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a diminuta calmó a Morgan y se puso de nuevo a alimentarlo. —Yo no pretendía traerme al bebé —dijo el soldado. —¿Qué? —respondió Sophie—. Ibas a ab...

a diminuta calmó a Morgan y se puso de nuevo a alimentarlo. —Yo no pretendía traerme al bebé —dijo el soldado. —¿Qué? —respondió Sophie—. Ibas a abandonar a mi… —No, no —siguió el soldado—. Le dije al genio que lo pusiera en un lugar donde alguien pudiera cuidarlo y que me llevara a mí tras la princesa de Ingary. No negaré que quería conseguir una recompensa —se dirigió a Abdullah—. Pero ya sabes cómo es el genio, ¿no? Lo siguiente que recuerdo es que estábamos todos aquí. Abdullah alzó la botella y la miró. —Consiguió su deseo —dijo el genio desde dentro con disgusto. —Y el bebé estaba armando un escándalo de muy señor mío —dijo la princesa Beatrice—. Dalzel mandó a Hasruel para que averiguara de dónde venía el ruido y todo lo que se me ocurrió decir es que Valeria tenía un berrinche. Luego, por supuesto, tuvimos que hacer que Valeria se pusiera a gritar. Fue entonces cuando Flor empezó a hacer planes. Se volvió hacia Flor-en-la-noche, que estaba claramente pensando en algo más (y ese algo más no tenía nada que ver con Abdullah, como notó Abdullah con consternación). Miraba fijamente hacia el otro lado de la habitación. —Beatrice, creo que ha llegado el cocinero con el perro —dijo Flor-en-la-noche. —¡Oh, bien! —dijo Beatrice—. Venid todos. —Y dio unas zancadas hacia el centro de la habitación. Allí estaba el hombre, con un sombrero de chef. Era un tipo arrugado y venerable con un solo ojo. El perro estaba pegado a sus piernas, gruñendo a toda princesa que se le acercaba. Lo cual, probablemente, también expresaba cómo se sentía el cocinero. Parecía desconfiar profundamente de todo. —¡Jamal! —gritó Abdullah. Después alzó la botella y la miró de nuevo. —Bueno, este era el palacio más cercano aparte de Zahzib —afirmó el genio. Abdullah estaba tan encantado de ver a salvo a su viejo amigo que no discutió con el genio. Empujó a diez princesas al pasar, olvidando por completo sus maneras, y agarró a Jamal de la mano. —¡Amigo mío! El ojo de Jamal le miró. Se le escapó una lágrima mientras a su vez retorcía con fuerza la mano de Abdullah. —¡Estás a salvo! —dijo. El perro de Jamal botó sobre sus patas traseras y colocó sus patas delanteras en el estómago de Abdullah, jadeando amigablemente. Un familiar aliento a calamares llenó el aire. Y Valeria de repente empezó a llorar de nuevo. —¡No quiero a ese perrito! ¡HUELE MAL! —¡Oh, calla! —dijeron al menos seis princesas—. Finge, querida, finge, necesitamos la ayuda del hombre. —¡NO… QUIERO! —gritó la princesa Valeria. Sophie se apartó un momento de donde estaba, esto es, inclinada con ojo crítico sobre la princesa diminuta, y se dirigió hacia Valeria. —Déjalo ya, Valeria —dijo—. Me recuerdas, ¿no? Quedó claro que Valeria la recordaba. Corrió hacia ella y rodeó con sus brazos las piernas de Sophie y rompió a llorar con lágrimas mucho más auténticas. —¡Sophie, Sophie! ¡Llévame a casa! Sophie se sentó en el suelo y la abrazó. —Ya está, ya está. Por supuesto que te llevaremos a casa. Sólo tenemos que organizarlo todo primero. Esto es muy raro —comentó a las princesas que la rodeaban—. Cuando se trata de Valeria me siento una experta, pero estoy muerta de miedo de que se me caiga Morgan. —Aprenderás —dijo la princesa anciana de High Norland, sentada rígidamente junto a ella—. Me han dicho que todas lo hacen. Flor-en-la-noche caminó hacia el centro de la habitación. —Amigas mías —dijo— y vosotros, trío de amables caballeros, si pensamos en la difícil situación en la que nos encontramos y aportamos ideas, entre todos podríamos trazar un plan para liberarnos pronto. No obstante, antes de nada, sería prudente hacer un conjuro de silencio en la entrada. Eso impedirá que nos escuchen nuestros raptores. —Sus ojos, de la manera más considerada y neutral, se dirigieron a la botella del genio que Abdullah llevaba en la mano. unos dos sitios más allá, de modo que Abdullah agarró bien fuerte la botella del genio y asió la alfombra sobre sus hombros con la otra mano. —Esa chica, Flor-en-la-noche, es una auténtica maravilla —observó la princesa Beatrice mientras se sentaba entre Abdullah y el soldado—. Llegó aquí sin saber nada salvo lo que había leído en los libros. Y aprende todo el tiempo. Le llevó dos días cogerle la medida a Dalzel; y ahora el desdichado demonio le tiene miedo. Antes de que ella llegara, todo lo que había conseguido yo era dejar claro a la criatura que no íbamos a ser sus esposas. Pero ella piensa en grande. Tenía en mente escapar desde el principio. Ha estado organizándolo todo para conseguir que el cocinero nos ayude. Y ahora lo ha logrado. ¡Mírala! Parece preparada para regir un imperio, ¿no es así? Abdullah asintió con tristeza y miró a Flor-en-la-noche mientras esperaba a que el resto se sentara. Ella tenía puesta todavía la ropa de seda que llevaba cuando Hasruel la secuestró en el jardín nocturno. Estaba igual de delgada, graciosa y hermosa. Aunque sus ropas estaban arrugadas y un poco deshilachadas. Abdullah no tenía duda de que cada arruga, cada desgarrón y cada hilo suelto significaba algo nuevo que Flor-en-la-noche había aprendido. «¡Hecha para gobernar un imperio, desde luego!», pensó. Si comparaba a Flor-en-la-noche con Sophie, que le había desagradado por ser tan tozuda, sabía que Flor-en-la-noche tenía el doble de tenacidad que esta. Y por lo que a él se refería, eso sólo hacía a Flor-en-la-noche más excelente. Lo que le hacía desdichado era la manera en que ella cuidadosa y educadamente evitaba dirigirse a él por completo. Y deseaba saber por qué. —El problema al que nos enfrentamos —iba diciendo Flor-en-la-noche cuando Abdullah empezó a prestar atención— es que estamos en un sitio del que, simplemente, no podemos salir. Si consiguiéramos escabullirnos del castillo sin que los demonios se dieran cuenta o sin que los ángeles de Hasruel nos lo impidieran, lo único que podríamos hacer sería tirarnos sobre las nubes y arrojarnos a la Tierra, y sería una buena caída. Incluso si pudiéramos superar esas dificultades de alguna manera… —Sus ojos se volvieron hacia la botella en la mano de Abdullah y, pensativamente, hacia la alfombra sobre sus hombros, pero desafortunadamente no hacia Abdullah—. No parece que haya nada que evite que Dalzel mande a su hermano para que nos traiga de vuelta. Así, la esencia de cualquier plan que ideemos ha de ser la derrota de Dalzel. Sabemos que su poder principal deriva del hecho de que ha robado la vida de su hermano Hasruel, de manera que Hasruel debe obedecerle o morir. Con lo cual, para escapar deberemos encontrar la vida de Hasruel y devolvérsela. Nobles damas, excelentes caballeros y apreciado perro, os invito a exponer vuestras ideas sobre esta materia. «¡Excelentemente expuesto, oh, flor de mi deseo!», pensó Abdullah tristemente mientras Flor-en-la-noche se sentaba con gracia. —Pero todavía no sabemos dónde puede estar la vida de Hasruel — berreó la gorda princesa de Farqtan. —Exacto —dijo la princesa Beatrice—. Sólo Dalzel lo sabe. —Pero la horrorosa criatura está siempre lanzando indirectas —se quejó la princesa rubia de Thayack. —¡Para presumir de lo listo que es! —dijo amargamente la princesa de piel oscura de Alberia. Sophie alzó la vista: —¿Qué indirectas? —dijo. Hubo un confuso clamor cuando al menos veinte princesas intentaron contárselo a Sophie a la vez. Abdullah forzó sus oídos para captar al menos una de las mencionadas indirectas y Flor-en-la-noche se estaba levantando para poner orden cuando el soldado gritó: —¡Oh, callaos todas! Esto desencadenó un completo silencio. Los ojos de cada una de las princesas se volvieron hacia él con una fría indignación real. El soldado encontró esto muy divertido. —¡Relamidas! —dijo—. Miradme tanto como os plazca, señoritas. Pero mientras lo hacéis, pensad si acaso yo he accedido a ayudaros a escapar. No, ¿verdad? ¿Y por qué

Esta pregunta también está en el material:

2 El castillo en el aire - Diana Wynne Jones
212 pag.

Engenharia Civil Universidad del ZuliaUniversidad del Zulia

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