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sin-par de Inhico, colgaban alrededor de Abdullah mientras se enfrentaba a Flor-en-la-noche. Con todo, reflexionó Abdullah, no era mucho más pequeñ...

sin-par de Inhico, colgaban alrededor de Abdullah mientras se enfrentaba a Flor-en-la-noche. Con todo, reflexionó Abdullah, no era mucho más pequeño ni estaba más abarrotado que su propio puesto en Zanzib, que era suficientemente privado por lo general. —¿Qué querías? —preguntó Flor-en-la-noche fríamente. —¡Preguntar la razón de esta tremenda frialdad! —dijo Abdullah acalorado—. ¿Qué he hecho para que tú apenas quieras mirarme y apenas hablarme? ¿No he venido hasta aquí expresamente para rescatarte? ¿No he desafiado yo, el único entre todos los amantes desconsolados, cada peligro para llegar a este castillo? ¿No he sufrido las más agotadoras aventuras, permitiendo a tu padre amenazarme, al soldado engañarme, al genio mofarse de mí, solamente para traerte mi ayuda? ¿Qué más tengo que hacer? ¿O debería concluir que te has enamorado de Dalzel? —¡Dalzel! —exclamó Flor-en-la-noche—. ¡Encima me insultas! ¡Añades el insulto a la injuria! Ahora veo que Beatrice tenía razón y que es verdad que no me amas. —¡Beatrice! —retumbó Abdullah—. ¿Qué tiene ella que decir de cómo me siento? Flor-en-la-noche agachó un poco la cabeza, pero parecía más enfurruñada que avergonzada. Hubo un silencio total. De hecho, el silencio era tan total que Abdullah se dio cuenta de que los sesenta oídos de todas las demás princesas (no, sesenta y ocho oídos, si contabas a Sophie, al soldado, a Jamal y a su perro, y asumiendo que Morgan estuviese dormido), en fin, todos esos oídos estaban en aquel momento enfocados completamente en lo que él y Flor-en-la-noche se decían. —¡Hablad entre vosotros! —gritó. El silencio se hizo incómodo. Fue roto por la anciana princesa: —Lo más angustioso de estar aquí arriba sobre las nubes es que no hay clima del que sacar conversación. Abdullah esperó hasta que esta afirmación fue seguida por un murmullo de voces y después volvió a Flor-en-la-noche. —Y bien, ¿qué dijo la princesa Beatrice? Flor-en-la-noche levantó su cabeza con arrogancia. —Dijo que los retratos de otros hombres están bien y que los bonitos discursos también están bien, pero que ella no podía dejar de advertir que nunca habías hecho el más ligero intento de besarme. —¡Mujer impertinente! —dijo Abdullah—. Cuando te vi la primera vez, supuse que eras un sueño. Supuse que simplemente te desvanecerías. —Pero —dijo Flor-en-la-noche— la segunda vez que me viste, parecías bastante seguro de que era real. —Ciertamente —dijo Abdullah—, pero entonces habría sido improcedente porque, si lo recuerdas, no habías visto otros hombres vivos que no fuésemos tu padre y yo. —Beatrice —dijo Flor-en-la-noche— opina que los hombres que sólo sirven para dar buenos discursos son pobres maridos. —¡A quién le importa la princesa Beatrice! —dijo Abdullah—. ¿Qué piensas tú? —Yo pienso… —dijo Flor-en-la-noche—, yo pienso que quiero saber porque me encontraste tan poco atractiva como para no besarme. —¡NO te encontré poco atractiva! —vociferó Abdullah. Entonces recordó los sesenta y ocho oídos tras la cortina y añadió en un feroz susurro —. Si quieres saberlo, yo… yo nunca he besado a una joven y tú eres demasiado maravillosa para mí como para estropearlo. Una pequeña sonrisa, precedida de un hoyuelo, nació en la boca de Flor- en-la-noche. —¿Y a cuántas jóvenes dices que has besado? —A ninguna —gruñó Abdullah—. ¡Soy todavía un completo amateur! —Igual que yo —admitió Flor-en-la-noche—. Aunque al menos ahora sé lo suficiente como para no confundirte con una mujer. ¡Eso fue muy estúpido! Ella gorjeó una risita. Abdullah también. Y en poco tiempo ambos estaban riéndose a carcajadas, hasta que Abdullah dijo entrecortadamente: «¡Creo que deberíamos practicar!». Después de esto reinó el silencio detrás de la cortina. El silencio duró tanto que el resto de las princesas se quedaron sin conversación, excepto la princesa Beatrice que parecía tener mucho que decirle al soldado. Desde lejos Sophie llamó: —¿Habéis terminado vosotros dos? —Ciertamente —gritaron Flor-en-la-noche y Abdullah—. ¡Absolutamente! —Entonces hagamos algunos planes —dijo Sophie. En el estado mental en el que se encontraba ahora, los planes no eran ningún problema para Abdullah. Salió de detrás de la cortina llevando a Flor-en-la-noche de la mano, y si el castillo, por alguna razón, se hubiera desvanecido en ese momento, habría caminado sobre las nubes o, faltando estas, sobre el aire. Cruzó lo que ahora le parecía un suelo de mármol de poca utilidad y simplemente se hizo cargo de la situación. En el que la vida de un demonio es encontrada y después escondida Diez minutos más tarde, Abdullah dijo: —Ya están trazados nuestros planes, oh, las más eminentes e inteligentes personas. Sólo queda que el genio… El humo púrpura se derramó desde la botella y se arrastró en agitadas olas a lo largo del suelo de mármol. —¡No me uses! —gritó el genio—. ¡Dije sapos y quiero decir sapos! ¡Hasruel me puso en esta botella!, ¿no lo entiendes? ¡Si hago cualquier cosa contra él, me meterá en algún sitio peor! Sophie levantó la vista y el humo le hizo fruncir el ceño: —¡Hay un genio de verdad! —Pero sólo requiero tus poderes de adivinación para decirme dónde está escondida la vida de Hasruel —explicó Abdullah—. No te estoy pidiendo un deseo. —¡No! —aulló el humo malva. Flor-en-la-noche recogió la botella y la balanceó sobre su rodilla. El humo fluyó hacia abajo en ráfagas y parecía que intentaba infiltrarse a través de las grietas del suelo de mármol. —Es razonable —dijo Flor-en-la-noche— que, puesto que cada hombre al que le hemos pedido ayuda ha fijado su precio, este genio fije su propio precio también. Eso ha de ser una característica masculina. Genio, si ayudas a Abdullah, te prometo la recompensa adecuada que me dicte la lógica. Gruñón, el humo malva empezó a escurrirse de vuelta a la botella. —Oh, muy bien —dijo el genio. Dos minutos después, la cortina encantada en la entrada de la habitación de las princesas se apartó y todo el mundo se dirigió hacia la gran sala, clamando por la atención de Dalzel y arrastrando a Abdullah entre ellos, un prisionero indefenso. —¡Dalzel! ¡Dalzel! —clamaron las treinta princesas—. ¿Es este el modo en que nos proteges? ¡Deberías estar avergonzado de ti mismo! Dalzel levantó la vista. Estaba echado de lado en su gran trono, jugando al ajedrez con Hasruel. Palideció un poco ante lo que vio y le hizo señas a su hermano para que quitara el tablero. Afortunadamente, la muchedumbre de princesas era demasiado densa para que descubriera a Sophie y la jharín de Jham apiñados en el medio, aunque sus adorables ojos recayeron en Jamal y los encogió con estupefacción. —¿Qué pasa ahora? —dijo. —¡Un hombre en nuestra habitación! —gritaron las princesas—. ¡Un terrible y malísimo hombre! —¿Qué hombre? —resonó Dalzel—. ¿Qué hombre podría atreverse? —¡Este! —chillaron todas las princesas. Abdullah fue arrastrado hacia delante entre la princesa Beatrice y la princesa de Alberia, vestido de la más vergonzosa manera, con nada encima salvo las enaguas de aro que colgaban tras la cortina. Estas enaguas eran una parte esencial del plan. Dos de las cosas que había ocultas debajo eran la botella del genio y la alfombra mágica. Cuando Dalzel le miró, Abdullah se alegró de haber tomado esas precauciones. Él no sabía que los ojos de un demonio podían arder. Los ojos de Dalzel eran como dos calderas azuladas. El comportamiento de Hasruel hizo que Abdullah se sintiera todavía más incómodo. Una sonrisa mezquina se extendió por los enormes rasgos de Hasruel y dijo: «Ah, tú de nuevo». Entonces cruzó los brazos y miró de un modo muy sarcástico. —¿Cómo consiguió este tipo llegar aquí? —preguntó Dalzel con su voz de trompeta. Antes de que nadie pudiera responder, Flor-en-la-noche realizó su parte del plan apareciendo de entre las otras princesas y arrojándose con gracia a los escalones del trono. —¡Ten piedad,

Esta pregunta también está en el material:

2 El castillo en el aire - Diana Wynne Jones
212 pag.

Engenharia Civil Universidad del ZuliaUniversidad del Zulia

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