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SCHNEIDER NUNES CARVALHAES Especialistas Editoriais: Gabriele Lais Sant’Anna dos Santos e Maria Angélica Leite Analista de Projetos: Larissa Gonçalves de Moura Analistas de Operações Editoriais: Alana Fagundes Valério, Caroline Vieira, Danielle Castro de Morais, Mariana Plastino Andrade, Mayara Macioni Pinto, Patrícia Melhado Navarra e Vanessa Mafra Analistas de Qualidade Editorial: Ana Paula Cavalcanti, Fernanda Lessa, Thaís Pereira e Victória Menezes Pereira Designer Editorial: Lucas Kfouri Estagiárias: Bianca Satie Abduch, Maria Carolina Ferreira, Sofia Mattos e Tainá Luz Carvalho Capa: Lucas Kfouri Líder de Inovações de Conteúdo para Print CAMILLA FUREGATO DA SILVA Visual Law: Danielle Castro de Morais, Maria Angélica Leite e Renata B. Borowski Equipe de Conteúdo Digital Coordenação MARCELLO ANTONIO MASTROROSA PEDRO Analistas: Gabriel George Martins, Jonatan Souza, Maria Cristina Lopes Araujo e Rodrigo Araujo Gerente de Operações e Produção Gráfica MAURICIO ALVES MONTE Analistas de Produção Gráfica: Aline Ferrarezi Regis e Jéssica Maria Ferreira Bueno Assistente de Produção Gráfica: Ana Paula Evangelista Dados Internacionais de Catalogação na Publicação (CIP) (Câmara Brasileira do Livro, SP, Brasil) Roig, Rodrigo Duque Estrada Execução penal [livro eletrônico] : teoria e prática / Rodrigo Duque Estrada Roig. -- 5. ed. -- São Paulo : Thomson Reuters Brasil, 2021. Bibliografia. ISBN 978-65-5614-701-7 1. Direito penal 2. Direito penal - Brasil 3. Execução penal 4. Penas (Direito penal) 5. Princípio da legalidade I. Título. 21-58820 CDU-343.8 Índices para catálogo sistemático: 1. Execução penal : Legalidade : Direito penal 343.8 Cibele Maria Dias - Bibliotecária - CRB-8/9427 EXECUÇÃO PENAL Teoria Crítica RODRIGO DUQUE ESTRADA ROIG 5a edição 1a edição: 2014, Saraiva; 2a edição: 2016, Saraiva; 3a edição: 2017, Saraiva; 4a edição: 2018, Saraiva © desta edição [2021] THOMSON REUTERS BRASIL CONTEÚDO E TECNOLOGIA LTDA. JULIANA MAYUMI ONO Diretora Responsável Av. Dr. Cardoso de Melo, 1855 – 13º andar – Vila Olímpia CEP 04548-005, São Paulo, SP, Brasil TODOS OS DIREITOS RESERVADOS. Proibida a reprodução total ou parcial, por qualquer meio ou processo, especialmente por sistemas gráficos, microfílmicos, fotográficos, reprográficos, fonográficos, videográficos. Vedada a memorização e/ou a recuperação total ou parcial, bem como a inclusão de qualquer parte desta obra em qualquer sistema de processamento de dados. Essas proibições aplicam-se também às características gráficas da obra e à sua editoração. A violação dos direitos autorais é punível como crime (art. 184 e parágrafos, do Código Penal), com pena de prisão e multa, conjuntamente com busca e apreensão e indenizações diversas (arts. 101 a 110 da Lei 9.610, de 19.02.1998, Lei dos Direitos Autorais). O autor goza da mais ampla liberdade de opinião e de crítica, cabendo-lhe a responsabilidade das ideias e dos conceitos emitidos em seu trabalho. CENTRAL DE RELACIONAMENTO THOMSON REUTERS SELO REVISTA DOS TRIBUNAIS (atendimento, em dias úteis, das 09h às 18h) Tel. 0800-702-2433 e-mail de atendimento ao consumidor: sacrt@thomsonreuters.com e-mail para submissão dos originais: aval.livro@thomsonreuters.com Conheça mais sobre Thomson Reuters: www.thomsonreuters.com.br Acesse o nosso eComm http://www.thomsonreuters.com.br/ www.livrariart.com.br Profissional Fechamento desta edição [04.03.2021] ISBN 978-65-5614-701-7 http://www.livrariart.com.br/ PRÓLOGO Pocas veces una obra contiene un análisis tan rico y detallado sobre la ejecución penal, alcanzando un nivel que excede en mucho la exégesis de la ley, para configurar una verdadera construcción dogmático-jurídica. Desde los orígenes de la autonomización del derecho penal ejecutivo han aparecido tendencias autoritarias o antiliberales tratando de escindirlo del tronco del derecho penal, para asignarle reglas de interpretación propias, que burlaban las garantías impuestas al intérprete de la ley penal. Uno de los recursos para hacer de la ejecución penal una materia independiente fue negarle carácter penal, asignándole una simple naturaleza administrativa o, más disimuladamente, mixta. De ese modo se intentaba dejar a la ejecución penal fuera del ámbito jurisdiccional, entregando a los condenados al poder ejecutivo y a sus reglamentos. El condenado era un ente del que debía hacerse cargo la administración y la normativa que lo regía no pasaba de ser una ley administrativa o un reglamento complejo. Si extremamos el argumento, el magisterio judicial de control sería su rama contenciosa. Pretendidos principios propios, como la retroactividad de la supuesta ley aptior en tiempos del fascismo italiano, oscurecieron el tratamiento del tema, incluso en nuestra región, donde con frecuencia arriban tesis que son acogidas con entusiasmo y adoptadas con ingenuidad reverente, cuando en realidad son producto de marcos teóricos políticamente incompatibles con los que imponen nuestras Constituciones y el derecho internacional de los Derechos Humanos. Es obvio que una ley ejecutiva más gravosa retroactiva burla el principio de legalidad de la pena, dado que dos penas que se ejecutan de modo diferente son dos penas diferentes. Es incuestionable que el derecho penal ejecutivo sigue perteneciendo al derecho penal. Incluso, ante de su complejización se hallaba legislado en los viejos códigos, que detallaban la ejecución de las penas. La legislación especializada fue resultado de una larga evolución, en cuyo curso se vio la conveniencia de una regulación legislativa separada, fuera del código penal, pero como mejor técnica legislativa y nunca como pretexto para el desconocimiento de su naturaleza y, por ende, para que la ley ejecutiva sea interpretada conforme a principios diferentes de los que rigen las garantías en toda la materia penal. La diferencia conceptual que se deriva de la materia a interpretar en las normas ejecutivas no puede consistir más que en extensiones adaptativas de los mismos principios interpretativos penales ajustados por especialidad, pero nunca alterados en cuanto a los límites al poder punitivo que rige todo el campo penal. El autor toma aquí decidida posición por la tesis correcta tanto en cuanto a la naturaleza de la legislación penal ejecutiva como, en consecuencia, a los principios interpretativos del derecho penal para el entendimiento de la detallada ley brasileña. En este aspecto lleva a cabo una cuidadosa exposición de estos principios, con verdadera maestría dogmática. No es labor del prologuista entrar en los múltiples y complejos temas que aborda el autor a lo largo de la obra, que constituye un verdadero tratado del derecho penal ejecutivo. No obstante, su análisis de los principios llama la atención por su originalidad y, en particular, porque eleva a la categoría de principio el del numerus clausus. De la observancia de este principio depende en nuestra región la vigencia efectiva de todo el resto de la legislación penal ejecutiva. Sin este principio, nuestras legislaciones ejecutivas son letra muerta, que sólo sirve para entretenimiento de los comparatistas. Las cárceles superpobladas de América Latina van dejando de ser prisiones para convertirse en campos de concentracióny, en ocasiones, en campos de exterminio, en razón de las frecuentes masacres –con pretexto de motines– o de las masacres por goteo que a diario cobran vidas, porque el riesgo de muerte violenta carcelaria se multiplica exponencialmente en relación con el de la vida libre. La cárcel superpoblada implica no sólo una pena cruel, sino directamente una tortura y, teniendo en cuenta la potenciación de la violencia, una pena de muerte por azar, aunque la misma expresión pena resulta inadecuada, dado que en Latinoamérica más de la mitad de los presos no se hallan condenados, sino que cumplen detención en prisión preventiva. Nuestro derecho penal judicial se ha vuelto cautelar, caracterizado por imponer penas por las dudas. Se ha hablado con frecuencia de la inversión del sistema penal, lo que también es dudoso, dado que nunca ha funcionado cabeza arriba, con lo que se constata históricamente que esa y no otra es su normalidad de funcional. Además de los antecedentes europeos y de la jurisprudencia norteamericana de los últimos años, el autor funda legalmente el principio del numerus clausus en el propio derecho vigente, con muy sólidos argumentos. Vivimos un momento mundial en que predomina una tendencia francamente autoritaria y los derechos humanos se hallan en retroceso. El mundo se debate entre el poder de las grandes corporaciones trasnacionales y el de los estados, las primeras procurando imponer un modelo de sociedad excluyente y algunos de los segundos esforzándose por una sociedad incluyente. Nuestros medios masivos de comunicación son parte de las grandes corporaciones y generan constantemente un pánico moral que es funcional a la violencia con que se pretende contener a los excluidos de nuestras sociedades marcadamente estratificadas. Lamentablemente, los poderes judiciales de nuestra región son amedrentados por estos medios –en especial los audiovisuales– y por políticos temerosos u oportunistas, lo que les impide imponer el numerus clausus en la forma en que lo argumenta este texto. En estas condiciones, en casi toda nuestra región se insiste en la respuesta más insensata frente a la verificación de la superpoblación carcelaria, que es la construcción de nuevas prisiones, lo que es correctamente rechazada por el autor y por toda la opinión técnica responsable. Salvo que se lleve a cabo una política integradora –como en los países nórdicos, es decir, a contramano de la dominante en la región– no existe espacio carcelario ocioso en el mundo, pues la demanda de prisionización de las corporaciones trasnacionales, conforme a su modelo de exclusión social, exige un incesante aumento de presos. La propia burocracia internacional es incapaz de poner coto a esta tendencia, pues se halla básicamente financiada por los países que tratan de imponer el modelo de dominio corporativo, insistiendo en las tesis de absoluta libertad de mercado, cuyo fracaso ha iniciado un proceso de decadencia de la hegemonía mundial vigente, dando lugar a una transición del poder planetario en que aún no se vislumbra el nuevo modelo. En medio de esta incertidumbre, nuestra región debe sortear sus dificultades de la mejor manera, para lo cual una de sus prioridades es la contención de la violencia institucional reproductora y potenciadora de la conflictividad social. En este orden, el principio del numerus clausus es el remedio más urgente a adoptar para bajar el nivel gravísimo de violencia carcelaria y una de las más flagrantes burlas a los derechos humanos. Lamentablemente, es un tema que no ha sido asumido por los congresos de la ONU, donde los ministros de justicia tienen la palabra y, por lo general, producen documentos ambiguos y en ocasiones ininteligibles en su acostumbrado dialecto no comprometido. Desde una perspectiva realista, la inclusión de este principio en la reconstrucción dogmática que de la ley de ejecución penal realiza el autor, resulta la viga maestra en la que asentar el resto de las disposiciones de la ley misma. La dogmática penal latinoamericana no puede seguir construyéndose sobre modelos importados y pretendidamente neutrales o asépticos en lo político. No podemos ser ajenos a los modelos de sociedad que se debaten y que, sustancialmente son el incluyente y el excluyente. Si nos decidimos por el último, sigamos construyendo prisiones, comprando las que en forma premoldeada nos venden desde el norte (la prisión prêt à porter), sobrepoblemos las nuevas cárceles, aumentemos el número de presos muertos, lesionados, enfermos, deteriorados y, por otra parte, sigamos fomentando la autonomización de las policías entrelazadas con el crimen organizado, potenciemos la estigmatización de los adolescentes de nuestros barrios precarios (favelas, villas miseria, pueblos jóvenes) y hagamos caso omiso de las ejecuciones sin proceso. Este camino tiene un único final posible: no puede ser otro que la masacre, el genocidio y la dictadura. Si nos decidimos por el modelo incluyente tratemos de controlar y desandar todo lo anterior –que es el camino por el que el norte nos emplaza a andar– y hagamos una dogmática penal conforme a este modelo, como propuesta de jurisprudencia para nuestras agencias judiciales. Esta obra se inscribe decididamente en esta segunda opción. E. RAÚL ZAFFARONI Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires. APRESENTAÇÃO O presente trabalho não possui a pretensão de esgotar o tema. Trata-se de um estudo eminentemente crítico dos diversos institutos e normas executivo-penais, baseado em pesquisas doutrinárias, jurisprudenciais e legislativas realizadas no Brasil e no exterior, em especial no Max-Planck- Institut für ausländisches und internationales Strafrecht (Alemanha) e nas Universidades de Grenoble (França), Barcelona e Castilla-La Mancha (Espanha) e Bolonha (Itália), esta última durante o período de pós- doutoramento em Direito Penitenciário, sob a supervisão do querido amigo e mestre Massimo Pavarini e com as preciosas lições criminológicas de Dario Melossi. Muitas das discussões aqui presentes foram também retiradas das aulas de Execução Penal ministradas nos Cursos de Pós-graduação em Ciências Criminais e Segurança Pública da Universidade do Estado do Rio de Janeiro e de Pós-graduação em Direito e Processo Penal da Universidade Cândido Mendes/RJ. Este trabalho é fruto ainda de experiências vivenciadas com a atuação como Defensor Público junto à Vara de Execuções Penais do Estado do Rio de Janeiro, ex-membro do Conselho Nacional de Política Criminal e Penitenciária e ex-Ouvidor Nacional do Sistema Penitenciário. Ao longo das lições e experiências obtidas, muitas dúvidas nasceram, mas algumas certezas ficaram. A primeira delas de que, como bem observaram Nilo Batista e Eugenio Raúl Zaffaroni, a pena não passa de um ato de poder que impõe privação de direitos ou dor, sem, no entanto, reparar, restituir, nem tampouco deter lesões em curso ou neutralizar perigos iminentes. Daí não nos resta outra opção senão reconhecer que a principal função dos juristas e agências jurídicas é a de conter a ação do poder punitivo (e executório) do Estado de Polícia em prol do fortalecimento das bases do Estado de Direito. E isto se faz por meio de decisões legitimadas pelo manejo racional dos Direitos Penal e da Execução Penal. Raúl tem razão, se não servimos para isso, não servimos para nada. Daí nasceu outra certeza: a de que não podemos continuar construindo discursos dogmáticos meramente descritivos, assépticos ou descompromissados com a contenção racional do poder punitivo e executório do Estado. Construindo discursos jurídicos consequentes e contra-hegemônicos na execução penal, certamente somos estigmatizados de idealistas, radicais, “defensores de bandidos” e outros adjetivos impublicáveis. Mas outra certeza me alenta: a de que não devemos temer adjetivações. Esses ataques que sofremos decorrem de outra certeza: a de que vivenciamos tempos difíceis para os direitos humanos em sede de execução penal, vistos como verdadeiras heresias pela cultura penal pós-moderna, culturaesta midiática, populista, paradoxalmente legitimada pelos próprios segmentos que são alvos do sistema penal e, sobretudo, cega diante da ameaça que a flexibilização de princípios e garantias constitucionais produz à própria democracia. Não me cabe dissertar indefinidamente sobre certezas, mas uma última merece apreço: a de que tive muita sorte. Sorte de encontrar no meu caminho espiritual Andréa, Enzo e Liz, bem como “esbarrar” em grandes mestres e amigos, que deixaram em mim uma impagável (e inapagável) dívida de gratidão pelas lições aprendidas e enormes honras e alegrias pelo convívio. Nilo Batista, Vera Malaguti Batista, Eugenio Raúl Zaffaroni, Massimo Pavarini, Dario Melossi, Juarez Tavares, Salo de Carvalho, Sérgio Salomão Shecaira, Luís Guilherme Vieira, Carlos Weis, Guilherme Reche e Daniel Scharth, entre outros companheiros que me fariam também dissertar indefinidamente. Espero, com as “sedições” a seguir, poder honrar as lições de vida e de Direito que me deram. Rio de Janeiro, março de 2021. SUMÁRIO ANTERROSTO PÁGINA DE DIREITOS AUTORAIS FOLHA DE ROSTO PRÓLOGO APRESENTAÇÃO SUMÁRIO INTRODUÇÃO 1. PRINCÍPIOS DA EXECUÇÃO PENAL 1.1. Princípio da humanidade 1.2. Princípio da legalidade 1.3. Princípio da não marginalização (ou não discriminação) das pessoas presas ou internadas 1.4. Princípio da individualização da pena 1.5. Princípio da intervenção mínima 1.6. Princípio da culpabilidade 1.7. Princípio da lesividade 1.8. Princípio da transcendência mínima 1.9. Princípio da presunção de inocência 1.10. Princípio da proporcionalidade 1.11. Princípio da celeridade (ou razoável duração) do processo de execução penal 1.12. Princípio do numerus clausus (número fechado) 2. NATUREZA JURÍDICA DA EXECUÇÃO PENAL 3. JURISDIÇÃO NA EXECUÇÃO PENAL 4. EXECUÇÃO PROVISÓRIA DA PENA 4.1. Execução provisória de pena restritiva de direitos 5. DIREITOS NÃO ATINGIDOS NA EXECUÇÃO 6. DISPOSIÇÕES RELATIVAS AOS CONDENADOS E AOS INTERNADOS 6.1. Assistência ao preso, internado ou egresso 7. TRABALHO PENITENCIÁRIO 7.1. Trabalho externo 8. DEVERES E DISCIPLINA 8.1. Deveres 8.2. Disciplina 8.2.1. Poder disciplinar na execução penal 8.2.2. Faltas disciplinares de natureza grave 8.2.3. Regime disciplinar diferenciado 8.2.4. Transferência e inclusão de presos em estabelecimentos penais federais de segurança máxima 8.2.5. Prescrição de faltas disciplinares 8.2.6. Sanções disciplinares 8.2.7. Recompensas 8.2.8. Procedimento disciplinar 9. ÓRGÃOS DA EXECUÇÃO PENAL 9.1. Conselho Nacional de Política Criminal e Penitenciária 9.2. Juízo da execução 9.3. Ministério Público 9.4. Conselho Penitenciário 9.5. Departamentos Penitenciários 9.6. Patronato 9.7. Conselho da Comunidade 9.8. Defensoria Pública 10. ESTABELECIMENTOS PENAIS 10.1. Penitenciária 10.2. Colônia Agrícola, Industrial ou Similar 10.3. Casa do Albergado 10.4. Centro de Observação 10.5. Hospital de Custódia e Tratamento Psiquiátrico 10.6. Cadeia Pública 11. EXECUÇÃO DAS PENAS EM ESPÉCIE 11.1. Regimes de cumprimento de pena 11.2. Crime continuado e concurso formal de crimes na execução penal 11.3. Progressão de regime 11.3.1. Requisitos objetivos 11.3.2. Requisitos subjetivos 11.3.3. Progressão de regime para preso estrangeiro 11.3.4. Competência 11.3.5. Possibilidade de apreciação de progressão de regime em sede de habeas corpus 11.3.6. Progressão para o regime aberto 11.4. Prisão-albergue domiciliar 11.4.1. Hipóteses de prisão-albergue domiciliar 11.4.2. Prisão domiciliar substitutiva da prisão preventiva 11.5. Regressão de regime 11.6. Autorizações de saída 11.6.1. Permissão de Saída 11.6.1.1. Características da Permissão de Saída 11.6.2. Saída Temporária 11.6.2.1. Características da Saída Temporária 11.6.2.2. Revogação da saída temporária 11.7. Remição de pena 11.7.1. Outras hipóteses de remição 11.8. Livramento condicional 11.8.1. Requisitos objetivos 11.8.2. Requisitos subjetivos 11.8.3. Condições do livramento condicional 11.8.4. Livramento condicional para presos estrangeiros 11.8.5. Suspensão do livramento condicional 11.8.6. Revogação do livramento 11.8.7. Extinção da pena 11.8.8. Possibilidade de apreciação de livramento condicional em sede de habeas corpus 11.9. Monitoração eletrônica 12. REABILITAÇÃO 13. PENAS RESTRITIVAS DE DIREITOS 14. SUSPENSÃO CONDICIONAL DA PENA (SURSIS) 15. PRESCRIÇÃO DA PRETENSÃO EXECUTÓRIA 16. EXECUÇÃO DA PENA DE MULTA 17. EXECUÇÃO DAS MEDIDAS DE SEGURANÇA 17.1. Prazos da medida de segurança 17.2. Prescrição da medida de segurança 17.3. Detração da medida de segurança 18. INCIDENTES DE EXECUÇÃO 18.1. Conversões 18.2. Excesso ou desvio de execução 18.3. Anistia 18.4. Indulto e comutação de penas 18.4.1. Natureza da sentença que concede o indulto e a comutação 18.4.2. Indulto e comutação de pena em crimes hediondos 18.4.3. A relação entre graça e indulto 18.4.4. Modalidades de indulto 18.4.5. Requisitos subjetivos para a comutação e o indulto 18.4.6. Vedações à comutação e ao indulto 18.4.7. Exigência de outros requisitos que não estejam no Decreto Presidencial 18.4.8. Procedimento 19. PROCEDIMENTO JUDICIAL DA EXECUÇÃO, AGRAVO EM EXECUÇÃO E OUTROS RECURSOS REFERÊNCIAS INTRODUÇÃO Veja em QR Code Visual Law com os principais pontos da Introdução Lamentavelmente, enquanto não prescindirmos da pena privativa de liberdade, teremos que continuar lidando com ela, espelho de nossas imperfeições e prova de nossa incompetência na busca por maneiras mais racionais de lidar com o fenômeno criminal. Por isso, antes mesmo de se discorrer acerca da execução da pena, faz-se necessário pontuar que as considerações a seguir somente se mantêm válidas enquanto o sistema penal continuar a atuar da forma como hoje o faz, especialmente com suas características repressivas, seletivas e estigmatizantes. De posse desta premissa realista – não justificante –, resta-nos buscar, por ora, possíveis soluções para tornar a execução penal individualmente e socialmente menos ruinosa. Em linhas gerais, execução significa a colocação em prática ou a realização de uma decisão, plano ou programa pretéritos. A própria origem do vocábulo “execução” (ex sequor, exsecutio) pressupõe algo que se segue após a cognição, traduzindo uma necessária relação de consequencialidade. Em matéria penal, execução significa a colocação em prática do comando contido em uma decisão jurisdicional penal, em regra, contra a vontade do condenado. Cabe à execução penal, enfim, efetivar as disposições da sentença ou decisão criminal, conforme taxativamente determina o art. 1º, primeira parte, da Lei de Execução Penal (LEP). Aliada a esse objetivo, a LEP (art. 1º, segunda parte) também apresenta para a execução penal a finalidade de proporcionar condições para a harmônica integração social do condenado (submetido à pena em sentido estrito) e do internado (submetido à medida de segurança). Essa finalidade é objeto de profundo debate, que nos remete à análise das (anunciadas) finalidades da pena. Em relação às chamadas finalidades da pena, três grupos de teorias podem ser apontados. Em primeiro lugar, aparecem as chamadas teorias absolutas, que concebem a pena como um fim em si mesmo (justa retribuição), sem a projeção de qualquer outro escopo e analisando o fato criminoso em uma perspectiva pretérita (quia peccatum est). Em segundo lugar, figuram as teorias relativas (ou preventivas), que fundamentam a pena a partir dos fins que ela pode alcançar (utilidade para a evitação de novos delitos) e adotam um olhar para o futuro (ne peccetur). As teorias mistas, por fim, representam a tentativa de conciliação dos aportes trazidos pelas teorias absolutas e relativas, em regra, sobrepondo-os uns aos outros. Trazendo foco para as teorias relativas ou preventivas, é possível afirmar que essas justificam a pena a partir de sua utilidade para o desencorajamento à futura prática delitiva, seja pelos membros da coletividade (prevenção geral), seja pelo condenado (prevenção especial). Nesse sentido, enquanto a prevenção geral seria destinada aos queainda não delinquiram, desempenhando o efeito de dissuasão da coletividade por meio da cominação, aplicação e execução de reprimendas (prevenção geral negativa) ou o efeito de sensibilização e fidelização do cidadão ao ordenamento jurídico (prevenção geral positiva), a prevenção especial destinar-se-ia à contenção da reincidência, a partir da atuação direta sobre a pessoa do condenado, perseguindo sua “correção”, “tratamento” ou “ressocialização” (prevenção especial positiva), ou, ainda, sua neutralização (prevenção especial negativa). A Lei de Execução Penal traçou duas ordens de finalidades: a correta efetivação dos mandamentos existentes nas sentenças ou outras decisões, destinados a reprimir e a prevenir os delitos, e a oferta de meios pelos quais os apenados e os submetidos às medidas de segurança venham a ter participação construtiva na comunhão social (item 13 da Exposição de Motivos da LEP). Embora tenha procurado se esquivar da polêmica doutrinária, o projeto de elaboração da Lei de Execução Penal acabou por se aproximar das finalidades de retribuição e prevenção especial positiva (ao construir o objetivo de proporcionar condições para a harmônica integração social do condenado). No entanto, tais finalidades são absolutamente inconciliáveis (pois se almeja uma “pena justa” com conteúdo de utilidade),1 e nenhuma delas parece estar, por si só, alinhada com uma concepção democrática e republicana. Conforme bem lembrado, a repressão retributiva é de fato a expressão de um Direito Penal desigual, que promove a seletiva criminalização dos marginalizados sociais do mercado de trabalho, reforçando os instrumentos formais e ideológicos de controle social.2 Ademais, além das inúmeras críticas à retribuição feitas com autoridade pela doutrina, cabe-nos recordar que a imposição de um mal como mero instrumento de retribuição contraria o objetivo fundamental de promover o bem de todos, alicerce de nossa República. Por sua vez, a prevenção especial positiva não é resposta constitucionalmente admissível, considerando que as ideias de tratamento e ressocialização pressupõem um papel passivo do preso e ativo das instituições, sendo resíduos anacrônicos da velha criminologia positivista que definia o condenado como um indivíduo anormal e inferior que devia ser (re)adaptado à sociedade, considerando acriticamente essa como “boa” e o condenado como “mau”.3 Em última análise, a sanção penal e sua execução não podem trazer consigo a finalidade de regulação moral dos sujeitos, pois haveria ruptura do princípio da secularização.4 A prevenção especial positiva também padece de absoluta irrealizabilidade, pela própria essência do encarceramento, em especial em nosso país. Em primeiro lugar, o Estado não dispõe de políticas públicas efetivas e duradouras no sentido de integrar socialmente os egressos. Além disso, por si só, o encarceramento é fator de desagregação familiar, repúdio social, rotulação e dessocialização do indivíduo,5 sendo tais características ontologicamente incongruentes com a pretendida finalidade de proporcionar condições para a harmônica integração social do condenado. Na verdade, a anunciada finalidade de proporcionar condições para a harmônica integração social esconde falaciosamente o real exercício do poder punitivo (potestas puniendi) típico do Estado de Polícia, caracterizado pelo paternalismo, arbitrariedade, seletivização, verticalismo, repressão e estigmatização. A ideia de harmônica integração social pressupõe a existência de uma sociedade homogênea, justa e não conflitiva (a cujos valores deve o condenado se integrar harmonicamente), quando, na verdade, ela é plural, seletiva e palco de conflitos entre ideologias, concepções morais e segmentos absolutamente díspares. Na visão de Eugenio Zaffaroni e Nilo Batista, a norma que atribui à execução da pena a finalidade de proporcionar condições para a harmônica integração social do condenado confere à prisão uma função que as ciências sociais comprovadamente declaram ser impossível, devendo o intérprete realizar uma interpretação progressiva, adotando cautelas para, de um lado, evitar que o pretexto de uma finalidade irrealizável acentue as características deteriorantes da prisonização e, de outro, oferecer – e não impor – possibilidades de que os presos diminuam seu nível de vulnerabilidade ao poder punitivo.6 Essas observações aclaram os dois grandes desafios das agências executivas no curso do processo de execução, com os quais concordamos: não acentuar ainda mais as características deteriorantes e dessocializantes da prisonização (redução de danos ou “não dessocialização”)7 e oferecer (jamais impor) meios para que as pessoas presas tentem diminuir seu nível de vulnerabilidade ao poder punitivo (possibilidade de seleção criminalizante), se assim desejarem. Essas são posturas pragmáticas, que se desapegam do infecundo debate sobre as finalidades da pena e de sua execução. Nesse sentido, não podemos deixar de constatar como certos teóricos do direito penal se perdem em extensas, às vezes quase intermináveis, divagações sobre o tema. Com a devida licença para o uso de uma metáfora, assim como as mitológicas sereias com sua sedução atraem marinheiros para a morte, a discussão sobre as finalidades da pena – igualmente sedutora – também atrai o jurista para um labirinto inexpugnável e fatal para o realístico e útil enfrentamento das questões mundanas da execução penal. Em termos mais diretos, enquanto parte da dogmática penal se inebria com a discussão sobre as finalidades da pena, milhões de seres humanos em todo o mundo são diuturnamente submetidos a torturas, aprisionamentos desnecessários ou excessivos, péssimas condições carcerárias e abusos de autoridade, entre outras vicissitudes. Não sairemos da estagnação enquanto não percebermos que o problema central da pena não é a sua finalidade, mas o respeito à humanidade.8 Desse modo, junto com as (acertadas) críticas às finalidades da execução penal, emerge a constatação de que a Constituição de 1988, a par de alguns preceitos criminalizadores, não se curvou à tendência legitimadora da pena. Pelo contrário, as normas constitucionais penais têm como regra e por escopo o estabelecimento de limites ao poder punitivo,9 restando constitucionalmente incompatíveis quaisquer aspirações de execução da pena com esteio em finalidades a ela projetadas. Daí é possível concluir que as finalidades de retribuição e prevenção especial positiva não foram recepcionadas pela Constituição de 1988. Partindo dessas premissas, mostra-se coerente a teoria negativa, que não concede qualquer função positiva à pena, entendendo-a na verdade como uma coerção que almeja o controle social, impondo privação de direitos e dor, sem, no entanto, reparar, restituir ou deter lesões em curso, ou, ainda, neutralizar perigos iminentes.10 Na verdade, a teoria negativa vislumbra a pena (e também sua execução) como um ato de poder – de explicação política11 – passível de limitação pelo poder dos juristas e pelas próprias agências jurídicas, por intermédio de “cancelas teóricas sucessivas em cada uma das quais o discurso habilite o trânsito de menor poder punitivo e de menor intensidade irracional, ou seja, de maior respeito aos princípios constitucionais e internacionais limitadores”.12 Nessa perspectiva, assim como o Direito Penal, o direito da execução penal também deve possuir o objetivo de legitimar as decisões das agências jurídicas, tomadas no intuito de conter racionalmente a ação do poder punitivo-executório do Estado de Polícia em prol do fortalecimento das bases do Estado de Direito. Em outras palavras, “a mais óbvia função dos juízes penais e do direito penal como planejamento das decisões judiciais é a contenção do poder punitivo. Sem a contenção jurídica (judicial) o poder punitivo ficaria liberado ao puro impulso das agências executivas e políticas e, por conseguinte, desapareceriam o estado de direito e a própria república”.13 Daí a necessidade de “eticizar republicana e jus- humanisticamente o desempenhodas agências do sistema penal”.14 Podemos agregar alguns argumentos em favor da teoria negativa. Considerando que a Constituição é o instrumento jurídico que afirma as bases republicanas e democráticas do Estado, é dela que são extraídos os fundamentos de legitimidade e validade do poder redutor dos juristas e das agências jurídicas. E levando-se em consideração que o Estado Republicano e Democrático de Direito brasileiro possui como fundamento a dignidade da pessoa humana (e sua correspondente humanidade das penas), compete aos juristas e às agências jurídicas impedir que a habilitação desmesurada e irracional do poder punitivo e executório – típicos do Estado de Polícia – prejudique os objetivos fundamentais de construção de uma sociedade livre, justa e solidária (art. 3º, I, da CF), erradicação da marginalização e redução das desigualdades sociais (art. 3º, III, da CF) e promoção do bem de todos (art. 3º, IV, da CF). Surge daí a tese central da teoria redutora de danos na execução penal, aqui defendida: a existência de um autêntico dever jurídico-constitucional de redução do sofrimento e da vulnerabilidade das pessoas encarceradas, sejam elas condenadas ou não. O cumprimento de tal dever, sobretudo dos juristas e das agências jurídicas, é o grande norte interpretativo e de aplicação normativa da execução penal. Se de fato a execução da pena é a região mais obscura, mas ao mesmo tempo a mais transparente do poder punitivo, em que a tensão entre o estado de polícia e o estado de direito evidencia o conflito entre o poder punitivo e o poder jurídico,15 é por afirmação deste que se esvaziarão os danos causados por aquele. Uma visão redutora amparada na teoria negativa da pena (e inspirada pelo realismo marginal latino-americano), que sustentamos, também possui a percepção de que a execução penal se oferece como autêntico governo de homens no tempo,16 e que encarcerar significa subtrair coativamente um tempo existencial do prisioneiro, seja ele provisório ou condenado. Nada é como antes, assim como ninguém é a mesma pessoa após certo tempo de encarceramento. Na prisão, tempo linear e existencial estão em permanente desalinho e o ócio prisional faz o sofrimento humano se arrastar ainda mais, em um angustiante compasso de espera. Não é à toa o desabafo de Dostoievski, após sua experiência carcerária siberiana: “de fato, posto à margem da sociedade e da rotina de vida, e ansiando pela sociedade e pela vida, como pode um detento suportar a temporalidade a não ser com irritação e rebeldia?”.17 A visão redutora da execução penal, aqui sustentada, está de acordo que a pena não pode ser um meio para resolver problemas, porque ela mesma é um problema social,18 que não anula o dano do crime (dialética hegeliana), mas, sim, duplica a danosidade do evento delitivo. De fato, conforme ventilado pela penologia revisionista, a pena nada mais é do que uma voluntária prática de exclusão social. Em suma: manifestação típica do modelo de sociedade excludente. Daí ser extremamente oportuna a percepção de que a prisão “é, em sua dimensão material, produção de sofrimento na forma de privação e limitação de direitos e expectativas”, colocando-se nas sombras do não jurídico.19 Em outras palavras, “é e permanece, não diversamente de outras formas de punir, como um sofrimento imposto intencionalmente, com finalidades de degradação. E o efeito degradante da pena se determina na ‘coisificação’ do condenado-recluso, na sua redução à escravidão, à sujeição, em poucas palavras, ao poder de outrem”.20 As condições fáticas da execução penal são tão lastimáveis que a frase de Eberhard Schmidt – de que as prisões são erros monumentais talhados em pedra21 – torna-se absolutamente atual. E, nesse contexto, o discurso jurídico crítico muitas vezes acaba por orbitar na esfera do dever-ser. Em diversos momentos, a presente obra parece caminhar por essa trilha, porém, sem receio de ser vista como idealista, pois não despreza o sentido materialmente seletivo e dessocializante da pena. Por ser orientado por uma teleologia redutora, o discurso desenvolvido neste trabalho apresenta-se como contraponto ao discurso penológico hegemônico, identificado por Pavarini como aquele que – certo quanto à utilidade da pena, em forte crescimento e sem o menor constrangimento frente à prisão – se expressa nos discursos da gente, que fala diretamente com as pessoas nas palavras de políticos e principalmente por meio da mídia de massa, refletindo uma cultura da penalidade pós-moderna, populista e, talvez pela primeira vez, legitimada (socialmente compartilhada) “de baixo”.22 Buscar construir uma dogmática crítica na execução penal não significa mero idealismo, mas tentativa – não raro inglória – de funcionalmente empregar o discurso jurídico para a contenção racional do poder punitivo e executório do Estado. Em última análise, edificar um discurso jurídico contra-hegemônico na execução penal é mostrar que a “história” também pode ser contada ouvindo-se a voz e os argumentos dos vencidos. 1. Ressaltando a insensatez da tentativa de conciliação de tais finalidades, Massimo Pavarini e Bruno Guazzaloca observam que se a pena já atingiu na fase executiva o pretendido fim pedagógico da correção, não haveria sentido protraí- la até o limite imposto pela retribuição e, por outro lado, se o tempo de pena merecida segundo o critério retributivo, na fase executiva, não resultou suficientemente útil à correção, não haveria razão para se suspender a pena (PAVARINI, Massimo; GUAZZALOCA, Bruno. Corso di Diritto Penitenziario. Bologna: Edizioni Martina, 2004, p. 7). Também questionando a compatibilidade entre punição e reforma, Augusto Thompson recorda a observação de Bernard Shaw de que para punir um homem retributivamente é preciso injuriá-lo. Para reformá-lo, é preciso melhorá-lo. E os homens não são melhoráveis através de injúrias (THOMPSON, Augusto. A Questão Penitenciária. 5. ed. rev. atual. Rio de Janeiro: Forense, 2002. p. 5). 2. CIRINO DOS SANTOS, Juarez. Direito penal. Parte geral. 3. ed. rev. e ampl. Curitiba: ICPC – Lumen Juris, 2008, p. 496. 3. BARATTA, Alessandro. Resocialización o control social – por un concepto crítico de “reintegración social” del condenado. In: Criminologia Crítica – Fórum Internacional de Criminologia Crítica. OLIVEIRA, Edmundo (Coord.). Belém: Edições CEJUP, 1990, p. 145. Outro texto crítico do autor quanto às teorias utilitaristas e tecnocráticas da pena: BARATTA, Alessandro. Vecchie e nuove strategie nella legittimazione del diritto penale. Dei delitti e delle pene. Rivista di studi sociali, storici e giuridici sulla questione criminale, n. 2, v. 3, p. 247-268, Bologna, maio/ago. 1985. 4. CARVALHO, Salo de. Pena e Garantias. 3. ed. Rio de Janeiro: Lumen Juris, 2008, p. 158. Ainda sobre o princípio da secularização, Anabela de Miranda Rodrigues afirma que “está definitivamente ultrapassado que a socialização se identifique com a higiene moral que sustentou o correcionalismo. O Estado contemporâneo, de natureza laica e secular, não se encontra legitimado para impor aos cidadãos códigos morais. Por isso, a pena de prisão não pode ter por fim transformar o homem criminoso num bom pai de família. A liberdade de consciência não sofre qualquer restrição por via da sujeição a uma pena de prisão” (RODRIGUES, Anabela de Miranda. Novo olhar sobre a questão penitenciária. São Paulo: Revista dos Tribunais, 2001, p. 165). 5. Em sentido crítico no tocante à realidade da execução penal, cf. MOURA, Maria Thereza Rocha de Assis. Execução penal e falência do sistema carcerário. Revista Brasileira de Ciências Criminais, v. 29, p. 351, São Paulo, jan. 2000. 6. Cf. BATISTA, Nilo; ZAFFARONI, Eugenio Raúl. Direito penal brasileiro. 2. ed. Rio de Janeiro: Revan, 2003, p. 113. No mesmo sentido, ZAFFARONI, Eugenio Raul. Cronos y la aporia de la pena institucional (acerca de la interdisciplinariedad constructiva del derecho penal con el derecho de ejecución penal). In: VV.AA. Liber ad honorem Sergio García Ramírez. Cidade do México: UNAM,1998. t. II. p. 1531. 7. Discutindo o sentido de “não dessocialização”, GREVI, Vittorio; GIOSTRA, Glauco; DELLA CASA, Franco. Ordinamento penitenziario: commento articolo per articolo. 3. ed. Padova: CEDAM, 2006, p. 8-9. 8. Nesse sentido, CATTANEO, Mario. A. Pena, diritto e dignità umana. Saggio sulla filosofia del diritto penale. Torino: Giappichelli, 1998, p. 305. 9. CARVALHO, Salo de. Supérfluos fins (da pena): constituição agnóstica e redução de danos. Boletim IBCCRIM, n. 156, v. 13. São Paulo, nov. 2005. 10. BATISTA, Nilo; ZAFFARONI, Eugenio Raúl, op. cit., p. 99. 11. Nesse sentido, BARRETO, Tobias. O fundamento do direito de punir. In: Estudos de Direito. Campinas: Bookseller, 2000, p. 173-179. 12. BATISTA, Nilo; ZAFFARONI, Eugenio Raúl, op. cit., p. 172. 13. Ibidem, p. 40. 14. Ibidem, p. 76. 15. SLOKAR, Alejandro. La ley de los sin ley. In: ZAFFARONI, Eugenio Raul (Dir.) La medida del castigo. El deber de compensacion por penas ilegales. Buenos Aires, Ediar, 2012, p. 84. 16. Discutindo a questão, PAVARINI, Massimo; GUAZZALOCA, Bruno. Saggi sul governo della penalità. Letture integrative al Corso di Diritto Penitenziario. Bologna: Edizioni Martina, 2007, p. 27. 17. DOSTOIEVSKI, Fiódor. Recordações da Casa dos Mortos. São Paulo, Martin Claret, 2006, p. 29. 18. PAVARINI, Massimo; GUAZZALOCA, Bruno. Corso di Diritto Penitenziario, p. 21. 19. PAVARINI, Massimo; GIAMBERARDINO, André. Teoria da pena e execução penal. Uma introdução crítica. 2. ed. Rio de Janeiro: Lumen Juris, 2012, p. 175-176. 20. Idem. 21. Cf. AEBERSOLD, Peter. Le Projet alternatif allemand d’une loi sur l’exécution des peines. Revue Internationale de Droit Pénal, n. 3/4, 1975, p. 269 et seq. 22. PAVARINI, Massimo. Della penologia fondamentalista. Iride, n. 32, p. 89-90, Roma, 2001. Também criticando os reflexos do populismo penal sobre o cárcere, cf. ANASTASIA, Stefano. Carcere, populismo penale e tutela dei diritti. Democrazia e diritto, n. 3-4, p. 161-176, Roma, 2011. 1 PRINCÍPIOS DA EXECUÇÃO PENAL Veja em QR Code Visual Law com os principais pontos do Capítulo 1 A aplicação e a interpretação das normas em matéria de execução penal são permanentemente norteadas por princípios contidos na Constituição Federal, no Código de Processo Penal, no Código Penal, na Lei de Execução Penal e nos Tratados e nas Convenções internacionais em matéria penal e de direitos humanos. Em uma visão penal-constitucional moderna, tais princípios não mais atuam como elementos meramente informadores ou programáticos, possuindo, sim, poder de concretamente tutelar direitos fundamentais das pessoas presas.1 O processo de densificação dos princípios os transformou, afinal, em paradigmas substanciais (materiais) de validade das normas e dos atos administrativos. Nessa perspectiva, ainda que tenha existência formal, uma norma que viole um princípio constitucional ou convencional é inválida por contrastar-se com uma norma substancial.2 Na essência, os princípios da execução penal são meios de limitação racional do poder executório estatal sobre as pessoas. Essa definição traz consigo duas premissas fundamentais, que devem permear todos os princípios. A primeira delas é a de que jamais um princípio da execução penal pode ser evocado como fundamento para restringir direitos ou justificar maior rigor punitivo sobre as pessoas presas. Princípios são escudos normativos de proteção do indivíduo, não instrumentos a serviço da pretensão punitiva estatal, muito menos instrumentos de governo da pena. Dessa premissa decorre a constatação de que a interpretação dos princípios (e demais normas jurídicas) em matéria de execução penal deve ser pro homine, ou seja, sempre deve ser aplicável, no caso concreto, a solução que mais amplia o gozo e o exercício de um direito, uma liberdade ou uma garantia. Essa premissa é um aporte dos preceitos contidos no art. 29, item 2, da Convenção Americana de Direitos Humanos (que fixa, como norma de interpretação, o comando de que nenhuma disposição da convenção seja interpretada no sentido de limitar o gozo e o exercício de qualquer direito ou liberdade que possam ser reconhecidos em virtude de leis locais ou outras convenções aderidas) e no art. 5º do Pacto Internacional sobre Direitos Civis e Políticos (“1. Nenhuma disposição do presente Pacto poderá ser interpretada no sentido de reconhecer a um Estado, grupo ou indivíduo qualquer direito de dedicar-se a quaisquer atividades ou praticar quaisquer atos que tenham por objetivo destruir os direitos ou liberdades reconhecidos no presente Pacto ou impor-lhe limitações mais amplas do que aquelas nele previstas; 2. Não se admitirá qualquer restrição ou suspensão dos direitos humanos fundamentais reconhecidos ou vigentes em qualquer Estado Parte do presente Pacto em virtude de leis, convenções, regulamentos ou costumes, sob pretexto de que o presente Pacto não os reconheça ou os reconheça em menor grau”).3 Traçadas essas considerações iniciais, passemos à análise pormenorizada de alguns princípios. Sem prejuízo de outros preceitos muito importantes para a execução penal, tais como devido processo legal, contraditório, ampla defesa, duplo grau de jurisdição, non bis in idem, jurisdicionalidade, publicidade e imparcialidade do juiz, procuraremos nos ater mais objetivamente aos princípios da humanidade, legalidade, não discriminação das pessoas presas, individualização da pena, intervenção mínima, culpabilidade, lesividade, transcendência mínima, presunção de inocência, proporcionalidade, celeridade e, por fim, o princípio numerus clausus (ou número fechado). 1.1. Princípio da humanidade A busca pela contenção dos danos produzidos pelo exercício desmesurado do poder punitivo encontra principal fonte ética e argumentativa no princípio da humanidade, um dos fundamentos do Estado Republicano e Democrático de Direito. O princípio da humanidade é pano de fundo de todos os demais princípios penais e se afirma como obstáculo maior do recorrente anseio de redução dos presos à categoria de não pessoas, na linha das teses defensivas do direito penal do inimigo.4 O princípio da humanidade encontra-se consagrado na Declaração Universal dos Direitos do Homem (ninguém será submetido à tortura, nem a tratamento ou castigo cruel, desumano ou degradante – art. 5º), nas Regras Mínimas das Nações Unidas para o Tratamento de Presos (o confinamento solitário indefinido, o confinamento solitário prolongado, o encarceramento em cela escura ou constantemente iluminada, os castigos corporais ou redução da dieta ou água potável do preso e os castigos coletivos, bem como todas as formas de tratamento ou sanções cruéis, desumanos ou degradantes devem ser proibidos como sanções disciplinares – Regra 43) e no Pacto Internacional sobre Direitos Civis e Políticos da ONU (ao dispor que toda pessoa privada de sua liberdade deverá ser tratada com humanidade e respeito à dignidade inerente à pessoa humana – art. 10, item 1). O princípio também é encontrado na Convenção Americana de Direitos Humanos (ninguém deve ser submetido a torturas, nem a penas ou tratos cruéis, desumanos ou degradantes. Toda pessoa privada de liberdade deve ser tratada com o respeito devido à dignidade inerente ao ser humano – art. 5º), no Conjunto de Princípios para a Proteção de Todas as Pessoas Sujeitas a Qualquer Forma de Detenção ou Prisão da ONU (a pessoa sujeita a qualquer forma de detenção ou prisão deve ser tratada com humanidade e com respeito da dignidade inerente ao ser humano – Princípio 1º) e nos Princípios Básicos para o tratamento dos reclusos da ONU (todos os reclusos deverão ser tratados com o respeito devido à dignidade e ao valor inerentes ao ser humano – Princípio 1). O Princípio n. 1 dos “Princípios e boas práticas para a proteção das pessoas privadas de liberdade nas Américas” da Comissão Interamericana de Direitos Humanos (aprovados pela Resolução n. 1/2008)5 dispõe igualmente que “não poderão ser invocadas circunstâncias, como estados de guerra ou exceção, situações de emergência, instabilidade políticainterna ou outra emergência nacional ou internacional para evitar o cumprimento das obrigações de respeito e garantia de tratamento humano a todas as pessoas privadas de liberdade”. Não se pode olvidar, ainda, da Convenção contra a tortura e outros tratamentos ou penas cruéis, desumanos ou degradantes da ONU e a Convenção Interamericana para prevenir e punir a tortura, da OEA, instrumentos igualmente importantes na tutela da humanidade. No Brasil, o princípio da humanidade decorre do fundamento constitucional da dignidade da pessoa humana (art. 1º, III, da CF) e do princípio da prevalência dos direitos humanos (art. 4º, II, da CF), amparando o Estado Republicano e Democrático de Direito. Em sede de execução penal, o princípio funciona como elemento de contenção da irracionalidade do poder punitivo, materializando-se na proibição de tortura e tratamento cruel e degradante (art. 5º, III, da CF), na própria individualização da pena (art. 5º, XLVI) e na proibição das penas de morte, cruéis ou perpétuas (art. 5º, XLVII). Como consectário do princípio da humanidade emerge o princípio da secularização, o qual, afirmando a separação entre direito e moral, veda na execução penal a imposição ou a consolidação de determinado padrão moral às pessoas presas, assim como obsta a ingerência sobre sua intimidade, livre manifestação de pensamento, liberdade de consciência e autonomia da vontade. Em uma visão redutora da execução penal, a humanidade também se identifica com o imperativo da alteridade, exigindo do magistrado da execução uma diferente percepção jurídica, social e humana da pessoa presa, capaz de reconhecê-la como sujeito de direitos. Essa nova compreensão do princípio da humanização da pena – cotejada pelo reconhecimento do outro – busca então afastar da apreciação judicial juízos eminentemente morais, retributivos, exemplificantes ou correcionais, bem como considerações subjetivistas, passíveis de subversão discriminatória e retributiva. Busca, ainda, deslegitimar o manejo da execução como instrumento de recuperação, reeducação, reintegração, ressocialização ou reforma dos indivíduos, típicos da ideologia tratamental positivista. Sob o viés redutor de danos, o princípio da humanidade revela também como mandamento primordial a vedação ao retrocesso humanizador penal, demandando assim que a legislação ampliativa ou concessiva de direitos e garantias individuais em matéria de execução penal se torne imune a retrocessos tendentes a prejudicar a humanidade das penas. Recorre-se, para tanto, à analogia em relação à própria determinação constitucional de que não será objeto de deliberação a proposta de emenda tendente a abolir os direitos e as garantias individuais (art. 60, § 4º, IV, da CF). A Lei de Execução Penal faz alusão ao princípio da humanidade ao estabelecer que as sanções disciplinares não poderão colocar em perigo a integridade física e moral do condenado (art. 45, § 1º), além de vedar o emprego de cela escura (art. 45, § 2º). A humanidade penal também alcança aqueles submetidos às medidas de segurança, conforme se depreende do art. 2º, parágrafo único, II, da Lei n. 10.216/2001, que fixa como direito da pessoa com transtornos mentais em conflito com a lei o de ser tratada com humanidade. Não obstante a ampla gama de normas protetivas, diversos exemplos de ferimento da humanidade no âmbito da execução penal podem ser identificados. Dispõe o art. 5º, VI, da Constituição de 1988 que é inviolável a liberdade de consciência e de crença, sendo assegurado o livre exercício dos cultos religiosos e garantida, na forma da lei, a proteção aos locais de culto e a suas liturgias. No entanto, a proibição de frequentar cultos religiosos como forma de punição disciplinar representa de forma direta a violação dessa garantia constitucional e, de maneira mediata, a própria infração ao princípio constitucional da humanidade. A obrigação de usar uniforme com cores chamativas (ex.: verde limão, rosa) também importa clara transgressão ao princípio da humanidade, porquanto afeta a própria intimidade e dignidade das pessoas condenadas, à revelia da inviolabilidade constitucional da intimidade, vida privada, honra e imagem das pessoas (art. 5º, X). Igualmente atentatórias à dignidade são as obrigações disciplinares de baixar a cabeça e manter silêncio absoluto. Tema ainda mais sensível é a obrigação, imposta aos presos do sexo masculino, de cortar cabelos, retirar barbas ou bigodes ou realizar quaisquer outras modificações da aparência. Tal prática é legitimada sob o pretexto de manutenção da higiene, ordem ou disciplina nos estabelecimentos penais, argumentos esses falaciosos e frágeis, pois nos estabelecimentos penais femininos (onde a obrigação não vigora), a utilização de cabelos longos não é causa de vulneração da higiene, ordem ou disciplina. É inegável que o cabelo e outros caracteres da aparência são componentes (físicos) da própria personalidade humana, possuindo inegável valor para a formação da individualidade. Em última análise, o direito de definir a própria aparência é expressão do direito ao livre e pleno desenvolvimento da personalidade, tutelado pelo art. XXIX da Declaração Universal dos Direitos Humanos e art. 29 da Declaração Americana dos Direitos e Deveres do Homem. Ocultados sob o manto higienista e securitário, o corte ou a modificação cogentes, na verdade, revelam-se instrumentos de anulação de individualidades, institucionalização, diferenciação estigmatizante e desrespeito à intimidade, vida privada, honra e imagem das pessoas presas. Na essência, constituem atentado à própria integridade física, psíquica e moral das pessoas presas, pois conduzem à mudança forçada de suas imagens. A Administração Penitenciária tem totais condições de zelar pela disciplina e ordem do estabelecimento e pela saúde das pessoas presas sem que para isso as submeta a situações humilhantes, práticas estigmatizantes ou, em geral, medidas atentatórias aos direitos fundamentais e que ultrapassam todos os limites legais e éticos do Estado Democrático de Direito. Coerente, a propósito, a percepção de que a execução penal humanizada não só não põe em perigo a segurança e a ordem estatal, mas exatamente o contrário: enquanto a execução penal humanizada é um apoio da ordem e da segurança estatal, uma execução penal desumanizada atenta precisamente contra a segurança estatal.6 Outra grave transgressão ao princípio da humanidade no âmbito da execução penal diz respeito às péssimas condições de transporte e custódia (durante o período de deslocamento) de pessoas presas e internadas. Utilização de veículos com compartimento de proporções reduzidas, deficiente ventilação, ausência de luminosidade, inadequado condicionamento térmico, falta de alimentação e água,7 exposição pública, vedação de acesso a sanitários, superlotação e espancamento são mazelas cotidianamente vivenciadas pelas pessoas transportadas. Em muitos casos, o extenso período de permanência nos veículos é fator de intenso sofrimento físico e moral, além do que veículos de transporte são utilizados como verdadeiras instalações de custódia. Igualmente comum é o transporte de presos com o uso de meios de coerção (ex.: algemas, com as mãos para trás) que dificultam bastante o equilíbrio e a proteção das pessoas presas ou internadas durante o deslocamento, causando-lhes lesões por colisões contra o veículo. Tais práticas são atentatórias ao dever de respeito à integridade física e moral dos condenados e dos presos provisórios (art. 40 da LEP) e proteção contra qualquer forma de sensacionalismo, exposição, insultos e curiosidade (art. 41, VIII, da LEP, Regra 73.1 das Novas Regras Mínimas das Nações Unidas para o Tratamento de Presos e art. 48 das Regras Mínimas para o Tratamento do Preso no Brasil), além de contrariar normas proibitivas do transporte de presos em compartimento de proporções reduzidas, com ventilação deficiente ou ausência de luminosidade (art. 1º da Lei n. 8.653/93, Regra 73.2 das Regras Mínimas das Nações Unidas para o Tratamentode Presos e art. 30 das Regras Mínimas para o Tratamento do Preso no Brasil). Considerando os direitos à alimentação suficiente e água potável (art. 41, I, da LEP, Regra 22 das Regras Mínimas das Nações Unidas para o Tratamento de Presos e art. 13 das Regras Mínimas para o Tratamento do Preso no Brasil), a deficiência em seu fornecimento antes de audiências, sessões ou julgamentos deve ser entendida como óbice tanto ao exercício da ampla defesa pela pessoa presa acusada (a ponto de torná-la indefesa) quanto ao seu depoimento como testemunha (a ponto de invalidá-lo). Além das já descritas, são também práticas colidentes com os ideários de humanização da pena a revista íntima em visitantes, a exposição do preso a inconveniente notoriedade, o racionamento irresponsável de água, a supressão da intimidade, o desrespeito ao sigilo da correspondência, a restrição ao direito de voto aos presos não condenados (e a sistemática proibição aos condenados), as restrições infraconstitucionais aos direitos de trabalho e remuneração do condenado, a justificação das péssimas condições detentivas pela falta de recursos, a permanência excessiva em Regime Disciplinar Diferenciado, a manutenção infundada do preso em local distante de seus familiares, as limitações à prisão domiciliar, a perda dos dias remidos, a superlotação, os maus-tratos, a procrastinação indevida de penas e medidas de segurança e o descumprimento dos requisitos estruturais mínimos das celas (aeração, insolação, condicionamento térmico, área mínima, existência de dormitório, aparelho sanitário, lavatório etc.), além da exposição do preso a péssimas condições sanitárias e a graves riscos de incêndio.8 Em nosso país, soa paradoxal a relação entre execução da pena e humanidade, pois, com os cárceres e as agências do sistema penal que possuímos, a injunção da pena privativa de liberdade acaba por prescrever a própria violação de direitos humanos.9 Os cárceres, na verdade, como observado por Haberle, desafiam não apenas a dignidade do homem (concretamente considerado) como a dignidade (abstrata) da própria humanidade. Daí a premente necessidade de substituição do conceito de liberdade-propriedade (princípio individualista liberal) pelo de liberdade- dignidade (princípio republicano).10 Com base nessas premissas, parece evidente que a execução da pena não pode transbordar seus efeitos já deletérios para o atingimento da – inerente, não adquirida – dignidade da pessoa humana, nem produzir danos físicos e morais desnecessários. Logo, deve haver-se por inconstitucional e anticonvencional qualquer medida atentatória à incolumidade física ou psíquica dos sentenciados. Além de tutelar diretamente a incolumidade física ou psíquica das pessoas presas, ontologicamente o princípio da humanidade representa também a barreira jurídica, interpretativa, discursiva e ética à utilização da teoria da reserva do possível como pretexto para a desassistência estatal na execução penal. Nessa perspectiva, a ideia de mínimo existencial não se atrela apenas ao direito à vida, mas também à humanidade. Daí ser correto afirmar que a ofensa a direitos humanos mínimos ou elementares (veiculada pela inadimplência prestacional positiva do Estado) não pode ser justificada pelo núcleo argumentativo da teoria da reserva do possível: a escassez de recursos. Aliás, é exatamente esse um dos princípios fundamentais que regem as Regras Penitenciárias Europeias: “as condições detentivas que violam os direitos humanos do preso não podem ser justificadas pela falta de recursos” (art. 4º). Diversas cortes americanas também adotaram o entendimento no sentido de que problemas sistêmicos – envolvendo saúde prisional – de pessoal, estabelecimentos, equipamentos e procedimentos, quando evidentes, podem ser equiparados à situação de indiferença deliberada (“deliberate indifference”), provocando violação à 8ª emenda da Constituição Americana, que veda a imposição de castigos cruéis.11 Se bem observado, ao contrário de restringir direitos, a falta de recursos públicos deve ser mais uma razão para que o Estado reserve a prisão para casos excepcionais, deixando de banalizá-la e de usá-la como instrumento segregatório e neutralizador.12 Curioso observar que a reserva do possível, tão lembrada pelas autoridades públicas para se justificar o não investimento prisional, o não fornecimento de medicamentos ou a não realização de internações médicas em benefício das pessoas presas, é ao mesmo tempo tão esquecida no momento de se aceitar a entrada de mais pessoas no sistema penitenciário, superlotando-o. Sobre o tema, em decisão monocrática, o Ministro Celso de Mello salientou com acerto que “a cláusula da ‘reserva do possível’ – ressalvada a ocorrência de justo motivo objetivamente aferível – não pode ser invocada, pelo Estado, com a finalidade de exonerar-se do cumprimento de suas obrigações constitucionais, notadamente quando, dessa conduta governamental negativa, puder resultar nulificação ou, até mesmo, aniquilação de direitos constitucionais impregnados de um sentido de essencial fundamentalidade” (STF, ADPF 45 MC/DF, Relator Min. Celso de Mello, j. 29-4-2004). Em 2015, o Plenário do Supremo Tribunal Federal passou a entender que o Poder Judiciário pode impor à Administração Pública a realização de obras ou reformas emergenciais em estabelecimentos penais para assegurar os direitos fundamentais das pessoas presas (RE 592.581/MS, j. 13-8-2015), aprovando, assim, a proposta de tese de repercussão geral no sentido de que “é lícito ao Judiciário impor à Administração Pública obrigação de fazer, consistente na promoção de medidas ou na execução de obras emergenciais em estabelecimentos prisionais para dar efetividade ao postulado da dignidade da pessoa humana e assegurar aos detentos o respeito à sua integridade física e moral, nos termos do que preceitua o artigo 5º (inciso XLIX) da Constituição Federal, não sendo oponível à decisão o argumento da reserva do possível nem o princípio da separação dos Poderes”. Entendendo que as péssimas condições carcerárias sujeitam as pessoas presas a penas que ultrapassam a mera privação da liberdade, a elas acrescendo sofrimentos físicos, psicológicos e morais, o STF corretamente afastou a arcaica tese de que o Poder Judiciário não poderia realizar ingerência indevida na seara administrativa. Afirmou, com isso, a inafastabilidade da jurisdição (art. 5º, XXXV, da CF) sempre que a eficácia dos direitos fundamentais individuais e coletivos estiver ameaçada ou já comprometida. Por tudo o que foi debatido, é possível afirmar que o princípio da humanidade constitui o cerne de uma visão moderna e democrática da execução penal, pautada pela precedência e ascendência substanciais do ser humano sobre o Estado13 e pela necessidade de reduzir ao máximo a intensidade da afetação individual. Possui, portanto, o escopo maior de capitanear a construção de uma política criminal redutora de danos, considerando – nas lições de Pavarini14 – que a contradição entre cárcere e democracia não pode ser resolvida, mas apenas contida, por meio de uma política humanizante. Paralelo ao princípio da humanidade, vale destacar o descortinamento nos últimos tempos do chamado “Princípio da Fraternidade”,15 categoria jurídica evidenciada pelo “constitucionalismo fraternal” e amparada, sobretudo, no preâmbulo16 e no art. 3º da Constituição da República.17 Em âmbito penal, o princípio da fraternidade já foi utilizado como fundamento, por exemplo, para substituir a prisão preventiva por prisão domiciliar de uma mãe de duas crianças com menos de 12 anos de idade, visando à proteção da integridade física e emocional dos filhos menores, na esteira do interesse maior da criança (STJ, HC 391.501/SP, 5ª T., j. 04-05- 2017) e para assegurar prisão domiciliar durante a pandemia da Covid-19 a um preso portador de tuberculose, cumprindo pena no regime semiaberto (AgRg no HC 589489/SP, 5ª T., j. 18-08-2020). 1.2. Princípio da legalidade O princípio da legalidade é previsto no art. 5º, XXXIX, da Constituiçãoda República e no art. 1º do Código Penal, estabelecendo que não haverá crime sem lei anterior que o defina, nem pena sem prévia cominação legal. Como bem observado, “embora a Constituição e o Código Penal, ao consagrarem o princípio da legalidade (estrita), se utilizem da expressão ‘pena’, tal deve ser entendido no sentido mais amplo, isto é, como ‘sanção’, para alcançar toda e qualquer medida constritiva da liberdade, notadamente as medidas de segurança”.18 No âmbito da execução penal, o princípio encontra-se materializado no art. 45 da LEP, segundo o qual “não haverá falta nem sanção disciplinar sem expressa e anterior previsão legal ou regulamentar”, funcionando como instrumento de contenção da discricionariedade da Administração Penitenciária e do arbítrio judicial, sempre que acionados de maneira lesiva aos direitos fundamentais das pessoas privadas da liberdade. A aplicação do princípio da legalidade supõe não apenas que as faltas e as sanções estejam legalmente previstas, mas que sejam ainda estritamente interpretadas, sob pena de tornar sem sentido o princípio.19 Além de previsto na Constituição Federal e na Lei de Execução Penal, o princípio da legalidade é ainda mencionado na Declaração Universal dos Direitos do Homem (ninguém poderá ser culpado por qualquer ação ou omissão que, no momento, não constituíam delito perante o direito nacional ou internacional. Tampouco será imposta pena mais forte do que aquela que, no momento da prática, era aplicável ao ato delituoso – art. 11), nas Regras Mínimas das Nações Unidas para o Tratamento de Presos (Regra 37: “Os seguintes itens devem sempre ser pendentes de autorização por lei ou por regulamento da autoridade administrativa competente: (a) Conduta que constitua infração disciplinar; (b) Tipos e duração das sanções que podem ser impostas; (c) Autoridade competente para impor tais sanções; (d) Qualquer forma de separação involuntária da população prisional geral, como o confinamento solitário, o isolamento, a segregação, as unidades de cuidado especial ou alojamentos restritos, seja por razão de sanção disciplinar ou para a manutenção da ordem e segurança, inclusive políticas de promulgação e procedimentos que regulamentem o uso e a revisão da imposição e da liberação de qualquer forma de separação involuntária”; Regra 39: “1. Nenhum preso pode ser punido, exceto com base nas disposições legais ou regulamentares referidas na Regra 37 e nos princípios de justiça e de devido processo legal; e jamais será punido duas vezes pela mesma infração”), no Pacto Internacional sobre Direitos Civis e Políticos da ONU (ninguém poderá ser privado de sua liberdade, salvo pelos motivos previstos em lei e em conformidade com os procedimentos nela estabelecidos – art. 9º, item 1), na Convenção Americana de Direitos Humanos (ninguém poderá ser condenado por atos ou omissões que, no momento em que foram cometidos, não constituam delito, de acordo com o direito aplicável. Tampouco poder-se-á impor pena mais grave do que a aplicável no momento da ocorrência do delito. Se, depois de perpetrado o delito, a lei estipular a imposição de pena mais leve, o delinquente deverá dela beneficiar-se – art. 9º) e no Conjunto de Princípios da ONU para a Proteção de Todas as Pessoas Sujeitas a Qualquer Forma de Detenção ou Prisão (a captura, detenção ou prisão só devem ser aplicadas em estrita conformidade com disposições legais e pelas autoridades competentes ou pessoas autorizadas para esse efeito – Princípio 2). O princípio da legalidade, como se sabe, advém da fórmula latina nullum crimen, nulla poena sine lege(nulo o crime, nula a pena sem lei), que pode ser dividida em quatro funções: Primeira Função: nullum crimen, nulla poena sine lege praevia (nulo o crime, nula a pena sem lei prévia). A primeira função do princípio da legalidade estabelece como regra a irretroatividade da lei penal, salvo para beneficiar o réu de um processo penal (acusado da prática de uma infração penal) ou de um processo disciplinar (acusado da prática de uma falta disciplinar). É a expressão do comando constitucional segundo o qual “a lei penal não retroagirá, salvo para beneficiar o réu” (art. 5º, XL, da CF). Por força do princípio da irretroatividade da lei penal mais gravosa, a Lei n. 13.964/2019 (que alterou a Lei de Execução Penal), exigindo para progressão de regime o percentual de 30% (trinta por cento) da pena, se o apenado for reincidente em crime cometido com violência à pessoa ou grave ameaça, não se aplica a fatos anteriores à sua vigência, porque mais gravosa nesse aspecto. Logo, a progressão de regime para aqueles que cometeram esse tipo de delito antes da edição da referida lei deve se dar após o cumprimento da fração de 1/6 da pena, nos termos da antiga redação do art. 112 da LEP. Em matéria de irretroatividade, temos ainda o seguinte exemplo: em 29 de março de 2007, entrou em vigor a Lei n. 11.466/2007, que passou a prever como falta disciplinar de natureza grave a posse, a utilização ou o fornecimento de aparelho telefônico, de rádio ou similar, que permita a comunicação com outros presos ou com o ambiente externo (art. 50, VII, da LEP). Todavia, antes da edição da Lei n. 11.466/2007, precisamente no ano de 2003, a Secretaria de Administração Penitenciária de São Paulo editou a Resolução n. 113, fixando como falta grave a utilização de aparelho de telefonia celular. Diante da ausência de uma lei estrita e anterior que definisse tal falta disciplinar, as condenações por porte de aparelho celular passaram a ser atacadas em juízo. Prevaleceu, assim, que seriam nulas as condenações por falta disciplinar com fundamento na referida Resolução, por violação do princípio da legalidade, na modalidade nullum crimen, nulla poena sine lege praevia(nesse sentido, STJ, Agravo Regimental no Habeas Corpus 71761/SP, 6ª T., j. 21-2-2008). Conforme já mencionado, o princípio da anterioridade não apenas veda a retroatividade da lei penal mais gravosa, como, por outro lado, admite a retroatividade da lei penal mais benéfica. Nesse aspecto, é importante destacar que a Lei n. 12.433/2011 passou a prever que o tempo a remir em função das horas de estudo será acrescido de 1/3 no caso de conclusão do ensino fundamental, médio ou superior durante o cumprimento da pena, desde que certificada pelo órgão competente do sistema de educação (art. 126, § 5º). Como antes da edição da Lei n. 12.433/2011 não havia qualquer dispositivo de natureza semelhante que pudesse beneficiar os presos que concluíssem uma etapa educacional, o aumento de 1/3 do tempo de remição deve retroagir para beneficiar todos aqueles que já concluíram uma dessas etapas. A Lei n. 12.433/2011 também deu nova redação ao art. 127 da LEP, passando a admitir, em caso de falta grave, a revogação de até 1/3 do tempo remido, não mais a sua perda integral. Por ser mais benéfica à pessoa condenada (novatio legis in mellius), essa norma deve retroagir (em obediência ao art. 5º, inc. XL, da Const. Fed.) para alcançar aqueles que porventura tiveram decretada a perda integral de seus dias remidos (cf. STJ, HC 259263/SP, 5ª T., j. 18-12-2012; STJ, HC 209414/RS, 6ª T., j. 4-12- 2012). Outro exemplo de retroatividade benéfica: com a edição da Lei n. 12.850/2013 (que criou a figura delitiva da “associação criminosa” – art. 288 do CP), a causa de aumento de pena trazida pelo parágrafo único do artigo em análise passou a ter nova redação, determinando o aumento de pena de até a metade “se a associação é armada ou se houver a participação de criança ou adolescente”. Essa nova sistemática representa clara hipótese de novatio legis in mellius, pois a causa de aumento de pena para a associação criminosa armada diminuiu de “até o dobro” (na redação anterior) para “até a metade” (na redação atual). Logo, é possível, com base no parágrafo único do art. 2º do Código Penal, o reconhecimento da novatio legis in mellius para fins de diminuição da pena já em execução. Segunda Função: nullum crimen, nulla poena sine lege certa (nulo o crime, nula a penasem lei certa). A normativa penitenciária, nos dizeres de Franco Bricola, é um dos setores mais expostos às várias práticas nas quais, no Estado de Direito, realiza-se a ilegalidade oficial por meio da não aplicação e manipulação administrativa das normas.20 Por isso a importância do princípio da legalidade, que, em sua modalidade nullum crimen, nulla poena sine lege certa, trata de proibir a criação e aplicação de tipos penais e disciplinares vagos ou indeterminados. Os tipos penais e os tipos disciplinares devem ter redação clara e precisa, evitando fórmulas genéricas ou indeterminadas que possam dar margem ao abusivo arbítrio estatal e, consequentemente, ao “descolamento da legalidade” (“emancipação perante a legalidade”). Nesse aspecto, discute-se a constitucionalidade dos incisos I e III do art. 50 da LEP, que apontam como faltas graves, respectivamente, as condutas de incitar ou participar de movimento para subverter a ordem ou a disciplina e de possuir, indevidamente, instrumento capaz de ofender a integridade física de outrem. Em relação à primeira falta disciplinar, surge o questionamento do que seria “subverter a ordem ou a disciplina”, tendo em vista que qualquer conduta, interpretada por uma autoridade penitenciária tendenciosa e abusiva, poderia ser eventualmente considerada subversiva para efeitos punitivos.21 Já em relação à conduta de “possuir, indevidamente, instrumento capaz de ofender a integridade física de outrem”, a indeterminação residiria na amplitude que cerca o conceito de instrumento de ofensa, posto que inúmeros instrumentos (até mesmo uma caneta) possuem a capacidade de ofender a integridade física de outrem, fato esse que, sem uma descrição legal exaustiva, dá margem à arbitrariedade em desfavor do indivíduo.22 Outro exemplo de violação da legalidade: segundo o art. 2º, § 9º, da Lei nº 12.850/2013 (que define organização criminosa), o “condenado expressamente em sentença por integrar organização criminosa ou por crime praticado por meio de organização criminosa não poderá progredir de regime de cumprimento de pena ou obter livramento condicional ou outros benefícios prisionais se houver elementos probatórios que indiquem a manutenção do vínculo associativo”. Esse artigo viola a legalidade ao estender a vedação a “outros benefícios”, sem a adequada individualização deles e sem a existência, na legislação, de norma que defina seu conteúdo. Trata-se de uma fórmula vaga que dá margem ao abuso estatal e, consequentemente, ao “descolamento da legalidade”.23 Além desses exemplos, outro elemento vago e indeterminado que vulnera o princípio da legalidade é a exigência de “demonstração do merecimento do condenado” para a recuperação do direito à saída temporária (art. 125, parágrafo único, da LEP). Tal exigência deve ser afastada como requisito juridicamente válido, pois dá azo a arbitrariedades e causa insegurança jurídica ao condenado. Como se percebe, o uso de conceitos abertos é medida que traz consigo grave insegurança jurídica, subvertendo a legalidade em nome de uma conveniente discricionariedade. Acertada, pois, a percepção de que “na concepção de Estado de Direito Social, não pode haver espaços juridicamente vazios, todos devem ser fundamentados na lei e na Constituição. Nesse contexto o conceito de relação especial de poder perde sentido. O campo da discricionariedade da Administração diminui. O condenado, o recluso, possui um ‘status’ que engloba direitos e deveres, é um sujeito na relação com o Estado. De qualquer forma, porém, em todos os países em que vigora essa concepção política, ocorreu um atraso na efetivação desses postulados. O princípio da legalidade na execução penal importa na reserva legal das regras sobre as modalidades de execução das penas e medidas de segurança, de modo que o poder discricionário seja restrito e se exerça dentro de limites definidos. Importa também na reserva legal dos direitos e deveres, das faltas disciplinares e sanções correspondentes, a serem estabelecidos de forma taxativa, à semelhança da previsão de crimes e penas no Direito Penal. As restrições de direitos ficam sob a reserva legal, evitando-se uso de conceitos abertos”.24 Também é coerente a constatação de que não pode o magistrado utilizar- se de sua suposta discricionariedade para restringir ou negar um direito com base em entendimentos próprios sobre a finalidade do instituto ou sobre o merecimento do beneficiário, pois quando se tem em mente que a execução penal possui como sujeito principal e razão de ser a pessoa presa, é por ela que se devem pautar as conclusões do magistrado.25 Terceira Função: nullum crimen, nulla poena sine lege stricta (nulo o crime, nula a pena sem lei estrita). Essa função do princípio da legalidade veda o uso de analogia para criar crimes e faltas disciplinares e para aplicar e executar penas ou sanções disciplinares. Analogia significa a aplicação, a uma hipótese não prevista em lei, da disposição relativa a um caso semelhante. No Direito de Execução Penal, a analogia somente pode servir como forma integradora de conceitos, jamais para criar formas de agravar a condição das pessoas condenadas. Também por essa razão, a interpretação de qualquer dispositivo passível de imposição de tratamento penal rigoroso deve ser eminentemente restritiva, não comportando extensões ou analogias em prejuízo do indivíduo.26 Em última análise, afirmar que é nula a pena sem lei estrita significa dizer que, inexistindo previsão legal exata para determinada falta ou sanção disciplinar, não pode a analogia servir em desfavor do acusado. É o que ocorre, por exemplo, na punição por falta grave (a partir da interpretação extensiva ou complementar do art. 50 da LEP) das condutas de possuir, portar ou ingerir bebida alcoólica, achar-se embriagado ou recusar comparecimento perante Oficial de Justiça, para receber ato de citação. As condutas descritas nesse artigo são taxativas, não admitindo qualquer interpretação extensiva ou complementar (cf. STJ, HC 172551/SP, 6ª T., j. 2- 8-2012; HC 119732/GO, 5ª T., j. 15-9-2009; HC 4435/SP, 6ª T., j. 13-5- 1996; HC 108616/SP, 6ª T., j. 6-2-2009). É também o que acontece na punição por falta grave da conduta de possuir, utilizar ou fornecer chips, baterias e carregadores de telefones celulares, quando na verdade o tipo disciplinar do art. 50, VII, da LEP apenas menciona, como objetos, o aparelho telefônico, de rádio ou similar, que permita a comunicação com outros presos ou com o ambiente externo. De fato, não há qualquer menção legal expressa quanto aos acessórios, além do fato de que eles não possuem a capacidade de gerar comunicação por si sós, ou seja, são carentes de potencialidade lesiva sem o respectivo aparelho telefônico. Logo, embora não seja esse o entendimento dominante nos tribunais, deveria ser disciplinarmente atípica a posse, a utilização ou o fornecimento de chips, baterias ou carregadores, quando desacompanhados do respectivo aparelho, em nome do princípio da legalidade. Quarta Função: nullum crimen, nulla poena sine lege scripta (nulo o crime, nula a pena sem lei escrita). A quarta e última função do princípio da legalidade consiste na proibição da criação de infrações penais, faltas disciplinares, penas ou sanções disciplinares pelos costumes (ex.: preso sofre sanção disciplinar por infringir o costume, existente em determinada penitenciária, no sentido de baixar a cabeça diante de uma visita). Na verdade, só a lei escrita pode criar crimes, faltas, penas e sanções disciplinares. Os costumes podem ser utilizados apenas para explicar ou complementar (integrar) o sentido de certos elementos do tipo penal ou disciplinar. Nunca para punir ou agravar a condição das pessoas condenadas ou submetidas à medida de segurança. O princípio da legalidade representa afinal a grande amarra ao discricionarismo na execução da pena, no intuito de, por um lado, obstar a criação de um Direito próprio (dentro do espaço do não direito) às pessoas privadas de liberdade e, por outro, conter as tentações positivistas
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