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Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos Estado-nación, Comunidad Indígena, Industria Tres debates al final del Milenio Hans Joachim König, Tristan Platt y Colin Lewis coordinadores Cuadernos de Historia Latinoamericana No 8 Editor técnico: Raymond Buve Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos Estado-nación, Comunidad Indígena, Industria Tres debates al final del Milenio Hans Joachim König, Tristan Platt y Colin Lewis coordinadores CUADERNOS DE HISTORIA LATINOAMERICANA No 8 © AHILA, Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos, 2000 ISBN: 90-804140-4-2 Layout: Nel Buve-Kelderhuis Printed in the Netherlands by Ridderprint, Ridderkerk SUMARIO PARTE PRIMERA NACIONALISMO Y NACIÓN EN LA HISTORIA DE IBEROAMÉRICA .................................................................. 7 Hans-Joachim KÖNIG LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX: NUEVAS PERSPECTIVAS PARA EL ESTUDIO DEL PODER POLÍTICO EN AMÉRICA LATINA ......................... ........ 49 Hilda SABATO ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE ACERCA DE LA VIOLENCIA Y DEL ESTADO EN AMÉRICA LATINA..................................... 71 Michael RIEKENBERG PARTE SEGUNDA PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS:......... 95 LA ANTROPOLOGÍA HISTÓRICA DE LAS COMUNIDADES ANDINAS CARA AL NUEVO SIGLO Andrés GUERRERO Tristan PLATT LA ‘CIUDADANÍA’ Y EL SISTEMA DE GOBIERNO EN LOS PUEBLOS DE CUENCA (ECUADOR)................... 115 Silvia PALOMEQUE ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL?..... 143 Rossana BARRAGÁN LA COMUNIDAD ENTRE LA REALIDAD ECONÓMICA Y EL DISCURSO ................................................................ 169 Magdalena CHOCANO MENA REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES. UN ESTUDIO DE CASO DESDE LOS ANDES DEL NORTE................................................................................. 189 Emilia FERRARO HISTORIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA: INTERSECCIÓN DE AUTOBIOGRAFÍA, ETNOGRAFÍA, E HISTORIA .......................................... 203 Blanca MURATORIO PARTE TERCERA INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA: IN PURSUIT OF DEVELOPMENT ........... 227 Colin M. LEWIS Wilson SUZIGAN PARTE PRIMERA NACIONALISMO Y NACIÓN EN LA HISTORIA DE IBEROAMÉRICA HANS-JOACHIM KÖNIG* La Problemática: La relevancia de la temática Hasta hace algunos años podíamos llegar a convencernos de que en Europa la problemática de nación y nacionalismo era una temática obsoleta, interesante sólo para historiadores. Tras los abusos cometidos por un nacionalismo extremo, se percibió en Europa, y en especial en Alemania, una actitud de rechazo hacia el nacionalismo.1 * Katholische Universität Eichstätt. 1 Obras que evalúan el nacionalismo como una manifestación patológica son W.SULZBACH, Imperialismus und Nationalbewusstsein. B.C. SHAFER, Nationalism. Myth and Reality, New York, 1955. Respecto a Alemania véase Karl O. Frh. v.ARETIN, “Über die Notwendigkeit kritischer Distanzierung vom Nationbegriff in Deutschland Hans-Joachim KÖNIG 8 Y ante la integración europea, la estructura política de Europa como un continente subdividido en muchos estados nacionales empezó a haber pasado a la historia. Tanto la predilección por estados nacionales como el empleo del concepto de nacionalismo o nacionalidad parecían estar superados como factores políticos. Además, el proceso de globalización—con cortes supranacionales, instituciones transnacionales, federaciones regionales y una cultura global—ponía en duda no sólo la importancia y necesidad del estado nacional como la única institución adecuada para garantizar los derechos humanos y el ejercicio del estatus de la ciudadanía en la sociedad civil y social.2 Ponía en duda también la validez del viejo concepto de nación como un espacio cultural unificado o homogéneo: En vez de una sola identidad nacional hoy en día se subraya la pluralidad de identidades.3 Pero desde hace poco se puede notar un cambio de opiniones en Europa. Tanto las turbulencias del fin del siglo XX con la desintegración sangriente del bloque soviético respectivamente del bloque socialista en la Europa oriental como nuevas olas de ampliaciones de la Unión Europea llaman nuevamente la atención de historiadores y politólogos sobre los procesos de formación del Estado y la Nación y el rol de los nacionalismos.4 Debido a la resurgencia de los nacionalismos sobre todo en Europa oriental las palabras nación, nacionalidad y nacionalismo han vuelto a despertar temores antiguos. nach 1945”, en H.BOLEWSKI (ed.), Nation und Nationalismus, Stuttgart 1967, pp. 26-45. Acerca del nacionalismo extremo véase M. Rainer LEPSIUS, Extremer Nationalismus. Strukturbedingungen der Nationalsozialistischen Machtergreifung. Stuttgart 1966. Véase también Christian Graf v. KROCKOW, Nationalismus als deutsches Problem, München 1970. 2 David HELD, Democracy and the Global Order: from the Modern State to Cosmopolitan Governance, Cambridge 1995. Yasemin SOYSAL, The Limits of Citizenship, Chicago 1994. Jean L. COHEN, “Changing Paradigms of Citizenship and the Exclusiveness of the Demos”, en International Sociology 14, 3 (1999), pp. 245-268. La temática de la ciudadania como elemento de la “nación cívica” en Iberoamérica se discutirá a lo largo de este artículo. 3 Homi BHABHA, The Location of Culture, London and New York 1994. 4 Véase p.e. Robert J. KAISER, The Geography of Nationalism in Russia and the USSR. Princeton 1994. David D. LAITIN , “Identity in Formation: The Russian-Speaking Nationality in the Post-Soviet Diaspora”, en Archives Européennes de Sociologie 36 (1995), pp. 281-316. Rogers BRUBAKER, Nationalism Reframed: Nationhood and the National Question in the New Europe, Cambridge 1996. NACIONALISMO Y NACIÓN 9 Por otro lado el proceso mismo de unificación que quiere crear una “Europa de patrias democráticas” plantea la cuestión si valores/identidades culturales regionales deben ser conservados y si estructuras democráticas o la observancia de los derechos humanos deben ser el requisito para el ingreso en la Union Europea.5 Los acontecimientos en Europa causaron nuevos estudios sobre nación y nacionalismo. Respecto de América Latina los estudios se han ocupado preferentemente con la temática del nacionalismo; conocemos sólo pocos trabajos sobre el concepto de nación como se puede deducir del Balance de la Historiografía sobre Iberoamérica (1945-1988).6 Recién en las últimas decadas podemos notar que debido tanto a los problemas socioeconómicos que sufren los estados de América Latina como a nuevos conceptos de espacio y de integración supraregional se intensificaron los estudios sobre el objeto y resultado del nacionalismo, la nación. Por eso estraña mucho que los nuevos trabajos de caracter general no contienen ni reflexiones teóricas ni estudios especiales referidos a América Latina.7 Esta ausencia, ¿está relacionada con la peculiaridad del fenómeno nación y nacionalismo en el proceso histórico de este continente? Pues a diferencia de Europa donde el proceso de integración supranacional está en plena marcha, en América Latina el proceso mismo de formación o construcción de Estados nacionales, empezado con la Independencia, todavía no está acabado como lo insinuan algunos trabajos pertinentes: En la introducción al volumen La unidad nacional en América Latina. Del 5 Véase Albert OOSTERHOFF, “El difícil camino de integración europea desde el carbón y el acero hasta la Unión Europea”, en Raymond BUVE y Marianne WIESEBRON (comp.), Procesos de integración en América Latina Perspectivas y experiencias latinoamericanas y europeas, Amsterdam 1999,pp. 17-33, cf. Gerardo JACOBS, “Conclusión: los retos de la globalización” en BUVE y WIESEBRON (comp.), Procesos de integración, pp. 178-184. Anne-Marie LE GLOANNEC (ed.), Entre Union et Nations: L’État en Europe, Paris 1998. 6 V. VAZQUEZ DE PRADA y Ignacio OLABARRI (eds.), Balance de la Historiografía sobre Iberoamérica, 1945-1988, Pamplona 1989. En este balance no hay un capítulo especial dedicado a la temática del nacionalismo y la nación. Sólo François-Xavier Guerra menciona la temática en su artículo “El olvidado siglo XIX”, ibid. pp. 593-631. 7 Eric J. HOBSBAWM, Nations and Nationalism since 1780. Programme, myth, reality. Cambridge 1990. John HUTCHINSON, & Anthony D. SMITH (eds.), Nationalism, Oxford 1994. Anthony D. SMITH , Nationalism and Modernism. A critical survey of recent theories of nations and nationalism, London and New York 1998. Hans-Joachim KÖNIG 10 regionalismo a la nacionalidad, de 1983, el editor Marco Palacios subraya que “en América Latina no hemos concluido del todo la travesía hacía la unidad nacional”.8 Con su tesis de habilitación de 1984 Auf dem Wege zur Nation (En el camino hacia la nación) sobre el nacionalismo en el proceso de la formación del Estado y de la Nación de la Nueva Granada, Hans-Joachim König ha demostrado que a pesar de la consolidación estatal a finales del siglo XIX, Colombia se encontraba todavía en el difícil camino hacia la nación.9 Antonio Annino, Luis Castro Neiva y François-Xavier Guerra en Introduccón y Epílogo del volumen De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica editado por ellos en 1994 constatan que la construcción de la Nación moderna es inacabada, y preguntan si se puede hablar de éxito o de fracaso en la construcción de la Nación moderna en America Latina.10 Ya los títulos de estos tres libros plantean algunas preguntas. ¿Porqué en el caso de América Latina se habla de construcción de la nación? ¿En qué se distingue la Nación moderna de aquella del tipo tradicional? ¿Cómo es que proceso de formación del Estado y proceso de formación de la Nación no coinciden? ¿Cual es el impacto del nacionalismo en estos procesos? ¿Qué quiere decir que el proceso es inacabado, cuales son los criterios correspondientes? ¿Qué significa unidad nacional y en qué consiste? Con estas preguntas y otras más como por ejemplo la relación entre Estado, Nación y Sociedad voy a ocuparme en este artículo. Es mi intención demostrar en qué manera se ha estudiado la temática durante las últimas tres décadas, cuáles eran los puntos esenciales y qué cambios de enfoques había. No se trata de presentar una bibliografía completa sino más bien unas reflexiones sobre los enfoques principales. Para eso me parece indispensable incluir el debate general sobre Nación y Nacionalismo y preguntar por su impacto sobre investigaciones tocante a América Latina. 8 Marco PALACIOS (comp.), La unidad nacional en América Latina. Del regionalismo a la nacionalidad. México 1983, p. 19. 9 Hans-Joachim KÖNIG, Auf dem Wege zur Nation. Nationalismus im Prozess der Staats- und Nationbildung Neu-Granadas 1750 bis 1856, Stuttgart/Wiesbaden 1988; hay una traducción en castellano: En el camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la Nación de la Nueva-Granada, 1750-1856. Bogotá 1994. 10 Antonio ANNINO, Luis CASTRO LEIVA y François-Xavier GUERRA (eds.), De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica, Zaragoza 1994, p. 11, p. 615. NACIONALISMO Y NACIÓN 11 La problemática de definición de nacionalismo y nación a) Nacionalismo Dedicarse a investigar la cuestíón del nacionalismo y de la nación puede parecer problemático, pues se trata de conceptos controvertidos y desacreditados precisamente de la historia europea. De hecho, en las ciencias políticas hay pocos conceptos que hayan sido objeto de definiciones y evaluaciones tan diversas como el nacionalismo.11 Con él es posible asociar la libertad y la represión, el progreso y la reacción, el mantenimiento y la reducción de privilegios y prerrogativas. Estos juicios reflejan las distintas formas que adoptó el nacionalismo, desde su surgimiento en el proceso de formación de los estados nacionales europeos en correspondencia con el naciente proceso de modernización, iniciado con la Revolución Industrial en Inglaterra y con la Revolución Francesa, la “doble revolución de la sociedad burguesa de la Europa occidental”.12 Al comienzo la evaluación del nacionalismo resultó preponderantemente positiva, porque se vinculaba su orígen con la Revolución Francesa y su meta con la realización de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por ella proclamados. Aparecía entonces como un elemento estructural progresivo en la organización social política interna de la sociedad humana. El nacionalismo pasó a ser un factor destructivo sólo al disolverse el vínculo entre las ideas de democracia y nación, tras la 11 Véase la extensa bibliografía de Karl W. DEUTSCH y Richard L. MERRITT (eds.), Nationalism and National Development. An Interdisciplinary Bibliography, Cambridge, Mass. 1970. Véase también mas recientes bibliografías en Eric J., HOBSBAWM, Nations and Nationalism since 1780. John HUTCHINSON, & Anthony D. SMITH (eds.), Nationalism.. Anthony D. SMITH , Nationalism and Modernism. 12 Véase al respecto Hans KOHN, The Idea of Nationalism. A Study in its Origins and Background, New York 1944; Id., Nationalism. Its Meaning and History, Princeton 1955. Kohn remonta los orígenes del nacionalismo moderno a la segunda mitad del siglo XVIII y considera a la Revolución Francesa como su primera gran manifestación. Cf. A. KENNILÄINEN , Nationalism. Problems concerning the Word. The Concept and Classification, Jyväskylä 1964. En cuanto a la relación entre doble revolución y problema nacional, véase Reinhard BENDIX, Nation-Building and Citizenship. Berkeley 1974. Entre los ensayos de investigación histórica sobre la modernización cabe mencionar R. BENDIX, Nation-Building; S.N EISENSTADT y Stein ROKKAN (eds.), Building States and Nations. Models and Data Resources, Beverly Hills and London 1973, 3 vols. Sobre la investigación de la modernización en general véase Peter FLORA, Modernisierungsforschung. Zur empirischen Analyse der gesellschaftlichen Entwicklung, Opladen 1974. Hans-Joachim KÖNIG 12 consolidación del poder de la burguesía y la formación de los mercados nacionales. Entonces el nacionalismo europeo sirvió, hacia afuera, de soporte ideológico para las guerras de expansión y como legitimación del imperialismo, y hacia adentro, para justificar el sometimiento de las minorías.13 Por lo tanto, no es de extrañar que ninguna de las definiciones y tipologías propuestas hasta el momento haya facilitado una teoría satisfactoria para dar cuenta de las múltiples y ambivalentes manifestaciones del nacionalismo. Entre estas propuestas, cabe destacar la que ya en 1931 había presentado el historiador norteamericano Carlton J. H. Hayes, con su distinción entre nacionalismo humanitario, jacobino, tradicional, liberal e integral, o la de Hans Kohn, con su distinción entre un nacionalismo occidental de perfil político-democrático, y otro oriental, de rasgos culturales y lingüísticos.14 La diferenciación propuesta por Kohn ha marcado el debate por mucho tiempo. Recientemente se reanimó con otras nociones: Ahora el debate hace una distinción entre un nacionalismo cívico/territorial—bueno y occidental—y un nacionalismo étnico/cultural—malo y oriental.15 Trabajos anteriores sobre el nacionalismo en América Latina traslucen la misma dificultad de encontrar una definición de validez general para este concepto. La mayoría de los autores consideran que el nacionalismo en América Latina, sobre todo en el siglo XX, desempeña un papel importante y constituye una fuerza positiva, reivindicada tanto por los gruposde derecha como por los de izquierda. Estos autores relacionan las manifestaciones del nacionalismo con los esfuerzos de desarrollo y con la política antiimperialista, pero no suministran definiciones, y sólo ocasionalmente problematizan esta carencia o bien eligen, como 13 Véase por ejemplo H. KOHN, Nationalism. Its Meaning…, , E. J. HOBSBAWM, Nations and Nationalism., Carlton J.H HAYES, The Historical Evolution of Modern Nationalism, New York 1931. Cf. también Walter SULZBACH, Imperialismus und Nationalbewusstsein, Frankfurt 1959. 14 C. J.H HAYES, The Historical Evolution of Modern Nationalism, H KOHN, The Idea of Nationalism. 15 John PLAMENATZ , “Two types of Nationalism“, en Eugene KAMENKA (ed.), Nationalism: The nature and evolution of an idea.. London 1966, pp. 22-36. Rogers BRUBAKER, Citizenship and Nationhood in France and Germany, Cambridge, Mass. 1992, emplea esta distinción para su análisis. NACIONALISMO Y NACIÓN 13 Gerhard Masur, no proponer definición alguna; Masur rechaza una definición concreta del nacionalismo, porque, según su opinión, ésta no sería asunto del historiador sino del sociólogo; antes bien, la tarea del historiador consistiría sobre todo en describir.16 En cierto modo, se da por sabido qué es el nacionalismo. Los estudios de síntesis sobre el nacionalismo en América Latina, las propuestas de tipología, como las de Johnson, Whitaker/ Jordan o Silvert, registran distintas manifestaciones del nacionalismo y las clasifican o bien cronológicamente, o bien con criterios socioeconómicos o según el grado de democratización. Johnson observa que el nacionalismo salvo brotes esporádicos en el siglo XIX, por ejemplo en la época de la independencia aparece con preponderancia en el siglo XX y presenta, a su juicio, dos etapas: primero el nacionalismo aristocrático de las clases altas, desde el fin de la primera guerra hasta la crisis económica mundial; a continuación el nacionalismo popular o populista articulado por las clases trabajadoras y medias emergentes, que, sobre todo desde 1945, se constituye en un nacionalismo económico con fuertes tendencias xenófobas.17 En cambio Whitaker y Jordan distinguen cinco categorías descriptivas del nacionalismo y las designan según los grupos sociales que articulan cada una de ellas, considerando que resultan más apropiadas para América Latina que la tipología de Hayes. Son éstas: el nacionalismo rural tradicional, una especie de nacionalismo nostálgico que se opone a la influencia cultural europea; el nacionalismo de la vieja burguesía, defendido por la clase media 16 Gerhard MASUR, Nationalism in Latin America. Diversity and Unity. New York, London 1966, p. 5. Cf. tambien J.J. KENNEDY, Catholicism, Nationalism and Democracy in Argentina, Notre Dame, Ind. 1958. Herbert S. KLEIN, Orígenes de la revolución nacional boliviana, La Paz 1968. Helio de MATTOS JAGUARIBE, O nacionalismo na atualidade brasileira, Rio de Janeiro 1958, Id., “The Dynamics of Brasilian Nationalism”, en Claudio VELIZ (ed.), Obstacles to change in Latin America. London, New York 1965, pp. 162-187. Bradford E BURNS, Nationalism in Brasil: a historical survey, New York 1968. Ernest HALPERIN, Nationalism and Communism in Chile, Cambridge, Mass. 1965. Frederick C TURNER, The Dynamic of Mexican Nationalism, Chapel Hill 1968. Arthur P. Whitaker, The Nationalism in Latin America, Gainesville 1962. 17 John JOHNSON, “The New Latin American Nationalism”, en Peter G. SNOW (ed.), Government and Politics in Latin America. A Reader, New York, London 1961, pp. 451-465. Hans-Joachim KÖNIG 14 tradicional, y vinculado al liberalismo político y económico; el nacionalismo neoburgués de las nuevas clases medias que constituyen la burguesía nacional, el cual se manifiesta como nacionalismo económico acentuando el papel del capital y de la empresa privada, pero oponiéndose a la inversión extranjera; luego, el nacionalismo populista, vinculado con las concepciones social-revolucionarias; y, finalmente, el nacionalismo “nasserista”, también relacionado con concepciones social-revolucionarias pero sostenido primordialmente por los militares. Se ve que Whitaker y Jordan por los tres primeros tipos de nacionalismo incluyen también el siglo XIX en su concepto del surgimiento y manifestación del nacionalismo en América Latina.18 Por su parte, Kalman H. Silvert propone tres categorías principalmente funcionales para caracterizar el nacionalismo: nacionalismo como patriotismo, es decir como concepto simbólico, tal como lo manejó sobre todo el pequeño grupo de la clase alta criolla en el siglo XIX; el nacionalismo como valor social, es decir como norma que determina la necesaria lealtad del ciudadano frente al Estado; y, finalmente, el nacionalismo como ideología, que instrumentaliza los símbolos y las metas nacionales convirtiéndolos en acción política para el enaltecimiento de la nación. Dentro de esta última categoría distingue tres etapas del nacionalismo aristocrático-tradicional, económico-proteccionista-tradicional, y racional-flexible, que hace corresponder con el proceso de movilización social progresiva y de integración nacional.19 Estas tipologías no proporcionan un marco teórico general, aunque caractericen de manera correcta ciertos fenómenos particulares. Tampoco es del todo convincente la distinción postulada por Hans-Jürgen Puhle entre un nacionalismo latinoamericano tradicional con motivaciones políticas en el siglo XIX, y un nacionalismo antiimperialista con motivaciones económicas en el 18 Arthur P WHITAKER,. y David C. JORDAN, Nationalism in Contemporary Latin America, New York 1966. 19 Kalman H SILVERT, “Nationalism in Latin America”, en: P. G. SNOW (ed.), Government, pp. 440-450. Cf. también SILVERT (ed.), Expectant Peoples. Nationalism and Development, New York 1963; véase allí “Introduction. The Strategy of the Study of Nationalism”, pp. 3-38. NACIONALISMO Y NACIÓN 15 siglo XX.20 Es cierto que con el término de nacionalismo antiimperalista Puhle da cuenta de un aspecto importante del nacionalismo latinoamericano en el siglo XX, pero deja fuera importantes aspectos de la historia del nacionalismo en América Latina, al no tomar en cuenta el nacionalismo durante el proceso de las independencias, o al simplificar el nacionalismo del siglo XIX describiéndolo como “fenómeno de la superestructura libremente suspendido”. En el estudio clasico sobre el nacimiento y desarrollo de los Estados nacionales en América Latina, Marcos Kaplan a veces menciona al nacionalismo como ideología, sus modelos y las influencias que lo marcaron, tanto las externas como las ejercidas a través de las funciones del Estado, pero no lo sitúa en un marco teórico.21 Ahora mismo podemos constatar que nacionalismo en Iberoamérica es considerado como un fenómeno no solo del siglo XX sino tambien del XIX.. Con razón, como voy a demostrar en oposición a David Brading, quien en un artículo reciente caracteriza al nationalismo en América Latina como “a late-comer, a child of the twentieth century” y mantiene que en la época de la independencia solamente existía un patriotismo criollo.22 En cuanto a la valoración del nacionalismo en América Latina, tampoco existe un consenso. Tampoco allí se lo valora sólo positivamente cuando está dirigido contra la intervención imperialista; con frecuencia también se lo critica. Y mientras se toman en cuenta sólo los aspectos negativos del nacionalismo europeo en tanto ideología con que la burguesía justifica su dominio sobre las otras 20 Hans-Jürgen PUHLE, “Nationalismus in Lateinamerika”, en Wolf GRABENDORFF (ed.), Lateinamerika—Kontinent in der Krise, Hamburg 1973, pp. 48-77; reelaborado y aumentadoen: Heinrich August WINKLER (ed.), Nationalismus, 2., erw. Auflage Königstein 1985, pp. 265-286; cf. una variante del texto “Política de desarrollo y nacionalismo en América Latina en el siglo XX” en Michael RIEKENBERG (comp.), Latinoamérica: Enseñanza de la historia, libros de textos y conciencia histórica, Buenos Aires 1991, pp. 18 –35. 21 Marcos KAPLAN, Formación del Estado nacional en América Latina, Santiago de Chile 1969. 22 David A BRADING, “Nationalism and State-Building in Latin America History“, en Ibero-Amerikanisches Archiv 20.1/2 (1994), pp. 83-108, aqui p. 88; tambien publicado en Eduardo POSADA-CARBO (ed.), Wars, Parties and Nationalism: Essays on the Politics and Society of Nineteenth-Century Latin America, London 1995, pp. 89-107. Cf. su estudio anterior David A. BRADING, Los orígenes del nacionalismo mexicano, México 1973. Hans-Joachim KÖNIG 16 clases sociales, se descuidan las tendencias progresivas originariamente asociadas al nacionalismo. Se pretende desenmascarar el nacionalismo como ideología antihumanitaria y antihumana que sirve exclusivamente como autodefensa de las élites sociales y políticas dominantes, la burguesía nacional o, en la variante populista, para encubrir los conflictos sociales y los antagonismos de clase.23 Pero la cuestión es si se agota la función del nacionalismo en América Latina en estas dimensiones que indudablemente existen. ¿No resulta apropiada para América Latina la evaluación positiva del nacionalismo en el Tercer Mundo ya propuesta por algunos historiadores y sociólogos, como Rupert Emerson y Hans Kohn que condenan al nacionalismo europeo, salvo en su fase inicial, cuando lo consideran como “una fuerza dirigida hacia adelante y no reaccionaria”, como “un estímulo para la revolución" y no como "un baluarte del status quo”?24 b) Un enfoque nuevo ¿Por qué no resultan satisfactorias las afirmaciones de gran parte de los estudiosos del nacionalismo? Sin lugar a dudas, porque se ocupan más de analizar las manifestaciones del nacionalismo y sus contenidos, es decir, de los criterios básicos de la nacionalidad como el idioma, la cultura, la raza, el destino histórico compartido, la historia común, o de un sistema de ideas etc., que de analizar las condiciones de formación y las distintas funciones que fue teniendo el nacionalismo según la situación histórica. Las dificultades que suscita la ambigüedad del concepto de nacionalismo han llevado, en estudios más recientes, a definirlo no tanto por sus contenidos, sino antes bien por su carácter funcional- 23 Véase por ejemplo Thomas A. VASCONI y Mario Aurelio GARCÍA DE ALMEIDA , “Die Entwicklung der in Lateinamerika vorherrschenden Ideologien”, en W. GRABENDORFF (ed.), Lateinamerika, pp. 16-47. Victor ALBA, Nationalists without Nations. The Oligarchy versus the People in Latin America, New York 1968. 24 Rupert EMERSON, From Empire to Nation. The Rise of Self-Assertion of Asian and African People, Boston 1964, p. 206; H. KOHN, The Idea of Nationalism, p. 22. Cf. también el resumen de sus investigaciones en el XII Congreso Internacional de Historiadores que tuvo lugar en Viena, H. KOHN, “Nationalism and Internationalism in the nineteenth and twentieth Centuries”, Rapport I Grands Thèmes, Nationalisme et internationalisme aux XIX et XXe siècles, Vienne 1965, pp. 191-240, especialmente pp. 220-226. NACIONALISMO Y NACIÓN 17 instrumental.25 Según estas investigaciones, el nacionalismo puede definirse como un instrumento—la mayoría de las veces manejado por los élites políticos—para motivar la actividad y la solidaridad políticas. Sirve para movilizar a aquellas partes de la sociedad equiparadas con la “nación”, o a la colectividad concebida como “nación”, contra opositores internos o externos, o contra cualquier amenaza.26 Puede referirse, pues, a la población que vive dentro de los límites estatales, o bien establecer la delimitación frente a otros estados y naciones. En tal sentido exige que la lealtad hacia la “nación” tenga primacía absoluta frente a todas las demás lealtades, y antepone los intereses de la nación a todos los demás intereses como norma de la acción política.27 Esta definición hace posible, por un lado, distinguir más nítidamente entre nacionalismo y conciencia nacional o autoconciencia es decir, entre ideología o doctrina y sentimiento o pasión y, por otro lado, abarca el espectro de todas las posibles funciones del nacionalismo, con lo cual corresponde a la ambivalencia del concepto. No siempre se aplica tal diferenciación evidente como se desprende de la observacion de Brian Hamnett quien aún en 1995 dice que el nacionalismo representa la búsqueda de la identidad y que es más bien un sentimiento que una ideología.28 La definición propuesta 25 Véase el capítulo introductorio de H. A. WINKLER, “Der Nationalismus und seine Funktionen“, en Id. (ed.), Nationalismus, pp. 5-46; la definición vuelve sobre reflexiones de Christian Graf von KROCKOW, Nationalismus als deutsches Problem, München 1970, en especial pp. 18 y 31., cf. tambien HOBSBAWM, Nations and Nationalism. 26 Cf. John BREUILLY , Nationalism and the State, Manchester 1982, pp. 186-191, 221- 249. 27 Cf. KÖNIG, Auf dem Wege, p. 13; (En el camino, p.25 s.); cf. las definiciones muy parecidas de Gellner, quien dice que nacionalismo es “primarily a principle which holds that the political and national unit should be congruent”, Ernest GELLNER, Nations and Nationalism, Oxford 1983, p. 1; y de Hobsbawm, quien utilize el termino nacionalismo en el sentido “that this principle also implies that the political duty of Ruritanians (es un pueblo inventado, un pueblo de fantasía) to the polity which encompasses and represents the Ruritanian nation, overrides all other public obligations, and in extreme case (such as wars) all other obligations of whatever kind”, HOBSBAWM, Nations and Nationalism, p. 9. 28 Brian HAMNETT, “Las rebelliones y revoluciones iberoamericanas en la época de la Independencia. Una tentativa de tipología”, en François-Xavier GUERRA (ed.), Las Revoluciones Hispánicas: Independencias Americanas y Liberalismo Español, Madrid 1995, pp. 47-70., esp. 59. Hans-Joachim KÖNIG 18 arriba no subordina ni limita el nacionalismo a ningún grupo social. Tampoco supone ninguna evaluación previa, sino que permite especificar y evaluar las funciones sociales y políticas del nacionalismo en cada caso y en cada situación histórica concreta. Precisamente, al estudiar un período extenso se necesita un amplio margen, tanto para la definición del contenido como para la evaluación, pues de otra manera, si se parte de una evaluación general previa, el resultado de la investigación acerca de la función del nacionalismo estaría indefectiblemente marcado por ese mismo juicio de valor del que se parte. Pongo por caso el trabajo de Frederik C. Turner de 1968 sobre el nacionalismo mexicano. Turner parte de una valoración positiva que sería válida para todo el período de la investigación, los siglos XIX y XX.: “The present approach to Mexican nationalism views it as ‘good’, because—far from serving as a justification for domination or aggressión—Mexican nationalism has been a search for a national integrity and social consensus.” Con base en esta premisa, se le escapa la función apaciguadora y encubridora del nacionalismo frente a los conflictos sociales en México, sobre todo en el siglo XIX. Y aun cuando percibe la función del nacionalismo como elemento reductor de conflictos no lo problematiza.29 Por eso, para evitar generalizaciones o parcialidades, es preciso indagar los orígenes de cada nacionalismo y no dar una explicación sólo inmanente. Entre sociólogos, politólogos e historiadores que se dedican a la problemática del nacionalismo y de la nación hay un consenso considerable sobrela relación entre el nacionalismo por una parte, y los procesos de modernización e industrialización, es decir, de cambios estructurales en la esfera del Estado, la sociedad y la economía, por la otra. Era sobre todo Ernest Gellner quien ha analizado esta relación en sus estudios desde 1964 hasta 1998.30 Por modernización se entiende aquí el proceso histórico de cambios 29 TURNER: The Dynamic, p. 8, p. 308. 30 Véase la compilación de ensayos, a veces críticos pero en su mayoría afirmativos sobre el enfoque de Gellner en John A. HALL (ed.), The State of the Nation. Ernest Gellner and the Theory of Nationalism, Cambridge 1998; este libre ofrece tambien una bibliografia de todos los estudios de Gellner, pp. 307-310. Unas concepciones más críticas ofrece el libro de Anthony D. SMITH , Nationalism and Modernism. NACIONALISMO Y NACIÓN 19 estructurales que empezó en Europa occidental en el siglo XVIII. Como este tipo de transformación social abarca hoy en día al mundo entero, se puede hablar de un proceso de modernización universal, sin que ello implique que las repercusiones sociales sean iguales en todas las partes. Precisamente la investigación histórico-comparativa de la modernización constata la expansión desigual de la modernización tanto en el contexto internacional como en el nacional y considera justamente que el nacionalismo está motivado por deficiencias y desniveles en la modernización o por una modernización parcial. En este aspecto, el nacionalismo o un movimiento nacional puede constituir una respuesta al desafío de la modernización especialmente en paises del mundo no-europeo en cuanto constituye una reacción frente al atraso económico y una condición previa para alcanzar las metas de desarrollo de una sociedad.31 Por lo tanto, en la investigación del fenómeno nacionalismo, es trascendente la pregunta acerca de las relaciones entre nacionalismo y cambio social/modernización/- desarrollo. En América Latina también se han concebido las relaciónes entre desarrollo y nacionalismo. Sobre todo en Brasil en el Instituto Superior de Estudos Brasileiros (ISES 1956-1964) se discutieron conceptos de desarrollo nacional. De los muchos autores solo quisiera mencionar a Hélio Jaguaribe quien resumió: “Nationalism, which only makes sens when it serves to promote national emancipation and achievement, is also a necessary condition for economic development. Without the impulse of nationalisms and the framework of a national state as prime mover and controller respectively of the national society, the latter’s internal contradictions will act as a brake on its development, and render it helpless against the external pressure of the Great Powers”.32 31 Con respecto a la relación entre modernización, nacionalismo y superación del atraso véase entre otros Ernest GELLNER, Thought and Change, London 1964, en especial pp. 147-148; Id., Nations and Nationalism, passim. Anthony D. SMITH , Theories of Nationalism, London 1971. R. BENDIX, Nation-Building and Citizenship. Bert F. HOSELITZ, “Nationalism, Economic Development and Democracy”, en The Annals of the American Academy of Political and Social Science 305 (1956), pp. 1-11. Alexander GERSCHENKRON, “Economic Backwardness in Historical Perspective”, en Bert F. HOSELITZ (ed.), The Progress of Underdeveloped Areas, Chicago and London 1971, pp. 3-29. 32 Helio de MATTOS JAGUARIBE, “The Dynamic of Brazilian Nationalism”, VELIZ (ed.), Obstacles, p. 186. Cf. Ronald H CHILCOTE,.“Development and Nationalism in Brazil Hans-Joachim KÖNIG 20 Por consiguiente, parece oportuno ver el nacionalismo y su surgimiento en el contexto de los procesos político-sociales de desarrollo. Esto es válido tanto en lo que concierne al nacionalismo temprano o genuino, cuando estimulaba movimientos nacionales y contribuía a la formación de los Estados nacionales33, como al nacionalismo posterior vinculado con el triunfo de la producción industrial o con Estados existentes. Unas sugerencias muy interesantes e importantes para estudiar el trasfondo social del nacionalismo suministra el concepto sociológico-comunicativo de Karl W. Deutsch. Para él, la formación de la conciencia nacional y del nacionalismo de un pueblo depende de la extensión, intensificación y modificación del contenido de sus hábitos y posibilidades de comunicación, como resultado de una creciente movilización social y de una progresiva integración.34 La importancia de este enfoque radica, entre otros aspectos, en demostrar que la formación misma de un comportamiento nacional es un proceso social elemental y no presuponer simplemente la existencia de naciones como formas sociales dadas. Deutsch concibe a la nación como el producto de un desarrollo a largo plazo, como un proceso paulatino de formación hasta alcanzar una “complementariedad” social consciente. El nacionalismo es concebido entonces como una ideología que tiende a forzar este proceso mediante una comunicación más intensiva dentro de una colectividad que se identifica por compartir un idioma y una cultura. Por tanto, según Deutsch el nacionalismo existe antes de que hay una nación. Otro enfoque que es muy adecuado para analizar el nacionalismo en el contexto de fenómenos de transformacion social y que ya ha incitado varias investigaciones sobre el nacionalismo es el “modelo de crisis del desarrollo político”, elaborado por el Committee on Comparative Politics. Esta propuesta se basa en una serie de supuestos acerca de las funciones y los problemas de cualquier sistema político. Presupone que las sociedades, en el curso de su and Portuguese Africa”, en Comparative Political Studies, 1 (1969), pp. 504-525. Arthur P WHITAKER,.“Nationalism and Social Change in Latin America”, en Joseph MAIER & Richard W. WEATHERHEAD (eds.), Politics of Change in Latin America, New York and London 1965, pp. 85-110. 33 Véase abajo el capítulo sobre el surgimiento del nacionalismo en América. 34 Karl W. DEUTSCH,.Nationalism and Social Communication, Cambridge, Mass. 1953, cf. sus ensayos sumarios Id., Nationenbildung–Nationalstaat–Integration, Düsseldorf 1972. Benedict ANDERSON ha elaborado aun más estas reflexiones; ver abajo. NACIONALISMO Y NACIÓN 21 modernización política dentro del proceso de modernización más amplio, se ven confrontadas con seis problemas o desafíos que los gobiernos o las élites políticas deben resolver para evitar situaciones concretas de crisis. A saber: la crisis de penetración (el problema de una administración efectiva, que alcance a todos los niveles sociales), la crisis de integración (el problema de la integración de los diferentes estratos de la población en la vida pública), la crisis de participación (el problema de la participación política de grupos cada vez mayores en el poder político), la crisis de identidad (el problema de la identidad nacional, es decir, de la creación de una conciencia nacional común, de la identificación de los distintos grupos de la población con la sociedad como un todo y con el respectivo sistema político), la crisis de legitimidad (el problema de la legitimidad del poder, de la responsabilidad del gobierno y del reconocimiento del sistema por parte de la población) y la crisis de la distribución (el problema de la repartición de bienes y recursos en el interior de la sociedad).35 La meta del proceso de modernización política y a la vez las características de un sistema político moderno—las respuestas, por así decir,que han resuelto los problemas de las crisis,—pueden ser caracterizadas, según Flora, por “una politización de la identidad, una legitimidad basada en gran medida en criterios de eficiencia, una capacidad creciente de movilizar y (re)distribuirlos recursos nacionales, un aumento de la participación política y una integración progresiva de los diversos sectores de una sociedad.”36 Varias razones inducen a utilizar este modelo como un instrumento heurístico para estudiar el nacionalismo. Puesto que no 35 En ocho estudios fundamentales del Committee on Comparative Politics, Gabriel A. Almond, James S. Coleman, Joseph La Palombara, Lucian W. Pye, Dankwart A. Rustow, Sidney Verba, Robert E. Ward, Myron Weiner y Charles Tilly elaboraron el modelo del desarrollo político. El volumen séptimo resume las tesis esenciales Leonhard BINDER y otros (eds.), Crisis and Sequences in Political Development, Princeton 1971. Véase también las exposiciones sumarias de esta concepción en Stein ROKKAN , “Die vergleichende Analyse der Staaten- und Nationbildung. Modelle und Methoden”, en Wolfgang ZAPF (ed.), Theorien des sozialen Wandels, Köln, Berlin 1971, pp. 228-252; Charles TILLY , “Western State-Making and Theories of Political Transformation”, en Id. (ed.), The Formation of National States in Western Europe, Princeton 1975, pp. 601-638, en especial pp. 608-611;. 36 FLORA, Modernisierungsforschung, p. 89. Hans-Joachim KÖNIG 22 fija una secuencia rígida de crisis y desafíos, ni una secuencia de etapas evolutivas válida universalmente, permite tomar en cuenta las circunstancias históricas concretas en cada caso, en relación tanto con los factores internos del cambio social como con los factores externos del proceso de modernización, como la guerra y la dominación colonial, el imperialismo y la política internacional o, en general, la influencia de las sociedades desarrolladas sobre las así llamadas sociedades en vías de desarrollo. Así, por ejemplo, el modelo de crisis constata que, a diferencia de lo que ocurre en los estados de Europa occidental, en los estados en proceso de emanciparse de la dependencia colonial la búsqueda de identidad y el afianzamiento de la legitimidad son prioritarios.37 Partiendo de la estrecha correspondencia y de la conexión recíproca entre nacionalismo y fenómenos de transformación social, o también proceso de modernización, el modelo de crisis permite, por ejemplo, delimitar los períodos que se investigan tomando en cuenta las crisis del proceso de cambio y modernización, ya que no sólo la crisis de identidad sino también la crisis de participación parece desempeñar un importante papel en el surgimiento del nacionalismo. Además, el modelo de crisis describe la formación del Estado, de un Estado propio, que constituye en el fondo la meta del nacionalismo temprano, como etapa o también como tarea específica del desarrollo. Así, para Stein Rokkan la penetración y la integración tienen que ver con la formación del Estado, la identidad y la legitimidad con la formación de la Nación, y, por último, la participación y la distribución con la consolidación de la sociedad.38 Este modelo presenta un marco teórico o por lo menos un instrumento metodológico, que permite explicar y estudiar el surgimiento del nacionalismo y de los movimientos nacionales en sus diversas formas y funciones dentro del proceso de transformación social y política.39 37 Cf. por ejemplo las reflexiones al respecto de Lucian W. PYE, citado en Stein ROKKAN , Die vergleichende Analyse, pp. 234 s. 38 ROKKAN , Die vergleichende Analyse, p. 233s. 39 En distintos estudios alemanes sobre América Latina, este marco teórico ya ha sido utilizado con provecho, por ejemplo Peter WALDMANN , Der Peronismus, 1943-1955, Hamburg 1974. Id., “Stagnation als Ergebnis einer ‘Stückwerkrevolution’. Entwicklungshemmnisse und -versäumnisse im peronistischen Argentinien”, en Geschichte und Gesellschaft II, 2 (1976), pp. 160-187. Manfred MOLS und Hans Werner TOBLER, Mexiko. Die institutionalisierte Revolution, Köln, Wien 1976. Véase NACIONALISMO Y NACIÓN 23 En este modelo son de suma relevancia las élites, que se encuentran o bien en el poder, o bien en la oposición, y que aparecen como el grupo que toma las decisiones en el proceso de modernización; es, pues, la política de las élites la que crea nuevas condiciones para el cambio socioeconómico. Por eso, la recopilación de materiales puede dedicarse en primer lugar a los criterios para la acción política, a las declaraciones y las decisiones de estas élites. Ello permite abarcar tanto las medidas políticas o burocráticas efectivas en el proceso de modernización como los conflictos resultantes entre los grupos que compiten por el poder. Es cierto que al proceder así se reducen hasta cierto punto los problemas de desarrollo de una sociedad a los problemas de las élites políticas y de los gobiernos. Es casi lógico que los análisis de la formación del estado y de nación en el contexto de la modernización y las estructuras políticas, administrativas y socioeconómicas adopten la perspectiva desde arriba, es decir los puntos de vista de las élites, como lo critica tambien Hobsbawm.40 Pero ello no restringe la aplicabilidad de una concepción funcional para evaluar el nacionalismo y sus funciones. Sin embargo, el análisis de la formación de la nación necesita tambien la perspectiva desde abajo, es decir la percepción de la nación por parte de las masas populares, aun cuando es mucho mas dificil encontrar material correspondiente. En total, hace falta considerar las actitudes y conductas de toda la población que es el objeto de la propaganda nacionalista para no reducir el problema de la formación de la nación a la función que en ese proceso les cupo a las élites. El análisis de la formación de la nación en América Latina revelará una vez más la necesidad de esta doble perspectiva.41 también Otto DANN (ed.), Nationalismus und sozialer Wandel, Hamburg 1978, este libro contiene algunos ensayos sobre importantes movimientos nacionales europeos y sobre el nacionalismo en el Tercer Mundo; analizan la relación entre nacionalismo y proceso de modernización. Cf. mis reflexiones acerca de la utilización de este enfoque para estudios sobre nacionalismo en América Latina, Hans-Joachim KÖNIG, “Theoretische und methodische Überlegungen zur Erforschung von Nationalismus in Lateinamerika”, en Canadian Review of Studies in Nationalism. Vol. VI, 1 (1979), pp. 13-32. He utilizado el enfoque en mi trabajo H.-J KÖNIG, Auf dem Wege, (En el camino). 40 HOBSBAWM, Nations and Nationalism, p. 10s. 41 Ver abajo. Hans-Joachim KÖNIG 24 c) Nación En este contexto resulta indispensable aclarar qué se entiende por nación. Aquí surge un problema de definición semejante al que causa el concepto de nacionalismo. La extensa y variada literatura dedicada al concepto de nación ofrece definiciones para dos tipos básicos de nación que se han derivado de la formación de las naciones y los estados nacionales europeos. Friedrich Meinecke distingue entre “naciones estatales” y “naciones culturales”,42 mientras que Hans Kohn hace la distinción entre nación constituida subjetiva y políticamente, y nación determinada objetiva y culturalmente.43 Esta tipología se refiere, por una lado, a la formación del Estado nacional en Francia, donde, tras la Revolución de 1789, cada individuo decidía si quería ser francés o no; esto lo formularía Renan en 1882 con las palabras frecuentemente citadas: “L'existence d'une nation est un plébiscite de tous les jours.”44 La tipología se refiere, por el otro lado, a la formación de los Estados nacionales en Europa central y oriental, un proceso que Friedrich Meinecke caracteriza de esta manera: “El auténtico Estado nacional ... es y llega a ser (nacional) ... no por voluntad de los gobernantes o de la nación, sino tal como son o llegan a ser nacionales el lenguaje, los hábitos o las creenciaspor el silencioso influjo del espíritu del pueblo [Volksgeist] ... Aquí no se dice: Nación es lo que quiere ser nación, sino al revés. Una nación existe, quieran los individuos que la constituyen pertenecer a ella o no. Una nación no se basa en la libre elección, sino en la determinación”.45 En trabajos recientes como los de Gellner, Smith y Hobsbawm que discuten la problemática de la definición de nación y nacionalismo se mantiene esa tipología doble como tipología básica. Gellner y Hobsbawm perciben los intereses económicos y políticos dentro de una unidad territorial o estatal como los factores más importantes—relacionando el proceso de la formación de la nación con el proceso de modernización e industrialización—, mientras que Anthony Smith subraya la importancia de un fundamento 42 Friedrich MEINECKE, Weltbürgertum und Nationalstaat. Studien zur Genesis des deutschen Nationalstaates, Séptima edición revisada, München y Berlin 1928. 43 H KOHN, The Idea of Nationalism, passim. 44 Ernest RENAN, Qu'est-ce qu'une nation? Paris 1882, p. 27. 45 F. MEINECKE, Weltbürgertum, pp. 5, 14, 290 s. NACIONALISMO Y NACIÓN 25 cultural/ètnico existente.46 Estas distinciones son importantes en dos sentidos: Dicen algo tanto sobre el momento en que surgen naciones como sobre el fundamento en que naciones se basan. Kohn, Gellner y Hobsbawm indican—partiendo del desarrollo en Europa—como comienzo del nacimiento de naciones el fin del siglo XVIII y el principio del siglo XIX y consideran a las naciones, los estados nacionales como unidades de población que habitan un territorio demarcado, poseen intereses económicos comunes con movilidad en un único territorio, leyes comunes con derechos y deberes legales idénticos para toda la población, y una única ideología cívica. Según estos autores, el Estado precede a la Nación igual que el nacionalismo existe antes de la Nación. Al contrario, como dice Hobsbawn: “Nations do not make states and nationalism but the other way round.”47 Smith, en cambio, remite a la existencia de naciones premodernos, de poblaciones humanas, en las cuales se evidenciaría “ the perenneal presence of nations”, y acentua “the cultural and ‘ethno-symbolic’ nature of ethnicity and nationalism.”48 El considera a las naciones como comunidades étnico-culturales politizadas, como comunidades de una ancestro comun y reclama un enfoque científico más bien estructural y etnohistórico para poder comprender los apegos etnosimbólicos y fundar la cohesión de naciones modernas en mitos étnicos antiguos, en la memoria, símbolos y tradiciones. A diferencia del enfoque sociológico que quiere explicar el nacimiento de naciones por los procesos políticos y sociales de la modernización, podemos ver en el enfoque de Smith la negación de la modernización como factor básico. La ya mencionada tipología dual muestra con claridad cuán difícil es elaborar una definición del concepto de nación que tenga validez universal. Resultan poco satisfactorios los intentos de dar semejante definición apelando a categorías fijas, rasgos objetivos y factores unificantes extrapolíticos, como el idioma, la cultura, la ascendencia consanguínea o la unidad territorial.49 Tambien en 46 GELLNER, Nations and Nationalism, p. 1. p 48s, HOBSBAWM, Nations and Nationalism, p. 9 s., SMITH , Nationalism and Modernism. 47 HOBSBAWM, Nations and Nationalism, p. 10. 48 SMITH , Nationalism and Modernism, p. 6. 49 Ya Max Weber señaló que el concepto no se deja definir unívocamente “por las cualidades empíricas comunes de los nacionales”, Max WEBER, Wirtschaft und Hans-Joachim KÖNIG 26 América Latina el uso superficial y descuidado de la nocion “nación” que se notaba hasta en trabajos científicos o en libros de textos50 cedió a reflexiones cuidadosas ya desde hace tiempo, como se desprende de las actas de un simposio internacional en Hamburgo y Köln con motivo del Bicentenario Natalicio de Simón Bolívar en 1983 Problemas de la Formación del Estado y de la Nacion en Hispanoamérica y de aquellas del VII Congreso de AHILA en 1985 en Florencia America Latina: Dallo Stato Coloniale allo Stato Nazione.51 Según el nuevo enfoque, parece más útil no subsumir las múltiples facetas de la realidad histórica en un concepto de validez general y no partir de la nación en cuanto lo que es, sino en cuanto lo que se quiere que sea; es decir, partir de la “idea o del proyecto de nación”, para así poder tener en cuenta a las diferentes realidades y la variabilidad de la idea de nación. En tal sentido es pertinente un enfoque que defina la nación en primer término como un “orden pensado” (“gedachte Ordnung”), como una idea que se refiera a una colectividad de seres humanos como unidad. Constituyen la base de este enfoque las reflexiones de los sociólogos alemanes Emerich Francis y Eugen Lemberg, que muchos años antes de Gellner (nación artificial), Hobsbawn (nación inventado) y Benedict Anderson (comunidad imaginario) caracterizaron la nación como una construcción.52 La índole de esta Gesellschaft. Grundriss der verstehenden Soziologie, Studienausgabe. 2 vols. Köln, Berlin 1962, Vol. 2, p. 675. 50 Cf. p.ej. Luis LÓPEZ DE MESA, De cómo se ha formado la Nación colombiana, Medellin 1975 (1ª.edición 1934). López de Mesa, aunque el título de su trabajo alude al concepto de “formación de la nación”, no ofrece nada más que una descripción de los acontecimientos históricos sin abordar los criterios que definen a una nación ni problematizar si Colombia en realidad constituyiera una nación. 51 I. BUISSON, G. KAHLE, H.-J. KÖNIG, H. PIETSCHMANN, Problemas de la formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, Köln, Wien, Antonio ANNINO et al., América Latina: Dallo Stato Coloniale Allo Stato Nazione, 2 Vols. Milano 1987, cf. en esta obra, vol. 1, pp. 1-21 el discurso introductorio del congreso de Ruggiero ROMANO, “Algunas consideraciones alrededor de nación, estado (y libertad) en Europa y América Centro-Meridional”; reproducido.en Roberto BLANCARTE (comp.), Cultura e identidad nacional, México 1994, pp. 21-43. 52 Emerich FRANCIS, Wissenschaftliche Grundlagen soziologischen Denkens, München 1957, pp. 100 ss. Eugen Lemberg propone no derivar el concepto de nación de la comunidad con algún rasgo distintivo sino considerarla como un sistema de ideas, valores y normas, como una imagen del mundo y de la sociedad; Eugen LEMBERG, Nationalismus, 2 vols., München 1964, Vol. II, p. 53. Id., “Soziologische Theorien zum NACIONALISMO Y NACIÓN 27 unidad se puede deducir, por ejemplo, de los criterios o los atributos que las élites en el poder o en la oposición consideren decisivos dentro de una sociedad. Estos criterios, que distinguen a una colectividad de las demás, que destacan al mismo tiempo el valor especial del orden propio y cumplen así una función orientadora de la actividad en la sociedad, pueden ser criterios étnicos, culturales o de carácter jurídico- cívico. Los atributos que adquieren validez en un orden pensado de la nación sirven de fundamento a tipos diferentes de naciones: Criterios étnicos constituyen la base de todo pueblo-nación, criterios culturales están en la base de las naciones culturales o naciones definidas como colectividades de habla común, y criterios jurídico-cívicos fundamentan las naciones de ciudadanos. De estos distintos tipos de nación se derivan diferencais en lo que hace tanto a las acciones políticas como también a la demarcación de las fronteras exteriores y la forma de la organización interna de la nación respectiva. Este enfoque tiene la ventaja de que plantea y permite comprender analíticamente lo que los contemporáneos, es decir ante todo los dirigentes políticos de una sociedad,entienden por nación, como la conciben, la construyen, y con qué criterios, plausibles también para quienes no forman parte de las élites, esos dirigentes definen la “nación” y legitiman el orden político dominante o, incluso, justifican la fundación del Estado. De la misma manera se puede analizar los diversos programas e intereses “nacionales” que entran en competencia y no lograron imponerse. En la medida en que parten de “proyectos nacionales”, historiadores latinoamericanos y europeos enfrentan de manera similar el problema de la formación del Estado y de la Nación en América Latina.53 Se ha hecho usual hablar de Nationalstaatsproblem”, en Th. SCHIEDER (ed.), Sozialstruktur und Organisation europäischer Nationalbewegungen, München Wien 1971, pp. 19-30. GELLNER, Nations and Nationalism, pp. 48 s., Eric J HOBSBAWN and Terence RANGER (eds.), The Invention of Tradition, Cambridge 1983 (esp. Introduction), Benedict ANDERSON, Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, London 1983. 53 Véase por ejemplo Germán CARRERA DAMAS, “Sobre la cuestión regional y el proyecto nacional venezolano en la segunda itad del siglo XIX”, en PALACIOS (comp.), La unidad nacional, pp. 21-49. Id., “Estructura de poder interno y proyecto nacional inmediatamente después de la Independencia: el caso de Venezuela”, en I. BUISSON et al., Problemas de la formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, pp. 407- 439. “Historia Andina de los Siglos XIX y XX: Balances y Prospectiva. Informe sobre el Encuentro Franco-Andino (Lima 20-24 de agosto de 1984)”, en Bulletin del Instituto Hans-Joachim KÖNIG 28 “proyectos nacionales”, porque así se puede comprender mejor tanto el carácter procesual de la formación de la Nación como la evolución conceptual en los procesos de construcción nacional, descrita ejemplarmente por Mónica Quijada en varios artículos.54 Ese carácter procesual implica dos cosas: Construir la Nación presupone un acuerdo sobre la dirección del proceso. Además, el resultado de un tal proceso no consiste en armonizar el Estado con la etnia/cultura sino que tiene algo que ver con la sociedad que vive en este Estado, lo acepta y se identifica con él por fomentar su desarrollo. Sirven para eso sobre todo medidas políticas y sociales que incluyen los diferentes grupos de la población, pero tambien medidas adecuadas para crear una identidad cultural y histórica. Las medidas culturales son particularmente importantes cuando el proceso de la formación del Estado y de la Nación no se puede basar en características culturales existentes porque éstas están todavía por construir. Por eso no es oportuno usar el termino Nación como sinónimo de Estado, como lo han hecho a veces trabajos anteriores sobre la problematica de nación y nacionalismo en América Latina.55 Nación como resultado de un proceso es más que el Estado y su existencia requiere un mínimo de integración nacional desde el punto de vista social, que es hoy en día el criterio clave para determinar la existencia de la nación. Este criterio aparece en la definición de nación del sociólogo E. Francis: Francés de Estudios Andinos XIII, No. 3-4 (1984), pp. 1-20, en especial pp. 12 ss; Tulio HALPERIN DONGHI, Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1846-1880), Caracas 1980. Brian R. HAMNETT, “Liberalism Divided: Regional Politics and the National Project during the Mexican Restored Republic, 1867-1876”, en Hispanic American Historical Review 76,4 (1996), pp. 659-689. 54 Mónica QUIJADA, “¿Que Nación? Dinámicas y dicotomías de la nación en el imaginario hispanoamericano del siglo XIX”, en François-Xavier GUERRA y Mónica QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación, en Cuadernos de Historia Latinoamericana, 2, 1994, pp. 15-51. Id., “La nación reformulada. México, Perú, Argentina (1900-1930)”, en A. ANNINO et al. (eds.), De los Imperios a las Naciones, pp. 567-590. 55 Cf. la argumentación parecida de Mark T. BERGER, “Spectors of Colonialism: Building Postcolonial States and Making Modern Nations in the Americas”, en Latin American Research Review 35, 1 (2000), pp. 151-171. Tambien trabajos recientes continuan con el enfoque político-constitucional tal como Manuel FERRER MUÑOZ, La formación de un Estado nacional en México, (El Imperio y la República federal: 1821- 1835), México 1995. NACIONALISMO Y NACIÓN 29 “Parece conveniente reservar el término nación para una forma histórica específica de la organización social, que se da donde la mayoría de la población de un Estado moderno forma una unidad social claramente reconocible, que se aproxima al tipo ideal de sociedad entera; si esta unidad se basa sobre todo en su cohesión estatal, y cuando el Estado es percibido como reflejo de la voluntad general.”56. Esta definición implica que no todos los estados eran o son al mismo tiempo naciones, lo cual no significa que los dirigentes políticos no valoren a sus Estados como naciones. Sin embargo, implica también que un Estado puede llegar a convertirse en Nación, tal vez en virtud de una política coherente de integración o participación política y social, y con una creciente lealtad, identificación, sentimiento nacional del conjunto de sus habitantes, originada en esa política. Esta definición es muy parecida no sólo al concepto sociológico- comunicativo de Deutsch o al modelo de crisis del desarrollo político, sino también a las reflexiones y las propuestas de sistematización referidas a la formación de los estados y de la nación (state formation, state- and nation-building) como las ha formulado, por ejemplo, Stein Rokkan.57 Estas concepciones coinciden en sostener que las sociedades organizadas en Estados sólo pueden ser consideradas naciones cuando en el curso de su desarrollo han alcanzado determinadas características: un sistema de valores estandardizado, una creciente movilidad y un incremento en la participación política de la población con clara tendencia a la igualación económica. Este proceso, transcurre, según Stein Rokkan, por cuatro fases: fundación del Estado y fijación territorial por una élite, incorporación de amplios estratos de la población al sistema político, aumento de la participación activa, 56 E. FRANCIS, Wissenschaftliche Grundlagen, p. 117. Cf. la definición muy parecida de David HELD, “The development of the modern state”, en S. HALL and B. GIEBEN (eds.), Formation of Modernity, London 1992, p. 87, cf. D. HELD, Democracy and the Global Order, cap. 3. En esta definición se le quitó importancia al aspecto cultural que solamente sirve para fomentar la loyalidad frente al Estado; indudablemente, el concepto moderno de Nación subraya el contenido político. 57 Stein ROKKAN , “Dimensions of State Formation and Nation-Building. A Possible Paradigm for Research on Variations within Europe”, en Ch. TILLY (ed.), The Formation, pp. 562-600. Cf. también los trabajos más recientes de E. GELLNER, Naciones y nacionalismo, y de E. HOBSBAWM: Nations and nationalism. Hans-Joachim KÖNIG 30 redistribución de los bienes nacionales.58 En este proceso las élites dirigentes son consideradas como actores decisivos. Son ellas, según esta concepción, las que pueden iniciar la movilización, pero también las que pueden impedir que la participación política y económica crezca, bloqueando así la transformación nacional.59 Resulta evidente que los criterios que definen la existencia de una nación, constituyen también parámetros adecuados para evaluar el nacionalismo y sus funciones, en la medida en que sea posible constatar cómo y hasta qué punto el nacionalismo ha influido en la formación de la nación. Por consiguiente, esta definiciónde nación moderna que parte de un proceso sociopolítico de formación de la nación paulatino y a largo plazo, de un proceso continuo y inacabado, es apropiada para analizar los procesos de formación o construcción nacionales. Estos todavía no son acabados como ya en 1967 lo había formulado el historiador mexicano Edmundo O’Gorman respecto del caso de México en el siglo XIX. o el grupo de investigadores que discutieron el problema de la formación de Estados-Naciones en las sociedades pluriétnicas andinas o F.-X. Guerra en el libro mencionado De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica60 Es tambien adecuada porque no presupone la existencia de aspectos culturales para la formación de la nación. Podemos constatar que la nueva historiografía sobre el proceso de formación del Estado y de la Nación, sobre nacionalismo y construcción de identidades en América Latina refleja las nuevas reflexiones en lo que concierne tanto los enfoques como las preguntas abiertas. Es lógico que la mayoría de los estudios correspondientes se ocupa de la temática en el contexto de la Independencia, es decir la disolución del los imperios ibéricos y el surgimiento de muchos Estados, por lo menos en la América española. ¿Qué significa la Independencia? ¿Qué eran los nuevos paises? ¿Cuales son los actores sociales y políticos en esa época? ¿En que criterios se basaban los 58 Rokkan entiende estas fases menos cronológicamente que desde el punto de vista del contenido en cuanto a tareas o retos del grupo dirigente, ibid. pp. 570-572. 59 Véase al respecto, además de Rokkan, los comentarios de Ch. TILLY , “Western State- Making and Theories of Political Transformation”, en Id. (ed.), The Formation, pp. 601- 638. 60 Edmundo O’GORMAN, La supervivencia política novohispana, México 1967. Jean- Paul DELER e Yves SAINT-GEOURS (comp.), Estados y Naciones en los Andes. Hacia una historia comparativa: Bolivia- Colombia–Ecuador–Perú, 2 Vols., Paris 1986. NACIONALISMO Y NACIÓN 31 nuevos Estados? ¿Cual era el orígen de los nacionalismos? ¿Cómo se construyen el Estado y la Nación? ¿En qué modelos se inspiraron aquellos que intentaron esta construcción? Estas son algunas de las preguntas centrales en relación al proceso histórico de Iberoamérica. Estados si, Naciones no La nueva historiografía latinoamericanista está de acuerdo en la valoracíon que el Estado precedió a la Nación.61 Se sugiere que fueron los nuevos Estados independientes que construyeron las naciones. Se llegó así a la conclusión que las naciones modernas, como unidades políticas con fronteras culturales, no existieron antes de la consolidación de los Estados, es decir no antes de mediados del siglo XIX o más tarde.62 Con esto se rectificaron opiniones anteriores que señalaban como causa de las revoluciones de Independencia, de la formación de Estados, la previa toma de conciencia “nacional”, una conciencia, que se basaba en aspectos culturales y étnicos de la población autóctona. En una interesante síntesís sobre el nacionalismo criollo—nacionalismo comprendido como conciencia o sentimiento nacional—el chileno Gonzalo Vial Correa valoró la presencia étnica y la atención prestada a ella por las élites de los movimientos independentistas como una característica determinante del nacionalismo criollo.63 De hecho, hasta en paises, donde no había un pasado glorioso de los indios, como p.e. en Nueva Granada, los lideres de los movimientos independentistas, en su argumentación en pro de la Independencia de España, ponían su atención en la historia, la existencia de los indios, atención que muchas veces acrecentó hasta el 61 Cf. los ensayos en I. BUISSON et al. (eds.), El problema de la formación del estado y de la nacion, H.-J. KÖNIG, Auf dem Wege, (En el camino); F.-X. GUERRA, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid 1992, México 1993. F.-X. GUERRA y M. QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación. 62 Para el caso de Argentina, ver el trabajo de OSZLACK, La formación del Estado Argentino, Buenos Aires 1995; para el caso de Colombia, ver H.-J. KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino); para México, ver ANNINO et al. (eds.), De los Imperios a las Naciones. 63 Vial Gonzalo CORREA, “La formación de las nacionalidades hispanoamericanas como causa de la independencia”, en Boletín de la Academia Chilena de Historia, Año XXXIII, No.75 (1966), pp. 110-144. Hans-Joachim KÖNIG 32 enaltecimiento del indio.64 Durante años llamaban a reflexionar sobre la historia precolonial, la conquista y sus consecuencias para los indios. Sin embargo, la forma en que los criollos se incluyeron en la represión sufrida por los indios durante trescientos años y construyeron una historia comun entre conquistados y descendientes de los conquistadores, deja ver claramente que los criollos utilizaban la existencia de los indios únicamente para fines de propaganda y para legitimizar sus propias pretensiones de dominio—como americanos— frente a España y para poder declarar la eliminación de la falta de libertad como objetivo del movimiento. La mención de la historia india no significaba la adopción de contenidos indios en la proyectada formación de estados. El indigenismo criollo no se ideaba como un proyecto político sino que era un instrumento político. Los criollos no construyeron Estados nacionales basados en criterios étnicos o culturales como lengua, cultura, religión, historia.65 No podían hacerlo, pues en aquel entonces no existían “nacionalidades” diferentes, sino una sola—la española—en gran parte común a todos los actores americanos y españoles, cuando más dos: la española y la americana, como señala François-Xavier Guerra con razón.66 Guerra, a pesar de partir del concepto de nación moderna, no abandona enteramente el viejo concepto de nación culturalmente determinada al hacer conjeturas sobre ideas correspondientes que según el existían, por lo menos en los años de 1808 hasta 1810/12. De hecho, durante la época de la crisis provocada por la invasión 64 Cf. el caso de México, Gloria GRAJALES, Nacionalismo incipiente en los historiadores coloniales, Estudio historiográfico, México 1961, D. BRADING,.Orígenes del nacionalismo, el caso de Colombia: H.-J. KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino), el caso de Chile Simón COLLIER, Ideas and Politics of Chilean Independence 1808-1833, Cambridge 1967. 65 Véanse mis reflexiones acerca de esta instrumentalización Hans-Joachim KÖNIG, “El indigenismo criollo.¿Proyectos vital y político realizables, o instrumento político?”, en Historia Mexicana XLVI, 4 (1996), pp. 745-767. 66 F.-X. GUERRA, Modernidad e independencias, esp. cap. IX. Id., “La desintegración de la Monarquía hispánica: revolución e independencias.”, en A. ANNINO, L. CASTRO LEIVA y F.-X. GUERRA (eds.), De los Imperios a las Naciones, pp. 195-227. Id., “Identidades e independencia: La excepción americana”, en F.-X GUERRA M. QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación, pp. 93-134. Cf. en cuanto a la situación en la Nueva Granada la opinión parecida de Anthony MCFARLANE, “The Politics of Rebellion in New Granada, 1780-1810”, en KÖNIG, WIESEBRON (eds.), Nationbuilding, pp. 201-217, 212. NACIONALISMO Y NACIÓN 33 napoleónica podemos averiguar tambien en América ideas o comentarios que con el término Nacion subrayaban la unidad de la Monarquía española. Pero como en el lenguaje de aquella época estado y nación se usaban frecuentemente como sinónimos, es lógico que cuando se hablaba de “La Nación”, el término hacía referencia a España.67 Otros comentarios acentuaban la Americanidad para diferenciarse de Europa, así que se plantea la pregunta de si en ella existieron y fueron denominados criterios con los cuales se debería constituir una nación americana. Sin embargo, el análisis de esta ideay de su aplicación no solamente en la época de la independencia sino en años anteriores evidencia que se usaba el concepto de la americanidad como delimitación frente a España, pero no como fundamento cultural o étnico para la constitución de una entidad política. En el fondo, Guerra tampoco estima la americanidad como un concepto sólido para la constitución de una nación propia. Al denominarse americanos los criollos proponían sin duda una determinada clasificación, de la cual resultaba una delimitación frente a los españoles. No se puede decir sin embargo, que los criollos hayan ensamblado en ella rasgos particulares de la raza o cualidades culturales específicas, es decir que formularan una identidad étnica. Por el contrario, ellos se referían siempre a su origen español, llamándose a sí mismos españoles americanos. Aun cuando se supone que el énfasis en el origen español pertenece a la retórica política, para cimentar en situaciones determinadas la exigencia de un trato igual por parte del gobierno colonial, la experiencia de la heterogeneidad de la población en la América española le impidió a los criollos establecer un criterio étnico para la unidad estatal o nacional. Por otra parte resulta insuficiente ver el aspecto clasificatorio del término americanos sólo en el contexto geográfico, aunque los mismos criollos se referían una y otra vez a la larga distancia entre los españoles y América y, con ello, a las dificiles comunicaciónes y al insuficiente aprovisionamiento. No obstante, mucho más decisivo fue 67 Véase en cuanto a la terminología Charles MINGUET, “El concepto de nación, pueblo estado y patria en las generaciones de la Independencia.” en Recherches sur le monde Hispanique au dix-neuvième siècle, Lille 1973, pp. 57-71. Cf. Demetrio RAMOS PÉREZ, “Nación, Supernación y Nación Local en Hispanoamérica en la Epoca Bolivariana”, en I. BUISSON et al. (eds.), El Problema de la Formación, pp. 173-195. Cf. GUERRA, Modernidad e independencias; KÖNIG, Auf dem Wege (En el Camino). Hans-Joachim KÖNIG 34 que la posición geográfica implicaba un status político determinado, puesto que América fue la parte del imperio español que era dependiente de España como colonia, y esto tocaba a la Nueva Granada al igual que a México, a Venezuela o al territorio de Río de La Plata. De numerosos textos de las postrimerías de la época colonial puede inferirse que los criollos al designarse a sí mismos americanos aludían más allá de la simple pertenencia geográfica a la situación de la dependencia y subordinación coloniales, igualmente presente en las diversas regiones. Al mismo tiempo rechazaban indirecta o directamente dicho status. Esta negativa se expresó cada vez más decisiva, cuanto más confiaban los americanos en las posibilidades de su continente y cuanto más conscientes eran de sus propios intereses. La frecuente frase “somos americanos” era la expresión adecuada de su creciente conciencia del propio valor y manifestaba su adhesión a América. Ya Alejandro de Humboldt había percibido la gran importancia de este sentimiento.68 En la época de la independencia esta expresión se enriquecía cada vez más políticamente y no sólo expresaba una diferencia ante España, sino que contenía un aspecto orientador hacia la acción concreta: superar la dependencia colonial. En esta delimitación hacia afuera, frente a España, el criterio de ser americano ganó una dimensión y un significado continentales. La solidaridad continental, la formación de una “comunidad de intereses” en un “frente externo” éstas fueron las ideas que tenían los criollos en esa fase del proceso de emancipación. Pero esto no quería decir que América fue tomada por una unidad político-estatal o cultural como lo supone la historiografía latinoamericana de integración, en desconocimiento de la realidad histórica de aquella época.69 No existía en aquel entonces una determinada unidad política-administrativa de la América española, en la cual hubiera podido surtir efectos la conciencia continental expresada hacia afuera ya referida. 68 Alexander VON HUMBOLDT Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España, 4 Vols., México 1941, T. II, p. 118. Cf. KÖNIG, En el camino. 69 Véase, por ejemplo, Felipe HERRERA Nacionalismo Latinoamericano, Santiago de Chile 1967. Id., “La Tarea Inconclusa. América Latina Integrada”, en Id. (ed.),: América Latina, Experiencias y Desafíos, Buenos Aires 1974. Este autor acuñó la fórmula de la reintegración, del “reencuentro”, de la “reidentificación” de Latinoamérica. NACIONALISMO Y NACIÓN 35 Los orígenes del nacionalismo: el contexto de modernización e independencia. Ahora, si no existían nacionalidades cultural- o etnicamente determinadas como fundamentos de los nuevos estados, ¿en que se basaban los “movimientos nacionales” y porqué surgían varios estados soberanos del imperio español? ¿Qué causaba las mutaciones del concepto de nación antigua al concepto de nación moderna dentro de la epoca revolucionaria mencionadas por Guerra?70 Con razón Guerra percibe en aquel entonces en America varias identidades que primeramente coexistían y más tarde obraban una contra otra: la identidad de la “nación española”, la identidad americana, identidades culturales de los reinos e identidades locales.71 Precisamente las identidades culturales de los reinos que a veces se remontaban a los primeros tiempos de la época colonial y se basaban en el caso de Chile en la resistencia heróica de los araucanos contra los españoles, en el caso de México en la Virgen de Guadalupe, en el caso del Perú en el reino de las Incas crearon a largo plazo un espacio propio.72 Otros autores percibieron un patriotismo criollo en la época preindependentista.73 Algunos autores como p.ej. Brading lo califican como un vago sentimiento americano que en general no correspondía a ningún territorio político específico, que fue más bien una corriente literaria que un movimiento político; y el historiador chileno Ricardo Krebs le niega al patriotismo criollo en las postrimerías de la época 70 GUERRA, Modernidad, cap. IX. Id., “Identidades e Independencia”, pp. 114ss. 71 GUERRA, “Identidades e Independencia”. 72 En cuanto a la formación de identidades vease COLLIER, Ideas and Politics. BRADING, Orígenes del nacionalismo mexicano. Id.; The First America. The Spanish Monarchy. Creole Patriots and the Liberal State, 1492-1867, Cambrdige 1991. Jacques LAFAYE, Quetzalcóatl and Guadalupe: La formación de la conciencia nacional en México, 1531-1813, México 1977. Bernard LAVALLÉ , Recherches sur l’apparition de la conscience créole dans la Vice-Royauté du Pérou. L’antagonisme hispanocréole dans les ordres religieux (XVIe-XVIIe siècles), 2 Vols., Lille 1982. Id., Las promesas ambiguas. Ensayos sobre el criollismo colonial en los Andes, Lima 1993. Marie Danielle DEMELAS, L’invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au XIXe siècle, Paris 1992. 73 BRADING, Orígenes del nacionalismo mexicano, Xavier TAVERA ALFARA, El nacionalismo en la prensa mexicana del siglo XVIII, México 1963, COLLIER, Ideas y Politics; Ricardo KREBS, ”Orígenes de la conciencia nacional chilena”, en I. BUISSON et al. (eds.), Problemas de la formación, pp. 107-125, KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino). Hans-Joachim KÖNIG 36 colonial cualquier importancia nacional y político, a pesar de valorarlo como “fuerza que obliga y orienta al hombre”.74 Otros analizaron un cierto protonacionalismo.75 Llama la atención que sólo pocos autores hablan de nacionalismo respecto a la época de la independencia. ¿Porqué esa reserva terminológica?, aun cuando de algunos estudios como p. ej. de König y Meißner resulta muy claramente que partes de las élites provenientes de diversas regiones de sus paises ya no pensaronen dimensiones locales o regiones pequeñas, sino comenzaron a hablar de límites “nacionales” más amplias y que su patriotismo representó una fuerza pólítica trascendente en cuanto a la relación tanto entre los territorios americanos y España como entre ellos mismos. Esto fue válido en todo caso donde el patriotismo abarcaba no sólo el aprecio del propio país, sino tambien la exhortación a tomar parte en el desarrollo de la patria. Las reformas borbónicas, una política centralista expresada en la práctica del nombramiento de funcionarios españoles en vez de americanos y la explotación más intensiva de las riquezas americanas en beneficio de España, la percepción de las propias posibilidades económicas y de los recursos naturales de provincias o reinos ocurrida en el curso de las expediciónes botánicas, la comunicación más y más creciente por medio de los nuevos periódicos fomentaron la adhesión cada vez más fuerte con la propia región, es decir el amor a la patria, en beneficio de los propios intereses de las élites. Pero el hecho de que los criollos no denominaron el objeto de su patriotismo con el término nación, sino con términos a veces imprecisos, como por ejemplo este reino, este país, esta tierra, este suelo, esta sociabilidad, y sobre todo patria76, no impide a caracterizar las ideas y el comportamiento de los criollos como nacionalismo, o 74 BRADING, Orígenes del nacionalismo méxicano, Ricardo KREBS, “Nationale Staatenbildung und Wandlungen des nationalen Bewusstseins in Lateinamerika”, en Theodor SCHIEDER (ed.), Staatsgründungen und Nationalitätsprinzip, München, Wien 1974, pp. 161-182, p.176, parecidamente Brian HAMNETT, “Las rebelliones y revoluciones iberoamericanas”, p. 59. 75 Emplea ese término deliberadamente Jochen MEIßNER, Eine Elite im Umbruch. Der Stadtrat von Mexiko zwischen kolonialer Ordnung und unabhängigem Staat, Stuttgart 1993, esp. cap. IV. 76 L. MONGUIO, “Palabras e ideas: ‘Patria’ y ‘Nación’ en el Virreinato del Perú”, en Revista Iberoamericana 104-105 (1978), pp. 451-470, cf. KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino). NACIONALISMO Y NACIÓN 37 nacionalismo genuino. Sobre todo, cuando se consideran las circunstancias. Pues se trata de la época de las reformas en el imperio español, de la modernidad en la cual tambien participaron las colonias. Por otra parte era el tiempo del comienzo de la industrialización y la modernización y los criollos se veían impedidos de participar en estos procesos debido a su estatus colonial. Este estatus colonial o el nexo colonial que en tiempos pasados significaba no sólo el contenido de dominación sino también un complejo de relaciones conformantes internas y externas que surgían tanto de los intereses coloniales de la sociedad metropolitana como de los propios intereses de las sociedades americanas se rompió porque se diferenciaban los intereses de la Metrópoli y de los criollos. El nacionalismo criollo y los movimientos nacionales eran respuesta al desafío de la modernización, eran reacciónes frente al atraso económico con el deseo de participar en los cambios sociales y económicos. De allí resultaron reclamaciones políticas que iniciaron un proceso que en Tierra Firme conducía a la formación de estados propios, naciones, mientras que en Cuba se reforzaba el nexus colonial porque un grupo importante de la elite cubana prefirió seguir con su estatus colonial.77 El tipo propio latinoamericano del proceso de formación del Estado y Nación Se fundaron estados en América en una época en la cual el proceso de formación del Estado nacional estaba en plena marcha en Europa Occidental y comenzó en Europa Central y Oriental. En su libro Imagined Communities Benedict Anderson hizo hincapié en que los movimientos nacionales en América Latina eran paralelos y aún anteriores a los de Europa.78 Llamar la atención sobre este hecho no es gratuito en absoluto pues muchos comentaristas europeos siguen persistiendo en la opinión de que el nacionalismo fue una invención europea. Además, la lectura de los trabajos respectivos sobre América Latina da la impresión de que las formaciones de estados nacionales en Europa precidieran cronológicamente y servieran de modelo. Así, 77 Cf. Josef OPATRNÝ, Antecedentes históricos de la formación de la nación cubana, Praga 1986. 78 Benedict Anderson, Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, revised ed. London 1991, pp. 47-60. Hans-Joachim KÖNIG 38 el historiador chileno Ricardo Krebs ha señalado que la formación de los estados nacionales en América Latina, en cuanto a los territorios del imperio colonial español, no correspondía con ninguna de las modalidades conocidas en Europa, de modo que sería imposible explicar el desarrollo latinoamericano con base en analogías o mediante el método comparativo.79 Para Europa, se pueden distinguir tres etapas o bien tres tipos de formación de los estados nacionales, deducidos de las diversas situaciones históricas: la formación de los estados nacionales en Europa Occidental como una revolución en el interior del Estado, que transformó un estado ya existente y constituyó la nación en términos de una comunidad de ciudadanos (Francia); la formación del Estado nacional en Europa Central, como creación de un nuevo Estado, como unificación nacional de naciones culturales políticamente divididas Alemania e Italia); y la formación de los estados nacionales en Europa del Este a partir de la disolución de grandes imperios multinacionales en virtud de movimientos nacionales contra el estado existente (Checoslovaquia).80 Sin embargo, los trabajos sobre la primera fase del proceso de formación del Estado y de la Nación en América Latina permiten hablar de un tipo propio, paralelo en el tiempo y hasta anterior a los procesos europeos y conectado estrechamente con éstos y a veces expuesto a la influencia de los mismos como “modelos”.81 Yo quisiera subrayar que en América Latina durante la fase de la formación de estados sí existía un tipo propio que, debido a las condiciones específicas de su orígen, precisamente el status colonial y la aspiración a la libertad política e económica, constituía una forma especial del Estado nacional con su correspondiente nacionalismo. La situación del estatus colonial o mejor dicho el deseo de emanciparse de los imperios coloniales decadentes no requería que la cuestión nacional se fundamentara en una unidad étnica dada (nacionalidad), sino en la idea de la libertad política y la autonomía.82 Considerándolo bien, la 79 Ricardo KREBS, “Nationale Staatenbildung”,p. 164s. 80 Cf. Theodor SCHIEDER, “Typologie und Erscheinungsformen des Nationalstaats”, en H.A. WINKLER (ed). Nationalismus, pp. 119-137. 81 Stein ROKKAN , “Dimensions of State Formation”, pp. 573s. ha llamado la atención sobre la posición inicial desfavorable para los estados latinoamericanos frente a los estados europeos, sobre todo frente a Francia e Inglaterra. 82 En varios de sus estudios Theodor Schieder ha subrayado la importancia que tenía la idea de libertad para la formación de las naciones en América, tanto en los Estados NACIONALISMO Y NACIÓN 39 discussión sobre si los criollos se basaban en un concepto de nación cultural/étnica o de nación cívico/territorial es gratuita. Debido a las circunstancias los movimientos nacionales tenian que construir sus estados sobre criterios indicando la superación del estatus colonial y por medio de un imaginario adecuado crear en la población un sentido de identificación con y loyalidad frente a las nuevas entidades pensadas o imaginadas. El libro editado por Guerra y Quijada bajo el título significativo Imaginar la Nación contiene algunos artículos que describen precisamente esta construcción de naciones. Estosúltimos tratan los procesos de construcción de la nación en los siglos XIX y XX y los criterios de nación que aplicaban las élites cada vez de nuevo según las circunstancias actuales. Para Mónica Quijada y Guerra es evidente que el proceso de la formación del estado en América Latina comenzó con el concepto de la nación cívica; en mi estudio sobre Nueva Granada hablé del concepto de la nación de ciudadanos (Staatsbürgernation). Podemos constatar que en la literatura historiográfica hay consenso de que los criollos erigieron el postulado de libertad e igualdad como característica distintiva de los nuevos Estados frente al antiguo status colonial, pues de esta manera podían señalar un camino viable hacia la unidad y la integración de la nación. En dicha integración también habrían de incluirse las minorías étnicas, esto es los restos de la población autóctona, sin que por esto se intentara una adopción de las tradiciones indígenas, como por ejemplo la propiedad común. La solidaridad con los indios, es decir con aquellos que habían sufrido el poder colonial español en la primera etapa de conquista, bajo represión y esclavitud, proclamada en el curso del movimiento nacional, sirvió sólo para cimentar la justificación del movimiento y sus objetivos: lograr la libertad y la autonomía. De manera análoga, la idea de libertad política influyó en la decisión de los grupos dirigentes, de que los derechos del ciudadano debían constituir el principal criterio de la afiliación a la nación que habría de plasmarse dentro de las fronteras de la patria, del país de nacimiento entendido como unidad. De este modo, los nuevos Estados Unidos como en América Latina; véase por ejemplo Theodor SCHIEDER, Zum Problem des Staatenpluralismus in der modernen Welt, Köln 1969. Cf. Ulrich SCHEUNER, “Nationalstaatenprinzip und Staatenordnung seit dem Beginn des 19. Jahrhunderts”, en Theodor SCHIEDER (ed.), Staatsgründungen und Nationalitätsprinzip, pp. 9-37. Hans-Joachim KÖNIG 40 no sólo se delimitaban positivamente frente al antiguo poder colonial; también podían demostrar que la pertenencia étnica y regional no implicara una desigualdad, sino que precisamente la igualdad política representara el rasgo característico de los nuevos Estados. El nacionalismo orientado hacia naciónes de este tipo se servía, por lo tanto, como lo han analizado varios autores, de diferentes metáforas y símbolos en ilustraciones, escritos y sermones, derivados tanto del status colonial, como del esfuerzo por superarlo que permitian atraer y movilizar amplias sectores de la población.83 Eran de transcendencia especial la metáfora de la familia, el indio como símbolo de la esclavitud o bien de la libertad y el título de ciudadano. La métáfora de la familia que caracterizaba la relación entre la madre patria y las Colonias como una relación entre padre e hijo por una lado era especialmente apto para calificar a España de madrastra por sus cuidados insuficientes para con las colonias; con el aspecto de la mayoría de edad, por otro lado, los criollos podían rechazar la presunta inferioridad y la pretensión de que las Colonias necesitaran protección. Con dicha argumentación se podía justificar la separación como emancipación, es decir como una paso natural, y al mismo tiempo, poner de relieve la fortalzea y la posibilidad de desarrollo de los nuevos estados soberanos. Además, la referencia a los indios, es decir los dueños legítimos de América, y a la crueldad de la conquista servían para justificar el movimiento de liberación. Así como la instrumentalización de lo indio era apropiada para legitimar el 83 Las relaciones entre símbolos histórico-politícos y formación de nación analizó ya Josefina VÀZQUEZ DE KNAUTH, Nacionalismo y educación en México, México 1970. Cf. Hans-Joachim KÖNIG, “Símbolos nacionales y retórica política en la Independencia: el caso de la Nueva Granada”, en I. BUISSON et al. (eds.), Problemas de la formación del estado, pp. 389-407, Id., “Metáforas y símbolos de legitimidad e identidad nacional en la Nueva Granada (1810-1830)”, en A. ANNINO et al.( eds.), América Latina Dallo Stato Coloniale allo Stato Nazionale, Vol.II, pp. 773-788, KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino). Gonzalo HERNÁNDEZ DE ALBA, Los árboles de la libertad. Ecos de Francia en la Nueva Granada, Bogotá 1989, Georges LOMNÉ, “Revolutión Française et rites bolivariens: examen d’une transposición de la symbolique républicaine”, en Cahiers des Amériques Latines 10 (1990), pp. 159-176, Id., “Les villes de Nouvelle-Grenade: théatres et objets des jeux conflictuels de la mémoire politique (1810-1830”, en Mémoires en devenir. L’Amérique latine. XVIe—XXe siècles, Bordeaux 1994. D. RÍPODAS ARDANAZ, “Pasado incaico y pensamiento político rioplatense”, en Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 30 (1993), pp. 227-258. NACIONALISMO Y NACIÓN 41 derecho a libertad así la plantación de Arboles de Libertad servía, como en Francia,84 para aclarar la concepción y los objetivos de los nuevos estados y con ello fomentar la identificación de la población con ellos. El título de ciudadano desempeñó un papel preponderante en los esfuerzos de los grupos dirigentes por activar amplias esferas de la población y atraerlas a los nuevos Estados. A él podían asociarse valores y cualidades como la igualdad, la participación política, la libertad y el progreso económico, ausentes en el sistema español, pero prometidas por el nuevo sistema. Con el título de ciudadano se podía documentar que la transformación política, pretendida durante tanto tiempo, realmente se había llevado a cabo; igualmente, se podía acusar al sistema colonial de no haber llevado a la práctica el postulado de igualdad. Surtió grandes efectos el hecho de que los habitantes, listos para defender la independencia de los nuevos Estados como patriotas, se vieran tratados como ciudadanos por las élites políticas y fueran considerados ya no como súbditos bajo tutela, sino como miembros iguales del cuerpo del Estado donde gozaban de derechos y posibilidades de desarrollo hasta entonces vedados. Con esto se logró que los movimientos nacionales no quedaran reducidos a un pequeño círculo de patriotas. El título de ciudadano, usado como símbolo de la libertad, esto es la característica principal en la que se apoyaba la nueva unidad nacional, era considerado tan efectivo para identificar a la población con los nuevos Estados nacionales, que se seguía usando en las fases posteriores del proceso de formación del Estado y de Nación. Por lo tanto, se puede constatar que las élites practicaron un nacionalismo anticolonial que en primera lugar aspiraba a la transformación política del status colonial y a la liberación.85 En la étapa de la fundación de los Estados, era un nacionalismo en contra de un enemigo externo, es decir, en contra del antiguo poder colonial. En este sentido representaba una fuerza positiva y progresiva, ya que los movimientos nacionales habían superado la dependencia colonial con sus reclamaciones de la emancipación y la participación, y habían 84 Sobre el árbol de la libertad como símbolo de la revolución en Francia véase Jacques GODECHOT, Les institutions de la France sous la Révolution et l’Empire, Paris 1968, esp. pp. 268 y 533. 85 Cf. Benedict ANDERSON, Imagined Communities, p. 191. Hans-Joachim KÖNIG 42 puesto en marcha un desarrollo económico de los propios Estados. Sin embargo, este paso hacia la emancipación política sólo era el comienzo de un largo proceso de construcción de la nación. A la verdad, este juicio requiere que las revoluciones de independencia sean tenidos por movimientos nacionales que surgíanen el transcurso de un proceso más largo y llegaban a ser virulentos en un momento de crisis; es decir por movimientos nacionales que tenían ciertas ideas de un territorio propio y así se convertían en factores decisivos para la constitución de unos estados nacionales propios. Acerca de esta valoración no hay conformidad o unanimidad hasta ahora. Algunos autores como Brading, Hamnett y Chiaramonte aducen como contra-argumentos aquellos que dicen que por un lado no existiría un nacionalismo correspondiente y que por el otro, no habrían nacido entidades estatales con fronteras estables o gobiernos fuertes, sobre todo en la región del Rio de la Plata, y que, por último, no habría existido una identidad nacional.86 Además, Brading critica la tesis de Anderson sobre las comunidades imaginadas, imaginadas como “delimitadas y soberanas” e interpretadas como “unión de iguales”, que precisamente en América Latina no habría existido.87 No se puede rechazar estos argumentos por completo. De hecho, con la Independencia no nacieron comunidades de iguales y sobre todo en la región del Río de la Plata el proceso de la formación del Estado, es decir el arreglo de las controversias entre antiguos entidades 86 BRADING, “Nationalism and State-Building”; Id., “Ideology and Power in Nineteenth Century Mexico”, en KÖNIG/WIESEBRON (eds.), Nationbuilding in Nineteenth Century Latin America, pp. 219-232, esp. 222. HAMNETT, “ Las rebeliones y revoluciones iberoamericanas”, pp. 58ss. Chiaramonte estudia en sus trabajos la situación especial de la región del Rio de La Plata, donde en la época colonial no había civilizaciones altas indígenas como nucleo de identidad sino ciudades con derechos soberanos que fomentaban la territorializacón de la soberanía, José Carlos CHIARAMONTE, “La cuestión regional en el proceso de gestación del Estado Nacional Argentino. Algunos problemas de interpretación”, en Marco PALACIOS (comp.), La unidad nacional en América Latina, pp. 51-85, Id., “El federalismo argentino durante la primera mitad del siglo XIX”, en Marcello CARMAGNANI (ed.), Federalismos latinoamericanos: México, Brasil, Argentina, México 1993, pp. 81-132, Id., Ciudades, Provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina, 1800-1846, Buenos Aires 1997. 87 Parecidamente argumentan Alfonso MÚNERA, El Fracaso de la Nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810), Bogotá 1998, p. 21, Ulrich MÜCKE, “La desunión imaginada. Indios y nación en el Perú decimonónico”, en Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 36 (1999), pp. 219-232, esp. 220 s. NACIONALISMO Y NACIÓN 43 administrativas coloniales tardaba hasta la mitad del siglo XIX. Tambien es cierto que las exposiciones de Anderson sobre América Latina a veces no son muy exactos. Sin embargo, estas criticas no abarcan toda la problemática porque pasan por alto tanto el carácter procesual de la formación del Estado y de la Nación como las relaciones entre la sociedad, las instituciones jurídicas y la imaginación “nacional” que constituyen lo específico del fenómeno Nación. Un proyecto nacional con su nacionalismo correspondiente no es algo acabado o perfecto, sino alude tambien al desarrollo futuro y no determina definitivamente el carácter simbólico o el criterio constitutivo de la nación. Pues a lo largo del proceso de modernización surge la necesidad de legitimar, cada vez de nuevo, el poder. En otras palabras: hay que construir la nación repetidas veces. El hecho de que los criollos del antiguo imperio hispánico formaban sus estados como repúblicas, basadas sobre el principio de igualdad de los ciudadanos ante la ley, no significaba que realmente se hubieran formado naciónes de ciudadanos.88 El poder político estaba en manos de las élites criollas, teniendo en cuenta que el ejercicio de los derechos cívicos tal como el derecho de sufragio activo o pasivo requería determinados condiciones sociales y económicos. Indios, negros y mestizos seguían excluidos de una participación política o socioeconómica. Además, estos nuevos estados entraron a formar parte del conjunto internacional de estados con grave déficit, dado que en el proyecto de nación, fundamentado en primer lugar en razones políticas, no se habían formulado características o criterios que tuvieran en cuenta la situación social y la estructura étnica heterogénea. Un grupo económicamente privilegiado, es decir los criollos, había formulado lo que no quería ser—no dependiente de un poder colonial—pero muy vagamente lo que quería ser en el futuro. No quedó aclarado cómo iban a estructurarse las sociedades, cómo se iba a superar la desigualdad social existente y cómo se iba a respetar la heterogeneidad étnica. Además, los nuevos estados carecían de una comprensión mutua a nivel de sus sociedades, es decir del consenso entre los diferentes partes de la población. Al lado de un ajustado arreglo institucional, había que crear una serie de usos, hábitos y 88 Ver para un enfoque diferenciado Hilda SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina, México 1999 y el artículo de la misma autora en este cuaderno. Hans-Joachim KÖNIG 44 valores que componían la ciudadanía, en el sentido de ética o moral cívica, empeño que reconstruyó respecto de México Fernando Escalante en su libro muy útil Ciudadanos imaginarios.89 Había que desarrollar o fomentar la integración política y social; en el sentido político, porque dentro de las fronteras de los estados persistían intereses locales motivados por la topografía adversa y en el sentido social porque persistía la estructura jerárquica de la sociedad que caracterizaba por una distribución desigual e injusta de la riqueza sobre todo en lo referido a la disponibilidad de las tierras. Después de la formación de estados, las sociedades latinoamericanas emprendieron el difícil camino de transformarse en naciones y de construir naciones por medio de identidades nacionales. La construcción de naciones Hay muchos estudios sobre el proceso de construir naciones o de crear identidades nacionales, es decir de transformar las construcciones políticas en naciones o las naciones ficticias en naciones reales. Tratan sobre todo el imaginario nacional o los criterios elegidos para expresar lo característico de la nación respectiva y analizan la función que se le atribuye a la Historia para la formación de una identidad nacional o histórica.90 Es casi lógico que la mayoría de los estudios se dedica a las ideas de las élites políticas que lograron realizar su proyecto nacional y construyeron las imágenes de la nación según sus visiónes 89 Fernando ESCALANTE GONZALBO, Ciudadanos Imaginarios. Memorial de los afanes y desventuras de la virtud y apología del vicio triunfante en la Republica Mexicana, México 1992. 90 Vease entre otros los artículos en las colecciónes editadas por F.-X. GUERRA y M. QUIJADA, Imaginar la Nación, por R. BLANCARTE (comp.), Cultura e identidad nacional, por Michael RIEKENBERG (comp.), Latinoamérica: Enseñanza de la historia, Cf. J. VÁZQUEZ DE KNAUTH, Nacionalismo y Educación en México, Germán COLMENARES, Las convenciones contra la cultura, Bogotá 1987, Nikita HARWICH VALLENILLA , “La génesis de un imaginario colectivo: la enseñanza de la historia de Venezuela en el siglo XIX”, en Structures et cultures des societés ibero-américaines, Paris 1990, pp. 203-241, Id., “La Historia Patria”, en A. ANNINO et al. (eds.), De los Imperios, pp. 427-437. Josef OPATRNY, “El papel de la historia en la formación de la conciencia de una identidad particular en la comunidad criollo en Cuba” en Ibero- Americana Pragensia en ‘Identidad Nacional y Cultural en las Antillas hispanoparlantes’, Supplementum 5, Praga 1991, pp. 51-61, MichaelRIEKENBERG, Nationbildung. Sozialer Wandel und Geschichtsbewußtsein am Rio de la Plata (1810- 1916), Frankfurt a. M. 1995. NACIONALISMO Y NACIÓN 45 o sus necesidades, es decir sin la participación del pueblo. Ante la necesidad de que las poblaciónes dispersas y heterogéneas, mal unidas por lealtades locales o provinciales, se sientan pertenecer a las respectivas comunidades políticas, las élites no sólo se sirvieron de los símbolos cívicos clásicos, como el himno y la bandera, sino también de símbolos étnicos, como p.ej. del indianismo romántico en Brasil91 o en México en las primeras décadas del siglo XX.92 Muchos de estos estudios salen del supuesto, o lo confirman, de que la creación de un estado nacional es un proceso realizado de la élite hacia el pueblo o del centro hacia la periferia.93 Y muchas veces lo es así.94 En cambio, hasta ahora hay solo pocos trabajos que quieren diferenciar este proceso, partiendo del supuesto de que en el proceso de construcción de nación tambien participaron activamente comunidades locales o las masas con el deseo de formar la nación según sus propias identidades e intereses. Hay que mencionar sobre todo los trabajos de Annick Lempérière, Antonio Annino y de Peter F. Guardino acerca de México,95 de Florencia Mallon sobre el “peasant nationalism” en México y Perú, de David Nugent sobre la situación en el norte de Perú96 y de Aline Helg sobre los intentos de negros y mulatos cubanos 91 Cf. José MURILLO DE CARVALHO , “Brasil. Naciones marginadas” en A, ANNINO et al., De los Imperios a las Naciones, pp. 401-423. 92 Véase M QUIJADA,.“La nación reformulada”. 93 Un ejemplo de este enfoque centrado en la élite liberal modernizadora es el libro de David BUSHNELL and Neill MACAULY , The Emergence of Latin America in the Nineteenth Century, Second edition, New York 1994, a pesar de que discuten la temática del nacionalismo sólo de paso. 94 Cf. el estudio de Richard GRAHAM , “Mecanismos de integración en el Brasil del siglo XIX” en A. ANNINO et al., De los Imperios a las Naciones, pp. 525-544. 95 Annick LEMPÉRIÈRE, ”¿Nación moderna o república barroca? México, 1823-1857” en F.-X. GUERRA y M. QUIJADA (eds.), Imaginar la nación, pp. 135-177. Antonio ANNINO, “Otras naciones: Sincretismo político en el Mexico decimonónico” en GUERRA y QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación, pp 215-255. Peter F. GUARDINO, Peasants, Politics, and the Formation of Mexico’s National State, 1800-1857, Stanford Press 1996. Cf. el artículo de Raymond BUVE, “Political Patronage and Politics at the Village Level in Central Mexico: Continuity and Change in Patterns from the Colonial Period to the End of the French Intervention (1867)” en Bulletin of Latin American Research, vol. 11, 1992, pp. 1-28. Cf. tambien varios de los artículos en H.-J. KÖNIG y M. WIESEBRON (eds.), Nationbuilding in Nineteenth Century Latin America. 96 Florencia E. MALLON , Peasant and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley 1995, cf. Id., “The Promise and Dilemma of Subaltern Studies: Perspectives from Latin American History” en American Historical Review 99, 5, 1994, Hans-Joachim KÖNIG 46 de redefinir la nación cubana en los inicios de este siglo.97 Estos autores demuestran que el proceso de imaginar la nación es múltiple y, además, que la formación de naciones modernas es tambien el resultado de intensos conflictos en los cuales los grupos subordinados participaron con sus propios discursos.98 Precisamente estos trabajos subrayan la necesidad y la posibilidad de la doble perspectiva, desde arriba y desde abajo, para no reducir la formación del Estado y de la Nación sólo a las acciones y reacciones de las élites. Aqui existe una laguna de investigaciones que hay que llenar, tal vez empezando con el análisis de proyectos nacionales alternativos o competitivos, como lo hizo Josef Opatrný en su trabajo sobre la formación de la nación cubana, o vencidos a lo largo del proceso de formación del estado nacional.99 En total, hace falta considerar las actitudes y conductas de toda la población que es el objeto de la retórica propagandista, porque el análisis de la formación de la nación necesita tambien la perspectiva desde abajo, es decir analizar como las masas populares percibieron la nación. Aun cuando es mucho mas dificil encontrar material correspondiente no es imposible, como lo ha demostrado Malcolm Deas en su artículo sobre el caso de Colombia.100 A manera de conclusión El Nacionalismo y la Formación del Estado y de la Nación en América Latina siguen siendo temas de investigación relevantes que no han perdido nada de su palpitante interés y actualidad. No existen pp. 1491-1515. David NUGENT, Modernity at the Edge of Empire: State, Individual, and Nation in the Northern Peruvian Andes, 1885-1935, Stanford 1997. 97 Aline HELG, Our Rightful Share. The Afro-Cuban Struggle for Equality, 1886-1912, Chapel Hill 1995. 98 Cf. Mark BERGER, “Specters of Colonialism: Building Postcolonial States and Making Modern Nations in the Americas” en Latin American Research Review 35, 1, 2000, pp. 151-171. 99 J. OPATRNY, Antecedentes históricos de la formación de la nación cubana. Cf. p.ej. el articulo de Hans-Joachim KÖNIG, “Artesanos y soldados contra el proyecto modernizador liberal en Nueva Granada: El movimiento revolucionario del 17 de abril de 1854”, en prensa. 100 Malcolm DEAS, “La presencia de la política nacional en la vida provinciana, pueblerina y rural de Colombia en el primer siglo de la República” en M. PALACIOS (comp.), La unidad nacional en América Latina, pp. 149-173. NACIONALISMO Y NACIÓN 47 enfoques estáticos, todo al contrario, hoy como ayer hay muchas preguntas sin resolver. A ésto se suma la nueva situación en el proceso de la globalización, con los cambios que se han dado o se están produciendo ahora respecto a la multiculturalidad o la heterogeneidad. Otra vez surge la pregunta ¿como administrar la diversidad? Con la ayuda de las organizaciones internacionales de derechos humanos o de minorías, los sectores cultural y etnicamente diferenciados han conquistado un papel como actores en el debate sobre las políticas públicas. Procesos macrosociales de las últimas décadas han facilitado la revitalización de los pueblos indígenas y de las culturas locales y regionales. Todos estos reúnen condiciones para imponer nuevas identidades que incrementan la diversidad. ¿Qué significa ésto para el desarrollo futuro de los estados nacionales en América Latina? ¿Será considerada la heterogeneidad cultural un factor importante para la construcción de la identidad nacional? ¿Qué significa el hecho de que en sociedades modernas existan identidades múltiples, para el imaginario nacional? ¿Será posible de abandonar el modelo de la nación unitaria y homogénea, hasta ahora vigente, para adoptar una nación pluricultural y aceptar la diversidad cultural? LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX: NUEVAS PERSPECTIVAS PARA EL ESTUDIO DEL PODER POLÍTICO EN AMÉRICA LATINA HILDA SABATO* En las últimas dos décadas el tema de la ciudadanía ha ocupado un lugar central en los debates políticos y académicos. En América Latina, su irrupción en los años 80 estuvo estrechamente vinculada a procesos políticos de transición a la democracia y de afirmación de sus valores e instituciones. Ya en los 90, las dificultades por las que atravesaron esos procesos llevaron a una reflexión crítica acerca de las relaciones entre democracia y ciudadanía, que aún continúa. Los historiadores no han sido ajenos a ese clima de indagación, y han comenzado a explorar de manera renovada la conflictiva historia de las relaciones entre sociedad civil y sistema político, en particular en los procesos de formación de los estados-nación latinoamericanosa lo largo del siglo XIX. Hasta hace no muchos años, buena parte de historiografía interpretaba al siglo XIX en términos de la transición de las sociedades de Antiguo Régimen a los estados-nación modernos. La caída del absolutismo y del mercantilismo habrían dado lugar al ascenso del capitalismo, la adopción de los principios del liberalismo y el desarrollo gradual de la democracia. Con frecuencia la historia se escribió como el relato de los avances realizados en el camino lineal y progresivo que habría llevado de unas formas a otras, y de los * Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (PEHESA–Instituto Ravignani) y CONICET. Hilda SABATO 50 obstáculos encontrados en esa senda. La experiencia de las distintas regiones de América Latina no fue una excepción a esta tendencia, y sus transformaciones políticas y económicas fueron en general contrastados con ese curso ideal. En las últimas décadas, sin embargo, esta tendencia ha sido criticada desde diferentes campos de la disciplina. Tanto el concepto de la evolución lineal como la noción de un camino universal hoy son fuertemente cuestionados. Al mismo tiempo, un interés creciente por la acción humana y la contingencia como dimensiones significativas de la interpretación histórica han llamado la atención sobre el papel de lo único y lo específico en todo proceso social, aspectos que ya no se descartan en función de las fuerzas más estructurales y presumiblemente determinantes. En este contexto, el siglo XIX ha adquirido una nueva densidad. Períodos que se consideraban solo como meras etapas en el camino hacia el progreso, ahora se estudian por derecho propio, regiones marginales a los procesos centrales han ganado visibilidad y cada día, nuevas preguntas surgen para poner en duda las imágenes heredadas sobre ese largo siglo inaugurado por las revoluciones americana y francesa y clausurado por la Primera Guerra Mundial. Este cambio de perspectiva ha sido especialmente productivo en el campo de la historia política. En los últimos veinte años, la investigación histórica ha alterado de manera sustantiva nuestra visión del pasado de América Latina. Trabajos recientes responden de manera renovada a preguntas muy viejas referidas a la construcción de las nuevas comunidades políticas (las naciones) y la producción y reproducción del poder político luego de la ruptura del orden colonial español y portugués. En ese marco es que la problemática de la ciudadanía ha pasado a ocupar un lugar central en las indagaciones y se ha convertido en una lente—que no la única—a través de la cual los historiadores exploran el territorio de la política decimonónica. Hasta hace pocos años, esta cuestión no solamente era una preocupación secundaria sino que ella se resolvía de manera algo lineal. En efecto, el proceso ideal de conformación de la ciudadanía política en las sociedades modernas se concebía en general como el de la gradual ampliación de los derechos políticos, y en particular del derecho a voto, a sectores cada vez más amplios de la población. La universalización efectiva del sufragio se tomaba como el punto de LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 51 llegada de ese proceso y del tránsito hacia la democracia. Históricamente, a principios del siglo XX se habría terminado de recorrer el camino que, a través de sucesivas ampliaciones, habría llevado del sufragio restringido propio del siglo anterior al voto universal masculino. Los casos que no se ajustaban a ese recorrido esperado eran considerados como anómalos e imperfectos en cuanto a su proceso de democratización. Se trataba entonces de analizar las causas de esa desviación y de descubrir los momentos del reencauzamiento.1 La historiografía más reciente opera con una concepción más amplia de ciudadanía política, se aparta del modelo gradual e indaga en distintas dimensiones de esa compleja institución.2 El tema del sufragio sigue ocupando un lugar central, pero ha sido profundamente reformulado. Al mismo tiempo, otras cuestiones previamente descuidadas o simplemente no identificadas, están recibiendo una atención creciente. Este ensayo se propone explorar estos nuevos enfoques, las preguntas y preocupaciones vigentes, las estrategias de investigación que se están ensayando y las respuestas que hoy se discuten. El campo problemático La ruptura del orden colonial en Iberoamérica trajo consigo la fragmentación del antiguo reino y su disgregación en múltiples espacios, ellos mismos atravesados por guerras y revoluciones. Se inició entonces la conflictiva historia de la conformación de nuevas comunidades políticas, la redefinición de soberanías, la constitución de poderes y regímenes políticos nuevos. Se trató de procesos sociales complejos que a lo largo del siglo XIX fueron desembocando en la constitución de los estados-nación modernos. Ese resultado no 1 Practicamente en todos los países de la región se encuentran interpretaciones de la historia política escritas según ese modelo, que por cierto también se usó profusamente en los casos de los países de Europa Occidental. La formulación más elaborada y clara de este modelo se encuentra en el clásico trabajo de Thomas H. MARSHALL de 1949, Class, Citizenship, and social development. Westport, Conn. 1973. 2 Ver Antonio ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. De la formación del espacio político nacional, Buenos Aires 1995. Hilda SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina, México 1999. Hilda SABATO 52 estaba, sin embargo, prefigurado de antemano ni siguió un camino único; cada región y aún cada localidad tuvo su historia peculiar y distintiva. Sin embargo, más allá de esas diferencias, en toda Iberoamérica el ejercicio del poder político se asentó sobre los principios de la soberanía popular y la representación moderna, y la creación de una ciudadanía formó parte de los proyectos hegemónicos en la mayor parte de la región. La ciudadanía política moderna supone, según Pierre Rosanvallon, “una ruptura completa con las visiones tradicionales del cuerpo político”, pues “la igualdad política marca la entrada definitiva en el mundo de los individuos.”3 La ciudadanía lleva implícita, además, una dimensión comunitaria, en la medida en que define a una comunidad abstracta de individuos iguales que forman el cuerpo político de la nación. Esta concepción alcanzó a ocupar un lugar privilegiado en las normas y en los proyectos de las elites que durante el siglo XIX lograron hegemonizar el poder en buena parte de la región.4 Pero allí existían, al mismo tiempo, relaciones y jerarquías sociales complejas, funcionaban comunidades concretas—cuerpos y organizaciones de origen colonial pero también asociaciones de nuevo tipo—, circulaban diferentes ideas de lo social y lo político que estaban lejos de ajustarse a los principios liberales. El interrogante acerca del contenido y la vigencia de los distintos proyectos así como sobre los procesos históricos concretos de constitución (o no) de ciudadanías políticas define así un campo problemático que abre un amplio abanico de preguntas a la investigación. El problema de la articulación entre ideas y prácticas, normas y procesos, subtiende a buena parte de los trabajos más 3 Pierre ROSANVALLON, Le sacré du citoyen, Paris 1992, p.14. 4 Esta concepción se entronca con las ideas del liberalismo que, en distintas variantes, arraigó entre sectores importantes de las élites iberoamericanas. Motivos provenientes de otras familias ideológicas compitieron, se superpusieron y combinaron con los que venían del tronco liberal, por lo que la noción de ciudadanía tuvo diferentes tonalidades, según épocas,lugares y protagonistas. Cf. Tulio HALPERIN DONGHI, Reforma y disolución de los imperios ibéricos, 1750-1850, Madrid 1985, Frank SAFFORD, “Politics, Ideology and Society” en Leslie BETHELL (comp.), Spanish America after Independence c. 1820-c.1870, Londres 1987. LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 53 recientes. Algunos de ellos se plantean la cuestión de la ciudadanía de manera global. Las más de las veces, sin embargo, la producción historiográfica explora aspectos parciales que se derivan del interrogante más general. En los últimos años, dos problemas han recibido la atención privilegiada de los estudiosos. Por un lado, se ha producido una importante cantidad de trabajos en torno a cuestiones relacionadas con el sufragio, las elecciones y las formas de la representación. Estos son aspectos cruciales a la hora de estudiar la ciudadanía política, dado que el derecho a voto define la igualdad política en las sociedades modernas. Por el otro, se ha explorado el desarrollo de la sociedad civil, y se han estudiado las formas de sociabilidad, la constitución de esferas públicas y el papel de la opinión pública. Estos temas se vinculan con los procesos de individuación, autonomización, y publicidad, centrales en la historia de la modernización política. Las páginas que siguen atienden sobre todo a la discusión sobre estos aspectos parciales, y a la relación entre ellos y las interpretaciones más generales sobre la ciudadanía. El sufragio: ideas y normas El tema del sufragio siempre tuvo un lugar en las historias políticas de los países de América Latina. En los últimos años, sin embargo, se ha cuestionado tanto el modelo que presuponía un curso ideal de expansión gradual del derecho a voto y de su efectivo ejercicio a lo largo del siglo XIX como los trabajos históricos que analizaban los casos concretos a partir de ese modelo. En ellos, la historia del derecho de sufragio en lugares y momentos particulares se asimilaba por fuerza al modelo lineal o se la trataba como desviación. Al mismo tiempo, las prácticas electorales del pasado se juzgaban con frecuencia como fraudulentas, resultado de la violación de las normas por parte de elites políticas corruptas. Ambas formulaciones resultan difíciles de sostener a la luz de las interpretaciones recientes.5 5 Ver entre otros Eduardo POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy. The History of Elections in Europe and Latin America, Houndmills and London 1996; Marie-Danielle DEMÉLAS-BOHY y François-Xavier GUERRA, “The Hispanic Revolutions: The Adoption of Modern Forms of Representation in Spain and America, 1808-1810” en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy; François-Xavier GUERRA, Modernidad e independencias, Madrid 1992; Id., “Las metamorfosis de la representación en el siglo XIX” en Georges COUFFIGNAL (comp.), Democracias Hilda SABATO 54 Ellas destacan la importancia de la instauración de formas modernas de representación en el siglo XIX. Por entonces, en las sociedades de Iberoamérica, la elección de representantes se convirtió en un aspecto central de los nuevos sistemas de gobierno fundados sobre el principio de la soberanía popular. En teoría, los electos debían representar, a la vez que producir, la voluntad de la nación como comunidad única y abstracta compuesta por individuos. En la práctica, hubo una superposición de viejas y nuevas categorías que coexistieron y compitieron tanto en los proyectos y en la normativa como en la acción. Por su parte, el derecho a elegir y ser elegido constituyó el núcleo de unos derechos políticos cuya titularidad estaba reservada a los ciudadanos. La definición normativa de los alcances y los límites de esa ciudadanía fue variable y ésta nunca coincidió con la totalidad de la población. Sin embargo, tampoco se produjo un proceso gradual de ampliación desde una ciudadanía restringida por requisitos de propiedad o calificación a una de carácter universal, según lo prescribe el modelo de Marshall.6 Por el contrario, en buena parte de Iberoamérica se partió de una concepción relativamente amplia de ciudadano, introducida después de la Independencia. Las leyes electorales que se dictaron en las primeras décadas revolucionarias establecían muy pocas restricciones al derecho a voto y éstas en general no se basaban en requisitos de capacidad o propiedad. Edad (la edad habilitante estaba entre los 17 y los 25 años, según las regiones), sexo (se excluía a las mujeres), y residencia (el votante debía pertenecer a la comunidad) eran las variables consideradas en casi todas las regiones. La dependencia personal (esclavos, domésticos, sirvientes) era condición excluyente en muchos lugares, aunque no en todos. Con frecuencia, el concepto de vecino se superponía al de ciudadano, combinando viejos y nuevos criterios en la definición del sujeto de la representación. Algo similar ocurría en los casos de exclusión de los solteros que vivían en la casa del padre, considerado el jefe de la familia. posibles. El desafío latinoamericano, Buenos Aires 1993; Id., “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina”, en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. 6 MARSHALL, Class, citizenship, and social development. LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 55 Estas definiciones tempranas fueron pronto modificadas. En algunas regiones, las dificultades políticas para organizar las nuevas naciones fueron parcialmente atribuidas a la liberalidad del voto, de manera tal que en las décadas de 1820 y 1830 hubo propuestas, inspiradas por el pensamiento doctrinario francés, para restringir su alcance imponiendo requisitos de propiedad, capacidad o ingreso al sufragio. Estas propuestas no siempre se plasmaron en legislación efectiva, y desde entonces, cada región tuvo una historia electoral particular, que no puede reducirse a esquema alguno. Hubo lugares, como Chile, donde las limitaciones censatarias o capacitarias se mantuvieron por varias décadas.7 Otros, como la Argentina,8 en los que nunca se introdujeron, y muchos en los que restricciones y ampliaciones se sucedieron en diferentes secuencias. Al mismo tiempo, el establecimiento de requisitos no siempre implicaba reducción del electorado. En Perú, por ejemplo, los fijados por la ley de 1861 (tener propiedad o ser casado o tener profesión) en realidad no implicaron una contracción, que en cambio se produjo después de 1896, cuando se exigió la condición de alfabetos a los votantes.9 Algo similar ocurrió en Brasil, donde la 7 Para Chile ver J. Samuel VALENZUELA, Democratización vía reforma: la expansión del sufragio en Chile, Buenos Aires 1985; Id., “Building Aspects of Democracy Before Democracy: Electoral Practices in Nineteenth-Century Chile” en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy. 8 Para Argentina ver José Carlos CHIARAMONTE (con la colaboración de Marcela TERNAVASIO y Fabián HERRERO), “Vieja y nueva representación: los procesos electorales en Buenos Aires, 1810-1820” en A. ANNINO (coord.): Historia de las elecciones en Iberoamérica; Id., “Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del estado argentino, (c.1810-1852)” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones, Hilda SABATO y Elías PALTI , “¿Quién votaba en Buenos Aires? Práctica y teoría del sufragio, 1850-1880” en Desarrollo Económico, No.119, oct.-dic. 1990; Hilda SABATO, “Citizenship, Political Participation and the Formation of the Public Sphere in Buenos Aires, 1850s-1880s.”en Past and Present, 136, 1992; Id., La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880. Buenos Aires 1998; Marcela TERNAVASIO, “Nuevo régimen representativoy expansión de la frontera política. Las elecciones en el estado de Buenos Aires: 1820-1840” en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica; Id., “Hacia un régimen de unanimidad. Política y elecciones en Buenos Aires, 1828-1850” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. 9 Para Perú ver Jorge BASADRE, Elecciones y centralismo en el Perú, Lima 1980; Sarah C. CHAMBERS , From Subjects to Citizens. Honor, Gender, and Politics in Arequipa, Peru, 1780-1854, University Park (Pennsylvania) 1999; Gabriella CHIARAMONTI , “Riforma Elettorale e Centralismo Notabilare a Trujillo (Peru) tra Otto e Novecento” Hilda SABATO 56 introducción de la misma limitación por ley de 1881 redujo drásticamente la cantidad de votantes, mientras los requisitos capacitarios de disposiciones anteriores habían tenido un impacto muy menor en ese sentido.10 Finalmente, en varios países la amplitud del derecho a voto en la base estuvo acompañada por un sistema indirecto que, como en México11 y Brasil, establecía requisitos capacitarios y censatarios en sus niveles superiores. De esta manera, se formaba un sistema de base relativamente amplia pero muy jerarquizado en sus escalones intermedios. Como se ve, los estudios sobre legislación electoral muestran un panorama complejo, muy distante del modelo de ampliación gradual. La definición normativa del sujeto de la representación fue una preocupación recurrente de las elites que se sucedieron en el poder en las distintas regiones de Iberoamérica. Los frecuentes cambios en la legislación sugieren que no hubo soluciones fáciles a esa cuestión. Aún donde se produjeron pocas variaciones en las leyes, como en el caso de la Argentina o del Brasil, el tema estuvo presente en Quaderni Storici, nuova serie, 69, 1988; Id., “Andes o Nación: la reforma electoral de 1896 en Perú” en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica; Sinesio LÓPEZ JIMÉNEZ, Ciudadanos reales e imaginarios. Concepciones, desarrollo y mapas de la ciudadanía en el Perú, Lima 1997; Carmen MCEVOY, La utopía republicana. Ideales y realidades en la formación de la cultura política peruana (1871-1919), Lima 1997; Vincent PELOSO, “Liberals, Electoral Reform, and the Popular Vote in Mid-nineteenth century Peru” en Vincent PELOSO and Barbara TENENBAUM (eds.), Liberals, Politics, and Power: State Formation in Nineteenth.Century Latin America, Athens 1996. 10 Para Brasil ver. José MURILO DE CARVALHO , Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, México 1995; Id., “Dimensiones de la ciudadanía en el Brasil del siglo XIX” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Richard GRAHAM , Patronage and Politics in Nineteenth-Century Brazil. Stanford 1990; Herbert S. KLEIN, “Participación política en Brasil en el siglo XIX: los votantes de San Pablo en 1880” en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica. 11 Para México ver Antonio ANNINO y Raffaele ROMANELLI , “Premesa”, Quaderni Storici, nuova serie, 69. 1988; Antonio ANNINO, “Cádiz y la revolución territorial de los pueblos mexicanos, 1812-1821”, en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX; Id., “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en México. Los orígenes de un dilema”, en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Marcelo CARMAGNANI y Alicia HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, “La ciudadanía orgánica mexicana, 18501910” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Fernando ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios. México 1992; Alicia HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana del buen gobierno. Mexico 1993. LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 57 en el debate público. Legislación y debates reflejan las diferentes concepciones que fueron imponiéndose en los distintos momentos y lugares, y que respondían a variados marcos ideológicos, experiencias sociales y negociaciones políticas. Son estos los temas que aborda la historiografía actual, ofreciendo resultados novedosos y provocativos.12 Elecciones y prácticas electorales En todo el espacio iberoamericano y a lo largo de todo el siglo XIX se realizaban elecciones regulares y frecuentes para designar representantes en los niveles local, regional y nacional, que podían ser directas o indirectas, y estas últimas de primero, segundo o aún de tercer grado. Por cierto que esa no era la única vía de acceso al poder, aunque así lo prescribiera la mayor parte de las constituciones y leyes. El camino de las armas estuvo vigente durante buena parte del siglo en varios de los nuevos países, y con frecuencia, la compulsa electoral convivió con la confrontación militar. Una y otra ampliaban hacia abajo el espacio de la lucha política. Todos los años se movilizaban hombres y recursos en la preparación, organización y realización de los procesos electorales. Su papel era diferente al que tienen hoy en día y distinto también al que le fijaban los parámetros normativos liberales. Por ello, la literatura sobre el tema durante largo tiempo los interpretó como viciados, fruto de prácticas consideradas corruptas. Esta perspectiva está hoy profundamente cuestionada. Ya en 1988, Antonio Annino y 12 Cf. Natalio BOTANA, El orden conservador, Buenos Aires 1977; Gerardo CAETANO, “Ciudadanía política e integración social en el Uruguay (1900-1933)” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Malcolm DEAS, “The Role of the Church, the Army and the Police in Colombian Elections, c. 1850-1930”, en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy; Marie-Danielle DEMÉLAS-BOHY, “Modalidades y significación de elecciones generales en los pueblos andinos, 1813- 14”, en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX; Marta IRUROZQUI, “Ebrios, vagos y analfabetos. El sufragio restringido en Bolivia, 1826-1952”, Revista de Indias. LVI, 208, 1996; Juan MAIGUASHCA, “The Electoral Reform of 1861 in Ecuador and the Rise of a New Political Order”, en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy; Carlos MALAMUD (comp.), Partidos políticos y elecciones en América Latina y la Península Ibérica, 1830-1930, Madrid 1995; Orlando TOVAR, “Las instituciones electorales en Venezuela”, en AA.VV., Sistemas electorales y representación política en Latinoamérica. Madrid 1986. Hilda SABATO 58 Raffaele Romanelli, en la introducción a una serie de trabajos destinados a revisar la historia electoral en países de Europa e Iberoamérica, reaccionaban contra la tendencia a “considerar al liberalismo como el antecedente de una predestinada evolución democrática”. Subrayaban, en cambio, la especificidad de las experiencias liberales caracterizadas por “el esfuerzo realizado por la sociedad no igualitaria de notables por traducir un orden orgánico y jerárquico en instituciones como las constituciones y las leyes electorales, cuya racionalidad es fundamentalmente individualístico- cuantitativa”.13 En ese marco, las prácticas electorales no habrían sido formas de ignorar o distorsionar las normas, sino más bien una manera de procesarlas en cada situación específica. De acuerdo con esta propuesta, estudiar las prácticas electorales implica sumergirse en la situación de cada momento y lugar para analizar sus diferentes facetas, explorar sus particularidades, e interpretar su papel en el sistema de representación de que se trate. Esta es precisamente la tarea que han encarado estudios recientes que abordan casos particulares.14 Cómo se organizaba la vida electoral, quiénes participaban de ella y en qué calidad, cuáles eran las reglas formales e informales del juego electoral, cómo se armaba la escena comicial, qué resultados se13ANNINO y ROMANELLI , “Premesa”, p. 683. 14 Ver Paula ALONSO, “Voting in Buenos Aires, Argentina, before 1912” en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections before Democracy; A. ANNINO, “Cádiz y la revolución territorial”; Id., “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana”; Marco BELLINGERI, “Dal voto alle baionette: esperienze elettorali nello Yucatan costituzionale ed indipendente” en Quaderni Storici, nuova serie, 69, 1988; Id., “Las ambigüedades del voto en Yucatán. Representación y gobierno en una formación interétnica, 1812-1829” en A. ANNINO (coord.): Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. Marta BONAUDO, “De representantes y representados. Santa Fe finisecular (1883-1893)” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Id.,“Society and Politics. From Social Mobilization to Civic Participation (Santa Fe, 1890-1909)” en James BRENNAN and Ofelia PIANETTO (eds.): Region in Nation. The Provinces and Argentina in the Twentieth Century. Washington 1999. N. BOTANA, El orden conservador. G. CAETANO, “Ciudadanía política”; M. CARMAGNANI y A. HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, “La ciudadanía orgánica mexicana”; Ema CIBOTTI, “Sufragio, prensa y opinión pública: las elecciones municipales de 1883 en Buenos Aires” en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX; Sarah C. CHAMBERS, From Subjects to Citizens; G. CHIARAMONTI , “Riforma Elettorale”; Id., “Andes o Nación”; J. M. de CARVALHO , Desenvolvimiento; Id., “Dimensiones de la ciudadanía en el Brasil del siglo XIX”. LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 59 obtenían: tales son algunas de la preguntas que se formulan los nuevos trabajos.15 De ellos se desprende un panorama de gran diversidad regional, lo que no impide, sin embargo, marcar algunos rasgos compartidos. 1. En la mayoría de los casos, una proporción muy baja de la población –menos del 5%—participaba de los comicios, porcentaje muy semejante a la que se encuentra entonces en varios países de Europa. En general no se observa una pauta regular de aumento de esa participación a lo largo del siglo. Hay, eso si, variaciones –incluso bruscas – en las cifras, que dependían en parte de los alcances y límites a la ciudadanía impuestos por 15 Malcolm DEAS, “Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colombia”, Revista de Occidente, 127, 1993; Id., “The Role of the Church”; M.-D.DEMÉLAS- BOHY, “Modalidades y significación de elecciones generales”; M.-D.DEMÉLAS-BOHY, y F:-X. GUERRA, “The Hispanic Revolutions”; F. ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios; Pilar GONZÁLEZ BERNALDO, Civilité et politique aux origines de la nation Argentine. Les sociabilités a Buenos Aires, 1829-1862, Paris 1999; Id., “Los clubes electorales durante la secesión del Estado de Buenos Aires (1852-1861): la articulación de dos lógicas de representación política en el seno de la esfera pública porteña” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; R.GRAHAM , Patronage and Politics; Virginia GUEDEA, “Las primeras elecciones populares en la ciudad de México, 1812-1813”, en Estudios Mexicanos, 7, 1, 1991; F.- X. GUERRA, Modernidad; Tulio HALPERIN DONGHI, Proyecto y construcción de una nación. (Argentina 1846-1880), Caracas, 1980; A. HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana; Marta IRUROZQUI, “Ebrios, vagos y analfabetos”; Id., “¡Que vienen los mazorqueros! Usos y abusos discursivos de la corrupción y la violencia en las elecciones bolivianas, 1884-1925” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; H.S. KLEIN, “Participación política en Brasil”; Alberto LETTIERI, La República de la Opinión. Política y opinión pública en Buenos Aires entre 1852 y 1862, Buenos Aires 1998; J. 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VALENZUELA, Democratización vía reforma; Id., “Building Aspects of Democracy”; Charles F. WALKER,., Smoldering Ashes. Cuzco and the Creation of Republican Peru, 1780-1840, Durham and London 1999. Hilda SABATO 60 las distintas leyes, pero no solamente de ellos. Con frecuencia una proporción no desdeñable de los habilitados para votar no ejercía sus derechos y no participaba del comicio. En la Argentina, por ejemplo, rara vez los votantes efectivos superaron el 20% de los potenciales. En Brasil, en cambio, estos llegaban en general al 50%, lo que hacia 1870 implicaba que alrededor de un millón de personas (el 10% de la población total) asistía a los comicios primarios. La abstención plantea la pregunta del porqué quiénes tenían el derecho a voto con frecuencia no lo ejercían y hasta qué punto la población consideraba el votar una forma de intervención deseable y significativa. Incluso sugiere que la imagen de un pueblo ávido por ejercer sus derechos electorales puede resultar anacrónica en muchas regiones de Iberoamérica, donde los dirigentes políticos se quejaban con frecuencia de “la indiferencia” y “la falta de espíritu cívico” de los supuestos ciudadanos. 2. Si no todos los habilitados para votar lo hacían, surge la pregunta de quiénes eran los que efectivamente participaban de los comicios. A pesar de la variedad de situaciones, la mayor parte de los estudios recientes destacan la diversidad social de los votantes. Los miembros de las dirigencias políticas provenían con frecuencia de los sectores propietarios y letrados, pero el resto de los electores se reclutaba en una amplia gama del espectro social, que podía ir desde los artesanos urbanos y sectores profesionales hasta los campesinos y peones rurales. En varios casos, se destaca la presencia mayoritaria de gentes provenientes de los sectores populares. Indígenas y esclavos libertos tuvieron, por su parte, un lugar importante en distintas regiones, aunque por cierto no en todas. Las mujeres, excluidas del derecho a voto, jugaban muchas veces papeles informales en la vida electoral. 3. La participación estaba cuidadosamente organizada. La asistencia a los comicios no era, en general, un acto espontáneo de ciudadanos individuales. Los grupos que aspiraban a llegar al poder montaban verdaderas máquinas políticas destinadas a reclutar votantes, organizarlos como fuerzas electorales, y controlar la escena del comicio para poder ganar. Una clave para el éxito radicaba en la capacidad de las dirigencias de crear y LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 61 movilizar clientelas. Ellas constituían la base de las fuerzas que participaban de las jornadas electorales. Cuando no había competencia entre candidatos, se trataba simplemente de asegurar la producción de sufragios para cumplir con la rutina electoral. Cuando se enfrentaban distintas fuerzas, en cambio, los días de comicios podían ser tumultuosos y hasta violentos. Muchas veces se trataba de sumar votos propios pero también de impedir la emisión de los ajenos. No se descartaba la manipulación o falsificación de actas y padrones, así como la fabricación de sufragios. Entonces los perdedores hablaban de “fraude” e impugnaban los resultados electorales. Peroal mismo tiempo, en general todos participaban del juego y aceptaban sus reglas, de manera tal que éste se consideraba, en buena medida, legítimo. 4. La organización electoral articuló a dirigencias y bases clientelares. Se plantea, por lo tanto, la naturaleza y las características de esa relación. En algunos casos, ella estaba cimentada por vínculos de dependencia social; en otros, se trataba de lazos creados en función de la vida política. Pero en todos ellos, las prácticas electorales contribuyeron a la articulación de redes que incorporaron a distintos sectores de la población al juego electoral, así como a la creación de liderazgos y tradiciones específicamente políticas sustentadas en relaciones de paternalismo y deferencia. Estas redes políticas se nutrían también de relaciones gestadas en el seno de la vida militar en ejércitos y milicias. Y con frecuencia se apoyaron en el aparato gubernamental, tanto porque la administración era fuente de empleo para las clientelas, como porque sus funcionarios (policía, jueces, etc.) cumplían un papel importante en la dinámica electoral. Al mismo tiempo, ellas constituyeron una pieza fundamental de las agrupaciones que comenzaron a conocerse como “partidos políticos”. 5. Ceremonias, rituales y fiestas eran un ingrediente habitual de las jornadas electorales. En algunos casos ellos establecían un vínculo de continuidad con tradiciones coloniales y precoloniales. En otros, por el contrario, marcaban la novedad de la representación moderna. En todos ellos, sin embargo, la celebración y los ritos colectivos contribuían a consolidar los Hilda SABATO 62 lazos personales entre los participantes, a dar significación comunitaria a hechos protagonizados por unos pocos, a legitimar –por fin—un sistema de representación nuevo. En ese contexto, la Iglesia católica cumplió en algunas regiones un papel importante en las elecciones. Con frecuencia, su injerencia no se limitó al plano ritual y simbólico sino que operó también en el nivel estricamente político. De esta apretada síntesis queda claro que las prácticas electorales se entienden ahora como engranajes importantes de la vida política decimonónica, cuya lógica no puede reducirse a la de la manipulación tout-court. Más controvertida es la relación entre ellas y el proceso de constitución (o no) de una ciudadanía política. Sin duda, en la mayor parte de los casos conocidos, los votantes estaban lejos de responder a la imagen del ciudadano individual, libre y autónomo presupuesto en la buena parte de la legislación y postulado por las versiones más difundidas del credo liberal. Las formas que adoptó la organización electoral reforzaba el carácter colectivo del sufragio y la dependencia de quienes lo emitían. Por otro lado, el montaje de máquinas electorales sirvió muchas veces no solo para controlar los comicios sino para hacerlos posibles, es decir, para reclutar activamente votantes potenciales, atraídos por las ventajas materiales y simbólicas de pertenecer a una clientela. Y las redes políticas que así fueron surgiendo permitieron la inclusión de gentes provenientes de distintos sectores sociales en la vida política. Por lo tanto, es difícil sostener tanto la hipótesis pesimista de que las prácticas electorales obstruyeron el proceso de conformación de una ciudadanía, como la opuesta, de que habrían contribuido decisivamente a él. Sociedad civil y espacio público Mientras que la historia electoral siempre se vinculó a la cuestión de la ciudadanía, sólo en los últimos años se ha relacionado a esta última con el proceso de desarrollo de la sociedad civil. En América Latina, durante mucho tiempo descuidó ese proceso, en la medida en que se aceptaba la tesis de la debilidad histórica de nuestras sociedades civiles frente a estados considerados fuertes. Hoy, junto con el interés LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 63 contemporáneo en esa temática, ha surgido una historiografía que presta creciente atención a esa faceta de nuestra historia. El concepto mismo de sociedad civil es problemático, pues puede inscribirse en distintas vertientes teóricas. Más allá de esas diferencias, que se detectan en los trabajos de los historiadores, interesa aquí centrarse en las novedades que ofrecen esos trabajos para la interpretación de la vida política decimonónica. En este caso, si bien no se cuenta con una variedad de estudios equivalentes a los revisados para el tema electoral, también hay que destacar la heterogeneidad de situaciones e interpretaciones. Es posible señalar, sin embargo, un conjunto de temas e interrogantes compartidos. Existe, en primer lugar, una preocupación por el surgimiento y expansión de las instituciones de la sociedad civil y por lo que algunos autores denominan las formas modernas de la sociabilidad. La aparición y difusión de asociaciones modernas – que suponen la reunión entre individuos iguales entre sí, libres y que por su propia voluntad se unen para perseguir un objetivo compartido – y de una prensa periódica vigorosa se consideran aspectos clave de la modernización. Para algunos autores, como François-Xavier Guerra, las nuevas formas de sociabilidad que surgieron en la Iberoamérica de principios del siglo XIX, introdujeron un cambio cultural fundamental en la sociedad tradicional que llevó a su transformación. Según Guerra: “poco a poco, a medida que se difunden este tipo de sociabilidades y el imaginario que las acompaña, la sociedad entera empieza a ser pensada con los mismos conceptos que la nueva sociabilidad: como una vasta asociación de individuos unidos voluntariamente cuyo conjunto constituye la nación o el pueblo.”16 No se trata, para el autor, de un proceso lineal de cambio de las formas de Antiguo Régimen a la modernidad, sino de una historia de superposiciones, ambiguedades y conflictos entre viejas y nuevas concepciones y prácticas. Otras interpretaciones, en cambio, ponen el énfasis en las transformaciones sociales más generales resultantes del desarrollo del capitalismo, que desembocaron en la consolidación del estado y de la sociedad civil. El surgimiento de nuevas formas de asociación y 16 F.-X. GUERRA, Modernidad, p. 91. Hilda SABATO 64 prensa se entienden como el resultado de esos cambios, a los que, a su vez, habrían contribuido de maneras diversas.17 En ese marco, algunos autores destacan el papel de esas instituciones en el plano de la modernización política, en la medida en que se habrían constituído como ámbitos de prácticas y valores igualitarios, espacios de intercambio comunicativo en que la autoridad del argumento y la razón predominaba sobre las que pudieran emanar que cualquier jerarquía externa o previa.18 Como se ve, no existe una diferencia tajante entre ambas perspectivas, pues las dos caracterizan de manera similar a las instituciones sociedad civil, aunque la primera enfatice el rol fundamental de las nuevas formas de sociabilidad en la modernización social y la segunda entienda a ésta como el resultado de procesos estructurales más generales. Los trabajos que abordan estos temas, por su parte, no siempre pueden encuadrarse estrictamente en una u otra de estas interpretaciones. Más allá de esta diferenciación quizá algo forzada, todos los autores se internan en la historia concreta de las nuevas instituciones pero también de la persistencia de antiguas formas de sociabilidad, de la superposición entre unas y otras y de los cambios que ocurren en ese plano en momentos y lugares determinados. Se destaca, en ese sentido, que no se trata de procesos lineales de expansión de lo nuevo en detrimento de lo viejo, sino de una historia de vaivenes en el tiempo y de desfasajes en el espacio que hacen muy difícil cualquier generalización. Lo que sigue es, por lo tanto, tan solo indicativo de algunas tendencias presentes en la historiografía.1917 H. SABATO, “Citizenship”; Id., La política en las calles. 18 Ver, por ejemplo, Carlos FORMENT, “La sociedad civil en el Perú del siglo XIX: ¿democrática o disciplinaria?” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. 19 Ver Maurice AGULHON, Bernardino BRAVO LIRA et al., Formas de sociabilidad en Chile, 1840-1940, Santiago de Chile 1992; Samuel BAILY , “Las sociedades de ayuda mutua y el desarrollo de una comunidad italiana en Buenos Aires, 1858-1916” en Desarrollo Económico, XXI, 84, 1982; M. BONAUDO, “Society and Politics”; Ema CIBOTTI, “Periodismo político y política periodística. La construcción pública de una opinión italiana en Buenos Aires finisecular” en Entrepasados, IV, 7, 1994; Id., “Sufragio, prensa y opinión pública”; S.C. CHAMBERS, From Subjects to Citizens; José MURILO DE CARVALHO , Os bestializados. O Rio de Janeiro e a República que nao foi, Sao Paulo 1987; Id., A formaçao das almas. O imaginário da república no Brasil. Sao LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 65 Para explorar el surgimiento y la expansión de formas de sociabilidad consideradas modernas, en el sentido que se mencionó más arriba, algunos autores se remontan al siglo XVIII cuando esas formas comenzaron a difundirse en las metrópolis europeas. Tertulias, salones, círculos de lectura, que reconocen una historia anterior, son sindicados como los lugares de conformación de nuevas prácticas de conversación, lectura y relación dialógica entre los participantes y de gestación de lenguajes también nuevos. A fines del Paulo 1990; Alicia DEL AGUILA, Callejones y mansiones: espacios de opinión pública y redes sociales en la Lima del 900. Lima 1997; Fernando DEVOTO, “Las sociedades italianas de ayuda mutua en Buenos Aires y Santa Fe: Ideas y problemas” en Studi Emigrazione, XXI, 84, 1984; Fernando DEVOTO y Alejandro FERNÁNDEZ, “Asociacionismo, liderazgo y participación de dos grupos étnicos en áreas urbanas de la Argentina finisecular. Un enfoque comparado” en Fernando DEVOTO y Gianfausto ROSOLI (eds.), L’Italia nella societa argentina. Roma 1988; Tim DUNCAN, “La prensa política: ‘Sud-américa’, 1884-1892” en Gustavo FERRARI y Ezequiel GALLO (comps.), La Argentina del ochenta al centenario. Buenos Aires, Sudamericana 1980; F. ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios; C. FORMENT, “La sociedad civil en el Perú del siglo XIX”; Cristián GAZMURI, El "48" chileno. Igualitarios, reformistas, radicales, masones y bomberos. Santiago de Chile 1992; P. GONZÁLEZ BERNALDO, Civilité et politique; F.-X. GUERRA, Modernidad; Francois Xavier GUERRA, Annick LEMPÉRIERE et al., Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambiguedades y problemas. Siglos XVIII-XIX. México 1998; Francisco GUTIÉRREZ, Curso y discurso del movimiento plebeyo, 1849/1854, Bogotá 1995; T. HALPERIN DONGHI, Proyecto y construcción de una nación; Alberto LETTIERI, “Formación y disciplinamiento de la opinión pública en Buenos Aires, 1862-1868” en Entrepasados, No. 6, 1994; Id., La República de la Opinión; Claudio LOMNITZ, “Ritual, Rumor and Corruption in the Constitution of Polity in Modern Mexico” en Journal of Latin American Anthropology, 1,1, 1995; Francine MASIELLO, (comp.), La mujer y el espacio público. El periodismo femenino en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires 1994; C. MCEVOY, La utopía republicana; Id., “La experiencia republicana”; Jorge MYERS, Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, Bernal 1995; Id., Languages of Politics: A Study of Republican Discourse in Argentina from 1820 to 1852, Tesis de doctorado inédita, Universidad de Stanford 1997; Marco PAMPLONA, Riots, Republicanism and Citizenship. New York City and Rio de Janeiro City During the Consolidation of theRepublican Order, New York and London 1996. Luis-Alberto ROMERO, ¿Qué hacer con los pobres? Elite y sectores populares en Santiago de Chile, 1840-1895, Buenos Aires 1997; Hilda SABATO y Ema CIBOTTI, “Hacer política en Buenos Aires. Los italianos en la escena política porteña, 1860-1880” en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” , 3a. serie, 2, 1er. Semestre 1990; H. SABATO, “Citizenship”; Id., La política en las calles; Id., “La vida pública en Buenos Aires” en Marta BONAUDO (directora), Nueva historia argentina. Liberalismo, estado y orden burgués (1852-1880). Buenos Aires 1999; Ch.F. WALKER, Smoldering Ashes. Hilda SABATO 66 siglo XVIII y comienzos del XIX estas novedades resultaban visibles en algunos lugares de Iberoamérica, donde las ideas de la Ilustración circulaban cada vez más profusamente, sumando adeptos, y la sociabilidad se complejizaba. Se trató, de todas maneras, de experiencias relativamente limitadas, que coexistían con otras que se desenvolvían en ámbitos más tradicionales, como los que ofrecían hermandades, cofradías y gremios de artesanos, entre otros. Al mismo tiempo, el desarrollo de la imprenta y de los primeros periódicos contribuyó a definir un espacio de publicidad que tuvo diferentes alcances. En algunas regiones, como por ejemplo en la del Rio de la Plata, esas experiencias tuvieron mayor densidad hacia los años 20 y 30, pero luego sufrieron varias décadas de estancamiento. Muchas de estas iniciativas fueron fomentadas desde el poder político. Para las elites ilustradas que, durante la primera mitad del siglo XIX, alcanzaron el poder en algunos períodos y lugares, la construcción de una ciudadanía constituía, como se ha visto, un proceso central de la conformación de las nuevas comunidades políticas. En la visión que estos grupos, la mayor parte de la población iberoamericana no estaba preparada para ejercer el papel que les estaba asignado en el nuevo sistema representativo. Más que restringir su participación política, sin embargo, se propusieron educar a los habitantes, formarlos en los principios de la Ilustración, inculcarles sus valores y prácticas. Para ello, promovieron la creación de instituciones educativas y culturales y el desarollo de asociaciones voluntarias consideradas entonces como semilleros de virtudes cívicas. Por otra parte, la opinión pública aparecía, cada vez más, como uno de los pilares de la legitimidad política. Aunque existían distintas concepciones acerca de qué era y dónde se gestaba esa opinión, la prensa fue siempre considerada su expresión más visible. Por lo tanto, desde temprano los gobiernos publicaron sus propios diarios. No siempre, claro está, aprobaron aquéllos que quedaban lejos de su control, y la libertad de prensa fue con mucho mas frecuencia enunciada que respetada, mientras la censura gozó de buena salud durante largos períodos. En la segunda mitad del siglo XIX se observa la expansión sostenida de asociaciones y prensa en buena parte de la región. Un entramado cada vez más denso de instituciones—asociaciones profesionales y étnicas, sociedades de ayuda mutua, círculos LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 67 científicos y literarios, clubes sociales y culturales y periódicos del más diverso tipo—se hizo visible en ciudades como Lima, Buenos Aires, México, Santiago, Rio de Janeiro, Bogotá y otras. Este desarrollo se ha entendido como un síntoma de la existencia de una sociedad civil relativamente autónoma, diferenciada del Estado, y que generaba instancias de representación y expresión propias. Cómo eran estas asociaciones; a quiénes atraían y a quiénes excluían; cómo se organizaban; cuáles eran las relaciones entre formas más modernas y más tradicionales de sociabilidad, la competencia y la superposición entre ellas, son temas en discusión. Prensa y asociaciones gozaban de creciente prestigio no solamente entre las elites modernizantes sino también entre sectores más amplios de la sociedad, sobre todo urbana. Esa valoración no era ajena a varias de las perspectivas ideológicas que por entonces circulaban concierto éxito en la región, desde el liberalismo republicano al socialismo utópico y el catolicismo social, explorados también por la historiografía reciente. Con frecuencia, estas instituciones no solamente actuaban en el campo limitado de la representación, defensa o protección de los intereses y opiniones de sus bases, sino que constituían tramas conectivas que atravesaban a la sociedad o partes de ellas. Contribuyeron así a definir un público (o públicos) que comenzó a forjar nuevas formas de actuación colectiva—diferentes de las propias de la sociedad colonial y poscolonial—y a constituirse como referente ineludible para el poder político. De esa manera, se fue generando la base para la formación de lo que algunos historiadores han llamado una “esfera pública”, adoptando el concepto acuñado por Jürgen Habermas.20 En efecto, asociaciones y prensa pueden interpretarse desde el punto de vista de la constitución de una esfera pública política, como ámbitos decisivos en el proceso de definición de un espacio de mediación con el Estado y como medios para actuar en ese espacio. La introducción del concepto de “esfera pública” (en distintas variantes) abre una serie de interrogantes a los que la historiografía ha respondido hasta ahora de manera muy parcial. Así, en cada situación particular se plantea, en 20 Jürgen HABERMAS, Strukturwandel der Öffentlichkeit, Darmstadt y Neuwied 1962; Id., Historia y crítica de la opinión pública, México 1986. Hilda SABATO 68 primer lugar, la pertinencia misma de la utilización de esa categoría. Sorteada esta primera cuestión, surgen enseguida preguntas más específicas tales como: quiénes convocaban, lideraban y participaban de la acción pública así como el de quiénes quedaban excluidos; cuál era el alcance de las iniciativas en términos de la constitución de un público más amplio que el de sus promotores; si existían uno o varios públicos; cuál era el lugar de la(s) esfera(s) pública(s) en la construcción de la comunidad política y en la conformación de una ciudadanía; en qué medida desde el Estado y el poder político se atendía a las señales provenientes de este espacio, entre otras. Este último punto enlaza la cuestión de la esfera pública con la de la opinión pública, un tema que ha sido recientemente abordado desde distintos ángulos. Estos puntos resumen demasiado escuetamente los principales tópicos que han llamado la atención de los historiadores de la sociedad civil Iberoamericana. Queda claro, de todas maneras, que la interrogación sobre esa dimensión ha permitido nombrar y dar entidad historiográfica a una serie de fenómenos concretos referidos a los complejos procesos de formación de nuevas comunidades políticas luego de la ruptura del orden colonial, muchos de los cuales se hallaban hasta hace poco limitados por una mirada que privilegiaba la esfera del estado y el poder político por sobre la de la sociedad civil. Una agenda La problemática de la ciudadanía política reconoce otras facetas además de estas dos que la literatura reciente ha privilegiado en sus análisis. Hay una serie de dimensiones parciales importantes que sin embargo han merecido escasa atención por parte de los historiadores. Entre ellas, el papel de las milicias y del ciudadano armado; la relación entre tributación y ciudadanía, y las formas de la justicia, en particular el servicio de jury, han sido destacadas en varios trabajos.21 21 Ver, entre otros, J.M. de CARVALHO , Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil; Id., “Dimensiones de la ciudadanía en el Brasil del siglo XIX”; F. ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios; F. GUTIÉRREZ, Curso y discurso del movimiento plebeyo; A. HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana del buen gobierno; M IRUROZQUI, “Las paradojas de la tributación”; A. LETTIERI, La República de la Opinión; V. PERALTA RUIZ, “El mito del ciudadano armado; Mónica QUIJADA, “La LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 69 El abordaje de todas estas facetas, las más y las menos estudiadas, ha implicado no solamente una innovación en el plano de las preguntas formuladas y los temas investigados, sino también el cruce de diferentes niveles de análisis. La dimensión simbólica ha resultado fundamental para entender prácticas sociales y políticas, las que a su vez iluminan el mundo de las representaciones. Por lo tanto, historia política, social, cultural e intelectual se engarzan de manera original en diferentes interpretaciones de la problemática de la ciudadanía. Este entrecruzamiento también está presente en los trabajos que abordan esa cuestión de manera global, no solo refiriéndose a varios de los aspectos parciales hasta aquí mencionados sino también proponiendo una interpretación más general de todo el proceso, en una nación determinada. Hasta el momento, esos ensayos no son muchos. Un ejemplo interesante de ese tipo de enfoque lo ofrecen dos libros que aunque se refieren al mismo caso, el de Mexico, difieren en su perspectiva de análisis y en su evaluación de esa historia de manera radical. Asi, Fernando Escalante Gonzalbo en su sugestivo Ciudadanos imaginarios se sumerge en el México del siglo XIX para contrastar ideales y acciones, normas y prácticas; señalar el fracaso de los valores del liberalismo en una sociedad que tenía una “moral” incompatible con aquéllos, y concluir que “no había ciudadanos”.22 Alicia Hernández-Chávez, en cambio, en La tradición republicana del buen gobierno, ofrece una versión optimista del proceso de construcción de una ciudadanía en ese país desde la independencia hasta la Revolución, a partir de la matriz liberal.23 Estos ensayos resultan provocativos en tanto proponen una interpretación fuerte de la historia. Al mismo tiempo, abren una serie de cuestiones a la discusión, cuestiones que se resisten a ser subsumidas en una narrativa global tan contundente. Hasta aqui, este recorrido parcial y demasiado sintético de la reciente producción que puede ordenarse en torno de la problemática de la ciudadanía política en los procesos de formación de los estados- nación iberoamericanos. Se habrá visto que esta perspectiva ha ciudadanización del ‘indio bárbaro’. Políticas oficiales y oficiosas hacia la población indígena de la pampa y la Patagonia, 1870-1920” en Revista de Indias, LIX, 217, 1999; Ch.F. WALKER, Smoldering Ashes. 22 F. ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios. 23 A. HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana del buen gobierno. Hilda SABATO 70 abierto, y sigue abriendo, nuevos caminos a la reflexión y en análisis. El resultado es, hasta el momento, un conjunto de imágenes parciales, fragmentarias, a veces divergentes, que sin embargo ha complejizado notablemente la historia de la construcción del poder político en el siglo XIX. Quedan, sin embargo, una cantidad de preguntas pendientes que constituyen una agenda para la investigación. Entre ellas, seguramente algunas no podrán responderse en los marcos definidos por la problemática de la ciudadanía política, que ofrece una lente atractiva pero limitada para indagar en aquellos procesos. Al mismo tiempo, sin embargo, esa problemática resulta ya insoslayable a la hora de interrogarse sobre la historia del poder en América Latina. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE ACERCA DE LA VIOLENCIA Y DEL ESTADO EN AMÉRICA LATINA MICHAEL RIEKENBERG* Consideraciones preliminares En el año 1985, Evans, Rueschemeyer y Skocpol publicaron el hoy en día famoso libro “Bringing the State Back in”. En él no trataron la estructura jurídica ni la ideología del Estado, sino que abarcaron las estrategias de poder y las dimensiones sociales del Estado desde una perspectiva weberiana. Frente a las clásicas teorías sobre el Estado,el libro de Evans y otros empezó a reconsiderar los procesos de formación y el papel del Estado. Esto tuvo también repercusión para Latinoamérica. El Estado en Latinoamérica fue hasta finales de los años 70 casi exclusivamente objeto de una positivista historia del derecho y de las instituciones. Esto considera al Estado como un conjunto sólido de instituciones y reglas, es decir como objeto concreto y claramente delimitado. Como resultado, una gran parte de los trabajos que había sobre el tema en el fondo se ocupaban sólo de lo que podemos llamar la superficie del Estado. Trataban el derecho público, las constituciones o la organización de la administración. Alguna literatura, y no me gusta tener que decir esto, recordaba al lector a una guía sobre las vías administrativas y no a un tratado sobre * Universidad de Leipzig. Michael RIEKENBERG 72 y el tema conforme al nivel de las ciencias sociales a principios de los anos ochenta.1 En cuanto a los entrelazamientos entre el “Estado” y la “violencia”, la clásica doctrina sobre el Estado partía de una estricta separación entre poder legítimo y violencia ilegítima, entre la violencia en su función como organizador del Estado y la violencia destructiva. Comparándola con estas doctrinas, la violencia en Latinoamérica se trata de un fenómeno camaleónico. El Estado tiene en ello una participación decisiva (aunque esto no quiere decir que el tema de la violencia se agota en el Estado). Por un lado, en Latinoamérica el Estado pudo ejercer a partir de 1800 sólo de manera restrictiva o sea temporalmente, un monopolio de legítima violencia física que según Max Weber es el atributo del Estado por excelencia. De esta manera el Estado no fue capaz de controlar las amplias difusiones de diversas formas de violencia colectiva extra-estatal. Por el otro lado, el propio Estado fue el creador de una violencia de “anomía”2 e ilegal. El Estado toleró o alentó a grupos cuya finalidad era el mantenimiento del orden al margen de la ley y emplear la violencia por su propia cuenta. De esta forma el estado contribuyó a crear una violencia crónica o endémica como se la llama en la literatura.3 Su característica es, que a los ojos de los hombres aparece como algo ilimitado y que actúa por su propia dinámica independientemente de la acción humana o de los motivos de los actores. En parte, como en el caso de Colombia, esta violencia “endémica” se ha dirigido contra el Estado y amenaza con destruirlo. Es un poco sorprendente que las investigaciones han ignorado durante mucho tiempo estos procesos. Todavía en 1981 se leía en el Journal of Interdisciplinary History, la violencia en Latinoamérica “cries for research”. Si contemplamos la literatura actual sobre el concepto de violencia, llama la atención que parte de los conceptos teóricos y de 1 Es de mencionar el trabajo de Horst Pietschmann sobre el Estado en América Latina. Véase p.ej. Horst PIETSCHMANN, Die staatliche Organisation des kolonialen Iberoamerika, Stuttgart 1980. 2 Véase sobre el estado y el concepto de la “anomía” Peter WALDMANN , “Einleitung”, en Ibero-Amerikansches Archiv 3. 4 (1997), pp. 317s. 3 P. ALVARENGA, Cultura y ética de la violencia: El Salvador 1880-1932, San José 1996, p. 142. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 73 los corrientes de investigación que marcaron las discusiones sobre la violencia durante los años setenta, hoy día solo jueguen un rol casi insignificante.4 Esto es lo que ocurre por ejemplo con el sicoanálisis o con la investigación sobre las agresiones. En su lugar, hay otros aspectos de la violencia que están en primer plano y que están marcando el actual discurso científico sobre el tema. Esto está relacionado con el hecho de que el propio concepto de violencia se ha transformado. En partes de la sociología, prevalece en la actualidad un concepto corporal de la violencia. La violencia es definida como un acto de poder que mediante “daño corporal intencionado” (Heinrich Popitz) se realiza a los otros. Este enfoque en el cuerpo que encontramos actualmente en la terminología sociológica sobre la violencia, tiene distintas causas. En parte, diferentes enfoques teóricos han de responder de este creciente interés por el cuerpo. Michel Foucault o Norbert Elias son de mencionar cuando se trata sobre la cuestión de la represión de la violencia corporal en las relaciones humanas en el curso de la formación del Estado “moderno”. Elias analizó el rol de los actos violentos abiertos en el trato de los hombres, los procesos del disciplinamiento social y el impacto que tenia la formación del Estado sobre la renuncia al uso de la fuerza física en la vida diaria. A mitad de los años ochenta, yo mismo he intentado debatir con el ejemplo de Guatemala la teoría de Elias y su utilidad para una sociología de la violencia en Latinoamérica.5 En parte, el cambio cultural puede ser responsable del nuevo interés por el cuerpo. En los ambientes urbanos occidentales el cuerpo ya no es la base de la fuerza de trabajo según decía Karl Marx, o el símbolo de la revolución sexual como fue el caso en el movimiento estudiantil tras 1968. Más bien, sociólogos “posmodernos” piensan que el cuerpo, vaciado de otros atributos significativos, amenaza más bien con convertirse en el último punto de mira de la identidad “posmoderna” y “hedonista”. De todos modos encontramos en la sociología actual un concepto sobre la 4 Me refiero aqui a H. TYRELL, “Physische Gewalt, gewaltsamer Konflikt und der Staat”, en Berliner Journal für Soziologie 2 (1999), pp. 269-28, pp. 269s. 5 Creo que fue el primer intento de aplicar la teoría de Elias en un pais no europeo. Véase Michael RIEKENBERG, Zum Wandel von Herrschaft und Mentalität in Guatemala, Köln, Wien 1990. Sobre la imparcial crítica acerca de este libro véanse las revistas “Mesoamérica” 25 (1993), pp. 134-144, o bien “Quetzal” cuaderno 10 (pp. 1-4) y cuaderno 11 (1995), pp. 1-3. Michael RIEKENBERG 74 violencia orientado hacia el cuerpo físico que favorece un acercamiento entre la sociología y la antropología. Volveré a ello más adelante. A continuación comento alguna literatura reciente sobre el tema.6 Ciertamente no escribo ningún review essay sino que sigo mis impresiones personales. En este trabajo no persigo integridad enciclopédica así como tampoco en la elección de la literatura que menciono. Si en realidad se quiere establecer esta división, es más válida para mi interés la sociología histórica que la historia en estricto sentido. Yo subdivido (para una definición más detallada véase el Apartado 3) la literatura sobre el concepto de violencia en tres grupos a los que llamo los “contextualistas”, los “sensoriales” y los “sociables”. Con todo esto quiero admitir que esta nomenclatura es un poco voluntariosa. Pero espero que prevalezca su utilidad para una orientación sobre el tema. Además, aprovecho la ocasión para añadir algunas observaciones comparativas (véase el Apartado 4). Malcolm Deas ha mostrado a través del ejemplo de Colombia lo apropiada que puede ser un análisis comparativo de la violencia.7 En vista de la amplia difusión de la violencia en Latinoamérica se tiene en partes de la literatura la tendencia a extensas deducciones. Por ejemplo, se considera posible que la cultura política de una “Nación” entera como en el caso del México posrevolucionario, muestre un marcado “hábito” hacia la violencia. Comparaciones con otras dimensiones de la violencia, brutalidad y humillación (el verano de 1994 en Ruanda) o con otras regiones de las que se dice que hay altos grados de violencia, son válidas para reflexionar tales juicios.8 Estado/Cultura Empecemos con el Estado. En el libro de Evans y otros autores, Charles Tilly se ocupa de la relación entreEstado y violencia. Tilly definió la formación del Estado como un violento racketeering. Si se abarca con exactitud, uno de los primeros en introducir el término 6 Quisiera agradecer a Natalie Clemente por su ayuda con la traducción del texto. 7 M. DEAS, “Reflections on Political Violence in Colombia”, en D.E. APTER (ed.), The Legitimization of Violence, New York 1997, pp. 350-404, pp. 353s. 8 Véase sobre una comparación de la violencia en Latinoamérica y en los Balcanes W. HÖPKEN, M. RIEKENBERG (eds.), Politische und ethnische Gewalt in Südosteuropa und Lateinamerika, Köln, Wien, Weimar 2000. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 75 racket en el lenguaje sociológico fue Max Horkheimer, un representante de la Kritische Theorie (Escuela de Francfort). Horkheimer, que emigró de Alemania en la época del nacionalsocialismo, se ocupó a finales de los anos treinta del deslizamiento de los Estados “burgueses” en una práctica criminal de la violencia durante el trasfondo del desarrollo político en Europa a partir del fin de la primera guerra mundial. Horkheimer definió rackets como grupos de poder dispuestos para la violencia que luchan contra sus rivales, sólo se rigen por las leyes para el mantenimiento de ellos mismos y ambicionan tributos. Horkheimer temía que el Estado burgués (civil) se depravara cada vez más en racket, así como que el tipo sociocultural de ciudadano desapareciera mediante las creaciones de monopolios y cárteles en la economía. Charles Tilly se ocupó de la creación del Estado “moderno” en Europa y la consideró como una forma de crimen organizado. Como racketeer, el naciente Estado amenazaría a otros grupos para poder imponer su custodia sobre la sociedad a cambio de retirar sus amenazas violentas. La tesis de Tilly ha sido discutida entre los estudiosos de Latinoamérica también, mientras que a Horkheimer y a sus ideas sobre prácticas ilegales del Estado no se los ha tenido en cuenta. Así, Robert Holden escribió en 1996 en un muy sugestivo artículo que los estudios de Tilly sobre la formación del Estado en Europa son un marco apropiado para el análisis del Estado en Latinoamérica. El libro de William Stanley sobre “The Protection Racket State” en El Salvador puede ser citado como un ejemplo de trabajar el Estado en Latinoamérica según el vocabulario de Tilly.9 9 Max HORKHEIMER, “Vernunft und Selbsterhaltung”, en Obras Completas. Vol. 5: Dialektik der Aufklärung und Schriften 1940-1950, Frankfurt M. 1987, pp. 320-350; M HORKHEIMER, “Die Rackets und der Geist”, en Obras Completas, Vol. 12: Nachgelassene Schriften 1931-1949. Frankfurt M. 1985, pp. 287-291. Para más detalle: W. Pohrt, Brothers in Crime, Berlin 1997, pp. 28ff. Véase también el artículo de S. BREUER, en Kriminologisches Journal 6, Suplemento 1997, pp. 20s. Véase también Charles TILLY , “War Making and State Making as organized Crime”, en P.B. EVANS, D. RUESCHEMEYER, T. SKOCPOL (eds.), Bringing the State Back in, Cambridge 1985, pp. 169-191; R. HOLDEN, “Constructing the Limits of State Violence in Central America: Towards a New Research Agenda”, en JLAS 28 (1996), pp. 435-459, p. 439; W. STANLEY , The Protection Racket State. Elite Politics, Military Extortion, and Civil War in El Salvador, Tempe 1996, pp. 56fs. Michael RIEKENBERG 76 El problema es que la composición de Tilly no afecta exactamente a lo que llamamos la “realidad” en Latinoamérica. Hay dos motivos que son responsables de ello. En los siglos XIX y XX, los Estados en Latinoamérica no poseían a menudo la fuerza necesaria para eregirse en racketeers, es decir en extorsionistas aventajados frente a grupos sociales, organizaciones comunitarias o comunidades étnicas. No pocas veces fueron más bien el Estado o el gobierno amenazados e intimidados por otros grupos. En la literatura encontramos la opinión de que esto es algo característico de Latinoamérica y que allí los roles están muy a menudo invertidos. No el Estado, sino otros actantes de la violencia son los que adoptan el rol de extorsionistas.10 Esto, para aclarar este punto, no presupone a la fuerza la existencia de un estado “acabado”. Hace años Pierre Clastres hizo alusión desde la perspectiva de la etnología a la extorsión de los mandatos (chieftains) en las sociedades “primitivas” de la zona del Amazonas.11 En este caso la extorsión representa un medio para la obstaculización del Estado, y no para su formación. Además, el libro de Evans y otros autores presupone una separación entre Estado y sociedad que no se ha dado en absoluto a partir de 1800 en Latinoamérica. Es cierto que en Latinoamérica hubo temporalmente sublevaciones muy bruscas del Estado sobre la sociedad. Un ejemplo (observamos aquí los regímenes revolucionarios de Cuba y México que concibieron la construcción de vigorosos y permanentes aparatos estatales) son los llamados regímenes burócraticos-autoritarios que como en el caso de la dictadura militar en Argentina tras 1976, trataron legitimarse totalmente ellos mismos. No obstante hubo otros procesos. Fueron procesos contrapuestos y dirigidos hacia la disolución del Estado en la sociedad. “(N)either is it possible to distinguish state from society”, comenta David Nugent este asunto respecto a las relaciones en Perú alrededor de 1900.12 Sobre esto hay distintas variantes. Hay que diferenciar si la disolución del Estado en 10 W WALDMANN , “Zur Transformation des europäischen Staatsmodells in Lateinamerika”, en W. REINHARD, (ed.), Verstaatlichung der Welt? Europäische Staatsmodelle und außereuropäische Machtprozesse, München 1999, p. 65. 11 P. CLASTRES, La societé contre l´Etat: recherches d´anthropologie politique, Paris 1976. 12 D. NUGENT, “State and Shadow State in Northern Peru circa 1900. Illegal Political Networks and the Problem of State Boundaries”, en J.M. HEYMAN (ed.), States and Illegal Practices, Oxford, New York 1999, pp. 63-98, p. 68. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 77 la sociedad se atribuyó a la acción de fuertes comunidades locales y relativamente cerradas que mantenían al Estado a distancia. O, si bien, tuvo que ver en primer lugar con el hecho de que el Estado y los principios que éste representa no encontraron respaldo en una sociedad dispersa y débilmente estructurada. Un ejemplo del primer caso se dió en los centros del dominio hispano en América (México, Perú, Guatemala, etc.). El segundo caso se dió en zonas marginales y de poca población (territorio de La Plata, por ejemplo). Debido a la intensa creación de una economía ilegal que produce enormes beneficios, podemos encontrar en la actualidad una tercera variante. Se caracteriza porque independientes y “ricos” actuantes de la violencia que disponen de grandes recursos, impiden por medio del uso de la fuerza al Estado establecer su soberanía en zonas de boom económico. Ejemplos de ello fueron la “República de Huallaga” en Perú o hoy día las regiones de próspera colonización en Colombia donde la (Narco)-Guerrilla, las bandas de droga o los paramilitares llevan la voz cantante.13 Al tratar la oposición entre el Estado y las estructuras segmentarias, la historia social lo hizo en términos como regionalismo, clientelismo, movimientos de protesta, etc. Pues desde hace algún tiempo en la discusión sobre el Estado (y esto también tiene consecuencias para el discurso acerca de la violencia) se aprecian algunos cambios conceptuales. Con el auge de lo que se llama la “nueva teoría cultural” pasaron a un primer plano otros conceptos como por ejemplo el hibridismo (Nestor García Canclini) o el criollismo (Ulf Hannerz). Como consecuencia, la atención de la 13 Véase entre otros J. GLEDHILL , “Legacies of Empire: Political Centralizationand Class Formation in the Hispanic American World”, en GLEDHILL , J. & B. BENDER (eds.), State and Society. The Emergence and Development of Social Hierarchy and Political Centralization, Boston 1988, pp. 302-319; C.A. SMITH (ed.), Guatemalan Indians and the State, 1540 to 1988, Austin 1990; G URBAN & J. SHERZER (eds.), Nation-States and Indians in Latin America, Austin 1991; V.G. PELOSO & B.A. TENENBAUM (eds.), Liberals, Politics and Power. State Formation in Nineteenth- Century Latin America, Athens and London 1996. Veáse además M.B. SZUCHMAN, & J.C. BROWN (eds.), Revolution and Restoration. The Rearrangements of Power in Argentina 1776-1860. Lincoln, London 1995; J.A AVILA BEJARANO,.Colombia: Inseguridad, violencia y desempeño económico en las áreas rurales, Bogotá 1997, p. 250s.; D. POOLE, & G. RÉNIQUE, Peru. Time of Fear, London 1992, pp. 185f.; P.A. STERN, An Annotated Bibliography of the Shining Path Guerilla Movement, 1980-1993, Austin 1995. Michael RIEKENBERG 78 investigación se dirige hacia la dimensión cultural de la organización del Estado. Esto no es algo completamente nuevo. Hay que recordar que la ciencia histórica se empezó a ocupar a partir de principios de los años ochenta de las representaciones y discursos sobre el Estado y la “nación” en Latinoamérica. Uno de los trabajos orientados hacia este tema fue el destacado análisis de Hans-Joachim König trabajado profundamente desde los archivos sobre los orígenes del Estado y la nación en Nueva-Granada 1750-1856.14 Mediante su interés en símbolos, discursos e identidades, este corriente de la investigación histórica ayudó de cierto modo al ascenso de la “nueva historia cultural”, y esto es en donde reside primordialmente su calidad innovador. Sin embargo, estos estudios (y no excluyo de esta opinión a mi propio tesis de habilitación) la mayoría de las veces siguen, por causa de las fuentes que emplean, la perspectiva de las elites cultas y de los grupos claves que toman las decisiones políticas. El Estado apareció como una estructura construida “desde arriba” (lo que también era). Hoy día los trabajos tratan de ampliar la perspectiva de investigación y de tomar por el contrario, una tal llamada grassroots perspectivea o investigar las “Hidden Transcripts” en la sociedad. “Bringing the State Back In without Leaving the People Out”, es el lema.15 La formación del Estado no se concibió más como un proyecto estructurado “desde arriba” sino como un cambio en las formas de vida como resultado de complejas interacciones entre elites sociales, clases políticas, brokers y los estratos más bajos de la sociedad. Es cierto que este principio no es en estrecho sentido culturalista. Pero señala que el Estado también se formó en las transformaciones de los discursos cotidianos, en los modos de vida y en la rutina diaria y no 14 König, H.-J., Auf dem Wege zur Nation. Nationalismus im Prozeß der Staats- und Nationbildung Neu-Granadas 1750-1856, Stuttgart 1988. 15 G.M. JOSEPH & D. NUGENT (eds.), Everyday Forms of State Formation. Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico, Durham, London 1994, p.12. Véase también el excelente trabajo de F. MALLON , Peasant and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley 1995; F. MALLON , “Indian Communities, Political Cultures and the State in Latin America, 1780-1990”, en JLAS 24 (1992), pp. 35-53; P.GUARDINO, Peasants, Politics and the Formation of Mexicos´s National State: Guerrero 1810-1857, Stanford 1996. D. NUGENT, Modernity at the Edge of Empire: State, Individual and Nation in the Northern Peruvian Andes, 1885-1935, Stanford 1997. W. BEEZLY et al (eds.), Rituals of Rule, Rituals of Resistance. Public Celebrations and Popular Culture in Mexico, Wilmington 1994. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 79 simplemente en las “altas” esferas de la sociedad. Con esto se aproxima convenientemente a los enfoques culturales actuales. ¿Cómo se ve al Estado y en consecuencia de esto a la relación entre el Estado y la violencia desde la perspectiva de las teorías culturales? Aquí no me es posible seguir la problemática del concepto de cultura (para el caso alemán sería necesario considerar también la “grotesca modernización”16 de las historias culturales en la época del nacionalsocialismo; esto nos llevaría demasiado lejos como también la cuestión sobre cómo la historiografía alemana acerca de Latinoamérica se desarrolló de 1933 a 1945 y cuáles continuidades personales e ideales existieron después) en detalle. Hace poco George Steinmetz ha dado una panorámica muy precisa sobre la literatura y las diferentes corrientes teóricas que tratan del “Estado” y la “Cultura”.17 Aquí, sólo hay que subrayar un punto: para acabar con la oposición categórica entre “estado” y “cultura” se discute, por ejemplo, en los Cultural Studies el concepto de hegemonía. Este concepto lo empleó inicialmente Antonio Gramsci para aclarar el fracaso de las revoluciones en Centroeuropea durante 1918 y 1919. Cuando se habla de la hegemonía en los Cultural Studies, se trata de la hegemonía cultural que se genera en discursos, la atribución de identidades, los recuerdos y rituales.18 Sobre esto vemos sin embargo que la diferencia entre la historia social y la historia cultural no reside en que la historia cultural tratase asuntos que no fuesen accesibles a la historia social o al revés. La diferencia reside, más bien, en las categorías que se emplean para narrar la historia. De manera muy simplificada se podría decir que: mientras la historia social estructura primeramente sus temas tras las categorías de “arriba” y “abajo” (en el 16 P. SCHÖTTLER, “Die historische ‘Westforschung’ zwischen ‘Abwehrkampf’ und territorialer Offensive”, en P. SCHÖTTLER (ed.), Geschichtsschreibung als Legitimationswissenschaft 1918-1945, Frankfurt M. 1997, pp. 204-261, p. 224. 17 Introduction in G. STEINMETZ (ed), State/ Culture. State-Formation after the Cultural Turn, Ithaca, London 1999, pp. 1-49. 18 Véase J. BEASLEY-MURRAY, & A. MOREIRAS, “After Hegemony. Culture and the State in Latin America”, en JLACS 8 (1999), pp. 17-20. Véase también W. ADAMSON, Hegemony and Revolution. A Study of Antonio Gramsci´s Political and Cultural Theory, Berkeley 1980; D. HARRIS, From Class Struggle to the Politics of Pleasure: the Effects of Gramscianism in Cultural Studies, London 1992; K.H. HÖRNING & R. WINTER (eds.), Widerspenstige Kulturen. Cultural Studies als Herausforderung, Frankfurt a. M. 1999. Michael RIEKENBERG 80 caso de la violencia, se prefiere tematizar lo que se concibe como represión, protesta, revolución, etc.), la historia cultural prefiere las categorías de “dentro” y “fuera”. Desde este punto de vista desaparece, no obstante, la imagen del Estado como claro y compacto conjunto de instituciones y reglas. Desde la perspectiva de una “radical cultural construction” (George Steinmetz), el Estado aparece más bien como un trenzado o bien una red de símbolos, narraciones e infraestructuras que contribuyen a reagrupar a los cuerpos, lugares y objetos para producir de esta manera el poder estatal.19 Al mismo tiempo, el carácter institucional de la violencia pierde en interés. Más bien son las dimensiones corporales (antropológicas) y narrativas (simbólicas) de la violencia que están en el centro del interés investigativo. Un buen ejemplo es el excelente trabajo de Michael Schroeder sobre gang violence y el poner en escena de los actos violentos en Nicaragua en el tiempo de Sandino.20 Sin duda, la revalorización de la “cultura” producida desde hace algún tiempo en las ciencias sociales y como es sabido, no por todos aceptada (un poco sarcásticamente se escribe in The Hispanic American Historical Review, “The New Cultural History comes to old Mexico” 21), se ha beneficiado de ciertas transformacionesproducidas afuera del terreno científico. “Globalización” es la palabra clave. Sin embargo, se omitirá algunas veces que el concepto de cultura se alimentó también del escepticismo frente a un concepto de modernidad o ideas de “modernización” tales y como los conocemos en las teorías de desarrollo de origen sea ilustrado, sea liberal o marxista.22 Partes considerables de la historia social “moderna” se encontraban (y se encuentran) envolvidos en meta-narraciones cuyas idea dominante es la existencia de time lags. Hay críticos que opinan sin embargo que la cultura se separa de este esquema. Comparado con 19 Véase también D. CARTER, “The Art of the State: Difference and other Abstractions”, en Journal of Historical Sociology 7 (1994), pp. 73-102; P. ABRAMS, “Notes on the Difficulty of Studying the State”, en Journal of Historical Sociology 1 (1988), pp. 58- 89. Como ejemplo véase S. RADCLIFFE & S. WESTWOOD, Remaking the Nation. Place, Identity and Politics in Latin America, London, New York 1996. 20 M.J. SCHROEDER, “Political Gang Violence and the State in Western Segovias, Nicaragua, in the Time of Sandino”, en JLAS 28 (1996), pp. 383-434, pp. 410s. 21 HAHR 79 (1999), p. 211. 22 Véase W. SCHIFFAUER, “Die Angst vor der Differenz”, en Zs. für Volkskunde 92 (1996), pp. 20-31, p. 21. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 81 los procesos de “modernización” o los niveles de desarrollo, la cultura, se dice, es eso “which always escapes”.23 A grandes rasgos se perfila aquí la existencia de una “etnologización” del planteamiento y de los métodos de estudiar al Estado. Mientras que en la historia se ha efectuado algo sobre esto (se habla de “ongoing dialogues between social history and cultural anthropology”24), en la sociología, en donde prescindiendo de pocas excepciones la cultura sólo constituye un “enclave,”25 queda todavía mucho por hacer. El cuadro de la violencia En la literatura actual sobre la violencia en Latinoamérica diferencio tres grupos. Los primeros llamo los “contextualistas”. Estos se centran sobre todo en las causas y circunstancias de la violencia y buscan los links entre la violencia y la “sociedad”. El Estado juega, por lo general, un papel muy importante en sus reflexiones. Prefieren los macroestudios. “I will try to link violence to broader considerations about Mexican politics and society in the revolutionary period”,26 es una frase típica de un contextualista. En la mayoría de los casos se trata de historiadores sociales. Pero naturalmente también antropólogos, teóricos culturales, etc. pueden ser “contextualistas”. En estos casos sólo cambiaría respectivamente el “contexto” desde el que se sitúan. Ya que he hablado un poco de los contextualistas como ejemplo de la historia social no seguiré tratando más el tema. El segundo grupo busca en sus fuentes la sensualidad de la violencia. La mayor parte de las veces es la unión de la violencia física al cuerpo humano su punto de partida. De manera metódica este grupo tiende al microanálisis. Ellos intentan aclarar al lector de manera plástica la corporeidad de la violencia. El dolor o el transcurso del tiempo en la violencia (cómo se diferencian la rápida cacería, el 23 Stuart HALL , citado en S. ALVAREZ y otros (eds.), Cultures of Politics, Politics of Cultures. Re-visioning Latin American Social Movements, Boulder 1998, p.4. 24 S. DEAN-SMITH , “Culture, Power and Society in Colonial Mexico”, en LARR 33, 1 (1998), pp. 257-277, p. 259. 25 Véase “Introduction”, en D.CRANE (ed.), The Sociology of Culture. Oxford 1994, p. 18. 26 A.KNIGHT, “Habitus and Homicide: Political Culture in Revolutionary Mexico”, en W. PANSTERS (ed.), Citizens of the Pyramid. Essays on Mexican Polical Culture, Amsterdam 1997, p.107. Michael RIEKENBERG 82 lento dolor en los campos de tortura, la breve producción de violencia de la redada, etc.27) son algunos de los temas de los que se ocupa este grupo. Esto no excluye que tanto comportamientos generales, como el Estado, también sean tenidos en cuenta. Es de considerar sobre todo la “marca estatal” del cuerpo humano. Teorías liberales del Estado parten de que en la sociedad “civil” existe una equilibrada balanza de poder entre el Estado y los ciudadanos que está regulada por la esfera pública política y un sistema de checks and balances. En Latinoamérica el equilibrio y la reciprocidad de esta mutua relación pasan por ser perturbados (y esto no sólo a partir de principios del siglo XIX28). En la nueva ciencia política se dice que el desarrollo del Estado en Latinoamérica padece del insuficiente desarrollo de una civil society. La otra cara de la medalla es que el Estado no establece ningún límite obligatorio a su ejercicio del poder. Esto es lo que ocurre con el empleo de la tortura como ha descrito Elaine Scarry en su impresionante libro The Body in Pain. Nancy Scheper-Hughes ha explicado para el caso de Brasil desde el punto de vista de la antropología que en el sistema de la violencia policial y la justicia penal, la tortura está instalada de manera fija como medio para ganar y demostrar poder. Igualmente lo argumenta la antropóloga Teresa Caldeira. Al débil reconocimiento de los derechos personales en Brasil, le acompaña una insignificante sensibilidad por la integridad y la inviolabilidad del cuerpo humano. El poder se marca en el cuerpo de los dominados. Sin embargo no es sólo el Estado el responsable de esta forma de la violencia. A menudo en Latinoamérica, actores individuales utilizan las zonas al margen de la violencia legal para llevar a cabo sus propios asuntos. Así diferencia un nuevo análisis sobre el ejemplo de la policía brasiliana a los “Lone-Wolf Police” del “ institutional functionary” que permanece leal al organismo de policía. El Lone-Wolf-Police es por el contrario un autor individual. Él emplea la violencia sobre todo cuando ve dañado su orgullo personal. Encontramos al Lone-Wolf-Police también en los pequeños países de Latinoamérica en donde había regímenes “sultánicos” (H.E Chehabi y 27 Véase W. SOFSKY, “Zivilisation, Organisation, Gewalt”, en Mittelweg 36, 3 (1994), pp. 57-67, y el ensayo de W. SOFSKY en TROTHA, Soziologie (nota 44). 28 Véase A. ALVES, Brutality and Benevolence. Human Ethology, Culture, and the Birth of Mexico, Westport 1996, que trata las relaciones de jerarquía y reciprocidad (p. 236) durante la creación de la sociedad colonial. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 83 Juan Linz mencionan entre otros los regímenes de Somoza en Nicaragua o de Duvalier en Haití). Allí, la arbitrariedad de los funcionarios particulares podía prevalecer de todos modos frente al respeto del orden burocrático.29 Hay que agregar que este aspecto toca también la dimensión afectiva de la violencia. Empleos de la violencia, guerras y demás, generalmente son situaciones en donde se concentran los “más intensos sentimientos” humanos.30 Hay casos de organización de la violencia que están muy impregnados de emociones. Pienso, por ejemplo, en el “Berserk Syndrome” que ha descrito el psicoterapeuta Jonathan Shay en un excelente estudio sobre la guerra de Vietnam.31 Queda claro que son diferentes las emociones en pequeños actos de violencia del tipo face to face a las emociones que surgen en actos de violencia organizados por parte de complejas instituciones y en el ramo de muy largas cadenas de personas. De igual forma varían los modos de controlar los sentimientos como partes de actos violentos. En las guerras entre sociedades “primitivas“, por ejemplo, puede desde un principio un “consenso social” limitar ascensos de violencia. Todavía en la actualidad, como por ejemplo en partes de Colombia, encontramos a los sistemas de venganza de la sangre los que se hacen cargode este función en una manera similar. Ellos regulan los conflictos entre grupos ilegales que no se rigen por ninguna fuerza estatal. A la vez, normalizan los actos de violencia y de este modo la mantienen dentro del ámbito de lo que está permitido social- y culturalmente.32 29 Véase N. SCHEPER-HUGHES, Death without Weeping. The Violence of Everyday Life in Brazil, Berkeley 1992, pp. 227s.; M.K HUGGINS.& M. HARITOS-FATOUROS, “Bureaucratizing Masculinities among Brazilian Torturers and Murderers”, en L.H. BOWKER (ed.), Masculinities and Violence, Thousand Oaks 1998, pp. 29-54; H.E. CHEHABI, J.J. LInz, “A Theory of Sultanism”, en H.E. CHEHABI & J.J. LINZ (eds.), Sultanistic Regimes, Baltimore 1998, pp. 3-25. 30 L.H. KEELEY, War before Civilization, New York, Oxford 1996, p. 3. 31 Véase J. SHAY , Achill in Vietnam. Kampftrauma und Persönlichkeitsverlust, Hamburg 1997. Véase también G.B. PALERMO, “The Berserk Syndrome”, en Aggresion and Violent Behavior. A Review Journal 2 (1997), pp. 1-8. 32 Véase N. WHITEHEAD, “The Snake Warriors Sons of the Tiger´s Teeth: a descriptive analysis of Carib warfare”, en J. HAAS, (ed.), The Anthropology of War, Cambridge 1990, pp. 146-170, p. 167; P. WALDMANN , Rachegewalt. Vergleichende Beobachtungen zur Renaissance eines für überholt gehaltenen Gewaltmotivs in Albanien und Kolumbien (manuscrito 1998). Acerca de la “contingentación” (Bewirtschaftung) del Michael RIEKENBERG 84 El tercer grupo de los análisis de la violencia parte de la sociabilidad de la misma. En primer plano se encuentra la parte socializante de la violencia. Aquí se puede pensar en todos los tipos de variantes posibles, desde la organización de la violencia en corporaciones de hombres (Männerbünde) o instituciones militares33 hasta la etnologización de una “nación” durante una guerra. En la literatura se usa entre otros el concepto de cultura de la violencia o, más bien, de subcultura de la violencia cuando se trata la sociabilidad de la violencia. En Perú por ejemplo, una comisión senatorial realizó en 1989 una “cultura de la violencia” responsable de las causas de las guerras internas en el país. En un review essay sobre Colombia, la “cultura de la violencia” fue considerada hace pocos años como el más importante campo de trabajo de las investigaciones sobre la violencia en Latinoamérica.34 El concepto de “cultura de la violencia” puede tener distintos significados. Se define “cultura de la violencia” como el uso cotidiano de una defensa personal entre las bandas. O se entiende como un limitado medio de socialización productor de violencia que se da sobre todo entre los jóvenes (Outlaw Motorcycle Gang, crash kids, Hooligangs,35 etc.). O bien, como un concepto que describe la relación de las funciones rituales y ceremoniales con los actos de violencia. Esta última “cultura de la violencia” es la mayoría de las veces objeto de estudio por parte de la etnología o de la etnohistoria. No obstante se ha de considerar que este concepto de “cultura de la violencia” está bajo sospecha, por parte de los etnólogos, de no referirse tan sólo a la “realidad” misma, sino que también hace valoraciones capaces de desacreditar a sociedades o miedo como una de las “causas más significativas del poder” véase N. ELIAS, Über die Einsamkeit der Sterbenden in unseren Tagen, Frankfurt a. M. 1982, pp.52s. 33 Véase P. BEATTIE, “Conflicting Penil Codes. Modern Masculinity and Sodomy in the Brazilian Military”, en D. BALDERSTON & D.J. GUY (eds.), Sex and Sexuality in Latin America, New York, London 1997, pp. 65-85, pp. 66s. 34 Véase R. PEÑARANDA, “Surveying the Literature o the Violence”, en C. BERGQUIST y otros (eds.), Violence in Colombia. The Contemporary Crisis in Historical Perspective, Wilmigton 1992, pp. 293-314, p. 312. Para el caso de Perú este concepto es discutido por D. POOLE, (ed.), Unruly Order. Violence, Power, and Cultural Identity in the High Provinces of Southern Peru, Boulder 1994; F. MAC GREGOR (ed.), Violence in the Andean Region, Van Gorcum 1994. 35 Véase p.e. A. PANFICHI, “Ritual und Gewalt in peruanischen Fußballstadien”, en Lateinamerika. Analysen und Berichte 19 (1995), pp. 42-65. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 85 culturas completas. Por este motivo en la nueva crítica cultural etnológica se trata de evitar este concepto. A pesar de las diferencias, la mayoría de las variantes del concepto definen “cultura” como un conjunto de normas y pautas de comportamiento y como un objeto delimitado. En este sentido, una “cultura de la violencia” está unida a determinados grupos y se manifiesta mediante rituales, artefactos y una acción institucionalizada “fuera” del Estado. Esta claro que esta manera de abarcar el concepto de “cultura” no tiene mucho en común con las nuevas teorías culturales de los cuales traté más arriba. Esto se debe al origen del concepto. En las ciencias sociales el término “cultura de la violencia” se remonta a la antigua sociología criminal y a los escritos de los años veinte de la Chicago Schools of Sociology.36 Fue entonces cuando se originó el concepto de subcultura. Se definió violencia como una desviación de lo “normal” y se confrontó a una supuesta sociedad pacífica con grupos minoritarios violentos. Hasta el momento, este principio ejerce una gran influencia en la literatura sobre la violencia y también sobre la violencia en Latinoamérica. Así, por ejemplo, la violencia en Colombia se designa como una forma “irracional” de conducta por la cual es responsable una “subcultura de violencia”.37 Nuevas investigaciones insinúan que en Latinoamérica en la actualidad surgen “subculturas” de la violencia allí donde, o bien el estado entrega a otros actuantes de la violencia grandes territorios, barrios, etc. (por ejemplo Río de Janeiro) o donde se llevan a cabo reducciones de gastos públicos que desmontan estructuras sociales y comunitarias, y donde por esta razón, se pierde el control digamos comunal de la violencia (por ejemplo, Santiago de Chile).38 No está claro hacia dónde se desarrolla esta nueva “subcultura” de la violencia en una época de proximidad virtual en el Internet, en vista del continuo rejuvenecimiento de la población en Latinoamérica y de la relación de estas “subculturas” con la creciente comercialización de la 36 Véase K. GELDER, y S. THORNTON (eds.), The Subcultures Reader, Vol. 1. London, New York 1997; F. SACK, y R. KÖNIG (eds.), Kriminalsoziologie, Frankfurt M. 1968. 37 G. SÁNCHEZ, y D. MEERTENS, Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la violencia en Colombia, Bogotá 1983, p. 29. 38 Véase B. HAPPE, y J. SPERBERG, “Gewalt und Kriminalität in den städtischen Marginalsiedlungen von Santiago de Chile und Rio de Janeiro”, en Lateinamerika. Analysen, Daten, Dokumentation 15 (1998), pp. 59-73. Michael RIEKENBERG 86 violencia. En los EEUU hay al parecer una “posmoderna” disgregación de las antiguas e históricas subculturas de la violencia. También como consecuencia de la informalización de la economía y de la disminución del sector público se produce en los EEUU una de- pacificación de grupos de jóvenes en zonas marginales, ghettos, etc. La violencia gana de este modo un importante significado como estrategia de supervivencia, mientras que otras formas de capital cultural pierden valor. Desde El Salvador se indica que adolescentes repatriados a la fuerza de los EEUU son portadores de esta “nueva” cultura de las bandas y que la traigan al sur del continente.39 De-culturalización de la violencia Para el caso de África tituló hace poco la revista Jeune Afrique que la época de los “Cyber-Rebels” ha comenzado.40 En particulares países de África, la organización de la violencia se ejerceen la actualidad por warlords, cárteles de violencia o empresas privadas que trabajan con mercenarios y que salvaguardan el Estado frente a sus enemigos. Estos actores no poseen ningún interés en la organización estatal de la violencia. Sin embargo, por este motivo tampoco aparecen actuantes “culturales” de la misma. Es decir que no se someten (más) a la dicotomía entre “Estado” y “cultura” en la que tanto antes como después, se centra el discurso sobre la violencia en Latinoamérica.41 La creciente comercialización de la violencia en Latinoamérica es algo que llama progresivamente la atención de las investigaciones. Este interés no se centra sólo en las drug wars, en los desarrollos de criminalidad organizada o de violencia similar a la de la mafia. La debilidad del Estado en el control de la violencia produce 39 Véase S. AMOS, “Die US-amerikanische Ghettoforschung”, en Sozialwissen- schaftliche Literatur Rundschau 2 (1999), pp. 5-24, pp. 18s.; I. CASTRO, “Gewalt und Hoffnung in El Salvador”, en Der Überblick 1 (1998), pp. 127-129. 40 Edición No. 1985, 01.02.1999. 41 Véase H. HOWE, “Private Security Forces and African Stability. The Case of Executive Outcomes”, en Journal of Modern African Studies 36,2 (1998), pp. 307-331; véase tambien el destacado artículo de D. CRUISE O´BRIAN, “A lost generation? Youth identity and state decay in Westafrica”, en R. WERBNER y T. RANGER (eds.), Postcolonial Identities in Africa, London, New Jersey 1996, pp. 55-74; K. PETERS y P. RICHARDS, “Why we fight: Voices of Youth Combatants in Sierra Leone”, en Africa 68 (1998), pp. 183-210; P. RICHARDS, Fighting for the Rain Forest. War, Youth and Resources in Sierra Leone, Oxford 1996. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 87 una gran expansión de industrias privadas para la seguridad, que se benefician económicamente del control de esta violencia. De este modo se sigue ahondando en las pretensiones de soberanía del Estado.42 En otras partes del mundo, en una forma plenamente desarrollada por primera vez en el Líbano a partir de la mitad de los anos setenta, ha surgido una organizada “economía de guerra” a partir de los intereses comerciales en la organización de la violencia y bajo las condiciones de una guerra civil. Por ello la finalidad principal de los actuantes de la violencia es la de garantizar la existencia de la misma economía de guerra y emplear las posibilidades económicas que se dan en el mercado mundial con el comercio de armas, drogas, la explotación ilegal de materias primas, el pago de rescates, etc.43 Desde la perspectiva etnológica africana, se ha desarrollado el concepto de “mercado de la violencia” para describir estos procesos. Según la teoría es en estos “mercados de la violencia” donde la comercialización de la misma experimenta su máximo agravante. Los mercados de violencia forman, según la definición, regiones económicos dominadas por guerras civiles, warlords, bandas, etcétera. Son estructuras al margen del Estado. Surgen tras la unión de la economía mercantil con regiones o bien sectores de la sociedad “abiertos a la violencia” en donde no hay ningún tipo de límite estatal que rija el empleo de la misma.44 Restrictivamente se ha de tener en cuenta que la comercialización de la violencia en Latinoamérica (todavía) no ha alcanzado las dimensiones africanas. Además, el concepto de “mercado de la violencia” es problemático por diferentes razones. Las relaciones de los actores de violencia, por ejemplo, sólo en parte equivalen a las pautas de comportamiento que rigen a los actores de mercado. Además tal creación, según es definida, se tiende a agotar sus recursos para extinguir rápidamente. Parece que los “mercados de violencia” o mejor dicho: estructuras similares a este concepto, se forman en Latinoamérica sólo provisionalmente y en 42 Véase M. VELLINGA (ed.), The Changing Role of the State in Latin America, Boulder 1998; L. GERARDO GABALDÓN “Tendencias y perspectivas del control social en Venezuela en la década de los noventa”, en Ensayos en homenaje a Héctor Febres Cordero, Mérida 1996, pp. 15-35. 43 Véase F. JEAN y J.C. RUFIN (eds), Economie des guerres civiles, Paris 1996. 44 Véase G. ELWERT, “Gewaltmärkte. Beobachtungen zur Zweckrationalität der Gewalt”, en T.v. TROTHA (ed.), Soziologie der Gewalt, Opladen 1997, pp. 86-101. Michael RIEKENBERG 88 zonas periféricas. Durante el siglo XIX fue el caso en algunas zonas fronterizas (frontiers). En la actualidad las mejores condiciones en apariencia para la formación de “mercados de violencia” se dan en las zonas coloniales de Colombia.45 La sociología histórica ha establecida una estrecha relación entre la formación del Estado, la economía (naturaleza de los impuestos) y la estrategia de guerra. Se considera que en la temprana época moderna en Europa, la creación de instituciones burocráticas, así como la creciente efectividad de la recaudación de impuestos que entre aproximadamente 1.400 y 1.800 iban acompañados de las guerras, actuaron como poderosas fuerzas motrices para la organización del Estado. Si, por el contrario, observamos a Latinoamérica, llama la atención que las guerras con motivo de la organización del Estado en el siglo XIX y principios del XX tuvieran aquí un papel diferente. En Latinoamérica las guerras hasta el año 1800 tuvieron lugar casi exclusivamente en las zonas de paso como el Caribe, y los conflictos europeos fueron decisivos. Tras 1810 las guerras se trasladaron al interior de la región. Sin embargo, sólo se produjeron pocas guerras entre Estados y en el siglo XIX más bien se puede decir que disminuyó el número de guerras inter-estatales en Latinoamérica. En su lugar, se disputaron demasiadas pequeñas guerras en el interior de las estructuras socio-políticas denominados “Estados“, entre provincias, comunidades, etc.46 A decir verdad este tema todavía está poco trabajado para el caso de América Latina.47 Pero parece que las guerras latinoamericanas desarrollaron muy poca fuerza integrativa para el Estado y la “nación”. Además hubo otro factor. Al contrario que en los EEUU donde en las frontiers existían claras imágenes étnicas o racistas del enemigo, en Latinoamérica en el siglo XIX, por el contrario, hubo poca radicalización de la violencia 45 Para más información sobre el tema véase M. RIEKENBERG, “Gewaltmarkt, Staat und Kreolisation des Staates in der Provinz Buenos Aires, 1770-1830”, en W. REINHARD (ed.), Verstaatlichung (nota 10), pp. 19-36; N. RICHANI, “The Polical Economy of Violence: The War System in Colombia”, en Journal of Interamerican Studies and World Affairs 39 (1997), pp. 37-81. 46 Véase M.A. Centeno, “War in Latin America: The Peaceful Continent?”, en J. LÓPEZ- ARIAS, y G. VARONA-LACEY (eds.), Latin America. An Interdisciplinary Approach, New York 1999, pp. 121-136. 47 Véase Josefina VÁZQUEZ, “A cientocincuenta años de una guerra costosa”, en Historia Mexicana 186 (1997), pp. 257-259. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 89 motivada étnicamente. Formas extremas de la violencia étnica como por ejemplo guerras étnicas, faltaron en Latinoamérica en el siglo XIX, o sucedieron sólo de forma leve. Fue solo en algunas partes fronterizas, como en la región del Plata o en Yucatán, donde hubo formas de etnologizar la guerra hasta el ascenso de la guerra hacia una violencia de exterminio.48 Posiblemente esto se deba en primer lugar a que los Estados en Latinoamérica no ejercieron ninguna etnologización de la identidad de la “nación”.49 Quizá constituyó Paraguay una excepción en la guerra de la Triple Alianza, como ya mencionó una vez Eric Hobsbawm en su libro The Age of Capital, 1848 to 1875. De todos modos: Mientras que la violencia en otros lugares del mundo encontró un claro destinoporque estuvo dirigida contra “forasteros” e out-groups, en Latinoamérica se centró la mayoría de las veces en conflictos internos. Esto favoreció la pérdida del control de la violencia por parte del Estado. Las investigaciones las señalan la mayoría de las veces como guerras civiles a los conflictos violentos que surgieron en Latinoamérica tras 1810, 1820. También para el caso de Europa se puede leer que tras 1815 las guerras “... apenas se produjeron, mientras que las guerras civiles, por el contrario, aumentaron”.50 De todas formas, el concepto de guerra civil en cada caso indica algo muy diferente. En Europa describe los acontecimientos revolucionarios dentro de la consolidación del Estado en la época de la Restauración. Para Latinoamérica indica, sin embargo, la transferencia de recursos políticos y militares a grupos locales y a poderes segmentados como consecuencia de la caída del Imperio Español en gran partes de América. Esta diferencia entre violencia local, “guerra”, “guerra civil”, guerra “interna”, etc. tiene también impacto en el carácter de los actores de la violencia. Otra vez una perspectiva comparada puede ser de utilidad. Para el caso de los EEUU, por ejemplo, David 48 Véase M. RIEKENBERG, “ ‘Aniquilar hasta su exterminio a estos indios...’ Un ensayo para repensar la frontera bonaerense 1770-1830”, en Ibero-Americana Pragensia 30 (1996), pp. 61-75; D. WEBER “Borbones y bárbaros”, en Anuario IEHS Tandil 13 (1998), pp. 147-171. 49 Véase por ejemplo M. IRUROZQUI, “Ciudadanía y política estatal indígena en Bolivia, 1825-1900”, en Rev. de Indias 217 (1999), pp. 705-740; Rodolfo STAVENHAGEN, The Ethnic Question, Hongkong 1990, p. 47. 50 R. KOSELLECK, Das Zeitalter der europäischen Revolutionen 1780-1848, Frankfurt a. M. 1969, p. 202. Michael RIEKENBERG 90 Courtwright defiende la opinión de que la violencia extra-estatal en los EEUU en el siglo XIX fue realizada principalmente por hombres jóvenes, solteros, y “nómadas” (transiens). Los ámbitos típicos de esa violencia eran las ciudades mineras y los campamentos de la Union Pacific Railroad en la frontier. Esta violencia no estaba dirigida políticamente ni calculada de manera económica sino que más bien era una oportunidad de hacer negocio. Se puede criticar de exclusivista a la tesis de Courtwright (que aunque ya no nueva, ahora es mejor comprobada de forma empírica) por distintas razones.51 Para fines comparativos, es esta tesis sin embargo útil porque no hubo, o tan sólo de forma restrictiva, una cultura de la violencia de los single young men tal y como Courtwright la describe para el caso norteamericano. En Colombia por ejemplo, se estima que fue en la época de los sesenta por primera vez cuando surgen actores de violencia juvenil que se habían desencadenado de las antiguas bandas locales y lealtades clientelas.52 En diferencia a las investigaciones sobre los EEUU, en la literatura sobre Latinoamérica predomina, si la examino con detalle, un tipo de actor de violencia unido habitualmente a sistemas sociales que están estructurados de manera jerárquica. Es parte de las bandas familiares de carácter patriarcal. Representa la “combinación entre violencia y paternalismo”.53 Esto podría explicar por que tras las declaraciones de la Conferencia Mundial de la Mujer de 1995, en la actualidad mundial un porcentaje promedia del 21% de las mujeres casadas son maltratadas físicamente por sus maridos, mientras que en Colombia el porcentaje es del 65%. La característica principal de esta organización “familiar” de la violencia era que ella misma (e apoyada por estructuras pueblerinas, tradiciones corporativas y dependencias clientelas) se adhería a las estructuras del poder local. Las consecuencias de esto fueron intensas fragmentaciones del Estado. Mientras que en los EEUU, exceptuando 51 D. Courtwright, Violent Land. Single Men and Social Disorder from the Frontier to the Inner City, Cambridge, Mass. 1996. Véase también J. ARCHER, (ed.), Male Violence, London 1994; T. NEWBURN y E. STANKO (eds.), Just Boys doing Business? Men, Masculinities and Crime, London, New York 1994. 52 Véase D. BETANCOURT, y M.L. GARCÍA, Matones y cuadrilleros. Orígen y evolución de la violencia en el occidente colombiano, Bogotá 1991, p. 120. Sobre actantes juveniles de la violencia hoy, véase A. SALAZAR , Born to die in Medellin, London 1992. 53 A. FLORES GALINDO , La tradición autoritaria. Violencia y democratización en el Perú, Lima 1999, p. 43. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 91 los estados del sur, fue relativamente fácil reducir el nivel de violencia de los single young men pertenecientes al estatus de “subculturas” durante el período de desarrollo de la organización estatal a principios del siglo XX, en Latinoamérica fue por el contrario mucho más difícil para el Estado imponerse sobre una organización de la violencia basada en bandas familiares y estructuras de poder local. Aparentemente esto fue también el caso por que la integración de los actores de violencia en redes familiares formó solo una variante de una probada estrategia de supervivencia. La violencia unida a la familia convierte en Latinoamérica al Estado, entendido como instancia de la disciplina social, en cierta manera en una superflua autoridad competente. Los cambios en la sociedad y sobre todo en la urbanización destruyen, no obstante, antiguas formas de control de la violencia no estatales.54 Sobre todo en los centros urbanos que se desarrollaron rápidamente en los grandes países de Latinoamérica a partir de 1880, el Estado tuvo que encargarse mucho más que antes de establecer un control social. Pero para ello estaba mal preparado. Como débil actante que disponía de pocos recursos, el Estado recurrió a la violencia física pública para poder establecer el control sobre la sociedad. Esto explica también la comparativamente alta tendencia a la violencia que tiene el Estado en su política interior en Latinoamérica. Los estudios sobre el Estado y su papel en la civilización de la sociedad en Latinoamérica han aumentado en los últimos años. Los trabajos de Foucault según los cuales se produce por un lado, una pacificación de la sociedad mediante un rutinario control policial y por otro, una internalización de la disciplina, tuvieron una gran influencia en muchos casos. Los estudios de Elias tuvieron poca aceptación en Latinoamérica (sí han sido muy discutidos en las investigaciones sobre la temprana edad moderna en Europa). El interés de estas investigaciones abarca la mayoría de los sectores de la sociedad. Son de mencionar, en este punto, las clásicas instituciones públicas como la policía, el sistema presidiario, la sanidad, etc. Muchos de estos estudios muestran qué límites tiene la influencia de las organizaciones estatales en partes de Latinoamérica. Especialmente extremo se muestra esto en los casos en 54 Véase la introductión, en S.M. ARROM y S. ORTELL (eds.), Riots in the Cities. Popular Politics and the Urban Poor in Latin Amerca, 1765-1910, Wilmington 1996, p. 7. Michael RIEKENBERG 92 los que la administración de la justicia en la actualidad no posee (casi) ninguna influencia en la organización interna de las cárceles.55 Epilogue Aparentemente una causa del aumento del interés por parte de las ciencias sociales en las últimas dos décadas sobre el Estado y la violencia es, que la fase de expansión “del” modelo de Estado europeo está evidentemente rebasada. Formas estatales de la organización de la violencia se descomponen (nuevamente) en varias partes del mundo. El aumento del warlordism en África y partes de Asia o de las non- governmental areas en zonas urbanas lo parecen señalar.56 Ante el trasfondo de estos procesos y según los criterios del monopoliode la violencia y de los impuestos, entendidos como componentes imprescindibles de la soberanía estatal, se considera al Estado latinoamericano más bien débil.57 En lo que respecta al control de la violencia, el Estado latinoamericano esta confrontado a menudo con estructuras de organización autónoma de la violencia. Antes se trataba de poderes locales clientelistas, pueblos y comunidades, colectividades (Gemeinschaften) étnicas, movimientos milenarios, etc. Hoy día son grupos paramilitares, cárteles, subculturas, “mercados de 55 Véase p. e. Fundación Regional de Asesora en Derechos Humanos (ed.), La violencia intracarcelaria en el Centro de Detención Provisional de Quito, Quito 1997; J.L. PÉREZ GUADERLUPE, Una etnografia del penal de Lurigancho, Lima 1994, pp. 35f.; Human Rights Watch (ed.), Prison Conditions in Venezuela, New York 1997; P. ANDRADE ROA, Carceles de Venezuela. Campos de exterminio, Caracas 1996. Sobre culturas “duales” véase N. ALVAREZ LICONA, “Las Islas Marías y la subcultura carcelaria”, en Boletin Mexicano de Derecho Comparado 91 (1998), pp. 13-29. Como orientación véase R.D. SALVATORE y C. AGUIRRE (eds.), The Birth of the Penitentiary in Latin America: Essays on Criminology, Prison Reform and Social Control, 1830-1940, Austin 1996). 56 Véase M. RIEKENBERG, “Warlords”, en Comparativ 6 (1999), pp. 187-205. 57 Hasta ahora, las comparaciones acerca del Estado en Latinoamérica estuvieron la mayorá de las veces orientadas de una forma funcional y para conseguir sus cometidos se cuestionaban cómo de “fuerte” o “débil” era el Estado latinoamericano y de qué recursos disponía. Véase E. Huber, “Assessments of State Strength”, en Latin America in Comparative Perspectives. New Approaches to Methods and Analysis, Boulder 1995, pp. 163-193, p. 165; , M.S. GRINDLE, Challenging the State. Crisis and Innovation in Latin America and Africa, Cambridge 1996; J. LINZ y A. STEPAN (eds.), Problems of Democratic Transition and Consolidation: Southern Europe, South America and Post- Communist Europe, Baltimore 1996. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 93 violencia“, etc. que toman del Estado partes de su soberanía. De todas formas se han de tener en cuenta las considerables diferencias entre los distintos países. Llama la atención que sean a menudo Colombia o El Salvador los más mencionados cuando se habla de violencia en “Latinoamérica”. A pesar de las debilidades y de los componentes de “anomía” de la organización estatal, no presenciamos en Latinoamérica ninguna desintegración total del Estado. Quizá Colombia sea en este sentido una excepción: Paul Oquist ya diagnosticó en 1980 un “partial collapse of the state”. Pero en general Latinoamérica posee una fuerte tradición del Estado y de la urbanidad, así como de una organización social jerárquica. Esta tradición se puede observar incluso en el ámbito del tráfico de droga y de la criminalidad organizada, en donde se puede observar fuertes diferencias entre partes de Africa y de Latinoamérica.58 Por este motivo es poco probable que el Estado en Latinoamérica pierda totalmente su “right to rule”.59 De todas formas, el repliegue del Estado observado desde hace algunos años en sectores de la sociedad y de la economía en favor del crecimiento del mercado, podría significar que la esfera pública se descompone todavía más que antes en segmentos distintamente seguros. 58 Véase sobre esto en comparación con África J.F. BAYART et al. (eds.), The Criminalization of the State in Africa, Oxford 1998, p. 11. Véase también la excelente comparación entre la violencia mafiosa en Italia y Colombia de C. KRAUTHAUSEN, Moderne Gewalten. Organisierte Kriminalität in Kolumbien und Italien, Frankfurt, New York 1997. 59 I.W. ZARTMAN (ed.), Collapsed States. The Desintegration and Restoration of Legitimate Authority, Boulder 1995, p. 5. PARTE SEGUNDA PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS: LA ANTROPOLOGÍA HISTÓRICA DE LAS COMUNIDADES ANDINAS CARA AL NUEVO SIGLO ANDRÉS GUERRERO* TRISTAN PLATT** Con esta colección de ensayos sobre “las comunidades andinas”, nos proponemos sugerir combinaciones de enfoques antropológicos con métodos históricos y, desde esta perspectiva, ampliar para los Andes el debate planteado en el Cuaderno no 7 de AHILA (1999) sobre la El Proceso Desvinculador y Desamortizador de Bienes Eclesiásticos y Comunales en la América Española Siglos XVIII y XIX. En la Introducción a ese número, Rosa María Martínez de Codes hizo hincapié sobre la transición al sistema de propiedad liberal, concebido como un proceso secularizador de bienes de “manos muertas”. Enfocó las condiciones de emergencia del concepto liberal de propiedad individual a través de los actos legales y sus efectos, utilizando sobretodo categorías y relaciones conceptuales disgregadas de la misma documentación administrativa. A pesar de su utilidad como recopilación de la historia jurídica y política criolla, pensamos que esta perspectiva plantea un problema de corte epistemológico cuya solución requiere un enfoque etnohistórico y una reflexión crítica. Nuestra aproximación se distingue por su inter- disciplinariedad, y un reconocimiento de lo que los documentos callan * FLASCO, Ecuador. ** Universidad de St. Andrews. Andrés GUERRERO/Tristan PLATT 96 o dicen implícita o marginalmente, como también por un énfasis sobre la experiencia histórica y política de las poblaciones actuales, tal como ésta puede detectarse a través del trabajo de campo. En una sociedad donde la “larga duración” sigue manteniendo tanto peso sobre el presente, una historia que no contempla los problemas planteados por la experiencia acumulada de las sociedades actuales quedará sin un método imprescindible de verificación. Se requiere, además, una hermeneútica que interrogue los ordenamientos de las nociones y los enlaces de las categorías (su utilización práctica por los funcionarios), tal como aparecen en los documentos producidos por el Estado colonial y republicano, reconociéndoles como productos coyunturales de un determinado conjunto de ideas histórico–culturales vinculadas a funcionalidades inmediatas de orden administrativo. Debe reconocerse que gran parte de la realidad social comunitaria se desenvuelve fuera del alcance de la percepción administrativa y, por ende, de este tipo de documentación. Al mantenerse dentro de este conjunto de ideas, y utilizarlas sin desmontar su significado y realidad, se corre el riesgo de reificar la visión administrativa y criolla de las cosas, suprimiendo las formas de subalternidad que subyacen en cualquier sociedad colonizada y poscolonial. En la producción de esta distorsión, ocupan un lugar especial los tradicionales nacionalismos criollos, que a menudo aparecen como “mentalidades cárceles” que imponen un marco teleológico sobre percepciones más plurivalentes y ambigüas de la realidad regional. Dentro de la antropología andina, la agenda nacional criolla tiene una de sus raices más fecundas en un artículo clásico por Fernando Fuenzalida, quien en 1964 argumentó que, desde la formación de los municipios en las nuevas parroquias de indios reducidos en pueblos por el virrey Francisco de Toledo (1579–1581), la historia de las sociedades andinas quedó definitivamente trunca, en cuanto su población—diezmada y desarticulada por la guerra, la encomienda y la epidemia—fue volcada en formas institucionales de claro raigambre peninsular.1 Este planteamiento puede contrastarse con la posicion indianista (p.ej., la del Taller de Historia Oral Aymara 1 Fernando FUENZALIDA VOLLMAR , “La matriz colonial de la comunidad de indigenas peruana: una hipótesis de trabajo”, republicado en Revista del MuseoNacional nº 35, Lima 1967/1968 (pp. 92-113). PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 97 de La Paz)2, que plantea la continuidad de los efectos coloniales hasta el presente sobre una población “autóctona” dispersa entre seis Repúblicas. Los dos enfoques se complementan como dos miradas cruzadas. En realidad, al debatir sobre los méritos respectivos de los enfoques peninsular y andino, tiende a reproducirse una falsa dicotomía. Tomar el gobierno toledano como momento fundacional de la “comunidad andina” tiene sentido sólo si nos preguntamos también por la manera en que fue recibida y resignificada la reforma toledana por las sociedades andinas en vías de colonización. Y esto nos obligaría a indagar sobre la sociedad pre–hispánica, además de la sociedad medieval europea. La necesidad de superar un fácil dualismo en el análisis ya estaba presente en el trabajo del antropólogo y etnohistoriador John V. Murra, cuya obra—precozmente reflexiva3— invocó una visión antropológica desde ambos lados del Atlántico, inspirándose en las etnografías británicas sobre la Africa y los conceptos redistributivos elaborados también por Karl Polanyi para las economías de los antiguos imperios.4 Murra también enfatizó el logro de los primeros etnógrafos españoles que conocieron las sociedades andinas en las etapas tempranas de la invasión europea,5 señalando además la utilidad de las Visitas administrativas del estado español, a pesar del sesgo introducido por algunas nociones utilizadas.6 Al mismo tiempo, sostuvo la necesidad de aportar a las antropologías propias de los lugares estudiados, en la medida que toda sociedad busca desarrollar su propia reflexión sobre si misma y sus “otros”. En los 1970s, se produjo un florecimiento internacional inédito de los estudios andinos, como parte de una búsqueda de 2 Taller de Historia Oral Andina (THOA), Ayllu: pasado y futuro de los pueblos originarios, La Paz 1995. 3 Victoria CASTRO, Carlos ALDUNATE y Jorge HIDALGO, (eds.) Nispa Ninchis/Decimos Diciendo: Conversaciones con John Murra, Lima 2000. 4 John V. MURRA, Formaciones Económicas y Políticas del Munda Andino, Lima 1975. 5Ver, recientemente, Sabine MACCORMACK, “Ethnography in South America: the First Two Hundred Years”, in Frank SALOMON & Stuart SCHWARTZ (eds.), Cambridge History of Native American Peoples, t.3 “South America” (Pt.1), Cambridge 1999. 6 Sobre este punto, el artículo pionero fue el de Enrique MAYER, “Censos insensatos”, en Iñigo ORTIZ DE ZUÑIGA, Visita de la Provincia de León de Huánuco en 1562, t.2, Edición a cargo de John V. Murra. Huánuco 1972. Andrés GUERRERO/Tristan PLATT 98 alternativas políticas. Desde la perspectiva andina, la unificación política del espacio mediante técnicas de organización social y laboral permitieron, primero, a las señoríos locales, y después a los estados, convertir un territorio montañoso, agreste y hostil en una fuente de abundancia y riqueza mediante el desarrollo de formas propias de acceso a los recursos. Con su famosa teoría de la “verticalidad andina”, Murra orientó nuevos trabajos de campo, donde la perspectiva localista de la “comunidad” se complementó con el reconocimiento de estrategias de reproducción mucho más amplias, que cruzaron las fronteras de diferentes jurisdicciones nacionales, unificando a gente dispersa entre varias comunidades locales desparramadas através de la Cordillera. La relevancia fluctuante de la complementariedad ecológica después de la Conquista, según el grado de mercantilización,7 y su presencia, en forma atenuada, hasta fines del siglo XX, enfatizó la necesidad de contextualizar las “comunidades”. Murra complementó el enfoque circulacionista analizando las formas de acceso de diferentes grupos sociales a la tierra, la distribución vertical de los insumos productivos, y los sistemas de organización laboral. Todos ellos son, evidentemente, elementos necesarios para comprender la recepción posterior de las políticas liberales de desvinculación. Incluso planteó la emergencia de “haciendas” estatales, altamente productivas, en la víspera de la invasión europea,8 pero el enganche teórico de este modelo dinámico del desarrollo del Tawantinsuyu con las nuevas formas de propiedad 7 Los trabajos pioneros fueron los de César FONSECA MARTEL, Sistemas Económicos Andinos, Biblioteca Andina, Lima 1973. G. ALBERTI & Enrique MAYER (comp.), Reciprocidad e intercambio en los Andes peruanos, Lima 1974. Una visión dinámica de esta relación fluctuante fue propuesta por los historiadores Enrique TANDETER y Nathan WACHTEL en Precios y producción agraria. Potosí y Charcas en el siglo XVIII, Buenos Aires 1983. Ver también los estudios recogidos en Olivia HARRIS, Brooke LARSON y Enrique TANDETER (comps.), Participación indígena en los mercados sur–andinos, Cochabamba 1987. 8 Sobre el acceso a la tierra, ver John V. MURRA, “Derechos a las tierras en el Tawantinsuyu”, in Margarita MENEGUS (comp.), Dos décadas de investigación en historia económica comparada en América Latina. Homenaje a Carlos Sempat Assadourian, Mexico 1999. PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 99 introducidas por los europeos aún no se ha explorado con el detalle que merece.9 La necesidad de enraizar la investigación etnográfica dentro de una comprensión arqueológica y etnohistórica de las sociedades regionales, y simultáneamente asegurar su relevancia para las transformaciones contemporáneas (las nuevas Reforma Agrarias, las políticas económicas, jurídicas, pedagógicas y linguísticas, etc.), significó que los estudios andinos se formasen como un conjunto de tácticas interdisciplinarias enmarcado por la temporalidad. En los 1970s y los 1980s tempranos, estas disciplinas aún pudieron mantener un fecundo contacto entre sí, produciéndose una etapa de acumulación y articulación de los conocimientos sin precedentes, como aportes para la construcción de una memoria y un proyecto comunes. En este proceso de articulación, una contribución fundamental provino del encuentro entre la antropología y la historia económica. La definición de un área cultural a partir de la geoecología de Puna y Páramo,10 y del estudio de las características politico– económicas de la formación estatal prehispánica más extendida del Nuevo Mundo,11 fue complementada por los análisis desarrollados por Carlos Sempat Assadourian del sistema colonial andino basado en la producción de metales preciosos y la circulación de mercancías mediante una división regional del trabajo necesario para llenar la demanda del mercado minero.12 La obra de Assadourian también desembocó, en los 1980s y ‘90s, en múltiples estudios de regiones y aspectos parciales del sistema teorizado por él.13 Al mismo tiempo, se buscó articular la participación en el mercado de las “comunidades” y unidades domésticas indias con los sistemas no–monetarios de 9 Ver, sin embargo, Carlos SEMPAT ASSADOURIAN, “Los derechos a las tierras del Inca y del Sol durante la formación del sistema colonial”, en Transiciones hacia el Sistema Colonial Andino, Lima 1994. 10 Carl TROLL (ed.), Geo–ecology of the Mountainous Regions of the Tropical Americas, Bonn 1968. 11 John V. MURRA, La organización económica del estado Inca, Mexico 1978 [1955]. 12 Carlos SEMPAT ASSADOURIAN, El sistema de la economía colonial: mercado interno, regiones y espacio económico, Lima 1982. 13 Por ejemplo, Juan Carlos GARAVAGLIA , Mercado Interno y Economía Regional, Mexico-Barcelona-Buenos Aires 1983. Luis Miguel GLAVE y María Ysabel REMY, Estructura Andina y Vida Rural en una Región Andina. Ollantaytambo entre los siglos XVI y XIX, Cusco 1984. Brooke LARSON, Explotación agraria y resistencia campesina en Cochabamba, Cochabamba 1982. Andrés GUERRERO/Tristan PLATT 100 circulación.14Así, se desvió la atención teórica desde el análisis dependista del colonialismo hacia el estudio de la circulación interna y el grado de autosuficiencia, real o potencial, existente en el ámbito americano. En esta coyuntura, uno de los enfoques antropológicos más novedosos fue el análisis de los conceptos aymaras y quechuas del “dinero” ancestral como símbolo de fertilidad y riqueza, y las consecuencias para la circulación monetaria dentro y fuera de las comunidades.15 La conjunción entre lo económico y lo religioso en el pensamiento de las comunidades andinas desbrozó varias pistas para la investigación de las subjetividades colonizadas, en cuanto las almas y los metales preciosos constituyeron los dos objetivos principales de la colonización europea. En trabajos recientes, el mismo Assadourian ha incorporado la religión al análisis de las condiciones de surgimiento del sistema colonial. Aqui señalaremos el aporte de los linguistas (inspirados en el ejemplo de sus precursores religiosos del siglo XVI-XVII) que renovó el estudio de la conversión religiosa.16 Al mismo tiempo, se empezó la búsqueda de nuevas fuentes propiamente andinas, aparte de los pocos textos alfabéticos.17 Murra había indicado la importancia de los tejidos como forma de riqueza en los Andes; y ya en 1978 Verónica Cereceda demostró la posibilidad de una aproximación semiológica a las tradiciones textiles de las comunidades, que se revelaron como un conjunto dinámico de formas y colores. Su trabajo suscitó un interés inmediato en las transformaciones inter-comunitarias de los textiles y, mas ampliamente, en las formas de la textualidad andina. Aquí también 14 David LEHMANN (comp.), Ecology and Exchange in the Andes, Cambridge 1982. Tristan PLATT , Estado tributario y librecambio: mercado interno, proteccionismo y lucha de ideologías monetarias, La Paz 1986. 15 Olivia HARRIS, “Phaxsima y qullqi. Los poderes y significados del dinero en el Norte de Potosí”, en O. HARRIS, B. LARSON & E. TANDETER, La Participación indígena. 16 En esta tradición se enmarca, recientemente, Sabine DEDENBACH-SALAZAR SÁENZ & Lindsey CRICKMAY (comps.), La lengua de la cristianización en Latinoamérica: Catequización e instrucción en lenguas amerindias, Bonn 1999. 17 Felipe GUAMAN POMA DE AYALA , Nueva Corónica y Buen Gobierno. Edición a cargo de John V. Murra y Rolena Adorno, Mexico 1980. Gerald TAYLOR, Ritos y tradiciones de Huarochiri: Manuscrito Quechua de comienzos del siglo XVII, Lima 1987 (incluye un estudio por Antonio Acosta sobre Francisco de Ávila). Frank SALOMON and George URIOSTE, The Huarochiri Manuscript. A Testament of Ancient and Colonial Andean Religion, Austin 1991. PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 101 Cereceda contribuyó ideas esenciales—como la capacidad de hablar atribuida a los artefactos textiles, considerados como seres vivos—, que hoy se recogen en los estudios sobre los quipos y otros sistemas gráficos, considerados crecientemente como formas no–alfabéticas de escritura.18 Como parte del mismo corriente, la reflexión sobre las relaciones entre la oralidad y la escritura en los Andes también han permitido avances metodológicos importantes en la recuperación de los procedimientos de lectura de los diferentes tipos de texto.19 Por otra parte, Pierre Duviols y César Itier analizaron el texto y los famosos dibujos de Joan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui,20 sometiendo los esquemas interpretativos de R.T. Zuidema, sobre la permanencia incambiable de milenarias “estructuras andinas”, a una crítica basada en el reconocimiento de elementos y estructuras cristianas y coloniales que penetraron y subordinaron los contenidos indígenas del texto.21 Sin embargo, el planteamiento de Zuidema sobre la absorpción del tiempo cronológico por estructuras míticas, que se reflejan en ordenamientos socio–espaciales (ceques) marcados por el ritmo de las fiestas calendáricas locales, se ha mantenido como una de las ideas más fértiles y sugerentes de los últimos 30 años.22 Un 18 Verónica CERECEDA, “La sémiologie des tissus andins”, Annales E.S.C., Paris 1978. También Denise ARNOLD, Domingo JIMENEZ & Juan DE DIOS YAPITA, Hacia un Orden Andino de las Cosas, La Paz 1992. Una colección de estudios de los quipos está pronta a publicarse en Jeffrey QUILTER & Gary URTON (comps.), Narrative Threads. Studies of narrativity in Andean Quipos, Texas University Press (en prensa). 19 Ver, por ejemplo, Tristan PLATT , “Writing, Shamanism and Identity: Voices from Abya Yala”, in History Workshop Journal 34, London 1992. Rosaleen HOWARD– MALVERDE (comp.), Creating Context in Andean Culture, Oxford 1997. Frank SALOMON, “Testimonies”, in Cambridge History of Native American Peoples, t.3 (Pt.1), Cambridge 1999. Para un trabajo pionero sobre la aritmética andina, a partir de las relaciones numéricas detectadas en la etnografía de una comunidad chuquisaqueña, ver Gary URTON, The Social Life of Numbers. Texas 1997. 20 Joan DE SANTA CRUZ PACHACUTI YAMQUI SALCAMAYGUA , Relación de Antigüedades deste Reyno del Pirú (eds. Pierre Duviols y César Itier, Cusco-Lima 1993. 21 Ver la discusión entre DUVIOLS y ZUIDEMA en Thérèse BOUYSSE-CASSAYNE (comp.), Saberes y Memorias en los Andes. In memoriam Thierry Saignes, Lima 1997. También el artículo de BOUYSSE-CASSAYNE en la misma coleccion, “De Empédocles a Tunupa: Evangelización, Hagiografía y Mitos”. 22 Una colección de trabajos por R.T. ZUIDEMA fue publicada en Reyes y Guerreros: Ensayos de cultura andina, Lima 1989. Para un procedimiento inverso, donde se detectan las circunstancias históricas que rodean la formación de un mito de origen, ver Gary URTON, The History of a Myth, Austin 1990. Andrés GUERRERO/Tristan PLATT 102 nuevo desarrollo del tema se encuentra en los “senderos de la memoria” analizados por Thomas Abercrombie, que se recorren en los niveles más profundos de la borrachera colectiva, durante las libaciones con las que se festeja la renovación de los cargos político– religiosos, donde se reproduce la autoridad ligada al paisaje sagrado, junto con las relaciones de género y la identidad colectiva de los comunarios.23 Finalmente, los análisis de Rodolfo Cerrón-Palomino sobre la dialectología quechua sentaron las bases para las nuevas políticas linguísticas de unificación ortográfica que ahora están siendo implementadas (no sin resistencias) en las comunidades mediante los programas de educación bilingüe,24 provocando estudios sobre la interacción linguístico-cultural en las escuelas comunitarias, donde se promueve una nueva etapa en la “conversión” de los campesinos: esta vez, al nacionalismo y la modernidad liberal. Ahora bien, a fines de los 1960s, se volvió corriente—tanto en Europa como en los EE.UU.—la crítica de los estudios etnográficos aislados de su contexto político y económico global. La interpretación del colonialismo constituyó un debate candente entre historiadores y antropólogos de ambos mundos. Este interés se ha mantenido dentro de los nuevos debates teóricos sobre la representación de los testimonios. Con el desplazamiento de la atención desde el binomio “libertad”/“explotación”, característico de los esquemas liberal–marxistas, ha llegado a ser posible plantear también—y desde una perspectiva que quisieramos llamar post- liberal—el estudio del grado de “agencia” (agency) ejercida por las comunidades andinas, consideradas como productos de una actuación propia dentro de marcos de dominación.. Mediante el desarrollo de las metodologías ya citadas, se buscaba recuperar la voz y la práctica del mundo indígena colonizado, y su papel activo como subalterno en la formación de las sociedades hispano–americanas y republicanas. Es 23 Thomas ABERCROMBIE, Pathways of memory and Power, Madison 1998. TambiénThierry SAIGNES (comp.), Borrachera y memoria: la experiencia de lo sagrado en los Andes, La Paz 1993. Aurore BECQUELIN y Antoinette MOLINIÉ, Mémoire de la Tradition, Nanterre 1993. 24 Rodolfo CERRÓN-PALOMINO , “Unidad y Diferenciación Linguística en el Mundo Andino”, en Segundo MORENO & Frank SALOMON (comps.), Reproducción y Transformación de las Sociedades Andinas, siglos XVI–XX, Quito 1991. PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 103 así que, en el Cambridge History of Native American Peoples (t. 3, “South America”, 1999), los editores han consolidado la interpretación de la gente nativa como sujetos históricos, también capaces de la creación etnogenética de nuevas identidades, en todo el continente sudamericano (incluso Amazonas).25 Uno de los temas poco tratados hoy en día, aunque estuvo en los inicios de la antropología andina moderna, es precísamente aquél de la génesis, reproducción y adaptaciones de aquellas formas comunitarias menos perceptibles, porque no institucionalizadas por el estado y casi ausentes en los documentos de comunidades, como parece ocurrir en el seno de las haciendas desde el siglo XVI. Tal fue la temática del celebrado estudio de la hacienda Vicos en el Peru y su homólogo de Colta Monjas en el Ecuador; lo mismo se manifestó en Bolivia con la reconstitución de “comunidades cautivas” después de la expulsión de los hacendados por la Reforma Agraria de 1953. Por una parte, los movimientos de aquellas poblaciones que se desdefinen de las categorías estatales y, por otra, los grupos de unidades domésticas repartidas entre los colonizadores por el estado (mitayos de obrajes y repartimientos), confluyen en el territorio de las haciendas y crean nuevas formaciones comunales. Tejen redes de parentesco nuevas que se articulan a las complementaridades ecológicas y los ciclos vitales (individual, doméstico y comunal).26 En las haciendas, participan en los calendarios rituales locales, y surgen formaciones culturales de larga duración. Este tipo de constitución de comunas apenas ha sido trabajado por los antropólogos y los historiadores, más seducidos, por una parte, por la economía hacendataria que intrigados por su desdoblamiento comunal y, por la otra, influidos tal vez por una búsqueda de lo comunal como sobrevivencia de la autoctonía precolonial.27 Sin embargo, en el presente, al menos en los Andes, ese tipo de pequeñas unidades comunales, en particular desde las reformas 25 Frank SALOMON & Stuart SCHWARTZ, “New People and New Kinds of People: Adaptation, Readjustment and Ethnogenesis in South American Indigenous Societies (Colonial Era)”, in Cambridge History of Native American peoples, t.3 (Pt.2). 26 M CRESPI, The Patrons and Peones of Pesillo. Tésis de Ph.D. University Microfilms, Ann Arbor 1968. Andrés GUERRERO, “Unité doméstique et réproduction sociale: la communuaté huasipungo”, Annales E.S.C. année 41, no. 3 (mai–juin), Paris 1986. 27 Manuel BURGA, Nacimiento de una utopía andina. Muerte y resurrección de los incas, Lima 1988. Andrés GUERRERO/Tristan PLATT 104 agrarias, ha cobrado un marcado y dúctil protagonismo político y económico en toda la región andina.28 Por otra parte, estudios regionales han mostrado como fue fragmentándose el pacto andino-medieval entre las “Repúblicas” de Indios y Españoles, basado en la cesión de obediencia y servicios al Rey a cambio de protección y tierras. Establecido formalmente en el momento de la conquista española, reformulado mediante la formación de los municipios toledanos y las composiciones de tierras, este pacto fue prolongado, en condiciones diversas y crecientemente críticas, bajo los Borbones y los gobiernos republicanos. En esta trayectoria, la “reversión de la soberanía a los pueblos” después de la invasión francesa de España en 1808—proceso precursor de la independencia iberoamericana—enfrentó a todos los estratos sociales con los nuevos conceptos ilustrados de ciudadanía y libertad. El hecho que los líderes de la resistencia andina entre los siglos XVIII y XX adoptaron para su defensa la figura del “apoderado”, propio de la representación de los pueblos en el pacto medieval, nos recuerda que ambas formas de representatividad se mantuvieron en tensa coexistencia durante la República.29 La celebrada “democracia aymara” en las comunidades modernas del Altiplano boliviano, que somete cada decisión colectiva a una larga prueba de consensualidad, ¿es en realidad una derivación del cabildo peninsular medieval? Nuevamente, se plantea el problema de la recepción andina de tales instituciones, aludido líneas arriba.30 Aquí es significativa la confluencia que se ha producido entre algunos investigadores latino-americanos con las teorías subalternistas que habían surgido de una reflexión africana e hindú, dentro de una perspectiva Sur–Sur que, de continuar, promete ser creativa. Algunos estudios, en efecto, aprovechan la crítica de las temáticas, la 28 Emma CERVONE, “Festival Time, Long Live the Festival. Ethnic Conflict and Ritual in the Andes”, Anthropos 93, 1998, (pp.101–113). 29 Ver José Carlos CHIARAMONTE, “Vieja y Nueva Representación: los procesos electorales en Buenos Aires, 1810–1820”, en Antonio ANNINO (comp.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Mexico 1995. 30 Sobre este problema, ver Sinclair THOMSON, Colonial crisis, community and self– rule: Aymara politics in the age of insurgency. Tésis doctoral inédita, University of Wisconsin, Madison 1996. Sergio SERULNIKOV, “Customs and rules: Bourbon rationalizing projects and social conflicts in Northern Potosí during the 1770s”, Colonial Latin American Review, vol. 8, no. 2, 1999. PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 105 utilización de las fuentes documentales y las teorías que proponen los estudios del Grupo de Estudios Subalternos (Guha, Said, Pandey, Spivac, entre otros).31 Los resultados convergen con las contribuciones de Marie–Danièlle Demelas, partiendo del análisis de las consecuencias en los Andes de la Constitución de Cádiz,32 o de Silvia Palomeque, sobre la formación de la ciudadanía excluyente o integrador de las autoridades indígenas en sus albores (ver su artículo publicado aquí). Estas autoras también abarcan el comportamiento electoral distintivo de las comunidades andinas en los albores de la Independencia, aproximación que ha sido particularmente significativa para la comparación entre los proyectos nacionales del Peru, Ecuador y Bolivia. Se complementa con las contribuciones de Florencia Mallon quien, partiendo de una perspectiva más campesinista, que luego diverge hacia lo ciudadano subalterno, sitúa la construcción desigual de la hegemonia estatal en Mexico y Peru en los conflictos sociales que sacuden la formación del estado nacional. Al mismo tiempo, en su comparación de los procesos de hegemonía y subalternidad, Mallon recorre una senda narrativa paralela a la gesta de construcción del estado–nación, al insistir que la construcción exitosa de la hegemonía se refiere implícitamente a un “end-point”, donde los reclamos populares son absorbidos mediante coerción y consensus.33 Hoy en día, las prácticas disciplinarias en los Andes y en otras partes son más separadas, en parte debido a las prácticas de deslinde que surgen generalmente de las estructuras de financiamiento. Además, el volumen de los trabajos, junto con las aporias ideológicas del fin de siglo, ha crecido al punto que ya es dificil que todos se sientan articulados en un solo proyecto. Sin embargo, la visión interdisciplinaria se encuentra integrada en la 31 Silvia RIVERA y Rossana BARRAGÁN, Debates Post Coloniales. Una introducción a los estudios de la subalternidad, La Paz 1997, pp.33-72. También Mark THURNER, From Two Republics to One Divided. Contradictionsof Postcolonial Nationmaking in Andean Peru, Durham 1997. 32 Marie-Danièlle DEMELAS, L’invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au XIXe siècle, Paris 1992. 33 Florencia MALLON , “Reflections on the Ruins: Everyday Forms of State Formation in Nineteenth Century Mexico”, in Gilbert M. JOSEPH & Daniel NUGENT (eds.), Everyday Forms of State Formation, Durham 1994, pp. 70-71. Andrés GUERRERO/Tristan PLATT 106 práctica de algunos estudios recientes,34 y se mantiene como la única manera de acercarse a una comprensión crítica de la realidad andina. Los cinco ensayos que siguen representan avances recientes en una de las fronteras de la investigación: el período postcolonial republicano. El primero, por la investigadora argentina Silvia Palomeque, trata de la diversidad de procesos en la implantación de la ciudadania. El segundo, por la etnohistoriadora boliviana Rossana Barragán, analiza las categorías estatales que seguimos utilizando cuando analizamos los problemas de los “indios”, los “comunarios” y los “campesinos” dentro de la República. El tercero, por la historiadora peruana Magdalena Chocano, revisa el estado de la cuestión comunitaria, con énfasis especial en los estudios politico-economicos de las comunidades peruanas. El cuarto, por la antropóloga italiana residente en Ecuador Emilia Ferraro, cuestiona el uso muy difundido de una cierta concepción romántica de la reciprocidad en la caracterización de las sociedades andinas. Y el quinto, por la antropóloga argentina emigrada a Canadá, Blanca Muratorio, trabaja las fronteras de la comunicacion entre el etnógrafo y su “informante”, replanteando el problema de la “agencia” (agency) indígena en el contexto del cambio social y de la historia oral. Conviene destacar algunos de los temas que los artículos aquí presentados sugieren en la perspectiva de un encuentro entre la antropología y la historia. Silvia Palomeque plantea la necesidad de mirar de cerca algunos procesos políticos, cuya generalidad se da por sentada en el ámbito de todos los lugares; además, por lo general se asume que tienen un carácter linear, así por ejemplo la exclusión ciudadana de las autoridades indígenas en los cantones y parroquias surgiría desde los albores de la República y continuaría tal cual hasta nuestros días. Sin embargo, algunos procesos, como el de la exclusión, nos advierte la autora precísamente, pueden empezar mucho más temprano de lo que se pensaba y, a la vez, exhibir un carácter más variable y matizado, que depende de las estructuras y circunstancias locales. Rossana Barragán, desde la historia, advierte a su vez que las nociones estatales (como la de indio/blanco), tal como los 34 Ver, últimamente, los ensayos de Olivia HARRIS recogidos en To Make the Earth Bear Fruit, London 2000. PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 107 investigadores las encuentran en los documentos, no pueden ser empleadas sin un análisis previo de la relación entre categorías fiscales y categorías sociales. Analiza los origenes de la concepción, hoy corriente, del indio como “esencialmente” rural, mostrando como el juego de los intereses fiscales condujeron a categorizar la tierra aparte de la gente que la ocupan. La ocupación del binomio campo– ciudad fue característica de todos los espacios y categorías hasta la segunda mitad del siglo XIX. Luego, a través del censo de La Paz de 1881, muestra cómo se iba forzando una convergencia entre categorías raciales y determinadas categorías ocupacionales, pero la “campesinización” del indio no pudo consolidarse hasta la Revolución de 1952, cuando se rompieron las estructuras de poder y fiscalidad que aún ataban el campo a la ciudad. Termina señalando la ambigúedad creativa que surge de las acciones sociales de las mujeres de diferentes “clases” en lo que atañe a la vestimenta. Magdalena Chocano se concentra en trabajos basados en trabajo de campo, sobretodo los que se han realizado desde una perspectiva político-económica. Hace un balance del camino andado, señalando ciertas omisiones, como los pocos estudios realizados sobre las comunidades nuevas, p.ej. las mestizas, y enfatizando la diversidad de situaciones que requieren una aproximación empírica a través del cotejo de múltiples estudios locales. Señala la multivalencia de la palabra ayllu (cuya proyección—en el análisis de Deborah Poole— puede rebalsar las fronteras de la comunidad); la relación entre género y etnicidad; el surgimiento de otras formas de riqueza aparte de la tierra; y el trabajo pionero de Jose María Arguedas, quien intentaba comparar las comunidades de los Andes y de España. Al mismo tiempo, enfatiza la importancia de distinguir la experiencia comunitaria del discurso, susceptible a ser utilizado para diversos fines políticos. El tema de fondo de Emilia Ferraro es una crítica a la utilización monista de la noción de reciprocidad que es ya una tradición en ciertos discursos andinos. Advierte que es necesario reconsiderar los campos de validez de esa noción, y renovar la red de otros conceptos a los cuales se puede engarzar. Sobre todo si recordamos que las nociones de reciprocidad y redistribución, productivamente utilizada en los primeros trabajos de Murra sobre la economía andina, corren el riesgo de convertirse en una suerte de Andrés GUERRERO/Tristan PLATT 108 llave maestra para el análisis de las comunidades. Lo que implica que es necesario definir un cierto contorno de validez, un contexto de utilización de los instrumentos teóricos: advertencia pertinente tanto para los antropólogos como para los historiadores. Blanca Muratorio, en el relato autobiográfico de Francisca, una mujer Napo Quichua,35 plantea, en primer lugar, el problema complejo de los espacios de construcción de sí (de la persona) en un medio social que sería catalogado acertádamente de “tradicional”. Lo novedoso de su relato es que desvela un problema apenas percibido y, a primera vista, paradójico: Francisca se construye a sí como narración (el tema de la huída y la metáfora del camino) en el proceso de contar su experiencia de vida en un contexto “tradicional”. Se presenta a sí misma como una persona individuo que busca una autonomía propia, sin abandonar, no obstante, el grupo doméstico ni su comunidad, puesto que rechaza la seducción de la sociedad “moderna”. El relato plantea el problema complejo de comprender formas apropiación de una modernidad difusa y diferente, no sólo por las clases superiores, sino por personas excéntricas de los grupos subalternos. ¿Pueden los historiadores plantearse estudiar relatos de la construcción de sí en un discurso registrado en los documentos coloniales y republicanos? Se viene a la mente el ejemplo del panadero de Carlo Ginzburg,36 y la adolescente que se declara bruja en el trabajo de Sabean.37 La genealogía de los diferentes componentes de las transiciones andinas deben rastrearse en Europa y la España de la Reconquista,38 no menos que en América y Chavín de Huantar.39 Por otra parte, es evidente que los aportes de ambas vertientes transatlánticas adquieren 35 Ver, para la formación colonial de la frontera andino-amazónica, Thierry SAIGNES, France-Marie RÉNARD-CASEWITZ, Anne-Christine TAYLOR, l’Inca, L’Espagnol, et les Sauvages, Paris 1986. 36 Carlo GINZBURG, The cheese and the worms: the cosmos of a sixteenth-century miller, London 1980. 37 David WARREN SABEAN, Power in the blood: popular culture and village discourse in early modern Germany, Cambridge University Press, 1984. 38 Ver Nelson MANRIQUE, Vinieron los Sarracenos ... El Universo Mental de la Conquista de America, Lima 1993. Berta ARÉS y Serge GRUZINSKI, Entre Dos Mundos, Sevilla 1997. 39 Richard BURGER, Chavín: Origins of Andean Civilization, London, New York 1992. PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 109nuevos significados en la medida que son fragmentadas y recombinadas para construir sucesivas realidades distintas (como el bricoleur de Claude Lévi–Strauss). En cierta medida, el debate actual—renovado, en parte, por los planteamientos del postcolonialismo—sigue girando en torno a las consecuencias políticas de extender el estudio de este proceso de sucesivas modernizaciones indígenas hacia la República y hasta el nuevo milenio. Si, como creemos, las comunidades son, y han sido, agentes, por lo menos coyunturales, dentro del marco de la dominación, urge retomar tambien la historia de sus fracasos, no como productos de un historicismo implacable, sino como sitios donde se han enterrado esperanzas que hoy, con el retroceso de las viejas teleologías, siguen siendo relevantes para el futuro. La idea de la Conquista como el “hecho primordial” todavía no se ha reemplazado por una percepción más exacta (antes compartida por muchas comunidades), que representa la llegada de los españoles y su religión como otro trastorno más, ni el primero ni el último, en una historia que siempre se ha punctuado por sucesivos trastornos cosmológicos. En efecto, en un recorrido por los Andes de Bolivia al Ecuador, pasando por el Perú, se puede constatar que las comunidades se encuentran en un proceso de transformación ináudita. Parecen recorridas por varias tendencias, a la vez de desintegración y de rearticulación. Bajo la presión neoliberal y la globalización, los estados se empeñan en cumplir un imperativo liberal de inicios de la República. En la última década, se han dictado nuevas leyes agrarias de “saneamiento” (Bolivia), “titularización” (Perú), y de subdivisión de los páramos (Ecuador). En toda la región, se constatan procesos de expulsión sin precedentes de los comuneros hacia las ciudades y fuera del ambito nacional. En algunos países, se constata el surgimiento de fuertes movimientos y organizaciones, que se reivindican indígenas (Ecuador) o aymaras (Bolivia), que reafirman un fundamento cultural, político y económico comunal. En los barrios urbanos de La Paz, nuevas comunidades aymaras descubren e inventan sus identidades colectivas en la cotidianidad diaria. En las comunidades rurales ecuatorianas, donde se expande la influencia de los medios de comunicación masivos, los comportamientos y las expectativas de Andrés GUERRERO/Tristan PLATT 110 vida adoptan matices de marginalidad de tipo urbano, sobre todo en las generaciones jovenes. Estos procesos requieren investigaciones precisas a la vez históricas y antropológicas. La historia del siglo XX es un campo a desbrozar. Se trata de un período recorrido por cambios inéditos, en particular desde la segunda mitad del siglo. La democratización cultural y electoral, que hoy se da, sucede en el contexto de una (post)-modernización ambivalente, donde la consigna del pluralismo está teñida de la atomización, la informalización y, al nivel de las políticas hemisféricas, de una militarización que afecta a todas las comunidades e individuos. Las grandes contradicciones en las politicas liberales internacionales contra la hoja de coca y la llamada “subversión” son evidentes a los ojos de los campesinos y comunidades. La imposición de modelos económicos a favor de la acumulación desigual empujan a las comunidades a desintegrarse por la migración, rebelarse o transformarse al tono de la cultura de los medios de comunicación masiva. Nuevos extremos críticos de experiencia-límite llegan a ser parte de la cotidianidad regional, generando nuevas prácticas propias de grupos culturales que se esfuerzan por no perder todo rezago de la “autonomía relativa”, por la cual han luchado durante sus diferentes microhistorias. Al mismo tiempo, la nación misma adquiere características ideológicas cada vez más esencialistas. Hoy en día, sin embargo, parece existir un retraso en los enfoques. En efecto, las fronteras internas y externas de los paises y de las comunidades andinas todavía representan una de las “mentalidades cárceles de larga duración” más difíciles de superar en el desarrollo de los estudios sur- y latino-americanos. Por otra parte, si bien la globalización como imposición y oportunidad constituye por el momento el marco insoslayable en el cual se desenvuelve la economía política andina, las posibilidades económicas y políticas internas volverán a ser prioritarias en caso de cualquier crisis del sistema, aunque tal vez ya no en el marco preponderante de la historia estatal nacional. La recuperación de la memoria y sus invenciones pueden adquirir una capacidad creativa frente a los efectos de amnesia y “tábula rasa” que provoca la expansión de los medios de comunicación masiva. La reagrupación de los migrantes a las ciudades en nuevas comunidades, o barrios, retoma la experiencia PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 111 urbana que fue parte de la presencia india en siglos anteriores. Pero el proceso ahora se da en una coyuntura donde la crisis ha impulsado una toma de conciencia política a nivel de muchos grupos indios e indigenas radicados en la ciudad. En Bolivia como en Ecuador, la presión indígena y comunitaria se ha vuelto una lucha por el control de los nuevos municipios, fortalecidos por la descentralización del financiamiento local, pero asediados por una pelea entre municipios ricos y pobres que refleja las tendencias polarizantes del modelo económico al nivel mundial. La disolución de antiguos mecanismos locales de control social desemboca, inevitablemente, en niveles siempre más álgidos de violencia. La consigna de Demelas, “¿nacionalismo sin nación?” , amenaza con convertirse por fin en realidad a nivel, no solo criollo, sino de toda la sociedad. Indios y comunidades acumulan sentimientos nacionalistas en el momento preciso que la autonomía real de la nación se pone cada vez más ilusoria. La mobilización popular se mantiene siempre más aguda, al mismo tiempo que los gobiernos se encuentran sin propuestas ni poder real con las cuales responder a las presiones sociales. La participación popular en Bolivia, o las negociaciones entabladas por los movimientos indígenas de Ecuador, se desenvuelven en un vacío de perspectivas reales al nivel de la autonomía nacional. Un tema de investigación urgente es cómo este proceso afecta las identidades y las prácticas de las comunidades y los individuos, provocando vueltas esencialistas al indigenismo, o esfumándose en una disolucion de la misma idea de la nación, tal como ésta ha sido concebida en los ultimos dos siglos. Al mismo tiempo, se vuelve más urgente la investigación, nuevamente desde una perspectiva postliberal, de la apropiación distintiva de los conceptos europeos de libertad e individualidad que se ha dado entre diferentes grupos culturales a lo largo del proceso previo de "construcción nacional". Otra “mentalidad carcel” puede ser el “mestizaje”, si se construye sobre un dualismo que conduce a la ahistoricidad. La matriz blanco–indio en la región tuvo varios destinos en los países andinos, y aún dentro de cada uno de ellos. El tema puede ser fecundo para estimular estudios de la invención de lo comunal, del comunero o del indio desde una perspectiva sensible a lo nuevo que surge Andrés GUERRERO/Tristan PLATT 112 contraponiéndose a la binaridad compulsiva.40 Pero la noción y la categoría social de mestizaje no escapa a esa matriz, sino que la refuerza con un proceso que reclasifica, dentro del mismo orden, a las nuevas identificaciones que surgen permanentemente de la dinámica social. Los antropólogos podemos constatar ese surgimiento de “personas nuevas” que se buscan e inventan a sí mismos, individualmente y en tanto que grupo social, en las comunidades y las ciudades andinas, y en las agrupaciones de emigrantes en Nueva York, Madrid o Buenos Aires. Por ejemplo, en el Ecuador al calor del movimiento indígena o en Bolivia entre los aymaras urbanos, surgenhoy en día un estar en el mundo que escapa a la matriz binaria blanco/indio. Exhibe una amplia diversidad de estrategias de construcción de la persona. Investigar las condiciones, los ámbitos, las estrategias de surgimiento de una diversidad que elude la clasificación mestiza y, por lo tanto, desborda las dos asíntotas que delimitan su campo semántico (blanco/indio), puede revelarse un enfoque fecundo interdisciplinario para plantear problemas desde una perspectiva desplazada. La producción historiográfica y antropológica realizada dentro de los mismos paises andinos, a pesar de importantes esfuerzos a contracorriente (algunos publicados aqui), se vuelve cada vez más dificil y aislada. Tal vez se desdibuja una erosión de las preguntas. En este contexto, el futuro de los estudios andinos depende, en parte, de la ampliación del debate histórico y antropológico sobre las transiciones realizadas hacia distintas formaciones políticas. Quizás lo más urgente, a corto plazo, sea abrir el debate sobre la relación entre identidades etnoculturales y de género; los movimientos étnicos, y las formas cotidianas de mantener y manejar las diferencias culturales, en el pasado y el presente; y su vinculación con las construcciones eurocéntricas de ciudadanía, nación y Estado. En este contexto, será necesario que tanto latinoamericanistas como hispanoamericanos y comunarios entablen debates con nuevos procesos que se desenvuelven en otras partes del Tercer Mundo, por ejemplo, sobre la formación jerárquica de los ciudadanos, la recepción y el cuestionamiento de las ideas e instituciones hegemónicas, y la 40 Andrés GUERRERO, “Ciudadanía, frontera étnica y binaridad complusiva” (Postfacio), en Karola LENTZ, Migración e identidad étnica. La transformación de una comunidad indígena en la Sierra ecuatoriana, Quito 1997. PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 113 redefinición consecuente de los sujetos, en la India oriental.41 Así como fue fecundo el conocimiento de los estudios africanos para inspirar una búsqueda en los Andes en la década de los años 1950 (como insistió Murra), los debates actuales en Asia y Africa hoy pueden influir y revitalizar las preguntas, los métodos y las teorías en los paises andinos, al mismo tiempo que los pueblos de otros continentes tengan algo que aprender, también, de los Andes. 41 Andrés GUERRERO, “El proceso de identificación: sentido común ciudadano, ventriloquismo y transescritura”, en Andrés GUERRERO (comp.), Identificaciones étnicas. Antología de ciencias sociales en el Ecuador, Quito 2000. LA ‘CIUDADANÍA’ Y EL SISTEMA DE GOBIERNO EN LOS PUEBLOS DE CUENCA (ECUADOR) SILVIA PALOMEQUE* Desde hace años, varios investigadores venimos analizando cómo afecta a la población indígena ecuatoriana el conjunto de cambios del sistema político del siglo XIX. En general, puede decirse que en estas investigaciones hemos tendido a centrarnos en la continuidad del sistema de dominación étnico modificado durante el período republicano y que, en la indagación, hemos insistido sobre la transformación del tributo en contribución de indígenas, en su vinculación con la expropiación de tierras comunales, en la continuidad y/o debilitamiento de las autoridades étnicas y en las resistencias indígenas por vía directa, judicial u omitiendo el pago del tributo. Todas estas investigaciones también presentan la característica común de ubicarse dentro del mismo período grancolombiano y republicano, de analizar los cambios contrastando los liberales discursos decimonónicos con la situación real de la sociedad indígena que permiten percibir los documentos de las series de gobierno, hacienda y judiciales, y de trabajar dentro de unidades de análisis nacionales o regionales, salvo en un caso donde la indagación se centra a nivel cantonal.1 * CIFFYH-UNC y CONICET. Argentina. Una primera versión de este texto fue presentada como ponencia al 49° Congreso Internacional de Americanistas. Simposio “Elites and Native Society in the Audiencia of Quito”, Quito, julio de 1997. 1 Andrés GUERRERO, “Curagas y tenientes políticos: la ley de la costumbre y la ley del estado (Otavalo 1830-1875)”, Revista Andina, año 7, nº2, dic. 1989 (pp.321-366). Silvia PALOMEQUE 116 En esta ocasión, sin modificar el tipo de documentación consultada, analizaremos las transformaciones en el sistema de gobierno de la población indígena rural y cómo el mismo se modifica cuando comienza a aplicarse el concepto homogeneizador e igualitario de la ciudadanía, pero iniciaremos el análisis recuperando primero el conocimiento previo sobre la situación colonial2 en tanto nuestro objetivo se centra en la sociedad indígena y, además, nos situaremos dentro de la unidad de análisis parroquial ya que nuestro conocimiento sobre el período colonial nos permite sostener que este es el espacio válido para analizar las transformaciones del sistema de poder político de la población rural indígena de Cuenca. Nos centraremos solamente en dos tipos de procesos que aún no hemos analizado desde esta perspectiva. El primero tratará sobre las modificaciones del sistema político que se inician durante el período de las Cortes de Cádiz al cual lo consideraremos como el momento crucial donde comienza la desestructuración del sistema de gobierno de la población indígena rural al incorporar a blancos e indios en un mismo cabildo al permitir, por primera vez, la hegemonía de sectores no indígenas en una institución política de asentamiento rural. Entendemos que, del conjunto de transformaciones que se dan en los años de las Cortes (Demélas, 1995), ésta es la menos estudiada ya que su importancia sólo se destaca cuando uno se pregunta por los antiguos señores étnicos que gobernaban los pueblos de indios y el destino de sus complejas y continuas luchas que mantenían desde el inicio del sistema colonial (Murra, 1980, 1993). En un segundo momento iniciaremos el análisis del posible proceso de homogeneización que podría estarse dando dentro de la misma sociedad indígena debido a la aplicación de las nuevas normas legales que, visto desde el estado, comienzan a diluir las diferencias entre la elite indígena y los indios comunes y, principalmente, aquellas que los dividían entre originarios y forasteros. 2 Los resultados de la investigación sobre el sistema colonial de gobierno de los indios reducidos a pueblos en la zona rural de Cuenca fueron presentados como ponencia al Coloquio Internacional “Dos décadas de investigación en América Latina. Homenaje a C.S.Assadourian”, El Colegio de México, Instituto Mora, UNAM, CIESAS, México, 1996. (PALOMEQUE, 1997, 1999) LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 117 Del Cabildo Indígena al Cabildo Constitucional. Como la sublevación de Quito en 1809 ocasionó el traslado del gobierno de la Audiencia a Cuenca y la posterior represión de los sublevados desde allí (Achig, 1980: 46ss), en esta jurisdicción se aplicaron todas las disposiciones de la Regencia, las Cortes de Cádiz y las sucesivas del gobierno español. El 26 de mayo de 1810 la Regencia del Reino dispuso la extinción del tributo en México y en 1811 las Cortes extendieron la exención a todos los territorios americanos, condicionando la abolición del tributo al reparto de los bienes comunales, y previendo su sustitución por otro impuesto a pagar por todas las clases, medida que enfrentó serias dificultades para su aplicación debido a la resistencia de los antiguos grupos exentos (Sánchez Albornoz, 1978: 202-3). Por el decreto XXXI del 9 de febrero de 1811 las Cortes establecieron algunos de los derechos de los americanos: 1. igual representación de que los peninsulares en las Cortes, 2. losnaturales y habitantes de América podían sembrar y cultivar libremente, promover la industria y las artes, 3. los americanos, tanto criollos como indios y mestizos, tenían igual opción que los peninsulares para los empleos de las carreras eclesiástica, política o militar. El decreto CCVII dispuso la abolición mitas y servicios personales, distribución equitativa de cargas públicas entre vecinos, el reparto de tierras y el otorgamiento de becas a los indios (Heredia, 1982: 365ss). Pocos años después, el 4 de mayo de 1814 Fernando VII declaró nula la Constitución y todos los decretos de las Cortes, en julio conformó nuevamente el Consejo de Indias mientras la situación de las rentas públicas americanas era desastrosa. Si bien, en forma genérica, el gobierno anuló todas las disposiciones de las Cortes Generales, un aspecto difícil fueron las medidas favorables a los indígenas en tanto temían que su supresión produjera efectos negativos en la pacificación. Los problemas fiscales hicieron que el gobierno desdoblara la cuestión entre tributos y servicios personales, manteniendo la exención de los segundos y restableciendo el tributo bajo el nombre de contribución (1 de marzo de 1815) (Heredia, 1974: 113-144). Sánchez Albornoz llega a conclusiones similares al sostener que las políticas referidas a los indígenas fueron rectificadas por Silvia PALOMEQUE 118 Fernando VII en 1815 cuando vuelve a imponer el tributo ahora con el nombre de contribución de indígenas y, en 1820, el régimen constitucional español no se planteó innovaciones en este punto “mientras no se hallaran medios para sustituir el tributo”. (Sánchez Albornoz, 1978: 188-190) Si bien estos textos nos permiten constatar la existencia de un proyecto igualitario3 con la aplicación de diversas normas que llevan finalmente a la supresión de los servicios personales de los indígenas en términos generales y el mantenimiento del tributo en dinero, existe un punto que se tiende a dejar de lado y que entendemos que es de suma importancia. Nos estamos refiriendo al reconocimiento igualitario de ciudadanos, a los cambios en el sistema de representación política con relación al lugar de residencia y, relacionado con ello, a la conformación de los Cabildos Constitucionales como base del sistema de elección para los diputados a las Cortes. Si bien esto puede ser considerado como un “adelanto” en la marcha hacia la participación democrática en el sistema político por parte del conjunto de la población, desde la perspectiva de la sociedad indígena puede ser leído de manera inversa. Los elementos para tratar este punto sólo los hemos encontrado en la documentación provincial y en las investigaciones realizadas a ese nivel; ellos nos permiten ver la aplicación de estas medidas en Cuenca y las consecuencias que esto trae para el sistema de gobierno de la población indígena en las áreas rurales. Pensamos que quizá la escasa reflexión existente sobre la homogeneización que ocasiona la ciudadanía y sus consecuencias político- institucionales sobre la población indígena se deba al hecho de que no en todo el espacio colonial se aplicaron las medidas de las Cortes y que, en aquellos lugares donde esto se dio, no existía un sistema político homogéneo en el gobierno de la población rural indígena ni un poder similar por parte de los antiguos señores étnicos.4 3 De la revisión de las distintas disposiciones entendemos que este proyecto está excluyendo de los distintos derechos a las personas de origen africano. 4 Respecto a este punto, en la investigación anterior (PALOMEQUE, 1997: 39) planteamos que, en términos comparativos, existen indicios que permiten pensar que el poder de los antiguos señores de Cuenca era mayor que el que conservaban los señores de Nueva España y menor que el de los señores de Andes de puna. LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 119 Pasando a analizar el problema vemos que, desde la perspectiva que brinda la documentación capitular, ya se nota la importancia de este proceso. La investigación del IDIS de la Universidad de Cuenca (Espinosa,1980:96) marca la relevancia de estos hechos al decir que: “La medida más importante fue la modernización del sistema de elecciones mediante la conformación de Juntas Electoras que funcionando en cada parroquia... se encargaron de elegir a los Compromisarios quienes, a su vez, nombraban a los electores y ellos a los diputados de las Cortes de Cádiz y a los miembros de los cabildos territoriales” Más precisiones nos brinda Achig al confirmarnos que se forman Juntas Electorales parroquiales para nombrar a los “compromisarios” que elegirán los electores de parroquia que, en Cuenca, nombrarán los electores de partido, de acuerdo al Reglamento General de Elecciones expedido en Cádiz, con votación de todos los “ciudadanos” (Achig, 1980: 80). Moscoso (1991: 115, nota 19), años después y ya más sensible a los problemas de representación política de los distintos sectores, es la primera que nos marca el hecho de la unificación de los cabildos que estas medidas traen. Ella señalará que: “(1812) se dicta una ley en la que se establece que, dada la igualdad en la que se encuentran españoles e indios, ya no deben existir cabildos separados de indios sino uno solo, el constitucional, integrado por españoles e indios” Nuestras investigaciones sobre el sistema de gobierno de los pueblos de indios durante el período colonial (Palomeque, 1997) más los expedientes judiciales donde se registran los cambios ocasionados con el nuevo sistema, nos permitirán señalar la fuerte incidencia que tiene la aplicación de estas modificaciones institucionales en el sistema de gobierno indígena en la zona rural. Adelantando las conclusiones, tenemos que la homogeneización que trae el reconocimiento general de la ciudadanía significará: − el fin del reconocimiento de los fueros de “hijosdalgos” que amparaban a los caciques y principales en sus derechos hereditarios al gobierno de los pueblos con jurisdicción criminal y civil de menor cuantía sobre sus indios “sujetos” de los cuales recaudaban tributo y les distribuían los servicios personales. Silvia PALOMEQUE 120 − desaparición del cabildo indígena con alcaldes y regidores indígenas, con su jurisdicción criminal y civil de menor cuantía. − desaparición del cabildo de españoles como instancia diferente del cabildo indígena, con localización urbana, y como espacio de representación de todos los vecinos blancos cualquiera que fuera su lugar de residencia. − conformación de nuevos cabildos constitucionales rurales donde a. “todos” participan en tanto ciudadanos, b. se modifica la jurisdicción territorial del espacio de representación lo que permite la elección de “blancos, indios y mestizos” en los cabildos rurales, c. se otorgan atribuciones políticas, económicas, judiciales y de policía a los alcaldes constitucionales y sus regidores que funcionarán en cada parroquia. Todo un conjunto de medidas que sintéticamente continuaron con el largo proceso donde las autoridades coloniales buscaban el debilitamiento del poder de los señores étnicos una de cuyas bases era el reconocimiento del fuero de “hijosdalgos” y el haber logrado continuar formando parte del grupo de elite indígena que participaba en el cabildo indígena, mientras que al mismo tiempo se posibilitaba el que los sectores blancos residentes en el área rural, con mayor poder económico y social, pasaran a predominar en estas instancias de poder que antes les estaban vedadas por el sistema de las dos repúblicas. Quizá el hecho de que los caciques de Cuenca hayan participado nuevamente como colaboradores del sistema colonial durante estos años (Moscoso, 1991: 111; ANH/Q, Cac., C1, Exp.17; ANH/Q, i, 1813, 17 de junio) sea lo que haya dado lugar a sus quejas frente al nuevo sistema y permitido que podamosconocer mejor los cambios acaecidos. Es importante señalar que en esta situación histórica hemos podido reconocer dos tipos de situaciones diferentes que nos indican que no estamos frente a un proceso que incida de manera homogénea en todas las parroquias sino que las consecuencias del mismo dependerán de las relaciones de poder previamente existentes en cada una de ellas. En los dos casos conocidos, los de las parroquias de Sidcay y Gualaceo, debemos advertir que corresponden a parroquias que LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 121 presentan características diferentes durante todo el período colonial. La parroquia de Gualaceo y la de Sidcay tienen características bastantes disímiles en tanto la primera corresponde a un antiguo pueblo de reducción existente desde el siglo XVI mientras Sidcay ha sido sólo un anexo que recién en 1788 se le reconoce el rango de parroquia (AGI, Quito, Gob, 460), y donde la diferencia sustancial está dada por la larga continuidad de los señores étnicos y la elite de Gualaceo que logra conservar un 22% de su población originaria, mientras en Sidcay sus autoridades indígenas son débiles, de escaso poder económico, y sus originarios sólo alcanzan al 7% a fines del siglo XVIII. En el caso de la parroquia de Gualaceo la exclusión de la elite indígena en el nuevo Cabildo Constitucional es completa. La colaboración de la elite indígena con el gobierno colonial en la represión a la sublevación de Quito, la posterior convocatoria general a la conformación del Cabildo Constitucional, la elección de los hacendados de la zona con la inclusión de algunos indígenas “baladíes” junto a la exclusión de los antiguos señores étnicos que ahora sólo son reconocidos como “ciudadanos” sin derechos especiales, está claramente marcada en la presentación de las autoridades indígenas de Gualaceo en 1813. Don Francisco Senteno, Don Josef Mariano Zhunio, Don Julian Saquisela, Don Juan Manuel Saquisela, Don Cresanto Senteno y Don Juan Manuel Saquisela, en representación de los demás caciques y regidores del pueblo de Gualaceo y su Anejo de Chordeleg, le escriben una “instrucción” al “Abogado Protector” para que solicite una providencia que contenga los excesos que han experimentado por parte de los nuevos Alcaldes Constitucionales. Según denuncian, estos no los han citado al acto electoral donde han elegido los nuevos alcaldes que ahora ya no son indígenas sino hacendados, nuevos ciudadanos, con una nueva vecindad dentro de la zona rural. Estos les niegan los asientos tradicionales en la iglesia, sus lugares en las fiestas y cometen abusos contra todos los indígenas. Los antiguos señores escriben solicitando se respete a su carácter de “...oriundos, nativos, feligreces y Caciques Principales Primogenitos de dicho Pueblo...” protegidos por "...nuestro Rey y Señor Natural...”, y mencionan que han defendido al "...soberano legislativo...” en el año de 1809. Su texto es el siguiente: Silvia PALOMEQUE 122 "... la savia Constitución de la Monarquía Nacional, solo conspira nuestra libertad... en esta virtud la hemos jurado de obedecerla en todas sus partes con ciega humildad, siempre que tan sagradas letras tengan su cumplido efecto, especialmente con nosotros, que desde los primitivos tiempos nos (ha?)llamos rencargados por nuestro Rey y Señor Natural... Que en las presentes circunstancias... el año 9 que por agosto se propucieron los insurrectos atacar esta Provincia, y sembrar sizañas nos propucimos voluntariamente a defender la justa causa... sin mas objeto que servir al soberano legislativo... Y que últimamente (las le?) yes reglamentarias que tratan aserca de la (formación de los?) Ayuntamientos de los Pueblos, solo conducen a... restringir el yugo de la esclavitud, opresion y demás males que nos afligian. Pero todo en vano porque en lugar de verificarse puntualmente tan piadosas intenciones se han au/mentado las opreciones, en extremos que se nos hacen como intolerables. Despues de no haver contado con nosotros para la formación de dicho ayuntamiento... ‘denegandonos nuestro dominio absoluto y la dependencia que debemos tener como, nativos, feligreces y Caciques Principales Primogenitos de dicho Pueblo...’ nos hallamos en la fuerza de desertar de nuestro pueblo, abandonar nuestra familias y retirarnos a otro...” El Lic. Formaleo, Teniente de Gobernador, cuando le eleva la nota a la Audiencia identifica a los antiguos señores con las palabras que corresponden al nuevo sistema político. Él dice que dicha nota que proviene: “... de varios ciudadanos españoles conocidos’ hasta poco ha con el nombre de indios los mas principales’ de aquel pueblo, y del de Chordeleg” (ANH/Q, i, 1813-17-VI- Gualaceo). En el caso de la parroquia de Sidcay lo primero que se observa es que en 1813 ha desaparecido el antiguo cabildo indígena y que se han modificado todas las normas anteriores de procedimiento para el reconocimiento del cacique gobernador encargado de la recaudación del tributo. En lugar del antiguo cabildo indígena encontramos el nuevo Cabildo Constitucional cuya conformación es diferente al de Gualaceo, lo que nos permite percibir la incidencia de las situaciones de poder previas a la aplicación de estos cambios institucionales que se dan en las diversas parroquias. Aquí la documentación localizada no es una queja por la exclusión de los caciques del cabildo sino que se origina en el conflicto por el cargo de cacique gobernador por parte de dos personas, una de ellas un cacique hereditario, de antiguo origen pero sumamente débil en sus recursos económicos tal como permite constatar la documentación testamentaria que presenta. El otro dato LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 123 interesante de remarcar es que ambos contendientes al cargo aducen en su favor la colaboración con el ejército en la expedición a Quito y que, en el desorden de esos años, ambos han logrado el título de gobernador de indígenas de idéntico pueblo. En el conflicto se observa que el cacique hereditario ha logrado el apoyo del Cabildo Constitucional de Sidcay y que el otro candidato obtuvo el de los funcionarios provinciales residentes de la ciudad de Cuenca. El hecho de que el nuevo cabildo no acate la orden de leer la proclama del candidato apoyado por el Teniente Gral. y Juez de Letras “en doctrina”, sino que decida presentar el problema ante “cabildo público”, nos permite conocer un acta de donde se puede inferir su conformación: “En el pueblo de la Concepción de Sidcay... hallandose juntos y congregados en la casa destinada por ahora para los asuntos que se deben tratar en este cabildo y Ayuntamiento, los Sres. que lo componen a saber Don A.Pesantes, Don Xavier Benavidez Alcaldes Constitucionales; Don Juan Hermida, Dn A. Beintimilla, Don Ignacio Pesantes, Don Mariano Castro, Don Lucas Sinchi, Don Miguel Sinchi, Dn Manuel Paucar, Don Manuel Quito, Don Ignacio Siavichar y Don Francisco Basques Regidores; Don Manuel Ortega, Don Manuel Vidal Procuradores síndicos” (Sidcay, 1813, 4-IX- Acta del Ayuntamiento. ANH/Q ,Cac., C.1, f.22.) Según deducimos por los nombres y apellidos mencionados, a diferencia de Gualaceo, en este pueblo se ha integrado un cabildo con blancos e indios, donde de los 12 miembros que son alcaldes y regidores tenemos 6 blancos y 6 indios, aunque se marque claramente la preeminencia de los blancos que ocupan los cargos de alcaldes de primer y segundo voto y los principales puestos de regidores. Podemos inferir aquí la existencia de un poder étnico más débil que el de Gualaceo, con menos conflictos con los blancos, quizá con mayores relaciones de colaboración y sometimiento, lo que explicaría que en este momento se dé una sólida conformación de un poder local parroquial que permite el enfrentamiento con el Teniente provincial, residente en la ciudad. Estos dos casos, de Gualaceo y Sidcay, nos permiten observar el inicio del proceso de “ciudadanización”de la población india, blanca y mestiza; sus consecuencias diversas en lo que hace a la conformación del poder local a nivel de “pueblo” y su expresión en la composición social del Cabildo Constitucional, donde la misma está dependiendo del tipo de conflictos existentes anteriormente. Silvia PALOMEQUE 124 De señores étnicos a ciudadanos “funcionarios” Otras modificaciones no parecen ofrecer diferenciaciones locales. La pérdida de los fueros protectores especiales de los caciques hereditarios junto al derecho de los caciques y los alcaldes a ejercer la jurisdicción criminal y civil de menor cuantía y el traslado de dichas atribuciones al nuevo Cabildo Constitucional, se observa tanto en Gualaceo como en Sidcay permitiéndonos pensar que estamos frente a una modificación de orden general. Este problema corresponde situarlo alrededor de las atribuciones de los caciques gobernadores y las transformaciones que sufre su cargo, las que realmente se inician con las Reformas Borbónicas antes que con las Cortes. Hasta el último cuarto del siglo XVIII el sistema de gobierno indígena de los pueblos estaba centrado en el cacique hereditario y un grupo de principales que, como ya mencionamos antes, habían logrado obtener el reconocimiento a sus fueros de “hijosdalgos” que les permitía acceder a la jurisdicción de la Audiencia y quedar fuera del control de las autoridades locales entre otras prebendas. Aparte de esto, ante la ausencia física de funcionarios de base del estado,5 estas autoridades indígenas funcionaban en el papel de auxiliares del Corregidor en el área rural, cumpliendo también las habituales obligaciones de recaudación del tributo y de distribución de las distintas obligaciones de servicios personales a las que están sujetos los indios comunes. Cabe señalar la existencia de un grupo de elite indígena en cada pueblo, entrelazada por relaciones de parentesco, formado tanto por originarios como por forasteros pero con clara preeminencia de los primeros. Durante las Reformas Borbónicas en Cuenca se da un claro proceso de incremento de la presencia del estado colonial que en general tiende a recuperar atribuciones que habían sido ocupadas por los distintos grupos locales.6 Respecto a las autoridades indígenas de 5 Cuenca, zona habitada por cerca de 80.000 personas, no tiene Corregidores de Indios ni Jueces de Desagravios como los que existen en el norte de la Audiencia; sólo hay un “Corregidor de españoles” -cuyo sueldo es pagado por la Real Hacienda- y un Teniente como auxiliar. 6 En esta Gobernación Intendencia es muy importante la presencia—persistente por largos años—del Gobernador Vallejo cuyas características personales imprimen un sello particular a las reformas en esta jurisdicción. Con sus políticas no sólo interferirá y LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 125 los pueblos la política borbónica avanza más aún. Las medidas de mayor importancia serán la designación de varios funcionarios residentes en la zona rural con el nombramiento de algunos Tenientes o funcionarios subalternos de la nueva Administración de Tributos, la exigencia del cumplimiento de formalidades legales para el reconocimiento de los derechos de “hidalguías” de los caciques (Palomeque, 1997), y la paulatina transformación del cacique gobernador recaudador de tributos en un funcionario del estado sujeto al pago de salario.7 En 1789 se dictan las provisiones del Virreinato, que serán refrendadas por otras similares de la Real Audiencia de Quito en 10 de octubre de 1801, donde se dispone que los “gobernadores de indígenas”, “cobradores de tributos”, “capitanes de indios” o “capitanes gobernadores cobradores de los reales tributos” deben provenir de una terna propuesta por la Administración de Tributos, “por el conocimiento que tiene de los sujetos”, de la cual el Gobernador español elegirá aquel a ser designado, el que será perpetuo en su cargo salvo en el caso de cargos graves. (ANH/Q, Cac., C.1. Exp.17) Cuando en Cuenca comienzan a aplicarse las disposiciones de las Cortes de Cádiz la situación legal de los gobernadores de indígenas queda sumamente difusa en tanto desaparece formalmente la jurisdicción civil y criminal que venían ejerciendo sobre sus indios sujetos. Esto se nota claramente en el caso del conflicto de Sidcay donde la Audiencia residente en Cuenca debe resolver el conflicto entre los dos postulantes al cargo de gobernador de indígenas y para ello solicita informe al Fiscal y al Teniente y Juez de Letras. Ambas exposiciones nos permiten constatar la nueva situación en la que han quedado los antiguos caciques, luego de las reformas borbónicas y con el nuevo sistema de gobierno basado en la ciudadanía. El abogado fiscal es muy claro sobre que las leyes vigentes no consideran la posibilidad de existencia de esos funcionarios, ni la controlará el poder de las autoridades indígenas sino también el de los hacendados y curas (PALOMEQUE, 1997). 7 En la cuenta de tributos de 1788, cobrados en 1790, comienzan a registrarse como “data” los 12 ó 15 pesos pagados al gobernador de cada pueblo en “virtud de señalamiento del Presidente por auto del 12 de diciembre de 1790”. (AGI, Quito, Gob., 460). Silvia PALOMEQUE 126 diferencia de los mismos respecto al resto de la población en tanto todos son ciudadanos. "..que empleos de gobernadores de indios parece que han cesado ya en todos los pueblos, respecto de que ni nuestra constitución politica ni la ley reglamentaria hacen mencion a ellos directa ni indirectamente cuando hablan de los Jefes, Tribunales, Magistrados y demas funcionarios entre quienes se distribuyen la jurisdiccion y atribuciones de los repectivos poderes en todos los ramos de gobierno, de justicia, de economía y policía que abraza la administración publica, en cuya desinacion estan incluidas las facultades que las leyes municipales concedian a los gobernadores de indios. A lo que se agrega que estos son ya unos cuidadanos que gozan de los mismos derechos esenciones y libertades que poseen los demas españoles con quienes estan anivelados por una perfecta igualdad. Y no existiendo esta clase de empleos, no puede por consiguiente tener lugar la reposición. Victor Felix de San Miguel." (ANH/Q, Cac., C.1., Exp.17 f.27v. 1813-9-XI.) A pesar de esto, el Teniente y Juez de Letras no sólo reconoce la necesidad de su existencia y la necesidad de su colaboración mientras persista el cobro del tributo, sino que también reafirma lo que será la futura forma institucional para reconocer a estos funcionarios indígenas. "... El nombramiento de los capitanes o gobernadores de indios, como que su principal ocupacion es la de hacer y auxiliar la cobranza de los tributos publicos, corresponde por practica y repetidas superiores providencias a los Jefes de la Hacienda Nacional, y en el concepto de estar yo exerciendo de tal en esta provincia ..” (informa que ha tomado la decisión de designar a uno de los candidatos en pugna) (idem, 1813-26-XI, f.27) Esta posición del Juez de Letras implica inmediatamente el conflicto con el otro poder recientemente constituido a nivel del pueblo en lugar del antiguo cabildo indígena: el Cabildo Constitucional del Pueblo de Sidcay, regido por la ley del 9 de octubre de 1812, que mencionábamos en páginas anteriores. Su Alcalde de primer voto, en vez de leer la proclama en la “doctrina pública” como se le ordena, lo hace ante el primer “cabildo público”. Este Cabildo, al defender al cacique de sangre frente al otro postulante, plantean que el gobernador indígena no sólo tiene funciones económicas sino de gobierno y LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 127 política,8 y que por lo tanto el problema no es de injerencia del Teniente sino del Cabildo Constitucionalsegún sus atribuciones. Aparentemente el nuevo Cabildo Constitucional es un conocedor de la situación local existente y, obviamente, sin interés en su modificación. El hecho de que ambos contendientes al cargo sean capaces y aptos para la Administración de Tributos,9 que el Cabildo reconozca sólo al cacique hereditario—Don Francisco Quinde- y el Juez de Letras al otro gobernador—Don Mariano Morales- hace que se llegue a una división del poder del cacicazgo que nos permita observar la imbricación de funciones y responsabilidades del cargo. En el año siguiente, el 4 de enero de 1814, Don Mariano remite una nota donde resume la situación en los siguientes términos: "... que habian dos gobernadores, uno para administrar justicia, ... por Quinde, y el otro solo para cobrar tributos, por Morales, que a este ninguno le obedece ni da los efectos comestibles que pida aunque diga que es para los señores oidores, que mirandolo con desprecio, caso de querer exercer su autoridad le quiten la vida a palos los indios...”10 Es decir que si bien hay varios elementos cruzados en el poder del miembro de la elite indígena que le permiten ser reconocido como el personaje capaz de la consecución del tributo y de los otros servicios y bienes para la sociedad blanca, dentro de ellos es fundamental el mantenimiento de la jurisdicción criminal y civil sobre 8 El título de gobernador que expide la Audiencia en noviembre del año 1812 conserva todas las atribuciones criminales y civiles de menor cuantía, habituales en el siglo XVIII. "... mandando se les premie.... con el empleo de gobernador de naturales del pueblo de Sidcay... libro el presente titulo... para que lo use y exersa por el tiempo que fuera voluntad de este gobierno, y ‘trayendo bara alta de justicia lo administrara a los indios naturales de dicho pueblo... causas civiles y criminales hasta en cantidad de 3 pesos, breve y sumariamente, y en las de muertes, robos, amancebamientos y otros delitos de gravedad, dara cuenta al gobierno o a los alcaldes ordinarios de la ciudad…’ ” (que proteja a pobres, que indios paguen tributo a administrador de tributos, etc.) " ‘... ordeno al Administrador Principal de Tributos, sus cobradores, casiques y principales mandones, no le pongan.. impedimento... y hagan con el las cartas cuentas de los tributos...’.” (ANH/Q, Cac.,C.1, Exp. 17, f.6). 9 Esto lo expresa el Administrador de Tributos durante el juicio; en su concepto, es suficiente que ambos sean capaces en términos administrativos. En la documentación se constata que ambos contendientes escriben correctamente en español. 10 El expediente judicial sólo nos permite conocer que hasta fines de 1814 la disputa de poderes continúa planteada, y que la misma no se soluciona ni con el fallecimiento de Don F.Quinde en tanto el Cabildo designa a su heredero. Silvia PALOMEQUE 128 los indios a ellos sujetos. Don Mariano, que no tiene estas atribuciones, corre el riesgo que los indios “le quiten la vida a palos” si funciona como recaudador. El nuevo sistema político, ideado para el gobierno de una sociedad compuesta por ciudadanos -que es el expresado en los términos del Fiscal de la Audiencia antes citado- desconoce los antiguos derechos señoriales que seguían teniendo los caciques hereditarios y gobernadores sobre sus indios, y asigna dichas atribuciones a los nuevos funcionarios. En síntesis, en términos legales, sumado a la disolución del cabildo indígena y el de las jurisdicciones específicas en la aplicación de justicia por parte de sus alcaldes, también se les recortan las mismas a los antiguos caciques gobernadores. Ambas medidas suponen la existencia de una sociedad indígena donde los miembros de su elite no sean necesarios para su gobierno ni para la exacción de tributos lo cual, ya sabemos, aún no se ha conformado en esta zona de los andes. Cabildo Indígena vs. Cabildos Pequeños Si bien desconocemos el período preciso de persistencia de los Cabildos Constitucionales, si podemos observar que durante la Gran Colombia ya no existen y que se creado otra forma distinta para dar continuidad al sistema de poderes locales diversos para blancos e indígenas de la zona rural: los Municipios Cantonales serán el espacio de representación y poder de los hacendados y de la población blanca y mestiza en general, y los “pequeños cabildos” serán el espacio de los indígenas. Por todo lo que venimos exponiendo es una grave equivocación equiparar el poder y la jurisdicción de este “pequeño cabildo” con el del antiguo “cabildo indígena”. El decreto de Bolívar del 15 de octubre de 1828 estableciendo la Contribución Personal de Indígenas (Freile, 1994: 30ss.) es sumamente claro al respecto. Allí consta que “se conservarán los pequeños cabildos i empleados que han tenido las parroquias de indígenas ‘para su régimen puramente económico’” (art. 18), aunque posteriormente agregue que las “obligaciones de los empleados” serán celar la conducta en sus “subordinados” a fin de evitar borracheras, avisar de fugados y ausentes, influenciar y auxiliar a los funcionarios en la recaudación de LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 129 la contribución de indígenas, auxiliar al cura, etc. Es decir, un conjunto de ambigüedades pero donde queda claro que las autoridades indígenas siguen con atribuciones de gobierno sobre los indios comunes—sus subordinados—y que continúan controlando su desplazamiento y evitando borracheras. Los elementos nuevos, que desdibujan la imagen de continuidad, son aquellos que nos marcan que ahora los cabildos sólo se justifican legalmente dentro del “régimen económico”, es decir dentro del ámbito del Ministerio de Hacienda, y sus autoridades son "empleados" del estado con la función de auxiliar en la recaudación del tributo sin que se mencione la responsabilidad sobre su entero. Pero, sobre todo, al comparar el Cabildo Indígena con el Pequeño Cabildo tenemos que considerar que ya no estamos frente a los ocho importantes cabildos indígenas del área rural de la jurisdicción de Cuenca, con sus múltiples anejos, sus escasos curas y ningún funcionario estatal residiendo en el área rural, con fuerte presencia de la elite indígena como los que existían antes de las reformas borbónicas. Ahora no sólo tendrán sobre ellos al Municipio Cantonal, sus tenientes políticos y demás funcionarios. En los primeros años del período republicano las antiguas 8 parroquias ya se han subdivido en 33, y será cada vez menor el número de indígenas que abarcará su jurisdicción.11 La jurisdicción civil y criminal de los recaudadores indígenas sobre sus indios sujetos nunca será mencionada en la documentación republicana en tanto la misma es una atribución de las instituciones judiciales. En estos años, esta atribución tan necesaria para poder cobrar el tributo tomará otra forma: será la de "jurisdicción coactiva" contra los deudores la forma institucional de su reconocimiento (1846, septiembre 4, “El Nacional”). De “originarios y forasteros” a “libres y conciertos” El otro problema al que le hemos prestado escasa atención es al hecho de que no sólo la división en las dos repúblicas, los cabildos 11 En 1837 hacen la cuenta de cuántos Códigos Penales hacen falta en la provincia e informan que en ella hay 3 cantones y 33 parroquias, que las capitales tienen sus alcaldes municipales, y que en ellas y en las parroquias hay también tenientes pedáneos. (1837, setiembre 27, ANH/Q, Com.). Silvia PALOMEQUE 130 indígenas, los fueros de los caciques y la elite indígena estaban vinculados al sistema de gobierno colonial con formas señoriales y de vasallaje. También dentro de este sistema tenemos que incluir la división entre originarios y forasteros con sus diferentes obligaciones tributarias y derecho a las tierras comunales y, obviamente, estees otro de los elementos que se modificará con la imposición del nuevo sistema político. Para comprender la importancia de los cambios a este nivel hay que recuperar primero los distintos tipos de población residente en el área rural, y su división en distintas castas y categorías tributarias. El siguiente cuadro 1 muestra los distintos tipos de indígenas que ocupan las tierras comunales de las parcialidades del pueblo de Guacales y de su Anejo Sigsig. Es decir que dentro de cada pueblo coexisten diversas parcialidades, cada una con sus respectivas tierras comunales ocupadas no sólo por los originarios sino también por los forasteros lo que, como se observa en el cuadro, pueden ser tanto oriundos forasteros propiamente dichos o también originarios de otras parcialidades que se hallan fuera de su lugar de origen. Ambos grupos, forasteros y originarios, son gobernados por los miembros de la elite indígena que son los caciques y los miembros del cabildo (Palomeque, 1996). Esta situación no es particular del pueblo de Gualaceo. Con la información de la Administración de Tributos hemos podido conformar el cuadro general de originarios y forasteros de la provincia para el año 1791, en el que podemos ver la importante presencia de forasteros que en todos los pueblos alcanzan a ser el 80% de la población indígena y las múltiples diferencias en el total anual que deben pagar como tributo a las Reales Cajas. LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 131 Cuadro 1 Diferente tipos de unidades asentadas dentro de las tierras de las parcialidades. Parcia- lidades Quintos originarios Quintos de otra parcia- lidad Total de quintos Forasteros sin observaciones Forasteros de otra parcia- lidad Total de Forasteros Total general Elite Comunes Elite Comunes Pueblo de Gualaceo 37 115 38 190 5 232 232 469 659 Ragdeleg 11 11 1 23 0 5 3 8 31 Chordeleg 24 38 14 76 9 108 18 135 211 Toctesi 20 40 32 92 1 53 16 70 162 TOTAL 92 204 85 381 15 398 269 682 1063 Anejo de Sigsig Duma 6 43 2 51 4 100 3 107 158 Burin 14 25 0 39 0 77 1 78 117 TOTAL 20 68 2 90 4 177 4 185 275 Fuente: ANH/SA,L.Num.,1778. Silvia PALOMEQUE 132 En el cuadro 2 se identifican como “Gruesa” todos los originarios y forasteros que desde antiguo pagan sus tasas a la Administración de Tributos de Cuenca, los que pagan 5 pesos y 7 reales de tributo cuando son originarios y 3 pesos los que son forasteros. Como “Provincias” se agrupan a los indios originarios y forasteros de otras provincias. Los originarios de Riobamba pagan 5p4, los de Chimbo 6p3, los de Suñomacas 4p5 y los de Alausí 5p7, al igual que los de Cuenca. Los forasteros de Riobamba pagan 3p, los de Alausi 3p2, Lictos 3p2 y Sigchos 3p3. (AGI, Quito, Gobierno, 460). De los resultados de investigaciones anteriores se desprende que la elite indígena que gobernaba los pueblos de indios llegaba a acuerdos diversos con los forasteros, entre los cuales se encontraba el arriendo de tierras comunales, y que estos eran parte de los mecanismos a través de los cuales lograban enfrentar con relativo éxito las obligaciones tributarias a las que estaba sujeto su pueblo, que permanentemente sufría el éxodo de los indios comunes originarios obligados a prestar mita (Tyrer, 1988: 249, Powers, 1994: 190ss). Como nuestro interés es diferenciar a aquellos originarios que frente al estado tienen la obligación de entregar mita y el derecho al acceso a tierra de comunidad, de los forasteros que no tienen esos derechos ni obligaciones y sólo deben abonar el tributo, en la síntesis del cuadro hemos agrupado por un lado los originarios de Cuenca y como forasteros a todo el resto. Este agrupamiento es el que nos permite afirmar que el conjunto de forasteros alcanza al 80% del total. LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 133 Cuadro 2 Categorías de Indígenas Tributarios. Cuenca, 1790 Parroquias “Gruesa” “Provincias” Sintesis Originarios Forasteros Originarios Forasteros Origina- rios de “Gruesa” Forasteros 1 Total # % # % # % Baños 67 94 15 Pcia 2 Rbba 11 Rbba. 67 35 122 65 189 100 Cumbe 118 123 11 Rbba. 2 Siccho 118 46 136 54 254 100 Giron 98 198 33 Rbba. 10 Rbba. 1 Siccho 98 29 242 71 340 100 Cañaribamba 51 91 1 Rbba. 51 36 92 64 143 100 Pucara 30 73 30 29 73 71 103 100 Oña 88 101 9 Rbba 2 Rbba. 88 44 112 56 200 100 Nabon 69 111 15 Pcia 22 Rbba. 69 32 148 68 217 100 S.Bartolome 243 423 5 Pcia 1 Rbba. 1 S.Andres 4 Pcia 13 Rbba. 243 35 447 65 690 100 Paccha 113 246 1 Rbba. 113 31 247 69 360 100 Jadan 35 256 2 S.Andres 1 Rbba. 2 Sicchos 35 12 261 88 296 100 Sigsig 64 109 3 Rbba. 64 36 112 64 176 100 Gualaceo 163 489 16 Pcia 10 Rbba. 6 Chimbo 53 Rbba. 5 Lata- cunga 163 22 579 78 742 100 Guachapala 57 74 4 Rbba. 7 Rbba. 57 40 85 60 142 100 80 248 4 Pcia 1 Rbba. 10 Rbba. 7 Sicchos. 80 23 77 350 100 251 1129 29 Pcia 17 Rbba. 31Suñamaca 55 Rbba. 214 Pcia. 33 Sicchos. 251 14 86 1759 100 Cañar 152 411 75 Pcia. 31 Rbba. 22 Chimbo 5 Suñamaca 39 Pcia 87 Lictos 60 Rbba 3 Sicchos. 152 17 733 83 885 100 1 Aquí hemos agrupado a todos aquellos que no son originarios de Cuenca, es decir a los forasteros de “Gruesa” y a los originarios y forasteros “otra provincia”. Silvia PALOMEQUE 134 La primera medida donde comienza a equipararse la situación de originarios y forasteros comienza con la resolución de las Cortes sobre la supresión de la mita a la que estaban obligados los originarios y que, según la normativa vigente en la Audiencia de Quito, era la que permitía el acceso a tierras de comunidad.1 Si bien las Cortes tienen la 1 En la Audiencia de Quito hasta el protector de indígenas Dr. Carrión, en 1745, sostiene que las tierras de comunidad “... son de naturaleza inalienables...ni aun de consentimiento de toda la parcialidad entera y la razon es, porque ni tampoco en ella reside el dominio de dichas tierras sino solo la administracion y usufructo... ‘en compensacion honerosa de las mitas que han de servir...’ carecen de dominio sobre ellas el cual reside solamente en V.Real Fisco y para usar de ellas cuando desierten por el derecho de reversion, conferiendole a la parcialidad y sus descendientes... la administracion y usufructo con cargo de servir las mitas por atender al util publico” (ANH/Q, Cac., C1, Exp. 15). Cabe señalar que nos queda pendiente el problema de porqué el protector de indígenas en la R.A. de Quito relaciona tan directamente la mita con el acceso a tierras comunales mientras la documentación de la R.A. de Charcas le Cont. Parroquias “Gruesa” “Provincias” Sintesis Originarios Forasteros Originarios Forasteros Origina- rios de “Gruesa” Forasteros 2 Total # % # % # % Deleg 69 168 16 Pcia 6 Rbba. 11 Sicchos 69 26 201 74 270 100 Sidcay 59 684 105 Pcia 11 Pcia 10 Rbba. 11 Sicchos. 59 7 821 93 880 100 S.Sebastian 124 702 38 Pcia 2 Rbba. 3 Loja 7 Guano. 43 Pcia 37 Rbba. 8 Sicchos 3 Quito 124 13 843 87 967 100 S.Blas 190 1189 40 Pcia 36 Pcia 30 Rbba. 10 Sicchos. 190 13 1305 87 1495 100 Total 2121 6919 5303 8864 2121 20 8337 80 10456 100 2 Aquí hemos agrupado a todos aquellos que no son originarios de Cuenca, es decir a los forasteros de “Gruesa” y a los originarios y forasteros “otra provincia”. 3 Son: 343 Pcia., 110 Rbba., 3 S.Andres, 28 Chimbo, 36 Suñamaca, 3 Loja, 7 Guano. 4 Son: 363 Pcia., 343 Rbba., 88 Siccho, 5 Latacunga, 87 Lictos y 3 Quito. LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 135 intención de relacionar la suspensión de la mita con la distribución de las tierras, no tenemos ninguna referencia de que ello se haya hecho efectivo en Cuenca, mientras observamos que sigue vigente la suspensión de la mita luego de la restauración de Fernando VII. Es durante la Gran Colombiadonde aparentemente se dan los cambios a este nivel. En términos generales la historia del tributo indígena en la Gran Colombia la reseña Sánchez Albornoz (1978: 190-91-3) señalando que en 1821 el Congreso de Cúcuta vota la ley suspendiendo su pago y que Sucre en Ecuador extendió su alcance a este territorio. La efectividad de la ley fue limitada porque Bolívar, en uso de sus facultades extraordinarias, suspende su aplicación. En 1824 un decreto de Santander ordena continuar con la recaudación del tributo mientras durara la lucha y lo mantuvo hasta enero de 1826. Bolívar, en Chuquisaca, lo suprime el 22 de diciembre de 1825 y el 15 de octubre de 1828 lo reimplanta. En 1822 en Cuenca ya comienza a aplicarse la ley de Sucre sobre el tributo. “...Los indios seran considerados en adelante como ciudadanos de Colombia y los tributos que hacian la carga mas pesada y degradante a esta parte desgraciada de la América, quedan abolidos” (1822, marzo 10, Decreto de Antonio Jose de Sucre. ANH/SA, Exp. 1156). Es notable como inmediatamente se registra el inicio del proceso de distribución de tierras y la resistencia esperable. En una nota se informa que en Sidcay se ha presentado resistencia al “medidor comicionado” cuando este se presentó a ver las tierras, y que se intentará hacerles comprender a los indios lo benéfico de la medida y la ventaja de la propiedad directa con relación a la tenencia precaria que tienen. (ANH/SA, Exp-453). Este proceso se suspende por la reimplantación del tributo, pero se reinicia en 1825 cuando su cobro se suspende nuevamente y entran en vigencia un conjunto de normas comprendidas dentro del concepto vigente de ciudadanía. permite sostener a T. PLATT que “...Durante la Colonia, la corona española había mantenido la convergencia entre ‘impuesto’ y ‘renta’, característica del Estado Inca. Los indios pagaban el tributo o tasa a la corona, en cuanto ésta gozaba de un derecho eminente sobre la tierra; pero lo consideraban parte de lo que llamaremos un ‘pacto de reciprocidad’ que les garantizaba el acceso seguro a sus tierras...” (Platt, 1982: 40). Silvia PALOMEQUE 136 Es interesante observar que junto a la suspensión del cobro del tributo, al mismo tiempo, reaparecen en los documentos las discusiones sobre forma de distribución de las tierras comunales que ahora pasan a denominarse de “resguardos” (ANH/SA, F. Ad., Lib. Cop. n° 14, f.41 v.) y se intenta organizar un sistema donde todos los grupos sociales contribuyan en forma igualitaria para el mantenimiento del estado. En estos años se comienza a cobrar la “capitación” de tres pesos a toda la población con resistencia de blancos y mestizos pero no de los indígenas (ANH/SA, exp.1037) y se reglamenta el “trabajo subsidiario” para la composición de caminos donde “todos” deben aportar cuatro días de trabajo. Para este período nosotros localizamos el primer caso donde un Alcalde del Municipio Cantonal interviene en una disputa entre indígenas sobre la distribución de tierras comunales (ANH/SA, exp.1174) y vemos que los indios participan como soldados del ejército y que pagan derechos municipales y alcabalas al igual que el resto de la población. Luego, con la reimplantación del tributo indígena en 1828, finalmente se dictan las normas generales que seguirán vigentes hasta fines de la década del 50. Allí nuevamente se abandona el proyecto general de ciudadanización de los indígenas al volver a implantar el pago del tributo, la situación de minoridad, y las excepciones del ejército, alcabalas, derechos parroquiales, etc. Si bien estas medidas de 1828 implican una continuidad en el tratamiento diferencial para la población indígena con relación a blancos y mestizos, estimamos que en cambio sí destruyen el sistema colonial de segmentación de la población indígena en distintos grupos y homogeneizan la situación de todos los miembros de la misma organizando un sistema de gobierno con fuerte injerencia de los funcionarios estatales. El primer elemento de homogeneización es que el tributo exigido es de orden común: pagarán 3 pesos 4 reales2 todos los indígenas varones adultos, sin hacer ninguna distinción entre originarios y forasteros. Esto, más la supresión en 1812 de la mita obligada a los originarios, desde la perspectiva del estado deja a todos los indígenas frente a las mismas obligaciones tributarias. El otro elemento homogeneizador es el acceso a la tierra. Al respecto creemos 2 Recordar que páginas atrás mencionábamos que los originarios pagaban más de 5 pesos y los forasteros 3 pesos aproximadamente. Es interesante observar que la recaudación fiscal global no se modifica mayormente. LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 137 necesario remarcar que si bien hace años que sabemos que en el período colonial el acceso a la tierra comunal es un derecho de los indios originarios, y que su tenencia por parte de los forasteros implicaba un conjunto de contraprestaciones entre ambos grupos reguladas por la elite étnica, nunca hemos prestado mayor atención al hecho de que durante la república “desaparece” ese tipo de accesos diferenciales a la tierra, al menos desde la normativa estatal. En el catastro de propiedades rústicas de 1835/6 de Cuenca, donde se diferencian las tierras de indígenas de las de los blancos y las privadas de las comunales, no consta ningún tipo de mención a indios originarios ni a forasteros ni a indios sin acceso a la tierra (Palomeque,1989:131ss). Más bien, cuando uno relaciona el número de parcelas con el de unidades domésticas, se encuentra con que la mayor parte de la población tiene acceso a la tierra. Tampoco en otras normativas el nuevo estado vuelve a mencionar la diferenciación entre originarios y forasteros, ahora sus categorías diferenciales serán las de “libres” y “conciertos”, mientras que expedientes de gobierno ocasionales nos muestran que se asigna tierras comunales a indígenas sin tierras que las solicitan y que las logran pero ya no de manos de las antiguas autoridades étnicas sino por la autorización de los nuevos funcionarios de base del estado. Qué incidencia puede haber tenido este proceso en las relaciones de poder que se dan dentro del mundo indígena es algo que desconocemos totalmente. Eso sí, creemos que es importante remarcar el problema en tanto existe la posibilidad de que en estos años haya existido algo similar a una “reforma agraria”. Reflexiones finales. Para hacer un cierre transitorio de los problemas planteados, debemos partir de las características principales del sistema político de dominación colonial de las “dos repúblicas” impuesto con éxito a fines del siglo XVI pero en el cual no se previeron todas las transformaciones futuras. Durante el período toledano se “reduce” a la población rural indígena “originaria” en pueblos de indios gobernados por sus antiguos señores étnicos y el nuevo cabildo indígena organizado para debilitarlos, bajo la supervisión e injerencia del cura y del corregidor, como forma de preservar a la sociedad indígena que Silvia PALOMEQUE 138 debía subsidiar con sus tributos y flujos de mitayos a la economía española (Assadourian, 1979, 1987) que, en la región rural de Cuenca, estaba representada por las incipientes empresas agrarias algunas de las cuales luego devendrían en haciendas. En este sistema, el espacio de representatividad del conquistador o colono español se situaba en el Cabildo de la villa o ciudad y en el Cabildo Indígena de localización rural estaba el de los señores étnicos o autoridades capitulares indígenas que, en los años venideros, lograrán mantener sólo parte de sus derechos como señores naturales a través de la obtención de fueros señoriales occidentales como el de “fijosdalgos” que en algo los protegíande la ofensiva de los poderes locales, mientras se iba debilitando la economía indígena y creciendo la de las fincas y haciendas de los colonizadores. Este sistema no previó adecuaciones para las transformaciones que originaría como fueron el movimiento de resistencia de los indios comunes que paulatinamente se fueron forasterizando al abandonar sus pueblos de origen para no entregar trabajo mitayo, ni el crecimiento de la población, ni el proceso de mestizaje, ni el gran poder que tomarían los hacendados sobre la población indígena que sujetaban por deudas y que habitaba en los crecientes territorios de su propiedad, en un espacio rural donde las autoridades indígenas no tenían atribuciones para imponer la real justicia sobre blancos y mestizos y con escasos funcionarios estatales blancos que residían lejos, en el espacio urbano. Si bien durante el período borbónico se dio una mayor injerencia de los funcionarios del estado en el control político de la sociedad rural esto se hace sin modificar las bases que lo sustentan; las primeras medidas que cambian elementos centrales del sistema político colonial serán las disposiciones “ciudadanizadoras” tomadas por las Cortes. Esto ocurrirá al reconocerle a los blancos y mestizos un espacio de representación en su lugar de residencia rural, con lo cual desaparecerán los antiguos Cabildos Indígenas que son reemplazados por los nuevos Cabildos Constitucionales donde el poder económico de los hacendados será reconocido como poder político y los antiguos señores étnicos perderán preeminencia o serán desplazados. En un mismo movimiento se hace desaparecer los antiguos fueros de hidalguías que protegían a los caciques y se les quita las atribuciones judiciales sobre los indios de sus pueblos que de ahora en más serán LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 139 detentadas por los nuevos Cabildos Constitucionales, lo cual ocasiona una situación donde el estado comienza a enfrentar serias dificultades para la recaudación de tributos y el control de la población indígena y se ve obligado a generar nuevos mecanismos para solucionar este problema. Mientras tanto se sigue profundizando un proceso ya iniciado en el período borbónico, que continuará durante las Cortes, la Gran Colombia y la República, por el cual se amplía la presencia de los funcionarios estatales en el área rural mientras esto se entrecruza con la solución al problema de la recaudación tributaria y el control de la población indígena que consiste en designar como funcionarios de base del estado a las antiguas autoridades de indígenas y en crear el pobre remedo de los antiguos cabildos indígenas que son los cabildos pequeños. A pesar de los vaivenes de la guerra y los distintos grupos gobernantes, también se consolidará el proceso iniciado durante el período de las Cortes por el cual se comienza a homogeneizar la situación de los indígenas originarios y forasteros frente al estado y que, dentro de lo que conocemos hasta ahora, ocasionará la distribución de tierras a los forasteros que no se había podido realizar durante el período colonial. Este es el otro punto donde se desestructura el antiguo sistema toledano que sólo autorizaba el derecho de acceso a la tierra a los indios originarios. La fuerte presencia hacendataria en el nuevo estado poscolonial se notará cuando se reconozca la nueva diferenciación de los indios entre “libres” o “conciertos” donde el corte estará dado por el simple elemento económico de la deuda. Silvia PALOMEQUE 140 Archivos ANH/Q Archivo Nacional de Historia de Quito ANH/SA Archivo Nacional de Historia, Sección Azuay, Cuenca. AGI Archivo General de Indias Bibliografía (citada). ACHIG Lucas, “La estructura administrativa de la Gobernación de Cuenca en el siglo XIX (1820-22)”, en Revista del IDIS, n.8, Cuenca, (1980). ASSADOURIAN, Carlos Sempat, “La producción de la mercancía dinero en la formación del mercado interno colonial”, en E. FLORESCANO, Ensayos sobre el desarrollo económico de México y América Latina (1500-1975), México 1979. 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HEREDIA, Edmundo, “La constitución de Cádiz en Salta (1814)”, en Nuestra Historia, n° 30, Buenos Aires 1982. LA 'CIUDADANÍA ' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 141 MOSCOSO, Martha, “Oganización económica, autoridad indígena y conflicto en la comunidad de Jima, sur-este de los andes ecuatorianos. Siglo XIX”, en Andes 2-3, Salta 1991. MURRA, John, “Waman Puma, etnógrafo del mundo andino”, en F.G. POMA DE AYALA , Nueva Coronica y buen gobierno, México, 1980. MURRA, John, “El doctor Barros de San Millán: defensor de los ‘señores naturales’ en los Andes”, Manuscrito 1993. PALOMEQUE, Silvia, Cuenca en el siglo XIX. La articulación de una región, Quito 1990. PALOMEQUE, Silvia, “El sistema de autoridades de ‘pueblos de indios’ y sus transformaciones a fines del período colonial. El Partido de Cuenca”; Memoria Americana, Cuadernos de Etnohistoria, n°6, Instituto de Ciencias Antropológicas, Buenos Aires 1997. También en M. MENEGUS, y otros (ed.), Dos décadas de investigación en América Latina. 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La pregunta pendiente es cómo se llegó a conceptualizar al indígena como todo habitante del campo cuando un siglo antes, en 1846, el “campo” no se restringía a lo indígena (Dalence 1975). Nuestro interés es explorar el proceso que condujo a esa ecuación, analizando por qué lo indígena no se asocia en general a lo urbano en un país donde no hubo grandes inmigraciones desde el período colonial. La ecuación indígena=campesino supone también una división del espacio. Es en este ámbito que inscribimos nuestra reflexión: ¿Qué era lo urbano y cómo se lo definía? ¿Cuándo se hace común el término comunidades, y a qué realidades hacía referencia? ¿Qué era ser indígena y cómo se definía lo indígena? * Docente de la Universidad Mayor de San Andrés y de la Universidad de la Cordillera. La Paz.Rossana BARRAGÁN 144 Sostendremos, primero, que el espacio rural y urbano se encontraban articulados de tal manera que el eje divisorio no pasaba— por lo menos, en primer lugar—por esa diferenciación, sino más bien por la definición de una esfera indígena y no indígena. En ambas esferas se encontraba lo rural y lo urbano: existían pueblos de indios y pueblos de españoles, ambos ligados al campo, y ciudades con parroquias indias y españolas que también extendían su jurisdicción a territorios rurales. Segundo, mostraremos que la categoría fiscal tributaria encubrió muy rápidamente una diversidad de situaciones convirtiéndose en una categoría homogeneizadora. Tercero, insistiremos que, como parte del poder del estado de categorizar y nombrar, existía al lado de la categoría fiscal, una visión del indio como categoría social, es decir como parte de una construcción sobre los estratos sociales. La perspectiva social fue la que terminó imponiéndose cuando la contribución indígena dejó de tener importancia económica para el estado, es decir, cuando la idea de lo indio se desligó de la fiscalidad y de los padrones o registros de la contribución.1 Consecuentemente, la identificación del indio como campesino sólo pudo consolidarse después de la reforma agraria, cuando los terratenientes y hacendados abandonaron el campo. En la región occidental del país, área rural y urbana coincidían ahora con la diferenciación entre indígenas y no indígenas. La división del espacio Frecuentemente, se opone la ciudad y el área urbana con el campo y el área rural, una visión que proviene fundamentalmente del análisis del proceso de industrialización europeo.2 Para el caso colonial y republicano, esa oposición impide percibir su profunda articulación.3 La ciudad y lo urbano no estuvieron determinados exclusivamente por el criterio de densidad poblacional. La ciudad, más que un espacio 1 A partir de 1886, el tributo sólo representaba el 10% de los ingresos fiscales (GRIESHABER, 1985: 54). 2 Para una síntesis y análisis sobre la teoría sobre la ciudad ver LEZAMA 1993. 3 Las ordenanzas señalaban que el lugar donde debía fundarse la ciudad debía estar en un suelo fértil con abundancia de tierras para la agricultura (Cit. por HOBERMAN y SOCOLOW 1992: 8). Por otra parte, el ideal peninsular y mediterráneo de América Latina habría sido la ciudad como centro de las regiones rurales y la aristocracia terrateniente (MAURO 1972: 116). ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 145 geográfico fijo, era una concesión de la Corona que implicaba un conjunto de elementos, entre los cuales se debe mencionar, fundamentalmente, las instituciones que sostenían el ejercicio del poder.4 Además, la ciudad estaba articulada al área rural5 ya que la primera constituía la residencia principal de autoridades y terratenientes, mientras que la segunda era su vivienda secundaria pero igualmente necesaria. Al tratarse de sociedades fundamentalmente agrarias, era en el campo donde se situaban los principales medios de sobrevivencia y acumulación económica, y el escenario donde la sociedad urbana ejercía su poder. Es importante precisar, también, una similitud entre ciudades (villas y pueblos de españoles) y pueblos de indios, ya que ambos mantenían una relación estructural similar con el área rural circundante: congregación y concentración tanto poblacional como de las principales autoridades. La iglesia y los edificios en la plaza constituían indudablemente los símbolos de ese poder al cual la población del contorno rural estaba sujeta, en cuanto espacio socializado y organizado desde el centro (Rasnake, 1989). Por consiguiente, es importante considerar lo urbano y rural como partes interrelacionadas, como un conjunto espacial compuesto de subespacios, de tal manera que lo rural debe pensarse en relación a un pivote urbano de la misma manera que todo eje y poder urbano debe pensarse también en relación a lo rural. Y aquí intervienen dos aspectos fundamentales: el establecimiento de la jerarquía entre los distintos elementos del espacio, descendiendo desde la ciudad virreinal en la cúspide del poder, y el establecimiento de la desigualdad jerárquica y la segregación al interior de cada uno de los elementos de ese espacio. Distribuir, dividir, congregar y marcar el espacio fue, por tanto, una tarea inicial fundamental. El “profundo reordenamiento del suelo” (Sempat Assadourian, 1982) implicó entonces una reestructuración total: las tierras, además de ser consideradas de la 4 Estamos desarrollando una idea que la planteamos con Silvia Arze en 1988 (ARZE y BARRAGÁN 1988 No. 1: 11). 5 Kingman ya había insistido en la necesidad de estudiar a las ciudades no separadas de su contorno rural (Cit. Por KINGMAN 1991: 26). Rossana BARRAGÁN 146 Corona, fueron re-otorgadas—sólo en parte—a la población conquistada, de tal manera que todo el resto se encontraba liberado. Se tendrían entonces tierras en manos indígenas, y tierras bajo el dominio directo e indirecto de la Corona. Sin embargo, el reordenamiento estuvo lejos de ser un único momento fundacional, ya que se repitió frecuentemente a través de las composiciones y las revisitas, que aportaban además constantes ingresos para la Corona. Un ejemplo permitirá ilustrar cómo se hacía una composición y entender mejor lo que se llamarían, primero, tierras de repartimiento y origen (asociadas frecuentemente a pueblos de indios y pueblos de reducciones)6 y, mucho después, comunidades indígenas o tierras de origen.7 El caso involucra a uno de los más importantes compositores de fines del siglo XVI, Fray Luis López de Solis, Obispo de Quito, cuyo nombre aparece frecuentemente, tanto en documentos coloniales de muchas “comunidades”, como en pleitos y litigios de tierras de siglos posteriores.8 Este “compositor de Charcas” estuvo involucrado en la reasignación de las tierras de los Yamparaes, al oeste de la capital de la Audiencia. El visitador procedió delimitando un espacio continuo y algunas tierras discontinuas en base a un listado de tierras proporcionado por las autoridades nativas.9 Dos núcleos aparecieron como “cabeceras” y “capitales”, es decir como sedes en los que se 6 SAIGNES recordaba (1991:92) que para Fuenzalida la reducción era la comunidad mientras que él consideraba que las reducciones eran los pueblos de indios. Además de Fuenzalida, que reexaminó la noción de comunidad, MORENO y SALOMON compilaron diversos artículos sobre las categorías de análisis utilizadas en el estudio de las sociedades andinas (1991). 7 Sabine MC. CORMACK (1991: 48) planteó que la comunidad como entidad jurídica fue un producto del siglo XIX. Esta afirmación no se aplica a Bolivia. El decreto de Bolívar de 1825 utilizó, cuando ordenó la distribución de tierras, las palabras “repartimiento de tierras de comunidad”. Por otra parte, la orden del 7 de Febrero de 1834 prohibía a los indígenas el realizar peticiones a nombre de sus “comunidades, aillos y parcialidades” (en: BONIFAZ 1953: 4 y 47 respectivamente). Durante todo el siglo XIX, se emplea el término de comunidades tan frecuentemente como el de terrenos o tierras de repartimiento (ver el Reglamento de Revisitas de 1831 en BONIFAZ 1953: 29 y 78). 8Sobre Fray Luis López de Solis, ver GARCÍA QUINTANILLA 1964. 9 La orden del visitador a fines de los 1590s ordenaba que el gobernador, alcaldes y principales “hagan quipos y memorial ... de todos los yndios ... y los demas sujetos a el dicho repartimiento de los Yamparaes ... y de las tierras que tienen y ... las ... que los yndios de cada ayllo tienen” (Archivo Nacional de Bolivia (ANB) EC 1787 No. 59, f. 46). ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 147 encontraban representados todos los ayllusy segmentos sociales, donde se aglutinaban también las funciones políticas y religiosas de cada parroquias10 La estructura puede corresponder, en parte, a lo que constituía precisamente una marca o llacta pre-hispánica, es decir, la reunión de ayllus y haatha (Saignes 1989: 96). Este ejemplo muestra cómo los pueblos de indios se situaban al interior de los territorios demarcados por los primeros compositores. En otras palabras, la distinción rural/urbana era un elemento del mismo conjunto, aunque las autoridades residían en el pueblo.11 Otro caso interesante (aunque no tenemos sus títulos) es el de San Pedro y San Pablo de Chuquiago, uno de los espacios de lo que hoy es la ciudad de La Paz. Su estatus inicial fue el de pueblo de indios, aunque asimilado rápidamente a una parroquia de indios. En la documentación colonial (padrones) aparece como pueblo del cual dependían dos parcialidades y una serie de ayllus (como en el caso de los Yamparaes) cuya territorialidad, continua y dispersa,12 se extendía alrededor de la Ciudad de La Paz, donde residía la población no indígena. La parcialidad superior, o Hanansaya, llamada San Pedro, comprendía los ayllus de Cupi, Collana, Maacollana y Callapa. La segunda o inferior, Hurinsaya, llamada Santiago, reagrupaba a los ayllus de los Canchis, Canas, Lupacas (Cupi y Checa), Pacaxa, Pucarani y Chinchaysuyos, cuyos nombres rememoran su origen, en gran parte en la región alrededor del Lago Titicaca. Nada diferencia el tipo de otorgamiento de tierras a los Yamparaes del que caracteriza el pueblo de indios de San Pedro y Santiago de Chuquiabo. Las tierras conocidas como “de repartimiento” estaban asociadas además a obligaciones laborales— mano de obra por turnos para el trabajo minero y agrícola –, así como a capitaciones e impuestos—tasa o tributo, y diezmos o veintenas sobre la producción agrícola y ganadera. La división del espacio implicó, por tanto, una división laboral y a la vez socio-fiscal. La Corona pudo distinguir dos grandes 10 ANB EC 1787 No. 52. 11 Sobre el sistema de autoridades en el período colonial ver THOMSON 1996. 12 “hasta seis y siete leguas en unas serranías y apachetas … que son las de los Andes de Yungas...” (A. CAT. T. 44 29-Mayo-1756, p. 21. p. 48). En 1769, el Obispo señaló que la jurisdicción de San Pedro era muy extensa y que los feligreses vivían “dispersos y apartados ... unos de otros, en diversas estancias …” (AGI Charcas 531, 1769). Rossana BARRAGÁN 148 categorías fiscales: tributarios de ayllus en tierras de repartimiento indígenas, y yanaconas de estancias y haciendas. Ambas fueron identificadas como correspondientes a las dos grandes variantes del sistema de tenencia de la tierra. En un artículo anterior (Barragán y Thomson 1993), mostramos, sin embargo, a propósito de los continuos litigios y pleitos sobre diezmos del período colonial tardío, que la situación se hizo mucho más compleja, de tal manera que las categorías fiscales terminaban encubriendo situaciones muy diversas. La relación entre categorías fiscales y tierras. Para la Iglesia existían, de manera muy clara, tierras diezmales y no diezmales, que correspondían a tierras de españoles y a tierras de indígenas. El interés eclesiástico fue, no sólo no perder lo que iba asociado a los espacios imponibles (diezmos en tierras españolas y veintenas en otras), sino ampliarlos: tener cada vez más tierras con estatus de españolas-diezmales y ocupantes asimilados a la condición de arrenderos de esas tierras. En este contexto se entiende que un cacique indio pagara diezmo como si “fuera español” por el hecho de arrendar tierras españolas (Barragán y Thomson, 1993: 317 y 312). La situación cada vez más compleja obligó a que un auto de 1756 definiera las tierras de origen como las otorgadas por repartimiento y no sujetas a diezmo. Dado, sin embargo, que muchas tierras originarias estaban inundadas de forasteros, se especificó que la exención del diezmo se debía aplicar sólo a los indios originarios, y no así a los forasteros y agregados, los que fueron entonces asimilados por la Iglesia a la condición de arrenderos.13 En otras palabras, las tierras fueron consideradas con un estatus que no coincidía necesariamente con la de sus habitantes: podían ser tierras españolas con arrenderos indígenas, o tierras originarias con indígenas forasteros. La iglesia logró, entonces, sutilmente pasar del criterio de exención a la población indígena a la exención de las tierras de indígenas, y finalmente de las tierras de sólo los indios originarios, descalificando a los forasteros y agregados por ser considerados arrenderos (Barragán y Thomson 1993: 318-319). 13 En el siglo XVII, los agregados a las haciendas eran los arrenderos, de acuerdo al propio Duque de La Palata. Ver SÁNCHEZ ALBORNOZ 1978: 54-55. ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 149 Todo este proceso supone también que la tenencia privada de la tierra parcelaria no podía ser asociada a los indígenas si había sido formada a partir de tierras que habían pasado, previamente, a ser de la corona y eran definidas como “españolas”. La definición de las tierras, y el continuo proceso de transferencia al estado a través de las composiciones (un tema aún para investigar) no sólo explica que la figura de “indígenas en tierras españolas” existiera, sino que volviera cada vez más frecuente. La importancia de la asociación / disociación entre categoría de tierras y categoría fiscal de gente puede ayudarnos a entender la particularidad de Cochabamba y Chuquisaca, que tuvieron, desde el siglo XVIII, una población mestiza importante y, durante todo el siglo XIX, poca población indígena tributaria (alrededor del 15% entre tributarios de ayllus y de haciendas). A la luz de la lectura realizada, es importante recordar que el poblamiento inicial de Cochabamba y Chuquisaca fue, en gran parte, de mitimaes, de tal manera que las tierras de los pueblos indios eran claramente identificadas, lo que implica que la mayoría pasó bajo el dominio directo del estado español, primero, y después de la propiedad privada. Gran parte de las tierras debieron tener entonces el estatus de tierras españolas diezmales, siendo considerados sus yanaconas como arrenderos.14 Cuando la gran propiedad se fragmentó entre pequeñas propiedades individuales, el estatus de tierras diezmales (españolas) debió pasar a sus ocupantes. A partir de entonces fue seguramente más fácil que sus poseedores dejaran de ser considerados como indios, contando además con el apoyo de la Iglesia. La asociación entre propiedad parcelaria y mestizaje parece constituir, entonces, una dinámica relacionada a la distinción de tierras y a los intereses eclesiásticos, uno de los únicos poderes que podía rivalizar con los del estado colonial y del poder local. Y a este poder se sumaría el interés de los ocupantes en registrarse como no-indios para escapar del tributo (como lo señaló Larson). La recuperación en la proporción de indios, que entre 1900 y 1950 se incrementó en Chuquisaca y Cochabamba de 36% y 22% a más del 70% (Grieshaber 1985), sólo pudo darse cuando lo indio como categoría fiscal tributaria 14 En el siglo XIX los arrenderos eran, según Dalence, los colonos de las haciendas que pagaba por su terreno parte en dinero y parte en servicio (Cit. Por ANTEZANA 1992: 82). Rossana BARRAGÁN 150 había dejado de tener importancia para el estado, cuando los diezmos fueron sustituidos, y cuando se dio un nuevo sistema impositivo, un proceso iniciado a fines del siglo XIX y que duraría hasta las primeras décadas del siglo XX. Si el interés eclesiástico fue transformar las tierras en españolas, y convertir a los forasteros en arrenderos, el del estado era no perder tributarios,lo que pudo suponer procesos de reindianización. El análisis de Grieshaber, en base a los padrones de contribuyentes de la primera mitad del período republicano, muestra una relativa estabilidad y la ausencia de grandes cambios, aunque la aparente estabilidad podía también encubrir tendencias y situaciones muy diversas. La categoría fiscal de indio se había convertido en un encasillamiento que encubría la heterogeneidad, un proceso que se encontraba, también, y de manera distinta, a nivel urbano. Los indios urbanos. A la diferenciación establecida entre pueblos de indios y pueblos de españoles correspondió la diferenciación de parroquias de indios y parroquias de españoles. En el caso de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, la población española fue atendida y adscrita a la catedral, mientras que a los indígenas se les asignaron otras parroquias: San Sebastián y Santa Bárbara,15 y el pueblo de indios San Pedro y Santiago de Chuquiabo16 que fue asimilado en el siglo XVIII al estatus de otra parroquia urbana.17 Una característica de estas parroquias fue que su jurisdicción eclesiástica se extendía hacia el área rural donde se situaban las tierras de los ayllus, y las haciendas y estancias. Encontramos, por tanto, y esta vez desde el área y corazón de la ciudad, la articulación urbano-rural. 15 AGI Charcas, 1690. Esta descripción es sintética: “... ay iglesia mayor cathedral y en ella la parroquia de los españoles sola, y otras tres parroquias de indios cuyas vocaciones son San Pedro ... Santa Bárbara ... y San Sebastián” (AGI Charcas 138, 1648). 16 San Pedro fue el primer “curato” y “pueblo” fundado mucho antes incluso de la propia ciudad, y estuvo en manos de los padres de San Francisco hasta 1686 (Ver A. CAT. 4-Mayo-1766 p. 277 y 283v. y A. CAT. T. 44, p. 21 y 48). 17 En 1758 todavía se menciona a San Pedro como pueblo (AGN Sala XIII, Leg. 17-4-3, 1758. Leg. 14, Libro 1. Padrones de La Paz. Autos de la Revisita de las tres parroquias de la ciudad de La Paz con tres informes de la Contaduría de Retasas). ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 151 Las tierras de los ayllus serían sin embargo paulatinamente acaparadas por la ciudad. En el siglo XVIII, la pérdida de tierras afectó principalmente las tierras “comunes” a través de ventas denunciadas muchas veces de fraudulentas, así como por la propia formación de haciendas en base a antiguos territorios de los ayllus,18 especialmente después de la rebelión de 1781 cuando las dos parcialidades dejaron de mencionarse. En el siglo XIX, los ayllus enfrentaron la expansión de las haciendas ya existentes,19 pero también la política del estado de adjudicarse tierras baldías para redistribuirlas.20 Las tierras más vulnerables fueron las que no tenían un propietario individual y privado, como las reservadas a los caciques, que pasaron luego a los corregidores y, finalmente, a propiedad privada.21 La pérdida de tierras afectó de manera más aguda a San Sebastián, lo que puede explicar no sólo la particularidad de sus tributarios, con estatus de forasteros, sino también el aumento de los oficios artesanales y comerciales. De ahí que algunos de sus ayllus reagruparon a gremios artesanales como los montereros, tocuyeros, sombrereros, zapateros y panaderos. Muchos de estos artesanos perdieron además toda relación con el trabajo agrícola. Otros, como los panaderos, no eran trabajadores independientes o por cuenta propia, sino que vendían su mano de obra en distintos "amasijos". Finalmente, los trabajadores de obrajes, como tejedores y tintoreros, 18 Caso de las tierras de Mecapaca y tierras del ayllu Cupi (ANB T.I. 1758 No. 35). 19 Los linderos de las tierras de Munaypata de San Sebastián, por ejemplo, estaban en litigio con la hacienda Pura Pura. ALP CSD 1847 Caja 89 Expediente sin título. Los indígenas, Gerónimo … de San Sebastián dan poder … s/f. 20 Esta redistribución se hizo a soldados como compensación a la reducción del ejército. Los soldados pertenecían a grupos populares urbanos. Ver. ALP CSD 1845 Caja 80. E. sin título en cuero. El Ciudadano, José Barrrios, sastre, pide enajenar tres topos de tierras que ... tiene en la Garita de Lima y en Challapamapa. f. 12 y 13-15. 21 Caso de las tierras “Cacique Oraque” (Uraque=tierra, suelo y mundo inferior. BERTONIO, 1612-1984 : 378) llamadas también “Ayma del Corregidor”. Ayma remite a las tierras en las que la mano de obra de las comunidades trabajaba para los caciques (Rivera, 1978). Otro caso es el de las antiguas aymas y tierras de Chijini Grande. Otros dos pedazos, Ylacata Guaita y Pasena Oraque estaban dentrás del Panteón. Los comunarios trataron de recuperarlas para chacras para autoridades, como una especie de sobresueldo que se asignaba. Ver ALP CSD Caja 88 147. Expediente Civil de Despojo ... por varios terrenos de la comunidad de San Pedro... f. 11, 20 y 29-29v. Rossana BARRAGÁN 152 caían bajo la etiqueta incluso de yanaconas (Arze 1994: 103, 109 y 75). El resultado fue que, entre fines del siglo XVIII y fines del siglo XIX, 50% de la población indígena estuvo en ayllus—con todas la complejidad que acabamos de ilustrar—, y otro 50% en las haciendas como yanaconas o mano de obra sujeta a estas propiedades bajo diversas modalidades. Se decía, por ejemplo, que los forasteros eran los libres de servir a particulares, mientras que los yanaconas eran los que debían realizar servicios para sus amos (Arze 1994: 119) o que los forasteros eran los agregados a las haciendas “con mas o menos pensiones hasta tocar la clase de yanaconas” (Barragán 1990: 111). La paulatina pérdida de tierras de los ayllus fue un proceso que significó el fin de la correspondencia entre parroquia de indios y territorios indios, incrustados éstos por propiedades privadas, haciendas y estancias, o convertidos en lotes urbanos. Paralelamente, la tendencia republicana fue convertir las jurisdicciones eclesiásticas, divididas hasta entonces en función de si los feligreses eran indios o españoles, a una jurisdicción territorial (barrios). Se trataba de poner fin a “las parroquias por castas”, una política que fue parte del proyecto liberal inicial impulsado por Bolívar y Sucre, junto a la tentativa de supresión del tributo como atentatorio al principio de igualdad. Para el caso de Potosí, por ejemplo, el decreto de 1826 ordenó la división de la ciudad en parroquias por barrios ... indistintamente de su “clase” (indios, blancos...Decreto del 19 de Febrero de 1826). En La Paz se planteó una situación similar, aunque en 1833 se reconocía que las parroquias no se habían “dividido ... por barrios sin distinción de castas”.22 Pero si las diferenciaciones dejaron de darse entre parroquias—más por la dinámica propia que por política estatal—, ellas subsistieron internamente, distinguiéndose estipendios distintos en bautizos, matrimonios y defunciones en función de si se trataba de mestizos, morenos, zambos, indígenas o “españoles”.23 22 ARZ. Serie Roja. 1801-1840. Expediente seguido sobre la división de las parroquias de esta ciudad de La Paz. 1830. f. 1. Los problemas de división de las parroquias continuaron hasta 1890. 23 Arancel parroquial dictaminado por el Presidente (1855) y el Obispo de La Paz. En A.CAT. ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 153 Si el fin de las “parroquias por castas” posiblemente sancionó, en el caso de La Paz, una situación de hecho, la delimitación por barrios decretada el 19 de febrero de 1826 fue más difícil de lograr. Cinco años después, la disposición no se había cumplido, y sólo a fines del siglo XIX se daría una división más “equilibrada” entre las parroquias en términos poblacionales, junto con la anhelada “continuidad territorial” establecida a partir de la demarcación de sus límites.24En las últimas décadas del siglo XIX asistimos, por lo tanto, a la culminación de un proceso: la desaparición de los territorios de los ayllus por la conformación de haciendas, por el crecimiento urbano y, finalmente, por las leyes de Melgarejo (1868) y la Ley de Ex- Vinculación (1874), que consolidaron, al igual que en Cochabamba y Yungas, y a diferencia del altiplano paceño, múltiples pequeñas propiedades, principalmente en la jurisdicción de San Pedro y San Sebastián. El indio urbano fue, entonces, el agricultor de ayllu, el de hacienda, el pequeño propietario, el artesano o el pequeño comerciante. Pero lo indio, como categoría fiscal y como relación de dominación, originaba fugas, un proceso que finalmente se entrecruzó con la concepción de lo indio como categoría social. El censo de 1881 A diferencia de las categorías fiscales que lograban extraer la contribución indigenal que alimentó al estado boliviano25 (Sánchez Albornoz 1978, Griesehaber 1977, Platt 1982), el indio como categoría social de los censos (como de algunos escritos de intelectuales y funcionarios de la época) fue una construcción sin finalidad fiscal. A diferencia de lo que sucedió en otros lugares, los censos no fueron registros, ni para el cobro de impuestos ni para las elecciones. Además, habían enormes limitaciones para llevarlos a 24 Se ordenó la delimitación en Potosí y La Paz. En La Paz se nombró al Dr. Juan de la Cruz Monje, Presidente de la Corte de Justicia. Ver ARZ. Serie Tapa roja. 1801-1840. Expediente seguido sobre la división de las parroquias de esta ciudad de La Paz, 1830, f. 5-6, 18-18v. Y 26-26v. 25 El tributo representó del 30 al 40% de los ingresos del estado. GRIESEHABER 1977. Rossana BARRAGÁN 154 cabo.26 Recién en 1845 se decidió establecer una junta para formar la estadística de la República.27 Es en este marco que se inscribe la obra del estadístico José María Dalence, resultado precisamente de este primer esfuerzo estatal. Después de él y el censo de 1854, no hubo una política sostenida hasta prácticamente la década de los 70 cuando se ordenó establecer comisiones estadísticas que recogieran datos de toda la república,28 Finalmente, en las últimas décadas del siglo XIX se creó, en 1896, la Oficina Nacional de Inmigración, Estadística y Propaganda (Reglamento...., 1900). El orden de los términos es revelador: las estadísticas están relacionadas e incluso subordinadas a la esperanza de una inmigración similar a la que se había dado en la Argentina (Informes..., 1902:1-3). Primer hecho a constatar: la igualdad no fue el principio ordenador y clasificatorio—como sucede también en otras expresiones y manifestaciones del estado, como la legislación, analizada en otro trabajo (Barragán 1999). Se trata más bien de diferenciar las castas- clases-razas, junto con nombres, apellidos, “patria”, edad, oficio o destino, y lo que hoy llamaríamos “grado de alfabetización”.29 Segundo hecho: no hubo, por lo menos al principio, una terminología uniforme para describir a su población. Se hablaba de “ciudadanos de 26 En 1832, por ejemplo, se realizó un censo considerado “demasiado inexacto” ordenándose realizar otro, pero esta orden quedó sin cumplir (Orden Circular del 20 de Febrero de 1841 y Orden Suprema del 2 de Enero de 1840). Pocos años después, se distribuyeron modelos para que se realizara (Orden del 12 de Septiembre de 1842). 27 Decreto del 27 de Febrero de 1845. 28 En 1868 se creó en el Ministerio de Hacienda una mesa estadística para toda la república (D.S. del 28 de Febrero de 1868). En 1872, se promulgó una ley para la formación de una mesa o comisión de estadística nacional a establecerse en la capital de la República (Ley del 9 de Noviembre de 1872). Uno de sus impulsores fue Ernesto O. Ruck quien abogó por la “recolección de datos” señalando y recordando su utilidad para el gobierno y el pueblo porque “conocer es poder”. Una de las primeras medidas fue la creación de una comisión por Decreto del 12 de Noviembre de 1873. Dos años después, en 1875, se expidió un reglamento para la formación de estadísticas. Entre los datos que se definieron estaban el estado físico del territorio, la población, los censos y los catastros, información que ante la escasez de presupuesto debía ser proporcionado por funcionarios públicos, por una parte, y por “ciudadanos particulares y distinguidos”, por otra parte (En RUCK y MEDINACELI 1874: esp. 20 y ss. En ANB 1875, No. 535). 29 Aquí, la especificación de lectura y escritura no constituía un criterio de exclusión como para las elecciones, sino más bien un criterio para políticas públicas, para generalizar la instrucción primaria (Orden Circular del 20 de Febrero de 1841). ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 155 todas clases”, debido a las distinciones presentes en el ejército,30 como a las establecidas en el registro electoral entre ciudadanos y no– ciudadanos, o ciudadanos sin derecho a voto. De ahí que sea frecuente escuchar en las demandas sociales contemporáneas: “no somos ciudadanos de segunda”. El término “clase” se utilizaba para los diferentes grupos considerados, pero también para establecer diferenciaciones al interior de cada “clase”.31 Finalmente, el término genérico global en los censos fue, primero, el de casta, y luego el de raza, aunque frecuentemente se utilizaban ambos términos junto con el de “clases”.32 El censo de 1881,33 levantado casa por casa y persona por persona, constituye una fuente extraordinaria para analizar el contenido social de cada una de las categorías “raciales”. Parte de este censo estuvo a cargo de Manuel Vicente Ballivián, uno de los intelectuales más notorios del siglo XIX paceño, e integrante del Círculo Literario donde predominaban y se difundían las ideas social darwinistas (Demélas 1981: 58). Posteriormente, fue fundador de la Sociedad Geográfica de La Paz, y responsable del censo nacional de 30 Ej.: Orden General del 12 de Noviembre de 1857, Flores MONCAYO 1953: 172. 31 Por ejemplo, se debe incluir en padrones y matrículas a “todos los naturales de que constare la población....sin exceptuar clases ni condiciones....” (Art. 20 del Reglamento de 28 de Febrero de 1831 sobre el modo de practicarse las revisitas y matrículas de los indígenas contribuyentes: Flores MONCAYO 1953: 69). 32 Esto no significa que antes no se hablara de razas. El término fue utilizado por los primeros viajeros como Pentland, pero el Estado y sus representantes lo asumieron más tarde. Para Pentland existían tres razas: “india o aborígena”, “europea o criolla” y “los media casta o razas mixtas” denominadas “cholos o mestizos”. Entre los indígenas menciona a las “tribus” sin religión, los “Indios Chiriguanos” (PENTLAND 1826,1975: 41). 33 Este censo, registrado como “padrón”, se encuentra en 9 libros (de 120 fs. cada uno aproximadamente) censando a la población casa por casa en las distintas parroquias de la ciudad. El objetivo era imponer la contribución general a toda la población, como parte del proyecto de abolición de la contribución indigenal, reconocimiento de la propiedad individual indígena y venta de las tierras comunitarias. El documento se encuentra en el Archivo Histórico de la Universidad Mayor de San Andrés. Aunque sabemos, por el censo de 1909, que hubieron otros censos de la ciudad en el siglo XIX, no se ha encontrado ninguno. Sabemos también que es incompleto ya que la población asciende aproximadamente a 20.000 personas cuando en el libro del censo de La Paz de 1909 se consigna para 1886 la cifra de 56.849, para 1902 la de 60.031 y para 1909 la de 78.856 (CRESPO, 1910: 24-25). Rossana BARRAGÁN 156 1900 y del censo departamental de La Paz de 1909, como Director General de la Oficina Nacional de Estadística (Crespo 1909:VIII). En correspondencia al contexto general, la población de La Paz fue clasificada en 1881 en 4 razas, de las que tres eran preponderantes, la raza blanca, que constituía el 32%, la raza indígena el 21% y la raza mestiza el 47%. Había, además, un evidente desequilibrio entre sexos: los hombres representaban el 44% y las mujeres el 56%. Este desbalance variaba de acuerdo a las “razas”: había un relativo equilibrio entre los indígenas (48% hombres y 52% mujeres) mientras que existía una desproporción notoria entre los llamados blancos (46% hombres y 54% mujeres) y sobre todo entre los mestizos (41% hombres y 59% mujeres). Finalmente la población negra era en más del 80% femenina y “doméstica”. ¿Cómo explicar el desequilibrio entre los sexos entre blancos y mestizos? Es posible imaginar, para el caso de las que fueron y eran denominadas mestizas, una mayor inmigración femenina del campo a la ciudad por la propia demanda de “domésticas”. Otro factor que debió influir también fue que ellas llevaban una vestimenta “definitoria” y emblemática: la pollera, que inicialmente las diferenciaba tanto de las “blancas” como de las indígenas, un tema que lo retomaremos después. No sucedía sin embargo lo mismo con los hombres mestizos, de quienes Luis S. Crespo (1910: 51), señaló unos 20 años después que vestían “a la europea”. Las mujeres eran entonces visiblemente “más mestizas”, retomando la expresión de La Cadena (1991). Uno de los datos más interesantes para analizar el contenido de las categorías raciales del censo es el de las ocupaciones. Casi toda la población indígena (70%) se concentraba en la agricultura y fueron ellos, entre hombres y mujeres, los llamados agricultores. En otras palabras, ser agricultor era casi sinónimo de pertenecer a la raza india, y vice versa. Los blancos dedicados a esta actividad fueron, en cambio, nominados y clasificados en una categoría ocupacional distinta: la de propietarios. Los propietarios en el siglo XIX eran fundamentalmente los dueños de haciendas, pero a esta acepción el responsable del censo añadió una precisión: “los que han manifestado vivir de sus rentas sin ejercer oficio ni profesión alguna” (Crespo 1909: 64). De ahí también que prácticamente no existiera un solo “propietario indio”. ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 157 En cuanto a los agricultores mestizos, casi el 93% eran hombres. En otras palabras, las mujeres mestizas no fueron en general agricultoras, o no había agricultoras a las que se las llamaba mestizas. En la otra categoría relacionada a la actividad agrícola, en cambio, la de los propietarios, predominaban las mujeres. La existencia de tantas mujeres blancas propietarias se explica por el hecho de que los hombres blancos estaban en muchas otras actividades: en la enseñanza, la iglesia, y, ante todo, en las profesiones liberales. Gran parte de las esposas fueron registradas entonces como propietarias, en lugar de sus maridos. Esto implica que la profesionalización de los hombres era ya avanzada. El dicho que proviene de la historia oral de las descendientes de mujeres terratenientes, y que señalaba “a los hombres la profesión y a las mujeres la hacienda”, parece vigente en 1881. Los hombres eran entonces profesionales y, ante todo abogados, una formación que abría las puertas a importantes puestos burocráticos y políticos. El autor de un censo posterior señalaba que los “blancos” sólo aspiran a “los empleos públicos … y a … ocupaciones que no demandan gran fatiga corporal, como … las profesiones liberales” (Crespo 1909: 47). La profesión y la función tenían además mucho más estatus: “al hombre le gusta todo lo que es honor”, decía una descendiente de terratenientes de La Paz. Estas recordaron también que fueron las mujeres las que se dedicaban a la administración de las “propiedades”, una extensión del trabajo doméstico, mientras que sus esposos estaban dedicados a la vida “pública” (Qayum et. Al. 1997: 37-57). Veamos ahora la situación en la industria y la artesanía, una actividad muy importante en la ciudad de La Paz. Los mestizos eran en más del 65% artesanos de tal manera que los blancos representaban sólo el 25% y los indios el 10%. Las principales ocupaciones artesanales eran las de costureras, sastres, zapateros, carpinteros, cigarreras, hilanderas, chicheros, y sombrereros. Y es en este nivel que encontramos, nuevamente, una especialización de raza y género. Los escasos indígenas artesanos eran en realidad mujeres hilanderas (165 mujeres de un total de 179). Los blancos, por otra parte, más numerosos, en casi su totalidad correspondían a mujeres costureras (793 costureras sobre un total de 909 blancos). En otras palabras, si no fuera por ellas no existirían blancos entre los artesanos. Los mestizos, en cambio, aparecen como los artesanos por excelencia, dándose Rossana BARRAGÁN 158 también una división de género: carpinteros, pollereros, herreros, zapateros y sombrereros eran hombres; costureras, juboneras (especie de blusas o camisas de las mujeres mestizas), chicheras y cigarreras fueron mujeres. En lo que hoy llamaríamos el comercio, el 45% de la población era blanca, el 49% mestiza y sólo el 5% indígena. Significativamente, el término “comerciantes” utilizado en el censo se aplicaba fundamentalmente a los hombres blancos (90%). Por otra parte, cuando se hablaba de comercio se hacía referencia, según Crespo, fundamentalmente al de importación de artículos de ultramar, y al comercio y exportación de metales y productos agrícolas (Agentes consignatarios, almaceneros. Ver Crespo, 1909: 19, 63 y 47). El autor señalaba que, por las “limitadas inclinaciones al trabajo material, solo aspiran a los empleos públicos o comerciales”. La contraparte femenina de los comerciantes fueron las pulperas blancas, es decir las vendedoras de lo que hoy serían abarrotes (nueces, azúcar, aceite, etc.). Las ocupaciones mestizas relacionadas al comercio eran esencialmente femeninas aunque, lo volvemos a recalcar, el término de “comerciantes” no se aplicaba para ellas. Su denominación era de regatonas y gateras, vendedoras al por menor de frutas y vegetales en los mercados, y mercachifles. Encontramos, entonces, una diferenciación en los nombres: comerciantes para los blancos, el resto para el resto. Pero también volvemos a encontrar el nivel de género: las mujeres fueron las vendedoras, sean chifles, regatonas o gateras. Finalmente, otra ocupación femenina por excelencia fue el servicio doméstico. En este rubro, el 73% era mestiza y el 26% blanca. De esta breve descripción del censo de La Paz en 1881 podemos concluir señalando que hay una clara interdependencia entre raza, ocupación y género. Los hombres blancos dominaban las actividades seculares estatales y eclesiásticas; el comercio de productos de exportación de materias primas e importación. Las mujeres blancas, en cambio, eran las “propietarias” y costureras. En lo que respecta a los mestizos, los hombres eran los artesanos mientras que las mujeres eran regatonas y chifles. Finalmente los indígenas eran agricultores. La alternativa para las mujeres indígenas, fuera de ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 159 esta actividad, radicaba en algunas ocupaciones artesanales y comerciales como la de hilanderas y gateras. La diferenciación de la vestimenta. Pero otro factor de diferenciación junto con los nombres y términos de las clasificaciones como las “razas” y las ocupaciones era la vestimenta y no sólo de la población indígena. En efecto, toda una legislación referida a los funcionarios de estado “vistió e invistió” al poder (Barragán 2000). La vestimenta, ese “lenguaje mudo pero elocuente” de la sociedad, en la tan acertada frase del Aldeano anónimo de 1830 (Lema 1994), establecía las “clases” y jerarquías, constituyendo, por ello, uno de los principales medios para instituir las diferencias. De ahí que no resulte extraño que la diferenciaciónentre las mujeres, “de acuerdo a las diferentes clases de la sociedad” fuera remarcada por el viajero D´Orbigny (1994: 118-119) quien describió en los 1820s a las mujeres mestizas, asociadas directamente con el uso de la pollera: “Las mujeres de sangre indígena mezlada con española, llamada cholas, usan igualmente grandes polleras de colores y cubiertas de cintas, y esa parte del vestido existen en todas las clases medias de la sociedad.” (“Relato sobre La Paz”. En: D'Orbigny, 1994: 58). Las mujeres pintadas por Melchor Maria Mercado34 a mediados del XIX son expresión de esta descripción.35 La pollera que caracterizaba a estas mestizas fue sin embargo una prenda de origen español adoptada en un largo proceso que tuvo lugar fundamentalmente en el siglo XVIII. Analizando testamentos y dotes, pudimos establecer que, en el siglo XVIII, era de uso frecuente en las capas altas españolas y criollas (Barragán 1992). Las mujeres urbanas de sectores populares 34 Para un estudio sobre este pintor ver el artículo de MENDOZA (1991) en Melchor María MERCADO. Las mujeres mestizas y cholas que retrató pueden no corresponder a su época ya que fue notablemente influido por D´Orbigny. Estas mujeres se encuentran en 5 láminas: 1. Chola. Potosí. 2. Mestizos e indios [una mujer mestiza de manera clara]. Potosí. 3. Cholas y Mestisas [2 claramente]. Cochabamba. 4. Indios y mestisos. Paz. 2 mujeres, una india, otra mestiza, y un hombre mestizo. 5. Señoras y Cholas. Paz. [Dos mujeres cholas claramente]. 35 Aunque parecen diferenciarse cholas y mestizas, es difícil, por el escaso número de láminas como por su parecido, establecer en qué radicaba su diferenciación y si había una variación regional. Rossana BARRAGÁN 160 adoptaron esta vestimenta, lo que revela una emulación, un proceso de apropiación por la necesidad de diferenciarse de los atributos asociados y estigmatizados de lo “indígena”, y relacionado también al crecimiento y división del trabajo en las ciudades.36 Las mestizas de pollera encarnaron, entonces, la difícil movilidad geográfica, social y cultural. La dinámica consistió en constantes fijaciones, y en apropiaciones y mímesis de los trajes jerárquicamente superiores, proceso que daba lugar a su vez al establecimiento de nuevas “distinciones” (Bourdieu 1993). El propio término chola o cholo, constituye una distinción que parece haberse expandido en el siglo XIX. Y “cholo” o “chola” implica una menor jerarquía, ya que a fines del período colonial hacía referencia a los hijos de mestizos e indios, es decir, un escalón inferior en la cadena de “mezclas” definidas entonces, de tal manera que en 1909 se hacía ya una identificación entre mestizos y cholos, bien diferenciados en el período colonial (Crespo 1909: 49). Este proceso fue descrito por el Aldeano en la década de los 30s, una situación que hasta hoy la vivimos: la reindianización de la pollera y el cambio de la pollera al vestido. En efecto, este autor identificó a las mujeres de pollera como el correspondiente femenino tanto de los hombres indígenas como de la “clase intermediaria” o mestiza. Lo que sucedía en la ciudad, acontecía entonces en el área rural: las mujeres del campo, indígenas, fueron adoptando la pollera, un proceso casi concluido hoy en día. En otras palabras, una prenda utilizada para establecer una separación con el mundo indígena fue asociada a lo indígena. Por otra parte señaló también el cambio de la pollera al vestido: “Todos los días se ve entre el mujerío repentinas metamorfosis. Ayer estaba una chola con faldellín y ojotas, y hoy se presenta con zapatos... y con traje de gaza” (El Aldeano, en Lema 1994: f. 29) 36 EL ALDEANO, un crítico acérrimo del lujo asociado al librecambio, escribió en 1830: “El pueblo obra más por imitación … El pueblo observa … que el esplendor del fausto deslumbra sus ojos, y le arrebata involuntariamente una consideración a la persona que usa de él. El pueblo quiere participar en lo posible de esta misma consideración; hace pues un sacrificio por costear la librea a que ella está anexa” (En LEMA 1994, f. 33). ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 161 Esto pudo dar lugar también a distinciones dentro de las propias mujeres de pollera (una diferencia muy marcada hoy en día) basadas en el plizado, las franjas y la calidad: esto es lo que parece desprenderse de la comparación entre las mujeres mestizas y cholas, y la llamada “cholita de segunda” pintadas por Melchor María Mercado (Lam. 108. p. 181. India de Puna). Señalemos además que hasta hoy se distinguen polleras de primera y de segunda clase. Así, la vestimenta marcaba los grupos, categorizaba y estigmatizaba, pero al mismo tiempo originaba “fugas”: las mujeres indígenas adoptan la pollera, las mujeres de pollera el traje y las mujeres de traje deben hacerse cada vez más sofisticadas, aunque sea con pantalones y zapatillas, pero de marca ... Este trasvasamiento no es masivo ni rápido. Y en este proceso de constante mímesis, tanto las clases altas como los grupos populares urbanos, constantemente puestos en jaque, se ven obligados también a redefinir los criterios no sólo con los que se identifican sino también los que utilizan para caracterizar a los otros. La mímesis es, entonces, semejanza pero también amenaza. Conclusiones. La apropiación de un territorio y un espacio implica, indudablemente, rearmarlo, distribuirlo, reocuparlo. El poder reside precisamente en la capacidad de dividir y reasignar bienes y autoridades. Definir espacios, y encadenarlos jerárquicamente, fue entonces un proceso vital, y en este contexto situamos la fundación de ciudades y villas, pueblos españoles y pueblos de indios, parroquias españolas y parroquias de indios, así como la política de reducciones y composiciones. Pero lejos de concebir estos espacios-poderes como lugares discretos, hemos visto que la unidad debe ser conceptualizada por la articulación urbano-rural, campo-ciudad. Cada una de las unidades espaciales comprendía lo urbano con su contorno rural, de la misma manera que lo rural debía tener su eje y pivote urbano. El propio censo de la ciudad de La Paz de 1881 dibujó un espacio urbano-rural que sólo se rompería en el siglo XX. En estos espacios, lo indio como categoría fiscal, ligado a los habitantes de las tierras de repartimiento designadas como indígenas, suponía también el proceso de continuas composiciones y revisitas, Rossana BARRAGÁN 162 que al mismo tiempo que significaban un flujo constante de metálico para la Corona, continuaban el proceso de división y reasignación de las tierras en una multiplicidad de pequeñas “reformas agrarias”. Pero ser pechero y tributario-contribuyente tenía dos facetas: una permitía el acceso a las tierras (el “pacto de reciprocidad”, Platt 1982); la otra, al constituir una categorización y estigmatización, podía implicar que la fuga fuera una alternativa, tendencia que entrecruzaría y reforzaría la visión de lo indio como categoría social. Lo indio como categoría social se dibujó en los escritos de intelectuales y en los censos. La sociedad se pensó en términos de clases unas veces y de castas en otras, surgiendo el esquema racial a fines del siglo XIX. Sin embargo, el mismo entramado subsistiría porque lo indígena como categoría, con estatus más bajo por el mismo hecho de ser pechero, se articuló a lo indígena como raza. En este esquema nos parece importante resaltar tres aspectos. Por una parte, la aparición de la categoría “blanco”, en sustitución a la de “español”, constituida en oposición a indígenas. Por otra parte, la situación de la categoría de los mestizos que, contabilizados en el período colonial de manera separada, se unieron y fueron contados y censados juntamente con los blancos hasta fines del siglo XIX. En tercer lugar, y a partirde la segunda mitad del siglo XIX, la emergencia de la “raza mestiza” a partir de la división de la categoría “blancos y mestizos”. El análisis de las categorías del censo de La Paz en 1881 nos permite afirmar, también, que la conceptualización de las razas correspondía a una división ocupacional, y que ésta remitía a su vez a una jerarquía de “oficios raciales”. La nomenclatura "racial" fue, por tanto, entre los propios social-darwinistas encargados de los censos de fines del siglo XIX, una nomenclatura profundamente socio- económica. Y es precisamente en estos censos que empezamos a encontrar la equivalencia entre lo indio y el sustrato agricultor. Para el estado republicano era difícil concebir a un indio artesano o un artesano indio. Los términos de “raza blanca”, “raza mestiza” y “raza india” se presentan entonces homogeneizadores: a cada “raza” y sexo le corresponden ocupaciones económicas y atributos específicos, de tal manera que los niveles de clase/raza/género se encuentran completamente articulados. En otras palabras, el eje articulador era la diferencia, constituyendo el indio el rótulo del escalón social más bajo y, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la raza inferior. ¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 163 Para terminar, queremos volver, entonces, al tema de la ecuación entre indio y campesino.37 La sustitución del indio fiscal por el indio social y/o la campesinización es la expresión de una nueva división del espacio que sólo fue posible cuando un nuevo sistema impositivo se consolidó: cuando la “contribución indigenal” no fue ya el recurso fundamental del estado, y cuando los diezmos fueron abolidos. En otras palabras, cuando lo indio como categoría fiscal tributaria, homogeneizadora y unificadora de las diferencias, dejó de predominar, cuando los propietarios y señores de latifundios dejaron de existir por decreto a raíz de la reforma agraria, y cuando, finalmente, la profunda articulación rural-urbano se fragmentó. Se introdujo, entonces, una nueva segregación, una nueva distinción espacial y social, reproduciéndose de manera distinta lo que parece ser un eje fundamental a través del tiempo: en lugar de la igualdad, la diferencia y jerarquía, el escalonamiento y eslabonamiento asociado siempre a características precisas y particulares, que hasta hoy se materializan: “Porque soy del campo y mi marido es del campo, y porque no se leer ni escribir ni hablar bien el castellano.... entonces de pollera me tengo que quedar.../ ... me hubiera gustado ser de vestido, pero como no se leer, entonces no puedo ser .../ De pollera no más tengo que ser” (Testimonios de mujeres actuales. En: Salazar, 1994: 58). 37 Habría que considerar, sin embargo, que campesino, al igual que indio, pudo tener un contenido cambiante. Estuvo, al parecer, ligado a los trabajadores de hacienda (Ver Art. 9 del D. Del 15 de Mayo de 1945 que suspende los trabajos gratuitos, especialmente de los colonos). Una Sección Jurídica creada estableció en uno de sus incisos el regular las condiciones de trabajo de los campesinos en haciendas y establecimientos industriales así como asesorarlos en sus litigios por deslinde y usurpación de tierras (Art. 4. Del D. del 10 de Mayo de 1941. En BONIFAZ 1953). Rossana BARRAGÁN 164 Bibliografía ANTEZANA, Alejandro, Estructura Agraria en el Siglo XIX.. La Paz 1992 . ARZE, Silvia, Artesanos de barrios de indios en el siglo XVIII. El caso de San Sebastián de la ciudad de La Paz, La Paz 1994. ARZE, Silvia, BARRAGAN, Rossana, La Paz-Chuquiago: El escenario de la vida de la ciudad: No. 1. La Fundación y el centro urbano hasta 1781. 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LA COMUNIDAD ENTRE LA REALIDAD ECONÓMICA Y EL DISCURSO Una vision desde el Perú MAGDALENA CHOCANO MENA* Al considerar el panorama de los estudios de comunidades campesinas en los Andes de las últimas décadas resulta evidente que se ha pasado de un énfasis en la inserción económica (la economía campesina) a una preocupación por el significado de la comunidad en términos culturales y políticos, en la cual muchas veces la comunidad campesina o indígena aparece como un modelo de relaciones a retomar en un orden donde predominará la solidaridad y la integración frente al individualismo y anomia del orden capitalista.1 Por otra parte, también es patente que en el estudio de comunidades existe una tensión entre el saber “local” y la presión por crear categorías que conformen una teoría general significativa en el intercambio académico. Aquí, sin hacer un repaso exhaustivo de todos los estudios realizados sobre la comunidad en los Andes, queremos no obstante destacar las principales líneas de análisis que han guiado la investigación. A fines de la década de 1980, los principales debates y aportes se centraban en las formas en que el campesinado intervenía o no en la circulación mercantil.2 Esta preocupación se ligaba al * Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Peru. 1 Henri FAVRE, El indigenismo, México 1998, pp. 56, 136. 2 Un panorama de estos estudios puede hallarse en la compilación: Olivia HARRIS, Brooke LARSON y Enrique TANDETER (comp.), La Participación indígena en los mercados surandinos: estrategias y reproducción social: siglos XVI a XX, La Paz, Magdalena CHOCANO MENA 170 problema más general de la articulación entre las formas capitalistas de producción y las no capitalistas.3 La comunidad estaba presente en estos trabajos, aunque no era la unidad de análisis principal ni la única, ya que dependiendo del ámbito elegido por un determinado investigador, el análisis se centraba en el indio, el campesino parcelario o la región. Al prologar un volumen dedicado a la evolución de las comunidades campesinas en el siglo XVIII, el historiador peruano A. Flores Galindo observaba que los estudios se habían concentrado hasta entonces en las comunidades campesinas contemporáneas y, con menos énfasis, en el debate sobre sus orígenes, examinando en particular la relación entre la comunidad indígena colonial y el ayllu prehispánico.4 Igualmente H. Bonilla, al presentar una serie de acercamientos al tema en Bolivia, Perú y Ecuador, constataba que la situación de las comunidades durante el siglo XIX era un enigma histórico.5 Terminología y Conceptos La palabra “comunidad” es usada en estrecha referencia al campesinado de los Andes, hasta el punto que se ha generado tal identificación entre ambos términos que la existencia de campesinos sin comunidad parecería ser una anomalía. Generalmente se habla de comunidad indígena, pero en el caso del Perú existe una voluntad expresa de preferir la denominación comunidad campesina. Aunque este cambio de nombre puede verse como un simple eufemismo, no 1987. Parte de este volumen fue traducido al inglés en una nueva compilación que incluía algunos estudios fuera del área surandina: Brooke LARSON y Olivia HARRIS (eds.) (con la colaboración de Enrique TANDETER), Ethnicity, Markets and Migration in the Andes, at the Crossroads of History and Anthropology, Durham 1995. 3 Véase, por ejemplo, Rodrigo MONTOYA, Capitalismo y no capitalismo en el Perú: Un estudio histórico de su articulación en un eje regional, Lima 1980, dedicado al eje regional Lima-Lomas-Puquio-Andahuaylas. 4 Alberto S. FLORES-GALINDO , “Presentación”, en Comunidades campesinas, cambios y permanencias, A. FLORES-GALINDO(comp.), (1ª ed. 1987) 2ª ed. Centro de Estudios Sociales, Chiclayo 1988, p. 8. Sin embargo, el proceso de transformación de los ayllus prehispánicos en comunidades dista de haberse esclarecido (Marie-Danielle DEMELAS BOHY, “La desvinculación de las tierras comunales en Bolivia”, Cuadernos de historia latinoamericana, nº 7 (1999), pp. 129-155 (p. 131). 5 Heraclio BONILLA , “Presentación”, en: Los Andes en la encrucijada: indios, comunidades y estado en el siglo XIX, H. BONILLA (comp.), Quito 1991, p. 8. LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO 171 hay que descuidar que en ciertos casos corresponde a un proceso de modernización donde seguir manteniendo el término "indígena" no sería aceptable ni aun para los mismos implicados en dicha denominación. Justamente por ello llama la atención la escasez de estudios que específicamente examinen la comunidad “mestiza”.6 El término comunidad se emplea para caracterizar tal variedad de estructuras sociales que algunos investigadores concluyen que carece de contenido específico, pues omite la evolución histórica particular7. Los términos “ayllu”, “parcialidad” y “grupos étnicos” también aparecen estrechamente relacionados con el término comunidad, en especial cuando se trata de proporcionar el “bagaje histórico” de la vida contemporánea de una comunidad. Uno de los términos más relevantes en relación con la comunidad sigue siendo el de ayllu. F. Fuenzalida, basándose en fuentes lingüísticas quechuas, señalaba que ayllu podía significar genealogía, linaje, grupo de parentesco, nación, género, especie o clase: “El ayllu de un hombre es su familia extensa, pero también su linaje, y probablemente su parentesco bilateral, los miembros de su comunidad, la gente de su provincia, etc.” Señalaba