no funciona, el marido que se ha ido a</p><p>vivir con la amante, el hijo pequeño que tiene que ir a un colegio especial, el mayor que ha</p><p>atracado unos grandes almacenes, la madre que ha sufrido un ataque de histeria... Cosas así se</p><p>escuchan entre sollozos en una hora de consulta terapéutica. Como en estos casos los métodos</p><p>profundos tradicionales o no directivos no bastan, nos vemos obligados a ofrecer consejo,</p><p>orientación o consuelo inmediatos y mostrar perspectivas que surjan de una visión del individuo</p><p>humana y éticamente respetable, como la de la logoterapia.</p><p>Albert Górres, antiguo director del Instituto de Psicoterapia de la Universidad Técnica</p><p>de Munich y uno de los representantes más destacados de la psicología profunda, escribió en</p><p>su libro Kennt die Psychologie den Menschen? la frase siguiente: «Con la experiencia, debo</p><p>admitir que lo que Viktor E. Frankl denomina "vacío existencial", la falta de sentido de la vida,</p><p>la frustración de un paraíso defraudador, las disonancias cognitivas en la comprensión de uno</p><p>mismo y de la existencia, que todo esto, en tanto que foco de trastornos, factor de estrés y,</p><p>por tanto, posible causa de enfermedades y desarrollos fallidos, merece mucho más espacio</p><p>del que, por ejemplo, tiene en mi libro An der Grenzen der Psychoanalyse, que también está</p><p>dedicado a estas cuestiones». Al decir estas palabras, Górres pone de relieve la quintaesencia</p><p>de un dilatado proceso de reconocimiento al servicio de la psicoterapia. También Wolfgang</p><p>Kretschmer, hijo del profesor emérito de psiquiatría de la Universidad de Tubingia Ernst</p><p>Kretschmer, famoso por sus estudios del carácter, utilizó palabras similares.</p><p>Los tiempos han cambiado desde Sigmund Freud. Las generaciones actuales ya no</p><p>adolecen de una sexualidad o una agresividad reprimidas. Otras urgencias les apremian. Se</p><p>habla de la alegría de vivir o la afirmación de la vida. No hay que extraer del consumo las</p><p>justificaciones finales de una actuación responsable. ¿De qué sirve nuestro penoso tránsito</p><p>por las estaciones terrenales? ¿Existe algo que sea «lo más»? Muchos buscan, pero pocos lo</p><p>encuentran.</p><p>El test de la «escala de neuroticismo y extraversión de Ham-burgo para niños y</p><p>adolescentes» (Hamburger Neurotizismus - und Extraversionsskala für Kinder und</p><p>Jugendliche, abreviado HANES KJ I y II) de Buggle y Baumgártel contiene, entre otras, la</p><p>siguiente pregunta: «¿Has tenido alguna vez la sensación de que no merece la pena vivir?». Los</p><p>50</p><p>jóvenes marcan con frecuencia la casilla del «sí» en esta pregunta —¿reflejo de una época</p><p>depresiva?—. Recientemente, hay gente que pide a la administración hogares de moribundos</p><p>para la gente que quiere suicidarse. ¿Se ha convertido la muerte en algo deseable? Sea como</p><p>fuere, la muerte borra todos los males, tanto físicos como mentales. Hace que la mayor de las</p><p>preocupaciones carezca de interés y ahorra el mayor de los dolores. El argumento más</p><p>concluyente contra el suicidio nunca puede ser uno en contra de la muerte, sino siempre a</p><p>favor de la vida. Pero ¿qué habla en favor de la vida y de seguir viviendo?</p><p>Si sólo fuera el instinto de conservación arraigado en los seres vivos, el ser humano</p><p>podría esquivar fácilmente su poder. Pero el hombre es «ese ser que también se libera de</p><p>aquello que lo determina» (Frankl), el ser que no está sometido a ningún tipo de dictado de los</p><p>instintos. Además, las motivaciones del espíritu humano son distintas a las de la psique. Al</p><p>espíritu no le interesa satisfacer los instintos; necesita sentido. El espíritu se siente llamado,</p><p>apelado, invitado por la vida a hacer algo noble, aunque ello implique superar la mayor de las</p><p>propias contradicciones. Quien escucha esta llamada quiere satisfacerla. Quien experimenta</p><p>sentido quiere vivir —¡sin condiciones!—. El suicidio sólo se puede imaginar y cometer cuando</p><p>no se escucha la sugerencia de sentido dirigida en todo momento a toda persona, incluso</p><p>cuando no se le presta oídos. «En todo momento» incluye aquí la situación más desagradable en</p><p>la que alguien pueda encontrarse, porque el suicidio por una felicidad perdida nunca se tendrá</p><p>en cuenta mientras se considere necesario seguir viviendo por un sentido que hay que</p><p>satisfacer.</p><p>Dos factores para una prevención eficaz del estrés</p><p>El psicólogo experimental e investigador del comportamiento A. Lazarus determinó que</p><p>los cambios fisiológicos del cuerpo (por ejemplo, un aumento de las pulsaciones) en la</p><p>elaboración del estrés no dependen de los factores psicosociales (por ejemplo, un ataque de</p><p>ira de un superior), sino que están vinculados a dos «factores intermedios»:</p><p>1.- Al modo en que el afectado valora subjetivamente su situación (o la amenaza de ésta),</p><p>y</p><p>2.- A las posibilidades que tiene el afectado de acabar con esta situación (o con el estrés</p><p>que ésta provoca).</p><p>Ambos factores son mecanismos relacionados con determinadas capacidades de la</p><p>persona y no tanto con el carácter estresante de las circunstancias. Ilustrémoslo con un</p><p>ejemplo.</p><p>Imaginemos un estanque que se congela en invierno, pero cuya capa de hielo todavía es</p><p>fina. Si, a pesar de ello, un niño se atreve a adentrarse con patines en el hielo, su valoración</p><p>subjetiva de la situación estará empañada porque no se percibe la amenaza real. Si, por el</p><p>51</p><p>contrario, hace semanas que el hielo del estanque resiste y los niños corretean por encima,</p><p>pero nuestro joven se queda en la orilla porque, por miedo, no se atreve a patinar sobre el</p><p>hielo, también se tratará de una valoración subjetiva alterada. En este caso, se percibe una</p><p>amenaza irreal.</p><p>Pero supongamos que el hielo se rompe de verdad y un niño cae al estanque. En tal caso, lo</p><p>que cuenta no es la valoración subjetiva de la situación, sino que el niño pueda salir del agua o,</p><p>como mínimo, aguantar hasta que vengan a rescatarlo. Ahora, lo decisivo es el abanico de</p><p>posibilidades de acabar con un estrés o con una amenaza, es decir, que el niño sea</p><p>corporalmente fuerte o capaz de resistir, que pueda</p><p>controlar los nervios y que sepa nadar.</p><p>Lo mismo sucede con las crisis en nuestras vidas. Antes de producirse el suceso (crítico),</p><p>nuestra constitución física y mental depende de nuestra valoración subjetiva de la situación,</p><p>mientras que, una vez producido el suceso, estará relacionada con la manera en que queremos y</p><p>podemos reaccionar. Por ello, cualquier tipo de prevención eficaz del estrés está obligada a</p><p>considerar ambos factores y a moverse tanto en el sentido de una «mejora de las valoraciones</p><p>subjetivas empañadas», como en el de una «adquisición de tácticas para saber tratar el</p><p>estrés». La logoterapia de Viktor E. Frankl proporciona una serie de ayudas al respecto.</p><p>Volvamos al ejemplo de los niños patinadores y quedémonos de momento con el primer</p><p>factor: la valoración subjetiva de la situación. El niño que se arriesga a patinar sobre la fina y</p><p>peligrosa capa de hielo está valorando probablemente mal la situación porque carece de la</p><p>información y las advertencias suficientes. Quizá se trate también de un niño imprudente y</p><p>distraído, como son a veces todos los niños. En el mundo de los adultos, no informarse lo</p><p>suficiente o ser distraído significaría haber aflojado el control sobre la propia conducta y</p><p>seguir los caprichos emocionales.</p><p>En el ejemplo inverso, la situación es distinta pero igual de problemática: el niño no pisa el</p><p>hielo a pesar de que la capa es gruesa y no hay peligro. Predomina un sentimiento de angustia</p><p>emocional, una inseguridad a pesar de que sabe que no puede pasar nada malo. Las olas de la</p><p>psique anegan cualquier juicio] razonable. Por supuesto, a un niño no se le puede exigir que sus</p><p>fuerzas espirituales sean lo suficientemente maduras para, poder controlarlas. Pero también</p><p>en el mundo adulto conocemos conflictos entre placer y sentido, entre miedo y confianza.</p><p>Lo que contribuye a resolver positivamente estos conflictos y mantener el control</p><p>espiritual es la capacidad de la personal de prescindir de sí misma y centrarse en otra cosa</p><p>que no sea el] propio estado emocional de cada momento, es decir, lo que Viktor E. Frankl</p><p>descubrió y describió como la capacidad de autotrascendencia. En ella se encuentra la esencia</p><p>de una existencia humana «abierta al mundo». Un niño temeroso que, a pesar de su miedo, se</p><p>adentra en la capa de hielo firme porque j quiere ir a saludar a sus amigos, actúa de manera</p><p>autotrascendente, y exactamente igual actúa el niño que renuncia a patinar sobre el hielo</p><p>traidor porque no quiere dar preocupaciones a' sus padres.</p><p>52</p><p>Motivo de vida y valoración de la situación</p><p>Un ejemplo más serio nos muestra hasta qué punto la capacidad de pensar y actuar más</p><p>allá del propio yo representa un fundamento protector para la vida del hombre. Si a un herido</p><p>grave por un accidente de circulación se le tienen que amputar las dos piernas, lo primero que</p><p>cuenta es si sabe de algo, o de alguien, para lo cual, o para quien, su vida como inválido en silla</p><p>de ruedas todavía tendría un sentido para él. Si el paciente es capaz de decirse a sí mismo:</p><p>«Me horroriza la idea de una existencia como inválido, pero como no quiero fatigar a mi mujer</p><p>ni a mis hijos, me esforzaré para dominar mi destino», estará pensando de manera</p><p>autotrascendente y esta perspectiva le mantendrá a salvo de la desesperación absoluta. Pero</p><p>si el herido sólo conoce su propio desamparo y cobardía y no percibe nada a su alrededor cuya</p><p>importancia trascienda a sus problemas, no podrá evitar estancarse en una negación</p><p>permanente de la vida. De aquí podemos deducir que la valoración subjetiva de una situación</p><p>determinada —es decir, el primer factor intermedio del modelo de elaboración del estrés</p><p>según A. Lazarus— es tanto más lábil y patógena en tanto que está encadenada a los intereses</p><p>del propio yo, y que cuanto más flexible y sensible se vuelve a las posibilidades de solución,</p><p>tanto más autotrascendente fluye hacia ellas.</p><p>Un gran número de estudios demuestran indirectamente que la capacidad espiritual del</p><p>ser humano de autotrascenderse no] sólo ayuda a los enfermos a soportar su patología, sino</p><p>que también ayuda a los que no están enfermos a seguir sanos. Veamos dos de estos estudios:</p><p>1. Ronald Grossarth-Maticek, médico-sociólogo e investigador oncológico de Heidelberg,</p><p>averiguó, ya en la década del 1980 y tras largos años de observaciones, que las</p><p>valoraciones subjetivas y sombrías de una situación influyen en el origen y] desarrollo</p><p>de enfermedades cancerosas. Los períodos prolongados de falta de esperanza y</p><p>abatimiento agravan el desarrollo de las patologías cancerosas de manera</p><p>significativa.</p><p>2.- El investigador norteamericano Lewis Thomas y el psicólogo, también estadounidense,</p><p>Robert Meister comprobaron] casi al mismo tiempo que la preocupación exagerada</p><p>por el cuerpo propio hace enfermar incluso a la gente sana. Por ejemplo, el miedo a un</p><p>infarto cardíaco hace que el sistema nervioso «se vuelva loco». Ambos científicos</p><p>hablaron del «enfermo imaginario del siglo XX» que, con su egocentrismo casi</p><p>hipocondríaco, genera una gran cantidad de dolores corporales que nunca aparecerían</p><p>si no se estuviese observando constantemente.</p><p>Pero la disminución del abatimiento y de la auto observación nociva que, según ambos</p><p>estudios, resulta tan significativamente preventiva presupone que la atención se desvíe hacia</p><p>otra cosa que no sea el propio bienestar; que la persona, en un acto de autotrascendencia, vaya</p><p>más allá de sí misma y apunte hacia el prójimo amado, los objetivos fijados y las tareas</p><p>afirmadas, es decir, hacia un motivo para vivir. Cuando alguien tiene un motivo para vivir, su</p><p>53</p><p>valoración de la situación vuelve a despejarse porque nota profundamente que, por muy difícil</p><p>que le resulte organizarse la vida, es bueno e importante que exista este motivo y que siempre</p><p>merece la pena trabajar por el mundo en el que uno vive. El ya mencionado método</p><p>logoterapéutico de la desreflexión se asienta, en principio, sobre esta base. A continuación,</p><p>presentamos dos ejemplos más: uno donde la casualidad ejerció su influencia y otro donde fui</p><p>yo misma la que ayudó un poco.</p><p>¿Cuándo vuelve en sí la persona?</p><p>El ejemplo de la casualidad es fascinante porque demuestra lo corto que es a veces el</p><p>paso a la curación si estamos dispuestos a aceptar lo evidente en un mundo tan complicado</p><p>como el nuestro.</p><p>Se trata de un hombre de 35 años que acudía a un curso de formación y que a menudo</p><p>tenía calambres en las manos al escribir. El problema se agudizaba cuando el profesor del</p><p>curso le miraba directamente a las manos, hecho que sucedía con frecuencia, dado que el</p><p>hombre se sentaba en primera fila, delante del estrado. Le hubiera gustado sentarse algunas</p><p>filas más atrás, pero para ello habría tenido que cambiar el sitio con algún compañero y le</p><p>habría resultado muy desagradable tener que pedírselo.</p><p>Cuanto más se observaba el hombre a sí mismo escribiendo y cuanto más temía que la</p><p>inhibición de escribir volviera a aparecer, más dificultades tenía, y finalmente optó por venir a</p><p>mi consulta en busca de ayuda. Le expliqué que lo que realmente fomentaba la angustia de no</p><p>poder escribir era la misma angustia, porque provoca un aumento de la tensión muscular que</p><p>favorece las convulsiones. Por ello, cuando escribiera, el paciente tenía que pensar en cualquier</p><p>otra cosa que no fuera su trastorno y concentrarse al máximo en el contenido de lo escrito, sin</p><p>importar si lo plasmaba o no sobre el papel. Hicimos unos cuantos ejercicios (que ya explicaré</p><p>más adelante) y él prometió que pondría en práctica mis recomendaciones para la siguiente</p><p>consulta.</p><p>Pasó un tiempo y no recibí noticias del paciente, por lo que pensé que había olvidado</p><p>nuestro pacto. Pero un día me llamó por teléfono: «Mi esposa y yo hemos estado terriblemente</p><p>preocupados durante las últimas semanas —se lamentó—. De pronto, nos dijeron que el</p><p>hemograma de nuestro hijo no estaba bien</p><p>y escritos la imagen de un hombre libre que todavía</p><p>puede adoptar interiormente una actitud o una conducta frente a cualquier hecho o</p><p>circunstancia de una manera elegida por él, incluso frente a su predisposición genética e</p><p>improntas condicionadas por el medio. El hombre, provisto de un «poder de obstinación del</p><p>espíritu», no debe sucumbir a sus impulsos instintivos, sentimientos de inferioridad,</p><p>frustraciones, etc., porque es capaz de situarse espiritualmente por encima de ellos.</p><p>Hay determinismo dentro de la dimensión psicológica y hay libertad dentro de la</p><p>dimensión noética, la cual se definiría como la dimensión de los fenómenos específicamente</p><p>humanos. [...] Por tanto, la libertad es uno de los fenómenos humanos. Pero también es un</p><p>fenómeno demasiado humano. La libertad humana es libertad finita. El ser humano no está</p><p>libre de condiciones, sino que sólo es libre de adoptar una actitud frente a ellas. Pero éstas no</p><p>lo determinan inequívocamente, porque, al fin y al cabo, le corresponde a él determinar si</p><p>sucumbe o no a las condiciones, si se somete o no a ellas. Es decir, hay un campo de acción en</p><p>el que el ser humano puede elevarse sobre sí mismo y levantar el vuelo hacia la dimensión</p><p>humana por excelencia1.</p><p>Frankl conectó el aspecto de la libertad humana con el reverso de ese mismo aspecto, a</p><p>saber, con la responsabilidad humana. ¿Responsabilidad de qué? Responsabilidad de la elección</p><p>más llena de sentido en cada momento entre las circunstancias dadas, de la contribución</p><p>personal al «buen funcionamiento del conjunto».</p><p>La antropología de Frankl se amplía aquí con puntos de vista psicológicos. Según éstos, la</p><p>persona es un ser orientado a un sentido y con una voluntad de sentido indeleble que le es</p><p>inherente. Esta voluntad irrumpe en la pubertad —con el completo despertar de la fuerza</p><p>espiritual humana— como búsqueda vehemente de sentido e identidad, y acompaña al individuo</p><p>en todos sus caminos como primera motivación para actuar. La voluntad de sentido induce a la</p><p>persona a dedicarse desde el compromiso y, en casos de necesidad, desde el sacrificio, a</p><p>tareas importantes, a servir a sus seres queridos, a crear obras por las que siente inclinación,</p><p>a ocuparse en áreas de su interés. Anclada en lo más hondo de la persona, la voluntad de</p><p>sentido tampoco se desvanece en la vejez, sino que estimula hasta el final la búsqueda de las</p><p>últimas posibilidades, reducidas pero todavía existentes, de experimentar la belleza, hacer el</p><p>bien y ser útil. Hasta aquí el esbozo de la personalidad adulta y sana. Sus efectos secundarios</p><p>(no intencionados) son, con toda probabilidad, momentos felices, éxito demostrable, una</p><p>conciencia propia sólida y, en general, la satisfacción de haber cumplido en la vida.</p><p>1 Viktor E. Frankl, Der Wille zum Sinn. Ausgewahlte Vortrage über Logot-herapie, Munich, Pieper, 1996, 3a ed., pág. 156 (trad. cast.: La</p><p>voluntad de sentido: conferencias escogidas sobre logoterapia, Barcelona, Herder, 1994).</p><p>9</p><p>En contraposición a esta personalidad, la logoterapia define un «modo de existencia</p><p>neurótica», con lo cual pasamos a la faceta de la etiología de las enfermedades en psiquiatría.</p><p>El enfermo psíquico (que no psicótico) yerra en su orientación hacia el sentido. O bien ansia</p><p>directa y compulsivamente placer, poder, reconocimiento, dedicación de los demás y otras</p><p>ventajas para él, lo cual pronto le hará fracasar, o bien huye atemorizado de la falta de placer,</p><p>la renuncia, la vergüenza y otras amenazas desagradables, lo cual le aísla y debilita. El paciente</p><p>angustiado o atrapado en la neurosis gira con sus pensamientos y sentimientos en torno a sí</p><p>mismo y a su estado anímico en lugar de abrirse al mundo con valentía y abstracción y verter</p><p>en él todo lo mejor de sí mismo. Quiere protegerse en vez de construir valores y se preocupa</p><p>por ser querido en vez de entregarse con amor. Su egocentrismo es la trampa en la que él</p><p>mismo se adentra a tientas, y su confianza innata perdida, por cuyo motivo se preocupa</p><p>constantemente de sí mismo, es lo que le hace caer de forma definitiva en ella.</p><p>Frankl no perdió el tiempo en especular sobre qué era lo que había podido arrebatar la</p><p>confianza innata a esta clase de enfermos mentales. El era consciente de lo estrechamente</p><p>entrelazados que están los factores endógenos constitucionales con los factores exógenos</p><p>sociales en el desarrollo de la persona y siempre insistía en la participación de un tercer</p><p>factor: la fuerza del ser humano para dar forma a su propia vida. Nadie «se hace» únicamente,</p><p>sino que todos hacemos algo de nosotros mismos. Para Frankl, lo verdaderamente importante</p><p>eran los métodos de recuperación de la confianza innata y la escolta terapéutica hacia un</p><p>estilo de vida orientado hacia el sentido.</p><p>Con el tema de los «métodos» entramos en el ámbito de intervención psicoterapéutica</p><p>propiamente dicho de la logoterapia. Allí encontramos el genial complejo metodológico de la</p><p>«intención paradójica», frecuentemente confundida, por desgracia, con las intervenciones</p><p>paradójicas de la terapia conductista, como la «prescripción sintomática», que tan populares</p><p>se hicieron un cuarto de siglo más tarde. En cambio, el método de la «intención paradójica»</p><p>tiene una característica singular, porque moviliza las fuerzas de autodistanciamiento que tiene</p><p>la persona, tales como el humor, la osadía, la fantasía y el consentimiento lúdico de jugar la</p><p>«carta de la angustia» más alta, instruyendo al paciente para que, de forma exagerada, desee</p><p>con fervor precisamente aquello que más temor le produce. Por ejemplo, el deseo «ridículo» de</p><p>que los compañeros de trabajo se rían tanto de uno que las paredes de la oficina se tambaleen</p><p>por el sonido que provocan las risas saca de quicio al miedo «ridículo» a meter la pata. El</p><p>método tiene muchas variaciones y registra elevados niveles de éxito, sobre todo en casos de</p><p>trastornos de ansiedad y obsesivo-compulsivos. Estos últimos, que, como es sabido, son muy</p><p>difíciles de curar porque descansan sobre un afán de perfección defendido a ultranza por el</p><p>paciente, se disipan casi exclusivamente mediante la práctica continuada de intenciones en el</p><p>extremo opuesto —paradójicas—. El fanático del orden que, por ejemplo, se atreve en broma a</p><p>entablar amistad con el caos más absoluto y, en consecuencia, mezcla salvajemente sus</p><p>utensilios encima de la mesa para demostrar esa amistad casi habrá vencido su enfermedad.</p><p>10</p><p>También tenemos el complejo metodológico de la «desreflexión», cuya importancia, en un</p><p>primer momento, no se aprecia en su justa medida. A pesar de ello, y debido a que muchas</p><p>formas de trastornos mentales modernos están acompañadas, cuando no provocadas, por</p><p>fuertes hiperreflexiones (Frankl), o sea, por cavilaciones permanentes en torno al bienestar</p><p>propio, la «desreflexión» es su contrapeso más adecuado. Este método intensifica la capacidad</p><p>de autotrascendencia del paciente, es decir, la capacidad de sentir y pensar más allá de sí</p><p>mismo entregándose con interés afectuoso a objetos y sujetos valiosos de su entorno,</p><p>abstrayendo así su atención enfermiza de su propio estado anímico, el cual se recupera de</p><p>manera inadvertida. Los grupos con problemas de sexualidad bloqueada o pervertida,</p><p>mecanismos motores autónomos alterados, ritmo del sueño alterado y enfermedades</p><p>psicosomáticas, pasando por trastornos de la autoestima, necesitan con urgencia este tipo de</p><p>correcciones desreflexivas de la atención, dado que tales trastornos se desarrollarán siempre</p><p>que se mantengan en el centro de la atención del paciente. Ocurre como en la fábula del</p><p>ciempiés que se atasca desesperadamente cuando quiere controlar de forma racional el</p><p>movimiento de cada una de sus numerosas patitas. De la misma manera, el bienestar anímico y</p><p>los ritmos biológicos son, ante todo, productos complementarios de una manera de vivir llena</p><p>y se sospechó que podría tratarse de leucemia. El</p><p>niño tuvo que pasar por un montón de pruebas hasta que los médicos descubrieron que era una</p><p>alteración inofensiva que se puede tratar con medicamentos. ¡Dios mío, no sabe lo contentos</p><p>que estamos!». La felicidad se podía notar en su voz.</p><p>Antes de acabar la conversación telefónica, le pregunté cómo le iba con la escritura. «¡</p><p>Ah! —rió desconcertado—, con la confusión de lo de mi hijo dejé de pensar en mi insignificante</p><p>problema. Cuando volví a acordarme, había desaparecido. Ahora ya no me tiembla la mano con</p><p>la que escribo, incluso cuando lo intento a propósito...» Aquello fue una desreflexión casual, no</p><p>54</p><p>muy agradable, pero sí eficaz. Esta es la prueba de un saber inmemorial que Viktor E. Frankl</p><p>supo reflejar en unas sabias palabras:</p><p>No es tarea del espíritu observarse a sí mismo ni mirarse al espejo. La esencia del ser</p><p>humano consiste en estar ordenado y dirigido, ya hacia algo, hacia alguien, hacia una obra, o ya</p><p>sea hacia un individuo, una idea o una personalidad. Sólo en la medida en que somos así</p><p>intencionadamente, somos existenciales; la persona «vuelve en sí» sólo en la medida en que</p><p>está espiritualmente en algo o en alguien, sólo en la medida en que está presente.</p><p>¿Qué hacer con los complejos de inferioridad?</p><p>Una mujer joven y madre de un niño de 8 años me vino a ver por un complejo de</p><p>inferioridad. Ella misma se había hecho el diagnóstico porque, supuestamente, presentaba</p><p>todas las características típicas. La mujer había leído mucho sobre el tema. Su madre había</p><p>sido una persona dominante y, en ocasiones, le había metido en la cabeza que era tonta, sobre</p><p>todo después de no haber superado el bachillerato porque había preferido dibujar y pintar en</p><p>vez de estudiar. Posteriormente, su marido, que era de la misma cuerda que la madre, la tenía</p><p>«sólo» por una simple ama de casa a quien poder dejar los platos sucios cuando él se iba a</p><p>jugar a los bolos con los amigos. Mientras tanto, hasta su hijo se acostumbró a que la madre le</p><p>ordenara sus juguetes mientras él se distraía escuchando música. Por todo ello, esta joven</p><p>mujer decidió que era incapaz de imponer sus intereses y que se arrodillaba ante cualquier</p><p>exigencia externa porque no reunía las fuerzas suficientes para reivindicar sus derechos y</p><p>defender su verdadera opinión. En cambio, también admitía que, a veces, era exageradamente</p><p>agresiva, bramaba contra los miembros de su familia y lloraba a lágrima viva sin saber por qué:</p><p>simplemente, porque no era feliz. Debido a ello, su marido le había amenazado en varias</p><p>ocasiones con «facturarla» al psiquiátrico.</p><p>Es cierto que una situación como la aquí descrita no es extremadamente amenazadora,</p><p>pero sí podemos decir de ella que tanto la autovaloración de la paciente como su valoración del</p><p>mundo exterior tienen un tono negativo. A este respecto, podemos afirmar que, en su campo</p><p>de visión «autocompasivo», la mujer sólo se veía a sí misma y sus estados de ánimo y, por</p><p>tanto, su capacidad de autotrascendencia estaba escasamente desarrollada. Finalmente,</p><p>podemos suponer que había una cierta insatisfacción con respecto a la vida procedente de una</p><p>pobreza de sentido, dado que, de hecho, la mujer estaba poco satisfecha con sus labores de</p><p>ama de casa, no veía en su marido a un compañero excitante y su espabilado hijo la necesitaba</p><p>cada vez menos. Y como, además, leía libros de psicología, sus «complejos» (reales o</p><p>imaginarios) empezaron a proliferar.</p><p>Yo me oponía a abordar la teoría del complejo de inferioridad y averiguar, por ejemplo,</p><p>cómo se había originado la escasa capacidad de imposición de la paciente. Los trastornos</p><p>neurótico-mentales se agravan cuando se les presta una atención sustancial, y lo que al</p><p>principio es fruto de la imaginación, aumenta su grado de realidad cuando hay una preocupación</p><p>55</p><p>por ello. Que alguien se sienta o no agobiado por un complejo de inferioridad es un factor</p><p>decisivo, pero lo importante es cómo se valora la persona a sí misma. Por ello, centré mi</p><p>atención en el único aspecto de todo el relato de la paciente que recordaba a un inicio de</p><p>desreflexión: era la parte del relato en la que ella, cuando era joven, había preferido</p><p>simplemente pintar y dibujar en vez de estudiar. Durante un momento, aquí se iluminó algo que</p><p>la mujer había valorado positivamente, que infundía alegría, algo autotrascendente. «Dígame:</p><p>¿hoy todavía le gusta pintar y dibujar...?», le pregunté.</p><p>Es una lástima que no haya grabado esta escena en una cinta de vídeo, porque el rostro de</p><p>aquella joven mujer habría ilustrado mejor que cualquier frase lo que significa la desreflexión.</p><p>Mientras me estuvo confiando sus preocupaciones, la expresión de su cara estaba sumida en la</p><p>penumbra y sus manos nerviosas hacían girar el dobladillo del vestido. Pero cuando le planteé</p><p>mi inesperada pregunta, los ojos le empezaron a brillar y las manos se tranquilizaron. Su</p><p>respuesta fue afirmativa y, en una acalorada discusión, pronto profundizamos acerca de todo</p><p>lo que ella era capaz de hacer con su talento gráfico y creativo. Yo propuse cosas, ella</p><p>también. Hablamos del batik, de colores decorativos, de pintura de porcelanas y de «Dios sabe</p><p>qué más», no sólo de complejos de inferioridad. Al despedirse, se llevó a casa un montón de</p><p>ideas y, además, la sugerencia de dejar que, a partir de entonces, su hijo ordenara él' mismo</p><p>los juguetes y ella utilizara ese tiempo para reunir el material necesario y hacer juntos una</p><p>sesión de pintura, o dejara] tranquilamente la colada para más tarde y saliera con su marido en</p><p>busca de nuevas sensaciones que pudieran plasmarse en i composiciones creativas de tiempo</p><p>libre.</p><p>Medio año después, la mujer iba a dirigir un curso de pintura para principiantes en el</p><p>Gesundheitspark de Munich y es-taba completamente ocupada en los preparativos, de manera i</p><p>que apenas tenía tiempo para cavilar sobre su estado mental, lo cual fue realmente</p><p>beneficioso. Había recuperado su auto-conciencia. En cambio, un «ataque frontal» a los</p><p>antiguos síntomas en forma de psicoterapia los habría puesto en el centro de mira de su</p><p>atención y los habría animado.</p><p>Una receta útil</p><p>Hemos explicado que una valoración subjetiva errónea o negativamente deformada de la</p><p>situación no se puede corregir o volver positiva incrementando la información, sino mediante</p><p>impulsos destinados a reforzar la autotrascendencia. Retomemos por última vez el símil de los</p><p>niños patinadores y centrémonos en el segundo «factor intermedio» del modelo de elaboración</p><p>del estrés según A. Lazarus. ¿Qué posibilidades de dominio tiene una persona a su disposición</p><p>en una situación de estrés? Supongamos que un niño cae al agua al romperse la capa de hielo y</p><p>debe intentar salir o, como mínimo, mantenerse a flote has-la que vengan a rescatarlo. ¿Qué le</p><p>puede ayudar? La certeza de que se va a hundir o el horror de tener la muerte delante, seguro</p><p>que no, como tampoco una disputa encarnizada con el destino que le ha jugado una mala pasada.</p><p>56</p><p>La resignación, el temor y la rabia impotente no sirven de nada cuando se trata de sobrevivir.</p><p>El niño necesita aplicar sus energías en el esfuerzo físico y no debe malgastarlas en estallidos</p><p>psicológicos de pánico. Lo mismo ocurre con los pacientes que necesitan todas sus fuerzas para</p><p>restablecerse físicamente y que no deben obstaculizarlas con una depresión. Por tanto, ¿qué</p><p>puede mantener estable la constitución psicológica en una situación de emergencia crítica? La</p><p>receta es sencilla; lo difícil sólo es suministrar los «ingredientes», a saber, una gran dosis de</p><p>confianza y una pequeña dosis de humor. Si el niño es capaz de pensar: «¡Vaya, tengo una</p><p>oportunidad única para demostrar lo bien que nado! Además, hacía tiempo que iba aplazando lo</p><p>de tomarme un baño, aunque me hubiera gustado que el agua estuviera un] poco más</p><p>caliente...», esto le ayudará a mantenerse a flote y sobrevivir.</p><p>Un médico al que conozco y que a duras penas había superado dos infartos de corazón, lo</p><p>cual le supuso el correspondiente trauma, y que además padecía trastornos del ritmo cardíaco</p><p>me reveló una vez un «truco» personal con el que, cada vez que notaba cambios en las</p><p>palpitaciones, evitaba caer en] una escalada de pánico que pudiera desencadenar otro infarto.-</p><p>Cuando se producían estas situaciones, el médico le decía a su] corazón: «¡Desahógate a gusto,</p><p>tesoro! ¡Te permito todos los] excesos que quieras, pero, por favor, sé bueno y acuérdate de</p><p>volver a tu trabajo de vez en cuando!».</p><p>Aunque estos métodos parezcan simples, sirven de ayuda tan pronto como la más leve de</p><p>las sonrisas se desliza por los] pensamientos del afectado. Se trata de la capacidad de auto-i</p><p>distanciamiento (Frankl), relacionada con la capacidad humana de autotrascendencia, que</p><p>permite enfrentarse a una mala situación precisamente con una pequeña broma heroica en</p><p>lugar de someterse a ella «sin comentarios». Sobre todo en casos de miedos que son</p><p>superfluos porque no existe ningún peligro real —como no ocurre en el ejemplo de la capa de</p><p>hielo que se rompe, pero sí en el del niño que se acurruca acobardado en la orilla mientras los</p><p>demás patinan confiados sobre el] estanque— el humor es, junto con la confianza, la mejor</p><p>terapia. Sobre él se edifica, en principio, el método logoterapéutico de la intención paradójica.</p><p>La aplicación práctica de esta receta</p><p>A modo de ilustración, hablaré, tal como he indicado antes, de los ejercicios que llevé a</p><p>cabo con mi paciente con «calambres del escribiente» y que ya habían dado sus primeros</p><p>resultados antes de que se curasen de repente mediante una desreflexión por casualidad. Le</p><p>di un papel y un bolígrafo y le ordené que, bajo mi atenta mirada, escribiera un texto con el</p><p>propósito firme de temblar cada cuatro palabras. El paciente tenía que ir contando con sumo</p><p>cuidado para no dejar, por error, las cuartas palabras sin calambre. Por tanto, debía efectuar</p><p>y desear mentalmente precisamente aquello que hasta entonces había temido: la inhibición de</p><p>la escritura. El hombre reaccionó a mis instrucciones con escepticismo. Le parecía un</p><p>contrasentido querer temblar intencionadamente, pero le convencí para que intentara llevar a</p><p>cabo mi propuesta sin perturbarse.</p><p>57</p><p>Cuando plasmó sin complicaciones cinco palabras sobre el papel, le hice saber</p><p>delicadamente que había tenido un calambre. Tras otras cinco palabras escritas sin problemas,</p><p>meneé involuntariamente la cabeza y le insistí en que debía seguir mis instrucciones. Sin</p><p>embargo, la mano de aquel hombre no había temblado ni una sola vez durante todo el proceso</p><p>de escritura. Al terminar el ejercicio, me miró sorprendido y murmuró que no entendía cómo</p><p>había sido capaz de escribir con tanta fluidez. El misterio fue sencillo de explicar. Sólo su</p><p>desproporcionado miedo al síntoma había desencadenado el propio síntoma, y si no había miedo</p><p>tampoco había síntoma. Entonces, el paciente podía no tener miedo en el caso de querer</p><p>provocarse de forma intencionada un calambre, porque el temor y el deseo se compensan</p><p>mutuamente en su incompatibilidad. Viktor E. Frankl justificó este extraño fenómeno del</p><p>siguiente modo: «El temor logra hacer realidad lo que teme. Pero en la misma medida que el</p><p>temor hace realidad lo que teme, el deseo forzado hace imposible que se produzca lo</p><p>deseado». Cuanto más a menudo una persona, desde una autodistancia sana, consigue reírse de</p><p>un miedo exagerado y parodiarlo con humor, menor será la frecuencia con la que aparecen sus</p><p>contenidos y mayor la confianza puesta en las facultades propias.</p><p>Un miedo innecesario sólo mantiene su poder mientras se lucha desesperadamente contra</p><p>él o se huye horrorizado de las oportunidades relacionadas con él. En cambio, si el afectado</p><p>puede hacer un acercamiento al miedo en tono de burla y aceptar heroicamente los «medios de</p><p>amenaza» utilizados por la angustia, la amenaza pierde su efecto, y el miedo, su poder. Este</p><p>método se recomienda a todas las personas que suelen alterarse por cosas que no merecen tal</p><p>alteración, como puede ser, por ejemplo, un examen. Todo aquel que esté dispuesto, en broma,</p><p>a dejarse caer por el examen con la cara radiante y armando estruendo no se sumirá de forma</p><p>precipitada en un estado de pánico. El humor introduce una cuña entre la persona espiritual de</p><p>un individuo y sus debilidades psíquicas, separa lo emocionalmente exagerado</p><p>«contraexagerando» y, de esta manera, desde el territorio sano de la personalidad, libera los</p><p>potenciales energéticos mejor dotados para acabar de verdad con las dificultades de la vida.</p><p>Dos clases de riqueza</p><p>Una disertación sobre la elaboración del estrés quedaría incompleta si no se hablase</p><p>también de aquellos contextos que no se pueden modificar con ninguna estrategia de</p><p>actuación. Para acabar de agotar definitivamente nuestro símil, podríamos decir que ésta es la</p><p>situación en la que se halla un niño al que se le comunica que la capa de hielo del estanque</p><p>todavía es demasiado delgada para patinar y que, debido a ello, debe renunciar a entrar. El</p><p>niño no puede hacer nada para que el agua se congele más rápido y debe hacer acopio de</p><p>paciencia. Nos guste o no, una buena parte de nuestras condiciones de vida está determinada</p><p>de manera parecida. En tal caso, lo único que podemos elegir es nuestra actitud con respecto a</p><p>ellas, y esta actitud, sin duda, ejerce una influencia sobre nuestra salud que no debemos</p><p>menospreciar.</p><p>58</p><p>En el libro Das Lacheln der Auguren, de Franz Flossner, aparece el siguiente aforismo:</p><p>«Existen dos clases de riqueza: tener mucho o necesitar poco». Esta frase se puede aplicar a</p><p>la pura y simple suerte de vivir. Si alguien se siente perjudicado por la suerte, todavía tiene la</p><p>oportunidad de «necesitar menos suerte» para obtener satisfacción, lo que, en ocasiones, es el</p><p>bien más preciado, porque independiza a la persona de las distintas formas de azar. Las</p><p>actitudes mantenidas desde la estabilidad mental acostumbran a ser aquellas que «necesitan</p><p>menos suerte», porque todavía son capaces de dar una respuesta positiva a acontecimientos</p><p>desagradables e ineludibles.</p><p>En este contexto, me gustaría aportar un detalle procedente de mis conversaciones</p><p>terapéuticas con la «paciente del complejo de inferioridad». Esta mujer, que era muy leída, se</p><p>había estudiado los libros sobre la «crisis de los 40», que entonces estaban de actualidad.</p><p>Inmediatamente, mencionó que tenía miedo de llegar a la mediana edad y que miraba el</p><p>hacerse mayor con suma inquietud.</p><p>Para insinuarle una actitud positiva frente al hecho irremediable de madurar, le repliqué</p><p>lo siguiente: «Bueno, a lo largo de varias sesiones conmigo, usted se ha quejado de que</p><p>actualmente está interpretando el papel de "ama de casa con complejo de inferioridad" y que</p><p>no puede afrontar sus propios intereses, como la enseñanza artística, porque está atada al</p><p>hogar por sus obligaciones como madre. Debo admitir que un hijo de 8 años limita</p><p>forzosamente el radio de acción de una madre consciente de su responsabilidad. Pero piense</p><p>que si usted se hace mayor, su hijo también, y más independiente. Y cuanto más independiente</p><p>sea él, más espacio libre le dejará. Cuando usted cumpla los 40 años, su hijo casi habrá</p><p>madurado y usted se verá en gran medida desatada de las obligaciones para con él. ¡Por tanto,</p><p>disfrute ejerciendo la maternidad mientras su hijo todavía es un niño, pero, al mismo tiempo,</p><p>espere con alegría un futuro que, presumiblemente, le depara unas perspectivas de desarrollo</p><p>personal formidables, porque tendrá más tiempo para dedicar a sus intereses!»</p><p>La mujer respondió espontáneamente: «Es verdad. Visto así, espero realmente ansiosa el</p><p>futuro, porque me imagino algunas cosas que podré realizar más fácilmente cuando mi niño sea</p><p>mayor». Esta mujer había comprendido lo que Viktor E. Iiankl expresó en una</p><p>hermosa frase:</p><p>«Quien se entrega al pánico de encontrar todas las puertas cerradas olvida que se libren</p><p>puertas nuevas cuando las antiguas se cierran».</p><p>Ante unas condiciones de vida inalterables, hay que dejar, más que nunca, que suceda el</p><p>milagro. Y éste prefiere aflorar en el lugar más insospechado...</p><p>La muda de un «patito feo»</p><p>Una vez tuve un caso etiológicamente interesante. Se trataba de unos gemelos de 10</p><p>años, de los que uno era el preferido de la madre por sus buenas cualidades, mientras que el</p><p>otro era más bien torpe y poco estimado. En las sesiones de orientación educativa, la madre se</p><p>59</p><p>mostraba poco cooperativa. Al gemelo rechazado lo incluimos en una terapia pedagógica</p><p>individual para reforzar su autoestima y enseñarle métodos de mejora de la psicomotricidad.</p><p>Un día, el niño se dirigió a nuestra terapeuta y le preguntó: «Por favor, ¿no podrían ayudar</p><p>también a mi hermano? Cada noche se hace pipí en la cama y no lo nota, y mamá se pone tan</p><p>triste...».</p><p>¡El hijo preferido se orinaba encima y el rechazado, no ¿Cómo casaba esto con la teoría</p><p>popular de que la enuresis nocturna significa «llorar por abajo»? Pero todavía hubo algo más</p><p>que nos conmovió. El niño rechazado presentaba un elevado nivel de comprensión e intuición</p><p>sociales: estaba pidiendo apoyo para su «contrincante» y quería ver a la madre feliz, esa</p><p>misma madre que lo dejaba de lado! En cambio, a su hermano, la «estrella de la casa», nunca se</p><p>le habría ocurrido pedir nada para nadie. La madre, por su parte, tampoco había tenido la</p><p>franqueza de confesarnos el problema del hijo preferido y siempre nos enumeraba los</p><p>aspectos negativos del perjudicado.</p><p>Las predisposiciones constitucionales (en algunos gemelos, idénticas) del ser humano</p><p>desempeñan un papel importante en el desarrollo del individuo. A ellas se suman las influencias</p><p>familiares y sociales, los sucesos casuales y los datos de salud, todo estrechamente unido en</p><p>una red inextricable. Pero la suma de ello no da como resultado «la historia completa del</p><p>individuo». Cuando la persona adopta interiormente una postura frente a sí misma y la posición</p><p>que ocupa en el mundo, se está formando un poco más. El gemelo rechazado se ha liberado de</p><p>las improntas, sin duda traumáticas, de la primera infancia, las ha resistido utilizando el</p><p>«poder de obstinación del espíritu» (Frankl) y se ha convertido, contra todo, en una persona</p><p>digna de ser amada. Y por ello podemos felicitarle de corazón. Con este contraste no queremos</p><p>reprochar nada al gemelo amado, pero una cosa es segura: si «llora por abajo» es que el motivo</p><p>es él.</p><p>La evolución del tratamiento de terapia pedagógica, donde incluimos posteriormente a</p><p>ambos gemelos, nos acabó dando la razón. El hermano bueno y tan querido por la madre tenía</p><p>ante sí un camino espinoso. En cambio, el «patito feo» mudó su plumaje para convertirse en un</p><p>cisne blanco.</p><p>¡Qué razón tiene la logoterapia al dudar que el ser humano esté abandonado a las</p><p>influencias determinantes de la herencia y la educación! No, la persona no es ninguna mezcla</p><p>de datos genéticos y contenidos aprendidos. En ella hay algo que no es de este mundo.</p><p>¿Motivo de enfado o de alegría?</p><p>Una mujer se quejaba en mi consulta porque estaba sometida a una terrible carga de</p><p>trabajo y se hallaba al borde de un ataque de nervios. Decía que su jefe se había ido de</p><p>vacaciones y que antes le había endosado todo el trabajo, a pesar de que todavía quedaban</p><p>empleadas en la oficina que también habrían podido asumir parte de las tareas. Pero, por lo</p><p>60</p><p>visto, según la mujer, el jefe se había fijado precisamente en ella...</p><p>Pues bien, quejarse y recriminar a espaldas de alguien da muy poco resultado.</p><p>Quejándose, uno no se saca de encima lo que le hace enfadar. O bien nos enfrentamos honesta</p><p>y sinceramente con el causante del enfado, o bien cambiamos nuestra actitud frente al</p><p>problema. Como el jefe se había ido de vacaciones y no estaría presente durante un tiempo,</p><p>ayudé a la paciente a conseguir un pequeño cambio de actitud. Le pregunté si las tareas que le</p><p>habían encomendado eran importantes para el funcionamiento de la empresa, y respondió que</p><p>sí. Acto seguido, le planteé lo siguiente: «¿Podría ser que su jefe confíe ciegamente en usted y</p><p>en su capacidad y que, por ello, durante su ausencia sólo quería ver los asuntos importantes en</p><p>sus manos, sabiendo que no tendría que preocuparse durante las vacaciones?».</p><p>La mujer ponderó este aspecto y asintió con la cabeza: sí, podría ser. De repente, la</p><p>carga de trabajo objeto de sus quejas lo pareció un elogio indirecto del jefe, una</p><p>demostración de confianza que la destacaba positivamente por encima de todas sus</p><p>compañeras. La mujer abandonó la consulta con una leve sonrisa en los labios.</p><p>La realidad demuestra que el elogio y el reconocimiento que recibe casi todo ciudadano</p><p>medio en el transcurso de su vida no se corresponde con lo que éste ofrece. Vivimos en una</p><p>sociedad a la que no le gusta elogiar. Por ello, casi todo el mundo recibe grandes dosis de</p><p>crítica e imputaciones puramente erróneas de causas perversas. La desconfianza prevalece.</p><p>Por ello, le corresponde al psicoterapeuta equilibrar esta situación acentuando todo el</p><p>reconocimiento que merecen sus pacientes, fijándose en sus buenos resultados, admirando sus</p><p>experiencias más elevadas y encomiando su valiente perseverancia. El profundo respeto a los</p><p>actos u omisiones responsables y llenos de sentido de nuestros congéneres despierta en ellos</p><p>la voluntad de seguir por el buen camino y les confirma de manera retroactiva que ciertos</p><p>esfuerzos no agradecidos no han cambiado. Uno de los actos más grandiosos del altruismo es,</p><p>quizás, inclinarse ante los logros del prójimo.</p><p>El humor salva abismos</p><p>Un dentista de mediana edad me vino a ver a causa de un temblor de manos psicógeno. El</p><p>hombre consideró la opción de «abandonar» su consulta porque, como es comprensible, un</p><p>temblor de manos incontrolable no es la mejor publicidad para un dentista. Como factor</p><p>constitucional cabe mencionar un temblor senil extraordinariamente fuerte y con inicio</p><p>temprano que había padecido su madre. Los otros aspectos de la situación general del dentista</p><p>eran favorables: tenía una consulta en expansión y disfrutaba de un feliz matrimonio del que</p><p>tenía dos hijos sanos. En los años anteriores, el hombre sólo había tenido un pequeño «desliz»:</p><p>una breve relación amorosa con una enfermera, pero que había concluido sin más</p><p>complicaciones.</p><p>Sin embargo, esta relación había sido objeto de discusión constante durante un</p><p>61</p><p>tratamiento de psicología profunda al que el dentista se había sometido antes de acudir a mí, y</p><p>su sentimiento de culpabilidad presuntamente reprimido se había interpretado como la causa</p><p>oculta del temblor de manos. A la posible tara hereditaria transmitida por la madre no se le</p><p>había atribuido ninguna importancia.</p><p>En cambio, yo consideré significativo este factor constitucional, aunque no en el sentido</p><p>de un destino irremediable, y quité importancia a la aventura, dado que el paciente me aseguró</p><p>que el asunto estaba resuelto y cerrado para él y su esposa. Sin embargo, sí que consideré</p><p>grave la reacción personal del paciente a su síntoma, reflejada en una conducta de huida y</p><p>evitación. Por ejemplo, ya no aceptaba ninguna invitación de los amigos porque temía que</p><p>alguien le observara derramando una cucharada de sopa o una bebida, o alegaba pretextos</p><p>increíbles para no tener que rellenar ningún formulario en la consulta cuando había alguien</p><p>alrededor. Además, antes de una intervención complicada, recurría a tranquilizantes para</p><p>estar en condiciones de trabajar. Con ello estaba cayendo, por así decirlo, en una trampa</p><p>psicológica, porque cuando se elude a corto plazo un síntoma mediante la huida, aumenta a</p><p>largo plazo el miedo a cualquier situación crítica nueva donde la «salida de socorro» podría no</p><p>estar abierta y el síntoma</p><p>podría aparecer irremediablemente. Y cuando aparece, sucede</p><p>exactamente lo que se temía, y el miedo a una futura repetición del síntoma aumenta todavía</p><p>más.</p><p>Por tanto, familiaricé al dentista con el método de la intención paradójica: «¡Deje de</p><p>querer evitar los temblores, porque se harán aún más fuertes! No huya del drama esperado,</p><p>dele la vuelta y coja el toro por los cuernos. ¡Tiemble lo que le venga en gana! ¡Tiemble a placer!</p><p>¡Esfuércese en enseñar a la gente que le rodea lo tremendamente bien que tiembla! ¡Busque</p><p>ocasiones especiales para demostrarlo! Si acuden clientes desagradables a su consulta, esboce</p><p>una sonrisa socarrona y dígase a sí mismo: "¡Espera, que ahora te voy a hacer temblar de</p><p>verdad!". Si le invitan los amigos, ¡desee disimuladamente dejar a todos sin aliento con sus</p><p>temblores! Si tiene que rellenar un formulario, ¡haga honor a la imagen de los médicos</p><p>escribiendo con letra ilegible! Y siéntase decepcionado cada vez que sus temblores no den la</p><p>talla. Quedará perplejo de lo difícil que resulta temblar por sistema cuando desee hacerlo</p><p>intencionadamente».</p><p>El dentista comprendió al momento la quintaesencia de este curioso consejo y puso en</p><p>práctica mis propuestas, al principio con reservas, pero después cada vez con más valentía. En</p><p>los restaurantes u oficinas de correos, se ponía al lado de desconocidos con el propósito</p><p>(paradójico) de «desplegar un verdadero espectáculo de temblores». A los pocos días me</p><p>confirmó lo siguiente: «Noto claramente el efecto curativo de su método. De hecho, no sucede</p><p>nada: en cuanto quiero temblar, mis manos se quedan quietas». «Sí —respondí—, y en cuanto</p><p>usted pueda reírse profundamente de su ansiedad exagerada estará totalmente curado.»</p><p>El humor es el agente liberador de la intención paradójica. «Apenas existe nada en la</p><p>existencia humana que haga ganar distancia de la manera y en la medida que lo hace el humor»,</p><p>62</p><p>escribió Viktor E. Frankl. Es precisamente esta distancia con respecto al miedo neurótico lo</p><p>que salva al enfermo de neurosis de ansiedad: una sonrisa sobre uno mismo rompe el hechizo</p><p>del miedo. O, como lo expresó el pintor Anselm Feuer-bach: «El humor salva abismos».</p><p>Autorreflexión y falta de fundamento</p><p>De mis conversaciones con el dentista, recuerdo un detalle interesante que no querría</p><p>escatimar al lector. Una noche, en la época en la que él todavía padecía la neurosis de</p><p>ansiedad, le llamaron para un caso urgente y quiso endosar el trabajo a un colega porque, al ser</p><p>requerido por sorpresa y sin el amparo de los tranquilizantes, se veía incapaz de mantener la</p><p>mano serena. Pero resultó que el compañero se había ido de viaje y no había nadie que pudiera</p><p>sustituirlo; además, el paciente amenazaba con desangrarse. Entonces, el dentista reunió su</p><p>instrumental y se puso en camino. Se trataba de una intervención mandibular tan sumamente</p><p>difícil que el dentista tuvo que concentrarse por completo en ella y no pudo perder ni un solo</p><p>instante en pensar sobre sus miedos. Resultado: cuando por fin acabó y pudo respirar aliviado,</p><p>el dentista se dio cuenta de que, durante todo el tiempo que había durado la intervención,</p><p>desde el primer movimiento de manos hasta el último, había podido librarse de cualquier asomo</p><p>de temblor.</p><p>También podríamos calificar este suceso de «desreflexión por casualidad». Aludiendo a</p><p>Karl Jaspers, podríamos afirmar que la tarea llena de sentido que «gritaba» desde su</p><p>actualidad sacó al dentista de la falta de fundamento de su autoopresión. De ahí la cita de</p><p>Karl Jaspers6, que dice lo siguiente:</p><p>Cuando la autorreflexión, entendida como contemplación psicológica, se convierte en la</p><p>atmósfera de la vida, el individuo cae en una falta de fundamento. [...] El ser humano debe</p><p>preocuparse de las cosas y no de sí mismo, de Dios y no de la fe, del ser y no del pensar, de lo</p><p>amado y no de amar, del logro y no de la experiencia, de la realización y no de las posibilidades;</p><p>o más bien de todo lo segundo, pero siempre sólo como transición, nunca por sí mismo.</p><p>La preocupación por el fracaso propio se desvanece en la preocupación amorosa por el</p><p>entorno. Este es el motivo de que los síntomas desagradables del dentista desaparecieran en</p><p>un soplo aquella noche en la que se había dirigido al enfermo de urgencias sin necesidad de</p><p>ninguna digresión cognitiva o emocional.</p><p>Cuando el dentista comprendió esto, conseguimos una base sólida para la fase de</p><p>seguimiento, la cual tenía por objeto consolidar la ausencia de miedo (conquistada con la ayuda</p><p>de la intención paradójica). El mensaje desreflexivo estaba claro: «No se preocupe por lo que</p><p>la gente pueda pensar de usted. ¡Piense mejor en aquello de lo que le gustaría preocuparse!</p><p>Concéntrese en lo esencial de sus habilidades, haga bricolaje y emplee su tiempo libre en</p><p>6 Karl Jaspers, Wesen und Kritik der Psychotherapie, Munich, 1958 (trad. cast.: Karl Jaspers, Esencia y crítica de la psicoterapia, Buenos</p><p>Aires, 1959).</p><p>63</p><p>practicar deporte, ir de excursión con sus hijos, desarrollar iniciativas políticas o cualquier</p><p>otra cosa que sea de su interés. ¡Abrase a un mundo que tanto tiene que ofrecerle y al que</p><p>tanto tiene usted que dar!». Paralelamente, se consiguió sustituir el consumo de</p><p>tranquilizantes por ejercicios de relajación, de manera que la dependencia se pudo eliminar</p><p>desde su comienzo. En los diez años posteriores, el paciente no sufrió ninguna recaída.</p><p>Después, nuestros caminos se separaron.</p><p>El dibujo de un sueño como medicina</p><p>Un trabajador inmigrante griego fue derivado a mi consulta por su médico de cabecera</p><p>porque los dolores de estómago que padecía estaban estrechamente relacionados con una</p><p>situación de problema psíquico y estrés. Aquel hombre cultivado, sensible, de complexión</p><p>pequeña y enjuta, ocupaba un puesto de trabajo en una empresa donde lo que contaba era una</p><p>fuerza y una resistencia física que él apenas poseía. Sus compañeros, intelectualmente</p><p>inferiores, pero con más músculos, se divertían tomándole el pelo y burlándose de él por este</p><p>motivo y le ponían motes espantosos. Una vez, llegaron incluso a tirarlo al suelo. Esta situación</p><p>le entristecía, le hacía pasar noches melancólicas y días temiendo el roce con los compañeros,</p><p>y acabó expresándose en un dolor de estómago que, además, minaba sus fuerzas.</p><p>Mi primera reflexión giró en torno a si el paciente debía o no cambiar de lugar de</p><p>trabajo, pero resultó que estaba ligado a la empresa por un crédito obtenido a través de ésta</p><p>y entre sus objetivos no contemplaba el retorno a Grecia, de momento, porque el sueño de su</p><p>vida siempre había sido construirse, algún día no muy lejano, una casita en su país y crear así</p><p>un lugar para que viviera durante generaciones una familia de la que él sería el progenitor,</p><p>pero el capital necesario para conseguir su objetivo sólo podría obtenerlo conservando su</p><p>oficio en Alemania.</p><p>Es decir, a la sensibilidad del griego, condicionada por su predisposición, se le unía una</p><p>situación de presión neurotizante. No había que cambiar ninguna de las dos cosas, aunque</p><p>ambas amenazaban la salud del paciente por su inclinación a reaccionar psicosomáticamente a</p><p>ellas. Siendo así, la logoterapia nos enseña que casi todo se puede soportar y resistir, y que</p><p>cualquier destino, por muy cruel que sea, se vuelve tolerable si se puede ver en él tan sólo un</p><p>sentido: un para qué. Y para el paciente existía tal sentido. Él mismo lo había descrito: la casa</p><p>de sus sueños, su futura familia, el hogar por el que estaba dispuesto a trabajar hasta caer</p><p>rendido.</p><p>Yo sólo debía limitarme a mantener presente este para qué en forma de apoyo</p><p>consciente. Lo hice pidiéndole que dibujara la casa de sus sueños, pero en un papel pequeño</p><p>para que lo pudiera llevar en la cartera. El hombre dibujó con una entrega emocionante. A</p><p>continuación, le sugerí que, cada vez que sus compañeros lo mortificasen,</p><p>fuera al lavabo, se</p><p>sacase la cartera y contemplara su casa. Le dije que, cuando hiciera esto, experimentara</p><p>interiormente lo listo que era él con respecto a sus compañeros, quienes malgastaban parte de</p><p>64</p><p>su dinero mientras él lo ahorraba para un fin noble, y lo pobres que eran éstos, quienes, por</p><p>mucho músculo que tuvieran, nunca poseerían una maravillosa casa de paredes encaladas al</p><p>borde de una playa griega como la que él tendría en cuanto se cumpliera su sueño.</p><p>A continuación, el paciente debía decirse a sí mismo, con una sonrisa en la boca: «¡Venga!</p><p>¡Venid a por mí y vejadme! Hay que pagar un precio muy alto para conseguir un gran premio, y</p><p>yo poseo este premio, al menos en mis sueños. En cambio, vosotros, individuos despreciables,</p><p>poco más tenéis qué no sea la pequeña satisfacción de torturarme».</p><p>Mis expectativas se cumplieron. Algunos meses después de nuestra conversación</p><p>terapéutica, me encontré casualmente con el griego por la calle y se dirigió a mí. Yo no lo</p><p>reconocí; hasta que se sacó la cartera del bolsillo y me puso su dibujo delante de mi nariz. Me</p><p>explicó que los dolores de estómago habían remitido considerablemente y que ya no sentía la</p><p>necesidad de contemplar su talismán secreto en el lavabo. Decía que estaba tan tranquilo que</p><p>los compañeros de trabajo habían empezado a respetarle. Desde que aceptó su suerte como</p><p>uní precio que había que pagar para su futuro hogar, explicaba,' «de alguna manera todo le iba</p><p>bien». Efectivamente, era como si, simplemente, ya se hubiera imaginado algo así, porque en, la</p><p>obra también había buenos compañeros que eran menos ordinarios que los otros. En cualquier</p><p>caso, el hombre se mostró muy agradecido conmigo, porque la idea del dibujo había sido la</p><p>mejor medicina que le había recetado un médico...</p><p>Poner los detalles en su sitio</p><p>«He vuelto a la tranquilidad», atestiguó mi paciente griego. Éste es el feliz resultado de</p><p>las actitudes paradójicas frente a contenidos que infunden ansiedad. «Venid a por mí y</p><p>vejadme»: con este pensamiento, el paciente recobró el ánimo y pudo ir al trabajo con la</p><p>cabeza bien alta. ¿Qué había sucedido? ¡Los compañeros habían empezado a respetarle!</p><p>En la actitud paradójica se pone en práctica una parte de la confianza innata antes de que</p><p>ésta se establezca de forma efectiva en la mente y ayude a salir de la crisis. Imaginemos, por</p><p>ejemplo, a una persona que sale de compras y tiene la idea obsesiva de que se ha podido olvidar</p><p>de cerrar la puerta de casa. Si esta persona se dice a sí misma: «¡Qué bien! ¡Entonces se habrá</p><p>quedado abierta de par en par! ¡Estoy permitiendo a todos los ladrones del barrio que desfilen</p><p>por mi casa!», se estará convenciendo de que sus tesoros son algo relativo y renunciable</p><p>porque carecen de importancia frente a la eternidad. O una persona que, torturada por sus</p><p>miedos a ser ridiculizada, juega con la idea grotesca de, en la próxima reunión de amigos,</p><p>desprender ríos de sudor ante los presentes y arremeter contra ellos con una retahíla de</p><p>palabras inconexas, etc., habrá comprendido que nadie es la máxima autoridad. A los lectores</p><p>creyentes les sonarán las palabras de Peter Horten, cuando dice que el ser humano no puede</p><p>caer más bajo que en las manos de Dios.</p><p>El paciente con neurosis de ansiedad y obsesivo-compulsiva hace los honores a una forma</p><p>65</p><p>de ver distorsionada que le sugiere los detalles cercanos como algo inquietante y los objetivos</p><p>alejados como algo despreciablemente pequeño en tanto; que inalcanzable en apariencia. Cae</p><p>en la trampa de una «ilusión óptica», como el niño que observa su entorno desde lo alto de una</p><p>torre y ve los cuervos que sobrevuelan el lugar como si fueran pájaros gigantescos y los</p><p>camiones que pasan por la carretera como si fueran coches de juguete. Para estos pacientes,</p><p>el aseo matinal se convierte en una ceremonia tormentosa, el trayecto en autobús a la oficina</p><p>se transforma en un viaje espantoso, la desagradable tarea de ordenar el escritorio supone</p><p>una enorme pérdida de tiempo, y una palabra chistosa de un compañero se traduce en un mar</p><p>de lágrimas. Si éste es el reducido mundo del neurótico, ¿dónde queda sitio para lo</p><p>verdaderamente importante y valioso?</p><p>El método de la intención paradójica vuelve a poner los detalles en su lugar. En el aseo</p><p>matinal, el enfermo debe esforzarse simplemente en no mojar «las bacterias que hay en su</p><p>piel», para no ahuyentarlas. El autobús resulta un lugar adecuado para un breve desmayo con el</p><p>que recuperar el sueño desaprovechado de la mañana. Sobre el escritorio de la oficina tiene</p><p>que rugir un huracán que haga bailar a los lápices. Y los compañeros de trabajo serán</p><p>recompensados con una porción extra de amabilidad por sus «calumnias». ¿Cuál es el</p><p>testimonio profundo que subyace en estas humoradas? Probablemente, que no hay que</p><p>malgastar los valiosos minutos de la vida en banalidades, porque hay algo más importante que</p><p>formaría parte del pulso de nuestro ser; algo más importante para lo cual también habría que</p><p>reservar el desbordamiento de nuestros sentimientos. Viktor E. Frankl dijo en una ocasión que</p><p>su método consistía en «la restauración de la jerarquía de valores sana y natural del</p><p>individuo», encontrando así una de sus mejores definiciones.</p><p>El oculto sentido del sinsentido</p><p>El método de la intención paradójica impulsa de manera saludable el diálogo interior de la</p><p>persona consigo misma. «Bue-j nos días, cascarrabias —decía una de mis pacientes a su malí</p><p>humor cuando, al despertar, le sobrevenía este estado—. ¡Intenta amargarme el día cuanto</p><p>puedas! Ya veremos si lo consigues. Y esmérate un poco, porque me aburre luchar contra un</p><p>rival débil.» «Por fin tengo un motivo para enfadarme —se dijo otra paciente cuando se le</p><p>resbaló de las manos una taza del café—. ¡Cuántas veces en mi vida me he enfadado sin motivo!</p><p>alguno! ¡Ahora, como mínimo, puedo disfrutar acertadamente! de mi enfado, porque está</p><p>justificado!» Estos diálogos con uno mismo o con los sentimientos impiden inmediatamente un</p><p>estado de ánimo negativo que quiere «colarse sigilosamente». He conocido pacientes que sólo</p><p>se han liberado de la ansiedad dialogando mentalmente con ella: «Ansiedad mía, ¿dónde te he</p><p>metido? Sería una tontería perderte. Me he acostumbrado tanto a ti...».</p><p>Si, además, un paciente es capaz de reír por dentro, se reirá con buena salud. «No puedo</p><p>viajar en tren —me explicó una señora de aspecto bastante corpulento—. Siempre tengo que</p><p>pensar que podría abrir accidentalmente las puertas del vagón y caer fuera.» «¿Qué tiene</p><p>66</p><p>usted en contra de tomar una bocanada de aire fresco? —le pregunté con intención</p><p>paradójica—. Además, ¡qué mejor cura de adelgazamiento que los saltos mortales por el</p><p>terraplén de la vía! Seguro que le hace falta un poco de ejercicio. Viajando en tren tendrá la</p><p>formidable oportunidad de poner solución a eso si cada vez que se cae vuelve a saltar</p><p>rápidamente al interior del vagón. ¡Así también podrían caer esos quilitos de más!» La señora</p><p>reía y, cuando volvió para la siguiente sesión, seguía riendo. «He ido en tren —dijo estallando</p><p>de risa—, y cada vez que veía las puertas del vagón, tenía que pensar en su dieta de</p><p>adelgazamiento radical. ¡Y entonces la ansiedad desaparecía por sí sola! No tiene sentido...», y</p><p>volvió a reír. Desde entonces, esta señora no ha tenido ninguna dificultad para viajar en tren.</p><p>En otra ocasión, un paciente sin empleo que había sufrido varios brotes psicóticos, pero</p><p>que se estabilizó correctamente con medicación, me dijo: «¿Vale la pena que acepte un</p><p>trabajo? ¿Qué pasa si la psicosis me vuelve a poner fuera de combate?». Mi respuesta fue:</p><p>«¿Sabe una cosa? Yo no me fiaría de la psicosis. ¿No le ha dejado vergonzosamente en la</p><p>estacada y ya no ha vuelto más?». Riéndose de la «psicosis infiel», el hombre solicitó un puesto</p><p>de media jornada y, actualmente, en vista de las reducidas ayudas sociales, está contento por</p><p>tener el trabajo.</p><p>Quien ríe se ríe de una pizca de sentido en el sinsentido, el cual es más fácil de descubrir</p><p>y aceptar mediante la ayuda del humor que desde la gravedad de una situación temida. La</p><p>paciente descrita antes dedujo de mis palabras «sin sentido» que ella no cae del tren si no</p><p>quiere. De la misma manera, el paciente sin empleo comprendió con la broma que lo que debía</p><p>hacer era aprovechar las épocas sanas de su vida. Hasta cuando nos reímos del típico chiste,</p><p>no nos reímos de ningún juego de palabras sin sentido, sino de un sentido en el sinsentido</p><p>oculto en el chiste, tal como se indica cuando decimos que alguien «comprende» o «no</p><p>comprende» la gracia. Por consiguiente, si alguien se ríe de sus síntomas, «sabe» elevarse por</p><p>encima de ellos, y lo hace sobre las alas de un espíritu que, en; su integridad, no pueden tocar</p><p>ni el sufrimiento ni los falsos caminos de la psique, aunque nosotros, los seres humanos, sólo</p><p>seamos unos limitados partícipes de ese espíritu.</p><p>Diálogo con un psicoanalista</p><p>Para completar el tema del humor, reproducimos a continuación una disputa profesional</p><p>cuya pizca de sentido en el sinsentido no es difícil de adivinar. Este diálogo lo mantuve yo</p><p>misma con un colega psicoanalista.</p><p>ÉL: NO hace mucho, vino una familia a mi consulta, una familia extraordinariamente</p><p>armoniosa. El marido era amable con su esposa, los hijos se portaban bien delante de los</p><p>padres y la madre se mostraba generosa y comprensiva. Naturalmente, todo era fachada. ¡Por</p><p>detrás, la cosa tenía que hervir!</p><p>Yo: Quizás esas personas valoraban la armonía...</p><p>67</p><p>ÉL: Me imagino que el marido tendrá una amiga secreta, en casa la mujer debe ser una</p><p>verdadera furia, y los hijos...</p><p>Yo: ¿Qué síntomas subliminales atribuye usted a los hijos?</p><p>ÉL: El chico probablemente lee revistas pornográficas debajo de las sábanas, y la hija</p><p>podría experimentar un placer oculto martirizando al perro, como si éste fuera un objeto</p><p>sustitutivo para descargar su Edipo.</p><p>Yo: ¿Ha observado algo que apoye sus suposiciones?</p><p>ÉL: Se lo acabo de decir: amabilidad, buena conducta, armonía. Tanta avenencia entre los</p><p>miembros de una familia no puede ser cierta. Todos deben haber reprimido enormes</p><p>agresiones deben estar llenos de una rabia que se desatará en cuanto halle una válvula de</p><p>escape. Por ejemplo, el hombre dijo a su esposa: «¿No quieres tomar asiento, mi amor?». Para</p><p>mí, ésta es la prueba de que el marido, en su subconsciente, deseaba verla situada por debajo</p><p>de él. No cabe duda que él quería mirarla desde arriba, porque teme en secreto la fuerza</p><p>dominante de su mujer.</p><p>Yo: Quizá pensaba que podría estar cansada.</p><p>ÉL: ¿Puro altruismo? El altruismo es una ilusión. El ser humano es egoísta e instintivo por</p><p>naturaleza y, cuando suelta la red de la caridad, siempre está pensando en su propia</p><p>satisfacción. En cualquier caso, la mujer no tomó asiento. Dijo que no merecía la pena para una</p><p>conversación tan breve. Por tanto, estaba contradiciendo a su marido, por lo que deduje que</p><p>quería subyugarlo y someterlo de verdad allí donde pudiera.</p><p>Yo: ¿Y la conversación se prolongó hasta el punto que hubiera! valido la pena sentarse?</p><p>ÉL: Oh, no. Sólo duró unos minutos. De hecho, fue un malentendido. ¡Ja! ¡Un malentendido,</p><p>pero no es para reírse! ¡Aquella gente debía tener unos conflictos internos enormes para</p><p>haber' acudido inconscientemente a un especialista!</p><p>Yo: Entonces, ¿qué tipo de ayuda habían ido a buscar a su consulta si todo era tan</p><p>armonioso?</p><p>ÉL: Pues ninguna. Al final, dijeron que se habían equivocado de puerta. Querían ir a la</p><p>agencia de viajes de al lado...</p><p>Jerarquía de valores y decisión</p><p>Antes hemos hablado de la «restauración de la jerarquía de valores sana y natural».</p><p>Habría que añadir algunas consideraciones a este respecto, porque muchas personas caen en</p><p>68</p><p>crisis relacionadas con sus posibilidades de elección y jerarquías de valores.</p><p>Supongamos que un hombre tiene en su lugar de trabajo a un superior injusto que le</p><p>humilla. El hombre se pregunta si debe decirle abiertamente a su superior lo que piensa de él</p><p>para no perder su propia dignidad con el tiempo, o bien si debe mantener la boca cerrada para</p><p>no poner en peligro su empleo.</p><p>La protesta o el enfado no es siempre la mejor solución, aunque desde la psicología se</p><p>abogue con frecuencia por ella, sólo para evitar el riesgo de caer en un «estancamiento</p><p>emocional». Sin embargo, ¿de qué sirve una «evacuación emocional» si después todo se hace</p><p>añicos? Al ponderar las distintas posibilidades de elección, habría que elegir siempre aquella</p><p>que forme parte del valor «más alto en cada momento» del sistema de valores propio, porque</p><p>sólo para un valor elevado se está dispuesto a pagar también un precio alto. Pero ¿quién</p><p>determina cuál es el «valor más alto en cada momento» de una persona? No es la</p><p>arbitrariedad, sino el sentido del momento (Frankl).</p><p>Cada sistema de valores personal, si es adecuado al individuo, es rico y variopinto. Abarca</p><p>personas, cultura y naturaleza, aspectos musicales y sociales. Pero el sentido del momento se</p><p>mueve entre los contenidos de la vida considerados valiosos y destaca la actualidad de los</p><p>valores. Alguien puede ser un apasionado violoncelista y, pese a ello, el sentido del momento le</p><p>recomienda que arregle una cañería rota que gotea sobre el suelo de la cocina. El valor de la</p><p>vivienda no acostumbra a estar por encima del valor de la música, solamente «espera el turno</p><p>adecuado» para reclamar el servicio y la atención del afectado.</p><p>Volvamos al ejemplo del hombre con el superior injusto. ¿Debe luchar? ¿Debe aguantar?</p><p>Quizá tiene un hijo que toda- i vía está en la universidad y que depende de la ayuda económica</p><p>de su padre. En ese caso, mantener su puesto de trabajo tiene para el padre un valor alto y</p><p>completamente actual. En cambio, la experiencia liberadora de plantar cara al superior pasa a</p><p>segundo plano. Pero quizá la situación es otra. Quizás el hombre es independiente y</p><p>emprendedor, y puede encontrar un nuevo empleo con bastante facilidad. En tal caso, será</p><p>para él el «momento ideal» para enfrentarse a la conducta de su superior.</p><p>Al tomar su decisión, este hombre experimentará una buena sensación si decide desde</p><p>una fuerza interior. Por la licenciatura de su hijo, por la justicia en la empresa... Siempre</p><p>tendrá i que acarrear con algo, ya se trate de humillaciones posteriores, enfrentamientos</p><p>amargos o, incluso, la pérdida del puesto de trabajo. Pero sólo el conocimiento del valor</p><p>elevado por el que él actúa le concederá la resistencia mental necesaria. En cambio, el hombre</p><p>tendrá una mala sensación si decide desde su debilidad interior; es decir, si se subleva</p><p>encarnizadamente por, un arrebato repentino de ira sin pensar en las consecuencias, o si se</p><p>doblega por pura cobardía.</p><p>De aquí podemos aprender que no todos nuestros valores esperan su turno» en cada</p><p>69</p><p>momento para ser realizados. Las virtudes de la serenidad y la abstinencia también son</p><p>aplicables en relación con nuestros valores. El sentido del momento los ordena</p><p>jerárquicamente y sólo nuestra más profunda voz de la conciencia está en disposición de</p><p>captar este orden. Si lo ignoramos, lamentaremos algún día nuestra decisión, porque habremos</p><p>pagado nuestro precio por algo de segundo o tercer orden, mientras que lo de primer orden se</p><p>ha quedado en el camino.</p><p>A veces sucede que dos valores se presentan en nuestra jerarquía actual en un mismo</p><p>nivel. En casos así, el sentido del momento exige un compromiso que los contemple a ambos.</p><p>Así, continuando con el ejemplo anterior, el hombre podría tomar la decisión de hablar</p><p>tranquila y amistosamente con su superior cuando llegue el momento oportuno y pedirle más</p><p>comprensión por la situación de los empleados. Un compromiso con el cual el hombre no tendría</p><p>que tragarse todos los insultos, pero tampoco se vería amenazado con un despido. Esta clase</p><p>de compromisos son verdaderas «obras de arte», siempre que no sean «compromisos vagos»,</p><p>es decir, que surjan del amor por la reconciliación y no de una voluntad de escapar de</p><p>posiciones claras.</p><p>Escuchar la llamada de la trascendencia</p><p>Una vez conocí a un hombre que había ingresado en una clínica psiquiátrica a causa de una</p><p>depresión grave y que no respondía a ninguna terapia. Al comprobar su historial, se supo que su</p><p>esposa había sufrido un accidente de tráfico quince años atrás y había necesitado cuidados</p><p>desde entonces. La tenían que lavar, darle de comer, llevarla al lavabo y apenas se valía por sí</p><p>misma. El marido la había atendido y cuidado en casa durante catorce años, compaginando todo</p><p>ello con su trabajo diario. Durante catorce años había renunciado a muchos placeres, como</p><p>viajes y excursiones, y había dedicado todo su tiempo libre a la mujer. Pero durante aquellos</p><p>catorce años, el hombre se había mantenido sano.</p><p>En aquella época, los amigos y familiares intentaron convencerle de que estaba</p><p>desperdiciando su propia vida sin que su mujer estuviera particularmente bien atendida, y que</p><p>lo único razonable era llevarla a un sanatorio donde la pudieran cuidar como se merecía. Le</p><p>decían que tenía que disfrutar de la vida y j que ello no era posible con el «lastre» de su</p><p>esposa enferma. Tras catorce años, sucumbió a las presiones bienintencionadas de sus amigos</p><p>y alojó a su mujer fuera de casa. Cuando apenas había pasado un año, el hombre ingresó en el</p><p>psiquiátrico.</p><p>Varios terapeutas se encargaron de él y le recetaron no pocos medicamentos, pero nada</p><p>podía atravesar su desinterés por el mundo y la vida. Era como si hubiese levantado una pared</p><p>a su alrededor. Muy pronto, los terapeutas llegaron a la opinión unánime de que el</p><p>encadenamiento de catorce años a una mujer necesitada de cuidados y las distintas renuncias</p><p>—incluidas las sexuales— habían provocado en el hombre unos daños psíquicos que le</p><p>impedirían convertirse en un miembro normal de la sociedad. «Ha ingresado a la mujer</p><p>70</p><p>demasiado tarde», decían por todas partes.</p><p>Cuando fui a hablar con el hombre, cosa que sucedió de forma inesperada con ocasión de</p><p>una visita privada que realicé, inmediatamente me di cuenta de que padecía un terrible</p><p>conflicto de valores que había resuelto en contra de lo que su conciencia le dictaba. Esta idea</p><p>me vino porque al paciente no se le podía hablar de otro tema que no fuera «su mujer». Era</p><p>indudable que aún la amaba. Me describió con todo detalle la valentía con la que ella había</p><p>aceptado el traslado al sanatorio y cómo había escondido las lágrimas cuando él la fue a visitar</p><p>por primera vez. Yo seguí tanteando en busca de otros contenidos en su vida, pero todas las</p><p>dimensiones de valores parecían haberse extinguido. Lo único que brillaba en él era la imagen</p><p>de su esposa.</p><p>Tras la conversación, estuve media hora caminando de un lado a otro de un pasillo de la</p><p>clínica con una lucha interior. ¿Podía decir lo que pensaba? ¿Podía aconsejar la corrección</p><p>decisiva que a mí me parecía indispensablemente necesaria? Finalmente, volví a la habitación</p><p>del hombre y le dije: «Señor M., levántese, solicite el alta del hospital y reduzca la</p><p>medicación. Vaya a buscar a su mujer y vuelvan a casa. Usted no tiene ninguna enfermedad</p><p>mental ni psíquica. Usted tiene algo que debe aclarar, y mientras no lo haga, nunca recuperará</p><p>la alegría». El hombre me miró sorprendido y, lentamente, sus mejillas fueron recuperando el</p><p>color. Entonces, se levantó y empezó a vestirse.</p><p>Desde entonces, lo he vuelto a ver dos veces más. La primera, en su casa. Allí vi a un</p><p>hombre vital y equilibrado, correteando de la cocina al dormitorio con una bandeja de té y</p><p>galletas, mientras una mujer silenciosa y delgada que estaba postrada en la cama le seguía los</p><p>pasos con una mirada tierna. La segunda vez, lo vi con un traje negro cuando volvía del</p><p>cementerio de enterrar a su mujer. Vino para darme las gracias. «Si usted no hubiera estado</p><p>allí —me dijo—, mi vida habría' acabado hoy. Nunca habría superado la sensación de haber</p><p>dejado a mi mujer en la estacada. Su muerte solitaria en el sanatorio también me habría</p><p>matado a mí. Pero, en cambio, ha fallecido en mis brazos, y ahora... está bien así.»</p><p>Esta experiencia me hizo pensar en las sabias palabras d^ Viktor E. Frankl, quien escribió</p><p>una vez:</p><p>La persona sólo se comprende a sí misma desde la trascendencia. Más aún: el hombre sólo</p><p>es hombre en la medida en que se comprende a sí mismo desde la trascendencia, y también</p><p>sólo es persona en la medida en que la trascendencia lo personifica: dejando que su llamada</p><p>resuene y tintinee a través de él. El hombre escucha la llamada de la trascendencia en la</p><p>conciencia.</p><p>Y, de hecho, cuando alguien la «escucha», para él «está bien así».</p><p>71</p><p>Las cicatrices pueden formar un tejido sólido</p><p>Es una falsa creencia pensar que los sucesos traumáticos de nuestra vida se pueden</p><p>«elaborar» o «resolver» psíquicamente sin el voto de la conciencia. Estos acontecimientos</p><p>estresantes, incluido el dolor recurrente, no se quitan de en medio haciendo conscientes o</p><p>acusando a los culpables, ni racionalizando posteriormente o exteriorizando las emociones. Una</p><p>vez vi en Estados Unidos a una célebre oradora que explicó detalladamente a su auditorio los</p><p>motivos por los que experimentó unos sentimientos de odio infundados contra uno de sus</p><p>vecinos. El vecino en cuestión le recordaba a su padre, el cual le había obligado a llevar a su</p><p>liebre preferida al matadero. La oradora quería hacer constar que, reconociendo el origen de</p><p>su reacción exageradamente agresiva contra el vecino (inocente), daba por concluido su</p><p>antiguo trauma, pero mis temores apuntaban a que la mujer estaba sucumbiendo a una ilusión.</p><p>Si hubiera superado realmente el dolor de su infancia, no habría acusado públicamente a su</p><p>padre, medio siglo después y ante cientos de espectadores, de haber sido cruel y despiadado.</p><p>Algunos terapeutas sugieren a sus pacientes que podrían liberarse de las sombras de su</p><p>pasado aplicando largos y pesados métodos analíticos, tras los cuales podrán vivir</p><p>satisfactoriamente el presente. Pero los pacientes descubren pan latinamente que nunca</p><p>podrán deshacerse por completo de las sombras del pasado y que éstas se asoman sobre todo</p><p>cuando luce el sol alrededor. Curiosamente, son los momentos felices los que despiertan el</p><p>breve recuerdo de la melancolía. Los rostros alegres de los demás, las palabras graciosas y los</p><p>gestos seductores son los que recuerdan que todo esto no, siempre ha sido así. El contraste de</p><p>la luz resalta los contornos de la sombra mejor que la vaga penumbra de una existencia triste.</p><p>Sin embargo, no hay que olvidar que, desde sus raíces evolutivas, la vida humana no</p><p>significa vegetar imperturbablemente bajo un estado homeostático, sino luchar, sudar, ir de</p><p>la' esperanza a la decepción y esforzarse por una existencia llena' de sentido. Pero allí donde</p><p>se desarrolla una lucha, se producen' heridas, y donde hay heridas, hay cicatrices. Las heridas</p><p>corporales dejan cicatrices físicas, y las heridas mentales, cicatrices psíquicas. Ambas son</p><p>difíciles de borrar. Las cicatrices se, notan y se ven.</p><p>En cambio, si se curan bien, no tienen por qué convertirse en un punto flaco para el</p><p>organismo o la vida emocional. También pueden ser una medida del valor, un signo de las luchas</p><p>internas ganadas o, como mínimo, superadas, y dar testimonio de los procesos de maduración</p><p>que han consolidado el carácter de la persona. Las cicatrices pueden formar un «tejido</p><p>resistente», tanto corporal como mental. Resistente también en el sentido de una mayor</p><p>independencia respecto a los bienes mundanos y de una sensibilidad más elevada hacia la voz</p><p>de la conciencia. Por ello, la psicoterapia no consiste tanto en destapar experiencias dolorosas</p><p>—«hurgar en la herida»— y elaborarlas atribuyendo culpas, como en transformarlas en</p><p>fuentes</p><p>de energía espiritual de las que poder nutrirse desde la sabiduría cuando la vida</p><p>irrumpe de forma imprevisible. Viklor E. Frankl escribió estas bellas palabras al respecto:</p><p>72</p><p>Sufrir significa lograr y significa crecer. Pero también significa madurar. Porque la</p><p>persona que se va superando, también está madurando. El principal logro del sufrimiento no es</p><p>otro que el proceso de maduración. Sin embargo, la maduración descansa sobre el hecho de</p><p>que la persona alcance la libertad interior a pesar de la dependencia del exterior.</p><p>La superación de un trauma</p><p>Partiendo de un ejemplo concreto, me gustaría demostrad cómo la transformación del</p><p>sufrimiento en fuente de energía puede conseguirse incluso en niños pequeños. Debo</p><p>agradecer este ejemplo a Doris Hünger, pedagoga terapéutica y antigua colaboradora mía,</p><p>quien ha sabido introducir con éxito los principios logoterapéuticos en su labor profesional</p><p>cotidiana.</p><p>Se trata de una niña de 6 años cuya madre la trajo a nuestra consulta a causa de una</p><p>experiencia traumática acaecida hacía ya un año. La niña había tenido que presenciar cómo el</p><p>padre borracho había atacado a la madre y le había pegado incontroladamente. Como la mujer</p><p>sufrió una rotura de nariz que provocó una intensa hemorragia, una gran cantidad de sangre se</p><p>derramó sobre la alfombra que tenía debajo. Tras sufrir la herida, la madre llevó a su hija a</p><p>casa de una amiga y se fue al hospital, con lo cual no le dio tiempo de limpiar la alfombra.</p><p>Cuando, tras salir del centro sanitario y recoger a la niña, ambas entraron en casa, la hija</p><p>empezó a gritar al ver la alfombra manchada de sangre y se negó a pasar por encima. La madre</p><p>tuvo que quitar la alfombra, porque, de lo contrario, habría sido imposible conseguir que la</p><p>pequeña entrara en casa.</p><p>Desde aquel suceso, el padre, contra quien se presentó una denuncia, ya no vivía en casa</p><p>y, mientras tanto, se había llegado a hablar de separación. Lo que quería entonces la madre era</p><p>asegurarse de que la hija no sufriría daños psicológicos, de los cuales existían leves indicios,</p><p>como sobresaltos nocturnos o miedo a la soledad.</p><p>Nuestra pedagoga sometió a la pequeña a una terapia individual semanal que empezó,</p><p>simplemente, dejando que jugara. Pronto brotaron de la niña escenarios de juego inventados</p><p>que recordaban la horrible experiencia con el padre: en un teatro de guiñol, un cocodrilo</p><p>mordía a un osito de peluche; la sangre se derramaba por el pelo del muñeco y había que</p><p>vendarlo lo más rápido posible, etc. No cabía duda que en el juego se mezclaban zonas</p><p>inconscientes de la vida psíquica de la pequeña, quien, naturalmente, recordaba lo que había</p><p>sucedido un año antes, pero era incapaz de ordenarlo adecuadamente.</p><p>A continuación, nuestra pedagoga terapéutica ofreció a la niña unas interpretaciones que</p><p>tenían una elevada probabilidad de coincidir con los mensajes de su conciencia. Le explicó, por</p><p>ejemplo, que quizás el cocodrilo no lo hacía con mala intención cuando mordió al osito, es decir,</p><p>que podría haber mordido aún más fuerte de lo que quería. También le expuso que el propio</p><p>cocodrilo podría estar enfermo y que, por ello, debido a su desasosiego, mordía a diestro y</p><p>73</p><p>siniestro. Pero a todo ello añadió, construyendo así un valor interpersonal sublime, que si el</p><p>osito perdonaba al cocodrilo, sus heridas se curarían más rápido y podría volver a jugar, bailar</p><p>y reír. Y mientras bailara y riera, se acordaría de que él también había tenido momentos</p><p>divertidos con el cocodrilo en los que ambos se lo habían pasado muy bien, y que guardaría al</p><p>cocodrilo en la memoria como lo que era: bueno y malo. Malo, de acuerdo, pero también bueno.</p><p>Pocas semanas después cesaron los escenarios relacionados con el trauma de la niña y</p><p>ésta empezó a jugar a juegos «normales». Simultáneamente, su ansiedad doméstica se redujo</p><p>a unos niveles tolerables. La pedagoga terapéutica me informó de que, a su parecer, ya no era</p><p>necesario hurgar más en lo sucedido y acordamos finalizar las sesiones de terapia con un</p><p>breve entrenamiento para aumentar la autonomía de la pequeña.</p><p>Justo en la última sesión de orientación, la madre me explicó un hecho sucedido en una de</p><p>las clases de gimnasia infantil a las que acudía la hija. Otra niña de su mismo curso se había</p><p>hecho una herida en el tabique nasal después de tropezar, con una colchoneta y chocar contra</p><p>las espalderas. Cuando la1 niña de nuestra terapia presenció este desgraciado accidente en el</p><p>gimnasio, tuvo que asociarlo obligatoriamente con la brutal herida que su padre ocasionó a su</p><p>madre. Pero ¿cómo reaccionó? La pequeña permaneció tranquila en la sala y, más tarde, en</p><p>casa, tampoco exteriorizó ningún tipo de respuesta. Sólo al final del día, cuando la madre fue a</p><p>darle el beso de buenas noches, la niña le rodeó el cuello con sus brazos y le susurró en la</p><p>oreja: «Mami, es verdad que papá también te hizo daño en la nariz... Pero conmigo casi siempre</p><p>fue bueno». Y se quedó plácidamente dormida.</p><p>Todos los adultos podrían aceptar y relativizar los traumas de su vida como lo hizo esta</p><p>niña.</p><p>¿Deseos de venganzas inconscientes?</p><p>Lo que no armoniza con la conciencia moral es entregar un salvoconducto al</p><p>comportamiento negativo sobre la base de un trauma padecido. Sin embargo, a este respecto,</p><p>hay personas versadas en psicología a quienes les gusta engañar a su vocecilla de la conciencia</p><p>calificando de inconscientes todas las situaciones, tal como muestra el siguiente modelo</p><p>extraído de un caso real: un joven llega a casa y encuentra a su padre moribundo a causa de un</p><p>ataque al corazón. La abuela, que también vive en casa, no demuestra estar a la altura de las</p><p>circunstancias y, confundida, ofende al nieto acusándole de la muerte, dado que la noche</p><p>anterior se produjo una pequeña pelea entre padre e hijo. Sea como fuere, el joven se enfada,</p><p>como es natural, por la imputación de la culpa por parte de la abuela. Unos días más tarde, la</p><p>policía lo detiene frente a un supermercado por apuntar con un rifle a una anciana</p><p>desconocida. Presuntamente, desconoce los motivos que le han arrastrado a cometer esta</p><p>acción.</p><p>¡Las cosas no son tan sencillas! Es del todo inverosímil que alguien vaya a buscar un fusil,</p><p>74</p><p>vaya a acechar a la puerta de un supermercado y acabe apuntando a un ser humano sin tener la</p><p>menor idea de por qué lo hace y sin obedecer a una mínima mala intención, sino únicamente al</p><p>dictado de su subconsciente... Ésta es una disculpa barata. Sin embargo, «la conducta humana</p><p>no viene dictada por las condiciones con las que topa el individuo, sino por las decisiones que él</p><p>mismo toma», tal como dijo Viktor E. Frankl. De lo contrario, prácticamente cada uno de</p><p>nosotros podría cometer actos criminales utilizando el pretexto del inconsciente, porque</p><p>¿quién hay que no sufra por algo?</p><p>Una vez tuve en mi consulta a una mujer que había padecí do distintas enfermedades</p><p>después de que su marido se separara de ella y se fuera a vivir con una amiga. Al principio,</p><p>supuse que el dolor por la separación y la pérdida del cónyuge; se condensó en la paciente en</p><p>forma de achaques depresivos y. psicosomáticos, pero muy pronto quedé perpleja. La mujer</p><p>dijo sobre su marido cosas como: «¡Si se muriera, yo estaría mejor!», o: «¡Si su historia</p><p>amorosa fuera mal, lo habré conseguido; ¡Entonces estaré satisfecha!». Me invadió la sospecha</p><p>de que estaba simulando la mayor parte de sus enfermedades para despertar sentimientos de</p><p>culpabilidad en su marido infiel, con la esperanza puesta en que él volvería con ella o, por lo</p><p>menos, experimentaría un cierto malestar cuando se divirtiera con la amiga. Las depresiones y</p><p>enfermedades de la mujer estaban dirigidas en secreto hacia el hombre como si fueran una</p><p>especie de venganza primitiva: «¡Que vea lo que ha hecho!». Yo no dudaba que ella lo tenía</p><p>claramente consciente, aunque no me lo confesara nunca, porque aquello había descubierto su</p><p>carácter histérico en vez de mantener su papel de mujer ultrajada y rechazada. Por ello,</p><p>pregunté a la paciente si quizá quería castigar «inconscientemente» a su marido, cosa que no</p><p>desestimó. Era muy probable.</p><p>Posteriormente, hablamos durante horas sobre el inconsciente del ser humano. Le</p><p>expliqué que, aparte del inconsciente instintivo, también existe el inconsciente espiritual</p><p>(Frankl) y que la frontera que separa lo consciente de lo inconsciente es difusa, mientras que</p><p>la que separa lo instintivo de lo espiritual debe trazarse con exactitud. También le dije que el</p><p>área instintiva incluía la agresión, que en su caso era comprensible, pero que el área espiritual</p><p>incluía la responsabilidad y que, por eso, ella no estaba de ningún modo exenta de ejercerla.</p><p>Por tanto, no debía apoyarse en no importa qué impulsos del inconsciente que responderían a</p><p>tendencias diametralmente opuestas, sino que debía ser capaz de dar la mano</p><p>conscientemente a su vida futura y renunciar voluntariamente a sus autoagresivos deseos de</p><p>venganza contra el marido.</p><p>La mujer quedó perpleja con mis explicaciones porque no se correspondían con las</p><p>prácticas psicológicas que ella esperaba, aunque se mostró comprensiva. Dejó de hacerse la</p><p>mártir y enseguida pasó a llevar una vida normal.</p><p>Conocimiento en vez de «lamento»</p><p>Siempre que me encuentro con pacientes que recurren al inconsciente para disculpar la</p><p>75</p><p>irresponsabilidad de sus actos, les contradigo enérgicamente. Una vez sermoneé a un</p><p>delincuente de 17 años que me enviaron del tribunal de menores porque «a veces perdía los</p><p>estribos». Los alborotos en los que acostumbraba a meterse, y en los que ya había herido a</p><p>algunos de sus colegas, eran comentados por el chico con palabras como: «¡Cuando alguien me</p><p>lleva la contraria, no sé lo que hago!». Mi tarea consistió en aclararle que sabía perfectamente</p><p>lo que hacía y que o bien tenía que pegar «plenamente consciente de su responsabilidad» o</p><p>bajo ningún concepto podía esconderse tras la excusa del inconsciente. Después de aprender</p><p>esta lección, el chico estaba preparado para ensayar una conducta alternativa para las</p><p>situaciones de disputa.</p><p>Igual de «impasible» me mostré en el caso de un paciente que había pasado por una</p><p>terapia primaria de varios años, basada en el concepto del «grito primario» de Arthur Janov, y</p><p>que quería seguir con un tratamiento logoterapéutico para liberarse de la idea obsesiva —</p><p>¡desencadenada por la terapia!— de tener que gritar cada vez que iba en metro o se hallaba en</p><p>otros recintos subterráneos. Nada más tomar asiento en mi consulta, el hombre se disculpó</p><p>anticipadamente por si se levantaba en medio de la conversación y salía corriendo, hecho que</p><p>atribuía el poder de sus «miedos inconscientes». A continuación, le di cinco minutos de tiempo</p><p>para que pensara si necesitaba o no tratamiento logoterapéutico. Le dije que, en caso</p><p>afirmativo, debía permanecer tranquilamente sentado hasta que la conversación finalizara, sin</p><p>importar lo que sus «miedos inconscientes» dijeran al respecto.</p><p>Pues bien, el hombre permaneció sentado y, tres meses después, todos sus gritos le</p><p>parecieron una pesadilla de la que, por fin, se había podido librar.</p><p>No siempre es recomendable discutir con personas traumatizadas sobre sus problemas,</p><p>porque de esta manera se centra la atención en los aspectos sombríos de la vida. Si, para</p><p>relajar la situación, nos atrevemos a escuchar con ellas el murmullo de una fuente o</p><p>contemplar el colorido de los árboles en otoño; si nos atrevemos a mirar con ellas las nubes y</p><p>caminar por el campo... ¡Estas personas no serán completamente inaccesibles! También</p><p>podemos estimular en ellas una actividad creativa. Si les decimos que decoren jarrones, creen</p><p>una asociación o expliquen cuentos a los niños, quizá saltará en ellas la chispa creativa.</p><p>Demostrémosles que para cada destino se puede conseguir una actitud que nos permita llevar</p><p>con dignidad todo lo que pueda suceder. El espíritu humano no se puede esclavizar; sólo él</p><p>puede someterse a sí mismo.</p><p>A las personas que buscan consejo se les puede hablar realmente de cualquier tema que</p><p>no sea todo lo lamentable que hay metido en el saco del inconsciente. Se les puede confrontar</p><p>con la cuestión del sentido. Para hacerlo, sólo hay que pedirles que se imaginen que el reloj de</p><p>su vida se parará dentro de unos minutos y que, en una visión interior retrospectiva, averigüen:</p><p>1.- Cuáles han sido los acontecimientos más valiosos de su vida, y</p><p>76</p><p>2.- Qué lamentarían no haber podido realizar por no haber tenido tiempo.</p><p>Este sencillo ejercicio de imaginación basta para aclarar lo esencial, separar lo que tiene</p><p>sentido de lo que no lo tiene y marcar, como si fuera con un rotulador, lo decisivo frente a lo</p><p>irrelevante. Entonces, una vez devueltos al presente, los que buscan consejo se sentirán</p><p>felices por las muchas y maravillosas oportunidades que todavía tienen de dictar nuevamente</p><p>al futuro la historia de su vida.</p><p>¿La madre siempre tiene la culpa?</p><p>En el Congreso Van Swieten de 1969, Viktor E. Frankl finalizó una conferencia muy</p><p>concurrida con la siguiente exhortación a los médicos presentes:</p><p>[...] En psicoterapia también deben ustedes improvisar. No sólo individualizar de una</p><p>persona a otra, sino también improvisar de una sesión a otra, y esto es todo un arte: el arte de</p><p>la improvisación. Y precisamente en esta medida, la psicoterapia siempre es más que una</p><p>técnica, es decir, en la medida que debe entrañar un poco de arte; y en la misma medida, es</p><p>siempre más que una simple ciencia, es decir, en la medida que también debe entrañar un poco</p><p>de saber. Y hasta el arte y el saber no podrían compensar lo que la pura ciencia y la simple</p><p>técnica no serían capaces de ofrecer si la humanidad no se hubiera puesto también en la</p><p>balanza.</p><p>Efectivamente, la humanidad debe estar por encima de la ciencia.</p><p>Una mujer amargada vino a hablarme de sus problemas con su hijo de 25 años. Decía que</p><p>era un holgazán y que vivía a costa de los demás, y mencionó de paso que ella le había ayudado</p><p>en todo lo que había podido. Al principio, la madre se había dirigido a un terapeuta de la</p><p>psicología profunda, a quien, expuso sus preocupaciones. Tras veinte caras sesiones, el</p><p>terapeuta le informó acerca de sus teorías. Según él, el hijo no se encontraba bien ya desde el</p><p>vientre materno y, además, había padecido un grave shock a los 4 años, cuando ella enfermó de</p><p>poliomielitis. El terapeuta sostenía que la posterior discapacidad de la madre supuso tal</p><p>«disminución cualitativa» en la infancia del hijo que éste ya no pudo desarrollarse libremente'</p><p>y que, por ello, de adulto estaba demasiado «cohibido neuróticamente» para desempeñar un</p><p>trabajo continuado. Por tanto, el hijo necesitaría un tratamiento psicoanalítico de varios años</p><p>si quería trabajar algún día, y la madre debería pagar el tratamiento porque, al fin y al cabo,</p><p>ella sería quien habría provocado los trastornos del hijo.</p><p>La madre me aseguró solemnemente que había arañado todos sus últimos ahorros para el</p><p>tratamiento del hijo, pero la indicación acerca de su enfermedad, respecto a la cual no podía</p><p>recordar del todo cómo había sido capaz, a pesar de su debilidad, de haber hecho todo lo</p><p>imaginable por su hijo pequeño, y el hecho de convertirse de repente en la culpable del</p><p>problema, le indignó tanto que ya no acudió más a aquel asesor.</p><p>77</p><p>El segundo consejero fue más escueto. Cuando escuchó que el hijo tenía 25 años, sugirió a</p><p>la madre que no se inmiscuyera y que aceptara el estilo de vida del chico tal como era. Este</p><p>asesor le dijo que bajo ningún concepto ayudara económicamente al hijo, porque entonces</p><p>nunca se vería obligado a emprender nada por sí mismo.</p><p>La mujer encontró razonable la sugerencia, pero le inquietaba la posibilidad de que su hijo</p><p>pudiera tomar el camino equivocado si ella le negaba su ayuda, y acudió a un tercer consejero.</p><p>Este,</p><p>un teólogo, se mostró horrorizado al ver que la madre «quería abandonar a su hijo al</p><p>destino» y le reprochó ron vehemencia que no se preocupara lo suficiente de él. Segun el</p><p>teólogo, era como si ella no quisiera al chico como corresponde a una madre que nunca dudaría</p><p>en ayudar a sus hijos. El consejero barrió de la mesa los reparos de la mujer sobre si con un</p><p>cheque mensual estaba ayudando al hijo o apoyando su holgazanería.</p><p>«Da igual lo que haga —dijo la mujer a modo de conclusión—, siempre tengo la culpa de</p><p>todo. ¡Está claro que la única desgracia de mi hijo es tenerme a mí como madre!» Al pronunciar</p><p>estas palabras, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. «Usted es el último lugar al que me</p><p>dirijo —continuó diciendo entre sollozos—. ¡No va a haber un quinto consejero!» Por suerte, la</p><p>mujer no necesitó ningún terapeuta más, porque tras una intensa entrevista que mantuve con</p><p>el hijo (quien, por otro lado, no presentaba el menor rastro de neurosis o inhibición), éste</p><p>comprendió que su subsistencia no podía depender para siempre del monedero de su madre y</p><p>que él debía aportar su grano de arena. Más tarde, todavía sufrió otra «recaída en la</p><p>holgazanería» tras haber sido despedido precipitadamente de una carnicería, pero entonces</p><p>entró a trabajar en un autoservicio, donde todavía sigue.</p><p>Profesión: ángel de la guarda</p><p>Un ejemplo impresionante del arte de la improvisación reclamado por Viktor E. Frankl nos</p><p>lo muestra la siguiente noticia extraída de un periódico, donde lo que menos importa es que el</p><p>policía que la protagoniza carezca, seguramente, de estudios logoterapéuticos.</p><p>Un agente de policía ha salvado a más de cien suicidas «Ángel de la guarda.» Así podría</p><p>indicar su oficio el policía Gary Burchfield, de Seattle, en el Estado norteamericano de</p><p>Washington. El agente, de 36 años, lleva seis disuadiendo a suicidas de precipitarse a la</p><p>muerte desde el puente Aurora, de 50 metros de altura. Hasta el día de hoy, el policía ha</p><p>salvado a más de cien personas gracias a sus buenas artes persuasivas.</p><p>En 1994, Burchfield impidió casualmente que una estudiante de 16 años y, poco después,</p><p>un marido abandonado diera el fatídico salto mortal. Después fue trasladado con destino fijo</p><p>al «puente de los suicidas», del que, en total, ya se han precipitado al río 150 personas.</p><p>«Simplemente, encuentra el tono correcto —declaró el jefe de policía Roy Akagen para</p><p>explicar el inusual don de su agente—. Hasta hoy, Burchfield no ha tenido que utilizar la</p><p>violencia para disuadir a nadie. Él nota exactamente lo que oprime a estas personas</p><p>78</p><p>desesperadas y les convence de que la vida, a pesar de todo, tiene un sentido.»</p><p>¡Un talento innato! En sus conversaciones sobre el puente de la muerte, Gary Burchfield</p><p>era ostensiblemente capaz de tender un segundo puente: el que va de persona a persona. Y,</p><p>encima de éste, levantaba un tercero todavía más poderoso: el puente entre el ser humano y el</p><p>logos. Quien pone los pies en él ya no cae en ningún abismo.</p><p>A menudo recibo cartas de lectores o respuestas a mis libros y conferencias, de las que</p><p>se desprende que hay personas que, con argumentos parecidos, pueden aconsejar, ayudar y</p><p>salvar igual que Frankl describió en su legado escrito, sin que tales personas hubieran tenido</p><p>contacto alguno con el pensamiento del psiquiatra austríaco. Estoy orgullosa y me alegro por</p><p>ello. Porque podemos suponer que lo verdaderamente valioso es intemporal y que, por</p><p>consiguiente, el compendio de valores de la «psicoterapia centrada en el sentido» de Frankl</p><p>también se puede extraer, en cierta medida (aunque no de forma sistemática), del tesoro</p><p>inmemorial de la sabiduría popular. Allí donde la improvisación y la individualización</p><p>inteligentes se desarrollan bajo las leyes del sano entendimiento humano y el amor al prójimo,</p><p>y allí donde se introduce el convencimiento de que la vida tiene un sentido incondicional y que</p><p>no lo pierde bajo ninguna circunstancia, allí se encontrará la logoterapia como en su propia</p><p>casa. Y si, encima, se intercalan elementos de la libertad de voluntad y la conciencia de</p><p>responsabilidad, del auto distanciamiento y la auto trascendencia, de la reconciliación y del</p><p>humor, entonces tendrá lugar en la práctica una «logoterapia aplicada», lleve o no este</p><p>nombre, tenga o no tenga ninguno.</p><p>Formas de terapia de grupo dudosas</p><p>La psicoterapia de grupo existe desde hace más de doscientos años. En un informe</p><p>redactado por un médico de París en mayo de 17847 se explica que en una casa bellamente'</p><p>amueblada de la Place Vendóme, cuyo arrendatario era el médico alemán de 50 años Franz</p><p>Antón Mesmer, se reunían a la vez no menos de doscientas personas. En cada una de las salas</p><p>de tratamiento había hasta una veintena de pacientes sentados en círculo alrededor de una</p><p>cuba denominada baquet donde, según la teoría del terapeuta, se condensaba toda la energía</p><p>magnética existente en el universo para ser transmitida posteriormente a los cuerpos de las</p><p>damas y caballeros allí reunidos. Estas personas padecían las neurosis de finales del siglo xv,</p><p>melancolía, hipocondría, y los llamados vapeurs, la típica dolencia de las damas de la época con</p><p>molestias asmáticas, convulsiones y desmayos. La terapia magnética tenía mucho éxito. Los</p><p>síntomas desaparecían después de que los pacientes pasaban por una fase de estimulación</p><p>psicofísica intensa, llamada «crisis». Sin duda, los «remedios imaginarios» son los mejores</p><p>para las «enfermedades imaginarias».</p><p>Pero no podemos reírnos con menosprecio de esta antigua forma de psicoterapia de grupo</p><p>7 Peter R. Hofstatter, Die Welt, n° 163, 17 de julio de 1982.</p><p>79</p><p>mientras no demostremos que las nuestras son más serias. ¿Realmente lo son? Veamos el</p><p>relato de la señora X.</p><p>Esta señora recibió la recomendación de participar en una terapia de grupo para dominar</p><p>mentalmente mejor una discapacidad que afectaba particularmente a sus funciones motrices.</p><p>La terapia empezó en pleno invierno, y la señora X a duras penas pudo avanzar por las calles</p><p>cubiertas de nieve para acceder al lugar donde se reunía el grupo. Cuando llegó al lugar y el</p><p>director de grupo saludó a los participantes, éste preguntó si alguien quería decir algo. La</p><p>señora X se armó de valentía y preguntó si alguien del grupo vivía cerca de su casa y si podría</p><p>llevarla en coche cuando las calles estuvieran resbaladizas por la nieve y el hielo, como sucedía</p><p>entonces, porque tenía miedo de caer de camino a las sesiones. Cinco personas del círculo se</p><p>ofrecieron espontáneamente para ir a recoger a la señora X cada tarde de terapia y llevarla</p><p>después a casa. Pero el director levantó enérgicamente la mano y opinó que, antes de llegar a</p><p>ningún acuerdo, las cinco personas dispuestas a ayudar debían examinar sus propios motivos y</p><p>les preguntó cosas como: ¿Qué les había movido a tan rápida predisposición? ¿Quería alguno</p><p>de ellos demostrar así su poder o exagerar algún sentimiento de inferioridad? ¿A alguien le</p><p>resultaba molesto tener en el grupo a una mujer discapacitada cuya visión le recordara la</p><p>fragilidad de la vida y quisiera compensar este sentimiento —del que se avergonzaba— con una</p><p>actitud altruista? ¿O quizás alguno de los hombres sentía una atracción erótica inconsciente</p><p>hacia la mujer?</p><p>En poco tiempo, el grupo se enfrascó en acaloradas especulaciones acerca de los motivos</p><p>secretos e inconfesados que se ocultaban detrás de un favor a un compañero. Como resultado</p><p>de ello, al final de la sesión, las cinco personas retiraron su oferta a la mujer discapacitada</p><p>porque ya no estaban seguras de cuáles eran sus «verdaderos» motivos. La señora X se fue</p><p>sola a casa con gran esfuerzo y lloró amargamente por el vergonzoso debate que su petición</p><p>había provocado. Ya no volvió a asistir a la terapia de grupo.</p><p>Sucesos dolorosos como el anterior no son ninguna excepción y, por ello, Viktor</p><p>de sentido y no alcanzables voluntariamente per se.</p><p>Es del todo comprensible que algo como el sentido de la vida no se pueda recetar por</p><p>prescripción médica. No es tarea del médico dar un sentido a la vida del paciente. Sin</p><p>embargo, en el transcurso de un análisis existencial, sí sería labor del médico poner al paciente</p><p>en disposición de encontrar un sentido en la vida, y yo considero precisamente que el sentido</p><p>siempre se encuentra, es decir, que no se puede introducir más o menos arbitrariamente. [...]</p><p>Del mismo parecer es nada menos que Wertheimer, cuando habla de un carácter desafiante</p><p>inherente a cada situación, es decir, del carácter objetivo de este desafío.2</p><p>El conjunto metodológico más amplio de la logoterapia está formado por un abanico de</p><p>ayudas, en gran parte filosófica, destinada a modular la actitud. La logoterapia es un ideario</p><p>profundamente filosófico, y la modulación de la actitud retoma el antiguo saber según el cual</p><p>no deciden tanto nuestras condiciones sobre la calidad de nuestra vida como nuestras</p><p>actitudes frente a estas condiciones. Quien dice: «El accidente de coche ha arruinado mi vida</p><p>porque he perdido el brazo derecho y ya no podré volver a dibujar y pintar como antes», tiene</p><p>una alegría de vivir y un dominio del dolor considerablemente menores que otro que dice: «He</p><p>tenido una enorme suerte en mi accidente de coche, porque podría haber muerto. Es cierto</p><p>que he perdido el brazo derecho, pero entretanto he podido volver a escribir</p><p>sorprendentemente bien con la prótesis».</p><p>Las distintas formas logoterapéuticas de argumentación para modular la actitud,</p><p>encabezadas por el diálogo socrático, la preferida por Frankl, ayudan a los pacientes a cambiar</p><p>2 Viktor E. Frankl, Árztliche Seelsorge. Grundlagen der Logotherapie und Existenzanalyse, Viena, Deuticke, 10a cd., 1982, pág. 236 (trad.</p><p>cast.: Psicoterapia y existencialismo, Barcelona, Herder, 2001).</p><p>11</p><p>las perspectivas desde las que interpretan acontecimientos o situaciones. Esta ayuda se</p><p>realiza sumergiendo los contenidos tratados en una luz llena de sentido y digna de aplauso,</p><p>salvaguardando así rigurosamente la afinidad entre sentido y verdad. No se trata de</p><p>interpretaciones de sentido paliativas, ni siquiera de subrogar un sentido, sino de encontrar el</p><p>sentido verdadero en cada situación. Pero ¿cómo se encuentra este sentido? Pensemos en</p><p>cómo se consigue encontrar algo. ¿Cómo encuentra alguien un alfiler sobre la moqueta de su</p><p>habitación? La respuesta es sencilla:</p><p>1.- Buscando. Sin buscar es imposible encontrar. (A menudo, las personas mentalmente</p><p>enfermas han abandonado la búsqueda o buscan lo equivocado; por ejemplo,</p><p>embriagarse en vez de dar con soluciones razonables a los problemas, por lo que</p><p>habrá que incitar de nuevo la búsqueda de sentido en estas personas.)</p><p>2.- Ampliando, si es necesario, el territorio de búsqueda. Expresado en los términos de la</p><p>metáfora del alfiler, buscando no únicamente debajo de la mesa, sino también debajo</p><p>de los sillones. (Las personas mentalmente enfermas suelen limitarse a buscar en lo</p><p>que tienen inculcado de antiguo y en lo agotado en vez de ampliar el radio de acción,</p><p>por lo que habrá que incitarlas a que asocien la búsqueda de sentido con atreverse a</p><p>indagar en lo desconocido.)</p><p>3.- Existiendo el alfiler realmente en la habitación. Sin la «existencia» del alfiler hasta la</p><p>búsqueda más concienzuda resultaría estéril. (Las personas mentalmente enfermas</p><p>dudan a menudo del sentido de una búsqueda del sentido y, por consiguiente, buscan</p><p>siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, sin aplicar todo su potencial. Es necesario</p><p>hacerles ver de manera fehaciente que no existe ninguna situación en la vida, por muy</p><p>oscura que parezca, que no ofrezca una posibilidad de sentido.)</p><p>Para el tercer punto, el más complicado de transmitir, Frankl esbozó un sistema</p><p>ideológico que culmina en su brillante patodicea metaclínica (tratado sobre la pregunta por el</p><p>sentido del sufrimiento), que explicaremos brevemente a continuación.</p><p>El sentido se refleja en el hecho evidente e incuestionable de percibirse la persona como</p><p>afirmación de su existir (o, como decía Frankl, como «marcapasos del existir»). Cuando, a</p><p>nuestro juicio, algo tiene sentido, entonces es bueno, es bello y está bien que exista. Cuando, a</p><p>nuestro parecer, algo tiene sentido, entonces debería suceder, merecería la pena hacerlo</p><p>realidad. El calificativo «lleno de sentido» indica que no da igual que lo calificado exista o no,</p><p>sino que su existencia es expresamente preferible a su rechazo.</p><p>Ahora bien, la Creación encierra un componente indiscutiblemente trágico, tal como</p><p>simbolizan los antiguos mitos de la rebelión de los ángeles, la expulsión del Paraíso, etc. La</p><p>Creación se manifiesta en el principio natural agresivo de devorar y ser devorado, en la</p><p>«sombra» del hombre (C. G. Jung), en la mortalidad.</p><p>12</p><p>El sufrimiento no sólo tiene dignidad ética, sino también relevancia metafísica. Sufrir</p><p>hace clarividente al hombre y diáfano al mundo. El existir se hace transparente hasta llegar a</p><p>una dimensión metafísica. El existir se hace diáfano: el hombre lo comprende, y a él, al que</p><p>sufre, se le abren perspectivas al fundamento. Ante el abismo, el hombre mira a las</p><p>profundidades y lo que divisa en su fondo es la trágica estructura de la existencia. Descubre</p><p>que la existencia humana es, al final y en lo más profundo, pasión; que la esencia del hombre es</p><p>ser un hombre doliente: Homo patiens?3</p><p>Para nosotros es absolutamente impensable una afirmación de este componente trágico,</p><p>porque significa que un posible sentido de ese componente trágico se sustraería a cualquier</p><p>comprensión humana.</p><p>Aquí, Frankl arremete cambiando la dirección de la búsqueda de sentido hacia la «tríada</p><p>trágica del sufrimiento, la culpa y la muerte»: el alfiler se halla, en cierto modo, en un nicho</p><p>particular de la habitación, a saber, en el espacio de nuestra propia respuesta a las tragedias</p><p>que nos ocurren. El sentido no se da (arbitrariamente), sino que es el propio afectado quien da</p><p>respuestas llenas de sentido. Podemos y debemos arrancarnos las respuestas más razonables</p><p>que seamos capaces de dar también, y precisamente, al contrasentido y a lo aparentemente</p><p>carente de sentido de nuestro mundo para que la tragedia se convierta, por lo menos, en un</p><p>motivo para todo lo positivo, esperanzador y curativo que fluye con sentido y</p><p>retroactivamente a través de ella.</p><p>Un grandioso ejemplo de ello nos lo brinda una idea que se discute en los grupos de</p><p>autoayuda para padres que han perdido a sus hijos y que siempre resulta convincente. Dicho</p><p>pensamiento dice que no hay que degradar a los hijos fallecidos a la excusa de catástrofe</p><p>familiar, sino que deberían seguir siendo fuente de alegría paterna y que, por tanto, los padres</p><p>tienen el deber de recordar con amor a sus hijos desaparecidos, pero también de seguir sus</p><p>propias vidas con entereza y compromiso. De la misma manera, un sentimiento de culpa puede</p><p>convertirse razonablemente en motivo de transformación interior, o una enfermedad grave, en</p><p>impulso para distinguir lo esencial de lo relativo y entregarse a lo primero, etc. En la situación</p><p>más desesperada todavía hay posibilidad para una reacción heroica, tal como testimonió Frankl</p><p>en su «papel» de antiguo preso en los campos de concentración.</p><p>Ahora bien, dado que un componente trágico fluye a través de la Creación, todas las</p><p>respuestas llenas de sentido que se puedan sugerir a personas enfermas o en estado de</p><p>necesidad psíquica estarán dirigidas a la superación a través de la satisfacción. La logoterapia</p><p>no versa sobre la satisfacción de necesidades, sino sobre esta paz con uno mismo, con el</p><p>pasado, con el prójimo y, dado el caso, con Dios. Retomando la metáfora anterior, encontrar la</p><p>aguja siempre significa, en cierta manera, desafilar un poco su punta: el</p><p>E. Frankl</p><p>recordó lo siguiente:</p><p>El desenmascaramiento es completamente legítimo. Pero éste debe concluir allí donde el</p><p>«psicólogo desenmascarador» tropieza con algo genuino, con lo genuinamente humano del</p><p>individuo que, precisamente, no se deja desenmascarar. Y si el psicólogo no se detiene ahí, sólo</p><p>desenmascarará una cosa: su propio motivo inconsciente de envilecer y devaluar lo humano de</p><p>la persona.</p><p>Es decir, la predisposición espontánea a ayudar puede ser más auténtica que el conjunto</p><p>de hallazgos psicológicos de una ulterior y enérgica búsqueda de motivaciones ocultas. Muy</p><p>probablemente, la risa, la alegría o el simple deseo de socorrer al alguien no son ninguna</p><p>inversión de perversiones no reconocidas ni síntomas de complejos escondidos, sino que son</p><p>exactamente lo que son. Y quien, desde un principio, los declara como falsos está rebajando los</p><p>80</p><p>motivos elevados a la calidad de abyectos; está humillando al ser humano.</p><p>El grupo de meditación logoterapéutica</p><p>La logoterapia de Frankl abre nuevos caminos en lo que respecta a la psicoterapia de</p><p>grupo. No se trata de extraer, a base de lisonjas, las emociones ocultas y dictaminar sobre</p><p>ellas, sino de dar paseos conceptuales a través de senderos filosóficos que amplíen horizontes.</p><p>Los pacientes se introducen en una filosofía de la vida psicohigiénicamente sana sin que se</p><p>vean afectadas sus creencias personales. Una filosofía positiva y optimista, y unas creencias</p><p>sólidas conforman la espina dorsal y el sostén del ser humano, sobre todo en épocas llenas de</p><p>preocupaciones, porque sirven de apoyo, soporte y protección incluso cuando todo se</p><p>desmorona alrededor.</p><p>Por tanto, la logoterapia lo tiene fácil teniendo en cuenta que no existe prácticamente</p><p>ninguna otra orientación psicoterapéutica que contenga tantos elementos filosóficos como ella.</p><p>Ya he mencionado que la logoterapia coincide prácticamente con el tesoro inmemorial del</p><p>saber humano, tal como éste sinos presenta en fábulas, leyendas, parábolas e historias,</p><p>remitiendo siempre a actitudes justas, ideales audaces y sencillez natural. Si en las sesiones</p><p>de grupo se consigue acumular algunas de estas «piedras preciosas filosóficas» y enhebrar en</p><p>una «joya», el éxito psicológico estará asegurado. Los participantes hallarán sosiego,</p><p>satisfacción y estabilidad. Vivirán con mayor vitalidad por un sentido y soltarán ciertas cosas</p><p>anticuadas, superficiales y perturbadoras. Y quien suelta tiene las manos libres. Por ello</p><p>amarran a su corazón algo distinto que les acompañará en adelante: agradecimiento, bondad y</p><p>respeto.</p><p>A continuación, reproducimos algunos textos de muestra extraídos de ese tesoro del</p><p>saber y que se utilizan en los grupos de meditación logoterapéutica:</p><p>No existe marco</p><p>más bello</p><p>pero tampoco más adecuado</p><p>para un gran dolor</p><p>que la cadena de pequeñas alegrías</p><p>que nos damos unos a otros.</p><p>FRIEDRICH SCHLEIERMACHER</p><p>Lloraba porque no tenía zapatos,</p><p>hasta que encontré a un hombre que no tenía pies.</p><p>HELEN KELLER</p><p>Esas personas a las que damos apoyo</p><p>nos mantienen en pie.</p><p>81</p><p>MARIE VON EBNER-ESCHENBACH</p><p>Con las piedras que uno encuentra en el camino</p><p>también se puede construir algo bello.</p><p>JOHANN WOLFGANG VON GOETHE</p><p>Oh días luminosos...</p><p>No lloréis</p><p>porque hayan pasado,</p><p>mas reíd</p><p>porque han sido.</p><p>IMMANUEL KANT</p><p>Se cuenta de un antiguo emperador chino</p><p>que quería conquistar el país de sus enemigos</p><p>y destruirlos a todos.</p><p>Más tarde le vieron con sus enemigos</p><p>comiendo y bromeando.</p><p>¿No querías destruir a tus enemigos?,</p><p>le preguntaron.</p><p>Los he destruido,</p><p>respondió,</p><p>porque los he hecho mis amigos.</p><p>JOHANNES TAULER O. P.,</p><p>místico de la Edad Media</p><p>Quien sabe que existen formas de meditación en las que, incesantemente, se rumian</p><p>sílabas sin sentido para ayudar a los que meditan a «vaciarse» interiormente, quizá podrá</p><p>apreciar, por contraste, lo fructífero que resulta ayudarles a «llenarse» interiormente, es</p><p>decir, a llenarse de buenos pensamientos. No hay mejor profilaxis para las recaídas.</p><p>No estar libre de, sino ser libre de</p><p>¿Cuál es el grado de libertad de la persona? Si hacemos caso a los filósofos</p><p>existencialistas, el hombre es relativamente libre; es incluso expuesto a su libertad y</p><p>abandonado a ella. Si hacemos caso a la psicología profunda, el hombre carece casi</p><p>absolutamente de libertad, depende de sus fundamentos biopsíquicos y de su entorno social, y</p><p>está abandonado a ambos. ¿Hay algún término medio válido entre ambos extremos? En efecto,</p><p>lo hay en los escritos de Frankl, donde filosofía y psicología se unen en un sistema conceptual</p><p>de primer orden que describe las ciencias humanas. Según él, el hombre no está libre de algo,</p><p>sino que es libre de hacer algo. El hecho de estar libre de algo se manifiesta normalmente</p><p>como una pura ilusión, mientras que el hecho de ser libre de hacer algo establece las bases de</p><p>82</p><p>nuestra responsabilidad humana. Ilustremos esta diferenciación con la ayuda de un ejemplo.</p><p>Una joven universitaria estaba llorando en mi consulta. La plaza de estudios que había</p><p>solicitado le fue denegada. El novio la había abandonado y había iniciado otra relación. El padre</p><p>tenía que ingresar en el hospital para someterse a una segunda operación de cáncer. El dinero</p><p>escaseaba. ¿Tenía ella la culpa de que todo fuera mal? ¿Debía tomarse los fármacos que le</p><p>había recetado el médico de cabecera? Al llegar a este punto, detuve aquella verborrea,</p><p>porque se estaban confundiendo manifiestamente las dos clases de libertad antes citadas.</p><p>Los jóvenes, de tan libres que quieren ser, sobre todo libres de cualquier rebaño, no lo</p><p>son. Al contrario. Precisamente su intenso afán de libertad denota una todavía enorme</p><p>influenciabilidad por las circunstancias externas. Cuanta más imprudencia aplican para librarse</p><p>de los recuerdos de su pasado y las normas de la sociedad, más se enmarañan en una red de</p><p>nuevas dependencias. El ser humano no está libre de sus condiciones; unas condiciones que,</p><p>como un trago amargo, deberá engullir en algún momento, conforme vayan madurando. Sería</p><p>una ilusión pensar que podríamos sustraernos a este trago amargo adoptando formas de vida</p><p>distintas. Ninguna forma de vida conocida permite huir de las condiciones corporales psíquicas</p><p>o sociales, ni siquiera la vida de ermitaño, que también tiene unas reglas que no se pueden</p><p>infringir.</p><p>Así pues, la joven universitaria, que se veía ante unos factores del destino que se le</p><p>escapaban de las manos, hizo el razonamiento anterior con un profundo dolor. Las</p><p>circunstancias económicas y sociales, así como la asignación de una plaza universitaria, se</p><p>escapan del poder del individuo, de la misma manera que el individuo tampoco ejerce ningún</p><p>derecho sobre los lances felices del destino como son el amor o la buena salud No sólo eso.</p><p>Incluso si se pudiera forzar un destino determinado las consecuencias de ello acarrearían</p><p>otras faltas de libertad que describirían a su vez nuevos ámbitos de impotencia en la persona.</p><p>Obtener una plaza en una universidad no libera de la importante necesidad de cumplir con las</p><p>progresivas exigencias de una carrera; una amistad con un inicio prometedor no garantiza que</p><p>transcurra sin altibajos; y una buena salud en el presente no es ningún pasaporte para la vida</p><p>eterna.</p><p>¿Qué consejo debía recibir esta joven mujer? En vez de du dar de sí misma, debía</p><p>abandonar la ilusión de que podía es capar a la intervención del destino en lo bueno y en lo</p><p>malo. Le dije que lo que estaba experimentando era una sucesión fatídica de acontecimientos</p><p>desagradables, pero que ello no significaba que ya no volverían a producirse casualidades</p><p>felices en su vida, aunque siempre sin su intervención y sin que sean mérito suyo. Su función no</p><p>era dar cuenta de los intereses de su vida que carecían de libertad, y menos todavía mantener</p><p>la ilusión de estar libre de las condiciones mediante otra ilusión aún más peligrosa:</p><p>la de poder</p><p>pagar su libertad con drogas y pastillas. Le dije que su función era, antes bien, adoptar una</p><p>posición libre con respecto a todos los intereses faltos de libertad de su vida reaccionando a</p><p>ellos desde la responsabilidad.</p><p>83</p><p>Elección y responsabilidad</p><p>En la logoterapia centramos nuestra atención en el hecho de ser libres de hacer algo, y</p><p>con este cambio de perspectiva se abre un vasto territorio allí donde acababan de levantarse</p><p>los muros de la condicionalidad. Ante la libertad humana de la actitud espiritual, hasta el</p><p>destino se ve obligado a capitular, porque no existe circunstancia interna o externa —dando</p><p>por sentada una conciencia humana despierta— a la que no se pueda reaccionar de una manera</p><p>muy distinta. ¡La impotencia respecto a la aparición de tales circunstancias se supera mediante</p><p>un poder de la elección en la responsabilidad de estas circunstancias! Pero allí donde hay una</p><p>elección, hay una elección buena o mala, sensata o absurda, razonable o irracional... La</p><p>responsabilidad de la elección se mueve a rebufo de la libertad de poder elegir cómo se</p><p>reacciona ante la ausencia de libertad. Por ello, en la medida en que estar libre de condiciones</p><p>es una ilusión, ser libre de adoptar una actitud es una responsabilidad.</p><p>¿Qué opciones tenía mi joven universitaria tras el cambio de perspectiva? Ante ella se</p><p>extendía el vasto territorio de las distintas posibilidades de poder valorar su situación. Tras</p><p>una fase de ponderación, la chica escogió como primera posibilidad trazar un arco conceptual</p><p>entre la inalcanzable plaza universitaria y la enfermedad de su padre. Probablemente, el padre</p><p>no habría podido presenciar el final de los largos estudios de la hija. En cambio, su gran deseo</p><p>era verla hasta cierto punto situada y con un sueldo, lo que pasaba por que ella encontrara</p><p>pronto un trabajo. De esta manera también se reducirían los apuros económicos. Pero,</p><p>¿lamentaría la joven toda su vida no haber estudiado? Meditó la pregunta, pero la conciencia</p><p>de la responsabilidad de su libre decisión le impidió responder de modo afirmativo. Le parecía</p><p>absurdo tener que lamentarse eternamente. ¿Acaso no podía ampliar su interés personal por la</p><p>materia durante el tiempo libre, estudiando por su cuenta a través de una universidad a</p><p>distancia? La idea de «engañar» al destino tenía cierto atractivo para ella, y los últimos</p><p>rastros de lágrimas desaparecieron de su rostro.</p><p>Sin embargo, había que conseguir una última actitud espiritual, la más difícil: la actitud</p><p>frente a la pérdida del novio infiel. ¿Lo había amado profundamente? Sí, lo había amado. Y él,</p><p>¿también la había amado del mismo modo? ¿Tenía que engañarse a sí misma? No, la</p><p>responsabilidad de su propia decisión libre le permitía retroceder ante la idea de tramar una</p><p>red imaginaria sin sentido: el amor del novio no había soportado la situación. «Estoy triste —</p><p>explicó ella—, pero aún lo habría estado más si nuestra relación hubiese durado más tiempo y</p><p>se hubiese roto algún día.» Una sabia actitud que ella misma eligió.</p><p>Como hemos visto, la joven cambió. De «víctima indefensa del destino» pasó a «coartífice</p><p>activa de su propio destino», lo que, al fin y al cabo, es el objetivo de toda buena intervención</p><p>psicoterapéutica. Cuando llegó el momento de despedirnos, ella había comprendido que no</p><p>estaba libre de los dictámenes arbitrales de las autoridades universitarias, pero que era libre</p><p>de iniciar una carrera profesional; que no estaba libre del rechazo de su novio, pero que era</p><p>84</p><p>libre de reconocer que era el compañero equivocado; y que no estaba libre de experimentar</p><p>ansiedad por su padre, pero que era libre de satisfacer sus deseos más íntimos. Desde el</p><p>momento en que renunció a un espacio libre engañoso para cambiarlo por un espacio libre lleno</p><p>de responsabilidad y rencontró su equilibrio interior, la joven se encontró a sí misma.</p><p>A modo de conclusión, podemos decir que el fenómeno de la libertad del ser humano es</p><p>equívoco y fascinante a la vez. En tanto que criatura de la naturaleza rodeada de las otras</p><p>criaturas de la Tierra, el ser humano se halla integrado en un orden cósmico que es incapaz de</p><p>comprender y está inevitablemente implicado en los acontecimientos de su tiempo y su lugar.</p><p>Sin embargo, en tanto que ser vivo en el que hace milenios prendió la llama del espíritu, está</p><p>llamado a adoptar una actitud frente a una existencia que no comprende y a la que se ha visto</p><p>expuesto; una actitud elegida libremente en el marco de una vida responsable.</p><p>Rescribir la autobiografía</p><p>De vez en cuando, se anima a los pacientes a que redacten su autobiografía con el fin de</p><p>impulsar reorientaciones beneficiosas. Con ello no se pretende que «desahoguen las penas»,</p><p>sino que se enfrenten con el «logos» que envuelve su aflicción. En la lectura de sus vidas no</p><p>hay que interpretar los aspectos patógenos (el «porqué»), sino extraer lo que las experiencias</p><p>relatadas «dan a entender» (el sentido interpretado como lo que se da a entender, el «para</p><p>qué»). En este ejercicio logoterapéutico se pregunta a los pacientes con qué espíritu, actitud e</p><p>intención redactan su texto. ¿Como testimonio de la propia resignación? ¿Para deshacerse del</p><p>resentimiento? ¿Como reflejo de la propia búsqueda de sentido en el dolor? ¿O, incluso, como</p><p>afirmación heroica ante lo irremediable?</p><p>Para muchos pacientes, una redacción guiada de su biografía constituye un proceso de</p><p>recapitulación lo suficientemente realista para dejar que lo verdadero siga siéndolo, pero lo</p><p>suficientemente idealista para dar una oportunidad a la reconciliación con la verdad.</p><p>De impresionante se podría calificar el texto de una de mis pacientes, quien, con</p><p>anterioridad al inicio de nuestras conversaciones, ya había redactado un esbozo</p><p>autobiográfico que rescribió posteriormente. La misma historia ofrecía una lectura</p><p>sorprendentemente distinta. Para demostrarlo, reproducimos a continuación (con el permiso</p><p>de su autora) dos fragmentos de esa autobiografía: uno «de antes» y otro «de después».</p><p>Fragmento 1 (extracto del escrito redactado por la paciente antes de iniciar</p><p>la terapia)</p><p>Mi madre quiso evitar que yo naciera en un chapucero intento de aborto con un ganchillo,</p><p>pero no lo consiguió. Mi hermano me tenía unos celos espantosos cuando nací. Seguro que me</p><p>odiaba, porque, una vez que tuvo que vigilarme, dejó rodar por un terraplén el cochecito en el</p><p>que yo estaba. El cochecito volcó, y yo caí y me golpeé en un hombro. También cuando era</p><p>85</p><p>pequeña me hundí en un estanque helado y la gente que pasaba no me sacó hasta el último</p><p>minuto.</p><p>Siempre estaba sola, nadie jugaba conmigo. Mi madre trabajaba en el campo y de mi</p><p>padre no recuerdo nada. Por ello, casi siempre estaba en casa de los vecinos. Aquélla sí que era</p><p>una familia intacta. A mediodía siempre estaba la comida en la mesa y, en Navidad, tenían un</p><p>árbol decorado en un rincón. Eso me aclaró muy pronto lo distinta que era mi familia.</p><p>El siguiente suceso ilustra lo poco que sabía mi madre sobre mí. Por las tardes, mi</p><p>hermano y yo nos escapábamos de casa para ir a observar por la ventana de una taberna a los</p><p>adultos que jugaban a cartas. Justo antes de que mi madre llegara a casa, volvíamos corriendo</p><p>y, arrastrándonos, nos metíamos en la cama con ropa y zapatos y nos hacíamos los dormidos.</p><p>Mi madre no se daba cuenta.</p><p>Nuestros juguetes eran sólo lo que daba el campo: piedras y coronas de flores. Cuando</p><p>hacía buen tiempo, me pasaba el día al aire libre, entregada a mí misma y a mis pensamientos</p><p>[...]</p><p>Este texto refleja la verdad sin disimular nada. Pero no describe toda la verdad, que se</p><p>compone esencialmente de algo más: la riqueza de sentido y valores de lo vivido, la parte</p><p>positiva de la historia y ese poquito de gracia divina que siempre impera. En nuestras</p><p>conversaciones dimos forma a esta verdad «adicional» y después la paciente reescribió su</p><p>autobiografía.</p><p>Fragmento 2 (extracto del escrito redactado por la paciente después de</p><p>iniciar la terapia)</p><p>Vine al mundo sana y, a pesar de algunas amenazas corporales, lo sigo estando. Por lo</p><p>visto, de niña tuve un ángel de la guarda especial que veló por mí y procuró que, por ejemplo, no</p><p>me desnucara cuando caí del cochecito o me sacaran a tiempo del agua cuando se rompió la</p><p>capa de hielo del estanque.</p><p>Aunque mi madre estuviera saturada de trabajo, encontré en! los vecinos a unas personas</p><p>de referencia queridas y conocí allí lo que era una vida íntima familiar en la que yo podía</p><p>participar cuando quería. En mi hermano también hallé, tras ciertos celos iniciales, a un colega</p><p>y aliado con quien compartí todo tipo de travesuras. Nos divertíamos engañando continuamente</p><p>a nuestra madre, que no paraba de trabajar.</p><p>Pero lo más bonito era el grandioso paraíso natural que teníamos a nuestra disposición</p><p>para jugar y que nos hacía olvidar nuestra pobreza. No necesitábamos juguetes artificiales.</p><p>Éramos los dueños de un vasto territorio que yo recorría durante jornadas enteras y donde</p><p>desarrollé un amor profundo por la naturaleza y una libertad que cualquier niño de ciudad</p><p>86</p><p>habría envidiado [...]</p><p>Creo que todos podemos envidiar de verdad a esta paciente; envidiarla por el crecimiento</p><p>interior que experimentó entre el primer texto y el segundo.</p><p>Los somníferos al cubo de la basura</p><p>La logoterapia se diferencia de la orientación del «pensamiento positivo» en que siempre</p><p>contempla la totalidad, lo positivo y lo negativo, el holon, lo «íntegro». La logoterapia le</p><p>comunica al paciente: eres querido, aunque quizá no por tus padres; alguien ha dicho que</p><p>vengas, porque, de lo contrario, no estarías aquí; alguien te necesita, tu contribución es</p><p>importante.</p><p>Todos hacemos que el mundo gire; su devenir depende de nosotros. Cuando se habla de</p><p>casos sin esperanzas o perspectivas, hay que responder preguntando: ¿esperanzas de qué?</p><p>¿Perspectivas hacia dónde? ¿Hacia una vida prolongada, agradable y sana? Y entonces, sólo</p><p>entonces, muchas vidas podrán parecer carentes de esperanza y perspectivas. Sin embargo,</p><p>cuando se trata de la esperanza y la perspectiva de contribuir con sentido al acontecer del</p><p>mundo, todas y cada una de las vidas tienen esperanza y perspectivas.</p><p>Sorprendentemente, la contribución llena de sentido de cada uno también consiste en no</p><p>hacer nada: influimos en el mundo tanto por lo que hacemos como por lo que dejamos de hacer.</p><p>Una vez, con una argumentación lúdica, llegué a este razonamiento con un anciano</p><p>minusválido que me preguntó por qué no debía acortar su penosa vida con la ayuda de una</p><p>sobredosis de somníferos, sobre todo si, de todos modos, no se sentía útil para nadie. Yo</p><p>argumenté más o menos lo siguiente: «Bueno, vale, supongamos que usted se suicida. La gente</p><p>sospechará, forzará la puerta de su casa y le encontrará. La vecina se enterará, el cartero se</p><p>enterará y los empleados de la tienda donde va a comprar también lo sabrán. Probablemente,</p><p>aparecerá una pequeña reseña en el periódico local. Como es natural, la noticia llegará a sus</p><p>dos hijos que viven lejos y compartirán su consternación con los conocidos. Pongamos; que sean</p><p>unas sesenta personas las que, en mayor o menor' medida, se ven afectadas al enterarse de</p><p>que, una vez más, alguien se ha suicidado. ¿Puede usted garantizarme que ni siquiera una de</p><p>ellas, una sola, no se encuentra en una situación extremadamente delicada? ¿Alguien que, en su</p><p>desesperación, esté a un paso de renunciar a la vida? ¿Y puede usted garantizarme que esta</p><p>única persona no se verá animada por la información de su suicidio, que lee por casualidad o le</p><p>explican, a hacer lo mismo? ¿Una persona que, quizá, dos meses después habría superado su</p><p>crisis actual, recuperado el equilibrio y reconquistado las ganas de vivir si la información sobre</p><p>usted no hubiera existido?».</p><p>El anciano admitió que no podía darme ninguna garantía al respecto. Por ello, proseguí:</p><p>«Usted me ha dicho que ya no es útil para nadie, pero le pido lo siguiente: ¡salve a esa única</p><p>87</p><p>persona para la cual puede ser determinante no resignarse en un momento de melancolía!</p><p>¿Quién sabe para quién es útil también esa persona, para qué es importante? Quizá dentro de</p><p>diez años esa persona esté en una calle con mucho tránsito y pase una pelota rodando junto a</p><p>él, y detrás de ella corra un niño que no repare en los coches. Pero como esa persona está ahí,</p><p>en el sitio adecuado en el momento preciso, puede atrapar al niño por el cuello y tirar de él</p><p>para salvarlo de un atronador camión que pasa por allí. ¿Pretende usted evitar que algo así</p><p>pueda suceder?».</p><p>El anciano no lo pretendía. «En tal caso —subrayé—, usted ya habrá salvado a dos</p><p>personas, dos, únicamente renunciando a acortar una vida manifiestamente difícil. ¿No es así?</p><p>¿Debo seguir con nuestro juego de razonamientos? ¿Debo especificarle para qué es posible</p><p>que ese niño sea necesitado, que simplemente siga viviendo, si una persona en una determinada</p><p>calle transitada está dispuesta a salvarlo? Quizá, cuando sea mayor se convierta en un gran</p><p>investigador y descubra un medicamento contra una horrible enfermedad...»</p><p>«Ya he comprendido», me interrumpió el anciano, y en sus ojos brilló un jocoso</p><p>pensamiento: «¡De mí depende el bienestar de la humanidad!». Los dos nos reímos, pero era una</p><p>risa sobre una verdad excepcionalmente seria. Todos los somníferos que el anciano había</p><p>reunido fueron a parar al cubo de la basura.</p><p>La cuenta de la moribunda</p><p>El bienestar de la humanidad depende realmente de cada individuo, igual que la calidad de</p><p>una carretera de mil kilómetros depende de cada metro cuadrado de asfalto de que está</p><p>hecha. ¡Qué peligro, si falta un metro cuadrado de asfalto en la calzada y, en su lugar, hay un</p><p>boquete! La carretera podría convertirse en una trampa mortal. De un modo parecido faltan</p><p>todas las posibilidades de sentido no realizadas por una vida humana en la historia de la</p><p>Creación, tanto las que habrían consistido en una acción como las que habrían consistido en una</p><p>omisión.</p><p>Un pobre que no roba en unos grandes almacenes contribuye a que este tipo de hurto no</p><p>se convierta cada vez más en una falta «bien vista». Un enfermo que sale adelante y no pierde</p><p>el coraje de vivir contribuye a que otras personas conserven el suyo. No infligir ni transmitir</p><p>el sufrimiento es todo un logro y, sobre todo, una tarea que le corresponde a quien, por</p><p>motivos de peso, tendría concedido el derecho a hacerlo. Él, como nadie más, puede demostrar</p><p>que también se vive sin hacer uso de ese derecho.</p><p>A continuación quisiera ilustrar, con una conmovedora experiencia extraída de mi vida</p><p>personal, que se puede conseguir el bien en cualquier fase de la vida, incluso cuando morimos, y</p><p>que, por tanto, el bienestar de la humanidad —en pequeñas porciones— depende de todos,</p><p>incluso de un moribundo. Esta experiencia me reveló lo poco autorizados que estamos para</p><p>juzgar sobre el sentido del tiempo de vida que le queda a un enfermo terminal.</p><p>88</p><p>En mi consulta psicoterapéutica conocí a una mujer de mediana edad. Un día contrajo una</p><p>parálisis muscular progresiva imposible de atajar y que se recrudecía con rapidez. Yo estuve a</p><p>su lado y, en nuestra búsqueda de la aceptación de lo irremediable, se desarrolló una cercanía</p><p>personal entre las dos. Al final, la mujer fue ingresada en un hospital, en lo que fue la «última</p><p>estación» de su vida, y llegó el día de mi última visita. Cuando me incliné hacia ella, me susurró</p><p>unas palabras al oído. «He abierto una cuenta para usted —murmuró—, una cuenta en Nuestro</p><p>Señor, donde voy ingresando rezos para usted.» Le costaba muchísimo hablar, y yo callaba de</p><p>pura emoción. La mujer volvió a hacer acopio de fuerzas para decir lo siguiente: «Si alguna vez</p><p>se encuentra en apuros, en un caso de emergencia, saque de esta cuenta...».</p><p>La mujer falleció y mi vida profesional</p><p>cotidiana siguió su curso. Todavía pensé en ella</p><p>durante un tiempo, pero pronto me vi tan reclamada por las obligaciones del presente, que sus</p><p>palabras cayeron en el olvido.</p><p>Mi experiencia continuó dos años después, una tarde de otoño en mi casa. Mi marido y yo</p><p>estábamos esperando que nuestro hijo, que entonces tenía 12 años, volviera de sus clases de</p><p>violín. Las horas pasaban y el niño no llegaba. Esperábamos, y nuestra preocupación aumentaba,</p><p>igual que les ocurre a todos los padres cuyos hijos no acuden puntuales a casa. Mi marido</p><p>intentó llamar al conservatorio, pero ya estaba cerrado. ¿Qué podíamos hacer? Consideramos</p><p>distintas opciones, pero al final nos pareció que lo más razonable era quedarnos en casa.</p><p>Seguíamos esperando una explicación inocente al retraso de nuestro hijo. Pero esta esperanza</p><p>no se cumplió. Llamaron al interfono y se escuchó una voz por el auricular: «Policía. Abran, por</p><p>favor».</p><p>En aquel entonces vivíamos en un sexto piso, por lo que entre que abrieron la puerta del</p><p>edificio, llamaron al ascensor y subieron a la sexta planta, los agentes todavía tardaron algún</p><p>tiempo en llegar a nuestra vivienda. Seguro que sólo pasaron unos pocos minutos, pero aquel</p><p>lapso en el que mi marido y yo estuvimos de pie ante la puerta de casa y esperamos</p><p>impacientes la noticia me pareció eterna. Un terror frío me invadía) y me oprimía el pecho. Era</p><p>como si no hubiera suelo y el miedo me cortase la respiración. Entonces, emergieron desde las!</p><p>capas más profundas de mi conciencia las antiguas palabras de aquella mujer marcada por la</p><p>muerte, y pensé: «\Ahora sacaré de la cuenta todo lo que haya, retiraré toda la clemencia que</p><p>una persona desconocida imploró para mí!». En ese mismo instante, recuperé la calma. La</p><p>angustia no había desaparecido, pero podía soportarla. Podía mirar de frente lo que se nos</p><p>avecinaba y mis pies volvieron a tocar el suelo.</p><p>Afortunadamente, la historia concluyó con un final feliz, porque nuestro hijo sufrió un</p><p>atropello que sólo le ocasionó una fractura del hueso de la espinilla, de la que se recuperó a los</p><p>tres meses.</p><p>89</p><p>El cielo sobre las ruinas</p><p>Esta experiencia personal me abrió una perspectiva importante. Si retrocedemos a la</p><p>situación de la mujer del hospital tal como la encontré en su momento, vemos que se trata de</p><p>un ser inválido postrado en una cama y sin esperanzas de mejora. La mujer aguantó hasta el</p><p>momento exacto en que la parálisis le llegó a todas sus funciones vitales. ¿No habría nadie</p><p>dispuesto a negar a su vida aquel sentido del que hablábamos antes? ¿No habría caído nadie en</p><p>la tentación de calificar su existencia de inútil y superflua? ¿No nos hubiésemos quedado</p><p>vergonzosamente mudos si alguien nos hubiese preguntado qué había de malo en acortar su</p><p>sufrimiento, tal como quería saber el anciano del penúltimo caso?</p><p>Sin embargo, esta (¿irrelevante?) mujer, a pesar de vivir bajo unas condiciones</p><p>enormemente limitadas, fue capaz de obsequiarme con un presente que, dos años después,</p><p>todavía perduraba y me proporcionó una ayuda real en una situación de extrema urgencia</p><p>psíquica.</p><p>Nada más lejos de mi intención especular acerca de si, gracias a las oraciones de la</p><p>mujer, una fuerza divina socorrió a mi hijo en el lugar del accidente —¿quién puede atreverse</p><p>con cuestiones metafísicas de tan alta envergadura?—, pero lo que sí quisiera constatar es que</p><p>las caritativas palabras de despedida de la mujer poseían una radiación positiva que no ha</p><p>muerto y que, quizá, todavía hoy sirvan de consuelo al lector de la misma manera que a mí me</p><p>hicieron recuperar la confianza innata en un momento crucial de mi vida.</p><p>¿De dónde pudo sacar esta mujer la fuerza necesaria para, en el umbral de la muerte,</p><p>ejercer una influencia benéfica en vez de quejarse y pelearse con su destino? ¿Alzó la vista a</p><p>ese pequeño pedazo de cielo que había sobre las ruinas de su existencia y que Viktor E. Frankl</p><p>describió en la frase: «Cuántas veces son sólo las ruinas lo que permite alzar la vista al cielo»?</p><p>¿Descubrió allí, grabado en letras doradas, que toda vida, por desdichada que sea, tiene un</p><p>sentido? Yo creo que así fue.</p><p>Poder decir «sí» de verdad</p><p>El ser humano, en tanto que primera criatura de la evolución, tiene la capacidad de decir</p><p>«sí», lo cual lo convierte en un caso particular. Esta capacidad no es simplemente la facultad</p><p>inversa de decir «no», sino, en cierta medida, su requisito. Porque, de la misma manera que la</p><p>sombra no existe por sí misma, sino sólo en combinación con el sol, es decir, como su variante</p><p>no soleada; y de la misma manera que el contrasentido no existe por sí mismo, sino sólo en</p><p>combinación con el sentido, es decir, como su variante contraria; de esta misma manera,</p><p>tampoco existe un no por sí mismo, sino siempre como un no a lo excluido por un sí. Él no es un</p><p>espacio vacío. Si he dicho que sí a una conferencia que estoy dando, he dicho simultáneamente</p><p>que no a todas las otras conferencias que podría estar dando al mismo tiempo. Si he dicho que</p><p>sí a mi profesión, he dicho simultáneamente que no a todas las otras profesiones que también</p><p>90</p><p>podría haber aprendido. Cuando he dicho «sí» a una posibilidad, el «no» atañe al resto de</p><p>posibilidades. Por consiguiente, el sí precede al no, como el sol a la sombra y el sentido al</p><p>contrasentido; y la capacidad de decir «sí» precede a la capacidad de decir «no».</p><p>En individuos con enfermedades o trastornos psíquicos, esta relación se observa desde</p><p>dos puntos de vista. Por un lado, los que no «pueden» decir «no» son aquellos que tampoco son</p><p>capaces de decir un verdadero «sí». Se trata de personas que aceptan casi todas las</p><p>demandas porque temen el rechazo, y que, en cambio, no soportan psicológicamente lo</p><p>demandado, lo que provoca que, tarde o temprano, se desmoronen bajo el peso de este dilema.</p><p>El «acto no afirmado» (¡no afirmado por, ellos!) es típico de individuos inmaduros y neuróticos.</p><p>En el polo opuesto, el «acto no agradecido» (¡no agradecido por los demás!) es característico,</p><p>entre otros, de personas maduras que se orientan por lo que les dicta la conciencia, sin tener</p><p>en</p><p>real. Sin embargo, la experiencia a la que me quiero referir fue una</p><p>excepción.</p><p>¿Una señal de arriba?</p><p>La precaria situación de la joven embarazada que me vino a ver era tan real como su</p><p>91</p><p>desesperación. En su pequeño apartamento vivían ya cuatro hijos pequeños y, encima, un</p><p>marido sin empleo, de origen mediterráneo, iracundo y alcohólico, que no daba la más mínima</p><p>muestra de preocuparse por ella. La pareja había incluso llegado a las manos. Debo confesar</p><p>que, tras una larga y exhaustiva conversación con la joven, ni yo misma estaba segura de qué</p><p>decisión habría tomado en su lugar; así de oscuro era el futuro de esta familia.</p><p>Tanto más sorprendida quedé cuando, el mismo día de nuestra conversación, la joven</p><p>volvió a aparecer en mi despacho a pesar de que ya tenía en su poder la confirmación de la</p><p>entrevista mantenida, así como el certificado de aprobación médica, y ya podía dirigirse al</p><p>hospital para abortar cuando quisiera. Volvió porque, tal como dijo, me había visto interesada y</p><p>porque, entre tanto, se había producido un suceso sobre el que quería hablar conmigo. El día</p><p>anterior, su marido había encontrado un empleo. Cuando ella volvió a casa después de nuestra</p><p>entrevista, él la recibió con esta feliz noticia y le prometió firmemente que también haría algo</p><p>para combatir su adicción al alcohol. «¿Cree usted —me preguntó aquella joven mujer en su</p><p>segunda visita—, cree usted que esto es una señal de arriba para que tenga el niño?»</p><p>En momentos así, los psicólogos tenemos que hablar como personas, y no como expertos, y</p><p>por ello respondí, simplemente, como persona: «Si usted lo ve así, será así». Tras algunos</p><p>minutos de silencio, llegó su «sí» a la vida del niño.</p><p>Todavía seguí orientando a esta familia durante aproximadamente un año, hasta que, en</p><p>1977, me trasladé a Munich para incorporarme a mis nuevas obligaciones. En aquel período de</p><p>tiempo, el marido se sometió a una cura de desintoxicación y asistió regularmente a las</p><p>sesiones de orientación familiar, cosa que dio sus frutos. Gracias a su puesto de trabajo en el</p><p>almacén frigorífico de una industria alimenticia, pudo aumentar la despensa de la familia con</p><p>comida más barata. Los tres hijos mayores fueron admitidos en una guardería, lo cual supuso</p><p>un enorme desahogo para la madre. El hijo que llevaba en su seno se convirtió en un hermoso</p><p>bebé y fue recibido con alegría. Casi al mismo tiempo de nacer el pequeño, la familia obtuvo</p><p>una vivienda social más grande que esperaban desde hacía tiempo. Después de haber</p><p>presenciado la completa desesperación de la joven mujer y, sobre todo, después de que yo</p><p>misma llegara a albergar serias dudas respecto al tema del aborto, me quedé asombraba al ver</p><p>que todas las piezas iban encajando poco a poco. Hoy casi se impone en mí una idea parecida a</p><p>la que aquella joven mujer me planteó entonces: «¿Podría ser una señal de arriba no dudar</p><p>nunca de una vida que no ha nacido y de sus posibilidades?».</p><p>Hay momentos en la vida en los que hay que adoptar una postura respecto a algo. Por ello,</p><p>yo digo aquí, abierta y francamente, que no creo que el aborto o la eutanasia activa sean</p><p>soluciones dignas de ser afirmadas. Conozco suficientes argumentos que me desdicen y</p><p>conozco el inmenso sufrimiento en ambos contextos y, sin embargo, estoy convencida de que</p><p>existen soluciones más dignas. Quien ama al ser humano, combatirá su sufrimiento allí donde</p><p>sea posible, pero no le negará el derecho a la vida. Puede que a muchos niños que nacen no les</p><p>espere una infancia agradable, y puede que a un enfermo ir? curable no le espere otra cosa</p><p>92</p><p>que el sufrimiento, pero nunca podremos estar seguros de que, tanto al uno como al otro, no le</p><p>espera algo más: al niño, un trabajo importante que deberá desempeñar más adelante o una</p><p>relación de gran valor que deberá entablar; y al enfermo incurable, una última reconciliación o</p><p>un espléndido legado a sus familiares, aunque se trate simplemente de comunicar que, a pesar</p><p>de todo, una buena despedida pueda servir de algo.</p><p>Esto no significa que no existan responsabilidades frente al hecho de traer hijos al</p><p>mundo, en el sentido de una planificación familiar prudente, o frente al hecho de poner fin a la</p><p>vida de un moribundo, en el sentido de una ayuda médica para aliviar el sufrimiento.</p><p>Únicamente significa que la cantidad o la calidad de la esperanza de vida no puede ser ningún</p><p>criterio a favor o en contra de la destrucción de una vida.</p><p>El enfermo mental y su remedio</p><p>Ese misterio que desde hace siglos llamamos «el alma» humana y que Viktor E. Frankl</p><p>denominó, siguiendo la tradición filosófica occidental, «el espíritu», es algo que no puede</p><p>enfermar. Lo espiritual es puro «movimiento», pero no un movimiento en el espacio, sino en el</p><p>existir, y un movimiento no puede enfermar. Un movimiento sólo puede tomar la dirección</p><p>equivocada y sólo puede ser detenido por la enfermedad de un organismo encargado de</p><p>ejecutar dicho movimiento.</p><p>Por ejemplo, el amor hacia una persona es un movimiento hacia ella, un movimiento</p><p>interior, anímico-espiritual, que sólo encuentra su encarnación espacio-temporal en la</p><p>intimidad corporal de ambos amantes. Cuando el amor hacia alguien se acaba o se transforma</p><p>en odio, se produce un alejamiento que, según el caso, es tan grande que ya no se conoce a la</p><p>otra persona, apenas se le ve, apenas se da uno cuenta de cuándo se le está hiriendo y,</p><p>entonces, se le ignora como si no existiese. La fe religiosa es un movimiento, en este caso, de</p><p>la inmanencia a la trascendencia (no en vano, hablamos de «cercanía» o «distanciamiento del</p><p>Señor» en personas creyentes y no creyentes). Este movimiento también es, por supuesto, un</p><p>acto anímico-espiritual que encuentra su equivalente espacio-temporal en el ritual de la misa.</p><p>De la misma manera, el interés por una cosa significa balancearse espiritualmente sobre</p><p>ella, querer comprenderla, preocuparse por ella. Y, al revés, la falta de interés por algo</p><p>significa distanciarse de ello, descartarlo, dedicarse a otras cosas.</p><p>Análogamente, el ser humano se mueve hacia sí mismo, lo cual presupone que primero se</p><p>ha tenido que separar de sí mismo para, desde una distancia ontológica, poder moverse</p><p>precisamente hacia sí mismo. El ser humano es una instancia que valora y es valorada a la vez.</p><p>Uno de los dos aspectos] siempre sobresale por encima del otro y, entonces, se produce el</p><p>paso de lo que sobresale a lo que no sobresale. Cuando alguien dice: «Sufro tanto con mis</p><p>depresiones», las depresiones son un acontecimiento psíquico y, eventualmente, físico] (en</p><p>caso de que intervenga un componente endógeno). Pero lo que sufre con las depresiones, a</p><p>93</p><p>saber, el yo espiritual-personal de esta persona, no es por sí mismo depresivo, no está</p><p>enfermo, tan sólo padece una enfermedad y debe adoptar una actitud frente a ella. Por ello,</p><p>habrá un paciente que dirá: «Sufro tanto con mis depresiones... ¡Pero no me dejaré dominar</p><p>por ellas!», y otro que dirá: «Sufro tanto con mis depresiones... que preferiría morir». La</p><p>diferencia entre estos dos pacientes no reside en su enfermedad, porque ambos padecen la</p><p>misma. La diferencia está en la respectiva actitud espiritual frente a la patología. Una actitud</p><p>que, por otro lado, no es sintomática de ninguna enfermedad, sino específica de cada persona.</p><p>Por ello, cuando hablamos del paciente mentalmente enfermo, no debemos perder de</p><p>vista que todos nuestros esfuerzos por él se aplican en la base de su persona que no está</p><p>enferma a pesar de padecer una patología psíquica. Nuestra preocupación se centra en esa</p><p>persona cuya libertad de movimiento espiritual se ve cercenada por miedos, depresiones,</p><p>neurosis y, sobre todo, por psicosis, pero que es y sigue siendo principal y potencialmente</p><p>movible, lo suficiente como para poner en práctica el hecho de ser humana, incluso estando</p><p>enferma. Y cuando hablamos de un remedio para el alma enferma, también</p><p>deberíamos aclarar</p><p>que, con nuestros remedios, «estamos limando las asperezas de una gigantesca puerta de roble</p><p>que impiden que ésta se abra suavemente, y que, en cambio, es el paciente quien tiene en sus</p><p>manos la única llave capaz de abrirla» y, con ella, el poder de decidir si se abre o se cierra a</p><p>nuestra oferta de remedios, a los desafíos de su vida y a la abundancia de sentido del mundo</p><p>que le rodea. Con ello, y para seguir con la metáfora, a veces también hay «puertas que se</p><p>cierran a pesar de girar sin problemas sobre sus goznes». Es decir, no sólo el Homo patiens, el</p><p>hombre enfermo y doliente, debe moldear personalmente la enfermedad y el dolor, sino</p><p>también el Homo possidens, el hombre que posee salud, felicidad y bienestar, debe</p><p>administrar personalmente estas posesiones, y, al hacerlo, puede llegar a un punto en el que</p><p>casi no le quede margen de movimiento para poner en práctica su realidad humana.</p><p>A modo de conclusión, podemos decir que el estado anímico de una persona nunca debe</p><p>manifestarse únicamente en categorías clínicas, sino que ese estado siempre es también el</p><p>reflejo clínico de un acontecimiento metaclínico: el de atribuir la persona mucho o poco</p><p>sentido a su vida, tanto a sus pérdidas como a sus posesiones.</p><p>Una advertencia contra los remedios nocivos</p><p>Con mis indicaciones no pretendo defender bajo ningún concepto las modernas tendencias</p><p>según las cuales cada enfermedad encerraría un significado secreto o expresaría algo sobre</p><p>una conducta fallida propia que debe ser corregida o sobre una conducta fallida ajena que ha</p><p>ocasionado la primera. La materia se crea, se desarrolla y desaparece, ya se trate de la</p><p>materia de las estrellas o de la materia del cuerpo humano unida a la situación anímica de la</p><p>persona. Toda materia es imperfecta y efímera, y tanto la enfermedad como la muerte no son</p><p>otra cosa que manifestaciones prácticas de esta ley. Por supuesto, un estilo de vida insano y un</p><p>entorno social y ecológico nocivos pueden aumentar la fragilidad de pueblos enteros. Sin</p><p>94</p><p>embargo, ni el más sano de los estilos de vida ni el más óptimo de los entornos serían capaces</p><p>de conjurar la fragilidad corporal y mental del ser humano. Por tanto, deberíamos guardarnos</p><p>de las interpretaciones psicologísticas que pretenden dar un significado a cada enfermedad;</p><p>un significado que, encima, se remite a una serie de déficit en la vida de los pacientes que hay</p><p>que sacar a la luz para poder comprender correctamente sus enfermedades y combatirlas. Y</p><p>también deberíamos concentrarnos preferentemente en ayudar a nuestros pacientes a buscar</p><p>y encontrar el sentido de sus vidas no en sus enfermedades, sino a pesar de éstas. Un sentido</p><p>que únicamente se descubre ante la persona espiritual que hay en el paciente y que permanece</p><p>íntegra e invulnerable ante cualquier fragilidad material.</p><p>Para arrojar algo de luz sobre esta problemática, reproducimos a continuación algunos</p><p>relatos de pacientes: una mujer me explicó que su hija, que seguía una psicoterapia, tuvo que</p><p>llevar una vez a las sesiones dibujos de cuando era PEQUEÑA, probablemente para documentar</p><p>los estados anímicos de la infancia. La madre preparó una carpeta repleta de dibujos pero</p><p>cuando la hija volvió de la siguiente sesión, sólo trajo los que tenían más colores y eran más</p><p>alegres. «La terapeuta se ha interesado por los dibujos grises, oscuros y de trazos rectos y</p><p>temblorosos», explicó la hija. «Los otros no los necesita.» Éste es el modelo patológico que la</p><p>psicoterapia necesita superar. Si sólo ponemos el acento en las cosas negativas que han</p><p>sucedido en la vida de una persona, no nos extrañemos que en vez de cicatrizar, las heridas</p><p>curadas se vuelvan a abrir</p><p>Otro relato proviene de una mujer que acudió al neurólogo para que le hiciera un</p><p>dictamen. Por lo visto, el especialista la trató con extrema frialdad y le preguntó muchas</p><p>cosas que confundió y alteró a la mujer. A resultas de ello, se dejó el chal en la consulta.</p><p>Cuando volvió para recogerlo, el neurólogo le dijo en tono de burla: «¡Aja! Su subconsciente</p><p>indica que le gustaría continuar la conversación conmigo». Mientras me explicaba su relato, la</p><p>mujer temblaba atemorizada al pensar que debía hacer una segunda visita a aquel neurólogo.</p><p>Así de erróneas pueden ser las interpretaciones…</p><p>Pero no sólo las interpretaciones. También los basados en interpretaciones son</p><p>problemáticos.</p><p>Conozco a una paciente que se atrevió a cortar un psicoanálisis de larga duración porque</p><p>pensaba que volvía a estar psíquicamente estable y podía controlar su vida con sus propios</p><p>recursos. El terapeuta la despidió comunicándole que sus deseos de no continuar la terapia</p><p>eran temporales y la amenazó diciéndole que! pronto vería lo poco aferrada que estaba a la</p><p>realidad y lo poco que tardaría en volver a caer en un «agujero psíquico». Esta amenaza hizo</p><p>mella en la paciente y la intranquilizó de tal manera que fue perdiendo lentamente la seguridad</p><p>que con tanto esfuerzo había ganado. Estuvo a punto de caer en una depresión real que yo</p><p>pude evitar a tiempo con un poco de humor y ánimos. Aunque suene extraño, hay profecías que</p><p>se cumplen no porque sean acertadas, sino porque se han profetizado. O dicho de otro modo:</p><p>un bisturí olvidado en el estómago siempre es nocivo, tanto en el ejercicio de la cirugía como</p><p>95</p><p>en el de la psicología, donde, desgraciadamente, también puede dejarse olvidado un bisturí</p><p>«iatrógeno» en el estómago de la psique del paciente.</p><p>Un resumen de los remedios saludables</p><p>Tras estas señales de aviso sobre los remedios nocivos, analizaremos a continuación,</p><p>mediante un breve resumen, cuáles son los remedios psicoterapéuticos saludables. La palabra</p><p>therapeía, de origen griego, significa «asistencia», y desde siempre es sabido que quien ejerce</p><p>una profesión terapéutica (la medicina, la psicología, la cura de almas) tiene que convertirse en</p><p>un asistente para las personas amenazadas, para aquellos que se han extraviado, que necesitan</p><p>una pequeña escolta, que ya no saben qué hacer y se precipitan inexorablemente al vacío.</p><p>La pedagogía psicoterapéutica ha desarrollado hasta hoy tres teorías principales para las</p><p>directrices que deben seguir estos «asistentes»:</p><p>a) Métodos de revelación del material inconsciente.</p><p>b) Métodos de sugestión y persuasión.</p><p>c) Métodos de entrenamiento y ejercicio.</p><p>Estos métodos se han mostrado efectivos, cada uno con sus particulares ventajas, pero</p><p>también con sus desventajas de metodología interna.</p><p>La revelación del material inconsciente puede resultar curativa a largo plazo. Únicamente</p><p>hay que procurar que lo revelado tras el proceso terapéutico de catarsis y elaboración psíquica</p><p>vuelva a sumergirse en el inconsciente y descanse allí' en paz para siempre. Si esto no se</p><p>consigue, es decir, si, tras.' revelar lo inconsciente, el paciente camina continuamente por la</p><p>vida, por así decirlo, al lado de sí mismo, observándose a si mismo desde sus más sutiles</p><p>sensaciones, las consecuencias. Pueden ser desastrosas. Esta auto observación</p><p>desnaturalizada y compulsiva hace que ya nada se agite en el alma del paciente; o como mínimo,</p><p>no se agite el sentimiento espontáneo de un placer de vivir sencillo y no analizado, tal como</p><p>corresponde al logro de existir y ser persona.</p><p>Valga para ilustrarlo la metáfora de la escalera mecánica que, para someterse a</p><p>reparación, se extrae del suelo, pero que, tras poner en orden su mecanismo subterráneo,</p><p>tiene que volver a enterrarse si se desea que funcione. De un modo parecido, aunque no en</p><p>términos tan mecánicos, hay que entender los ciclos psíquicos: lo que está resuelto, debe</p><p>poder descansar en paz, enterrado en una biografía con la que uno se ha reconciliado</p><p>espiritualmente. No obstante, este importante e indispensable entierro no es el punto fuerte</p><p>de los métodos reveladores.</p><p>96</p><p>Por su parte, los procedimientos sugestivos y persuasivos, además de registrar</p><p>unos</p><p>niveles de éxito elevados a corto plazo, también presentan un hándicap relevante, que se</p><p>explica en un paralelismo entre la susceptibilidad de persuasión y la inestabilidad del paciente.</p><p>Los indecisos dicen rápidamente «sí», sobre todo cuando el mundo les impulsa a hacerlo (y, la</p><p>mayoría de las veces, el mundo les impulsa a algo porque, precisamente, son indecisos, pero</p><p>esto es otro tema). Dicen rápidamente «sí», pero raras veces lo asumen, porque no les sale de</p><p>dentro, sino que les viene más o menos impuesto.</p><p>Ahora bien, cualquier terapeuta protestará si se le dice que impone algo a sus pacientes.</p><p>Es innegable que, al aplicar procedimientos sugestivos y persuasivos, está intentando ejercer</p><p>una influencia, aunque sea positiva y beneficiosa, sobre sus pacientes. Es precisamente aquí</p><p>donde el terapeuta tropieza con la circunstancia mencionada: no se puede influir de manera</p><p>apreciable en personas decididas y estables, pero las personas que, por ser indecisas e</p><p>inestables, son influenciables, siempre vuelven a claudicar, ya sea bajo una influencia extraña o</p><p>contraria, ya sea por su propia resistencia interior a lo que exteriormente han dicho «sí». Es</p><p>decir, el arte del terapeuta para persuadir y convencer fracasa, no pocas veces, justamente</p><p>en aquellos pacientes que son fáciles de persuadir y convencer por cualquiera y en cualquier</p><p>momento.</p><p>Con esto pasamos a explicar los procedimientos de entrenamiento y ejercicio. La</p><p>explicación se resume en dos aspectos. Primero: el entrenamiento siempre es bueno. Todas las</p><p>capacidades que una persona quiera hacer suyas, todas las facultades que haya que adquirir,</p><p>incluida la facultad de compensar las debilidades psíquicas —¡lo que constituye una verdadera</p><p>facultad!—, requieren ejercicio constante y regular. Y segundo: en esta constancia reside la</p><p>dificultad de todos y cada uno de los entrenamientos consistentes en hacer un gran acopio de</p><p>autocontrol y autosuperacion para alcanzar el objetivo deseado. Pero entre las debilidades</p><p>psíquicas que hay que compensar, se encuentra con frecuencia, precisamente, la falta de</p><p>autocontrol y de autosuperacion, con lo cual se produce el siguiente fenómeno: para que el</p><p>paciente pueda soportar el entrenamiento, deberá haber desarrollado, en teoría, aquellas</p><p>facultades que el propio entrenamiento debe desarrollar.</p><p>Como vemos, todas las teorías psicoterapéuticas tienen sus luces y sus sombras, sus</p><p>posibilidades y sus límites.</p><p>La llave dorada del espíritu humano</p><p>En la disciplina logoterapéutica hay mucho de los métodos descritos antes, pero, con el</p><p>aspecto añadido del sentido, se introduce un elemento que trasciende al individuo y a todas</p><p>sus debilidades psíquicas y corporales. Se tiende un puente que va del espacio clínico al</p><p>metaclínico, con unos pilares que se erigen del espacio metaclínico al metafísico.</p><p>En lo tocante a los métodos de revelación del material inconsciente, por ejemplo, la</p><p>97</p><p>logoterapia piensa que no sólo se puede revelar lo inconsciente, sino también lo no reconocido,</p><p>concretamente, las perspectivas de sentido no reconocidas que trastocan la percepción de la</p><p>situación general del paciente. Respecto a los métodos sugestivos y persuasivos, la logoterapia</p><p>opina que no es asunto del terapeuta convencer a nadie de nada, sino que es el asunto en sí lo</p><p>que es capaz de convencer a una persona; el asunto lleno de sentido es el que debe hablar por</p><p>sí mismo. Finalmente, en lo que a los métodos de entrenamiento y ejercicio se refiere, la</p><p>logoterapia sostiene que cualquier predisposición al entrenamiento desemboca en una</p><p>pregunta: ¿para qué merece la pena lograr el objetivo del entrenamiento? La persona quiere</p><p>saber para qué necesita conseguir la transformación que hay que lograr y ejercitar: ¿para</p><p>hacer qué? ¿Para ser quién? ¿Ser quién para quién? Si lo sabe, reunirá antes la enorme</p><p>autosuperación necesaria que, finalmente, es el precio que hay que pagar para hacer realidad</p><p>un sentido o un valor.</p><p>Veamos un último ejemplo. Una vez me presentaron a un señor mayor, de aspecto robusto</p><p>pero profundamente deprimido. Sus amigos me dijeron que hacía siete años que todo le iba</p><p>mal. Desde la muerte de su esposa se había vuelto pesimista, había reducido todas sus</p><p>actividades y ya no mostraba interés por nada. Los amigos lo habían intentado todo para</p><p>levantarle la moral y distraerlo, pero la situación fue de mal en peor. Decían que ya no se movía</p><p>de casa y me preguntaron si creía necesario el ingreso en una clínica. Yo observaba al paciente</p><p>con interés. Tenía una mirada despierta, pero nublada por el sufrimiento. No gesticulaba, como</p><p>si quisiera decir: «No me puede ayudar nadie». No le faltaba razón, porque nadie podía</p><p>devolverle a su mujer, a la que tanto debía haber amado. Estaba muerta, pero su amor hacia</p><p>ella pervivía. Mientas observaba al paciente, noté que ese amor podría ser una pequeña llave</p><p>dorada que, con la ayuda de su mano o su alma, abriría la inmensa puerta por la que saldría la</p><p>depresión y la desesperanza con sólo encontrar la cerradura adecuada.</p><p>«Hábleme de su matrimonio», propuse a aquel señor mayor, y me habló de cómo había</p><p>conocido a su mujer a una edad ya avanzada, de cómo ella había supuesto un milagro para él,</p><p>que siempre había sido un solitario, y de cómo cada momento que había pasado a su lado</p><p>multiplicó por dos y por tres su satisfacción interior. Y de cómo entonces, cuando al poco</p><p>tiempo diagnosticaron un cáncer a la mujer, ambos reforzaron su voluntad de permanecer</p><p>unidos, pasara lo que pasara. El paciente también describió la época de la enfermedad como</p><p>llena de un cariño indescriptible. Él había cuidado de ella hasta el final, le había lavado los pies</p><p>hasta que su espíritu fue desvaneciéndose poco a poco. «Ahora ya no puedo hacer nada por</p><p>ella», dijo en tono cansado al finalizar su relato.</p><p>Entonces, tomé la palabra: «Sea como fuere, usted influya en todo lo que su mujer ha</p><p>dejado atrás, en las huellas que ha dejado en este mundo». El paciente prestaba atención. Su</p><p>mirada parecía más despierta. «¿Puedo influir en ello?», preguntó. «En parte, sí —respondí—,</p><p>porque de usted depende que su esposa deje atrás un montón de ruinas, un hombre totalmente</p><p>roto cuya visión haga pensar en privado a la gente que lo mejor para usted hubiera sido no</p><p>98</p><p>haber conocido nunca a su mujer. O de usted depende también que ella deje atrás a un hombre</p><p>que irradia felicidad, que camina con la cabeza bien alta, y que todo el mundo confirme lo</p><p>beneficioso que fue para él el antiguo amor de una mujer única...».</p><p>«Dios mío —se lamentó el paciente agarrándome de la manga—. Pero ¿qué estoy</p><p>haciendo? ¿Qué le estoy haciendo?» Animado por la nueva perspectiva que se le abría, el</p><p>hombre se levantó y empezó a caminar de un lado a otro. Poco a poco fue cobrando ánimos y</p><p>nos explicó, a mí y a sus amigos: «Nunca había reparado en ello, pero es cierto. Tengo que</p><p>demostrar lo extraordinaria que fue y que sólo ha podido dejar cosas buenas. Los lugares por</p><p>donde ha pasado deben convertirse en campos de flores de alegría y no en mares de lágrimas.</p><p>Ahora sé cuál va a ser mi labor a partir de hoy». Con estas palabras, el paciente se despidió y</p><p>dejó atrás, como primer acto de una vida reparada y recuperada, a una terapeuta aliviada que</p><p>presenció agradecida cómo la llave dorada del espíritu humano había encontrado la cerradura</p><p>adecuada al dar forma a un sentido en una situación extraordinariamente delicada.</p><p>El asombro por un sentido inagotable</p><p>Analicemos el caso anterior: ¿revelé algún material inconsciente? ¿Persuadí de algo al</p><p>paciente? ¿Se entrenó para adoptar una nueva conducta? Yo diría que el paciente vio la luz del</p><p>reconocimiento, pero sólo porque había algo que reconocer, algo que no podía ser revelado, sino</p><p>simplemente mostrado; algo de lo que no era necesario persuadirle porque hablaba por sí</p><p>mismo y que, al final, le motivó para que, paulatinamente,</p><p>se esforzara por conseguir una nueva</p><p>actitud y se apropiara de ella.</p><p>En la logoterapia aplicada se produce a menudo un asombro por el inagotable sentido de la</p><p>existencia que siempre se deja «intervenir» en situaciones concretas de la vida de cada</p><p>persona, independientemente de cómo se ha llegado a ellas. También la persona psíquicamente</p><p>enferma se asombra al ver que, desde su limitación, impotencia o discapacidad, es capaz de</p><p>emprender algo lleno de sentido; al ver que, más allá de su enfermedad mental, hay una</p><p>posibilidad que se puede realizar, y que dicha realización puede incluso estimularle a superar</p><p>su patología. Este asombro es el mejor remedio para el alma enferma.</p><p>Es erróneo pensar que los enfermos se sienten bien cuando reciben toda la dedicación del</p><p>mundo, cuando los médicos y familiares se congregan a su alrededor y cuando los terapeutas</p><p>escuchan sus lamentos con empatía profesional. Todo ello no bastará mientras la dedicación</p><p>recibida no sea devuelta por los enfermos mediante la adopción en su entorno de una tarea</p><p>llena de sentido, por pequeña que sea. En 1987, Michael Utsch presentó en el departamento de</p><p>psicología de la Universidad de Bonn una excelente tesina de licenciatura. En su elaboración</p><p>participaron sesenta enfermos graves de apoplejía que fueron dados de alta en observación y</p><p>a los que se les preguntó si podían aceptar positivamente su situación de sufrimiento agudo y</p><p>qué factores contribuían a esa aceptación. Los resultados fueron sorprendentes. La</p><p>aceptación de la situación de sufrimiento se producía principalmente en aquellos enfermos que</p><p>99</p><p>—literalmente— «se entregaban a sus familiares con interés y apoyo» y no en aquellos cuyos</p><p>familiares eran los que se entregaban a ellos. Al contrario: estos últimos desarrollaron</p><p>enseguida el desagradable sentimiento de ser una carga para su entorno.</p><p>El paciente, y no en menor medida, el paciente mentalmente enfermo, quiere ofrecer él</p><p>mismo algo más que el papel de necesitado y destinatario de ayuda que le corresponde por</p><p>estar enfermo; quiere ser él mismo útil para algo o alguien, y si de verdad deseamos lo mejor</p><p>para él, deberemos proporcionarle todas las oportunidades posibles para que lo consiga. Aquí</p><p>se perfila un paralelismo con la pedagogía, donde se hace necesario un replanteamiento</p><p>parecido, un retorno a las viejas sabidurías. Porque también los niños no sólo se sienten bien</p><p>cuando sus padres les respetan y les veneran, sino también al revés, cuando ellos respetan y</p><p>veneran a sus padres, tal como ya sabemos desde tiempos de Moisés.</p><p>Volviendo a la psicoterapia y al breve esbozo del caso anterior, en el momento en que el</p><p>señor mayor vio una oportunidad para hacer algo por su amada y difunta mujer, a saber,</p><p>guardarle un recuerdo alegre y lleno de agradecimiento, en ese mismo momento, el hombre se</p><p>curó más que a lo largo de un año de compasión y consuelo por parte de los amigos.</p><p>No hemos venido al mundo para ser amados, sino para amar, tanto a los vivos como a los</p><p>muertos. Este es el mensaje que nos legó Viktor E. Frankl y que constituye la piedra angular de</p><p>su logoterapia.</p><p>Apéndice: ¿Sólo mutación y selección?</p><p>El concepto de evolución desde la perspectiva Logoterapéutica</p><p>Viktor E. Frankl no sólo fue un médico genial con un fabuloso olfato psicoterapéutico.</p><p>También tuvo el privilegio de esbozar un principio filosófico de la vida que se asienta</p><p>asombrosamente cerca de lo que es el «pulso de la creación». Más adelante hablaremos de por</p><p>qué esto es así. De momento, baste indicar que la «Creación» tiene lugar prácticamente cada</p><p>día en la vida de todos y que, por ello, el esbozo del principio vital de Frankl es el más</p><p>adecuado para sentar las bases de una contribución dirigida a un futuro y un pasado</p><p>venturosos.</p><p>En lo sucesivo, definiremos la palabra «Creación» simplemente como algo que se «extrae»</p><p>de la nada. En el caso normal de nuestro pensamiento y nuestra capacidad de imaginación, no</p><p>conocemos nada semejante. Hasta los artistas e inventores más creativos se dedican a reunir</p><p>fragmentos de su mundo de ideas para crear combinaciones nuevas. Los escritores de ciencia-</p><p>ficción más osados no hacen más que reorganizar imaginativamente elementos tradicionales y</p><p>bien conocidos, procedentes del arcón de la experiencia humana. Sabemos hacer malabarismos</p><p>en nuestra fantasía con los detalles de la realidad material y cultural que nos rodea, pero</p><p>100</p><p>nunca podemos renunciar a ellos. Lo Otro absoluto se encuentra más allá de nuestro horizonte.</p><p>Viktor E. Frankl dotó a esta circunstancia de un cambio de paradigma. Partiendo del</p><p>hecho que sólo se puede realizar lo posible (y no lo imposible), Frankl estableció una diferencia</p><p>estricta entre lo futuro, donde muchas cosas —pero nunca todas— son posibles, y lo pretérito,</p><p>a donde van a parar las posibilidades realizadas, las cuales, entonces, ya no son posibilidades</p><p>en sentido estricto, sino que se petrifican como verdades (al menos históricas), es decir, como</p><p>«algo que se ha convertido en verdadero». Cuando, por ejemplo, un hombre tiene la posibilidad</p><p>de abrir un comercio y dirigirlo, y la aprovecha, esta posibilidad se habrá convertido en una</p><p>realidad. Pasados diez años, la existencia de este comercio será «algo realmente verdadero</p><p>desde hace diez años». Si el comercio, en el día de su décimo aniversario, debe cerrar porque</p><p>el hombre fallece, ello no modifica en nada la verdad de los diez años de existencia del</p><p>comercio. El botín de la muerte son el futuro y el presente, son todas nuestras posibilidades</p><p>futuras junto con los actos potenciales de su realización. La muerte, nuestra compañera de</p><p>viaje, sólo capitula ante la verdad de lo que ya ha sido; su poder termina ahí. La muerte no</p><p>disuelve lo que la historia ha petrificado. La muerte no puede extraer de las murallas del</p><p>pasado de un hombre el aire que éste ha respirado ni las acciones que ha emprendido.</p><p>Por consiguiente —tal como Viktor E. Frankl describió de manera sublime—, el futuro</p><p>está lleno de nada: lleno de posibilidades que todavía no han llegado a ser, que todavía son</p><p>efímeras y perecederas, y que, algún día, la muerte borrará inevitablemente de un plumazo si</p><p>no han sido llevadas a la verdad —al menos histórica— a través del umbral del presente</p><p>mediante el acto de la realización. Frente a esto, el pasado está lleno de ser: lleno de</p><p>contenidos realizados, de vida vivida, de actos consumados, de alegrías experimentadas y de</p><p>sufrimientos padecidos; de todo lo que ya no se puede deshacer, ni siquiera un ápice. Lo que ha</p><p>llegado a ser está a salvo de la anulación y protegido ante la extinción. Ser, en la forma</p><p>especial de «lo que ha sido» significa, sin exagerar, «ser eterno». Un futuro lleno de nada, un</p><p>pasado lleno de ser y, en medio, un umbral divisorio a través del cual lo primero (lo posible) se</p><p>transforma en lo segundo (lo real)... ¡Si esto no es «pura Creación»! Viktor E. Frankl escribió al</p><p>respecto:</p><p>[...] ¿Qué es exactamente este «llevar al ser», al pasado? Es, finalmente, extraer de la</p><p>nada, de la nada del futuro.</p><p>Ahora comprendemos también por qué [...] todas las cosas son tan fugaces. Todo es</p><p>«fugaz» porque está en fuga, en fuga de la nada del futuro al ser del pasado. Como en un</p><p>horror vacui, un terror al vacío, todo teme al vacío del futuro, todo se fuga de esta nada y se</p><p>precipita en el pasado y en su ser. Pero todo se estanca y se estrecha ante el desfiladero del</p><p>presente, y «todo espera impaciente la redención» [...] La redención que le corresponde a todo</p><p>en tanto que —como acontecimiento— pasa a ser pasado con la desaparición o —como vivencia</p><p>101</p><p>y decisión nuestras— es introducido por nosotros en la eternidad.8</p><p>En este punto de vista queda manifiesto que nosotros, los seres humanos, somos parte</p><p>activa en la «extracción de algo desde la nada». Día a día, elegimos posibilidades del conjunto</p><p>de futuros de lo que «todavía no es»</p><p>y las hacemos realidad en el ser pasado, perpetuado y</p><p>realmente eterno.</p><p>Por ejemplo, un día frío de finales de invierno vemos a un mendigo en la calle, acurrucado</p><p>en una esquina. Las posibilidades empiezan a parpadear en nuestra mente, nos rodean con su</p><p>danza y nos empujan hacia la puerta salvadora del presente. «Pasar deprisa e ignorar», dice</p><p>una posibilidad. «Pasar deprisa y echar dinero», dice otra. «Detenerse y hablarle», dice una</p><p>tercera. «Detenerse y escupirle», dice una cuarta. «Ir a buscar una rosa y dejársela en el</p><p>sombrero», dice una quinta, y así sucesivamente, como queramos llamarlas. Lo decisivo es que</p><p>sólo una de ellas será la elegida y obtendrá el permiso para entrar en el indestructible reino</p><p>del pasado. Las otras quedarán suspendidas en la nada, a la espera de otras posibles</p><p>oportunidades y condenadas, finalmente, a la extinción. ¿Quién determina cuál es la elegida?</p><p>El invitado a contribuir a la Creación no es otro que el hombre de a pie que pasa por esa</p><p>esquina. En cualquier momento consciente de nuestras vidas podemos (¿y debemos?) meter</p><p>cucharada en la nada, extraer una posibilidad entre muchas y verterla en el ser, donde todas</p><p>las verdades se consolidan para siempre. Ignorar, hablar, dar dinero, escupir, ofrecer una</p><p>rosa... Lo que se elija quedará definitivamente «archivado» allí, en la verdad (al menos</p><p>histórica), cuando el mendigo, la esquina de la calle y nosotros mismos nos hayamos reducido a</p><p>polvo.</p><p>Este ejemplo centra nuestra atención sobre un rastro fulminantemente nuevo.</p><p>«Creación» no es sólo transformación de nada en algo, como hemos descrito brevemente. De la</p><p>misma manera, la vida humana tampoco se desarrolla únicamente en la transferencia de lo</p><p>posible a lo real. Lo verdaderamente cautivador, interesante y esencial de todo proceso de</p><p>realización es la ética de la elección. De ella depende la bondad y la calidad del ser posterior.</p><p>Por tanto: escupitajo o rosa, desprecio o interés... ¿En qué se convertirá todo ello en la</p><p>eternidad del ser, donde tanto lo uno como lo otro ya no se podrá eliminar porque ha sido</p><p>«extraído»? Esta es la pregunta del millón. Todavía más claro: ¿qué es digno de ser desde la</p><p>nada? ¿Qué posibilidades cotidianas merecen ser realizadas? Una pregunta que conmueve</p><p>desde que tenemos uso de razón. Se trata, ni más ni menos, de la pregunta por lo que tiene</p><p>sentido. No es ningún milagro que nosotros, individuos insignificantes invitados a colaborar en</p><p>la Creación, vayamos en búsqueda de sentido desde que nos movemos por el mundo sobre dos</p><p>piernas y dotados de un espíritu autoconsciente. Ningún engaño, camino equivocado, callejón</p><p>sin salida o invasión de culpa han sido capaces de disuadirnos de la fascinación por el</p><p>«sentido». Tenemos interiorizada la idea de que no «da igual» lo que llega a ser; que, por algún</p><p>motivo misterioso, lo que cuenta y lo importante es lo que sucede en el mundo —con o sin</p><p>8 Viktor E. Frankl, Der Wille zum Sinn, Munich, Piper, 1997, 4a ed., pág. 53 (trad. cast.: La voluntad de sentido, Barcelona, Herder, 1991).</p><p>102</p><p>nuestra ayuda—; que la indiferencia es, por así llamarla, un pecado, por mucho que se esconda</p><p>detrás de esa máscara.</p><p>Para ilustrar lo inculcada que tenemos esta idea, echaremos una breve ojeada a la teoría</p><p>de la evolución elaborada por Charles Darwin y ampliada actualmente con los resultados de la</p><p>moderna investigación genética. Los biólogos dan por sentado que toda la evolución de la vida</p><p>en nuestro planeta descansa sobre dos pilares: la mutación (cambios fortuitos en el material</p><p>genético) y la selección (conservación y transmisión de estos cambios fortuitos). La propia</p><p>cultura, civilización y socialización humanas provendrían y estarían invariablemente sometidas</p><p>a esta misma forma de evolución. Adolf Heschl, uno de los científicos de la evolución más</p><p>importantes, escribió lo siguiente:</p><p>Dado que las mutaciones genéticas no dirigidas representan, también en los organismos</p><p>pluricelulares complejos, la única posibilidad de avanzar en el proceso de la verdadera</p><p>adaptación, todas las ideas magníficas que ha gestado a lo largo de su vida nuestro realmente</p><p>complicado cerebro individual no tienen nada que ver con la obtención de conocimiento.9</p><p>Siendo así, es posible que los filósofos no se muestren del todo de acuerdo, pero no cabe</p><p>duda que, durante períodos interminables, fue realmente la pareja «intento-error» la que</p><p>produjo organismos capaces de vivir y sobrevivir. Sin embargo, a mí me parece que estas</p><p>consideraciones sobre la teoría de la evolución descuidan generalmente un aspecto. No son</p><p>dos, sino, de hecho, tres los pilares sobre los que la llama de la vida va saltando de generación</p><p>en generación: dos explícitamente citados y uno implícitamente entrelazado. ¿Por qué?</p><p>Examinemos en primer lugar los pilares explícitamente citados de la «mutación» y la</p><p>«selección». Se trata de fenómenos diametralmente opuestos en un aspecto nada desdeñable.</p><p>Mientras las mutaciones, por su aleatoriedad e indeterminación, se asemejan a un juego de</p><p>dados, las selecciones que se aplican posteriormente no son nada aleatorias, sino que siguen un</p><p>«criterio innato» que intentaré describir con la ayuda de un ejemplo muy sencillo.</p><p>Supongamos que hubo una época en la que varias familias de conejos grises migraron a las</p><p>tierras glaciares del norte, donde sobrevivían con más pena que alegría. Entre los numerosos</p><p>enemigos y la escasa oferta alimenticia, los conejos estaban condenados a la extinción. Pero la</p><p>madre Naturaleza tiró los dados y, mediante mutaciones, hizo aparecer unos conejitos con</p><p>pelaje a manchas marrones, otros con reflejos azulados y otros casi blancos. Como se sabe, las</p><p>mutaciones no responden a ninguna intención. Son hijas directas del caos, es decir, que pueden</p><p>mejorar o empeorar arbitrariamente las circunstancias internas o externas de las criaturas</p><p>que ellas mismas han inventado. Su importancia reside, por así decirlo, en la enorme variedad y</p><p>cantidad de ladrillos que ponen a disposición del arquitecto selección, quien elegirá los de</p><p>mayor calidad. Por tanto, las mutaciones no depararon sorpresas agradables a todos los</p><p>9 Adolf Heschl, Das intelligente Genom, Berlín, Heidelberg; Springer, 1998, pág. 350.</p><p>103</p><p>conejos antes mencionados. Los de manchas marrones y los de reflejos azulados llamaban la</p><p>atención por su pelaje y fueron devorados enseguida. No quedó ninguna huella de ellos en el</p><p>norte. Otro destino tuvieron los conejos de pelo casi blanco: de repente, se encontraron</p><p>perfectamente camuflados. En caso de peligro, no tenían que buscar ningún agujero donde</p><p>refugiarse, sino que les bastaba con acurrucarse en la nieve para –invisibles- no ser</p><p>molestados. Ello les proporcionaba una ventaja excelente que, si bien no aumentaba la oferta</p><p>alimenticia, al menos reducía drásticamente la amenaza de enemigos hambrientos. Estos</p><p>conejos evolucionaron hasta convertirse en las liebres que hoy conocemos.</p><p>Volvamos ahora al factor selección. Al contrario que las mutaciones, la selección no es hija</p><p>del caos y nada está más lejos de ella como la casualidad. El hecho de que, en las tierras</p><p>nevadas, la selección escogiera y prefiriera inequívocamente la mutación «pelaje casi blanco»</p><p>de entre las variantes disponibles, era un acontecimiento guiado por un criterio o,</p><p>personificando la expresión, deliberado. Allí imperó una «obligación innata» que había</p><p>«encomendado» a la selección elegir, entre la abundancia de ofertas disponibles, todo aquello</p><p>que</p><p>— Favorezca la vida,</p><p>— Proteja, defienda,</p><p>— Abra oportunidades,</p><p>— Conserve la existencia,</p><p>— Sea pertinente, coherente,</p><p>— Amplíe horizontes,</p><p>— O, simplemente, «sea bueno» para cada criatura.</p><p>Todo ello se cumplía a la perfección para el pelaje casi blanco, pero no para el de manchas</p><p>marrones o el</p><p>de reflejos azulados, por lo que la siguiente generación de conejos nació con ese</p><p>primer color y no otro. En resumen, la selección por sí misma y sin su criterio de selección no</p><p>sería nada, una tirada de dados más sin premio. Una selección cualquiera sólo se convierte en</p><p>una selección llena de sentido que impulsa constructivamente la evolución (en nuestro ejemplo,</p><p>la de una especie animal) si está asociada a esa «obligación innata» que desde siempre ha</p><p>actuado y pensado a favor del «sí a la vida». Ello confirma nuestra hipótesis de que toda la</p><p>evolución proviene del trío criterio de selección — mutación — selección, y no del dúo mutación</p><p>— selección, como se explica en la mayoría de los libros de texto. En vista de ello, el criterio</p><p>puede ocupar con todo derecho el primer lugar del trío, porque sin esa voluntad original del «sí</p><p>a la vida», la dispersión fortuita de mutaciones sería irrelevante, por no hablar de cualquier</p><p>104</p><p>selección posterior. El juego de azar con el color del pelaje de los conejos que, de nuevo sobre</p><p>el camino de la selección, ha llevado al establecimiento de un color de camuflaje, sólo tiene</p><p>sentido bajo el criterio de que «los conejos puedan aspirar a una oportunidad, incluso en las</p><p>tierras heladas del norte». Pero como el propio criterio, esa «obligación innata» que, como</p><p>hemos explicado, está orientada a la vida, a su conservación y a su impulso, no puede tener a su</p><p>vez mejor definición que él desde siempre venerado término «sentido» («en el principio era el</p><p>sentido»), resulta que únicamente el logos mueve a la «mutación» y a la «selección», los</p><p>potentes motores de la creación, los cuales, sin el sentido, enmudecerían como máquinas sin</p><p>esencia. O dicho al revés: el «sentido» es lo que mantiene viva a toda la evolución, porque ha</p><p>«programado» («inspirado») en ella la renovación lúdica y el apoyo inteligente, lo cual preserva</p><p>al ser de hundirse en la nada y guía cuidadosamente a los portadores del ser en su penoso</p><p>camino a través del espacio y el tiempo de un frágil mundo terrenal.</p><p>Tras esta incursión en los grandes conceptos, volvamos ahora al individuo y,</p><p>especialmente, al individuo humano. Lo hemos reconocido como «invitado a participar en la</p><p>creación-porqué tiene permitido extraer en cada momento una de las muchas y variopintas</p><p>posibilidades de ese futuro que todavía no es nada, y transportarla a la verdad eterna de lo</p><p>que ya ha sido en el pasado. Ahora bien, ¿podemos comparar el cuerno de la abundancia de</p><p>posibilidades que se presentan a cada persona en una situación de su vida con la tirada de</p><p>dados de las mutaciones genéticas que le toca a una forma de vida un momento concreto?</p><p>Imaginemos a una mujer que tiene distinta posibilidades, seguir estudiando, incorporarse</p><p>a un puesto de trabajo, hacer las tareas domésticas a su padre o concebir un hijo ¿No sería un</p><p>poco como el pelaje marrón? La mujer no crea ella sola sus posibilidades de seguir estudiando</p><p>se la ofrecen la sociedad donde está inmersa, así como sus posibilidad de incorporarse a un</p><p>puesto de trabajo se la permite la situación económica de su país y sus capacidades</p><p>profesionales. La capacidad de ser útil a su padre deriva de la situación especial de su familia</p><p>de origen, así como de sus habilidades domésticas. La opción de quedarse embarazada se la</p><p>proporciona un organismo sano y sus contactos con los hombres. La mayor parte de estas</p><p>posibilidades depende de premisas casuales. Del mismo modo, la mujer también podría haber</p><p>nacido en un país y un pueblo sin perspectivas educativas o profesionales, o podría haber sido</p><p>huérfana o estéril. Por supuesto, en cada caso se le abrirán ciertas posibilidades... ¿Pero</p><p>cuáles! ¡Cuántas veces nos quejamos de lo injustamente repartida que está la suerte de las</p><p>personas! El caos carece de moral (comprensible).</p><p>Sólo con las posibilidades que la citada mujer posee ya se habrá abierto un nuevo capítulo</p><p>en su historia. Sabemos que las posibilidades se quedan en nada mientras no se realizan. Pero,</p><p>pronto, la mujer meterá la cuchara de la cocreación en el cuerno de la abundancia y extraerá</p><p>una posibilidad: la posibilidad escogida que se fuga del horror vacui y se funde en el ser</p><p>eterno. ¿No sería este proceso de decisión comparable con las selecciones naturales de la</p><p>evolución? Supongamos que la mujer se decide a incorporarse a ese puesto de trabajo que la</p><p>105</p><p>está llamando. Su carrera laboral empieza en la realidad. ¿No sería un poco como el pelaje</p><p>blanco? Renuncia a continuar los estudios, paga a una asistenta para que ayude a su padre y</p><p>abandona la idea de una temprana maternidad. Tres posibilidades mueren al mismo tiempo. ¿No</p><p>serían un poco como el pelaje gris, marrón o azulado que condena a los conejos a desaparecer</p><p>en el norte? Otra vez es como si toda nuestra evolución personal dependiera de este tipo de</p><p>decisiones —«selecciones» conscientes o inconsciente tomadas ante las posibilidades</p><p>existentes -Nuestras condiciones y sus «mutaciones- y otra vez debemos pasar del supuesto</p><p>dúo al trío. Seguramente, la mujer de nuestro ejemplo no ha apostado a ciegas por una de las</p><p>cuatro suertes. Antes se lo habrá pensado y se habrá preguntado seriamente qué posibilidad</p><p>estaba obligada a elegir y, por fortuna, esta «obligación» no se ha impuesto externamente,</p><p>sino que proviene de su mejor saber y conciencia. Había un «criterio de selección» a partir del</p><p>cual la mujer ha decidido, y, afortunadamente, este criterio era el sentido. Ese sentido de la</p><p>situación que, como ya hemos dicho,</p><p>— Favorece la vida,</p><p>— O, simplemente, «es bueno» para todas las partes.</p><p>Si la mujer ha elegido entre las mutaciones de sus condiciones siguiendo el criterio del</p><p>sentido, la elección habrá sido óptima y, en consecuencia, hará que prospere en la vida.</p><p>Naturalmente, el criterio del sentido también puede equivocarse o ser denegado en la mini-</p><p>libertad que los seres humanos tenemos adjudicada. En ese caso, también se llevarán a cabo</p><p>«selecciones» en el umbral del presente, pero la norma en función de la cual éstas se producen</p><p>se desvía del logos, de la «obligación innata». Por algún capricho momentáneo, la mujer del</p><p>ejemplo podría decidir quedarse embarazada sin actuar con la previsión necesaria para el hijo.</p><p>Por puros cálculos económicos, podría mudarse a casa de su padre y especular con el dinero de</p><p>éste. También podría imponerse unos estudios en el momento equivocado y a costa de otras</p><p>personas. El miedo, el egoísmo, las ansias de poder, etc., son estímulos intensos que hacen</p><p>elegir la opción contraproducente de entre el conjunto de posibilidades, pero no consiguen</p><p>nada bueno. Si no existe una consonancia con la línea de la creación, la vida no da resultado,</p><p>tanto la de los conejos, como la de los hombres. En el norte sólo sobreviven los conejos de</p><p>pelaje blanco... En la libertad sólo los seres orientados al sentido avanzan hacia su más elevada</p><p>determinación.</p><p>Ahora comprendemos por qué la escuela logoterapéutica (centrada en el sentido) de</p><p>psicoterapia y psicohigiene de Viktor E. Frankl debe localizarse, en efecto, cerca del «pulso de</p><p>la Creación». Debe entenderse como ayuda para descubrir el sentido y como estímulo para</p><p>trasladar este descubrimiento a la vida. La logoterapia no inicia sus intervenciones en el</p><p>pasado petrificado de la vida de los pacientes, como hacen otras orientaciones</p><p>psicoterapéuticas, sino que los conduce hacia el reino de lo posible que se extiende ante ellos.</p><p>Allí, la logoterapia estimula, por así decirlo, mutaciones espirituales. Se pueden pensar, soñar,</p><p>106</p><p>ansiar muchas cosas, muchas más de las que se nos ocurren de golpe bajo el bloqueo de una</p><p>preocupación psíquica. Muchas cosas podrían ser totalmente distintas de lo que son, incluido el</p><p>propio yo, en lo positivo y en lo negativo. Y la casualidad, ese inmemorial «generador de</p><p>mutaciones», también está autorizada a participar, porque —¿quién sabe?—</p><p>amor alza el alfiler del</p><p>suelo para reducir dolores potenciales en el mundo. Cada sentido que se atiende hace al mundo</p><p>3. Viktor E. Frankl, Logotherapie und Existenzanalyse. Texte aus sechs Jahren, Munich, Quintessenz (extraído de Weinheim/Bergst., PVU),</p><p>1995, págs. 163-137 (trad. cast.: Logoterapia y análisis existencial: texto de cinco décadas, Barcelona, Herder, 1990).</p><p>13</p><p>más humano y más digno de vivir en él para todos. Siguiendo con el ejemplo de los padres</p><p>huérfanos de hijos: el ingeniero que empezó por primera vez a proyectar la red de postes de</p><p>emergencia en las autopistas alemanas era un padre que estaba de luto. Su hijo se había</p><p>desangrado en un accidente de circulación porque la ayuda médica no llegó a tiempo al lugar de</p><p>los hechos. El padre extrajo de su duelo la fuerza e iniciativa necesarias para aplicar sus</p><p>conocimientos en la prevención de semejantes embates del destino. De esta manera, no sólo ha</p><p>salvado incontables vidas humanas desconocidas para él, sino que también se salvó a sí mismo</p><p>de quedar estancado en su trauma.</p><p>La paz sólo se obtiene «transformando el sufrimiento en un logro humano» (Frankl), pero</p><p>nunca desahogando simplemente el dolor, ni mucho menos demostrando a diestro y siniestro</p><p>una (auto-) agresividad que aumente todavía más la absurdidad de todo el suceso. Sobre esta</p><p>temática, la logoterapia incluye una serie de visiones constructivas del dominio de la</p><p>frustración que se pueden aplicar con la misma eficacia para prevenir crisis. Un ejemplo de un</p><p>caso nos ayudará a ilustrarlo.</p><p>Una paciente de 39 años buscaba apoyo logoterapéutico a causa de su miedo a los</p><p>desmayos en situaciones de estrés. Aunque los desfallecimientos eran escasos, apenas una vez</p><p>al año, el miedo a desmayarse le invadía con frecuencia, sobre todo en la tienda donde</p><p>trabajaba como vendedora principal, y le causaba asfixias. Nunca se descubrió ninguna causa</p><p>médica que explicara los desmayos. Sin embargo, en su infancia se había producido un grave</p><p>suceso que podría ser el desencadenante. Cuando era niña, tenía un tío predilecto a cuya casa</p><p>de veraneo le dejaban ir a pasar las vacaciones, hecho que ella relacionaba con recuerdos</p><p>extraordinariamente felices. A la edad de 10 años le comunicaron, con suma delicadeza, que su</p><p>tío había muerto, pero sin decirle cómo había sido. En las vacaciones siguientes, mientras</p><p>jugaba con los niños del pueblo de su tío, éstos —ignorantes del desconocimiento de la niña—</p><p>le mostraron la rama de un árbol muy alto situado delante de la casa de veraneo y le explicaron</p><p>que su tío se había ahorcado allí. La niña se desmayó. Desde entonces, subsistía en la paciente</p><p>un nexo perturbador de factores estresantes y funciones vegetativas lábiles que llevaba su</p><p>ansiedad anticipatoria a extremos insoportables.</p><p>En primer lugar, la paciente fue asistida logoterapéuticamente con distintas</p><p>modulaciones de actitud. Ésta fue la actitud «soportable» (por estar llena de sentido) que</p><p>consiguió adoptar:</p><p>a.- Con respecto a su tío predilecto: «Era bueno conmigo y le doy las gracias por aquellos</p><p>maravillosos veranos. En el final de su vida, el pobre debía de haber estado muy</p><p>desesperado o depresivo, pero eso no borra ninguno de los hermosos momentos que</p><p>pasamos juntos. Todo lo contrario. En tales circunstancias, su amorosa dedicación</p><p>hacia mí, su sobrinita, merece la mayor de las consideraciones. Todo lo que me regaló</p><p>lo guardo para siempre en la valiosa paz de mi vida. Ojalá prevalezca de largo por</p><p>encima de todos los proyectos que le hayan podido ir mal...».</p><p>14</p><p>b. Con respecto a los niños del pueblo: «Eran niños y no eran conscientes del shock que</p><p>me podía causar. No querían hacerme nada malo, sino que, probablemente, ellos</p><p>mismos estaban afectados por la tragedia y se vieron obligados a hablar de ella. De</p><p>todo ello puedo extraer algo importante para mi profesión. ¡Con qué rapidez actuamos</p><p>mal sin quererlo ni saberlo! Hay que ser cauteloso en el trato con las personas y tener</p><p>capacidad de comprensión. Lo tendré en cuenta para mí y, en un futuro, iré con más</p><p>cuidado que antes cuando me comunique con el prójimo».</p><p>Tras este acto de «tratado de paz» interior, se instruyó a la paciente en la práctica de</p><p>desmayos paradójicamente intencionados diciéndole que cada día deseara sufrir, en broma,</p><p>«un suave y prolongado sueñecito de desmayo en el trabajo» para «escurrir el bulto en medio</p><p>del estrés de las ventas». Es decir, la paciente aprendió a «reírse en la cara» de sus miedos</p><p>con valentía en vez de entregarse a ellos con espanto y temblores. Los desmayos no volvieron a</p><p>producirse y su miedo a vivir se transformó inmediatamente en satisfacción paciente y</p><p>sosegada por vivir.</p><p>La logoterapia de Viktor E. Frankl es capaz de ayudar en un plazo relativamente corto,</p><p>pero también de mantener sus efectos durante mucho tiempo, hecho que la hace</p><p>extraordinariamente interesante para las necesidades de unas generaciones venideras que</p><p>tendrán que contar con recursos cada vez más escasos y escalas de orientación cada vez más</p><p>difusas. Sirvan las experiencias prácticas y las historias de curaciones recogidas en este libro</p><p>para ilustrarlo.</p><p>Hoy es el primer día del resto de mi vida</p><p>Sonó el teléfono. Una mujer de Berlín quería hablar conmigo. «Doctora —me dijo—, sufro</p><p>enormemente por mi insustancialidad, reprimo todas las cosas bonitas de mi vida y, en el trato</p><p>con la gente, padezco regresiones... ¿Qué puedo hacer?» Yo no la conocía de nada, pero</p><p>albergué una sospecha concreta. «¿Ha leído usted algún libro de psicología?» La mujer</p><p>confirmó de inmediato mi suposición. Tenía 50 años, era una antigua maestra, casada, con un</p><p>hijo ya mayor y en aquel momento se encontraba «un poco en las nubes». Nunca había</p><p>retomado su profesión, que había abandonado hacía años; el hijo ya no formaba parte de sus</p><p>tareas educativas y, entretanto, el matrimonio había perdido todo atractivo. Era una crisis</p><p>existencial de lo más corriente, como tantas que aparecen y se pueden controlar buscando</p><p>nuevos contenidos en la vida y fijándose objetivos personales adecuados.</p><p>Pero la mujer había buscado ayuda en lecturas psicológicas, donde halló descripciones de</p><p>predisposiciones e infantilismos contraproducentes que la habían sumido en un estado de</p><p>angustia y temor. En consecuencia, cuanto más empezaba a observarse a sí misma, más</p><p>parecían encajar aquellas lecturas en su propia situación. Siguió comprando más libros y cada</p><p>vez constataba más anormalidades en su personalidad, hasta que perdió completamente la</p><p>seguridad en sí misma sin saber ya el porqué. De ahí su llamada de socorro: «¿Qué debo</p><p>15</p><p>hacer?».</p><p>Mi consejo sólo podía ser el siguiente: «¡Deje por un tiempo sus libros de psicología en el</p><p>rincón más apartado de su casa y olvide todo lo que ha leído! ¡No se preocupe por las in-</p><p>sustancialidades, regresiones y demás palabras grandilocuentes y deje de observarse a sí</p><p>misma! Es mucho más sensato empezar a organizarse la vida de manera constructiva, porque, si</p><p>lo piensa, hoy es el primer día del resto de su vida. Sólo de usted depende lo que haga con ese</p><p>"resto", es decir, si lo llena o no de tareas con sentido y llega a hacer de él el período más</p><p>bello y adulto de su vida. Mire un poco a su alrededor, en el mundo exterior, en su círculo de</p><p>amistades. En todos los sitios la necesitarán si está dispuesta a abrirse en un acto de amor al</p><p>prójimo. En el campo educativo, en el campo musical, ¡en todas partes hay posibilidades que, si</p><p>se fijara y dejara de roer destructivamente en su propio yo, le harían feliz!».</p><p>Por lo visto, la mujer logró seguir mi consejo, porque me llamó una segunda vez para</p><p>expresarme su agradecimiento.</p><p>El poder de las influencias sugestivas</p><p>Una cierta clase de literatura psicológica ejerce un enorme poder de sugestión porque</p><p>habla de fenómenos que todo el mundo, por propia experiencia,</p><p>quizás ella escribe</p><p>con letra divina lo que nosotros, simplemente, somos incapaces de descifrar. «La casualidad es</p><p>el lugar donde anida el milagro...», dijo Viktor E. Frankl con clarividencia profética.</p><p>Cuando, al final, los pacientes han aprendido a moverse en el reino de lo posible, se les</p><p>instruye en el arte de la «exploración». Aquí se enciende la luz del criterio de selección que</p><p>«en el principio era» y que siempre permite volver a empezar en la vida más difícil y en la</p><p>situación más complicada. ¿Cuál es la posibilidad más preciada, digna y llena de sentido con la</p><p>que un paciente se encuentra en la situación individual de su vida? ¿Cuál es esa posibilidad por</p><p>la que merecería la pena, en un acto heroico de realización, entrar a formar parte de su</p><p>historia? Y, por cierto: ¿cómo podía ser que los defensores de la ideología de la</p><p>autorrealización (Abraham Maslow y otros) insistieran en que el hombre hiciera realidad</p><p>absolutamente todas sus posibilidades, tal como se explica, por ejemplo, en los textos de la</p><p>psicología humanista? ¿Todas las posibilidades? ¿Incluido matar, robar o engañar? ¿Acaso la</p><p>evolución ha permitido que se desarrollaran todas sus mutaciones? ¡No, la selección es un</p><p>deber indispensable!</p><p>Pero también es justificable y defendible. La logoterapia guía a los pacientes en la</p><p>elección sabia y filantrópica con el corazón y la mente, con un amor por la vida parecido,</p><p>aunque mínimamente, al de la naturaleza, que selecciona para sus criaturas lo más conveniente</p><p>a largo plazo. Este criterio de selección es el eje central de la psicoterapia de Frankl y no</p><p>tiene nada que ver con representaciones de objetivos personales o deseos de éxito. Va más</p><p>allá de la subjetividad, del mismo modo que la evolución no puede considerar todas las</p><p>reivindicaciones de vida de cada organismo.</p><p>Para nosotros, los seres humanos, esto significa renunciar voluntariamente a lo agradable</p><p>y fácil allí donde lo que tiene sentido reclama lo desagradable y difícil. Ello supone un logro que</p><p>lleva a la curación al 90% del conjunto de enfermedades psíquicas y trastornos de la</p><p>personalidad. No es fácil ni agradable para el angustiado salir de su refugio, ni para el adicto</p><p>luchar por la abstinencia, ni para el histérico repartir dedicación en vez de reclamar justicia,</p><p>ni para el enfermo psicosomático revisar su estilo de vida, ni para el conflictivo intentar ser</p><p>paciente y tolerante ni para los que guardan luto reconocer en su dolor un motivo de</p><p>agradecimiento. Todo esto no es ni fácil ni agradable para ellos, pero los pone a salvo en un yo</p><p>consciente de sí mismo con el que —al final— podrán sentirse satisfechos.</p><p>En un ejercicio de ponderación individual o colectiva y sin garantías, hay que sondear lo</p><p>que tiene más sentido en cada caso. Pero lo que motiva y consuela extraordinariamente sólo es</p><p>la fe en que existe una elección llena de sentido para nosotros en cada momento consciente, en</p><p>que siempre nos podemos asir a esta elección y en que, en el momento de prenderla, se</p><p>107</p><p>transforma en la realidad —definitiva— que permanecerá a salvo, inalterable e indestructible,</p><p>en la verdad eterna, porque con ella se alcanza el ser desde la nada. Con esta filosofía de la</p><p>vida como telón de fondo podemos afirmar sin titubeos nuestra existencia humana, a pesar de</p><p>sus deficiencias, su dependencia de la gracia divina y su transitoriedad.</p><p>conoce demasiado bien: deseos</p><p>y anhelos secretos, traumas e ilusiones, debilidades y dificultades psíquicas, desengaños, odio,</p><p>ira, angustia, etc. Sin embargo, el poder de sugestión de persona a persona (de terapeuta a</p><p>paciente, por ejemplo) todavía es mucho más fuerte. Una madre me explicó un episodio</p><p>realmente ilustrativo: un día, cuando su hijo todavía era pequeño, tuvo que ir al médico con el</p><p>niño porque no podía dejarlo solo en casa. El doctor, después de atender a la madre, se</p><p>permitió hacer una broma al hijo: le vendó el dedo y, con el rostro serio, le dijo que estaba</p><p>enfermo como su madre y que por ello también necesitaba tratamiento médico. Cuando la</p><p>madre llegó a casa con el hijo, le quiso quitar la venda del dedo, pero el pequeño se negó.</p><p>Estaba plenamente convencido de su enfermedad y pidió que lo llevaran a la cama. Sin saber lo</p><p>que debía hacer, la madre acostó al hijo y supuso que ya se cansaría. Sin embargo, cuando</p><p>volvió para vigilarlo, el niño estaba a 38° y tuvo que llamar al pediatra, esta vez de verdad,</p><p>quien, sin poder establecer un diagnóstico concreto, le recetó supositorios para la fiebre. Al</p><p>día siguiente, todo volvió a la normalidad.</p><p>Este ejemplo ilustra la fuerza de una sugestión que no sólo afecta a los niños. He</p><p>conocido a muchos adultos a quienes, como al pequeño del caso anterior, se les ha fijado un</p><p>rumbo patológico e, inmediatamente, han caído en una verdadera enfermedad. No pocas veces,</p><p>el factor desencadenante que, por así decirlo, les ha envuelto el dedo con una pseudovenda, ha</p><p>sido, desgraciadamente, un psicólogo o un psicoterapeuta. Viktor E. Frankl acuñó en este</p><p>contexto el término «neurosis iatrógenas» para referirse a los trastornos psíquicos</p><p>provocados exclusivamente cuando un o una especialista etiquetan a alguien de «caso raro».</p><p>16</p><p>«A mucha luz, muchas sombras», dice un proverbio alemán, pero también expresa que</p><p>donde todo es sombrío debe existir una luz potente. Puesta en las manos adecuadas y en el</p><p>momento preciso, la sugestión es una medida curativa y se puede incorporar con eficacia en el</p><p>proceso terapéutico. Análogamente, la literatura psicológica ofrece la inmensa oportunidad</p><p>biblioterapéutica de vacunar positivamente a sus lectores contra las corrientes nihilistas y</p><p>marcadas por la resignación.</p><p>Las ciencias de la psicología y la psicoterapia documentan las características de nuestra</p><p>sociedad, pero también sus ideales. Debido a ello, no sólo están para señalar síntomas, sino</p><p>que, además, están invitadas a proporcionar terapia. Esto no puede hacerse describiendo</p><p>constantemente las frustraciones en masa y los terrenos de las crisis actuales, sino</p><p>presentando soluciones a los problemas y salidas accesibles. En cualquier caso, entre los</p><p>mensajes de una psicología consciente de su responsabilidad, siempre prevalecen las</p><p>posibilidades llenas de sentido de la vida humana ante los deslices emocionales.</p><p>Ante tanta interpretación de sueños, escepticismo</p><p>Normalmente, el ser humano olvida los sueños de la noche anterior cuando despierta.</p><p>Los sueños ejercen una función relajadora biológicamente importante. Hay experimentos</p><p>en los que se impide artificialmente soñar, lo cual daña a los sujetos de experimentación,</p><p>quienes, días después, se sienten como «hechos polvo». Un «déficit de sueños» parecido es el</p><p>que se provoca con los somníferos, lo cual ya es un argumento más para evitarlos. Por tanto,</p><p>soñar es importante y sano, y olvidar lo soñado es igual de importante y sano, porque, de no ser</p><p>así, la naturaleza lo habría dispuesto.</p><p>En psicoterapia se suele proponer a los pacientes que registren sus sueños y que, junto</p><p>con el terapeuta, escudriñen el «material interpretable». Esto no sólo genera trastornos en el</p><p>descanso nocturno, como está comprobado, sino también sueños más frecuentes y angustiosos.</p><p>Algunas escuelas psicológicas fomentan, con fines diagnósticos, un entrenamiento minucioso</p><p>del sueño con el que se provocan en el paciente las ensoñaciones más salvajes e increíbles.</p><p>Por ejemplo, una vez me contaron que, tras una serie de sesiones de psicología profunda,</p><p>un joven había soñado con unas cuchillas de afeitar situadas junto a una bolsa de tabaco. Ello</p><p>provocó un grito de júbilo en el terapeuta, porque —como él mismo explicaba— por fin se había</p><p>manifestado de forma clara en el joven el complejo de castración sospechado desde hacía</p><p>tiempo por aquél. Según el terapeuta, la bolsa de tabaco sería, naturalmente, el símbolo de la</p><p>masculinidad, y las cuchillas de afeitar serían la expresión del miedo reprimido a la</p><p>automutilación masoquista. Las aseveraciones del joven negando que en su vida había pensado</p><p>nada parecido no sirvieron de nada y se le diagnosticó tenazmente un complejo de castración.</p><p>Irritado por esta determinación, el chico se encontró de repente en su vida amorosa con unas</p><p>serias dificultades que nunca había conocido.</p><p>17</p><p>En principio, ante esta clase de interpretaciones psicológicas se plantea la cuestión de si</p><p>dan realmente en el blanco. Al fin y al cabo, las cuchillas de afeitar y las bolsas de tabaco son</p><p>simples objetos de uso cotidiano con los cuales uno puede soñar casualmente, como también</p><p>sucede con otras cosas de cada día. Pero, sobre todo, se pone en cuestión algo totalmente</p><p>distinto, como es el beneficio que aportan esas interpretaciones. ¿Qué sacaba el joven del</p><p>«conocimiento» de su complejo de castración? Yo no pude distinguir en el relato del chico</p><p>ninguna ventaja o ningún progreso para su persona atribuible a este conocimiento.</p><p>La psicología todavía no ha superado las discutibles tendencias al desenmascaramiento.</p><p>Hace mucho tiempo, un colega se presentó en mi consulta para solicitarme un puesto de</p><p>colaborador. Le pedí que me explicara algún suceso ocurrido en su práctica profesional y me</p><p>respondió que, ejerciendo de psiquiatra social, había conocido a un hombre postrado en una</p><p>cama, gravemente enfermo. Aquel hombre confió a mi colega un sueño desagradable que había</p><p>tenido. La muerte se le había aparecido junto a la ventana de la habitación del hospital y había</p><p>intentado llevárselo. Yo estaba impaciente por conocer la reacción de mi colega. Sin embargo,</p><p>¿qué fue lo que oí? El psicólogo había intentado persuadir al enfermo para que se sometiera a</p><p>una «breve» terapia psicoanalítica de dos años de duración con el objeto de descubrir el</p><p>origen de la fuerte pulsión de muerte que (¡presuntamente!) dominaba a aquel hombre...</p><p>El recuerdo no es como una película fotográfica</p><p>Las dudosas tendencias al desenmascaramiento no sólo se presentan en relación con los</p><p>sueños, sino que también los recuerdos de la primera infancia son un campo abierto para las</p><p>estrategias psicológicas de descubrimiento. Y ello a pesar de que hoy sabemos, a raíz de miles</p><p>de atestados policiales, que las declaraciones de testigos tras un accidente o un crimen</p><p>difieren sorprendentemente entre sí y, a menudo, hasta se contradicen, incluso si se trata de</p><p>testimonios honrados o si el suceso en discusión se remonta a no mucho tiempo atrás. Los</p><p>recuerdos de la infancia son extraordinariamente más difusos y subjetivos y, en consecuencia,</p><p>deberán interpretarse con sumo cuidado.</p><p>Hace años, en una residencia pediátrica donde yo prestaba asesoramiento psicológico,</p><p>estuve en contacto con cuatro hermanos, dos chicas y dos chicos, que tenían problemas</p><p>escolares y padecían deficiencias intelectuales. Mi tarea consistió en hacerles algunas pruebas</p><p>y recomendar a cada uno la mejor salida académica. Los hermanos, con edades comprendidas</p><p>entre siete y catorce años, habían vivido con sus padres hasta hacía tres años y llegaron a la</p><p>residencia, de la noche a la mañana, porque sus progenitores se habían separado y ninguno de</p><p>los dos podía hacerse cargo de ellos.</p><p>Durante las pruebas hablé a solas con cada hermano y les pedí que me explicaran sus</p><p>impresiones sobre la residencia y sobre las escasas visitas</p><p>a casa. Cuál fue mi sorpresa cuando</p><p>escuché de cada uno de ellos una descripción de los padres y una justificación de su conducta</p><p>totalmente distintas. Mientras una de las niñas consideraba al padre extremadamente estricto</p><p>18</p><p>—lo cual, desde el punto de vista psicológico, siempre parece «delicado»—, la otra hermana, un</p><p>año más joven, opinaba que era ante todo simpático y siempre dispuesto a gastar bromas. Y</p><p>mientras el hermano mayor definía al padre como un hombre sumamente ocupado y sin tiempo</p><p>para jugar, el menor decía que sólo su padre, y nadie más, le había comprado juguetes y le</p><p>había enseñado a jugar con ellos. Cada hijo guardaba un recuerdo distinto de la familia, y si</p><p>hubiera que contemplar también la posibilidad de que los padres se hubieran podido comportar</p><p>de manera distinta con cada hijo, es muy poco probable que hubieran tenido que desarrollar</p><p>tales conductas contrarias en el seno de la familia. Si tuviera que imaginar a estos cuatro</p><p>hermanos como pacientes adultos tumbados en un diván psicoanalítico y explicando sus</p><p>recuerdos de la infancia, cosa que, afortunadamente, no necesitan, no tendría más remedio que</p><p>temer las peores interpretaciones erróneas sobre su situación original.</p><p>El recuerdo del ser humano no es como una película fotográfica que lo registra todo en</p><p>relaciones fieles a la realidad, sino una serie escogida de flashes sobre un nebuloso y oscuro</p><p>fondo olvidado. Dependiendo de los flashes que uno haya recopilado y de la dirección hacia la</p><p>que uno haya mirado principalmente, resultará en conjunto una secuencia de imágenes con</p><p>impresiones variopintas de uno u otro matiz. Por ello, hemos de moderarnos en las</p><p>interpretaciones psicológicas de los sueños nocturnos y los recuerdos infantiles, porque nadie</p><p>sabe del todo qué «se esconde» realmente hay detrás y si eso es relevante para el presente.</p><p>¿Eres finalmente lo que eres?</p><p>Eres finalmente lo que eres.</p><p>Aunque te pongas pelucas con miles de rizos,</p><p>Aunque te pongas tacones de un codo de altura,</p><p>Seguirás siendo lo que eres.</p><p>Cuando Goethe puso en boca de su Mefistófeles estas palabras a Fausto no se imaginaba</p><p>que ponía en boca de su «espíritu que siempre niega» una opinión que aún estaría extendida en</p><p>el umbral del tercer milenio. Extendida y equivocada, porque precisamente en psicología somos</p><p>testigos de todo lo contrario a las palabras de Mefistófeles. Somos testigos de que, al final,</p><p>una persona no es la misma que antes, sino que se ha convertido en otra distinta. Observamos</p><p>repetidamente que, también desde una situación de debilidad, enfermedad y necesidad, es</p><p>posible un cambio interior, una maduración y un crecimiento espiritual, y que, además, estos</p><p>cambios se pueden alentar directamente desde esos estados.</p><p>Si, por ejemplo, un hijo no ha sido deseado, no es lícito extraer de ello ninguna clave para</p><p>explicar la posterior relación madre-hijo. Tras los primeros años de vida, la madre no tiene por</p><p>qué ser la que era durante la gestación. Su amor hacia el hijo puede haber prosperado y su</p><p>antiguo rechazo puede haber quedado muy relegado. «Finalmente», con el tiempo, la madre se</p><p>sentirá dichosa con su hijo. También Fausto, a pesar de los pronósticos de Mefistófeles,</p><p>creció con sus dudas y su pesada culpa, y quizá fue eso lo que el anciano Goethe quería</p><p>19</p><p>proclamar en su retrato de la humanidad. El hombre no debe quedarse como es: ni como</p><p>criminal, ni como enfermo ni como anciano. Siempre tendrá la capacidad de transformarse.</p><p>Bajo este prometedor punto de vista, algunos subterfugios de la psicología popular se</p><p>desmoronan. Un hombre se enfada por culpa de su jefe, ¿debe por ello descargar su ira en su</p><p>mujer y sus hijos? Una mujer era muy tímida en el colegio de niña, ¿debe por ello no atreverse</p><p>a hacerse respetar en la vida laboral? Una mujer que ha sido prostituta se casa un día con un</p><p>hombre bueno, ¿debe por ello ser incapaz de demostrarle ternura? Un joven ha tenido una</p><p>educación autoritaria, ¿debe por ello arremeter ahora contra sus subordinados por cualquier</p><p>cosa? ¿Debe ser todo esto así? Eres finalmente lo que eres; no lo puedes remediar... ¡Qué</p><p>excusa tan cómoda y qué perspectiva tan poco esperanzadora! No se trata tanto de</p><p>interpretaciones psicológicas erróneas como de disculpas psicológicas utilizadas con</p><p>demasiada ligereza por legos en la materia y, también, por quienes no lo son. Por desgracia, el</p><p>supuesto de Mefistófeles (en términos técnicos: determinista) según el cual el espacio de</p><p>reacción espiritual de una persona sería, por así decirlo, igual a cero porque su pasado habría</p><p>marcado totalmente su vida y su conducta es sostenido por ciertos «expertos en el alma»</p><p>deseosos por liberar a sus pacientes de desagradables sentimientos de culpa, sin tener en</p><p>cuenta algo que Viktor E. Frankl expresó con una hermosa frase: «Cuando se quita la culpa a la</p><p>persona, se le quita también la dignidad».</p><p>Porque la dignidad se compone también, y sobre todo, de ese pequeño espacio de libre</p><p>configuración que la persona tiene permanentemente garantizado en cada momento</p><p>consciente, en virtud de su condición de ser humano.</p><p>De lo que la persona es capaz a pesar de todo</p><p>He conocido a personas a quienes el destino les ha impuesto una enorme carga y no las he</p><p>visto desfallecer. He conocido a otras que no cargaban con ningún peso a sus espaldas y, sin</p><p>embargo, las he visto arrodillarse, simbólicamente hablando. La psiquiatría contempla</p><p>enfermedades graves que escapan a la voluntad de los pacientes. A pesar de ello, a éstos</p><p>todavía les queda la «minielección» de adoptar una actitud positiva o negativa frente a la</p><p>propia enfermedad y, a veces, esta pequeña fisura en la pared psicótica es suficiente para</p><p>conseguir un cambio a mejor.</p><p>Una vez conocí a una mujer con una depresión (endógena) de gravedad moderada que</p><p>había aceptado su dolencia y estaba interiormente preparada para soportar con paciencia los</p><p>ciclos recurrentes de fases depresivas. La mujer había pintado un cartel que colocaba sobre la</p><p>mesilla de noche durante los inmotivados episodios de llanto convulsivo y melancolía, en el que</p><p>ponía lo siguiente: «¡Peor ya no puedo estar!». Todo el que la visitaba no podía evitar soltar una</p><p>carcajada al leer el cartel y así, a pesar de que ella misma era incapaz de reír, al menos veía de</p><p>vez en cuando caras sonrientes, tal como ella explicaba.</p><p>20</p><p>¡Qué actitud tan sublime refleja esta situación a pesar de los factores del destino! Estoy</p><p>segura de que esta mujer, sólo por su actitud valerosa, ha logrado llevar una vida</p><p>completamente normal y sosegada en las fases intermedias entre depresión y depresión, cosa</p><p>que pocos enfermos depresivos (endógenos) consiguen. De este ejemplo se desprende que</p><p>muchas veces no es posible vencer una enfermedad o evitar un obstáculo a base de voluntad,</p><p>pero que casi siempre se puede pensar en una mejora de la actitud de cada uno frente a la</p><p>enfermedad o al obstáculo.</p><p>En una carta privada, Viktor E. Frankl me escribió las siguientes palabras: «Cuando una</p><p>situación sin salida no se deja dominar externamente, sólo queda la huida hacia arriba, hacia la</p><p>autorrealización, hacia el crecimiento interior junto a la situación desesperada en cuya víctima</p><p>indefensa uno se ha convertido. ¡Por ello, siempre acostumbro a recordar que los árboles que</p><p>se agolpan en un bosque frondoso están obligados, más que nunca, a crecer a lo alto!».</p><p>Como amante de la naturaleza, puedo confirmar que, en los oquedales de mi patria</p><p>austríaca, los abetos más bellos y altos se encuentran allí donde se apretujan tanto que ni los</p><p>rayos de luz pueden llegar hasta las profundidades del suelo ni los excursionistas abrirse</p><p>camino a través del bosque. De la misma manera, como psicóloga, puedo asegurar que las</p><p>personas más conmovedoras que he tenido la oportunidad de conocer, y a las que profeso una</p><p>profunda veneración, se encuentran entre las que sufren, y dentro de</p><p>éstas, entre las que se</p><p>han visto afectadas por golpes del destino tan bajos que se podría haber pensado que tendrían</p><p>que haber perdido necesariamente cualquier esperanza. Pero ocurrió lo contrario: sumidas en</p><p>esta situación, empezaron a crecer por encima de sí mismas.</p><p>Por ejemplo, en uno de mis grupos terapéuticos había una señora que padecía una</p><p>enfermedad incurable. Ella me apoyaba en mis esfuerzos para ofrecer estímulos en las</p><p>conversaciones de grupo y, a menudo, conseguía hacer que los deprimidos participantes</p><p>percibieran algo positivo o valioso en su entorno. Un día hablé con ella a solas y le di las gracias</p><p>por su colaboración casi coterapéutica, a lo que me respondió: «¿Sabe? Desde que vivo con mi</p><p>enfermedad y sus apreciables consecuencias, vivo con muchísima más intensidad que antes. Es</p><p>como si hubiera vuelto a nacer. Veo las cosas bellas que me rodean y que antes nunca había</p><p>percibido. Escucho atentamente las palabras de los demás y me alegro de cada día que pasa.</p><p>Doy gracias a Dios por todo lo que todavía puedo hacer. Cuando estaba sana, pasaban los días</p><p>como si estuviera sorda o ciega. Ahora, cada momento es un lujo para mí, y por ello me duele</p><p>observar cómo otras personas desperdician sus vidas con mal humor. Me gustaría ayudarles,</p><p>recordarles el increíble regalo que es vivir, antes de que sea demasiado tarde». Yo sólo podía</p><p>asombrarme ante la valentía de esta mujer. Sobraban las palabras y, enmudecida, le estreché</p><p>la mano. Esta mujer era una prueba de lo que el ser humano aún es capaz en una situación</p><p>irreversible.</p><p>21</p><p>El difícil camino hacia la integración</p><p>A veces, una experiencia dolorosa representa un motivo de peso para apreciar en su justa</p><p>medida las condiciones de vida favorables del presente y alegrarse por ello, en vez de sufrir a</p><p>solas y generar más problemas. Esto es especialmente aplicable a los refugiados, inmigrantes u</p><p>otros grupos amenazados por el aislamiento social. A estos colectivos les sería útil pensar en</p><p>todas las cosas dignas de ser aceptadas que, a diferencia de antes, poseen ahora. Los</p><p>trabajadores extranjeros de otras culturas, por ejemplo, huyen a menudo de las malas</p><p>condiciones económicas de su país y reciben a cambio unos ingresos modestos, aunque pagando</p><p>el precio de tener que adaptarse. Pero incluso la necesaria adaptación, como es, por ejemplo,</p><p>aprender un idioma nuevo, se puede entender desde la perspectiva de una actitud positiva</p><p>como algo aceptable (como una oportunidad para ampliar los conocimientos o conocer un mundo</p><p>nuevo que, de otro modo, no se habría presentado).</p><p>Un trabajador extranjero con esta actitud interior, es decir, que valore la seguridad</p><p>política, su puesto de trabajo o una buena educación para sus hijos, se moverá en su nuevo</p><p>entorno con un espíritu abierto y pronto dejará de ser realmente extranjero. Con su</p><p>agradecimiento ganará alegría, con su sensibilidad ganará amigos, y ambas cosas le ayudarán a</p><p>conseguir el requisito más importante para la integración social: la tolerancia.</p><p>Ello no significa que el país de inmigración esté exento de contribuir en la solución del</p><p>problema. Esta solución también depende de la actitud interior de las personas que viven en el</p><p>país. Si calculan egoístamente, rechazarán a sus «invitados» como si fueran «cuerpos</p><p>extraños». Sin embargo, también pueden considerarlos como una «inyección de sangre nueva e</p><p>ideas frescas» capaz de evitar el envejecimiento social propio y la degeneración en la mera</p><p>repetición de las tradiciones transmitidas. En tal caso, si el país levanta el aislamiento a sus</p><p>«cuerpos extraños» evitaría un futuro aislamiento propio en la evolución de la historia de los</p><p>pueblos.</p><p>El camino del politeísmo a la creencia en un dios único que reúne todo lo que al espíritu</p><p>humano se le escapa desde sus limitaciones ha sido largo y espinoso, y todavía no ha acabado</p><p>en todas las partes del mundo. El camino del egoísmo nacional al conocimiento de una única</p><p>humanidad no es menos largo y espinoso, y tampoco ha acabado todavía en ninguna parte.</p><p>Puede ser que la mezcla de pueblos, aunque acarree asperezas y sentimientos de extrañeza</p><p>inevitables, sea un requisito indispensable para que este camino se haga cada vez más</p><p>transitable. «Si se trata de hallar un sentido válido para todos» —escribió Viktor E. Frankl1 a</p><p>este respecto—, ahora, miles de años después de haber creado el monoteísmo, la creencia en</p><p>un único dios, la humanidad debe dar un paso más: el reconocimiento de una única humanidad.</p><p>Hoy, más que nunca, necesitamos un monoantropismo.» ¡Unas palabras proféticas!</p><p>1. Viktor E. Frankl, Der leidende Mensch, Berna, Huber, 1996, 2a ed., pág. 41 (trad. cast.:</p><p>El hombre doliente, Barcelona, Herder, 1994).</p><p>22</p><p>Sobre el dominio del estrés y el ocio</p><p>Arthur Schopenhauer sostenía que la vida humana oscila constantemente entre dos</p><p>extremos: la necesidad y el aburrimiento. Nosotros, desde la práctica psicoterapéutica, somos</p><p>conscientes de la certeza de esta hipótesis, porque ambos extremos pueden arrastrar a la</p><p>persona a situaciones de malestar: la necesidad, a la supuesta falta de esperanza, y el</p><p>aburrimiento, a la supuesta falta de sentido. Si hacemos caso a las estadísticas, cerca de un</p><p>20% de la población europea actual adolece tanto de lo uno como de lo otro; de la frustración</p><p>de tener que preocuparse continuamente por la propia existencia o de la «frustración</p><p>existencial» definida por Frankl, es decir, del vacío interior y la saturación en la falta de</p><p>preocupaciones materiales.</p><p>Las alternativas a ello existen, por supuesto. Ambos extremos pueden contemplarse</p><p>también como estímulos para movilizar las fuerzas espirituales y, al ejercer esta función,</p><p>pueden desarrollar el potencial humano en lugar de entorpecerlo. Así, la necesidad puede</p><p>convertirse en impulso si el afectado concentra todas sus capacidades para superarla, y el</p><p>aburrimiento puede ser un impulso para romper definitivamente las ataduras de la pasividad y</p><p>volver a ser consciente de que la vida se caracteriza por plantear unas tareas en virtud de las</p><p>cuales tenemos el encargo, por así llamarlo, de desempeñar lo mejor de nosotros. «La acción no</p><p>está para escapar del aburrimiento —escribió Viktor E. Frankl4—, sino que el aburrimiento</p><p>está para que escapemos de la inacción y satisfagamos el sentido de nuestra vida.»'</p><p>Los dos extremos se pueden definir con los vocablos «estrés» y «ocio». Cualquier forma</p><p>de carga o sobrecarga psíquica produce estrés, mientras que las formas de alivio crítico y</p><p>ausencia de estrés están generalmente asociadas a un exceso de ocio. Desde el punto de vista</p><p>psicohigiénico, hay una regla sencilla a este respecto que dice: El estrés necesita un futuro y</p><p>el ocio un pasado para poder dominarlos. ¿Por qué?</p><p>Trabajar, prestar un servicio y, en general, los procesos creativos y productivos, ya sean</p><p>manuales o intelectuales, están orientados hacia el futuro. Incluso en el complicado</p><p>funcionamiento de una empresa, cada trabajador tiene el aliciente de satisfacer determinados</p><p>deseos de futuro: asumir una tarea de responsabilidad, obtener reconocimiento o,</p><p>simplemente, ganarse el pan de cada día. En el terreno privado, los objetivos marcados son</p><p>más concretos. El que se hace sus propios muebles de madera o el que escribe la crónica de su</p><p>familia quiere producir algo en el futuro, y el pensamiento en el retoque final de su obra da</p><p>sentido a su actividad presente. En esta orientación hacia el futuro, el estrés no se percibe</p><p>tanto como una carga. En cambio, cuando un agente exterior altera el trabajo orientado al</p><p>futuro, el estrés se experimentará más bien como algo irritante. Por ejemplo, un pintor que</p><p>trabaja en un retrato puede enojarse si se ve obligado a dejar el pincel para atender una</p><p>4 Viktor E. Frankl, Árztliche Seelsorge. Grundlagen del Logotherapie und Existenzanalyse, Francfort del Meno,</p><p>Fischer, 1998, T ed., pág. 148</p><p>(trad. cast.: Psicoterapia y existencialismo, Barcelona, Herder, 2001).</p><p>23</p><p>obligación externa. Esta persona se halla interiormente entregada a una tarea que le impulsa a</p><p>su conclusión, y le gusta trabajar a pesar de tener que perseverar durante horas en su</p><p>producción.</p><p>Algo muy distinto ocurre con el tiempo de ocio, el cual, comprensiblemente, no puede</p><p>estar orientado al futuro. Es una pausa entre períodos de producción que sirve para esparcirse</p><p>y recogerse interiormente. Sin embargo, el tiempo consumido ociosamente también necesita</p><p>una conexión de sentido con una actividad anterior que se haya interrumpido o que haya</p><p>finalizado. El mejor ocio es aquel que sigue a una fase de trabajo intenso que haya dado un</p><p>buen resultado final o provisional. La satisfacción por la obra hecha y por uno mismo ilumina la</p><p>pausa posterior que uno se merece para reponer fuerzas. Quien llega cansado a casa tras una</p><p>jornada de trabajo disfrutará de una tarde tranquila. El pintor que ha acabado su retrato se</p><p>arrellanará en su sillón, quizás agotado, pero emocionado. El amante del bricolaje que ha</p><p>conseguido construir su propio mobiliario se paseará lentamente por las habitaciones, orgulloso</p><p>de haber llevado a cabo su proyecto.</p><p>Sin embargo, las cosas toman otro cariz cuando el estrés no tiene futuro y el ocio carece</p><p>de pasado. Si el trabajo no tiene rumbo, si, por ejemplo, consiste en una mera repetición</p><p>rutinaria, y si la pausa (a menudo como consecuencia del trabajo, pero también en casos de</p><p>desempleo) no entraña ninguna relación satisfactoria con la actividad anterior, entonces el</p><p>estrés se hace insoportable, porque uno no sabe para qué se mata trabajando, y los ratos de</p><p>ocio se vuelven terriblemente aburridos, porque uno no sabe de qué está descansando.</p><p>Arrancados de su entramado de sentido, ambos polos pierden su efecto dinamizador y de</p><p>recreo, y siempre queda la cantidad pura de tensión o relajación que, a partir de determinado</p><p>volumen, resulta patógena.</p><p>No sólo para el pan vive el hombre</p><p>Decíamos que la salud mental requiere un ritmo equilibrado de carga y descarga, de</p><p>estrés y ocio. Cuando una persona no halla absolutamente ninguna satisfacción en su trabajo</p><p>diario y sólo lo realiza para ganar dinero, existe un «truco terapéutico» (que se explica a veces</p><p>a los pacientes durante la fase de convalecencia) que proporciona un poco de alivio. En él, el</p><p>tiempo libre se divide funcionalmente, una vez más, en una parte activa y una contemplativa. La</p><p>parte activa está destinada en realidad a compensar la falta de un trabajo lleno de sentido y</p><p>dirigido a un objetivo, mientras que la parte contemplativa conserva la función original del</p><p>tiempo libre como depósito de tranquilidad y relajación. Si la división funciona, el afectado</p><p>disfrutará con su eficacia (en el mejor sentido de la palabra) en la parte activa y, en</p><p>consecuencia, también hallará satisfacción por la obra acabada en la posterior parte</p><p>contemplativa, durante la cual vuelve a «cargar las pilas». Por tanto, la situación natural y</p><p>agradable de contraste entre trabajo realizado con sentido y recreo bañado por la emoción se</p><p>genera artificialmente despertando un compromiso dentro del tiempo libre vacío que, si bien</p><p>24</p><p>reduce la pausa, permite vivirla con mayor satisfacción que antes.</p><p>Una vez conocí a una paciente con una depresión psicógena grave que, en su letargo, se</p><p>pasaba los días sumida en el aburrimiento, hasta que la casualidad quiso que se levantara un</p><p>campamento de refugiados extranjeros cerca de su casa. La mujer empezó a mostrar interés</p><p>por la construcción de aquel campamento y, especialmente, por la colecta de juguetes para los</p><p>hijos de los refugiados. A todos sus conocidos les mendigaba ropa usada y juguetes, y se</p><p>pasaba las noches despierta para arreglar los objetos y devolverles un buen aspecto. El</p><p>resultado, no esperado ni deseado, de su intensa actividad fue que el estado depresivo que no</p><p>había remitido durante años desapareció de golpe y la mujer no volvió a aburrirse más. No se</p><p>concedió ni un momento de respiro y, a pesar de ello, valoró de repente su tiempo libre como</p><p>algo «que le daba alas».</p><p>Otro ejemplo parecido es el de una funcionaría soltera que estuvo a punto de echar su</p><p>vida por la borda porque se consideraba a sí misma inútil y superflua. El trabajo diario era</p><p>monótono y su tiempo libre carecía de profundidad y contenido. En el transcurso de nuestras</p><p>conversaciones de orientación, se le ocurrió la idea de ofrecer cursos gratuitos de formación</p><p>para gente joven, sobre todo para principiantes en la carrera de la función pública. Como puso</p><p>mucho empeño para que los cursos fueran dinámicos y variados, la respuesta fue en gran</p><p>medida positiva y se vio contagiada por la constancia y el entusiasmo de sus alumnos. Su vida</p><p>ganó un sentido completamente nuevo, la mujer colmó de actividad sus noches y fines de</p><p>semana y nunca más volvió a pensar, ni siquiera remotamente, en querer morir.</p><p>No sólo de pan vive el hombre. Esta conocida frase también se puede reformular del</p><p>siguiente modo: ¡No sólo para el pan vive el hombre! El individuo necesita un campo de acción</p><p>personal donde realizar claramente lo suyo y donde él, por tanto, sea irreemplazable. Que el</p><p>momento más adecuado para ello sea el tiempo «de servicio», el tiempo libre o, en el mejor de</p><p>los casos, ambos, es algo que cambia según la persona o la situación, pero si no se reserva</p><p>absolutamente ningún momento para ese campo de acción, el alma no descansará. La paz</p><p>verdaderamente profunda la creamos únicamente desde la satisfacción con nosotros mismos, y</p><p>ésta es, a su vez, la recompensa por nuestra intervención constructiva y positiva en el lugar</p><p>donde nos ha tocado estar. Especialmente la experiencia de sentido o de ausencia de sentido</p><p>en el tiempo libre se asemeja, en cierto modo, a la experiencia de sentido o de ausencia de</p><p>sentido en el conjunto de nuestra «visita» por este mundo como «invitados». Porque también</p><p>el hecho de morir, de deslizarse hacia el más profundo y definitivo de los descansos, es</p><p>amargo cuando tenemos que echar la vista atrás hacia una vida desaprovechada y vacía, y es</p><p>dulce y benigno cuando está iluminado por la satisfacción de una vida plenamente realizada.</p><p>Dar un rodeo para encontrarnos</p><p>Quien suele ir a pasear al parque para dar alpiste a los pajarillos conoce perfectamente</p><p>ese misterio que Viktor E. Frankl redescubrió en su logoterapia, a saber, que ciertos lujos no</p><p>25</p><p>se consiguen por la vía directa y es necesario dar un rodeo. En cualquier caso, el amante de las</p><p>aves sabe que no puede extender la mano a sus queridos animales, es decir, que si intentara</p><p>tocarlos, los ahuyentaría y no los volvería a ver. Pero tiene paciencia y es capaz de esperar con</p><p>el alpiste en sus manos extendidas; tarde o temprano, un pequeño héroe plumado se atreverá a</p><p>posarse sobre su palma y le «escamoteará» la ofrenda.</p><p>Lo mismo le sucede al hombre moderno en relación con su fervientemente anhelado</p><p>autoencuentro que se escabulle de cualquier intento de acceder a él directamente. «Llevo</p><p>veinte años buscándome a mí misma y no he encontrado nada», se quejaba en mi consulta una</p><p>paciente con mucha experiencia en grupos de autoconocimiento y encuentro. Mi tarea consistió</p><p>en hacerle atractivo el rodeo, un rodeo por exterior del yo. «Mire a su alrededor. ¿Qué ve?»</p><p>La paciente todavía seguía ciega con respecto a sus semejantes, al mundo exterior y al</p><p>entorno. Sin embargo, la conversación logoterapéutica le agudizaría los sentidos y le aclararía</p><p>la visión. Hablamos de otras personas y de sus experiencias. También hablamos de cambios</p><p>objetivos que pudieran aportar algo de futuro allí donde hasta ahora sólo iban a parar</p><p>callejones sin salida. Poco a poco, la mujer fue capaz de seguirme. Se puso de manifiesto que</p><p>había descuidado muchos bienes iniciales de su vida: las antiguas amistades,</p><p>tocar en familia la</p><p>música que tanto le gustaba, la irrefrenable creatividad de su adolescencia. «¿Cómo ha podido</p><p>pasar?», me preguntó. Convenimos en formular la pregunta de otro modo: «¿Cuál puede ser el</p><p>sentido de que esto haya pasado?». La mujer se figuró la respuesta. El sentido podía</p><p>encontrarse en el hecho de pensar en todo ello.</p><p>Para empezar, se fijaron tres proyectos en el programa terapéutico:</p><p>1.- Mantener un trato afable con otra persona. Podía consistir también en un trato</p><p>imaginario, un saludo escrito o una conversación telefónica. En este trato, la paciente</p><p>debía dirigirse conscientemente al otro, percibirlo, reflexionar sobre su situación y</p><p>elegir las palabras adecuadas para él.</p><p>2.- Realizar una actividad útil. No hizo falta cavilar mucho acerca del significado de</p><p>«útil», porque la paciente lo comprendió perfectamente: una actividad que tenga un</p><p>sentido y que conduzca a algo positivo; un acto para el cual se necesiten ideas, pero</p><p>también esfuerzo, perseverancia y, si es necesario, superación.</p><p>3.- Hacer una pausa tranquila y llena de meditación, pero una meditación objetiva. Había</p><p>que contemplar algo y sentirlo. El cielo rojizo del atardecer era lo más adecuado, así</p><p>como el tronco nudoso del árbol frente a la ventana o las flores de la planta de</p><p>navidad del escaparate. Se trataba de meditar enlazando el sujeto con el objeto.</p><p>Los proyectos resultaron difíciles, pero realizables al fin y ni cabo, y después se dedicó</p><p>un tiempo al reaprendizaje curativo. Cuando la mujer volvió a la consulta, le pregunté: «¿Qué</p><p>26</p><p>ha visto con sus "ojos espirituales"?». La paciente no dejó de explicarme cosas. Había</p><p>recuperado las viejas amistades, había retomado los ejercicios olvidados de acordeón y su</p><p>sensibilidad hacia el mundo había aumentado. Al poco tiempo ya no necesitó fijarse ningún plan</p><p>diario porque el contacto humano, las actividades útiles y las pausas pensativas se habían</p><p>convertido para ella en algo natural. Incluso celebraba veladas musicales en casa cada semana.</p><p>«Me encuentro mejor que nunca —me dijo—; es como si hubiera vivido una pesadilla.»</p><p>Pensativa, la observé y saqué el tema «tabú» por última vez: «¿Y cómo lleva la búsqueda de sí</p><p>misma?». La mujer sonrió: «Es curioso, pero cuando dejo de buscarme, empiezo a</p><p>encontrarme...».</p><p>¿Hay que pensar finalmente en uno mismo?</p><p>Busqué a Dios y no lo encontré.</p><p>Me busqué a mí mismo</p><p>y tampoco me encontré.</p><p>Busqué al prójimo</p><p>y encontré a los tres.</p><p>Extracto del Talmud</p><p>Las personalidades más dignas de admiración son aquellas que se entregan a un ideal de</p><p>tal manera que se olvidan de sí mismas. Las personas que más éxito obtienen son aquellas que</p><p>no se preocupan en absoluto por el éxito, sino que tienen ante sí un objetivo lleno de sentido</p><p>en el que aplicarse. Uno de mis pacientes curados me escribió una carta de agradecimiento en</p><p>la que había una frase muy ilustrativa: «Desde que todo lo que yo creía importante para mí ya</p><p>me da igual, es como si el éxito me persiguiera...». Las personas más felices son aquellas que no</p><p>derrochan un solo pensamiento en la expectativa de felicidad, sino que se entregan a la alegría</p><p>del momento. Quien extiende la mano al éxito y a la felicidad se encuentra irremediablemente</p><p>con el vacío, o, tal como lo formuló Frankl: la «voluntad de poder» se perjudica a sí misma</p><p>tanto como la «voluntad de placer». En cambio, quien ansia, espera, combate y soporta la «cosa</p><p>por sí misma» obtendrá a cambio éxito y felicidad.</p><p>Conozco el caso de una enfermera ya mayor que ejercía su profesión de forma abnegada</p><p>y siempre hacía por los enfermos un poco más de lo que era su obligación. En su rostro se</p><p>reflejaban incontables noches en vela y su espalda estaba curvada por el constante ajetreo,</p><p>pero la mujer aventajaba en perseverancia, energía y bondad a las chicas más jóvenes de su</p><p>unidad.</p><p>Un día, las enfermeras internas fueron llamadas a participar en unas sesiones semanales</p><p>de supervisión. El objetivo de las sesiones consistía en explicar al supervisor cuáles eran los</p><p>conflictos insuperables que más desanimaban a las enfermeras en su trabajo diario. También</p><p>tenían que confesarse mutuamente los sentimientos de envidia, antipatía o celos que más les</p><p>27</p><p>molestaban. Como la enfermera veterana consideraba ¡irrelevantes estas sesiones de</p><p>supervisión y manifestó que prefería dedicar su tiempo a los enfermos, fue clasificada como</p><p>«neurótica» y calificada de ejemplo típico de persona que padece un «síndrome del ayudante»</p><p>y que piensa de manera compulsiva que debe socorrer permanentemente a los demás. La</p><p>enfermera fue obligada, con buenas palabras, a someterse a tratamiento psicoterapéutico.</p><p>Durante el tratamiento se escudriñó el historial de la enfermera para encontrar</p><p>disfunciones neuróticas, con lo cual se puso el acento en el hecho de ser soltera y de no vivir</p><p>con ningún hombre. Cuando ésta declaró que su amado había muerto en la guerra y que había</p><p>mantenido su recuerdo quedándose soltera, se le diagnosticaron complejos sexuales que</p><p>habrían conducido a una satisfacción sustitutiva en el trabajo. La enfermera se negaba a</p><p>aceptarlo y opinaba, simplemente, que el trabajo con personas siempre le había proporcionado</p><p>alegrías, pero su réplica se interpretó como una prueba más de su trastorno mental.</p><p>Al final, el tema central de la terapia consistió en recordar insistentemente a la</p><p>enfermera que debía dejar de pensar en los demás y empezar a pensar en ella misma. Le</p><p>dijeron que tenía que explorar sus necesidades más íntimas y reflexionar sobre sus sueños</p><p>más secretos para descubrir hacia qué satisfacción le empujaba principalmente todo aquello.</p><p>De tanto especular acerca de sí misma, la mujer acabó muy confusa y pronto dudó de todos</p><p>sus actos y motivaciones anteriores. Se volvió triste, negativa y reservada, ya no sonreía a los</p><p>enfermos de su unidad y dejó de infundirles ánimos. Todo le resultaba sospechoso de ser una</p><p>«expresión de complejos inconscientes» y, cuanto más cavilaba sobre los motivos de cada uno</p><p>de sus actos, más sombría y «desperdiciada» le parecía de repente su vida. La profunda</p><p>tristeza que le invadió se interpretó como una «depresión neurótica» y, al poco tiempo, surgió</p><p>la cuestión de si todavía estaba a la altura del ajetreo de la clínica o si era mejor que se</p><p>jubilara. En tal caso, tendría más tiempo para sí misma que bajo el estrés constante del</p><p>trabajo. La enfermera no quería ninguna jubilación anticipada, pero, sumida en el letargo y la</p><p>inseguridad, cedió a las propuestas externas.</p><p>Una persona que durante décadas se ha visto necesitada por otros individuos y ha</p><p>encontrado ahí su satisfacción personal, no se recuperará sentándose de repente a solas en su</p><p>casa y reflexionando sobre sí misma, no necesitada por nadie y sin una ocupación llena de</p><p>sentido. Después de un año de retiro y falta de alicientes, la enfermera jubilada murió sin una</p><p>causa fisiológica seria. ¿Habría vivido más si no hubiera asistido nunca a aquellas</p><p>incompetentes sesiones de supervisión y terapia? Quién sabe.</p><p>Experimentar con la «trampa de la crítica»</p><p>La elección de a qué prestamos preferentemente nuestra atención es un acto del que</p><p>dependen muchas cosas, tal como se demuestra en el pequeño experimento de la psicología</p><p>28</p><p>conductista que presentamos a continuación.5</p><p>Eran las 9.20 de la mañana en una clase de niños de enseñanza primaria; cuarenta y ocho</p><p>alumnos y dos profesores. El aula disponía de dos espacios con una pared corredera en medio.</p><p>Las mesas estaban distribuidas en seis grupos de ocho niños cada uno. Los alumnos habían</p><p>recibido unos deberes que debían realizar en su sitio, mientras los dos profesores, jóvenes y</p><p>capacitados, enseñaban a leer por separado en grupos reducidos.</p><p>Los observadores entraban en el aula, se sentaban y, durante los veinte minutos</p><p>siguientes, iban anotando, a intervalos de diez segundos, el número de niños que no estaban en</p>

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