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Manual de gestión emocional para médicos y profesionales de la salud - Belén Jiménez Gómez - Rosario Sánchez

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La práctica médica depende de un profundo entendimiento entre clínicos
y pacientes y ese entendimiento humano empieza por entenderse uno
mismo.
—Ronald Epstein
Gracias Nacho por acompañarme para que este proyecto viera la luz.
Gracias Rodrigo y Daniela por celebrar conmigo con tanto entusiasmo la
creación este libro.
Gracias amigos, colegas y pacientes por compartirme vuestras
impresiones, sinceraros sobre vuestras vivencias en consulta y revisar el
manuscrito de lo que hoy es el libro.
Gracias Maria José por el cariño y tiempo dedicado a ilustrar este libro.
Gracias enfado, tristeza y frustración por movilizarme y despertarme la
necesidad de aportar algo para que la práctica asistencial mejore.
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Introducción
Vengo a usted porque me han dicho que es una médico que mira a los
ojos.
—Un paciente a una compañera
Este libro nace de la experiencia vivida en primera persona como médico y
como paciente y en segunda persona como testigo de compañeros y de
pacientes.
Desde todas las perspectivas he sabido de vivencias muy gratificantes de
verdadero encuentro en consulta y vivencias muy dolorosas de daño producido o
recibido prácticamente siempre desde la inconsciencia de alguna de las partes.
Me encuentro entre los dos colectivos, conocedora del impacto doloroso que
ocasionalmente se genera en la asistencia sanitaria y a la vez empatizando e
identificándome con la dura exigencia hacia nosotros, los profesionales, de saber
relacionarnos y tratar adecuadamente a los pacientes sin habernos formado
para ello.
Desde mi labor como psiquiatra y terapeuta he escuchado y ayudado a
procesar el dolor acumulado de muchos pacientes por el trato recibido en una
consulta médica. En muchas ocasiones por una sola frase o incluso una palabra
o más allá aún, por un gesto, que ha supuesto un daño innecesario. A veces
este impacto doloroso, sumado a experiencias previas de no respeto en otros
contextos, ha facilitado que germinara una semilla traumática con consecuencias
a nivel del autoconcepto del paciente o ha precipitado que el paciente tomara
decisiones perjudiciales para sí mismo.
En relación al autoconcepto pongamos el ejemplo de una persona que ha
sufrido abusos sexuales y que acude ambivalente luchando entre su rabia,
miedo, vergüenza y culpa. Si en la consulta se minimiza, frivoliza o se pone en
duda lo acontecido, es fácil reforzar la inseguridad que presenta la víctima de
este tipo de agresiones. La consulta puede suponer un trauma más a digerir y
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puede traducirse en que esta persona, partiendo de su situación de máxima
vulnerabilidad, abandone su decisión de denunciar al agresor por las batallas
que descubre que aún le quedan en los contextos sanitario, judicial, policial,
social o familiar.
Si este ejemplo es demasiado extremo y obvio, pensemos en una persona
perfeccionista que no se permite tener fallos. Para ella cualquier síntoma supone
un defecto y no quiere molestar a familiares con visitas y tratamientos médicos.
Si en la consulta, a veces con intención de aliviar al paciente, se le da un
mensaje de que está dramatizando o se queja en exceso, el paciente reforzará
su sentimiento de vergüenza y puede que decida no volver a consultar hasta
que agonice.
María era una persona muy autoexigente, con un legado familiar de
prohibición para la queja. En el primer mes de embarazo sintió un
malestar muy limitante que intentó tolerar pero que por las dimensiones
del sufrimiento y a pesar de su batalla interna para evitar quejarse,
decidió consultar. El comentario, acompañado de una expresión
reprobadora que recibió de su médico de Atención Primaria, fue “pues si
ya llevas mal este mes, no sé si aguantarás todo el embarazo”. Sin
explorar ni darle importancia se le dio el alta y María aguantó 10 días más
un dolor horrible avergonzada por no poder ser una mujer o madre como
entendió que debía ser. Finalmente una profusa hemorragia justificó ir al
servicio de urgencias donde le anunciaron, de nuevo sin tacto, que su feto
había muerto hacía muchas semanas.
Por estas y muchas otras experiencias desagradables que había vivido en
despachos médicos y en contextos de asistencia sanitaria, con María trabajé una
nueva forma de acudir a los profesionales de la salud para que se atreviera a
consultar ante cualquier síntoma que ella percibiera medianamente intenso.
Logró atreverse a preguntar lo que ella necesitaba sin congelarse cuando a un
médico le incomodaba que ella se hubiera informado previamente de todo lo
que le ocurría. El fácil acceso a la información que hoy tienen los pacientes
especialmente vía internet irrita a algunos médicos por la autoexigencia artificial
de saberlo todo y la intolerancia al fallo si no está actualizado o ignora algunos
datos.
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Por otra patología crónica por la que había tenido que consultar a muchos
médicos en su vida era María la que estaba desarrollando un método para
adaptarse a cada perfil de facultativo y conseguir así ser bien atendida. Decía
que si hablaba con cierta precisión pero sin que notaran que había leído mucho
de su enfermedad, le prestaban más atención. Parece que es el paciente el que
tiene que hacer el esfuerzo para aprender a lidiar con el colectivo médico.
Pienso que los médicos y los profesionales de la salud no somos conscientes
del poder que tenemos para impactar en los pacientes tanto de forma
constructiva como de forma dañina. Desde la posición de autoridad y potencial
capacidad sanadora, podemos ser roles muy significativos de experiencias
beneficiosas en sus vidas o roles que generen una impronta dolorosa.
Sabrina acudió a su primera cita de psicoterapia muy ambivalente.
Hablaba con cautela omitiendo voluntariamente parte de la información y
me observaba con desconfianza, tomándose tiempo para evaluar la
idoneidad de mis aportaciones. Me examinaba, asustada.
Le trasmití con delicadeza mi percepción de miedo hacia mí y logró
contarme que con su anterior psicólogo había vivido la experiencia de ser
dirigida en sus decisiones. La concepción de su psicólogo sobre lo correcto
o incorrecto en todos los ámbitos de la vida había sido el timón de sus
actos. Frágil y confundida, encontró en él un guía idealizado sobre lo que
se debía hacer sin que las decisiones las hubiera procesado e integrado
libremente ella, por lo que ahora se arrepentía del trabajo que había
abandonado, del tiempo que se mantuvo por indicación suya con su
pareja, de la ruptura con su familia de origen y con un miedo añadido
hacia la ayuda en la relación terapéutica.
Desde mi otra mitad, como médico, he vivido la incoherencia de exigirnos la
capacidad de empatizar, comunicar y gestionar el dolor ajeno para lo que no
estamos formados, ni se contempla como una necesidad en los programas
docentes de la licenciatura médica. En otras profesiones de ayuda como en
algunas corrientes de psicoterapia, sí se concibe como indispensable el trabajo
personal previo del profesional para poder lidiar con el proceso introspectivo que
tienen que hacer los pacientes. Incluso se normaliza o a veces hasta se exige la
supervisión continua del trabajo por parte de otros compañeros al entender
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como inevitable que la historia personal del terapeuta pueda interferir en su
trabajo, que tenga dudas o que en ocasiones no sepa cómo continuar su labor.
No por ser profesionales de la salud somos inmunes al dolor con el que
trabajamos en consulta. Contactamos con la enfermedad, el sufrimiento, la toma
de decisiones importantes, el enfado de pacientes y familiares o la muerte y nos
enfrentamos muchas veces a la impotencia de no poder curar, a la incomodidad
en ocasiones de no saber qué responder, a la invasión de los conflictos de
nuestra vida personal, que si no hemos aprendido a gestionarlos, nos
imposibilita trabajar en un contexto de tanta vulnerabilidad bilateral como es la
consulta.
Los dos, médicos y pacientes, cuidadores y cuidados, somos HUMANOS.
Se entiende que por defecto los médicos tenemos unas características
personales de altruismo, generosidad, ecuanimidad, calidez yequilibrio
emocional que obviamente no son congénitas. Más allá de que en gran parte de
nuestro colectivo sí haya un deseo generalizado de ayuda al prójimo, existen a
la vez muchas razones por las que cada médico ha elegido esta profesión. No
siempre por ayudar y aportar a la sociedad, a veces por el prestigio y
reconocimiento que supone o por tradición familiar.
Yo he experimentado mi propio dolor como médico al no saber lidiar con
muchos conflictos y me he escondido en muchas ocasiones por el miedo que me
suponía reconocer no ser la figura médica infalible que yo creía que se esperaba
de mí.
Ahora sé que en el camino en ocasiones he dañado sin tener intención, desde
un intento de supervivencia en una labor que inicialmente me venía grande y
para la que no tenía recursos psicológicos.
Conservo nítidamente en mi memoria la escena de un día de guardia cuando
me descubrí gritándole a un paciente que tenía una conducta disruptiva que se
callara, a unos quince centímetros de su cara. Me sentía incompetente por no
saber comunicarme ni entender qué le pasaba ante la mirada de otros
compañeros médicos y enfermeras que daban por hecho que por ser psiquiatra
sabría hacerlo. Me estaba convirtiendo por esa experiencia y muchas otras
previas en una persona que yo no quería, en una profesional que yo misma
habría criticado y estaba a punto de alienarme como persona para poder seguir
ejerciendo sin herramientas.
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Ahora sé que solo habría necesitado estar verdaderamente presente en mi
intención de encontrarme con este paciente, con claro interés por saber sus
razones y permitiéndome invertir tiempo en un indeterminado baile de
necesidades bilaterales, con permiso para no saber y así poder aprender.
He observado el dolor de compañeros navegando en el disimulo de su impacto
emocional o en la exageración de un disfraz de seguridad de la que carecían.
Cada médico o cualquier profesional de la salud tiene detrás una historia
personal que merece ser procesada y una conciencia que requiere ser revisada
cuando nuestros juicios salpican nuestra profesión. En ocasiones escuchamos
anécdotas de compañeros donde parece que prima un interés personal a la hora
de tratar a los pacientes como por ejemplo aplicar una nueva técnica o una
proyección de su escala de valores en la consulta como por ejemplo no
prescribir una prueba a un inmigrante.
Somos un colectivo heterogéneo que en común sí tiene el lujo y la
responsabilidad de poder encontrarse con otra persona en una situación de
máxima intimidad que enseña su dolor y la fragilidad de querer ser recogida. Si
somos conscientes del valioso y delicado material compartido que se genera en
el acto asistencial de ayuda, podemos convertir nuestro trabajo en gratificantes
experiencias laborales y de vida.
Me gustó que llegara a mis manos un estudio de médicos de atención primaria
que calificaban de sagradas las consultas con un alto componente emocional
donde se producía un encuentro íntimo y una conversación profunda con el
paciente (referenciado en la bibliografía). Efectivamente, creo que hemos
escogido una profesión que debemos respetar y cuidar por las experiencias
relacionales tan profundas que se pueden generar. Aunque considero a todas las
consultas de salud sagradas, unas al final lo son más que otras según el grado
de intimidad al que se llegue.
Trabajamos con la vida y con la muerte, con el sufrimiento y con el alivio, con
la impotencia y con el poder, con la fragilidad humana y la resiliencia
reconstructiva, con la abrupta intimidad ajena y con la belleza de cualquier
detalle como el rubor de un niño cuando escucha a su madre relatarnos sus
proezas. Conscientes del material sagrado que tenemos en nuestras manos
tiene sentido que los médicos y profesionales de la salud nos cuidemos y
formemos para poder acompañar y a veces sanar. Permitirnos que nuestras
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experiencias con los pacientes también nos transformen a nosotros.
Apenas se facilita una retroalimentación constructiva de los pacientes a los
médicos sobre lo que han experimentado en la asistencia o sobre cómo les
gustaría ser tratados y desde la supervivencia los médicos seguimos lidiando con
esta exigencia. En ocasiones parapetándonos en la prepotencia, en otras
anestesiándonos para no confrontarlo y en otras ocasiones entregándonos de
forma desproporcionada al trabajo instalándonos en el famoso síndrome de
desgaste profesional o Burn-out.
Señalo la palabra supervivencia porque también tiene un peso determinante la
presión asistencial en la sanidad pública, especialmente en las consultas de
atención primaria, donde es imposible recibir, escuchar, explorar, entender y
explicarle al paciente qué creemos que le pasa en unos irrisorios 5-7 minutos
que en el año 2020 se dedican por consulta en España.
A la vez la retroalimentación de los pacientes no sería necesario porque
nosotros deduciríamos solos qué necesitaría cualquier persona que acude como
paciente si nos permitiéramos escuchar qué nos gustaría recibir a nosotros
cuando sentimos miedo, impotencia o frustración.
Este libro contextualiza las herramientas propuestas en el marco teórico de las
distintas corrientes psicoterapéuticas donde se concibieron. Se incluyen
recuadros de actividades prácticas para ejercitar uno mismo, que pienso que es
la mejor manera de integrar lo aprendido y se ilustran con experiencias propias
y prestadas (en cursiva) porque entiendo que solo puedo explicar desde la
coherencia de lo experimentado. Guardo la confidencialidad de los pacientes
modificando sus nombres y algún dato de su historia.
Está dirigido especialmente a médicos, que sí encuentran guías sobre cómo
deben tratar a los pacientes pero escasas publicaciones sobre cómo lograr
hacerlo. Describo herramientas para nuestro procesamiento emocional y para
podernos manejar en la interacción con los pacientes y compañeros desde
nuestra perspectiva personal. La información es válida y útil también para otras
profesiones sanitarias y de ayuda que también se sientan a este lado de la mesa
y que obviamente tienen que lidiar también con el permiso para cuidarse y con
el aprendizaje de destrezas psicológicas personales: enfermeros, auxiliares,
psicólogos, trabajadores sociales, bomberos, policías, voluntarios, etc.
La información por tanto, para quien tiene conocimientos de psicología en
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ocasiones puede parecer básica y a los médicos, especialmente a neurólogos,
alguna explicación anatómica les puede resultar demasiado simplista. Ruego
comprensión a todos los lectores a este respecto.
Las herramientas que explico en el libro las trabajo con personas con todo tipo
de profesiones y formaciones, por lo que es útil también para el público en
general. Además de que para el público general y para cualquier persona que en
algún momento es un paciente, descubrir la escasa formación en gestión
emocional y exigencia que los médicos y otros profesionales de la salud
arrastramos, facilita entender porqué a veces reciben un trato frío o poco
empático en su asistencia. Pura supervivencia.
Transmito de lo que conozco, lo que a mí me ha sido útil en unos quince años
de formación psicoterapéutica. Lo que me ha servido a mí y lo que he
comprobado que ayuda a otros.
Las teorías ya existían, mi único mérito es seleccionar de lo que conozco lo
que considero más útil, resumirlo de una manera más comprensible y proponer
ejercicios. Al final del libro incluyo la bibliografía en la que me he apoyado y otra
que recomiendo.
Una vez acudí a un taller de terapia donde lo primero que compartió la
profesora en su presentación fue que había sido adicta a tóxicos, al extremo de
pasar una época viviendo en la calle. En ese momento se agudizaron todos mis
sentidos para no perderme detalle de lo que aquella mujer me podía contar.
Qué mejor credencial de maestra fiable si vivido hasta ese extremo en primera
persona me explica qué le fue eficaz para superarlo y ahora dedicarse a
enseñarlo a otros.
Para llegar a apreciar ese regalo y no asustarme ni rechazarla, primero yo
tuve que desprenderme dela exigencia artificial de perfección y sabiduría en
quienes yo pretendía que fueran mis maestros y a la vez permitirme a mi no
saber.
Mi fuente de formación más poderosa ha sido mi propio proceso de terapia
como paciente, que creo continuaré siempre de forma intermitente porque cada
vez me es más placentero despedirme de limitaciones y descubrir más
capacidades.
Deduzco que si habéis adquirido o alguien con todo su cariño os ha regalado
este libro, es porque hay una semilla de conciencia sobre la necesidad de
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aprender más como persona para poder ejercer mejor como médico o
profesional de la salud.
Es difícil sanar en otros lo que nosotros no tenemos previamente sanado y
tolerar emociones ajenas si antes no me permito sentir las mías. Coraje es no
tener miedo a decir que tienes miedo, escribía la reportera de guerra Marie
Colvin.
El primer paso para un cambio de perspectiva sobre cómo ejercer nuestra
labor asistencial es que entendamos nosotros que no podemos manejar nuestra
experiencia médica o de ayuda como autómatas y que es sensato que pidamos
formación en el campo de la gestión emocional y de la comunicación. Tiene por
tanto sentido darle la importancia que merece invertir en nuestro equilibrio
psicológico para poder ejercer de personas-profesionales con personas-
pacientes.
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Yo soy mi herramienta
La única manera de hacer es ser.
—Lao Tse
Cuentan de Gregorio Marañón que consideraba la silla el aparato más valioso
para el avance de la medicina, simbolizando así la importancia de la escucha al
paciente, del verdadero encuentro entre médico y paciente.
Yo propongo que grabemos en nuestra retina la imagen de dos sillas para que
no sea solo la intención de que escuchemos al paciente, también de que nos
escuchemos a nosotros con el paciente, reconociéndonos al mismo nivel desde
la igualdad que nos confiere estar sentados uno frente al otro.
En consulta yo he retirado mi mesa, la bata hace muchos años, para poder
estar más receptiva a la experiencia del paciente desde mi propia exposición sin
barreras. Veo más, y me ven más. Una compañera al verlo exclamó “Tienes que
estar muy segura para sentarte así”. Muy segura de que puedo pedir ayuda si
no sé y de que nos unen más cosas con los pacientes que las que nos
diferencian.
Cojo prestada una definición que escribió Mahoney sobre el proceso de
psicoterapia que modifico y aplico a todo el campo de la medicina y de la salud:
La asistencia en la salud es un proceso interpersonal planificado en el cual, la
persona menos enferma, el profesional, intenta ayudar a la más enferma, el
paciente, a superar un problema.
Es desde la humildad que supone reconocernos humanos desde donde
podremos ejercer de forma más eficaz nuestra labor evitando malentendidos,
daños y especialmente el riesgo de saturarnos y desilusionarnos. Objetivamente
es una profesión de riesgo al lidiar a diario con tanto dolor.
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Los médicos no somos máquinas expendedoras de diagnósticos y recetas,
somos personas vivas, reactivas, impresionables y sufrientes que nos formamos
para ayudar en el proceso de curación de enfermedades. Si cuidamos y
afinamos nuestra herramienta, es decir nosotros, como un ser completo, no solo
intelecto, sino emoción y cuerpo, vamos a ser mucho más eficaces en el
ejercicio médico o de ayuda y vamos a estar más satisfechos en esta elección de
vida.
Escribo vida y no profesión porque es prácticamente imposible separarlo. Ser
médico o profesional de la salud es parte de nuestra forma de estar en el
mundo y los demás suelen tener muy presente a qué nos dedicamos como para
que se presuponga una cierta disponibilidad continua al dolor ajeno y una
capacidad para lidiar con información íntima sobre sus vidas, sin nosotros recibir
a veces la maravillosa experiencia de ser acogido, escuchado y acompañado por
otros.
La formación en habilidades comunicacionales es una cuestión que puede
justificarse económicamente también, porque se ha demostrado que los médicos
con mejor capacidad de comunicación reciben menos reclamaciones y denuncias
y porque se es más eficaz en el trato con los pacientes ahorrando pruebas,
cambios de profesionales y bajas laborales de médicos por el frecuente Burn-
out. He tenido como pacientes a muchos médicos que se han permitido
sincerase sobre su dificultad para lidiar con el trato de los pacientes y que
acudían ya bordeando el síndrome de desgaste profesional. Situación a la que es
fácil llegar porque no se nos alienta a cuidarnos y a formarnos para aprender a
gestionar esta profesión que en ocasiones es muy dolorosa. Curiosamente
somos uno de los colectivos con mayor tasa de adicciones a tóxicos y con un
porcentaje de suicidios mayor que la población general.
La profesión médica es un camino precioso de ayuda a los demás y en
ocasiones parece que no se cuida en proporción al impacto que tiene.
No se cuida al médico en relación a las condiciones de trabajo como el es-
pacio, el tiempo por paciente o la remuneración y hay riesgo de transformar
nuestra labor a un ejercicio empresarial con objetivos, tareas, responsabilidades
y consecuencias legales muy definidas, cosificando a los pacientes.
Nuestro trabajo es importante y profundo y la dignidad humana es nuestra
moneda de cambio por lo que creo que debemos trasmitir la coherencia de un
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trato exquisito bilateral: incorporar nuestro cuidado y el de los pacientes en su
ejercicio.
La perspectiva errónea que supone no reconocer que mi profesión me afecta y
por ende no contemplar la necesidad de capacitarnos psicológicamente para
poder ejercer nuestra profesión, hace que cada vez haya más distancia entre el
colectivo médico y el de pacientes, cuando en realidad nos unen las mismas
necesidades, deseos, temores y preocupaciones vitales. Lo único real que nos
separa es una bata y una mesa.
Este posicionamiento artificial facilita los estigmas sobre cada colectivo y
contamina la concepción de cada uno sobre el otro generando malentendidos
que acaban en actitudes de ataque y defensa como las reclamaciones médicas
entre asociaciones de pacientes y colectivos médicos que son acusados de
excesivo corporativismo.
Da la impresión de que el corporativismo que se da en nuestra profesión nos
une desde la necesidad de reconocernos entre nosotros la dura formación, las
interminables horas de estudio, las guardias que desajustan las rutinas diarias,
el impacto en nuestras familias o la dureza de muchas situaciones que vivimos.
Parece que nos solidarizamos entre nosotros pero desde un posicionamiento
algo hermético de no enseñarnos entre nosotros. El carnet de médico nos une
por definición, como una lealtad al legado histórico de protegernos entre
nosotros pero muchas veces no hay un verdadero encuentro en nuestro
colectivo donde sintamos el sostén común. Sufrimos en silencio con miedo a
enseñar nuestra vulnerabilidad que contradice el rol esperado entre
compañeros.
La sociedad nos señala en ocasiones una tendencia al ocultamiento de los
errores médicos y parece haber un pacto no explícito de protección mutua pero
sin la necesaria sensación basal de comunidad o hermandad donde haya cabida
para trabajar los errores en nuestra profesión. Entre nosotros no los contamos,
suele haber un halo de vergüenza y un miedo lógico a las consecuencias. Si
generáramos un clima de permiso a no saber, preguntar y aprender desde el a
veces inevitable error, sería más fácil no tener que forzarnos en ocasiones a
diagnosticar con lo complicado que es rectificar. No hay espacio para una
curiosidad sana que nos permita manejar la atención médica cuando aparece la
incertidumbre.
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Estuve unas semanas a cargo de un paciente con depresiones recurrentes y
varios intentos autolíticos previos ingresado en una unidad de hospitalización
aguda. Le dediqué mucho tiempo al tratamiento farmacológico y al trabajo
psicoterapéutico hasta considerar que había suficiente mejoría sintomatológica y
suficientes herramientas de manejo del malestar como para darle un permiso de
salida. Tuvo que ser reingresado a las pocashoras porque se precipitó por la
ventana de su casa durante el permiso, por suerte sin más trascendencia física
que unas magulladuras por todo el cuerpo. Yo me quedé petrificada, con mucho
miedo por lo grave que podría haber sido, muy asustada porque le tenía mucho
aprecio y con mis dudas sobre la idoneidad de ese permiso. En el servicio
apenas se habló de lo ocurrido. Se normalizó el hecho de que estas experiencias
eran factibles en nuestra especialidad, sin dar un espacio a poderlo elaborar que
era una necesidad tanto mía como de mis compañeros porque todos nos vimos
reflejados en ese riesgo.
Durante otra época en la que estuve trabajando en un centro de salud, recibí
una injusta reclamación que quise compartir con mis compañeros. De nuevo,
una rápida normalización incluso un consejo irónico contra-fóbico: “Todo buen
médico, recibe unas cuantas quejas”.
Trabajar nuestra vulnerabilidad de forma honesta nos capacitará para que
nuestra profesión no sea una losa ni se convierta en un quehacer mecanizado.
Las emociones, más que una carga, son las guías que nos enseñan por dónde ir,
dirección y propósito, y que nos facilitan entender a los demás.
En mi caso, dejar de luchar por disimular mi sensibilidad y el impacto
emocional en el trabajo, me ha permitido no solo usar ese tiempo y energía en
otros quehaceres más útiles, si no decidir usar intencionadamente esa
vulnerabilidad en consulta. He descubierto que es una capacidad necesaria para
el encuentro, para desarrollar empatía, incluso para deducir qué le puede estar
pasando al paciente porque en nuestra especialidad la contratransferencia1 es
una herramienta más para añadir al puzle diagnóstico.
Ahora no siento vergüenza, sino que agradezco ser sensible e impresionable
porque soy mucho más eficaz como médico. Escucho, miro, siento, percibo,
impacto y me dejo impactar.
En la relación asistencial de ayuda, al ser un contexto de exposición personal
tan profunda, se generan verdaderos sentimientos de afecto y al igual que sé
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que para ciertos pacientes he sido alguien muy significativo, muchos de ellos
han dejado en mí una preciosa huella de valoración y aprecio. Todos los
pacientes han contribuido a mi crecimiento como profesional y como persona, a
veces desde preciosas experiencias de acompañamiento, a veces desde
desencuentros constructivos.
Tenemos la suerte de poder trabajar con lo más preciado que tenemos, la
vida, y negar nuestra necesidad de cuidado continuo nos aleja de poder seguir
ejerciéndola con la fuerza que la auténtica presencia nos facilitaría.
Es imposible que transmitamos un mensaje si no lo tenemos previamente
nosotros integrado. Nos delatamos con nuestra expresión no verbal.
Aproximadamente el 80% del mensaje que llega al interlocutor se basa en la
expresión no verbal más que en la verbal. Ser un buen actor es muy difícil por lo
que merece más la pena invertir en la coherencia de lo que decimos, sentimos y
hacemos.
Por ejemplo, es difícil convencer a un paciente sobre la necesidad de reducir
el nivel de estrés si nosotros estamos sobresaturados en nuestra profesión y
enrolándonos en mil proyectos. Como si recomendáramos no fumar y nuestros
pulpejos amarillos nos delataran. Es difícil a veces comprender que cuando no
nos aplicamos lo que deseamos para otros, nos posicionamos en la superioridad
al señalarnos como distintos a los demás:
Yo sí puedo estar sobresaturado, sacrificarme por los demás y no pedir pero
los demás no, los demás deberían frenar el ritmo. Como si su naturaleza y la
mía fueran distintas. Yo puedo ser Superman, pero entiendo que los demás no
deban maltratarse.
Práctica
Una forma de ayudarnos a decidir qué es bueno para nosotros es
preguntarnos si esa misma situación le ocurriera a nuestro mejor
amigo, a alguien que queramos mucho, qué le recomendaríamos y
aplicarnos nuestra respuesta sin hacer distinción.
Seguimos con la exigencia artificial hacia nosotros que señalo aquí porque es
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un perfil muy común entre facultativos y profesionales de la ayuda, enfocados al
perfeccionismo.
En psiquiatría yo había aprendido una visión estigmatizadora y
desesperanzada de muchas patologías y había aprendido a defenderme de ellas
creyéndome exenta de que me pudieran afectar simplemente por haberme
formado como médico y jugar a este lado de la mesa. Tuve una experiencia
determinante en mi forma de entender la medicina cuando acudí como paciente
a un taller vivencial de terapia. Allí, despojada de mi bata-disfraz, me pude
relacionar desde la igualdad con otras personas y fui testigo de la lucha y
esfuerzo sincero de una chica diagnosticada de anorexia nerviosa y trastorno
borderline de personalidad por deshacerse de sus creencias limitantes, de sus
recuerdos traumáticos y de sus vivencias de rechazo, donde con una valentía
admirable se desnudó literal y metafóricamente ante nosotros, mostrando su
vulnerabilidad y coraje por terminar de superar y despedirse de experiencias
muy dolorosas. Cambié mi visión patologizante por una visión de admiración
honesta por la lucha de cada persona, me deshice de mis prejuicios defensivos y
de mi necesidad de encasillar todo lo que escuchara y me permití yo también
enseñar mis conflictos, viviendo así la maravillosa y poderosa sensación de
formar parte de un mismo colectivo, personas que luchan por sanarse, bailando
desde los dos lados de la mesa.
Es llamativo que a lo largo de la carrera nos insistieran en la máxima atribuída
a Hipócrates, Primum non nocere (ante todo, no hacer daño).Lo que es obvio en
cualquier actividad humana, es una máxima que hay que recordar
especialmente en medicina. Desde la consciencia del daño que podemos
provocar desde nuestro posicionamiento, es fácil evitarlo si nos rendimos a la
evidencia de que somos humanos y de que necesitamos aprender a cuidarnos
nosotros para que no transcienda en consulta.
Busqué por curiosidad el juramento hipocrático que de manera ritualizada
reconocemos cuando nos licenciamos. Me sorprendí de la exigencia de las
primeras traducciones y me alegré de las mejoras que proponía la versión de la
convención de Ginebra en 1964 (Louis Lasagna) y la más actual, de 2017.
Lamento que hayan suprimido los puntos recogidos por Lasagna que hablan
del poder terapéutico de la calidez, la compasión y la comprensión humanas y
del permiso para no saber y poder aprender o derivar.
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Resulta curioso comparar los distintos juramentos:
Juramento Hipocrático clásico
Juro por Apolo médico, por Asclepio, Higía y Panacea, por todos los
dioses y todas las diosas, tomándolos como testigos, cumplir
fielmente, según mi leal saber y entender, este juramento y
compromiso:
Venerar como a mi padre a quien me enseñó este arte, compartir
con él mis bienes y asistirles en sus necesidades; considerar a sus
hijos como hermanos míos, enseñarles este arte gratuitamente si
quieren aprenderlo; comunicar los preceptos vulgares y las
enseñanzas secretas y todo lo demás de la doctrina a mis hijos y a
los hijos de mis maestros, y a todos los alumnos comprometidos y
que han prestado juramento, según costumbre, pero a nadie más.
En cuanto pueda y sepa, usaré las reglas dietéticas en provecho de
los enfermos y apartaré de ellos todo daño e injusticia.
Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me
soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco
administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y
practicaré mi arte de forma santa y pura.
No tallaré cálculos sino que dejaré esto a los cirujanos
especialistas.
En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los enfermos,
apartándome de toda injusticia voluntaria y de toda corrupción,
principalmente de toda relación vergonzosa con mujeres y
muchachos, ya sean libres o esclavos.
Todo lo que vea y oiga en el ejercicio de mi profesión, y todo lo
que supiere acerca de la vida de alguien, si es cosa que no debe ser
divulgada, lo callaré y lo guardaré con secreto inviolable.
Si el juramento cumpliere íntegro, viva yo feliz y recoja los frutos
de mi arte y sea honrado por todoslos hombres y por la más remota
posterioridad. Pero si soy transgresor y perjuro, avéngame lo
contrario.
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Convención Ginebra 1948
En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión
médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al
servicio de la humanidad.
Conservaré a mis maestros el respeto y el reconocimiento del que
son acreedores.
Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida
del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones.
Respetaré el secreto de quien haya confiado en mí.
Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el honor y las
nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas serán mis
hermanos.
No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a
interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza,
partido o clase.
Tendré absoluto respeto por la vida humana.
Aun bajo amenazas, no admitiré utilizar mis conocimientos médicos
contra las leyes de la humanidad.
Hago estas promesas solemnemente, libremente, por mi honor.
Juramento modificado por Louis Lasagna, 1964
Prometo cumplir, en la medida de mis capacidades y de mi juicio,
este pacto.
Respetaré los logros científicos que con tanto esfuerzo han
conseguido los médicos sobre cuyos pasos camino, y compartiré
gustoso ese conocimiento con aquellos que vengan detrás.
Aplicaré todas las medidas necesarias para el beneficio del
enfermo, buscando el equilibrio entre las trampas del
sobretratamiento y del nihilismo terapéutico.
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Recordaré que la medicina no solo es ciencia, sino también arte, y
que la calidez humana, la compasión y la comprensión pueden ser
más valiosas que el bisturí del cirujano o el medicamento del
químico.
No me avergonzaré de decir «no lo sé», ni dudaré en consultar a
mis colegas de profesión cuando sean necesarias las habilidades de
otro para la recuperación del paciente.
Respetaré la privacidad de mis pacientes, pues no me confían sus
problemas para que yo los desvele. Debo tener especial cuidado en
los asuntos sobre la vida y la muerte. Si tengo la oportunidad de
salvar una vida, me sentiré agradecido. Pero es también posible que
esté en mi mano el poder de tomar una vida; debo enfrentarme a
esta enorme responsabilidad con gran humildad y conciencia de mi
propia fragilidad. Por encima de todo, no debo jugar a ser Dios.
Recordaré que no trato una gráfica de fiebre o un crecimiento
canceroso, sino a un ser humano enfermo cuya enfermedad puede
afectar a su familia y a su estabilidad económica. Si voy a cuidar de
manera adecuada a los enfermos, mi responsabilidad incluye estos
problemas relacionados.
Intentaré prevenir la enfermedad siempre que pueda, pues la
prevención es preferible a la curación.
Recordaré que soy un miembro de la sociedad con obligaciones
especiales hacia mis congéneres, los sanos de cuerpo y mente así
como los enfermos.
Si no violo este juramento, pueda yo disfrutar de la vida y del arte,
ser respetado mientras viva y recordado con afecto después. Actúe
yo siempre para conservar las mejores tradiciones de mi profesión, y
ojalá pueda experimentar la dicha de curar a aquellos que busquen
mi ayuda.
Versión adoptada por la 2ª Asamblea General de la AMM
Ginebra, Suiza, Septiembre 1948 y enmendada por la 22ª Asamblea
21
Médica Mundial Sydney, Australia, Agosto 1968 y la 35ª Asamblea
Médica Mundial Venecia, Italia, octubre 1983 y la 46ª Asamblea
General de la AMM Estocolmo, Suecia, Septiembre 1994 y revisada
en su redacción por la 170ª Sesión del Consejo Divonne-les-Bains,
Francia, Mayo 2005 y por la 173ª Sesión del Consejo, Divonne-les-
Bains, Francia, Mayo 2006 y enmendada por la 68ª Asamblea
General de la AMM, Chicago, Estados Unidos, Octubre 2017
COMO MIEMBRO DE LA PROFESIÓN MÉDICA:
PROMETO SOLEMNEMENTE dedicar mi vida al servicio de la
humanidad;
VELAR ante todo por la salud y el bienestar de mis pacientes;
RESPETAR la autonomía y la dignidad de mis pacientes;
VELAR con el máximo respeto por la vida humana;
NO PERMITIR que consideraciones de edad, enfermedad o
incapacidad, credo, origen étnico, sexo, nacionalidad, afiliación
política, raza, orientación sexual, clase social o cualquier otro factor
se interpongan entre mis deberes y mis pacientes;
GUARDAR Y RESPETAR los secretos que se me hayan confiado,
incluso después del fallecimiento de mis pacientes;
EJERCER mi profesión con conciencia y dignidad, conforme a la
buena práctica médica;
PROMOVER el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica;
OTORGAR a mis maestros, colegas y estudiantes el respeto y la
gratitud que merecen;
COMPARTIR mis conocimientos médicos en beneficio del paciente y
del avance de la salud;
CUIDAR mi propia salud, bienestar y capacidades para prestar una
atención médica del más alto nivel;
NO EMPLEAR mis conocimientos médicos para violar los derechos
humanos y las libertades ciudadanas, ni siquiera bajo amenaza;
HAGO ESTA PROMESA solemne y libremente, empeñando mi palabra
de honor.
22
Si tuviera que quedarme con una sola idea resumen de este libro y una sola
idea que trasmitir a todos los profesionales de la salud, sería permitámonos ser
humanos, cuidándonos.
¡Buen viaje!
1. Contratransferencia: Las emociones que le surgen al profesional de la ayuda en relación al
paciente. En psiquiatría y en psicoterapia, a veces nos orienta sobre qué reacciones pueden
estar sintiendo las personas con las que el paciente se relaciona, como origen de dificultades
sociales. Por ejemplo: ante un paciente exigente yo me puedo sentir evaluada, y el enfado
que podría despertar en mí, es factible que sea la reacción que provoque fuera en otras
personas, como para que el paciente reciba con cierta frecuencia rechazo o de alguna manera
cierta persecución. Esta hipótesis la testeo con el paciente y me sirve como guía de trabajo.
Para poderlo usar como herramienta de comprensión hacia el otro, tengo que estar receptiva
a mirar qué siento y percibo en la interrelación.
23
2
La comunicación exitosa con nuestro entorno
Para ver basta con dirigir los ojos hacia el estímulo en cuestión. Para
mirar hay que poner en marcha también el corazón.
—J.M. Fernández Martos
En este libro insisto en la necesidad de primero integrar practicando en
nosotros lo que pretendemos lograr con otros. Tiene sentido por tanto que el
primer paso de la comunicación sea aprender a dialogar entre iguales antes de
poderlo aplicar en entornos con características específicas como es el contexto
asistencial.
En consulta partimos de la posición asimétrica del paciente vulnerable y de los
médicos u otros profesionales de la salud como figuras de autoridad, siendo
nosotros los que debemos, con la necesaria formación previa, guiar la entrevista
y exploración y conseguir una comunicación satisfactoria para ambos. En
nosotros recae más peso y responsabilidad para lograr el diálogo exitoso con el
paciente.
Debido a las características especiales de este encuentro profesional, le dedico
el siguiente capítulo y en él aprenderemos una forma de comunicación universal
en la que nos tenemos presentes a nosotros y a los demás. El diálogo ha de ser
bidireccional, es decir, cómo me expreso yo y cómo permito que mi interlocutor
se exprese.
La mayoría de lo presentado en este capítulo se basa en la Comunicación No
Violenta, CNV, teoría desarrollada por Marshall Rosenberg, psicólogo
norteamericano que ejerció de mediador en multitud de conflictos y quien
resumió maravillosamente el proceso del encuentro comunicacional como
Emisión honesta y Recepción empática.
Prefiero usar el término comunicación exitosa porque no violenta lo vivo algo
24
extremista, a pesar de que entiendo lo agresivo que es para todos hablarnos de
la forma en la que tendemos a hacerlo y porque creo que es más esperanzador
señalar la afirmación positiva de lo que trae esta forma de comunicarnos más
que solo definirla por lo que no es. También se le llama a esta teoría
Comunicación empática o Comunicación consciente.
Fue maravilloso para mí descubrir esta teoría que integra una visión
respetuosaentre quienes se comunican. Desde la concepción de igualdad entre
ambos, señala que cada uno tiene unas necesidades igualmente válidas y que
prioriza la importancia de entenderse más que la consecución de la intención de
cada persona. Ahora tengo una guía intencional cuando me expreso, que no
siempre logro ejecutar.
La forma en la que nos expresamos tiene mucho peso en cómo recibimos el
mensaje, por lo que merece la pena que cuidemos qué decimos y cómo lo
decimos, fomentando así un ambiente de acogimiento mutuo que nos permita
verdaderamente encontrarnos.
Se entiende muy bien esta teoría y reconozco a la vez lo difícil que es su
práctica, primero por los malos hábitos que arrastramos y segundo porque
supone un esfuerzo de presencia y consciencia contrario a la cultura de la
inmediatez en la que vivimos.
Según iba aprendiéndola me recuerdo invadida por recuerdos de millones de
escenas donde yo había hablado desde un posicionamiento totalmente contrario
y efectivamente violento: señalando, acusando, generalizando. Transformé ese
sentimiento de culpa y vergüenza en motivación para aprender otra forma de
dialogar y fue muy liberador conocer este otro camino que, cuando lo logro
poner en práctica, me reafirma la eficacia y validez de este método.
Es impactante ser testigo y experimentar cómo cambia la forma de mirarnos
los unos a los otros cuando nos hablamos desde este posicionamiento
respetuoso. Cuando la otra persona se siente entendida, observamos con
facilidad un gesto de alivio y relajación que además nos indica que vamos por
buen camino y cuando nosotros logramos expresarnos con una sinceridad
bienintencionada notamos una sensación de coherencia interna. El encuentro
fluye.
A pesar de vivir en una época en la que manejamos muchísima información,
en soportes como prensa, libros, tv, radio, o internet en sus distintos
25
dispositivos, con sus variadas plataformas de comunicación como Twitter,
Facebook o Instagram y de forma tan inmediata, no logramos construir
verdaderos encuentros con las personas, generando malentendidos y acabando
con frecuencia en situaciones de frustración mutua, tanto del emisor como del
receptor del mensaje.
En consulta dedico mucho tiempo a deshacer mensajes mal expresados y mal
recibidos que son la capa superficial de lo que verdaderamente desea cada
persona de su interlocutor y que consumen mucho tiempo y atención,
retrasando la toma de conciencia de las necesidades profundas que cada
persona tiene y por tanto su exitosa consecución.
Vivimos una época de invasión de la comunicación digital donde hay parejas
que dentro de su domicilio, y no porque tengan casas grandes, se comunican
por whatsapp y parejas que se trasmiten mensajes indirectos a través de las
redes sociales. Cada vez más lejos unos de otros, más evitativos, más sometidos
a las limitaciones del lenguaje escrito o a las pretensiones de resumir una idea
con un emoticono.
Aprovecho para lanzar la invitación de regresar al lujo de recibir un mensaje
personalizado donde impacta más la palabra que haya querido elegir el
interlocutor para expresar algo: Me alegra, Me conmueve, Qué ilusión, Planazo,
Es desesperante, Me inquieta, Qué difícil, que no un aséptico y globalizado
dibujito.
Arrastramos una tendencia evitativa en nuestra exposición a los demás. El
miedo a herir si expresamos algo que creemos que disgustará al interlocutor o el
miedo a ser ególatras porque solemos creer que expresar nuestros deseos es
sinónimo de egoísmo o de pensar más en uno mismo que en los demás, nos
dificulta ser honestos al hablar y damos mensajes confusos o incluso callamos
en exceso. Otras veces interpretamos el mensaje de los demás sin hacer ningún
esfuerzo en verificar si es lo que la otra persona quiso trasmitir.
En muchas ocasiones los conflictos surgen de las interpretaciones que
hacemos los unos de los otros por lo indirectamente que nos expresamos.
Esta teoría de la comunicación, se puede resumir en la siguiente fórmula:
1.Describir el hecho
2.Localizar la emoción
26
3.Descubrir la necesidad
4.Formular una demanda
Un ejemplo de expresión violenta en el caso de una persona que se incomoda
porque su pareja le ha comprometido a un plan sin haber sido preguntado
antes, sería:
“Siempre decides por mí y me ninguneas delante de tus amigos”, que con
frecuencia despierta una cascada de justificaciones y ataques defensivos por
ambas partes.
Un ejemplo del mismo mensaje expresado de forma empática y respetuosa
sería:
“Cuando tú haces planes para los dos con amigos el fin de semana (paso 1),
yo me enfadado (paso 2), porque necesito sentir que tengo voz en nuestra
pareja (paso 3) por lo que me gustaría que me consultes antes de hablar en
nombre de los dos (paso 4)”.
Comencemos por:
Paso 1: Describir el hecho
Cuando nos comunicamos, tenemos mucha dificultad para relatar qué obser-
vamos de forma meramente descriptiva y tendemos a sesgar la realidad:
• Juzgando. Emitimos un juicio sobre la otra persona para intentar así
tranquilizarnos, planificar, anticipar y controlar lo acontecido pretendiendo
trasformar el mundo en algo predecible.
Por ejemplo, “Enrique no me ha contestado el whatsapp”, sería una
descripción del hecho, pero un juicio habitual sería “Enrique es un arrogante y
maleducado, no me ha contestado el mensaje”, con lo cual, al juzgarlo y
clasificarlo como individuo potencialmente dañino, estaré atenta para que no me
afecte en el futuro, a la defensiva y es fácil posicionarme en acusador de la otra
persona en vez de responsable de lo que yo deseo.
Hablo de la otra persona desde mi ignorancia en vez de hablar de mi vivencia
de forma honesta, que es más arriesgado.
27
La consecuencia al enjuiciar es que la otra persona lo recibe como crítica,
facilitando entonces que nos responda con un ataque o que se defienda.
Imagínate que eres Enrique y te dicen que eres un maleducado porque no has
respondido el mensaje. Es fácil que nos justifiquemos: “Es que no tuve tiempo”,
o que ataquemos, “Pues tú el otro día no me compraste lo que te pedí”.
• Clasificando. Etiquetamos algo o alguien por un criterio determinado
también con intención de calmarnos e intentar controlar: es adecuado o
inadecuado, bueno o malo, correcto o incorrecto, tiene razón o está equivocado.
En el ejemplo antes mencionado sería por ejemplo decir que “Enrique es de
los que no cuidan las relaciones”.
Nos alivia clasificar todo, especialmente si lo hacemos en dos únicos
compartimentos, y con esa división artificial del mundo, intentamos
tranquilizarnos al identificarnos con el bloque que nosotros hemos elegido y al
que creemos que pertenecemos, por ejemplo, Los educados, Los respetuosos o
Las buenas personas.
Esta tendencia a clasificar incluye una creencia muy dañina y artificial que es
pensar que algo o es bueno para mí o lo es para los demás, opciones que
creemos incompatibles entre sí y desde la que nos obligamos a elegir y
posicionarnos.
• Hablando en tercera persona, que nos distancia de lo que relatamos, por
ejemplo, decir que “Uno se indigna cuando no le responden un mensaje”, o “Las
personas normales no se comportan así”, en vez de relatarlo en primera
persona: “Yo me he enfadado cuando he visto que Enrique no me ha contestado
el mensaje”.
• Usando un lenguaje desresponsabilizador:
“Enrique me ha enfadado”, “Me hizo sentir una pesada”, “Enrique saca lo peor
de mí”, colocándonos nosotros mismos en posición de víctima de lo ocurrido,
despojándonos nosotros mismos del poder y de la capacidad de cambiar lo que
sentimos.
Si yo me cuento a mí misma y a los demás lo ocurrido como consecuencia de
la acción de otra persona, no me dejo opción de cambio. Siempre voy a ser
resultado de lo que los demás hagan o digan. Si por el contrario me
28
responsabilizo de lo que siento, tengo libertad para cambiar lo que de mí
depende. Podría relatarlo como “Yo me enfado cuando Enrique no me contesta”
o “Yo me siento una pesada cuando Enrique no me contesta”.
Otra forma de posicionarnos como víctimas, es cuando hacemos discursos
expresados comoTengo que, como si estuviera fuera de nuestra elección lo que
hacemos, por ejemplo, “Tengo que callarme para que Enrique no se enfade”.
Es más útil sustituirlo por “Elijo callarme”, consciente de que eres tú el que ha
decidido en este caso no arriesgarte ni querer enfrentarte con Enrique.
El problema no es el mal genio de Enrique, si no mi miedo a Enrique.
Práctica A
Reflexiona qué sesgo de los comentados enseñan estas frases
1. Antonio es demasiado bueno.
2. La gente me saca de quicio
3. Tengo que ocultarle la verdad para que no se afecte
4. No pasar un examen es humillante
5. Un verdadero profesional habría sabido qué contestar
Respuesta: 1.- juicio, 2.- desresponsabilización, 3.-
desresponsabilización, 4.- hablar en tercera persona, 5.- clasificación
(y juicio)
Práctica B
Reflexiona cómo se podrían expresar estas mismas situaciones de
forma descriptiva
1. Antonio se queda muchos días cubriendo las urgencias fuera de
su horario
2. Yo pierdo los papeles con ciertas personas
3. Decido ocultarle la verdad por mi miedo a afectarle
4. Yo me avergüenzo por haber suspendido el examen
5. En esa ocasión, no supo qué contestar
Al expresar nuestras descripciones propongo cambiar los Peros o Sin em-
bargos, por Y:
29
Desde la inconsciencia, el Pero desvaloriza nuestro primer enunciado y facilita
que la otra persona se sienta señalada:
“Eres muy cariñoso, pero me gustaría que me respondieras a los whatsapps”.
El Pero señala una falta que ensucia el cumplido previo. Sustituyéndolo por Y
añade una segunda información compatible con la primera:
“Eres muy cariñoso y me gustaría que me respondieras los whatsapps”.
Práctica
Merece la pena dedicarle un tiempo a investigar sobre el Pero y el Y
y jugar a sustituirlo cuando nos expresamos, confirmando si se vive
distinto cuando lo recibimos.
Animo a cerrar los ojos e imaginar que recibimos estas dos frases y
percibir si notamos diferencia:
Este artículo está muy bien, pero yo añadiría más citas y lo
resumiría más,
Este artículo está muy bien y yo le añadiría más citas y lo resumiría
más.
Muchas veces en consulta les comparto a mis pacientes mi extrañeza porque
cuenten su conflicto a otra personas o incluso a mi y no a la persona
directamente involucrada.
Se quejan y desahogan con la persona incorrecta. Les animo a hablarlo con
esa persona. Yo les puedo acompañar y ayudar a atreverse pero merece la pena
enfocar nuestra necesidad con la persona correcta porque si no pasamos la vida
en la queja ante el público equivocado. Así de paradójicos somos.
Este obvio señalamiento de quién debe ser el receptor de tu queja o petición
es un estímulo muy poderoso para tomar conciencia de lo que hacemos y decidir
con quién sería lógico tratarlo para resolverlo con mayor probabilidad de éxito.
En resumen:
Sería recomendable comenzar a practicar la descripción objetiva del hecho,
renunciando a etiquetar, decididos a hablar en primera persona de lo que a cada
30
uno le pasa y cómo cada uno nos sentimos y desde nuestra conciencia de lo que
elegimos hacer o decir.
En la experiencia contraria, cuando somos el receptor que recibe lo que la otra
persona comparte, es muy difícil solo escuchar y no reaccionar como un resorte
defensivo evitativo del dolor y responder:
• Aconsejando (Pues no le contestes tú a Enrique),
• Compitiendo (Uf, pues mi novio peor, a veces ni contestaba las llamadas),
• Educando (Comunicarse es un proceso complejo),
• Minimizando (Bueno, no será siempre),
• Justificando (Pobre Enrique, tendrá mucho que hacer),
• Corrigiendo (No es exactamente que no te conteste, es una demora en el
tiempo de respuesta),
• o Definiendo (Lo que a ti te molesta es no ser lo prioritario para él).
Justo lo contrario de lo que todos deseamos cuando algo nos impacta y
queremos compartirlo para sentirnos acompañados.
Muchas veces solo necesitamos ser escuchados y validados en nuestra
percepción pero culturalmente se nos enseña a actuar intentando aliviar el
enfado o la tristeza ajena.
Otras veces damos bandazos en nuestra propia necesidad de manejar
nuestras emociones cuando somos testigos del dolor ajeno, con mucha dificultad
para tolerar lo que sentimos como la impotencia por no poder ayudar.
Más tarde entenderemos cuánto ayuda solo escuchar. Escuchar con interés,
sin juicio y haciéndole ver a la otra persona que nos damos cuenta de su
emoción. No tenemos que aconsejar nada ni responder nada, solo transmitir que
le escuchamos de verdad.
Práctica
Ante la expresión, “Mi padre no me ha llamado por mi cumpleaños,
me da mucha rabia”, reflexionemos qué resorte defensivo de los
explicados supone cada comentario.
1. En un rato se te pasará
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2. Los padres a veces no llegan a todo
3. Las relaciones entre padres e hijos son complejas
4. Yo intentaría que no me afectase
5. Si te cuento lo que el padre de Víctor le hacía a él
6. En realidad, te enfadas porque no vas a recibir su regalo
Respuestas: 1.- minimizar, 2.- justificar, 3.- educar, 4.- aconsejar, 5.-
competir, 6.- definir
Describir es hacer una observación de lo que ves o escuchas sin que se
disparen todos los resortes defensivos y por ende, cuando la otra persona nos
describe su observación, necesitaríamos una intención honesta de querer
entender lo que el otro hace o dice sin reaccionar. Es difícil cuando invaden las
emociones, pero aseguro que es factible.
Se puede practicar situándonos un paso más atrás en la escena, desde una
observación externa con verdadero interés por descubrir por qué piensa, siente
y actúa así esa persona. Para no quedarnos en la capa superficial de lo que
vemos u oímos. Contenemos nuestra primera reacción visceral, anteponiendo
inicialmente la necesidad de entender a la otra persona.
Lo comparo con la intención de ejercer de periodista de un evento.
Imaginemos que nos ponemos la gorra de reportero y nos ceñimos a relatar lo
acontecido. Por ejemplo, en vez del juicio “Enrique me ignora y maltrata cuando
le escribo”, intentamos la descripción del hecho, “Enrique hoy no me ha
contestado al whatsapp que le he enviado”.
Cuando somos receptores del mensaje de otra persona es importante facilitar
que la persona se exprese de manera que nosotros tengamos seguridad de
haberle entendido, de saber lo que pretende, por un lado parafrasendo y
traduciendo lo que dice y por otro, confirmándolo después. Imaginemos que
Enrique, en nuestra confrontación sobre el whatsapp, nos dice, “La gente se
enfada porque no les contesto en seguida los mensajes, se creen que yo puedo
hacer todo a la vez”.
Parafraseamos lo escuchado y confirmamos que lo hemos entendido bien:
“¿Me estás diciendo que para ti es difícil contestarme de inmediato porque estás
haciendo otras cosas?”.
32
Es una verificación honesta con clara intención de entender a la otra persona
y también de facilitarle a él la traducción. En este ejemplo, Enrique se expresó
en tercera persona y no se responsabilizó de su emoción.
Hay que tener presentes que parafrasear y traducir lo que la otra persona ha
dicho no significa que estemos de acuerdo. Nuestra intención únicamente es
entender su perspectiva.
Para introducir el siguiente paso de la CNV, lo ideal sería si aparte de
parafrasear o redefinir lo que ha dicho la otra persona para entenderle,
pudiéramos aclarar la emoción que sospechamos que tiene. No os asustéis, esto
se ejercita, sobre todo en la medida que practiquéis antes con vosotros mismos
intuyendo la emoción que seguramente hay debajo de lo que contáis. Por
ejemplo, “Enrique, ¿me estás diciendo que te sientes enfadado y que vives
como una exigencia que yo u otras personas quieran que contestes de
inmediato?”.
Muchas veces la otra persona no se reconocerá en la emoción señalada
habiendo muchas explicaciones para este posicionamiento: puede que no se la
pueda permitir (por ejemplo reconocerse enfadado porque lo asocia a ser mala
persona), puede que desconozca el lenguaje de las emociones y conteste con lo
que piensa, no con lo que siente (por ejemplo “No me enfado, es que no me
parece bien que no se pregunten antes siestoy ocupado”), puede que porque
está desconectado de sus emociones o puede que tenga miedo a enseñar su
vulnerabilidad.
La intención de entendimiento ha de ser sincera, sino queda como un
automatismo en la repetición del discurso de la otra persona, con el riesgo de
hacerlo con un tono irónico o con un señalamiento sabelo-todo que define al
otro:”Tú te sientes enfadado porque…”.
No sabemos con certeza la experiencia y vivencia de la otra persona, solo
podemos intuir y confirmar nuestra interpretación acogiendo la opción de estar
equivocados.
Hay que prestar atención también cuando usamos adverbios que suponen una
clasificación desproporcionada, que suponen una crítica y hemos visto que
facilita la defensa o ataque de nuestro interlocutor, por ejemplo:
Nunca: Nunca me respondes las whatsapps,
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Siempre: Siempre estás ocupado,
Demasiado: Estás demasiado ocupado,
Eres: Eres un desconsiderado,
así como a dogmas: Las personas son egoístas por naturaleza,
y generalizaciones: Los financieros sois todos unos trabajo-adictos.
En relación a lo que la otra persona hace o dice y cuando no tenemos acceso
directo inmediato a esa persona para que nos explique, es importante dar
mucho margen a todo lo que no sabemos. Por ejemplo, las razones por las que
no contesta de inmediato un whatsapp y renunciar a dedicar mucho tiempo en
conjeturas con información de la que carecemos. Esto supone tolerar la
impotencia y enfado que suele emerger por no entender una conducta que
nosotros creemos inadecuada y ceñirnos a la observación. La descripción del
hecho sin más.
He sido con frecuencia testigo del inmenso daño que se produce una persona
cuando intenta entender o darle un sentido y una lógica a un comportamiento
recibido por otra persona que para ella ha sido dañino. Tendemos a dedicar
muchísimo tiempo y energía a intentar clarificarlo desde la soledad, en un
diálogo interno con nosotros mismos.
Sin ser intencionado, es un maltrato al que nos sometemos con lo que merece
la pena intentar lograr la información de primera mano con la persona que tuvo
ese comportamiento. Si esto no es factible, compensa renunciar al bucle
cognitivo en el que nos enzarzamos y dedicar la energía directamente a procesar
esa herida tolerando que nos falte información o entender las razones de la
conducta recibida.
Resumiendo el primer paso de la CNV, intentamos describir el hecho de lo
acontecido o ayudamos a nuestro interlocutor a hacer una descripción de la
observación parafraseándolo y confirmando que hablamos del mismo hecho
descriptivo.
Paso 2: Localizar la emoción
Nos toca hacer una alfabetización de adultos de lo que no nos han enseñado
de niños, incluso diría que a lo que nos han enseñado desde la infancia es a
ignorar y acallar nuestras emociones, a restarles importancia y lo más dañino de
34
todo, a pretender controlarlas o no sentirlas.
Animo, y lo explicaré en el capítulo de la gestión emocional, a despedirse para
siempre de la palabra y la ilusión de control de las emociones. El camino más
útil, coherente y sensato es manejar las emociones desde el fluir con ellas, no
desde la intención de que no aparezcan o que no las sintamos. Es tan surrealista
como pretender no respirar o no sangrar si nos hacemos una herida. Es
inherente a estar vivo. Invito a sustituir la palabra control por regulación o
gestión emocional.
Las emociones son universales: todo el mundo siente. Aunque a veces no lo
parezca, incluso las personas aparentemente más frías suelen tener un
caparazón más grueso para proteger su excesiva sensibilidad. Son espontáneas,
reactivas a lo que vivimos y todas igualmente válidas. No hay emociones buenas
o malas, las hay agradables como la alegría y desagradables como el miedo
pero todas igualmente auténticas e importantes para guiarnos.
Titulo este paso de la comunicación localizar y no solo descubrir que es como
lo recoge la CNV para ir introduciendo la dimensión física y corporal de lo que
sentimos que nos facilitará después procesarla (explicado en el capítulo 4).
El soporte o vehículo de transporte de las emociones es el cuerpo por eso es
importante empezar a jugar a reconocer y afinar la percepción de nuestras
emociones y a darnos cuenta de dónde las sentimos, para poder reintegrar al
cuerpo en nuestra forma de responder al mundo.
Otra dañina enseñanza que hemos recibido desde pequeños es la de separar
nuestro cuerpo, emoción y raciocinio, cuando somos una única unidad que se
expresa en las tres presentaciones. Todos tenemos una tendencia también a
sentir cada emoción en una zona concreta de nuestro cuerpo. Yo suelo notar el
miedo en el paladar y el enfado en la garganta o la angustia en el estómago y
es a veces la localización en mi cuerpo lo que me ayuda a saber qué emoción
siento. Percibo una sensación extraña e incomodidad en la garganta después de
hablar con una persona y desde ahí exploro y me doy cuenta por ejemplo de
una agresión por sus palabras de la que racionalmente no había sido consciente
o de la que había intentado defenderme, negándola.
Al no tener herramientas para la gestión emocional parece un mundo
complejo y nos suele dar miedo porque vivimos las emociones como oleadas
invasivas que nos desarman, cuando en realidad son mensajes de autenticidad
35
propia que nos están guiando sobre lo que queremos y quienes somos.
Manejarse bien con las emociones facilita mucho la resolución de conflictos y
no quedarse anclado en el sufrimiento. Creemos erróneamente que mirar de
frente y sentir las emociones desagradables nos será aún más doloroso y hasta
que no experimentamos el entregarnos a ellas no comprobamos que no es tan
dañino como fantaseábamos y que además logramos despedirnos
definitivamente del dolor. Aprenderemos a dejar entrar y salir las emociones en
el capítulo 4.
Para entender el peso de las emociones en nuestra vida, recomiendo el libro
El error de Descartes de Antonio Damasio que explica cómo cambió la
personalidad del famoso paciente Phineas Gage tras un accidente laboral. El
señor Gage se había lesionado los lóbulos frontales necesarios para la gestión
emocional y la toma de decisiones y a pesar de que su raciocinio estaba intacto
fue incapaz de planificar su futuro y conducirse de acuerdo a las normas
morales de la época. Necesitamos escuchar con honestidad nuestras emociones
para poder decidir con lucidez.
Las emociones nos guían: qué queremos, necesitamos y qué es importante
para cada uno y nos facilitan experimentar corporalmente como sería tomar una
decisión y no otra para poder elegir con mayor probabilidad de éxito.
Se describen cuatro emociones básicas que son fáciles de reconocer y a las
que podemos recurrir para simplificar nuestro sentir:
La alegría, la tristeza, el enfado, y el miedo.
Hay emociones más complejas, fruto de la cultura como los celos, la envidia, y
vergüenza, pero que igualmente pueden simplificarse cuando no se reconocen
fácilmente en una o en combinación de varias de las cuatro básicas.
Es muy impactante darse cuenta que de las cuatro básicas, tres son
desagradables. Sirve para tomar conciencia de lo necesario que es ampliar la
tolerancia al malestar y así poder navegar con ellas y sus mensajes de forma
más fluida.
Estamos más orientados al dolor, a estar alerta y a evitar peligros que al gozo,
por lo que tiene mucho sentido que aprendamos a manejar los sentimientos
desagradables para no dedicar nuestro tiempo a intentar artificialmente no
sentirlos y por ende a postergar la necesidad de resolver lo que nos indican.
36
Práctica
Hagamos una pequeña investigación sobre las emociones que
reconocemos y nuestra tendencia a situarla. Dónde en nuestro
cuerpo solemos sentirla cada uno ya que el patrón es individual más
allá de que genéricamente haya asentamientos diana frecuentes
como el miedo en el estómago o la rabia en las mandíbulas.
Podemos evocar una escena reciente donde nos sentimos algo
incómodos sin saber muy bien por qué y desde una curiosidad
exploradora, lograr deducir qué emoción sentimos y dónde la
notamos corporalmente.Pondré un ejemplo trivial mío ocurrido dos días antes de escribir esto:
Fui a visitar un piso con intención de alquilarlo y el portero, cuando le
pregunté dos veces el mismo dato, se mostró molesto y me contestó con un
tono despectivo: “Señorita, me parece que usted no está prestando atención, no
sé a qué viene”. Yo respondí con una sonrisa forzada, me disculpé e
internamente oculté mi incomodidad al sentirme yo necesitada de caerle bien
por si me quería quedar el piso. Cuando evoco ahora esa escena noto cómo se
me tensa la mandíbula, una sensación de presión en mi pecho y fijo la mirada.
Deduzco que es rabia tanto por el comentario recibido como por mi disimulo y
sometimiento.
Comparto un ejemplo más significativo para mí:
Hace unos años, deseaba quedarme embarazada y no lo lograba. Pasado un
tiempo empecé a sentir una tensión en la cara cuando estaba con ciertas
personas y al investigarme pude reconocer que ese malestar y la sensación de
contractura facial era envidia y enfado al ser testigo del embarazo de personas
alrededor mío que yo no apreciaba y a las que juzgaba considerándolas no
merecedoras de esa suerte.
Tomé conciencia además de que a la envidia le añadía enfado incluso
vergüenza por sentirla, porque contradecían mi intención de no ser mala
persona es decir, envidiosa.
Desde la sinceridad pude acoger toda esa amalgama de emociones y
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despedirme de ellas para dedicar mi energía y atención a mi propio cuidado y
consuelo, no a envidiar a otros.
El necesario proceso de acogimiento y aceptación previo a cualquier cambio,
lo explicaré en el capítulo 5.
Práctica
Comencemos también a ampliar, desde la diversión que produce
descubrir, no desde la exigencia de saber, nuestro vocabulario sobre
las emociones y sentimientos.
Del listado aquí añadido, pensad en qué momento de vuestra vida
habéis podido sentiros con alguna de esas emociones e intentad
descubrir dónde en vuestro cuerpo soléis sentirlas.
Ejemplos de emociones/sentimientos:
Agradecido
Abatido
Asombrado
Conmovido
Curioso
Contrariado
Desolado
Estupefacto
Envidioso
Frustrado
Inspiriado
Impaciente
Meláncolico
Maravillado
Pesimista
Rencoroso
Empezamos así a familiarizarnos con la riqueza de emociones
descritas, añadimos la percepción corporal y empezamos a darle
importancia al hecho de escucharnos.
Para aclarar los conceptos de emoción y sentimiento, ya que solemos
utilizarlos indistintamente, consideramos que la emoción es la vivencia corporal,
aguda y menos duradera y que el sentimiento es la elaboración consciente,
interviene la cognición que aparece después y es más duradera. Por ejemplo,
puedo reconocer con el malestar en mi estómago que tengo miedo y después
elaborar el sentimiento de indefensión.
Recordemos que según nos vamos preguntando cómo nos sentimos es fácil
descubrir que tendemos a responder con un pensamiento. Ante la pregunta
sobre el cómo te sentiste cuando Enrique no te respondió el mensaje, es fácil
escuchar “Siento que no le importo” o “Sentí que está demasiado ocupado”.
Ambos son ejemplos de pensamientos, no de sentimientos, como sería: “Me
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sentí triste” o “Me enfadé”.
Además de la tendencia a ignorar los sentimientos y de la separación artificial
del cuerpo, cognición y emoción, hay otro sesgo cultural que dificulta nuestra
percepción de las emociones y es la crítica a mirarnos a nosotros mismos como
si fuera incompatible darle importancia a los demás y a nosotros mismos al
mismo tiempo. De hecho lo artificial es anularnos nosotros.
Suele haber una tendencia a considerarnos ególatras si le damos importancia
a nuestro sentir. Y a la dificultad de aprender a reconocer nuestra emociones se
une el juicio que hacemos por mirarnos y su consecuente malestar,
frecuentemente en forma de culpa.
Es llamativo escuchar a algunos pacientes generalmente al comienzo de la
terapia comentarios autocríticos por sentir que están mirándose mucho el
ombligo o porque perciben que últimamente solo hablan de sí mismos. Con
razón han tenido que venir a terapia para empezar a equilibrar su excesiva
mirada a los demás y su ignorancia hacia sí mismos.
Anita Moorjani en su libro ¿Y si esto ya es el cielo? hace una sencilla metáfora
para entender la necesidad de mirarse a uno mismo que a veces se denomina
ego y la necesidad de estar y ser conscientes. Anima a imaginar que nacemos
con nuestro ego: saber quiénes somos, qué queremos, y qué es importante para
nosotros y con nuestra consciencia: darse cuenta, estar despiertos, el sentido de
la vida y la importancia de la conexión humana. Nacemos con ambas
capacidades al máximo y con un mando a distancia para modularlos. Si
reducimos la cantidad de consciencia y mantenemos mucho ego nos
desconectamos de los demás y estaremos excesivamente centrados en
nosotros. Si reducimos en exceso la cantidad de ego y mantenemos al máximo
la consciencia, nos anulamos nosotros y convertimos la vida en algo artificial al
excluirnos del género humano. En ambos casos se genera un desequilibrio. Lo
ideal, explica, sería mantener ambos al máximo, ego y consciencia, adquiriendo
así sentido la expresión que con frecuencia escuchamos de que no puedo querer
a los demás si no me quiero primero a mí mismo.
Sería sensato por tanto tolerar en uno mismo y en los demás que al inicio de
una terapia, de una formación o de talleres para adquirir herramientas
psicológicas pueda ser llamativa la tendencia a la autoobservación o al análisis
de todas las acciones propias. Esta tendencia tiene sentido porque aprender
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algo nuevo supone dar bandazos hasta encontrar el equilibrio; cuando una
persona ha estado mucho tiempo sometida a los deseos ajenos y empieza a
practicar la asertividad al principio a veces es excesivamente firme y brusca en
su nuevo lenguaje hasta que lo domina y surge de manera espontánea y
proporcional.
Es fácil también confundir una emoción con la interpretación del hecho en sí.
Por ejemplo decir “Me siento incomprendido” no es una emoción. La emoción
puede ser la tristeza porque creo que no me comprenden o “Me siento
humillado” vuelve a ser la interpretación del hecho. Lo honesto sería decir que
siento rabia porque creo que me han humillado. El mismo hecho puede ser
humillante para unos y para otros no.
Una guía orientativa para distinguir las emociones de las falsas emociones
sería ver si en ese sentir hay un otro involucrado. Por ejemplo, en la expresión
“Me siento triste” no hay otro involucrado y en la expresión “Me siento
humillado”, sí lo hay. Al igual que en las supuestas emociones de abandonado,
traicionado, etc.
Práctica
De este listado, especifica cuáles son Emociones o Sentimientos y
cuáles Interpretaciones
1. Me siento desacreditado
2. Me siento satisfecho
3. Me siento invisible
4. Me siento utilizado
5. Me siento fascinado
Respuesta: 1.- Interpretación, 2.- E o S, 3.- Interpretación, 4.-
Interpretación, 5.- E o S
Quisiera también dar a conocer el concepto de Emociones parásitas. En
ocasiones creemos tener una emoción porque es la que se nos ha permitido en
nuestra educación, generalmente familiar, pero que esconden a la emoción
verdadera que no está bienvista.
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Por ejemplo, en mi familia de origen el enfado no era bien acogido con lo que
muchas veces en vez de permitirme sentir rabia lo enmascaraba con tristeza que
era mi emoción parásita. Con la repetición en el tiempo, esa asociación entre
ambas emociones se cronifica y se acaba sintiendo la emoción parásita de forma
inmediata en una situación que en realidad despierta la emoción original. Una
vez descubiertas cuáles son mis emociones parásitas, he aprendido a permitirme
el enfado y ya no me confunde la tristeza.
El problema de las emociones parásitas es que complican el procesamiento de
la emoción auténtica al dar una información equivocada de lo que sentimos. Si
me permito enfadarme puedo responder defendiéndome a lo que yo haya vivido
como agresión. Si creo que lo que siento es tristeza, me hundiré desde la pena,
impidiéndome resolver el conflicto.
Manuel recuerda múltiples ocasiones en la infanciadonde sintió miedo y
cómo recibía el rechazo por enseñar este comportamiento inapropiado a
ojos de sus cuidadores. Manuel aprendió a sustituirlo por vergüenza, que
era su segunda reacción a ese rechazo, por lo que ahora situaciones en
las que sería esperable que sintiera miedo, como cuando su jefe le
amenaza con despedirle, él siente vergüenza.
El concepto de las emociones parásitas se puede también comprender desde
la Teoría de la Asamblea Celular de Donald Hebb, 1949, que coloquialmente se
resume en que las neuronas que se disparan juntas, permanecen unidas. En el
caso de Manuel, las neuronas que se activaron de la vivencia del miedo se
asocian a las activadas por la vivencia de la vergüenza, con lo que en el futuro
las del miedo y las de la vergüenza se activan juntas. Sus conexiones se
fortalecen creando memorias asociativas fijas y constituyendo aprendizajes
rígidos.
El mismo poder que la repetición tiene para el aprendizaje dañino hay que
usarla para instalar un nuevo aprendizaje. Por ejemplo, en este caso, el permiso
para sentir miedo Manuel tiene que experimentarlo o repetidas veces para crear
una nueva huella neuronal o menos veces pero lo suficientemente impactantes
para que la huella sea instaurada. Si Manuel es consciente de esta asociación
confusa entre ambas emociones que arrastra, puede buscar situaciones donde
permitirse conectar con el miedo y expresarlo para vivenciar y luchar para que
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sea validado por ejemplo con compañeros, amigos o desconocidos. En
ocasiones, si lo reivindica con interlocutores de más peso para él, por ejemplo,
su pareja, sus padres o los cuidadores que antaño se lo negaron, es probable
que necesite menos experiencias correctivas para construir su nueva huella
neuronal que sustituya a la previa.
Hemos aprendido ya los dos primeros pasos, Describir el hecho y Localizar
nuestra emoción al respecto, teniendo presente también que podemos ayudar a
nuestro interlocutor a localizar su emoción cuando le parafraseamos.
Recordemos la importancia de expresarnos en primera persona,
responsabilizándonos de nuestra emoción, por ejemplo, “Cuando tú me quitas la
mirada al hablarte, yo me enfado”, no decimos “Me enfada que no me mires”.
No es el hecho de que no te miren lo que te enfada, sino tu interpretación
personal de ese hecho. Y así introducimos el siguiente paso:
Paso 3: Descubrir las necesidades
Como hemos visto, el mismo hecho para cada persona puede ser interpretado
de distinta manera. Quizás no recibir la mirada mientras hablo para mí puede
ser ofensivo pero para otra persona puede resultar facilitador de la conversación
al no sentirse observado y para otra persona el mismo hecho no será relevante.
La piedra
El distraído en ella tropezó,
el bruto la utilizó como proyectil,
el emprendedor, usándola construyó,
el campesino, cansado del trabajo,
de ella hizo asiento.
Para los niños fue juguete,
Drummond la hizo poesía,
David mató a Goliat, ...
Por fin;
el artista concibió la más bella escultura.
En todos los casos,
la diferencia no fue la piedra.
Sino el hombre.
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—Antonio Pereira, Apon, Brasil, 1999
Aquí entran en juego las necesidades de cada persona y para descubrirlas de
nuevo tenemos que darnos permiso para mirarnos a nosotros mismos, ser
honestos al reconocerlas y acogerlas.
Ya la palabra necesidad despierta inicialmente un recelo por la connotación de
exigencia a la que se asocia, por lo que se podría sustituir por deseo saludable.
A la vez es importante normalizar y popularizar la idea de que tener necesidades
o deseos saludables es inherente al ser humano, a su destino de realizarse.
Cuando un día le pregunté a Sonia cuáles eran sus necesidades en cuanto
a un conflicto por la amistad con una amiga, sorprendida, paralizada y
entre lágrimas me reconoció que nunca se había parado a pensar qué
quería, ni se había permitido preguntarse qué necesitaba, no ya en ese
conflicto, si no a la largo de su vida.
Descubrir las necesidades lo vivenció como un despertar, por el alivio de
descubrir que era algo lógico y esperable en cualquier persona. Con
mucha ilusión las siguientes semanas se dedicó a experimentar, a
cuestionarse qué quería en muchas facetas de su vida y a comparar con
otras personas si también se identificaban en esas necesidades como por
ejemplo querer compromiso en la amistad.
Hay que distinguir entre el estímulo que despierta una emoción y la causa de
esa emoción. Por ejemplo, yo me puedo enfadar porque no me contesta Enrique
al whatsapp pero la causa del enfado no es que Enrique no me conteste, ese es
el estímulo. La causa de mi enfado es que no siento satisfecha mi necesidad de
ser prioritaria para él.
Hay muchas publicaciones y clasificaciones en relación a las necesidades, la
más popular es La pirámide de Maslow en cuanto a necesidades generales a
satisfacer del ser humano (ver Figura 1) pero aquí vamos a hablar de las
necesidades en cuanto a las relaciones sociales.
Figura 1. La pirámide de Maslow
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Los siguientes son múltiples ejemplos de necesidades comunes y universales
para nuestra autorealización y paralelamente cada uno tiene que reflexionar
sobre otras necesidades suyas propias.
El profesor Rof Carballo hablaba de tres necesidades básicas desde que
nacemos. La de encontrar respaldo en un grupo, de preferencia el familiar, la de
estar supeditado a alguien con autoridad que le oriente en el manejo de la
realidad externa, y en tercer lugar la necesidad, no menos imperiosa que las
otras dos, de ser protagonista, de distinguirse de los demás, de desarrollar de
manera independiente, autónoma, su pequeña persona. Es decir, hablaba de
Pertenencia, Apoyo en alguien más sabio y de Identidad.
Richard Erskine en su libro Más allá de la empatía, hace referencia a ocho
necesidades relacionales, observadas en el trato con su pacientes, como algo
generalizable, universal y esperable a lo largo de todo el ciclo vital:
• Necesidad de seguridad: poder enseñarnos sin sentirnos humillados,
criticados o juzgados, sin miedo a perder el respeto o el afecto de la otra
persona.
• Necesidad de valoración: de ser aceptado, valorado y validado en nuestros
pensamientos, creencias, gustos e identidad por el otro, sin que tenga que
estar de acuerdo conmigo.
• Necesidad de poder recurrir a una persona más sabia que ofrezca guía,
acompañamiento o protección; alguien estable y confiable. Esta necesidad
incomoda a quienes mal entienden el concepto de autonomía. Es compatible
ser adulto y autónomo y a la vez beneficiarse del alivio de poder recurrir a
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alguien.
• Necesidad de hacer impacto: que nuestra interacción impacte en el otro,
que deje huella, que seamos tenidos en cuenta, reconocidos.
• Necesidad de autodefinición: poder expresar y mostrar lo que nos identifica
y define, nuestra singularidad.
• Necesidad de reciprocidad: tener experiencias compartidas, de sentirnos
comprendidos al compartir vivencias similares
• Necesidad de que el otro tome la iniciativa: que de la otra persona nazca
una acción, acercamiento o iniciativa que nos hace sentirnos reconocidos.
• Necesidad de expresar afecto y gratitud: poder expresar a los demás
nuestra gratitud y aprecio.
Recojo aquí algunos de los 11 grupos de necesidades que aparecen desde la
infancia que han recogido un equipo de psicólogas en Madrid, Instituto Avanza,
con 55 cartas de apoyo para la terapia (Avanzalupas):
• Necesidad de autoestima y amor (compartir tiempo, ser escuchado, mirado
y atendido, ser tocado con respeto y cariño, de que me quieran como soy,
etc.)
• Necesidad de seguridad, protección y reparación (ser informado, preparado
y partícipe de las situaciones difíciles, de aprender a defenderme, de ser
acompañado en los duelos, etc.)
• Necesidad de desarrollo y regulación emocional (de aprender a manejarme
con las emociones, de poder ser a veces independiente y otras dependiente,
etc.)
• Necesidad de relaciones sociales (de aprender a no ser aceptado por todos,
de entrenar habilidades sociales, de aprender a resolver conflictos, de
desarrollar adecuadamente el poder,

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