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Enrico Maria Secci - Los Narcisistas Perversos y las uniones imposibles

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Índice
Introducción
El	“velo	gris”	en	la	mente
La	paradoja	de	Narciso	en	el	vínculo	del	amor
Del	blog	al	libro
Los	narcisistas	perversos	y	las	uniones	imposibles
Control	sin	compromiso
Cosificación	e	intercambiabilidad
Idealización	y	egocentrismo
Los	comportamientos	a	evitar
Los	tres	errores	que	alimentan	las	dependencias
Reconociendo	el	narcisismo
Freud,	Kohut,	Kernberg	y	Lowen:	cuatro	voces	sobre	el	narcisismo
El	Trastorno	Narcisista	de	la	Personalidad	en	el	DSM-V
Tres	tipos	de	narcisismo:	la	contribución	de	Behary
Continuum	narcisista
Desenmascarar	al	narcisista	perverso
¿Me	estoy	lidiando	con	un	narcisista	patológico?
Cuestionario
El	monstruo	humano
La	trampa	de	la	ambivalencia
El	principal	error
La	enfermedad	de	amor
¿Venganza	o	reconquista?
La	solución	ilusoria
En	la	mente	del	narcisista	perverso
Elementos	de	problem-solving	relacionales
No	“por	qué”	sino	“cómo”
La	“distorsión	causal”	en	la	dependencia	emocional
Una	relación	a	doble	ciego
Nudos,	traumas	y	miedos
Comprender	el	narcisismo	a	través	del	mito
La	familia	de	Narciso.
La	pubertad	de	Narciso.
El	crimen	de	Aminias
El	mito	de	Eco	y	el	final	de	Narciso
Los	patrones	de	“recaptura”	narcisista
Los	patrones	de	"recaptura"	narcisista
El	esquema	del	silencio
El	esquema	de	la	culpa
El	esquema	de	la	adulación
El	esquema	de	los	síntomas
Resistir	para	vencer
La	narcisista	manipuladora
La	narcisista	manipuladora
Giros	inesperados	y	telenovelas	psicológicas
El	enigma	de	la	intencionalidad
Un	enigma	psicológico
¿Ayudar	al	narcisista	es	posible?
La	dependencia	afectiva
Impulsividad,	inestabilidad	del	estado	de	ánimo	y	asimetría	relacional
Pensamientos,	emociones	y	comportamientos
Una	definición	de	Dependencia	Afectiva
Aspectos	cognitivos
Aspectos	emocionales
Aspectos	comportamentales
Aspectos	clínicos
Las	seis	etapas	de	la	dependencia	afectiva
Las	etapas	de	la	dependencia	emocional
Etapa	1.	Primer	encuentro	y	conocimiento.
Etapa	2.	Ambivalencia.
Etapa	3.	Autoengaño.
Etapa	4.	Idealización.
Etapa	5.	Adicción	activa.
Etapa	6.	Fase	sintomática	real.
Dependencia	afectiva	y	homosexualidad
Psicoterapia	breve	enfocada	a	las	dependencias	afectivas
Los	objetivos	de	la	psicoterapia
Fase	0.	Primera	consulta
Fase	1.	Fase	intuitiva
Fase	2.	Fase	de	latencia
Fase	3.	Fase	de	actuación	o	abstinencia	activa
Fase	4.	Fase	experiencial	emocional	correctiva
Fase	5.	Fase	de	concientización
Fase	6.	Consolidación
Ocho	estratagemas	terapéuticas	para	quebrantar	los	patrones	de	las
dependencias	emocionales
La	disposición	del	silencio
El	"diario"	de	la	dependencia
Las	"cartas	desesperadas"
La	metáfora
Lo	peor	posible
Las	libretas	de	calificaciones	de	los	hombres
La	predicción	del	"retorno	del	amor"
La	película	de	Hollywood
Testimonios
Caperucita	Roja	en	psicoterapia
Caperucita	Roja	en	psicoterapia
Tres	preguntas	sobre	el	mal	de	amor
Dentro	de	la	metáfora
El	proyecto	fotográfico	de	Paola	Serino
Agradecimientos
Bibliografía
Notas	sobre	el	autor
Libros,	artículos,	publicaciones
Detalles	de	contacto
ENRICO	MARIA	SECCI
Los	Narcisistas	Perversos
y	las	uniones	imposibles
Sobrevivir	a	la	dependencia	afectiva
y	rencontrarse	con	uno	mismo
©	2014	Enrico	Maria	Secci
www.enricomariasecci.it
ISBN:	9788831609074
Traducción:	Ivano	Moretti
Imagen	de	portada:	Wolves	(2013),	proyecto	fotográfico	de	Paola	Serino,
www.paolaserino.com
Todos	los	derechos	reservados.	La	reproducción,	incluso	parcial,	por	cualquier
medio	sin	la	autorización	escrita	del	autor,	está	prohibida	por	la	ley.
Las	historias	que	se	cuentan	en	este	libro	son	casos	clínicos	tomados	de	la
experiencia	profesional	del	Autor.
Para	preservar	la	confidencialidad	de	los	protagonistas,	se	han	omitido	todos	los
elementos	que	pueden	hacerlos	reconocibles.
Los	testimonios	se	reportan	respetando	la	privacidad	de	las	personas	que	los
compartieron	en	mi	blog,	Blog	Therapy,	en	www.enricomariasecci.it.
Los	aforismos	que	introducen	algunos	capítulos,	donde	no	se	especifique	lo
contrario,	pertenecen	al	autor.
Introducción
Ocuparme	de	narcisismo	patológico	y	de	las	dependencias	emocionales	no	fue
mi	elección.	Si	hubiera	podido	elegir,	como	ser	humano,	hubiera	preferido	no
caer	en	el	abismo	de	la	enfermedad	de	amor	y	de	la	manipulación	narcisista.
Pero,	desde	el	comienzo	de	la	profesión	como	psicoterapeuta,	comencé	a	darme
cuenta	de	que	muchas	personas	que	llegaban	a	mi	consultorio	con	depresión,
ansiedad,	pánico	y	fobias	y	otros	desórdenes,	expresaban	a	través	de	los
síntomas	clínicos	una	incomodidad	grave	en	las	relaciones	emocionales	con	una
pareja	narcisista.
En	el	trabajo	con	estas	personas,	la	psicoterapia	breve	y	dirigida	en	la	que	me
entrené	efectivamente	debilitó	los	problemas	que	motivaron	la	solicitud	de	ayuda
y,	en	diez	sesiones,	las	manifestaciones	psicopatológicas	se	pudieron	reducir	a
cero.	Observé,	sin	embargo,	que	algunos	pacientes,	una	vez	“sanados”	del
síntoma,	continuaban	presentándose	en	terapia,	ya	no	sufriendo,	pero	rodeados
por	una	pesada	aura,	un	velo	gris	tejido	con	amargura,	insatisfacción	e	ira,	de	lo
cual	continuando	las	reuniones,	comenzaron	a	hablarme.
“Los	síntomas	desaparecieron”,	me	dije,	“...entonces,	¿por	qué	quieren	continuar
la	terapia?”	No	hubo	más	depresión	severa,	pánico	y	la	aterradora	idea	de	muerte
súbita	que	les	quitaba	el	sueño	y	la	serenidad	eran	solo	recuerdos...	sin	embargo,
aunque	ya	no	sufriendo	el	problema	que	inicialmente	los	motivó	a	la
psicoterapia,	los	pacientes	pidieron	que	las	sesiones	continuaran.
El	“velo	gris”	en	la	mente
Me	pregunté	por	un	largo	tiempo	por	qué,	borrando	la	mancha	negra	del
síntoma,	permanecía	a	su	alrededor	este	halo	de	inquietud	obstinada	y	enfermiza,
que	justificaba	la	necesidad	de	continuar	el	viaje	psicológico.
En	la	perspectiva	de	ese	momento,	creía	que	mi	tarea	como	médico	era	apartar
los	síntomas	y	erradicar	la	patología	manifiesta	en	el	menor	tiempo	posible.	Esta
sigue	siendo	mi	orientación	predominante:	utilizar	todos	los	medios	posibles
para	acelerar	y	estabilizar	el	cambio.	No	una	sesión	más	de	lo	necesario	ni	una
menos	de	la	que	sirva.	Pero	pronto	aprendí	de	las	personas	con	las	que	trabajo
que	cuando	existe	una	dependencia	emocional	y/o	un	narcisista	patológico	está
involucrado,	la	psicoterapia	no	puede	detenerse	en	la	resolución	de	los	trastornos
clínicos.	Descubrí	que	el	recorrido	puede	evolucionar	y	completarse	con	la
elaboración	de	la	experiencia	emocional	y	del	contexto	afectivo	actual,
centrándose	en	la	comprensión	y	en	el	cambio	de	la	relación	patógena	que,
detrás	del	escenario,	mueve	el	terrorífico	muñeco	desarticulado	del	amor
“enfermo”.
La	frecuencia	con	la	que	hombres	y	mujeres,	pasada	la	emergencia	de	la
patología,	miraban	detrás	del	“velo	gris”	para	contar	en	psicoterapia	sus	uniones
imposibles,	envenenadas	y	obstinadas,	desesperadas	y	destructivas,	con	parejas
prevaricadoras	y	obstinadamente	egocéntricas,	me	empujaron	a	profundizar	el
tema	del	narcisismo	patológico	y	su	contraparte,	la	dependencia	afectiva.
Incluso	hoy,	sigo	observando	cómo	el	síntoma,	ya	sea	depresión,	pánico,	fobia	u
otro,	cumple	la	doble	función	de	“correa	emocional”,	útil	para	mantener	la
relación	“imposible”	y	de	“mensaje	en	la	botella”	lanzado	por	la	víctima	como	el
SOS	de	ayuda	de	un	naufragio	abismal.
Esto	se	demuestra	propio	por	el	hecho	de	que	justo	cuando	la	patología
manifiesta	disminuye	significativamente	o,	finalmente,	desaparece	gracias	al
trabajo	del	paciente	en	la	terapia,	la	reacción	de	la	pareja	narcisista	es	violenta.
El	bienestar	conquistado	en	la	terapia	es	rechazado	con	sarcasmo,	burla	y
desprecio,	saboteado	por	el	desencadenamiento	de	un	conflicto	de	pareja	o
comprometido	por	la	explosión	de	una	crisis	de	relación	más	aguda	que	las
demás.
Durante	más	de	diez	años,	la	experiencia	clínica	me	ha	demostrado	que	el
narcisista	y	la	narcisista	responden	con	feroz	inquietud	a	la	emancipación
emocional	de	su	víctima.	Utilizan	actitudes	punitivas:	adoptan	distancias
provocativas	y	dolorosas,	utilizan	la	burla	y	la	traiciónpara	“marcar	el	territorio”
amenazados	por	la	desaparición	del	problema	que	les	garantizaba	amplios
márgenes	de	control	sobre	la	pareja.	En	la	pluralidad	de	los	casos	que	han
inspirado	este	trabajo,	la	evidencia	principal,	el	elemento	que	resuena	con
redundancia	ensordecedora	en	las	historias	que	he	reunido,	es	la	función	del
dolor	psíquico	de	la	víctima,	que	valida,	a	través	de	la	alienación	del	yo,	el
“poder”	que	el	narcisista	agrandado	necesita	para	continuar	la	relación.
Quiero	decir	que	el	síntoma	sufrido	por	el	miembro	“débil”	de	la	pareja
representa	para	el	compañero	narcisista	el	emblema	de	su	hegemonía	y,	por	lo
tanto,	el	dolor	del	otro	se	busca,	se	favorece	o	incluso	se	induce
inconscientemente	para	alimentar	una	representación	de	sí	mismo	grandiosa	y
omnipotente,	a	expensas	del	equilibrio	del	otro.
La	paradoja	de	Narciso	en	el	vínculo	del	amor
Basado	en	esta	premisa,	se	puede	observar	cómo	la	unión	con	un	narcisista
perverso	se	rige	por	una	paradoja:	es	posible	cuando	es	imposible.	Para	que	haya
un	enlace,	esto	debe	ser	destruido	o	quebrantado	continuamente	por	la
indiferencia,	la	traición	y	la	sumisión	de	la	pareja.
En	este	libro	exploro	esta	paradoja	patógena	y	sus	consecuencias	en	una
perspectiva	estratégica,	sistémica	y	relacional.	Comenzando	por	el	identikit
psicológicos	y	psicopatológicos	del	“narcisista	perverso”	y	del	análisis	de	la
dependencia	emocional	en	la	que	atrapa	a	sus	víctimas,	me	concentro	en	los
mecanismos	que	están	a	la	base,	que	nutren	y	mantienen	el	vínculo	disfuncional.
Del	blog	al	libro
“Los	Narcisistas	Perversos	y	las	uniones	imposibles”	no	es,	evidentemente,	un
ensayo	psicológico	tradicional,	no	es	un	trabajo	académico	o	incluso	un	texto	de
autoayuda.	El	libro	proviene	de	mi	experiencia	como	psicoterapeuta	en	Red	y,
en	la	forma	y	en	el	contenido,	puede	considerarse	uno	de	los	primeros	blog-book
italianos	de	psicología	y	psicoterapia.	Aquí	está	la	historia.
El	sitio	web	Blog	Therapy,	nació	en	2007	con	el	objetivo	de	compartir
informaciones	sobre	psicología	y	psicoterapia	en	la	web.
El	objetivo	de	Blog	Therapy	era	y	es	superar	el	estereotipo,	todavía
generalizado,	sobre	los	profesionales	de	la	psicología,	muy	a	menudo	percibidos
como	distantes	consultores,	oráculos,	o	como	intérpretes	de	sueños	o	“amigos
pagados”	demasiado	caros.
En	el	primer	año	como	bloguero,	escribí	acerca	de	la	depresión,	la	ansiedad	y	el
pánico,	de	los	disturbios	de	la	autoestima	y	las	adicciones	a	la	comida	antes	de
publicar	un	primer	post	sobre	el	narcisismo	patológico	titulado	“El	narcisista
perverso”.	La	explosión	de	visitas,	de	comentarios	que	siguieron,	me	empujó	a
profundizar	este	tema,	alentado	por	el	creciente	aumento	de	visitantes.
En	2012,	llegó	el	momento	de	recopilar	publicaciones	sobre	la	dependencia
emocional	y	desarrollarlas	en	un	libro.	Así	que	publiqué	“Los	hombres	aman
poco	-	Amor,	pareja,	adicción”,	centrado	en	las	adicciones	emocionales	y	en	la
psicología	de	la	pareja.	Los	comentarios	fueron	positivos,	con	cuatro
impresiones	en	catorce	meses	y	una	avalancha	de	contactos.
En	los	últimos	años,	motivado	por	los	numerosos	testimonios,	las	preguntas	y	las
frecuentes	solicitudes	de	ayuda	de	los	lectores	de	Blog	Therapy,	centré	mi
atención	en	un	caso	particular	de	dependencia	emocional,	el	que	se	establece
entre	un	sujeto	narcisista	y	su	pareja,	que	es	el	tema	de	este	libro.
Parte	de	los	contenidos	de	“Los	Narcisistas	Perversos	y	las	uniones	imposibles”
son	post	publicados	en	la	web	entre	2012	y	2014,	revisados,	ampliados	y
complementados	por	capítulos	inéditos.
En	la	sección	final	del	libro	presento	mi	enfoque	clínico	y	psicoterapéutico	a	las
dependencias	emocionales.	Mi	trabajo	tiene	una	impostación	estratégica-
integrada,	una	psicoterapia	multi-modelo	que	incluye	en	una	perspectiva	unitaria
la	terapia	estratégica,	la	terapia	cognitivo-conductual,	la	psicoterapia
psicodinámica,	la	terapia	narrativa,	el	psicoanálisis	y	la	Schema	Therapy.
Con	“Los	Narcisistas	Perversos	y	las	uniones	imposibles”,	ciertamente	no
pretendo	decir	la	última	palabra	sobre	el	mal	de	amor	o	el	trastorno	narcisista	de
la	personalidad.	No	quiero	perderme	en	una	infinidad	de	citas	y	referencias
bibliográficas,	tampoco	pretendo	hacer	un	examen	intrapsíquico	tan	profundo,	ni
quiero	entrar	en	la	metapsicología.	Otros	autores	ya	han	trabajado	y	están
trabajando	en	esta	dirección	con	una	eficacia	y	autoridad	formidables.
Espero,	por	otro	lado,	que	el	formato	ágil	de	este	blog-book	pueda	llegar
fácilmente	a	las	personas	para	las	que	fue	escrito,	comenzando	por	los	usuarios
de	Blog	Therapy	y	Facebook	que,	al	momento	de	escribir	estas	líneas,	alcanzan
los	picos	de	45,000	visitas	por	día.
También	espero	animar	a	otros	psicólogos	y	psicoterapeutas	a	enfrentar	con
creatividad	y	determinación	los	problemas	del	narcisismo	patológico	y	la
dependencia	emocional.
Enrico	Maria	Secci
Los	narcisistas	perversos	y	las	uniones	imposibles
Por	un	momento	de	éxtasis
pagamos	en	angustia
una	medida	exacta	y	ansiosa,
proporcional	al	éxtasis.
Para	el	deleite	de	una	hora
amargos	salarios	de	años,
centavos	erradicados	con	dolor,
cofres	llenos	de	lágrimas.
(Emily	Dickinson)
Tú	llamas	y	no	contesta.	No	te	devuelve	las	llamadas,	o	te	llama	cuando	quiere.
Envías	mensajes	que	parecen	perderse	en	las	profundidades	de	una	mente
impredecible,	astuta	y	engañosa,	luego,	después	de	horas	o	días,	llegan
respuestas	cortantes	y	banales.	Demuestra	insensibilidad,	frialdad	y	se	molesta	a
las	mínimas	solicitudes	de	comprometerse	más	en	la	relación.	Es	capaz	de
“momentos”	apasionados,	pero	que	duran	más	o	menos	el	tiempo	necesario	para
“hacer	el	amor”.	Luego	otra	vez,	las	comunicaciones	crípticas,	contradictorias	y
confusas,	se	mezclan	con	silencios	cada	vez	más	largos	y	sin	sentido.	Si	eres	tan
valiente	de	seguir	adelante	en	esta	relación,	en	lugar	de	interrumpirla
urgentemente	y	definitivamente,	llegan	todas	las	demás	cosas:	la	humillación,	la
agresividad,	la	constante	sensación	de	precariedad	y	de	peligro,	celos
patológicos,	la	desesperación	de	la	persecución	y	de	la	burla.	Estos	son	los
acontecimientos	típicos	de	una	relación	con	un	narcisista	perverso,	un	hombre
que,	a	menudo	más	allá	de	su	conciencia,	actúa	de	manera	destructiva	y	empuja
a	la	pareja	en	una	espiral	de	dependencia	emocional.
Control	sin	compromiso
En	el	rubro	de	las	dependencias	afectivas,	el	concepto	de	“narcisista	perverso”
no	describe	una	patología	de	la	personalidad,	más	bien	una	forma	de	construir
relaciones	sentimentales	que	permitan	el	control	de	la	pareja	a	frente	de	la	falta
de	compromiso	en	la	relación.	Esto	significa	que	el	narcisista	perverso	no	debe
ser	considerado	necesariamente	un	sujeto	patológico;	es	más	bien	un	individuo
que	pone	en	práctica	estrategias	aptas	a	conseguir	su	propio	objetivo:	alimentar
la	confianza	en	sí	mismo	a	expensas	del	otro,	sin	comprometerse	demasiado.
Con	respeto	a	sus	“victimas”,	que	buscan	una	relación	amorosa	intensa	y
duradera,	el	narcisista	demuestra	indiferencia.	Si	es	confrontado,	puede
reaccionar	en	manera	molesta	y	contestar	con	violencia.
Desde	su	punto	de	vista	carente	de	empatía,	el	narcisista	perverso	no	puede
entender	completamente	las	necesidades	y	las	demandas	del	otro	y	las	vive	como
indebidas	e	ilegítimas.	Hacer	el	esfuerzo	de	entender	y	escuchar	lo	pondría	en	la
desagradable	posición	de	ceder	el	control	y	la	supremacía	sobre	la	pareja.	Por
esta	razón,	aquellos	que	persisten	en	la	relación	con	un	narcisista	perverso	no
tienen	ninguna	esperanza	de	éxito	y,	sin	darse	cuenta,	se	involucran	en	un	acto
autodestructivo	y	estéril.
Ninguna	acción,	ninguna	persuasión,	ningún	sacrificio,	cambio	o	estrategia,
transformará	al	narcisista	perverso	en	un	Príncipe	Azul.	Sin	embargo	la	obsesión
que	envuelve	a	las	víctimas	y	que	las	somete	durante	años,	a	veces	durante	toda
la	vida,	es	aquella	de	ser	reemplazadas	por	mujeres	que	son	más	hermosas	y	más
capaces	de	ser	amadas.	Las	características	prácticamente	constantes	de	las
víctimas	son	las	creencias	de	ser	responsables	del	comportamiento	acosadorde
la	pareja	patológica	y	la	tendencia	a	responsabilizarse	por	la	infelicidad	de	la
relación.
Cosificación	e	intercambiabilidad
El	“juego	psicológico”	del	narcisista	perverso	se	funda	en	el	principio	de	la
objetivación	o	cosificación,	o	sea	transformar	a	las	personas	en	“cosas”.	Él	toma
en	consideración	el	peso,	la	estatura,	las	medidas,	los	colores,	piensa	las	frases	y
las	actitudes,	y	manifiesta	enojo	cada	vez	que	las	características	observadas	sean
desconformes	al	modelo	ideal	utilizado	como	parámetro	indiscutible.
Entonces,	para	el	narcisista	perverso,	nada	es	suficiente:	la	forma	física	es
siempre	escasa,	la	ropa	es	inadecuada,	el	tono	de	la	voz,	los	argumentos,	las
amistades,	las	propuestas,	los	horarios,	están	equivocados...	como	también	el
presente	y	el	pasado	de	la	pareja.
Al	comienzo	de	la	relación,	el	narcisista	perverso	tiende	a	ocultar	la	inquietud	y
la	intolerancia	con	que	observa	al	otro.	Pero,	a	medida	que	la	relación	continúa,
el	narcisista	perverso	conquista	espacios	de	maniobra	cada	vez	más	amplios	y
somete	a	la	pareja	a	conflictos	y	humillaciones	de	intensidad	creciente,	como	si
midiera	su	propio	poder.	Las	reacciones	desesperadas	de	la	víctima	lo
tranquilizan	y	lo	gratifican.	A	veces,	movido	por	lastima	por	el	estado	de
postración	en	el	cual	el	mismo	reduce	la	pareja,	intenta	“remediarlo”	con
algunos	mimos	y	promesas	de	cambio.	Estas	conductas	restaurativas
simplemente	confunden	a	la	víctima	y	nutren	la	dependencia	emocional,	porque
fomentan	la	ilusión	del	amor.
Pero,	¿quién	es	el	narcisista	perverso?	En	primer	lugar,	es	bueno	subrayar	que	no
se	trata	siempre	de	un	atractivo	Dorian	Gray,	ni	tampoco	de	un	hombre	intrigante
y	misterioso,	o	de	un	“chico	malo”	como	sugieren	los	estereotipos	de	las
películas	de	Hollywood.	Al	revés,	a	menudo	es	un	hombre	vacío	y	mediocre,
lleno	de	estereotipos	y	obsesionado	con	la	necesidad	de	complacer	a	los	demás,
un	individuo	perseguido	por	la	idea	de	que	alguien	lo	pueda	desenmascarar.	Se
comporta	como	un	pizarrón	borrable:	puedes	escribir	cualquier	cosa,	pero	nada
queda	realmente.	Hoy	es	un	amante	cuidadoso	y	gentil,	y	mañana	será	un
desaparecido;	a	veces	es	un	poeta,	a	veces	un	grosero.	Demasiado	ocupado	en
mantener	su	precario	equilibrio	psicológico	para	tutelarse	de	vertiginosas	caídas
depresivas	o	psicóticas,	ni	siquiera	se	da	cuenta	del	desastre	que	crea,	pero	se
goza	de	la	atracción	sentimental	que	desata.
Idealización	y	egocentrismo
Quien	permanece	enredado	en	la	dependencia	emocional	con	un	narcisista
perverso	es	inicialmente	seducido	por	la	confianza	con	que	la	pareja	parece
elegirlos.	Poco	después,	sin	embargo,	se	desencadena	la	trampa	de	la
ambivalencia	y	la	inconstancia,	la	alternancia	desesperante	de	silencios	y
ataques,	que	caracterizan	este	tipo	de	dependencias	amorosas.
La	ambigüedad	de	la	comunicación	narcisista	es	tal	que	ofrece	una	multitud	de
señales	para	la	reflexión,	de	tal	manera	que	la	víctima	la	interpreta	de	una
manera	egocéntrica,	de	acuerdo	con	su	sistema	de	valores	y	sus	propias
expectativas.
El	desafío	más	complejo	para	quienes	caen	en	el	abismo	de	la	dependencia
emocional	por	culpa	de	un	narcisista	perverso,	es	aprender	a	interpretar,	de
acuerdo	con	otro	sistema	de	referencia,	un	modelo	diferente	de	realidad,
mensajes	que	parecerían	alentar	la	relación	y	que,	al	revés,	tienen	como	único
propósito	el	de	congelarla	en	un	cómodo	“equilibrio”	sin	compromiso,	que
enaltezca	y	agrande	la	imagen	del	narcisista.	En	esto	la	víctima	es	culpable,
culpable	de	hacerse	a	un	lado	y	someterse	a	los	reclamos,	manipulaciones	y
mentiras	de	la	pareja;	inconscientemente	culpable	de	bailar	un	tango	sombrío	y
desarticulado	del	apaciguamiento,	confusión	e	ilusión.	Para	mantener	al	otro,
dentro	de	su	propia	idea	de	amor,	la	víctima	construye	catedrales	de	sueños
destinados	a	colapsarse:	idealiza	al	amante	hasta	crear	el	mito	del	hombre
perfecto	que,	por	lo	tanto,	no	merece.	Y	va	contra	sí	misma.	“Soy	una
perdedora”,	“Todas	las	demás	son	mejores	que	yo”,	“Él	duda	porque	entiende
que	no	valgo	nada.	Encontrará	otra	que	vale	más	que	yo	y	se	enamorará	de	ella”.
Estas	sugerencias	negativas,	aparentemente	“lógicas”	con	respecto	a	la
experiencia	emocional	de	la	cual	derivan,	representan	en	un	análisis	más
profundo,	un	intento	ilusorio	de	“salvaguardar	la	imagen	del	otro”	y	de
reconducir	el	fracaso	de	la	relación	a	los	presuntos	errores	de	uno	mismo.
De	esta	manera,	la	víctima	se	pierde	en	una	ilusión	de	control:	la	idea
egocéntrica	que	será	suficiente	modificar	su	propio	comportamiento	para	volver
a	conquistar	el	amado.
Los	comportamientos	a	evitar
Clásicamente,	son	por	lo	menos	tres	los	comportamientos	que	mantienen	la
dependencia	emocional	y	arrastran	la	relación	en	una	serie	teóricamente	sin	fin
de	persecuciones	y	traumas:
Tratar	de	desenmascarar	el	narcisista	perverso.
Solicitar	aclaraciones.
Seguir	manteniendo	abierta	la	comunicación.
La	dependencia	afectiva	es	la	consecuencia	de	esquemas	de	comunicación
disfuncionales	que	se	repiten	y	se	fortalecen	en	un	contexto	de	expectativas
distorsionadas	y	de	creencias	erróneas	sobre	la	relación	sentimental.	Por	lo	tanto,
no	se	trata	de	un	problema	exclusivamente	individual	conectado	con	el	pasado
de	los	individuos	involucrados	en	particular	en	el	periodo	de	sus	infancia,	sino
de	una	patología	que	se	combina	en	el	presente,	en	el	“aquí	y	ahora”	de	la
relación:	en	el	presente,	inconscientemente,	los	dependientes	emocionales	son
prisioneros	de	los	pensamientos,	emociones	y	comportamientos,	que	derivan	del
sistema	de	acciones	y	reacciones	de	ambos	y	no	necesariamente	de	los	traumas
primarios	vinculados	a	las	experiencias	previas	de	un	miembro	de	la	pareja.
Quien	comienza	una	psicoterapia	en	busca	de	las	causas	remotas	de	los	círculos
viciosos	en	la	que	está	atrapado,	es	probable	que	pierda	de	vista	los	problemas
actuales	y	caiga	en	un	lío	que	lo	deje	enredado	aún	más.	La	tendencia	de	los
dependientes	emocionales	es,	por	lo	tanto,	la	de	sentirse	culpables	por	no	ser
amados	e	ir	constantemente	a	la	búsqueda	de	“lo	que	está	mal	en	ellos”,	en	lugar
de	reconocer	los	esquemas	del	otro	y	sus	faltas	constantes	en	las	dinámicas
relacionales.	Además,	cuando	el	otro	se	comporta	como	un	narcisista	perverso,
el	sentimiento	de	insuficiencia	de	la	“victima”	llega	a	lo	más	alto,	porqué	el
compañero,	siendo	narcisista,	actúa	en	la	relación	con	el	único	propósito	de
alimentar	su	ego	tan	grande	y	no	duda	en	destrozar	la	imagen,	ya	comprometida,
de	la	contraparte.	Reconocer	e	identificar	las	actitudes	del	narcisista	perverso	es
útil	tanto	para	renovar	gradualmente	la	percepción	idealizada	que	ha	sido
inculcada	en	la	“victima”,	como	para	producir	en	poco	tiempo	un	cambio	en	el
sistema	interactivo	que	alimenta	la	dependencia	afectiva.
Los	tres	errores	que	alimentan	las	dependencias
Lo	que	hunde	más	a	la	pareja	del	narcisista	es,	ante	de	todo,	la	dificultad	en
reconocer	con	claridad	la	inutilidad	de	sus	acciones	dentro	de	la	relación	y	de
resignarse	a	la	idea	de	que	haga	lo	que	haga,	se	equivocará.	No	hay	manera	de
encender	el	amor	en	el	otro.	Incluso	cuando	el	narcisista	parece	acercarse,
volviéndose	sobre	sus	propios	pasos,	incluso	cuando	parece	amar	con	ternura,	es
manipulador.	Y	eso	es	todo.	Manipula	por	qué	no	soporta	perder	el	control,	de
ser	abandonado	y,	sobre	todo,	de	ser	desenmascarado	en	su	incapacidad	afectiva.
Y	este	es	el	primer	error	que	debemos	evitar:	tratar	de	desenmascarar	la	pareja
poniéndola	delante	de	su	egoísmo,	de	su	falta	de	compromiso,	a	la	ferocidad	de
sus	silencios,	a	la	violencia	de	sus	desapariciones.	Para	mantener	una	imagen
positiva	e	integérrima	de	sí	mismo,	el	narcisista	se	defenderá	persuadiendo	su
pareja	que	es	inadecuada	y	loca,	justificando	su	comportamiento	como	la	natural
reacción	a	su	pequeñez	como	persona.	O	también,	se	ajustará	momentáneamente
a	las	solicitudes	de	la	víctima,	con	el	solo	propósito	de	demostrar	que	se
equivoca,	para	regresar	de	repente	a	sus	usuales	actitudes	sádicas	e	insensibles.
En	este	contexto,	cualquier	intento	de	desenmascarar	elnarcisista	terminará	para
perpetrar	el	esquema	relacional	y	alimentar	la	obsesión.	Para	salir	realmente	de
eso,	debemos	abandonar	la	necesidad	de	obtener	excusas	o	admisiones	de	culpa
del	otro	y	tomar	la	decisión	de	actuar	en	autonomía.	Será	solo	el	primer	paso,
porque	cuando	el	narcisista	se	da	cuenta	que	la	presa	se	aleja,	se	esmera	para
recapturarla	y	es	capaz	de	reaparecer	después	de	meses	o	años	con	el	fin	de
reestablecer	su	dominio.	Para	hacer	esto,	recurre	a	solicitudes	de	aclaración,
juega	la	carta	de	la	amistad	o	proponiéndose	de	manera	seductora.	El	segundo
error	de	evitar	es	aceptar	de	“aclarar”	la	situación	cara	a	cara,	entendiendo	que	se
trata	de	una	trampa	con	el	intento	de	seguir	con	la	masacre.	Para	la	víctima	es
una	decisión	difícil	porque,	más	o	menos	conscientemente,	sufre	con	asombro	el
encanto	del	acercamiento	de	alguien	que	creía	que	la	despreciaba	y	que,	de
repente,	toma	una	actitud	interlocutoria	sobre	la	relación.	La	clave	es	decir	“No”.
No	encontrarse,	no	“aclarar”	nada,	no	tener	nada	que	ver	con	el	otro,	por	lo
menos	hasta	que	el	camino	de	la	liberación	y	de	la	emancipación	de	la
dependencia	afectiva	no	se	haya	concluido.
El	tercer	error	que	debe	evitarse	es	mantener	una	comunicación	abierta	con	el
narcisista	perverso.	Ningún	mensaje,	Facebook,	ningún	contacto	directo	o
indirecto,	son	las	claves	para	superar	la	abstinencia	afectiva	y	terminar	la
relación	para	siempre.	De	hecho,	no	se	puede	“sanar	juntos”	de	la	dependencia
afectiva	cuando	es	activada	por	el	narcisismo,	de	ninguna	manera	puede	ser	un
camino	compartido,	sino	que	es	el	fruto	de	una	elaboración	individual	de	la
“victima”	que,	reconociendo	los	esquemas	del	otro,	concluye	con	determinación
y	coraje	que	la	unión	en	la	que	se	había	involucrado	era	realmente	imposible.
Reconociendo	el	narcisismo
Históricamente,	el	concepto	de	narcisismo	ha	surgido	en	el	psicoanálisis	de	la
necesidad	de	interpretar	y	comprender	las	perversiones	sexuales	(sadismo,
masoquismo,	exhibicionismo,	voyerismo,	etc.),	que	hoy,	más	correctamente,
llamamos	parafilias,	y	se	ha	evolucionado	más	allá	de	la	esfera	de	la	sexualidad,
para	convertirse	en	uno	de	los	temas	más	importantes	y	controvertidos	en
psicoterapia.
Los	primeros	estudios	sobre	el	trastorno	narcisista	datan	de	1892,	cuando
Havelock	Ellis	usó	por	primera	vez	el	mito	griego	como	la	clave	interpretativa
del	autoerotismo.	Pero	le	debemos	a	Freud	el	“bautismo	oficial”	del	narcisismo,
con	la	Introducción	al	narcisismo	de	1914,	a	partir	de	la	cual	los	estudios,	las
observaciones	clínicas	y	cientos	de	publicaciones	llevaron,	por	primera	vez	en
1980,	a	trazar	los	rasgos	de	la	personalidad	narcisista	en	la	tercera	edición	del
Manual	Diagnóstico	y	Estadístico	de	los	Trastornos	Mentales	(DSM-III).
La	inclusión	del	narcisismo	en	el	DSM	pone	énfasis	en	ocho	criterios	de
diagnóstico,	entre	los	cuales	se	deben	detectar	al	menos	cinco	para	formular	el
diagnóstico	del	trastorno	de	personalidad	narcisista:
reaccionar	a	las	críticas	con	enojo,	vergüenza	o	humillación;
tendencia	a	explotar	a	otros	por	sus	propios	intereses;
agrandado,	es	decir,	sensación	de	ser	importante,	incluso	de	una	manera
inmerecida;
sentirse	único	o	especial,	y	entendido	solo	por	algunas	personas;
fantasías	de	éxito	ilimitado,	poder,	amor,	belleza,	etc.;
sentirse	con	derecho	a	merecer	privilegios	más	que	otros;
solicitudes	excesivas	de	atención	o	admiración;
falta	de	empatía	hacia	los	problemas	de	otras	personas.
En	la	revisión	del	Manual	de	1987	(DSM-III-R)	se	agregó	una	novena	voz	para
hacer	el	diagnóstico	más	preciso	a	la	luz	de	las	observaciones	y	la	investigación
en	el	campo	clínico:
envidia	persistente.
Pero	hablar	al	singular	del	“narcisismo”	es	limitado	porque,	incluso	después	de
la	conceptualización	de	la	Asociación	Americana	de	Psiquiatría,	el	término	se
usa	para	definir	un	trastorno	de	personalidad	o	simplemente	un	rasgo	de
personalidad;	hablamos	de	“heridas	narcisistas”,	“trauma	narcisista”	o	“defensas
narcisistas”	que	se	refieren	a	dinámicas	inconscientes	no	necesariamente
relacionadas	con	una	disfunción	psicoafectiva.
Como	veremos,	el	compromiso	de	los	clínicos	e	investigadores	es	llegar	a	una
perspectiva	integrada	y	dinámica	del	narcisismo,	para	compartir	criterios	de
diagnóstico	y,	sobre	todo,	para	construir	modelos	terapéuticos	efectivos	y
eficientes,	tanto	a	nivel	individual	como	a	nivel	de	la	relación	entre	el	narcisista
y	su	“víctima”.
Freud,	Kohut,	Kernberg	y	Lowen:	cuatro	voces	sobre	el	narcisismo
El	debate	secular	sobre	el	narcisismo	muestra	la	complejidad	de	una	estructura
psicológica	en	el	límite	entre	la	fisiología	y	la	patología.
Freud	teorizó	un	narcisismo	primario	como	la	etapa	de	desarrollo	psicosexual
que	precede	a	la	construcción	del	ego.	En	la	primera	infancia,	el	individuo	es
transitoriamente	incapaz	de	distinguirse	del	mundo	exterior	y	de	las	figuras	de
referencia	más	cercanas;	vive	en	un	estado	de	fusión	perceptual	donde	percibe	a
los	demás	y	a	las	realidades	de	alrededor	como	una	continuación	de	sí	mismo.
En	esta	fase	arcaica,	egocéntrica	y,	por	así	decirlo,	“ptolemaica”,	el	niño	solo
puede	asumir	que	es	un	objeto	de	amor,	para	descubrir	después	que	el	mundo	no
da	vueltas	a	su	alrededor	gracias	a	las	primeras	experiencias,	muy	normales	y
necesarias,	de	soledad	y	frustración	que	son	el	preludio	a	la	concientización	de
no	ser	suficiente	a	sí	mismo,	como	perteneciente	de	un	vasto	planetario	humano.
Por	lo	tanto,	el	narcisismo	puede	entenderse	como	una	fase	transitoria	y
fisiológica	del	desarrollo	psíquico,	que	puede	transformarse	en	patología
(narcisismo	secundario)	debido	a	eventos	traumáticos	vinculados	al	contexto
afectivo	y	existencial	del	niño,	particularmente	cuando	la	función	afectiva	de	la
madre	se	ve	afectada.
Kohut	(1977)	ha	corroborado	la	importancia	de	las	relaciones	primarias	entre	el
niño	y	los	padres,	especialmente	la	madre,	para	determinar	la	transición	al
funcionamiento	no	patológico	o	sea	abandonar	el	modo	narcisista	en	favor	de
una	personalidad	integrada	y	empática	hacia	uno	mismo,	los	otros	y	el	mundo
exterior.
En	la	perspectiva	de	Kohut,	existe	un	narcisismo	funcional,	un	núcleo	original	de
la	personalidad	que	determina	el	impulso	a	sentirse	satisfecho	y	la	creatividad
del	individuo	y,	por	lo	tanto,	debe	considerarse	saludable.	La	formación	de	un	Yo
narcisista	patológico	en	la	madurez	representaría,	en	cambio,	la	respuesta
defensiva	y	asocial	a	una	o	más	decepciones	traumáticas	de	las	necesidades
emocionales	del	niño	por	figuras	de	referencia	u	otras	personas	significativas,
adultos	o	pares,	como	compañeros	de	clase	y	amigos.	El	retrato	del	narcisista
pintado	por	Khout	es	el	de	un	individuo	vulnerable,	fragmentado	e	íntimamente
sufrido.
Kernberg	(1975,	1987)	teorizó	la	existencia	de	tres	tipos	de	narcisismo:	el
narcisismo	infantil,	el	narcisismo	saludable	y	el	narcisismo	patológico.	La
patología	narcisista	se	desencadena	cuando	la	persona	no	puede	integrar	la
imagen	idealizada	de	sí	mismo	con	la	realidad	externa	y	con	la	visión	de	los
demás	y	se	refugia	en	fantasías	de	grandeza	que	dificultan	su	capacidad	de
adaptación	a	la	complejidad	de	las	relaciones	emocionales.
También	Lowen	(1983)	reconoce	en	el	trastorno	narcisista	el	resultado	de	una
falta	de	integración	en	el	ego	de	sentimientos	negativos	y	traumáticos	de	las
primeras	experiencias	de	la	vida	y	se	focaliza	en	la	forma	en	que	las	privaciones
emocionales	iniciales	recaen	tanto	en	el	funcionamiento	psicológico	del
individuo	como	en	su	experiencia	corporal.	Lowen	amplía	el	estudio	y	la
comprensión	del	narcisismo	desde	la	esfera	intrapsíquica	y	relacional	hasta	la
dimensión	física	del	cuerpo,	incluyendo	en	la	terapia	la	observación	y	el	análisis
de	la	respiración,	la	postura,	la	tensión	muscular	y	la	rigidez	manifestada	en	el
paciente	narcisista	como	índices	observable	y	modificable	del	conflicto
emocional	en	el	que	está	atrapado.
Esta	breve	descripción	general	no	puede	incluir	la	amplia	gama	y	la	profundidad
de	las	contribuciones	internacionales	sobre	el	narcisismo.	El	debate	sobrela
personalidad	narcisista	es	tan	complejo	que	dentro	de	la	comunidad	científica	se
pensó	en	cancelar	el	Trastorno	de	Personalidad	Narcisista	de	la	quinta	y	última
edición	del	Manual	Diagnóstico	y	Estadístico	de	los	Trastornos	Mentales	(2014).
Si	no	fuera	por	la	acalorada	protesta	de	médicos	e	investigadores	de	todo	el
mundo	en	la	fase	de	redacción	de	la	quinta	edición	de	la	“biblia	de	la
psiquiatría”,	la	eliminación	del	narcisismo	de	los	trastornos	de	la	personalidad
habría	significado	una	especie	de	“perdón”	científico	del	todo	injustificado.
La	omisión	de	una	categoría	tan	importante	y	crítica	como	el	narcisismo
patológico	del	DSM-V	sin	duda	habría	complicado	el	diagnóstico	y	el
tratamiento	psicoterapéutico,	pero	sobre	todo	habría	comprometido	la
posibilidad	fundamental	de	comunicarse	entre	profesionales	sobre	un	trastorno
que	la	mayoría	de	los	psicoterapeutas	encuentran	en	la	práctica	diaria	tanto
directamente	en	pacientes	narcisistas	como	indirectamente,	en	las	consecuencias
de	sus	acciones	sobre	otras	personas	que	enferman	en	su	relación	con	el
narcisista	y	que	piden	ayuda.
El	Trastorno	Narcisista	de	la	Personalidad	en	el	DSM-V
En	la	página	775	del	Manual	Diagnóstico	y	Estadístico	de	los	Trastornos
Mentales,	recién	impreso	en	la	versión	italiana	publicada	por	Raffaello	Cortina
Editore,	aquí	están	los	criterios	diagnósticos	del	narcisismo	patológico,	no	muy
diferentes	a	los	que	ya	fueron	documentados	en	ediciones	anteriores:
Es	un	agrandado	(por	ejemplo,	exagera	los	resultados	y	talentos,	espera	ser
considerado	superior	sin	una	motivación	adecuada).
Está	absorbido	por	fantasías	de	éxito,	poder,	encanto,	belleza	ilimitada	o	amor
ideal.
Cree	ser	“especial”	y	único	y	ser	capaz	de	ser	entendido	solo	por	algunos,	piensa
que	debe	frecuentar	a	otras	personas	especiales	o	instituciones	de	clase	social
alta.
Requiere	admiración	excesiva.
Tiene	un	sentido	de	derecho	(es	decir,	la	expectativa	irrazonable	de	un	trato
especial	favorable	o	la	satisfacción	inmediata	de	las	expectativas	propias).
Aprovechar	las	relaciones	interpersonales	(es	decir,	aprovechar	las	ventajas	de
otras	personas	para	sus	propios	fines).
Falta	de	empatía:	es	incapaz	de	reconocer	o	identificarse	con	los	sentimientos	y
las	necesidades	de	los	demás.
Suele	envidiar	a	los	demás,	cree	que	otros	lo	envidian.
Muestra	comportamientos	o	actitudes	arrogantes	y	presuntuosas.
En	general,	los	indicadores	de	diagnóstico	se	agregan	en	un	patrón	generalizado
de	grandiosidad,	que	constituye	el	elemento	clave	del	perfil	del	narcisista
patológico.
El	Manual	estima	un	porcentaje	de	incidencia	del	trastorno	de	hasta	6.2%	en	las
muestras	consideradas	representativas	de	la	población	por	la	encuesta	estadística
e	informa	una	incidencia	indicativa	de	50-75%	de	los	hombres	en	la	muestra
general	de	diagnóstico	de	narcisismo	patológico.
El	DSM	resalta	las	contradicciones	experimentadas	por	el	narcisista:	el	sentirse
agrandado	contrasta	con	la	vulnerabilidad	extrema,	la	sensación	de	insuficiencia,
la	incapacidad	social	y	emocional	de	la	persona,	que	a	menudo	vive	suspendida
entre	momentos	de	autoexaltación	y	períodos	de	profunda	soledad.
Otro	elemento	de	diagnóstico	es,	de	hecho,	el	abuso	de	sustancias:	el	tabaco,	el
alcohol	y	la	cocaína,	en	particular,	pueden	constituir	en	el	Trastorno	de
Personalidad	Narcisista	un	intento	de	auto-terapia	para	aliviar,	ilusoriamente,	la
inquietud	e	insatisfacción	constantes,	características	de	la	patología.
El	perfil	se	resume	en	tres	páginas	y	responde	al	criterio	categórico	adoptado
históricamente	por	el	manual	más	consultado	por	profesionales	en	el	área
psiquiátrica	y	psicoterapéutica.	Este	es	claramente	un	criterio	pragmático	pero
muy	restrictivo:	muy	alejado	de	la	realidad,	donde	el	clínico	se	enfrenta	a
matices	y	verdaderas	variantes	del	narcisismo,	que	solo	se	incluyen	parcialmente
en	los	criterios	de	diagnóstico	y,	en	cambio,	se	refieren	a	un	espectro	narcisista
de	más	amplia	gama,	mucho	más	articulado	y	complejo	de	lo	que	surge	de	la
escasa	definición	del	Manual.
Recientemente,	Kernberg	cuestionó	la	validez	del	enfoque	categórico	afirmado
por	el	DSM	a	favor	de	una	visión	dimensional,	una	visión	más	realista	y
orientada	al	cambio,	más	que	al	diagnóstico.
La	psicología	narcisista	se	articula	en	tales	y	tantos	planos	como	para	ser	esquiva
a	la	nosografía	psiquiátrica	que	necesita	referencias	“ciertas”	e	inequívocas	para
hacer	diagnósticos.	Además,	el	narcisismo	patológico	que	no	causa	sufrimiento	a
la	persona	afectada,	sino	solo	a	aquellos	con	quienes	entra	en	contacto,	es	difícil
de	ubicar	entre	las	psicopatologías.
Tres	tipos	de	narcisismo:	la	contribución	de	Behary
Entre	los	autores	más	interesantes	y	actuales,	Wendy	T.	Behary	(2012)	propone
tres	tipos	de	narcisismo:	narcisismo	saludable,	narcisismo	inadaptado	oculto	y
narcisismo	inadaptado	manifiesto.
El	narcisismo	saludable	describe	a	un	individuo	adaptado	en	su	totalidad	y
capaz	de	compensar	el	egocentrismo	con	empatía,	generosidad	y	altruismo.
El	narcisista	saludable	no	solo	es	inofensivo	en	las	relaciones	sentimentales,
sino	que	otros	lo	reconocen	como	un	recurso	y	un	líder.
El	narcisismo	oculto.	El	narcisista	ocultose	presenta	a	sí	mismo	como	un
virtuoso,	como	un	campeón	de	la	justicia,	un	héroe	que	defiende	la	moral
correcta	y	sigue	el	camino	correcto	en	un	mundo	de	ingratos	e	ignorantes.
Está	rígidamente	dedicado	a	la	misión	de	aparecer	mejor	que	los	demás	y
los	denigra	por	sus	debilidades	y	errores.
El	narcisismo	manifiesto.	El	narcisista	manifiesto	vive	en	un	estado	de
autoexaltación	y	en	la	búsqueda	constante	de	la	aprobación	de	los	demás.	Él
solo	está	interesado	en	aquellos	que	validan	y	destruyen	o	ignoran	cualquier
cosa	que	pueda	minar	su	(a	menudo	imaginaria)	aura	de	encanto	y
grandeza.
Continuum	narcisista
Las	tipologías	descritas	por	Behary	parecen	pertenecer	a	un	continuum,	a	un
“espectro	narcisista”	que	va	desde	la	polaridad	“saludable	y	funcional”	a	la
polaridad	“mal	adaptativa”.	Dentro	de	este	continuum	hay	infinitos	matices
narcisistas.	Por	lo	tanto,	se	comprende	mejor	la	necesidad	de	“pensar	en	el
plural”	y	en	una	forma	multidimensional	para	liberarse	de	una	situación	difícil
de	resolver	como	la	dependencia	emocional.
En	resumen,	no	todos	los	narcisistas	son	peligrosos.	Por	lo	contrario,	los
narcisistas	“sanos”	pueden	ser	maravillosos	poetas,	artistas,	gerentes,	médicos
dedicados	o	líderes	extraordinarios	y	nunca	dañar	a	los	demás.
En	cambio,	es	necesario	aprender	a	reconocer	las	caras	violentas	del	narcisismo
inadaptado	oculto	o	manifiesto	y	trabajar	para	interrumpir	su	influencia
dramática	en	las	relaciones	emocionales	y	sentimentales	y,	sobre	todo,	para	hacer
frente	a	sus	consecuencias	más	radicales:	la	dependencia	emocional.
Desenmascarar	al	narcisista	perverso
Para	desenmascarar	al	narcisista	perverso	es	útil,	en	primer	lugar,	considerar	dos
variables:	autoestima	y	sociabilidad.
En	el	narcisista	perverso	más	peligroso,	las	dos	dimensiones	son	inversamente
proporcionales:	la	autoestima	se	expresa	sobre	todo	por	la	autoexaltación	y	el
agrandamiento,	el	reclamo	del	control	absoluto,	la	crítica	feroz	y	cruel.	La
sociabilidad,	por	otro	lado,	es	vacía	y	limitada,	exhibida	siempre	que	sea	posible,
pero	formal,	superficial	y	falsa.
El	narcisista	perverso	no	está	interesado	en	los	amigos	de	una	manera	auténtica,
a	menos	de	poder	aprovechar	de	ellos,	y	si	no	puede	actuar	como	aquel
magnifico	depredador	que	se	cree	trata	a	las	personas	como	si	fueran
literalmente	invisibles.	Por	ejemplo,	los	narcisistas	heterosexuales	masculinos
perversos	desafían	por	completo	a	otros	hombres,	se	comportan	como	si	no
existieran	y	casi	nunca	logran	mantener	amistades	desinteresadas.	Lo	mismo
ocurre	con	las	mujeres	narcisistas	perversas:	se	sienten	odiadas	y	envidiadas	por
otras	mujeres,	que	-	a	diferencia	de	los	hombres	“colegas”,	que	a	lo	mejor
ignoran	los	posibles	rivales	-	tienden	a	oponerse	con	odio	y	agresividad.
Cuanto	mayor	es	el	nivel	de	autoestima	y,	al	mismo	tiempo,	el	bajo	nivel	de
sociabilidad,	más	se	polarizael	narcisismo	en	el	lado	inadaptado	del	continuum
narcisista.
Incluso	si	el	narcisista	perverso	parece	ignorar	su	insuficiencia	social	y	su
soledad,	en	cierto	nivel	siente	su	aislamiento	con	angustia,	está	avergonzado	de
ello	y	habitualmente	se	empeña	en	ocultarlo.
Una	primera	indicación	para	desenmascararlo,	por	lo	tanto,	es	aprender	a	hacer
preguntas	sobre	sus	relaciones,	sus	amigos,	su	familia,	hacerlo	con	delicadeza,
respeto	y	empatía	y	evitar	el	efecto	de	cuestionamiento.	Cuanto	más	perverso	sea
el	narcisista,	más	será	elusivo,	abrupto,	evasivo,	violento	o	castigador.	Cuanto
más	perverso	sea,	más	intentará	escabullirse	cortando	la	comunicación	o	dando
vuelta	el	discurso	sobre	el	interlocutor	y	culpándolo	por	su	curiosidad
“inapropiada	y	vulgar”.
¿Me	estoy	lidiando	con	un	narcisista	patológico?
Lee	las	siguientes	afirmaciones	y	atribuye	a	cada	una	de	estas	una	puntuación	de
0	a	2,	donde:
0	=	nunca
1	=	raramente
2	=	siempre
Ten	en	cuenta	que	no	hay	respuestas	“correctas”	o	“incorrectas”.	Responde
exclusivamente	en	función	de	tu	experiencia	y	de	la	manera	más	sincera	posible.
Cuestionario
Actúa	como	si	fuera	el	centro	del	mundo.
[0]	[1]	[2]
Exige	que	lo	traten	con	especial	consideración.
[0]	[1]	[2]
Toma	decisiones	inflexibles.
[0]	[1]	[2]
Tiende	a	negar	la	evidencia.
[0]	[1]	[2]
Nunca	lo	escuché	decir	“perdón”,	“lo	siento”.
[0]	[1]	[2]
En	público,	no	duda	en	ridiculizarme	o	tratarme	sarcásticamente.
[0]	[1]	[2]
Después	de	todo,	él	es	una	persona	que	no	tiene	verdaderos	amigos.
[0]	[1]	[2]
Si	él	desea	algo,	lo	exige	tercamente.
[0]	[1]	[2]
Es	celoso	sin	razón.
[0]	[1]	[2]
Quiere	saber	siempre	donde	voy,	pero	no	me	dice	adónde	va	él.
[0]	[1]	[2]
Es	muy	exigente	con	los	demás.
[0]	[1]	[2]
Es	muy	estricto	consigo	mismo.
[0]	[1]	[2]
Él	me	castiga	con	el	silencio.
[0]	[1]	[2]
Se	ofende	fácilmente	y	reacciona	con	ataques	personales.
[0]	[1]	[2]
Él	se	cree	mejor	que	los	otros.
[0]	[1]	[2]
Muy	a	menudo	encuentra	los	demás,	aburridos.
[0]	[1]	[2]
Se	enfoca	demasiado	en	los	detalles,	tiene	sus	“obsesiones”.
[0]	[1]	[2]
Fuma	mucho,	bebe	mucho	o	toma	drogas.
[0]	[1]	[2]
Está	obsesionado	con	la	forma	física.
[0]	[1]	[2]
Al	juzgar	la	apariencia	física	de	los	demás,	es	casi	cruel.
[0]	[1]	[2]
Da	la	sensación	de	no	sentir	emociones.
[0]	[1]	[2]
Se	pone	duro	frente	a	las	películas	o	situaciones	conmovedoras.
[0]	[1]	[2]
No	siente	ningún	remordimiento	después	de	haberme	maltratado.
[0]	[1]	[2]
Él	pide	continuamente	la	aprobación	de	los	demás.
[0]	[1]	[2]
Para	parecer	superior	a	los	demás,	miente	con	naturalidad.
[0]	[1]	[2]
Se	enoja	violentamente	cuando	estoy	triste.
[0]	[1]	[2]
Cuando	me	ve	serena,	se	pone	sombrío	o	me	ataca.
[0]	[1]	[2]
Cada	“no”	que	recibe	literalmente	lo	pone	furioso.
[0]	[1]	[2]
Con	frecuencia,	aunque	lo	oculte,	parece	deprimido.
[0]	[1]	[2]
Es	vengativo	y	no	conoce	el	perdón.
[0]	[1]	[2]
De	0	a	25	puntos
En	tu	percepción,	tienes	una	pareja	equilibrada	que	está	atenta	a	tus	necesidades.
Puede	ser	que,	a	veces,	tú	lo	veas	“distraído”	y	un	poco	más	de	celos,	de	hecho,
beneficiaría	vuestra	relación.	Si	tu	puntaje	se	acerca	demasiado	a	cero,	el	peligro
es	que	la	relación	se	desarrolle	bajo	el	estandarte	de	un	excesivo	autocontrol	y,	a
la	larga,	estorbe	vuestra	capacidad	de	compartir	las	necesidades	emocionales	y
lograrlas	mediante	la	cooperación.
De	26	a	45	puntos
Es	probable	que	tu	pareja	tenga	aspectos	narcisistas	y	puede	ser	útil	prestar	más
atención	a	la	calidad	de	vuestra	relación.	¿Tenéis	una	relación	igual	y	mutua?
¿Lucháis	a	menudo?	¿Cuál	es	el	saldo	de	vuestra	historia	hasta	ahora?
Cuanto	mayor	sea	el	puntaje,	mayor	es	la	posibilidad	de	que	te	sientas
dependiente	y	atrapada	y	de	que	te	des	cuenta,	al	menos	en	parte,	de	que	la
relación	te	frustra	y	que	si	no	fuera	por	tu	paciencia,	ya	habría	terminado.
De	45	a	60	puntos
Alarma	roja.	Detente	y	pregúntate	qué	estás	haciendo.	Tal	vez	la	relación	entre
vosotros	esté	desequilibrada	y	la	falta	de	reciprocidad	cause	continuas	disputas	o
un	cierto	sufrimiento	sumiso	de	tu	parte.	Reflexiona	sobre	la	posibilidad	de	que
la	relación	carezca	de	límites	personales	claros	y	compartidos	y	que,	a	pesar	de
tus	esfuerzos,	las	cosas	no	sigan	bien.	¿Te	sientes	seguro	con	él?	¿Hasta	ahora	ha
demostrado	ser	sincero	y	digno	de	confianza?	¿Te	sientes	feliz?	¿Cómo	son
vuestras	relaciones	con	el	mundo	exterior?	¿Qué	compartís?
El	monstruo	humano
El	tirano	más	querido
es	aquel	que	recompensa	y	castiga	sin	razón.
(Ennio	Flaiano)
Las	historias	de	dependencia	emocional	son	siempre	desconcertantes,	porque
atrapan	a	sus	protagonistas	en	un	vórtice	autodestructivo	del	que	no	parecen
querer	salir,	a	pesar	del	aumento	de	dolor	que	le	procura.	La	lógica	nos	llevaría	a
pensar	que	las	traiciones,	las	mentiras,	la	humillación,	el	abuso	psicológico,	a
veces	velado,	a	veces	sorprendente	y	la	violencia	verbal	o	física	que	caracteriza
la	relación	de	dependencia	deberían	empujar	a	la	víctima	a	interrumpir	la
relación,	pero	desde	un	punto	de	vista	psicológico,	a	menudo	pasa	al	revés.	De
hecho,	cada	falta	y	cada	ataque	del	miembro	“fuerte”	de	la	pareja	tienen	el	efecto
aparentemente	inexplicable	de	fortalecer	el	vínculo,	mientras	que	erosiona	la
capacidad	reactiva	de	la	contraparte	que	termina	por	abandonarse	a	su	amor
exasperante.
La	trampa	de	la	ambivalencia
Las	personas	atrapadas	en	la	dependencia	afectiva	viven	subyugadas	por	la
ambivalencia:	el	otro	es	a	veces	bueno,	romántico,	encantador,	único	y	especial
...	otras	veces	se	vuelve	cruel,	helado,	repulsivo,	feo,	banal.	Sin	solución	de
continuidad,	el	objeto	de	amor	dependiente	tiene	dos	caras	opuestas,	pero
fusionadas	en	una	alquimia	venenosa.	Así	que	la	imposibilidad	de	determinar	si
es	completamente	bueno	o	completamente	malo	se	vuelve	paralizante.
Creemos	que	los	hombres	y	las	mujeres	que	aman	poco	son	criaturas	frías,
individuos	calculadores	e	incapaces	de	probar	afecto,	criminales	emocionales
que	actúan	de	manera	sospechosa	e	inequívoca,	pero	ese	no	es	para	nada	así.	Al
revés,	en	la	dependencia	afectiva,	al	menos	una	de	las	partes	presenta	y	actúa
una	identidad	dual,	alternando	arrebatos	emocionales	con	la	espontaneidad
desarmante	de	un	niño	a	explosiones	de	ira	o	silencios	siderales;	él	se	juega	con
vibrantes	promesas	de	amor	y	luego	se	niega	con	imponderable	vehemencia.
Esta	dualidad	es	el	punto	focal	de	la	dependencia	relacional:	la	“víctima”	se
enamora	de	la	buena	cara	de	la	pareja,	sus	aspectos	sentimentales	y	su
sensibilidad	transitoria,	la	idealiza	y	se	dedica	por	completo	a	ella,	mientras
minimiza	o	niega	la	“mala	cara”,	la	separa	del	objeto	de	amor	porque	es	ilógica	e
incongruente	con	sus	necesidades	afectivas	conscientes	y	con	la	imagen
especular	del	amor	romántico.	El	monstruo	que	ata,	maltrata,	humilla,	manipula,
explota,	se	siente	tan	seguro	de	sí	mismo	bajo	la	protección	de	su	prisionera	que
se	culpa	a	sí	misma	por	cada	castigo	y	violencia	sufrida	y	está	dispuesta	a
perdonar	todo,	a	comprometerse	con	todo	para	echar	un	vistazo	una	vez	más	a
ese	destello	fugaz	de	luz	angelical	en	el	rostro	de	su	amado.
Los	monstruos	no	existen,	o	al	menos	no	existen	en	la	forma	estereotípica	y
evidente	en	la	que	afirmamos	reconocerlos.	Los	monstruos	humanos,	los
verdaderos,	no	tienen	los	dientes	filosos	de	los	vampiros,	ni	presentan
deformidades	físicas	inquietantes,	no	emiten	olor	insalubre	y	vomitivo	y	no	dan
vueltas	armados	hasta	los	dientes.	Los	monstruos	humanos	están	dotados	con	esa
capacidad	mimética	que	los	hace	como	los	demás	y,	de	hecho,	los	hace	ver	mejor
que	los	demás:	más	fascinantes,	más	inteligentes	y	más	dotados.	Muestran
certezas	lapidarias	y	dispensan	la	verdad	con	solemnidad	sacerdotal.	Su	secreto
consiste	en	dividir	y	aislar	tanto	como	sea	posible	de	las	emociones	“negativas”:
el	miedo	al	abandono,	la	vulnerabilidad,	la	posible	falacia	de	una	emoción,	de
una	elección	o	de	una	acción,	el	miedo	a	sucumbir	a	la	angustia	de	ser
perfectamente	humano.
Por	lo	tanto,	si	desde	la	pareja	dependiente	el	amado	es	vistocomo	un	ángel
caído	en	una	nube	de	estados	de	ánimo	contradictorios	hipnóticos	y
profundamente	emocionantes,	el	monstruo	se	auto-percibe	como	un	ser	perfecto
indebidamente	ofendido	por	la	debilidad	del	otro	y	por	su	dedicación	obscena.	Y,
cuanto	más	uno	se	expone	y	se	opone	con	amor	inquebrantable	al	dolor	de	la
relación	imposible	que	lo	entierra,	más	el	monstruo	humano	se	hace	sombrío	en
su	desprecio	y	en	su	rabia.
El	principal	error
Básicamente,	el	drama	de	la	dependencia	emocional	comienza	y	se	difunde	a
partir	de	una	gran	equivocación.	La	“víctima”	se	enamora	de	una	cara
resplandeciente	e	intrigante	y	considera	los	ataques	del	monstruo	humano	en	la
escena	de	la	relación	como	manifestaciones	de	su	propia	indignidad.	Se	deja
culpar,	acepta	las	mentiras	más	torcidas	y	la	traición	manifiesta	con	la	ilusión	de
conquistar	la	cara	amable	del	amado	y	sacarlo	de	la	oscura	maldad	que	lo
corrompe.	Pero	la	intemperancia	y	la	inquietud	que	se	filtra	desde	la	maravillosa
máscara	del	amado,	el	salvaje	desprecio,	la	indolencia	amenazante	y	las
temperaturas	siberianas	de	sus	acciones,	no	son	la	máscara	de	una	buena	persona
adorable,	son	la	verdadera	cara	del	monstruo	humano.
El	verdadero	monstruo	es	dual,	vive	la	contradicción,	la	encarna,	es	el	resultado
de	una	falta	de	integración	entre	las	partes	positivas	y	negativas	de	sí	mismo,	de
su	historial	emocional	borrado,	traumático,	que	nunca	logró	elaborar,	de	un	niño
con	el	corazón	roto.
La	enfermedad	de	amor
Los	errores	en	amor	se	pagan	caros.
Es	bueno	saberlo.
Mucha	gente	me	pregunta:	“¿Cómo	puedo	hacer	para	que	el	narcisista	perverso
se	enamore	de	mí,	cómo	puedo	reconquistarlo?”.	Otras	amargadas,	preguntan:
“¿Cómo	puedo	vengarme	de	todo	lo	que	me	ha	hecho?”.	Estos	son	temas
cruciales	y	recurrentes	en	la	difícil	elaboración	y	superación	de	una	dependencia
sentimental,	porque	“cómo	vengarme”	o	“cómo	reconquistarlo”	son	de	hecho,
las	polaridades	opuestas	del	mismo	sentimiento	aún	no	resuelto,	todavía	andando
por	un	campo	minado	potencialmente	patógeno.	Cuando	una	relación	de	amor	se
enferma	y	nos	enfermamos	por	ella,	se	reduce	a	la	obsesión,	y	la	obsesión	es	el
sello	distintivo	de	la	dependencia	afectiva,	independientemente	de	las	diferentes
formas	que	adopte.	Reconocer	la	obsesión	es	fácil:	el	pensamiento	está	lleno	de
ella,	la	mente	recurre	a	contenidos	repetitivos,	las	emociones	se	reúnen	alrededor
del	punto	central	(la	reconquista,	los	celos,	la	culpa,	la	venganza)	forman
remolinos	como	el	agua	que	se	va	por	un	desagüe	y	el	comportamiento	se
empobrece,	se	vuelve	redundante,	todo	tiende	a	perder	de	significado.
La	enfermedad	de	amor	es	la	dependencia	emocional,	la	incapacidad	para
liberarse	de	una	relación	insatisfactoria,	dolorosa,	a	menudo	hiriente	y
humillante,	otras	veces	simplemente	vacía	y	fría,	una	relación	de	la	trama
interrumpida	por	largos	silencios,	mensajes	telegráficos	y	banales,	expectativas
decepcionadas	y	citas	perdidas.	Meditar	venganza	parecería	un	paso	adelante,
pero	es	un	indicador	de	dependencia	encubierta,	análoga	al	síntoma	más	obvio
de	la	obsesión	por	la	reconquista.
¿Venganza	o	reconquista?
A	pesar	de	su	aparente	diversidad,	la	idea	de	la	revancha	y	la	de	la	reconquista
están	unidas	por	un	convencimiento	central	que	constituye	el	núcleo	de	la
dependencia:	la	ilusión	de	que	las	propias	acciones	puedan	finalmente	influir	en
el	estado	de	ánimo	del	otro	y	así	que	hay	la	tendencia	a	organizarlas	de	manera
que	tengan	un	efecto	emocional.	El	dependiente	emocional	no	puede	aceptar	el
hecho	de	que	la	relación	patológica	que	erróneamente	llama	“amor”	se	distingue
por	la	falta	casi	total	de	reciprocidad	y	por	la	fuerte	distorsión	de	sus
expectativas	sobre	el	objeto	del	amor.	La	falta	de	reciprocidad	significa	que	los
individuos	encarcelados	en	el	“mal	de	amor”	piensan,	sienten	y	actúan,
considerando	solo	su	propio	punto	de	vista	y	sin	saberlo	se	relacionan	no	con	el
otro,	sino	con	un	ideal	del	otro.	Por	esta	razón,	las	historias	de	dependencia
emocional	se	caracterizan	por	episodios	desconcertantes:	malentendidos
mínimos	se	convierten	en	heridas	incurables,	sorprendentes	demostraciones	de
amor	son	ignoradas	por	completo,	las	traiciones	más	crueles	y	las	palabras	más
brutales	son	“olvidadas”	rápidamente	y	liquidadas	con	la	promesa	de	comenzar
de	nuevo	desde	el	principio.	En	resumen,	salta	por	el	aire	el	enlace	“saludable	y
funcional”	que	conecta	a	las	personas	a	través	de	acciones	y	reacciones
apropiadas.
Por	ejemplo,	en	una	relación	de	amor	la	ambigüedad	y	las	incertidumbres	de	un
miembro	de	la	pareja	pueden	causar	el	dolor	del	otro	pero,	después	de	un	cierto
tiempo,	promover	la	reacción	de	autodefensa	para	concluir	la	relación	y	mirar
más	allá,	una	elección	que	contiene	respeto	para	sí	mismo	y	para	los
sentimientos	de	los	demás.	En	una	dependencia	emocional,	por	otro	lado,	las
ambigüedades	e	incertidumbres	sentimentales	de	un	lado	producen	un	afecto
cada	vez	mayor	en	el	otro,	que	a	través	de	actividades	agotadoras,	intentos
obstinados	de	persuadir	la	pareja	e	“inducirla”	a	amar	con	estrategias	de
seducción,	juegos	psicológicos,	amenazas	veladas	o	manifestaciones	y	otros
comportamientos	“irracionales”	que	violan	abiertamente	la	integridad	tanto	del
compañero	que	los	realiza	como	del	que	los	“sufre”.	En	todos	los	casos,	se
pierde	la	capacidad	de	tener	una	visión	realista	de	la	otra	persona,	considerarlo
como	“individuo	separado	de	uno	mismo”	y	rechazarlo	cuando	actúa	de	manera
perjudicial	para	su	propio	equilibrio	sentimental.
La	solución	ilusoria
Aquellos	que	todavía	están	encarcelados	en	el	laberinto	de	la	enfermedad	de
amor	viven	el	drama	de	tratar	de	pensar	con	la	cabeza	del	otro	sin	darse	cuenta
de	que,	sin	embargo	y	siempre,	piensan	con	su	propia	cabeza.	Cuando	una
relación	es	fuente	de	dolores	tan	intensos	y	consecuencias	trágicas	así	como
ocurre	en	la	dependencia	emocional,	uno	debe	aceptar	la	imposibilidad	de
entender	al	otro,	renunciando	a	encontrar	“razones	lógicas”,	porque	responderían
a	su	propia	lógica,	que	nada	tiene	que	ver	con	la	de	la	pareja.	Pensar	con	la
propia	cabeza,	identificando	y	respetando	las	propias	necesidades	emocionales,
avanzando	hacia	relaciones	satisfactorias	y	posibles:	estos	hechos	simples	se
transforman	en	obstáculos	colosales	en	la	dependencia	emocional.	Por	esta
razón,	no	pudiendo	cambiar	al	otro	se	llega	a	la	solución	ilusoria	de	actuar	sobre
uno	mismo:	reprimirse,	controlarse,	hacerse	a	un	lado,	autocastigarse	creyendo
que,	al	hacerlo,	se	establecerá	una	apariencia	de	amor.	Parece	absurdo,	pero	en	la
psicología	de	las	adicciones	sentimentales	esta	elección	se	rige	por	la	misma
lógica	que	mantiene	y	alimenta	la	patología:	la	total	falta	de	respeto	por	uno
mismo,	el	convencimiento	íntimo	de	no	valer	nada	y	la	idealización	simbiótica
con	la	pareja,	concebida	como	una	especie	de	tótem	mágico	y	poderoso	frente	al
cual	inclinar	la	cabeza,	esperando	el	milagro	del	Amor.
“Ganar	sin	luchar”	es	una	antigua	estratagema	del	arte	de	la	guerra	y	es	válido
cuando,	como	sucede	en	la	dependencia	emocional,	la	guerra	misma	se	convierte
en	la	esencia	de	la	relación.	Abandonar	el	campo	de	batalla,	abandonar	cualquier
estrategia,	réplica,	comunicación	con	el	oponente,	termina	por	derrotarlo.	Por	lo
tanto,	es	inútil	buscar	venganza	o	idear	métodos	para	la	“reconquista”.	La
verdadera	victoria	es	aprender	a	“dejar	ir”	lo	que	no	funciona,	lo	que	duele	y	lo
que	hiere	y	aprender	a	cuidarse	a	sí	mismos,	para	protegerse	de	las	trampas
psicológicas,	de	los	autoengaños	y	de	los	asaltantes	presentes	y	futuros.
En	la	mente	del	narcisista	perverso
El	narcisismo	no	consiste,
como	se	cree	comúnmente,
en	la	incapacidad	de	amar,
sino	en	la	incapacidad	de	recibir
el	amor	del	otro.
La	psicopatología	deriva	a	menudo	de	la	falta	de	significado	en	lo	que	nos	pasa,
de	la	imposibilidad	de	trazar	una	cierta	coherencia	y	un	significado	aceptable	de
los	hechos.	Como	seres	humanos,	en	la	esfera	relacional	y	afectiva	tenemos	la
necesidad	imperiosa	de	entender	el	“por	qué”	de	un	comportamiento	dado	y	a
menudo	satisfacemos,esta	necesidad,	a	través	de	la	lógica	lineal	o	causal,	que
presupone	la	existencia	de	una	causa	y	un	efecto.	Por	ejemplo:	“Si	soy	atento	y
considerado	(causa),	el	otro	me	recompensará	con	cariño	(efecto)”;	“Si	el	otro
me	rechaza	(efecto)	significa	que	hice	algo	mal	o	algo	está	mal	conmigo
(causa)”.	La	lógica	causal	proporciona	un	modelo	híper-simplificado	de
dinámica	relacional	y	resulta	aún	más	ineficaz	cuanto	más	complejo	es	el
contexto	interactivo	donde	lo	aplicamos.	Más	bien,	las	relaciones	humanas
responden	a	una	psico-lógica	que	tiene	poco	que	ver	con	la	lógica	lineal.	La
comunicación	es	un	fenómeno	circular	(Watzlawick	et	al.,	1974)	en	el	que
“causas”	y	“efectos”	sustancialmente	no	existen,	pero	constituyen	una	mera	y
arbitraria	reducción	de	la	complejidad	a	segmentos	lineales	de	“si...	entonces”
que	utilizamos	para	simplificarnos	la	vida	y	movernos	con	facilidad	en	un
universo	desconocido:	nuestra	propia	psicología,	la	del	otro	y	los	resultados
infinitos	de	la	interacción	entre	estos	dos	mundos.
Elementos	de	problem-solving	relacionales
Cada	situación	de	conflicto	interpersonal,	cada	crisis	psicológica,	cada	trauma
relacional	(como	una	traición,	separación	o	pérdida)	desafían	las	‘teorías
lineales’	sobre	la	realidad	que	hemos	entretejido	durante	las	experiencias
relacionales	anteriores	y	la	deshace.	Así	nos	lanzamos	en	la	búsqueda	del	“por
qué”	(de	las	causas)	en	la	ilusión	de	que	solo	de	esta	manera	podremos	detener	y
resolver	las	consecuencias	de	un	desastre	emocional.	Cuando	el	problema	se
refiere	a	la	relación	con	la	pareja,	uno	de	los	errores	más	común	es	tratar	de
entender	las	razones	de	sus	acciones,	desde	la	idea	de	que	su	mente	funcione
como	la	nuestra	y	utilizamos	inconscientemente	nuestra	propia	forma	de	ver	la
realidad	para	buscar	posibles	soluciones.	Los	arreglos	que	derivan	de	esta
estrategia	generalmente	“empeoran	el	mal”,	precisamente	porque	se	basan	en	la
convicción	implícita	de	que	el	otro	piense	como	nosotros,	comparta	las	mismas
creencias	y	nuestros	propios	valores.	Interpretar	las	comunicaciones	del	otro
según	nuestro	punto	de	vista	termina	incrementando	las	distancias	y	exacerbando
los	conflictos.	Por	otro	lado,	cuando	estamos	dispuestos	a	hablar	sobre	cómo
percibimos	una	determinada	situación	y	también	la	pareja	ofrece	explicaciones
sobre	su	experiencia	subjetiva,	es	más	fácil	desarrollar	soluciones	efectivas	y
satisfactorias	para	ambos.
No	“por	qué”	sino	“cómo”
Casi	siempre	los	“por	qué”	de	ambas	partes	representan	solo	parcialmente	la
realidad	de	la	relación	y,	una	vez	compartidos,	ayudan	a	comprender	que	el
problema	se	origina	en	una	concatenación	progresiva	de	distorsiones	de
comunicación	y	malentendidos	mutuos.	Al	trabajar	sobre	cómo	la	pareja
construyó	las	bases	del	conflicto,	en	la	mayoría	de	los	casos,	es	posible	resolver
y	fortalecer	la	relación.
Estos	breves	indicios	sobre	la	resolución	de	problemas	interpersonales	se	aplican
con	la	condición	de	que	las	partes	en	cuestión	se	consideren	comprometidas	en
la	relación,	que	tengan	un	interés	auténtico	el	uno	hacia	el	otro	y	se	respeten
mutuamente.	En	las	relaciones	de	dependencia	emocional,	desde	el	principio
falta	como	principio	básico	el	compromiso,	el	interés	y	la	igualdad	de	valores:	la
relación	se	basa	en	una	complementariedad	fuerte	y	rígida,	con	una	parte	que	se
percibe	(o	de	hecho	es)	“dominante”	y	la	otra	que	sufre,	más	o	menos
conscientemente,	esta	situación	y	se	esfuerza	por	lograr	amor	y	aprobación.	Esto
sucede	porque	la	parte	“débil”	de	la	pareja	actúa	de	buena	fe	pero	con	un
pensamiento	equivocado,	“si	tengo	paciencia	y	me	comporto	bien	(causa),	el
otro	cambiará	(consecuencia)”;	“El	otro	me	ignora,	me	maltrata	o	me	castiga
(consecuencia)	porque	no	soy	o	no	hago	lo	suficiente”	(consecuencia).
La	“distorsión	causal”	en	la	dependencia	emocional
Es	evidente	que	la	lógica	causal	utilizada	por	quien	sufre	de	dependencia
emocional	para	entender	una	relación	tan	frustrante	y	desequilibrada,	desata
secuencias	lineales	que	se	ejecutan	en	su	contra	y	que	se	centran	casi
exclusivamente	en	uno	mismo	y	en	sus	propios	defectos,	sin	considerar
adecuadamente	los	errores	y	los	incumplimientos	de	la	pareja.	Esto,	cuando	la
contraparte	presenta	rasgos	narcisistas,	exalta	aún	más	su	poder	percibido	y
exacerba	la	asimetría	de	la	relación.	Si	finalmente	el	compañero	es	un	narcisista,
el	sistema	se	convierte	en	múltiples	ataques	repetidos,	un	sufrimiento	continuo,
un	juez	perverso	que	siempre	condena	de	manera	inapelable	al	dependiente
emocional,	obligado	todos	los	días	a	expiar	su	pena	presunta	y	su	reconocida
insuficiencia	mientras	cultiva	la	ilusión	que	después	de	tanto	sufrimiento,	llegará
la	gracia	del	amor	de	parte	de	su	inquisidor.
Una	relación	a	doble	ciego
El	drama	es	que	en	la	dependencia	emocional,	la	relación	no	existe	y	nadie	se	da
cuenta.	Me	refiero	a	que	el	dependiente	afectivo	termina	enfocándose
completamente	sobre	sí	mismos,	sobre	sus	propios	“errores”	en	su	dolor,
perdiendo	la	percepción	realista	del	“sujeto”	que	“ama”,	“sujeto”	que	se
convierte	en	objeto,	tótems,	utopía.	Nada	parecido	para	el	narcisista	original,
inestable	y,	a	su	vez,	seriamente	alejado	de	la	realidad	y	la	relación.	En	la	mente
del	narcisista	el	otro	no	existe,	no	existe	como	interlocutor,	no	existe	como
persona,	es	sólo	el	espejo	y	herramienta	para	validar	su	propia	imagen	y
enriquecer	un	romance	egocéntrico,	magnífico,	que	requiere	de	víctimas
sacrifícales	para	su	personalidad	despótica	y	suprema.
El	narcisista	y	su	pareja	son	dos	ciegos,	incapaces	de	verse,	condenados	a
imaginar	la	existencia	de	un	“amor”,	que	es	sólo	la	manifestación	de	la
incapacidad	aterradora	de	querer	a	alguien	en	una	realidad	psicológica	diferente:
conjunta,	satisfactoria,	compartida	y	hecha	de	planes	para	el	futuro.
Nudos,	traumas	y	miedos
Tanto	el	narcisista	como	su	“víctima”	son	psicológicamente	extraños,	alienados,
irremediablemente	aislados	uno	del	otro,	personas	que	insisten	en	tratar	de
resolver	un	problema	a	nivel	relacional,	un	problema	que	no	existe,	porque	la
relación	misma	no	existe	y	muchas	veces	nunca	existió,	excepto	como	una
coartada	inconsciente	para	evitar,	cada	uno	a	su	manera,	enfrentar	de	una	vez	por
todas	el	problema	real:	la	relación	consigo	mismo,	con	la	percepción	de	uno
mismo,	con	una	historia	personal	llena	de	nudos	y	discontinuidades,	miedos	y
traumas.
Comprender	el	narcisismo	a	través	del	mito
Según	el	mito,	Narciso	era	un	hombre	joven	con	una	belleza	magnética
irresistible	que	murió	ahogado	en	una	fuente,	seducido	por	su	propia	imagen
refleja	de	la	que	se	había	enamorado	locamente.	La	mitología	cuenta	una	historia
fascinante	y	compleja,	que	describe	a	un	joven	soberbio	y	arrogante,	que	seducía
y	luego	rechazaba	violentamente	hombres	y	mujeres	que,	a	cualquier	edad,	se
enamoraban	de	él.	Además	de	la	versión	de	Ovidio,	las	escrituras	antiguas
añaden	detalles	del	mito	que	son	preciosos	para	entender	plenamente	su	poder
sugestivo	universal	y	su	influencia	cultural,	detalles	que	permiten	analizar	el
desorden	de	personalidad	que	toma	el	nombre	del	trágico	protagonista	de	la
historia:	el	narcisismo.
La	familia	de	Narciso.
Narciso	es	el	fruto	de	una	relación	violenta.	El	padre	Cefiso,	dios	fluvial	del	río
homónimo,	violó	y	encarceló	a	la	ninfa	Liríope	para	poseer	su	belleza.	Es	un
elemento	interesante	porque	también	en	la	realidad,	el	narcisista,	es	concebido	y
criado	dentro	de	una	relación	matrimonial	dolorosa	y	fuertemente	desequilibrada
y,	cuando	no	es	utilizado	para	satisfacer	las	necesidades	emocionales	de	uno	de
los	padres,	crece	en	un	clima	de	exaltación	dada	por	la	centralidad	que	se	le
asigna	dentro	de	la	familia.	A	menudo,	los	padres	del	narcisista	imponen	al	niño
reglas	precisas	y	perentorias,	y	estándares	muy	altos	a	los	que	subordinan	su
amor.	“Debes	ser	perfecto	o	no	te	amaremos”,	parecen	repetir	continuamente.
Por	lo	tanto,	el	narcisismo	puede	ser	entendido	como	el	tentativo	infantil	de	no
sucumbir	a	la	confusión	emocional,	el	intento	de	no	desintegrarse	y	disolverse	en
el	sentido	de	insuficienciaresultante	por	las	reclamaciones	de	uno	o	ambos
padres.	Volviendo	al	mito	de	Narciso,	es	probable	que	el	padre	Cefiso,
autoritario,	violento	y	posesivo,	represente	el	verdadero	precursor	del	narcisismo
perverso	debido	a	la	crueldad	con	la	que	encarceló	la	ninfa	sumisa	que,	después
de	la	violación,	dio	a	luz	a	Narciso.	Este	es	otro	enlace	que	el	mito	tiene	con	las
adquisiciones	logradas	por	la	psicología	y	la	psiquiatría:	en	realidad,	es	común
que	los	narcisistas	tienen	o	hayan	tenido,	a	su	vez,	uno	de	los	padres	narcisista.
La	tragedia	afectiva	de	la	familia	parece	impregnar	por	completo	Narciso,	hasta
el	trágico	desenlace:	una	muerte	acuática,	una	muerte	por	ahogamiento	en	una
fuente	que,	observada	con	un	ojo	analítico,	sugiere	un	intento	inconsciente	de
reunirse	con	la	madre	Liríope	(ninfa	de	la	fuente)	y,	al	mismo	tiempo,	repite	su
destino	siendo	tragado	por	el	agua	tal	como	ella	se	dejó	aprisionar	por	Cefiso,
dios	fluvial.	En	este	sentido,	Narciso	y	los	narcisistas	se	parecen	entre	sí:	se
ahogan	miserablemente	en	un	amor	irresoluto	e	imposible,	a	menudo	nocivo,
repitiendo	sin	darse	cuenta	y	de	forma	distorsionada	y	amplificada,	los	patrones
aprendidos	en	la	infancia	que	nunca	fueron	reconocidos	y	tampoco	tratados.
La	pubertad	de	Narciso.
Ovidio	habla	de	un	Narciso	adolescente	que	encanta	a	hombres	y	mujeres,	todos
rechazados	atrozmente.	Narciso,	como	los	narcisistas,	no	conoce	la	empatía:	se
muestra	indiferente	a	las	consecuencias	sentimentales	y	humanas	de	su
comportamiento	y,	al	revés,	parece	complacido	con	el	dolor	que	causa.	También
en	el	nivel	clínico,	el	narcisista	desprecia	a	todos,	todos	parecen	inferiores,
tontos,	ingratos,	indignos	y	la	violencia	con	la	que	los	humilla	es	igual	a	la	ira	de
no	poder	amar	a	nadie,	la	ira	que	está	completamente	dirigida	hacia	el	prójimo,
hacia	el	otro,	aparentemente	considerado	culpable	de	dejarlo	solo	debido	a	su
decepcionante	limitación.	Su	condenación	es	la	soledad.
Adentrándose	más	en	la	leyenda,	Narciso	está,	de	hecho,	desesperadamente	solo
con	su	belleza,	prisionero	de	la	arrogancia	y	de	la	soberbia	heredada	del	padre	y
la	sumisión	materna.	Mientras	Cefiso	domina	a	Liríope,	que	ama	a	su	hijo,	así
Narciso,	en	una	cruel	y	grosera	identificación	con	el	dios	fluvial,	su	padre,
somete	y	destruye	indiscriminadamente	a	quien	le	de	amor.	De	alguna	manera,
Narciso	parece	estar	involucrado	en	una	competencia	de	crueldad	con	su	padre,
un	juego	de	poder	que,	por	imitación,	lo	empuja	a	hacer	cosas	peores	y	más
todavía.	Otro	elemento	recurrente	en	la	psicología	clínica:	los	narcisistas,	desde
la	adolescencia,	han	estado	involucrados	en	una	relación	de	amor	y	odio	con	un
padre	percibido	como	poderoso,	emocionalmente	avaro,	rígido	y	dominante;	o
con	un	padre	ausente,	separado	de	la	madre	o	fallecido,	que	es	idealizado	e
imaginado	como	un	semidiós.	Ellos	odian	a	su	padre	pero,	debido	a	que	tiene	el
control	sobre	su	madre,	inconscientemente	aprenden	a	interiorizarlo	y	a	competir
con	él	en	el	nivel	de	posesión	y	destrucción.	Es	por	eso	que	pueden	volverse
perversos.
El	crimen	de	Aminias
La	versión	de	Ovidio	del	mito	de	Narciso	es	la	más	conocida,	pero	Conón	agrega
a	la	leyenda	un	pasaje	fundamental	y	aterrador.	Conón	cuenta	de	Aminias,	un
joven	enamorado	de	Narciso	que,	a	diferencia	de	otros,	no	se	resignó	al	rechazo
y	tercamente	luchó	por	conquistarlo.	Entonces	Narciso	le	dio	una	espada	y	le
pidió	que	se	apuñalara	a	sí	mismo	como	una	prueba	extrema	de	amor.	Aminias
se	suicidó	obedientemente	pero,	al	borde	de	la	muerte,	maldijo	a	Narciso
invocando	a	los	dioses.	Este	episodio	dramático	del	mito	muestra	otro	aspecto
recurrente	en	la	vida	de	los	narcisistas	perversos,	aquellos	reales:	antes	de
abalanzarse	sobre	las	mujeres	experimentaron	relaciones	homo-afectivas	con
ambivalencia	y	frialdad,	decretando	la	destrucción	del	amigo	que,	como
Aminias,	es	empujado	hasta	la	paradoja	de	la	autodestrucción.
Continuando	en	el	paralelo	entre	el	mito	y	la	realidad,	los	narcisistas	perversos
no	logran	establecer	amistades	con	hombres	que	no	se	enamoran	de	ellos,	por	lo
que	instauran	relaciones	formales	con	personas	de	su	propio	sexo,	con	la
excepción	de	los	“amigos”	que	los	adoran,	evitan	a	los	hombres	que	representan
“una	autoridad”	y	entran	fácilmente	en	conflicto	con	aquellos	que	aparentan	ser
una	amenaza	para	su	hegemonía.	Después	de	la	adolescencia,	el	narcisista	a
menudo	resulta	ser	un	individuo	aislado	que	busca	compañía,	cazando	presas
que	calmen	su	sensación	de	deficiencia	social	y	su	incapacidad	de	entretener
relaciones	estables	y	auténticas.
El	mito	de	Eco	y	el	final	de	Narciso
La	ninfa	Eco,	que	es	consumida	por	el	amor	no	correspondido	hasta	la	muerte,
encarna,	en	el	mito,	la	figura	de	la	dependiente	emocional.	Eco	persigue	a
Narciso	a	través	del	bosque	y	él,	solo	interesado	en	su	propio	reflejo,	la	ignora
causándole	un	sufrimiento	fatal.	Eco	sigue	enamorada	de	Narciso	a	pesar	de	su
rechazo	y,	literalmente,	se	disuelve	en	su	propio	dolor,	convirtiéndose	en	una	voz
entre	los	árboles.	La	figura	de	esta	ninfa,	desesperada	y	obstinadamente	ligada	a
Narciso,	es	rica	en	elementos	metafóricos	que	la	acercan	a	la	psicología	de	las
dependientes	afectivas:	ella	es	una	mujer	que	renuncia	a	sí	misma,	una	mujer	que
se	pierde	en	un	sentimiento	carente	de	sustancia	y	significado,	un	sentimiento	tal
vez	encendido	y	alimentado	precisamente	por	el	rechazo	y	la	incapacidad	de
completarse.
Eco,	además,	como	sucede	a	menudo	con	el	pasado	de	aquellos	que	sufren	de
dependencia	emocional,	tiene	una	historia	de	exclusión	y	abuso.	Ovidio	cuenta
que	la	ninfa	fue	notada	por	Zeus	por	ser	habladora	y	que	el	Padre	de	los	Dioses
le	pidió	que	distrajera	con	sus	chismes	a	su	esposa	Hera,	para	que	él	pudiera
traicionarla	con	las	ninfas	de	las	montañas.	Pero	Hera	descubrió	el	engaño	e
infligió	a	la	ninfa	un	terrible	castigo:	le	quitó	la	posibilidad	de	hablar	y	la
condenó	a	repetir	para	siempre	las	últimas	palabras	escuchadas	por	su
interlocutor.
Si	miras	a	Zeus	y	Hera	como	una	pareja	de	padres,	Eco	es	una	hija	utilizada	por
su	padre	para	sus	propios	fines	y	en	contra	de	su	madre.	Zeus	es	un	padre
inestable,	incorrecto,	inconstante,	pero	lleno	de	un	encanto	indiscutible;	Hera	es
una	madre	estricta	y	punitiva	que	establece	un	vínculo	con	su	hija	condicionado
por	lo	que	esta	puede	hacer	por	ella.	Estos	elementos	también	se	repiten	en	la
realidad	de	la	infancia	de	aquellos	que	luego	desarrollan	una	dependencia
emocional.	Es	interesante	también	la	aptitud	de	Eco	para	los	chismes	como
cuenta	el	mito	porque,	continuando	el	paralelo	con	la	realidad,	una	característica
recurrente	en	los	sujetos	dependientes	es	la	tendencia	a	“hablar	de	más”,	a	decir
todo	lo	que	piensan,	a	referir	todo	a	los	demás,	como	si	no	pudieran	trazar
límites	claros	y	estables	de	su	identidad	sin	hacer	referencia	a	un	sujeto	externo.
El	papel	de	la	ninfa	Eco	agrega	encanto	al	mito	de	Narciso,	del	mismo	modo	que
el	adicto	emocional,	más	o	menos	conscientemente,	nutre	y	amplifica	la
sensación	de	poder	y	grandeza	de	su	“narcisista”.	Eco	vive	un	amor	atormentado
y	dulce	al	mismo	tiempo	y	se	autodestruye	mientras	Narciso	la	ignora	y	la
ridiculiza,	prefiriendo	su	imagen	a	ella;	de	la	misma	manera,	en	el	mal	de	amor,
las	“víctimas”	continúan	buscando	el	vínculo	con	la	pareja	aun	cuando	todas	las
pruebas	muestran	que	la	relación	nunca	funcionará	y	también	cuando	la	pareja
las	humille,	las	trate	mal	o	las	somete.
Narciso	muere	ahogado,	Eco	se	disuelve,	permaneciendo	de	algún	modo	viva,
aprisionada	en	una	muerte	viviente	como	un	lamento	en	el	bosque,	viva	en	su
condena	de	repetir	para	siempre	las	últimas	sílabas	dichas	por	otros.	Incluso	en
la	realidad,	los	protagonistas	de	la	dependencia	emocional	viven	un	destino	muy
triste:	la	soledad	llena	de	fantasmas,	confundida	por	suposiciones	y	hecha	de
amor	ilusorio.
El	mito	de	Narciso	suena	como	una	advertencia	y	parece	afirmar	que	el	amor
imposible	es	realmente	imposible.	Un	mensaje	simple	que	abarca	los	siglos,	pero
que	no	llega	a	los	humanos,	ni	los	distrae	de	contrastar	su	fragilidad.Los	patrones	de	“recaptura”	narcisista
Es	tan	dulce	sentirse	amado,
que	también	nos	conformamos	con	la	apariencia.
(E.	D’Houdetot)
El	miedo	a	ser	abandonado	y	reemplazado	es	uno	de	los	elementos	más
característicos	de	la	dependencia	emocional	y	es	la	razón	principal	por	la	cual
quien	los	sufren	se	aferran	al	objeto	del	amor	con	toda	su	fuerza,	más	allá	de
cualquier	evidencia	sobre	la	naturaleza	precaria	y	patológica	de	la	relación.	Así,
el	narcisista	perverso	basa	su	poder	en	el	terror	del	abandono	y	de	la	traición,	de
alguna	manera	es	consciente	de	que	cuanto	más	crea	sentimientos	de
incapacidad	en	la	pareja,	más	obtiene	el	control	de	su	vida	y	así	satisfará	sus
necesidades	narcisistas.	La	“víctima”	de	la	obsesión	amorosa	percibe	al
compañero	como	poderoso	y	deseado,	lo	idealiza	y	lo	exalta	sin	la	menor
sospecha	de	tener	que	lidiar	con	una	personalidad	frágil	y	con	una	afectividad
desmoronada,	ni	imaginar	ser,	en	realidad,	indispensable	para	su	propio
“verdugo”.	Esto	se	demuestra	por	el	hecho	de	que	cuando	uno	rompe	el	patrón
de	la	adicción,	el	narcisista	perverso	intenta	recapturarlo	con	estrategias
focalizadas	en	reanudar	la	relación.	Este	comportamiento	desorienta	por
completo	a	los	que	están	comprometidos	con	fatiga,	a	veces	con	un	esfuerzo
inmenso,	en	“desintoxicarse”	y	puede	alimentar	la	ilusión	del	amor.	“Si	él	vuelve
a	mí,	significa	que	me	ama”,	“Si	regresa,	significa	que	me	ha	perdonado	por
todos	mis	horribles	defectos”,	“Ahora	todo	cambiará	y	trabajaré	duro	para	que	la
relación	funcione”	es	lo	que	piensa	la	“víctima”,	sin	darse	cuenta	de	caer
dramáticamente	en	la	adicción	y	exponerse	a	otros	meses	o	años	de	sufrimiento
innecesario.
Los	patrones	de	"recaptura"	narcisista
En	la	lógica	del	narcisista	perverso,	el	abandono	es	inadmisible.	La	huida	de	la
presa	se	experimenta	como	una	herida	de	la	identidad,	un	ataque	imperdonable	a
la	necesidad	de	ejercer	el	control	y	poder	sobre	el	otro.	Esto	motiva,	por	lo
general	inconscientemente,	los	que	a	la	"víctima"	parecen	sinceros	tentativos	de
encender	de	nuevo	la	llama	del	amor	y	de	acercarse	otra	vez	y	que	en	realidad
son	trampas.	En	el	análisis	de	decenas	de	casos	que	he	observado,	los	narcisistas
recurren	a	esquemas	fijos	de	recaptura	de	sus	víctimas.	Hay	una	recurrencia
perturbadora	en	la	estructura	de	estos	comportamientos	y	en	las	respuestas	que
provocan	en	la	presa,	que	con	frecuencia	cae	en	una	de	las	trampas	y	se	reanuda
la	danza	macabra	de	la	enfermedad	de	amor.
Los	patrones	de	recaptura	pueden	aparecer	desde	unas	pocas	semanas	después
del	final	de	la	historia	hasta	años	después	de	que	la	relación	se	acabó.
En	este	sentido,	la	"víctima"	jamás	puede	bajar	la	guardia	y	tiene	que	saber	los
peligros	que	corre	incluso	después	de	un	largo	tiempo,	a	menos	que	no	haya
alcanzado	un	nuevo	equilibrio	psicológico	y	emocional,	como	para	inmunizarse
de	la	influencia	nociva	del	narcisista.	En	este	caso,	la	ex	dependiente	afectiva	no
alimentará	ningún	interés	en	su	pasado	"amor".
Hay	cuatro	esquemas	de	recaptura	o	"planes	de	recaptura":
el	esquema	del	silencio;
el	esquema	de	la	culpa;
el	esquema	de	la	adulación;
el	esquema	de	los	síntomas.
El	esquema	del	silencio
Cuando	la	presa	se	rebela	contra	el	yugo	de	la	dependencia	afectiva	exacerbada
por	el	dolor	y	doblegada	por	la	evidencia,	el	primer	movimiento	del	narcisista
perverso	es	permanecer	inmóvil.	Conoce	a	la	víctima,	sabe	que	no	podrá
escabullirse	tan	fácilmente,	la	imagina,	a	menudo	con	razón,	atormentarse	en	la
obsesión,	consumirse	en	lágrimas,	sufrir	hasta	el	punto	de	que	volverá	más
"enamorada"	que	nunca.	Además,	el	intento	de	evasión	de	la	pareja	implica	para
el	verdugo	sentimental	la	ventaja	secundaria	de	tomar	un	descanso	de	una
relación	que	ya	sentía	"demasiado	exigente"	y	dedicarse	a	su	actividad	favorita
sin	complicaciones:	deleitarse	sólo.	El	narcisista	perverso	tiene	un	sentido	del
tiempo	decididamente	amplio:	si	para	su	"víctima"	una	hora	es	un	siglo,	para	él
las	semanas	no	son	nada	y,	por	lo	tanto,	es	hábil	en	el	arte	de	esperar,	como	una
araña	suavemente	dormida	en	su	tela.
El	esquema	del	silencio	es	siempre	el	plan	A.	No	implica	ningún	sufrimiento
para	el	narcisista,	sino	que	constituye	un	juego	divertido	que	culmina	con	el
regreso	de	las	ovejas	al	redil	que,	de	esta	manera,	alimenta	su	sensación	de
poder.	Mientras	que	el	otro	lucha	con	absoluto	dolor,	el	narcisista	recuerda	a	un
reptil	frío	y	distante	capaz	de	sobrevivir	sin	comer	durante	semanas,
matemáticamente	seguro	de	que	el	silencio	le	hace	justicia	y	hará	que	la	víctima
sea	aún	más	débil	y	más	abierta	al	abuso.
Un	depredador	experto,	el	narcisista	perverso	sabe	bien	que	la	pareja	no	lo	dejará
completamente	en	ayuno:	mirará	su	página	de	Facebook,	le	enviará	mensajes
indirectos,	y	tomada	por	la	desesperación	le	enviará	un	mensaje	o	una	nota
contradictoria	como	“¡Ya	decidí,	no	quiero	saber	más	nada	de	ti!”.
Si	finalmente,	la	estrategia	del	silencio	no	funciona,	hay	un	plan	B:	el	esquema
de	la	culpa.
El	esquema	de	la	culpa
Si	la	táctica	del	silencio	no	funciona	porque	la	presa	está	decidida	a	escapar	del
juego	de	la	dependencia,	el	narcisista	perverso	cambia	el	esquema	y	adopta	su
favorito,	el	que,	cuando	la	relación	estaba	intacta,	esclavizaba	mejor	la	pareja	y
la	clavaba	a	la	relación.	El	esquema	de	la	culpa	es	una	mezcla	sagaz	de
acusaciones	y	ofensas,	insultos	y	descalificaciones,	teoremas	destinados	a
destruir	la	autoestima	del	otro	para	inducirlo	a	regresar	sobre	sus	propias
decisiones	motivado	por	la	posibilidad	ilusoria	de	redimirse	a	los	ojos	del
narcisista	y,	al	mismo	tiempo,	por	el	desaliento	de	creer	realmente	de	ser	una
persona	desagradable	e	indeseable	y	de	no	tener	más	remedio	que	conformarse
con	un	"amor"	hecho	de	aflicciones	e	infelicidad.
El	narcisista	perverso	es	un	arquero	infalible:	sabe	dónde	golpear	y	da	en	el
blanco	justo	en	los	puntos	débiles	de	la	presa:	la	imagen	corporal	y	la	sexualidad
("Estás	gorda",	"Eres	un	desastre	haciendo	el	amor,	¿quién	te	quiere?");	los
valores	y	la	ética	("Se	aprovechó	de	mi	paciencia",	"Eres	una	pu	**,	ahora	harás
sexo	con	todos");	los	afectos	y	la	familia	("Es	culpa	de	tu	amigo	/	tu	madre	/	tu
hermana	si	estamos	en	esta	situación",	"Te	acompañas	con	esa	chusma	y
realmente	te	has	convertido	en	un	asco	como	ellos").	Estos	son	los	tres	blancos
favoritos	porque,	estimulados	con	la	crueldad	justa,	pueden	causar	un	fuerte
dolor	en	la	víctima,	un	dolor	que	aturde	y	que	le	impide	defender	su	integridad	y
su	decisión	de	detener	la	masacre.
Para	poner	en	obra	el	esquema	de	la	culpa,	el	narcisista	perverso	utiliza
principalmente	canales	indirectos,	como	Facebook,	mensajes	de	texto,	SMS,
chat,	porque	su	lema	es	siempre	y	sólo	"obtener	el	máximo	efecto	con	el	menor
esfuerzo".	Entonces,	es	una	lluvia	de	recriminaciones	que	inducen	al	sujeto
dependiente	a	responder,	dando	su	disponibilidad	para	una	"aclaración".	Si	las
comunicaciones	a	través	de	los	medios,	no	logran	provocar	el	efecto	deseado,
hay	otras	formas	de	ofender.	Por	ejemplo,	hacer	que	sepa	que	tiene	otras
"simpatías"	o	crear	directamente	una	situación	para	descargar	sobre	la	víctima	su
propia	decepción	(narcisista)...	y	eso	es	todo.	La	trampa	ha	sido	disparada	con
éxito.	La	recaptura	ha	ocurrido.
La	posibilidad	de	fracaso	del	plan	B	es	muy	baja,	porque,	aunque	pueda	parecer
absurdo,	para	las	"víctimas"	ver	confirmadas	sus	creencias	negativas	sobre	sí
mismas	representa	una	ocasión	irresistible	y	constituye	una	nueva	oportunidad,
siempre	ilusoria,	para	redimirse	y	finalmente	ganar	el	“verdadero	amor”.
El	esquema	de	la	adulación
El	narcisista	perverso	maquina	esta	trampa	si	los	dos	esquemas	de	recaptura
anteriores	(silencio	y	culpa)	no	funcionaron.	La	estrategia	del	halago	es	decir	a	la
víctima	lo	que	espera	y	que	le	gustaría	escuchar,	hacerle	cumplidos,	aludir	al
sentimiento	amoroso	que	desea	presentándolo	como	una	posibilidad	real,	hacerle
creer	que	la	relación	tendrá	un	futuro.	"Tengo	proyectos	para	nosotros	dos";
"Siempre	estás	en	mis	pensamientos";	"Eres	una	persona	especial",	frases	que

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