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Euclides Eslava La Pasión de Jesús Publicaciones Universidad de La Sabana Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 2 EDICIÓN Dirección de Publicaciones Campus del Puente del Común Km 7 Autopista Norte de Bogotá Chía, Cundinamarca, Colombia Tels.: 861 55555 – 861 6666, ext. 45101 www.unisabana.edu.co https://publicaciones.unisabana.edu.co publicaciones@unisabana.edu.co CORRECCIÓN DE ESTILO María José Díaz Granados Con licencia eclesiástica de monseñor Héctor Cubillos Peña, obispo de la Diócesis de Zipaquirá, 3 de septiembre de 2020. http://www.unisabana.edu.co/ https://publicaciones.unisabana.edu.co/ Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 3 ÍNDICE con enlaces Autor Contenido Prólogo 1. Camino de Jerusalén 1.1. Primer anuncio de la muerte y resurrección 1.2. El celibato por el reino de los cielos 1.3. La unción en Betania 2. Domingo de Ramos 2.1. Jesús, manso y humilde de corazón 2.2. El grano de trigo 3. Discusiones con los fariseos 3.1. Parábola de los dos hijos 3.2. Parábola de los viñadores homicidas 3.3. Parábola de los invitados a la boda Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 4 3.4. El tributo al césar 3.5. El mandamiento principal 3.6. La ofrenda de la viuda 3.7. La resurrección de los muertos 4. El Triduo Pascual 4.1. El Jueves Santo 4.2. Viernes Santo 4.3. Sábado Santo: María, nuestra madre Bibliografía Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 5 Autor Euclides Eslava es sacerdote, médico y doctor en Filosofía. Jefe del Departamento de Teología, director del Centro de Estudios para el Desarrollo Humano Integral (Cedhin) de la Universidad de La Sabana, y miembro del grupo de investigación Racionalidad y Cultura de la misma institución; compilador del libro Perdón, compasión y esperanza (2020); autor de los libros Milagros: los signos del Mesías (2019), El Hijo de María (2018), Como los primeros Doce (2017), El secreto de las parábolas (2016), La filosofía de Ratzinger (2014) y El escándalo cristiano (2da. ed., 2009), entre otras obras. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 6 Prólogo El hombre solamente es importante si es verdad que un Dios ha muerto por él. Nicolás Gómez Dávila (1992, p. 71) En el relato autobiográfico de Sohrab Amhari, un iraní ateo y marxista con educación islámica, cuenta que se encontró un día leyendo por casualidad el evangelio de Mateo. El autor refiere que los primeros 25 capítulos no supusieron nada especial para él, que no lo impresionaron demasiado. Sin embargo, “todo cambió cuando llegué al capítulo 26, la narración de la Pasión. Recuerdo que me incorporé y leí con atención, cuando antes había estado hojeando lánguidamente. Contra todas mis inclinaciones y todos mis instintos, la narración del evangelista me fascinó” (2019, p. 62). Las palabras que le generaron tanto interés fueron: “Cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus discípulos: ‘Sabéis que dentro de dos días se celebra la Pascua y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado’” (Mt 26,1-2). Le impresionó que en dos versículos quedara cristalizada la doble tragedia de la pasión: de una parte, que se condenara y ejecutara a un inocente; y, por otro lado, que ese hombre se entregara Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 7 voluntariamente a la humillación aunque era omnipotente. La conclusión de aquel futuro católico fue que, si bien el cristianismo “no dejaba de ser tan falso como cualquier religión, no era fácil desecharlo; algo había en el mito del sacrificio de Cristo que trascendía la historia y la lucha de clases” (Amhari, 2019, p. 63). Comenzamos nuestro itinerario por el pasaje más crucial de la vida de Jesús con un testimonio contemporáneo, que nos ayuda a valorar la trascendencia de los eventos que consideraremos en estas páginas. Y es que el misterio de la pasión del Señor ha removido muchas conciencias a lo largo de la historia. La fuerza del sacrificio del cordero pascual sigue confrontando a las personas que, al considerar esas escenas, caen en la cuenta de que no son simples relatos del pasado sino que conservan su actualidad: que somos protagonistas de esos hechos, tanto porque formamos parte de la multitud culpable como porque somos beneficiarios de aquel holocausto. Estas páginas aspiran a ser un retiro espiritual, un rato de conversación con Dios sobre los momentos definitivos de Jesucristo y de la humanidad entera y, por tanto, de nuestra vida personal. De esa manera, se espera hacer vida el anuncio que el papa Francisco hizo a los jóvenes: Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, sigue salvándonos y rescatándonos hoy con ese mismo poder de su entrega total. Mira su Cruz, aférrate a Él, Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 8 déjate salvar, porque “quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” (2013b, n. 1). Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que “Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (2013b, n. 3). (2019, n. 119) La Madre de Jesús es una de las pocas personas fieles al Señor en el Calvario. A ella le pedimos que la meditación de este libro nos ayude a una nueva conversión, a recomenzar cada día nuestra lucha para unirnos al sacrificio redentor de acuerdo con su enseñanza: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8,34). Bogotá, 6-10-2020 Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 9 1. Camino de Jerusalén Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 10 1.1. Primer anuncio de la muerte y resurrección En el capítulo 16 del evangelio de san Mateo, y en el octavo de san Marcos, se presenta una peculiar encuesta que hizo Jesús sobre quién decía la gente que era él, y qué habían comprendido los Apóstoles sobre su persona y su misión. Pedro respondió con audacia que Jesús era el Mesías, ante lo cual el Maestro los conminó a guardar esa verdad como un secreto. Podemos intuir el sentido último de ese diálogo con el anuncio que el Señor hizo a continuación: “comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21). La clave del mesianismo del Señor pasa por la cruz, de acuerdo con lo que habían predicho los profetas, como se ve en los cánticos del siervo del Señor que presenta Isaías (50,5-9): “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos”. Pedro, representante de nuestra falta de fe, lo reprendió por decir tales cosas justo cuando acababa de confirmarles el esplendor de su mesianismo: “Se lo llevóaparte y se puso a increparlo” (Mc 8, 32). Jesús, a su vez, le hizo ver que razonaba con lógica humana ante el modo de obrar de Dios. Quizás el primer papa entendía el papel de Jesús en clave política, como casi todos sus contemporáneos. Jesús no dudó en corregirlo de modo llamativo: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 11 La reconvención —vade retro— puede considerarse enigmática: se solía traducir como “apártate de mí”, y ahora se ha mejorado con la versión “ponte detrás de mí”, que el papa Benedicto XVI (2006) glosa: No me señales tú el camino; yo tomo mi sendero y tú debes ponerte detrás de mí. Pedro aprende así lo que significa en realidad seguir a Jesús. Nosotros, como Pedro, debemos convertirnos siempre de nuevo. Debemos seguir a Jesús y no ponernos por delante. Es él quien nos muestra la vía. Así, Pedro nos dice: tú piensas que tienes la receta y que debes transformar el cristianismo, pero es el Señor quien conoce el camino. Es el Señor quien me dice a mí, quien te dice a ti: sígueme. Y debemos tener la valentía y la humildad de seguir a Jesús, porque él es el camino, la verdad y la vida. La increpación de Jesús a Pedro se completa y explica con la siguiente invitación: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Es como una nueva vocación. Muchas personas han sentido el llamado divino al escuchar estas palabras: “Es la ley exigente del seguimiento: hay que saber renunciar, si es necesario, al mundo entero para salvar los verdaderos valores, para salvar el alma, para salvar la presencia de Dios en el mundo” (Benedicto XVI, 2006). No hay mejor negocio: “el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”, gozará la verdadera alegría ya en esta tierra y después, mucho más, en el cielo. Pero el Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 12 precio es perder la vida. Como dice el Catecismo: la perfección cristiana “pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas” (Iglesia Católica, 1993, n. 2015). Juan del Encina lo enseñaba de manera poética: “Corazón que no quiera sufrir dolores, pase la vida entera libre de amores”. El Santo Cura de Ars (san Juan María Vianney, 2015) predicaba que, … desde que el hombre pecó, sus sentidos todos se rebelaron contra la razón; por consiguiente, si queremos que la carne esté sometida al espíritu y a la razón, es necesario mortificarla; si queremos que el cuerpo no haga la guerra al alma, es preciso castigarle a él y a todos los sentidos; si queremos ir a Dios, es necesario mortificar el alma con todas sus potencias. (p. 66) Sacrificarse voluntariamente por amor a Jesús no es otra cosa que seguir sus huellas: él nació y vivió pobre, ayunó cuarenta días con sus noches, no tenía dónde reclinar la cabeza, pasó hambre y sed, sufrió persecución, padeció en la cárcel y en juicios inicuos, fue sometido al Vía Crucis y, finalmente, murió en la cruz. Tú y yo, ¿qué hemos hecho para seguirlo de cerca?, ¿nos damos cuenta de la importancia de negarnos a nosotros mismos, de tomar nuestra cruz —siempre pequeña, comparada con la suya— y de seguirle? Probablemente a nosotros no nos toque repetir los padecimientos y los ayunos de Jesús, pero vale la pena mirar en la oración qué cosas pequeñas (o no tan Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 13 pequeñas) podemos ofrecerle a Dios. La única manera de seguir a Jesucristo es negándonos a nosotros mismos, a nuestros egoísmos, a nuestra sensualidad, rechazando las tentaciones que pretenden apartarnos del camino. Pero el seguimiento de Jesús no es solo un sendero de negaciones. Ese “ponerse detrás” del Maestro que Jesús recomienda supone, sobre todo, tomar positivamente la cruz, buscarla en las circunstancias ordinarias. Por eso es tan importante que, en nuestra lucha interior, tengamos una lista de mortificaciones, de pequeños sacrificios que son como la oración del cuerpo, con los que vamos condimentando la jornada: desde el primer momento, podemos ofrecer el “minuto heroico”, la levantada en punto, que tanto nos ayuda a vivir con talante de lucha. Cada uno puede hablar con el Señor, comprometerse con él en otros pequeños ofrecimientos a lo largo del día: bañarse con agua fría; dejar ordenados el cuarto y el baño antes de salir; comer con templanza, en cuanto a la cantidad y a la calidad; llegar puntualmente al trabajo, trabajar con intensidad, aprovechar el tiempo, hacer sus labores con orden, servir a los demás, estudiar con constancia, evitar las distracciones en el uso de internet y de las redes sociales, vivir la caridad en el trabajo y en la calle (conducir como lo haría Jesucristo, ceder el paso, respetar las normas del tránsito). Y también al llegar a casa: sonreír —a pesar del cansancio de la jornada laboral—, cuidar el orden en la ropa, en el cuarto, en el baño, en el estudio; ceder el televisor o el computador a quien lo necesita, no hacer un comentario gracioso pero molesto, perdonar, pedir perdón, Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 14 adelantarse a las necesidades ajenas, ofrecerse a hacer un oficio menos grato, moderar el carácter, etc. Pueden servir para nuestra oración unas palabras de Benedicto XVI, en la Encíclica Spe salvi (2007b), sobre la mortificación como una manera de tomar la cruz del Señor, cada día: la idea de poder “ofrecer” las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, eran parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada […]. Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com- padecer de Cristo, que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. (n. 40) La consideración de este pasaje nos debe confirmar en nuestra decisión de seguir a Jesucristo en su camino a la cruz. De identificarnos con él, como sugiere san Pablo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de s, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo” (Ga 6,14). Tomás de Aquino presenta la cruz como la mejor escuela para aprender la ciencia de la identificación con Jesucristo en virtudes como la caridad, la paciencia, la humildad o la obediencia: La pasión de Cristo tiene el don de uniformar toda nuestra vida. El que quiera vivir con rectitud, no puede rechazar lo que Cristo no despreció, y ha de desear lo que Cristo deseó. En la cruz no falta el ejemplo de ninguna virtud. Si buscas la caridad, ahí tienes al Crucificado. Si la paciencia, la encuentras en grado eminente en la cruz. Si la Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 15 humildad, vuelve a mirar a la cruz. Si la obediencia, sigue al que se ha hecho obediente al Padre hasta la muerte de cruz. (Collationes de Credo in Deum, citado por Belda, 2006, p. 130) “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. El sentido del sufrimiento, del dolor, del tomar la cruz cotidiana consiste en ir detrás de Cristo, en acompañarlo en su tarea salvadora, en ser corredentores con él; no es una prácticamasoquista. Tampoco es cuestión de cumplir unos propósitos, sino de destinar la vida, de gastarla al servicio del Señor y de las almas. “Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Sin embargo, no hemos de olvidar el planteamiento inicial del pasaje que estamos contemplando: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, […] y resucitar a los tres días”. ¡Hay esperanza! Se trata de un plan divino para salvarnos. La última palabra no es de dolor y de muerte, sino de alegría y de vida, como enseñaba san Josemaría, basado en su propia experiencia de padecimientos por Cristo: Solo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en el centro de su alma la cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios, estando realmente desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, es decir, cuando vive verdaderamente de fe, es entonces y sólo entonces cuando recibe con plenitud el gran fuego, la Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 16 gran luz, la gran consolación del Espíritu Santo. Es entonces también cuando vienen al alma esa paz y esa libertad que Cristo nos ha ganado, que se nos comunican con la gracia del Espíritu Santo. (San Josemaría, 2010, n. 137) Por ese camino de identificación con Jesucristo, de seguirlo hasta el Calvario, este santo descubrió que “la alegría tiene sus raíces en forma de cruz” (San Josemaría, 2010, n. 43; cf. 2009b, n. 28). Porque esa es la única vía para realizar su llamado a corredimir con él. Lo consideramos en el cuarto misterio doloroso del santo Rosario: “No te resignes con la cruz. Resignación es palabra poco generosa. Quiere la cruz. Cuando de verdad la quieras, tu cruz será... una cruz, sin cruz. Y de seguro, como él, encontrarás a María en el camino”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 17 1.2. El celibato por el reino de los cielos Después del segundo anuncio de la pasión, san Mateo relata que los fariseos se acercaron con insidia a Jesús preguntándole, “para tentarle” (19, 1-12): Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?”. Él les respondió: “¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. El Señor expone la dignidad del matrimonio, inscrito en el plan original de la creación. También muestra las exigencias de santidad que ese sacramento conlleva, ante lo cual sus propios discípulos reaccionan diciendo: “Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse”. La respuesta del Señor es una clase magistral sobre el celibato: “No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 18 quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda”. El contexto es claramente polémico: el primer requisito para entender esta doctrina es querer. Si uno se acerca con predisposiciones negativas, nacidas quizá de la propia incapacidad para vivirlo, no lo entenderá nunca. La respuesta de Jesús habla de tres clases de eunucos o de célibes: congénitos, castrados para servir en las cortes, y los voluntarios que se dedican libremente a las exigencias del reino. Este último grupo se relaciona con las propuestas radicales que el Señor había hecho once capítulos atrás, en el mismo Evangelio de Mateo (8,22): “Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos”. También resuenan aquí las enseñanzas de san Pablo sobre la superioridad de la virginidad cristiana (1Co 7,25ss): “Quien desposa a su virgen obra bien; y quien no la desposa obra mejor”. Gnilka (1995) cuenta que, por el uso de la palabra “eunuco”, se trataba de un insulto a Jesús: los enemigos le decían de esa forma (así como le llamaban “comedor y bebedor”), escandalizados por su celibato voluntario, que suscitaba extrañeza en el judaísmo contemporáneo. No se trata de un ideal ascético, ni tampoco de un escalafón para alcanzar el reinado de Dios, sino de una opción para dedicarse con todas las fuerzas a trabajar para el reino, por amor. El celibato “por el reino de los cielos” forma parte del anuncio cristiano a través de los tiempos y no pierde su vigencia en las circunstancias actuales, pero requiere una perspectiva teológica para comprenderlo, no se puede afrontar solo desde encuestas sociológicas. La esencia del Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 19 celibato consiste, en palabras de Echevarría (2003), en que manifiesta la completa y libre oblación que el candidato hace de su propia vida, para Cristo y para la Iglesia, siguiendo el ejemplo —y la llamada y la gracia— de Jesucristo. San Josemaría hablaba en una ocasión a la luz de su propia experiencia: El sacerdote, si tiene verdadero espíritu sacerdotal, si es hombre de vida interior, nunca se podrá sentir solo. ¡Nadie como él podrá tener un corazón tan enamorado! Es el hombre del Amor, el representante entre los hombres del Amor hecho hombre. Vive por Jesucristo, para Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo. Es una realidad divina que me conmueve hasta las entrañas, cuando todos los días, alzando y teniendo en las manos el cáliz y la sagrada hostia, repito despacio, saboreándolas, estas palabras del Canon: Per Ipsum, et cum Ipso et in Ipso... Por él, con él, en él, para él y para las almas vivo yo. De su Amor y para su Amor vivo yo, a pesar de mis miserias personales. Y a pesar de esas miserias, quizá por ellas, es mi Amor un amor que cada día se renueva. (Apuntes tomados en una reunión familiar, 10- 4-1969, citado por Echevarría, 2003) Me parece que de esas palabras pueden sacarse muchas consecuencias, pero sobre todo propósitos, teniendo en cuenta que todos los cristianos somos sacerdotes —por el bautismo y la confirmación—, si bien de modo distinto al sacerdocio ministerial. Una idea, quizá la principal, es la de no sentirse solo. El cristiano que tiene vida interior no se siente nunca solo y, por eso, no busca compensaciones. Quien hace oración, habla con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo, Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 20 acude a la intercesión de la Virgen, de los ángeles y de los santos; visita con frecuencia a Jesús en el sagrario, tendrá siempre un corazón enamorado, “nadie como él” podrá sentirse tan acompañado. En ese contexto es posible decir que el sacerdote —y todo cristiano enamorado de Dios— “es el hombre del Amor, el representante entre los hombres del Amor hecho hombre. Vive por Jesucristo, para Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo”. Pensar en esas preposiciones admite mucho examen de conciencia: tú y yo, ¿vivimos “por, para, con y en” Jesucristo? Inmediatamente pensamos en el final de la plegaria eucarística, ese momento en que le presentamos al Padre el Cuerpo y la Sangre de Cristo, recién consagrados, ofrecidos en alto por las manos del sacerdote, que dice: “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria…” ¿Cuántas veces nos hemos conmovido al responder “Amén”, después de esta doxología? San Josemaría dice que se conmueve hastalas entrañas “cuando todos los días, alzando y teniendo en las manos el cáliz y la sagrada hostia, repito despacio, saboreándolas, estas palabras del Canon: […] Por él, con él, en él, para él y para las almas vivo yo” (Apuntes tomados en una reunión familiar, 10-4-1969, citado por Echevarría, 2003). Una objeción que puede surgir ante palabras tan encendidas, que nos permiten adentrarnos en el corazón de un santo es, precisamente, que nosotros somos pecadores. Podemos ver el ejemplo de los bienaventurados como un ideal inaccesible, para “genios de la santidad”, como decía el Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 21 entonces cardenal Ratzinger. Y para eso nos ayudan las últimas palabras de esta cita: “De su Amor y para su Amor vivo yo, a pesar de mis miserias personales. Y a pesar de esas miserias, quizá por ellas, es mi Amor un amor que cada día se renueva” (Apuntes tomados en una reunión familiar, 10-4-1969, citado por Echevarría, 2003), que muestran una lucha que ha durado toda la vida, hasta la muerte. Contaba que, siendo muy joven, un profesor le había enseñado la necesidad del celibato para los curas: “porque no concuerda el salterio con la cítara”. De esa manera le aclaraba que no hay lugar —ni tiempo— para un cariño humano. Y viene al caso una anécdota que trae el libro de las hermanas Toranzo acerca de “Una familia del Somontano”: refieren que, mientras Josemaría era estudiante en el Seminario de Zaragoza, durante algún periodo, unas mujeres que no conocía en absoluto, con cierta frecuencia, intentaron provocarlo, pero él ni las miraba siquiera y soportó esta persecución diabólica —que no podía evitar—, poniéndose en manos de la Virgen. Cuando su papá le sugirió “que era mejor ser un buen padre de familia que un mal sacerdote”, la respuesta del seminarista fue que “en el mismo momento en que se había dado cuenta de la persecución de aquellas mujeres desconocidas, a las cuales, por su parte, no había ofrecido ni la más mínima consideración, se había apresurado a informar al Rector del Seminario”. Pidió al padre que estuviera tranquilo, porque aquello “no había venido a enturbiar su decisión de hacerse sacerdote, con todas las consecuencias requeridas” (2004, p. 119). Cuántas anécdotas parecidas tendremos que contar nosotros si queremos de verdad que, a pesar de nuestras miserias — Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 22 quizá por ellas—, sea nuestro Amor “un amor que cada día se renueva”. Acudimos a la Virgen Santísima para que cada vez sean muchas las personas que se decidan a vivir el celibato por el reino de los cielos. Y que todos los cristianos vivamos “por Cristo, con Cristo, en Cristo, para Cristo y para las almas”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 23 1.3. La unción en Betania El Sábado de Pasión, la víspera del domingo de Ramos, conmemoramos el día cuando el Señor fue a comer a Betania, la pequeña aldea cercana a Jerusalén, a donde tanto le gustaba llegar. Allí, con la compañía de esos queridísimos amigos Lázaro, María y Marta, Jesús descansaba y reponía fuerzas (cf. Jn 12,1-11). Habían invitado al Maestro para celebrar la resurrección del hermano mayor, pero no había sido fácil concretar el día, debido a la persecución que habían desencadenado sus enemigos. “Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa”. María, detallista como siempre, había empleado una buena cantidad de sus ahorros para comprar un perfume importado del Oriente. En los momentos iniciales, cuando el protocolo sugería ofrecer al invitado agua para que se limpiara los pies —como sabemos por el banquete en casa de Simón el fariseo (cf. Lc 7,36-50)—, “María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera”. Este gesto nos habla, además de la natural manifestación de gratitud por la resurrección de Lázaro, de un amor generoso y pródigo al Señor, del trato delicado y fino con quien nos ha mostrado caridad hasta el extremo. Y nos invita a preguntarnos cómo le demostramos a Jesús que Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 24 lo queremos, a él directamente y en sus hermanos más pequeños. Estas dos manifestaciones pueden ser el tema de nuestra meditación de hoy. Al comienzo de la Semana Santa, podemos examinar cuántas veces te hemos agradecido, Señor, durante el tiempo de la cuaresma, por habernos redimido; qué esfuerzo hemos hecho para tener muestras de delicadeza y afecto contigo. Por ejemplo, cómo cuidamos la preparación remota y próxima de la santa misa, cómo la celebramos o participamos, con cuánto amor vivimos cada parte de la eucaristía, desde el primer momento. Regresemos a la escena: “María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume”. Ese aroma nos llega a través del tiempo hasta el hoy de nuestra oración. Es la esencia del amor, de la generosidad, del cariño por el Maestro. Ese “buen olor, incienso de Cristo”, del que habla san Pablo, pregunta por nuestra labor apostólica, que es el contexto en el que el Apóstol de las gentes lo menciona: “Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo y difunde por medio de nosotros en todas partes la fragancia de su conocimiento” (2Co 2,15). Pidamos al Señor que, como fruto de nuestro amor por él —queremos que nuestro cariño sea como el de los hermanos de Betania—, tengamos ese sano afán de difundir en nuestro ambiente la vida y la doctrina de Jesús. Que, con nuestras palabras y con nuestras obras, con el esfuerzo por adquirir las virtudes, seamos de verdad ese buen olor que Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 25 salva. De esa manera se cumplirán en nuestra vida las palabras del Apóstol: “Porque somos incienso de Cristo ofrecido a Dios, entre los que se salvan y los que se pierden; para unos, olor de muerte que mata; para los otros, olor de vida, para vida” (2Co 2,15-16). Esta dicotomía la vemos reflejada en la escena de Betania. En medio del buen ambiente que se respiraba, había una persona para la cual la fragancia de nardo era olor de muerte: “Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?’”. San Juan añade que esa repentina preocupación social se debía en realidad a la codicia: “Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando”. San Juan Pablo II comenta que, “como la mujer de la unción en Betania, la Iglesia no ha tenido miedo de ‘derrochar’, dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la eucaristía” (2003b, n. 48). En el mismo sentido había escrito antes san Josemaría: “Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el deber de ser espléndidos en el culto de Dios. —Todo el lujo, la majestad y la belleza me parecen poco” (2008, n. 527). Un ejemplo de ese cuidado nos lo brinda un pasaje de la biografía de san Manuel González, cuando dejó reservado por primera vez el Santísimo Sacramento en un convento: “Después de haber cerrado el sagrario, ya lleno Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 26 con la presenciareal del Maestro divino de Nazaret, se despedía el Fundador de sus hijas, recordando la frase del beato Ávila, les repetía: ‘¡Que me lo tratéis bien, que es Hijo de buena Madre!’” (cf. Rodríguez, 2004, n. 531). Podemos repetir la oración de san Josemaría al recordar ese suceso: ‘¡Tratádmelo bien, tratádmelo bien’ […] —¡Señor!: ¡Quién me diera voces y autoridad para clamar de este modo al oído y al corazón de muchos cristianos, de muchos!” (2008, n. 531). Aprendamos del ejemplo de María de Betania y de tantos santos enamorados de Jesucristo, prisionero de amor en la eucaristía. Que lo acojamos con el nardo de nuestras penitencias, de nuestra piedad renovada, del cariño fraterno, del afán apostólico incesante. Volviendo a la escena de la unción en Betania, podemos preguntarnos: ¿cómo reaccionó Jesús ante la incómoda situación en que lo puso el comentario de Judas Iscariote? San Juan Pablo II continúa su exégesis: la valoración de Jesús es muy diferente. Sin quitar nada al deber de la caridad hacia los necesitados, a los que se han de dedicar siempre los discípulos —“pobres tendréis siempre con vosotros”—, él se fija en el acontecimiento inminente de su muerte y sepultura, y aprecia la unción que se le hace como anticipación del honor que su cuerpo merece también después de la muerte, por estar indisolublemente unido al misterio de su persona. (2003b, n. 47) Jesús dijo: “Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”. Por ese motivo este pasaje se lee el Lunes Santo, como preparación inmediata para la celebración del Triduo Pascual. El Señor Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 27 anuncia veladamente que muy poco tiempo después estará sepultado. Y lo hace con una paz y una serenidad que muestran que en él se cumple la profecía del Siervo de Isaías, que se lee como primera lectura de la misa durante las jornadas iniciales de la Semana Santa (caps. 40-55): “No gritará, no clamará, no voceará por las calles. Yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos”. Jesucristo ofreció su vida generosamente por nosotros, asumió la voluntad del Padre de entregarse a la muerte por nuestra salvación. Debemos pensar, como el Apóstol san Pablo, que también podemos manifestar nuestro amor a Dios imitándolo en esa abnegación por nuestros hermanos, que nos permita decir, como el Apóstol: “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia”. La mejor manera de tomar la cruz de Cristo, camino del Calvario, es sufrir por los demás —sin dramatismos—, ser sus cirineos. Pidamos al Señor que nos ayude a descubrir su rostro en esos hermanos que salen a nuestro encuentro desde sus “periferias existenciales”, como dice el papa Francisco: con la enfermedad, la pobreza, las necesidades de afecto, de comprensión, de compañía. Podemos hacernos las preguntas que él mismo sugería: Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 28 ¿Se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (2015a) Cuando hablamos del amor a Dios y a los hombres, del que María de Betania es ejemplar, pensamos también en la Madre de Jesús, que al mismo tiempo es nuestra Madre. A ella, que “se entregó completamente al Señor y estuvo siempre pendiente de los hombres; hoy le pedimos que interceda por nosotros, para que, en nuestras vidas, el amor a Dios y el amor al prójimo se unan en una sola cosa, como las dos caras de una misma moneda” (Echevarría, 2004). Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 29 2. Domingo de Ramos Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 30 2.1. Jesús, manso y humilde de corazón El domingo de Ramos se considera en la liturgia la figura de un rey especial anunciado por el profeta Zacarías (9,9-10): “¡Salta de gozo, Sión; alégrate, ¡Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna”. Estas palabras no dejan de ser misteriosas, por paradójicas: anuncian a un rey, pero montado en un borrico, no en un brioso corcel: un rey pobre, un rey que no gobierna con poder político y militar. Su naturaleza más íntima es la humildad, la mansedumbre ante Dios y ante los hombres. Esa esencia, que lo contrapone a los grandes reyes del mundo, se manifiesta en el hecho de que llega montado en un asno, la cabalgadura de los pobres. (Benedicto XVI, 2011, p. 14) Si las primeras semanas del tiempo de cuaresma ponen el acento en el esfuerzo ascético del cristiano para convertirse, la última semana, en cambio, insiste en la contemplación del ejemplo de Jesús al final de su caminar terreno, según el Evangelio de san Juan. Se pretende responder a la pregunta por la naturaleza de Jesús (Aldazábal, 2003, pp. 93 ss.). En este pasaje se nos ofrece una respuesta: “Su naturaleza más íntima es la humildad, la mansedumbre ante Dios y ante los hombres”. Se ve que Jesucristo es “un rey de la sencillez, un rey de los pobres. Su Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 31 poder reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios” (Benedicto XVI, 2011, p. 14). Humildad, mansedumbre, sencillez, pobreza. Estas son las notas prioritarias del rey que anunciaba Zacarías. Ese es el camino de Dios, desde el nacimiento en la humildad del pesebre hasta la muerte en el madero de la cruz, mientras que la piel del diablo es la soberbia (San Josemaría, 2009b, n. 726). Por tanto, es apenas lógico que la liturgia relacione la profecía sobre el rey humilde con el autorretrato de Jesús que transmite el Evangelio de Mateo (11,25-30): “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. No es lo mismo tu yugo suave y tu carga ligera que nuestros cansancios y agobios. Nuestro descanso es llevar tu yugo del modo en que tú lo portas: con mansedumbre y humildad. De esa manera es como tu carga alcanza la suavidad. San Josemaría tiene dos textos en los que habla de este yugo, que pueden servirnos para nuestra oración: “el yugo es la libertad, el yugo es el amor, el yugo es la unidad, el yugo es la vida, que él nos ganó en la cruz” (1992, n. 31). Y en el Viacrucis (n. 2, 4) añade otra característica: “mi yugo es la eficacia”. Se trata del compromiso con Dios que, aunque vincula, también libera. Es la enseñanza cristiana sobre la auténtica libertad, que no es ausencia de compromisos, sino capacidad de darse: el que más se entrega es más libre (por lo cual Jesús fue el hombre más libre de todos, atado con clavos a un madero, porque lo hizo con la libertad que da el Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 32 amor). Y por ese motivo quien toma el yugo de Cristo es más libre que, por ejemplo, el hijo pródigo, que terminó esclavo de sus vicios. En la homilía se añade: “el yugo es la vida, que él nos ganó en la cruz”. Setrata de un peso que es fruto del amor. Puestos a sufrir —como había dicho Job (7,1): “la vida del hombre sobre la tierra es una milicia”—, mejor hacerlo por caridad que por egoísmo, mejor buscar la alegría de Dios que nuestro pequeño capricho. Podemos pensar en la manera como la Virgen acogió la llamada del Señor: con un “hágase” generoso, sin condiciones. Refiriéndose a esa respuesta, san Josemaría veía en ella “el fruto de la mejor libertad: la de decidirse por Dios” (1992, n. 25). El descanso para nuestras almas está en llevar libremente tu yugo, Señor; en decidirnos por Ti, y aprender así de tu mansedumbre y de tu humildad. Aprender a ser libres como lo fuiste tú, entregándonos sin condiciones a la voluntad del Padre, a cumplir la vocación, la misión que nos has asignado. La persona que se compromete libremente, que se entrega cada día por amor, sabe que, cuando llega el dolor, “se trata de una impresión pasajera y pronto descubre que el peso es ligero y la carga suave, porque lo lleva él sobre sus hombros, como se abrazó al madero cuando estaba en juego nuestra felicidad eterna” (San Josemaría, 1992, n. 28). Por eso el yugo de Cristo es vida, la vida que el mismo Señor nos ganó en la cruz: porque el yugo es el madero que él abrazó, porque él es nuestro cirineo. De ese modo, Jesús toma sobre sus hombros nuestras contradicciones y aligera nuestra carga. El Señor nos propone un intercambio: darle Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 33 lo que nos pesa y tomar nosotros su carga. Saldremos ganando, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Nos mueve a abandonar en él nuestra soberbia, que tantas fatigas nos procura, y a revestirnos su humildad, que permite considerar las cuestiones en su verdadera dimensión, sin exagerar las dificultades. A mudar nuestra ira y nuestra arrogancia, por su mansedumbre. Siempre un cambio a nuestro favor: cargamos sobre él la opresión que nuestros vicios y pecados merecen, y conseguimos las virtudes y la paz que él nos trae. Nos llama a canjear el desordenado amor propio, por ese amor de Dios que se entrega a todos. (Echevarría, 2005, p. 190) San Agustín había esclarecido que el principal yugo que el Señor había venido a quitarnos de encima era el peso de los propios pecados, ¿Puede haber una carga más insufrible?: “Dice Jesús a los hombres que llevan cargas tan pesadas y detestables y que sudan en vano bajo ellas: ‘Venid a mí… y yo os aliviaré’. ¿Cómo alivia a los cargados con pecados, sino perdonándoselos?” (Sermón 164, 4). Dios cambia el misterio de la iniquidad de nuestros primeros padres y de nosotros mismos por el misterio de su caridad infinita, que es el camino de la liberación, de la redención, de la justificación. Por esa razón, la propuesta del Señor para liberarnos del yugo del pecado es que acudamos a su misericordia, que acojamos su voluntad y que imitemos su ejemplo: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 34 ¡Cuántas manifestaciones de humildad podríamos comentar! Por ejemplo: recordar que el apostolado es de Dios, no nuestro. Que lo que atrae y conquista a las almas es la gracia de Dios, la fuerza del Evangelio, y no nuestras pobres palabras humanas —aunque tenemos que prever muy bien lo que vayamos a decir—. Por eso, la mejor preparación del apostolado, de la predicación, de la caridad, es “gastar” tiempo delante del sagrario, “perder” esos minutos en adoración, desagravio, pidiendo perdón, y en intercesión por tantas almas y tantos asuntos: encomendarlos a Dios para que sea él quien haga su obra, antes, más y mejor. Como hemos visto antes, “mi yugo es la eficacia”. Humildad es esforzarse por hacer muy bien la oración, lo que san Agustín resumía diciendo que primero está la oración y después la peroración (cf. De Doctrina Christiana, n. 32). San Josemaría lo afirmaba con palabras parecidas: “antes de hablar a las almas de Dios, hablad mucho a Dios de las almas” (citado por Echevarría, 2016). Podemos concluir con un elenco de siete virtudes que manifiestan la humildad interior. Si nos faltan esas características de la vida cristiana, es que quizá hay una “soberbia oculta” en el fondo de nuestra alma: — “La oración” es la humildad del hombre que reconoce su profunda miseria y la grandeza de Dios, a quien se dirige y adora, de manera que todo lo espera de él y nada de sí mismo. — “La fe” es la humildad de la razón, que renuncia a su propio criterio y se postra ante los juicios y la autoridad de la Iglesia. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 35 — “La obediencia” es la humildad de la voluntad, que se sujeta al querer ajeno, por Dios. — “La castidad” es la humildad de la carne, que se somete al espíritu. — “La mortificación” exterior es la humildad de los sentidos. — “La penitencia” es la humildad de todas las pasiones, inmoladas al Señor. — La humildad es la verdad en el camino de la lucha ascética (2009a, n. 259) Acudamos a la Virgen Santísima, quien decía que el Señor la había llamado porque se había fijado “en la humildad de su esclava”, y pidámosle que nos alcance la audacia necesaria para decidirnos a llevar sobre nosotros el yugo de su Hijo y a aprender de él, que es manso y humilde de corazón. De esa manera, Madre nuestra, encontraremos el verdadero descanso para nuestras almas: “porque su yugo es llevadero y su carga ligera”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 36 2.2. El grano de trigo El Evangelio de san Juan presenta las últimas jornadas de Jesús con una consideración teológica, más que como un simple recuento de esos eventos. En el capítulo 12 (20-36) muestra que el Señor subió a Jerusalén para celebrar la que sería su última Pascua en la tierra. Acababa de pasar la entrada triunfal en la ciudad santa y, entre los peregrinos, “había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: ‘Señor, queremos ver a Jesús’. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús”. Parece un relato prescindible y, sin embargo, tiene un significado importante: la misión universal de Jesús. Justo cuando las autoridades del pueblo elegido lo rechazarán como su Mesías, unos extranjeros se interesan por él. Además, esta primera escena nos muestra el “hecho religioso”, que todas las culturas buscan a Dios: “queremos ver a Jesús”. Y también nos enseña la importancia del testimonio cristiano: aquellos griegos se acercaron a Felipe porque sabían que era un seguidor de Cristo. Y él actuó con prontitud, consciente del valor de cada alma. Se unió a otro Apóstol y, con él, intercedió ante el Maestro por esos hombres. Jesús reaccionó con alegría y les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. Pero ¿en qué consiste esa exaltación? Uno se imagina un ensalzamiento, una festividad. Sin embargo, el Señor Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 37 continúa con una pequeña parábola, que explica lo que sucederá en los siguientes días de la primera Semana Santa: “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Todos eran conscientes de la dinámica agraria, de la muerte de la semilla, y captaban el significado de la enseñanza. Sin embargo, para que no quedaran dudas, Jesús aclaró: “El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna”. Muchaspersonas, leyendo estas palabras del Evangelio, han visto claramente la vocación a la que el Señor las llamaba: dar la propia vida, aborrecer los reclamos del mundo y decidirse a servir a Jesús y, de ese modo, ganar la vida eterna. En otras ocasiones, personas ya entregadas a Dios se han reafirmado en los propósitos de entrega, como queremos hacer nosotros ahora. Pensemos, por ejemplo, en la experiencia espiritual de san Josemaría: Le decía yo al Señor, hace unos días, en la santa misa: “Dime algo, Jesús, dime algo”. Y, como respuesta, vi con claridad un sueño que había tenido la noche anterior, en el que Jesús era grano, enterrado y podrido — aparentemente—, para ser después espiga cuajada y fecunda. Y comprendí que ése, y no otro, es mi camino. ¡Buena respuesta! Efectivamente, desde octubre, aunque creo que nada he dicho, no me falta cruz..., cruces de todos los tamaños; aunque a mí, de ordinario, me pesan poco: las lleva él. (Apuntes íntimos, n. 1304, citado por Rodríguez, 2004, n. 199) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 38 Seguir a Cristo en su camino hacia el Calvario; ser grano enterrado, sacrificado como Jesús, para resucitar con él. “¡Buena respuesta!”, buen propósito para acompañar al Maestro cargando con la cruz de cada día: “Procura vivir de tal manera que sepas, voluntariamente, privarte de la comodidad y bienestar que verías mal en los hábitos de otro hombre de Dios. Mira que eres el grano de trigo del que habla el Evangelio. —Si no te entierras y mueres, no habrá fruto” (San Josemaría, 2008, n. 938). Podemos examinarnos sobre cómo vivimos la penitencia: ¿qué tanto escuchamos la invitación y el ejemplo del Señor para convertirnos de nuevo? ¿Notamos la exigencia en la mortificación interior (imaginación, curiosidad, inteligencia, voluntad), en los pequeños ayunos, en la mortificación de los sentidos (uno por uno), en el “minuto heroico” al levantarse, en la puntualidad, en la lucha por dominar nuestro carácter? ¿Cómo hemos afinado en el plan de vida espiritual, en la santa misa, en el santo rosario, en la oración mental? “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará”. El camino del seguimiento de Cristo en su morir como la semilla de trigo pasa también por la unión con él en la eucaristía, donde se cumple la “mutua inmanencia”: “el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. A continuación, san Juan transmite la intimidad de Jesús, su autoconciencia divina, por medio de unas palabras Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 39 relacionadas con la oración en el huerto de Getsemaní (que el cuarto Evangelio omite): “Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora”. La voluntad humana de Jesús se identifica con la voluntad divina, acoge la llamada a la cruz, a la muerte del grano de trigo. Y el “hágase tu voluntad” de los sinópticos aparece aquí como “¡Padre, glorifica tu nombre!”. Es difícil, para nuestra mentalidad, entender que la glorificación del Padre se da por medio del sacrificio del Hijo. Y que la llamada que Jesús quiere hacernos es a que lo sigamos por ese camino de acoger la cruz en nuestra vida, de morir con él a través de la penitencia para después resucitar con él, como decía san Pablo (Rm 6,5): “si hemos sido injertados en él con una muerte como la suya, también lo seremos con una resurrección como la suya”. El Padre confirma esta doctrina con una teofanía con la cual expresa que glorificará a Jesús por medio de la Resurrección. Siempre da más de lo que pide. El Hijo le entrega su vida terrena y recibe, a cambio, la gloria de la exaltación definitiva: Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera”. (Jn 12,30) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 40 La escena del Evangelio concluye con una expresión un poco misteriosa: “Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Juan se ve obligado a aclarar: “Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir”. San Josemaría tuvo una experiencia mística con estas palabras del Evangelio, y exponía las consecuencias de su interpretación para los cristianos de hoy: “Cristo, muriendo en la cruz, atrae a sí la Creación entera, y, en su nombre, los cristianos, trabajando en medio del mundo, han de reconciliar todas las cosas con Dios, colocando a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas” (2011, 59). Podemos terminar haciendo nuestra una oración que el cardenal Ratzinger escribió para el último Viacrucis que presidió Juan Pablo II: Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del grano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto […]. Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que, en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos. Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el “perder la vida”, la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia. (2005b, pp. 3, 6) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 41 3. Discusiones con los fariseos Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 42 3.1. Parábola de los dos hijos Seguimos acompañando a Jesús, que se encuentra en Jerusalén, ya en los últimos días de su vida terrenal. En el apretado resumen de los últimos capítulos de su Evangelio, san Mateo presenta sus controversias en el templo con “los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo”, que le preguntan por el origen de la autoridad que se atribuía para expulsar a los vendedores del templo, para curar a los enfermos y para enseñar allí: “¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?” (21,23). El Maestro les responde por medio de una parábola: “Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: ‘Hijo, ve hoy a trabajar en la viña’”. Se trata de una parábola más sobre agricultores. Pero en este caso, el dueño no se dirige a los obreros o a los arrendatarios, sino a sus propios hijos, y como manifestación de amor comparte con ellos la responsabilidad de la casa. “Hijo, ve hoy”… En la Escritura el “hoy” es muy importante. Muestra la actualidad del amor divino: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2), como también la santa impaciencia que el Señor tiene para que acudamos a Él con prontitud: “Ojalá escuchéis hoy su voz” (Sal 94). Además, el mismo Jesús nos enseña a pedirle que nos atienda de inmediato: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt 6,11). El Catecismo comenta que ese “‘Hoy’ es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña; no hubiéramos podido inventarlo. […] Este ‘hoy’ no es Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 43 solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios” (n. 2836). El padre de la parábola se dirige a ellos con un apelativocariñoso: “hijo mío, ve hoy a trabajar en la viña”. Los hijos viven gracias a esa finca, y la recibirán en herencia cuando su padre fallezca. Están directamente implicados en ella, no le hacen ningún favor si van a trabajar allí: es una obligación de justicia, hasta un buen negocio. San Josemaría comenta: Tú y yo hemos de recordarnos y de recordar a los demás que somos hijos de Dios, a los que, como aquellos personajes de la parábola evangélica, nuestro Padre nos ha dirigido idéntica invitación: “hijo, ve a trabajar en mi viña” (Mt 21,28). Os aseguro que, si nos empeñamos diariamente en considerar así nuestras obligaciones personales, como un requerimiento divino, aprenderemos a terminar la tarea con la mayor perfección humana y sobrenatural de que seamos capaces. (1992, n. 57) Imaginemos que somos uno de esos hijos, y pensemos a cuál de los dos nos parecemos: El primero responde de mala manera: “no quiero”. Al menos es sincero, manifiesta con espontaneidad —quizá excesiva— lo que piensa, lo que siente, el estado de su alma: “no quiero”. Tampoco dice que no irá, sino que no quiere. Podría compararse con la respuesta de Jesús al padre en Getsemaní, que humanamente tampoco quería: “Padre, si Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 44 quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). “No quiero”. La respuesta suena grosera y maleducada, pero también nosotros nos rebelamos ante las peticiones del Señor, cuando nos pide más entrega, más lucha, que apartemos las ocasiones de pecado, que apaguemos las tentaciones en los primeros chispazos; que nos entreguemos a los demás. ¡Cuántas veces respondemos, como el primer hijo: “No quiero”! El padre no replicó a la mala respuesta de su hijo. Quizás esbozó un gesto de desencanto y “se acercó al segundo y le dijo lo mismo”. El segundo hijo es más educado y respetuoso, pues —además de que promete obedecer— trata a su padre como “señor”. Es formalista, pero se queda en las apariencias. Dice que sí, pero no hace; promete pero no cumple. Trae al recuerdo las enseñanzas de Mt 7,21, donde Jesús había dicho: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre”. Mientras tanto, el primer hijo recapacitó: pensó que no había hecho bien al responder de ese modo a un padre al que tanto debía. Se dio cuenta de su error, lo reconoció, “pero después se arrepintió y fue”. Esta es una de las palabras clave de la parábola: arrepentimiento. Aquel muchacho cayó en la cuenta de que el trabajo era en la viña de su padre, que también era su propiedad. No trabajaba para otro, sino para sí. El padre no “abusaba”, no pedía para él mismo: con ese encargo le estaba ayudando al hijo a ser mejor y a acrecentar su propio patrimonio. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 45 Se trata de un verdadero proceso de conversión, en el que también podemos imitarlo. Ya que, en ocasiones, nos hemos parecido a él en su respuesta negativa al Padre, también podemos imitar su decisión de cambio, su arrepentimiento con obras, su rectificación: “Quizá en alguna ocasión nos rebelemos —como el hijo mayor que respondió: ‘no quiero’—, pero sabremos reaccionar, arrepentidos, y nos dedicaremos con mayor esfuerzo al cumplimiento del deber” (San Josemaría, 1992, n. 57). El arrepentimiento, la conversión, muda al desobediente en hijo que no solo cumple la voluntad del padre, sino que también cree. La parábola se trifurca en sus llamadas a la conversión: -al arrepentimiento, a reconocer que hemos respondido negativamente a los mandatos de Dios, y convertir nuestra vida en un sí definitivo. -a la fe, confianza de hijos. En este caso, a atender la predicación de Juan y el ministerio de Jesús. El Señor nos invita a desconfiar de nosotros mismos y a creerle al Padre, a redescubrir su misericordia, que no responde a la imagen del amo arrogante que se habían formado los hijos de esta parábola, igual que los del relato del hijo pródigo. -y a la obediencia al Padre. No solo decir, sino hacer. Es preferible negarse al comienzo pero después obrar, que responder con decoro y más adelante desobedecer. Por esa razón, Jesús concluye la parábola diciendo que los pecadores arrepentidos precederían a las autoridades religiosas que se negaban a aceptar el ministerio de Juan y el mesianismo de Jesús. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 46 Una nueva manifestación de la misericordia divina, que nos llena de esperanza a quienes nos reconocemos pecadores: Dios está pendiente de nuestra reacción y nos acoge inmediatamente, como el padre del hijo pródigo. Ya lo había profetizado Ezequiel (18,20-22), al hablar de la actitud misericordiosa del Señor ante el arrepentimiento del pecador: “Si el malvado se convierte de todos los pecados cometidos y observa todos mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se tendrán en cuenta los delitos cometidos; por la justicia que ha practicado, vivirá”. Conversión, acoger la misericordia de Dios. El Evangelio nos llama a rectificar nuestra mala conducta. Esta era la característica principal de la predicación de Juan Bautista, y Jesús comenzó su enseñanza con la misma invitación: “Arrepentíos. Convertíos”. San Josemaría lo expresó en dos puntos breves y gráficos de Camino: “Comenzar es de todos; perseverar, de santos”; “La conversión es cosa de un instante. —La santificación es obra de toda la vida”. El itinerario del cristiano exige una actitud de permanente y renovada conversión, porque se ha de crecer constantemente en la riqueza espiritual del trato con Dios. Esta perseverancia implica empeño, decisión, concretar propósitos en un santo afán por rectificar y mejorar cada día un poco, sin ceder al cansancio y menos aún al desánimo. (Echevarría, 2002, p. 84) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 47 Rectificar, decidirse a la conversión, exige una profunda humildad: reconocer el propio error, un acto al que se opone nuestra soberbia. Y también hace falta ser muy humildes para saberse necesitados de la gracia de Dios: Se equivocaría, sin embargo, quien considerara esa perseverancia en la conversión como fruto de la propia y exclusiva fuerza de voluntad. La conversión —como la fe, con la que está íntimamente relacionada— es don de Dios. Y también viene de Él la constancia en el esfuerzo en el que la mudanza se prolonga. (Echevarría, 2002, p. 84) Volvamos al diálogo del padre con el segundo hijo. “Él le contestó: ‘Voy, señor’”. Si ante la respuesta del primer hijo el agricultor sintió desencanto, la actitud pronta del segundo le devolvió la tranquilidad: tenía con quien contar, la pequeña viña estaría atendida, se cumpliría el proyecto que tenía para aquella jornada. “Pero no fue”. Todo se quedó en agua de borrajas, en meras promesas. Como nosotros, cuando no cumplimos los propósitos en la vida de oración, en el apostolado o en el trabajo. Después de formular la parábola, Jesús pregunta: “¿Quién de los dos cumplió la voluntad del padre?”. Esta es la clave de la vocación cristiana, lo que caracteriza al buen hijo, la señal de familiaridad con Jesús: “El que haga la Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 48 voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mt 12,50). Cumplir la voluntad del Padre. En otra ocasión, Jesús mismo dijo que en eso consistía su alimento (Jn 4,34). Y nos enseñó a pedir, en el Padrenuestro,que se hiciera su voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6,10). “¿Quién de los dos cumplió la voluntad del padre?”. Esa es la pregunta que interesa, la que debemos hacernos en todo momento: ¿estoy cumpliendo la voluntad de Dios? Con este trabajo, con esta diversión, con esta actitud, con este pensamiento, ¿estoy colaborando en las faenas de la viña del Señor?, ¿edifico la Iglesia?, ¿cumplo la palabra de Dios en mi vida? Cumplir la voluntad del Padre, amarla hasta superar nuestra debilidad: Obedece sin tantas cavilaciones inútiles... Mostrar tristeza o desgana ante el mandato es falta muy considerable. Pero sentirla nada más, no sólo no es culpa, sino que puede ser la ocasión de un vencimiento grande, de coronar un acto de virtud heroico. No me lo invento yo. ¿Te acuerdas? Narra el Evangelio que un padre de familia hizo el mismo encargo a sus dos hijos... Y Jesús se goza en el que, a pesar de haber puesto dificultades, ¡cumple!; se goza, porque la disciplina es fruto del Amor. (San Josemaría, 2009a, n. 378) “Contestaron: ‘El primero’”. Todos tenemos claro cuál es el camino para llegar a ser felices, para ser santos: cumplir la voluntad del Padre, aunque en un primer momento nos cueste decirle que sí. Por eso, Jesús anuncia Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 49 que vino a curar a los enfermos, a llamar a los pecadores. Y, por la misma razón, recrimina a las autoridades religiosas de su tiempo, que se tenían por justificadas delante de Dios. El Señor privilegió la respuesta de las personas peor vistas en aquella época: los publicanos y las prostitutas. Estos, al reconocerse necesitados, se convirtieron con más facilidad —como Mateo, Zaqueo o la samaritana— y por eso iban de primeros en el camino de la justificación: “En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis”. Podemos concluir acudiendo a la intercesión de la Virgen, para que nuestra respuesta sea como la del primer hijo, que cumplamos la voluntad del Señor y nos convirtamos de nuestras reacciones negativas: En la historia de muchas almas, el primer paso del retorno a la casa del Padre ha brotado de un encuentro con María. Este es otro motivo más para invocar a la Virgen Santa como “Causa de nuestra alegría”. De Ella nació el Salvador del mundo. A través de Ella se torna al camino que conduce a su Hijo, porque —como recordaba el Fundador del Opus Dei—, “a Jesús siempre se va y se ‘vuelve’ por María”. (Echevarría, 2002, p. 86) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 50 3.2. Parábola de los viñadores homicidas Continuamos en la controversia de Jesús con las autoridades judías. Después de la parábola de los dos hijos, el Maestro expone la parábola de los viñadores homicidas, que se desarrolla en un ambiente similar a la anterior (Mt 21,33-43): “Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos”. Los Padres de la Iglesia interpretan que el hombre que cuida tanto de la viña es una figura del Señor y sus trabajos son la creación: compra el terreno, lo trabaja, lo protege, lo dispone, lo edifica y lo arrienda a unos hombres. Recuerda el pasaje de Isaías (5,1-7): “Mi amigo tenía una viña en un fértil collado. La entrecavó, quitó las piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar”. La viña del Señor es también una figura para simbolizar a la mujer amada. San Juan Crisóstomo comenta: Mirad la gran providencia de Dios y la inexplicable indolencia de ellos. En verdad, Él mismo hizo lo que tocaba a los labradores. Solo les dejó un cuidado mínimo: guardar lo que ya tenían, cuidar lo que se les había dado. Nada se había omitido, todo estaba acabado. Mas ni aun así supieron aprovecharse, no obstante los grandes dones que recibieron de Él. (Citado por Oden y Hall, 2000, 1b, p. 181) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 51 Podemos ver, en esa viña, el mundo que Dios nos entrega: lleno de bondades naturales, solo nos encarga que lo perfeccionemos. El Génesis dice que el ser humano fue puesto en el jardín del Edén “para que lo guardara y lo cultivara” (Gn 2,15); por tanto, el trabajo no es un castigo sino una bendición de Dios: Los cristianos no debemos abandonar esta viña, en la que nos ha metido el Señor. Hemos de emplear nuestras fuerzas en esa labor, dentro de la cerca, trabajando en el lagar y, acabada la faena diaria, descansando en la torre. Si nos dejáramos arrastrar por la comodidad, sería como contestar a Cristo: ¡eh!, que mis años son para mí, no para Ti. No deseo decidirme a cuidar tu viña. (San Josemaría, 1992, n. 48) Es fácil notar, en estas parábolas sobre el trabajo, la actitud perezosa del hombre: el hermano mayor del hijo pródigo se lamenta de haber trabajado muchos años al lado de su padre, y no se da cuenta de que esa labor era una gran bendición, con tan buena compañía; los dos hermanos miran con recelo el trabajo en la finca; como dice san Juan Crisóstomo, estos labradores no “supieron aprovecharse, no obstante los grandes dones que recibieron de Él”. Es una de las consecuencias del pecado original: perder de vista la grandeza de trabajar para Dios, que compensa cualquier cansancio que pueda conllevar. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 52 Trabajar con Dios, encontrarse con Él. Santificarse, cumpliendo la misión que nos ha encomendado: llevar el mundo a la perfección, reconciliarlo con Él, embellecer su obra. ¡Qué maravilla, qué ideales tan grandes los que le dan sentido a la vida de un cristiano, descubrir lo que significa trabajar en tu viña, Señor, que es santificarse en el trabajo ordinario! Esto quiere decir trabajar “con perfección humana y cristiana”. La perfección humana implica trabajar bien, “con orden, intensidad, constancia, competencia y espíritu de servicio y de colaboración con los demás; en una palabra, con profesionalidad” (O’Callaghan, 2011). Como predicaba san Josemaría: “Hemos de trabajar como el mejor de los colegas. Y si puede ser, mejor que el mejor. Un hombre sin ilusión profesional no me sirve” (San Josemaría, Carta XIV, n. 15). Perfección humana, pero también perfección cristiana: poniendo a Dios en primer lugar, pues la vocación profesional es parte esencial de la vocación divina destinada a cada hombre en la tierra. […] rectificando la intención, hay que intentar trabajar sólo para que el Señor esté contento con nuestro quehacer, aunque a los ojos del mundo parezca de poco valor, con un desprendimiento interior de cualquier reconocimiento humano: Deo omnis gloria! [¡Para Dios toda la gloria!]. En esta lucha por progresar día a día, perseverantemente, con ganas y sin ganas, forjamos, con la ayuda del Señor, la unidad de vida. “Mido la eficacia y el valor de las obras, por el grado de santidad que adquieren los instrumentos que las realizan. Con la misma fuerza con que antes os invitaba a trabajar, y a trabajar bien, sin miedo al cansancio; con esa misma Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 53 insistencia, os invito ahora a tener vida interior” (San Josemaría, Carta XIV, n. 20). (O’Callaghan, 2011) “Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir losfrutos que le correspondían”. Manda a los siervos y al hijo en busca de frutos, como había hecho el mismo Jesús con la higuera en los versículos anteriores. Dios nos da una misión y espera que demos frutos, buenos resultados. Serán el indicador de que hemos acogido su regalo, de que hemos cumplido el encargo. No trabajamos por las utilidades, pero es justo que el Señor pueda decir: “bien hecho, siervo bueno y fiel” (Mt 25,23). Lo más importante no es nuestro esfuerzo, sino la gracia de Dios, pero Él quiere contar con nuestro concurso, con nuestra participación: nos entrega su viña con la esperanza de alcanzar fruto para nuestro bien y el de nuestros hermanos los hombres. Por eso, es muy triste leer, como en paralelo, los frutos que produjo la viña del canto de Isaías que es como la música de fondo de esta parábola. El profeta pone en boca de Dios las siguientes palabras: “Esperaba que diese uvas, pero dio agrazones” (Is 5,2). Nos puede servir, para nuestro diálogo personal con Jesucristo, un consejo de san Josemaría: Pidamos al Señor que seamos almas dispuestas a trabajar con heroísmo feraz. Porque no faltan en la tierra muchos, en los que, cuando se acercan las criaturas, descubren sólo hojas: grandes, relucientes, lustrosas. Sólo follaje, exclusivamente eso, y nada más. Y las almas nos Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 54 miran con la esperanza de saciar su hambre, que es hambre de Dios. No es posible olvidar que contamos con todos los medios: con la doctrina suficiente y con la gracia del Señor, a pesar de nuestras miserias. (1992, n. 51) Aquellos hombres comenzaron siendo perezosos, no quisieron trabajar y, por eso, la viña produjo uvas agrias. Cuando el alma empieza por el camino de tibieza y acidia espiritual, el final puede ser desastroso y terminar en la ofensa a Dios, en el pecado. Esos labradores desoyeron a los mensajeros de Dios, e incluso mataron a algunos. Los siervos mártires son una imagen de los profetas del Antiguo Testamento, maltratados por anunciar el mensaje de Dios: “Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo”. Por último, envía al hijo, símbolo del mismo Cristo. Y la reacción de los viñadores fue peor: “‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron”. La parábola es dramática, y Jesús la cuenta justo en la última semana de su vida. Pocos días después, sus interlocutores lo sacarían fuera de Jerusalén y lo matarían. Pero con Dios nunca hay finales tristes, pues solo Él puede sacar vida de la muerte, amor del odio, gracia del pecado. Ese es el mensaje final de la historia: la esperanza en Cristo. “Y Jesús les dice: ‘¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»?’”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 55 El Señor invita a aquellos hombres tibios, que están a punto de caer en el pecado del deicidio, a que se conviertan. Como ellos, también nosotros estamos a tiempo de poner a Jesús como la piedra angular de nuestras vidas, como la clave de una nueva existencia, a que nos olvidemos de nosotros mismos y nos dispongamos a ser sus discípulos a partir de ahora. Se lo pedimos, con el Salmo 79: “Señor, vuelve tus ojos, mira tu viña y visítala; protege la planta sembrada por tu mano, el renuevo que tú mismo cultivaste. Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida; alabaremos tu poder. Restablécenos, Señor, míranos con bondad y estaremos a salvo”. En este pasaje, Jesucristo identifica al final la viña con el Reino de Dios. Y si llegó el tiempo de los frutos quiere decir que ese reino llegó. Cuando los arrendatarios dicen: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”, están queriendo quedarse con la viña, con el reino de Dios. Ellos decidirían entonces en qué consiste ese reino, dirían con sus obras, como en otra parábola, “no queremos que este llegue a reinar sobre nosotros” (Lc 19,14), no queremos ser unos simples mediadores. Mejor matamos a Dios y nos quedamos con su poder. Resuena la tentación del Antiguo Testamento: “seréis como Dios” (Gn 3,5). También nosotros podemos dar la espalda al querer divino cuando queremos imponer nuestra voluntad, implantar el reino de Dios de un modo distinto al que Él nos enseñó, cuando pensamos hacer compatibles nuestros caprichos con la llamada a la santidad que Él nos hace. Dios quiere que demos fruto: de humildad, de docilidad, de imitación y seguimiento de su Hijo. Que Él sea para nosotros la piedra angular, el fundamento de la Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 56 construcción. Y ese fruto de identificación con Él, incluye cargar la cruz de cada día, la lucha espiritual, rechazar las tentaciones, ofrecer la vida en servicio a los demás, como enseña el papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti (2020b), o como escribió san Josemaría en una de las cartas (2020, IV, n. 3): Nuestra actitud —ante las almas— se resume así, en esa expresión del Apóstol, que es casi un grito: caritas mea cum omnibus vobis in Christo Iesu! (1Co 16,24): “mi cariño para todos vosotros, en Cristo Jesús”. Con la caridad, seréis sembradores de paz y de alegría en el mundo, amando y defendiendo la libertad personal de las almas, la libertad que Cristo respeta y nos ganó (Ga 4,31). La Obra de Dios ha nacido para extender por todo el mundo el mensaje de amor y de paz, que el Señor nos ha legado; para invitar a todos los hombres al respeto de los derechos de la persona. Así quiero que mis hijos se formen, y así sois. El mismo Señor nos promete que escuchará nuestras súplicas y que, aunque no hayamos dado los frutos que esperaba, los alcanzaremos si nos apoyamos en la gracia que nos ofrece a través de la Iglesia, que es su familia en la tierra, por medio de los sacramentos: “Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” (v. 43). Dios cumple sus designios, incluso por medio de la desobediencia de sus enemigos. Debemos contar, en nuestra lucha por ser buenos hijos, con la contradicción en la tierra, con la acción del diablo, con la cruz. Pero también con la conciencia de la omnipotencia divina, que cuenta con nosotros para corredimir, para reconciliar el mundo con Dios, para anunciar su Reino por toda la tierra. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 57 La Virgen es la Reina de la familia de Dios en la tierra, la Reina Madre de ese Reino de Dios que Cristo vino a instaurar. A Ella acudimos para pedirle que nos ayude a recibir con gratitud la misión que el Señor nos encomienda, y a renovar el propósito de unirnos con Él a través de nuestro trabajo: una labor realizada con la mayor perfección posible, humana y cristiana, al servicio de los demás. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 58 3.3. Parábola de los invitados a la boda Después de las dos parábolas del juicio, la de los dos hijos y la de los viñadores homicidas, Jesús continúa en el templo su controversia con las autoridades judías acerca del origen de su autoridad. En esta ocasión cambia el ambiente agrícola por el festivo. Se trata de la tercera parábola, que no solo está presente en el evangelio de Mateo (22, 1-14), sino también en el de san Lucas (14,15 ss): “El reino de loscielos se parece a un rey que celebraba a boda de su hijo”. En esta ocasión Jesús pone el ejemplo de una fiesta grande, no un jolgorio cualquiera. ¡Es el banquete que ofrece un rey por las bodas de su hijo! El rey, que es el mismo padre de las parábolas anteriores, es Dios; el Hijo — el esposo de las bodas mesiánicas— es Jesús. El banquete es una figura utilizada en el antiguo testamento para hablar del Reino de Dios o de la vida eterna. Un ejemplo es el capítulo 25 de Isaías: “El Señor del universo preparará en este monte, para todos los pueblos, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera”. Jesús solía asistir a banquetes, festejaba la vida, la amistad, se dejaba celebrar. De esa manera, preparaba el banquete definitivo: la eucaristía, el festín que deseaba compartir “ardientemente” con sus discípulos (Lc 22,15). Regresemos a la parábola: “mandó a sus criados para que llamaran a los convidados”. El éxito de la fiesta depende del trabajo de los criados —de nuestro Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 59 apostolado— y de la libre aceptación de los invitados. El papa Francisco dice que la misión evangelizadora permite vislumbrar mejor el designio amoroso del Padre, que es mucho más grande que todos nuestros cálculos y previsiones, y que no puede reducirse a un puñado de personas o a un determinado contexto cultural. El discípulo misionero no es un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos: el banquete está preparado, salgan a buscar a todos los que encuentren por el camino (cf. Mt 22,4.9). Este envío es fuente de alegría, gratitud y felicidad plena, porque “le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora” (2013b, n. 8). (2019b) En cambio, si evaluamos en la parábola cómo fue la libre aceptación del llamado, vemos que en este caso fue negativa: “pero no quisieron ir”. Rechazaron al rey. No es un acto de mera descortesía y desinterés, sino que constituye un verdadero agravio, una ofensa para la dignidad del anfitrión y de su hijo. Algunos invitados consideraron más importantes sus negocios que la comunión en el banquete del esposo. “Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: ‘Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda’”. Como en la anterior parábola, el señor insiste en su invitación a compartir. “Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios”. Reincidieron Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 60 en el desprecio al rey y al esposo, atendieron otros compromisos, ¡tenían excusas! También hoy, escribió san Josemaría, se repite la escena, como con los convidados de la parábola. Unos, miedo; otros, ocupaciones; bastantes..., cuentos, excusas tontas. Se resisten. Así les va: hastiados, hechos un lío, sin ganas de nada, aburridos, amargados. ¡Con lo fácil que es aceptar la divina invitación de cada momento, y vivir alegre y feliz! (2009a, n. 67) La parábola toma tintes trágicos cuando el rechazo llega hasta la violencia: al igual que en la parábola de los viñadores asesinos, “los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron”. Como si la invitación no fuera un don generoso, sino un agravio. El rey se venga —es una parábola de juicio—, “montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad”. Este evento simboliza la destrucción de Jerusalén ocurrida en el año 70. Y comienza un nuevo acto, la llamada universal: “dijo a sus criados: ‘La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda’”. Llama la atención el modo en que los siervos obedecieron las indicaciones del rey: “Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales”. Vemos aquí otra alusión a la parábola de los hijos: los pecadores preceden a los que se consideran justos. Y también se refiere a otro pueblo, al que se le dará el Reino de Dios. Los invitados en apariencia selectos no asistieron y, entonces, la invitación se extendió a malos y buenos; en el Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 61 pasaje paralelo de san Lucas (14,21) se invita a “los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”. Así, la sala del banquete se llena, como dice el papa Francisco (2020c), de “excluidos”, los que están “fuera”, de aquellos que nunca habían parecido dignos de asistir a una fiesta, a un banquete de bodas. Al contrario: el amo, el rey, dice a los mensajeros: “Llamad a todos, buenos y malos. ¡A todos!”. Dios también llama a los malos. “No, soy malo, he hecho tantas...”. Te llama: “¡ven, ven, ven!”. Y Jesús iba a almorzar con los publicanos, que eran los pecadores públicos, eran los malos. Dios no tiene miedo de nuestra alma herida por tantas maldades, porque nos ama, nos invita. En la fase final, cuando todo parece estar resuelto con el banquete lleno de comensales, el rey en persona exige preparación, que los invitados se hayan dispuesto a participar de modo digno en la cena del esposo: “Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?’. El otro no abrió la boca”. El que no lleva traje de boda es incoherente: acepta la invitación, pero no se pone el vestido. Decíamos al comienzo que el banquete simboliza, además, la eucaristía. Y esta exigencia del traje de bodas nos habla de la necesidad del estado de gracia para recibir la comunión. Me gusta comparar la vida interior a un vestido, al traje de bodas de que habla el Evangelio. El tejido se compone de cada uno de los hábitos o prácticas de piedad que, como fibras, dan vigor a la tela. Y así como un traje con un desgarrón se desprecia, aunque el resto esté en buenas Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 62 condiciones, si haces oración, si trabajas..., pero no eres penitente –o al revés–, tu vida interior no es —por decirlo así— cabal. (San Josemaría, 2009a, n. 649) “Entonces el rey dijo a los servidores: ‘Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes’”. Como no cumplió la voluntad del rey, fue destinado a las tinieblas exteriores. “Sin cambio de hábito, sin conversión del corazón, no se puede participar en el banquete de la comunión con Dios” (Ravasi, 2005, p. 246). Por ese motivo, en la Misa se comienza con el acto penitencial y, justo antes de comulgar, los fieles reconocen su indignidad para recibir al Señor y se abandonan en su misericordia diciendo: “no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. La última frase de la parábola es la enseñanza final: “muchos son los llamados, pero pocos los elegidos”. Dios llama, pero no obliga: respeta la libertad. Todos estamos llamados a ser santos, pero pocos aceptan la invitación. Pidamos a la Virgen, nuestra Madre, que nos alcance del Señor la gracia para vestir el traje de las virtudes, para aceptar su invitación y convertirnos en buenos hijos suyos, en apóstoles de Jesús. Euclides Eslava LA PASIÓNDE JESÚS 63 3.4. El tributo al César En los primeros días de la semana santa hemos visto a Jesús discutiendo en el templo con los jerarcas religiosos, que le interrogaban sobre el origen de su autoridad. El maestro respondió con tres parábolas que sirvieron para mostrarles que él era el hijo del amo de la viña, el príncipe que el Padre había enviado después de que ellos y sus antepasados rechazaran a los profetas y a Juan Bautista. San Mateo continúa su relato diciendo que, al quedar descubiertas sus verdaderas intenciones (22,15-21), “entonces se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos”. En el afán por acabar con Jesús, se logró una coalición política impensable: los partidarios de Herodes Antipas se unieron con los alumnos de los fariseos, todo un “milagro involuntario” del Señor, como algún autor ha escrito. Los herodianos eran partidarios de la intervención de Roma, pues ellos eran comisionistas y mediadores ante el emperador Tiberio. En cambio, los fariseos veían en el pago de los impuestos una blasfemia: además de la humillación que suponía que el pueblo elegido pagara tributos a una potencia extranjera, las monedas de esa época presentaban el busto del emperador, coronado con una diadema divina y rodeado de las palabras “Tiberio César, hijo del divino Augusto”. En el reverso aparecía la diosa romana de la paz y la inscripción “Sumo sacerdote”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 64 “Y le dijeron: ‘Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias’”. Como en otras ocasiones, comienzan con un halago falso que no engaña a Jesús. “Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?”. El evangelista agrega que el Maestro, “comprendiendo su mala voluntad, les dijo: ‘Hipócritas, ¿por qué me tentáis?’”. El dilema estaba muy bien tejido “para comprometerlo”, pues lo ponían en el aprieto de escoger: o contra Roma o contra la religión judía. Además, también lo exponían al riesgo de hacer una afirmación ilegal, si rechazaba el pago de los impuestos; o impopular, si lo aprobaba, pues en aquel tiempo el pueblo estaba ahogado por la carga tributaria que exigía la mitad de los ingresos para Roma, para Herodes y para el templo (Wilkins, 2016). En resumen, con cara ganaban los enemigos y con sello perdía Él. La respuesta de Jesús es uno de los apotegmas más famosos de la historia: “‘Enseñadme la moneda del impuesto’. Le presentaron un denario”, una moneda de 3,8 gramos de plata, que llevaba inscrita la imagen del emperador y que se utilizaba para pagar una jornada de trabajo. “Él les preguntó: ‘¿De quién son esta imagen y esta inscripción?’. Le respondieron: ‘Del César’. Entonces les replicó: ‘Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’”. Estas palabras del Señor no son una simple muestra de capacidad dialéctica, sino que indican todo un programa para la vida cristiana y su inserción en el mundo, para la Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 65 relación entre la religión y la política, que suponen una verdadera revolución. Hasta entonces, y después también, existía la tendencia a mezclar ambas esferas, tanto desde la orilla del poder estatal (lo que después se llamaría cesarismo) como desde el mundo religioso (clericalismo): “Distinguió Cristo los campos de jurisdicción de dos autoridades: […] Fijó la autonomía de la Iglesia de Dios y la legítima autonomía de que goza la sociedad civil, para su régimen y estructuración técnica” (San Josemaría, Carta XXIX, n. 31). Jesucristo señala con este aforismo una doble libertad: del poder político que puede obrar sin interferencias de las autoridades religiosas, y también la libertad para el ejercicio de la vida religiosa sin intromisiones del gobierno civil. Como escribió Ratzinger (2005a, p. 193), con este dualismo Jesús separa el poder imperial del divino […] y creó el espacio de la libertad de la conciencia, en cuyas fronteras se detiene todo poder, aunque fuera el del dios-emperador romano, quien de este modo quedó reducido a un hombre-emperador […]. Estas palabras establecen los límites de cualquier poder humano y terreno y se anuncia la libertad de la persona, que trasciende a todos los sistemas políticos. Por haber asignado estos límites al poder fue crucificado Jesús. Al mismo tiempo, Jesús recuerda que las personas religiosas son también ciudadanos, con derechos y deberes. Merecen que sus prácticas piadosas sean respetadas, siempre que no atenten contra el bien común; pero también los creyentes tienen la obligación de dar ejemplo en el cuidado de la casa común, en el cumplimiento de los Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 66 deberes cívicos y en la preocupación solidaria y fraterna por los más necesitados: Ya veis que el dilema es antiguo, como clara e inequívoca es la respuesta del Maestro. No hay —no existe— una contraposición entre el servicio a Dios y el servicio a los hombres; entre el ejercicio de nuestros deberes y derechos cívicos, y los religiosos; entre el empeño por construir y mejorar la ciudad temporal, y el convencimiento de que pasamos por este mundo como camino que nos lleva a la patria celeste. También aquí se manifiesta esa unidad de vida que—no me cansaré de repetirlo— es una condición esencial, para los que intentan santificarse en medio de las circunstancias ordinarias de su trabajo, de sus relaciones familiares y sociales. (San Josemaría, 1992, n. 165) El discípulo de Cristo debe ser ejemplar en el cumplimiento de sus deberes ciudadanos: pagar los impuestos, cumplir los decretos sanitarios y las restricciones vehiculares o peatonales, etc. Así vivieron los primeros cristianos, incluso cuando las autoridades los perseguían. San Pablo aconsejaba: “Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios […]. Dad a cada cual lo que es debido: si son impuestos, impuestos; si tributos, tributos; si temor, temor; si respeto, respeto” (Rm 13,1-7). Aprovechemos este rato de oración para pensar cómo comprometernos más en la vida social y política, Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 67 cómo vivir mejor nuestra ciudadanía para aportar a las necesidades del ambiente y mejorar nuestra sociedad. Así lo indica el papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti (2020b, n. 56), al citar el Concilio Vaticano II (GS, n. 1): los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. Más que lamentarnos de los aspectos negativos de la sociedad, los seguidores de Jesús debemos fomentar, como hicieron los primeros cristianos, “una nueva cultura, una nueva legislación, una nueva moda, coherentes con la dignidad de la persona humana y su destino a la gloria de los hijos de Dios” (Echevarría, 2012, n. 17). “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” comprende también el respeto y la promoción de la libertad, que se nota en el impulso del pluralismo: en la Iglesia y en la sociedad caben personas de todas las tendencias “políticas, culturales, sociales y económicas que la conciencia cristiana puede admitir […]. Ese pluralismo no es […] un problema. Por el contrario,es una manifestación de buen espíritu, que pone patente la legítima libertad de cada uno” (San Josemaría, 2011, n. 48). Benedicto XVI (2010) insistía en que las autoridades religiosas no deberían dar normas cívicas ni políticas, pues los ciudadanos y los políticos deben ejercitar su libertad y descubrir las vías más justas por sus propios medios: Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 68 Las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. En este sentido, el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas, como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos. La jerarquía eclesial puede ayudar, pero los cristianos laicos son quienes tienen la misión de aplicar a su práctica profesional las luces de su vida interior, en diálogo con sus colegas no creyentes. Ser buenos ciudadanos, comprometidos en la construcción de una sociedad civil más justa y digna, es parte importante de la vocación cristiana. Por esa razón, san Josemaría (2020) describió un sueño pastoral que ahora se ha cumplido: Querría que, en el catecismo de la doctrina cristiana para los niños, se enseñara claramente cuáles son estos puntos firmes, en los que no se puede ceder, al actuar de un modo o de otro en la vida pública; y que se afirmara, al mismo tiempo, el deber de actuar, de no abstenerse, de prestar la propia colaboración para servir con lealtad, y con libertad personal, al bien común. Es éste un gran deseo mío, porque veo que así los católicos aprenderían estas verdades desde niños, y sabrían practicarlas luego cuando fueran adultos. (Carta III, n. 45) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 69 Hasta el momento hemos considerado las consecuencias de “dar al César lo que es del César”. Sin embargo, también debemos meditar lo que significa “dar a Dios lo que es de Dios”, que es bastante comprometedor. No solo por el mandamiento de ayudar a las necesidades de la Iglesia de acuerdo con las propias posibilidades (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2043). La moneda del tributo tenía la imagen del César, pero nosotros estamos hechos a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Debemos darle al César sus impuestos terrenales como súbditos, y a Dios toda la gloria como hijos, “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”, como dirá Jesús pocos versículos más adelante (v. 37). Acudamos a la Virgen santa. Ella, a pesar de su pobreza, también fue cumplidora fiel de sus deberes ciudadanos y religiosos. Pidámosle que nos alcance del Señor la gracia de tomarnos en serio los compromisos ciudadanos que conlleva nuestra vocación cristiana y que iluminemos el mundo con el ejemplo de Jesús. De esa manera, haremos realidad el aforismo que hemos meditado: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 70 3.5. El mandamiento principal Los últimos días del ministerio de Jesús antes de morir en la cruz están marcados por varias discusiones con las autoridades hebreas: sobre el impuesto imperial, sobre la resurrección de los muertos, etc. Mateo presenta un enfrentamiento más (22,34-40): “Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley le preguntó para ponerlo a prueba: ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?’”. Si no nos advirtieran que la pregunta fue hecha para ponerlo a prueba, no habríamos caído en la cuenta. En efecto, se trata de un interrogante fundamental para la existencia, y va en la misma línea de la pregunta del joven rico: ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley? Quizá la trampa estaba en hacer que Jesús dijera alguna palabra en la cual se pudieran apoyar para acusarlo de ir contra la Ley. El Maestro responde con el Shemá Israel, una especie de credo tomado del Dt 6,4-9, que los judíos practicantes recitaban cada mañana y cada tarde y escribían en las filacterias del brazo izquierdo y de la frente: “Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. El Señor no pide que le adoremos solo con la inmolación de unos bienes materiales, o con la entrega de algo nuestro, pero exterior; pide que nos entreguemos nosotros mismos, que Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 71 lo amemos con libertad interior: “en eso consiste la santidad” (San Josemaría, 1992, n. 6). “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. La clave de la Revelación de Dios es el Amor. Un amor con obras, de verdad. Preguntémonos cómo es nuestro cumplimiento de los mandamientos: el amor a Dios, la asistencia a la misa, la caridad con los padres, la castidad, la justicia, la veracidad... Pero, sobre todo, miremos cuáles son las manifestaciones diarias de nuestro cariño al Señor, “con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. “¿Qué queda de tu corazón, comenta san Agustín, para que puedas amarte a ti mismo?, ¿qué queda de tu alma, qué de tu mente? Quien te hizo exige todo de ti” (San Josemaría, 1992, n. 59). ¡Cuánto nos falta para decir que lo amamos con todo nuestro ser! “Con todo tu corazón”. Aquí nos puede servir una anécdota, convertida en referencia literaria, que se encuentra en el origen del punto 145 de Camino. Se desarrolla en un campamento militar. Cuenta un joven teniente que, para celebrar la fiesta de la Inmaculada, Después de la santa misa, nos invitaron a comer los infantes […]. Éramos unos veinte oficiales […]. De sobremesa —vino abundante— se cantaron canciones de todos tonos y colores. Entre ellas una se me quedó grabada: “corazones partidos, yo no los quiero/ yo cuando doy el mío lo doy entero”. (Citado en Rodríguez, 2004, n. 145). El Espíritu Santo se sirvió de aquella canción para que aquel muchacho pensara: “¡Qué resistencia a dar el Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 72 corazón entero!” —Y la oración brotó, en cauce manso y ancho. “Con toda tu alma”. Con toda tu mente, esforzándose por ahondar en las riquezas de la fe para entenderlas mejor y así poderlas explicar con más eficacia a los amigos en esa búsqueda común de la verdad que caracteriza la amistad y el apostolado cristianos. Es una manera concreta de amar a Dios “con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas”: estar al tanto de la actualidad doctrinal, de la predicación del papa, de los temas álgidos y de los argumentos adecuados para exponer la deontología profesional, la doctrina sobre el matrimonio y la familia, sobre la dignidad humana desde la concepción hasta la muerte natural, sobre la participación de los cristianos en la política, sobre la educación, etc. Estos pasajes deben ser centrales en la doctrina —y en la vida— del cristiano, pues marcan el tenor intelectual y amoroso de nuestra existencia: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. San Josemaría insistía en que al Señor hay que darle el corazón entero, que Jesús no se conforma con medios corazones. Por ese motivo, invitaba a mirar si en nuestro corazón hay algún rincón queno es de Dios, y a echar de allí lo que estorbe. Como el Señor es celoso, “¡Lo quiere todo, todo! Somos suyos del todo, ¿verdad que sí? Y quien no se vea así, que limpie, que quite, que queme, ¡que raspe!..., hasta que el corazón quede como un rubí, ¡espléndido!” (Apuntes de la predicación, 22-5-1970). Además, san Josemaría menciona dos consideraciones que gravitan alrededor de la caridad, del Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 73 amor a Dios como clave de nuestra afectividad. En su libro Camino (2008, n. 88) aconseja, en primer lugar, frecuentar “cada día con mayor intensidad la compañía, la conversación con el Gran Amigo, que nunca traiciona”. Por otra parte, insinúa: “Un amigo es un tesoro. —Pues... ¡un Amigo!, … que donde está tu tesoro allí está tu corazón” (n. 421). La conclusión de Jesús fue: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas”. Son inseparables. No se puede amar a Dios a quien no vemos, si no amamos a nuestros hermanos, a los que vemos, como dice san Juan. Y, además, esa es la clave que explica el amor fraterno: “La caridad, infundida por Dios en el alma, transforma desde dentro la inteligencia y la voluntad: fundamenta sobrenaturalmente la amistad y la alegría de obrar el bien” (San Josemaría, 2010, n. 71). La caridad tiene un orden jerárquico: en primer lugar, Dios mismo; después, los demás; por último, yo. Y el amor fraterno tiene también su propia jerarquía: primero hay que cuidar de la propia familia, que es el deber inmediato; luego, atender a los más necesitados, a los que se encuentran en las “periferias”, como dice el papa Francisco. En ese sentido, san Josemaría predicaba: No entiendo yo la lucha de clases. No la entenderé jamás. Levantad a todos. Todos tienen el derecho al trabajo […], el derecho al descanso, y el derecho a estar viejo y que le cuiden, y el derecho a estar enfermo, y el derecho a divertirse honestamente, y el derecho a educar a los hijos... Yo en este terreno voy más lejos que nadie. ¡Si esto es de Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 74 izquierda, soy ultraizquierdista! (Citado en Herranz, 2011, pp. 162-163) Pidamos a la Santísima Virgen que nos alcance del Señor la caridad que ella tuvo, para que amemos al Señor con todo el corazón y con toda el alma y al prójimo como a nosotros mismos. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 75 3.6. La ofrenda de la viuda La última semana del paso terreno de Jesús, poco después del domingo de Ramos, san Marcos relata que Jesús había regresado a Jerusalén (durante esos días pasaba la noche en Betania), y ubica la escena de sus enseñanzas en el exterior del templo (Mc 12,38-44). Allí reprueba a las clases dirigentes que pocos días después lo entregarán a la muerte: Y él, instruyéndolos, les decía: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa”. Los escribas confiaban en el poder que les otorgaba su dinero y su posición social. Bien podían caer en la crítica de san John H. Newman, quien decía que “todos se rinden ante el dinero. Miden la felicidad por la riqueza y por la riqueza miden, a su vez, la respetabilidad de la persona. Riqueza es el primer ídolo de este tiempo, notoriedad el segundo” (Discurso sobre la fe 5, citado por Iglesia Católica, 1993, n. 1723). Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 76 La sagrada escritura enseña que Dios actúa distinto. Jesucristo pone como ejemplo a una viuda, pobre y extranjera, a la cual Elías le pidió pan y agua (1Re 17,8). La viuda le respondió con toda sinceridad: “no me queda pan cocido; solo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. […] Entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos”. Es una situación límite, al borde de la muerte. A pesar de una situación tan apurada, la respuesta de Elías no fue ni mucho menos consoladora. El profeta extranjero fue exigente, pues seguía las indicaciones de Dios: No temas. Entra y haz como has dicho, pero antes prepárame con la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciará la alcuza de aceite no se agotará hasta el día en que el Señor conceda lluvias sobre la tierra”. La reacción de la viuda pagana, que se debatía en la miseria, fue impresionante: obedeció lo que le dijo el profeta “y comieron él, ella y su familia. Por mucho tiempo la orza de harina no se vació ni la alcuza de aceite se agotó, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de Elías”. Es una mujer humilde, que pone en juego su existencia por la fe en las palabras del profeta extranjero. Regresemos a la escena de Jesús en las puertas del templo, donde juzga la actuación de los escribas: “Esos recibirán una condenación más rigurosa”. Después de recordar la importancia del juicio, el evangelista pasa a Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 77 narrar una escena memorable: “Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho” (unas monedas de bronce, de 8,60 g). El Maestro estaba sentado en el atrio de las mujeres, junto a las trece sharafat, unos agujeros en la pared, en forma de trompeta, en los cuales los judíos depositaban sus ofrendas. Las abundantes monedas de los ricos sonaban como las máquinas de los casinos de hoy, generando admiración entre los que entraban al templo por tanta generosidad. Lo malo era la intención de los donantes, con lo que se perdía buena parte del mérito. Parece que no habían escuchado el consejo de Jesús: “cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente” (Mt 6,2). Además, “echaban de lo que les sobraba”. De repente, sucedió un evento que cambiaría el desarrollo de la escena: “se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante”. La anciana depositó dos leptones, monedas de 1,2 g, equivalentes a la dieciseisava parte de un denario (unos $1.500 COP cada moneda). Era una mujer viuda, sola y pobre; solo tenía a Dios. Pero, como decía santa Teresa, “quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”. Aquella pobre anciana echó en el gazofilacio “todo cuanto tenía, toda su vida entera” (Fausti, 2018, p. 394). El papa Francisco resumía su predicación sobre este ejemplo diciendo: Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 78 Debido a su extrema pobreza, hubiera podido ofrecer una sola moneda para el templo y quedarse con la otra. Pero ella no quiere ir a la mitad con Dios: se priva de todo. En su pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué bonito ejemplo esa viejecita! (2015b) La reacción de Jesús es conmovedora: “Esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie”. Si bien hay que cuidarse de los escribas, lo mejor es aprender de la viuda (Fausti, 2018, p. 392). Ella “echa toda su vida” en la alcancía, como el ciego de Jericó había tirado el manto, igual que Jesús arrojaráunos días más tarde su cuerpo sobre la cruz en el Calvario. Esta es la última enseñanza del Maestro antes de cerrar su predicación con el discurso escatológico, su legado final: “¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? —Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco ni en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des” (2008, n. 829). Por esa razón, este pasaje del Evangelio se abre con las famosas palabras del Sermón del monte: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Ambas viudas, la de Sarepta y la de Jerusalén, entregaron lo que les quedaba para vivir y demostraron con su actitud que a Dios se le compra con la última moneda. Recuerdan el consejo de Machado: “Moneda que está en la mano / quizá se deba guardar; / la monedita del alma / se pierde si no se da”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 79 Jesús ama la pobreza, porque él mismo nació en una familia pobre. María dijo que el Señor había puesto los ojos en la humildad, en la pobreza de su esclava. En la presentación de Jesús en el templo, sus padres solo pudieron ofrecer dos tórtolas, por su falta de medios. Jesucristo es el mejor ejemplo de todas las virtudes, también de la pobreza: tanto en Belén, como durante la vida de inmigrante en Egipto y en la humildad de Nazaret. Más tarde, a lo largo de su vida pública, no tenía dónde reclinar la cabeza. Y así vivió hasta su muerte en la cruz. Y esa es la vía que han seguido los santos a lo largo de la historia: darlo todo, a Dios y a los demás. San Martín de Tours compartió su capa con un mendigo en el cual se identificó Jesucristo; san Francisco de Asís escuchó de Dios una misión concreta: “repara mi casa”, que consistía en recordar a la Iglesia la necesidad de regresar al camino de pobreza que había recorrido el Señor en su paso por la tierra. Y su ejemplo sirvió de inspiración al papa argentino, quien recién elegido escogió su nombre para hacerlo y exclamó: “¡cuánto quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”. El papa Francisco no se quedó en palabras: siguió viviendo en una sencilla habitación, usando un auto popular, celebrando su cumpleaños con “habitantes de la calle”, y embelleciendo la plaza de san Pedro con un centro de acogida para pobres. Y es que así vivía desde antes, en Argentina: recién nombrado obispo, se cuenta de él: Seguiría pernoctando en alguna parroquia, asistiendo a un sacerdote enfermo, de ser necesario. Continuaría viajando en colectivo o en subterráneo y Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 80 dejando de lado un auto con chofer. Rechazaría ir a vivir a la elegante residencia arzobispal de Olivos, cercana a la quinta de los presidentes, permaneciendo en su austero cuarto de la curia porteña. En fin, seguiría respondiendo personalmente los llamados, recibiendo a todo el mundo y anotando directamente él las audiencias y actividades en su rústica agenda de bolsillo. Y continuaría esquivando los eventos sociales y prefiriendo el simple traje oscuro con el clergyman a la sotana cardenalicia. (Rubin y Ambrogetti, 2013) No se trata solo de vivir la pobreza personal, sino de estar dispuestos a emplear los medios humanos al servicio de los más necesitados; desprendernos del propio tiempo, dar incluso de lo que nos falta, como la viuda del Evangelio. Como escribió san Josemaría, “El verdadero desprendimiento lleva a ser muy generosos con Dios y con nuestros hermanos” (1992, n. 126). Aunque también es manifestación de pobreza aprovechar el tiempo que dedicamos a nuestro trabajo intelectual como un acto de servicio y de preparación para aportar a la justicia, santificar el trabajo es compatible con el sacrificio de nuestro tiempo y energías en favor de los demás, como dice el canto eclesial: “tú necesitas mis brazos, mi cansancio que a otros descanse”. A la Virgen pobre le pedimos que nos ayude a imitar a su Hijo en el desprendimiento de los bienes materiales y de nuestro propio yo, para que seamos generosos con Dios y con los demás, siguiendo el ejemplo de la viuda del Evangelio, de modo que Jesús pueda decir de nosotros lo que predicó de aquella santa mujer: “Esta viuda pobre ha Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 81 echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 82 3.7. La resurrección de los muertos La última parte del Evangelio de san Lucas narra las enseñanzas de Jesús durante la semana previa a su muerte. Entre ellas se encuentran algunas discusiones con las autoridades judías: sobre la potestad que tenía para hacer lo que hacía, sobre el tributo al César o, como veremos ahora, sobre algunos aspectos de la escatología (Lc 20,27- 38). El evangelista médico aclara desde el comienzo la posición doctrinal de los que preguntan: “Se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección”. Como sabemos por otros relatos del Nuevo Testamento, esta cuestión era un tema que levantaba chispas entre los distintos grupos de judíos. San Pablo aprovecharía más tarde esta contienda para defenderse en Jerusalén (Hch 23,6): “Pablo sabía que una parte eran fariseos y otra saduceos y gritó en el Sanedrín: ‘Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, se me está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos’”. Con estas palabras se ganó el apoyo de los fariseos y, aparte de la victoria retórica, mereció la aprobación del Señor, que esa misma noche se le apareció y le dijo: “¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio en Jerusalén de lo que a mí se refiere, tienes que darlo en Roma”. Sin embargo, esa fe en la resurrección, que le sirvió ante los judíos, sería después el punto de inflexión negativo en el discurso de Atenas, donde todo iba muy bien mientras Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 83 hablaba del Dios desconocido, pero al mencionar que Cristo había resucitado fue cortado inmediatamente: “unos lo tomaban a broma, otros dijeron: ‘De esto te oiremos hablar en otra ocasión’” (Hch 17,32). Benedicto XVI (2008) explica el motivo de este rechazo: como los griegos “creían que la perfección consistía en liberarse del cuerpo, concebido como una prisión. ¿Cómo no iban a considerar una aberración recuperar el cuerpo?”. Volvamos a los saduceos. Aunque no tenemos muchos documentos históricos sobre ellos, debido a su desaparición a manos romanas en el año 70, sabemos que eran un grupo de judíos poderosos, conservadores aristócratas, tanto laicos como sacerdotes (los fariseos representaban a las clases populares). Gracias a su poder de mediación ante los gobernantes de turno, los saduceos siempre tuvieron en sus manos el cargo del sumo sacerdote y, por tanto, el control del templo y del sanedrín. Su ideología, que buscaba compatibilizar el amor a Dios y a la ley con la apertura a la cultura griega, se caracterizaba por negar la vida después de la muerte (tal vez influenciados por el dualismo platónico). Además, en su concepción materialista de la vida, también negaban la existencia de los ángeles y los demonios (al menos, de los ángeles custodios, cf. Hch 23,8: “Los saduceos sostienen que no hay resurrección ni ángeles ni espíritus”). Quizá los mismos señores de la polémica con Pablo fueron los que se dirigieron a Jesús, un tiempo antes, planteándole la gran discusión rabínica, teológica, que los enfrentabacon los fariseos, los escribas y los esenios de Qumrán: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: ‘Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que tome Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 84 la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano’”. Se refieren a la ley del levirato (Dt 25,5), que manifestaba el deseo de sobrevivir en los hijos, y con base en la cual formulan su conspicua argumentación: Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer. Con esta historia, los saduceos querían ridiculizar las doctrinas que —según ellos— no estaban en el Pentateuco y dejaban a los creyentes en aparente desventaja. El pueblo estaría expectante para ver cómo respondía Jesús ante semejante planteamiento. Su respuesta fue que, si bien en este mundo se casan los hombres y las mujeres, “los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio”. El Maestro resolvió por superación un caso tan ramplón, que limitaba la vida eterna al ejercicio de la sexualidad. Enseñó que la vida gloriosa no es una simple continuación material del discurrir terreno, sino una vida nueva, en la cual queda superada la necesidad del matrimonio para prolongar la especie. Podemos ver en esas palabras una alusión velada al celibato, como una anticipación del estado que tendremos en el cielo, de donación total, que vimos en una meditación anterior. Alguna vez un amigo me explicaba que, al oír Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 85 hablar del cielo, sentía la natural alegría de saber que consiste en la comunión con Dios. Pero, al mismo tiempo, experimentaba el dolor de dejar tantas ilusiones, amistades, recuerdos queridos en la tierra. Y decía que le habían servido mucho unas palabras de san Josemaría: “No lo olvidéis nunca: después de la muerte, os recibirá el Amor. Y en el amor de Dios encontraréis, además, todos los amores limpios que habéis tenido en la tierra” (1992, n. 221). Pero la respuesta de Jesús también ofrece unas pistas muy interesantes sobre la vida de los resucitados, que el Señor manifiesta como de pasada. Obviamente, san Lucas aprovecha para resaltar este punto, que es el mensaje central de toda su obra, y que no era compartido por el ambiente intelectual griego en el que se movía, y al que dirigía su Evangelio: “Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles”. Con estas palabras, el Señor insiste en la existencia de los ángeles, que negaban sus interlocutores. Puede ser que a alguna persona no le guste la comparación con los ángeles, porque somos de carne y hueso, pero hay que tener en cuenta que en el Antiguo Testamento esos seres espirituales eran llamados “hijos de Dios” (Jb 1,6). En ese contexto, Jesús anuncia que, en el cielo, viviremos en plenitud la filiación divina que al presente disfrutamos incoada en la tierra. Como dice san Juan, “ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3,2). Señor, podemos decir en nuestra oración con las palabras del Salmo 27: “buscaré tu rostro”. Quiero verte tal Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 86 cual eres, ayúdame a ver en la oración un atisbo, a profundizar cada vez más, a descubrirte en la santa misa, a verte en el sagrario, a tener mi conversación en el cielo. Como decía el ciego de Jericó, “que vea”, que te vea, como Padre, como Hermano, como Amor, para así yo ver con tus ojos. Que te vea, para que tu mirada me limpie, me purifique, y de ese modo viva como un verdadero hijo de Dios ya aquí en la tierra. Y así empalmamos con la segunda idea de esta oración: la virtud de la esperanza. Al comienzo de noviembre, una persona me comentó que le parecía que, a veces, en la predicación sobre la vida eterna se hacía más énfasis en la muerte y en el purgatorio que en la resurrección de Cristo, que es el hecho más importante de la escatología, y le da sentido a todo lo demás. Miramos los textos que la liturgia propone para las celebraciones por los difuntos y, efectivamente, casi todos se refieren a la muerte de Jesús, pero haciendo hincapié en su gloriosa resurrección. En el discurso de Jesús a los saduceos, el Señor no solo anunció la resurrección y la filiación divina, sino que también manifestó el enlace íntimo que hay entre esas dos realidades, hasta el punto de revelar que su Pascua fue la causa de nuestra filiación divina: “y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección”. Esa respuesta explica toda la vida cristiana: la actitud ante la existencia, ante el cosmos, ante los bienes terrenales —el “materialismo cristiano”—, frente el dolor y las dificultades y también, cómo no, ante la muerte y el más allá. De ahí proviene la fe de los cristianos, que se plasma en Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 87 el último artículo del Credo, sobre la resurrección de la carne: Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella” (Tertuliano): “¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Pues bien: si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe... Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto” (1Co 15,12-20). (Iglesia Católica, 1993, n. 991) El mensaje de la perícopa evangélica que estamos considerando queda más claro si vemos los pasajes que utiliza la liturgia para contextualizarla: en la primera lectura el pasaje señalado es del segundo libro de los Macabeos, famoso por su aportación doctrinal sobre la oración por los difuntos —aunque conviene apuntar que los saduceos no lo consideraban canónico—. En este caso se narra el martirio de los siete hermanos con su madre, espoleados por la profunda convicción de que “el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna” (7,1-2. 9-14). Como si fuera poco, este pasaje está en diálogo con el Salmo 16: “Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”. Cuando despierte del sueño de la muerte, veré tu rostro cara a cara: ¡qué mejor descripción del cielo! El Catecismo cita el pasaje de los macabeos cuando explica Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 88 que la resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquél que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. (Iglesia Católica, 1993, n. 992) Esta es la verdad central de nuestra fe, el anuncio gozoso que la sociedad actual necesita: la esperanza, que le da sentido a la vida. Y uno de los puntos en los que conviene insistir cuando se habla de esta virtud es que no mira solo al futuro, sino que ilumina el presente. Por eso es muy oportuno para mostrar que la vida del cristiano se fundamenta en esa verdad gozosa que anunciabasan Pablo: “Si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe” (1Co 15,14). Nuestra fe es verdadera, no es vana y por eso se manifiesta en la lucha diaria. El Apóstol de las gentes profundiza en las consecuencias prácticas de las virtudes teologales: “Que la esperanza os tenga alegres” (Rm 12,12). En esa línea, el beato Álvaro del Portillo (2014) concluía que “hemos de conducirnos siempre con esa seguridad que se apoya, no en nuestras fuerzas, sino en las de Dios” (Carta pastoral, 1-9- 1991). Palabras que nos confortan cuando nos podemos sentir apabullados por nuestra poca valía, o ante la tentación del pesimismo. San Pablo nos aclara que la clave de la seguridad cristiana no está en nuestras fuerzas, sino en la gracia de Dios. Hemos de conducirnos, seguía el beato Álvaro del Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 89 Portillo, apoyados “en esa seguridad que nos anima a trabajar con alegría —spe gaudentes [Que la esperanza os tenga alegres, Rm 12,12]—” (Carta pastoral, 1-9-1991). El optimismo cristiano se basa en las virtudes teologales. Es necesario un esfuerzo para sonreír, para hacer agradable la vida a los demás con nuestra buena cara, pero lo importante es el origen de esa fina caridad: la esperanza es la que nos alegra y nos mantiene firmes en esa virtud, “con la perseverancia del borrico de noria, aunque en ocasiones no se vean los frutos y, en cambio, parezcan agigantarse las dificultades. La esperanza, hija mía, hijo mío, es sinónimo de alegría santa, porque se cuenta con el Señor, y él no pierde batallas” (Del Portillo, 2014, Carta pastoral 1-9- 1991). Alegría santa, porque se cuenta con el Señor. Quiere decir que el origen de la tristeza se encuentra en la falta de fe. Alegres con esperanza, fundados en la conciencia de nuestra filiación divina. Es un paso adelante en la predicación cristiana sobre la alegría: no se trata simplemente de la alegría “fisiológica” (San Josemaría, 2008, n. 659), sino de tener presente la categoría a la que pertenecemos: ¡que somos hijos de Dios, hijos de la resurrección de Cristo! Y por esa razón san Pablo lo exige a los cristianos: “Que la esperanza os tenga alegres”. El cristiano es optimista, alegre, esperanzado, porque sabe que Dios le ama y le espera al final de su vida. Vive con la conciencia de que todos viven para él: Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 90 “Es tiempo de esperanza, y vivo de este tesoro. No es una frase, Padre —me dices—, es una realidad”. Entonces…, el mundo entero, todos los valores humanos que te atraen con una fuerza enorme —amistad, arte, ciencia, filosofía, teología, deporte, naturaleza, cultura, almas...—, todo eso deposítalo en la esperanza: en la esperanza de Cristo. (San Josemaría, 2009a, n. 293) Volvamos al final de la controversia de Jesús con los saduceos. Como este grupo de personajes, que terminaron siendo los más encarnizados enemigos del Maestro, solo creían en el Pentateuco, el Señor les arguyó con un texto del Éxodo (3,6): “Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: ‘Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob’. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos”. Dios de vivos. Para el cual todos viven. Así concluye la discusión, en el contexto de su cercana Pascua. Jesús acababa de hablar sobre los viñadores homicidas —eran ellos mismos— y después les recordó la Alianza de Dios con los patriarcas, a la cual el Señor siempre ha sido fiel. Y esa fidelidad reclama la continuidad más allá de la muerte, que no puede ser más fuerte que Dios (Rossé, 2006). La Virgen Santa es causa de nuestra alegría y esperanza nuestra. A ella le pedimos que nos alcance la gracia de vivir como escribió san Josemaría: “¡Optimistas, alegres! ¡Dios está con nosotros! Por eso, diariamente me lleno de esperanza. La virtud de la esperanza nos hacer ver la vida como es: bonita, de Dios” (Carta XXXVIII, n. 150,). Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 91 4. El Triduo Pascual Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 92 4.1. El Jueves Santo El Triduo Pascual comienza con la misa vespertina “en la Cena del Señor”. La celebración comienza con el habitual saludo: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo...” y queda abierta hasta la Vigilia Pascual, que es el culmen del triduo. Estas celebraciones resplandecen como la cumbre de todo el año litúrgico. De la misma forma en que el domingo sobresale entre los días de la semana, la solemnidad de la Pascua tiene preeminencia en el ciclo anual. Celebramos que Cristo haya consumado nuestra redención y también que haya glorificado a Dios de modo perfecto mediante su muerte —con la que destruyó la nuestra— y su resurrección —con la que nos devolvió la vida—. El Jueves Santo se celebra la eucaristía en la tarde para recordar que, más o menos a esa hora, comenzó la cena Pascual de Jesús con sus Apóstoles. La antífona de entrada se inspira en las palabras de despedida de san Pablo a sus queridos fieles de Galacia: “Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y resurrección. Él nos salvó y nos liberó”. Después del acto penitencial se entona el Gloria, durante el cual las campanas suenan de modo especial; anuncian el júbilo por participar en esta celebración y, a la vez, otra señal de la singularidad de estos días: desde ese momento, enmudecen hasta la Vigilia Pascual, cuando — Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 93 después de la última lectura del Antiguo Testamento— volverán a sonar mientras se cante de nuevo el Gloria a Dios resucitado. El Evangelio de san Juan nos presenta los tres grandes misterios que se conmemoran en la misa “En la Cena del Señor”: el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna, la institución de la sagrada eucaristía y del orden sacerdotal, como veremos en las siguientes meditaciones. 4.1.1. El mandamiento nuevo San Juan es el evangelista que describe la última cena de modo más extenso. En esta meditación consideraremos el comienzo de la escena. El relato comienza con un prólogo que es a la vez resumen de todo lo que narrará en los últimos capítulos del cuarto Evangelio (13,1-15): “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Por eso se entiende que san Josemaría llamara a la homilía de esta jornada “La eucaristía, misterio de fe y de amor”. Misterio de amor es el de cada actitud del Señor en aquella tarde, como la inesperada escena que sorprende a todos los discípulos: Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 94 Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Se trata de una humillación más, inexplicable incluso para aquellos que lo conocían tan bien, después de haber estado con él durante unos tres años. Humildad de Jesús, que en realidad estaba a tono con el abajamiento que había vivido desde que se hizo hombre para nuestra salvación. En esta escena, Benedicto XVI (2011) ve ejemplificado en un solo gesto el mensaje enterodel himno cristológico de san Pablo (Flp 2,7-8); mientras Adán quiso ser como Dios por sus propios medios, Jesús “se despojó de sí mismo”, descendió de su divinidad y se hizo hombre “tomando la condición de esclavo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”: Con un acto simbólico, Jesús aclara el conjunto de su servicio salvífico. Se despoja de su esplendor divino, se arrodilla, por decirlo así, ante nosotros, lava y enjuga nuestros pies sucios para hacernos dignos de participar en el banquete nupcial de Dios […]. El gesto de lavar los pies expresa precisamente esto: el amor servicial de Jesús es lo que nos saca de nuestra soberbia y nos hace capaces de Dios, nos hace “puros”. (p. 73) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 95 Humildad que nos sirve de ejemplo, para que aprendamos de él a servir. Mientras los discípulos discutían por los primeros puestos, el Señor se inclinaba para ocupar el último: Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”. En la liturgia del Jueves Santo está previsto que, una vez terminada la homilía, y donde lo aconseje una razón pastoral, se proceda al lavatorio de los pies, mientras el coro canta la escena que Juan narra en el capítulo 13. Después, durante la presentación de los dones, se puede cantar el conocido himno: “Donde hay caridad y amor, allí está Dios; el amor de Cristo ha hecho de nosotros una sola cosa; alegrémonos y gocémonos con él. Temamos y amemos al Dios vivo: amémosle todos con sincero corazón”. El lavatorio de los pies no aparece en ningún otro Evangelio y es el contexto en el cual Jesucristo formula una sentencia que será nuestro tema de meditación. Después de haber limpiado los pies de sus discípulos, el Señor formula una orden que los Apóstoles jamás olvidarían, que marcaría su actividad en el futuro, y terminaría siendo el ADN de la Iglesia naciente. Se trata del llamado “mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 96 también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros”. Este es el primero de los tres aspectos que la liturgia nos invita a considerar el Jueves Santo: el mandato del amor fraterno. Como señala san Josemaría en su homilía de esa fiesta, Si el Señor nos ha ayudado —y él está siempre dispuesto, basta con que le franqueemos el corazón—, nos veremos urgidos a corresponder en lo que es más importante: amar. Y sabremos difundir esa caridad entre los demás hombres, con una vida de servicio. “Os he dado ejemplo”, insiste Jesús, hablando a sus discípulos después de lavarles los pies, en la noche de la Cena. Alejemos del corazón el orgullo, la ambición, los deseos de predominio; y, junto a nosotros y en nosotros, reinarán la paz y la alegría, enraizadas en el sacrificio personal. (2010, n. 94) Pensemos cómo es el trato que damos a las demás personas, empezando por las que tenemos más cerca. Cómo es nuestra serenidad, el cariño, la paciencia que ejercitamos ante sus pequeños defectos cotidianos; cómo nos esforzamos por transmitir alegría; cuánto escuchamos sus historias, sin interrumpir para imponer nuestros temas, aunque nos parezcan más interesantes; qué tanto ponemos nuestro grano de arena en la vida de familia con nuestra sonrisa, dejando que nos hagan bromas, siendo vulnerables para que se diviertan con nuestros errores. Examinemos si hemos aprendido de la humildad de Jesús para obedecer, para pensar primero en los demás, para evitar manías personales que pueden aumentar con los años. Y si Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 97 aportamos también nuestro esfuerzo para dar ejemplo de abnegación, de trabajo y de apostolado. Se trata de vivir la caridad fraterna comenzando por los más cercanos, y continuar por los más necesitados, por los que están “en las periferias existenciales”, como le gusta decir al papa Francisco. En ese sentido, predicaba san Josemaría que en cada persona, ved a Cristo que os espera; a Cristo que sufre en aquel enfermo; a Cristo que está necesitado en aquel indigente; a Cristo que quiere entrar en el alma de ese ignorante; a Cristo en el trabajador, que cumple su tarea cotidiana. No olvidéis que así nos lo ha dicho el Señor, para la realidad cotidiana en que nos encontremos: el que sirve a su prójimo —en cualquier necesidad— me está sirviendo a mí. (Citado por Echevarría, 2000, p. 178) “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros”. Estas palabras son un resumen de toda la predicación del Señor. En ellas se concentra toda la ley evangélica, es el mandamiento que resume todos los demás (Iglesia Católica, 1993, n. 2822). Pero no solo es precepto, sino camino, modelo, guía para la vida personal y comunitaria en la Iglesia. De esa manera se responde a la pregunta sobre por qué razón Jesús llama “nuevo” a este mandamiento, si ya estaba previsto en el Antiguo Testamento: la novedad está en la manera de ejercitar ese amor, en que solo ahora podemos hacerlo de la misma forma en que lo hizo Jesús: “como yo os he amado”. San Josemaría ofrecía una respuesta complementaria: después de veinte siglos, todavía sigue siendo un mandato nuevo, porque muy pocos hombres se han preocupado de practicarlo; el resto, la mayoría, ha preferido y prefiere no Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 98 enterarse. Con un egoísmo exacerbado, concluyen: para qué más complicaciones, me basta y me sobra con lo mío. No cabe semejante postura entre los cristianos […]. No hemos de conformarnos con evitar a los demás los males que no deseamos para nosotros mismos. Esto es mucho, pero es muy poco, cuando comprendemos que la medida de nuestro amor viene definida por el comportamiento de Jesús. (1992, n. 222) En las salas de estudio de todos los centros del Opus Dei en el mundo (en Bogotá, en Sudáfrica, en Estocolmo, en Indonesia), hay un cuadrito con estas palabras del Señor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros”. Pedro Rodríguez cuenta la historia de esta costumbre: dice que, en 1934, al abrir la residencia universitaria de Ferraz, san Josemaría hizo que campeara esta doctrina en la sala de estudio. En esas palabras de Jesús veía la síntesis del espíritu que quería inculcar a los estudiantes: amor, fraternidad, servir a los demás, llevar la carga de los otros. Esa residencia fue destruida durante la guerra civil. Tenía que comenzar de cero. Entre los escombros, después de la guerra, apareció el pergamino del Mandatum Novum bastante bien conservado, fue lo único que quedó de aquella casa. San Josemaría siempre entendió el hallazgo como una manera con la cual el Señor le indicaba dónde está lo permanente cuando todo se derrumba: en el mandamiento del Amor (Rodríguez, 2004, n. 385). Por eso, enseñó infatigablemente esta primacía de la caridad. A modo de ejemplo, podemos citar el punto 454 de Forja: Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 99 ¡Con cuánta insistencia el Apóstol san Juan predicaba el mandatum novum! —¡Que os améis unos a otros! —Me pondría de rodillas, sin hacer comedia —me lo grita el corazón—, para pediros por amor de Dios que os queráis, que os ayudéis, que os deis la mano, que os sepáis perdonar. —Por lo tanto, a rechazarla soberbia, a ser compasivos, a tener caridad; a prestaros mutuamente el auxilio de la oración y de la amistad sincera. (San Josemaría, 2009b) Estamos haciendo nuestra oración, no asistimos a una consideración externa de las palabras del Señor. “Como yo os he amado, amaos también unos a otros”. Señor: ayúdanos a sacar propósitos concretos, pues el ideal que nos propones es demasiado elevado: amar a los demás como tú nos amaste, hasta dar la vida por ellos. ¡Qué lejos estamos de esa meta, Señor! Es verdad que queremos servir, quizá hemos tomado decisiones notorias en esa línea: incluso nos proponemos dar la vida. Pero después, en el día a día, podemos ir a lo nuestro: mi tiempo, mis aficiones, mi rendimiento personal... Y se nos olvida que estás tú mismo esperando en la persona que tenemos a nuestro lado, en los parientes, en los compañeros; quieres que nos sacrifiquemos un poco más, que perdamos el miedo a excedernos en el gastarnos por los demás. Por otra parte, es bueno considerar que, a veces, lo que la caridad pide no es mimos ni palmadas en el hombro. También es caridad la exigencia, la fortaleza para corregir un defecto en el hermano, en el amigo. Jesús obró así: a Juan, el discípulo amado, lo corrigió con dureza cuando Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 100 quiso quemar un pueblo porque no lo habían recibido y cuando pidió un lugar de preferencia en el reino de los cielos. La caridad no es simple diplomacia, ni se conforma con indirectas: seguramente recordamos cuánto nos han ayudado unas indicaciones concretas —que quizá nos molestaron en un primer momento— para mejorar en nuestra vida personal, familiar, profesional o social. ¡Si en último término, es lo que se espera del verdadero amigo! Y hay gente que paga para que la corrijan y le indiquen lo que no va bien: entrenadores, asesores, etc. También aquí se aplica el mandamiento nuevo: amar como el Señor nos amó. Por último, el Señor prescribe este mandamiento como la señal distintiva de los cristianos: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis unos a otros”. Pocos años después, en Roma, los paganos reconocían a los seguidores de Jesús precisamente por ese amor recíproco. Tertuliano lo recoge en su Apologeticum (39, 1-18): Esta práctica de la caridad es más que nada lo que a los ojos de muchos nos imprime un sello peculiar. Dicen: “Mirad cómo se aman entre sí”, ya que ellos mutuamente se odian; “y cómo están dispuestos a morir unos por otros”, pues ellos están más bien preparados a matarse los unos a los otros. La Virgen Santísima es modelo de caridad: estando ella en embarazo, salió en cuanto pudo para acompañar a su prima Isabel, que necesitaba su ayuda. En Caná, fue la primera en advertir que el vino escaseaba. Durante la vida pública del Señor, supo ocultarse y estar en un discreto segundo lugar. Pero cuando el Maestro moría, estuvo en Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 101 primera fila, y después acompañó a los discípulos para que su fe no desfalleciera. Pidámosle a ella que también nosotros, como los primeros cristianos, vivamos de tal forma el amor a Jesucristo, que desde su corazón encontremos cariño fraterno para nuestros hermanos, para que los amemos como él nos amó. 4.1.2. Institución de la eucaristía y del Orden sacerdotal Continuamos nuestras consideraciones sobre el inicio del Triduo Pascual. En la anterior meditación reflexionamos sobre el mandamiento del amor, ahora contemplaremos los otros dos aspectos que la liturgia nos invita a considerar la tarde del Jueves Santo. En el libro del Éxodo se recuerdan las rúbricas que el Señor indicó a Moisés y Aarón en Egipto para conmemorar la Pascua judía, que eran premonitorias de lo que celebraría Jesús en la última cena: “el cordero será sin defecto... su sangre librará al pueblo del exterminio...” (12,1-14). El pueblo hebreo festeja cada año el “paso” —ese es el significado de la palabra “pascua”— del Señor por Egipto, mostrando su cercanía al pueblo oprimido; también agradece el paso de los judíos desde la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida: “este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis”. Cada año, el memorial de ese evento revivía la comunión entre Dios y el pueblo, a la espera de la prometida alianza mesiánica, que sería al mismo tiempo nueva y eterna. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 102 El Salmo 115 menciona el rito de la tercera copa de vino que se tomaba en la Pascua judía, y que para el cristianismo adquiere plenitud de significado con la respuesta de san Pablo: “el cáliz de bendición es la comunión con la sangre de Cristo”. El mismo Apóstol de las gentes es el autor del relato más antiguo sobre la última cena, con la que llegan a su plenitud los signos del Antiguo Testamento (1Co 11, 23ss): Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”. San Pablo insiste en que se trata de una tradición que se remonta a Cristo y que durará hasta el final de los tiempos: “Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. Estas lecturas nos llevan a meditar en la continuación sacramental de la Pascua de Jesús; en la santa misa, el sacramento del amor de Dios, que el Prefacio alaba diciendo que “cuando comemos su carne, inmolada por nosotros, quedamos fortalecidos; y cuando bebemos su sangre, derramada por nosotros, quedamos limpios de nuestros pecados”. Así llegamos a la clave para estar alegres y optimistas en medio de las dificultades, también de nuestras miserias. La encontramos en una carta pastoral del beato Álvaro del Portillo (2014): Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 103 En la santa misa hallamos el remedio para nuestra debilidad, la energía capaz de superar todas las dificultades de la labor apostólica. Convenceos: para abrir en el mundo surcos de amor a Dios, ¡vivid bien la santa misa! Para llevar a cabo la nueva evangelización de la sociedad, que nos pide la Iglesia, ¡cuidad cada día más la misa! Para que el Señor nos mande vocaciones con divina abundancia y para que se formen bien, ¡acudid al santo sacrificio!: ¡importunad un día y otro al Dueño de la mies, bien unidos a la Santísima Virgen, llenando de peticiones vuestra misa! (Carta pastoral, 1-4-1986) Por eso, la eucaristía es considerada la fuente y el culmen de la gracia sacramental (Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 10), “el centro y la raíz de la vida interior” (san Josemaría, Carta X, n. 11, citado por García, 1999). Mientras todos los sacramentos nos dan la gracia, en la eucaristía recibimos al mismo autor de la gracia. Es la razón por la cual nuestra vida de piedad debe estar centrada en el amor a la eucaristía. Jesús nos espera en el sagrario para fortalecernos, para consolarnos, para iluminarnos, para impulsarnos, para contagiarnos su sed de almas, para cultivar nuestras vidas con su presencia sacramental, que es el modelo de todas las virtudes. Por esa razón, san Josemaría aconsejaba con frecuencia: “¡Sé alma de eucaristía! Si el centro de tus pensamientos y esperanzas está en el sagrario, hijo, ¡qué abundantes los frutos de santidad y de apostolado!” (2009b, n. 835). Euclides EslavaLA PASIÓN DE JESÚS 104 ¡Cuánta fuerza, y qué eficacia, tiene un rato de oración delante del sagrario! Todo nuestro día debe estar centrado alrededor de la misa. Por eso no puede faltar la eucaristía dominical en la vida de un cristiano, que debe ser el centro de la semana (San Juan Pablo II, 1998). Y para una persona de más fe, será normal el deseo de comenzar cada día asistiendo al sacrificio del altar. De ahí saldrá la fuerza para toda la labor apostólica y profesional, porque de ese modo no solo será el centro, sino también la raíz de nuestra vida interior. No podemos acostumbrarnos a la maravilla de tener al Señor entre nosotros, de vivir con él, de poder asistir o celebrar la santa misa cada día. Una anécdota relacionada con el cine: en 1968 san Josemaría vio “Siete mujeres”, la cinta con la que John Ford se retiró del mundo artístico. La trama discurría en China y mostraba la angustia de siete misioneras no católicas que esperaban con terror la llegada de unas hordas. La tensión iba en aumento hasta que una de ellas, hundida moralmente, le dijo al médico de la misión: “¡Es que Dios no me basta! ¡Me siento sola!”. San Josemaría debió de vivir aquella trama con particular intensidad, porque dijo que se alegraba de haberse quedado a ver la película. Comentó que aquellas mujeres padecían esa soledad y esa angustia porque no tenían la eucaristía, mientras que los católicos podemos acudir a Jesús Sacramentado en los momentos difíciles de nuestra vida: “Se han quedado con el corazón seco, porque no tenían a Cristo... porque el Señor no estaba en medio de ellas... Sin sagrario nosotros también nos sentiríamos solos. Nada nos bastaría si Dios no estuviese con nosotros” (Herranz, 2011, p. 87). Gracias, Señor, porque estás en Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 105 medio de nosotros; porque has querido quedarte disponible, porque no estamos solos: estamos contigo y tú nos bastas. “Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”, decía santa Teresa. Entre las alabanzas a la eucaristía que ofrece la misa del Jueves Santo, se insiste en otro aspecto doctrinal muy importante: que este sacramento es banquete, pero también sacrificio. De esa manera entramos en el tercer tema del día, la institución del orden sacerdotal, que garantiza la actualización del sacramento a lo largo de la historia: Dios nuestro, que nos has reunido para celebrar aquella Cena en la cual tu Hijo único, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eterna, concédenos alcanzar, por la participación en este sacramento, la plenitud del amor y de la vida. (Misal romano) La santa misa es “el sacrificio nuevo de la alianza eterna”, la renovación incruenta del sacrificio del Calvario, que conmemoramos el Viernes Santo. Si no fuera así, sería una simple cena más. Por ese motivo, rezamos en el Prefacio que Jesucristo, “verdadero y eterno sacerdote, al instituir el sacramento del sacrificio perdurable, se ofreció a Sí mismo como víctima salvadora, y nos mandó que lo ofreciéramos como memorial suyo”. Todo sacrificio necesita un sacerdote que lo ofrezca, un mediador entre Dios y los hombres, y Jesucristo es el Sumo y Eterno Sacerdote. Además, al mismo tiempo, es el altar y la víctima. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 106 Este sacrificio del altar cristiano es el culmen de todas las religiones. Todo el proceso de maduración del hecho religioso, de la apertura de los seres humanos hacia la trascendencia, llega a su plenitud cuando el mismo Dios se hace uno de nosotros y se ofrece en holocausto, representándonos para garantizar que nuestro propio sacrificio, unido al suyo, sea aceptado por el Padre eterno. Por esa razón, agradecemos al Señor que haya instituido el sacramento del Orden, por medio del cual se sigue ejerciendo en la Iglesia, hasta el fin de los tiempos, la misión que Cristo confió a sus Apóstoles. Este es un buen momento para rezar por la santidad de los sacerdotes, y también para rogar al Dueño de la mies que nunca falten ministros del sacerdocio en la Iglesia, que haya muchas personas que reciban ese sacramento al servicio de la comunidad “para predicar el Evangelio, celebrar el culto divino, sobre todo la eucaristía, de la que saca fuerza todo su ministerio, y ser pastor de los fieles” (Iglesia Católica, 2005, nn. 322, 328). A la Santísima Virgen, Madre de la Iglesia, le pedimos que —como fruto de nuestra celebración Pascual— haya muchas y santas vocaciones sacerdotales, vivamos el mandamiento del amor fraterno, y seamos almas de eucaristía. 4.1.3. Sacerdocio, eucaristía, caridad La santa misa en la Cena del Señor comienza con la antífona de entrada (Ga 6,14): “Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro señor Jesucristo”. La liturgia añade al texto sagrado que “en él —en Cristo— está Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 107 nuestra salvación, nuestra vida y nuestra resurrección”. Celebramos que la misericordia divina “nos ha salvado y nos ha liberado”. Por esa razón, después de haberlo omitido durante los cuarenta días de la cuaresma, se entona el Gloria con todo boato para alabar, bendecir, glorificar y agradecer a la Trinidad Beatísima con el mismo canto de júbilo que los ángeles entonaron la noche del nacimiento de Jesús. En la oración colecta nos dirigimos al Señor diciéndole que nos congregamos “para celebrar esta sacratísima Cena, en la cual tu Unigénito, cuando iba a entregarse a la muerte, encomendó a la Iglesia el sacrificio nuevo y eterno”. Nos detenemos a considerar esa entrega, ese encargo que Jesucristo hizo a la Iglesia de renovar su propio sacrificio. Y es la primera idea que consideramos en esta celebración: la institución del orden sacerdotal, sacramento que Jesucristo estableció fundamentalmente para renovar el sacrificio del Calvario, para dispensar el Sacramento del amor, desde la mesa de la Palabra y la mesa de la eucaristía. Como dice san Juan Crisóstomo: “no es el hombre quien convierte las cosas ofrecidas en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino el mismo Cristo que por nosotros fue crucificado. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia aquellas palabras, pero su virtud y la gracia son de Dios” (De prodit. Iudae, homil. 1,6). “Haced esto en conmemoración mía...” Al instituir el sacramento del Orden, Jesús nos invitó a imitarle. Y esa emulación no es un proyecto dirigido solo a los ministros ordenados, aunque haya una diferencia esencial en los dos modos de vivirlo: “la vocación cristiana nos exige a todos — a los seglares también— practicar cuantas virtudes han de Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 108 vivir los buenos sacerdotes” (San Josemaría, Carta X, n. 10). Todos los cristianos, por el hecho de recibir el bautismo, somos injertados en el sacrificio de Cristo, participamos del sacerdocio común de los fieles de acuerdo con la expresión de san Pedro (1P 2,9): “Vosotros sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa”. El Concilio Vaticano II recuerda que el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles difieren esencialmente y no solo de grado (Constitución Presbiterorum Ordinis, n. 10), pero es importante que los laicos sean conscientes de la responsabilidad que adquirieron al recibir el bautismo. Por esa razón, san Josemaría enseñaba que, con esa alma sacerdotal que pido al Señor para todos vosotros debéis procurar que, en medio de las ocupaciones ordinarias, vuestravida entera se convierta en una continua alabanza a Dios: oración y reparación constantes, petición y sacrificio por todos los hombres. Y todo esto, en íntima y asidua unión con Cristo Jesús, en el santo sacrificio del altar. (Carta XXV, n. 4, citado por Echevarría, carta pastoral 1-11-2009) La oración colecta del Jueves Santo hace énfasis en la razón de ser del sacerdocio ministerial: “Tu Unigénito, cuando iba a entregarse a la muerte, encomendó a la Iglesia el sacrificio nuevo y el terreno y el banquete de su amor”. El Sacramento del orden, que es “participación en la misión salvífica de Cristo” (San Josemaría, 2002, n. 35) y por el cual “el hombre se convierte en instrumento de la gracia salvadora” (n. 39), es una manifestación maravillosa de la Misericordia divina. Y no solo con la persona llamada —se Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 109 trata de una dignidad “que en la tierra nada supera” (n. 70)—, sino con la Iglesia y con la humanidad entera. Pidamos al Señor muchas vocaciones para el sacerdocio, para la vida consagrada y para el celibato apostólico en medio del mundo; que reviva la ilusión vocacional en las familias; que haya muchos padres y madres orgullosos de la vocación de sus hijos y dispuestos a entregarlos con generosidad para un posible llamado, si es la voluntad de Dios; que los eduquen con esas disposiciones de magnificencia y apertura a los demás y que también haya muchos jóvenes en todo el mundo dispuestos a seguir las sendas de misericordia de Jesucristo, que se entregó por nosotros y nos dio la misión de imitarlo para llevar su gracia, sus sacramentos, su Evangelio, hasta el último rincón del mundo. Para eso está el sacerdocio: para servir a las almas. Su dimensión teológica más profunda consiste en la consagración a Dios y en la misión hacia los demás. Y una manifestación concreta de esa disponibilidad es el segundo tema de la celebración del Jueves Santo: la centralidad que en la vida del sacerdote debe tener la celebración de la eucaristía, que es el “banquete de su amor”. En un estudio reciente sobre los primeros pasos del Opus Dei, cuentan algunos testigos que san Josemaría pasaba “horas largas cerca del sagrario, en conversación con el Señor. Solía estar en la iglesia en momentos en que solía estar vacía”. Y uno de los estudiantes que tenían dirección espiritual con él concluye que, “sin predicaciones, sin homilías, nada más que en la manera de decir la misa, la emoción con que realizaba el Sacrificio era tan poderosa Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 110 que se transmitía a los que estábamos cerca de él” (González, 2016). Pidámosle hoy que nos contagie ese amor al sacramento del altar, que es “signo de unidad y vínculo de caridad”. Y de ese modo llegamos a la tercera idea de la celebración del Jueves Santo, que es precisamente el amor fraterno. Contemplando el lavatorio y el mandamiento nuevo del amor fraterno, Mons. Echevarría dice que este lavar los pies los unos a los otros a que nos invita el Señor lleva consigo tantas cosas concretas, porque ese limpiar de que se habla, nace del cariño; y el amor descubre mil formas de servir y de entregarse a quien se ama. En cristiano, lavar los pies significa, sin duda, rezar unos por otros, dar una mano con elegancia y discreción, facilitar el trabajo, adelantarse a las necesidades de los demás, ayudarse unos a otros a comportarse mejor, corregirse con cariño, tratarse con paciencia afectuosa y sencilla que no causa humillaciones; alentarse a venerar al Señor en el Sacramento, emularse mutuamente en ese ir a Jesús con las manos cargadas de atenciones de cariño a él y a nuestros hermanos. Lavar los pies implica colmar la propia vida de obras de servicio sacrificado y gustoso, de mediación apostólica cumplida con alma sacerdotal. (2005, p. 67) Acudamos a la Virgen Santísima, que estaría en el cenáculo preparando la celebración de la Pascua unida a la entrega de su Hijo. Pidámosle a ella que nos ayude a profundizar en el significado de estos tres aspectos de la celebración del Jueves Santo: el sacerdocio, la eucaristía y la caridad. Y que interceda ante el Padre para que nos conceda lo que pedimos al final de la oración colecta: “que Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 111 por la celebración de tan sagrado misterio obtengamos la plenitud del amor y de la vida”. 4.1.4. Camino, verdad y vida El discurso de despedida de Jesús en el Cenáculo, antes de la última cena, está estructurado en dos partes: en la primera, que abarca los versículos 1-4, el Señor anuncia a los Apóstoles que se irá a prepararles una morada en la casa del Padre; en la segunda, los versículos 5-12, él mismo se define como el camino, la verdad y la vida. Preparar la morada, en primer lugar. No olvidemos el contexto en el que Jesús pronuncia estas palabras: acaba de anunciar la traición de Pedro y, quizá ante la reacción de desconcierto que notó en sus discípulos, añadió: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí”. El Señor recuerda la necesidad de la fe para evitar la turbación, la confusión y el desorden. Tal vez pensando en tranquilizarlos ante lo que ellos ven venir, el Maestro les anuncia lo que pasará más adelante: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar”. Es una invitación a la esperanza, a ver más allá de las contradicciones del momento, por duras que puedan parecer. Jesús anuncia que, por medio de los dolores inmensos que se avecinan (estamos en las vísperas de su muerte), él mismo abrirá las puertas de la vida eterna en la casa del Padre: “Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 112 Como buen pedagogo, el Maestro incoa una nueva perspectiva en su discurso: “Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. El mellizo Tomás, hombre impulsivo, muerde el anzuelo y le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Este apóstol pasaría a la historia como el incrédulo por antonomasia, por haber exigido pruebas palpables de la resurrección de Cristo, pero pocos le reconocen la importancia de actitudes como esta interrogación, que le dio pie al Señor para responder con solo tres palabras, que constituyen todo un tratado de Cristología: “Yo soy el camino y la verdad y la vida”. “Yo soy el camino”. Jesús es la única vía para llegar al Padre. Lo cual quiere decir que los Apóstoles sí saben a dónde va: al cielo, que es nuestra meta definitiva; la felicidad, la alegría eterna. La comunión perfecta con Dios, con los demás y con la creación: él es la única senda que enlaza el cielo con la tierra. Lo declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes. (San Josemaría, 1992, n. 127) “Yo soy la verdad (aletheia)”. El Maestro revela, manifiesta la intimidad divina: “Se refiere a la inquebrantable fidelidad de Dios, manifiesta en Jesús” (López y Richard, 2006, p. 234). En ese momento, Jesús ya había mostrado al Padre, lo había hecho visible: “Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”. Euclides EslavaLA PASIÓN DE JESÚS 113 Esa revelación divina es nuestro origen y nuestro destino. Quien conoce a Dios conoce la verdad más profunda sobre el ser humano. Y, al contrario, quien desconoce a Dios le falta conocer la dimensión más importante de la persona: su carácter de criatura hecha a imagen y semejanza divina, elevada a la categoría de hija de Dios. Jesús mismo, su vida y su mensaje, son la plenitud del conocimiento, la sabiduría. Como dice la copla tradicional española: “Al final de la jornada, aquel que se salva sabe; el que no, no sabe nada”. Quisiera recordar en este momento una anécdota de Joaquín Navarro-Valls, quien fuera el portavoz de san Juan Pablo II: refirió que, una vez, caminando juntos durante una habitual excursión veraniega en los Alpes, inquirió curiosamente a Juan Pablo II qué frase del Evangelio salvaría en la hipótesis de que se perdiera toda traza de civilización. “La verdad os hará libres”, respondió el Papa polaco sin pensarlo dos veces. En esa sesión de formación cristiana —no imaginábamos que sería la última— tuvimos todos la clara percepción que había algo muy íntimo en la glosa que añadió al recuerdo: “La Verdad es una Persona, no una idea, y nuestra verdad es también personal: lo que somos ante a Dios” (Testimonio de Norberto González, en Navarro Valls, 2018). “Yo soy la vida” (Zoé). Jesús es el camino verdadero, y en él se encuentra la vida verdadera: la vida sobrenatural, la vida eterna, que vence la muerte. Ahora, al final de su Evangelio, san Juan señala que se ha cumplido lo que había enunciado en el prólogo (1,4): “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 114 “Yo soy el camino y la verdad y la vida”. Otra manera de entender estas palabras de Jesús es por medio de sus tres oficios (Burkhart y López, 2010, en quienes me inspiro para lo que sigue): - Santificar: él es el sumo y eterno sacerdote que se ofreció a sí mismo al Padre para nuestra redención. En ese sacrificio él fue al mismo tiempo “sacerdote, víctima y altar” y, gracias a esa mediación, nos justificó, nos liberó del pecado. Desde entonces, también nos brinda la gracia, la participación en su vida sobrenatural y nos orienta para que lleguemos a ser santos, que es nuestra vocación definitiva. - Enseñar: Jesús es el profeta definitivo, el Maestro que nos guía por el camino de la verdad. Él mismo es la revelación definitiva, el Verbo encarnado. Pero no se limitó a transmitir unas enseñanzas como un conocimiento más, sino que “dio testimonio de la verdad” por medio de su vida, su muerte y su resurrección. Como explica O'Callaghan (2006): Cristo testimonia al Padre ante los hombres, con lo que hace y con lo que dice, hasta el punto de aceptar la muerte de cruz; al mismo tiempo, el Padre reivindica a Cristo y le revela ante los creyentes, sobre todo resucitándolo de entre los muertos; finalmente, en la persona de Cristo, se identifican la verdad profesada y el Testigo. (p. 543) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 115 - Servir: Jesús es el rey de los cielos y del cosmos, pero reina entregando la vida por sus hijos como Buen Pastor. Estas palabras de Jesús son un llamado a que nos unamos a él por medio de la oración y del sacrificio. Que busquemos el encuentro diario, permanente, con el Señor por medio de los sacramentos y del Evangelio —como resume san Josemaría: “¡Pan y palabra!: Hostia y oración”— (2008, n. 87). Acompañar a Jesús en el diálogo constante, que se manifiesta por medio de las obras que nos permiten seguirlo hasta el Calvario. Podemos mirar con frecuencia el Crucifijo, cargarlo en el bolsillo, tenerlo a la vista en la mesa de trabajo. Para que no se convierta en un simple elemento decorativo del escritorio, procuremos unirnos a su sacrificio a través de la penitencia en la vida cotidiana, ofreciendo al Padre los sacrificios que genera esa labor, hasta que lleguemos a ser “otro Cristo, el mismo Cristo” (San Josemaría, 1992, nn. 127-141), y podamos decir lo que escribió San Pablo: “no soy yo el que vivo, es Cristo quien vive en mí”. El beato Álvaro del Portillo invitaba a tratar mucho a Jesucristo en su Humanidad Santísima (2014): Esforzaos por conocer más y más al Señor: no os conforméis con un trato superficial. Vivid el santo Evangelio: no os limitéis a leerlo. Sed un personaje más: dejad que el corazón y la cabeza reaccionen. Tened hambre de ver el rostro de Jesús […]. Pregúntate con sinceridad, en la presencia de Dios: ¿cómo va mi vida de oración? ¿No Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 116 podría ser más personal, más íntima, más recogida? ¿No podría esforzarme un poco más en el trato con Jesús, en la meditación de la sagrada Pasión, en el amor a su Humanidad Santísima? ¿Cómo es mi oración vocal? ¿Hablo con Dios mientras rezo? ¿Lleno las calles de la ciudad de Comuniones espirituales, de jaculatorias, etc.? Sí, hija mía, hijo mío. De este examen sacarás —sacaremos todos— el convencimiento de que podemos y debemos contemplar con más pausa y amor los misterios del Rosario, obtener más fruto de la lectura diaria del Santo Evangelio, acompañar más de cerca a Cristo por los caminos que recorrió en la tierra. (Carta pastoral, 1-4-1985) Esa identificación con Cristo hará que también nosotros seamos sacerdotes, profetas y servidores de nuestros hermanos: sacerdotes de nuestra propia existencia, que convierten cada día en una misa, que ofrecen su vida en holocausto por la salvación de todas las almas. Profetas, apóstoles, testigos de Jesucristo en medio de las ocupaciones ordinarias, por medio de la amistad sincera, cálida, que brinda lo mejor que se tiene: el amor de Dios. Servidores de los demás, imitadores de Jesucristo, quien definió su vida con otro lema: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). Como decía el papa Francisco en el domingo de Ramos del año de la pandemia de la covid-19 (2020a): El drama que estamos atravesando en este tiempo nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos pongámonos ante el Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 117 Crucificado —miren, miren al Crucificado—, que es la medida del amor que Dios nos tiene. Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos, mirando al Crucificado, la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer. Nuestra Madre, la Virgen María, es la mejor intercesora para llegar a su Hijo. A ella le pedimos que nos alcance la gracia de que Jesús sea en realidad, para cada uno de nosotros, “el Camino y la Verdad y la Vida”, nuestro sacerdote, nuestro profeta y nuestro rey. 4.1.5. Promesa del Espíritu Santo Continuamos contemplando la última cena y, en concreto, el discurso de la despedida. Este sermón suele dividirse en tres partes: la primera, sobre la partida y el regreso de Jesús; la segunda, sobre Cristo y la vida de la Iglesia; y, por último, la oración sacerdotal. Consideramos en esta meditación un fragmento de la segunda parte (Jn 14,15-21). “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. Jesús pide un amor coherente, un amor que no se quede en meras palabras, sino que se manifieste en obras. Es importante insistir en que obedecerle no es un peso, sino el camino para ser felices. “Y yo le pediré al Padreque os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros”. Jesús promete que enviará al Espíritu Santo como premio por esa fidelidad, pero, sobre todo, como medio para garantizar el cumplimiento de su voluntad. Otro Paráclito, otro Abogado, otro Consolador, además del mismo Jesús, que estará Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 118 siempre con nosotros para santificarnos. Benedicto XVI (2005) lo definía con una comparación musical: “el Espíritu es esa potencia interior que armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo” (n. 19). Es lo que vemos hecho vida en los relatos de los Hechos de los Apóstoles (p. ej., 8,5-8.14-17), donde llama la atención que los primeros cristianos vivían de modo natural esa armonía con el querer de Dios: Cuando los Apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo; pues aún no había bajado sobre ninguno; estaban solo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Se trata de una escena sacramental, relacionada con la confirmación: “Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”. El Compendio del Catecismo enseña que esa acción del Espíritu Santo sigue siendo el motor que dirige la Iglesia en el camino de la historia para que vivamos como hijos de Dios. Esa vitalidad del Paráclito no concluyó con las primeras generaciones del cristianismo, sino que continúa en cada uno de nosotros, también ahora. El Compendio del Catecismo (Iglesia Católica, 2005) resume la misión del Espíritu Santo diciendo que edifica, anima y santifica a la Iglesia; como Espíritu de Amor, devuelve a los bautizados la semejanza divina, perdida a causa del pecado, y los hace vivir en Cristo la vida misma de la Trinidad Santa. Los envía a dar testimonio de la Verdad de Cristo y los organiza en sus Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 119 respectivas funciones, para que todos den “el fruto del Espíritu” (Ga 5,22). (n. 145) Le pedimos al Señor que nos ayude a profundizar en esta enseñanza, para que seamos dóciles a la acción del Espíritu Santo. Nos puede servir el consejo de san Josemaría, para facilitarle al Paráclito el trabajo de “edificar, animar y santificar”: “No olvides que eres templo de Dios. El Espíritu Santo está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones. Frecuenta el trato del Espíritu Santo –el Gran Desconocido– que es quien te ha de santificar” (Apuntes íntimos, nn. 44-45, citado por Rodríguez, 2004, n. 59). Podemos proponernos renovar nuestro diálogo con la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: pedirle más sus luces antes de tomar nuestras decisiones, a la hora del examen de conciencia o de aconsejar a un amigo, redescubrir su presencia activa en la sagrada eucaristía y en cada una de las prácticas de piedad, para iluminar el resto del día y tener conciencia de su presencia en nuestra alma en gracia. El cardenal Julián Herranz (2007) cuenta una anécdota de san Josemaría sobre la relación del Espíritu Santo y la eucaristía; dice que en una tertulia en febrero de 1971 les contó: “Mi descubrimiento de esta última temporada es la acción del Espíritu Santo en la misa. Tengo la necesidad, muchas veces al día, de adorar a cada una de las tres Personas de la Trinidad”. Y agrega que, al día siguiente, se refirió de nuevo a ese descubrimiento y añadió: “Y quiero decírselo a todos, para que todos Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 120 crezcamos en el trato del Espíritu Santo, porque sigue siendo el Gran Desconocido” (p. 167). Pero el Espíritu Santo no solo “edifica, anima y santifica”, como dice el Compendio del Catecismo, sino que también nos ayuda a recomenzar cuando decaemos en el esfuerzo por cooperar con su labor: “como Espíritu de Amor, devuelve a los bautizados la semejanza divina, perdida a causa del pecado, y los hace vivir en Cristo la vida misma de la Trinidad Santa” (Iglesia Católica, 2005, n. 145). El hábito de comenzar y recomenzar es una faceta muy importante de la vida espiritual del cristiano: “La vida espiritual es —lo repito machaconamente, de intento— un continuo comenzar y recomenzar. —¿Recomenzar? ¡Sí!: cada vez que haces un acto de contrición —y a diario deberíamos hacer muchos—, recomienzas, porque das a Dios un nuevo amor” (San Josemaría, 2009b, n. 384). Quizá por ese motivo el Espíritu Santo es llamado Consolador, porque nos garantiza el retorno a la casa del Padre, al recordarnos la verdad sobre el amor misericordioso de Dios: “Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”. Además, el Espíritu nos revela toda la verdad sobre Jesús y nos ayuda a imitarlo hasta que lleguemos a ser nosotros mismos “otro Cristo, el mismo Cristo”: “la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en él” (Iglesia Católica, 1993, n. 690). Por el contrario, el diablo es el padre de la mentira. Pretende engañarnos cuando nos sugiere la vía opuesta, el camino del pecado, que acaba en la soledad y la tristeza. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 121 “El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros”. Jesús insiste en la importancia de conocer al Paráclito que habita dentro de cada uno de nosotros. No es suficiente con saber que reside en nuestra alma, para santificarla. Es preciso experimentarlo, caer en la cuenta de que siempre está en nuestro interior y que, por tanto, debemos tratarlo, tener nuestra conversación en los cielos, pedirle su ayuda, su gracia eficacísima, para corresponder a sus mociones, para obrar como lo haría Jesús. Como escribió san Josemaría: Siento el Amor dentro de mí: y quiero tratarle, ser su amigo, su confidente..., facilitarle el trabajo de pulir, de arrancar, de encender... No sabré hacerlo, sin embargo: El me dará fuerzas, él lo hará todo, si yo quiero... ¡que sí quiero! Divino Huésped, Maestro, Luz, Guía, Amor: que sepa el pobre borrico agasajarte, y escuchar tus lecciones, y encenderse, y seguirte y amarte. — Propósito: frecuentar, a ser posible sin interrupción, la amistad y trato amoroso y dócil del Espíritu Santo. Veni Sancte Spiritus!... (Apuntes íntimos, n. 864, en Rodríguez, 2004, n. 59; cf. San Josemaría, 2009b, n. 430) Además de edificar, animar y santificar, y de reconciliarnos con el Señor, el Espíritu Santo nos fortalece para cumplir la misión apostólica que Jesucristo nos dejó, para cumplir la vocación que el Padre nos reveló. Por eso, el punto del Catecismo que estamos meditando concluye que “los envía a dar testimonio de la Verdad de Cristo y los organiza en sus respectivas funciones, para que todos den ‘el fruto del Espíritu’”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 122 Acudamos al Paráclito pidiéndole que nos encienda para que no nos desviemos ni un ápice en el cumplimiento de la voluntad divina, que nos pode si hiciera falta, para que demos más fruto. Puede servirnos esta otra oración que compuso san Josemaría en 1934: Ven, ¡oh, Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos, fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo, inflama mi voluntad. He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir diciendo: después, mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte. ¡Oh, Espíritu de verdad y de Sabiduría, Espíritu de entendimientoy de consejo, Espíritu de gozo y de paz! quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras. (Citado por Rodríguez, 2004, p. 271) Pidamos a la Virgen santa su intercesión para imitarla en su unión con el Paráclito: “María, Madre nuestra, auxilium christianorum, refugium peccatorum: intercede ante tu Hijo, para que nos envíe al Espíritu Santo, que despierte en nuestros corazones la decisión de caminar con paso firme y seguro” (San Josemaría, 2010, n. 69). 4.1.6. La vid y los sarmientos Continuamos en el Cenáculo de Jerusalén, durante la última cena. Ya han pasado el lavatorio de los pies y el mandamiento nuevo. Judas acaba de salir, con lo cual Jesús quedó más libre para hablar a sus discípulos. Prometió que les enviaría el Espíritu Santo. Comienza el capítulo 15 del Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 123 Evangelio de san Juan, la segunda parte del discurso de despedida, una meditación sobre el misterio de Cristo y de su Iglesia. Estamos en pleno corazón de la cena. El Maestro desveló a sus discípulos las últimas revelaciones con otra parábola: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador”. La comparación con la vid es tomada del Antiguo Testamento, donde se aplica al pueblo hebreo: en el salmo 80 se habla de la ruina y restauración de la viña arrancada de Egipto y plantada en otra tierra; y en el cántico de Isaías el Señor se queja de que la viña no haya producido uvas, sino agrazones (5,1-7). De hecho, en el Templo se conservaba una gigantesca vid dorada, que simbolizaba los abundantes frutos del pueblo elegido. Sin embargo, ahora Jesús anuncia un cambio en la interpretación: la analogía ya no se aplica al pueblo, sino a él mismo, que es la verdadera vid. “A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado”. El sarmiento es el “vástago de la vid, largo, delgado, flexible y nudoso, de donde brotan las hojas, las tijeretas y los racimos” (Real Academia Española, 2014). Con las distintas estaciones, se les va podando para que los frutos sean abundantes. La parábola no solo tiene la dimensión cristológica que hemos mencionado, sino que también incluye un aspecto eclesial: los cristianos están íntimamente relacionados con Jesús, como los vástagos con la cepa. La parábola permite comprender que no se trata de un simple recurso retórico, sino que es una invitación a Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 124 imitar al Maestro en el sacrificio que se apresta a enfrentar pocas horas después. La poda de la que habla es purificación, como también se puede traducir esta palabra en su contexto. Pensando en esta escena, san Josemaría enseñaba: ¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? —Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda, “ut fructum plus afferas” —para que des más fruto. ¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras! (San Josemaría, 2008, n. 701) Pensemos en la purificación que el Señor espera de nosotros. Quizá desea que seamos más entregados, que trabajemos con más constancia, que rechacemos con más prontitud las tentaciones, que recemos con más fervor. Cada uno puede preguntarle en este momento cuáles son esas ramas que impiden a la vid fructificar más. O también es posible que reconozcamos algunos sufrimientos o pruebas a los que no les hemos encontrado sentido, y por los cuales nos hemos quejado más de la cuenta, sin ver en ellos la mano amorosa del sembrador que quiere frutos más lozanos y obras más maduras. Así reaccionó san Josemaría, como podemos ver en los apuntes de una meditación que está en el origen del punto que acabamos de citar: ¿Por qué me lamento también de todo lo que me rodea y me sucede, de las personas que están conmigo, de su trato, de sus flaquezas, de las mías...? ¿No ocurre todo así para bien mío? Vamos a preguntarnos: ¿qué hace el buen Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 125 labrador con su viña? ¿No la vigila cuidadosamente para podarla en el tiempo oportuno? Pues si yo estoy unido a la Vid, he de alegrarme de estas humillaciones, de estas contradicciones, de esta poda —porque ésta es la poda que el Maestro realiza en mi alma, donde hay tanto, tanto, que cortar—, que es el medio para que yo dé frutos más seguros y jugosos. (Cf. Rodríguez, 2004, n. 701) Continuemos con el discurso del Señor. Después de la poda, de la purificación, habla sobre la mutua inmanencia entre él y sus discípulos: “permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. San Cirilo de Alejandría interpreta de modo muy sugerente que la savia que comparten la cepa y el vástago es el Espíritu Santo: “se compara a sí mismo con la vid y afirma que los que están unidos a él e injertados en su persona son como sus sarmientos y, al participar del Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (pues el Espíritu de Cristo nos une con él)” (Comentario al Evangelio de san Juan 10,2). El divino Paráclito nos une con Jesucristo en los sacramentos y en la oración. Ahí está la fuente de esa unión con la Santísima Trinidad. De hecho, el vino que se consagra en la eucaristía es precisamente el fruto de la vid. Y en el capítulo sexto del mismo Evangelio, Jesús había anunciado que quien comiera su carne y bebiera su sangre habitaría en Cristo y Dios en él. Podemos concretar algún propósito que nos ayude a ser más almas de eucaristía: quizá podríamos preparar con más delicadeza la participación en la santa misa, o cuidar la acción de gracias después de Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 126 haberlo recibido; también podemos visitar cada día a Jesús en el sagrario, hacer la oración delante del tabernáculo. Al mismo tiempo, examinemos cómo cuidamos nuestros ratos de oración, cómo perseveramos en las prácticas de piedad, cuánto esfuerzo ponemos para evitar las distracciones, para poner la inteligencia y el corazón en la meditación de la vida de Cristo, cuánto luchamos para manifestar con obras el amor que le tenemos al Señor: “Los sarmientos, unidos a la vid, maduran y dan frutos. —¿Qué hemos de hacer tú y yo? Estar muy pegados, por medio del Pan y de la Palabra, a Jesucristo, que es nuestra vid..., diciéndole palabras de cariño a lo largo de todo el día. Los enamorados hacen así” (San Josemaría, 2009b, n. 437). “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca”. El Señor quiere que seamos esos sarmientos que permanecen unidos a la vid, no aquellos otros que se desgajan porque pierden la unión con la savia divina. La condición de posibilidad para los frutos de santidad y apostolado que espera de nosotros es que seamos conscientes de que nuestra eficacia es prestada, depende de la unión con él: “Un sarmiento separado de la cepa, de la vid, no sirve para nada, no se llenará de fruto, correrá la suerte de un palo seco, que pisarán los hombres o las bestias, o que se echará al fuego... —Tú eres el sarmiento: deduce todas las consecuencias” (San Josemaría, 2009b, n. 425). “Pedid y se os concederá”: así como el Señor presenta el triste destino del sarmiento que se separa de la Euclides EslavaLA PASIÓN DE JESÚS 127 vid, de la misma forma promete la eficacia, si luchamos por no apartarnos nunca de él, ni siquiera un poco: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos”. Dios está metido en el centro de tu alma, de la mía, y en la de todos los hombres en gracia. Y está para algo: para que tengamos más sal, y para que adquiramos mucha luz, y para que sepamos repartir esos dones de Dios, cada uno desde su puesto. ¿Y cómo podremos repartir esos dones de Dios? Con humildad, con piedad, bien unidos a nuestra madre la Iglesia. —¿Te acuerdas de la vid y de los sarmientos? ¡Qué fecundidad la del sarmiento unido a la vid! ¡Qué racimos generosos! ¡Y qué esterilidad la del sarmiento separado, que se seca y pierde la vida! (San Josemaría, 2009b, n. 932) Confiados en esa promesa, acudimos a la Santísima Virgen: Madre nuestra, guíanos a la unión plena con tu Hijo, para que podamos permanecer junto a él como los sarmientos a la vid y que, de esa manera, demos mucho fruto. 4.1.7. La acción del Espíritu Santo Continuamos en la última cena, durante la cual el Señor desveló las indicaciones finales para esos discípulos que llevarían su Iglesia hasta el fin del mundo. Ya hemos considerado la promesa del Espíritu Santo, en el capítulo 14 del Evangelio de san Juan: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros”. Con este Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 128 anuncio, Jesús garantizaba que, una vez que él subiera al cielo, el Espíritu Santo continuaría acompañando a los discípulos en medio de las batallas grandes y pequeñas de cada jornada. Después de la analogía de la unión de Jesús y los cristianos con la vid y los sarmientos, y de reiterar el mandamiento del amor, el Maestro vuelve a hablar sobre el Espíritu Santo, que será el Consolador: “os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré”. A pesar de estas palabras tan claras, la devoción al Espíritu Santo es muy lánguida en el pueblo cristiano. Por esa razón se le ha llamado “El Gran desconocido”, pues al Padre lo invocamos con mucha frecuencia en el padrenuestro y al Hijo lo tratamos en la eucaristía, leemos sus palabras en el evangelio. Pero al Espíritu Santo parece que es más difícil imaginarlo, dirigirse a él, al menos en un primer momento. Pidámosle que no sea así en nuestro caso. Que lo busquemos, que lo encontremos y que lo amemos. Que lo acojamos en nuestro interior, que no lo dejemos ir de nuestra alma por el pecado, que sepamos ver todas las circunstancias de nuestra vida con el prisma de la visión sobrenatural. Podemos servirnos del ejemplo de los santos, que descubrieron en él la fuerza para la lucha cotidiana, pidiéndole: “Ilumina nuestra inteligencia, purifica nuestro corazón, confirma nuestra voluntad. Haz que recibamos todas las cosas como venidas de tu mano, sabiendo que todo concurre al bien de los que aman a Dios” (San Josemaría, oración de Consagración al Espíritu Santo, citado por Sastre, 1991, p. 527). Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 129 El lenguaje de san Juan en este pasaje es de predominio jurídico y por eso llama al Espíritu Santo con la palabra griega Paracleto, que se tradujo al latín como abogado, es decir, aquel que nos defiende, nos protege y consuela en nuestras dificultades. Es la primera acción del Espíritu que Jesús nos revela en este pasaje: el Paráclito, consolador. Por eso anuncia ese envío justo después de profetizar las persecuciones que habrían de padecer por su nombre: “Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios”. El Señor nos invita a estar serenos, a no perder la paz, pase lo que pase, por fuera o por dentro, pues su Espíritu estará siempre con nosotros garantizándonos la alegría: “Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ‘¿Adónde vas?’. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón”. Ese es uno de los frutos principales del Paráclito, ver todo lo que nos suceda con ojos de fe, sin perder la paz: Nada hay que pueda quitar la serenidad a un hijo de Dios: ni las cosas pasadas, porque las arreglamos con compunción alegre, yendo derechos a los brazos de nuestro Padre Dios, que nos espera, contentos de tener ese trono; ni lo presente, pues si la gracia del Espíritu Santo no falta nunca, qué nos puede preocupar en estas condiciones; ni tampoco lo futuro, porque estamos en manos de la Divina Providencia, y además procuraremos poner todos los medios humanos. (San Josemaría, apuntes de la predicación, citado en Aranda, 2013, p. 661) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 130 Recordemos que el contexto en que el Señor pronunció el discurso era una cena de despedida, en un aire tenso por el temor y las emociones que generaba el momento que vivían. Jesús continúa relatando el papel, las acciones del Paráclito en esa defensa del cristianismo: “Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado” (Jn 16, 8-11). El Paráclito nos revelará el sentido de la historia de la salvación: que Jesús murió a causa de nuestros pecados, pero el Padre lo resucitó para mostrarnos que la cruz era el camino de la redención y del triunfo sobre el demonio. Detengámonos en la última de esas enseñanzas de la mano de san Juan Pablo II, quien considera ese “dejar convicto” como una ocasión de manifestar también la misericordia divina: “El ‘convencer’ es la demostración del mal del pecado, de todo pecado […]. En efecto, el pecado, puesto en relación con la cruz de Cristo, al mismo tiempo se identifica por la plena dimensión del ‘misterio de la piedad’” (1986, n. 32). El Paráclito nos enseña que nuestros pecados causaron la muerte de Cristo en la cruz. Pero también nos consuela aclarándonos que el Señor respondió a ese misterio de la iniquidad humana con el misterio de su piedad, de su amor, de su perdón. Pidamos al Espíritu Santo que, como fruto de estas consideraciones, acudamos con mayor confianza al sacramento de la misericordia divina. Que nos confesemos con frecuencia, con piedad, con arrepentimiento sincero de nuestras faltas. Que nos llene de su gracia para rechazar con mayor fuerza Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 131 las tentaciones, que encienda nuestro corazón para amar con una fidelidad más plena cada día la voluntad del Señor. Que no volvamos a crucificar a Cristo con nuestros pecados, sino que entremos con más fuerza en el misterio de su piedad. Me viene a la memoria una de las primeras alocuciones del papa Francisco: Recuerdo que en 1992, apenas siendo obispo, llegó a Buenos Aires la Virgen de Fátima y se celebró una gran misa por los enfermos. Fui a confesar durante esa misa. Y, casi al final de la misa, me levanté, porque debía ir a confirmar. Se acercó entonces una señora anciana, humilde, muy humilde, de más de ochenta años. La miré y le dije: “Abuela —porque así llamamos nosotros a las personas ancianas—: Abuela ¿desea confesarse?” Sí, me dijo. “Pero si usted no tiene pecados…” Y ella me respondió: “Todos tenemos pecados”. Pero, quizá el Señor no la perdona... “El Señor perdona todo”, me dijo segura. Pero, ¿cómo lo sabe usted, señora?“Si el Señor no perdonara todo, el mundo no existiría”. Tuve ganas de preguntarle: Dígame, señora, ¿ha estudiado usted en la Gregoriana? Porque ésa es la sabiduría que concede el Espíritu Santo: la sabiduría interior hacia la misericordia de Dios. No olvidemos esta palabra: Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. “Y, padre, ¿cuál es el problema?” El problema es que nosotros nos cansamos, no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón. No nos cansemos nunca, no nos cansemos nunca. Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también nosotros a ser misericordiosos con todos. (2013a) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 132 Vamos llegando al final de la revelación de Jesús en el cenáculo acerca de su Espíritu: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena”. Esta es una de las mejores definiciones del Paráclito: Espíritu de la verdad, pues expresa una de sus obras principales, que es mostrarnos a Jesús, ayudarnos a seguirlo como nuestro modelo. Estas palabras, que son una de las pruebas para explicar la infalibilidad del magisterio de la Iglesia, también constituyen una invitación para que seamos dóciles a las inspiraciones divinas: Docilidad, en primer lugar, porque el Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras. Él es quien nos empuja a adherirnos a la doctrina de Cristo y a asimilarla con profundidad, quien nos da luz para tomar conciencia de nuestra vocación personal y fuerza para realizar todo lo que Dios espera. Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre. (San Josemaría, 2010, n. 135) Concluyamos este rato de oración dándole gracias al Señor por las luces que nos ha dado para comprender un poco más del misterio inagotable de su intimidad. Gracias y petición de ayuda para ser dóciles ante la acción de su gracia: su defensa en las luchas para ser fieles, el convencernos del misterio de la piedad que implica el perdón de los pecados, el mostrarnos la voluntad de Dios para cada momento. Podemos dirigirnos a él con las mismas palabras con las cuales concluía la fórmula de consagración al Espíritu Santo que citamos al comienzo: Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 133 Te ofrecemos todo cuanto somos y podemos: nuestra inteligencia y nuestra voluntad, nuestro corazón, nuestros sentidos, nuestra alma y nuestro cuerpo […]. De modo que, viviendo siempre en tu amor, lleguemos con María nuestra Madre a gozar de tu gloria sempiterna, unidos ya para siempre al Padre que con el Hijo vive y reina contigo por todos los siglos de los siglos. (San Josemaría, 2010, n. 135) 4.1.8. La oración sacerdotal de Jesús Llegamos ahora a la última parte del discurso de adiós que Jesús pronunció en la última Cena y que transmite el Evangelio de san Juan. Tras hablar sobre su partida y posterior retorno (capítulos 13 y 14), y de enseñar su relación con la Iglesia (capítulos 15 y 16), consideramos ahora la “oración sacerdotal” de Jesús (capítulo 17). Esta plegaria comienza resumiendo la idea central: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti”. Jesús quiere que sus discípulos alcancen la plena revelación, el conocimiento de la intimidad divina y de su designio de salvación: “por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que les has dado”. Ese conocimiento incluye su actitud ante el mundo: ni rechazarlo como los gnósticos, ni apegarse a él como los materialistas. Jesús siembra la semilla de lo que se conocerá Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 134 después como el “materialismo cristiano”: “Te ruego por ellos. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. A estas palabras se refiere un núcleo central de la predicación de san Josemaría: “El cristiano ha de encontrarse siempre dispuesto a santificar la sociedad desde dentro, estando plenamente en el mundo, pero no siendo del mundo, en lo que tiene —no por característica real, sino por defecto voluntario, por el pecado— de negación de Dios, de oposición a su amable voluntad salvífica” (2010, n. 125). El mundo es bueno, porque procede de Dios. Y Jesucristo nos enseñó a mirarlo con amor, pues a través de la creación podemos unirnos con él. Es más, nuestra misión en la tierra es “reconciliarlo con Dios”, perfeccionarlo, cooperar con el Señor en su afán de redimirlo. A esta visión del universo es que se refieren las palabras del Maestro: “No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno”. Pero, al mismo tiempo, la realidad creada contiene, después del pecado original, el germen de la división, la tentación de continuar el “no serviré” de los ángeles caídos. En ese sentido negativo de la creación es que se entienden las palabras de Jesús: “no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. Se trata de “ser del mundo”, amar esta tierra nuestra que el Señor creó para que la perfeccionáramos, pero sin ser “mundanos”, tan apegados a las cosas de aquí abajo que nos lleven a separarnos de Dios. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 135 Otra petición de fondo, que Jesús hace al Padre antes de entregarse a la pasión, es por la unidad de los cristianos: “No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”. Esta segunda petición, la unidad, es condición de posibilidad para que se dé la primera, la elevación del mundo hacia Dios: “Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad”. Benedicto XVI (2011, p. 108) explica que, etimológicamente, esta santificación significa consagrarlos, purificarlos, destinarlos para el culto. La oración continúa mostrando todavía más la intimidad de Jesucristo, sus aspiraciones últimas, el motivo de sus actuaciones: “Y por ellos —por nosotros— yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad”. Cuando el Señor dice que se santifica, explica que se consagra, que se dispone para el sacrificio. Y lo hace para darnos ejemplo, para que aprendamos de él. El papa alemán concluye que es como si dijera: “Me consagro para que ellos se consagren”. Esa es la manera como Jesucristo purifica y santifica: entregándose él mismo, para santificarnos en la verdad. En resumen, la santidad que Jesús pide al Padre para sus seguidores es que nos introduzca en la verdad que es él mismo. De esa manera, podremos proclamarla a los cuatro vientos. Por esa razón, el papa Francisco cita a san Juan Pablo II en la Exhortación Evangelii gaudium (n. 149): “La santidad del ministro influye realmente en el anuncio de la Palabra”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 136 Esa es, en el fondo, la misión que Jesús transmite: portar la unidad, en Cristo y entre los cristianos. Y es que la santificación es para la misión. Por ese motivo la última parte de esta plegaria se refiere al envío: Como tú me enviaste al mundo, así yo losenvío también al mundo. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Acudamos a la Virgen Santísima, reina de la Iglesia, para que nos ayude a asimilar estas últimas enseñanzas de su Hijo. Que nos tomemos cada vez más en serio ese lema de vida: “Por ellos yo me santifico a mí mismo”. Que nos dediquemos de lleno a encontrarnos con Dios en medio del mundo, para poder llevarlo a los demás en la unidad de la Iglesia. Que se cumplan en nosotros las palabras con las que Jesús culmina su petición al Padre: “que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí”. 4.1.9. La oración en el huerto El Evangelio de san Mateo dice que, después de la última cena, “Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní” (26,36). En arameo esta palabra significa “prensa de aceite”, por lo cual se intuye que en ese lugar se procesaban las olivas cosechadas en los alrededores. Se Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 137 trata de un pequeño rincón del valle del Cedrón, al oriente de Jerusalén, en la base del monte de los Olivos (Díez, 2010, p. 148). San Lucas añade que Jesús lo visitaba con frecuencia para orar cuando se encontraba en la Ciudad Santa: “se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos” (22,39). Costumbre de orar. El Señor nos da ejemplo de piedad con frecuencia: antes de los grandes acontecimientos, como la elección de los Doce, pasa la noche en oración; al hacer milagros, el Evangelio lo muestra en diálogo con su Padre. Ahora, en la recta final de su paso por la tierra, también es modelo de plegaria: Y dijo a los discípulos: “Sentaos aquí, mientras voy allá a orar”. ¡Qué importante es dedicar unos ratos diarios a la conversación con el Señor! Aprovechemos la contemplación de Jesús orante para concretar el propósito de dedicar unos ratos diarios, ojalá un tiempo fijo y a hora determinada, para contarle al Señor nuestras cosas, meditar en su vida, fortalecer nuestra relación con Él y lograr, de esa manera, tenerlo como nuestro mejor amigo. “Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo”, el Señor se acompaña de los tres discípulos mejor preparados, los mismos que lo habían asistido en los momentos de gloria, como la transfiguración en el monte Tabor o la resurrección de la hija de Jairo. Vemos la importancia de la amistad humana, que hasta el mismo Dios encarnado la quiso vivir: “os he llamado amigos”. Amistad que no solo consiste en dar —“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13)—, sino que también recibe. En este caso, Jesús no Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 138 solo no rehúye, sino que busca la compañía de aquellos amigos a los que tanto quería. “Empezó a sentir tristeza y angustia”. Entonces les dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte”. Meditando esta sincera confesión de Jesucristo a los Apóstoles podemos considerar que, entre las manifestaciones de la amistad, se encuentra la apertura del alma, la comunión del consuelo humano y el buscar juntos la ayuda divina. Jesús, como buen amigo, comparte su pasión con los discípulos más cercanos. Y los invita a ellos —también a nosotros ahora— a ser corredentores con él: “quedaos aquí y velad conmigo”. ¿En qué consiste esa vigilancia, esa vela que el Señor les pide a sus tres discípulos más cercanos? El papa Benedicto explicaba que es tomar conciencia tanto de la cercanía de Dios como del poder amenazante del mal. También decía que la causa de la tristeza de Jesús es la somnolencia de los cristianos (cf. Benedicto XVI, 2011, p. 181). “Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba”. Amistad con los hombres, pero con fundamento en el abandono en Dios. Conversación con los amigos, pero primacía del trato con el Padre. En el mismo texto citado, el papa alemán se detenía en la posición de Jesús cuando oraba: rostro en tierra, que denota sumisión a Dios, confianza en el Señor, un gesto que repite la liturgia el Viernes Santo. Por su parte, san Lucas dice que Jesús oraba de rodillas, como mueren los mártires, luchando y en oración. ¿Qué decía Jesús en su diálogo personal? Una frase muy simple: Padre mío. Con esa invocación nos invita a que consideremos el inmenso regalo de la filiación divina Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 139 adoptiva que nos alcanzó con sus padecimientos. Gracias a la redención, también nosotros podemos tratar a Dios, hablar con él como hijos pequeños que saben que pueden solicitar todo a su Padre. Aprendamos de Jesús a pedir lo que veamos conveniente, lo que nos apetece: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz”. Sin embargo, no olvidemos el matiz con el que el Señor condiciona su petición: “si es posible”. Yo te pido lo que veo y lo que quiero, pero tú sabes mejor que nadie lo que más me conviene. Por eso el Maestro había enseñado antes a rezar: “Hágase tu voluntad”. ¡Cuántas veces queremos imponer nuestro modo de ver las cosas, nuestros caprichos, y nos olvidamos de que Dios sabe más! Aprendamos de Jesús a terminar nuestras oraciones como él hizo: “que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). El Catecismo resume esta escena diciendo que “la oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre” (Iglesia Católica, 1993, n. 2600). En Jesucristo se reconcilian, por la obediencia, las voluntades que se habían separado en el pecado original. Gracias a ese fiat!, “¡hágase!”, del Señor recuperamos la filiación divina: el Hijo “ha acogido en sí la oposición de la humanidad y la ha transformado, de modo que, ahora, todos nosotros estamos presentes en la obediencia del Hijo, hemos sido incluidos dentro de la condición de hijos” (Benedicto XVI, 2011, p. 191). De ese modo, podemos unirnos a la oración filial del Señor: Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 140 Jesús ora en el huerto: “Pater mi”, “Abba, Pater!”. Dios es mi Padre, aunque me envíe sufrimiento. Me ama con ternura, aun hiriéndome. Jesús sufre, por cumplir la voluntad del Padre... Y yo, que quiero también cumplir la Santísima voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré quejarme, si encuentro por compañero de camino al sufrimiento? Constituirá una señal cierta de mi filiación, porque me trata como a su Divino Hijo. Y, entonces, como él, podré gemir y llorar a solas en mi Getsemaní, pero, postrado en tierra, reconociendo mi nada, subirá hasta el Señor un grito salido de lo íntimo de mi alma: “Pater mi, Abba, Pater,... fiat!”. (Apuntes íntimos, n. 1663; cf. 2012, n. 1, 1) “Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”: este modo de actuar no solo se aplica a la oración, sino para todos los momentos de la vida. Recuerdo a un amigo que contaba su proceso vocacional: había decidido dar su vida al Señor, estaba contento con su decisión, pero surgió un nuevo llamado, una petición más exigente, y esta persona dudaba, temía, le costaban los riesgos que asumiría con las nuevas circunstancias; le dolía ver lo que dejaba por seguir a Cristo: la familia, su terruño, el trabajo que desempeñaba, sus aficiones… Para tomar la decisión definitiva fue concluyente la meditación de este pasaje. Viendo a Jesús dialogar con su Padre, no se sintió capaz de responder de otra forma distinta a la del Maestro: “no se haga comoyo quiero, sino como quieres tú”. Después de estas palabras, san Lucas añade la agonía de Jesús (22,43-44): “Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 141 como si fueran gotas espesas de sangre”. Son manifestaciones del padecimiento extremo que sufría por nuestra salvación. Benedicto XVI considera que esta turbación se debía a que Jesús, como Dios, veía la gravedad del mal, del cáliz que iba a beber. La angustia era mucho mayor que el natural horror humano de morir. Y cita a Pascal, que veía sus pecados en aquel cáliz, y decía que Jesús había derramado esas gotas de sangre por él (cf. 2011, n. 185). Como resume un teólogo: “Aquí, en el Huerto, el dolor se hace presente en la oración: la oración se hace dolor, para luego, a lo largo de toda la pasión, transformar el dolor en oración” (Rodríguez, Ánchel y Sesé, 2010, p. 178). El drama de Getsemaní nos interpela continuamente: no solo nos invita a orar, a unir nuestra voluntad con la del Padre, sino que nos llama a perseverar en ese empeño: “Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos”. ¡Cuántas veces no habremos sido nosotros esos Pedros dormilones, que merecen escuchar el reproche de Jesús: Dijo a Pedro: “¿No habéis podido velar una hora conmigo?!”. El Señor nos enseña otra clave para la vida de oración: no basta con programar un tiempo fijo, a una hora precisa, con generosidad. El diálogo con Dios debe ser con el alma y con el cuerpo: “Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Por esa razón, la ascética cristiana enseña a acompañar la oración con la penitencia y con las obras de misericordia. Se trata de vivir en unidad de vida, no conformarse con unas prácticas externas de piedad, sino Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 142 confirmarlas con la mortificación, con el trabajo, con la vida en familia y en sociedad. Al meditar esos momentos en los que Jesucristo — en el Huerto de los Olivos y, más tarde, en el abandono y el ludibrio de la cruz— acepta y ama la voluntad del Padre, mientras siente el peso gigante de la pasión, hemos de persuadirnos de que, para imitar a Cristo, para ser buenos discípulos suyos, es preciso que abracemos su consejo: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y me siga. Por esto, me gusta pedir a Jesús, para mí: Señor, ¡ningún día sin cruz! Así, con la gracia divina, se reforzará nuestro carácter, y serviremos de apoyo a nuestro Dios, por encima de nuestras miserias personales. (San Josemaría, 1992, n. 216) Jesucristo enseña con su ejemplo, y continúa velando: “De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: ‘Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad’”. Una vez más, el Señor nos muestra la importancia de persistir en la oración, aunque no veamos los frutos. Esa constancia, ese vigilar sin recibir nada a cambio, serán las pruebas de la fe y del amor que nos mueven a pedir que se cumpla la voluntad divina. Los Apóstoles, por el contrario, cansados después de una jornada extenuante, de una cena festiva, y además emocionados por la oración sacerdotal de Jesucristo, por los discursos de despedida y por los anuncios relacionados Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 143 con la inminente traición de Judas, continuaban dormidos. Jesús afronta esa soledad con dolor, y los invita a acompañarlo en su camino de sufrimiento, que estaba a punto de comenzar. Invitación que ellos no seguirían —y nosotros tampoco lo hacemos, cada vez que le damos la espalda a los llamados divinos—. Como entonces, el Señor nos sigue invitando: “¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega”. Solo la Virgen acompañaba a su Hijo, quizá oteando desde la ventana del cenáculo. Terminemos nuestra oración pidiéndole a ella que, aunque seamos cobardes, aunque sigamos a su Hijo de lejos, estemos siempre “despiertos y orando. —Oración... Oración...” (SR, 1 doloroso). Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 144 4.2. Viernes Santo 4.2.1. Ante Pilatos: reinar sirviendo La oración de Jesús en el huerto concluye abruptamente con el prendimiento gracias a la oportuna gestión traicionera de Judas, mientras los discípulos “fieles” dormían. El piquete de soldados lo condujo ante el sanedrín, que rápidamente lo condenó a muerte por haber aceptado los cargos de afirmar que era el Mesías, el Hijo de Dios. Mientras tanto, Pedro lo estaba negando por tres veces en las afueras del palacio. Hagamos una rápida reconstrucción de los hechos de acuerdo con el relato de los evangelios sinópticos. Acerquémonos al misterio de la pasión de Jesús con la actitud que sugiere san Josemaría: Únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones..., y las espinas, y el peso de la cruz..., y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo. Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro en su llagado Corazón. (2008, n. 58) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 145 Como lo que deseaban sus captores judíos era que lo condenaran a muerte, lo enviaron al único que podía decretarla. Pero el diálogo con Pilatos no fue tan sencillo como ellos esperaban, pues terminó en una discusión sobre la naturaleza del poder, que la liturgia considera al final del año litúrgico, en la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. San Mateo resalta (cap. 27) que, al día siguiente, muy de mañana, “todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador”. El prefecto romano se dio cuenta rápidamente de “que se lo habían entregado por envidia.” Además, su esposa le había enviado el recado de que “no se metiera con ese justo”. Por esas razones, intentó salvar a Jesús sometiéndolo a la elección popular frente a Barrabás, pero las autoridades judías amotinaron al pueblo contra el nazareno. Fue entonces, “al ver que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, cuando tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: ‘Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!’”. No sin antes hacer flagelar a Jesús, como paso previo a la crucifixión. Más de seiscientos soldados se reunieron para burlarse de Jesús: “lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha”. Es significativa la burla del reinado de Cristo por parte de la cohorte romana: “Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: ‘¡Salve, rey de los judíos!’. Luego Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 146 le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza”. Benedicto XVI comenta esta escena diciendo que Jesús es llevado con este aspecto caricaturesco a Pilato, y Pilato lo presenta al gentío, a la humanidad: Ecce homo, “¡Aquí tenéis al hombre!” (Jn 19, 5). Esta palabra adquiere espontáneamente una profundidad que va más allá de aquel momento. En Jesús aparece lo que es propiamente el hombre. En Él se manifiesta la miseria de todos los golpeados y abatidos. En su miseria se refleja la inhumanidad del poder humano,que aplasta de esta manera al impotente. En Él se refleja lo que llamamos “pecado”: en lo que se convierte el hombre cuando da la espalda a Dios y toma en sus manos por cuenta propia el gobierno del mundo. Pero también es cierto el otro aspecto: a Jesús no se le puede quitar su íntima dignidad. En Él sigue presente el Dios oculto. También el hombre maltratado y humillado continúa siendo imagen de Dios. Desde que Jesús se ha dejado azotar, los golpeados y heridos son precisamente imagen del Dios que ha querido sufrir por nosotros. Así, en medio de su pasión, Jesús es imagen de esperanza: Dios está del lado de los que sufren. (2011, pp. 202-203 Con la solemnidad de Cristo Rey se quiere remarcar que Jesús reina, aunque hoy no parezca tan claro. Los poderosos de la sociedad desearían desterrarlo de la educación, de la familia, de la política, de la información, como quisieron hacerlo las autoridades judías de su tiempo. A veces, parece que estuvieran a punto de lograrlo. De Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 147 hecho, hay zonas del mundo donde ese destierro puede considerarse incontrovertible. ¿Hasta dónde llegará esa tendencia? ¿Será posible acabar con el reinado de Jesús? ¿O, como en el caso de Herodes, los perseguidos de ahora son inocentes cuyo testimonio será fortaleza para un siguiente renacer? La escena del interrogatorio ante Pilato es muy útil para atisbar la respuesta. El mismo Apóstol Juan (18,33-37) cuenta que Pilato preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”. Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?”. Jesús le contestó: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “Entonces, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Jesús proclama que es Rey ante su verdugo, pocas horas antes de morir abandonado por casi todo el mundo. Su reinado es anunciar la verdad acerca de su misión: que no ha rechazado padecer hasta la muerte en obediencia al Padre y en servicio a sus hermanos. Benedicto XVI explicaba que esa es la novedad del planteamiento de Cristo sobre el reinado, que no se trata de imposición, sino de servicio: La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 148 […]. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical […]. Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar. (2005, n. 12) En otros lugares de la sagrada escritura aparece la verdad de ese reinado universal del Señor: el profeta Daniel anuncia (7,13-14): “vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es un poder eterno, no cesará”. Por su parte, el Salmo 92 también proclama que “El Señor reina, vestido de majestad. Tu trono está firme desde siempre, y tú eres eterno”. Además, la contemplación del reinado de Cristo no es, para nosotros, un gesto pasivo, sino que nos involucra, pues somos hermanos de ese Rey. Por eso, san Juan proclama en el Apocalipsis (1,5-8): “Al que nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Jesús reina y los cristianos somos su reino, sus sacerdotes. Es misión del cristiano extender ese reinado en su tiempo y en su espacio, hacer vida suya la vida de Cristo, dejar que él reine, ante todo, en la propia vida: Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 149 Pero qué responderíamos, si él preguntase: tú, ¿cómo me dejas reinar en ti? Yo le contestaría que, para que él reine en mí, necesito su gracia abundante: únicamente así hasta el último latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la sensación más elemental se traducirán en un hosanna a mi Cristo Rey. Si pretendemos que Cristo reine, hemos de ser coherentes: comenzar por entregarle nuestro corazón. (San Josemaría, 2010, n. 181) En cristiano, reinar es amar, es servir, entregarse hasta la muerte, convertir el odio y la violencia en amor, la muerte en vida. Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de todos los hombres. Servicio. ¡Cómo me gusta esta palabra! Servir a mi Rey y, por él, a todos los que han sido redimidos con su sangre. ¡Si los cristianos supiésemos servir! Vamos a confiar al Señor nuestra decisión de aprender a realizar esta tarea de servicio, porque sólo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen. (San Josemaría, 2010, n. 182) 4.2.2 En la Pasión del Señor Según una muy antigua tradición de la Iglesia, el Viernes y el Sábado Santos no se celebra la eucaristía. El altar está totalmente desnudo: sin cruz ni candeleros. La Iglesia, con su sobriedad litúrgica, nos ayuda a sentir vivamente la ausencia del Esposo. Nos reunimos para Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 150 celebrar la Pasión del Señor más o menos a la misma hora en que sucedió: las tres de la tarde. La celebración consta de tres partes: liturgia de la palabra, adoración de la cruz y sagrada comunión, que solo puede hacerse en este momento (a los enfermos se les puede llevar en cualquier tiempo). La ceremonia comienza con una austera procesión de entrada, seguida de una postración durante la cual oramos al Señor. Vienen a la mente, durante esos momentos, las consideraciones que se hacía san Juan Pablo II sobre ese signo litúrgico durante su ordenación sacerdotal: este rito ha marcado profundamente mi existencia sacerdotal […]. Pensaba que en ese yacer por tierra en forma de cruz antes de la Ordenación, acogiendo en la propia vida —como Pedro— la cruz de Cristo y haciéndose con el Apóstol “suelo” para los hermanos, está el sentido más profundo de toda la espiritualidad sacerdotal. Por asociación recordamos el consejo de san Josemaría: “poner el corazón en el suelo, para que los demás pisen blando”. Después de la postración litúrgica pedimos ser conformes a Jesucristo: “de este modo, los que hemos llevado grabada, por exigencia de la naturaleza humana, la imagen de Adán, el hombre terreno, llevaremos grabada en adelante, por la acción santificadora de tu gracia, la imagen de Jesucristo, el hombre celestial”. En la Liturgia de la Palabra escuchamos el cuarto oráculo del Siervo, que transmite Isaías, y que se cumple en la carne de Jesús. El Salmo 30 es, según el Evangelio de san Lucas, la oración que Jesús pronunciaba en la cruz antes de morir. La carta a los hebreos presenta a Cristo, Sumo Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 151 Sacerdote, solidario con los pecados de los hombres, por los que intercedió y ofreció su propia vida.Para la proclamación de la Pasión del Señor no se emplean incienso ni ciriales, tampoco se dice: “el Señor esté con ustedes”, ni se hace la señal de la cruz. La antífona, tomada del himno que Pablo recuerda a los Filipenses, ofrece la clave de interpretación para el Evangelio de san Juan: Jesucristo “se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre”. San Josemaría invita a considerar, en su homilía sobre el Viernes Santo, que ahora, situados ante ese momento del Calvario, cuando Jesús ya ha muerto y no se ha manifestado todavía la gloria de su triunfo, es una buena ocasión para examinar nuestros deseos de vida cristiana, de santidad; para reaccionar con un acto de fe ante nuestras debilidades, y confiando en el poder de Dios, hacer el propósito de poner amor en las cosas de nuestra jornada. La experiencia del pecado debe conducirnos al dolor, a una decisión más madura y más honda de ser fieles, de identificarnos de veras con Cristo, de perseverar, cueste lo que cueste, en esa misión sacerdotal que él ha encomendado a todos sus discípulos sin excepción, que nos empuja a ser sal y luz del mundo. (2010, n. 96) Después de la homilía, la liturgia de la palabra concluye con la oración de los fieles, que el Viernes Santo es más especial: se pide por la santa Iglesia, por el papa, por la jerarquía y los demás fieles, por los catecúmenos, por la unidad de los cristianos, por los judíos, por los que no creen en Cristo, por los que no creen en Dios, por los gobernantes, por los que padecen necesidad. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 152 La segunda parte de la ceremonia es la solemne adoración de la santa cruz, con la que se puede lucrar indulgencia plenaria. Por tres veces se recuerda: “Este es el árbol de la cruz donde estuvo clavada la Salvación del mundo” y el pueblo responde: “Vamos a adorarlo”. La liturgia propone un hermoso himno para este momento: Canta lengua, la victoria y del combate la gloria, canta el triunfo de la cruz, que con éxito rotundo logró el Redentor del mundo, obtuvo en la cruz Jesús. […] Al Padre rindamos gloria, al Hijo triunfal victoria y al Paráclito el honor, porque el Señor Uno y Trino nos conserva el don divino de la fe, gracia y amor. Amén. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 153 Después se cubre el altar con un mantel, se ponen el corporal y el libro, mientras se trae el Santísimo desde el lugar de la reserva. La última parte de esta celebración es la sagrada comunión. Posteriormente, el altar se desnuda de nuevo y la Iglesia queda en silencio, meditando junto al sepulcro del Señor su Pasión y su Muerte hasta la Vigilia Pascual. Es la mejor manera de acompañar a nuestra Madre, la Virgen María, que llora —como a Jesús— a sus hijos que mueren por el pecado. Ojalá nos sucediera lo que le ocurrió a un modesto pintor francés que en la primera mitad del siglo XIX acudió a una subasta de un anticuario. Según cuenta Eugui, cuando pusieron a la venta un Crucifijo viejo y sucio, sintió dolor por las bromas que hacían en contra del Señor y por el bajo precio que ofrecían. Anunció unos cuantos francos más y se quedó con la talla. Cuando lo limpió, descubrió que el autor era un famoso artista florentino, Benvenuto Cellini. Por lo visto, la cruz procedía del saqueo popular del palacio de Versalles durante la Revolución francesa. Y, también hay que reseñar, que el rey pagó por ella una cantidad elevadísima de dinero al modesto pintor. Concluye el cronista: “¿No cabe hablar de cruces escondidas, aparentemente modestas, insignificantes, a lo largo de los días, que constituyen un verdadero tesoro? El asunto es no despreciarlas, porque el Señor, el gran Rey, luego las premia con largueza”. Podemos concluir con los propósitos que sugiere san Josemaría: Aceptemos sin miedo la voluntad de Dios, formulemos sin vacilaciones el propósito de edificar toda Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 154 nuestra vida de acuerdo con lo que nos enseña y exige nuestra fe. Estemos seguros de que encontraremos lucha, sufrimiento y dolor, pero, si poseemos de verdad la fe, no nos consideraremos nunca desgraciados: también con penas e incluso con calumnias, seremos felices con una felicidad que nos impulsará a amar a los demás, para hacerles participar de nuestra alegría sobrenatural. (2010, n. 98) 4.2.3. La Exaltación de la santa cruz La Exaltación de la santa cruz se celebra cada 14 de septiembre, en el aniversario de la Dedicación de la basílica que hizo construir santa Elena en el año 335 para venerar los lugares santos relacionados con la muerte y la resurrección del Señor: la iglesia del Martyrium en el Gólgota (donde murió Jesús) y la Anástasis o santo sepulcro (de donde surgió resucitado). El día de la inauguración se vincula al hallazgo de la santa cruz por la emperatriz, que fue un 3 de mayo (por eso en América es más festejada esta celebración). A partir de la Edad Media se empezó a conmemorar el 14 de septiembre, quizá porque en esa fecha se veneraba la reliquia de la santa cruz en Roma¹. La misa comienza con una antífona tomada de la carta a los gálatas (6,14). Frente a los judaizantes, que se enorgullecían de llevar el sello de la alianza en su propia carne, el apóstol de la gente explica cuál es su verdadero timbre de gloria: “Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y resurrección; él nos ha salvado y libertado”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 155 Gloriarnos en la cruz parece una paradoja: el madero, que era un elemento de maldición, como más adelante la horca, o la silla eléctrica —“un colgado es maldición de Dios”, llegó a decir el Antiguo Testamento (Dt 21,23)— pasó a convertirse en medio de salvación, de liberación de nuestros pecados. En la fuente de la que mana la fuerza —la gracia— para vencer el pecado. Pero en nuestro tiempo no es muy popular hablar así de la cruz. De hecho, se le llaman “cruces” a las circunstancias difíciles o contradictorias, pero no debe ser así. La celebración de esta fiesta es una invitación a que profundicemos en el significado último que tiene el misterio de la cruz, como altar del sacrificio redentor de Jesucristo para nuestra justificación. Es el mismo san Pablo quien explica que el origen remoto de la cruz en la vida cristiana es el pecado original, y la necesidad de redención que experimentaba toda la creación: “por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte” (Rm 5,12). El ser humano afeó la belleza de la creación con el pecado original, y desde entonces entró el caos en el cosmos y nosotros nacemos marcados con el sello de ese desorden en nuestro interior. El evangelio de la misa complementa esta lectura con el diálogo de Jesús y Nicodemo: “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). El prefacio de la misa ensalza el designio divino: “has puesto la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que, donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido” (Misal Romano). Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 156 Si en el pecado original apareció la figura de la serpiente como epifanía del diablo, el mismo Dios purifica esa imagen al utilizarla como señal de salud en el libro de los Números (21,4). Después de castigarla infidelidad de su pueblo con una plaga, el Señor le indica a Moisés que erija una serpiente de bronce en un mástil y así, “cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida”. Jesucristo se apropia esa prefiguración en el diálogo con Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. De esa manera, nos muestra que él es el nuevo estandarte de curación. San Pablo enseña que lo hizo a través de su humildad, de su abajamiento, de su anonadamiento: “se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”. “Por eso Dios lo exaltó sobre todo” (Flp 2,6-11). Esa es la exaltación que celebramos en la liturgia. Como escribe san Andrés de Creta, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes […]. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo. La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. (Sermón 10) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 157 Pero no se trata de una devoción más, entre otras: “¿La cruz sobre tu pecho?... —Bien. Pero... la cruz sobre tus hombros, la cruz en tu carne, la cruz en tu inteligencia. — Así vivirás por Cristo, con Cristo y en Cristo: solamente así serás apóstol” (San Josemaría, 2008, n. 929). Es una consecuencia de la predicación del Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8,34). Por eso es tan importante, en el seguimiento de Cristo, la negación de sí mismo, la cruz cotidiana, que no es un mero ejercicio negativo, sino la exaltación de Jesucristo en cada una de nuestras potencias internas, en nuestros sentidos, en nuestra persona entera: Al celebrar la fiesta de la Exaltación de la santa cruz, suplicaste al Señor, con todas las veras de tu alma, que te concediera su gracia para “exaltar” la cruz santa en tus potencias y en tus sentidos... ¡Una vida nueva! Un resello: para dar firmeza a la autenticidad de tu embajada..., ¡todo tu ser en la cruz! —Veremos, veremos. (San Josemaría, 2009b, n. 517) Pidámosle al Señor que nos conceda la gracia de exaltar su cruz sobre nuestros hombros, en nuestra propia carne, en nuestra inteligencia. Que esta petición marque una nueva conversión, una vida nueva, que sea como un resello, un compromiso de nuestra parte por corresponder a tanto amor de Dios. ¡Todo nuestro ser en la cruz! Es un propósito ambicioso: en cada una de nuestras potencias internas. Por ejemplo, en la memoria, para Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 158 desterrar recuerdos inconvenientes: resentimientos, rencores, faltas de caridad; malas experiencias, los pecados personales. Exaltar la memoria de Dios en nuestra vida: recorrerla con frecuencia en la oración, agradeciendo al Señor tantos bienes que nos ha dado desde pequeños, con la familia, la formación que tuvimos, los sacramentos que fuimos recibiendo, la relación con Dios hasta descubrir nuestro camino, recordar con gratitud tantos regalos a lo largo de la vida… Otra potencia que puede exaltar la cruz es la imaginación, que nos facilita el discurso interno, la oración, el estudio, la caridad, etc., pero que también puede dificultarlas si no la sujetamos, conscientes del peligro que conlleva al ser “la loca de la casa”: Si la imaginación bulle alrededor de ti mismo, crea situaciones ilusorias, composiciones de lugar que, de ordinario, no encajan con tu camino, te distraen tontamente, te enfrían, y te apartan de la presencia de Dios. —Vanidad. Si la imaginación revuelve sobre los demás, fácilmente caes en el defecto de juzgar –cuando no tienes esa misión—, e interpretas de modo rastrero y poco objetivo su comportamiento. —Juicios temerarios. Si la imaginación revolotea sobre tus propios talentos y modos de decir, o sobre el clima de admiración que despiertas en los demás, te expones a perder la rectitud de intención, y a dar pábulo a la soberbia. Generalmente, soltar la imaginación supone una pérdida de tiempo, pero, además, cuando no se la domina, abre paso a un filón de tentaciones voluntarias. —¡No abandones ningún día la mortificación interior! (San Josemaría, 2009a, n. 135) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 159 Exaltar también la cruz en la inteligencia, aprovechando los talentos que hemos recibido, estudiando con rigor lo relacionado con nuestra vocación profesional y también la doctrina de la Iglesia, al tiempo que rechazamos lo que nos haga perder el tiempo o ponga en peligro la pureza de nuestras convicciones. Y exaltar la cruz en la voluntad, luchando por rectificarla cada día, por unirla a la voluntad de Dios. Como Jesucristo, nuestro lema ha de ser: “no sea como yo quiero, sino como tú quieres” (Mc 14,36). No se haga mi voluntad, sino la tuya, Señor. Esa vida nueva que podemos proponernos incluye, además de “exaltar” la cruz santa en las potencias, hacerlo también en los sentidos: en la vista, agradeciendo a Dios tanta belleza con la que dotó al universo, pero también guardándola de imágenes inconvenientes. El oído, que sigue en dignidad a la vista, se puede educar con buenas sensaciones, escuchando producciones cultas, musicales o intelectuales, aprendiendo a valorar la armonía y el equilibrio de las grandes obras. Pero también se puede afinar si redescubrimos la importancia del silencio — llamado con razón “el portero de la vida interior”— para la oración, el estudio (cf. San Josemaría, 2008, n. 281). Aprenderemos de esa manera una actitud poco frecuente en nuestro tiempo: el recogimiento, que ayuda a descubrir el mundo con mayor hondura. El olfato y el gusto son otro campo estupendo para vivir la mortificación, la oración de los sentidos: comiendo lo que nos sirvan, con gratitud y caridad, sin caprichos; Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 160 poniendo un poco menos de lo que gusta más o un poco más de lo que nos gusta menos; sirviéndonos con mesura y templanza; evitando comer a deshoras, etc. El tacto también puede exaltar la santa cruz: si le negamos a la comodidad sus caprichos, seremos personas recias, fuertes, y tendremos mayor capacidad de recibir las contradicciones naturales que nos presenta la vida. También podemos añadir sacrificios pequeños, pero que en ocasiones pueden costar: la levantada puntual, el baño con agua fría, el sentarse con distinción, aunque suponga menor comodidad, etc. El papa Francisco explicaba que la exaltación de la cruz de Cristo en la propia vida tiene, además, efectos ecológicos: Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa eimportante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte de una generosa y digna Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 161 creatividad, que muestra lo mejor del ser humano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad. No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar por este mundo. (2015c, nn. 211- 212) Acudamos a la Virgen santa, que acompañó a Jesucristo en su caminar redentor por el mundo hasta el cumplimiento de su sacrificio en el Calvario. Pidámosle que nos alcance el resello de una vida nueva, que se manifieste en la exaltación de la santa cruz en nuestras potencias y en nuestros sentidos: “Madre mía, que tu amor me ate a la cruz de tu Hijo” (cf. San Josemaría, 2008, n. 497). Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 162 4.3. Sábado Santo: María, nuestra madre El Sábado Santo acompañamos a la Virgen en su soledad, contemplando la muerte de su Hijo. Los Apóstoles han huido: no superaron el desconcierto y el desaliento, se dejaron dominar por la tristeza. Abandonaron a María, dejándola casi solitaria, con la única compañía de san Juan y de algunas santas mujeres. Por eso, recordando esta jornada, la Iglesia ha establecido que todos los sábados se dediquen al recuerdo de la Virgen. Para contemplar el dolor de María en la escena de la piedad, ayudan mucho los versos de Gerardo Diego (1989): He aquí helados, cristalinos, sobre el virginal regazo, muertos ya para el abrazo, aquellos miembros divinos. Huyeron los asesinos. Qué soledad sin colores. Oh, Madre mía, no llores. Cómo lloraba María. La llaman desde aquel día Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 163 la Virgen de los Dolores (p. 353). Solo María persevera en la esperanza. Tiene fe en que se cumplirán las promesas, en que su Hijo resucitará. Con esa misma fe, queremos acompañar el cadáver frío de Cristo, ese cuerpo que este día no recibiremos —ayuno litúrgico penitencial— sirviéndonos de las palabras de un santo contemplativo, que han ayudado a muchas personas a meterse en la dura escena de la muerte de Jesús: Nicodemo y José de Arimatea —discípulos ocultos de Cristo— interceden por él desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio..., entonces dan la cara “audacter” ...: ¡valentía heroica! Yo subiré con ellos al pie de la cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad! Cuando todo el mundo os abandone y desprecie..., “sérviam!”, os serviré, Señor. (San Josemaría, 2012, n. 14, 1) Podemos pronunciar esas palabras porque contamos con la intercesión de la Virgen. La Iglesia enseña que María es Madre nuestra, entre otros motivos, principalmente porque el mismo Jesucristo nos la entregó Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 164 en la cruz, como narra san Juan que sucedió justo antes de que muriera nuestro Señor (19,25ss): Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Si se mira con detalle el Evangelio de Juan, que es donde aparece la escena, vemos que no se menciona el nombre del Apóstol, sino que se le llama “el discípulo al que Jesús amaba”. Es un recurso frecuente en este libro, el de hacer referencia a personajes que representan una clase entera (como la samaritana o Nicodemo, por ejemplo); así, “el discípulo al que Jesús amaba” es un estereotipo de todos los que son amigos fieles de Jesucristo. Otro detalle de esta escena, que relata los últimos momentos de la vida mortal de Jesús, se relaciona con el primer milagro, en Caná. En ambas situaciones Jesús llama a la Virgen diciéndole simplemente giné, mujer, y no “Madre”. Orígenes explica que, “cuando Jesús dijo a su Madre: ‘Ahí tienes a tu hijo’ y no: ‘Ahí tienes a este hombre, que también es tu hijo’, es como si le dijera: ‘Ahí tienes a Jesús, al que tú has engendrado’” (In Ioannem 1, 4). Cuenta una de las personas que comenzó el trabajo del Opus Dei en Kenia el caso de una muchacha africana Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 165 perteneciente a la tribu kalenjin. Ella recordaba que entre sus antepasados siempre habían adorado a un solo Dios, que para ellos estaba en el Sol. Le ofrecían, en el día más largo del año, el cordero más blanco de los rebaños. En tiempos de su abuela llegaron misioneros católicos y protestantes, y su abuela iba una semana a escuchar las explicaciones de una misión y a la siguiente las de la otra. Y fue la Madre de Dios la que hizo que se convirtiera a la fe católica, después de algún tiempo. Pensó —entre otras muchas razones— que la religión que tenía una Madre como la Virgen María debía ser la mejor de todas. María es nuestra Madre. En ella se cumplen las promesas de Isaías (30,19-26): ella es la aurora matutina, que nos anuncia el Sol divino, Jesús encarnado (“La luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días”). Ella nos entregó en Belén —la casa del Pan— a Jesús Eucarístico: “y el grano cosechado en el campo será abundante y suculento”. San Josemaría unía íntimamente esas dos realidades, hasta titular una homilía “Madre de Dios, Madre nuestra”, en la que podemos leer: Mirad: para nuestra Madre Santa María jamás dejamos de ser pequeños, porque ella nos abre el camino hacia el reino de los cielos, que será dado a los que se hacen niños. De Nuestra Señora no debemos apartarnos nunca. ¿Cómo la honraremos? Tratándola, hablándole, manifestándole nuestro cariño, ponderando en nuestro corazón las escenas de su vida en la tierra, contándole nuestras luchas, nuestros éxitos y nuestros fracasos. Descubrimos así —como si las recitáramos por vez Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 166 primera— el sentido de las oraciones marianas, que se han rezado siempre en la Iglesia. (San Josemaría, 1992, n. 290) María es nuestra Madre, porque Jesús nos la entregó en la cruz antes de morir. Podemos hacer un poco de examen: ¿cómo la honramos?, ¿cómo la tratamos?, ¿cómo le manifestamos nuestro cariño, cómo ponderamos en nuestro corazón las escenas de su vida en la tierra mientrasrezamos el rosario, o en la oración personal?, ¿cada cuánto tiempo le contamos nuestras luchas, nuestros éxitos y nuestros fracasos? Es un buen momento, ahora que consideramos su perseverancia al pie de la cruz, para renovar el trato con nuestra Madre María, para recitar esas oraciones marianas —Bendita sea tu pureza, Acordaos, Oh Señora mía, Oh Madre mía…— muchas veces al día, con el mismo cariño con que las rezábamos cuando éramos más jóvenes, o cuando éramos niños. También podemos valorar ese parón del mediodía en que meditamos la Encarnación de Jesús con el rezo del Ángelus y, sobre todo, el rezo cotidiano del santo rosario, ojalá en familia. Recordamos ahora el cariño de san Juan Pablo II por esta oración, que le llevó a dedicar el año 2003 como año del Rosario y a escribir una Carta apostólica en la que explicaba el valor de esa devoción para recordar a Cristo con María, para comprender a Cristo desde María, para configurarse a Cristo con María, para rogar a Cristo con María, y para anunciar a Cristo con María. Al final de ese documento, exhortaba: Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 167 confianza entre las manos el rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana. (san Juan Pablo II, 2003a, n. 43) Algunos piensan, movidos por la tradición protestante, que la devoción a María, Madre de Dios y Madre nuestra, puede separarnos de Cristo. Pero sabemos claramente que no es así, al contrario. Cuenta J. Eugui (2004) que, en la víspera de la gran fiesta de la Asunción, dos hombres paseaban por la explanada de Fátima. Uno era un mariólogo católico; el otro, un teólogo luterano. Este último estaba asombrado por el número de personas que iban y venían por el santuario en ese 14 de agosto: ¿No era la fiesta al día siguiente? El sacerdote católico le explicó que muchos acudían ese día porque deseaban acercarse al sacramento de la penitencia y estar así bien preparados para recibir a Cristo en la eucaristía en la fiesta de la Asunción. El protestante reflexionó y dijo: “—Yo siempre había pensado que la Virgen María era un obstáculo para acercarse a Cristo; ahora veo que es todo lo contrario: María lleva a Jesucristo. Creo que tengo que revisar mis planteamientos teológicos...”. Concluyamos con unas palabras de san Josemaría: Dios quiere conceder a los hombres su gracia, y quiere darla a través de María […]. Ella es la seguridad, ella es la esperanza, ella es la Madre del Amor Hermoso, ella es el principio y el asiento de la sabiduría; y ella, la Virgen Madre, medianera de todas las gracias, es la que nos llevará de la mano hasta su Hijo, Jesús. (San Josemaría, “La Virgen del Pilar”, citado por Loarte, 2013, pp. 168-170) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 168 Notas 1También se celebra que, en ese mismo día (pero en el año 628), el emperador Heraclio restituyó a Jerusalén la cruz que estaba en manos de los persas. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 169 Bibliografía Aldazábal, J. (2003). Enséñame tus caminos (2). La cuaresma día tras día. CPL. Amhari, S. (2019). Fuego y agua. Rialp. Aranda, A. (2013). Es Cristo que pasa. Edición crítico- histórica. Rialp. Belda, M. (2006). Guiados por el Espíritu de Dios. Palabra. Benedicto XVI. (2005). Deus Caritas Est. Editorial Vaticana. Benedicto XVI (2006). Audiencia, 17-5. 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P Pobreza. 3.6. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 181 R Resurrección. 3.7. S Sacerdocio. 1.2., 4.1.2., 4.1.3. Saduceos. 3.7. Santa misa, 4.1.2. Santa pureza. 1.2. Santidad, 4.1.8. Servicio. 3.2., 4.2.1. T Trabajo. 3.2. V Virgen santísima. 4.3. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 182 Índice bíblico Jn 3,16-18. 4.2.3. Jn 12,1-11. 1.3. Jn 12,20-36. 2.2. Jn 13,1-15. 4.1.1. Jn 14,1-12. 4.1.4. Jn 14,15-21. 4.1.3. Jn 15,1-17. 4.1.6. Jn 16,1-15. 4.1.7. Jn 17,1-26. 4.1.8. Jn 18,33-37. 4.2.1. Jn 19,25-27. 4.3. Lc 9,18-27. 1.1. Lc 10,25-28. 3.5. Lc 14,15-24. 3.3. Lc 20, 9-19. 3.2. Lc 20,20-26. 3.4. Lc 20,27-38. 3.7. Lc 21,1-4. 3.6. Lc 22,39-46. 4.1.9. Mc 8,27-36. 1.1. Mc 10,1-12. 1.2. Mc 12,1-12. 3.2. Mc 12,13-17. 3.4. Mc 12,18-27. 3.7. Mc 12,28-34. 3.5. Mc 12,38-44. 3.6. Mc 14,3-11. 1.3. Mc 14,32-42. 4.1.9. Mt 11,25-30. 2.1. Mt 12,31-40. 3.5. Mt 16,13-28. 1.1. Mt 19,1-12. 1.2. Mt 21,28-32. 3.1. Mt 21, 33-46. 3.2. Mt 22,1-14. 3.3. Mt 22,15-21. 3.4. Mt 22,23-33. 3.7. Mt 22,34-40. 3.5. Mt 26,6-16. 1.3. Mt 26,36-46. 4.1.9.