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Andre Gunder Frank Capitalismo y subdesarrollo en América Latina

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Capitalismo y subdesarrollo en América Latina 
 
Andre Gunder Frank 
 
 
 
 
 
ÍNDICE DE CONTENIDOS 
 
PREFACIO 
 
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN 
 
 
Capítulo Primero: 
EL DESARROLLO DEL SUBDESARROLLO CAPITALISTA EN CHILE 
 
A. Tesis del subdesarrollo capitalista. 1. La contradicción de la expropiación-apropiación del 
excedente económico; 2. La contradicción de la polarización metrópoli-satélite; 3. La 
contradicción de la continuidad en el cambio 
 
B. Las contradicciones capitalistas en América Latina y en Chile 
 
C. América Latina, colonial y capitalista 
 
D. El capitalismo del siglo XVI en Chile: colonización de un satélite 
 
E. El capitalismo del siglo XVII en Chile: desarrollo capitalista "clásico" 
 
F. El capitalismo del siglo XVIII en Chile: resatelización, polarización y subdesarrollo. 
1. La polarización internacional a través del comercio exterior; 
2. La polarización interior; 
3. La polarización latifundio-minifundio; 
4. La polarización propietario-trabajador dentro del latifundio; 
5. Polarización y subdesarrollo industrial 
 
G. El capitalismo del siglo XIX en Chile: consolidación del subdesarrollo. 
1. Tentativas de independencia y desarrollo económico: Portales, Bulnes y Montt; 
2. El librecambio y el subdesarrollo estructural; 
3. La revolución industrial frustrada: Balmaceda y el salitre; 
4. La consolidación del subdesarrollo 
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H. El siglo XX: amarga cosecha de subdesarrollo. El sector "externo"; El sector "interno" 
 
I. Conclusiones e implicaciones 
 
 
 
Capítulo Segundo: 
EL "PROBLEMA INDÍGENA" EN AMÉRICA LATINA 
 
A. El problema 
B. La historia 
C. La estructura 
D. El trabajador 
E. El mercado 
F. El capitalismo 
 
 
 
Capítulo tercero: 
EL DESARROLLO DEL SUBDESARROLLO CAPITALISTA EN BRASIL 
 
A. El modelo, las hipótesis 
 
B. El desarrollo del subdesarrollo. 
1. El azúcar y el subdesarrollo del Nordeste; 
2. Inglaterra y el subdesarrollo de Portugal; 
3. El oro y el subdesarrollo de la Región Central; 
4. La guerra y el subdesarrollo del norte; 
5. El monopolio y el subdesarrollo de la industria; 
6. El librecambio y la consolidación del subdesarrollo del Brasil; 
7. Resumen: involución pasiva y subdesarrollo 
 
C. El subdesarrollo del desarrollo. 
1. El café y la satelización externa; 
2. La industria y la satelización polar interna; 
3. Las inversiones extranjeras y el subdesarrollo; 
4. Crisis en la metrópoli e involución activa en el satélite; 
5. La recuperación de la metrópoli de Brasil y la resatelización; 
6. El desarrollo colonialista interno y el subdesarrollo capitalista; 
7. Desarrollo imperialista y subdesarrollo capitalista 
 
D. Conclusión 
 
 
 
Capítulo cuarto: 
EL CAPITALISMO Y EL MITO DEL FEUDALISMO EN LA AGRICULTURA BRASILEÑA 
 
A. EL MITO DEL FEUDALISMO. 1. La tesis burguesa; 2. Las tesis marxistas tradicionales; 3. 
Crítica del mito del feudalismo 
 
B. LA AGRICULTURA CAPITALISTA. 
1. Capitalismo y subdesarrollo; 
2. Los principios organizativos; 
 2
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3. Determinación de la producción, la organización y el bienestar en la agricultura; 
4. Conclusiones teóricas y políticas; 
5. Post scriptum: más pruebas 
 
 
 
Capítulo quinto: 
LA INVERSIÓN EXTRANJERA EN EL SUBDESARROLLO LATINOAMERICANO 
 
A. El problema 
 
B. Del colonialismo al imperialismo. 
1. Explotación y acumulación originaria en la colonia; 
2. Industrialización, libre comercio y subdesarrollo; 
3. Expansión imperialista y subdesarrollo latinoamericano 
 
C. El neoimperialismo y más allá. 
1. Crisis en la metrópoli y desarrollo latinoamericano; 
2. Expansión de la metrópoli y subdesarrollo de América Latina 
 
D. Sumario y conclusiones 
 
 
APENDICES 
* APENDICE: LA DEPENDENCIA HA MUERTO. VIVA LA DEPENDENCIA Y LA LUCHA DE 
CLASES 
* CRITICAS DE OBRAS DE ANDRE GUNDER FRANK 
 
 
BIBLIOGRAFÍA 
 
Este libro es una selección de textos escritos en diversas fechas. La primera edición impresa en forma de 
libro se hizo en el año 1965. La segunda edición se hizo en 1968. La presente edición electrónica está 
realizada en junio 2005, dos meses después del fallecimiento de Andre Gunder Frank, por eumed●net, 
basada en la traducción de Elpidio Pacios, con revisión de Inés Izaguirre y del propio autor. 
Para citar este texto puede utilizar el siguiente formato: 
Andre Gunder Frank (1965) Capitalismo y subdesarrollo en América Latina. Texto completo en 
http://www.eumed.net/cursecon/textos/ 
 
 
 
 
 
 
 
 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
 
PREFACIO 
Creo, como Paul Baran, que fue el capitalismo mundial y nacional el que generó el 
subdesarrollo en el pasado y que sigue generándolo en el presente. 
Los ensayos que siguen se escribieron en épocas diferentes, en varios países y con 
diversos propósitos y medios ¹. Cada uno de ellos se propone, a su modo, esclarecer 
cómo la estructura y el desarrollo del capitalismo, después de haber permeado y 
caracterizado, desde hace mucho, a la América Latina y a otros continentes, 
continúan generando, manteniendo y haciendo más profundo el subdesarrollo. 
En esto s estudios, el análisis se centra en —y emerge de— la estructura metrópoli-
satélite del sistema capitalista. Aunque las características, contradicciones y 
consecuencias del capitalismo aparecen en todos ellos, en cada uno se pone énfasis 
especial en un rasgo particular del subdesarrollo capitalista. El estudio histórico 
sobre el subdesarrollo en Chile hace particular hincapié en la pérdida y enajenación 
del excedente económico durante el proceso del subdesarrollo capitalista, proceso 
hacia el cual llamó la atención Paul Baran. El breve ensayo en torno al "problema 
indígena" en América Latina sostiene que su base es la extensión del pillaje 
capitalista del excedente a las más apartadas capas de la sociedad. Las 
contradicciones del desarrollo desigual y de la polarización internacional, nacional y 
regional reciben, a su vez, un análisis más detallado en el estudio del subdesarrollo 
histórico del Brasil. Finalmente, la naturaleza monopolista de la estructura del 
capitalismo es el núcleo del análisis del último estudio, acerca del subdesarrollo de 
la agricultura brasileña contemporánea. La persistencia de estas contradicciones 
del capitalismo, que a lo largo de la historia del desarrollo capitalista engendran 
subdesarrollo, brota de todos los ensayos. 
El estudio acerca de Chile incluye el contexto histórico del desarrollo y el 
subdesarrollo capitalistas y expone detalladamente los rasgos esenciales de la 
estructura del sistema capitalista en los niveles mundial , nacional y local, rasgos 
que forman la base teórica de mi tesis general. El acento en la historia se propone 
demostrar cómo el desarrollo histórico del capitalismo empezó a introducirse , a 
formar y, en verdad, a caracterizar las sociedades latinoamericana y chilena ya 
desde la conquista, en el siglo XVI. El ensayo analiza cómo, a lo largo de las 
centurias siguientes, el capitalismo mundial impuso su estructura y desarrollo 
expoliadores a la economía interna de Chile y la integró totalmente con el sistema 
capitalista mundial, convirtiéndola en un satélite colonial de la metrópoli capitalista 
extranjera. El estudio sugiere también cómo es que la consecuencia inevitable de 
esa estructura y evolución capitalista mundial, chilena y local ha sido el desarrollo 
del subdesarrollo en Chile. 
El segundo bosquejo , acerca del llamado "problema indígena " latinoamericano, es 
parte de un estudio mayor, redactado como informe para la Comisión Económica 
para América Latina de las Naciones Unidas. Como tal, su preparación estuvo 
sujeta a cierta s limitaciones. El ensayo sostiene que esta estructura capitalistaes 
ubicua. Hasta los pueblos indígenas de la América Latina, de cuya supuesta 
economía de subsistencia se dice a menudo que los margina de la vida nacional, se 
encuentran totalmente integrados en esa estructura, si bien como víctimas 
superexplotadas del imperialismo capitalista interno. Siendo ya pactes integrantes 
del sistema capitalista, la tan frecuente política de tratar de "integrar" a los 
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indígenas latinoamericanos en la vida nacional mediante uno u otro esquema de 
desarrollo comunal, carece, por ende, de sentido y está destinada a fracasar. El 
carácter particular del supuesto atraso de los indígenas, lejos de provenir del 
aislamiento, debe atribuirse a —y comprenderse en función de— ese mismo sistema 
estructural capitalista, y de las particulares manifestaciones de subdesarrollo a que 
da origen en diferentes circunstancias. 
El tercer estudio, "El desarrollo del subdesarrollo capitalista en el Brasil", se 
preparó en forma de disertaciones para la conferencia sobre el "tercer mundo" 
celebrada en la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad 
Nacional de México, en enero de 1965. Similar en intención al ensayo sobre Chile, 
este estudio subraya particularmente las inherentes limitaciones que la estructure 
y el desarrollo del sistema capitalista imponen necesariamente el desarrollo 
industrial y económico de sus miembros satélites. Pone de relieve también cómo 
estos países, y en particular sus antiguas regiones exportadoras principales, como 
el hoy extremadamente pobre nordeste brasileño, caen por fuerza en el 
subdesarrollo capitalista, como consecuencia natural del desarrollo del sistema 
capitalista en general. 
El ensayo sobre "El capitalismo y el mito del feudalismo en la agricultura brasileña" 
fue escrito en Brasilia, en íntimo contacto con las figuras y las corrientes políticas 
de esa capital, antes del golpe militar de abril de 1964. Como este ensayo es el 
primero que escribí, refleja el más bajo nivel de madurez de mi análisis y mis 
conclusiones. Empero, este ensayo completa a los otros en dos importantes 
sentidos. Por ser de alcance más limitado y carecer de profundidad histórica puede 
examinar con más detalle un aspecto particular del subdesarrollo contemporáneo: 
la estructura comercial monopolista de la agricultura. El ensayo sostiene que, 
contra la opinión de la mayoría de los investigadores, burgueses y marxistas por 
igual, el Brasil —y otras partes de América Latina, pudiera añadirse— no posee un 
a "economía dual", ni su sector agrícola es feudal o precapitalista. El análisis 
procede a demostrar a continuación cómo la ineficiencia y la pobreza, 
universalmente reconocidas, de la agricultura brasileña provienen del capitalismo, 
de la misma estructura monopolista y por ende explotadora que se analiza en otra 
parte de este libro. 
El análisis económico de este ensayo se dirige clara y específicamente a importantes 
problemas de carácter político. Si, como en él se sugiere, ninguna parte de le 
economía es feudal y toda ella se integra en un solo sistema capitalista, la opinión 
de que el capitalismo debe penetrar aún en el resto del país es científicamente 
inaceptable, y la estrategia política que la acompaña —apoyar a la burguesía en su 
esfuerzo por extender el capitalismo y completar la revolución democrática 
burguesa— es políticamente desastrosa. Desde que este ensayo se escribió, su tesis 
ha sido confirmada por la historia. La burguesía "nacional" brasileña, no menos que 
la "compradora", ha participado plenamente en la dictadura militar neofascista y en 
los acontecimientos subsiguientes. Es de esperar, no obstante, que dicho análisis 
pueda servir todavía par a robustecer la base empírica y teórica de la acción política 
futura necesaria para superar el subdesarrollo del Brasil, del resto de América 
Latina y de otras regiones. 
Estos ensayos no pretenden abarcar todos los problemas económicos y político s, 
del desarrollo y el subdesarrollo capitalistas en Chile, el Brasil o América Latina, y 
quizás sea oportuno tomar nota de las importantes cuestiones a las que prestan 
poca o ninguna atención. Mi esfuerzo por ver a distancia y subrayar la continuidad 
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fundamental del proceso del desarrollo y el subdesarrollo capitalistas me ha llevado 
a subrayar me nos algunas transformaciones de lo que probablemente merecen per 
se. La más importante, indudablemente, es el ascenso y la consolidación del 
imperialismo. Un análisis más detallado del proceso histórico del desarrollo 
capitalista y de los problemas contemporáneos del subdesarrollo tendría que 
dedicar más atención a las transformaciones especificas de la estructura económica 
y las clases de estos países subdesarrollados, como resultado del ascenso del 
imperialismo en el siglo XIX y su consolidación en el XX. Paul Baran sugirió que el 
imperialismo, lejos de fomentar el capitalismo industrial, fortaleció el capitalismo 
mercantil en los países subdesarrollados. El estudio de Chile y el Brasil confirma 
esta concepción, pero no llega a examinar muchos de los cambios ocurridos al 
mismo tiempo en las relaciones entre los sectores comercial e industrial de estas 
economías. Una transformación más reciente, el ascenso de los países socialistas, 
recibe menos atención todavía, aunque ya influye directamente sobre estos países 
latinoamericanos al aumentar de modo decisivo el ámbito de sus opciones políticas, 
e indirectamente, al reducir la esfera del mercado mundial capitalista de metrópolis 
y satélites. 
El esfuerzo por estudiar la estructura colonial metrópoli -satélite y el desarrollo del 
capitalismo me ha llevado a dedicar poca atención específica a la estructura y 
desarrollo de las clases. Esto no quiere decir que me proponga reemplazar el 
análisis de las clases con este análisis colonial. Antes bien, con el análisis colonial 
intento completar el análisis de las clases y descubrir y hacer resaltar aspectos de 
la estructura clasista de estos países subdesarrollados que con frecuencia han 
quedado oscuros. Este es el caso, particularmente, del lugar de la burguesía y la 
función que puede o no puede desempeñar en el desarrollo económico y el proceso 
político. No obstante, como en estos ensayos se da preferencia a la estructura 
colonial, no pueden ser , ni pretenden ser, un instrumento adecuado para examinar 
la lucha de clases en general e idear la estrategia y tácticas populares para que 
aquélla se desarrolle, pare destruir el sistema capitalista y, por ende , desarrollar a 
los países subdesarrollados. 
Todos los estudios llegan a una conclusión de primera importancia: el capitalismo 
nacional y la burguesía nacional no ofrecen ni pueden ofrecer modo alguno de salir 
del subdesarrollo en América Latina. 
Esta conclusión y el análisis en que se basa tienen importante s implicaciones. 
Señalan l a necesidad de que en los países subdesarrollados y socialistas se 
elaboren la teoría y el análisis capaces de abarcar la estructura y el desarrollo del 
sistema capitalista en escala mundial integrada, y de explicar su contradictoria 
evolución, la cual genera a la vez desarrollo y subdesarrollo económico en los 
niveles internacional, nacional, local y sectorial. Las categorías teóricas especificas 
basadas en la experiencia del desarrollo clásico del capitalismo en los países 
metropolitanos no son adecuadas por s í sol as, para esta tarea. Es estéril hablar en 
términos de una burguesía o clase industrial nacional que fomenta la economía de 
un supuesto "tercer mundo", liberando a su sector capitalista nacional del 
colonialismo y el imperialismo metropolitano en lo exterior y expandiéndolo en lo 
interior hasta que finalmente penetra y elimina al sector tradicional o feudal de la 
sociedad y economía dual.Es vano esperar que los países subdesarrollados de hoy 
reproduzcan las etapas de crecimiento económico por l as que pasaron las 
sociedades evolucionadas modernas, cuyo desarrollo capitalista clásico surgió de la 
sociedad precapitalista y feudal. Esta expectación es totalmente contraria a la 
realidad y está más allá de toda posibilidad práctica y teórica. En su lugar será 
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necesario estudiar científicamente el verdadero proceso del desarrollo y el 
subdesarrollo capitalista mundial y crear en la porción subdesarrollada del mundo 
una economía política de crecimiento basada en la realidad. 
El análisis y la conclusión tienen, por ende, implicaciones políticas de largo alcance. 
Si la estructura y el desarrollo del sistema capitalista mundial han incorporado y 
subdesarrollado desde hace tiempo hasta el más remoto rincón de la sociedad 
"tradicional" y no dejan ya espacio alguno par a el desarrollo nacional clásico o par 
a el desarrollo del capitalismo estatal moderno, independiente del imperialismo, la 
estructura contemporánea del capitalismo no consiente el desarrollo autónomo de 
una burguesía nacional lo bastante independiente para dirigir un verdadero 
movimiento de liberación nacional (y, a menudo, hasta par a tomar parte activa en 
él), o lo bastante progresista p ara destruir la estructura capitalista del 
subdesarrollo de s u país. Si ha de haber una revolución democrática "burguesa" y 
si ésta ha de conducir a la revolución socialista y a la eliminación del subdesarrollo 
capitalista, no puede ser y a la burguesía, bajo ninguno de sus disfraces, la que 
haga esa revolución. La misión y el papel histórico de la burguesía en la América 
Latina —que era acompañar y promover el subdesarrollo de en sociedad y de si 
misma— han concluido. 
En América Latina como en otras partes, la misión de promover el progreso 
histórico corresponde ahora a las mases populares solamente, y quienes honesta y 
realísticamente quieran contribuir al progreso del pueblo deben apoyar a aquéllas 
en su búsqueda del progreso por y para s í mismas. Aplaudir y, en nombre del 
pueblo, respaldar incluso a la burguesía en su ya desempeñado papel en el 
escenario de la historia es una perfidia o una traición. 
El análisis y las conclusiones de estos estudios envuelven también implicaciones —
digámoslo de nuevo con palabras de Paul Baran— en cuanto a la responsabilidad 
del intelectual. Mis propias circunstancias sociales e intelectuales son las de la 
clase media norteamericana, y mi formación profesional la del ala m ás reaccionaria 
de la burguesía de los Estados Unidos. (Mi principal profesor de teoría económica se 
convirtió en el principal asesor de Barry Goldwater en su campaña presidencial de 
1964.) Cuando hace unos tres años vine a América Latina, consideraba su 
subdesarrollo principalmente en términos de problemas de falta de capital, de 
instituciones feudales y tradicionales que impedían ahorrar e invertir, de 
concentración del poder político en manos de oligarquías rurales, y de muchos 
otros de los supuestos obstáculos, universalmente conocidos, a los que se 
atribuyen el estancamiento de la s sociedades subdesarrolladas supuestamente 
tradicionales. Yo había leído a Paul Baran, pero no lo comprendía en realidad, como 
tampoco al resto del mundo. Loa programas de desarrollo, como inversiones en 
capital humano y estrategias discontinuas de fomento económico, que mis 
investigaciones académicas me habían llevado a publicar en revistas profesionales, 
eran más o menos similares a lo s de mis colegas, aunque yo no llegaba a los 
extremos de la política monetaria clásica, ni al análisis social en términos de 
actitudes y motivaciones seudoweberianas y neofreudianas. 
Al mismo tiempo, incluso antes de venir a los países subdesarrollados, yo había 
mantenido siempre en mi vid a personal, fuera de mi carrera de académico 
profesional, algunas perspectivas y posiciones políticas progresistas. Yo estaba, 
para decirlo con el título de la autobiografía de mi padre, "a la izquierda, donde está 
el corazón". Mis opiniones me situaban siempre a la izquierda de casi todos lo s 
liberales norteamericanos; por ejemplo, yo no dudaba que la Revolución Cubana 
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era digna de apoyo, pero no comprendía su significado. Yo era, fundamentalmente, 
un irresponsable, un intelectual esquizofrénico: mantenía separadas mis opiniones 
políticas y m i labor intelectual o profesional, aceptando las teorías científicas más o 
me nos como me eran entregadas y formando mis criterios políticos en respuesta al 
sentimiento que los hechos aislados me inspiraban. Como mucho s de mis colegas, 
yo era un liberal. 
Para aprender a realizar investigaciones sociales dignas de ese nombre, para 
hacerme más responsable, social y políticamente, y para atreverme a decir al 
pueblo de los países subdesarrollados cuál economía política de crecimiento podía 
serles útil, tenía que abandonar mis rumbos liberales y mi ambiente metropolitano 
e ir a esos países, a aprender allí la verdadera ciencia política y la economía política, 
tanto en el clásico sentido preliberal como en el sentido marxista postliberal. Tenía 
que librarme de la máxima liberal de que sólo la neutralidad política permite ser 
objetivamente científico, máxima generalmente usada para defender la 
irresponsabilidad social, la ciencia seudocientífica y la reacción política. Tenía que 
aprender de los que habían sido perseguid os en nombre de la libertad y del 
liberalismo, como Simón Bolívar predijo en 1826 que lo serían. Tenía que aprender 
que la ciencia social debe ser política. 
Por ende, otra implicación de estos estudios es que, para ser responsable tanto 
intelectual como socialmente y, añadiría yo, para ser científicamente adecuado y 
políticamente efectivo es necesario, en esta rama de la ciencia y la política, 
despojarse de los estereotipos científicos y políticos que la mayoría de nosotros, no 
marxistas y marxista s por igual, en las metrópolis como en las colonias, hemos 
heredado en gran parte del desarrollo capitalista metropolitano de la era del 
liberalismo. Del mismo modo que la misión de la burguesía e n los satélite s del 
sistema capitalista, el lugar del liberalismo metropolitano, económico, político, 
social -sí, y cultural - ha pasado a la historia. Para emancipar a quienes este 
liberalismo y esta burguesía, han esclavizado y subdesarrollado necesitaremos una 
nueva economía política del crecimiento, formulada conforme a las líneas, que Paul 
Baran nos señaló. Un esfuerzo conciente por desarrollarla, incluso al precio de 
arriesgar alguna seguridad intelectual y bienestar personal, es el menor de l os 
sacrificio s que la historia puede pedirnos. 
Parte de este libro se escribió y preparó para la imprenta con la ayuda financiera de 
la Fundación Louis M. Rabinowitz, a la que quiero expresar mi gratitud por la 
confianza y la ayuda que me brindó. Quiero también dar gracias a los amigos y 
colegas que leyeron el manuscrito, en todo o en parte, y me hicieron sugerencias 
útiles: Deodato Riveira, Wanderley Guilherme y Ruy Mauro Marini, en el Brasil; 
Enzo Faletto, Clodomiro Almeyda y Dale Johnson, en Chile; y Alonso Aguilar y 
Fernando Carmona, en México. El lector y yo debemos estar agradecidos al extinto 
John Rackliffe, quien corrigió el manuscrito de modo excelente y facilitó la 
comunicación. Mi esposa, Martha, ha tenido que soportar los viajes de un país a 
otro y ha sido paciente conmigo a lo largo de mi trabajo. 
ANDRÉ GUNDER FRANK 
México, 26 de julio, 1965 
 
1. Por esta razón no ha sido posible reexaminar ciertas fuentes locales. 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
 
 
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN 
A la edición revisada en inglés (en rústica) y alas ediciones en español, portugués, 
francés e italiano, se le ha añadido el ensayo "La inversión extranjera en el 
subdesarrollo latinoamericano". Este ensayo, escrito a petición de la Bertrand 
Russell Peace Foundation en mayo de 1966, en México, no se incluyó en la edición 
original en inglés por razones técnicas. Sólo se le han hecho ligeras revisiones, para 
incorporarle algunos datos nuevos que hemos recopilado en los dos años 
posteriores a su publicación. 
Su inclusión contribuye a remediar algunas de las omisiones mencionadas en el 
prefacio de la primera edición. Este ensayo intenta abordar, aunque a través de la 
perspectiva de las inversiones extranjeras, el desarrollo del subdesarrollo capitalista 
de América Latina en su conjunto. Es también más histórico puesto que trata de 
rastrear la transformación de la economía latinoamericana a través de las diversas 
etapas del desarrollo de su subdesarrollo. Es un esfuerzo por escribir una breve 
historia económica del continente, en la que se muestra cómo cada etapa lleva a la 
que le sigue y surge de la que le precede. A través del papel instrumental de las 
inversiones extranjeras, se observa cómo cada etapa resulta posible y la siguiente, 
necesaria. 
Más que los otros ensayos, éste pone de relieve la decisiva importancia del medio 
siglo inmediatamente posterior a la independencia, en la determinación del destino 
ulterior de América Latina. Porque durante estos primeros decenios del siglo pasado 
se libró —y se perdió— la batalla por la independencia económica latinoamericana. 
Al igual que América del Norte, América Latina pasó por la experiencia de una 
guerra civil entre los intereses industriales nacionales y los exportadores agrícolas 
antinacionales. Pero mientras que en el norte las circunstancias coloniales 
facilitaban el fortalecimiento de los nacientes intereses industriales lo bastante para 
ganar esta guerra civil, tanto económica como políticamente, en el sur la inversión 
extranjera en el subdesarrollo era mucho mayor y llevaba a los intereses 
nacionalistas a perder esta lucha por la supervivencia... y, al mismo tiempo, su 
última oportunidad de llegar al desarrollo económico por la vía del capitalismo. 
La derrota de los intereses de le industria nacional y la victoria de los intereses 
antinacionales exportadores de materias primas, franquearon en América Latina la 
entrada al imperialismo clásico, cuando el desarrollo capitalista mundial propició la 
oportunidad tanto en la metrópoli como en América Latina. Más que los otros, este 
ensayo pone asimismo mayor énfasis en la trasformación estructural de la 
economía y la sociedad latinoamericanas provocada por el crecimiento imperialista. 
Y al igual que los otros ensayos, éste señala cómo el subdesarrollo causado por el 
imperialismo en América Latina allanó el camino al neoimperialismo 
contemporáneo y a un subdesarrollo estructural aún más profundo, que hoy sólo 
pueden ser eliminados por medio del socialismo. 
Es importante subrayar que se trata de un problema de subdesarrollo estructural a 
nivel nacional y local, a pesar de haber sido creado y de verse todavía agravado por 
la estructura y el desarrollo de la economía capitalista mundial. La atención 
consagrada a la contradicción expropiación-apropiación del excedente económico de 
los satélites por la metrópoli, y en particular por la metrópoli capitalista mundial, 
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ha llevado a algunos lectores a suponer que el peso de la argumentación en este 
libro descansa sobre el subdesarrollo "externo". Sería conveniente, pues, aprovechar 
la oportunidad para llamar la atención del lector acerca de que la tesis del libro 
(Capitulo I, A) es justamente que, de manera encadenada, las contradicciones de la 
polarización expropiación-apropiación y metrópoli-satélite penetran totalmente el 
mundo subdesarrollado, creando una estructura "interna" de subdesarrollo. Fidel 
Castro dijo en una ocasión que no importarían los dólares que los imperialistas 
extraen de América Latina si al menos dejaran que los pueblos latinoamericanos 
usaran los recursos restantes para su propio desarrollo. Así es. Como se subraya 
en la página 22, "para la generación de subdesarrollo estructural, aún más 
importante que el drenaje del excedente económico... es el infundir a la economía 
nacional del satélite la misma estructura capitalista y sus contradicciones 
fundamentales". Esta tesis la confirma incontables veces la experiencia revisada en 
el presente libro: la polarización interna y la generación de la estructura latifundista 
del Chile del siglo XIX (I, H, 2); el sector interno del Chile del siglo XIX (I, H, 2); la 
estructura económica del "problema indio" (II); la generación de la estructura 
doméstica del subdesarrollo en el Brasil colonial, que impidió el desarrollo aún 
después de aflojadas las restricciones coloniales (III, B); la involución activa de las 
décadas de 1930 y 1940 en Brasil (III, C, 4); el colonialismo interno en Brasil (Ill, C, 
6); la estructura monopolista de la agricultura brasileña (IV); la trasformación de la 
estructura económica, social, política y cultural "interna" de América Latina por un 
siglo de imperialismo y neoimperialismo (V). Además, si el subdesarrollo no fuera en 
realidad más que una condición "externa" impuesta desde afuera y manifiesta 
primordialmente en la extracción del capital mediante el comercio y la ayuda, como 
alegan algunos, entonces, por cierto, podrían considerarse adecuadas las simples 
soluciones "nacionalistas" criticadas en este libro. Pero, precisamente porque el 
subdesarrollo es integralmente "interno"-"externo", sólo la destrucción de esta 
estructura del subdesarrollo capitalista y su sustitución por el desarrolló socialista, 
puede ser capaz de constituir una línea política idónea para combatir el 
subdesarrollo. 
Quedan las otras omisiones del libro. Salvo la adición del mencionado ensayo, sólo 
se han corregido erratas de imprenta y errores del autor. El libro, pues, adolece aún 
de la falta —que se hizo notar en el prólogo de la primera edición— de un análisis 
adecuado de la estructura de las clases en América Latina. Un crítico ha observado 
un defecto que guarda relación con el anterior: el empleo del enfoque estructural, 
colonial o neocolonial, que no revela automáticamente cuáles sectores de la 
población, que son a la ves satélites y metrópoli, son amigos potenciales de la 
revolución, y cuáles son enemigos ciertos o probables. En efecto, necesitamos 
saberlo. Pero el enfoque de la estructura de clases no revela inmediata e 
inequívocamente tampoco este aspecto de la anatomía y la fisiología sociopolíticas. 
O no habría lento desacuerdo sobre quiénes son amigos y quiénes son enemigos 
dentro de la izquierda. Eso requiere un análisis y no un esquema general de las 
colones o las clases. Otro de los recientes ensayos del autor, "¿Quién es el enemigo 
inmediato? América Latina: subdesarrollo capitalista o revolución socialista", 
intenta dar otro paso hacia el análisis necesario y demuestra cómo la estructura 
colonial, esencia del presente libro, de hecho ha formado y transformado la 
estructura de las clases en América Latina y por qué, precisamente, aunque el 
enemigo principal es el imperialismo, el enemigo inmediato es la burguesía en 
América Latina (Este ensayo será incluido en un segundo volumen acerca del 
desarrollo del subdesarrollo en América Latina, de próxima publicación, en el que la 
estructura de las clases y la política de partidos reciben mayor énfasis.)* 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
Otro crítico ha observado que el presente libro proporciona la base analítica 
socioeconómica para fundar las conclusiones políticas de Regis Debray. Ojalá fuera 
así. Pero el planteamiento general aquí sugerido no sustituye el análisis. Paradistinguir entre amigos y enemigos y encontrar los medios político-militares con que 
combatir a los últimos, debemos analizar la estructura clasista y colonial en 
momentos y lugares particulares. Y, por supuesto, debemos luchar, porque la teoría 
revolucionaria, como la misma revolución, no avanza sino a través de la práctica 
revolucionaria entre el pueblo. 
 Andres Gunder Frank 
 
Montreal, 17 de abril de 1968 
 
* Cf. A. Gunder Frank, James O. Cockcroft, Dale L. Johnson, Economía política del 
subdesarrollo en América Latina, Bs. As. 1970, pp. 447-456. [N. del E.] 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Capítulo I: EL DESARROLLO DEL SUBDESARROLLO CAPITALISTA EN CHILE 
 
 
"El comercio de este Reino es una paradoja de tráfico y una contradictoria de 
opulencia no experimentada hasta su descubrimiento, floreciendo con lo que otro se 
arruina, y arruinándose con lo que otros florecen, por consistir su abundancia en la 
negociación de tratos extranjero y sus decaimientos en la libertad de otros y es que se 
ha mirado no como comercio que es necesario mantener abierto, sino como heredad 
que es necesario mantener cerrada..." 
JOSÉ ARMENDÁRIZ 
Virrey del Perú, 1736 
A. TESIS DEL SUBDESARROLLO CAPITALISTA 
Este ensayo sostiene que el subdesarrollo de Chile es el producto necesario de 
cuatro siglos de desarrollo capitalista y de las contradicciones internas del propio 
capitalismo. Estas contradicciones son: la expropiación del excedente económico a 
los más y su apropiación por los menos; la polarización del sistema capitalista en 
un centro metropolitano y en satélites periféricos, y la continuidad de la estructura 
fundamental del sistema capitalista a lo largo de la historia de su expansión y 
transformación, a causa de la persistencia o reproducción de estas contradicciones 
en todas partes y en todo tiempo. En mi tesis que estas contradicciones capitalistas 
y el desarrollo histórico del sistema capitalista han generado subdesarrollo en los 
satélites periféricos expropiados, a la vez que engendraban desarrollo en los centros 
metropolitanos que se apropiaron el excedente económico de aquéllos; y además, 
que este proceso continúa. 
La conquista española incorporó e integró de lleno a Chile en el expansivo sistema 
capitalista mercantil del siglo XVI. Las contradicciones del capitalismo han 
engendrado un subdesarrollo estructural en Chile desde que éste comenzó a 
participar en el desarrollo de ese sistema universal. Contrariamente a la tan 
difundida opinión, el subdesarrollo de Chile y de otros países no es un atado de 
costes original o tradicional, ni una etapa histórica del crecimiento económico por la 
cual han pasado los países capitalistas hoy desarrollados. Antes bien, el 
subdesarrollo de Chile y de otros países, no menos que el desarrollo económico 
mismo, vino a ser a lo largo de los siglos el producto necesario del proceso, plagado 
de contradicciones, del desarrollo capitalista. Este mismo proceso continúa 
engendrando subdesarrollo en Chile, y este subdesarrollo no puede ser ni será 
eliminado con más desarrollo capitalista. En consecuencia, el subdesarrollo 
estructural continuará siendo engendrado y profundizado en Chile hasta que los 
chilenos mismos se liberen del capitalismo. 
La interpretación que aquí se ofrece difiere no sólo de las interpretaciones 
generalmente aceptadas de la naturaleza y las causas del subdesarrollo y el 
desarrollo en general, sino también de las opiniones de importantes comentaristas y 
analistas de Ia sociedad chilena de ayer y de hoy. Por ejemplo, durante la campaña 
electoral de 1964 tanto el candidato presidencial democristiano-liberal-conservador 
como el candidato socialista-comunista dijeron que la sociedad chilena 
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contemporánea contiene elementos "feudales"; en su comentario posterior a esas 
elecciones, Fidel Castro se refirió también a los elementos "feudales" de Chile, y G. 
M. McBride, en su libro de bien merecida fama Chile, Land and Society, escrito en 
los años 30, sostuvo que todo Chile adolecía del "dominio de una pequeña clase de 
aristócratas terratenientes del viejo orden feudal". 
El marxista Julio César Jobet, en su Ensayo crítico del desarrollo económico-social 
de Chile, sugirió que el siglo XIX había presenciado la formación de una burguesía 
que se levantó "sobre las minas de la economía exclusivamente feudal de la primera 
parte del siglo XIX (citado por Pinto, 1962)¹. Aníbal Pinto, en su fundamental Chile: 
Un caso de desarrollo frustrado, que desde su aparición en 1957 ha influido en 
todos los trabajos históricos y económicos acerca de Chile, retrocedió un poco más 
para sugerir que "la independencia abrió las puertas", no obstante lo cual sostiene 
que el "comercio exterior pasó a ser la fuerza motriz del sistema económico 
doméstico" sólo posteriormente, y que hacia finales del siglo XVIII Chile era y 
continuó siendo una "economía reclusa". Max Nolff, ampliando el análisis de Pinto, 
formula su teoría del desarrollo industrial chileno en el supuesto de que Chile tuvo 
durante todo el período colonial una "economía de subsistencia cerrada". Hasta el 
marxista Hernán Ramírez (1959), cuyos Antecedentes económicos de la 
Independencia de Chile proporcionen amplia prueba de que los anteriores juicios 
acerca de Chile en el siglo XVIII y siguientes no están bien fundados, se refiere a 
una supuesta "tendencia autárquica" en la economía chilena antes de ese tiempo. 
De acuerdo con lo que he leído de la historia de Chile y de la de América Latina en 
general, tales referencias a una economía de subsistencia autárquica, cerrada, 
reclusa y feudal no representan cabalmente la realidad de Chile y de América 
Latina desde la conquista del siglo XVI. Además, el no reconocimiento y la 
incomprensión de la naturaleza y el significado de la economía exportadora 
capitalista, abierta y dependiente, qua ha caracterizado y plagado a Chile y a sus 
hermanos a lo largo de la historia posterior a la conquista, conducen 
inevitablemente e una mala interpretación y comprensión de la verdadera 
naturaleza del capitalismo de hoy, de las verdaderas causas no sólo del 
subdesarrollo pasado sino del todavía más profundo del presente, y de los caminos 
de acción necesarios para eliminar ese subdesarrollo en lo futuro. El 
esclarecimiento de esas cuestiones es el objeto de este ensayo. 
Específicamente, no puedo aceptar los supuestos fundamentos empíricos y, por 
ende, las formulaciones del problema y de la política para el desarrollo de Chile 
expuestas por Aníbal Pinto, Max Nolff (este último, principal asesor económico de 
Allende, candidato presidencial en 1964 de la coalición socialista-comunista), y 
otros autores vinculados a los principios del análisis de la Comisión Económica 
para la América Latina de las Naciones Unidas. Estos analistas, partiendo del 
criterio inexacto de que Chile tuvo en los siglos anteriores a la independencia 
política una economía de subsistencia cerrada y reclusa, atribuyen el posterior 
subdesarrollo de la economía chilena al supuesto error de desarrollarse "hacia 
afuera" en vez de "hacia adentro", una vez que la independencia, según ellos, abrió 
la puerta en el siglo XIX. De haber escogido entonces Chile el desarrollo capitalista 
hacia adentro, hoy estaría desarrollado, sugieren dichos autores, quienes asimismo 
arguyen que Chile podría desarrollarse todavía si se apresurara y por fin se 
dedicara al desarrollo (todavía capitalista) hacia adentro. 
Mi interpretación de la historia chilena y mi análisis del capitalismo me obligan a 
rechazar tanto la premisa como la conclusión. Por causa, precisamente, del 
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capitalismo la economía de Chile estaba ya subdesarrollándose durante las tres 
centurias anteriores a la independencia. Y si las innatas contradicciones del 
capitalismo continúan operando hoy en Chile, como mi análisis sostiene y mi 
observación confirma, ninguna forma de desarrollo capitalista, hacia afuera o hacia 
adentro, podrá salvar a Chile del continuo subdesarrollo. En verdad, si el desarrollo 
hacia afuera dependiente e incompleto ha estado en la entraña de la economía 
chilena desde la conquista misma, la supuesta opción al desarrollo capitalista, 
independiente y nacional hacia adentro no existió siquiera en el siglo XIX. Mucho 
menos existe hoy. 
 
1. Todas las fuentes entre paréntesis se refieren a la bibliografía citada. 
 
1. La contradicción expropiación-apropiación del excedente económico 
La primera de las tres contradicciones a las que atribuyo el desarrollo y el 
subdesarrollo económico es la expropiación-apropiación del excedente económico. 
Fue Marx, en su análisis del capitalismo, quien identificó y destacó la expropiación 
de la plusvalía creada por los productores y la apropiación de la misma por los 
capitalistas. Cien años después, Paul Baran subrayó el papel del excedente 
económico en la generación de desarrollo económico y también de subdesarrollo. 
Baran llamó excedente económico "real" a esa parte de la producción que se ahorra 
y se invierte en realidad (por lo que sólo es una parte de la plusvalía). Baran 
distinguió también y puso aún más en relieve el excedente económico "potencial" o 
potencialmente invertible, el cual no está a disposición de la sociedad, porque la 
estructura monopolista de ésta impide su producción o (de ser producido) es objeto 
de apropiación y derroche en usos suntuarios. La diferencia entre quienes perciben 
ingresos altos y bajos y gran parte de la incapacidad de los primeros para canalizar 
sus ganancias hacia inversiones productivas, puede atribuirse también al 
monopolio. Por tanto, la no realización y el desaprovechamiento del excedente 
económico "potencial" en inversiones se debe, esencialmente, a la estructura 
monopolista del capitalismo. Yo investigo en este trabajo cómo el subdesarrollo de 
Chile ha resultado de la estructura monopolista del capitalismo mundial. 
La contradicción de la expropiación-apropiación monopolista del excedente 
económico en el sistema capitalista es ubicua, y sus consecuencias, en cuanto a 
desarrollo y subdesarrollo económico, múltiples y diversas. Para investigar el 
desarrollo o subdesarrollo de una parte determinada del sistema capitalista 
mundial, como es Chile —o una parte de Chile— debemos situarla en la estructura 
económica de todo el sistema mundial e identificar su propia estructura económica. 
En este estudio veremos que Chile ha estado sometido siempre a un alto grado de 
monopolio exterior e interior. Por competitiva que pueda haber sido la estructura 
económica de la metrópoli en cualquier etapa dada de su desarrollo, la estructura 
del sistema capitalista mundial total, así como también la de sus satélites 
periféricos, ha sido sumamente monopolista en toda la historia del desarrollo 
capitalista. Por ende, el monopolio exterior ha llevado siempre a la expropiación (y, 
por consiguiente, al desaprovechamiento para Chile) de una parte importante del 
excedente económico producido en Chile y a la apropiación del mismo por otra 
parte del sistema capitalista mundial. Específicamente, yo reseño los hallazgos de 
dos estudiosos de la economía chilena que trataron de identificar el excedente 
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económico potencial contemporáneo de que se apropian otros y que no está a 
disposición de Chile. 
La estructura capitalista de monopolio y la contradicción entre la apropiación y la 
apropiación del excedente impregnan toda la economía chilena, tanto la anterior 
como la presente. En verdad, es esta relación explotadora la que, a modo de 
cadena, vincula las metrópolis capitalistas mundiales y nacionales a los centros 
regionales (parte de cuyo excedente se apropian), y éstos a los centros locales, y así 
a los grandes terratenientes o comerciantes que expropian el excedente de los 
pequeños campesinos o arrendatarios y, a veces, de éstos a los campesinos sin 
tierra a Ios cuales explotan a su vez. En cada eslabón de la larga cadena, los 
relativamente escasos capitalistas de arriba ejercen un poder monopolista sobre los 
muchos de abajo, expropiándoles su excedente económico en todo o en parte, 
cuando a su vez no son expropiados por los aún menos que están encima de ellos, 
para su propio uso. El sistema capitalista internacional, nacional y local genera así 
en cada punto desarrollo económico pera los menos y subdesarrollo para los más. 
 
 
2. La contradicción de la polarización metrópoli-satélite 
La segunda y, para nuestro análisis, más importante contradicción capitalista fue 
introducida por Marx en su examen de la centralización inminente del sistema 
capitalista. Esta contradicción del capitalismo se manifiesta en la existencia de dos 
polos: un centro metropolitano y varios satélites periféricos, y fue eso lo que 
describió el virrey Armendáriz del Perú cuando en 1736 observó que el comercio del 
imperio capitalista mercantil de España, de su virreinato del Perú dentro de él, y de 
la capitanía general de Chile dentro de éste, a su vez, era "una paradoja de tráfico y 
una contradictoria de la opulencia [...] floreciendo con lo que otro se arruina, y 
arruinándose con lo que otros florecen". Paul Baran observó esta misma 
contradicción dos siglos después, cuando comentó que "el precepto de la íntima 
relación entre el capitalismo e imperialismo monopolista de los países adelantados y 
el atraso económico y social de los países subdesarrollados no constituye más que 
diferentes aspectos de lo que es, en realidad, un problema global" (Baran, 1957). 
Las consecuencias de la contradicción capitalista metrópoli-satélite en cuanto al 
desarrollo y al subdesarrollo económico están resumidas en los Fundamentos del 
marxismo-leninismo: 
Caracteriza al capitalismo el hecho de que el desarrollo de ciertos países se realiza a 
costa del sufrimiento y la adversidad de los pueblos de otros países. Por el creciente 
desarrollo de la economía y la cultura del Ilamado "mundo civilizado", o sea de unas 
pocas potencies capitalistas de Europa y América del Norte, paga un precio terrible 
la mayoría de la población del mundo, esto es, los pueblos de Asia, África, América 
Latina y Australia. La colonización de estos continentes hizo posible el rápido 
desarrollo del capitalismo en Occidente, pero significó ruina, miseria y una opresión 
política monstruosa para los pueblos esclavizados. El carácter en extremo 
contradictorio del progreso donde el capitalismo impera es aplicable incluso a 
diferentes regiones del mismo país. Al desarrollo comparativamente rápido de las 
ciudades y los centros industriales acompañan, por regla general, el atraso y la 
decadencia de los distritos agrícolas (Kuusinen, sin fecha: 247-248). 
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Así pues, la metrópoli expropia el excedente económico de sus satélites y se lo 
apropia para su propio desarrollo económico. Los satélites se mantienen como 
subdesarrollados por falta de acceso a su propio excedente y como consecuencia de 
la polarización y de las contradicciones explotadoras que la metrópoli introduce y 
mantiene en la estructura económica interior del satélite. La combinación de estas 
contradicciones, una vez firmemente implantadas, refuerza los procesos de 
desarrollo en la cada vez más dominante metrópoli, y los de subdesarrollo en los 
cada vez más dependientes satélites, hasta que se resuelven mediante el abandono 
del capitalismo por una o ambas partesinterdependientes. 
El desarrollo y el subdesarrollo económico son las caras opuestas de la misma 
moneda. Ambos son el resultado necesario y la manifestación contemporánea de las 
contradicciones internas del sistema capitalista mundial. El desarrollo y el 
subdesarrollo económico no son simplemente relativos y cuantitativos porque uno 
representa más desarrollo que el otro; estén relacionados y son cualitativos por 
cuanto cede uno es estructuralmente diferente del otro, pero uno y otro son 
causados por su mutua relación. No obstante, desarrollo y subdesarrollo 
representan lo mismo, porque son producidos por una sola estructura económica y 
un proceso capitalista dialécticamente contradictorios. 
Por tanto, no se les puede considerar como productos de estructuras o sistemas 
económicos supuestamente diferentes, o de supuestas diferencias en las etapas de 
crecimiento económico dentro de un mismo sistema. Un único proceso histórico de 
expansión y desarrollo capitalista en todo el mundo ha generado simultáneamente 
—y continúa generando— desarrollo económico y subdesarrollo estructural. 
No obstante, como sugieren los Fundamentos del marxismo-leninismo, la 
contradicción metrópoli-satélite no sólo existe entre la metrópoli capitalista mundial 
y los países satélites periféricos, pues se encuentra también entre las regiones de 
esos mismos países y entre "el desarrollo rápido de las ciudades y los centros 
industriales y el atraso y la decadencia de los distritos agrícolas". Esta misma 
contradicción metrópoli-satélite penetra aún más hasta caracterizar a todos los 
niveles y las partes del sistema capitalista. Esta contradictoria relación entre el 
centro metropolitano y el satélite periférico, como el proceso de expropiación-
apropiación del excedente, recorre todo el sistema capitalista mundial al modo de 
una cadena, desde su alto centro metropolitano mundial hasta cada uno de los 
diversos centros nacionales, regionales, locales y empresariales. Una consecuencia 
obvia de las relaciones externas de la economía del satélite es la pérdida de una 
parte de su excedente económico a manos de la metrópoli. La apropiación por la 
metrópoli del excedente económico de este otros satélites tiende a generar desarrollo 
en la primera, salvo que, como ocurrió en España y Portugal, la metrópoli sea a su 
vez convertida en satélite y otros se apropien de su excedente antes de que pueda 
iniciar firmemente su propio desarrollo. En todo caso, la metrópoli tiende a dominar 
cada vez más al satélite y a hacerlo todavía más dependiente. 
Para la generación de subdesarrollo estructural, aún más importante que el drenaje 
del excedente económico del satélite, después de la incorporación de éste al sistema 
capitalista mundial, es el infundir a la economía nacional del satélite la misma 
estructura capitalista y sus contradicciones fundamentales. Esto es, tan pronto 
como un país o un pueblo es convertido en satélite de una metrópoli capitalista 
externa, la expoliadora estructura metrópoli-satélite organiza y domina rápidamente 
la vida económica, política y social de ese pueblo. Las contradicciones del 
capitalismo se reproducen internamente y generan tendencias al desarrollo en la 
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metrópoli nacional y el subdesarrollo en los satélites internos de éste, como ocurre 
a nivel mundial, pero con una importante diferencia: el desarrollo de la metrópoli 
nacional adolece, necesariamente, de limitaciones, entorpecimiento o subdesarrollo 
que la metrópoli capitalista mundial no conoce, porque la metrópoli nacional es al 
mismo tiempo satélite, mientras que la metrópoli mundial no lo es. De modo 
análogo, las metrópolis regionales, locales o sectoriales del país satélite ven limitado 
su desarrollo por una estructura capitalista que las hace depender de toda una 
cadena de metrópolis situadas sobre ellas. 
Por consiguiente, a menos que se liberen de esta estructura capitalista o que el 
sistema capitalista mundial sea destruido totalmente, los países, regiones, 
localidades y sectores satélites estén condenados al subdesarrollo. Esta faceta del 
desarrollo y del subdesarrollo capitalistas, o sea la penetración de toda la 
estructura económica, política y social interior por las contradicciones del sistema 
capitalista mundial, recibe atención especial en este examen de la experiencia 
chilena, porque plantea el problema del análisis del subdesarrollo y la formulación 
de un enfoque político y económico que le ponga fin, de modo muy diferente de —y, 
a mi juicio, más realista que— otros enfoques de la cuestión. 
La disertación precedente sugiere una tesis subsidiaria que envuelve ciertas 
implicaciones importantes con respecto al desarrollo y el subdesarrollo económico: 
si la condición de satélite es la que engendra el subdesarrollo, un grado más débil o 
menor de relaciones metrópoli-satélite puede engendrar un subdesarrollo 
estructural menos profundo o permitir una mayor posibilidad de desarrollo local. El 
ejemplo de Chile ayuda a confirmar esta hipótesis. Además, desde una perspectiva 
mundial, ningún país que haya estado firmemente atado como satélite a una 
metrópoli, a través de su incorporación al sistema capitalista mundial, ha 
alcanzado nunca la categoría de país económicamente desarrollado sin abandonar 
el sistema capitalista. Ciertos países, notablemente España y Portugal, que fueron 
parte en un tiempo de la metrópoli capitalista del mundo, se convirtieron sin 
embargo en naciones subdesarrolladas por haberse convertido en satélites 
comerciales de la Gran Bretaña a partir del siglo XVII¹. Es también significativo, 
para la confirmación de nuestra tesis, el hecho de que los satélites, 
característicamente, han disfrutado de sus temporales auges de desarrollo durante 
guerras o depresiones en las metrópolis, que momentáneamente debilitaron o 
aflojaron su dominio sobre la vida de aquéllos. Como más adelante veremos, el 
mayor aislamiento en que estaba Chile de la metrópoli española, con relación a 
otras colonias, y su menor grado de interdependencia con España y de dependencia 
de ella en tiempos de guerra o depresión, contribuyeron materialmente a fortalecer 
los intentos chilenos de desarrollo a lo largo de los siglos. 
 
1. El desarrollo de las ex colonias británicas en América del Norte y en Oceanía fue 
posible porque los nexos entre ellas y la metrópoli europea no igualaron nunca la 
actual dependencia de los países subdesarrollados de América Latina, África y Asia. 
La industrialización del Japón después de 1868 debe atribuirse al hecho de que era 
entonces el único país importante no incorporado aún al sistema capitalista mundial; 
no había empezado, por ende a subdesarrollarse. De igual modo, el hecho de que 
Tailandia esté hoy menos subdesarrollado que otros países del sureste de Asia se 
debe a que, a diferencia de los otros países, no fue nunca colonia, hasta que el 
reciente advenimiento de Ia "protección" de los Estados Unidos inició allí también el 
subdesarrollo. 
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3. La contradicción de la continuidad en el cambio 
Las dos contradicciones precedentes sugieren una tercera contradicción del 
desarrollo y el subdesarrollo económico capitalista: la continuidad y ubicuidad de 
sus elementos estructurales a lo largo de la expansión del sistema capitalista en 
todo tiempo y lugar. Como lo dijo Engels, "hay contradicción en que una cosa siga 
siendo la misma pese a cambiar constantemente". Aunque la estabilidad y 
continuidad estructural puede haber caracterizado o no al desarrollo capitalista 
"clásico" en la metrópoli europea, el sistema capitalista, a través de su expansión y 
desarrollo en escala mundial, mantuvo en conjunto su estructura esencial y 
engendró las mismas contradicciones fundamentales. Y esta continuidadde la 
estructura y las contradicciones del sistema capitalista mundial son los factores 
determinantes que tenemos que identificar y comprender si queremos analizar y 
combatir eficazmente el subdesarrollo de la mayor parte del mundo actual. 
Por esta razón hago hincapié en la continuidad de la estructura capitalista y en su 
generación de subdesarrollo más que en los muchos cambios y transformaciones 
históricos, indudablemente importantes, por los cuales Chile ha pasado dentro de 
esta estructura. Mi propósito general es contribuir a la formulación de una teoría 
general más adecuada del desarrollo económico capitalista y, particularmente, del 
subdesarrollo, no acometer el estudio detallado de la realidad chilena pasada y 
presente. 
Mi insistencia en la contradicción del cambio continuo implica que la misma no se 
ha resuelto en Chile. Lo que no quiera decir que no pueda resolverse. Mi revisión de 
la historia del desarrollo capitalista en Chile revela que en el transcurso del tiempo 
se han resuelto varias contradicciones imponentes. Aunque pueda haberse creído, 
en la época de la independencia, por ejemplo, que los acometimientos habían 
llevado o llevarían a la resolución de la contradicción fundamental que determina el 
curso de la historia chilena, no ha sido este el caso. Es importante, por ende, 
comprender las verdaderas contradicciones menores que se resuelven más 
fácilmente y a menor costo, pero que en última instancia no cambian nada esencial 
y a la larga hace más costosa y/o más distante lo resolución de las contradicciones 
fundamentales. Creo que varios caminos de acción contemporáneos para la 
"liberación" de los países subdesarroIlados y la eliminación del subdesarrollo, por 
bien intencionados que sean quienes los proponen, empeoran las cosas a la larga (y 
a menudo a la corta también). La comprensión de las realidades del capitalismo y el 
subdesarrollo no basta, desde luego, pero es sin duda esencial; no puede tener éxito 
ninguna revolución que carezca de una teoría revolucionaria adecuada. He ahí lo 
que me propongo. 
Con la continuidad se relaciona también la discontinuidad. Mi análisis de la 
experiencia chilena sugiere qué puede haber habido oportunidades en que incluso 
ciertos cambios estructurales dentro de la estructura capitalista de Chile podían 
haber alterado materialmente el curso de la posterior historia del país. Cuando 
tales cambios no se efectuaron, o los esfuerzos por llevarlos a cabo no se realizaron 
como las circunstancias del momento requerían, esas oportunidades —como la 
inversión del excedente económico producido por las minas de salitre de Chile— se 
perdieron para siempre. La experiencia de Chile sugiere que la historia de la 
evolución del subdesarrollo en muchas partes del mundo fue —y todavía es— 
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probablemente jalonada por desaprovechamientos semejantes de las oportunidades 
de eliminar o reducir los sufrimientos creados por el subdesarrollo. 
 
B. LAS CONTRADICCIONES CAPITALISTAS EN AMÉRICA LATINA Y EN CHILE 
El proceso histórico de la expansión y desarrollo del capitalismo sobre la faz del 
globo creó toda una serie de relaciones metrópoli-satélite eslabonadas entre sí como 
la cadena de la apropiación del excedente que antes se mencionó, pero también en 
las más complejas y diversas formas que adelante se indicarán. No es este el lugar 
para inquirir acerca de los orígenes históricos, en la Europa medieval, del sistema 
capitalista que en siglos recientes se extendió desde allí a todos los rincones de la 
tierra, aunque tal pesquisa es importante sin duda pare comprender el carácter 
esencial del sistema capitalista-imperialista del mundo contemporáneo y los 
problemas de desarrollo y subdesarrollo económico que engendró y sigue 
engendrando. Tal vez baste observar que desde ciudades de Italia, como Venecia, y 
después de Iberia y del noroeste de Europa, se extendió una red comercial que en el 
siglo XV abarcó el mundo mediterráneo, partes del África subsahariana y las islas 
atlánticas adyacentes, las Indias occidentales, América y parte de las Indias 
orientales y de Asia en el siglo XVI, los otros abastecedores africanos del 
centralizado comercio de esclavos y la economía de la Europa occidental —y 
posteriormente de la América del norte también—, en los siglos XVI a XVIII, y el 
resto de África, Asia, Oceanía y la Europa oriental en las centurias siguientes, hasta 
que toda la faz del globo quedó incorporada en un solo sistema orgánico, 
mercantilista o mercantil-capitalista, y después también industrial y financiero, 
cuyo centro metropolitano se desarrolló en la Europa occidental primero y en la 
América del norte después, y cuyos satélites periféricos se subdesarrollaron en 
todos los demás continentes. 
Los indígenas y los negros de la América del norte evidentemente sufrieron la 
misma relación de dependencia, mientras que los inmigrantes blancos —pero no, 
naturalmente, la población indígena— de Oceanía y hasta cierto punto de África del 
sur puede decirse que en cierta medida quedaron incluidos en la metrópoli 
capitalista mundial. 
La América Latina se convirtió en un satélite o conjunto de satélites periféricos de la 
metrópoli ibérica y europea. En alianza con sus aprovechados monarcas, el capital 
mercantil español, el portugués, como también el italiano y el holandés, partiendo 
de la península ibérica en busca de rutas comerciales hacia las Indias y el oro, 
conquistaron algunas avanzadas en las Antillas y en la costa americana y las 
convirtieron en satélites comerciales suyos por medio de la guerra, la toma de 
esclavos, el pillaje, la creación de empresas de exportación minera y agrícola 
alimentada, por esclavos y, gradualmente, también por medio de las relaciones 
mercantiles. Estos satélites militares, productores y mercantiles de la metrópoli 
ibérica sirvieron luego de trampolines para la conquista y el establecimiento de 
nuevas avanzadas satélites en la tierra firme americana, las que a su vez se 
emplearon pare conquistar e incorporar a los que habían de convertirse en satélites 
continentales aún más distantes (en parte, de los satélites antes citados, que 
llegaron a ser sus metrópolis, y en parte de la metrópoli europea directamente). Así 
pues, al igual que otros pueblos y continentes, todo el continente latinoamericano y 
sus pueblos quedaron convertidos en una serie de constelaciones económicas 
menores, cada una con su propia metrópoli menor y sus propios satélites menores, 
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componiéndose éstos a su vez de todavía más metrópolis y satélites; pero todos 
ellos dependiendo directa o indirectamente del centro metropolitano europeo. Éste 
se trasladó primero a los Países Bajos y luego a Inglaterra (la cual se apropiaba del 
excedente hispanolusoamericano y de otros excedentes económicos para su propia 
acumulación de capital y su posterior industrialización), convirtiéndose así España 
y Portugal en satélites del centro metropolitano británico. 
Al principio, la metrópoli final de Chile fue España. El hecho de que la misma 
España se convirtiera luego en satélite de la Europa noroccidental, particularmente 
Inglaterra, influye en mi análisis; pero en un ensayo dedicado específicamente a 
Chile sólo necesito tener en cuenta ésta y otras transformaciones del sistema 
capitalista mundial en la medida en que influyen directamente en el proceso 
chileno. La estructura económica de Chile, tanto nacional como internacional, ha 
sido profundamente afectada, incluso determinada, por la estructura y las 
transformaciones del sistema capitalista mundial en su conjunto. Dentro de los 
límites de este ensayo debemos, sin embargo, tomar estos últimos cambios 
principalmente como "datos". Las mismas consideraciones valen, 
desgraciadamente, para laaparición y la desaparición de Lima como centro 
metropolitano también satélite dependiente de la metrópoli europea, y del cual Chile 
dependía más directamente. 
Chile llegó a tener su propia metrópoli en Santiago y en el puerto de Valparaíso. 
Expandiéndose desde este centro, los intereses mineros, agrícolas, mercantiles y 
estatales incorporaron al resto del territorio y del pueblo chilenos en la expansiva 
economía capitalista y los convirtieron en satélites periféricos de Santiago. En 
relación con el centro metropolitano nacional, podemos considerar como satélites 
periféricos a los centros mineros, los centros comerciales, los centros agrícolas y, a 
veces, los centros militares de la frontera. Pero éstos, a su vez, se convirtieron (a 
veces permanentemente) en metrópolis o micrometrópolis de sus respectivas 
regiones interiores, poblaciones, minas, valles agrícolas o latifundios todavía mas 
pequeños, que fueron a su vez micrometrópolis de sus periferias. 
Una de las tesis principales de este ensayo es que esta misma estructura se 
extiende desde el centro macrometropolitano del sistema capitalista mundial hasta 
los obreros agrícolas más supuestamente aislados, los cuales, mediante esta 
cadena de relaciones metrópoli-satélite están atados a la metrópoli mundial y, por 
ende, incorporados al sistema capitalista mundial en su conjunto. La naturaleza y 
el grado de estas ataduras difieren en tiempo y lugar, y estas diferencias producen 
disimilitudes importantes en las consecuencias económicas y políticas a que dan 
origen. Tales diferencias deben ser finalmente estudiadas caso por caso. Pero estas 
disparidades entre las relaciones y sus consecuencias no salvan su similaridad 
esencial, por cuanto todas ellas, en una u otra medida, se fundan en la explotación 
del satélite por la metrópoli o en la tendencia de la metrópoli a expropiar y hacer 
suyo el excedente económico del satélite. 
Son varias las relaciones metrópoli-satélite de este tipo. Tenemos, por ejemplo, la 
relación entre la fértil e irrigada tierra llana de un valle cultivable y la de las colinas 
que lo circundan, menos productivas agrícolamente o menos valiosas 
comercialmente; entre las tierras de la cabecera de un río, favorecidas por un 
sistema de irrigación gravitacional, y las tierras menos favorecidas de la parte baja 
del río; entre los latifundios y los minifundios que los rodean; entre la empresa 
latifundista manejada por su propietario o por un administrador y las empresas 
aparceras o arrendatarias que dependen de ella; incluso entre el campesino (o 
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empresa) arrendatario y los asalariados permanentes u ocasionales qua pueda 
emplear; y, por su puesto, entre cada serie de metrópolis y cada serie de satélites de 
una a otra parte de esta cadena. Fundamentalmente, las mismas relaciones operan 
entre la gran firma industrial (a menudo "moderna" o "eficiente") y las empresas 
más pequeñas que le suministran elementos para su proceso de fabricación, o 
productos para sus agencias de venta; entre los grandes comerciantes y financistas 
y los pequeños comerciantes y prestamistas, entre los comerciantes urbanos y los 
terratenientes traficantes y los pequeños productores o consumidores rurales que 
dependen de aquéllos para venderles sus productos o para setisfacer sus 
necesidades de producción, consumo, crédito y otras. 
Podemos apuntar sucintamente algunas de las condiciones de control monopólico 
relacionadas con la expropiación de los más por los menos que encontramos una y 
otra vez en nuestro examen de la historia chilena. Las fuentes del poder 
monopolista ejercido sobre el excedente económico chileno que se transfiere al 
extranjero son más evidentes, quizás, que las de sus semejantes nacionales. 
Aunque el producto principal de la exportación de Chile ha cambiado varias veces 
durante le historia del país, cada vez ha sido este sector exportador la fuente 
principal del excedente económico potencialmente invertible, y cada vez este sector 
exportador ha estado bajo el dominio de intereses extranjeros. Extranjeros han sido 
los propietarios de las minas que producían el excedente. Y cuando no eran los 
dueños de las minas o de la tierra que daban el producto de exportación, los 
extranjeros se apropiaban gran parte del excedente mediante el ejercicio de un 
poder de compra monopólico sobre el producto en cuestión, y el monopolio de su 
venta en otra parte. Por añadidura, los extranjeros han poseído o controlado una 
gran proporción de los almacenes, el transporte, los seguros y otros servicios 
relacionados con la exportación de la principal mercancía productora de plusvalía. 
En ocasiones los extranjeros han monopolizado o controlado el abastecimiento de 
los factores de producción que requería la mercancía exportable. Los extranjeros se 
han valido e menudo de su poder financiero y de su mayor integración mundial 
vertical u horizontal, de la industria de la que el producto chileno formaba parte. 
Similar posesión o control monopólico ha existido sobre otras industrias chilenas, 
además de la primaria de exportación. 
Por medio del monopolio colonial o del "librecambio" basado en la superioridad 
tecnológica y/o financiera, los extranjeros han disfrutado también a menudo de 
posiciones monopolistas, en la esfera de la exportación de mercancías a Chile. 
Estas relaciones de las empresas comerciales extranjeras con sus socios chilenos, 
de las que resulta la explotación de los últimos por las primeras, permitieron a los 
intereses extranjeros controlar a los diversos intereses chilenos, tanto en lo político 
como en lo económico. Cuando esta relación económica no fue suficiente para dar a 
los extranjeros el grado de control que deseaban, le completaron a menudo con la 
fuerza política y militar. 
En el plan nacional se dan formas análogas y de otro tipo de dominio monopolista, 
y de ellas resulta asimismo la expropiación del excedente económico producido por 
los más en los niveles inferiores, y su apropiación por los menos en los altos niveles 
de la economía nacional chilena. Siempre ha habido un grado mayor o menor de 
concentración monopolista de la propiedad y dominio de los principales medios de 
producción de la industria y de la agricultura, de los servicios de transporte y 
almacenamiento de los canales del comercio y, lo que probablemente es más 
importante, de la banca y otras instituciones financieras, así como también de las 
principales posiciones económicas, políticas, civiles, religiosas y militares de la 
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economía nacional y la sociedad chilena. En verdad, el grado de concentración 
monopolista, a lo largo de la historia de Chile y de otros países subdesarrollados, 
probablemente ha sido siempre mayor que en los países desarrollados, en épocas 
recientes. 
En nuestro análisis de la historia chilena hemos encontrado una y otra vez que los 
exportadores e importadores extranjeros o nacionales, así como otros grandes 
comerciantes y financistas, dominan y se apropian el capital de los comerciantes 
relativamente menores de la capital de la nación y los de las regiones. Estos 
últimos, a su ves, se alzan sobre los comerciantes, los productores y los 
consumidores, a quienes explotan directa o indirectamente gracias a nuevas series 
de relaciones en las que un capitalista aniquila a muchos. Aparte la más obvia 
expropiación de los productores por los poseedores del capital, podemos distinguir 
también otros tipos de apropiación, por uno o varios capitalistas, del capital y el 
excedente de muchos. Esta contradicción existe asimismo entre una empresa 
industrial o agrícola relativamente grande y sus productores agrícolas, quienes 
dependen de la oferta de parte de lo que consumen o de la demanda de parte de lo 
que producen, o necesitancapital, crédito, canales de venta, intervención política y 
otros servicios en general. Todas estas relaciones económicas dentro del sistema 
capitalista internacional, nacional, local y sectorial se caracterizan de manera típica 
por la contradicción expropiación-apropiación vinculada a los elementos 
monopolistas de las relaciones mismas y a la estructura o red económica que éstas 
forman en su conjunto. 
Cada una de estas relaciones o constelaciones metrópoli-satélite, cualesquiera sean 
los otros sentimientos o relaciones que puedan contener, se apoyan en una fuerte 
—y a la larga determinante— base económica comercial. Toda la red de relaciones 
metrópoli-satélite, o todo el universo de constelaciones económicas, surgió por 
razones esencialmente económicas y comerciales. Digamos lo que digamos de la 
metrópoli capitalista, primero comercial, luego industrial, después financiera, el 
carácter esencial de las relaciones metrópoli-satélite, en la periferia del sistema 
capitalista mundial, sigue siendo comercial, por más "feudales" o personales que 
parezcan estas relaciones. Es a través de estos nexos económicos y también, por 
supuesto, de los nexos políticos, sociales y culturales, que el asalariado ocasional 
se vincula, en la mayoría de lo casos de hecho, con el campesino arrendatario que 
lo emplea (o, con más frecuencia, directamente con el dueño de la tierra), el 
arrendatario con el terrateniente y con el comerciante (o ambas cosas), que está a 
su vez relacionado con el mayorista de la metrópoli comercial (o a veces a un gran 
comerciante nacional o internacional), que tiene vinculaciones con la metrópoli 
nacional industrial, financiera, comercial e importadora, finalmente vinculada con 
el centro mundial, de modo que el último miembro y el más "aislado" se conecta con 
la cúspide capitalista mundial. 
Cada una de estas relaciones entre satélite y metrópoli es, en general, un cauce a 
través del cual el centro se apropia de una parte del excedente económico de los 
satélites. De este modo, aunque en parte es expropiado en cada peldaño de la 
escalera, el excedente económico de cada uno de los satélites menores y mayores 
gravita hacia el centro metropolitano del mundo capitalista. 
 
C. AMÉRICA LATINA, COLONIAL Y CAPITALISTA 
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Las tres contradicciones del capitalismo, la expropiación-apropiación del excedente, 
la estructura centro metropolitano-satélite periférico y la continuidad en el cambio, 
hicieron su aparición en América Latina en el siglo XVI y desde entonces han 
caracterizado a este continente. 
América Latina fue conquistada y su pueblo colonizado por la metrópoli europea 
para expropiar el excedente económico de los trabajadores del satélite y 
apropiárselo para su acumulación de capital, iniciando con ello el presente 
subdesarrollo del satélite y el desarrollo económico de la metrópoli. La relación 
capitalista metrópoli-satélite entre Europa y América Latina fue establecida por la 
fuerza de las armas. Y por esta misma fuerza, así como por la fuerza de la creciente 
vinculación económica y de otro tipo, se ha mantenido esta relación hasta hoy. Las 
principales transformaciones ocurridas en América Latina en los cuatro últimos 
siglos han sido producto de sus respuestas a las influencias económicas, políticas y 
otras que, o bien partieron de la metrópoli, o bien surgieron de la estructura 
metrópoli-satélite. Excepto en la Cuba postrevolucionaria, todos estos cambios no 
han alterado las esencias de esa estructura. 
Marx observó que "la historia moderna del capital comienza con la creación, en el 
siglo XVI, de un comercio y un mercado mundialmente expansivos". (Marx, I:146.) 
Después de Marx, la contradicción capitalista de la expropiación-apropiación fue 
subrayada, entre otros, por Werner Sombart y Henri Sée. Este último escribe en su 
Orígenes del capitalismo moderno: 
Las relaciones internacionales constituyen el fenómeno principal que uno 
encuentra cuando trata de comprender la causa de la acumulación primaria del 
capital (...). La más fecunda fuente del capitalismo moderno se halla, sin duda, en 
los grandes descubrimientos marítimos (...). Los orígenes del comercio colonial 
consisten ante todo, como dice Sombart, en la expropiación de los pueblos 
primitivos, incapaces de defenderse contra los ejércitos invasores. Mediante 
verdaderos actos de piratería, los mercaderes europeos obtuvieron enormes 
ganancias (...). No menos lucrativas fueron las prácticas de trabajo forzoso que Ios 
europeos exigieron de los aborígenes de las colonias (...) y de los negros importados 
de África por los tratantes de esclavos, comercio criminal éste, pero que creó, no 
obstante, enormes riquezas (...). Debemos reconocer que esta fue una de las fuentes 
(...) del capitalismo. (Sée, 1961: 26, 40.) 
La conquista y la incorporación a la estructura metrópoli-satélite del capitalismo 
fueron más rápidas y llegaron más lejos en la América Latina que en otras partes. 
¿Razones? El oro, el azúcar y la expropiación de ambos a los satélites 
latinoamericanos y su apropiación por la metrópoli europea y, más tarde, también 
por la norteamericana. Así, Sergio Bagú escribe en su clásico Economía de la 
sociedad colonial-Ensayo de Historia comparada de América Latina: 
"La revolución comercial, que se inicia en el siglo XV, al multiplicar el capital 
mercantil y estimular su vocación internacionalista, vinculó la suerte de un país 
con la de otro, intensificando su interdependencia económica". "La economía que 
las metrópolis ibéricas organizaron en América fue de incuestionable índole 
colonial, en función del mercado centro-occidental europeo. El propósito que animó 
a los productores luso-hispanos en el nuevo continente tuvo el mismo carácter. No 
fue feudalísmo Io que apareció en América en el período que estudiamos, sino 
capitalismo colonial... Iberoamérica nace para integrar el ciclo feudal". "Si alguna 
característica bien definida e incuestionable podemos encontrar en la economía 
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colonial es la de la producción para el mercado. Desde los primeros tiempos del 
régimen hasta sus últimos días, ella condiciona toda la actividad productiva"... "Es 
así como las corrientes que entonces predominaban en el mercado internacional 
europeo constituyen elementos condicionantes de primera importancia en la 
estructuración de la economía colonial. Esto es, por otra parte característico de 
todas las economías coloniales, cuya subordinación al mercado extranjero ha sido y 
sigue siendo el principal factor de deformación y aletargamiento". 
La penetración capitalista, además de convertir a la América Latina en satélite de 
Europa, introdujo pronto en ella esencialmente la misma estructura metrópoli-
satélite que caracterizaba las relaciones latinoamericanas con Europa. El sector que 
explotaba las minas y exportaba los minerales fue el alma de la economía colonial, y 
aunque nunca dejó de ser un satélite de la metrópoli europea se convirtió en todas 
partes en un centro metropolitano del resto de la economía y la sociedad nacional. 
Surgió o se creó una serie de sectores y regiones satélites pera abastecer a las 
minas de madera y de combustible, a los mineros de comida y ropa, y a los ociosos 
dueños de minas, comerciantes, funcionarios, clérigos, militares y gorrones, de la 
parte de los elementos de su vida parasitaria que no importaban de la metrópoli con 
el producto del trabajo forzoso indígena e importado. Creció de este modo una 
economía ganadera, triguera y textil que no era menos comercial y sí más 
dependiente que la economía minera misma. 
El ganado, que entonces era una fuente de bienes de consumo y exportación mucho 
más importante que ahora, y el trigo, renglón principal de la hacienda española, se 
produjerondesde el principio en grandes haciendas que españoles y criollos 
poseían y administraban. Los primeros trabajadores fueron, por fuerza, esclavos, 
después indígenes encomendados o sujetos a la mita; más tarde brazos alquilados, 
obligados a la servidumbre por deudas o por diversos contratos de aparcería que 
aseguraban su permanente disponibilidad. La tierra, al principio en gran parte 
inútil para los españoles, pero después progresivamente buscada y más valiosa a 
medida que el valor comercial de sus productos aumentaba, se adquiría por 
merced, por conquista, por expulsión de los indígenas de sus tierras comunales, y 
posteriormente de los mestizos y hasta de los pobladores blancos de sus predios, 
ocupándose primero la tierra secuestrada y legalizándose después la ocupación 
mediante soborno y falsificación de documentos, a menudo mediante compra o 
embargo por deudas del propietario anterior, o por diversos medios fraudulentos, 
pero nunca, debe observarse, por encomienda, pues ésta sólo otorgaba derechos 
sobre los indígenas y no sobre la tierra. 
Los monarcas sólo concedían tierras a quienes se hacían acreedores a ello por vivir 
en la capital de la colonia o de la provincia. A menudo los propietarios de tierra no 
se distinguían de los poseedores de derechos exclusivos sobre el comercio 
internacional o interior, la explotación de minas, los medios de transporte, el capital 
usurario, los empleos civiles y religiosos y otras fuentes de privilegios. 
La propiedad privada surge, pues, en circunstancias favorables para que cambie de 
manos; sus títulos se heredan, se negocian, se transfieren por compraventa; los 
compradores surgen entre Ios funcionarios (cuyos buenos sueldos les permiten 
disponer de dinero, tan escaso entonces) y entre quienes han logrado enriquecerse 
con rapidez gracias al comercio y, sobre todo, a las minas de oro y plata. Es lógico, 
por tanto, que encomenderos funcionarios fuesen los primeros propietarios rurales 
e iniciaran un lento proceso de acumulación de tierras que alcanzará su apogeo en 
el siglo XVII (Céspedes, 1957): III, 414). 
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Fue el nexo monetario y la dura realidad económica en que se apoyaba, y no 
principalmente las tradiciones, los principios o las relaciones sociales aristocráticas 
o feudales, lo que rigió en América Latina desde el comienzo. Y fue la concentración 
estructural de la propiedad, del predominio y del capital la que también concentró 
la tierra, los brazos encomendados, el comercio, las finanzas y los empleos civiles, 
religiosos y militares en unas pocas manos¹. El poder del capital monopolista 
predominó desde el principio y continúa predominando. La sede geográfica, 
económica, política y social de esta apropiación y acumulación monopolista de 
capital fue, por supuesto, la ciudad y no el campo, por mucho que éste haya sido la 
fuente de la riqueza. 
La ciudad colonial vino a ser el centro metropolitano interior predominante, y el 
campo el satélite periférico dependiente. Al mismo tiempo, el dominio y la aptitud 
para el desarrollo económico de la ciudad latinoamericana fueron coartados desde 
el principio, pero no por su región satélite o alguna supuesta estructura feudal de 
aquélla (antes bien, la estructura del campo fue y sigue siendo la fuente principal 
del desarrollo económico urbano), sino por su propia condición de satélite de la 
metrópoli mundial extranjera. En cuatrocientos años ninguna metrópoli 
latinoamericana ha superado esta limitación estructural de su desarrollo 
económico. Un investigador de la América Central observa: 
"La posición privilegiada de la ciudad tiene su origen en la época colonial. Fue 
fundada por el conquistador para cumplir las mismas funciones que todavía 
cumple en la actualidad: las de incorporar al indígena en la economía traída y 
desarrollada por ese conquistador y sus descendientes. La ciudad regional era un 
instrumento de conquista y es aún en la actualidad de dominación". (Stavenhagen, 
1963: 81.) 
De dominación, empero, no sólo de su propio grupo gobernante sino también de la 
metrópoli imperialista, cuyo instrumento es la ciudad latinoamericana, con su 
disperso sector terciario "de servicios". 
Una vez introducidas en la América Latina, en los niveles internacional y nacional, 
las contradicciones capitalistas de la polarización y la expropiación-apropiación, 
sus consecuencias necesarias, esto es, desarrollo limitado o subdesarrollo en las 
metrópolis del continente y desarrollo del subdesarrollo estructural, lejos de 
retardar su aparición varios siglos, hasta después de la revolución industrial 
inglesa, como con tanta frecuencia se sugiere, comenzaron a generarse y brotar 
desde luego. Bajo el subtítulo de "Dinámica de las economías coloniales", Aldo 
Ferrer confirma nuestra tesis en La economía argentina, las etapas de su desarrollo 
y problemas actuales: 
"Si se pretende determinar cuáles fueron las actividades económicas dinámicas en 
la economía colonial, deben recordarse las características de la economía de la 
época y se concluye qua fueron aquellas estrechamente ligadas al comercio exterior. 
La minería, los cultivos tropicales, las pesquerías, la caza y la explotación forestal, 
dedicadas fundamentalmente a la exportación fueron las actividades expansivas 
que atrajeron capital y mano de obra. En estos casos, (economías coloniales) la 
producción se realizaba generalmente en unidades productivas de gran escala, 
sobre la base de trabajo servil. Los grupos de propietarios y comerciantes 
vinculados a las actividades exportadoras eran, lógicamente, los de más altos 
ingresos, conjuntamente con los altos funcionarios de la Corona y del clero (que 
muchas veces consiguieron sus puestos por la compra de los mismos). Estos 
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sectores constituían la demanda dentro de la economía colonial y eran los únicos 
sectores en condiciones de acumular. Forzando el concepto, constituían al mismo 
tiempo el mercado interno colonial y la fuente de acumulación de capital. 
En estas condiciones, al mismo tiempo que el sector exportador era muy poco 
diversificado, la composición de la demanda tampoco favorecía la diversificación de 
la estructura productiva interna. Cuanto más se concentraba la riqueza en un 
pequeño grupo de propietarios, comerciantes e influyentes políticos, mayor fue la 
propensión de adquirir los bienes manufacturados de consumo y durables 
(consistentes en buena proporción de bienes suntuarios de difícil o imposible 
producción interna) en el exterior, y menor fue la proporción del ingreso total de la 
comunidad gastado internamente... El sector exportador no permitía, pues, la 
transformación del sistema en su conjunto, y una vez que la actividad exportadora 
desaparecía, como ocurrió con la producción azucarera del noreste del Brasil ante 
la competencia de la producción antillana, el sistema en su conjunto se 
desintegraba y la fuerza de trabajo volvía a actividades de neto carácter de 
subsistencia. Independientemente de las restricciones que las autoridades solían 
imponer sobre las actividades que dentro de las colonias competían con las 
metropolitanas, poca duda cabe que tanto la estructura del sector exportador como 
la concentración de la riqueza constituyeron obstáculos básicos para la 
diversificación de la estructura productiva interna, la elevación consecuente de los 
niveles técnicos y culturales de la población y el surgimiento de grupos sociales 
vinculados a la evolución del mercado interno y a la busqueda de líneas de 
exportación no controladas por la potencia metropolitana. Este chato horizonte del 
desarrollo económico y social explica buena parte de la experiencia del mundo 
colonial americano y, notoriamente, de las posesiones hispano-portugueses". 
(Ferrer, 1963: 31-32).Poniendo en mis propios términos las observaciones y el análisis de Ferrer, se 
puede observar cómo el establecimiento de la estructura metrópoli-satélite entre 
Europa y las colonias latinoamericanas, y dentro de estas mismas, sirvió para 
fomentar desde luego un desarrollo limitado o subdesarrollo en la metrópoli colonial 
(nacional después) y un subdesarrollo estructural en los satélites periféricos de 
estas metrópolis coloniales. Bagu y Ferrer observan que la exportación del 
excedente económico de las colonias fue la causa y la fuerza motriz que las llevó a 
ser partes integrantes del expansivo sistema capitalista mundial. Como anota 
Ferrer explícitamente, el sector dinámico de las colonias o satélites fue el de la 
exportación, es decir, la metrópoli interior. Desde el principio mismo, esta metrópoli 
interior y más tarde nacional expropió el excedente económico de sus satélites 
periféricos y, sirviéndose de esta metrópoli interior como instrumento de 
expropiación, la metrópoli mundial se apropió a su vez de gran parte de ese mismo 
excedente económico. Algo de este excedente económico de las periferias 
provinciales quedó, por supuesto, en las diversas metrópolis latinoamericanas. Es 
decir, como señala Ferrer, el producto interno se concentró allí, como también, en 
consecuencia, la actitud nacional para el consumo y la inversión o la acumulación. 
Pero la misma estructura metrópoli-satélite, cuyo desarrollo, en primer lugar, dio 
existencia a la América Latina que conocemos, creó y sigue creando en estas 
metrópolis latinoamericanas (quizás aún más ahora) intereses que indujeron a sus 
grupos dirigentes a satisfacer por medio de importaciones gran parte de su 
concentrada demanda de consumo. 
Esta estructura conspiró también contra la inversión por aquéllos del excedente 
económico apropiado de sus compatriotas, en fábricas para su propio consumo o 
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para la exportación, y mucho menos, por supuesto, para el consumo de los 
expropiados. Las consecuencias de la estructura metrópoli-satélite del capitalismo 
internacional sobre la estructura y el proceso capitalista nacional no se resumen 
únicamente, por tanto, en la apropiación por la metrópoli mundial del excedente de 
los centros nacionales, que además de ser satélites de aquélla son metrópolis de 
sus respectivos satélites periféricos, de cuyo excedente económico se apropian a su 
vez. Los efectos del capitalismo mundial y nacional calan más hondo y conducen a 
la orientación errónea y el mal empleo hasta del excedente que queda a disposición 
del satélite. 
Esta ha sido, pues, la regla del desarrollo económico y, simultáneamente, del 
subdesarrollo a lo largo de la secular historia del capitalismo. Si los grupos 
gobernantes de los países satélites han encontrado provechoso, de vez en cuando, 
adoptar un grado relativamente mayor de industrialización y desarrollo autónomos, 
como ocurrió en el siglo XVII y varias veces después, no fue porque hubiese 
cambiado la estructura esencial del sistema capitalista mundial sino únicamente 
porque el grado de dependencia de las metrópolis mundiales había menguado 
temporalmente, debido al accidentado desarrollo del belicoso sistema capitalista 
mundial. Durante las depresiones y las guerras, el desarrollo industrial y 
económico de los satélites latinoamericanos tomó impulso, sólo para ser cercenado 
de nuevo o reencauzado en el subdesarrollo por la subsiguiente recuperación y 
expansión de la metrópoli, o por el restablecimiento de la integración activa de ésta 
con sus satélites. 
Vale decir que en el conjunto de América Latina, las tres contradicciones del 
capitalismo hicieron su aparición desde el principio y comenzaron a ejercer sus 
inevitables efectos. A despecho de todas las transformaciones económicas, políticas, 
sociales y culturales por las que han pasado la América Latina y Chile desde el 
período inmediatamente posterior a la Conquista, han retenido los elementos de la 
estructura capitalista que la colonización implantó en ellas. La América Latina, lejos 
de haber superado recientemente o de no haber superado aún el feudalismo (que, 
en realidad, nunca conoció), o de haber tomado hace poco un papel activo en el 
teatro del mundo, inició su vida y su historia posterior a la Conquista como parte 
integrante y explotada del desarrollo capitalista mundial. Eso explica su 
subdesarrollo de hoy. 
 
1. Eduardo Arcila Farías escribe en El régimen de la encomienda en Venezuela 
(1957: 307): 
"La encomienda y la propiedad territorial en América son instituciones que no 
tienen entre sí ninguna relación. Entre los institucionalistas no existe confusión 
alguna al respecto, y los historiadores especializados han puesto cada cosa en su 
sitio. En realidad no se justifica el hacer aquí esta aclaración sobre una materia 
muy clara, sino en razón del desconocimiento que existe en Venezuela tanto sobre 
la encomienda como sobre los orígenes de la propiedad territorial, sobre los cuales 
no se ha intentado aún estudio alguno. 
"A menudo muchas personas que escriben sobre historia en nuestro país 
confunden ambos términos y atribuyen los orígenes de la propiedad a Ia 
encomienda". 
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Silvio Zavala, en su New Viewpoints on the Spanish Colonization of America (1943: 
80, 84), dice así : "La idea más generalmente aceptada al respecto de la encomienda 
es que las tierras y los indios fueron repartidos entre los españoles desde los 
primeros días de la Conquista [...]. Pero esta noción de que las encomiendas fueron 
el verdadero origen de la hacienda está expuesta a seria duda, a la luz de la historia 
de la tierra tanto como a la del pueblo [...]. En resumen podemos decir que la 
propiedad del suelo en Nueva España no era conferida mediante encomiendas. 
Dentro de los límites de una sola encomienda podían encontrarse tierras 
pertenecientes a indios individualmente, tierras poseídas colectivamente por las 
aldeas, tierras de la Corona, tierras adquiridas por el encomendero mediante una 
concesión diferente de la encomienda o relacionada con su derecho al pago de 
contribuciones en productos agrícolas, y, por último, tierras otorgadas a otros 
españoles, aparte el encomendero. Lo anterior demuestra que la encomienda no 
puede haber sido el antecedente directo de la hacienda moderna, porque no daba 
verdaderos derechos de propiedad [...]. En Chile, en cierto caso, el encomendero de 
una aldea despoblada, lejos de pretender que las tierras abandonadas le 
pertenecían por virtud de su encomienda original, acudió a las autoridades reales 
para que le diesen el derecho a ellas mediante una nueva y diferente concesión". 
De las funciones capitalistas de la encomienda se trata en el capítulo sobre el 
"problema indígena", y los orígenes capitalistas de la propiedad de la tierra se 
examinan más adelante en este mismo capítulo. 
 
D. EL CAPITALISMO DEL SIGLO XVI EN CHILE: COLONIZACIÓN DE UN 
SATÉLITE 
Las mismas contradicciones capitalistas comenzaron a determinar el destino de 
Chile en el siglo XVI. Ya desde el comienzo de su existencia colonial Chile ha tenido 
una economía basada en le exportación. La estructura económica, política y social 
de Chile fue siempre determinada —y sigue siéndolo— en primer lugar por la 
realidad y la naturaleza específica de su participación en el sistema capitalista 
mundial y por la influencia de este sistema en todos los aspectos de la vida chilena. 
Mi tesis, desde luego, no es compatible con la imagen generalmente aceptada que 
presenta al Chile de ayer y aun al de hoy como una economía y sociedad 
"autárquica" o "feudal", "cenada" y "reclusa". Pero es compatible con la realidad 
histórica y contemporánea de Chile. 
Es muy característico el hecho de que Chile iniciara su existencia colonialcomo 
exportador de oro. Pero sus minas (en Chile, lavaderos en la superficie) no eran 
muy ricas ni duraron mucho. Su explotación formal comenzó por el año de 1550 y 
su producción decayó rápidamente después de 1580. Empero, a diferencia de las 
colonias continentales españolas, aunque no, quizás, de Guatemala, ya en esa 
época Chile exportaba un producto de su país: el sebo de sus reses. Por cierto, el 
más atento estudioso de esa época chilena cree que el valor de las exportaciones de 
oro de Chile no excedió en ningún momento el de las de sebo (información personal 
de Mario Góngora). El grueso de las exportaciones de sebo chilenas iba ya entonces 
a Lima, el más cercano centro comercial grande del imperio colonial, y no a la 
metrópoli europea. AI mismo tiempo, la cría de ganado para venta y consumo local 
y la producción de lana para telas con que vestir a mineros, soldados y otros 
formaron la base de una creciente economía comercial, dependiente e interior. 
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Pocos años después de la muerte de Valdivia ya existe un pequeño intercambio con 
el virreinato; dice Ross que en 1575 ya menciona la historia un cargamento de 400 
fanegas de trigo que se exportaba a Lima por el Maule. Este comercio se mantuvo 
por vía marítima desde entonces, y más de una vez fue estimulado por las medidas 
oficiales: en 1592, por ejemplo, Hurtado de Mendoza suprimió en forma eventual los 
derechos de alcabala de la exportación de Chile al Perú. El intercambio era 
interrumpido transitoriamente de cuando en cuando por los corsarios que siguieron 
a Drake después de 1568, y con posterioridad fue alterado de un modo artificial por 
los intereses monopolistas. Al finalizar el siglo XVI la influencia del encomendero 
sobre la tierra, y las mercedes que se conceden, han echado las bases de una gran 
propiedad territorial que va a imprimir una especial fisonomía a la vida agrícola; lo 
propio ocurre con la encomienda indígena respecto de la mano de obra rural. Es el 
momento en que se impone la economía pastoril y pierden importancia los 
lavaderos de oro, pero la larga transformación que ahí se inicia, a juicio del profesor 
Jean Borde, viene a culminar sólo en el siglo XVIII; y es en relación, sin duda, con 
el auge del trigo que dicha evolución converge a la lenta definición de un nuevo tipo 
de mano de obra y de estructura agraria, el inquilinaje, que constituye hasta la 
actualidad el elemento característico de toda la vida rural del Chile central. 
Historiadores como Vicuña Mackenna y Barros Arana, al referirse a este momento 
de transición en la economía colonial, han insistido quizás demasiado en su 
carácter de subsistencia y en el escaso auge alcanzado por el comercio de los frutos 
de la tierra. Nosotros creemos que este comercio se inició tempranamente, y tuvo 
algún significado, puesto que sacando ventajas de las condiciones de clima, el 
retorno chileno a las mercaderías españolas provenientes del Perú, pasó pronto del 
oro primitivo a los productos agrícolas y al sebo. No tiene otra explicación que los 
corsarios capturaron barcos repletos de mercaderías que iban hacia el Perú, y que 
españoles de empresa como Juan Jofré y Antonio Núñez de Fonseca poseyeran 
navíos dedicados a la navegación comercial y permanente con el virreinato... 
Existe más de un motivo para pensar que la producción agrícola excedía, al explicar 
el primer siglo de la Colonia, las necesidades del consumo; así lo evidencia un 
informe ordenado por García Ramón, en 1600, al decir, tal vez con algo de 
exageración, que la producción agrícola del reino podía abastecer a cincuenta 
ciudades mayores que la capital... Múltiples son los testimonios que dan cuenta de 
la relación comercial con el Perú y de los mayores ingresos de una población en 
aumento; así, por ejemplo, el corsario holandés Oliverio de Noort que estuvo en 
Valparaíso en 1600, enumera las mercaderías encontradas en uno de los barcos 
que hacían este comercio pionero, en el cual ya se evidencia un dominio de los 
productos de origen animal sobre los propiamente agrícolas; es la característica del 
siglo del sebo. Idéntica opinión se encuentra en las informaciones proporcionadas 
por el padre Ovalle, cuando dice que fuera de 20.000 qq. de sebo que quedaba en el 
país, todo lo demás se repartía por el Perú. Sin embargo, la producción agrícola 
propiamente tal, ocupaba un lugar secundario (Sepúlveda, 1959: 13-15). 
Documentos contemporáneos confirman el reciente juicio de Sepúlveda e iluminan 
más la estructura monopolista del comercio exterior e interior del siglo XVI y el 
empleo que se hacía del excedente económico generado y concentrado por esa 
estructura. En 1583, el Cabildo de Santiago resolvió que "por cuanto hay gran falta 
en esta ciudad de candelas y sebo para ellas, y si se diese lugar a que se saque para 
el Perú, como al presente se dice que lo envían algunas personas, esta ciudad 
quedaría muy desproveída, y para que se ponga remedio en lo susodicho, mandaron 
a que se apregone públicamente que ninguna persona lleve a embarcar ningún sebo 
 29
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ni velas sin licencia de este Cabildo, so pena que lo tenga perdido, aplicado para 
propios de esta ciudad". (Alemparte, 1924: 21). 
Cien años después, en 1693, el Cabildo de Santiago ordenaba "que ninguna 
persona saque de esta ciudad, de cualquier calidad que sea, para el puerto de 
Valparaíso ni otros de estas costas... trigo, harina, ni bizcocho, so pena de cien 
pesos y perdido cualquiera de los géneros referidos y las mulas en que se 
condujiere". (Alemparte, 1924: 22). 
"Somos informados y se ha visto por experiencia que cuando hay falta de 
mercaderías, algunas personas procuran recoger todas las que hay de aquel género, 
para efecto que solamente se hallen en su poder, para venderlas a los precios que él 
quisiere, con lo cual se sigue notable daño a la república". (Alemparte, 1924: 12). 
Alemparte habla de cientos de ejemplos en las actas municipales de tales faltas 
artificialmente creadas, de especulación interior y de exportación, cuando esta 
última, en detrimento de la población local, resultaba aún más provechosa, y de 
ordenanzas municipales destinadas a reprimir tales prácticas. Alemparte añade que 
"es cierto que la revisión completa de estos documentos muestran como fueron 
violadas frecuentemente estas ordenanzas; pero no deberíamos sorprendernos de 
ello, puesto que los regidores de la ciudad y los hacendados —como ya 
observamos— eran los mismos". Aunque Alemparte sugiere que estas regulaciones 
eran compatibles con las costumbres económicas y morales de la época, las actas 
del Cabildo de mayo de 1695 dan de ellas una razón más esclarecedora: sin ellas, 
"pereciera una república por voluntad de codicia o se diera lugar a un motín, que 
fuera de peor consecuencia". (Alemparte, 1924: 19, 21, 24). 
Las ordenanzas de la época, particularmente en sus esfuerzos por imponer 
restricciones y prohibiciones, revelan mucho acerca del empleo que se daba al 
excedente económico generado en forma tan monopolística: "En los años que siguen 
[1558], el lujo va en aumento y el color negro —implantado por el sombrío Felipe— 
pasa también a Chile... en 1559 vemos figurar en un inventario «treinta barras de 
damasco de la China, dos libras y una de seda de la China... veinte barras y cuarta 
de franjas de oro... un vestido de mujer argentado»...." (Alemparte, 1924: 64). El 23 
de octubre de 1631 el Cabildo de Santiago, en reunión con "ciertos individuos 
privados de esta ciudad, para tratar de la reforma del vestido", ordenó como sigue: 
"El 23 de octubre de 1631 el Cabildo de Santiago, reunido junto con algunas 
personas particulares de esta ciudad, para ver la reformación de los trajes", dictó 
las ordenanzas siguientes: I, "que ninguna persona, hombre o mujer,de ningún 
estado o calidad que sea, puede vestirse enteramente de tela rica, de oro y plata, ni 
de seda, ni traer jubones, ni mangas de dicha tela, ni lana de oro y plata, ni más 
guarniciones en los vestidos que la que en las ordenanzas siguientes se dispondrá", 
bajo serias penas... Octava: que "ningún indio ni india, de cualquier nación que 
sea, negro o negra, mulato o mulata, puedan vestirse más que a su uso de ropa de 
la tierra, o cuando mucho de paño de la tierra ...", décima cuarta: "que los vecinos y 
moradores, con gastos superfluos e inexcusados [no se arruinen] mandamos que en 
todas las cosas que se ofrecieren y hubieren de hacer, guarden y cumplan en gasto 
y orden muy moderado, sin exceder de una modestia justa, y que las autoridades 
corrijan y castiguen cualquier exceso, lo mismo que a los inventores de gastos 
nuevos e intrusos". (Alemparte, 1924: 66). 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
Alemparte observa, indudablemente con razón y con evidente importancia, para la 
tesis que en este ensayo se expone: 
"Es útil agregar que estas disposiciones contra el lujo fueron dictadas no por 
razones morales o religiosas —como pudiera creerse, a primera vista— sino por 
motivos económicos, según se establece en su parte expositiva. Pues la ruina de los 
particulares, causada por los "costosísimos trajes, que cada día se varían... 
enflaquece las repúblicas, desustanciándolas del dinero... sangre y nervios que las 
conservan". (Alemparte, 1924: 68). 
En términos de hoy, el gobierno se preocupaba por la balanza de pagos y el drenaje 
de divisas del país y de recursos locales (el excedente) que las importaciones de este 
sector monopolista representaban entonces no menos que hoy. 
 
E. EL CAPITALISMO DEL SIGLO XVII EN CHILE: DESARROLLO CAPITALISTA 
"CLÁSICO" 
Los acontecimientos del siglo XVII esclarecen aún más cómo la participación de 
Chile en el sistema capitalista mundial determinó no sólo la estructura interna de 
su economía y sociedad sino también sus instituciones económicas y sociales, sus 
transformaciones y, en verdad, la historia económicosocial de todo Chile. De una 
parte, son los ciclos económicos y las influencias generadas por el desarrollo del 
capitalismo en el mundo los que determinan en gran parte el relativo aislamiento 
económico y espacial de Chile respecto de su metrópoli (era pobre en minas y se 
hallaba al final de un larguísimo viaje desde España, a través del istmo de Panamá), 
aislamiento que debilitó los lazos entre metrópoli y satélite y permitió a Chile un 
grado de independencia y, por ende, de desarrollo económico potencial y real mayor 
que el que otras colonias pudieron lograr. Por otra parte, fue el debilitamiento 
temporal o cíclico de estas eficaces relaciones entre metrópoli y satélite, como 
resultado de una guerra o una depresión en la metrópoli, lo que permitió a los 
satélites, entonces como ahora, una oportunidad igualmente temporal de iniciar 
instituciones y medidas capitalistas que promueven el desarrollo económico, en 
tanto no las revierta de nuevo el cese del alivio momentáneo de la hegemonía 
metropolitana. 
El siglo XVII puso a Chile y a otras partes de América Latina en tales 
circunstancias. Las influencias económicas generadas por el desarrollo del 
capitalismo mundial introdujeron cambios de mucho alcance en las instituciones y 
en el nivel de producción agrícola y fabril de América Latina, los cuales han sido 
documentados en cuanto a México y a Chile. Como la mayoría de las otras partes 
del imperio colonial español, incluyendo a la metrópoli misma, Chile presenció 
durante el siglo XVII un notable descenso del suministro de brazos indígenas y de 
la productividad de su economía minera. Sus resultados fueron análogos a los que 
respecto de México estudiaron detalladamente Chevalier, Borah y Kubler. La 
decadencia del poder de la oligarquía doméstica para comprar bienes 
metropolitanos, originada en el descenso de la producción de oro, causado a su vez 
por el menor rendimiento de las minas y el menor suministro de brazos, resultado, 
esto último, de la decadencia de la población indígena inducida por la Conquista, 
así como también la baja de la demanda metropolitana de bienes coloniales y la del 
suministro de bienes metropolitanos, derivada de la "depresión" que en el siglo XVII 
 31
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sufrieron España y Europa, se combinaron para aislar un tanto de la metrópoli a 
Chile y a otras colonias. 
Existe cierto desacuerdo acerca de las consecuencias precisas de esos factores en 
México, Chile y, en otras partes, especialmente en el Perú. Pero se puede decir con 
certeza que, al igual que en el nordeste brasileño, a cuya declinante economía 
azucarera se refirió Ferrer, el peso del impacto desfavorable cayó sobre los estratos 
más bajos —indígenas y mestizos— de la sociedad colonial. A causa de la reducción 
del suministro de trabajadores, se concibieron nuevos medios institucionales, a 
menudo más onerosos, para forzar a las capas inferiores a dar su trabajo a la 
oligarquía española y criolla. Aunque algunos criollos sucumbieron, sin duda, 
durante la larga crisis de todo el siglo, otros capearon la tormenta, pasando cada 
vez más de la minería a la cría de ganado, a la producción de trigo (y, en México, de 
otros comestibles de que la población blanca se abastecía anteriormente mediante 
los pequeños y numerosos cultivos de los indios), de telas y otros bienes de 
consumo, para reemplazar los abastecimientos relativamente menores que venían 
de la metrópoli. Como señalan Chevalier, Borah, Góngora y Zavala, el siglo XVII, por 
ende, si no dio a luz a la hacienda la vio crecer en número, en tamaño, en 
diversificación interior y en importancia general. El auge de la hacienda, debe 
destacarse, no se debió a la encomienda ni, mucho menos, a instituciones feudales 
que Ios españoles pudieran haber traído consigo en el siglo XVI. La hacienda de 
Chile y de toda la América Latina, así como la estructura de la explotación agrícola, 
deben atribuirse a la difusión y desarrollo del capitalismo mercantil en el mundo en 
general y en Chile y América Latina en particular. 
"A partir del gran incremento del valor comercial de Ios productos ganaderos, hacia 
1595, ya la distribución de tierras empieza a abarcar todo el valle del Puangue, 
cerca de Santiago]"... "Tampoco existía una jerarquía aristocrática de familia... La 
clase dirigente es aún muy fluida, pesan fuertemente la riqueza y la posición 
personal... La utilización fundamental del trabajo indígena es, hasta cerca de 1580, 
la minería... Los encomenderos sacuden sus obligaciones militares; por otra parte, 
compensan la disminución de la minería por el incremento de la riqueza ganadera, 
que empieza a valorizarse en el mercado... Los comerciantes importadores formaban 
el núcleo más poderoso de la clase jurídica de los moradores (es decir, de los 
vecinos con casa establecida en las ciudades, y con pleno derecho a participar en la 
vida comunal, pero no dotados de encomienda). 
Los importantes mercaderes que obtienen mercedes en Puangue, adquieren otras 
aun mayores... El poder económico de estos mercaderes parece haber sido 
considerable. El motor principal de la acumulación de tierras es, evidentemente, el 
interés mercantil por Ios productos ganaderos y agrícolas. La economía ganadera 
chilena se constituye desde el comienzo en grandes explotaciones. La frecuencia de 
estos remates indica que no son accidentes aislados en la historia de algunas 
fortunas familiares. Debe tratarse de un resultado de las frecuentes oscilaciones del 
sebo, cordobanes y trigo en el mercado limeño y santiaguino, que constituye un 
rasgo característico de la economía chilena. (Góngora, 1960: 43-44, 49-50, 57, 62). 
Podemos cerrar nuestro examen del Chile colonial del sigloXVII con las 
observaciones de un contemporáneo: 
"Lo que logra en aquel país la industria humana, consiste principalmente en la cría 
de ganados de que hacen las matanzas que apunté arriba, y el sebo, badanas y 
cordobanes que navegan a Lima, quedando esta ciudad con lo que ha de menester, 
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que son veinte mil quintales de sebo cada año, y a esta proporción los cordobanes; 
se reparte todo lo demás por Perú y los cordobanes suben a Potosí, y todas aquellas 
minas y ciudades adentro, donde no se gasta otra ropa que la de Chile, y baja 
también a Panamá, Cartagena y a todos aquellos lugares de Tierra Firme; también 
se saca alguna de esta ropa para Tucumán y Buenos Aires y de allí a Brasil. El 
segundo género es la jarcia, de que se proveen todos los navíos del Mar del Sur y la 
cuerda para armas de fuego que se lleva de Chile a todos los ejércitos y presidios de 
aquellas costas del Perú y Tierra Firme... El tercer género son las mulas que llevan 
a Potosí por el despoblado de Atacama". (Ramírez, 1959: 31-32). 
Esto no describe una economía cerrada o autárquica, sino más bien una economía 
abierta cuya estructura interna y el destino de su pueblo son determinados, ante 
todo, por su relación con otras partes del sistema mercantilista y por la estructura 
y el desarrollo de este sistema mundialmente expansivo. 
Es posible que el principal factor determinante fuese, en el siglo XVII, el mayor 
aislamiento y la menor interdependencia entre metrópoli y periferia. Chile estaba ya 
más aislado o más débilmente integrado en la estructura metrópoli-satélite del 
mundo capitalista que otras colonias españolas. La depresión del siglo XVII redujo 
el volumen del intercambio comercial entre España y sus colonias, como lo prueban 
la reducida navegación atlántica, el descenso de las exportaciones americanas de 
mineral y el más bajo nivel de las exportaciones españolas de trigo y productos 
nanufacturados. Chile y las otras colonias vinieron a quedar más aisladas que en el 
siglo XVI; más, presumiblemente, el primero que las otras. Lejos de ser una causa 
directa del subdesarrollo, es este menor grado de interdependencia (y, como 
satélite, de dependencia) de la metrópoli el que sin duda originó la acrecida 
producción doméstica de bienes "para sustituir importaciones", e incluso de 
mercancías exportables a los mercados de las restantes colonias americanas de 
España. Con el nuevo fortalecimiento, en el siglo XVIII, de la interdependencia y la 
dependencia chilena, esta producción y, en verdad, la capacidad para producir 
declinaron otra vez, con lo que el subdesarrollo se enraizó aún más firmemente en 
Chile. 
La situación surgida en el siglo XVII respecto de la tierra fue transformada también 
por el renovado aumento del comercio en el siglo XVIII. Por una parte, el siglo XVII 
presenció el continuo desarrollo de la hacienda como empresa agrícola, 
manufacturera y comercial indicada a servir al mercado urbano y a su propia 
población. La hacienda, por supuesto, no habría de convertirse en una economía de 
subsistencia en si misma, puesto que su principal raison d'étre era, y lo es todavía, 
el suministro comercial de productos agrícolas al mercado urbano o extranjero y la 
apropiación, por el propietario, de la mayor parte del excedente económico así 
producido por los trabajadores de la hacienda, que aquél expropia ejerciendo su 
poder monopolista sobre ellos. Esto excluye, claro está, todo intercambio entre la 
hacienda y el mundo exterior, excepto el que pasa por la puerta del peaje, que el 
propietario controla. Pero la hacienda chilena del siglo XVII no tenía aún todo estos 
rasgos monopolistas. Iba a adquirirlos con el aumento de la demanda de sus 
productos. En el siglo XVII, el propietario de estancias ganaderas, que necesitaba 
relativamente pocos trabajadores, a menudo mantenía inquilinos mestizos o 
"blancos pobres" en su propiedad, a quienes exigía poco o nada por el uso de su 
tierra y que a su vez explotaban sus pequeñas empresas ganaderas, manteniendo, 
al parecer, un nivel de vida adecuado mediante la producción para ellos mismos y 
para el mercado. La relación metrópoli-satélite entre el propietario y sus inquilinos, 
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si no sus trabajadores indígenas, no estaba todo lo polarizada que habría de estar 
después. 
 
F. EL CAPITALISMO DEL SIGLO XVIII EN CHILE: RESATELIZACIÓN, 
POLARIZACIÓN Y SUBDESARROLLO 
En 1736, el virrey del Perú, José Armendáriz, apuntó: "la insigne dependencia que 
esta capital [Lima] tiene de un reino [Chile] que es el almacen de las preciosas 
especies... y el depósito de los granos con que la alimenta... que sin Chile no 
existiera Lima..." (Ramírei. 1959:33.) No obstante, un observador oficial informaba 
en 1802 que "Chile sufre, en efecto, todas las verdaderas pérdidas de un comercio 
meramente pasivo" (Ramirez, 1959:51). La dependencia de Lima respecto de Chile, 
que no obstante llevó a éste "todas las pérdidas connaturales de un comercio 
pasivo", fue, por supuesto, el resultado y el reflejo del carácter y la relación de 
satélite capitalista de Chile con respecto a su metrópoli primaria, Lima, y con 
respecto a las metrópolis española y francesa también. 
El estudio de Chile en el siglo XVIII revelará cuán profundamente arraigadas 
estaban ya las contradicciones capitalistas en el país, tanto en sus relaciones con el 
mundo exterior como en cuanto a su estructura económica, política y social. Tan 
profunda y firmemente arraigadas, en realidad, que el pueblo de Chile no pudo 
evitar el continuo desarrollo del subdesarrollo chileno en los siglos XIX y XX, a 
despecho de algunos esfuerzos por resolver las contradicciones capitalistas y evitar 
que Chile continuara subdesarrollándose. Todas estas tentativas de liberación se 
efectuaron dentro de la estructura capitalista misma; no podía ser de otro modo 
entonces. Después de las elecciones de 1964, debemos afirmar una vez más que el 
pueblo chileno no ha logrado todavía la necesaria emancipación de la estructura y 
el proceso económicos que inevitablemente producen al mismo tiempo un desarrollo 
limitado y un subdesarrollo estructural. 
Las tres contradicciones capitalistas de la expropiación-apropiación del excedente, 
de la polarización metrópoli-satélite y de la continuidad en el cambio en el Chile del 
siglo XVIII se expresan de la mejor forma, quizás, apelando a la observación de 
Marx acerca de que "en todas las esferas de la vida social la parte del león 
corresponde al intermediario. En el campo de la economía, v.gr., los financistas, los 
especuladores de la bolsa de acciones, los mercaderes, los tenderos se llevan la 
crema; en los asuntos de la vida civil... en la política... en la religión" (Marx, I, 744, 
nota 1). El poder monopolista de los intermedios expropió-apropió el excedente 
económico a través y dentro de la estructura capitalista de las encadenadas 
constelaciones-metrópoli-satélite, y dominó las relaciones de comercio y producción 
entre Lima y Chile hasta el punto de resistir y vencer toda oposición pública y 
oficial a ellas en ambos países; caracterizó la producción y distribución chilena y 
peruana de productos agrícolas; cambió totalmente en Chile la institución de la 
propiedad de la tierra en formas que sólo después vendrían a ser mal llamadas 
"feudales"; determinó la nueva extinción de las industrias manufactureras chilenas 
que habían surgido al amparo del relativo aislamiento del siglo XVII. 
 
1. La polarización internacional a través del comercio exterior 
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Un reciente analista de la historia chilena subraya que "el carácter de la economía 
chilena colonial [era] esencialmente de exportación y no de mera subsistencia, como 
alguna vezse ha afirmado. Esta impronta es genérica a la economía colonial de 
diversos países, exceptuando al Paraguay..." (Sepúlveda, 1959:21-32). 
No obstante, durante todo el siglo XVIII Chile tuvo una balanza comercial 
claramente desfavorable con respecto a Lima, España y Francia (Ramírez, 1959: 46-
49). Fue así a pesar del hecho de que su producción minera (ahora de plata y cobre 
cada vez más, en vez de oro) volvió a aumentar a lo largo del siglo, y de que conoció 
y satisfizo un espectacular aumento de la demanda exterior de los productos de su 
tierra, ahora principalmente agrícolas mas que ganaderos. Las exportaciones 
chilenas de trigo a Lima habían empezado a crecer entre 1687 y 1690. Esta se ha 
atribuido a menudo al terremoto de 1687, del que se supone que destruyó la 
capacidad productiva de las tierras trigueras cercanas a Lima. En El trigo chileno 
en el mercado mundial, Sergio Sepúlveda pone en duda esta explicación y ofrece en 
su lugar una razón económica que concuerda con mi tesis acerca del papel de los 
monopolios mercantiles en un sistema capitalista estructurado sobre la 
polarización metrópoli-satélite. 
"Queda establecido que entre el 18 de noviembre de 1698 y el 9 de diciembre de 
1699, se registraron en el Callao 113 entradas de buques, correspondiendo 44 de 
ellas a buques procedentes de Chile (23 de Valparaíso, 13 de Concepción, 3 de 
Coquimbo y 5 de Arica, que el autor incluye como viniendo también de Chile), que 
en conjunto internaron 86.013 fanegas de trigo, 18.402 zurrones también de trigo y 
5.561 zurrones de harina, además de 27.038 quintales de sebo. Vale decir, que 
Perú importaba en este momento comercial claramente decidido, unos 66.000 
quintales entre trigo y harina de Chile. 
Tal como lo hemos insinuado, es una verdad que con ocasión del terremoto de 1687 
se abrió el mercado peruano, iniciándose las mayores exportaciones de nuestro 
trigo, debido a la alteración de la vida económica de Lima y la lógica escasez de 
bienes de consumo, durante la emergencia. Pero la inundación de los trigos de 
Chile se hizo permanente, no por los efectos del polvillo, sino que se perpetuó 
gracias a la acción económica inteligente de un monopolio que no tardó en 
organizarse que supo aprovechar su mejor calidad para imponerlo definitivamente 
en el medio menos apto. La producción interna del Perú fue aniquilada en virtud de 
una política de regulación de la oferta mediante la imposición de los precios. 
Modalidad que se vio facilitada por la debilidad congénita del trigo peruano frente al 
chileno. 
Como conclusión se infiere que el trigo de Chile se impuso desde entonces, 
iniciando la conquista de su primer mercado, en virtud de una voluntad económica 
sistemática y por haber encontrado un medio adecuado capaz de crear la 
dependencia. Nuestra opinión es que ella se habría creado de todas maneras, aún 
sin mediar el accidente del terremoto, pues tarde o temprano en un régimen de 
concurrencia normal el trigo chileno habría terminado por imponerse. El 
intercambio entre ambas colonias se activa desde entonces, animando el Valle 
central, especialmente entre el Choapa y el Maule donde se recogía en 1695, entre 
80 y 90.000 fanegas, sin contar algo más que se obtenía en Coquimbo y en 
Concepción. El grueso de la exportación salió desde el comienzo por Valparaíso, 
donde los granos aprovechaban las antiguas bodegas destinadas a guardar el sebo 
y se beneficiaban con nuevas construcciones, siendo además la salida natural del 
fértil valle del Aconcagua. Algunas agrupaciones con carácter institucional 
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participan de él y originan, andando el tiempo, conflictos graves por el choque de 
sus intereses con los productores y bodegueros de Chile y los importadores 
peruanos. Interesante es este momento de la iniciación de la nueva corriente 
comercial, por el reajuste económico que supone y por los efectos psicológicos que 
produce en una población que no estaba preparada para entender la oportunidad." 
(Sepúlveda, 1959:20). 
Los efectos económicos, políticos, sociales y culturales sobre Chile fueron 
trascendentes y duraderos, y desde el punto de vista de la discriminada población 
de la periferia satélite local, cuyo subdesarrollo se fomentaba, no fueron ni 
ventajosos ni bien acogidos. La razón no era tanto la falta de preparación para 
"comprender", como Sepúlveda sugiere aquí, sino que era —y todavía es— la 
absoluta incapacidad para reaccionar de otro modo dentro de las limitaciones 
políticas y económicas que la misma estructura capitalista imponía, como lo 
demuestra el propio Sepúlveda en otros pasajes. 
Si los intereses monopolistas peruanos arruinaron la relativamente ineficiente 
producción de trigo de su país para reemplazarla por el producto chileno, que la 
geografía y el clima favorecían más, no fue porque tuvieran presentes los intereses 
de los productores de trigo chilenos. AI contrario: 
"Chile, además de ser colonia de España, se encontraba económicamente 
subordinado al virreinato del Perú. Aquel país era el más potente centro económico 
de Sudamérica... Pudo formarse en el Virreinato un núcleo de poderosos 
comerciantes que no sólo comandaba las actividades productoras peruanas, sino 
también las de otras colonias españolas en la América meridional, desde Guayaquil 
hasta las provincias del Plata. El comercio limeño controlaba la riqueza minera del 
Alto y Bajo Perú, la producción agropecuaria y minera de Chile, la producción 
agrícola tropical del Perú y la región de Guayaquil y las producciones ganaderas de 
las provincias de la Plata. Por su comunidad de intereses y por sus aspiraciones 
hegemónicas fundadas en su superioridad financiera, estos comerciantes operaban 
con una solidez y eficacia tales «que parecían actuar bajo la inspiración de una o 
muy pocas personas... La red de negocios manejados por este grupo, que por rico y 
numeroso tenía largos brazos, era enorme». El influjo de estos empresarios guiados 
por un espíritu monopolista infinitamente mayor que el de la Corona les permitió 
subordinar a sus designios a las autoridades políticas del virreinato, con lo cual 
pudieron conquistar y consolidar todo un sistema de privilegios establecidos en su 
favor. Tales ventajas fueron debidamente aprovechadas por los círculos mercantiles 
de Lima: a base del riguroso sistema monopolista establecido por la metrópoli —del 
cual eran activos usufructuarios— llegaron a constituir una especie de imperio 
autónomo dentro del imperio español. Cuando observaron que la metrópoli orientó 
su política comercial en un sentido más liberal se movilizaron luchando tenazmente 
contra todas las franquicias económicas que pudieran otorgarse a otras regiones y 
procurando conservar, de todos modos, los mercados que en un principio les 
pertenecieron por razones históricas más que geográficas" (Ramírez, 1959: 65-66, 
citando también a Guillermo Céspedes del Castillo. Lima y Buenos Aires, y a Emilio 
Romero, Historia económica del Perú). 
La situación descrita se hizo sentir con particular intensidad sobre Chile, Perú fue 
su único proveedor de algunos artículos de primera necesidad: era el intermediario 
indispensable de artículos europeos. Además, fue el principal mercado consumidor 
de sus productos. Por estas razones, los comerciantes peruanos —que eran dueños 
de casi la totalidad de los barcos que traficaban en el Pacífico Sur y que disponían 
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de abundantes recursos—pudieron ejercer dominio efectivo sobre nuestro comercio 
externo. Ellos compraban el trigo "en las bodegas de Valparaíso al costo y a veces 
sólo del flete, perdiendo el labrador su trabajo y expensas"; además, se 
comportaban frente a los productores de cobre como "duros comerciantes que se 
valen de la necesidad para fijarles los precios" (Ramírez,1959: 68-69, citando 
también del "Informe del gobernador A. O'Higgins al gobierno de España", setiembre 
21 de 1789). 
Al mismo tempo, estos mercaderes traficaban con ciertas mercancías "en que ganan 
a ciento, doscientos y trecientos por ciento con la sola navegación de quince o 
veinte días, que no se gastan más en llegar de Chile a Lima" (Ramírez, 1959:69, 
citando a Alonso Ovalle, Histórica Relación, I, 19). 
"De los navieros del Callao y de los bodegueros de Valparaíso, de cuyos planes de 
recíproco monopolio para dañarse inconsiderada y torpemente los unos a los otros, 
de cuyos interminables litigios, de cuyos avenimientos ocasionales y aun alianzas 
solemnes para poner bajo su ley a los panaderos de uno y otro reino y por medio de 
éstos a todos sus habitantes, estaban llenas las crónicas y los archivos de 
entonces" (Sepúlveda, 1959: 23, citando a Benjamín Vicuña Mackenna, Historia de 
Valparaíso). 
Los productores y consumidores satélites de Perú y Chile, y hasta sus respectivos 
gobiernos, lejos de ignorar lo que ocurría se daban perfecta cuenta de ello e 
intentaron remediar la situación quebrantando el poder de los monopolistas 
comerciantes importadores y exportadores. Pero, como hoy, la lógica del sistema 
capitalista no permitía tal remedio. Al contrario, la estructura acaparadora del 
sistema capitalista polarizó el poder económico y político entre ambos países y 
dentro de ellos, de modo tal que los monopolistas eran más poderosos cada vez y el 
"público" y sus gobernantes, consecuentemente, menos capaces de adoptar las 
medidas económicas y políticas que su protección demandaba. 
En efecto, sabemos de documentos que muestran la reacción social y oficial ante la 
alternativa de absorber el aumento de la demanda externa, sacrificando el consumo 
o de mantener sin menoscabo el abastecimiento interno. Tal documentación 
muestra que la comunidad fue contraria desde el principio a este tipo de 
intercambio, por las consecuencias que trajo consigo; contraria a la restricción del 
consumo, contraria al alza de precio interno, lo que se tradujo en una política 
restrictiva y extemporánea, destinada a poner trabas al comercio naciente, 
limitando las licencias y el monto de la cuota exportable, pero sin imaginar, ni 
ensayar otras soluciones positivas. Hacia 1694, por ejemplo, sólo estaba permitido 
exportar oficialmente unas 12.000 fanegas (8.860 qq. mm.), y en noviembre de 
1695 culmina esta actitud negativa cuando Marín de Poveda prohíbe la exportación 
de los trigos de la ciudad de Santiago y de sus partidos. 
Sin embargo, a pesar de la crisis de desequilibrio, provocada por el aumento 
notable de la demanda externa, los imperativos económicos fueron más fuertes y 
todas las medidas adoptadas para impedir el comercio, fatalmente fracasaron. Las 
prohibiciones fueron burladas por personas allegadas a los propios medios oficiales 
que lucraron con la venta de licencies, cobrando la prima de un peso por fanega 
exportada. En Lima llegó a venderse la fanega a 25 pesos y más, mientras en Chile 
el precio se había triplicado de 2 pesos y 6 reales a 8 y 10 pesos, sin que por 
comparación la utilidad fuera remuneradora. 
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Hacia esta época surgió en Chile, por instigación de los terratenientes o 
productores, una organización destinada a poner fin a las anomalías del comercio, 
protegiendo a uno de los sectores económicos que participaban en él; fue el 
conflicto de bodegas que resultó de la iniciativa de los hacendados o productores 
organizados para defenderse de los dictados de los navieros del Callao. Según 
Vicuña Mackenna, éstos eran: "mansas víctimas de los monopolistas al paso que 
los bodegueros, de buen o mal grado, se contentaban con hacerse cómplices de los 
últimos." Una tal subordinación implica el acatamiento de los precios de compra y 
la imposición por los comerciantes foráneos de la magnitud de la exportación anual. 
Los navieros y comerciantes del Perú devolvieron la mano con una institución 
similar, aunque más poderosa, en virtud de su experiencia y habilidad económica, y 
de sus mayores recursos. Estatuyeron un comprador único, exigieron la selección 
de los trigos que importan, colocaron los buques bajo una sola voluntad; en fin, se 
impusieron tanto en Valparaíso como en Lima, donde dominaron la resistencia que 
intentó oponerles el gremio de los panaderos, enviando por su cuenta dos barcos a 
Chile. Subordinaron además a los cultivadores del Perú, mediante une simple 
acción sobre precios, bajando el trigo importado en el momento de las cosechas. El 
mismo mecanismo lo explica el propio Vicuña Mackenna: "A fin, pues, de estrechar 
el monopolio a sus últimos límites, los navieros dueños del trigo de Chile 
aguardaron la época de la cosecha de los valles vecinos a Lima, y cuando llegaba 
aquélla, bajaban el precio del cereal de improviso, sin que por esto salieran de sus 
manos sino unas pocas fanegas". 
Pero la recuperación que veía el virrey no era tal, y el triunfo de toda su política 
estaba condenada al fracaso por la operación de dos fuerzas de evidente poder. En 
efecto, el virrey estaba luchando contra la reacción más o menos circunstancial de 
los importadores que lucraban con precios especulativos, sabedores que la 
demanda de artículos esenciales es inelástica y su curva siempre positiva estaba 
luchando, era lo peor, contra la fuerza todopoderosa de las limitaciones impuestas 
por la geografía económica del país. Toda la historia posterior del trigo en este 
mercado nos da la razón (Sepúlveda, 1959: 20-21, 25-27). 
 
2. La polarización interior 
Los acontecimientos del siglo XVIII en la economía chilena demuestran que las 
contradicciones del capitalismo no sólo se manifiestan en las relaciones entre 
grandes regiones o países, sino que penetran en el cuerpo económico, político y 
social interior, hasta la última célula, integrando el todo en su contradictoria 
estructura. Sepúlveda encuentra que la misma apropiación monopolista del 
excedente, dentro de una estructura polar de metrópoli y satélite, caracteriza a la 
producción y distribución agrícola interior chilena del siglo XVIII. 
La falta de probidad comercial atentaba también contra el desarrollo normal de la 
vida agrícola. Una comunicación del gogobernador O'Higgins dirigida a los 
subdelegados de Aconcagua y Curimón en 1788, solicitando informe sobre las 
prácticas empleadas por Ios comerciantes en trigo, permite conocer los abusos 
usurarios que éstos cometían respecto de los pequeños productores. Por lo general, 
los mercaderes concedían al labrador un abono en mercaderías o especies, 
comprando en verde la cosecha de trigo en condiciones tan leoninas, que el único 
favorecido era el intermediario; estos contratos viciosos daban origen a numerosos 
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conflictos en la época de las cosechas, pues a veces el agricultor actuando también 
dolosamente se obligaba con varios acreedores, y al no poder cumplir hacia 
abandono de su sementera (Sepúlveda, 1959: 29. El subrayado es mío). 
De acuerdo con mi tesis, lo único que podemos objetar en esta observación es la 
idea muy común de que esta clase de acomodo no es "normal" bajo el capitalismo y 
que alguna otra forma de arreglo podría ser más normal. Ojalá fuera así. 
Mas la creciente demanda exterior de trigo chileno y las condiciones bajo las cuales 
creció durante el siglo XVIII produjeron efectos que penetraron muchísimo más en 
el agro chileno (aunque no en grado igual en todas sus regiones y valles), 
transformando allí la naturaleza misma de las instituciones rurales, aunque no las 
relaciones metrópoli-satélite esencialmente capitalistas que ya existían dentro y 
alrededor de los latifundios. Estos cambios sólo sirvieron para polarizarla aún más. 
Los dramáticos acontecimientos,y sus causas y significaciones, son reseñados y 
analizados por Mario Góngora en sus libros de excepcional importancia titulados 
Origen de los "inquilinos" de Chile central y (con Jean Borde) Evolución de la 
propiedad rural en el valle del Pungue. Testimonio importante de otro valle es el 
cuidadosamente analizado por Rafael Baraona y colaboradores en El valle del 
Putaendo: estudio de estructura agraria. 
Las influencias comerciales y otras presiones económicas sobre la agricultura 
chilena en el siglo XVIII produjeron cambios trascendentales en la distribución de la 
propiedad de la tierra entre los poseedores, y en las formas institucionales de la 
relación propietario-trabajador dentro de las fincas. En ambos casos las presiones 
tendían a aumentar la polarización de (y dentro de) la estructura metrópoli-satélite 
en el plano local. De una parte aumentaba la polarización entre latifundios y 
minifundios; de la otra, la análoga relación metrópoli-satélite entre los grandes 
propietarios y sus inquilinos se polarizaba también. 
 
3. La polarización latifundio-minifundio 
El siglo XVIII es diferente y lleno de transformaciones. Diversos mecanismos, de los 
que el principal es la herencia, hacen surgir prematuramente dos formas 
características y contrapuestas de propiedades y haciendas. Estas dos formas, 
delineadas ya claramente en la cuarta década del siglo, se acentúan en el resto de 
la centuria y en la siguiente, hasta presentar en la actualidad un tipo de propiedad 
atomizada, o minifundio, y otro de gran propiedad, que se manifieste a fines del 
siglo XVIII, está representada objetivamente en la formación de dos grandes 
propiedades en el norte del valle: la Hacienda de Putaendo y la Hacienda de San 
José de Piguchén. En ninguno de los dos casos se trata del dueño de una merced 
de tierras que redondea su propiedad con otras contiguas, sino de individuos que 
no tienen tierras en el valle y que llegan a formar grandes estancias exclusivamente 
a través de compras de gran magnitud... 
Si bien todas las propiedades nacen como grandes unidades, muy luego se separan 
las que continuarán siéndolo de aquellas que serán subdivididas. En todos los 
casos conocidos, la gran propiedad, una vez constituida, nunca pierde su carácter 
de tal. Las cuatro haciendas actuales, El Tártaro, La Vicuña, San Juan de Piguchén 
y Bellavista, se han mantenido como grandes propiedades desde el siglo XVII hasta 
hoy. Aunque se haya realizado con ellas transacciones parciales de suma, reata o 
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división de terrenos, éstas de ninguna manera han sido capaces de alterarlas en 
esencia. Por otra parte, ninguna gran propiedad se ha dividido. Ningún intento ha 
podido refundir propiedades mayores de unas cien cuadras, ni ha podido 
sostenerse más allá de algunos años. Las mercedes de tierra, no sólo dieron lugar a 
la formación de las grandes propiedades, sino también a la forma opuesta, la 
pequeña propiedad. Esta última resulta de la repartición continuada de las tierras 
paternas por partes iguales entre todos los herederos. Como causal de subdivisión 
sigue, muy a la zaga, la venta de tierras. En realidad, las ventas no hacen sino 
acentuar el proceso; su aparición es posterior a los efectos de la herencia y se 
realiza sobre tierras ya subdivididas. Las ventas de terrenos de pequeñas 
dimensiones, son características de la segunda mitad del siglo XVIII y del siglo 
XIX... 
El rasgo dominante de estos nuevos propietarios, es su deficiente capacidad 
económica. El hecho de adquirir estas tierras para vivir en ellas y de ellas, los 
diferencia de quienes las obtuvieran, junto con otras, como un bien más, como 
capital. Por la escasez de recursos inician la explotación de la estancia 
mediocremente equipados: poca mano de obra, utilaje reducido. En estas 
condiciones el trabajo no rinde utilidades y se transforma en un mezquino medio de 
subsistencia. Una explotación de este tipo es extremadamente sensible a las 
fluctuaciones del mercado y a las irregularidades del ambiente físico. Basta una 
sequía prolongada, inundaciones que arrasen con las siembras y el ganado, alguna 
epidemia que azote a los animales, o las tan frecuentes oscilaciones de precios, para 
que la hacienda se derrumbe. La consiguiente mantención de un bajo status 
económico (manifestado en múltiples hechos, como la contratación frecuente de 
empréstitos de dinero, las hipotecas de tierras, ganado y siembras, los remates por 
la no cancelación de deudas, las ventas de terrenos para costear funerales, 
etcétera), es la causa directa de la subdivisión de las tierras ... 
Las fierres constituyen la principal, la única fuente de producción y, por 
consiguiente, de rentas. Aparte de los cargos públicos, que en los siglos XVII y XVIII 
se remataban a alto precio, el hijo sin tierras tenía perspectivas económicas muy 
limitadas; carecía de capital para transformarse en prestamista, una de las 
actividades más lucrativas de la época; tampoco tenía dinero para instalar alguna 
pequeña industria, como curtiembre, molienda, confección de paños. Por lo demás, 
aunque el padre hubiera dispuesto de esclavos, indios o ganado en cantidad 
equivalente al valor de las tierras, no habría podido dejar al hijo terrateniente sin 
mano de obra ni bienes con qué continuar la explotación. En último término pesaba 
la tradición: el agricultor se sentía pegado a la tierra. 
Durante un tiempo, las grandes haciendas se salvarán de la subdivisión por la sola 
existencia de gran cantidad de bienes a dividir: terrenos en Putaendo y fuera del 
valle, dinero, esclavos, etcétera. Sin embargo, si éste fuera el único factor operante, 
al cabo de dos o tres generaciones estarían en las mismas condiciones que los 
propietarios originalmente pobres, y comenzaría el proceso incontenible de la 
subdivisión. La realidad es otra: por una parte, los bienes, lejos de ser estáticos, se 
reproducen; la riqueza crea riqueza; el capital, puesto a disposición de la 
explotación de la estancia, se traduce en más mano de obra, más y mejores 
herramientas de labranza, ganado, semillas, obras de regadío adecuadas y todas las 
habilitaciones necesarias para un trabajo eficaz. Por otra parte, las haciendas 
cuentan con condiciones físicas óptimas: gran extensión de tierras planas, buenos 
suelos (La Vicuña tiene los mejores del valle), extensas veranadas y abundante agua 
de riego. La subdivisión se inicia en la mayoría de los casos conocidos en el valle 
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por una explotación deficiente de las estancias debida tanto a falta de capitales 
como a una conjunción de factores físicos negativos. En último término el comienzo 
de la subdivisión de las propiedades tanto en Putaendo como en otras partes puede 
ser accidental; lo interesante es si las circunstancias locales permiten una vez 
desencadenado el proceso, que éste continúe. Seguramente hay en Chile 
innumerables áreas de pequeña propiedad frustradas, que comenzaron a 
subdividirse y luego se consolidaron (Baraona, 1960: 146, 153, 174-176). 
La agricultura chilena del siglo XVIII, nos dice Baraona, está permeada por las 
contradicciones capitalistas de la polarización y la apropiación del excedente. Es la 
polarizada estructura metrópoli-satélite de la agricultura y la economía capitalista 
en conjunto, viene a decir él, la que por sí engendra más polarización. 
Retornaremos al análisis de Baraona de esta estructura y este proceso 
esencialmente capitalistas cuando examinemos períodos históricos más cercanos al 
nuestro. En este área de nuestra investigación, empero, la existencia concreta de la 
contradicción capitalista de la continuidad en el cambio parecería haber quedado 
establecida por la evidencia hasta ahora presentada. 
 
4. La polarización propietario-trabajador dentro dellatifundio 
La demanda externa de trigo y la sustitución de la cría de ganado por este cultivo 
en los suelos del valle Central incrementaron el valor de la tierra y, además, 
transformaron las instituciones conforme a las cuales se usaba aquélla dentro del 
latifundio. 
La introducción de la agricultura cerealista trajo un cambio considerable en este 
plano. Paralelamente a ella se produce un notorio incremento de pequeñas 
explotaciones dependientes dentro de la hacienda, ya no de indios yanaconas, sino 
de "arrendatarios", que aparecen fuera del estatuto propio de los indígenas. No son, 
como los arrendatarios de la estancia, hombres de cierto nivel económico, sino 
gentes pobres, que ocupan porciones pequeñas de tierras, tanto dentro de las 
haciendas, como en los pueblos, donde obtienen fácilmente de los indios mejores 
condiciones... Podemos, pues, constatar que la institución generalmente conocida 
en el siglo diecinueve bajo el nombre de inquilinaje, ha surgido en la comarca 
estudiada en relación con el proceso de "cerealización" de la tierra y el aumento del 
valor debido a la agricultura. No viene directamente de los antiguos indios 
yanaconas, que habían servido de mano de obra en la época de la pura economía 
pastoril del siglo diecisiete... El agotamiento de las minas ha tenido sobre la 
evolución de la propiedad tanta influencia como su descubrimiento, al cerrar los 
horizontes de una población relativamente numerosa... Así, pues, una vez 
desaparecida la riqueza minera (produce) cierto grado de pobreza, aunque no de 
miseria y, por fin, el aislamiento... 
Pero de una manera más general, puede decirse que el cultivo cerealista dio una 
nueva potencia y concentración a la difusa vida estancia-pastoril, provocando una 
valorización de tierra y una necesidad más intensa de servicio. Aumentan por eso 
los distintos tipos de trabajadores rurales: los esclavos, los peones, y esta forma 
mixta de tenedor de la tierra y de vaquero, que es el inquilino. Más que una relación 
directamente comprobable en cada caso, se trata de la elevación general del nivel de 
las haciendas, que hace más apetecible la tenencia, y que, por otra parte, incita al 
dueño a buscar más mano de obra, y a pedirle más servicio o mayores cánones por 
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el uso de la tierra. Sería el factor que explica mejor la sustitución paulatina de la 
idea del préstamo —basada en el débil valor de la tierra y en la ventaja de tolerar 
un disfrute casi gratuito— por el arrendamiento. Y por un arrendamiento que no 
sólo implica un canon, sino también un complejo de deberes que se empezará a 
hacer cada vez más pesado a medida que se avance hacia el mayor desarrollo 
comercial de la agricultura chilena. 
Ya hemos dicho que, desde el siglo anterior (los arrendatarios) estaban sujetos a la 
asistencia de rodeos... Pero ahora encontramos que la práctica rural ha ampliado 
este principio, donde hay labores importantes de regadío, extrayendo de él una 
nueva norma, la de acudir a estas faenas mediante un peón... El deber de trabajo 
para la propiedad se ensancha, manteniendo a otro trabajador. Es un indicio de la 
tendencia general de la institución a incrementar las obligaciones del 
arrendamiento para con la hacienda, a hacer más costoso el precio de la tenencia... 
Pero también estas tendencias van evolucionando. Del uso gratuito con un canon 
simbólico, se pasa a posesiones que implican deberes de custodia de linderos o 
asistencia a rodeos. En el siglo dieciocho acontece un viraje capital, el comercio de 
trigo con el Perú, que trae consigo una organización más intensa de la hacienda y 
una valorización de la tierra desde el Aconcagua hasta Colchagua, regiones 
exportadoras. La tenencia se constituye en arrendamiento, cobrando cierta 
importancia el pago del canon... los arrendatarios... ya no asisten solamente a 
rodeos... sino que... la gran hacienda va descargando su necesidad de servicio sobre 
los arrendatarios... Desde el punto de vista de la historia rural, esta transición 
pudiera ser vista principalmente como reflejo de proceso de lenta valorización de la 
tierra dentro de un sistema de gran propiedad, no totalmente explotado por el 
dueño ... (Góngora, 1960: 101-102, 114-115). 
Por ende, las influencias económicas que vienen del extranjero y surgen de la 
contradictoria estructura del sistema capitalista y del curso desigual de su 
desarrollo penetran hasta en los últimos resquicios de la vida rural chilena, 
obligando a las instituciones que rigen la producción y la distribución, incluso 
dentro de las haciendas particulares, a adaptarse a las exigencias de la estructura 
metrópoli-satélite del capitalismo. Durante el siglo XVII los pequeños arrendatarios 
y los propietarios de fincas producían para sí mismos, guardando la mayor parte de 
lo que producían y entregando a los grandes terratenientes poco o nada del 
excedente económico de su trabajo, mientras la tierra fue de poco valor para estos 
propietarios. Al comenzar el siglo XVIII los arrendatarios fueron forzados a entregar 
a los terratenientes una parte cada vez más grande de su excedente económico, a 
medida que el mercado capitalista incrementaba tanto el valor de la tierra como la 
necesidad de hombres que la trabajaran. Citando a Góngora de nuevo, "el inquilino 
se irá convirtiendo, en el siglo siguiente, más y más dependiente... según una 
tendencia a la proletarización del inquilino en un trabajador que avanza en el siglo 
XIX" (Góngora, 1960: 98). 
 Dada la impresión generalizada de que la institución del inquilino en Chile y otras 
instituciones similares de la América Latina son "feudales", es importante destacar, 
como lo hace Góngora correctamente, el origen y el significado real de aquellas de 
esas instituciones que aún sobreviven: 
En suma, pues, las tenencias rurales, desde el préstamo al inquilinaje, nada tienen 
que ver con la encomienda ni con instituciones de la conquista. Proceden del 
segundo momento de la historia colonial, en que se estratifican hasta arriba, los 
terratenientes, hacia abajo los españoles pobres y los diversos tipos de mestizajes y 
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castas... La estratificación se marca crecientemente en los siglos dieciocho y 
diecinueve, y en la misma proporción se agrava, los deberes de los inquilinos. El 
tránsito de la ocupación pastoril del suelo a la agricultura cerealista coincide con el 
mismo proceso y le origina en parte. Así las instituciones tenenciales reflejan la 
historia agraria y social de todo un territorio (Góngora, 1960: 116-117). 
 
5. Polarización y subdesarrollo industrial 
Posiblemente desorientados por ciertas nociones modernas acerca de los inevitables 
beneficios económicos que derivan del aumento de las exportaciones, las mejorías 
cíclicas y los "buenos tiempos" en general, podríamos sentirnos inclinados a 
suponer que el renovado auge de las exportaciones mineras en el siglo XVIII y el 
aumento de las exportaciones agrícolas tuvieron efectos provechosos sobre otros 
sectores de la economía chilena, como el comercio y la manufactura. Mas la 
realidad fue otra en el siglo XVIII y sigue siendo otra en el XX. Como lo afirma mi 
tesis acerca del papel y las consecuencias de las contradicciones capitalistas en una 
economía de satélite periférico ya dependiente, los buenos tiempos en el nivel 
capitalista mundial o metropolitano traen malos tiempos para los satélites, al 
menos en cuanto se refiere a los acontecimientos que fomenta, el desarrollo y el 
subdesarrollo económico. Las acrecentadas exportaciones de Chile estaban 
vinculadas, por supuesto, a la recuperación del mundo capitalista en el siglo XVIII, 
de su "depresión" en el XVII. Y la recuperación del mundo capitalista, a su vez 
significó la perdición del desarrollo fabril de Chile y trajoforzosamente a este país 
un mayor subdesarrollo estructural. 
La afluencia de mercaderías europeas, a bajo precio, tuvo efectos saludables sólo en 
Ios comienzos, pues el país no producía nada que representara un valor exportable 
hacia Europa; se planteaba el consiguiente desequilibrio, pues de una parte sólo 
había emigración de circulante, afectando grandemente los ingresos del trigo, como 
se ve en las justas frases de un historiador: "La inundación de mercaderías 
francesas no surtió otro efecto que cambiar las ganancias y las economías 
acumuladas por los pobladores en el comercio del trigo y del sebo con el Perú, por 
ropas, menajes y todo género de artículos europeos. Dio una capa de barniz 
europeo al tipo de vida; pero debilitó la potencialidad económica chilena." Esta 
misma falta de sentido económico en el empleo de las mayores utilidades 
provenientes de un aumento en las exportaciones de trigo, se repetirá al promediar 
el siglo diecinueve con los beneficios de California y Australia. Las dificultades con 
el mercado peruano se acentuaron cuando la corriente de retorno de la exportación, 
tradicionalmente constituida por las mercaderías europeas, que para llegar a Chile 
pasaban por el Perú, disminuyó en gran parte al ser reemplazada por los artículos 
que en forma directa entregaban los franceses en los puertos de Chile. Contribuyó a 
hacer más enojosa la situación la entrada, además, de mercaderías asiáticas y de 
aquellas provenientes del Río de la Plata, las cuales penetraban clandestinamente 
desde el último decenio del siglo diecisiete. Los navíos franceses y asiáticos se 
atrevieron incluso a abastecer al propio virreinato por medio de los buques que iban 
al Callao, aprovechando algunas de las desiertas bahías chilenas (Sepúlveda, 1959: 
24). 
Empero, todavía faltaba lo peor. España, ya crecientemente subordinada a 
Inglaterra y a Francia, intentó adaptar sus relaciones económicas y políticas a las 
exigencias de su desventajosa posición en el mercado capitalista mundial, mediante 
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la modificación de toda la serie de regulaciones que ordenaban las relaciones 
económicas externas de sus colonias, la institución del "librecambio" en 1778, la 
apertura del puerto de Buenos Aires, etc. Los efectos de estas medidas sobre el 
desarrollo fabril y económico en general de las colonias españolas, Chile incluido, 
fueron transcendentales. 
La situación descrita, esto es, la balanza comercial desfavorable continuó durante el 
siglo dieciocho; eso si que se torna muy vigorosa y toma contornos 
excepcionalmente agudos con posterioridad al 1778... Desde luego, a partir de 1783 
—alto en que realmente el reglamento de 1778, comenzó a producir efectos- como 
consecuencia de su considerable internación, el mercado chileno quedó 
virtualmente saturado de productos extranjeros... Con el establecimiento de los 
navíos de registro y la dictación del Reglamento de 1778, se facilitaron 
enormemente las relaciones mercantiles de Chile con España, las que se hicieron 
directamente por vía del Cebo de Hornos o a través de Buenos Aires: se eliminaron 
también los obstáculos para un mayor intercambio entre Chile y las otras 
colonias... los precios de las manufacturas de procedencia europea o americana 
experimentaron visible reducción... Todo esto favoreció la internación de 
manufacturas extranjeras a nuestro país. Ahora bien, este hecho tuvo, en general, 
consecuencias muy negativas. Los artículos elaborados en el exterior... entraron en 
ventajosa competencia con los productos de la incipiente industria chilena, la que 
comenzó a decaer en forma notoria, reduciéndose los volúmenes de su producción y 
aun extinguiéndose virtualmente algunos rubros de ella... Se produjo como 
consecuencia una disminución en la venta de las jarcias elaboradas en Chile... esas 
franquicias comerciales perjudicaron a otra industria que se había desarrollado en 
nuestro país, esto es, la construcción de embarcaciones; también decayó de un 
modo considerable la producción de textiles; se redujo el consumo de objetos de 
alfarería y de metal de producción nacional; la industria de cuero experimentó un 
serio quebranto, etcétera. En una palabra, comenzó gradualmente a reducirse la 
significación económica de una actividad productora que satisfacía el mercado 
interno y que aún era capaz de hacer envíos al exterior. Chile comenzó a ser un 
país consumidor de manufacturas extranjeras, fenómeno que se acentuó con 
posterioridad a la Independencia. Es de suma importancia subrayar que el 
fenómeno analizado se manifestó en diversos países americanos (Ramírez, 1959: 
40-43, 54, 57). Fue en efecto, el activo intercambio que se inició con los 
reglamentos de 1778, la causa de la decadencia de las primeras industrias 
nacionales (Ibidem, 44, citando a Ricardo Levene, Investigaciones acerca de la 
historia económica del virreinato del Plata, II, 152). 
"Hoy todos estos ramos que componían la felicidad del reino en cuanto a interés, y 
otros de menor cuantía, se ven extremamente abatidos aunque por diferentes 
causas. Pero el mayor móvil es innegablemente la abundancia de efectos de Europa 
que ha inundado a estas provincias con el lujo e inclinado a las gentes a lo 
superfluo con prelación a lo necesario". ("Informe de Domingo Díaz de Salcedo al 
gobernador Ambrosio O'Higgins", de marzo de 1789, en Archivo Vicuña Mackenna, 
citado por Ramírez, 1959: 45). 
Para terminar, dejaré que otros autores, tanto contemporáneos como del siglo XVIII, 
hablen por mí. Lo que dicen y hasta las palabras qua eligieron confirman mi tesis: 
el capitalismo produce una metrópoli que se desarrolla y una periferia que se 
subdesarrolla, y esta periferia —caracterizada a su vez por la metrópoli y los 
satélites que contiene— está condenada a un desarrollo económico limitado, o 
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subdesarrollo, en su propia metrópoli, y a un subdesarrollo inevitable en sus 
regiones y sectores satélites periféricos. 
Los virreyes del Perú, siguiendo con la concepción autártica y mercantilista miraron 
a Chile, según un historiador: "como un apéndice del virreinato, como un granero 
destinado a suplir las necesidades de trigo y de sebo, como un mercado que debía 
alimentar la prosperidad del comercio limeño y como una colonia que sólo producía 
a España gastos y que era necesario conservar no por ella misma, sino por la 
seguridal del Perú (Encina, Historia de Chile, V, 264, citado por Sepúlveda, 1959: 
29). 
Tampoco eran muy diferentes las relaciones de Chile con la metrópoli española: 
"En ningún instante la metrópoli abandonó lo básico de su política mercantil con 
respecto a América, que consistía en el traslado de manufacturas y frutos españoles 
a cambio del oro y la plata qua extraía de las minas indianas... Todas estas medidas 
tienen una importancia extraordinaria en nuestra historia económica. Sus 
proyecciones, de gran trascendencia, no pasaron inadvertida, para los gobernantes 
ni para los hombres de negocios de la época. Con ellas se evidenció, en primer 
término, que las acciones realizadas por el gobierno metropolitano con vistas a 
fortalecer la economía hispana no eran adecuadas ni convenientes a la economía 
chilena. En segundo lugar, y como resultado de lo anterior, se empezó a hacer 
notorio el antagonismo entre las necesidades e intereses económicos de Chile y los 
del sistema económico establecido por la metrópoli en América. Por último, con esta 
medida y sus efectos, quedó perfectamente mutado un hecho: Chile había llegado a 
ser una unidad económica tan definida, que para su posterior desenvolvimiento 
necesitaba de una política particular que contemplara justamente sus específicos 
intereses, determinados por la singular conformación de toda su vida económica." 
"... la vida económicageneral del país sufría los efectos de una violenta 
contradicción: por un lado, estaban las fuerzas productivas que pugnaban por 
expandirse, que se encontraban ante la necesidad orgánica natural de crecer; en el 
otro, se hallaban los factores que, al mantener un rígido marco, impedían u 
obstruían esa normal expansión. Esta contradicción no es interna, esto es, no 
existe dentro del cuerpo económico de Chile, sino que se manifiesta entre la 
economía de este país y la estructura del imperio español; en su efecto, es la 
totalidad de la economía nacional la que está en situación de crisis y ello se debe al 
carácter de país colonial o dependiente que posee Chile, lo cual significa que está 
privado de mantener relaciones comerciales fuera del ámbito hispano y que está 
sujeto a las decisiones de la política económica metropolitana (Ramírez, 1959: 40, 
98-99). 
José Armendáriz, como virrey del Perú, tenía autoridad para decir en 1736: 
"El comercio de este reino es una paradoja de tráfico y una contradicción de 
opulencia no experimentada hasta su descubrimiento, floreciendo con lo que a otro 
arruina, y arruinándose con lo que otros florecen, por consistir su abundancia en la 
negociación de tratos extranjeros y sus decaimientos en la libertad de otros y es que 
se ha mirado no como comercio que es necesario mantener abierto, sino como 
heredad que es necesario mantener cerrada..." (Memorias de los virreyes, III, 250, 
citado por Ramírez, 1959: 68). 
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¿Podrían expresarse mejor y más poéticamente las duras realidades de las tres 
contradicciones capitalistas, que en épocas pasadas y todavía en las actuales 
generan simultánea y conjuntamente desarrollo y subdesarrollo? 
 
G. EL CAPITALISMO DEL SIGLO XIX EN CHILE: CONSOLIDACIÓN DEL 
SUBDESARROLLO 
Las contradicciones capitalistas de la apropiación del excedente dentro de la 
estructure metrópoli-satélite del capitalismo mundial y nacional iban a determinar 
también el desarrollo y el subdesarrollo de Chile en el siglo XIX. En verdad, no sólo 
las nuevas contradicciones del período "nacional" posterior a la independencia, sino 
también, y acaso principalmente, los prolongados efectos de las contradicciones 
capitalistas del período colonial, siendo como eran manifestaciones concretas en el 
siglo XIX de las contradicciones capitalistas fundamentales de toda la historia 
chilena, frustraron los esfuerzos de Chile por desarrollar su economía nacional y 
condenaron a su pueblo al continuo desarrollo del subdesarrollo. Tomo la palabra 
"frustraron" del fundamental y excelente estudio de Aníbal Pinto, Chile: un caso de 
desarrollo frustrado. Yo acepto su análisis hasta donde alcanza. Pinto sugiere que 
el Chile colonial tuvo una economía reclusa y que sólo después de la independencia 
abrió sus puertas e intentó un desarrollo hacia afuera, que fue frustrado por los 
intereses adversos y el poderío combinado del imperialismo y la reacción nacional. 
Pero mi explicación de esta frustración difiere de la de Pinto en que yo trato de 
buscar las causes y raíces de la frustración del desarrollo económico de Chile y el 
desarrollo de su subdesarrollo en los comienzos de su historia y en la estructura del 
sistema capitalista, cuyas raíces se implantaron entonces y cuyos amargos frutos 
se cosechan ahora. 
Según mis términos, la experiencia chilena en el siglo XIX puede describirse como 
la de un país satélite que intenta lograr su desarrollo económico por medio del 
capitalismo nacional, y fracasa. Durante un tiempo, reiteradamente por cierto, 
Chile trató de resolver algunas de sus contradicciones capitalistas con la metrópoli 
mundial imperialista. Conociéndola como la conocía, Chile trató de escapar de su 
condición de satélite capitalista y se aventuró en esfuerzos por su desarrollo 
económico a través de programas bismarckianos de fomento nacional patrocinados 
por el Estado, mucho antes de que Bismarck pensara en ello y mientras Friedrich 
List trataba aún de persuadir a Alemania a adoptarlos. Pero todas estas tentativas 
se continuaron dentro de la estructura del capitalismo, aunque ahora se tratase, 
del capitalismo "nacional". 
Si el capitalismo nacional o estatal, en el siglo XIX, pudo todavía haber emancipado 
a Chile —o a cualquier otro país entonces satélite y hoy subdesarrollado—, o si 
pudo haber reparado los efectos de su anterior condición de satélite y abierto así el 
camino a un desarrollo económico semejante al de la metrópoli, es cosa difícil de 
decir hoy. Yo me inclinaría a creer que tal liberación nacional de un país 
dependiente a través del capitalismo nacional probablemente no era ya posible en el 
siglo XIX, como sin duda ya no es posible en la presente centuria. Pero puede 
decirse con seguridad, porque la evidencia histórica es clara, que ni Chile ni país 
alguno del mundo que haya estado firmemente incorporado como satélite al sistema 
capitalista mundial, ha podido, de hecho, escapar desde el siglo XIX de ese status y 
alcanzar su desarrollo económico basándose solamente en el capitalismo nacional. 
Los nuevos países que desde entonces se han desarrollado, como los Estados 
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Unidos, el Canadá y Australia, habían logrado ya una sustancial independencia 
económica interna y externa o, como Alemania y más significativamente el Japón, 
no habían sido nunca satélites, o como la Unión Soviética, rompieron con el sistema 
capitalista mundial mediante una revolución socialista. Significativamente, ninguno 
de estos países más o menos desarrollados era, cuando emprendió su desarrollo, 
más rico que Chile cuando intentó hacer otro tanto. Pero -y ésta es, a mi juicio, la 
diferencia importante—, no estaban ya subdesarrollados. 
 
1. Tentativas de independencia y desarrollo económicos: Portales, Bulnes y 
Montt 
Chile, por el contrario, tenía ya la estructura del subdesarrollo económico durante 
los gobiernos de su libertador, O'Higgins, del primer ministro Portales y de los 
presidentes Bulnes y Montt, con cuyos nombres podemos asociar sucesivamente 
cada decenio entre 1820 y 1860. Después de este período, los esfuerzos oficialmente 
patrocinados decayeron, aunque hubo algunas iniciativas privadas, hasta llegar al 
nuevo e importante intento del presidente Balmaceda en los años 1886-1891. 
En 1834 el ministro de Hacienda, Manuel Rengifo, se dirigió al Congreso en los 
siguientes términos: 
Por todas partes las ciudades se dilatan y hermosean, el cultivo de la tierra 
prospera, las praderas se cubren de ganados y los campos de mieses, ricas y 
abundantes minas brindan con la donación espontánea de los tesoros que ocultan 
en su seno; el comercio florece alimentado por centenares de buques que abordan 
sin cesar a nuestros puertos, nuevos ramos de la industria se naturalizan en el 
país, la población crece bajo la acción del benigno clima, mejorada la condición del 
labrador y la suerte del artesano, penetran las condiciones de la vida hasta la 
humilde habitación del pobre (Memoria de Hacienda, 1834, citada por Sepúlveda, 
1959: 35). 
Para aprovechar las aparentes oportunidades de la época se aprobaron, por 
inspiración del mismo ministro, leyes que favorecían el desarrollo nacional chileno: 
La reforma aduanera concebida por Rengifo y consagrada en las leyes del 8 de 
enero y del 22 de octubre de 1835, destinada a promover el aumento de la Marina 
Mercante y, consecuentemente, del comercio, instauraba principios como los que se 
exponen en seguida: exclusividad del cabotaje para los barcos nacionales con 
absoluta exención de derechos; rebaja de derechos de internación equivalente al 10 
% de la mercadería extranjera introducida por un buque nacional construido en el 
extranjero y de 20 % si el buque había sido construido en Chile. En cuanto al 
comerciodel trigo, la exportación del grano debía pagar 6% de derechos, mientras 
que la harina estaba gravada con el 4 % de su avalúo (Sepúlveda, 1959: 35). 
La política de estimular el comercio y promover la independencia adquiriendo una 
marina mercante nacional (aunque en parte se componía de barcos de propiedad 
extranjera abanderados en Chile) tuvo éxito por un tiempo: "En primer lugar gracias 
al estimulo externo se logró aumentar la Marina Mercante nacional, que pasó de 
más o menos 103 buques en los años anteriores a 1848, a 119 en 1849, a 157 en 
1850, y a 257 en el año 1855; fue lo positivo. En segundo término, Valparaíso... 
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había logrado transformarse en un puerto de primer orden con el establecimiento 
de almacenes de depósito" (Sepúlveda, 1959: 37). 
Sepúlveda sugiere que este tipo de desarrollo "hacia afuera" era el único de que 
disponía entonces Chile, puesto que costaba menos capital que el intento de 
competir industrialmente con la metrópoli, y capital era, precisamente, lo que Chile 
no tenía. En la medida en que este juicio puede ser correcto observaremos que esa 
falta de capital debe atribuirse, al menos en gran parte, a la expropiación del 
excedente económico que Chile había padecido durante muchas décadas, a causa 
de la monopolización de su comercio por otros países. La realización del viejo sueño 
de adquirir sus propios buques, para escapar al menos de esa fuente, desde luego, 
un esfuerzo por remediar esta situación. Pero no bastaba. 
No faltaron sin embargo medidas en pro del desarrollo económico nacional. Y se 
cuentan sin duda entre las más significativas y progresistas de aquellos tiempos. 
Durante los años 1841-1861 bajo los gobiernos de Bulnes y de Montt... se producen 
diversos sucesos que vigorizan la economía. Desde 1845, más o menos, comienza a 
explotarse formalmente el carbón... Posteriormente la economía recibe un nuevo 
impulso a raíz del descubrimiento de los terrenos auríferos de California, lo que 
produjo, junto a una gran emigración chilena hacia esa comarca, un apreciable 
aumento de la producción agrícola y manufacturera. Toda esta riqueza se vuelca en 
la realización de grandes obras públicas: se abren caminos, se construyen 
ferrocarriles... barco, a vapor recorren las extensas costas del Pacífico... El telégrafo 
abrevia las comunicaciones. Y la miseria continúa siempre en aumento... El 
progreso económico y técnico transforma las condiciones de vida. El auge de la 
minería... El desarrollo de las vías férreas y el aumento del comercio produjeron el 
enriquecimiento de numerosas familias... (Pinto, 1962: 19, citando a J. C. Jobet). 
La audacia y la visión de Montt para emplear los recursos y capacidad 
administrativa del Estado en desarrollo ferroviario, sólo puede apreciarse 
justicieramente teniendo en cuenta el hondo prejuicio que existía contra la 
intervención estatal y que llevó, como inevitable alternativa, a que en casi todos los 
países latino-americanos fueron inversionistas extranjeros los que tomaron a su 
cargo la tarea (Pinto, 1962: 22). 
Tampoco faltaron tentativas de fomentar las manufacturas chilenas y otras 
industrias. Nuestro examen de los siglos anteriores muestra que es un error muy 
común el de ver la manufactura sólo en el futuro y nunca en el pasado de los países 
subdesarrollados de hoy. Antes al contrario, en varias épocas de su historia Chile, 
muchos otros países latinoamericanos hoy subdesarrollados y por supuesto la India 
se industrializaron por sus propios esfuerzos relativamente mas que muchos de los 
países actualmente desarrollados. A este respecto Carlos Dávila, ex presidente de 
Chile, sugiere: 
"A principios del siglo XVII la producción industrial del Brasil colonial era mayor 
que la de Inglaterra, y en el siglo XVIII mayor que la producción industrial de los 
Estados Unidos" (Dávila, 1950). 
En la segunda mitad del siglo pasado se realizó un importante esfuerzo industrial 
en el campo metalúrgico. Numerosas industrias de este tipo se instalaron en la 
región de Santiago y Valparaíso, la mayoría de ellas dirigidas por extranjeros. Los 
proyectos de estas industrias metalúrgicas fueron ambiciosos: fabricaron arados, 
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trilladoras, Iocomotoras, carros de carga para ferrocarriles, campanas de gran 
tamaño, etcétera; también se construyeron cuatro locomotoras a vapor. Esta 
iniciativa desarrollada en el campo metalúrgico, mostró su eficiencia al poder 
abastecer de armas e implementos el ejército y a la marina chilena durante la 
guerra del Pacífico. Sin embargo, dicho esfuerzo, que tan promisoriamente había 
surgido, fue anulado más tarde, en gran parte, por la competencia de productos 
importados (Nolff, 1962: 154). 
A despecho de todas estas medidas, la de Chile continuó siendo (no se convirtió, 
como dirían algunos) una economía de exportación. Su producción minera 
creciente, que ya incluía el cobre, y su producción agrícola, aún basada 
principalmente en el trigo, aumentaron con rapidez como respuesta a la demanda 
exterior. Aníbal Pinto, quien opina que el comercio exterior vino a ser la fuerza 
motriz de la economía chilena sólo después que la independencia le abrió las 
puertas, comenta a este respecto: 
La expansión del sector exportador no puede calificarse sino como espectacular. La 
estadística sólo permite registrarla a partir de 1844, pero baste anotar que entre ese 
año y 1860, se cuadruplicó el valor de las exportaciones... Entre 1844 y 1880, los 
productos agropecuarios significaron en promedio un 45% del total. La actividad 
minera aportó la contribución más sobresaliente al gran "salto" motivado por la 
demanda de mercados expansivos... La producción de plata se multiplicó seis veces 
entre 1840 y 1855. La de cobre creció de unas 6.500 toneladas en los años 1841-43 
hasta alrededor de 50.000 toneladas la década de 1860, cuando las entregas 
chilenas alcanzaron a representar más del 40 % de le producción mundial, 
abasteciendo alrededor del 65 % de las necesidades de la industria y el consumo 
británicos (Pinto, 1962: 15). 
Hacia 1876, pudiéramos añadir, Chile producía el 62 por ciento del cobre del 
mundo, todo procedente de mines de propiedad chilena abiertas por iniciativa 
nacional. En 1913 Chile poseía aún el 80 por ciento de sus minas de cobre; hoy 
posee el 10 por ciento. EI 90 por ciento restante es de propiedad norteamericana, 
adquirida y ampliada sin apenas inversión alguna de capital norteamericano. El 
capital empleado en esta expansión fue expropiado del excedente económico 
producido por Chile, del que se apropiaron las compañías norteamericanas para su 
propio beneficio (Vera, 1963: 30 y otras) 
Volviendo al siglo XIX, Aníbal Pinto agrega: 
Las exportaciones de trigo, que antes de la independencia y a su principal mercado, 
el Perú, alcanzaban a unos 145.000 qm. en la década de 1850, estuvieron casi 
invariablemente por encima de los 300.000 qm. "La agricultura chilena —dice un 
concienzudo estudio reciente— reaccionó con evidente superación ante el estímulo 
externo que logró cambiar su orientación. La estancia pierde su importancia, y 
aumenta, en cambio, el número de haciendas que se dedica al monocultivo del 
trigo. La economía triguera se impuso en desmedro de la economía pastoril... El 
crecimiento económico del país y su respaldo, la estabilidad política, cimentaron 
sólidamente el prestigio de Chile en el extranjero. Un testimonio decidor brota de la 
comparación en las cotizaciones de valores sudamericanos en el mercado de 
Londres. Hasta 1842-43, los títulos chilenos del 6% se cotizaron entre 93 y 105; los 
de Argentina, a 20; los de Brasil, 64, y los del Perú no tenían demanda (Pinto, 1962: 
15-16, citando también a Sepúlveda). 
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Hasta 1865, los principales mercados de exportación del trigo chileno estaban en el 
Pacifico, y el Perú continuaba siendo el comprador más importante, como en los 
tiempos coloniales. Después de aquel año, aunque el Perú siguió siendo un 
comprador de consideración, las exportaciones fueron cada vez más a Europa, 
principalmente a Inglaterra. En California y en Australia los hallazgos de oro 
después de 1849 y 1851 produjeron súbitos aumentos temporales de la demanda 
de trigo, pero el trigo chileno fue desplazado en forma progresiva por la producción 
creciente de los Grandes Llanos de los Estados Unido.. 
Esta intensa integración de Chile con el mercado mundial fue, para decirlo del 
modo más suave, una relativa bendición. En realidad, tratándose de un país que 
participaba en ese mercado y en el sistema capitalista o imperialista mundial con 
carácter de satélite de la metrópoli ultramarina, fue necesariamente una maldición. 
La estrecha vinculación de Chile con el mercado mundial imperialista no tardó, una 
vez más, de tener sus consecuencias profundas y casi catastróficas para la 
economía chilena con el renovado cierre de los mercados trigueros de California y 
Australia, y entre 1858 y 1861, y aún más con la contemporánea crisis mundial de 
1857. "A fin de agosto de 1857, la contracción monetaria y crediticia se hizo tan 
intensa, que las transacciones comerciales se paralizaron completamente en 
Valparaíso". "La crisis comercial tenía fatalmente que repercutir sobre los 
agricultores, mineros e industriales... Se vieron obligados a reducir sus trabajos, a 
abandonar o aplazar las grandes instalaciones y mejoras que habían emprendido. 
Hubo muchas quiebras ruidosas. El precio de la propiedad rural bajó en un 40 % 
(Encina, citado por Pinto, 1962: 29). 
De igual modo, integrada como estaba la abierta economía chilena al mercado 
mundial la depresión universal de 1873 y la Guerra del Pacífico, con sus 
consecuencias, produjeron violentas oscilaciones económicas, tanto en el sector 
"doméstico" como en el de la exportación. 
Se produjo un alza general de precios, que comenzó en 1850 para terminar en 
1873. Los precios de cien artículos... subieron 32,9 % entre el período 1847-50 y 
1875. A partir de esta última fecha se produjo una declinación general de precios. 
El golpe de gracia lo dio la baja del cobre. En 1872 la tonelada inglesa se cotizaba 
en Londres a 108 libras. Este precio cayó a pique, y de tumbo en tumbo, descendió 
hasta 39,5 libras en 1878. Colocaron a los agricultores en la imposibilidad de servir 
el interés de sus deudas... faltaron compradores que dispusieran de los recursos 
necesarios para adquirir fundos por el monto de la deuda... Muchos acreedores, 
inclusive bancos, se vieron obligados a pagarse con precios rústicos (Encina, citado 
por Pinto, 1962: 26-29). 
"El pináculo de esta situación fue la declaración de inconvertibilidad de la moneda 
en 1878 y el ingreso de un régimen de papel moneda" (Pinto, 1962: 29). 
Le economía triguera chilena, grande desde el punto de vista nacional, pero que 
sólo satisfacía una pequeña proporción del consumo mundial, quedó 
necesariamente expuesta también a las violentas oscilaciones del mercado mundial 
y de toda la economía capitalista. "En el fondo la magnitud de nuestra exportación 
dependía de la producción mundial" (Sepúlveda, 1959: 62). La única salvación era 
el mercado peruano, el cual, relativamente aislado de las fluctuaciones 
metropolitanas, ofrecía mucho menos variación en su demanda de trigo chileno y, 
por ende, tenía una influencia parcialmente estabilizadora. 
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El comercio exterior del trigo, en el siglo pasado, era afectado muy de tarde en tarde 
con las crisis o bajas de la exportación, y como el comercio estaba influido y era 
sensible a las fluctuaciones de la economía mundial... La curva de la exportación 
total presenta fluctuaciones muy grandes con ascensos francamente 
extraordinarios y con caídas súbitas también de una inusitada magnitud... Las 
graves depresiones de 1870, 1878, 1890 y 1895, por ejemplo, que afectan la curva 
de la exportación total, no se dejan sentir en la curva del Pacífico; ésta se mantiene 
sensiblemente constante. Lo mismo sucede si nos colocamos en el extremo opuesto, 
las más altas exportaciones se destacan con toda claridad en la curva del comercio 
total, pero tampoco se acusan en la exportación hacia el Pacífico (Sepúlveda, 1959, 
60-61). 
La Guerra del Pacífico, contra Perú y Bolivia, trajo otro trastorno en la economía. Se 
produjo espontáneamente la restricción en las importaciones de todo lo que no era 
necesario para vestir y equipar el ejército. La minería y la agricultura pagaron el 
saldo que no alcanzó a cubrir la restricción de las importaciones suntuarias... La 
industria fabril, por su lado, dobló en diez, veinte y hasta cien veces la elaboración 
de vestuario, calzado, artículos de talabartería, pólvora, productos químicos y 
farmacéuticos, carros, barriles, mochilas, carpas, cureñas, calderas pera buques, 
etcétera... Terminada la guerra, se produjo la liquidación de la industria 
improvisada (Encina, citado por Pinto, 1962: 42). 
El auge y la decadencia del número de establecimientos industriales son sugeridos 
por lo siguiente (Nolff, 1962: 153): 
 1868 1878 1888 
Molinos de trigo 507 553 360 
Fábricas de tejidos 177 302 281 
Tenerías 61 101 70 
Fábricas de tejidos 7 10 5 
Fundiciones de cobre 250 127 69 
Aunque el movimiento de buques en los puertos chilenos aumentó tres veces entre 
1860 y 1870, la fIota mercante chilena, que había llegado a tener 276 naves en 
1860, descendió a 21 en 1868, y hacia 1875 sólo había vuelto a aumentar a 75 
(Sepúlveda, 1959: 72). El mismo Sepúlveda comenta: 
La Marina Nacional prácticamente no interviene, a partir de entonces, en el 
comercio internacional; la influencia de los barcos mercantes extranjeros será 
decisiva y podrá constituirse por mucho tiempo en un fuerte monopolio; así lo 
expone el Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, del 26 de diciembre de 
1898: "La agricultura chilena, bloqueada por una marina mercante extranjera y 
limitada que impide, merced a los privilegios que imprevisoramente le concedemos, 
el desarrollo de una marina mercante nacional sin la cual el país no podrá subsistir 
como entidad comercial de expansión propia, segura e independiente..." (Sepúlveda, 
1959: 72). 
El historiador Francisco Encina, conservador en materia de economía, considera 
que el abandono chileno de su cabotaje a intereses extranjeros es "uno de los 
mayores y más trascendentales errores que registra la historia de los pueblos 
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hispanoamericanos y entre los factores dependientes de la voluntad humana el que 
ha pesado más adversamente en la evolución histórica del pueblo chileno". (Encina, 
Historia de Chile, XIV, 644, citado por Sepúlveda, 1959: 72.) 
Encina pasa reviste a todo el período inmediatamente posterior a la independencia: 
"En menos de cincuenta años el comerciante extranjero ahogó nuestra naciente 
iniciativa comercial en el exterior; y dentro de la propia casa nos eliminó del tráfico 
internacional y nos reemplazó, en gran parte, en el comercio de detalle... Casi todos 
los progresos realizados por la agricultura entre 1870 y la guerra del Pacífico se 
debieron a la influencia directa de la industria minera. Los magnates de la minería, 
lo mismo que a mediados del siglo, compraban en el centro grandes haciendas por 
formar, las regalaban y su espíritu más progresista y emprendedor que el del 
antiguo hacendado, los movía a adquirir maquinarias modernas y a implantar 
nuevos cultivos. Entretanto, el agricultor tradicional no sólo estaba cohibido por su 
falta de iniciativa sino de capital... Hacia1890, casi la totalidad de las industrias de 
alguna importancia que existían en el país, seguía en poder de los extranjeros y de 
sus descendientes inmediatos." (Encina, citado por Pinto, 1962: 58.) 
¿Cómo podemos interpretar y comprender tanto las temporarias expansiones y 
contradicciones económicas como la subyacente tendencia al subdesarrollo 
estructural en el medio siglo posterior a la independencia política de Chile? La 
interpretación general del desarrollo y el subdesarrollo en función de las relaciones 
metrópoli-satélite dentro de la estructura del sistema capitalista puede servir de 
ayuda a este respecto. 
Las expansiones y contracciones temporarias de la economía chilena y su metrópoli 
nacional pueden buscarse, por razón de sus nexos con la metrópoli capitalista 
mundial, en el accidentado desarrollo del sistema capitalista mundial en su 
conjunto. Dale Johnson me ha sugerido que las primeras medidas de inversión y 
desarrollo nacional chileno adoptadas después de la independencia debieran 
atribuirse a la mayor cantidad de excedente económico de que Chile disponía, una 
vez que su emancipación del régimen colonial español puso fin a la expropiación de 
ese excedente por parte de España y, hasta cierto punto, de Lima. Este excedente 
adicional, como hemos visto, se canalizó en parte hacia la inversión en el país, y en 
parte hacia el consumo. 
El historiador chileno Enzo Falette, después de leer un borrador de este ensayo, 
sugiere que otras tres tentativas chilenas de expansión económica llevadas a cabo 
en ese período deberían interpretarse también, probablemente, como respuestas 
nacionales a acontecimientos en el sistema capitalista mundial en su conjunto, y a 
sus efectos sobre el satélite chileno. Sacando partido de su independencia Chile 
trató de romper el monopolio que, gracias en parte al control de la navegación, 
había ejercido Lima por tanto tiempo sobre la economía chilena. Las medidas 
orientadas a estimular la expansión de una marina mercante nacional después de 
1835 deberían interpretarse en este contexto. Esas medidas condujeron en 1837 a 
la guerra con el Perú cuya oligarquía comercial no estaba dispuesta a ceder sin 
lucha. 
Faletto sugiere asimismo que la intermitente guerra contra los araucanos y la 
Guerra del Pacífico contra el Perú y Bolivia pueden atribuirse también a los flujos y 
reflujos de la economía mundial. Los araucanos poblaban las regiones meridionales 
de Chile que estaban destinadas a convertirse en tierras trigueras. Según el señor 
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Faletto, la investigación histórica demostrará, probablemente, que las importantes 
campañas militares efectuadas para despojar a los araucanos de sus tierras 
coincidieron, precisamente, con los períodos en que la demanda mundial de trigo 
chileno estaba en alza: después por ejemplo, de la derogación de las leyes 
cerealistas en Inglaterra y del descubrimiento del oro en California y en Australia. 
La Guerra del Pacífico, abiertamente emprendida para despojar al Perú y a Bolivia 
de sus zonas salitreras durante la expansión económica de Chile, en la década del 
70, debería relacionarse también, según Faletto y de conformidad con la tesis de 
este ensayo, con el aflojamiento de los lazos del satélite Chile con la metrópoli 
capitalista mundial, debido a la seria depresión económica que sufrió esta última 
después de 1873. 
Los mismos tres acontecimientos, opina Faletto, confirman otra parte de mi tesis 
acerca del desarrollo y el subdesarrollo y la interpretación de la experiencia chilena: 
era capitalista en el nivel interno. Estas tres expansiones económicas chilenas no 
sólo fueron respuestas a estímulos externos que afectaban a Chile como parte 
integrante del sistema capitalista mundial, sino que también en el nivel interno 
ocurrieron totalmente dentro de una estructura capitalista de metrópoli y satélite. 
Todo desarrollo chileno, no obstante las limitaciones que la metrópoli mundial 
pueda imponerse, ocurre necesariamente a expensas de satélites internos. Así, la 
expansión de la producción de trigo metropolitana durante este período se hizo a 
expensas de los araucanos, que con ello fueron crecientemente satelizados y 
quedaron sin duda más subdesarrollados que antes. De igual modo, la posterior 
expansión económica y la incorporación de salitre al proceso del desarrollo chileno 
tenían que implicar la conversión de las regiones salitreras en un satélite capitalista 
interno de la metrópoli chilena, como ésta a su vez era satélite de la metrópoli 
capitalista mundial. 
 
2. El librecambio y el subdesarrollo estuctural 
Estas ilustraciones en la economía chilena van acompañadas y subrayadas por una 
tendencia al subdesarrollo estructural que hasta hoy no ha cesado. Este 
subdesarrollo debe atribuirse también a la participación de Chile en el sistema 
capitalista mundial y a la estructura económica y política internas que éste le 
impuso y que aún mantiene. Todo este período de la expansión económica chilena, 
que duró poco más de una generación, coincidió con la expansión mundial del 
librecambio. Así, pues, antes que surgieran fuertes intereses chilenos ligados al 
desarrollo nacional independiente, coartados como estaban por la estructura social, 
económica y política heredada de los tiempos coloniales, el librecambio reintegró a 
la metrópoli chilena y a sus influyentes grupos comerciales el sistema capitalista 
mundial, ahora como satélites de la Gran Bretaña. 
En el siglo XIX, librecambio quería decir monopolio y desarrollo industrial para 
Inglaterra y mantenimiento de la expoliadora estructura metrópoli-satélite 
capitalista e, inevitablemente, un subdesarrollo estructural aún más profundo para 
los satélites. Una vez industrializada Inglaterra al amparo de sus aranceles 
protectores, sus Navigation Acts y otras medidas monopolistas, su principal 
producto de exportación llegaron a ser la doctrina del librecambio y su mellizo, el 
liberalismo político. El debate en torno al liberalismo y el librecambio involucró a 
todo el mundo. En Chile tomó formas que los siguientes argumentos de mediados 
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del siglo XIX podrían resumir. La tesis inglesa en pro del librecambio fue expuesta 
en una nota oficial del Foreign Office en 1853: 
El gobierno chileno puede estar seguro de que una política comercial liberal 
producirá en Chile los mismos resultados que en Inglaterra, es decir, el aumento de 
las rentas del gobierno y la elevación de las comodidades y de la moral del pueblo. 
Este sistema, que en el Reino Unido ha sido aceptado después de larga 
consideración y que tras haber sido probado en la experiencia ha logrado triunfos 
que superan las expectaciones más optimistas, merece —si bien se considera— la 
pena de ser ensayado por el gobierno de Chile. (Instrucciones del encargado de 
negocios de Inglaterra en Chile, 23 de setiembre de 1853, citado por Ramírez, 1959: 
68). 
El gobierno de Su Majestad, como todos los poderes metropolitanos, no se limitó a 
dar consejos: 
Con fecha 7 de febrero de 1853, el ministro de Relaciones Exteriores de Gran 
Bretaña instruyó a su representante en Santiago para que reclamara ante el 
gobierno de Chile por el derecho de exportación al cobre que éste había 
establecido... "Tengo que informar a Ud. que el gobierno de S. M. no puede mirar 
esta medida sino como perjudicial a la navegación de retornos de las cosas 
occidentales de América que ahora encuentra fletes en la traída de minerales de esa 
región para el tratamiento metalúrgico en este país. Este comercio es de 
considerable valor, y seguramente se incrementará pues Gran Bretaña actualmente 
importa minerales de cobre para ser fundidos... se han erigido molinos para moler y 
trabajar esos productos de Chile, y el negocio tiende a crecer,pero la ley chilena del 
21 de octubre último no puede sino desanimar estas empresas en este país, y privar 
a Chile de la ventaja de extraer y exportar sus propios productos minerales... 
Exprese la esperanza del gobierno de S. M. que la ley en cuestión será anulada, 
como que está calculada para restringir el intercambio comercial entre los dos 
países y para limitar los beneficios que Chile ahora deriva de la extracción y 
embarque de minerales". (Ramírez, 1960: 64-67). 
La tesis contraria apareció, el 4 de mayo de 1868, en El Mercurio, hoy el principal 
periódico chileno, que por aquella época aún no había iniciado el proceso que lo 
convertiría veintitantos años después, en el más firme aliado chileno del 
imperialismo hasta el presente. 
Chile puede ser industrial, pues tiene capitales, brazos y actividad, pero le falta la 
voluntad decidida de querer ser. Hay un fuerte capital extranjero representado en la 
importación de manufacturas. Este capital esta y estará siempre dispuesto a oponer 
todo cuanto obstáculo tenga en sus manos al establecimiento de la industria en el 
país... El proteccionismo debe ser la leche que amamante a toda naciente arte o 
industria, el alma que les de su real animación positiva; porque sin él todo naciente 
adelanto queda expuesto desde la cima a los embates furiosos y bien combinados 
de la importación extranjera que está representada en el libre cambio. (Ramírez, 
1960: 89). 
Apenas puede dudarse hoy de qué lado estaba la razón; es asimismo evidente cuál 
de las partes triunfó: el librecambio, esto es, la relación metrópoli-satélite que había 
llegado a ser en extremo ventajosa para quienes, en las metrópolis mundial y 
nacional, se apropiaban de los excedentes. 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
La tendencia librecambista se acentuó en la época en que advienen las grandes 
exportaciones de trigo. Las consecuencias de esta orientación, en última instancia 
fueron: la internacionalización de nuestra economía, el aniquilamiento de la Marina 
Mercante (ordenanza de aduana de 1864) y la falta de capitalización en obra de 
interés nacional de las mayores entradas por el concepto de trigo y más tarde del 
salitre... La nueva Ordenanza de Aduanas de 1864 que declaraba la absoluta 
libertad del cabotaje nacional. Esta medida del estado en aras del liberalismo 
ambiente provocó la destrucción de la Marina Mercante Nacional, que no estaba en 
condiciones de resistir la competencia extranjera. Los tratados comerciales que 
Chile celebró en ese tiempo, llevaron incorporados sin discriminación "la cláusula 
de la nación más favorecida". Por medio de ellas los estados contratantes se obligan 
a otorgar las ventajas que pueden conceder a una tercera nación, también al otro 
contratante. Esto ocurrió con los países europeos, particularmente con Inglaterra, 
que gracias a dicha cláusula hizo de América Latina una verdadera colonia 
comercial impidiendo en Chile el progreso manufacturero y el de la Marina 
Mercante Nacional. (Sepúlveda, 1959: 36, 71-72). 
Medidas librecambistas como la abolición de las cornIaws en Inglaterra en 1846, y 
de las restricciones chilenas a los buques extranjeros en 1864, aumentaron, en 
efecto, las exportaciones de trigo chileno a Inglaterra, en parte porque la apertura 
más liberal de los puertos de Chile a la navegación extranjera reducía el costo del 
embarque del cereal. Pero estas mismas medidas de librecambio, instituidas 
después de la presidencia de Manuel Montt, el patrocinador de la inversión de los 
capitales del país en los ferrocarriles, etc., no tardaron en servir también para 
deprimir la industria hullera chilena con la competencia del carbón de piedra inglés 
traído por los barcos que acudían a cargar trigo. No tardó mucho el librecambio en 
estrangular a la manufactura chilena también. La satelización de Chile por 
Inglaterra metropolitana, o mejor, la colonización de Chile por Inglaterra una vez 
que aquél se hubo independizado de España, era inevitable. Ello no pasó 
inadvertido en Chile. Respecto del cobre, por ejemplo, El Ferrocarril, de Valparaíso 
(que también estaba entonces por cambiar su política editorial), escribió el 19 de 
enero de 1868: 
"Entrando a examinar las causas a que debe Chile la riqueza que lo ha elevado por 
sobre los demás estados que fueron colonias de los españoles, hemos hallado que 
todo lo debe a sus minas y principalmente al cobre que ha proporcionado al mundo 
mas de la mitad de lo que consume". "No obstante, este producto de nuestra 
industria ha estado sujeto a un monopolio que ha disminuido considerablemente 
nuestros provechos, recargándolos además con fletes, comisiones y otras gabelas 
inventadas por los fundidores ingleses. Por falta de otros mercados, los mineros 
americanos deben necesariamente mandar sus productos a Gran Bretaña y 
contentarse con el precio que les ofrezcan los fundidores de ese país. Hace veinte 
años que ellos han abusado de la dependencia en que se hallan los vendedores y, 
en los últimos dos años y principios del actual, los fundidores han obtenido 
ganancias fuera de toda proporción..." "¿Es esto soportable en un país que encierra 
los elementos para libertarnos de tan odioso monopolio? ... Desde que el monopolio 
de los fundidores ingleses los hace árbitros del precio de este producto, y desde que 
por medio de sus capitales ellos limitan o ensanchan nuestra explotación, la 
verdadera riqueza de nuestra sociedad queda sometida al interés de especuladores 
extranjeros que, consultando los suyos, nos ponen en la triste situación que 
tocamos... 
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"¿Es sufrible que un país que encierra en sí todos los elementos para fundir todos 
sus minerales, refinados hasta ponerlos al estado más puro para que de aquí 
salgan a la India, a la China, a la Europa y al mundo entero, sea encadenado a un 
tal monopolio y sometida a la caprichosa voluntad de unos pocos individuos su 
principal riqueza? Como lo hemos comprobado, no es la oferta y la demanda lo que 
ha hecho bajar nuestro cobre; es sólo nuestra incuria y abandono de un lado; es el 
poder de un capital que por nuestra ignorancia hemos formado a expenses nuestras 
en el extranjero. Bien es sabido el juego de los fundidores ingleses que el aviso de ir 
ricos cargamentos de nuestros productos, los bajan de precio para comprarlos a su 
llegada y volverlos a subir de nuevo cuando se hallan en sus manos, estableciendo 
una permanente oscilación en el precio de nuestros minerales que se arregla a su 
sola conveniencia. No podía ser de otro modo desde que ellos se habían hecho 
árbitros de nuestra riqueza en la que sólo su voluntad debía prevalecer." (Ramírez, 
1960: 82-84). 
Y todo esto gracias al orden de cosas efectivamente monopolista al que liberalmente 
se llama "librecambio". 
Mas la metrópoli, claro está, no confiaba únicamente en los efectos de su política 
librecambista sobre el mercado mundial. Siempre que así le convino y le fue 
posible, la metrópoli, ahora representada por Inglaterra, como por otros antes y 
después, penetró hasta el mismo corazón de la estructura interior mercantil, 
industrial y a menudo agrícola de la periferia (hasta donde el país satélite tuviera 
una economía '"nacional"), para apoderarse de ella. A este respecto, Hernán 
Ramírez observa en su Historia del imperialismo en Chile: 
Con posterioridad a 1850, el predominio británico en la industria minera se 
acrecentó por medio de los ferrocarriles ingleses que recorrían la zona... Además de 
controlar el comercio internacional y monopolizar la producción de cobre, los 
ingleses estuvieron constantemente alertas para impedir que Chile perdiera su 
calidad de exportador de materias primas y alimentos y de consumidor de 
manufactura... (Ramírez, 1960: 63-64). 
Y Ramírez continúa: 
Gran parte de la actividadmercantil interna estaba bajo el control directo e 
inmediato de empresarios británicos. Uno de los vehículos para la creación y el 
mantenimiento de esta situación, fue la alta dependencia en que el comercio 
interno se hallaba con respecto a las casas mayoristas inglesas, las que... tenían en 
sus menos el comercio internacional... Esos casos extendieron el giro de sus 
negocios, se conectaron con diversos ramos de la actividad productora nacional... El 
otro, fue la participación que los británicos tenían en la Marina Mercante 
chilena..."una gran proporción de barcos... aunque navegando con la bandera de 
Chile y bajo cubierta de propietarios nativos, porque los barcos extranjeros no 
pueden hacer cabotaje, son realmente de construcción inglesa, propiedad de 
súbditos británicos". 
Las grandes casas comerciales extranjeras, vale decir, inglesas, desempeñaban un 
significativo papel en la vida financiera del país: otorgaban créditos, emitían vales y 
aún billetes, comerciaban con el dinero, etcétera; en una palabra, operaban como 
verdaderas instituciones bancarias... esto significa que tan pronto como dejamos de 
ser colonia de España, llegamos a ser dependencia, usufructuada por el capitalismo 
inglés (Ramírez, 1960: 73-75). 
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No debería pensarse, empero, que la colonización económica de la periferia chilena 
y la conversión de ésta en satélite, llevadas a cabo por la metrópoli inglesa, sólo 
ocurrieron porque la metrópoli del mundo capitalista es por definición fuerte y su 
periferia débil, o porque la doctrina inglesa del librecambio convenciera a todos y 
cada uno de los de la periferia (u otras partes de la metrópoli) por el poder de su 
lógica. No. La metrópoli del mundo capitalista tenía, indudablemente, aliados en las 
metrópolis periféricas, y la doctrina del librecambio cayó en oídos interesados en los 
satélites periféricos capitalistas, como Chile, si bien no tanto en otros países 
metropolitanos o independientes, como Alemania y el Japón. La contradicción polar 
metrópoli-satélite del capitalismo trasciende a todo el sistema capitalista mundial, 
desde su centro macrometropolitano hasta su satélite más microperiférico. En 
virtud de las diferentes circunstancias, los intereses económicos y de otro tipo que 
esta contradicción central origina, las incontables contradicciones menores 
concretas asumen por supuesto, una amplia variedad de formas. 
Por desdicha, las circunstancias de este período de la historia chilena no han sido 
aún tan bien estudiadas como las del período posterior. Empero, pueden hacerse 
algunas sugerencias acerca del conflicto y de la alianza de los intereses creados por 
las contradicciones capitalistas en Chile a mediados del siglo XIX. Se dispone de un 
indicio en Courcelle-Seneuil, librecambista de la época, mundialmente conocido, 
que fue importado por (o exportado a) Chile como asesor oficial del gobierno, y a 
quien muchos historiadores chilenos han identificado con la adopción del 
librecambio en Chile después de 1860. Courcelle-Seneuil observó que: 
"Gran parte de las nuevas ganancias han sido empleadas en dar ensanche a Ios 
goces de los propietarios; el mayor número de éstos se han puesto a consentir 
soberbias casas y comprar suntuosos mobiliarios, y el lujo de los trajes de las 
señoras que ha hecho en pocos años progresos increíbles... Se puede decir que 
mientras los labradores gastaban en locas diversiones los aumentos de sus 
entradas, los propietarios empleaban las suyas en aumentar goces más durables, 
pero unos y otros han capitalizado muy poco". (Sepúlveda, 1959: 51.) 
Estos terratenientes, sin duda, miraban con malos ojos las restricciones al comercio 
que impedían tales progresos a sus señoras. El ministro de Hacienda del régimen 
siguiente al de Montt explicó al Congreso que el freno a la navegación extranjera 
todavía en vigor, es decir, la posición privilegiada de la marina chilena, debía 
desaparecer, y ello en bien de "esos intereses para los que [el privilegio] fue creado" 
(Véliz, 1962: 240). Es decir, los intereses de Ios terratenientes, y aún más los de los 
exportadores y los importadores, sin duda. El diputado Matta sostuvo que los 
derechos de aduana no eran más que una señal de la debilidad y cobardía del 
gobierno, y que todos ellos debían ser abolidos. 
Podemos presumir, pues, que la estructura metrópoli-satélite del sistema 
capitalista mundial, y de Chile dentro de él, creó grupos de intereses definidos 
dentro de la metrópoli del satélite chileno, los cuales, no obstante los conflictos con 
el imperialismo que puedan haber tenido, sentíanse impelidos a respaldar, por 
sobre cualquier otra política, la que senda para hacer de Chile un satélite aún más 
dependiente de la metrópoli capitalista mundial. No sorprende, por tanto, encontrar 
a esos grupos valiéndose de la debilidad del gobierno, originada en la depresión 
mundial de 1857, para rebelarse contra el presidente Montt y sus programas de 
desarrollo nacional. Se puede, por ende, estar de acuerdo con Claudio Véliz cuando 
dice: 
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Manuel Montt se enfrentó a dos revoluciones ... la segunda en 1859 estuvo más 
próxima a los intereses políticos y económicos de los grupos de presión mineros y 
agrícolas del país. Gran parte de la oposición a la actitud centralista, fuerte, de 
ingerencia estatal en la cosa económica que pregonizaba Montt, provino de los 
grupos liberales —y, por supuesto, librecambistas— cercanos a la exportación de 
minerales y de productos agropecuarios del norte y sur del país. Desde luego, es 
más que una coincidencia sin importancia el hecho de que los núcleos de 
resistencia contra el gobierno de Montt hayan estado situados en Copiapó y 
Concepción. (Véliz, 1962: 242). 
 
3. La revolución industrial frustrada: Balmaceda y el salitre 
El siguiente período fue decisivo para la firma consolidación de esta tendencia al 
subdesarrollo en la estructura social, económica y política de Chile. Decisivo por así 
decirlo, claro está. Porque las semillas del subdesarrollo estructural habían sido 
sembradas por la Conquista misma y por la estructura económica internacional, 
nacional y local a la que el pueblo de esta nación, potencialmente rica en otros 
sentidos, fue por consiguiente incorporado. Decisivo sólo por el hecho de que los 
acontecimientos posteriores marcaron lo que quizás ha sido el más espectacular 
intento de dasarraigar el árbol del subdesarrollo y plantar en su lugar el del 
desarrollo. Por otra parte, este intento, vinculado al nombre del presidente 
Balmaceda, fue menos decisivo de lo que sugieren escritores como Pinto, Nolff, 
Ramírez y otros. Si fracasó después de todo —y fracasó de modo espectacular— fue 
sólo porque sus posibilidades de éxito habían sido perjudicadas por las mismas 
circunstancias que en los tres siglos anteriores habían originado ya fracasos 
similares, aunque tal vez menos divulgados. Las raíces del subdesarrollo estaban 
demasiado profunda y firmemente adentradas en la estructura, la organización y el 
funcionamiento del sistema económico del que Chile ha sido parte desde sus 
principios hasta hoy. 
Investigadores como Jobet, Pinto, Ramírez, Nolff y Vera, unas veces explícitamente, 
otras implícitamente, explican la frustración del desarrollo en la era de Balmaceda 
atribuyéndola a la infortunada concatenación de una serie de circunstancias más o 
menos especiales. Esta explicación sería aceptable si como esos mismos autores 
sostienen, Chile hubiera sido un país cerrado, "recluso", autárquico o feudal hasta 
la segunda mitad del siglo XIX (Jobet), o la primera mitad de la misma centuria 
(Pinto y Nolff) o, al menos, hasta el siglo XVIII (Ramírez), y tardíamente hubiera 
tratado de saltar de la autarquía al "desarrollo hacia afuera" en vez de "haciaadentro". La verdad lisa y llana de la historia y de la estructura económica de Chile 
es que este país ha sido una economía satélite abierta, capitalista y dependiente 
desde el principio; dicho de otro modo, las raíces de su subdesarrollo son muy 
profundas, están en la estructura del capitalismo y no en el feudalismo o el 
desarrollo "hacia afuera" o en una combinación de los dos últimos. Por consiguiente 
si Chile ha de pasar del subdesarrollo al desarrollo, su transformación estructural 
tendrá que ser mucho más honda que el mero cambio del desarrollo capitalista 
hacia afuera por el desarrollo capitalista hacia adentro. 
Algunos de los que vivían en Chile en la segunda mitad del siglo XIX discernieron, 
después de todo, la tendencia a un desarrollo cada vez más profundo, y algunos de 
ellos intentaron frenarla. La nueva Sociedad de Fomento Fabril, en su prospecto 
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inaugural, puso muy altas sus miras y las de Chile —aunque pudiera pensarse que 
no sin razón— en 1883. 
Chile puede y debe ser industrial. Probar esta idea hasta la evidencia, establecerla 
como máxima de todos, pueblo y gobierno, pobres y ricos, llegar a hacer de ellos el 
punto de mira y el solo objetivo racional de los hombres laboriosos y de los 
acaudalados capitalistas... Debe ser industrial por su agricultura; porque la 
feracidad de las tierras de todo el valle central reclama cultivos más ricos... y en 
mucho mayor escala que lo que hasta ahora se hace. Y porque nuestro país, 
reducido en su extensión, comparativamente con otros que ya son productores de 
trigo, se verá obligado en algunos años más, y por fuerza, a abandonar la 
exportación de este articulo... Debe ser industrial por su minería, porque su 
verdadera riqueza consiste no en reventones o veras de plata y cobre con 
centenares de marcos en su ley, sino en sus montañas de metales pobres que 
ofrecen ganancia segura y verdadera por largos años al industrial inteligente... Debe 
ser industrial por las condiciones de su raza, inteligente y fuerte, apta para 
comprender y dirigir cualquier maquinaria a poco que se le enseñe y capaz de 
repetir cualquier trabajo con sólo enconmendarlo a su proverbial entusiasmo y 
buena voluntad... Debe ser industrial porque tiene los elementos para serlo: posee 
las substancias minerales de más alta importancia en abundancia extraordinaria: 
el cobre, el fierro, el carbón de piedra, el salitre y el azufre, y con ellos el ácido 
sulfúrico y todos los productos químicos que la industria necesita para su 
establecimiento y desarrollo; tiene los elementos vegetales, maderas de todo género, 
lino, cáñamo de primera clase... y cuenta con productos animales, pieles, lanas y 
seda que pueden fabricar los más delicados trajes y tejidos. Sin que nada justifique 
que tan ricos y variados productos salgan de nuestro suelo a recibir en otra parte 
su elaboración definitiva y vuelvan en seguida a nuestro país a ser vendidos por 
precios que nos arrebatan mucho más que la ganancia de venta del articulo primo. 
Debe ser industrial, porque en conformación geográfica posee una fuerza de trabajo 
de un valor inmenso, que puede aprovecharse en todas las industrias hasta llegar a 
una producción más barata que la de todos los demás países. Esta fuerza es la 
corriente de los ríos, los que en el curso de la cordillera al mar se prestan por su 
declive a formar millones de caídas de agua que son otros tantos motores y fuentes 
de riqueza para el país. 
Y para terminar, Chile debe ser industrial, porque es el estado a que lo lleva su 
natural evolución de pueblo democrático y porque sólo dedicando sus fuerzas a la 
industria llegará a poseer la base estable del equilibrio social y político de que 
disfrutan las naciones más adelantadas, llegará a tener clase media y pueblo 
ilustrado y laborioso, y con ello porvenir de paz de engrandecimiento para muchas 
generaciones... (Prospecto de la Sociedad de Fomento Fabril, 1883, citado por 
Ramírez, 1958: 149). 
La verdad es que en el período 1830-1930 la agricultura chilena tuvo todo a su 
favor: mercados externos, divisas para tecnificarse, crédito abundante, 
"tranquilidad social", pleno liberalismo en la política oficial, protección de los 
gobiernos.... hasta desvalorización monetaria para aliviar sus deudas. Y, sin 
embargo, en lugar de prosperar fue retrogradando. Con alguna razón... (Pinto, 
1962: 84). 
¡Qué amarga ironía que literalmente lo mismo pueda decirse y se diga hoy, todavía 
con igual justificación! ¿Qué ocurrió? 
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La Guerra del Pacífico proporcionó enormes riquezas a Chile con las provincias 
septentrionales antes peruanas y bolivianas, que contenían los mayores depósitos 
de salitre —y los únicos— que el mundo conocía. El salitre, antes del posterior 
descubrimiento de un sustituto sintético, constituía, con el guano peruano y 
chileno, el principal fertilizante comercial del mundo. Las minas de salitre se 
habían abierto con capital peruano y chileno y eran trabajadas en gran parte por 
obreros chilenos, y por el control de ellas, esencialmente, se rompieron las 
hostilidades. Chile ganó la guerra y las minas, pero las consecuencias de su victoria 
fueron desastrosas. Porque la victoria aumentó el interés en Chile de una potencia 
metropolitana cuya participación en los asuntos económicos y políticos chilenos 
condenó al país aún más a la ruina del subdesarrollo. 
Con anterioridad a la Guerra del Pacifico, la industria salitrera había comenzado a 
desarrollarse gracias a la energía de empresarios peruanos y chilenos; además, 
actuaron en ellos algunos ciudadanos británicos y de otras nacionalidades. Los 
capitales que se empleaban, provenían en su totalidad de los centros financieros de 
Perú y Chile, el que llegaba hasta la región por las vías del crédito o de la inversión. 
Esto es significativo y debe subrayarse: Terapacá no recibió inversión de capitales 
ingleses, en el nacimiento, promoción y desarrollo inicial de la industria salitrera, 
los ingleses no tuvieron ninguna participación importante. (Ramírez, 1960: 114). 
El capital inglés-norteamericano representaba el 13% de la industria, y el peruano-
chileno el 67%; el 20% restante pertenecía a extranjeros económicamente 
nacionalizados. (Encina, citado por Pinto, 1962: 55). 
Los bonos y certificados entregados por el gobierno peruano en pago de las plantas, 
que habían perdido casi todo su valor (a causa de y durante la guerra), de repente 
comenzaron a ser solicitados por "compradores misteriosos... que pagaron por ellos 
10 y hasta 20% de su valor nominal, en soles depreciados" al consumarse la 
decisión del gobierno chileno (de honorar los bonos peruanos), los nuevos tenedores 
pasaron a ser los dueños de la parte más valiosa de la industria. Figura central en 
este drama tan absurdo como sospechoso fue el casi legendario Mr. John T. North, 
quien, para colmo de ironías, realizó la fantástica especulación que lo convirtió en 
"rey del salitre" con capitales chilenos provistos por el Banco de Valparaíso. Esta 
institución y "otros prestamistas chilenos facilitaron a North y sus asociados $ 
6.000.000 para acaparar los certificados salitreros y los ferrocarriles de Tarapacá". 
El proceso de desnacionalización fue rápido y se extendió, cosa curiosa, hasta el 
punto de reducir la parte de la industria que controlaron los chilenos antes del 
conflicto, según Encina... el 10 de agosto de 1884, el capital peruano había 
desaparecido; el chileno estaba reducido al 36%; el inglés montaba a 34%, y el 
capital europeo no nacionalizado 30%. (Pinto, 1962:55, citando también a Encina). 
Los ingleses no tardaron en eliminar una proporción todavía mayor del capital 
chileno: 
El ex ministro Aldunate, que tuvo un papel importante en la decisión gubernativa, 
que abría pasoa la entrega del nitrato, reflexionaba melancólicamente más tarde, 
en 1893: "Por desgracia, y en fuerza de una combinación de circunstancias que 
sería largo de recordar, la industria salitrera se halla íntegra y exclusivamente 
explotada y monopolizada por extranjeros. No hay un solo chileno que posea 
acciones en las suculentas empresas de ferrocarriles de Tarapacá... Los buques que 
conducen desde nuestros puertos a los centros del consumo las riquezas del litoral, 
son todos de extraña bandera. Es inglés todo el combustible que se emplea para el 
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movimiento de las máquinas. Y para que el monopolio exótico de estas industrias 
sea completo, son también extranjeros todos los agentes intermediarios entre 
productores y consumidores, y en sus manos quedan íntegramente también las 
utilidades comerciales de la industria". (Pinto; 1962: 55-56). 
No obstante, El Ferrocarril, cuya política económica no era ya la de 1868, sostenía 
el 28 de marzo de 1889: 
"Las riquezas acumuladas por los extranjeros no deben inspirar recelos, porque son 
legítimos frutos de su actividad, trabajo e inteligencia, y sirven también al país que 
suelen dar a nuevas industrias, lo que desarrolla mayor consumo de productos 
nacionales y beneficia a nuestros esforzados trabajadores... Hay universal 
convencimiento en que las futuras bases de la prosperidad nacional deben buscarse 
en el desarrollo industrial a que se presta admirablemente nuestro país por la 
abundancia y variedad de sus productos naturales, y nadie podrá negar que en esta 
vía nos es indispensable la cooperación extranjera, ya sea con sus capitales, ya con 
su experiencia y conocimientos. Quien ama de veras la patria, no debe hostilizar 
entonces a los factores de su grandeza". (Ramírez, 1958: 102). 
Para cualquier lector objetivo de un país actualmente subdesarrollado, en América 
Latina o en otra parle, tal experiencia de la "contribución" del capital extranjero y de 
sus apologistas interiores y foráneos no será, sin duda, una sorpresa. Porque la 
misma realidad y la misma fábula son todavía parte cabal de su diaria existencia. 
Lo mismo han experimentado los ferrocarriles de la Argentina y Guatemala, los 
servicios públicos de Chile y el Brasil, las minas, tierras y fábricas en los países 
subdesarrollados de todas partes. ¡Cuánto fraude y saqueo constantes se han 
perpetrado al amparo de las nobles palabras "inversión y ayuda del exterior"! (Véase 
capitulo V y Frank, 1963a y 1964b). 
Aunque El Ferrocarril alegaba que era "universal" la convicción de que Chile 
prosperaría por el camino de sus relaciones económicas con el extranjero, y que 
"nadie podía negar que la cooperación extranjera era, por tanto, indispensable", no 
todos convenían en ello, como el mismo periódico sabía demasiado bien (y por eso 
escribió como lo hizo), sobre todo el recién electo presidente Balmaceda. En el 
discurso en que aceptó su designación como candidato a la Presidencia, el 17 de 
enero de 1886, Balmaceda proclamó su filosofía y programa económicos: 
El sistema tributario exige una revisión y práctica que guarde armonía con el igual 
repartimiento de las cargas públicas prescritas en la Constitución. El cuadro 
económico de los últimos años prueba que dentro del justo equilibrio de los gastos y 
las rentas, se puede y se debe emprender obras nacionales reproductivas que 
alientan muy especialmente la hacienda pública y la industria nacional. Si a 
ejemplo de Washington y de la gran República del Norte, preferimos consumir la 
producción nacional, aunque no sea tan perfecta y acabada como la extranjera; si el 
agricultor, el minero y el fabricante construyen útiles o sus máquinas de posible 
construcción chilena en las maestranzas del país; si ensanchamos y hacemos más 
variada la producción de la materia prima, la elaboramos y transformamos en 
substancias u objetos útiles para la vida o la comodidad personal; si ennoblecemos 
el trabajo industrial aumentando los salarios en proporción a la mayor inteligencia 
de aplicación por la clase obrera; si el estado, conservando el nivel de sus rentas y 
de sus gastos, dedica una porción de su riqueza a la protección de la industria 
nacional sosteniéndola y alimentándola en sus primeras pruebas; si hacemos 
concurrir al estado con su capital y sus leyes económicas, y concurrimos todos, 
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individual o colectivamente, a producir más y mejor, y a consumir lo que 
producimos, una savia más fecunda circulará por el organismo industrial de la 
república y un mayor grado de riqueza y bienestar nos dará la posesión de este bien 
supremo de pueblo trabajador y honrado: vivir y vestirnos por nosotros mismos. A 
la idea de industria nacional está asociada la de inmigración industrial y la de 
construir, por el trabajo especial y mejor remunerado, el hogar de una clase 
numerosa de nuestro pueblo, que no es el hombre de la ciudad, ni el inquilino, 
clase trabajadora que vaga en el territorio, que presta su brazo a las grandes 
construcciones, pero que en épocas de posibles agitaciones sociales, puede remover 
intensamente la tranquilidad de los espíritus. (Ramírez, 1958: 111-112). 
Ramírez resume como sigue la política salitrera y otros programas económicos de 
Balmaceda: 
Romper el monopolio que los capitalistas ingleses ejercían en Tarapacá, como una 
manera de impedir que aquella región fuera "convertida en una simple factoría 
extranjera". 
Estimular la formación de compañías salitreras nacionales, cuyas acciones fueran 
intransferibles a ciudadanos o empresas extranjeras. De este modo, junto con 
neutralizarse la preponderancia británica, se lograba "radicar en Chile al menos 
una parte de los cuantiosos provechos de la industria salitrera". 
Impedir el mayor desarrollo de las empresas extranjeras, aunque sin obstaculizar 
las actividades que ya realizaban. 
Fomentar la producción del salitre mediante el empleo de medios técnicos más 
perfeccionados, la apertura de nuevos mercados y el abaratamiento de los fletes 
marítimos y terrestres. Estos sanos y previsores propósitos, no alcanzaron a 
materializarse. (Ramírez, 1958: 98). 
Ramírez examina, además, los diligentes programas económicos de Balmaceda para 
las categorías siguientes: obras públicas, ferrocarriles, carreteras, salud pública, 
política financiera, fiscal, agrícola, minera, industrial y docente; administración 
pública planificación y descentralización de la economía. (Ramírez, 1958: 114-160). 
Los conservadores y la Iglesia parecen haber reconocido algunos de los méritos de 
Balmaceda, lo que no quiere decir que les gustaran. El periódico que hablaba por 
ellos, El Estandarte Católico, escribió como sigue, el 4 de junio de 1889, en un 
artículo atrayentemente titulado "Antes lo necesario que lo conveniente": 
El señor Balmaceda está empeñado en adquirir para su nombre la gloria de haber 
cruzado el país a lo largo y a lo ancho de caminos de hierro, de haber levantado 
palacios para la instrucción, aumentado el material de la marina y el ejército, 
abierto puertos y construido diques; en suma, haber dado impulso vigoroso al 
progreso industrial y material. Pero en esta prodigalidad espléndida para todo lo 
que brilla, en este reparto fastuoso de millones de obras de mera utilidad y dudosa 
conveniencia, no ha reservado ni un maravedí para mejorar la situación económica 
del país, para aliviar al pueblo de la carga abrumadora de los impuestos, para 
acelerar la conversión metálica, para procurar-el bienestar general con la 
disminución de miseria. (Ramírez, 1958: 117). 
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La diferencia exacta entre "lo necesario" y "lo conveniente" -esto es, ¿necesario para 
el "bien general" de quién, y alivio de los impuestos para quéparte "del pueblo?-- 
nos es revelada por otros dos artículos de fondo aparecido en otros periódicos en la 
misma primavera de 1889: 
Alza de jornales, con motivo de los innumerables obras públicas que se construyen 
en la actualidad en toda la república, los jornales han subido desde un año a esta 
parte de un modo digno de ser notado por nuestros economistas. A los peones, a 
quienes antes se les pagaba sesenta centavos por día, sin ración, se le abona en los 
edificios de construcción noventa centavos y se les da una ración que equivale a 
veintiséis centavos al día. (Ramírez, 1958: 115, de La Tribuna, 20 de abril de 1889). 
El mal aumenta. A la escasez general de trabajadores y ya subido jornal, pésimo 
estado de viñas y mala calidad de los productos en general, se agrega ahora el 
subido precio con que la empresa del ferrocarril Clark se está atrayendo a la mayor 
parte de los peones. Los vinicultores se ven hoy día en la imperiosa necesidad de 
pagar el mismo jornal de la empresa para poder concluir en debido tiempo sus 
cosechas. Muy conveniente sería que la empresa pusiera todo empeño en atraer de 
otros pueblos el resto de la peonada que necesita. (Ramírez, 1958: 116, de Ecos de 
los Andes, 18 de abril de 1889). 
Esto disipa toda duda acerca de qué se consideraba "necesario" para quién e 
inmediatamente "conveniente" para qué parte del pueblo y, a la larga, para el 
desarrollo de la economía en general, también. 
El presidente Balmaceda, de igual modo, estaba muy claro acerca de quién era 
quién y cuáles instituciones representaban a cuáles intereses y fuerzas. 
El congreso es un haz de corrompidos; hay un grupo que trabaja el oro extranjero y 
que ha corrompido a muchas personas. Hay un hombre acaudalado que ha 
envilecido la prensa y ha envilecido los hombres. Las fuerzas parlamentarias han 
fluctuado entre vicios y ambiciones personales. El pueblo ha permanecido tranquilo 
y feliz, pero la oligarquía lo ha corrompido todo. (Ramírez, 1958: 201). 
El Times de Londres no estaba menos informado o no era menos informativo. 
El Partido Progresista está principalmente y primariamente compuesto de amigos 
de Inglaterra, y representa todos los elementos conservadores y adinerados, lo 
mismo que la inteligencia del país. (Times, 22 de junio de 1891, citado par Ramírez, 
1958: 197). 
Pocos meses después, ya movilizada la oposición a él, Balmaceda observó: 
Estamos sufriendo uva revolución antidemocrática iniciada por una clase social 
centralizada y poco numerosa, y que se cree llamada por sus relaciones personales 
y su fortuna a ser agrupación directiva y predilecta en el gobierno... (Ramírez, 1958: 
201). 
La siempre presta alianza imperialista nacional de los intereses comerciales, 
financieros, mineros y agrícolas no tardó en movilizar sus fuerzas contra el 
presidente Balmaceda: 
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Cuando a fines del año 1890 y principios del 91 se preparaban algunos elementos 
para la guerra que tendría que sobrevenir, los señores Agustín Edwards y Eduardo 
Matte remitieron a don Joaquín Edwards, en Valparaíso, órdenes de pago por las 
sumas con que ellos contribuían para los gastos de los futuros acontecimientos (El 
Ferrocarril, 17 de enero de 1892, citado por Ramírez, 1958: 193). 
Los gastos hechos en Europa durante los primeros meses de la revolución, en 
servicio de la causa del Congreso, fueron atendidos por nosotros con fondos del 
Banco A. Edwards y Cía. (Augusto Matte y Agustín Rosa, Memoria presentada a la 
Junta de Gobierno, citada por Ramírez, 1958: 194). 
El Banco A. Edwards y Cía. sigue siendo hoy el más poderoso de Chile; pertenece a 
la familia de ese apellido, junto con otras muchas empresas comerciales, 
incluyendo el periódico más importante de Chile, El Mercurio, a través de cuyas 
páginas, como de sus muchas otras actividades, la familia Edwards declara hoy su 
lealtad suma al imperialismo yanqui. Ella y su banco financiaron todavía la 
coalición de los intereses políticos más reaccionarios en las memorables elecciones 
de 1964. 
En la centuria pasada era el capital inglés (apropiado, pero no contribuido) el que 
predominaba en Chile. El ministro de los Estados Unidos en Santiago no tenía la 
menor duda de ello cuando el 17 de marzo de 1891 informaba al Departamento de 
Estado: "Puedo mencionar como un asunto de particular interés el hecho de que la 
revolución cuenta con la completa simpatía, y en muchos casos, con el activo apoyo 
de los residentes ingleses en Chile... Es sabido que muchas firmas inglesas han 
hecho liberales contribuciones al fondo revolucionario. Entre otros, es abiertamente 
reconocido por los dirigentes de la guerra civil que M. John Thomas North (a quien 
conocemos de antes como «el Rey del salitre») ha contribuido con la suma de 
100.000 libras esterlinas". (Ramírez, 1958: 195). Eso era, indiscutiblemente, una 
gota en el mar comparado con lo que el Rey del Salitre ya se había agenciado en 
Chile. ¿Se puede dudar de que sus descendientes norteamericanos, que ponen sus 
nombres a minas de cobre y otras empresas que en justicia pertenecen a Chile, 
están "invirtiendo" hoy de otros modos en su propio futuro? 
El Times de Londres resumía la situación el 28 de abril de 1891, como sigue: 
Es evidente que la mayoría del Congreso y sus partidarios —con mucha 
anterioridad a diciembre— se habían formado la idea de que una ruptura con el 
Ejecutivo y una tentativa revolucionaria eran inevitables. Y con la influencia de casi 
todas las familias terratenientes, de los ricos elementos extranjeros y del clero, no 
hay que sorprenderse que estimaran fácil la caída del presidente. Además, habían 
conseguido el apoyo de la marina y creían contar con gran parte del ejército; por 
estas razones, no parecían dudar de que, al enarbolar la bandera revolucionaria, se 
daría la señal para que en todo el país se produjera un movimiento popular en su 
favor. Parte de estas previsiones se ha realizado. Las grandes familias, los grandes 
capitalistas nacionales y extranjeros, los mineros de Tarapacá, la flota y un 
pequeño número de desertores del ejército están con ellos. Pero la gran mayoría del 
pueblo chileno no ha mostrado signos de revuelta y Ios nueve décimos del ejército 
permanecen leales al gobierno establecido. (Ramírez, 1958: 191). 
El gobierno del presidente Balmaceda cayó, en medio de una cruenta guerra civil, y 
el mismo presidente fue forzado a suicidarse. Los intereses económicos extranjeros 
y los gobiernos (el norteamericano no menos que el inglés) que los representaban no 
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se habían cruzado de brazos. El cónsul inglés cablegrafió al Foreign Office en 1891: 
"En cambio de la mencionada activa asistencia contra las fuerzas revolucionarias, el 
gobierno de los Estados Unidos espera que Chile denunciara sus tratados con los 
países europeos y concluirá un tratado comercial con los Estados Unidos". 
(Ramírez, 1958: 229). El mismo año, el corresponsal en Chile del Times de Londres 
comunicó a la cancillería británica (no a su periódico) su temor de que "Sería una 
lástima que Chile, que hasta ahora ha sido en aquella costa el baluarte contra la 
interpretación de la Doctrina Monroe hecha por Blaine, llegar a ser «blainista» a 
pesar de nosotros". (Ramírez, 1958: 229). 
Sólo dos años antes, en 1889, James G. Blaine, entonces secretario de Estado de 
los Estados Unidos, había convocado en Washington al Primer Congreso 
Panamericano, para crear la Unión Panamericana, cuyo edificio —y no digamos su 
política— se halla hoy en manos de su actual descendiente, la Organización de 
Estados Americanos. Por suerte para los ingleses, si no necesariamente para los 
chilenos, sus temores de que Chile se hiciera "blainiano a pesar de nosotros" eran 
todavía prematuros. Ese sueño vendría a asumirlas proporciones de una pesadilla 
algo después. 
Las consecuencias de los antedichos sucesos fueron resumidas en 1912 por Encina 
en su Nuestra inferioridad económica. Sus causas sus consecuencias: 
El comerciante extranjero ahogó nuestra iniciativa comercial en el exterior; y dentro 
de la propia casa, nos eliminó del tráfico internacional... Igual cosa ha ocurrido en 
nuestras grandes industrias extractivas. El extranjero es dueño de las dos terceras 
partes de la producción de salitre, y continúa adquiriendo nuestros más valiosos 
yacimientos de cobre. La Marina Mercante Nacional... ha venido a menos y 
continúa cediendo el peso, aun dentro del cabotaje, al pabellón extranjero. Fuera 
del país tienen sus directorios la mayor parte de las compañías que hacen entre 
nosotros el negocio de seguros. Los bancos nacionales han cedido y siguen cediendo 
terreno a las agencias de los bancos extranjeros. A manos de extranjeros que 
residen lejos del país, van pasando en proporción creciente los bonos de las 
instituciones hipotecarias, las acciones de los bancos nacionales y otro valores de la 
misma naturaleza. (Ramírez, 1960: 257) 
Ramírez, a su vez, resume las consecuencias para la economía chilena, destacando 
algunos de los rasgos que en nuestros días se consideran señales de 
"subdesarrollo": "1. Balanza de pagos desfavorable; 2. Dificultad para estabilizar el 
valor de la moneda y para abandonar el régimen de papel moneda (that is, in terms 
of our days, to restablish a hard currency); 3. Lenta capitalización del país, lo que 
obstruía el crecimiento de sus fuerzas productivas...; 4. Como consecuencia de lo 
anterior, la potencialidad económica de la República se debilitaba y se suscitaban 
agudos problemas económicos sociales que recaían con gran violencia sobre 
pequeños industriales, pequeños comerciantes y, particularmente, sobre la gran 
masa de asalariados." (1960: 249-250.) Esto es, la polarización interna metrópoli-
satélite y entre las clases se acentuó, lo mismo que la polarización entre Chile y la 
metrópoli imperialista. Índice de esa polarización es el valor del peso chileno, que 
era de 39 5/8 peniques en 1878, 16 4/5 peniques en 1900 y 8 31/32 peniques en 
1914. Hoy, naturalmente, el peso vale una pequeña fracción de penique. 
Si Chile se desarrollaba o se subdesarrollaba es una duda resuelta por el ex 
ministro Luis Aldunate, quien escribió en 1893-1894: "El país se ha debilitado en 
sus fuerzas económicas, se ha empobrecido". 
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4. La consolidación del subdesarrollo 
Cuando se inquiere por qué Chile se subdesarrollaba y "empobrecía", la respuesta 
la de nuestra tesis sobre los efectos de las contradicciones capitalistas de la 
polarización y de la expropiación-apropiación del excedente, así como también los 
hechos evidentes. La metrópoli imperialista expropiaba el excedente económico de 
Chile y se lo apropiaba para su propio desarrollo. En vez de desarrollar la economía 
chilena, el salitre chileno sirvió pare desarrollar la agricultura europea, que 
entonces experimentaba el progreso técnico gracias, en parte, al fertilizante chileno. 
Después de la primera guerra mundial Alemania produjo un sustituto sintético mas 
barato, y las salitreras chilenas fueron en gran parte abandonadas. El excedente 
económico o capital potencial del salitre había sido dilapidado y había contribuido 
al desarrollo de otros y Chile jamás había de recuperarlo. AI mismo tiempo, después 
de 1926 Chile cesó de ser exportador de trigo, cereal que los países metropolitanos 
mismos, y unos pocos como la Argentina, producían cada vez más para su propio 
consumo y para el mercado mundial. En el ínterin, se estima que gracias al salitre 
solamente Inglaterra se apropió, entre 1880 y 1913, unos 16 millones de libras 
esterlinas en ganancias del excedente económico producido por Chile, mientras que 
los chilenos y los extranjeros residentes en Chile no retenían más de dos millones 
de libras del excedente producido por las salitreras chilenas con lo que casi 
exclusivamente fue capital y trabajo chilenos. (Ramírez, 1960: 255-256). El 
excedente económico expropiado y apropiado por la metrópoli no fue sólo el del 
salitre, Crecientemente incluyó también el del cobre, expropiado por los Estados 
Unidos. Y no debemos olvidar el excedente del que se apropió la metrópoli gracias a 
su ventajosa posición en el mercado del trigo chileno y, por supuesto, en el de las 
manufacturas que Chile importaba. Además, la metrópoli te apropia asimismo una 
buena parte del excedente económico de sus satélites a través del concepto de 
"servicios prestados". Se estima que sólo en 1913 las compañías extranjeras 
establecidas en la industria, el comercio, la banca, los seguros, el telégrafo, los 
tranvías, etc., de Chile, remitieron al exterior dos millones de libras. (Ramírez, 
1960: 256.) (Véase en el capítulo V y Frank, 1965, una relación del excedente 
latinoamericano expropiado a través de tales servicios en la actualidad.) 
Parte de los chilenos de principios de siglo se daban plena cuenta de mucho de lo 
que estaba pasando, de cómo la metrópoli se apropiaba del excedente económico de 
Chile. El Partido Nacional de Chile advirtió en su asamblea de 1910 que "la 
acumulación de capitales, base indispensable de toda prosperidad económica 
duradera, es entre nosotros insignificante... [de las utilidades del salitre] casi los 
dos tercios salen del país, sin dejar huella en él". 
El 24 de enero de 1899, el Senado chileno oía a uno de sus miembros decir: "Yo, 
por mi parte, no sueño tanto con esos capitales extranjeros que embriagan a 
muchos, y aunque no desconozco su importancia, me inspiran duda. ¿Vienen ellos 
para nuestro beneficio o para el de sus dueños? ¿Vienen como savia generosa para 
fecundar nuestros campos y talleres y procurarnos riqueza, o vienen como la 
esponja que absorbe los sudores del trabajo por sólo el pan para la vida?" (Ramírez, 
1960. 262.) 
Luis Aldunate, escribiendo en 1894, no dudaba: el capital extranjero, "lejos de ser 
útil y reproductivo para vosotros, nos postra, nos debilita, nos arranca a pura 
pérdida, sin darnos nada ni enseñarnos nada. La savia y la fuerza que pudieran 
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levantarnos del actual abatimiento económico... no es prudente y es, por el 
contrario, muy peligroso, que dejemos crecer y crecer hasta las nubes el interés de 
un monopolio extranjero... [podría] consolidar una dominación industrial por otra 
dominación política, y entonces sería acaso tarde para reparar las lógicas 
consecuencias de nuestra imprevisión... nos estamos dejando colonizar... sin 
darnos cuenta de que somos víctimas de ideas añejas, de falsos mirajes". (Ramírez, 
1960: 254.) El ex ministro no necesitaba bola alguna de cristal para prever la 
dominación económica, política, ideológica y cultural que la metrópoli ejercería 
sobre el satélite, una dominación como la que Chile ha conocido desde los días de 
Aldunate hasta los nuestros. El futuro estaba ya contenido en la estructura 
metrópoli-satélite de su tiempo. 
La apropiación metropolitana del excedente económico de los satélites no se 
limitaba a las relaciones económicas internacionales de Chile; ocurría también a 
nivel nacional, especialmente entre los grandes terratenientes y comerciantes y sus 
expoliados satélites provinciales. Los grandes terratenientes, a quienes no se 
debería confundir con la "agricultura", ocupaban una posición particularmente 
favorable dentro da la estructura metrópoli-satélite nacional. Se apropiaban el 
excedente económico de los trabajadores de sus propias tierras y de las fincas 
contiguas de pequeños propietarios, quienes se veían forzados a depender 
crecientemente de los grandes. Pero los latifundistas, que ejercían un importante 
control político sobreel Congreso, aunque su predominio político y económico sobre 
la economía en general era mucho menos independiente de lo que a menudo se 
supone, se servían de ese control político como todavía se sirven hoy: para 
apropiarse también una parte del excedente económico de los sectores no agrícolas. 
No pagaban impuestos virtualmente, aunque, eso sí, se beneficiaban de los gastos 
públicos. 
Rengifo, el ministro de Hacienda que inició las medidas con que se quiso proteger y 
desarrollar el comercio y la industria chilenos, había advertido ya en 1835 que "si la 
agricultura chilena pagase... sólo un 10 por ciento efectivo sobre el producto que 
rinden las tierras, esta única renta estaría para atender todos los gastos del servicio 
público". (Pinto, 1962: 23.) Pero los señores de la tierra chilenos no han pagado 
nunca tal impuesto, ni entonces ni ahora. Por otra parte, se beneficiaron con las 
obras de regadío realizadas en los años finales del siglo XIX, las que se financiaron 
mediante el pequeño ingreso que Chile retenía de sus exportaciones de nitratos. Se 
beneficiaron asimismo con las consecuencias inflacionarias de la polarización de la 
estructura metrópoli-satélite en los niveles internacional y nacional, puesto que 
eran poseedores de tierras y de otras propiedades cuyo precio y valor aumentaban 
más que el costo del trabajo y de las cosas que compraban. De modo más 
espectacular, los terratenientes se apropiaban el excedente de la economía nacional 
por medio de generosos créditos públicos que, gracias a la inflación, podían saldar 
con dineros tan devaluados que en realidad nunca pagaban intereses además de 
que a menudo sólo liquidaban una pequeña parte del préstamo. Borde y Góngora 
estudian con minuciosidad esta forma de apropiación del excedente: 
En la segunda mitad del siglo XIX, el crédito, que hasta entonces había sido 
confiado a la buena voluntad de los prestamistas más o memos usureros, se 
organizó y amplificó. En adelante, los terratenientes, deseosos de obtener créditos, 
pudieron escoger entre dos posibilidades: ya sea haciendo uso de su prestigio 
personal ante los bancos... con el fin de obtener anticipos sin garantía de prenda, o 
bien hipotecando sus predios... Mas, es curioso constatar que los préstamos sobre 
hipoteca fueron prácticamente canalizados hacia los mismos beneficios; la Caja de 
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Crédito Hipotecario, que fue fundada en 1860 y que muy pronto llegará a ser uno 
de los más poderosos organismos de crédito de todo el continente sudamericano 
fue, durante varias décadas, dócil instrumento en manos de los terratenientes... En 
numerosos casos este recurso contribuyó a impedir o limitar la subdivisión de las 
propiedades... Pero, más que nada, el crédito permitió a los grandes propietarios 
extender sus dominios o constituir otros sin desembolso de dinero... Si el crédito 
fue utilizado por los terratenientes y si llegó a ser, de esta manera, uno de los 
principales factores de conservación de las estructuras agrarias, ello se debió a la 
continua desvalorización de la moneda chilena, que tendía a transformar en 
verdaderas donaciones los préstamos a largo plazo... Nada parece autorizarnos a 
escribir, como lo hicieran algunos autores, que esos agricultores, para quienes la 
deuda había llegado a ser una técnica de enriquecimiento, fueron los principales 
instigadores de la caída del peso; pero fueron ellos, sin lugar a dudas, sus 
principales beneficiarios. 
Los préstamos sobre hipoteca no siempre fueron, o más bien dicho, no fueron muy 
a menudo, invertidos de nuevo en la agricultura, de modo que sirven a la vez para 
dar una explicación del enriquecimiento de los propietarios y de la descapitalización 
de la tierra. Sin mencionar gastos suntuarios, las tentaciones de una economía 
local ya más diversificada y, más todavía, la de los dividendos repartidos por las 
grandes sociedades capitalistas del extranjero, orientaron hacia nuevas inversiones 
el dinero obtenido gracias a los bienes raíces... el préstamo hipotecario reinvertido 
en otros campos que el de la agricultura, hacía que la tierra se fuera incorporando a 
una economía de especulación que no podía dejar de perjudicar a la estabilidad 
(Borde, 1956: 126-129.) 
¡Difícilmente puede verse aquí a terratenientes feudales sentados en sus aisladas 
posesiones rurales! Si nos preguntamos entonces, como el Times de Londres, por 
qué "casi todas las familias terratenientes... los elementos extranjeros y 
eclesiásticos adinerados... los grandes capitalistas nacionales y extranjeros, los 
dueños de minas" prestan su apoyo político y económico pera mantener y continuar 
el desarrollo-subdesarrollo de la estructura capitalista de metrópoli-satélite, la 
respuesta no hay que buscarla lejos. Aníbal Pinto la analizó en su libro sobre el 
desarrollo económico frustrado de Chile; Max Nolff la repasa en su historia de la 
industria chilena —aunque ninguno de los dos intenta situar su respuesta en el 
contexto de las inevitables contradicciones del capitalismo que han determinado la 
suerte de Chile—, y Claudio Véliz la examina en detalle: 
Durante los años transcurridos entre la independencia de España y la Gran Crisis 
de 1929, la economía chilena estuvo dominada por tres grupos de presión de 
importancia fundamental: las tres patas de la mesa económica nacional. En primer 
lugar estaban los exportadores mineros del norte del país; luego estaban los 
exportadores agropecuarios del sur, y finalmente las grandes firmas importadoras, 
generalmente localizadas en el centro en Santiago y Valparaíso, aunque operaban 
en todo el territorio. Entre estos tres grupos de presión existía absoluto acuerdo 
respecto a la política económica que debía tener el país. No había ningún otro grupo 
que pudiera desafiar su poder económico político y social, y entre los tres 
dominaban totalmente la vida nacional, desde los afanes municipales hasta las 
representaciones diplomáticas, la legislación económica y las carreras de caballos. 
Los exportadores mineros del norte del país eran librecambistas. Esta posición no 
se debía fundamentalmente a razones de tipo doctrinario —aunque también las 
hubo—, sino al hecho sencillo de que estos señores estaban dotados de sentido 
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común. Ellos exportaban cobre, plata, salitre y otros minerales de menor 
importancia a Europa y los Estados Unidos, donde recibían su pago en libras 
esterlinas o dólares. Con este dinero adquirían equipos, maquinarias, 
manufacturas o productos de consumo de buena calidad a precios muy bajos. Es 
difícil concebir altruismo, elevación de miras o visión profética que hicieran que 
estos exportadores aceptaran pagar derecho de exportación e importación en aras 
de una posible industrialización del país. Apegados al ideario liberal de la época, 
hubieran argumentado que si realmente valía la pena fomentar la industria chilena, 
éste debía ser por lo menos lo bastante eficiente como para competir con la 
europea, que debía pagar un flete elevado antes de llegar a nuestras playas. 
Los exportadores agropecuarios del sur del país también eran decididamente 
librecambistas. Colocaban su trigo y harina en Europa, California y Australia. 
Vestían a sus huasos con ponchos de bayeta inglesa; montaban en sillas fabricadas 
por los mejores talabarteros de Londres; consumían champaña de verdad e 
iluminaban sus mansiones con lámparas florentinas. Por la noche se acostaban en 
camas hechas por excelentes ebanistas ingleses, entre sábanas de hilo irlandés y 
abrigados con frazadas de lana inglesa. Sus camisas de seda venían de Italia, y las 
joyas y adornos de sus mujeres de Londres, Paris y Roma. Para estos hacendados 
pagados en libras esterlinas, la idea de gravar la exportación de trigo o de imponer 
derechos proteccionistassobre las importaciones, era sencillamente digno de un 
manicomio. Si Chile quería industria propia para producir bayeta, muy bien, que la 
tuviera; pero que produjera paño de tan buena calidad y a tan bajo precio como el 
inglés. De otra manera el proyecto era una estafa. Por estas sencillas razones de 
solidez intachables, el exportador minero del norte y el exportador agropecuario del 
sur, presionaban sobre el gobierno para que Chile mantuviera una política 
económica de carácter librecambista. 
Las grandes firmas importadoras —con sede en Valparaíso y Santiago— también 
eran librecambistas. ¡Se imaginaría alguien a una firma importadora defendiendo el 
establecimiento de fuertes derechos de importación para proteger a una industria 
nacional ! 
He ahí la poderosa coalición de fuertes intereses que dominó la política económica 
de Chile durante el siglo pasado y parte del actual. Ninguno de estos tres grupos de 
presión, tenía razones de peso para abogar por una política proteccionista. Ninguno 
de los tres tenía el más mínimo interés en que Chile se industrializara. Ellos 
monopolizaban los tres poderes de cualquier escala social; poder económico, poder 
político y prestigio social y sólo en contadas ocasiones vieron peligrar el control 
absoluto que ejercían sobre la nación. 
Los grupos de presión que controlaban la política económica del país, eran 
decididamente librecambistas; eran más librecambistas que Courcelle-Seneuil, 
famoso y respetado líder del librecambismo doctrinario; eran definitivamente más 
papistas que el papa. Existían razones de tipo doctrinario que explican, en parte, 
esta actitud; pero éstas se sumaron a la elocuente coincidencia entre los postulados 
de la escuela económica y los intereses económicos de estos grupos de presión. 
Las actitudes económicas de esta vasta clase tradicional que tenía en sus manos el 
poder económico y político y, además, el prestigio social, se ordenaron alrededor de 
la defensa de su posición tradicional; el librecambismo del exportador minero y 
agropecuario no chocaba con las estructuras heredadas de la colonia; al contrario, 
los reforzaba y financiaba. Los incentivos de esta falsa burguesía capitalista chilena 
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no estaban relacionados con motivaciones morales -como aquellas engendradas por 
la actitud calvinista— ni reivindicaciones políticas o económicas, como aquellas de 
la burguesía capitalista de Inglaterra y los Estados Unidos, ni siquiera con la 
prosecución de una política externa militarista y expansionista, como ocurrió en el 
Japón; sino exclusivamente con el mantenimiento de altos ingresos que permitieran 
acceso libre a los más elevados niveles de consumo civilizado, compatibles con la 
posición social y las responsabilidades políticas que consideraban como suyas. 
(Véliz, 1963: 237-242.) 
Max Nolff ofrece en forma resumida, como sigue, su muy similar interpretación : 
En suma, se inicia en forma más espontánea la gestión de una poderosa coalición 
de intereses, basados en las actividades de exportación de productos primarios y en 
las actividades de importación y distribución de productos manufacturados de 
procedencia extranjera. A esta "coalición exportadora-importadora" le preocupaba, 
fundamentalmente, que el desarrollo de la economía chilena se orientara hacia 
afuera y, por lo tanto, no le interesaba o no le convenía, el desarrollo industrial. La 
mencionada correlación de intereses fue afirmando su posición con el correr del 
tiempo, y se puede decir que ella dominó, casi sin contrapeso, en la sociedad 
chilena en la segunda mitad del siglo pasado y hasta la crisis de 1930. La doctrina 
liberal importada de Europa, encontró entonces un fértil surco en nuestro país y 
prendió con vigor. Ella constituía el marco teórico pera un reforzamiento de los 
intereses de las fuerzas dominantes, por cuanto representaba y expresaba sus 
anhelos. Pero es posible que los argumentos en favor del intercambio comercial sin 
restricciones y de la división internacional del trabajo, no se hubieran arraigado con 
la misma fuerza si las condiciones económicas y sociales de vuestro país hubieran 
sido diferentes, si el desarrollo económico de los primeros cincuenta años de 
nuestra vida independiente no hubiera sido sólo "hacia afuera". El caso del 
desarrollo de los Estados Unidos durante el siglo pasado, hecho "hacia adentro", y 
en base a una decidida protección industrial y una inteligente distribución de la 
tierra y del ingreso, es decisiva al respecto. 
A la situación anteriormente señalada, hay que agregar otro factor que contribuyó a 
que el procreo industrial no fructificara con anterioridad a 1930: la elevada 
propensión al consumo suntuario, demostrada por las clases de altos ingresos. 
(Nolff, 1962: 162-163.) 
Con todo, en vista de los debates similares acerca del papel de los diferentes grupos 
capitalistas en nuestro tiempo, vale la pena observar que la estructura capitalista 
metrópoli-satélite de Chile no se apoyaba exclusivamente en las tres patas antes 
mencionadas. Después de señalar los obvios intereses de la "burguesía comercial", 
Ramírez advierte: "Sectores de la burguesía industrial habían mantenido un franco 
antagonismo con el imperialismo al luchar por la industrialización del país; pero al 
establecerse y desarrollarse la industria liviana [...], este sector depuso gran parte 
de sus puntos de vista y muchos de sus componentes se plegaron, con algunas 
reservas, al bando proimperialista". (Ramírez, 1960: 286.) 
Un análisis más especifico de los acontecimientos relacionados con la 
contrarrevolución hecha a Balmaceda y el sacrificio del programa de fomento 
nacional de éste frente a la reacción externa o interna, revela que el Agustín 
Edwards del Banco A. Edwards y Cía., quien, como antes vimos, financió la 
susodicha contrarrevolución en 1890, fue el mismo Agustín Edwards que en 1883, 
como primer presidente de la Sociedad de Fomento Fabril, firmó el prospecto 
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inaugural de la misma, que empezaba: "Chile debe y puede ser industrial". En 
1964, la familia Edwards, su banco A. Edwards y Cía., sus industrias ligeras y su 
periódico El Mercurio fueron, indiscutiblemente, los más influyentes socios chilenos 
del imperialismo norteamericano en la derrota del candidato popular que aún 
quería nacionalizar el salitre "chileno" —y ahora el cobre también— y que bien pudo 
haber usado el prospecto inaugural de la Sociedad como plataforma económica 
para 1964. 
Los siguientes comentarios sitúan esos hechos, y otros más recientes en mejor 
perspectiva. En 1891 se dijo: "Hay en Chile un gobierno comunista, un déspota o 
varios que, bajo el falso nombre de Poder Ejecutivo, han trastornado toda la paz, 
toda la prosperidad y toda la enseñanza de los ochenta años precedentes". (Times 
de Londres, 28 de abril de 1891, citado en Vistazo, 1964.) Y en 1964: "En todas 
partes... han acabado sistematizando el abuso, suprimiendo los derechos más 
elementales, e imponiendo el fiambre, la violencia y la miseria. Los partidos que 
apoyan al candidato del Frente de Acción Popular han consagrado su existencia a 
luchar por el marxismo y, por consiguiente, a promover la dictadura del 
proletariado, la abolición de la propiedad, la persecución de la religión y la 
supresión del estado de derecho". (El Mercurio, 19 de julio de 1964, citado en 
Vistazo, 1964.) 
Volviendo ahora a 1892, Eduardo Matte, miembro de la familia bancaria que ya 
encontramos dos años antes, cuando, con Agustín Edwards, financiaba el comienzo 
de la contrarrevolución para derrocar a Balmaceda, pudo decir con satisfacción: 
"Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo: lo demás 
es masa influenciable y vendible; ella no pesa ni como opinión ni como prestigió".(El Pueblo, 19 de marzo de 1892, citado por Ramírez, 1958: 221.) Para aquellos 
lectores que puedan haber sido llevados a creer otra cosa acerca de nuestra época 
de mercurios y bancos Edwards y Cía. en la América Latina, o de los días de los 
señores Eduardo Matte y Agustín Edwards en el siglo XIX, o de cualesquiera 
tiempos de los siglos XVIII, XVII y XVI, Eduardo Matte, como el clarividente virrey 
del Perú en 1736 cuyo análisis hemos adoptado como epígrafe de este ensayo, puso 
correctamente el acento donde correspondía: el capital antes que la tierra. 
Convengo con Véliz y los otros en que los tres —y con los industriales cuatro— 
grupos de intereses chilenos impidieron, en efecto, el desarrollo económico de Chile 
y obraron como obraron por las razones o intereses apuntados. Sin embargo, para 
ampliar nuestra comprensión del desarrollo y el subdesarrollo económico debemos 
hacer también las dos preguntas siguientes: primera, ¿por qué los intereses y actos 
combinados de terratenientes, dueños de minas, comerciantes o industriales no 
produjeron el mismo subdesarrollo en los casos de Inglaterra, los Estados Unidos y 
el Japón? Y segunda: ¿qué habría tenido que existir o hacerse pare que estos 
grupos de Chile y de otros países subdesarrollados se sintieran inducidos a 
desarrollar y no a subdesarrollar sus países? Véliz, Pinto y Nolff no contestan la 
primera pregunta; a la segunda dan una respuesta inadecuada e imprecisa. Espero 
que mi tesis responda ambas preguntas de modo más aceptable o que, al menos, 
ofrezca una solución más fecunda del problema analítico que aquéllas plantean. 
Mi tesis afirma que los intereses que llevaron al continuo subdesarrollo de Chile y 
al desarrollo económico de varios otros países fueron creados por la misma 
estructura económica que involucró a todos esos grupos; esto es, el sistema 
capitalista mundial. Este sistema se dividió en metrópolis centrales y satélites 
periféricos. Por su misma naturaleza, la estructura de este sistema debía producir 
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intereses que subdesarrollaran a los países de la periferia, como Chile, una vez 
incorporados al sistema como satélites. Los grupos capitalistas más influyentes de 
la metrópoli chilena estaban comprometidos con las políticas que producían 
subdesarrollo en el país, porque su metrópoli era a la vez un satélite. Los grupos 
capitalistas análogos de la metrópoli mundial no se interesaban en políticas que 
produjeran el mismo subdesarrollo en su país (aunque lo produjera fuera de él), 
porque su metrópoli no era un satélite. Incluso el grupo predominante en el Japón, 
que llevó a ese país del no desarrollo en el período de Tokugawa al desarrollo 
después de la restauración de Meiji en 1868, no se enfrentó a presiones 
subdesarrollantes igualmente irresistibles, porque el Japón no había sido antes un 
país satélite. 
La estructura metrópoli-satélite del capitalismo mundial, y la análoga conformación 
que produjo dentro de Chile, llevaron a los intereses capitalistas más influyentes de 
la metrópoli chilena a dar su apoyo a una estructura económica y a unos políticos 
que mantenían la explotación a que ellos mismos estaban sujetos por la metrópoli 
mundial. La razón por la cual aceptaron y defendieron su propia explotación es que 
así podían continuar explotando al pueblo de la periferia chilena, a la que la misma 
metrópoli chilena expoliaba. De haber los grupos predominantes en Chile adoptado 
políticas que produjeran el desarrollo y no el subdesarrollo del país, habrían 
exportado, como los ingleses sabían, menos excedente económico a la metrópoli 
mundial; pero, como los periódicos de la metrópoli chilena señalaron, también 
habrían expropiado para sí mismos una menor proporción del excedente chileno. 
Después de todo, el excedente que tenían que dejar apropiar por la metrópoli 
mundial y el que ellos mismos podían apropiarse mediante la exportación de 
materias primas y la importación de manufacturas, era el mismo excedente 
económico que los grupos privilegiados de la metrópoli chilena y la metrópoli 
mundial expropiaban a la inmensa mayoría del pueblo chileno, que producía las 
materias primas pero no consumía las manufacturas importadas... y consumía 
cada vez menos de las primeras materias y los víveres que él mismo producía. La 
misma estructura y las mismas fuerzas operan en todas partes y se analizan en 
cuanto a los siglos XIX y XX, en el capítulo IIl: "Desarrollo del subdesarrollo 
capitalista en el Brasil". 
Otra cosa ocurría en la metrópoli mundial. Allí los grupos gobernantes no tenían 
oportunidad, y mucho menos costumbre, de vivir bien gracias a políticas 
económicas que, como la importación de productos industriales, servirían para 
subdesarrollar a su país a la vez que desarrollaban a otro. Incluso en países como 
el Japón, donde eran mayores las susodichas oportunidades, el poder y los 
privilegios del grupo predominante no se apoyaban en una relación metrópoli-
satélite (aunque después de la segunda guerra mundial eso habría de ocurrir 
también allí cada vez más). AI contrario, en la metrópoli mundial los intereses de 
ciertos grupos al menos —y en Inglaterra, los Estados Unidos, etc., de Ios grupos 
más decisivos— se apoyaban en relaciones económicas con el resto del mundo, 
particularmente con los satélites, que servían para desarrollar la metrópoli y 
generar subdesarrollo estructural en los satélites. 
Cualquiera que haya sido el papel que la moralidad calvinista o católica, la 
mentalidad "burguesa", "seudo burguesa" o "feudal" y el "impulso" expansionista o 
no expansionista desempeñaran en la producción del desarrollo y del subdesarrollo, 
tales factores no fueron determinantes o decisivos sino, cuando más, derivativos y 
secundarios. Véliz, correctamente rechaza la mentalidad "feudal", o cualquier otra, 
como factor determinante de la producción o el mantenimiento de las posiciones 
 72
CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
económicas de la "seudo burguesía" terrateniente, minera y comercial del siglo XIX 
en Chile. Las políticas que seguían e imponían al país eran, como Véliz anota, el 
producto más bien de las circunstancias económicas de los tiempos y de la 
estructura económica que las producía. Es curioso, por tanto, que Véliz se refiera a 
la moral, la mentalidad y el impulso de la "verdadera burguesía" de Inglaterra y los 
Estados Unidos, puesto que estos factores no tuvieron en las metrópolis otro papel 
que el secundario o insignificante que él les asigna en el satélite chileno. Tanto en 
las metrópolis como en los satélites, la línea económica perseguida y el desarrollo y 
el subdesarrollo resultantes eran producidos por la estructura económica 
subyacente y a ella deben ser atribuidos. ¿Podemos sostener que, desde el punto de 
vista de Chile, los elementos esenciales de esa estructura del sistema capitalista 
han cambiado desde finales del siglo? No. Opino que Chile continúa siendo parte 
del mismo sistema capitalista, con sus mismas contradicciones fundamentales de 
la polarización y la apropiación del excedente. Lo nuevo en el siglo XX es que Chile 
está hoy más subdesarrollado y más dependiente que antes, y que cada vez se 
subdesarrolla más. 
Aníbal Pinto, Max Nolff y, por inferencia, Claudio Véliz, proponen una respuesta 
para la segunda pregunta, o sea: ¿qué tendría que cambiar para que Chile cese de 
subdesarrollarse y en su lugar empiece a desarrollarse? Los mencionados autores 
asocian los intereses que la burguesía chilena y la metrópoli tienen en conjunto al 
hecho de que, una vez independiente, Chile optó por el desarrollo "hacia afuera", y 
proponen que ahora intente desarrollarse "hacia adentro". Pinto llega ahora hasta a 
sugerir, contradiciendo su libro, antes citado, que el subdesarrollo chileno no se 
debe ya tanto a las relaciones de Chilecon el mundo exterior como a su estructura 
interna (Pinto, 1964). 
No será posible examinar aquí en detalle ese razonamiento. Basta señalar que tanto 
el desarrollo hacia afuera como el desarrollo hacia adentro no son, como se 
reconoce, otra cosa que desarrollo capitalista. Nolff sugiere, por ejemplo, que lo que 
los Estados Unidos realizaron en el siglo XIX fue el desarrollo hacia adentro. Así, 
pues, tanto implícita como explícitamente estos autores sostienen que basta 
reformar la estructura capitalista para que Chile proceda a desarrollarse hacia 
adentro y, por ende, a eliminar el subdesarrollo, y se refieren a reformas como las 
que propuso Salvador Allende, el derrotado candidato presidencial del Frente de 
Acción Popular en 1964, cuyo programa económico para Chile fue preparado bajo la 
dirección del mismo Max Nolff. Mi tesis sostiene que esta solución del problema del 
desarrollo y del subdesarrollo es inadecuada e inaceptable. Evidentemente tales 
reformas no pueden o no se proponen eliminar la posición satélite de Chile respecto 
del sistema capitalista mundial o convertirlo en miembro metropolitano de ese 
sistema; ni la orientación del desarrollo hacia adentro está calculada, en realidad, 
para eliminar la condición satélite de Chile sacándolo del sistema capitalista sin 
convertirlo en metrópoli ni en satélite. El desarrollo hacia adentro apunta 
únicamente al mantenimiento de la posición satélite de Chile dentro del sistema 
capitalista mundial, aunque reduciendo la cantidad y proporción del excedente 
económico que se envía al exterior y canalizando una mayor porción de ese 
excedente hacia el desarrollo industrial y económico interno, mediante vías que en 
lo esencial no se diferencian de aquellas en que confió Balmaceda. Estos autores 
sugieren que es posible conseguirlo por medio de reformas gubernamentales bajo 
un régimen de elección popular. 
Mi tesis sostiene que la propia condición de satélite de Chile y de otros países, como 
el Brasil (en torno a la cual se analizan este problema y la evidencia contemporánea 
 73
CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
con más detalle en otra parte de este libro) y por supuesto la estructura metrópoli-
satélite del sistema capitalista mundial, no permiten el éxito o siquiera la adopción 
de las medidas propuestas por Pinto, Nolff y Véliz. Antes bien, mi tesis sugiere —y 
lo confirma la experiencia de Balmaceda y de otros que lo imitaron en el siglo XX, 
así como también la evidencia contemporánea disponible, incluyendo la de las 
elecciones de 1964, que ese camino lleva a una mayor dependencia satélite de la 
metrópoli y a un subdesarrollo más profundo del satélite chileno. Como veremos en 
mi breve estudio del siglo XX, Chile, subdesarrollado en tiempos de Balmaceda, 
estaba aún más subdesarrollado hacia el segundo período del primer presidente 
Alessandri, en los años 30, y todavía más subdesarrollado y más pobre en el primer 
gobierno del segundo presidente Alessandri, terminado en 1964. ¿Qué razón puede 
hacernos creer que la estructura metrópoli-satélite del capitalismo internacional y 
nacional, de mantenerse intacta, no hará a Chile aún más subdesarrollado y a Ia 
gran mayoría de su pueblo más pobre en los años venideros? Si mi tesis es 
correcta, no existe tal esperanza. 
 
H. EL SIGLO XX: AMARGA COSECHA DE SUBDESARROLLO 
Las contradicciones del desarrollo y del subdesarrollo capitalista continuaron 
agudizándose en el siglo XX en Chile, al igual que en los años anteriores, y 
engendrando desarrollo en la metrópoli y subdesarrollo en la periferia. Como en el 
pasado, el excedente económico de Chile fue expropiado y apropiado por la 
metrópoli mundial, ahora centrada en los Estados Unidos, y la estructura 
metrópoli-satélite capitalista se polarizó aún más, ensanchando la brecha entre la 
metrópoli y Chile en cuanto a poderío e ingresos y aumentando el grado de 
dependencia de éste respecto de aquélla. Al mismo tiempo, la polarización aumentó 
dentro de Chile, y la continua apropiación del excedente económico por los grupos 
favorecidos de la metrópoli nacional y ciertas metrópolis menores disminuyó los 
ingresos absolutos, y no digamos los relativos, de la mayoría del pueblo. Estas 
tendencias y resultados en el siglo XX se examinan aquí sucintamente, sin 
intención de duplicar los análisis más completos de la experiencia chilena recierne 
hechos por las Naciones Unidas y por otros autores, entre ellos algunos chilenos. 
Muchos problemas contemporáneos que son similares, se desarrollarán con mayor 
extensión para el caso de Brasil. 
 
1. El sector "externo" 
Se estima que del excedente económico producido por y en Chile, alrededor de 
9.000 millones de dólares han sido expropiados-apropiados por la metrópoli 
capitalista mundial en el presente siglo; la suma es igual al valor de todo el capital 
fijo de Chile en 1964. No debe suponerse, claro está, que en ausencia de esta 
apropiación exterior del excedente el capital fijo de Chile sería sólo el doble del que 
es hoy, porque si el excedente económico producido por Chile hubiera podido ser 
invertido y reinvertido en la economía chilena a lo largo del siglo XX, el capital y los 
ingresos chilenos serían muchísimos más altos en la actualidad. 
Desde que el cobre ocupó el lugar del salitre como principal producto de las 
exportaciones chilenas, las minas de cobre, hoy propiedad de intereses 
norteamericanos en un 90 por ciento, constituyen en nuestros días la fuente 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
principal del excedente económico chileno de que se apropia la metrópoli 
capitalista. Según la OCEPLAN (Organización Central de Planificación, la oficina de 
planes económicos de la candidatura de Allende en la campaña electoral de 1964), 
la "gran minería" de propiedad norteamericana gana actualmente alrededor de 750 
millones de escudos el año y remite al exterior unos 355 millones. Esto equivale, 
respectivamente, a unos 250 millones y 120 millones de dólares norteamericanos. 
Del total de las ganancias producidas por el cobre, el 47 por ciento va a ciudadanos 
de los Estados Unidos, el 35 por ciento al gobierno chileno, el 13 por ciento a los 
mineros que lo producen, y el 5 por ciento a unos cuantos empleados de altos 
salarios. Al tratar de calcular esta y otras apropiaciones metropolitanas directas del 
excedente económico de Chile, y al medir la correspondiente pérdida chilena de 
cambio exterior, Novik y Farba, en La potencialidad de crecimiento de la economía 
chilena. Un ensayo de medición del excedente económico potencial, estiman que esta 
pérdida fue en 1960 de unos 108 o unos 190 millones de dólares, según la base de 
medición que se empleó (Novik, 1963: 16-24). Estas sumas representan, 
respectivamente, el 20 y el 34 por ciento de la importación total de Chile en ese año. 
En el momento de escribir esto, la prensa informa que la diferencia por libra entre 
el precio del cobre controlado en forma monopolista por el ficticio mercado de Nueva 
York, que las compañías norteamericanas utilizan para calcular las regalías del 
cobre pagaderas a Chile, y el precio en la bolsa del cobre de Londres, asciende a $ 
0.20. A las tases actuales de producción y regalías, cada centavo de esta diferencia 
representa 9 millones de dólares que Chile deja de recibir. 
La magnitud de lo que Chile pierde por la apropiación extranjera directa de su 
excedente económico puede apreciarse también en los siguientes términos: las 
actuales remesas al exterior suman 150.000.000 de dólares, y los pagos por la 
deuda exterior una cantidad igual, o sea un total de 300 millones de dólares al año; 
compárese esta cifra con los 350 millones del déficit de la balanza de pagos chilena, 
o con los 450 millones de ganancias en divisas que le producen sus bienes de 
exportación. La deuda de Chile en divisas (la deudaexterior más esa parte de la 
deuda interior que debe ser pagada en dólares), contraída por las razones que se 
indican abajo, totaliza 2.430 millones de dólares de Estados Unidos. Suponiendo 
un interés anual del 4% y una amortización en 20 años sin incurrir en nuevos 
débitos, para financiar esta deuda se requerirían pagos anuales por valor de 300 
millones, o sea el doble de los pegos actuales, ya prohibitivamente altos. Es 
inevitable, sin embargo, que Chile contraiga nuevas obligaciones exteriores para 
llevar a cabo sus programas económicos reales y propuestos dentro de la estructura 
capitalista contemporánea. (OCEPLAN, 1964: 31-33.) 
La apropiación metropolitana del excedente económico chileno, que es a la vez 
causa y efecto de la relación metrópoli-satélite, no es sino un aspecto de la 
preponderancia metropolitana y la dependencia chilena. En cuanto a lo que se 
refiere a la generación de subdesarrollo estructural, la creciente incapacidad de 
Chile para producir todo el excedente económico invertible que su potencial le 
permite, es, en esencia, muy importante que su pérdida real de excedente en 
beneficio de la metrópoli, a causa de su estructura metrópoli-satélite capitalista y 
su creciente dependencia dentro de ella. La posición de Chile respecto de la 
metrópoli quedó en creciente desventaja con la desaparición, después de 1926, de 
sus exportaciones de trigo (sector de su economía en que Chile al menos, era dueño 
de los medios de producción, aunque no controlase el mercado o gran parte de la 
comercialización) y la drástica reducción de sus exportaciones de nitrato (sector en 
que, aunque no poseía muchos de los medios de producción, monopolizaba en 
cierto grado al mercado mundial). En el siglo XX, estos productos de su exportación 
han sido progresivamente reemplazados por el cobre, producto o renglón en que 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
Chile no posee los medios de producción ni controla el mercado, y su parte de la 
producción mundial no sólo no es preponderante, sino que es cada vez más 
pequeña. Al mismo tiempo acepto durante los breves períodos de guerra, Chile, 
como casi todos los países subdesarrollados, ha adolecido de una continua y 
marcada declinación en los términos de intercambio. 
La economía chilena depende crecientemente de los intereses y veleidades de la 
economía metropolitana, y cada vez es más sensible a ellos. Los intereses de la 
metrópoli extranjera, mediante su posesión y control del sector de la aportación 
cobrífera chilena, ejercen hoy sobre Chile un grado de influencia económica, y no 
digamos política, mayor que el que tuvieron sus precesores. La economía chilena y 
su desarrollo potencial padecen cada vez más por el desarrollo contradictorio de la 
economía capitalista, entremezclada y dependiente de la economía capitalista 
mundial que dirige la metrópoli. Habiendo sido productor de equipo esencial en el 
siglo XIX, Chile tiene que importar hoy el 90 por ciento de lo que invierte en 
instalaciones y equipos. Físicamente dotado de vastos recursos en carbón mineral, 
petróleo e hidráulicos, Chile, no obstante, tiene que importar combustibles. 
Habiendo sido en otro tiempo uno de los mayores exportadora de trigo y productos 
pecuarios, hoy depende en sumo grado de la importación de víveres de la metrópoli. 
En 1950-54, Chile tuvo que importar de los Estados Unidos un promedio anual de 
$ 90 millones en comestibles, principalmente trigo, carne y derivados lácteos, que 
una vez fueron y todavía podrían ser producidos en Chile. Hacia 1960-1963 el 
promedio anual de la importación de víveres había subido a 120 millones 
(OCEPLAN, 1964: 54). Esta suma debería compararse con los 450 millones de 
ganancias en divisas que Chile obtiene de todas sus exportaciones de mercancías. 
Las necesidades chilenas de alimentos importados subirán a unos 200 millones de 
dólares anuales en 1970, ritmo de crecimiento que, como en el pasado, es 
considerablemente mayor que el de los ingresos por las exportaciones. Esto 
significa que una proporción cada vez más grande de la ya insuficiente 
disponibilidad de divisas de Chile tendrá que ser destinada a la importación de 
víveres. 
La experiencia de Chile en el siglo XX revela de modo dramático las consecuencias 
contrarias al desarrollo y generadoras del subdesarrollo que resultan de su 
participación en la estructura metrópoli-satélite del sistema capitalista mundial. 
Chile fue uno de los países más fuertemente golpeados por la depresión de los años 
30, y su capacidad para importar cayó de un índice de 138,5 en 1928 a 26,5 en 
1932. A despecho de su posterior recuperación parcial y de todos los serios 
esfuerzos hechos desde entonces en el campo de la producción industrial, la 
disponibilidad per cápita de mercancías continuaba en 1950 por debajo del nivel de 
1925 (Johnson, 1964). Desde entonces ha declinado todavía más, y los ingresos 
reales de la gran masa de personas de bajas entradas han disminuido. 
Estas no son consecuencias chilenas de una recuperación inadecuada de la 
economía capitalista en el nivel mundial. Por lo contrario, como lo indica nuestro 
examen de la historia económica chilena, la recuperación misma de la metrópoli ha 
sido siempre la que ha detenido el desarrollo de Chile y de otros satélites. 
Estimulada por la depresión y por la menor importación de productos industriales a 
causa de la guerra, la producción industrial chilena aumentó un 80 por ciento 
entre 1940 y 1948, pero sólo un 50 por ciento entre 1948 y 1960. Esto es, en el 
anterior período de ocho años la tasa de crecimiento anual no acumulativa de 
producción industrial fue del 10 por ciento, y en los doce años posteriores a la 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
recuperación metropolitana, dicha tasa descendió al 4 por cento. Desde 1960 la 
tasa ha bajado a cerca de cero, y a veces ha sido negativa. 
Tanto el sector público como el privado revelan creciente incapacidad para generar 
desarrollo económico o siquiera para detener la profundización del subdesarrollo. 
La gran dependencia de los ingresos fiscales de las recaudaciones por la 
exportación del cobre hace que el presupuesto y la capacidad del gobierno para 
financiar inversiones de capital y desembolsos corrientes sean muy sensibles a la 
producción de cobre en Chile, a la venta del mineral en el exterior y a la 
manipulación monopolística controladas desde la metrópoli. Toda declinación 
cíclica o permanente de las ganancias que Chile deriva del cobre pone en serio 
aprieto al presupuesto oficial y obliga al gobierno a depender de empréstitos 
externos o internos, todos inflacionarios, en un vano empeño de mantener sus 
inversiones de capital o sus desembolsos corrientes. Este recurso inflacionario, 
especialmente a través de la deuda externa, pone a Chile en una dependencia aún 
mayor de la metrópoli. Como precio político de esta dependencia, la metrópoli obliga 
a Chile a continuar —e incluso a iniciar otros nuevas— programas políticos y 
económicos nacionales que entorpece, aún más la capacidad del país para 
desarrollarse y profundizan más todavía su subdesarrollo estructural y su 
dependencia. La creciente incapacidad de Chile, debida a la contradicción 
capitalista metrópoli-satélite, para producir y satisfacer sus propias necesidades, ha 
conducido ya a la total dependencia chilena del financiamiento externo de su 
presupuesto de gestos de capital, y está conduciendo rápidamente también a su 
dependencia externa para financiar una parte cada vez mayor del presupuesto de 
gastos corrientes. Esta circunstancia y tendencia alarmantes aumenta la 
significación de la pérdida anual chilena, a manos de la metrópoli, de 300 millones 
de dólares (la mitad a cuenta del cobre), siendo de 350 millones el actual déficit de 
la balanza de pagos. 
El sector privado industrial, el comercialy, en ciertos renglones, también el 
agrícola, son igualmente victimas de la posición satélite de Chile, cada vez en mayor 
medida; por lo menos, la dependencia y el subdesarrollo de estos sectores están 
asumiendo formas modernas crecientemente alarmantes. Hoy día la industria de 
Chile es "arruinada por lo que hace a otros prosperar", en cuanto a la tasa de 
crecimiento de su producción. El 90 por ciento de las inversiones chilenas en 
fábricas y equipos consiste hoy en importaciones. Máquinas, combustible, y 
alimentos componen casi el total de las actuales importaciones chilenas de bienes. 
Esto sugiere que, a excepción de los comestibles, Ios bienes de consumo de Chile 
son casi totalmente producidos en el país, y así es en realidad. La observación 
superficial podría hacer pensar que esto refleja un saludable desarrollo de la 
sustitución de las importaciones, al menos, el sector de los bienes de consumo 
producidos por las industrias ligera y mediana. Pero la realidad es que la 
producción y, en muchos sentidos, hasta el financiamiento y la comercialización de 
los bienes de consumo industriales de Chile y otros países subdesarrollados son 
crecientemente dominados por la metrópoli y dependen cada vez más de ella. La 
mecánica y la organización de esta tendencia reciben particular atención, con 
respecto al Brasil, en el capitulo V y en Frank, 1963 a. y 1964 b. 
Baste sugerir aquí que, a través de filiales de corporaciones metropolitanas, de 
empresas conjuntas metropolitano-chilenas, de concesiones de licencias, de marcas 
comerciales y patentes, de agencias publicitarias pertenecientes a la metrópoli o 
controladas por ella, y de multitud de otros arreglos institucionales, buena parte de 
la industria chilena de bienes de consumo está llegando a tener una dependencia 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
de carácter satélite de la metrópoli cada vez mayor. Esta satelización directa de la 
industria de bienes de consumo aumenta a su vez, la dependencia satélite de la 
economía chilena en su conjunto, porque la hace depender de la metrópoli no sólo 
en cuanto al suministro de mercancías esenciales y otros elementos de su 
producción industrial, sino también hasta en la selección de aquellas importaciones 
cuya especificación ha sido impuesta ya a la economía chilena por el diseño 
metropolitano del producto final y su proceso de fabricación. Al mismo tiempo, la 
metrópoli se apropia el excedente económico producido por la industria chilena 
mediante regalías, servicios, etcétera. Para toda la América Latina, el desembolso 
por estos "servicios" extranjeros constituye el 61 por ciento de todos sus ingresos en 
divisas (Frank, 1965 a.). El OCEPLAN concluye a este respecto: 
El crecimiento de la industria no ha sido suficiente para jugar un papel 
verdaderamente altivo en la sustitución de importaciones... Entre 1954 y 1963, por 
ejemplo, las importaciones industriales aumentaron desde 226,2 a 477,1 millones 
de dólares, es decir, más del doble (un aumento de 110%), en tanto que la 
producción industrial interna aumentó en menos de 50%. No puede, pues, 
atribuirse el lento crecimiento industrial exclusivamente a limitaciones del mercado 
nacional, puesto que hubo en ese período una expansión de la demanda interna 
que tuvo que atenderse con mayores importaciones... Aún más, esa falta de 
repuesta no sólo se dio en el abastecimiento de medios de producción —cuyas 
importaciones crecieron en más de 120%—sino también en el de bienes de 
consumo, en que el aumento de importaciones fue del orden del 85%. Con tales 
tendencias, la economía chilena no ha disminuido, sino que ha aumentado su 
vulnerabilidad respecto del sector externo (dice interno, seguramente por un error 
tipográfico). De las importaciones depende hoy día no sólo el abastecimiento de una 
serie de productos de consumo esencial, sino también de materias primas y 
productos intermedios que son fundamentales para mantener la actividad de la 
propia industria, así como la mayor parte de los bienes de capital necesarios para 
acrecentar nuestra capacidad productiva en todos los sectores de la economía 
(OCEPLAN, 1964: 73). 
 
1. Por esta razón no ha sido posible reexaminar ciertas fuentes locales. 
 
2. El sector "interno" 
Las contradicciones capitalistas de la estructura metrópoli-satélite y de la 
expropiación apropiación del excedente han dominado y determinado también la 
experiencia nacional e interna de Chile en el siglo XX. La polarización aumenta, el 
desarrollo económico de la metrópoli nacional es más estructuralmente limitado o 
subdesarrollado, y la estructura de la periferia interna se subdesarrolla cada vez 
más desesperadamente. La apropiación capitalista del excedente y la estructura 
metrópoli-satélite en general caracterizan las relaciones económicas interna de 
Chile no menos que las externas. En consecuencia, la distribución del ingreso es 
cada vez más desigual y el ingreso absoluto de la mayoría del pueblo chileno 
disminuye. 
La distribución funcional, personal y regional del ingreso atestigua la creciente 
polarización de la economía y la sociedad chilenas. Alrededor de 400.000 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
propietarios, gerentes, socios y familiares, o sea menos del 5 por ciento de la 
población total, reciben los siguientes porcentajes de ganancias en los sectores de 
la economía que se citan: agricultura latifundista (unas 2.000 familias), 66 por 
ciento; bienes raíces urbanos, 66 por ciento; industrias grandes monopolizadas 
(correspondientes al 25 por ciento de la producción industrial), 80 por ciento; 
industrias pequeñas, 67 por ciento; construcción, 75 por ciento; gran comercio y 
finanzas, 75 por ciento; pequeño comercio, al por menor en su mayoría, 33 por 
ciento. En proporción a su número, la mayor parte del resto pasa a los empleados, 
y lo que queda es el ingreso de los trabajadores que producen este excedente 
económico (OCEPLAN, 1964; II 6-9). 
Como resultado de la apropiación del excedente en éstos y otros sectores de la 
economía chilena, la distribución personal de los ingresos, en porcentajes redondos, 
es como sigue: el cinco por ciento de la población, constituido principalmente por 
capitalistas urbanos, recibe el 40 por ciento del ingreso nacional; el veinte por 
ciento de la población, empleados urbanos en su mayoría, recibe el 40 por ciento; el 
cincuenta por ciento de la población, fundamentalmente trabajadores urbanos de la 
industria y el comercio, el 20 por ciento; el treinta por ciento de la población, 
principalmente trabajadores agrícolas, el 5 por ciento. Esto es, la cuarta parte 
relativamente improductiva de la población recibe tres cuartas partes del ingreso 
nacional. (Las cifras exactas, sin redondear, son como sigue: 4,7 por ciento de la 
población, 39,3 por ciento del ingreso; 18,6 por ciento de la población, 37,7 por 
ciento del ingreso; 47,7 por ciento de la población, 18,9 por ciento del ingreso, y 29 
por ciento, 4,1 por ciento del ingreso (OCEPLAN, 1964: II, 10). 
No se dispone de datos en cuanto a Chile, de la distribución regional (metrópoli-
satélite de los ingresos, pero el OCEPLAN comenta: 
A la enorme desigualdad en la distribución del ingreso por sectores 
económico sociales se añade otro aspecto que hasta ahora las 
informaciones estadísticas oficiales han silenciado cuidadosamente: el 
de la distribución del ingreso entre las distintas regiones del país. Pese 
a la falta de información concreta, no cabe duda que las disparidades 
son también muy grandes en este sentido. La excesiva concentración 
del desarrollo industrial es uno de los factores determinantes de la 
disparidad, pero no es el único, ya que operan al mismo tiempo una 
serie de canales a través de los cuales se transfiere el ingreso generado 
en las provincias merced al esfuerzo de sus habitantes.Del producto 
generado en la zona norte, una parte importante se transfiere al 
exterior en forma de utilidades de las grandes empresas extranjeras, y 
otra al gobierno central por medio de la tributación directa, de la que 
sólo una proporción muy pequeña queda a beneficio regional. De igual 
manera, del esfuerzo desplegado en las provincias agrícolas aprovecha 
menos el productor local —que recibe apenas una fracción del precio a 
que en definitiva se venden sus productos al consumidor final— que el 
gran intermediario que opere desde los principales centros urbanos 
además, el ingreso del propietario latifundista no queda en la región, 
sino que se gasta en su mayor parte en la metrópoli o en el extranjero. 
Toda la tributación directa e indirecta significa un flujo de ingreso, 
desde las provincias al poder central, del que sólo parte vuelve a la 
región en forma de servicios e inversiones públicas. (OCEPLAN, 1964: 
13). 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
La expropiación-apropiación del excedente económico de los satélites periféricos por 
la metrópoli nacional chilena y algunas metrópolis provinciales está fuera de duda. 
Sobre la base de un ingreso nacional chileno, en el año de 1960-1961, de unos 
3700 millones de escudos, equivalentes entonces a unos 3700 millones de dólares, 
Novik y Farba calculan le pérdida del excedente en concepto de la distribución de 
ingreso, del desempleo, de la producción industrial y agrícola, y la pérdida del 
excedente en divisas, como sigue: la apropiación "distribucional" del excedente 
económico, estimada sobre la base de las ganancias recibidas en exceso del ingreso 
anual de receptores medios, fue de 1380 millones de escudos de 1961; estimada 
sobre le base del exceso sobre las entradas de receptores bajos, fue de 1870 
millones de escudos de 1961. Esta pérdida de excedente económico potencialmente 
invertible representa el 37 y el 50% del ingreso nacional total, respectivamente. La 
pérdida de excedente económico potencial debida al desempleo se estima en 510 
millones de escudos de 1961; la pérdida debida a la producción industrial por 
debajo de la capacidad se calcula en 295 millones o 238 millones de escudos de 
1960, dependiendo del procedimiento de computación que se utilice, o sea el 6 y el 
5% de la producción industrial respectivamente, lo que le perece a quien esto 
escribe une estimación muy baja. La pérdida de excedente económico potencial 
debida a la producción agrícola inferior a la potencial es de 94 millones de scudos 
de 1960. El excedente de 108 ó 190 millones de dólares de Estados Unidos en 
divisas se citó anteriormente. (Novik, 1964: 16-24.) 
Dado que estas estimaciones sobre el excedente económico potencial perdido por la 
economía chilena necesariamente se superponen en alguna medida (especialmente 
la primera con las otras tres), no sería legítimo limitarse a sumarlas para calcular el 
total del excedente económico invertible que Chile pierde a causa del monopolio y la 
expropiación. No obstante, para tener una idea del orden de magnitudes implicado 
conviene observar que, si bien el primer excedente fluctúa entre el 37 y el 50 por 
ciento del ingreso nacional, a causa de la mala distribución de las ganancias la 
suma de excedente que se pierden en desempleo, producción y divisas monta 
aproximadamente a otro 30 por ciento de todo el ingreso nacional de Chile. 
Aún más grave y notable que esta apropiación y pérdida contemporáneas del 
excedente económico en razón del monopolio capitalista y el consumo excesivos es, 
quizás, la inconfundible tendencia que a lo largo del siglo XX agrava esta 
concentración de ganancias y polariza aún más la estructura metrópoli-satélite 
interior. Aunque no se dispone (y ello no es sorprendente) de datos precisos, los 
investigadores chilenos serios apenas dudan que el consumo de alimentos entre los 
grupos rurales y urbanos de bajos ingresos ha disminuido desde el siglo XIX. Entre 
1940 y 1952 los ingresos de los asalariados parecen haber disminuido en vista del 
hecho de que la reducción en 28 por ciento de su parte del ingreso nacional excede 
con mucho la declinación de 10 por ciento en su número en cuanto a fuerza de 
trabajo (Johnson, 1964:.55). A su vez, entre 1953 y 1959, aunque la parte del 
ingreso nacional que los patronos recibieron subió del 45 por ciento al 49, la de 
quienes perciben ingresos medios bajó del 26 al 25 por ciento, y la parte de los 
obreros continuó descendiendo, ahora del 30 al 25 por ciento (Pinto, 1964: 18). 
Además, el poder adquisitivo del salario mínimo legal, en pesos de 1950 (que iguala 
o excede el salario de aproximadamente la mitad de los asalariados de Chile) cayó 
de 3.958 pesos en 1954 a 3.098 pesos en 1961. Mientras tanto, el salario real 
medio de los empleados públicos bajó de un índice de 122 en 1955 a 82 en 1961 
(Pinto, 1964: 16-17). 
 80
CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
Apenas puede dudarse que la inflación y otras políticas que sacrifican los intereses 
de los trabajadores y asalariados a las de los propietarios que expropian una parte 
cada vez mayor de la plusvalía de los productores (para no mencionar los impuestos 
crecientemente regresivos, cuyo impacto no se incluye en las medidas antedichas), 
producen la continua declinación del ingreso absoluto de los receptores de bajos 
ingresos o sea de la mayoría de la población. Este real descenso de las ganancias de 
los pobres no debería confundirse con el muy citado pero ficticio incremento 
resultante del promedio estadístico de los ingresos per capita. Ello es evidente si 
observamos que aunque el tan citado ingreso per capita subió de un índice de 100 a 
uno de 118, la relación entre el salario mínimo legal y el ingreso per capita (la cual 
refleja mucho mas exactamente Ias entradas de la mayoría pobre, aunque también 
las exagera) declinó de un índice de 100 a uno de 69 (Pinto, 1964: 17). 
La muy alarmante polarización del ingreso y de la expropiación-apropiación del 
excedente arriba estudiado es al mismo tiempo efecto y causa de la estructura 
capitalista metrópoli-satélite y de sus contradicciones en Chile. Rebasando la más 
obvia polarización ciudad-campo, esta estructura de metrópoli-satélite caracteriza 
también por entero a los sectores urbanos y rurales tomados separadamente. Me 
limitaré aquí a unas breves observaciones. 
Un rasgo particularmente notable de la economía chilena contemporánea, en 
especial de su sector urbano, es su distribución del trabajo entre los distintos 
sectores. Todas las actividades agrícolas, mineras e industriales (los sectores 
primario y secundario), en conjunto, representan sólo el 40 por ciento de la fuerza 
de trabajo empleada. El 60 por ciento restante de las personas empleadas en la 
economía en general, y probablemente un porcentaje aún mayor de su sector 
urbano, deben atribuirse al sector terciario, el de los servicios. Lejos de ser una 
señal de desarrollo, como la lectura de Sir William Petty y Colin Clark pudo 
habernos llevado a creer alguna vez, esta estructura y distribución reflejan el 
subdesarrollo estructural de Chile: el 60 por ciento de los empleados, sin hablar de 
los cesantes y los subempleados, "trabajan" en actividades que no producen 
bienes... en una sociedad que obviamente carece en alto grado de tales bienes. 
Una gran proporción del empleo (aunque no, claro está, del ingreso) en la parte no 
gubernamental del sector terciario puede ser atribuida a los ocasionalmente 
empleados y semi-auto-empleados "capitalistas de centavos" de las ciudades 
(quienes trabajan con menos capital del que disponen los campesinos de 
Guatemala, a quienes Sol Tax designó así por primera vez). Son ellos, así como 
también una parte de los trabajadores del sector secundario, particularmente los de 
la construcción, los que componen el grueso de la flotante poblaciónurbana de las 
callampas (barrios de indigentes) y los menos notorios pero no necesariamente 
menos inadecuados conventillos (casas de vecindad). De esta población urbana 
flotante y de su contraparte rural, que también suministra su porción de 
emigrantes, se dice a menudo que no estén integradas en, o que están al margen de 
la economía o de la sociedad. Lejos de no estar integradas, empero, están 
plenamente incorporadas y constituyen el producto necesario de una economía 
capitalista metrópoli-satélite subdesarrollada cuya extremada estructura 
monopolista caracteriza a su mercado del trabajo no menos que al de productos. La 
existencia de estas funciones económicas en una economía como la de Chile es 
resultado de las contradicciones y de la estructura expoliadora del sistema 
capitalista. Como consumidores, estos pobres son más explotados que nadie por las 
metrópolis mercantiles grandes y pequeñas de la que son satélites: por ejemplo, la 
vivienda, los comestibles de baja calidad y otros bienes de consumo cuestan más en 
 81
CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
los lugares a que aquéllos tienen acceso que las correspondientes mercancías de 
alta calidad que adquieren los compradores de ingresos medios y altos en otras 
áreas. Cuando se las ingenian para conseguir empleos que les permiten producir 
algo, son también explotados, como productores, en grado más alto que cuales-
quiera otros miembros de la población. Como consumidores y como presuntos 
productores, estas partes supuestamente "marginales" o "no integradas" de la 
población sufren en grado máximo la explotación monopolista, y al tener menos 
elasticidad de demanda como compradores, y de oferta como vendedores, son los 
más explotados. (El tema se discute con más detalle en Frank, 1966b). 
La otra rara de esta misma estructura capitalista de metrópoli-satélite es la 
organización sumamente monopolista del comercio y la industria. Una parte 
desmesuradamente grande del producto expropiado al productor y al consumidor 
se la apropia el intermediario. "Por cada 1000 pesos gastados en comida, 400 se 
pagan por gastos de comercialización que no benefician al productor, sino que van 
a los intermediarios, de quienes reciben la mitad los comerciantes de altos ingresos. 
Esta situación es particularmente seria para las personas de ingresos moderados 
que viven en las grandes áreas urbanas: los costos de la comercialización de los 
alimentos que compra la familia de un obrero absorbe el 26 por ciento de sus 
entradas" (OCEPLAN, 1964: II, 17). O sea, la relación metrópoli-satélite caracteriza 
a todo el sector comercial: los muchos comerciantes pequeños explotan al 
consumidor y son explotados a su vez por los menos numerosos comerciantes 
medianos, quienes son explotados a su vez por las pocas grandes firmas 
comerciales que se quedan con la mitad del excedente apropiado a lo largo de la 
pirámide explotadora. 
La industria manufacturera adolece, en esencia, de la misma estructura y de las 
mismas contradicciones. La producción (así como la importación) de artículos 
industriales se limita, esencialmente, a abastecer al mercado de altos ingresos. A 
causa de esta restricción del mercado, entre otras, la industria se limita 
principalmente a producir bienes de consumo. Los equipos de capital sólo 
representan el 2,7 por ciento de la producción industrial chilena. Es típica la 
subutilisación de la capacidad productiva, como se demostró en los períodos de 
guerra y durante la depresión de los años 30, cuando las instalaciones existentes 
aumentaron aguda y rápidamente la producción de manufacturas. Nuestra familiar 
constelación metrópoli-satélite se reproduce constantemente en el sector industrial 
por la existencia o el establecimiento de algunas plantas o empresas grandes, 
modernas y eficientes rodeadas de una hueste de talleres pequeños, anticuados e 
ineficientes, o de firmas cuya dependencia de la grandes para obtener mercados, 
materiales, créditos, comercialización, etc., las convierte en satélites de éstas. 
Pudiera pensarse que esta pauta refleja el crecimiento "natural" de las empresas o 
fábricas grandes y modernas, cuya competencia denota y reemplaza gradualmente, 
pero todavía no por completo, a los pequeños talleres anticuados. La realidad, 
empero, es que el crecimiento de la producción fabril, cuando ocurre, se explica 
mucho más por el establecimiento de nuevos talleres pequeños y "anticuados", de 
incierta supervivencia, que por el de nuevas empresas y fábricas "modernas". (A 
este respecto véase, por ejemplo, El desarrollo social de América Latina en la 
postguerra, Comisión Económica para la América Latina, Naciones Unidas, 1962, 
59-60). Estas grandes empresas; en especial las extranjeras, que gozan de mayores 
ventajas financieras, técnicas, comerciales, políticas y otras, se apropian del 
excedente económico producido en los talleres y empresas satélites pequeñas, como 
otras metrópolis hacen con sus satélites. 
 82
CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
La misma estructura y las mismas contradicciones aparecen en el sector agrícola y 
comercial rural. La bien conocida impotencia de la agricultura para suministrar los 
alimentos necesarios, dramatizada en el caso de Chile por el paso de la exportación 
a la importación de comestibles básicos, no se debe tanto a la falta de penetración 
capitalista o mercantil de un campo supuestamente arcaico o feudal, como a la 
incorporación de la agricultura en la estructura monopolista metrópoli-satélite del 
sistema capitalista nacional y mundial. Esta integración de la agricultura en la 
economía general es, y ha sido desde el siglo XVI, no solamente comercial, por la vía 
de la venta y de la compra, sino que también toma la forma de vínculos de 
propiedad y control con los restantes sectores de la economía. A falta de similares 
datos específicos para Chile (aunque La concentración del poder económico en Chile, 
de Ricardo Lagos, ofrece una idea general), me refiero a algunos datos 
impresionantes del Perú, al que a menudo se considera aún más "feudal" que Chile. 
De las 45 familias y corporaciones representadas en la Junta de Directores de la 
Sociedad Nacional de Agricultura de ese país, el 56 por ciento son accionistas 
importantes de bancos y compañías financieras, el 53 por ciento poseen acciones 
en compañías de seguros el 75 por ciento son propietarios de compañías dedicadas 
a la construcción urbana o a los bienes raíces, el 56 por ciento tienen inversiones 
en empresas comerciales y el 64 por ciento son accionistas importantes de una o 
más compañías petroleras (Malpica, 1963: 224). 
Creo que un examen detallado de la estructura monopolista metrópoli-satélite de la 
economía (y de la agricultura dentro de ella), demostraría, como sugiero en mi 
estudio de la agricultura brasileña, que la escasez de alimentos, en términos de 
necesidades, si no de demanda efectiva, puede y debe atribuirse en lo esencial a la 
reacción productiva y comercial ante esta misma estructura monopolista del 
mercado. Las observaciones de Borde y Góngora sobre el valle del Puangue sugieren 
que la expansión y contracción de la producción agrícola y el abandono de un 
cultivo o producto pecuario por otro a través del tiempo fueron, en verdad, 
notablemente sensibles a los incentivos del mercado (Borde, 1956). Si la producción 
agrícola no crece como quisiéramos, ello se debe al hecho de que los que controlan 
los recursos potencialmente utilizables para una mayor producción agrícola, los 
canalizan hacia otros usos. No proceden así porque residan fuera del mercado 
capitalista o porque éste les tenga sin cuidado, sino, al contrario, porque así les 
lleva a hacerlo su integración en el mercado. Si el 40 por ciento del excedente 
económico que produce la agricultura puede expropiarse mediante la 
comercialización monopolizada;si la tenencia de tierra es útil para especular, para 
obtener créditos, para evadir los impuestos, para tener acceso a la oferta de 
productos agrícolas o a la limitación de ésta para beneficiarse de la comercialización 
de tales productos a través de canales de venta monopolizados; si el capital obtiene 
considerablemente mayores ganancias en los bienes raíces urbanos, el comercio, 
las finanzas e incluso en la industria, no nos debería sorprender entonces que 
quienes pueden aumentar o disminuir la producción agrícola no la incrementan con 
rapidez. Antes bien, que los terratenientes de Chile, como los de la junta de 
directores de la Sociedad Nacional de Agricultura del Perú trasladan sus capitales 
de donde ganan menos a donde ganan más o donde pueden consumirlos con más 
facilidad. Como a lo largo de la historia ha ocurrido desde el siglo XVI, cuando la 
agricultura es relativamente un mal negocio, como ocurre ahora, estos capitalistas, 
hasta donde les es posible, no utilizan su tierra para ayudar a los hambrientos 
produciendo más alimentos, sino para ayudarse a si mismos haciendo mejores 
negocios en otros sectores transitoriamente más lucrativos de la economía. 
Aunque los testimonios no abundan ni han sido estudiados adecuadamente 
todavía, perece que el inquilino empresarial que fue un pequeño satélite en el siglo 
 83
CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
XVII y que fue convertido en peón arrendatario o trabajador asalariado en el XVIII y 
el XIX por el ímpetu de la expansión agrícola, vuelve a reaparecer en el siglo XX en 
algunos lugares. Reaparece dirigiendo una pequeña empresa agrícola a la sombra 
de la hacienda cuya tierra utiliza y cumple sus obligaciones laborales para con el 
terrateniente poniendo otro hombre cuyo trabajo alquila por un jornal. (Véase al 
respecto a Baraona, 1960). Mi hipótesis es que este fenómeno debe atribuirse al 
renovado decaimiento de la rentabilidad relativa de la producción agrícola después 
de dos siglos de tiempos relativamente mejores. Esta hipótesis parece confirmarse 
en parte por la mayor frecuencia de la aparición del inquilinaje en aquellas tierras 
que, por razones geográficas, topográficas o económicas, son menos rentables que 
otras sobre cuyo uso mantienen sus poseedores un control más directo. La 
aparición en este nivel de una micrometrópoli apretadamente introducida entre los 
terratenientes y los trabajadores agrícolas, así como también Ia proliferación de 
vendedores ambulantes y otros capitalistas de centavos de las ciudades, no debería 
tomarse como indicio de un crecimiento económico portada de mejores perspectivas 
de negocios. Antes bien, parecería ser el resultado de un decrecimiento económico. 
Además, el "auge" de estos pequeños empresarios tampoco significa que el grado de 
polarización económico-social de la sociedad esté disminuyendo hoy. Al contrario, 
tanto la oportunidad como la necesidad económica reflejadas por la inserción de 
esta micrometrópoli-satélite en la estructura metrópoli-satélite de la economía en 
general, reflejan, a su vez, la pobreza aún más grande de la mesa de trabajadores 
sin tierras, que sirve a su vez como fuente de mano de obra a los pequeños 
empresarios, y la decadente fortuna de los terratenientes y comerciantes medianos, 
así como también del pequeño pueblo rural. Reflejan, pues, la creciente polarización 
de la economía y sociedad capitalistas, chilena y mundial, en el siglo XX. 
 
1. Por esta razón no ha sido posible reexaminar ciertas fuentes locales. 
 
I. CONCLUSIONES E IMPLICACIONES 
Nuestro examen de la historia chilena demuestra que fue el capitalismo, con sus 
contradicciones internas, el que generó el subdesarrollo de Chile y determinó sus 
formas; que esto es hoy tan cierto cómo ayer; que el subdesarrollo de Chile no 
puede atribuirse a la supuesta supervivencia parcial de una estructura feudal que 
nunca existió en todo, ni en parte. A nivel nacional, el poder ha estado siempre en 
las manos de una burguesía que estaba y está íntimamente ligada a los intereses 
extranjeros, que era y es principalmente comercial y que se apropiaba y se apropia 
del excedente económico de todos los sectores importantes de la economía. En Chile 
este poder nunca se ha sustentado, directa y principalmente en la propiedad de la 
tierra, aunque su posesión o control monopolista y sus nexos con otros sectores de 
la economía han hecho, por supuesto, contribuciones importantes a la apropiación 
burguesa del excedente económico y a su posesión del poder político. El Estado 
chileno y sus instituciones, democráticos o no, han sido siempre uña y carne del 
sistema capitalista chileno y mundial y un instrumento de la burguesía. Hemos 
observado —y esto es importante para comprender a Chile y a otros países 
subdesarrollados— que tanto la "burguesía nacional" como su "Estado nacional" 
han sido siempre, y son cada vez más, partes integrantes de un sistema capitalista 
mundial en el que constituyen, fundamentalmente, un satélite o una burguesía y 
un Estado "subdesarrollados". Es así como la burguesía y el Estado satélite 
 84
CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
"nacional" se turnaron y siguen siendo dependientes de la metrópoli capitalista 
mundial, cuyo instrumento han sido y siguen siendo para la explotación de la 
periferia. 
Esta realidad del capitalismo —de sus contradicciones, del desarrollo y del 
subdesarrollo— nos impone importantes tareas en el campo de la teoría y la 
investigación científicas y en el de la estrategia y la táctica política. Debemos 
formular una teoría científica que sea capaz de englobar y explicar la naturaleza, 
las contradicciones y el desarrollo y subdesarrollo históricos de este proceso y este 
sistema mundial en su conjunto, y debemos realizar investigaciones con vistas a 
formular tal teoría. Ha sido mi intención en este ensayo y los siguientes contribuir 
en lo posible al logro de ese objetivo. Los cambios institucionales y demás 
transformaciones importantes de que ha sido testigo la historia chilena han 
ocurrido, todos, dentro de esta estructura capitalista que impera en Chile y en la 
mayor parte del mundo, y han servido para exagerar y fortalecer las contradicciones 
estructurales del capitalismo. Si he acentuado estos cambios institucionales en el 
presente ensayo, ha sido para llamar la atención sobre la continuidad estructural 
del capitalismo y sus efectos en la historia de Chile. Las transformaciones 
históricas de las instituciones y la realidad de Chile y otros países 
subdesarrollados, así como también su impotencia para cambiar en las formas y 
direcciones más deseables, sólo pueden ser adecuadamente comprendidas en el 
marco de esta continuidad, dentro del contexto de esta contradicción capitalista del 
cambio continuo. (Sin negar esta continuidad, he prestado más atención a la 
transformación del sistema capitalista en el ensayo sobre Brasil). 
 
El curso de la historia, en Chile y en el mundo, se ha caracterizado por una secular 
tendencia a la polarización, tanto internacional como nacionalmente, y el grado de 
interdependencia —la medida de la dependencia del satélite— ha aumentado 
conjuntamente. La brecha entre la metrópoli y Chile, en poder, riqueza e ingreso y, 
lo que es más importante, quizá, en capacidad política, económica y tecnológica 
para el desarrollo de la economía, se ha ensanchado notablemente con el tiempo y 
continúa ensanchándose. Al mismo tiempo, Chile, su metrópoli y su burguesía se 
han hecho cada vez más dependientes de la metrópoli exterior en lo político, lo 
económico y lo tecnológico. No sólo su comercio, agricultura y minoría ayer, sino 
también hoy su industria están siendo económica, tecnológica e institucionalmente 
integrados en la metrópoli capitalista mundial, de la que aquéllos se convierten 
cada vez más en sectores satélites dependientes.Si en otro tiempo pudo haber 
surgido una burguesía "nacional" industrial relativamente independiente y con 
miras nacionalistas (aunque es difícil sostener que, en efecto, surgió), tal 
eventualidad es cada vez más improbable e imposible mientras la industria y los 
industriales chilenos continúen dependiendo cada vez más de la metrópoli en 
materia de financiamiento, comercialización, bienes de producción, tecnología, 
diseño, patentes, marcas comerciales, licencias... todo, cuanto se relaciona con la 
producción "industrial" ligera o ensambladora de piezas importadas. 
Pudiera perecer que el subdesarrollo y la polarización de Chile serían mitigados o 
incluso anuladas por el ascenso de la clase media. Lejos de eso, la "nueva" clase 
media y el sector terciario de servicios que principalmente la sustenta, constituyen 
una expresión y una causa más del subdesarrollo estructural y la polarización de 
Chile. La urbanización y la transformación estructural de la economía, la sociedad y 
la forma de gobierno que la clase media, o la movilidad social, o la 
 85
CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
"democratización" representan, están vinculadas al incremento de la polarización 
entre las metrópolis urbanas de Santiago, Valparaíso y Concepción y sus 
respectivos satélites periféricos rurales y locales, así como también a Ia polarización 
de la economía y el ingreso en la ciudad y en el campo. El número relativo y 
absoluto de chilenos esencialmente improductivos está creciendo, y el ingreso 
relativo y absoluto de los miembros más pobres de la sociedad, así los productivos 
como los improductivos, está decreciendo con el tiempo. El ascenso de las clases 
medias puede significar el aumento del número de los que se apropian del 
excedente económico, pero el ingreso residual de los productores expropiados está 
disminuyendo, y la capacidad y aptitud de la estructura económica capitalista para 
generar desarrollo industrial y económico en Chile está decayendo: Chile se 
subdesarrolla estructuralmente cada vez más. 
Las tareas politicas que aguardan a quienes librarían del subdesarrollo a Chile y a 
sus países hermanos no son menos urgentes y profundas que las científicas, ni 
están desvinculadas de ésta. En Chile y los países de estructura similar no puede 
esperarse que una burguesía emancipe del subdesarrollo a la economía y al pueblo. 
No debería hablarse de una "burguesía nacional progresista" que trata de salvar al 
Estado de una oligarquía atrasada, terrateniente y feudal. Porque la capacidad y 
aptitud para progresar de la burguesía chilena y su estado están severamente 
limitadas, no por las instituciones o la estructura "no capitalistas" o 
"precapitalistas" que puedan existir en sus entrañas provinciales, sino por la misma 
estructura capitalista que les impone la metrópoli capitalista mundial y por su 
propio interés en mantener esta estructura capitalista, en alianza con otros 
intereses creados burgueses, a nivel mundial, nacional, provincial y local. La 
expropiación de su excedente económico y las otras limitaciones del desarrollo que 
la metrópoli imperialista impone a la burguesía chilena, crean contradicciones entre 
ellas y su metrópoli, al igual que la burguesía metropolitana chilena crea 
contradicciones entre ella y los grupos burgueses provinciales a la que a su vez 
explota. Estas contradicciones pueden hacer que los grupos más explotados y 
débiles de la burguesía chilena adopten cursos de acción que, en uno u otro 
momento y hasta cierto punto, choquen con los intereses de quienes los explotan a 
ellos y al pueblo. Pero estas contradicciones menores reflejan la necesidad y el 
deseo de cada una de las partes de quedarse con una mayor porción del botín 
generado por las contradicciones mayores del causante de subdesarrollo expoliador 
y sistema capitalista. La solución de estas contradicciones menores y Ia acción de 
estos grupos burgueses no pueden constituir, por ende, un paso económico o 
políticamente decisivo hacia la eliminación del subdesarrollo y la estructura que lo 
produce. La burguesía y todas sus partes "prosperaron con lo que arruina a otros" y 
deben esforzarse por mantener esta "paradoja del trato" y esta "contradicción de la 
riqueza". 
El contradictorio desarrollo del capitalismo y el consiguiente subdesarrollo de Chile 
impone al pueblo la necesidad y la posibilidad de liberar su economía del 
subdesarrollo y de impulsar el desarrollo de su país. Esta necesidad surge de la 
estructura y del desarrollo del sistema capitalista mundial y nacional, que hace 
más profundo cada vez el subdesarrollo de Chile; hunde a la mayoría de su pueblo 
en la miseria, y a la vez, incapacita más y más a su burguesía para revertir el 
multisecular desarrollo del subdesarrollo. El proceso trasciende a Chile y afecta a 
todo el mundo. Las contradicciones se ahondan. La posibilidad brota de la misma 
estructura y proceso. 
 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
Padeciendo la misma necesidad y gozando de la misma posibililidad, creadas ambas 
por el mismo desarrollo capitalista mundial en otros países subdesarrollados, el 
pueblo de Chile, en alianza con estos otros pueblos, debe tomar y tomará la 
iniciativa y la primacía en la destrucción del sistema cuyo desarrollo generó y 
genera el subdesarrollo de unos y otros. Un tercio del mundo ha tomado ya la 
iniciativa. La salida de los países socialistas del sistema capitalista y su mercado 
explotador profundizó las contradicciones dentro de ese sistema y se hizo sentir en 
Chile como en otras partes. El abandono de la ideología y la teoría burguesas, de la 
política revisionista y el oportunismo, y la adopción de la estrategia y las tácticas 
marxistas revolucionarias por la vanguardia popular de Chile y de los países 
subdesarrollados, por los estados socialistas y los pueblos colonizados y explotados 
en el corazón de la metrópoli imperialista misma, continuarán ahondando las 
contradicciones del sistema capitalista y, mediante la solución de éstas, liberarán al 
pueblo de Chile y al mundo. Al costo del subdesarrollo de estos pueblos se 
desarrolló el sistema capitalista y al precio del desarrollo de aquéllos será destruido. 
El proceso del desarrollo capitalista es discontinuo, pero permanente, como lo es el 
proceso de su decadencia por la vía revolucionaria. En nuestro tiempo las 
contradicciones se ahondan y el proceso se acelera; la discontinuidad destruye al 
sistema; la oportunidad de liberar a los pueblos y desarrollar su civilización está a 
la mano, y los pueblos la hacen. Sepan sus líderes seguirlo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Capítulo II: 
EL "PROBLEMA INDÍGENA" EN AMÉRICA LATINA 
 
 
A. EL PROBLEMA 
En esencia, el "problema indígena" latinoamericano deriva de la estructura 
económica del sistema capitalista nacional e internacional. Al contrario de lo que 
frecuentemente se alega, no se relaciona con el aislamiento cultural de los 
indígenas, ni mucho menos con el aislamiento económico o la insuficiente 
integración. El problema de los indígenas, como el del subdesarrollo en general, se 
funde en la estructura metrópoli-satélite del capitalismo de que se habla en este 
libro, y sus manifestaciones son partes integrantes de esa estructura. Sin referirnos 
a los conocidos estudios sobre la base económica de este problema que hace siglos 
hicieron Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias y Jorge Juan y Antonio 
Ulloa en sus Noticias secretas de América, podemos tomar en cuenta la opinión del 
más renombrado investigador del Perú en nuestro siglo, José Carlos Mariátegui: 
"Todas las tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden éste como 
problema económico-social, sonotros tantos estériles ejercicios teóricos —y a veces 
sólo verbales— condenados a un absoluto descrédito. No [las] salva a algunas su 
buena fe... La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en 
el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medida de 
administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras [de vialidad], 
constituye un trabajo superficial o adjetivo". (Mariátegui, 1934: 27). 
Ese juicio es secundado por el antropólogo norteamericano Eric Wolf, quien dice 
que el etnicismo y la comunidad corporativa del indígena latinoamericano son más 
una cuestión de estructura que de cultura, y también por su colega mexicano 
Rodolfo Stavenhagen, cuando dice que "las relacionen coloniales y las relaciones de 
clase constituían la base de las relaciones étnicas", y que "la ciudad regional fue un 
instrumento de conquista y es aún hoy un instrumento de dominio". (Wolf, 1955: 
456-457; Stavenhagen, 1963: 91, 81). 
 
B. LA HISTORIA 
El problema del indígena deriva de su relación económica con los otros miembros 
de la sociedad, relación que a su vez ha sido determinada por la estructura 
metrópoli-satélite y el desarrollo de la sociedad capitalista desde que la colonización 
lo incorporó a ella, Stavenhagen sugiere que "...el sistema colonial funcionó de 
hecho, en dos niveles. Las restricciones y prohibiciones económicas que España 
impuso a sus colonias (y que habrían de fomentar los movimientos de 
independencia) se repetían, agravadas múltiples veces, en las relaciones entre la 
sociedad colonial y las comunidades indígenas. Los mismos monopolios 
comerciales, las mismas restricciones a la producción, los mismos controles 
políticos que España ejercía sobre la Colonia, ésta los ejercía sobre las 
comunidades indígenas. Lo que España representaba para la Colonia, ésta lo 
representaba para las comunidades indígenas: una metrópoli colonial. El 
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
mercantilismo penetró desde entonces en los pueblos más aislados de Nueva 
España (Stavenhagen, 1963: 91). 
Así, pues, la supuestamente aislada sociedad o, mejor, comunidad folk que 
popularizó Redfield (1941, 1960), la comunidad corporativa de los indígenas, lejos 
de ser originales de la América Latina o tradicionales en ella se desarrollaron o, 
mejor, se subdesarrollaron como resultado del desarrollo del capitalismo en el 
período colonial, y también en el nacional. Eric Wolf describe cómo el aislamiento 
dependiente y su puesto en realidad la condición de satélite, de la comunidad 
indígena fue generado históricamente por el proceso de crecimiento del capitalismo 
que se inició con la Conquista. Como dijo Hernán Cortés a un mexicano: "Los 
españoles padecen una enfermedad del corazón que sólo se cura con oro". Después 
de esta cita, Wolf continúa: 
El conquistador español se convirtió en empresario de minas, en productor de 
cultivos comerciales, en ganadero, en negociante... Quería convertir los recursos y 
el trabajo en bienes negociables: en oro y plata, en cueros y lana, en trigo y caña de 
azúcar... El motor de este capitalismo fue la minería... Toda referencia a la Utopía --
económica, religiosa y política- se apoyaba en última instancia, en el gobierno y 
control de un solo recurso: la población indígena de Ia colonia. Los conquistadores 
querían peones, indios... A los ojos del colono, lo que daba prestigio a la institución 
[de la encomienda] no era su origen medieval, sino la oportunidad que traía 
aparejada de organizar una fuerza de trabajo capitalista sobre la que él y sólo él 
ejercía un poder sin contapisas. (Wolf, 1959: 176, 189). 
El juicio de Wolf es confirmado por quienes indiscutiblemente son los tres más 
autorizados investigadores de la materia: José M. Ots Capdequi, José Miranda y 
Silvio Zavala. Ots Capdequi escribe: 
No puede penetrarse en la entraña del verdadero significado histórico de las 
instituciones sociales, económicas, jurídicas que se encuadran dentro del llamado 
Derecho Indiano si no se tiene a la vista este hecho histórico que yo he anotado 
ampliamente en algunas de mis publicaciones: que la obra del descubrimiento, 
conquista y colonización de América no fue en su sentido estricto, en sus orígenes, 
una empresa de Estado... Si analizamos el conjunto de las capitulaciones que en 
gran parte se conservan en el Archivo General de Indias, de Sevilla, advertimos 
claramente al predominio acusado, absorbente, del interés privado, de la iniciativa 
privada en la organización y el sostenimiento de las expediciones descubridoras. 
Fue lo corriente que esas expediciones las costearen los grandes mercaderes... 
Después de la esclavitud pura y simple, fue la encomienda la principal institución 
mediante la cual los empresarios españoles se resarcieron de sus inversiones, pues 
les permitía exigir tributos y trabajos a la población indígena, José Miranda resume 
así la "función económica" de los encomenderos: 
Aunque el encomendero continental tuviera mucho de señor feudal, a la europea, 
por lo que retiene del feudalismo medieval... no parecen interesarle vivamente su 
posición y función como tal. 
No; el encomendero es, ante todo, un hombre de su tiempo, movido por el afán de 
lucro y proponiéndose como meta la riqueza. Entre sus contemporáneos, es el 
encomendero el hombre de acción en que prenden más fuertemente las ideas y los 
anhelos de un mundo nuevo. Dista mucho del hombre medieval; es el resultado de 
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una manera radicalmente distinta de entender el mundo y la vida. Ávido de riqueza, 
la perseguirá febrilmente; no se conformará después con la encomienda, pero lo 
hará pensando alumbrar en ella manantiales de riqueza. Por eso no se limita, como 
el señor feudal, al mero goce de tributos y servicios, sino que convierte unos y otros 
en base principal de varias empresas, en la médula económica de múltiples 
granjerías. Hará lo que cualquier empresario desde entonces acá: emplear los 
recursos propios o ajenos y el trabajo ajeno en la consecución de la riqueza o el 
bienestar propios. Así, pues, el encomendero otorgará primacía al elemento reparto 
capitalista de la encomienda, que es el único que puede conducirle a lo que él 
persigue con ahinco: la riqueza. 
Por eso, en un primer momento, se dedica de lleno, antes que nada, a la explotación 
de las minas de oro y al logro de lo que era anexo a ellas (ciertas herramientas y 
mantenimientos), sin descuidar la producción de lo que era indispensable para 
cubrir sus necesidades materiales más apremiantes (ganados y trigo). Las empresas 
que el encomendero establece para el aprovechamiento económico de la 
encomienda serán, por lo tanto, de un triple orden: mineras (para la extracción del 
oro, en un principio), ganaderas, y agrícolas (limitadas las agrícolas, en los primeros 
tiempos, casi exclusivamente a la producción de trigo) ... En el primer concepto, 
extraerá de la encomienda, para sus empresas, oro, mantenimiento, esclavos, 
ropas, etc. Estos elementos serán empleados por él: el oro en las inversiones más 
imprescindibles, como la adquisición de herramientas y, en caso preciso, el pago de 
los servidores españoles (mineros y mozos) y la compra de víveres; los 
mantenimientos, en el sostenimiento de sus esclavos, indios de servicios y otros 
trabajadores, y la cría de sus ganados; los esclavos, en las labores mineras, donde 
fueron la principal mano de obra, y en las agrícolas y ganaderas. 
Como resultado de la utilización de los diferentes elementos económicos de que 
dispone —procedentes de la encomienda, o con otro origen, según vivimos—, y de 
los medios jurídicos con que reúne esos elementos y los enlaza con los medios 
personales en el complicado mecanismo de sus empresas, vemos frecuentemente al 
encomendero cogidoen una red verdaderamente tupida de dispositivos económicos 
y de relaciones jurídicas: participa en varias compañías mineras, concluidas ante 
un escribano público; propietario de una piara de cerdos o de un rebaño de ovejas, 
que trae pastando en tierras de otro encomendero —con el cual ha concertado 
instrumentalmente contrato de compañía—, y al cuidado de un mozo español —
cuyo servicio se ha asegurado mediante escritura de partido o de soldada—, y todo 
esto después de haber dado poder general a un familiar, amigo o criado para que 
administre sus pueblos y de haber conferido poderes particulares a otras personas 
para que gobiernen sus haciendas de labor o ganaderas, sus ingenios o sus 
molinos, o para la gestión de sus intereses allí donde éstos lo exijan. (Miranda, 
1947: 423-424, 427, 446). 
Así, pues, la expansión y el desarrollo del capitalismo incorporaron a la población 
indígena en su expoliadora estructura monopolista inmediatamente después de la 
llegada de los españoles, y el capitalista y sus crecientes manadas de ganado y 
ovejas se apropiaron de la tierra del indígena. El nuevo capitalismo penetró tan 
rápida y profundamente en la organización económica aborigen que diez años 
después de la conquista de México se escribía: 
Después, debido sin duda al aumento del numerario y la gran demanda de 
abastecimiento, algunos pueblos indios, principalmente de los próximos a la capital 
y de las ciudades más importantes, prefirieron dar dinero y solicitaron la 
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conmutación de las especies y servicios por oro o plata. Ramírez de Fuenleal dio 
cuenta al Rey del cambio operado, y le pidió que removiera el obstáculo legal a las 
tasaciones en dinero... "ahora parece que en algunos pueblos quieren más el maíz y 
mantas para contratar, y dan de mejor gana el oro, porque con sus tratos ganan 
para el tributo y para su mantenimiento..." (Miranda, 1952:204). 
Como todo aquel que en una economía capitalista debe pagar, el indígena, en 
tiempos de inflación, prefería pagar con dinero desvalorado. 
Las consecuencias inmediatas de la penetración capitalista en la colectividad 
indígena fueron la muerte de multitud de sus componentes y la transformación de 
su sociedad y su cultura. En México, la población indígena, que en los días de la 
Conquista, en 1519, era de 11 millones, descendió a 1,5 millones en 1650 (Borah, 
1951: 3). AI mismo tiempo, como anota Miranda: 
La fuerte presión tributaria determinó cambios importantes en la distribución de la 
población: de un lado, la disminución por muertes o ausencia; y de otro, la 
diseminación de muchos indios por las zonas rurales más deshabitadas, el 
rancheamiento en lugares abruptos o de difícil acceso, y el cambio de resistencia o 
traslado de domicilio de un pueblo a otro. Perecían o decaían algunos pueblos, 
nacían rancherías, algunas de las cuales se convertían con el tiempo en pueblos 
pequeños, y crecían algunos lugares. Una gran parte de los indios no quiso soportar 
los excesivos gravámenes tributarios y recurrió al único procedimiento que tenían 
para eludirlos, abandonar el lugar de residencia, bien para ir a habitar allí donde 
los españoles no podían molestarles, bien para irse a vivir a otro pueblo donde los 
tributos no fuesen tan pesados. (Miranda, 1952: 216-217). 
Los establecimientos indígenas de tiempos posteriores y, mucho menos, su 
estructura y relación con la sociedad mayor, no son, pues, supervivencias de los 
tiempos anteriores a la Conquista, sino, al contrario, productos subdesarrollados de 
la expansión capitalista. Desde entonces, y aún en nuestros días, hasta donde la 
corporación indígena se haya aislado, esta circunstancia refleja el espontáneo 
retiro, que es el único medio de que dispone el indígena para protegerse contra el 
pillaje y la explotación del sistema capitalista. 
En México, la encomienda fundada en el pago de un tributo en trabajo y el uso legal 
de indígenas encomendados duraron hasta 1549. Silvio Zavala escribe: 
El 22 de febrero de ese año, la Corona dirigió una importante cédula al presidente y 
los magistrados de la Audiencia de Nueva España... ordenando la cancelación de 
todas las conmutaciones del tributo en especie y en metálico por servicios 
personales. La puesta en vigor de esta prohibición significaba el fin de la 
encomienda como institución laboral, porque en lo adelante todos los tributos 
tenían que pagarse en dinero, en productos agrícolas u objetos de artesanía. Se 
tiene prueba de que el decreto fue puesto en vigor... 
¿A través de qué canales podría obtenerse ahora la mano de obra necesaria para 
continuar los trabajos de la colonia? El propósito, por tanto, era establecer un 
sistema de trabajo asalariado voluntario, con tareas moderadas; pero en previsión 
de que los indígenas no quisieran ofrecer sus servicios voluntariamente... Nueva 
España, instituyó el cuatéquil, o sea el sistema de trabajo pagado forzoso. Este 
sistema, en conjunción con las anteriores prácticas indígenas, iba a desarrollarse 
en mayor escala en Perú bajo el nombre de mita, institución diferente de la 
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esclavitud y del servicio personal de la encomienda, a las cuales se dio de lado 
durante el proceso que estamos describiendo... Los indígenas... recibían un 
estipendio diario... Las diferencias principales entre el cuatéquil de Nueva España y 
la mita del Perú residen en el hecho de que el primero afectaba, por lo general, a 
indígena, residentes en lugares próximos al de trabajo, mientras que en el Perú los 
jornaleros tenían que recorrer distancias mucho más grandes. En Nueva España, el 
periodo de trabajo era casi siempre de una semana, y cada indígena se presentaba 
para trabajar tres o cuatro semanas en el año. Los períodos peruanos de trabajo 
duraban meses. La cuota de trabajadores con que contribuían las aldeas de Nueva 
España era, por lo común, de un 4 %, en Perú de una séptima parte, o sea 
alrededor de un 14 %. En Tucumán, se tomaba un indígena de cada doce... El 
sistema de trabajo pagado compulsorio... vino a ser al cabo la principal fuente de 
brazos de la colonia. Ni siquiera los encomenderos quedaron fuera de la institución 
del cuatéquil. Si necesitaban peones, no podían tomarlos ya directamente de sus 
aldeas encomendadas a modo de tributo. Como otros colonos privados, estaban 
obligados a pedir a un juez repartidor los indígenas que necesitaran, y los peones 
así provistos no trabajaban ya gratuitamente, sino que tenían derecho a recibir del 
encomendero el jornal de costumbre... En el capítulo precedente apuntamos que la 
encomienda no acarreaba el derecho a la tierra, y ahora vemos que el encomendero 
perdió el dominio sobre el trabajo de sus aborígenes, puesto que éste era 
independientemente regulado por las autoridades reales... En 1601 y 1609 se 
emitieron nuevas cédulas con el propósito de establecer el trabajo pagado 
voluntario, poniéndose fin así a la obligatoriedad... 
Desde hacía años, los agricultores españoles habían empezado a atraer a sus fincas 
a los indígenas de las aldeas vecinas, a los que se llamaba gañanes o laboríos. Así, 
en vez de aguardar por la periódica asignación de indígenas a cargo de las 
autoridades públicas, tenían familias indígenas residiendo continuamente en sus 
tierras como mano de obra... Además, los terratenientes habían empezado a hacer 
todo lo que les era dable para reforzar su posesión de gañanes, privándoles a su 
placer de la libertad para abandonar la finca. El medio legal por el que se consiguió 
esta retención consistió en adelantos de dinero y mercancías, lo que, al endeudar el 
gañán, lo ataba a la tierra. Este método, y no la antigua encomienda del siglo XVI, 
es el verdadero precursor de la hacienda mexicana de tiempos recientes. Por este 
último sistema, el amoposee la tierra por merced, compra u otro título legal, o 
quizás sólo por haberse apoderado de ella, y atrae gañanes a su finca y los 
mantiene en ella haciéndoles contraer deudas con él. El pensador liberal del periodo 
de la colonización no dejó de ver con desconfianza a este sistema de servidumbre 
agraria por deudas, y lo criticó, como antes había criticado a la esclavitud, la 
encomienda y el cuatéquil. El gobierno español dictó ordenanzas significativas 
limitando el monto del endeudamiento legal... A pesar de estas restricciones 
jurídicas... los hacendados habían extendido ya el sistema de gañanía y lo habían 
consolidado mediante deudas... El creciente número de peones y el aislamiento de 
las haciendas originaron gradualmente la costumbre del castigo de los peones por 
el amo o quienes lo representaban, pero esto no quiere decir que el amo poseyera 
autoridad judicial, porque la justicia del rey interviene siempre que se cometía un 
delito grave. El sistema de peonaje tenía, pues, raíces coloniales, pero en ese 
periodo la vigilancia de las autoridades públicas proporcionaba una cierta 
protección a los trabajadores. Cuando, posteriormente, el dejar hacer y otras teorías 
abstencionistas del derecho público dejaron solos e indefensos a los peones contra 
el poder económico de sus amos, la rudeza del régimen de las haciendas aumentó y 
la población e importancia de las aldeas indígenas disminuyeron continuamente en 
relación a las haciendas que empleaban peones. Ya hemos dicho qua el laboreo 
obligatorio de las minas de mantuvo hasta pasado el año 1633, pero en ese tiempo 
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aumentó el número de obreros libres atraídos por los salarios relativamente altos de 
los mineros... El recurso del endeudamiento tramposo funcionó en las minas al 
igual que en las haciendas. (Zavala, 1943: 85-101). 
Por ende, en su incorporación del indígena, no menos que la de todos los otros, el 
desarrollo del capitalismo generó, en diferentes épocas y lugares, las formas 
institucionales que convenían a sus cambiantes necesidades. Este crecimiento 
capitalista y sus instituciones transformaron toda la urdimbre de la sociedad 
aborigen desde el principio y han continuado determinando el estilo y calidad de la 
vida indígena desde entonces. Wolf comenta al respecto: 
La Conquista no sólo destruyó a las personas físicamente, sino que también 
despedazó la trama usual de sus vidas y los motivos que las animaban... La 
sociedad nacida de la conquista española... sacrificó a los hombres por la 
producción de objetos que no tenían otro fin que el de aumentar lo más posible las 
ganancias y la gloria del conquistador individual... El indígena explotado no podía 
hallar sentido universal alguno a sus padecimientos... Así, pues, los indígenas, no 
sólo fueron victimas de la explotación y el derrumbe biológico, sino que también 
sufrieron una deculturación —"pérdida de cultura"—, y en el curso de tales 
maltratos vinieron a sentirse ajenos a un orden social que tan mal empleaba sus 
recursos humanos. Eran extraños a él, y un abismo de desconfianza los separaba 
de los fines y los gestores del mismo. La nueva sociedad podía disponer del trabajo 
de ellos, pero no de su lealtad. Esta sima no se ha cerrado con el paso del tiempo. 
(Wolf, 1959: 199). 
No obstante, no todos los indígenas sufrieron el mismo destino económico, social y 
cultural. La diferencia entre el peón indígena de la hacienda y el indígena que en su 
comunidad producía por su propio derecho es puesta en relieve, entre otros, por 
Antonio Quintanilla, hasta donde concierne a las manifestaciones socio-culturales: 
"... el indio de las comunidades... tiene la conciencia de ser libre. Lo que más valora 
es la tierra y posee tierra. En esta posesión de la tierra se fincan una serie de 
virtudes cívicas que al otro indio (de las haciendas) no posee"... "La organización 
comunal y su protección legal, han permitido a centenares de miles de indios de 
llevar una vida relativamente aceptable, pues como se apuntó más arriba, los 
niveles de vida, los valores cívicos, la libertad de acción y de opinión y, en una 
palabra, la felicidad de los indios comuneros no admite comparación con las 
condiciones infrahumanas de los indios de las haciendas o los que deambulan en 
las ciudades de la sierra en busca de trabajo"... "El indio siervo de las haciendas es 
huraño, hosco y silencioso, frecuentemente servil, mentiroso y traicionero. Estas 
notas esencialmente negativas constituyen la expresión de... un estado de 
inferioridad, y una larga experiencia de explotación e injusticia." (Quintanilla, sin 
fecha: 12, 18). 
Aunque sin duda importante, esta diferencia entre el indígena de la hacienda y el de 
las comunidades -especialmente cuando el último, por carecer de bastante tierra, se 
ve forzado a trabajar en las condiciones del otro— es anulada por la explotación 
común a que el mismo sistema capitalista somete a ambos. Podemos volver, 
entonces a examinar el papel de los indígenas en la estructura y el desarrollo de 
este sistema. 
Como ya observamos en nuestro ensayo acerca de Chile, el siglo XVII presenció la 
decadencia de la producción minera de las colonias, deprimió la economía de la 
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metrópoli y separó a ambas más de lo que habían estado en el siglo anterior o de lo 
que estarían en los siguientes. La polarización urbano-rural de las colonias parece 
haber aumentado. La población urbana, la manufactura y la demanda de productos 
del campo crecieron a despecho del continuo descenso de la población (Borah, 
1951: 30). En respuesta a este crecimiento urbano y a la decadencia de la 
producción y rentabilidad de la minería, la producción agrícola creció también en 
importancia y se concentró paulatinamente en la hacienda española más que en el 
poblado indígena. Los investigadores de este proceso en México lo interpretan como 
la involución de una economía que se concentraba en sí misma a causa de una 
depresión económica. (Chevalier, 1956; Borah, 1951; Wolf, 1959). He sostenido en 
otros estudios que esta interpretación no es correcta. (Frank, 1965 a.) El 
crecimiento y consolidación de la hacienda de México, y el consecuente menoscabo 
de la producción agrícola en pequeña escala (indígena en este caso), fueron 
ocasionados entonces, y han sido originados siempre, por el aumento de la 
demanda y de los precios de los productos agrícolas, al igual que en los casos de 
Chile y el Brasil que se estudian en este libro, y en los evidentes ejemplos de la 
Argentina y las Antillas. (Frank, 1965 b). Así, pues, el siglo XVII presenció el 
desarrollo de las principales formas institucionales campesinas que, en la hacienda 
y la comunidad indígena han persistido en la mayor parte de Indoamérica hasta 
hoy. Pero estas mismas instituciones han sido desde entonces lo bastante flexibles 
para adaptarse a las fluctuaciones y transformaciones de la economía mundial y 
nacional. 
América Latina ha estado envuelta en los cambios y fluctuaciones importantes del 
mercado desde el período de la primera conquista europea. Parecería, por ejemplo, 
que a la rápida expansión del comercio en Nueva España durante el siglo XVI siguió 
un "siglo de depresión" en el XVII. La inactividad se repitió en el siglo XVIII, 
renovándose la contracción y desintegración del mercado en la primera parte del 
XIX. Durante el resto de este siglo y comienzos del XX, muchos países 
latinoamericanos se vieron repetidamente envueltos en súbditas actividades 
especulativas de producción para mercados extranjeros, a menudo con resultados 
desastrosos en el caso de quiebra del mercado. Comunidades enteras podían 
encontrar perdido su mercado de la noche a Ia mañana y retornar a la producción 
de subsistencia, para su propio consumo¹... Redfield ha reconocidoalgunas facetas 
de este problema en su categoría de los "pueblos rehechos"... pueblos que una vez 
hogaban en la corriente del desarrollo comercial, sólo para ser arrojados a sus 
empobrecidas orillas. 
En este ciclo de cosechas para subsistir y cosechas para vender, las primeras 
aseguran un nivel de subsistencia mínimo pero estable, mientras que las segundas 
prometen más recompensas en dinero, pero envuelven a la familia en los riesgos del 
oscilante mercado. El campesino lucha siempre con el problema de hallar algún 
equilibrio entre la producción para subsistir y la producción para vender. Los 
anteriores ciclos de producción por dinero le han permitido comprar bienes y 
servicios que no puede tener si sólo produce para su propia subsistencia. Sin 
embargo, una tentativa a fondo de aumentar su capacidad para comprar más 
bienes y servicios de esta clase, pude significar su desaparición como productor 
agrícola independiente. Tiende, pues, a conformarse con un mínimo básico de 
producción para subsistir y una ampliación lenta de sus compras al contado. (Wolf, 
1955: 462-464.) 
Siendo, como es, carne y hueso del accidentado desarrollo capitalista, este proceso 
continúa aún. Cuando los precios mundiales y locales (estos últimos manipulado de 
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una forma monopolista), bajan tanto que los indios del sur de México reciben una 
libra de maíz por libra de café (que cultivan para los mercados nacional y mundial), 
dejan de producir café para aumentar la producción de maíz y se convierten 
entonces en "agricultores aislados de productos de subsistencia". 
Dos cosas parecen inferirse de este examen. Primera, al estudiar la América Latina 
del presente, perecería aconsejable no tratar la producción para la subsistencia y la 
producción para el mercado como si fueran dos etapas de un desarrollo progresivo. 
Antes bien, debemos tener en cuenta la cíclica alternancia de los dos tipos de 
producción dentro de la misma comunidad y comprender que, desde el punto de 
vista de ésta, ambas clases pueden ser respuestas alternas a cambios de las 
condiciones del mercado exterior. Esta quiere decir que no basta el estudio 
sincrónico del mercado... Segunda, debemos buscar los mecanismos por los cuales 
son posibles tales variaciones. (Wolf, 1955: 464.) 
 
1. Véase ejemplos de particular importancia y sus consiguientes análisis en el 
capítulo III. 
 
C. LA ESTRUCTURA 
En cuanto al presente, el Instituto Nacional Indigenista de México resume la 
estructura y los mecanismos en términos similares a los míos: 
Los indígenas, en realidad, rara vez viven aislados de la población mestiza o 
nacional; entre ambos grupos de población existe una simbiosis que es 
indispensable tomar en cuenta. Entre los mestizos, residentes en la ciudad núcleo 
de la región, y los indígenas, habitantes del hinterland campesino, hay, en verdad, 
una interdependencia económica y social más estrecha de lo que a primera vista 
pudiera parecer... La población mestiza, en efecto, radica casi siempre en una 
ciudad, centro de una región intercultural, que actúe como metrópoli de una zona 
indígena y mantiene, con las comunidades subdesarrolladas, una íntima conexión 
que liga el centro con las comunidades satélites. La comunidad indígena o folk era 
parte interdependiente de un todo que funcionaba como una unidad, en tal forma 
que las acciones ejercidas sobre una parte repercutían inevitablemente sobre las 
restantes y, en consecuencia, sobre el conjunto. No era posible considerar a la 
comunidad separadamente; había que tomar en cuenta, en su totalidad, al sistema 
intercultural del cual formaba parte... La permanencia de la gran masa india en su 
situación de ancestral subordinación, con el goce de una cultura folk fuertemente 
estabilizada, no sólo fue deseada por la ciudad, sino aún impuesta en forma 
coercitiva... Es en Ciudad de Las Casas, donde la cultura ladina de tipo europeo 
presente avances mayores... se ve con mayor énfasis el dominio que ejercen los 
ladinos¹ sobre los medios económicos, políticos y de la propiedad en general. 
(Instituto Nacional, 1962: 33-34, 27, 60.) 
Esta es, pues, la situación contemporánea en México, después de los "cincuenta 
años de revolución" de que este país se enorgullece tanto, porque liberó a la 
población rural del dominio de la hacienda supuestamente feudal. En La 
Democracia en México, el director de la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales de 
la Universidad de México llama "colonialismo interno" a este estado de cosas y 
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observa que afecta a un creciente número de un 10 a un 25% de la población 
mexicana (González Casanova, 1965: 52-89.) Dejo a la imaginación del lector cómo 
serán las cosas en el Perú y el Ecuador, donde la mitad de la población es indígena 
y no ha ocurrido revolución alguna, o en Guatemala y Bolivia, donde la 
contrarrevolución ha triunfado ya. 
Como observa Wolf: "Privada de tierra y agua por la conquista y el subsiguiente 
acoso (particularmente las reformas liberales del siglo XIX, que sustituyeron la 
propiedad comunal por la privada), la comunidad indígena raza vez puede ser 
autosuficiente. No sólo debe exportar personas, sino también artesanía y trabajo... 
Sin el mundo exterior, además, el indígena no puede cerrar nunca la creciente 
brecha entre su producción y sus necesidades." (Wolf, 159: 230.) Stavenhagen a su 
vez dice: 
"El mundo económico indígena no es un mundo cerrado. Las comunidades 
indígenas sólo están aisladas en apariencia. Por el contrario, participan en sistemas 
regionales y en la economía nacional. Los mercados y las relaciones comerciales 
representan el eslabón principal entre la comunidad indígena y el mundo de los 
ladinos, entre le economía de subsistencia y la economía nacional. Es cierto que la 
mayor parte de la producción agrícola de los indígenas es consumida por ellos. 
También es cierto que el ingreso generado por los indígenas sólo representa una 
proporción mínima en el producto nacional (incluso en Guatemala en donde la 
población indígena es más que la mitad de la población total). Pero la importancia 
de estas relaciones no se encuentra en la cantidad de producto comercializado, o en 
el valor de los productos comprados; se hallan más bien en la calidad de las 
relaciones comerciales. Estas son las relaciones que han transformado a los 
indígenas en una 'minoría' y que los ha colocado en el estado de dependencia en 
que se encuentran actualmente". (Stavenhagen, 1963: 78). 
Así, pues, las relaciones entre los indígenas y otros ciudadanos son muchas, pero 
todos los autores aquí citados concuerdan en que nunca son relaciones de 
igualdad. El indígena es siempre explotado. 
Alejandro Marroquín apunta que "tradicionalmente el indígena en la región Tzeltal-
Tzotzil es explotado desde dos puntos de vista: se le explota como trabajador al 
servicio de los terratenientes y hacendados que utilizan la mano de obra indígena 
pagando precios bajos por cada jornada de trabajo; y se lo explota en su carácter de 
pequeño productor; el indígena produce artículos que algunas veces son solicitados 
vehementemente en el mercado nacional..." (Marroquín, 1956: 200). 
 
1. Los ladinos son ex-indios y e veces, también, descendientes de criollos que 
difieren económica y étnicamente, de los indios y que ocupan los estratos sociales 
íntermedios en los países latinoamericanos de poblaciones indígenas significativas. 
En otras partes de México se les llama "mestizos"; en los países andinos, "cholos", o 
en estratos algo más altos, "mistis". Véase una clasificación de los estratos sociales 
latinoamericanos, en términos culturales, en Wagley, 1955. 
 
D. EL TRABAJADOR 
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Es difícil encontrarmuchos indígenas, incluso en México después de su reforma 
agraria, que posean bastante tierra para llevar una vida que justifique su 
integración en la sociedad humana. Generalmente se admite que los indígenas, en 
el transcurso de la historia, han sido despojados de sus tierras por medios legales e 
ilegales, a menudo no tanto porque otros codiciaran la tierra en sí, sino porque se 
quería llevarles a la dependencia, negándoles la posesión de los recursos necesarios 
para su vida independiente. 
Los estudios contemporáneos acerca de la tenencia de la tierra en varios países de 
la América Latina indica que Ios indígenas continúan perdiendo sus predios; y no 
hablemos de la fertilidad de éstos. Esta carencia de tierra es la clase, sin duda, del 
estado de inferioridad, explotación, pobreza, incultura, en una palabra, del 
subdesarrollo de los indígenas, y de muchos otros que participan de lleno en el 
proceso social del desarrollo capitalista. Por esta razón Stavenhagen puede afirmar 
que, "desde el punto de vista de la estructura económica global, la comunidad de 
autosubsistencia tiene la función de ser una reserva de mano de obra": que... "la 
propiedad privada de la tierra beneficia a los ladinos y perjudica a los indios", y 
que, "la acumulación de tierras por parte de los ladinos les sirve para obtener y 
controlar una mano de obra barata" de indígenas y otros y que "el indio siempre es 
el empleado y el ladino siempre el patrón". (Stavenhagen, 1963: 71, 75, 77). No es 
extraño que los indígenas valoren la forma corporativa de su comunidad, la que, 
mediante la propiedad en común y la rigurosa sanción social de la venta a extraños 
de parcelas personales, les proporciona alguna protección contra el robo de sus 
tierras. 
Obviamente, es la falta de tierra la que obliga a los indígenas y ex indígenas 
desposeídos a alquilar su trabajo por estipendios muy bajos (y a veces, por 
ninguno) a los terratenientes y otros propietarios, a fin de obtener un pedazo de 
tierra casi estéril, un techo que gotea sobre sus cabezas, algo de maíz, trigo o 
cerveza, o unos pocos pesos. Pero es también la insuficiencia de tierra, entre los 
que tienen alguna, la que fuerza a los indígenas comunales y a otros pequeños 
propietarios a someterse, por pan para sus hijos y pasto para sus animales, a la 
explotación de los ladinos y otros individuos que tienen la suerte de haber robado, 
extorsionado o heredado bastante tierra y capital de los indígenas y de otros, para 
vivir hoy de la explotación de ellos. En este sentido Melvin Tumin informa que en 
Jilote-peque "un jornalero ladino gana 50 por ciento más que un jornalero indígena, 
pero el costo de mantenimiento de una mula es aún superior al jornal de un ladino" 
(Citado por Stavenhagen, 1963: 71). 
La organización de este sistema expoliador asume toda clase de formas, como la de 
nacer, trabajar como peón y morir en la misma hacienda, o la de trabajar por la 
mitad de la cosecha en tal hacienda, si se tiene la suerte de poder quedarse siquiera 
con la mitad de lo que uno produce; o la de dejar la parcela propia en manos de la 
familia para ir a trabajar en la hacienda vecina; o la de dejar cientos de kilómetros 
desde las montañas, todos los años, para recoger el café de otros, especialmente si 
estos otros son los dueños de "su" tierra en la montaña; o la de emigrar como 
bracero a miles de kilómetros, a California, por ejemplo, para servir como mano de 
obra barata; o la de combinar estas actividades con alguna clase de comercio menor 
y algún empleo ocasional, cuando éste se presenta en los pequeños pueblos 
provincianos; o la de emigrar a la capital de la provincia o la nación, para 
convertirse allí en indigente ocasionalmente empleado; en todos los casos, 
integrándose de lleno en una estructura económica, política y social de metrópoli-
satélite capitalista que obtiene todos los provechos posibles de la corta y lamentable 
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vida de uno, sin hacer que uno participe nunca de las ventajas que esa misma 
estructura social genera. 
 
E. EL MERCADO 
Los indígenas y los demás, aparte ser explotados como trabajadores, como observa 
Alejandro Marroquín, son explotados también como pequeños productores, 
vendedores y como compradores en el mercado local, regional y nacional... Sus 
escasos conocimientos de las leyes de la oferta y la demanda le impiden valorar 
adecuadamente los productos que lleva a vender al mercado citadino; es así como el 
indígena se convierte en un instrumento en manos de los acaparadores que le 
arrebatan sus productos pagando por ellos precios irrisorios, para venderlos 
posteriormente a precios relativamente elevados. (Marroquín, 1956: 200.) 
Stavenhagen sostiene que de los diversos tipos de relaciones que se establecen 
entre indios y ladinos, las relaciones comerciales son las más importantes. El indio 
participa en esas relaciones como productor y consumidor; el ladino siempre es el 
comerciante, el intermediario, el acreedor... Son justamente las relaciones 
comerciales las que ligan el mundo indígena con la región socioeconómica a la que 
está integrado, y con la sociedad nacional, así como con la economía mundial... Es 
evidente que las relaciones comerciales entre indios y ladinos no son relaciones de 
igualdad. (Stavenhagen, 1963: 80.) 
Estas relaciones comerciales asumen multitud de formas. Marroquín resume 
algunas de ellas en su estudio de La Ciudad Mercado (Tlaxiaco). La función 
distribuidora se realiza en el mercado semanal de Tlaxiaco, en el que se reparte la 
multitud de objetos traídos de Puebla, Oaxaca, Atlixco, o de México... La función 
concentradora es la inversa: el mercado semanal concentra una serie de mercancías 
regionales en Tlaxiaco, para su envío los principales centros de consumo; por otra 
parte, las dos antedichas funciones se efectúan principalmente a través del 
intercambio comercial, o sea a través de la creciente actividad de compradores y 
vendedores, la que deja un excedente de ganancia a los negociantes profesionales. 
La función monopolizadora es una etapa superior de la función concentradora y 
consiste en la monopolización que llevan a cabo los agentes de compra de los 
grandes comerciantes, de Puebla y México principalmente, quienes tratan de 
controlar la producción de aquellos productos indígenas más en demanda en los 
centros de consumo más importantes del país. Marroquín agrega: 
Los indígenas que producen sombreros de palma pertenecen a los pueblos más 
atrasados en su economía... a esa actividad se dedican tanto los padres como los 
hijos, en jornadas larguísimas que consumen más de 18 horas diarias. El atraso 
cultural de estos indígenas los deja completamente a merced de los compradores 
los cuales, basados en su poderío económico, fijan los precios de los sombreros a su 
entero arbitrio, sin otros limites que los que entre sí se fijan por efecto de la 
competencia. 
En el mercado de sombreros son frecuentes los intermediarios; ya en los mismos 
pueblos de los indígenas existen uno o dos acaparadores que compran muchos 
sombreros para traerlos a vender a Tlaxiaco el día sábado; ellos aseguran su 
ganancia comprando a muy bajos precios los sombreros producidos por el indígena 
y que éste vende en su pueblo obligado tal vez por algún apremio económico. 
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Los agentes de compras, por el contrario, tienen por objeto acaparar determinados 
productos indígenas para enviarlos a los centros urbanos en donde existen gran 
demanda de tales productos. Los agentes de compras dependen de importantes 
centros expendedores tales como México, Puebla, Oaxaca, etc.. y tienen un perfecto 
conocimiento de las fluctuaciones del mercado en esos lugares, y de acuerdo con 
tales fluctuaciones determinan los precios de los productos indígenas.Los productos indígenas más codiciados por los agentes de compras son los huevos, 
las gallinas y los pavos, el aguacate y el café. 
El trabajo de las agencies compradoras se facilita por una tupida red de 
intermediarios que mediante pequeñas compras van acumulando los productos 
indígenas y los entregan posteriormente en grandes cantidades a los agentes 
respectivos. Estos intermediarios son todos nativos de Tlaxiaco... Entre el productor 
y el consumidor se han interpuesto siete pares de manos que han provocado la 
elevación del precio de $ 0.16 a $ 0.50, o sea en más del 300%. Los productos 
indígenas llegan a Tlaxiaco para regarse después por los grandes centros urbanos 
del país; pero en su breve tránsito por Tlaxiaco han contribuido a fortalecer el 
sector comerciante de la ciudad; la ganancia, arrancada parasitariamente del 
hambre y la miseria del indígena, consolida el poderío y la fuerza concéntrica de 
Tlaxiaco, como núcleo fundamental de la economía de la región mixteca. 
Resumiendo podemos señalar como características generales del mercado citadino 
de Tlaxiaco: 1º el predominio completo del sistema capitalista mercantil; 2º lucha 
competitiva intensa, como corresponde a todo sistema económico capitalista; 
poderosa influencia de los monopolios de distribución; 4º espesa red de 
intermediarios que constituye un pesado lastre sobre la economía indígena; 5º 
aspecto parasitario de la economía de Tlaxiaco que se basa en la explotación del 
trabajo desvalorizado del indígena. (Marroquín, 1957: 156-163.) 
Debería observarse especialmente que la falta de recursos y de información para 
negociar que coloca a los indígenas en posición desventajosa en el mercado, es 
agravada por los frecuentes y grandes oscilaciones de la demanda, la oferta y los 
precios, que a menudo provocan de una forma monopolista con fines especulativos 
los comerciantes mismos. Eric Wolf describe le situación: 
(A los) compradores de productos agropecuarios les interesa mantener el "atraso" 
del campesino. Para reorganizar el aparato productivo de éste se requerirían 
capitales y créditos que pueden emplearse mejor en la expansión del mercado, 
adquiriendo medios de transporte contratando intermediarios, etc. Además dejando 
intacto el aparato productivo el comprador puede reducir el riesgo de la paralización 
de su capital en medios de producción en poder del campesino, cuando el mercado 
afloje. Los compradores de productos campesinos canjean así la productividad 
creciente por hombre-hora por una mayor seguridad para sus inversiones. Se 
puede decir que la esterilidad de la tierra y la pobreza de le tecnología son factores 
del mercado especulativo. En caso de necesidad, el inversionista se limita a retirar 
el crédito al campesino, mientras que éste, por su parte, regresa a la producción de 
subsistencias confiando en su tecnología tradicional. (Wolf, 1955: 464.) 
 
F. EL CAPITALISMO 
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La estructura y el desarrollo del sistema de capitalismo monopolista se manifiestan, 
pues, en el "problema indígena" en particular y en la generación de subdesarrollo 
en nivel provincial en general, como Marroquín infiere en las conclusiones a que 
llega después de su estudio de Tlaxiaco: 
Así, pues, el desarrollo del capitalismo engendra más subdesarrollo en la 
comunidad indígena que en la mayoría de las otras. Por ende, el "problema" del 
indígena y su comunidad, desde su punto de vista, consiste en una lucha constante 
por la supervivencia en un sistema en que él, como la inmensa mayoría de los 
demás, es víctima de la forma desigual en que el capitalismo se desarrolla dentro de 
la estructura metrópoli-satélite capitalista. Es una batalla perdida la que el 
indígena ha librado a lo largo de cuatro siglos. Aún Ia sigue perdiendo y, como 
millones de otros, continuará perdiéndola hasta que derribe el sistema, tarea que 
nadie puede hacer por él. Porque el abandono de su comunidad tampoco ofrece al 
indígena solución alguna. Escribiendo en nombre de la Comisión de Reforma 
Agraria y Vivienda del Perú, Antonio Quintanilla describe el continuo proceso de 
transformación de la comunidad indígena y su abandono por el indio: 
Desde el punto de vista económico, el indio que sale de su comunidad adopta, 
obligado por las circunstancias y también por su propio deseo, una actitud 
económica individualista en vez de colectiva. Con esto queremos decir que el indio, 
fuera de Ia comunidad y como individuo, entra en actitud de competencia frente de 
todo otro individuo que está en condiciones análogas a las suyas. Esta competencia 
se manifiesta en todas las circunstancias, pero es muy grave en el mercado de 
trabajo dada la abundancia de oferta y las condiciones de gran inferioridad del 
grupo indio en conjunto. Para los indios que continuaban como agricultores la 
desaparición de la organización comunal traería como consecuencia no sólo su fácil 
explotación por parte de elementos inescrupulosos —que la experiencia ha 
demostrado en la mayoría— sino también los propios agricultores indios entrarían 
en una competencia ruinosa pare ellos, dada su escasa capacidad monetaria, pobre 
técnica agraria y tamaño antieconómico de sus parcelas. Pretender que los indios, 
con su escasez de recursos, ese incorporen en competencia activa dentro de un 
sistema individualista equivaldría a hundirlos en una miseria aún mayor. Se hace, 
pues, necesario encontrar nuevas formas organizadoras que reemplacen a la 
comunidad que inevitablemente va a desaparecer... Este proceso librado a su propia 
espontaneidad, puede finalmente lograr Ia incorporación del indio a los patronos 
occidentales y la desaparición de la economía de subsistencia, pero pagando un 
terrible precio de miseria, tuberculización masiva, pavorosa mortalidad infantil, 
desocupación, criminalidad, etc. El problema, pues, está cambiando de escenario, 
pero no de actores. Las mismas masas humanas que dejan de ser objeto del 
'problema del indio' pasan a ser el 'problema de las barriadas' que es el problema de 
un subproletariado urbano, en extrema miseria y que crece cada vez más 
(Quintanilla, sin fecha: 19-20.) 
Rodolfo Stavenhagen cree también que "la ladinización... significa sólo la 
proletarización del indio... o, en su caso, una lumpenproletarización rural (valga el 
término). (Stavenhagen, 1963: 99, 103.) 
El "problema indígena", por ende, no reside en ninguna falta de integración cultural 
o económica del indígena en la sociedad. Su problema, como el de la mayoría del 
pueblo, reside, por lo contrario, en su misma integración expoliadora en la 
estructura metrópoli-satélite y en el desarrollo del sistema capitalista generador de 
subdesarrollo general. 
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Capítulo tercero: 
EL DESARROLLO DEL SUBDESARROLLO CAPITALISTA EN BRASIL 
 
A. EL MODELO, LAS HIPÓTESIS 
El subdesarrollo en el Brasil, como en todas partes, resulta del desarrollo del 
capitalismo. El golpe militar de abril de 1964 y los sucesos políticos y económicos 
que lo siguieron son consecuencias lógicas de esa evolución capitalista¹. Mi 
propósito aquí es rastrear y explicar el desarrollo capitalista del subdesarrollo en el 
Brasil desde su colonización por Portugal en el siglo XVI, y mostrar cómo y por qué, 
dentro de le estructura metrópoli-satélite del capitalismo colonialista e imperialista, 
hasta el desarrollo económico e industrial de que Brasil es capaz, queda 
necesariamente reducido a un desarrollo subdesarrollado. Mi objeto no es un 
estudio exhaustivo del Brasil per se; antes bien, intento valerme del caso del Brasil 
para estudiar la naturaleza del subdesarrollo y las limitaciones del desarrollo 
capitalista. 
Para explicar el subdesarrollo y el crecimiento limitado del Brasil y áreas similares, 
se suele recurrir al modelode una sociedad dualista. Por ejemplo, el geógrafo 
francés Jacques Lambert dice en su libro Os Dois Brasís (Los dos Brasiles): 
Los brasileños están divididos en dos sistemas de organización económicosocial (...). 
Estas dos sociedades no evolucionan al mismo paso (...). Los dos Brasiles son 
igualmente brasileños, pero varios siglos los separan (...). En el curso del largo 
período de aislamiento colonial se formó una cultura brasileña arcaica, cultura que 
en su aislamiento conserva la misma estabilidad que aún retienen las culturas 
indígenas de Asia y el Cercano Oriente (...). La economía dual y la estructura social 
dual que la acompaña no son nuevas ni característicamente brasileñas, pues 
existen en todos los países desigualmente desarrollados. (Lambert, sin fecha, 105-
112.) 
Del mismo criterio participan Arnold Toynbee (1962) y muchos otros. Celso Furtado 
(1962), ministro de Planeación de Brasil hasta el golpe de 1964, llama sociedad 
abierta al Brasil capitalista moderno, industrialmente más adelantado, y sociedad 
cerrada al Brasil campesino arcaico. 
La tesis esencial de todos estos investigadores sostiene que el Brasil moderno está 
más desarrollado porque se funda en una sociedad capitalista abierta, y que el 
Brasil arcaico permanece subdesarrollado porque no es un conjunto abierto a la 
industria y al mundo en general, y, particularmente, porque no es lo bastante 
capitalista, sino, al contrario, precapitalista, feudal o semifeudal. Por ende, el 
desarrollo se considera a menudo como una difusión: "En Brasil, el motor de la 
evolución está en todas partes de las ciudades de donde irradia hacia el campo." 
(Lambert, s. f., 108.) El Brasil subdesarrollado florecería si se abriera, y el Brasil 
desarrollado se desarrollaría aún más si aquél cesara de obstaculizarlo y abriera su 
mercado a los productos industriales. Mi análisis de la experiencia histórica y 
contemporánea de Brasil sostiene que este patrón dualista es erróneo en la práctica 
e inadecuado y engañoso en la teoría. (El modelo dualista y su tesis se examinan y 
critican con más detalle en el capitulo IV.) 
 101
CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
En su lugar puede proponerse un modelo alternativo. Como una fotografía del 
mundo tomada desde un punto en el tiempo, este modelo se compone de una 
metrópoli mundial (hoy los Estados Unidos) con su clase gobernante, y de satélites 
nacionales e internacionales con sus dirigentes: satélites nacionales como los 
estados del Sur norteamericano y satélites internacionales como Sao Paulo. Siendo 
Sao Paulo también una metrópoli nacional por su propio derecho, el prototipo 
incluye los satélites paulistas: las metrópolis provinciales como Recife o Belo 
Horizonte y sus satélites regionales y locales. Esto es, tomando una fotografía de 
una parte del mundo, obtenemos toda una cadena de metrópolis y satélites que 
abarca desde la metrópoli mundial hasta la hacienda o el comerciante rural, siendo 
estos satélites del centro metropolitano comercial de la localidad y metrópolis, a su 
vez, de sus respectivos campesinos. Si tomamos una fotografía del globo entero, 
obtenemos toda una serie de tales constelaciones de metrópolis y satélites . 
Varias características importantes distinguen a nuestro modelo: 1) Estrechos lazos 
económicos, políticos, sociales y culturales entre cada metrópoli y sus satélites, de 
los que resulta la integración el sistema incluso de los grupos de avanzada y los 
campesinos más remotos. Este aserto contrasta con las supuestas reclusiones y la 
no incorporación de grandes partes de la sociedad que propone el modelo dualista. 
2) Estructura monopolista de todo el sistema en la que cada metrópoli monopoliza a 
sus satélites; la fuente o la forma de este monopolio varía de un caso a otro, pero el 
monopolio está presente en todo el sistema. 3) Como ocurre en cualquier sistema 
monopolista, despilfarro y mala canalización de los recursos disponibles en todo el 
sistema y cadena de metrópolis y satélites. 4) Como parte de este mal empleo de 
recursos, expropiación y apropiación de gran parte o de todo el excedente 
económico o plusvalía del satélite por su metrópoli local, regional, nacional o 
internacional. 
En vez de una fotografía de un momento histórico, el modelo puede ser visto como 
una película cinematográfica del curso de la historia. En este caso muestra las 
siguientes características: 1) Expansión del sistema desde Europa, hasta que 
incorpora a todo el planeta en un solo sistema y estructura mundial. (Si los países 
socialistas han podido escapar de este sistema, actualmente existen dos mundos, 
pero en ningún caso tres.) 2) Desarrollo del capitalismo, primero mercantil, después 
industrial también, como un solo sistema en escala mundial. 3) Tendencias 
polarizantes, propias de la estructura del sistema, en los niveles mundial, nacional, 
provincial, local y sectorial, las cuales fomentan el desarrollo de la metrópoli y el 
subdesarrollo del satélite. 4) Fluctuaciones dentro del sistema, como auges y 
depresiones, que se transmiten de la metrópoli al satélite, y como la sustitución de 
una metrópoli por otra: de Venecia a la Península Ibérica, a Holanda, a Inglaterra, a 
los Estados Unidos. 5) Transformaciones dentro del sistema, como la llamada 
Revolución Industrial. Entre estas transformaciones subrayamos especialmente, 
más adelante, ciertos cambios históricos importantes de la fuente o del mecanismo 
del monopolio que la metrópoli capitalista mundial ejerce sobre sus satélites. 
De esta pauta en que la condición metropolitana "genera desarrollo y la condición 
satélite", subdesarrollo, podemos derivar varias hipótesis acerca de las relaciones 
metrópoli-satélite y sus consecuencias. Estas hipótesis difieren en importantes 
aspectos de ciertas tesis generalmente aceptadas, en particular las referencias al 
modelo dualista: 
1) Una metrópoli (por ejemplo, una metrópoli nacional) que es al mismo tiempo 
satélite (de la metrópoli mundial) encontrará que su desarrollo no es autónomo, que 
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por sí mismo no genera ni mantiene su desarrollo, que éste está limitado o mal 
orientado, que experimente, en dos palabras, un desarrollo subdesarrollado. 
2) El aflojamiento, debilitamiento o ausencia de vínculos entre metrópoli y satélite 
llevará a este último a una vuelta hacia sí mismo, a una involución que puede 
tomar una de dos formas: 
Una involución capitalista pasiva hacia una economía de subsistencia, al parecer 
aislada y de extremo subdesarrollo, como la del Norte y el Nordeste del Brasil. Aquí 
pueden surgir los rasgos en apariencia feudales o arcaicos del "otro sector" del 
modelo dualista. Pero estos rasgos no son originales de la región ni se deben a la 
falta de incorporación de la zona o el país en el sistema, como ocurre en el modelo 
dualista. Antes bien, se deben a, y reflejan exactamente, la ultraincorporación de la 
zona, sus fuertes lazos (por lo general, de comercio exterior), a lo que sigue el 
abandono temporario o permanente de la región por su metrópoli y el aflojamiento 
de tales vínculos. 
Un debilitamiento de los lazos, unido a una involución capitalista activa, que 
pueden conducir a un desarrollo o industrialización más o menos autónomos del 
satélite y que se fundamentan en las relaciones metrópoli-satélite del colonialismo o 
imperialismo interno. Como ejemplos de tal involución capitalista activa pueden 
citarse los anhelos de industrialización de Brasil, México, Argentina, India y otras 
naciones durante la gran depresión de la década del 30 y la segunda guerra 
mundial, mientras la metrópoli se ocupaba en otras cosas. Así, pues, el desarrollo 
de los satélites no se produce como resultado de vínculo, más fuertes con la 
metrópoli, tal como lo sugiere el modelo dualista, sino, al contrario,a causa del 
aflojamiento de tales lazos. En la historia del Brasil encontramos muchos casos del 
primer tipo de involución (en Amazonia, el Nordeste, Minas Gerais y el país en 
general) y un importante ejemplo del segundo tipo en el caso de Sao Paulo. 
3) La restitución de los fuertes lazos metrópoli-satélite puede, por ende, producir en 
el satélite las siguientes consecuencias: 
La renovación del desarrollo limitado a consecuencia de la reapertura del mercado 
de exportación de la zona invulnerada, como ha ocurrido periódicamente en el 
Nordeste del Brasil. Este desarrollo aparente es tan desventajoso a la larga como la 
economía exportadora inicial del satélite auspiciada por la metrópoli: el 
subdesarrollo continúa profundizándose. 
La estrangulación y desviación del desarrollo autónomo emprendido por el satélite 
durante el período de aflojamiento, a causa de la restitución de los fuertes lazos 
metrópoli-satélite como resultado de la recuperación de la metrópoli después de 
una depresión, una guerra u otra clase de altibajos. La consecuencia inevitable en 
el satélite es la reanudación del subdesarrollo, tal como ocurrió en los países ante 
mencionados después de la guerra en Corea. 
4) Es íntima la interconexión de la economía y la estructura sociopolítica del satélite 
con las de la metrópoli. Cuanto más fuertes son los lazos del satélite y su 
dependencia de la metrópoli, tanto más se enlaza y depende de la metrópoli la 
burguesía del satélite, incluyendo la llamada "burguesía nacional". A la larga, y 
prescindiendo de los altibajos a corto plazo, una transformación histórica 
importante del sistema es el crecimiento de la interconexión estructural de 
metrópolis y satélites dentro de él, a causa del ascenso del imperialismo, el 
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monopolio metropolitano de la tecnología y otros cambios. Por consiguiente, 
debemos esperar una mayor vinculación e interdependencia entre las burguesías de 
metrópoli y satélite. 
5) Estos nexos, esta creciente interconexión, están acompañados, o mejor dicho, 
produce, una creciente polarización entre los dos extremos de la cadena metrópoli-
satélite del sistema capitalista mundial. Síntoma da esta polarización es la 
progresiva desigualdad internacional de ingresos y la disminución absoluta del 
ingreso real de quienes perciben los recipientes de bajos ingresos. Se da, empero, 
una polarización aún más aguda en el extremo inferior de la cadena, entre la 
metrópoli nacional o local y sus satélites rurales y urbanos más pobres, cuyo 
ingreso real absoluto disminuye continuamente. Esta polarización creciente agudiza 
la tensión política, no tanto entre la metrópoli internacional y su burguesía 
imperialista con las metrópolis nacionales y sus burguesías nacionales, como entre 
unas y otras con sus satélites rurales y urbanos. Esta tirantez entre los polos se 
agudiza gradualmente hasta que la iniciativa y génesis de la transformación del 
sistema pasa del polo metropolitano, donde por siglos ha estado, al polo satélite. 
Este patrón y sus hipótesis se examinaron más en el capítulo I con relación a Chile. 
 
1. Este ensayo es la revisión de una conferencia en un simposium sobre el "Tercer 
Mundo" que tuvo lugar en la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales de la 
Universidad Nacional Autónoma de México, el 26-28 de febrero de 1965. Mi objeto 
era interpretar el golpe militar y sus consecuencias económicas en el contexto de 
los antecedentes históricos y en función de un modelo teórico capaz de explicar el 
desarrollo del subdesarrollo en todo Brasil. Como observará el lector, este interés en 
los acontecimientos de 1964 matiza mi tratamiento de toda la historia brasileña. No 
subscribo por supuesto, el concepto del "Tercer Mundo", porque este mundo es 
parte integrante del mundo capitalista. 
 
B. EL DESARROLLO DEL SUBDESARROLLO 
Volviendo a la experiencia del Brasil, este modelo puede ayudar al estudio y 
comprensión de su descubrimiento y colonización por los portugueses, mientras 
que el modelo dualista no los explica. En el siglo XV y aun antes, Europa ya 
experimentó la expansión mercantilista que emanaba de varias metrópolis e 
incorporaba como satélites a otras áreas y pueblos. Los instrumentos eran 
entonces, como lo han sido siempre, la conquista, el saqueo, las plantaciones, la 
esclavitud, las inversiones, el comercio desigual, la fuerza armada y la presión 
política. El ascenso de Portugal en el siglo XV al status de metrópoli se fundó en su 
quebranto del monopolio que Venecia ejercía sobre el comercio con el Oriente al 
descubrir la ruta al Este bordeando las costas de África y creando sobre la marcha 
a sus propios satélites. 
El descubrimiento de América y la colonización del Brasil derivaron de esta misma 
rivalidad intraeuropea por convertirse en metrópolis exclusivas. Cuando fue 
descubierto, el Brasil, a diferencia de México y el Perú, no poseía una alta 
civilización de cuyos descendientes pudiera decirse hoy, aun cuando erróneamente, 
que constituyen "otra parte" aislada y arcaica de la sociedad. Fueron la colonización 
europea y el desarrollo capitalista del país los que formaron la sociedad y la 
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economía que actualmente encontramos allí. De existir en Brasil hoy un rezago, 
arcaico, separado de nosotros por varias centurias, serian los restos de algo que la 
metrópoli europea implantó allí en el curso de su expansión capitalista. Pero lo que 
la metrópoli capitalista introdujo en Brasil no fue una estructura económica 
microsocial arcaica, sino, al contrario, la aún viva y creciente estructura metrópoli-
satélite del capitalismo. 
En Brasil, a diferencia de Nueva España y Perú, no se encontró oro ni plata. Pero la 
rivalidad entre los expansivos centros europeos forzó a Portugal a ocupar lo más 
posible del territorio brasileño, antes de que se apoderaran de él sus competidores. 
Por otra parte, el norte del país era rico en palo brasil, madera muy codiciada para 
la producción de tintes, al igual que el índigo de Guatemala. Así, pues, esta parte 
norteña y ahora subdesarrollada de Brasil no tardó en ser incorporada al expansivo 
sistema capitalista mercantil como fuente de exportación de una materia prima. Las 
concesiones de tierra —capitanías y sesmarias—, hechas por el rey a algunos de 
sus súbditos para que colonizaran el Nuevo Mundo, parecen feudales y, en efecto, 
tienen antecedentes feudales. Mas su esencia no era feudal, sino capitalista. Se las 
concibió y funcionaron como mecanismos de la expansión del sistema capitalista 
mercantil. Sus recipientes las aceptaron pensando en la ganancia comercial, y las 
financiaron con préstamos comerciales que recibieron y liquidaron —cuando 
pudieron— del producto de la explotación de otros. (Simonsen, 1962: 80-83.) 
 
1. El azúcar y el subdesarrollo del Nordeste 
Es más importante el hecho de que, en 1500, Portugal era ya, con sus islas 
Madeira, el productor de azúcar más grande del mundo; pero el mercado europeo 
no absorbía toda la producción. Después de 1530, la corriente de oro, y más tarde 
de plata, de las colonias a España, y a través de ésta a la Europa noroccidental, se 
combinó con el comercio oriental de estos países y entre ambos produjeron, como 
se sabe, inflación y concentración de la riqueza en todo el oeste de Europa. La 
demanda de azúcar y su precio subieron también rápidamente, llegando a 
sextuplicarse en el transcurso del siglo XVI. (Simonsen, 1962: 112.) Portugal pudo 
ampliar su comercio azucarero sembrando caña en Pernambuco, al nordeste del 
Brasil, zona que no tardó en superar a las islas portuguesas en el Atlántico como el 
productor más importante. Al comienzo, para su acumulación primaria de capital, 
Portugal se sirvió de esclavos indígenas (así como también de capitalextranjero, 
holandés en su mayor parte). Pero los indígenas no eran buenos trabajadores; no 
estaban bien organizados, como los aztecas. Empero, las ganancias fueron grandes. 
Portugal tenía una población de no más de un millón de habitantes, mientras que 
Europa contaba cincuenta millones. (Simonsen, 1962: 126.) Era, por tanto, posible 
y necesario importar esclavos negros. Además, Portugal poseía las costas del Africa 
occidental, fuente de exportación de esclavos. Así, pues, la producción de azúcar y 
esclavitud significaron un buen negocio. 
La estructura socioeconómica del Nordeste brasileño en su edad de oro merece ser 
examinada. Los negocios estaban en manos de unos pocos propietarios de tierra e 
ingenios de azúcar y también de los comerciantes, la mayoría de los cuales no 
resida en Brasil y a menudo no eran siquiera lusitanos, sino holandeses. Todos 
estaban enteramente vinculados a la metrópoli y dependían de ella. La 
concentración de la riqueza en sus manos, el traspaso de buena parte de ella a la 
metrópoli, y la estructura de la producción, cuyos mayores beneficios derivaban de 
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un solo producto exportable, condujeron a una escasa inversión en el país y a la 
importación de la metrópoli de máquinas para los ingenios y objetos de lujo para 
sus propietarios. Se fue impregnando así al satélite, a través de su incorporación al 
sistema capitalista mundial durante la prosperidad del siglo XVI, la estructura de 
subdesarrollo que en esencia es evidente aún en la América Latina de nuestro 
tiempo. 
Después de 1600 decayó el poderío de Portugal, alcanzado y superado por sus 
rivales. La unión de las coronas de Portugal y España llevó a los enemigos de esta 
última a atacar también a la primera. Entre 1629 y 1654, Holanda ocupó la mitad 
de las tierras azucareras del Brasil. En 1642, 1654 y 1661, Portugal firmó tratados 
comerciales que hacían concesiones económicas a Inglaterra a cambio de protección 
política, y en 1703, con el Tratado de Methuen, abrió todo su mercado al comercio 
inglés. 
A finales del siglo XVII, los holandeses, después de su expulsión del Brasil, y más 
tarde otros, establecieron plantaciones de caña de azúcar en las Antillas. La oferta 
de azúcar al mercado mundial aumentó rápidamente y el precio se redujo a la 
mitad. El ingreso per capita en el Nordeste declinó en la misma proporción. 
(Furtado, 1959: 68, 78-79, y Simonsen, 1962: 112-114.) Después de 1680, el 
Nordeste del Brasil inició su decadencia, y la distensión relativa de sus nexos con la 
metrópoli lo forzó a recogerse en sí mismo. El desarrollo del sistema en conjunto 
produjo la involución de su satélite nordeste brasileño. 
La estructura de subdesarrollo implantada en los pretendidos buenos tiempos no 
permitía otro curso en los malos por venir. Celso Furtado dice a este respecto: 
"...ocurrió un proceso de involución económica. ...El Nordeste se transformó 
gradualmente en una economía en la que gran parte de la población sólo producía 
lo necesario para subsistir ...El desenvolvimiento de la población del Nordeste y su 
precaria economía de subsistencia —elemento básico del problema económico 
brasileño en épocas posteriores— están así vinculados a esta lenta decadencia de la 
gran empresa azucarera, que en sus mejores años fue, posiblemente, el más 
lucrativo negocio de la agricultura colonial de todos los tiempos" (Furtado, 1959; 
80-81). He aquí un ejemplo importante de cómo el desarrollo capitalista engendra 
subdesarrollo. 
Otros dos aspectos de la experiencia brasileña en los siglos XVI y XVII pueden ser 
esclarecidos por nuestro modelo y, al mismo tiempo, ayudar a confirmar éste. La 
economía azucarera —el satélite que es también metrópoli nacional— generó de por 
sí una economía satélite: la cría de ganado. Las reses eran útiles por su carne y su 
cuero, como animales de tiro para mover los trapiches de los ingenios y como 
proveedores de sebo para engrasarlos, como bestias de carga para transportar las 
grandes cantidades de leña que consumían las calderas. La economía ganadera era 
mucho menos rentable que la producción y exportación de azúcar y los ganaderos 
eran explotados por los ingenios de los que eran satélites. El apacentamiento de 
ganado se extendió a Bahía y hacia el norte y la ganadería vino a ser la base 
económica de la región interior del sertao. 
El satélite ganadero formo a su vez una metrópoli con respecto a las zonas 
indígenas y la expansión de éstas obligó a los aborígenes a retirarse o a servir como 
fuente de mano de obra explotada. La metrópoli europea perturbó así la vida del 
interior del país mediante una larga cadena de metrópolis y satélites. Con la 
involución de la economía azucarera del nordeste, su creciente sector satélite 
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ganadero absorbió la población, que pasó de la declinante economía de exportación 
a esta relativa economía de subsistencia (Simonsen, 1962: 145.148; Furtado, 1959: 
70-76). En esta región nordeste del Brasil rige hoy día el coronelismo (gamonalismo 
lo llaman en el Perú, y caciquismo en México), la clase de predominio local 
todopoderoso en lo económico, lo político, lo social y lo represivo que el 
terrateniente llamado "feudal" representa (Núñez Leal, 1946). 
El segundo caso que merece atención es el de São Paulo y sus famosos 
bandeirantes o pioneros. São Paulo no contenía en un principio nada de gran 
interés, o sea nada adecuado para la exportación. Por ende, recibió poca población 
inmigrante; no tenia empresas capitalistas grandes, y las propiedades de tierras (al 
igual que en otras regiones no exportadoras, como el interior de la Argentina) no 
eran extensas y se destinaban principalmente al autoconsumo: no había 
latifundios. Los bandeirantes se ocupaban en dos actividades económicas 
complementarias, ninguna de ellas muy lucrativa. Una era la prospección de 
yacimientos de oro y plata, que no encontraron, sino unos pocos lavaderos de áureo 
metal. La otra era cazar indígenas para venderlos como esclavos a la economía 
azucarera, pero los aborígenes eran peones renuentes. AI São Paulo del período 
colonial siempre se le ha calificado de "pobre". Sus habitantes, a no dudarlo, eren 
pobres —como los pobladores de la frontera sin latifundios de la América del 
Norte—, pero no tanto como los esclavos del "rico" nordeste (o el sur de Estados 
Unidos), cuyo promedio de vida "útil" era de siete años. Como sugiere mi modelo, 
pero no el modelo dualista, São Paulo, por estar menos atado a la metrópoli, no 
mostraba entonces tan marcada estructura del subdesarrollo (Simonsen, 1962: 
203-246; Ellis, 1937). 
 
2. Inglaterra y el subdesarrollo de Portugal 
Entre 1600 y 1750 también Portugal se subdesarrolló y no pudo expropiar ya tanto 
a su satélite brasileño. A su vez se convirtió cada vez más en un satélite. Los 
tratados del siglo XVII, y especialmente el de Methuen en 1703, trajeron la 
desaparición de las industrias textiles portuguesas, el paso a manos de Inglaterra 
del comercio exterior, e incluso el interior, ambos lusitanos, y la conversión de 
Portugal en un mero entrepôt entre la Gran Bretaña y el Brasil y otras colonias 
portuguesas. Portugal se convirtió también en exportador de vino, a cambio de los 
tejidos que ya no podía producir frente a la competencia de los productos ingleses 
que inundaron su mercado, lo que David Ricardo, en 1817, tuvo la temeridad de 
interpretar como una ley de "ventajas comparativas". Portugal vino a ser un 
satélite-metrópoli que toma una parte cada vez menor del excedente económico de 
su satélite brasileño, y eso por el monopolio político que aún ejercía sobre el mismo, 
mientras Inglaterra se adueñaba del monopolio económico y sus frutos. 
Dicen mucho a este respecto las observaciones del marqués de Pombal, primerministro de Portugal y su segundo Colbert, quien esclareció la situación y, con ello, 
las raíces del subdesarrollo del país en 1755, años antes de que Adam Smith 
investigara las causas y la esencia de la riqueza de las naciones, y medio siglo antes 
de que Ricardo asegurara el mundo que la producción de Portugal y su intercambio 
de vino por tejidos de Inglaterra, era una ley universal para el bien de todos. 
Pombal escribió: 
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La monarquía portuguesa daba sus últimas boqueadas. Los ingleses habían sujetado 
firmemente a la nación a un estado de dependencia; la habían sometido sin los 
inconvenientes de conquistarla... Impotente y sin voluntad propia, todos los 
movimientos de Portugal eran regulados para los deseos de Inglaterra... En 1754, 
Portugal apenas produjo nada para su propio sustento; dos tercios de sus 
necesidades físicas vinieron de Inglaterra... Inglaterra se había convertido en la 
dueña de todo el comercio portugués, a través de sus agentes. Los ingleses eran al 
mismo tiempo los proveedores y los revendedores de todas las necesidades de la 
vida. Poseyendo el monopolio de todo, no se realizaba negocio alguno que no pasara 
por sus manos... Los ingleses vinieron a Lisboa a monopolizar hasta el comercio del 
Brasil. Todo el cargamento de los buques que eran enviados allí y, por consiguiente, 
todas las riquezas que traían de vuelta, les pertenecían... Estos extranjeros, después 
de haberse hecho de inmensas fortunas, desaparecieron repentinamente, llevándose 
consigo todas las riquezas del país (citado par Manchester, 1933: 39-40). 
 
3. El oro y el subdesarrollo de la Región Central 
Por este tiempo, con el precio y las utilidades del azúcar ya en ínfimos niveles y con 
Portugal en la situación que describe Pombal, se descubrieron oro y diamantes en 
gran cantidad en el interior del Brasil: en Minas Gerais y Goiás. Lo que vino 
después ha dejado su marca en los niveles internacional y nacional del desarrollo 
capitalistas hasta nuestros días. El oro fluyó vía Portugal a Inglaterra. En el Brasil, 
sin prisa después de 1720 y con su máximo impulso entre 1740 y 1760, hubo una 
verdadera fiebre de oro hacia la Región Central. Se fundaron ciudades y se 
importaron esclavos, tanto de la estancada economía azucarera del nordeste como 
del extranjero. El oro atrajo inmigrantes de Europa y emigrantes de São Paulo y el 
Sur. La economía satélite de reses y mulos gozó de favor, particularmente en las 
provincias sureñas, pues la nueva población, geográficamente aislada y casi por 
entero dedicada a la minería, necesitaba grandes cantidades de carne. El transporte 
de oro y diamantes a la costa, y de otras mercancías el regreso, demandaba millares 
de mulos. Así, pues, la economía ganedera y sus pastizales volvieron a ser satélites 
de la economía exportadora de la metrópoli nacional. 
Esta vez la expansión de la cría de ganado sirvió pare enlazar en mayor grado que 
antes a las diversas regiones del Brasil. Estos territorios, con excepción del 
comercio de cabotaje, eran antes casi independientes unos de otros y ninguno 
estaba sujeto a otra dependencia que la de la metrópoli. Ahora la actividad 
económica creció a tal punto en la Región Central que, en 1749, por ejemplo, 
aunque las exportaciones desde Pernambuco, en el nordeste, sólo alcanzaron medio 
millón de libras esterlinas, las de Río de Janeiro, el puerto de la Región Central, 
subieron a £ 1.800.000, con lo que se convirtió a Río en la capital del Brasil 
(Simonsen, 1962: 362). El nivel de ingresos de la región y del país aumentó de 
consiguiente. Esta vez, empero, como el oro aparecía en lavaderos superficiales y no 
en grandes minas como en México y el Perú, y como la proporción de esclavos era 
menor que la de la economía azucarera del Nordeste --los esclavos nunca llegaron a 
ser siquiera la mitad de la población de la región minera—, el grado de 
concentración de los ingresos fue mucho menor que en los tiempos de auge 
azucarero del Nordeste. Las consecuencias de estas diferentes estructuras 
socioeconómicas habrían de manifestarse al sobrevenir la decadencia de la 
economía minera. 
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La edad del oro, en efecto, desapareció tan pronto como había llegado. A partir de 
1760, al cabo de sólo cuarenta años —de los cuales solamente la mitad fue de 
producción en gran escala—, la economía minera del centro decayó rápidamente. 
Oliveira Martins, un historiador del siglo pasado, resume: "La provincia de Minas 
[Gerais] parecía despoblada, con sus caseríos separados unos de otros por leguas y 
leguas... La decadencia y desolación era general. Brasil entró en una crisis que duró 
un cuarto de siglo." (Simonsen, 1962: 292.) Y Simonsen añade: "Pero aún hoy viven 
en Minas y otras regiones del Brasil central, millones de brasileños, descendientes 
de los primeros pobladores, cuyo nivel de subsistencia es bajo, pues laboran en 
tierras pobres, en presencia de complejos problemas económicos." (Simonsen, 1962: 
295.) Y Celso Furtado observa: "[Con] el descenso de la producción de oro vino una 
vertiginosa decadencia general... Toda la economía minera se desintegró, viniendo a 
menos los centros urbanos y lanzando a gran parte de sus habitantes a una 
economía de subsistencia en una inmensa región, donde el transporte era difícil. 
Esta población relativamente numerosa vendría a ser uno de los mayores centros 
demográficos del país. En este caso, como en el Nordeste, la economía monetaria se 
atrofió y la población vino a trabajar en una agricultura de subsistencia con un 
bajo nivel de productividad." (Furtado, 1959: 102-104.) Aquí tenemos hoy la otra 
región importante en que el coronelismo impera, y a la que se llama "feudal", pero 
que es sólo el resultado del desarrollo del capitalismo y de sus contradicciones 
internas. 
El oro del Brasil reanimó a la inflación metropolitana y contribuyó de modo 
importante, al igual que las riquezas extraídas de la India por Clive, a la 
acumulación inglesa de capitales, inmediatamente antes de su guerra con Napoleón 
y su desarrollo industrial. El desigual desarrollo del sistema capitalista mundial 
creó así, una vez más, la estructura de subdesarrollo en otra populosa región de 
Brasil, la misma en que, en nuestros días, se inició el golpe militar. 
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, estimulado en parte por el oro quizás, 
Pombal intentó detener la caída de Portugal hacia el subdesarrollo y estimular el 
crecimiento económico del país con una política mercantil nacionalista. Sus 
esfuerzos, como ya sabemos, fueron en vano: era ya demasiado tarde. El 
subdesarrollo estaba profundamente arraigado en Portugal y, al menos hasta hoy, 
ningún país del mundo ha conseguido salir de semejante subdesarrollo con una 
política capitalista, mercantil o de otro tipo. 
 
4. La guerra y el subdesarrollo del norte 
Pero los afanes de Pombal ejercieron sobre el Brasil otros efectos que también 
perduran hasta hoy. El lusitano expulsó a los jesuitas de Maranhao y Pará, en el 
norte y, mediante el establecimiento de un monopolio mercantil creó allí otra 
metrópoli nacional exportadora, esto es, otro satélite de la metrópoli mundial. A 
finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuando la revolución norteamericana 
retiraba del mercado al arroz de Carolina, cuando las guerras napoleónicas y el 
consiguiente bloqueo de Europa reducían el comercio y comenzaba a desarrollarse 
la industria inglesa del algodón, hubo un nuevo aumento de la demanda y los 
precios del arroz, el cacao y, sobre todo, el algodón. Gracias a esta serie de 
circunstancias, el norte del Brasil se convirtió en exportador de tales productos. 
Hacia el inicio del siglo XIX São Luiz —hasta su nombre es caso desconocido hoy 
fuera de Brasil—superaba a todos los demás puertos

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