Últimos días de Napoleón en Santa Elena testamento, despedida y la autopsia que él mismo ordenó.Cada cual debe enfrentar su destino, dijo al partir hacia su cautiverio en la lejana isla donde por más de cinco años libró una batalla para preservar su dignidad de Emperador Yo no usurpé la Corona. La recogí del arroyo y el pueblo me la puso en la cabeza.Como soldado de oficio y líder por convicción, Napoleón seguramente hubiera preferido entregar su vida con la gallardía del arrojo, en el fragor de la batalla, cara a cara frente a una muerte gloriosa. Nunca rehuyó al peligro. O, quizá, finiquitar su existencia de un solo tajo y por mano propia, como Catón de Útica, a quien Séneca llamó acerrimus sui vindex, acérrimo vengador de sí mismo... No ha de olvidarse el detalle de esa ampolla de veneno que el doctor Corvisart le había procurado y que Napoleón tenía siempre a mano. Más aún, hubo por lo menos dos insinuaciones suicidas luego de conocer su suerte de desterrado la primera en la isla de Aix, de la cual lo disuadió Gaspar Gourgaud; y la segunda a bordo del Bellerophon, impedida por el conde Las Cases.Pero, como él mismo dijo al partir hacia el confinamiento, cada cual debe enfrentar su destino. Y el suyo fue un cautiverio ominoso en la isla de Santa Elena, en mitad del océano Atlántico, en el medio de la nada.Vivió casi seis años sólo del pasado, como le había augurado Las Cases. Y si el clima físico del entorno de su residencia en aquella remota isla fue, en verdad, un factor de deterioro de su salud, no lo habrá sido menos el clima moral de una vigilancia constante, de unas reglas cambiantes y de un tratamiento que, aun guardando las fingidas cortesías del tono diplomático y la hipocresía, distaba mucho del protocolo congruente con la investidura de un ex emperador; o, al menos, con la etiqueta que él creía seguir mereciendo. La certeza de su legitimidad era categórica y él la había postulado como una verdad incómoda Yo no usurpé la Corona. La recogí del arroyo y el pueblo me la puso en la cabeza.De alguna manera, las potencias vencedoras le permitieron conservar la vida, a cambio de intentar despojarlo de su dignidad como monarca sin trono. Y aunque abrigara la esperanza remota de una fuga afortunada, su cuerpo no resistió ni aquel destrato, ni la salubridad deficiente del lugar y sus pésimas aguas potables, ni los desórdenes de una dieta inconsistente con sus serias dolencias gástricas crónicas.Los primeros síntomas de la enf
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