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This page intentionally left blank FILOSOFÍA DE LA PSICOLOGÍA Colección Manuales Universitarios Pedro Chacón Fuertes, Víctor Luis Guedán Pécker, José Antonio Guerrero del Amo, Juan Hermoso Durán, Juan Ignacio Morera de Guijarro, Mariano Rodríguez González FILOSOFÍA DE LA PSICOLOGÍA BIBLIOTECA NUEVA Cubierta: A. Imbert 2ª Edición: 2009 © Los autores, 2001, 2009 Biblioteca Nueva S.L., Madrid, 2001, 2009 Almagro, 38 - 28010 Madrid (España) www.bibliotecanueva.es editorial@bibliotecanueva.es ISBN: 978-84-7030-990-8 Depósito Legal: M- -2009 Impreso en Rógar S.L. Impreso en España - Printed in Spain Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunica- ción pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. ÍNDICE This page intentionally left blank Capítulo Primero.—La noción de paradigma y su aplicación a la psicolo- gía, por Víctor Luis Guedán Pécker ............................................................ 11 I LA RELACIÓN MENTE-CUERPO Capítulo II.—Aproximación histórica al problema mente-cuerpo, por Juan Ignacio Morera de Guijarro .......................................................................... 49 Capítulo III.—El dualismo interaccionista de Popper y Eccles, por Juan Ignacio Morera de Guijarro........................................................................... 65 Capítulo IV.—El conductismo filosófico, por Mariano Rodríguez Gon- zález ............................................................................................................... 83 Capítulo V.—Fisicalismos, por Pedro Chacón Fuertes y Mariano Rodríguez González......................................................................................................... 97 Introducción, por Pedro Chacón Fuertes .................................................... 97 5.1. La Teoría de la Identidad, por Pedro Chacón Fuertes ..................... 100 5.2. El Materialismo Eliminativo, por Mariano Rodríguez González ..... 109 Capítulo VI.—Funcionalismo, por Pedro Chacón Fuertes ............................ 117 Capítulo VII.—La computadora como metáfora, por Víctor Luis Guedán Pécker ............................................................................................................ 135 Capítulo VIII.—El naturalismo biológico, por José Antonio Guerrero del Amo ............................................................................................................... 153 II CONCIENCIA Y PERSONA Capítulo IX.—Perspectivas actuales sobre la conciencia, por José Antonio Guerrero del Amo ......................................................................................... 171 Capítulo X.—Una revisión funcionalista de la conciencia: Dennett, por Juan Ignacio Morera de Guijarro ................................................................. 205 Capítulo XI.—Intencionalidad y contenido mental, por Mariano Rodrí- guez González ............................................................................................... 221 Capítulo XII.—La teoría representacional de la mente de Jerry Fodor, por Juan Hermoso Durán .................................................................................... 245 Capítulo XIII.—El problema de la identidad personal, por Mariano Rodrí- guez González ............................................................................................... 279 Bibliografía ......................................................................................................... 303 10 Índice Capítulo primero La noción de paradigma y su aplicación a la psicología Víctor Luis Guedán Pécker Basta una rápida mirada al panorama de la psicología para percibir un universo rico, pero caótico, de ámbitos, enfoques, escuelas, metodologías, teorías, etc. Esa condición proteica hace que, más que ninguna otra ciencia, la psicología presente serias dificultades para precisar sin ambigüedades res- puestas a preguntas de naturaleza filosófica, que, sin embargo, determinan la orientación en el trabajo de los psicólogos. ¿Qué puede esperarse de la evolu- ción actual de esta ciencia? ¿Puede confiarse en la unificación futura de la psi- cología bajo una única teoría general? ¿Qué características debe ofrecer una teo- ría para ser aceptada como parte de esta ciencia? ¿Qué relación debe guardar la psicología con otras ciencias tales como la medicina, la biología o la sociología? ¿Hasta qué punto debe tomar en cuenta la voz de la filosofía o de otros saberes no científicos? La contestación rigurosa a estas y otras preguntas básicas refe- ridas a la ciencia psicológica es difícil. Ahora bien, sean cuales sean esas res- puestas, habrán de armonizar, siempre, con nuestra comprensión de la natu- raleza de la ciencia, en general, entendiendo las garantías racionales en que se asienta, y que la diferencian de las demás formas de saber, y reconociendo los mecanismos que gobiernan su evolución y aseguran su progreso. Casi desde los mismos momentos de la fundación de la psicología como ciencia, y, por lo menos, hasta mediado el siglo xx, dominó todas estas cuestio- nes un modelo explicativo conocido bajo la denominación de «positivismo». El positivismo tenía respuestas aparentemente satisfactorias para la mayor parte de esas preguntas, concediendo al psicólogo los fundamentos necesarios para precisar el objeto de sus investigaciones, y los métodos adecuados y legítimos 12 V. L. Guedán Pécker 1 Así, por ejemplo, uno de los ataques más tempranos y enérgicos contra el positivismo se debe a la pluma de Lenin, que en su obra Materialismo y empiriocriticismo hacía frente a las tesis de Avenarius —amigo y colaborador de Wundt— y de Mach, las dos principales figuras del positivismo en las últimas décadas del siglo xix y primeras del xx. Desde la aparición de esa obra en 1908, la posición antipositivista del marxismo ortodoxo ha sido constante. para alcanzarlos. Un resumen lo más económico posible, del ideario positivis- ta, esperando a mejor momento para poder exponerlo con más detalle, se con- densa en las siguientes palabras de David Hume (párrafo citado por Ayer, con un propósito similar al mostrado aquí, en Ayer, 1959-1986, 15): Tomemos en nuestra mano, por ejemplo, un volumen cualquiera de teo- logía o de metafísica escolástica y preguntémonos: ¿Contiene algún razona- miento abstracto acerca de la cantidad y el número? ¿No? ¿Contiene algún razonamiento experimental acerca de los hechos y cosas existentes? ¿Tampo- co? Pues entonces arrojémoslo a la hoguera, porque no puede contener otra cosa que sofismas y engaño. Aún hoy, muchos científicos se mantienen anclados en el positivismo, ori- llando cualquier saber que no verse sobre «cantidades y números», o «expe- rimentos acerca de los hechos y cosas existentes», y asumiendo, en definitiva, que hay un tipo de saber —y sólo uno— capaz de progresar, acumulando conocimiento de modo constante y seguro: la ciencia. Y ello a pesar de que cabe hacer dos objeciones poderosas a este marco explicativo positivista: a) Su visión de la historia de la ciencia como un proceso ininterrumpido de acumulación progresiva de conocimiento bien fundamentado racional- mente, choca con las conclusiones que se derivan de los estudios más riguro- sos llevados a cabo por los propios historiadores. b) Las garantías filosóficas sobre las que el positivismo pretende fundar el valor del conocimiento científico no resisten una crítica filosófica rigurosa. En las últimas décadas, la historiografía de la ciencia ha ofrecido una visión alternativa de la evolución histórica de las distintas disciplinas científi- cas, apoyándose, de modo más o menos explícito, en la nociónde paradigma. Y, a su vez, en torno a esta nueva categoría historiográfica, una nueva filoso- fía de la ciencia ha llevado a cabo la crítica de los supuestos filosóficos en que se asentaba la visión positivista de la ciencia, alumbrando una nueva forma de concebir el conocimiento científico y sus relaciones con otros saberes. No es, desde luego, ésta la única trinchera desde la que se ha disparado contra el positivismo; pero sí la que ha mostrado una mayor influencia en los científi- cos, en general, y en los psicólogos, en particular1. El propósito de este trabajo es introducir al alumno en los dos marcos explicativos citados, haciéndole conocer las causas de la entronización, pri- mero, y del fracaso, después, del positivismo como visión dominante de la naturaleza de la ciencia; así como las consecuencias que la nueva filosofía de La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 13 2 Ése es precisamente el significado etimológico de «método»: «camino seguro». 3 Cfr. W. C. Dampier, Historia de la ciencia, Madrid, Tecnos, 1972, pág. 227. la ciencia tiene para la comprensión de la psicología, su naturaleza, historia y expectativas. Para la primera de estas dos tareas, se adoptará aquí una pers- pectiva diacrónica, mostrando los jalones más significativos en la historia del positivismo. Para la segunda, se abordará el estudio sistemático de la noción de paradigma y se mostrarán algunas de las principales consecuencias que dicha noción conlleva, por lo que atañe a la psicología. 1.1. PRIMERA PARTE: DEL POSITIVISMO A LA NUEVA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 1.1.1. El positivismo decimonónico Es un dato significativo que el positivismo se constituyese en filosofía domi- nante en el ámbito científico en uno de los momentos de mayor esplendor del desarrollo de las ciencias: la primera mitad del siglo xix. Desde que los grandes astrónomos renacentistas, Copérnico, Képler y Galileo, parece que encontra- ron un «camino seguro» para la ciencia, es decir, el método científico2, la física había mostrado una capacidad de progresión inmensa. De hecho, sólo siglo y medio después, Newton pudo publicar sus Principios matemáticos de la filoso- fía natural (1687), obra que venía a consumar la primera gran síntesis de la cien- cia moderna; capaz de mostrar la estructura y leyes del universo. A partir de ahí, el Método promovió el desarrollo igualmente espectacular de otras ramas de la física: óptica, hidrodinámica, electricidad… No es, pues, de extrañar que, tomando a la física como modelo, otros saberes buscasen su transformación en ciencias empíricas. A lo largo del s. xviii, aparecieron figuras relevantes para la ciencia, en ámbitos distintos a los de la física; por ejemplo, Linneo, para las ciencias naturales, y Lavoisier, para la química. Pero es el siglo xix el que verá la definitiva instauración y el despliegue poderoso de un gran número de cien- cias nuevas: química, botánica, zoología, bacteriología, termodinámica, biolo- gía y un largo etcétera en el que hay que incluir, en las postrimerías de esta cen- turia, a la psicología. No es, por tanto, errada la consideración de este siglo xix como el verdadero comienzo de la era científica3. Pues bien, el positivismo es una corriente filosófica pujante en ese siglo y que participó, al mismo tiempo, de características del empirismo inglés y del idealismo alemán, adaptándolas a esa buena nueva del desarrollo espectacu- lar de las ciencias decimonónicas: a) Al igual que el empirismo, sostuvo que sólo debe ser considerado como verdadero conocimiento acerca de la realidad (esto es, como saber posi- tivo) aquel que esté anclado en la experiencia sensible; y éste no es otro que la ciencia. Ninguna otra forma de saber es, pues, aceptable. 14 V. L. Guedán Pécker b) De manera semejante al idealismo, entendía la historia como el desen- volvimiento progresivo del Espíritu, desde las formas más arcaicas de inter- pretar la realidad y de organizar la vida humana hasta las más avanzadas; aun- que ahora el Espíritu no estará encarnado principalmente —como para los idealistas— en la metafísica, con su sucesión inútil de sistemas y escuelas, sino en la fundación y desarrollo de las distintas ciencias. La figura principal del positivismo decimonónico es el filósofo francés Augusto Comte. Su interpretación de la naturaleza de las relaciones entre religión, metafísica y ciencia está expuesta en las páginas de su Curso de filo- sofía positiva (1830-1842), como una ley que rige la evolución de la historia: la Ley de los tres estadios. La idea de Comte es que el progreso está marcado por la sucesión de tres estadios, en cada uno de los cuales el espíritu humano ha ido adquiriendo un nivel superior de comprensión de la realidad: 1. Estadio teológico.—Corresponde al nivel en el que se explican las cau- sas últimas de las cosas recurriendo a agentes sobrenaturales. Estas explica- ciones se fundan más en la imaginación que en la razón. Dentro de este esta- dio es posible, con todo, la distinción de tres subestadios que revelan un proceso de desarrollo racional de las religiones: fetichismo, politeísmo y mono- teísmo. 2. Estadio metafísico.—En este estadio se explican las causas últimas sus- tituyendo los agentes sobrenaturales por realidades abstractas, tales como el ser, la sustancia, la esencia… Si bien supone un avance respecto del estadio teológico, al abandonar el recurso a causas trascendentes al mundo, y ofrece, él mismo, su propio desarrollo interno, aún prima, según Comte, la imagina- ción sobre la razón crítica. 3. Estadio positivo.—En este estadio se reconoce la imposibilidad de explicar racionalmente la realidad por sus causas últimas y se sustituye ese tipo de explicación por el establecimiento de leyes, es decir, de relaciones entre variables. Dicho de otro modo: se abandona el empeño por explicar por qué ocurren las cosas, para conformarse con mostrar cómo suceden los fenó- menos observados. Para Comte, este último estadio, que es el originado tras la aparición de la ciencia moderna a partir del Renacimiento, representa el definitivo. A su juicio, el espíritu humano habría descubierto, al fin, la vía segura hacia el conocimiento, una vez desembarazado de pretensiones que exceden sus fuer- zas (aspiraciones tales como el descubrimiento de las causas últimas); pudien- do desplegar, así, todas las capacidades de su razón crítica. Dentro del estadio positivo puede observarse, de todos modos, un cierto progreso, pues las cien- cias han ido independizándose de la metafísica a lo largo de los siglos, empe- zando por aquellas ciencias que investigan lo más simple, y terminando por las que estudian lo más complejo. Este proceso de constitución de las cien- cias presenta, según Comte, las siguientes etapas, en la búsqueda de leyes naturales universales: fundación de las matemáticas (base de las demás cien- La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 15 4 El concepto alemán Weltanschauung, que suele ser traducido inadecuadamente por cos- movisión, recogía esas aspiraciones de la filosofía sobre las ciencias. 5 Se cita a menudo, como señal del desencaminamiento de la filosofía idealista de la época, que en su tesis de habilitación como profesor extraordinario en la Universidad de Jena, titulada De orbitis planetarum (1799), Hegel criticó agresivamente la visión newtoniana de la ciencia; al tiempo que defendía la imposibilidad lógica de que hubiera algún cuerpo estelar entre Júpiter y Marte… justo unos meses antes de que científicos «newtonianos» descubrieran precisamente en esa localización el asteroide Ceres. 6 Cfr. A. Comte (1830-1842), Curso de filosofía positiva, París, vol. I, pág. 32. cias), siguiendo con la de la astronomía, la física, la química y la biología, hasta llegar a la más compleja de todas, la sociología, de la que Comte será su prin- cipal inspirador. El éxito de las tesis positivistas fue incontestable entre los científicos. Las razones de este triunfo no son ajenas a una larga disputa, iniciada a principios del siglo xix, entrefilosofía y ciencia, en la que la primera se presentaba a sí misma como capaz de establecer síntesis de la máxima generalidad, tomando, para ello, como materiales los conocimientos fragmentarios que ofrecían las distintas ciencias particulares, y desechando, de entre ellos, como espurios aquellos que ofrecieran inconsistencia lógica con la síntesis establecida4. Sin embargo, el conocimiento científico iba aumentando a tal velocidad que era prácticamente imposible que nadie pudiera estar al tanto del mismo, en todas sus ramas. Por eso no es de extrañar que el empeño descomunal de Hegel, procurando plasmar en una síntesis general todos los saberes, diera unos resultados que muchos científicos consideraron poco menos que absurdos5. Por el contrario, el positivismo era una filosofía que venía a sancionar la defi- nitiva mayoría de edad de las ciencias respecto de la metafísica, y su consi- guiente derecho a desarrollarse sin la tutela de ésta. Así, durante buena parte del siglo xix, mientras que la filosofía académica era dominada por el hege- lianismo, el positivismo se constituyó en el marco filosófico abrazado por los científicos para establecer las relaciones entre ciencia, filosofía y religión. ¿Y la psicología? ¿Cuál era la posición del positivismo respecto de ella? Comte había rechazado sus pretensiones de constituirse, también ella, en saber positivo: la psicología, a su juicio, ni era una ciencia ni podría llegar a serlo. Para empezar, Comte negaba la existencia de un núcleo de la vida psí- quica, un soporte de los fenómenos mentales, una sustancia mental que pudiera ser el objeto de estudio de la psicología. La postulación de ese «yo» sustancial le parecía una hipótesis indemostrable y científicamente superflua; resto de las representaciones teológicas del alma. Sólo existe, en definitiva, una corriente de fenómenos mentales; pero, aun asumiendo esto, para Comte no hay modo de observarlos científicamente, dado que la introspección resul- ta una vía incompatible con los criterios de objetividad del método científico: El individuo pensante no puede dividirse en dos, uno de los cuales razonaría mientras que el otro lo vería razonar. Siendo el órgano observado y el órgano observador, en este caso, idénticos, ¿cómo podría realizarse la observación?6 16 V. L. Guedán Pécker 7 El problema de la autonomía de la psicología respecto de la biología subsiste aún hoy, cuando determinadas posiciones materialistas respecto de la naturaleza de la mente (el llama- do materialismo eliminativo) postulan que, tarde o temprano, las neurociencias terminarán por desvelar todos y cada uno de los secretos de la mente, haciendo, así, de la psicología una reli- quia del pasado. 8 No todo el mundo estuvo de acuerdo en que la psicología siguiera esa senda. Así, filó- sofos como Franz Brentano o Wilhelm Dilthey criticaron, desde los primeros momentos, estos empeños de «naturalización» de la psicología, que a juicio de ambos eran incompatibles con la naturaleza peculiar de los fenómenos psíquicos respecto de los fenómenos físicos. Por otra parte, las críticas marxistas al positivismo, a las que ya hemos hecho referencia en una nota anterior, habían de afectar necesariamente al propósito de transformar la psicología en «cien- cia positiva». La objeción fundamental era que tal empresa presuponía la descontextualización histórica de los fenómenos psíquicos y, en consecuencia, la alteración irremediable de su sig- nificación. Sin embargo, ni estos ni otros ataques posteriores consiguieron alterar dicho pro- ceso de naturalización. La única aproximación científica, aunque indirecta, al estudio de los fenóme- nos mentales estaría, a juicio de Comte, en la frenología de Gall, según la cual, pueden establecerse interrelaciones entre las formas craneanas, las características anatómicas del cerebro y las capacidades intelectuales y morales del individuo. En este contexto tan poco propicio para ella, la psicología, siguiendo la estela de la física, pugnó, durante la segunda mitad del siglo xix, por consti- tuirse en un saber positivo, perfilando un objeto de estudio que le hiciera hueco entre la biología y la sociología, y buscando procedimientos para con- vertir la introspección en un método riguroso, objetivo y fiable7. Nombres como los del alemán Wilhelm Wundt, el inglés Edward Titchener y todos los miembros del estructuralismo están ligados a ese empeño8. Esa adopción de la física como modelo, tanto por parte de la psicología como por la de las demás ciencias, ha propiciado, a la postre, que la filosofía de la ciencia haya sido tradicionalmente, y antes que nada, una filosofía de la física, de la que, con posterioridad, se han derivado concepciones aplicables al resto de las ciencias, dato importante para comprender la presencia, en las próximas páginas, de referencias constantes a la historia de la física. 1.1.2. El positivismo lógico El rechazo del hegelianismo entre los científicos tuvo una consecuencia indeseable. Tal y como escribía ya en 1862 el gran físico y naturalista alemán Hermann von Hemlholtz: los filósofos acusaban a los científicos de estrechez mental, y los científicos a los filósofos de locos. Con esto los hombres de ciencia empezaron a comentar la conveniencia de desterrar de su trabajo toda clase de influen- cia filosófica; y algunos, incluso entre los talentos más agudos, llegaron a condenar totalmente a la filosofía, no sólo como inútil, sino como positiva- mente dañina, además de fantástica. El resultado fue, fuerza es confesarlo, que no contentos con repudiar las pretensiones ilegítimas que quería arro- La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 17 9 Cfr. W. C. Dampier, Historia de la ciencia, Madrid, Tecnos, 1972, pág. 318. 10 Cfr. R. Carnap (1966), Fundamentación lógica de la física, Buenos Aires, Editora Suda- mericana, 1969, pág. 250. 11 En un artículo de 1913, Angell, maestro de Watson, pronosticaba que la conciencia estaba a punto de desaparecer del ámbito de la psicología científica. Con ello se hacía eco de su paulatina pérdida de peso en la explicación psicológica, y profetizaba el advenimiento cer- cano del conductismo. 12 Así, por ejemplo, el gran físico positivista Ernst Mach dudaba de que los átomos exis- garse el sistema hegeliano sobre todas las demás ramas del saber, preten- diendo que todas se subordinasen a él, cerraron también sus oídos a las reclamaciones justas de la filosofía, es decir, a su derecho a criticar las fuen- tes del conocimiento y la definición de funciones del entendimiento9. Lo peor es que esas «reclamaciones justas de la filosofía» se refieren a pro- blemas que el propio científico no puede soslayar en el ejercicio de su activi- dad. Como escribiría un siglo después Rudolf Carnap, uno de los principales filósofos positivistas del siglo xx, Aunque siempre sea necesario distinguir la labor del científico empíri- co de la del filósofo de la ciencia, en la práctica habitualmente las dos se confunden. Un físico activo constantemente se enfrenta con cuestiones metodológicas. ¿Qué tipo de conceptos usar? ¿Qué reglas gobiernan estos conceptos? ¿Mediante cuál método lógico puede definir sus conceptos? ¿Cómo puede unir los conceptos en enunciados y éstos en un sistema, o teoría, lógicamente conexo?10 Pues bien, para la física, este tipo de cuestiones se hizo acuciante en las primeras décadas del siglo xx, con la aparición de la Teoría de la Relatividad y de la Mecánica Cuántica. Así, por ejemplo, el empeño generalizado en los positivistas decimonónicos por eliminar de las ciencias conceptos que hicie- ran referencia a realidades inobservadas, bajo sospecha de tratarse de nocio- nes metafísicas —lo que para ellos no era algo muy distinto de los mitos reli- giosos—, se vio truncado en la física con la aparición de estas teorías. En efecto, mientras que, por ejemplo, la psicología iba, poco a poco, arrumban- do nociones tales como «mente», «conciencia» o «intencionalidad»11, los físi- cos introducían las de «átomo», «electrón» o «fotón», sin disponerde verda- deros fundamentos empíricos para sostener su existencia real, y sólo porque tales conceptos permitían resolver cuestiones importantes para su ciencia. Ahora bien, una vez postulados tales conceptos teóricos, ¿debía pensarse que correspondieran a realidades aún inobservadas, de manera que fuera tarea de la física la de llegar a constatar empíricamente su existencia?, ¿o bien se tra- taba de meros constructos teóricos con valor instrumental y destinados a ir desapareciendo, conforme las teorías fueran ajustándose más a «lo dado» por los sentidos? En esa época, se defendieron ambas posturas por parte de los más prestigiosos físicos; y la cuestión no era intrascendente para establecer el valor de una teoría, así como las líneas de investigación futuras12. 18 V. L. Guedán Pécker tieran; y fue Albert Einstein quien demostró en 1906 su existencia. Ahora bien, los modelos diseñados acerca de la estructura del átomo proponían la existencia de partículas subatómicas, ante el escepticismo del no menos genial Erwin Schrödinger, quien, a mediados de los años 20, disponía de argumentos para poner en duda su existencia. El límite, en la introducción de este tipo de «realidades» subatómicas, está hoy en la noción de «supercuerda», con la que algunos teóricos se refieren a lo que sería el componente básico de toda la materia: a menos que haya algún gran descubrimiento tecnológico, a día de hoy, y para poder disponer de instrumentos capaces de comprobar o no la existencia de supercuerdas, se necesitaría construir un acelera- dor de partículas de dimensiones mucho mayores que el sistema solar. Como eso es, obvia- mente, imposible, ¿es legítimo que los físicos de la materia sigan usando esas nociones? Cfr. J. Horgan (1994), «La metafísica de las partículas», publicado en Investigación y Ciencia, abril de 1994. 13 Por ejemplo, la teoría relativista y, en mayor grado aún, la mecánica cuántica ofrecen una visión del mundo natural contraintuitiva, hasta el punto de que, en muchos aspectos, es incomprensible incluso para los mismos científicos. De este modo, la presunción clásica de que las teorías científicas debían ayudar a comprender la realidad se vio truncada: ahora se podía esperar de ellas que permitieran medir, prever, controlar; pero no comprender. No era éste el único problema epistemológico al que se debían enfrentar acuciantemente los físicos13. Así lo entendió Moritz Schlick, un físico intere- sado por las repercusiones filosóficas de estas teorías, que en 1922 ocupó la Cátedra de Ciencias Inductivas de la Universidad de Viena, uno de los focos positivistas más importantes de Europa, desde hacía casi tres décadas. En torno a Schlick se reunieron científicos, lógicos y filósofos, en lo que se ha venido en llamar el Círculo de Viena; y en su seno, principalmente, se gestó el positivismo lógico, que habría de imperar en la filosofía de la ciencia de la primera mitad del siglo xx. Idea rectora de los componentes del Círculo de Viena fue la de utilizar los impresionantes avances en lógica, ocurridos en torno al cambio de siglo, para desentrañar la naturaleza racional de las teo- rías científicas y para anclar empíricamente las nociones científicas cuyo refe- rente real era problemático (de ahí el calificativo de «lógico», para esta ver- sión novedosa del positivismo decimonónico). Advirtiendo de que las avenencias entre los miembros del positivismo lógico no fueron nunca totales, las principales tesis defendidas en su seno pueden ser resumidas en los puntos siguientes: a) La unidad de análisis para la filosofía de la ciencia es la teoría, enten- dida básicamente como un conjunto de enunciados referidos a las leyes que gobiernan un ámbito concreto de la realidad, e interaccionados de modo más o menos rígido. b) La filosofía de la ciencia debe tener como propósitos el de desentrañar la estructura lógica de las teorías científicas, así como el de descubrir su fun- damentación racional. • Dicho de otro modo: lo importante no es cómo se ha llegado a imagi- nar y postular una teoría (problemas que constituyen el contexto de des- cubrimiento), sino qué hace de ella una teoría científica y qué garantías La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 19 14 Esta distinción entre contextos de descubrimiento y de justificación fue propuesta, por primera vez, por Hans Reichenbach, en un trabajo de 1938, Experience and Prediction. An Analisis of the Foundations and Structure of Knowledge, Chicago University Press. 15 Según Carnap, un ejemplo de regla de correspondencia sería éste: «La temperatura (medida por un termómetro, por lo cual se trata de un observable…) de un gas es proporcio- nal a la energía cinética media de sus moléculas». De ese modo, se liga el concepto teórico «energía cinética media de las moléculas» a un término observacional. Un ejemplo de lo que debería ser considerada una regla de correspondencia, en psicolo- gía, es la afirmación siguiente: «A partir de un cociente intelectual medido de menos de 70 se considerará al individuo deficiente intelectual». De este modo, ‘deficiente intelectual’, que es un término teórico, queda, mediante esta regla, dotado de contenido empírico, siempre que existan procedimientos objetivos y rigurosos para medir el CI. 16 El modelo clásico de axiomatización es la geometría euclidiana, en la que, a partir de cinco únicos axiomas, se derivan matemáticamente todos los teoremas de esta geometría. racionales ofrece, en su condición de científica (cuestiones que forman el contexto de justificación)14. • De esta manera, lo que ahora caracteriza a la ciencia no es tanto el uso de un determinado método (asunto que corresponde al contexto de descubrimiento y por el que se guiaban los antiguos positivistas para discriminar la ciencia de lo que no lo es) cuanto la fundamentación lógico-empírica de sus teorías (problema que atañe al contexto de jus- tificación y que será usado por los positivistas lógicos para llevar a cabo esa discriminación). • Un presupuesto del positivismo lógico es que las distintas ciencias com- parten, en lo esencial, métodos de investigación, estructuras lógicas y fundamentos filosóficos. c) Esa estructura de las teorías científicas, investigada en el contexto de justificación, permite distinguir en ellas los componentes siguientes: • Existe siempre una base observacional independiente y previa a la for- mulación de la teoría, y con respecto a la que ésta debe quedar ajusta- da. Esa base observacional queda fijada en la teoría a través de un len- guaje observacional y unos enunciados protocolares, construidos a partir de ese lenguaje y que se refieren a los hechos que acaecen en el ámbito de observación propio de cada ciencia. • Las teorías incluyen, además, términos sin referencia observacional directa, que constituyen el lenguaje teórico de la teoría y mediante los cuales se construyen sus enunciados teóricos. • Las teorías científicas establecen conexiones lógicas, llamadas reglas de correspondencia, entre los términos teóricos y los términos observacio- nales. Estas reglas de correspondencia dotan de significación empírica a los conceptos y enunciados teóricos15. • El ideal de una teoría científica madura es que permita la axiomatización de todos sus enunciados, es decir, la deducción lógica de todos sus enuncia- dos a partir de unos axiomas, y mediante el mero recurso a reglas lógicas16. 20 V. L. Guedán Pécker 17 Ejemplo de verificación fue la predicción de Einstein de que la teoría de la relatividad predecía que los rayos de luz curvaban su trayectoria al pasar cerca de un cuerpo estelar, pre- dicción que fue verificada por Eddington. 18 Precisamente por no permitir la verificabilidad de los enunciados en los que aparecían, nociones tales como ‘Conciencia’, ‘Inconsciente’ o ‘Intencionalidad’ fueron rechazadas por los conductistas. 19 En una de sus obras más importantes, el filósofo Karl Popper cita a su buen amigo Albert Einstein: «No puede haber mejor destino para una… teoría que el de señalar el cami- no haciaotra teoría más vasta, dentro de la cual viva la primera como un caso límite» (K. Po- pper [1963], El desarrollo del conocimiento científico. Conjeturas y refutaciones, Buenos Aires, Paidós, 1967, pág. 56). El concepto de reducción teórica es de una extrema complejidad y fuente de debates entre los filósofos de la ciencia, desde hace más de medio siglo. Una versión canónica del mismo es la de Ernst Angel: la reducción entre dos teorías se da cuando a) exis- te un lenguaje común para ambas teorías y b) los teoremas de la teoría reducida pueden ser deducidos de los teoremas de la teoría reductora (E. Nagel [1961], La estructura de la ciencia, Barcelona, Paidós, 1981, cap. XI). d) Respecto del problema de la fundamentación racional de las teorías científicas, el positivismo lógico sostiene la existencia de un criterio de demar- cación, que permite distinguir las teorías científicas de las que no lo son. • Este criterio consiste en reconocer que los enunciados teóricos de las ciencias se caracterizan principalmente porque ofrecen predicciones que pueden ser comprobadas observacional o experimentalmente. A esta tesis se la conoce como teoría verificacionista, por cuanto sostie- ne que sólo las teorías cuyos enunciados están sujetos a verificación empírica son teorías científicas17. • A juicio del positivismo lógico, la teoría verificacionista fundamenta filosóficamente el valor racional de las teorías científicas, por cuanto descubre los mecanismos por los que sus enunciados teóricos se ajus- tan a «lo dado» por los sentidos; última fuente de garantías racionales, para todo positivista. • Los enunciados teóricos que no permiten verificación, en los términos descritos, carecen, para el positivismo lógico, de verdadero significado; son, en realidad, pseudo-enunciados, cuyo único peligro radica en que se los pueda tomar en cuenta, al confundirlos con enunciados científi- cos. Entre ellos estarían los que constituyen la metafísica y la religión18. • La sucesión de teorías científicas verificadas supone un progreso cons- tante y por acumulación en el conocimiento de la realidad, de manera que las teorías sustituidas, por ofrecer un menor poder explicativo y predictivo, podrán ser interpretadas ahora como casos particulares de estas nuevas teorías más generales. A este proceso de inclusión de las viejas teorías en las nuevas se le denomina reducción teórica19. • En último término, cualquier teoría científica, sea cual sea la ciencia en que se dé, podría ser reducida a una teoría física, de manera que los diferentes dominios científicos han de considerarse como partes de una única ciencia unificada. Esta tesis, que, entre otras cosas, predice la La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 21 20 Cfr. R. Carnap (1932-33), «La psicología en lenguaje fisicalista», publicado en A. Ayer (comp.) (1959), El positivismo lógico, México, FCE, 1965. 21 Puede leerse a Carnap las palabras siguientes: «La posición que defendemos aquí coin- cide, en sus líneas generales, con el movimiento psicológico llamado conductismo, siempre que prestemos atención a sus principios epistemológicos y no a sus métodos especiales ni a sus resultados.» Cfr. R. Carnap (1934), «La psicología en lenguaje fisicalista», en A. Ayer (1959), El positivismo lógico, México, FCE, 1986, pág. 186. futura —aunque no próxima— reducción de las teorías psicológicas a la neurobiología, se conoce como fisicalismo20. Mientras el Círculo de Viena desarrollaba las líneas maestras del positi- vismo lógico, se estaba produciendo un cambio radical de orientación en el ámbito de la psicología científica: los empeños del estructuralismo por cons- truir una ciencia positiva de la conciencia y la introspección habían fracasa- do. En su lugar, el conductismo de Watson se abrió camino, mediante la estrategia de eliminar términos mentalistas del vocabulario de la psicología. Los positivistas lógicos vieron en el conductismo la constitución de una teo- ría psicológica acorde con sus propios postulados epistemológicos: estableci- miento de una base observacional exenta de cualquier tipo de distorsión teó- rica; introducción de conceptos teóricos con significación empírica bien delimitada; ausencia de prejuicios metafísicos, como los que parecen ligados a términos tales como «conciencia» o «intencionalidad»; aplicación de pro- cedimientos observacionales y experimentales propios de las ciencias más rigurosas; sustituciones de unas teorías por otras más rigurosas y abarcantes, según las prescripciones reduccionistas; etc.21. Durante algunas décadas, tanto por parte de los filósofos positivistas como de los propios psicólogos conductistas, se tuvo la confianza de haber situado definitivamente a la psicología en el camino seguro de las ciencias positivas. Cuando las condiciones teóricas establecidas por Watson resulta- ron estrechas para explicar toda la complejidad de la conducta humana, psi- cólogos como Clack Hull y Edward Tolman, siguiendo el ejemplo de la física y atendiendo a los postulados epistemológicos del positivismo lógico, intro- dujeron, junto a las categorías clásicas conductistas de «estímulo» y «res- puesta», otras entidades teóricas no directamente observables, pero ligadas a aquellas dos por reglas de correspondencia precisas, dando lugar a lo que se conoce como neoconductismo. 1.1.3. El racionalismo crítico de Popper Las tesis epistemológicas positivistas —y, consecuentemente, las conduc- tistas— no estaban exentas de dificultades. Desde el mismo seno de ambas corrientes se pugnó denodadamente por corregir las insuficiencias, que se iban multiplicando en todos y cada uno de los puntos del programa positi- 22 V. L. Guedán Pécker 22 Cfr. K. Popper (1963), El desarrollo del conocimiento científico. Conjeturas y refutacio- nes, Buenos Aires, Paidós, 1967, pág. 58. vista pergeñado más arriba. Pero, por lo que respecta a la concepción del pro- greso científico, las objeciones más poderosas —dirigidas contra la validez lógica de la teoría verificacionista— procedieron de Karl Popper, filósofo austriaco cercano al mundo intelectual del Círculo de Viena, pero no coinci- dente con algunas de sus tesis más significativas. Ya en el año 1919, Popper se había planteado el problema de establecer un criterio de demarcación capaz de determinar el estatus científico de una teoría. En contra de las tesis del Círculo de Viena, a Popper le parecía que la verificabilidad de una teoría no servía como criterio, porque, en el fondo, es muy fácil aportar datos que confirmen cualquier teoría, por absurda que ésta sea. Así, por ejemplo, la astrología se apoya en una «enorme masa de datos empíricos basados en la observación, en horóscopos y en biografías», lo que, sin embargo, no se considera razón suficiente para equipararla a las cien- cias22. Fijándose, en cambio, en la Teoría de la Relatividad, Popper descubrió que lo que la dotaba de garantías científicas no eran tanto los datos que la confirmaban cuanto que Einstein derivaba de su teoría predicciones tan pre- cisas que existía un gran riesgo de que pudieran ser refutadas por la expe- riencia y, en consecuencia, de que la teoría tuviera que ser abandonada. Que se cumpliese cada una de esas predicciones puede decirse que constituía «pruebas de fuego» superadas por la teoría. En contraste con ello, las pre- dicciones de la astrología son habitualmente tan vagas que es prácticamente imposible demostrar su falsedad. A esta cualidad de las teorías científicas la denominó Popper falsabilidad, y fue propuesta por él como el verdadero cri- terio de demarcación de las teorías científicas. De ello se deducía que la veri- ficabilidad de una teoría sólo es valiosa, desde el punto de vista lógico, si antes ha existido la posibilidad de que dicha teoría sea falsada por los hechos, gracias al establecimiento de predicciones lo suficientemente precisas como para poder demostrar de manera inequívoca su cumplimiento o incumpli- miento. Adoptando la falsación como criterio de demarcación entre la ciencia y las pseudo-ciencias,Popper creyó poder demostrar que, por lo que respecta a la psicología, ni el psicoanálisis freudiano ni la psicología del individuo de Adler —de moda, ambas, en los años en que Popper, Freud y Adler eran conveci- nos de la cosmopolita Viena— podían ser catalogadas de disciplinas científi- cas; y ello porque las predicciones de ambas teorías son tan generales que todo suceso psíquico puede ser explicado por cualquiera de las dos, sin que exista la menor posibilidad de falsación de ninguna de ellas. Esta crítica fue tomada en consideración para mantener ambas teorías psicológicas al margen de los ámbitos universitarios, bajo acusación de pseudo-cientificidad. Ahora bien, hay que indicar que Popper rechazaba también la tesis positivista de que sólo los enunciados científicos tienen verdadero significado. A su juicio, muchas teorías metafísicas habían anticipado ideas que tiempo después se La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 23 23 Uno de los últimos libros de Popper, publicado antes de morir, reúne artículos escritos a lo largo de varias décadas, en los que se muestra el importante papel precursor de los filóso- fos griegos, respecto de las propuestas actuales de muchas ciencias. Cfr. K. Popper (1998), El mundo de Parménides. Ensayos sobre la ilustración presocrática, Barcelona, Paidós, 1999. 24 Un conocido experimento crucial fue diseñado en el ámbito de la etología, para cono- cer el alcance de las tendencias innatas en un animal, frente a las tesis reflexológicas que daban primacía al aprendizaje sobre el instinto. El experimento consistió en aislar a un ave rapaz —un alimoche—, desde su nacimiento, esperando a que creciese en aislamiento respecto de su espe- cie, para comprobar si, llegada la edad adulta, era capaz de poner en práctica la sofisticada téc- nica que usa esta especie para romper huevos de otras aves, con el objeto de alimentarse. El resultado fue positivo, de manera que el experimento crucial confirmó las tesis innatistas, fren- te a las reflexológicas. demostraron científicamente correctas, por lo que carecía de sentido acusar a las primeras de meros sinsentidos23. En virtud de ello, la crítica popperiana al psicoanálisis no debía entenderse como la negación total de valor al trabajo teórico de Freud, de Adler y de sus respectivos discípulos, sino sólo como su caracterización fuera del estrecho marco de las ciencias, establecido por el criterio de falsabilidad. Por otra parte, una cosa es que una teoría sea admitida como científica, y otra muy distinta que se acepte como correcta. Así, por ejemplo, la teoría que relaciona el tamaño del cerebro con el grado de inteligencia es una teoría científica, por cuanto ofrece predicciones precisas, pero es falsa, como se ha comprobado al investigar si se cumplen o no tales predicciones. Pues bien, para Popper, una teoría merece ser aceptada sólo en la medida en que vaya superando los empeños falsadores propuestos por los científicos. De ello se derivan consecuencias metodológicas importantes: una tarea constante de la comunidad científica debe consistir no tanto en buscar confirmaciones empí- ricas para las teorías —como propugna el positivismo lógico— cuanto en buscar medios ingeniosos de falsar las teorías bien asentadas, de manera que sus reiterados fracasos supongan el mantenimiento de la confianza que haya de otorgársele a la teoría. Y uno de esos medios consistirá en la propuesta de teorías alternativas, con, al menos, igual poder explicativo y predictivo. En tales circunstancias, se le plantea a la comunidad científica el problema de decidir racionalmente a favor de alguna de las teorías. El procedimiento que se debe seguir —siempre según Popper— consistirá en diseñar un experi- mento crucial, mediante el cual se puedan poner a prueba, simultáneamente, predicciones contrarias de las teorías rivales24. 1.1.4. La noche de «paradigma» A finales de la década de los 50, las críticas dirigidas contra todos y cada uno de los postulados del positivismo lógico eran tan poderosas que se hacía urgente la concepción de un nuevo modelo explicativo de la naturaleza de la ciencia. Además del propio Popper, son varios los autores en los que se puede rastrear este empeño (Hanson, Quine, Toulmin, Lakatos, Feyerabend), pero 24 V. L. Guedán Pécker 25 Con Kuhn, así como con la mayoría de los restantes críticos del positivismo lógico, de nuevo será la física el ámbito privilegiado de investigación para la filosofía de la ciencia. 26 Un ejemplo clásico de esta situación lo representa la llamada «revolución copernicana». El sistema cosmológico de Tolomeo, en el que el sol ocupaba el centro del universo, tenía un poder notable para predecir sucesos estelares. Es verdad que había datos astronómicos que no encajaban en el mismo, pero, como reconoce Kuhn, en uno de los estudios más importantes acerca de esta revolución científica, ningún otro sistema astronómico podía hacerlos encajar, porque, simplemente, eran erróneos. Por otro lado, el sistema heliocéntrico de Copérnico no era el que mostraba mayor poder predictivo: Tycho Brahe, con un tercer modelo, en el que la Tierra seguía ocupando el centro, realizó portentosas hazañas de medición astronómica, no igualadas por ningún otro astrónomo renacentista. ¿Qué hizo, a la postre, que triunfase el modelo copernicano? No fue ajeno a ese triunfo algo tan poco «empírico» como que Copér- nico, Kepler, Galileo y otros astrónomos renacentistas abrazaban determinados postulados neoplatónicos acerca de las cualidades del universo: la simplicidad y la armonía; cualidades presentes en el modelo heliocéntrico, pero no en el egocéntrico de Brahe. Cfr. T. S. Kuhn (1957), La revolución copernicana, Barcelona, Orbis, vol. II, cap. 5. ninguna propuesta consiguió atraer más la atención de científicos, historia- dores de la ciencia, lógicos y filósofos que la ofrecida por el filósofo norte- americano Thomas Kuhn, en su obra La estructura de las revoluciones cientí- ficas, publicada el año 1962, y modificada con una Posdata, en 1969, cuya fun- ción primordial era aclarar algunos malentendidos detectados en la primera edición. Hay que hacer constar que Kuhn no era un filósofo académico, sino un doctor en ciencias físicas, interesado por la historia de su ciencia y que, desde ese ámbito, había llegado a plantearse cuestiones filosóficas acerca de la natu- raleza de la física, en particular, y de la empresa científica, en general25. La primera constatación que extrajo Kuhn de sus investigaciones histo- riográficas fue que el modo de actuar de los científicos, a la hora de decidir la sustitución de una teoría científica por otra, en nada se asemejaba a los dic- tados del positivismo lógico ni a los del racionalismo crítico popperiano: oca- siones muy relevantes en la historia de la ciencia indicaban que teorías muy contrastadas empíricamente y con un alto poder predictivo eran sustituidas por otras con no mayores méritos de esa naturaleza, así como también que teorías enfrentadas a hechos que las contradecían de modo radical no eran abandonadas por ello26. Dicho de otro modo, los científicos no hacen uso, exclusivamente, de procedimientos lógicos de decisión para resolver el pro- blema de la pertinencia de adoptar una teoría u otra rival, sino que en seme- jante toma de decisiones entran en juego importantes factores profesionales, históricos, psicológicos, culturales, económicos, sociales, etc., que el contex- to de justificación desatendía, dejando en manos del contexto de descubri- miento su estudio. Los libros de texto, así como las historias oficiales de la ciencia, se las arreglan para orillar todos esos aspectos extra-lógicos, mos- trando el desarrollo de la actividad científica como gobernado por estrictos procedimientos lógicos y empíricos; pero nada hay más lejos de la verdad para un historiador meticuloso. La nueva filosofía de la ciencia, más que una lógica de la ciencia, se aproxima a una sociología de la ciencia. La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 25 La unidad deanálisis de esa nueva teoría de la ciencia ya no puede ser la estructura lógica conocida como teoría, por cuanto en ella quedan ocultos todos esos factores antedichos, impidiendo comprender la verdadera natura- leza del cambio científico. Kuhn propone, para salvar esa insuficiencia, la noción de paradigma. Como el propio Kuhn reconoció en la Posdata de 1969, al concepto de paradigma lo dotó de una significación ambigua. Quizás la mejor manera de comprender el sentido de tal término es mostrando el modo en que explica Kuhn la constitución de toda ciencia. Las ciencias comienzan con una etapa pre-paradigmática, en la que diver- sas escuelas pugnan por el dominio, en el seno de un determinado campo de investigación. Esta etapa —que podríamos considerar como de formación de la propia ciencia como tal—, en la que no hay verdaderos avances en el cono- cimiento, sino más bien una intensa disputa por precisar los objetivos y méto- dos, suele terminar con el triunfo de uno de esas escuelas, una vez que la mayoría de la comunidad científica asume que se trata del enfoque más pro- metedor —y no necesariamente porque cuente con un número mayor de datos empíricos en su favor. Se aceptan, entonces, los compromisos básicos que ha defendido con éxito la escuela triunfante, y que son de cuatro tipos: — Las leyes o principios fundamentales de esa ciencia, avaladas por logros empíricos que se atribuyen a su aplicación (explicaciones de sucesos pasados, predicciones acertadas de sucesos futuros, desarrollos tecnológicos derivados de la aplicación de esas leyes, etc.). Esas leyes van inevitablemente acompa- ñadas por todo un sistema de categorías, es decir, de conceptos básicos que articularán todo el entramado teórico futuro. — Compromisos ontológicos, acerca de lo que existe y debe ser objeto de investigación en el campo científico de que se trate. Estos compromisos aco- tan el tipo de preguntas que es pertinente que se haga esa ciencia. — Compromisos epistemológicos y metodológicos, en virtud de los cuales se precisa cómo debe ser llevada, de modo adecuado, una investigación. Entre ellos, está la apreciación de determinados valores tales como simplici- dad, precisión, consistencia teórica o fecundidad, valores que variarán de unos paradigmas a otros y que servirán para juzgar el valor de las teorías y de los métodos de investigación. — Ejemplos paradigmáticos, mediante los que se enseñan, a los científicos en ciernes, todos y cada uno de los demás compromisos que constituyen el nuevo marco de esa ciencia. Kuhn rechaza la idea tradicional de que los cien- tíficos estudian fundamentalmente la teoría, y de que la práctica es sólo un mecanismo para ilustrar lo aprendido; a su juicio, sólo en la práctica se com- prenden el significado y el alcance de una teoría. Pues bien, al conjunto de estos cuatro tipos de compromiso lo denomina Kuhn paradigma. A partir del momento en que se configura el primer paradigma, puede hablarse de que esa ciencia ha alcanzado su madurez como tal ciencia. Los científicos tienen bien delimitado su campo de investigación, los problemas 26 V. L. Guedán Pécker 27 Cfr. I. Lakatos (1970), «La falsación y la metodología de los programas de investigación científica», en I. Lakatos y A. Musgrave (eds.) (1970), La crítica y el desarrollo del conocimien- to, Barcelona, Paidós, 1974. Hay que hacer constar aquí que la interpretación que Lakatos hace del progreso científico no es totalmente coincidente con la de Kuhn. Lakatos es mucho más proclive a buscar criterios lógicos que expliquen los cambios de una teoría por otra, así como los de un proyecto de investigación por otro; frente a la disposición de Kuhn a dar pre- ponderancia a criterios de tipo sociológico. que han de ser resueltos, los métodos que se deben utilizar y las leyes funda- mentales que gobiernan dicho campo. La actividad que, siguiendo tales cau- ces, lleva a cabo la comunidad científica es denominada por Kuhn ciencia nor- mal. En ella, nunca se ponen en cuestión ninguno de los compromisos del paradigma. La teoría que lo gobierna es aceptada universalmente en sus leyes fundamentales, y los problemas científicos se reducen, en último término, a completarla mediante la formulación de leyes adicionales, darle apoyo empíri- co mayor al representado por los ejemplos paradigmáticos, desarrollar proce- dimientos tecnológicos que permitan mayor precisión en las medidas, explo- tar todas las posibilidades de esa teoría, tanto para explicar sucesos pasados como para predecir futuros, etc. Mientras esas tareas vayan siendo cumplidas de forma paulatina, el paradigma se mostrará prometedor, y nada inducirá a los científicos a plantearse su validez. Es más, si alguno de esos problemas que plantea el marco paradigmático se resiste a ser resuelto, no se considerará tal fracaso como inherente al paradigma, sino, en todo caso, como signo de la impericia profesional de los científicos que trabajan en el mismo. Y si algún dato experimental no encaja en las predicciones teóricas, o bien contradice abiertamente la teoría, no por ello se abandona ésta; antes bien, se deja al mar- gen ese dato, como un enigma, confiando en que el desarrollo futuro del para- digma termine por dar explicación del mismo. En contra de lo propugnado por Popper, no hay, pues, falsación de los paradigmas, aunque sí pueda haber- la de las leyes y teorías con que se hayan pretendido completar éstos. Imre Lakatos ha expresado, quizás, con mayor precisión que Kuhn, la naturaleza de los períodos de ciencia normal, al proponer la noción de «pro- yecto de investigación», en vez de la de «paradigma»: la ciencia normal con- sistiría en el proceso de sustitución de una teorías por otras, en todas las cua- les permanecería inmutable un núcleo de leyes fundamentales, así como un conjunto de compromisos ontológicos y metodológicos —al igual que en los paradigmas kuhnianos—. Las teorías que se vayan sucediendo habrán de tener un mayor poder explicativo y predictivo del campo que se vaya a inves- tigar en cuestión, ajustándose al ideal positivista de la reducción teórica. Mientras se cumpla esa condición, podrá afirmarse que el proyecto de inves- tigación es progresivo, y nada inducirá a los científicos a pensar en su sustitu- ción por uno nuevo27. Ahora bien, puede llegar un momento en que el progreso, dentro del para- digma (o del programa de investigación) aceptado, se ralentice e, incluso, lle- gue a detenerse. Entonces, los científicos empiezan a dudar del propio para- digma y a cuestionarse los compromisos que implica. Se trata, pues, de un La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 27 28 Un asunto sobre el que han discrepado Thomas S. Kuhn y Stephen Toulmin es acerca de la frecuencia y del alcance con que, en una ciencia, se presentan las crisis paradigmáticas. Inicialmente, Kuhn tendió a pensar que esas crisis se daban muy de tarde en tarde (de ahí su calificación de «extraordinaria» para la ciencia que se hacía en semejantes momentos) y que suponían «giros copernicanos» en el modo de concebir las ciencias en que se daban. Sin embargo, con el tiempo vino a aceptar la presencia de revoluciones paradigmáticas más fre- cuentes y de menor alcance, de ahí que Toulmin acuñase la expresión de «microrrevoluciones» y que prefiriese hablar más de «evolucionismo» que de «revolucionarismo». Cfr. S. Toulmin (1972), La comprensión humana, Madrid, Alianza, 1977, págs. 122-124. período en el que la actividad científica es muy diferente a la que corresponde a los períodos de ciencia normal, etapa en la que, según Kuhn, los científicos se preocupan, de manera muy especial, por los fundamentos filosóficos de su dis- ciplina. Kuhn ha detectado, en su trabajo como historiador, que la comunidad científica no abandona nunca un paradigma en crisis, a menos que haya elabo- rado antes uno alternativo que parezca más prometedor. Precisamente, lo que Kuhn denomina período de ciencia extraordinaria tiene como meta la constitu- ción de ese nuevo paradigma, su confrontación con el antiguoy la decisión de sustituir éste por aquél. Realizada semejante tarea, se vuelve a un nuevo perío- do de ciencia normal, sólo que en un marco paradigmático nuevo28. 1.1.5. La noción de «inconmensurabilidad» Las ideas más polémicas del pensamiento de Thomas S. Kuhn son las que se refieren a los mecanismos que gobiernan los cambios de paradigma, en los períodos de ciencia extraordinaria. En contra de lo postulado por el positi- vismo lógico y por Popper —y que, en definitiva, es un lugar común entre los mismos científicos—, la comunidad científica no lleva a cabo la sustitución de un paradigma por otro mediante la aplicación mecánica de un algoritmo, sea éste la comparación de los respectivos respaldos observacionales de ambas teorías o bien el establecimiento de experimentos cruciales que permitan fal- sar algunas de las teorías competidoras. No sólo Kuhn niega que esto ocurra de facto, tal y como atestiguan sus estudios sobre historia de la ciencia. Si ése fuera el caso, entonces, por ejem- plo, Popper podría proponer la falsación como una nueva estrategia meto- dológica para la ciencia futura. Lo que en verdad sostiene Kuhn es la impro- babilidad de que pueda llegar a ocurrir nunca una toma de decisión en torno a dos paradigmas competidores, mediante la consideración exclusiva de los respectivos respaldos observacionales o bien mediante el establecimiento de experimentos cruciales. Por inconmensurabilidad entiende Kuhn precisamente la imposibilidad de establecer un criterio lógico que permita decidir racionalmente entre dos paradigmas en competencia. De ser cierta la tesis de Kuhn, supondría una cri- sis en el modo tradicional de entender la racionalidad científica, y según la cual los científicos, armados con determinadas herramientas experimentales 28 V. L. Guedán Pécker 29 Cfr. N. R. Hanson (1958), Patrones de descubrimiento. Observación y experimentación, Madrid, Alianza, 1977, págs. 79 y sigs. y lógicas, pueden establecer siempre, de modo objetivo y universal, la prefe- rencia de una teoría sobre sus competidoras. Todo se reduce —según siem- pre los defensores de esta tesis— a darles los medios y el tiempo suficiente para que lleven a puerto esa tarea de aplicación de algoritmos. Este ataque contra la noción clásica de racionalidad científica ha traído como reacción la de tachar, a la filosofía de Kuhn, de relativismo y de irracionalismo. Las razones que aduce Kuhn en defensa de la inconmensurabilidad de paradigmas pueden resumirse en las siguientes: — La idea de que existan algoritmos que permitan juzgar entre teorías rivales se fundamenta en el presupuesto de que existe una base observacional previa a, e independiente de, las teorías (más atrás, vimos que éste era uno de los postulados del positivismo lógico, respecto de la estructura de las teorías científicas): si esa base es común a teorías rivales, entonces podrán estable- cerse experimentos cruciales que permitan saber cuáles de las predicciones observacionales hechas por las teorías rivales se cumplen y cuáles no. — Esa suposición de la existencia de una base observacional indepen- diente de la teoría se asienta, a su vez, en la tesis empirista de que nuestros sentidos son capaces de captar la realidad, sin producir alteración ni defor- mación alguna. Ahora bien, ya Kant, en el siglo xviii, reprochó al empirismo su ingenuidad a la hora de concebir lo dado a los sentidos como mero refle- jo de algo independiente del sujeto que lo percibe. En la misma línea abun- darán los filósofos idealistas, durante el siglo siguiente; hasta que, ya en pleno siglo xx, estas objeciones sean recogidas por filósofos como Wittgenstein y Hanson, lingüistas como Sapir y Whorf, o psicólogos como Wertheimer. — Kuhn se adhiere a esas críticas —cuyo desarrollo vamos a obviar aquí. Su tesis es que toda percepción posee carga teórica, es decir, que está mediati- zada por las expectativas que posee en ese momento el observador en cues- tión. Aun cuando los estímulos sensoriales sean iguales en dos individuos, es frecuente que sostengan que ven cosas diferentes; y ello es, a juicio de Kuhn, consecuencia de que lo que perciben lo hacen desde distintas «teorías». Para ilustrar esta idea aparentemente paradójica, Wittgenstein y Hanson usaban las figuras reversibles popularizadas por los psicólogos de la Gestalt. Pero el ejemplo más famoso, al respecto, fue propuesto por Hanson: afirmaba que, cuando a las afueras de Praga, los astrónomos Tycho Brahe, defensor de la tie- rra como centro del universo, y Johanes Kepler, partidario del heliocentrismo, contemplaban juntos el cielo al amanecer de un día cualquiera a comienzos del siglo xvi, mientras que el primero sostendría ver moverse al sol, el segundo afirmaría, con igual rotundidad, ver girar a la tierra en torno a él29. — Ahora bien, si toda percepción tiene carga teórica, la base observa- cional de una teoría no es independiente de ésta; y, en consecuencia, no hay una base observacional común a teorías radicalmente distintas, como son las La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 29 30 La noción de inconmensurabilidad ha sido desarrollada paralelamente por Paul Feye- rabend, con un sentido más radical aún que el que adquiere en la filosofía de Kuhn. Para Fe- yerabend, la inconmensurabilidad entre teorías hace imposible la ciencia normal. Todo en la ciencia es, pues, una revolución permanente, en la que unas teorías sustituyen a otras, respec- to de las que son necesariamente inconmensurables. Cfr. P. Feyerabend (1970), Contra el Méto- do, Barcelona, Ariel, 1981. que constituyen paradigmas diferentes. En definitiva, Kuhn sostiene que todo paradigma configura un mundo propio de experiencias, de manera que observadores situados en paradigmas distintos verán la realidad de forma diferente. — Y si no hay base observacional común, entonces no es posible esta- blecer un algoritmo del tipo de los experimentos cruciales que permita deci- dir, de modo automático, qué paradigma debe ser abandonado y cuál, asu- mido. Y ésta es, precisamente, la tesis que se esconde bajo la noción de inconmensurabilidad30. ¿Cómo deciden, entonces, los científicos, en las situaciones de ciencia extraordinaria, qué paradigma abrazar? Kuhn dedicó muchos de sus esfuer- zos posteriores a su obra de 1962 a precisar los procedimientos por los que se orientan. Lo que Kuhn vino a defender es que la noción clásica de racio- nalidad, según la cual las decisiones racionales tienen que fundarse en algo- ritmos, es demasiado estrecha para explicar la ciencia. Pero que es posible reconstruir esa idea de racionalidad, con objeto de que se ajuste con mayor precisión a un tipo de empresa, la científica, que es el mejor modelo de racio- nalidad que conocemos los seres humanos. Para empezar, la inconmensurabilidad afecta no solamente a las leyes básicas de dos paradigmas, sino también al resto de compromisos que cons- tituye un paradigma. Científicos que actúen en paradigmas distintos pueden aceptar o no determinados compromisos ontológicos (por ejemplo, que exis- ta el inconsciente, o que no); pueden sostener la idoneidad de modelos dis- tintos de investigación (que las computadoras sirvan para interpretar adecua- damente los procesos cognitivos humanos, o que no sirvan); pueden discrepar en los métodos (como en el caso de la introspección controlada experimentalmente); pueden diferir en los valores metodológicos (como en la importancia que se le conceda al uso sistemático de la estadística); pueden variar su valoración de determinados logros experimentales (por ejemplo, la conducta de personas hipnotizadas, considerada como clave para sostener la existencia de un inconsciente activo); etc. Sin embargo, entre todos los tipos de inconmensurabilidad que pueden detectarse entre paradigmas rivales, a Kuhn le interesa muy especialmente, por el alcance que tiene, la inconmensurabilidad entre los respectivos lengua- jes científicos. A su juicio, la inconmensurabilidad no permite la traducción de todos y cada uno de los conceptos, deuno de estos lenguajes al otro; por- que todo concepto recibe su significación a partir del entramado de relacio- 30 V. L. Guedán Pécker 31 Cualquier traductor sabe la imposibilidad de traducir determinados términos de una lengua a otra sin que ello suponga una pérdida de sentido. Así, es imposible traducir adecua- damente del español al inglés la palabra «trapío», porque no hay en inglés un campo semánti- co equiparablemente tan rico al que hay en español para hablar de toros de lidia. 32 Por ejemplo, aunque la teoría de la relatividad y la de la mecánica de Newton presen- tan determinadas fórmulas matemáticamente tan similares que parecen permitir la idea de la reducción teórica, si se interpretan los significados de las variables en una y otra se verá que no concuerdan. Así, para Newton el espacio era homogéneo, mientras que para Einstein es heterogéneo. Para aquél, la materia era invariante en los cuerpos; mientras que, para éste, varía con su velocidad. 33 Es famosa la anécdota según la cual preguntaron en cierta ocasión a Claude Shannon si una máquina podría llegar a pensar. Su respuesta fue que, puesto que el ser humano es una máquina, y piensa, entonces es obvio que una máquina puede llegar a pensar. Naturalmente, muchos no admitirían la respuesta de Shannon, porque el significado que conceden a la pala- bra «máquina» no les permite incluir al ser humano como referente de ese concepto. nes que guarda con todos los demás conceptos de un campo semántico; de manera que si éste varía —y ése es el caso entre lenguajes pertenecientes a paradigmas distintos—, entonces variará necesariamente su significado31. La consecuencia de este tipo de inconmensurabilidad es que, inevitablemente, siempre que un paradigma sea sustituido por otro, hay determinadas pérdidas teóricas, porque el nuevo paradigma, aun siendo más prometedor que el anti- guo, no puede hacerse cargo de todo cuanto explicaba aquél. En definitiva, Kuhn rechaza la posibilidad de que pueda darse una verdadera reducción teórica entre teorías que pertenezcan a paradigmas distintos. Los ejemplos sacados de la historia de la física, por Kuhn, son muy con- vincentes32. Pero podría haberse inspirado igualmente en la historia de la psi- cología, que hemos esquematizado más arriba. Así, por ejemplo, si bien el conductismo supuso indudables ventajas respecto del estructuralismo, hubo también significativas pérdidas teóricas en la sustitución de un proyecto de investigación por otro, pérdidas tales como una teoría más o menos rigurosa de la mente humana, y que se fueron haciendo más patentes cuanto mayor fue resultando su estancamiento como proyecto de investigación dominante. No es de extrañar, por ello, que, como ya indicamos en otro lugar, el cognitivis- mo terminara por sustituir al paradigma conductista, con la significativa con- signa de recuperar la mente. De este modo, en las últimas décadas, puede seguirse un empeño general en volver a introducir en el lenguaje psicológico determinadas categorías que el conductismo había desechado, pero sin las cuales no parece posible esa recuperación. Nos referimos a «conciencia», «intencionalidad», «qualia», etc. Pero el sentido que adquieren ahora estos conceptos no es exactamente el mismo que poseyeron, por ejemplo, a finales del siglo xix. Baste, por ejemplo, con pensar que muchos cognitivistas están dispuestos a admitir la posibilidad de que una máquina pudiera llegar a tener conciencia33. Ahora bien, si no es posible disponer de una base observacional común, para comparar empíricamente las leyes y predicciones pertenecientes a dos paradigmas distintos, y si tampoco es posible traducir los términos y enun- La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 31 34 Fue Quine quien, en 1951, llamó la atención acerca de la imposibilidad de juzgar una a una la validez de los enunciados pertenecientes a una teoría científica. A su juicio, era éste un dogma del empirismo, que debía ser repudiado. Por el contrario, proponía como único cri- terio posible la consideración de las teorías como totalidades que debían ser consideradas, aceptadas o rechazadas en pleno. Esta visión holista de las teorías científicas influyó más tarde en Kuhn. Cfr. W. v. O. Quine (1951), «Dos dogmas del empirismo», en W. v. O. Quine (1953), Desde un punto de vista lógico, Barcelona, Ariel, 1962. ciados establecidos en uno de ellos, al lenguaje del otro, para poder compa- rarlos dentro de un mismo marco paradigmático, entonces, ¿cómo puede mantener Kuhn la naturaleza racional de la toma de decisiones de los cientí- ficos en épocas de ciencia extraordinaria? Hay que recordar que Kuhn sos- tiene que dos científicos, cada uno de los cuales se encontrase instalado en un paradigma distinto, estarían inmersos en «mundos diferentes»; y de ello pare- cería deducirse que su comunicación sea imposible, y los acuerdos entre ellos, mera quimera. La solución está, sin embargo, en la capacidad que, según Kuhn, tiene el científico para poder comprender más de un paradigma a la vez. Usemos una analogía: de igual modo que en las figuras reversibles pode- mos percibir en un primer momento una determinada figura, para pasar a un segundo momento en que percibimos otra diferente, a partir de los mismos estímulos visuales; y ese cambio de percepción podemos controlarlo a volun- tad, una vez conseguido por primera vez; de modo similar, un científico que se ha formado en el seno de un paradigma puede, no sin un serio esfuerzo por su parte, llegar a comprender los valores y compromisos pertenecientes a un paradigma rival. Esta capacidad le permite al científico comparar ambos paradigmas. No se trata de una comparación concepto a concepto (porque se ha convenido que es imposible la traducción radical), ni ley a ley (porque no es posible establecer experimentos cruciales). Kuhn cree que esa compara- ción es de naturaleza global: consiste en comparar los valores globales del pri- mer paradigma con los correspondientes al segundo; y decidir, después, el paradigma que parezca presentar globalmente mayores ventajas34. Según este procedimiento, cada científico establecerá un veredicto personal acerca del paradigma preferible, veredicto que dependerá, por ejemplo, del grado de importancia que dé a la pérdida teórica que suponga el cambio, o a los nuevos valores metodológicos, respecto de los antiguos. Ello no conduce, sin embargo, a convertir la ciencia en una mera actividad subjetiva. Para Kuhn, el protagonista de la actividad científica no es el investigador individual, sino la comunidad científica. Es ella quien decide los cambios paradigmáticos. Y lo hace gracias a que, por esa capacidad que tienen sus miembros de poder situar- se simultáneamente en más de un paradigma, pueden mantener un diálogo racional acerca de las ventajas e inconvenientes de cada alternativa. Kuhn advierte de que, a pesar de que los científicos puedan discutir racio- nalmente acerca de las ventajas de dos paradigmas, puede que no lleguen a acuerdos. Se trata de una idea insólita para la noción clásica de racionalidad, según la cual, si dos investigadores actúan racionalmente, es necesario que coincidan en las conclusiones. Pero Kuhn cree que, aunque ambos científicos 32 V. L. Guedán Pécker 35 Larry Laudan ha mantenido que en las propuestas de Kuhn subsisten elementos que permiten catalogarlas de relativistas. A su juicio, la mejor vía para huir de los peligros del rela- tivismo, manteniendo el grueso de las aportaciones de la nueva filosofía de la ciencia, consiste en mostrar que la inconmensurabilidad de teorías no impide la existencia de procedimientos rigurosos para la comparación de dos paradigmas rivales. Esos procedimientos tienen que ver con la tarea fundamental que Laudan adjudica a las teorías científicas: la de resolver proble- mas. Cfr. L. Laudan (1990), La ciencia y el relativismo, Madrid, Alianza, 1993. comprendan los valores respectivos de cada paradigma, pueden tener prefe- rencias personales distintas acerca de cuáles de esos valores merecen mayoratención. Puede ser, por ejemplo, que uno prefiera la coherencia teórica inter- na a la eficacia práctica, mientras que otro muestre las preferencias contra- rias. Estos desacuerdos, sin embargo, lejos de representar una deficiencia de la racionalidad científica, Kuhn los percibe como una ventaja: la sustitución de un paradigma por otro es una empresa muy arriesgada, por el alcance que entraña, y cuya corrección puede tardar mucho tiempo en poder compro- barse (algunas de las revoluciones científicas estudiadas por Kuhn se des- arrollaron a lo largo de varias décadas). Por ello es bueno que el desacuerdo entre científicos les haga trabajar, a unos en el paradigma antiguo y a otros en el nuevo, hasta que resulte evidente si la decisión de sustituir uno por otro ha sido la más acertada35. 1.2. SEGUNDA PARTE: LA PSICOLOGÍA A LA LUZ DE LA NUEVA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 1.2.1. La Psicología: ¿ciencia de la naturaleza o ciencia social? La nueva filosofía de la ciencia ha modificado la consideración de tres problemas que guardan relación entre sí y que fueron muy importantes en el pasado: a) el establecimiento de un criterio de demarcación entre ciencias y no-ciencias; b) la distinción precisa entre las ciencias de la naturaleza (física, química, biología, etc.) y otro bloque de disciplinas que, para resumir, deno- minaremos con la expresión ya clásica de ciencias sociales (historia, sociolo- gía, etc.); y c) el encuadramiento de la psicología y de sus distintos paradig- mas y escuelas dentro, o no, de las ciencias, y su consideración ya como ciencia natural, ya como ciencia social. Respecto a lo que Popper denominara criterio de demarcación entre las ciencias y otras formas de saber, la historia del empeño por establecerlo ha tenido varios episodios. Inicialmente, se asumió el uso del método experi- mental, creado por los grandes físicos renacentistas, como ese criterio demar- cador buscado. La filosofía positivista se esforzó, entonces, por precisar los caracteres esenciales de ese método (conceder primacía epistemológica a los hechos sobre las teorías —éstas serán aceptadas o no, en virtud de su grado de ajuste a los hechos objetivos e independientes—; recurrir a los experi- mentos, como procedimiento fundamental para la contrastación de la validez La noción de paradigma y su aplicación a la psicología 33 36 Por ejemplo, Mach sostenía que la historia de las ciencias enseñaba que lo que condu- ce a las soluciones de los problemas científicos es la aplicación ora de unos determinados tru- cos, ora de otros; y no tanto el ejercicio de un presunto método universal. Einstein, por su parte, estaba tan convencido de ello que se declaraba un oportunista epistemológico. Cfr. P. Feyerabend (1980), ¿Por qué no Platón?, Madrid, Tecnos, 1985, pág. 176. de las hipótesis; entender que «explicar» consiste, a la postre, en establecer conexiones causal-deterministas; conceder relevancia sólo a lo que es suscep- tible de tratamiento matemático; etc.). Los positivistas defendían, por lo tanto, un monismo metodológico: el método de las ciencias, sean cuales sean, es uno y el mismo. Toda disciplina que pretendiese quedar constituida como ciencia debería, por lo tanto, «naturalizarse», desembarazándose de aquellos aspectos que la hacían incompatible con el método experimental. El problema que ofrecía ese criterio de demarcación era que incluso en la misma física se terminó por hacer patente que las prescripciones metodoló- gicas establecidas por los positivistas eran poco seguidas por los físicos de mayor capacidad36. La constatación de semejante hecho condujo a la filoso- fía de la ciencia a modificar el criterio de demarcación: ya no se referiría tanto al método o estrategias aplicadas por el científico en busca de la construcción de hipótesis y teorías (lo que sería objeto de estudio del contexto de descu- brimiento) cuanto a los mecanismos justificadores de la validez de las teo- rías propuestas (contexto de justificación). En las primeras décadas del siglo xx el debate se centró en si esas garantías procedían de los mecanismos para la verificación de las teorías (positivismo lógico) o bien de los empeños de falsación realizados por los científicos contra ellas (racionalismo crítico de Popper). En todo caso, tanto los positivistas lógicos como Popper mantuvie- ron cierta forma de monismo: sólo era ciencia aquella actividad racional que hiciera uso de uno y el mismo procedimiento de justificación para la validez de sus teorías. Ahora bien, ya desde el mismo siglo xix se había constituido una oposi- ción a cualquier forma de monismo metodológico en las ciencias. Pensadores de la talla del filósofo Dilthey o del sociólogo Weber llamaron la atención sobre la inadecuación de la física matemática para ser usada como modelo para determinadas ciencias que estaban emergiendo y cuyos objetos de inves- tigación (el ser humano, su historia, su mente, la sociedad, etc.) distaban sobremanera de los propios de las ciencias naturales. A juicio de estos auto- res, era necesario reconocer la especificidad de tales ciencias, así como el desarrollo de métodos propios para la investigación en esos ámbitos distintos de los de las ciencias naturales: reconocer, en estas ciencias, la no primacía epistemológica de los hechos respecto de las teorías —se consideran relevan- tes, por ejemplo, no todos los datos a disposición del historiador, sino sólo los hechos históricos que parecen apoyar determinadas hipótesis explicativas de un acontecimiento—; el peso mucho menor de los experimentos; la necesi- dad de hacer uso de explicaciones finalistas, y no sólo causal-deterministas —los seres humanos actúan buscando determinadas metas, y no sólo movi- 34 V. L. Guedán Pécker 37 Una exposición detallada de dicho debate puede encontrarse en J. M. Mardones (1982, 1991), Filosofía de las ciencias sociales, Barcelona, Anthropos. 38 Cfr. T. S. Kuhn (1991), «Las ciencias naturales y humanas», en Acta sociológica, núme- ro 19, UNAM, México, 1997, págs. 11-19. 39 Eysenck ha señalado, por ejemplo, que Freud no concedió especial atención a dos pro- dos por determinadas presiones—; el reconocimiento y valoración de todo aquello no susceptible de tratamiento matemático; etc. Hay que subrayar que estas posiciones dualistas no ponían en duda la interpretación positivista de las ciencias naturales, sino que pretendían conceder a otras disciplinas no sus- ceptibles de encajar en semejante modelo de ciencia la consideración de auténticas ciencias. No hay aquí lugar para exponer en detalle el complejo y largo debate que se ha producido, a lo largo de siglo y medio entre las posiciones monistas y las dualistas37. Cabe, sin embargo, referir cómo queda la situación tras las aportaciones de Kuhn a la historia de la ciencia. Como él mismo expone, los análisis de Dilthey, Weber y otros, mostrando las especificidades propias de las ciencias sociales y defendiendo su valor como tales ciencias, son profun- dos y adecuados, pero estaban hechos dando por válida la visión que sobre las ciencias naturales ofreciera el positivismo. Una vez que esa visión positi- vista ha quedado desenmascarada, se comprueba que la posición adecuada en estos asuntos es, de nuevo, la del monismo; pero no porque haya que aceptar finalmente que las ciencias sociales hayan de «naturalizarse», sino porque, en resumidas cuentas, son las ciencias naturales las que, a la postre, resultan no ser tan diferentes a las ciencias sociales como se creía38. Kuhn ha abierto la brecha para que se descubra, por ejemplo, la importancia de los factores sociales, culturales, ideológicos y profesionales, incluso en las ciencias natu- rales más «duras»; y no sólo en la historia o la economía, por poner dos ejem- plos especialmente sensibles de ciencias sociales. ¿En qué medida afecta esto a la consideración de la psicología? Recorde- mos que el padre del positivismo, Augusto Comte, creía incompatible la psi- cología con el ideal positivista de la ciencia, pero, también, que fue Wundt quien fundó el primer
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