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Janin, Beatriz El sufrimiento psíquico en los niños: psicopatología infantil y constitución subjetiva - 1a ed. 1a reimp.- Buenos Aires: Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico, 2012. 264 p.; 15,5x22,5 cm. - (Conjunciones) ISBN 978-987-538-312-8 1. Psicoanálisis. 2. Aprendizaje. I. Título. C D D 150.195 Colección Conjunciones Diagramación: Patricia Leguizamón Diseño de tapa: Analía Kaplan Corrección de estilo: Susana Pardo 1° edición, junio de 2011 1° reim presión, abril de 2 0 1 2 © noveduc libros del Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico S.R .L. Av. Corrientes 4345 (C 1195AA C) Buenos Aires - Argentina Tel.: (54 11) 4867 -2020 - Fax: (54 11) 486 7 -0 2 20 E-mail: contacto@ noveduc.com / www.noveduc.com Ediciones Novedades Educativas de México S.A. de C.V. Instituto Técnico Industrial # 234 (Circuito Interior) Oficina # 2 - Planta Alta (Ref: Metro Estación Norm al) Colonia Agricultura. Deleg. Miguel Hidalgo México, D. F. - C. P. 1 1 3 6 0 - Tel/Fax: 53 96 59 96 / 53 96 60 20 E-mail: novemex@ noveduc.com - info@ novem ex.com .mx I.S .B.N. N° 978 -987 -538 -312-8 Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723 Impreso en Argentina - Printed in Argentina mailto:contacto@noveduc.com http://www.noveduc.com mailto:novemex@noveduc.com mailto:info@novemex.com.mx Beatriz Janln El sufrimiento psíquico en los niños Psicopatología infaníiS y constitución subjetiva N QH© W @C2ÍQJC Buenos Aires ® México B e a t r i z J a n i n es Licenciada en Psicología, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Desde 1971 trabaja como psicoanalista con niños, adolescentes, adultos y familias. Es directora de la Carrera de Especialización en Psicoanálisis con Niños de la UCES (convenio con la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires). Directora de la revista Cuestiones de Infan cia. Profesora de posgrado, Facultad de Psicología, UBA. Profesora invitada en semina rios de diferentes hospitales y centros de salud. Profesora titular de la cátedra: Psicología evolutiva: Niñez, Carrera de Psicología UCES. Profesora invitada de la Maestría en Pato logías del desvalimiento de UCES. Ha recibido el premio “Arminda Aberastury”, otor gado por la Asociación Psicoanalítica Argentina, por el trabajo: “Algunas reflexiones sobre el psicoanálisis de niños a partir de la teoría freudiana de la constitución del psi- quismo” (1985). Es miembro pleno de la Sociedad Psicoanalítica del Sur. Ha publicado numerosos artículos sobre temas de psicopatología infantil, técnica psicoanalítica con niños y adolescentes e incidencia de lo social en la estructuración subjetiva, en revistas especializadas del país y en revistas internacionales. Es coautora de Niños desatentos e hipemctivos (Noveduc libros, 2004) y co-compiladora y co-autora de Marcas en el cuer po de niños y adolescentes (Noveduc libros, 2009), entre otros títulos. A mis padres. ff Indlie® I I n t r o d u c c ió n ................................................................................................................................ 9 Ca p ít u l o 1 Avatares de la constitución psíquica y psicopatología infantil .......... 15 C a p ít u l o 2 Diagnósticos en la infancia...................................................................... 33 C a p ít u l o 3 El contexto social ................................................................................. 59 Ca p ít u l o 4 Los niños desafiantes o el desafío de nuestros días............................75 C a p ít u l o 5 El aprendizaje y sus avalares................................................................... 89 Ca p ít u l o 6 . . Fobias, angustias y terrores en la infancia.......................... ................. 127 C a p ít u l o 7 Encopresis y enuresis........................................................................... 149 Ca p ít u l o 8 Patologías graves en la infancia ......................................................... 183 C a p ít u l o 9 Las marcas de la violencia................................................................... 221 Ca p ít u l o 1 0 Las crisis y los n iños........................................................................... 239 B ib l io g r a f ía .................................................................................................257 Introducción ■ ■ Este libro es un intento de transmitir los interrogantes, las cuestiones y cuestionamientos que me he venido haciendo a lo largo de casi cua renta años de práctica psicoanalítica con niños y adolescentes, con res pecto al sufrimiento infantil y sus diferentes manifestaciones. Todos los días, la clínica con niños y con adolescentes me sorprende, porque cada niño trae consigo múltiples historias y preguntas y cuenta de un modo diferente sus infortunios. Una de las cuestiones que preside de algún modo todo el libro es la inquietud por explorar este territorio tan complejo, en el que siempre somos, en algún lugar, extranieros v, a la vez, vieios habitantes. Porque es inevitable reencontrarse uno mismo niño en esos nuevos rostros. Y a la vez sorprenderse por lo novedoso, lo inesperado, como cuando un niño de cuatro años al que escucho por primera vez me dice: “Mi problema es más grande que un dinosaurio”. 9 El su frim ien to psíquico en los niños 8 Beatriz Janin En una época en la que la tendencia es clasificar el sufrimiento, la idea es rescatar la complejidad de la vida psíquica, las vicisitudes de la consti tucion subjetiva y el tránsito complicado que supone siempre la infancia. Indudablemente, sostener el pensamiento complejo se hace difícil y tendemos a ordenar, simplificar, a reducir a leyes claras y distintas lo intrincado y ambiguo de la vida, que siempre resulta inquietante. Pero esa reducción, cuando están en juego los niños, puede ser peligrosa, por que nos vuelve ciegos a la realidad de sus avatares. Entonces, en lugar de rotular, considero que debemos pensar qué es lo que se pone en juego en cada uno de los síntomas que los niños presen tan, teniendo en cuenta la singularidad de cada consulta y ubicando ese padecer en el contexto familiar y social en el que ese niño está inmerso. He tomado algunos modos en los que se manifiesta el sufrimiento psí quico en la infancia con la intención de transmitir un modo de pensar la psicopatología infantil. Ni abarco todas las problemáticas ni supongo que mis reflexiones den cuenta de toda la riqueza del tema. Simplemente, es un intento de mostrar algunas líneas en las que algunas dificultades pue den ser pensadas. En ese sentido, espero posibilitar nuevos desarrollos. El sufrimiento infantil suele ser desestimado por los adultos y muchas veces se ubica la patología allí donde hay funcionamientos que molestan, dejando a un lado lo que el niño siente. Es frecuente así que se ubiquen como patológicas conductas que corresponden a momentos en el desa rrollo infantil, mientras se resta trascendencia a otras que implican un fuerte malestar para el niño mismo. Estoy convencida de que cuando hablo de enuresis o de dificultades en el aprendizaje escolar me refiero a un efecto, producto de múltiples deter minaciones, diferentes en cada niño. De esas determinaciones posibles, múltiples, trata este libro. Pero seguramente, tanto los lectores como yo misma, iremos encontrando otras, en tanto los niños nos vayan señalan do nuevos caminos. Algunos de los capítulos han sido publicados, en una primera versión, en otros espacios. Otros fueron escritos por primera vez. Desde hace muchos años vengo planteando que la metapsicología freu- diana da un eje para construir una clínica con niños que tenga en cuenta la especificidad de esta práctica, sin traicionar los fundamentos teóricos que considero claves para pensar los avatares de la constitución psíquica. Es más, es la conceptualización de esos avatares -de la que Sigmund Freud da las bases y que ha sido desarrollada por psicoanalistas que reto maronsu obra- la que nos permite pensar el trabajo psicoanalítico con niños y la psicopatología infantil. Entonces, los dos primeros capítulos tratan de dar cuenta de la articu lación entre los avatares de la constitución subjetiva y la psicopatología infantil, para centrarme en los capítulos siguientes en algunos temas específicos. Dificultades de aprendizaje, encopresis, enuresis, fobias, psi cosis infantiles, efectos de las crisis y de la violencia, son desarrollados tomando en cuenta el aporte de diferentes-autores y, sobre todo, pensa dos a partir de la propia clínica. La articulación con el contexto social marca el recorrido. El psicoanálisis con niños es una encrucijada, un lugar de entrecruza- mientos v un espacio privilegiado para la investigación. Históricamente, es un lugar de controversias, de discusiones apasiona das, en tanto en la concepción del trabajo psicoanalítico con los niños, en el modo en que se piensan las conflictivas infantiles, se pone en juego toda la teoría psicoanalítica. Hablar de niños en psicoanálisis es hablar de constitución, de desarro llo, de estructuración subjetiva. Remite a la sexualidad infantil, a las pri meras inscripciones y al acceso a la cultura, a los destinos pulsionales pre vios a la represión primaria y al Complejo de Edipo con su estructura ción diferente en niñas y varones. Freud, con el descubrimiento de la sexualidad infantil, rompe con la noción de niño como emblema de ingenuidad y pureza. Con la concep tualización del aparato psíquico, define una estructuración signada por vivencias en las que los otros que realizan la acción específica, de los que el niño depende, son fundamentales. Considero que el niño puede ser definido como un psiquismo en estructuración, estructuración signada por otros, en un devenir en el que los movimientos constitutivos, fundantes, se dan desde un adentro-afue- ra insoslayable. | In troducció n jj Si algo espero que quede absolutamente claro a lo largo del libro es la peculiaridad de cada consulta. Peculiaridad que nos lleva a definir en cada caso con quién, cómo y cuándo intervenir. En esta época, el psicoanálisis es una teoría y una práctica que subvier te lo ya dado en una sociedad en la que la cotidianidad está tomada por las urgencias, la eficiencia, y en la que se suele recurrir a la vía más corta para acallar los síntomas. Escuchar el sufrimiento de niños y padres, dejar que se desplieguen historias, entender los síntomas como un llamado, un grito a decodificar, es lo que quiero transmitir. Si bien este libro está escrito por mí, es a la vez una obra colectiva, pro ducto de la colaboración de muchas personas y de muchas historias. La mía, la de mis pacientes y alumnos y la de colegas con los que comparto ideas e interrogantes. Sin el intercambio con colegas, sin el apoyo de mi familia, sin mis pacientes, mis alumnos y mis maestros, no hubiera podi do ser. Por eso, quiero agradecer especialmente: A mi familia, por el amor mutuo y el intercambio cotidiano de afectos y pensamientos. A mis amigas y amigos, por compartir los avatares de la vida. A mis pacientes, por el recorrido compartido. Y muy especialmente, a los niños que se analizaron y se analizan conmigo y a sus padres. Sin ellos, nada de esto hubiese sido posible. A mis alumnos, que me enseñan mucho más de lo que puedo transmi tirles, por sus preguntas e inquietudes y por compartir conmigo las difi cultades de la clínica psicoanalítica. A mis maestros, los presenciales y los de los libros, por todo lo que me transmitieron. A todos los docentes de las Especializaciones en Psicoanálisis con Niños y en Psicoanálisis con Adolescentes de UCES y APBA, por su estí mulo permanente, porque me vienen ayudando a precisar problemas y a investigar distintos temas y porque hemos construido un espacio com partido de debate y reflexión permanente. | El su frim ien to psíquico en los niños e Beatriz Janin | In troducció n | | A los colegas y profesionales de diferentes disciplinas (neurólogos, psi quiatras, pediatras, psicopedagogos) del forumadd, con los que creamos un espacio de lucha contra la patologización y medicalización de la infan cia, porque son un incentivo cotidiano para replantear la práctica y tran sitar nuevos caminos. A Gabriel Donzino y a Mabel Rodríguez Ponte, por haberme ayudado a revisar algunos capítulos con una lectura crítica e inteligente. j €apítuS@ I .L j r ;_ ‘j A v a t a r e s d e l a c o n s t i t u c i ó n PSÍQUICA Y PSICOPATOLOGÍA IN FA N T IL Consideraciones generales sobre la nosografía psicopatológica ante la complejidad de la clínica con niños Consultan por un niño. Se despliegan historias, y el consultorio se pue bla de recuerdos, fantasmas, ilusiones perdidas, reproches... y nos piden que pongamos un nombre: un diagnóstico, es decir, un cartel que seña le a ese niño como portador de tal o cual patología. Lo que molesta debe ser delimitado, clasificado. Hay sufrimiento. Pero, ¿qué molesta de un niño? y ¿quién o quiénes sufren? Son los padres, muchas veces, los que dictaminan que un tipo de fun cionamiento es patológico. Pero son ellos, a la vez, los que erotizan, prohíben, son modelos de identificación, portadores de normas e idea les, primeros objetos de amor y de odio, transmisores de una cultura. Sus El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin deseos, sus modos defensivos, sus normas superyoicas, sus terrores tie nen un poder estructurante sobre el psiquismo infantil. Aparato psíqui co en constitución, el niño va armando diferentes modos de reacción frente a los otros, diferentes modos de defensa frente a sus propias pul siones. Va estableciendo modos privilegiados de conseguir placer, va consolidando lugares. Cuando alguien es concebido, ya entra en una cadena de representa ciones en la que va a ocupar un eslabón. Así es soñado por otros: “que sea... aquello que no pude ser; pero también lo que mi padre esperó de m í y yo no cumplí, o lo que mi madre y mi padre esperaron de sí mismos, o mis abuelos de mi padre o de mi madre... ̂ con frases: aserá un gran científi co, será bailarina, será muy travieso.. .” Pero también: cces una muñeca, es un ratoncito, es para el hermano, es para la abuela.. .” Enunciados que denuncian y encubren complejas historias de varias generaciones. ¿Cómo se pasa de ser un eslabón en una historia ajena a tener una his toria propia? El niño es, de entrada, incluido en un universo de pasiones y prohibi ciones. Es acariciado, mirado, hablado por otros. La madre1 ejercerá un poder casi absoluto al abrir recorridos de placer y displacer, al otorgar sen tido a su llanto, movimientos, gestos, al determinar qué satisfacciones están permitidas. Ella dice lo que él necesita, desea, siente. Le impone al niño una elección, un pensamiento o una acción, a partir de sus propios deseos, identificaciones e ideales, pero teniendo en cuenta a la vez las necesidades del niño. Esto que permite que el niño se humanice, que sus urgencias cobren sentido humano, también implica la posibilidad de un exceso de violencia, de una imposición a ultranza de la voluntad materna, de una imposibilidad de reconocer que ese otro es alguien diferente a ella, alguien que crece y va teniendo voz propia, que la función de prótesis del psiquismo materno va variando en los diferentes momentos de la consti tución psíquica.2 ¿Cómo reconocerse como alguien si se es concebido como un pedazo de otro? ¿Cómo ligar las diferentes zonas erógenas si son parte del cuerpo materno? El semejante que instaura un “plus de placer” en la satisfacción de la necesidad, que posibilita la vivencia calmante frente a la irrupción del A vatares de la constitución psíqu ica... dolor, tiene una función ligadora, inscriptora. Pero, si a la tendencia del psiquismo infantil de evitar todo displacer, se le suma el predominio del rechazo desde el otro, el displacer se trueca en dolor y el dolor en terror insoportable, con lo que seestablece un circuito tanático desinscriptor y desligador. La erogeneización del cuerpo puede transformarse en excita ción lacerante que posibilita la fragmentación autoerótica, quedando tra zado un camino de aversión a investir la imagen mnemónica vivida como hostil. Y la representación unificada del cuerpo puede estallar registran do un conjunto de zonas equivalentes entre sí. Cuestiones que nos lle van a pensar las patologías graves. Pero también hay dificultades para representar psíquicamente, para sim bolizar, cuando el niño queda ubicado como tacho de basura de angustias no tramitadas de sus padres y denuncia con su cuerpo el estado psíquico de aquellos, como en los cuadros psicosomáticos y en algunas oligotimias, cuando no hay espacio para un pensar diferente al materno. La clínica suele cuestionar todos los intentos de “encuadrar” los diver sos modos del sufrimiento infantil. “Neurosis”, “perversión”, “psicosis”, resultan insuficientes por la extensión y complejidad de la problemática. Es por ello que, sin desconocer la importancia de los grandes cuadros, creo que es fundamental pensar las fallas en la estructuración del psiquismo, las características peculiares de la patología en un aparato psíquico que está en vías de constitución y la incidencia de los otros en esa estructuración. Quizás una primera cuestión a considerar sería: un mismo trastorno (o síntoma) puede aparecer en estructuras psíquicas muy diferentes. Es decir, no hay correlación entre el síntoma y la estructura. Hay vías que se abren en estructuras en constitución. Así, un problema como la “falta de atención” puede estar ligado a un proceso de duelo, a una retracción en la fantasía, al predominio de la desmentida o a dificultades en la consti tución de la pulsión de ver, entre otras posibilidades. En principio, los niños nos patean el tablero. Cada vez que intentamos organizar lo que les pasa en cuadros, rompen los cuadros. Cada vez que tratamos de ubicarlos en una estructura, muestran una faceta que deses tructura todo y nos desestructura. Para peor, consultan por uno y vienen varios, y suelen presentar dificultades que involucran cuestiones tan bási cas como hablar, caminar, controlar esfínteres... Viejos interrogantes que nos exigen hoy más que nunca reflexionar sobre ellos. Las consultas son frecuentemente por patologías graves y nos encon tramos con niños que fluctúan entre momentos de desconexión y episo dios de estallido indiscriminado; o con otros aparentemente dóciles y tranquilos, pero que ño acceden al aprendizaje de la lecto-escritura; o con niños con mutismo selectivo, o supuestos hiperactivos, o los que pre sentan enfermedades psicosomáticas, o fobias graves, o que sostienen dificultades en el control de esfínteres, o retrasos importantes en el desa rrollo. Así, los niños que no juegan o que no establecen relación con los otros, o que no responden a normas, o que no aprenden, nos imponen la necesidad de pensar todas estas cuestiones, de afinar los conocimien tos teóricos para animarnos a abordar seriamente todos estos trastornos. Si pensamos que nuestra meta es trabajar en la dirección de Eros, lo que implica tender a una complejización creciente, deberemos pensar desde la diversidad de las problemáticas. El predominio de Eros o de Tánatos, en tanto no lo consideremos como innato, será a su vez resultante de una historia que es siempre his toria vivencial. Así, podemos decir que la madre es fuente de la pulsión de vida, de la vitalidad del hijo. Desear, sentir, pensar, pueden sufrir diversas vicisitudes en una historia de pasiones. Entre otras, el dolor excesivo puede determinar una deses timación del sentir mismo, una expulsión del registro afectivo o, en otros casos, una desmentida del pensamiento doloroso. Así también, cuando la organización yoica tambalea porque no hubo un otro sostén y continen te con quien identificarse, el niño puede vivir sus deseos como peligro sos y esto manifestarse a través de un “deseo de no deseo” . LO S CAM INOS DE LA SUBJETIVACIÓN El aparato psíquico no está constituido de entrada. Las pulsiones sexuales, el yo, las defensas, el superyó y el ideal del yo se constituyen ,en una historia vincular. | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin ¡ A vatares de la constitución psíqu ica ... Se nace con la tendencia a descartar, a arrojar de sí, todo aquello que perturba. Esta “tendencia al cero” o Principio de Nirvana, se transforma rápidamente en Principio de Constancia, en la medida en que hay ins cripciones, restos de vivencias. Ese psiquismo que tiende a descartar cual quier estímulo es marcado por vivencias de placer que dejan rastros, hue llas que de ahí en más motorizan el aparato y frenan la tendencia al cero. Es decir, lo que deja marcas, huellas mnémicas, inscripciones que se van anudando y reorganizando, son las vivencias, mucho más que los sucesos “en sí”, entendiendo por vivencias el modo en que los hechos se inscriben y se ligan en cada uno. Este modo de inscribir y ligar va a estar determi nado por las características de las pulsiones en juego, las defensas predo minantes y el tipo de pensamiento que opera en ese momento. Es decir, el mismo hecho puede ser vivenciado de un modo diferente de acuerdo con el momento de estructuración psíquica en el que se encuentre el niño, con la historia previa y con el estado anímico de los que lo rodean. El niño nace con ritmos biológicos (ciertas secuencias de sueño y de hambre), pero es en el vínculo con otro que se van construyendo ritmos psíquicos. La madre tiene a su vez sus propios ritmos. Y es en el entre- cruzamiento entre ambos que algo nuevo se va construyendo. La madre, desde la flexibilidad que le va dando la relación empática con su hijo, va teniendo en cuenta los ritmos de aquel, armando un espacio compartido imprescindible para que prime el principio del placer, una conjugación que permitirá luego armar melodías. ¿Cuántas veces tenemos que comen zar a instaurar con un niño esos primeros ritmos? A través de los cuidados maternales, en esa intrincación entre la nece sidad y la caricia del otro se van construyendo recorridos de placer-dis placer. Pero debemos tener en cuenta que cada madre erogeneizará de acuerdo con su propio mapa erógeno, con su propia historia de placeres y prohibiciones. Las diferentes zonas del cuerpo pasan a ser representadas de un modo particular. Boca-pecho-placer-incorporación forman una cadena repre- sentacional que se va a ligar a otras. En el recorrido de caricias, se van abriendo las zonas erógenas. Es decir, algunas zonas del cuerpo cobran un valor erótico particular. El sufrim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin El cuerpo va siendo erogeneizado, se abren surcos, zonas privilegiadas del placer. Las zonas erógenas funcionan en forma independiente unas de otras. ¿A quién hablar en este universo de ritmos en el que las palabras son ruido? Y si los recorridos de deseos se van conformando en la rela ción con los padres, ¿es en ellos en quienes encontraremos las determi naciones inconscientes? Universo de ruidos, caricias, miradas, sensaciones propioceptivas, ciné ticas y quinestésicas... en las que el niño registra los afectos maternos y no puede diferenciarlos de los propios. Así, el amor materno es vivido como fusión con el otro, y el rechazo materno, como un rechazo a sí mismo. Signos perceptivos, restos de caricias, de olores, de sabores, que se con jugan de un modo particular. Estas primeras representaciones son ins cripciones que se enlazan por simultaneidad (por ocurrir en un mismo momento) y luego por contigüidad (una después de la otra), y que exi gen un trabajo al servicio del principio del placer. La alucinación primi tiva, primer movimiento psíquico, señala la eficacia de estas huellas al pre- sentificar el objeto perdido. Así, se van abriendo caminos de deseos, recorridos que se transitarán infinitas veces, en una búsqueda permanente.Motores de la vida, los deseos acicatean e insisten, intentando reproducir el placer perdido. Pla cer que alguna vez tuvo lugar y que dejó una huella, tan irrepetible como idéntica, que se transformó en exigencia de reencuentro y que, por ende, puede promover nuevos placeres. Pero no sólo hay vivencias de placer, sino que hay otro tipo de viven cias: las de dolor (tratadas por Freud fundamentalmente en el Proyecto de una psicología para neurólogos), que dejan otro tipo de marcas. Lo que quedan son caminos de arrasamiento psíquico que, “como la marca del rayo”, quiebran conexiones. Inscripciones que llevan a la huida, a la desin vestidura del objeto mnemónico hostil, al vaciamiento representacional. Dice Freud: ccQue el dolor vaya por todos los caminos de descarga es fácil mente comprensible. Según nuestra teoría (a saber, que Qcrea facilitación), el dolor deja como secuela en psi unas facilitaciones duraderas, como tras pasadas por el rayo; unas facilitaciones que posiblemente cancelan por com j A vatares d e !a constitución psíqu ica... pleto la resistencia de las barreras-contacto y establecen ahí un camino de conducción como el existente en/ P (S. Freud [1895], 1950, 352). Y hay un tercer tipo de vivencias: las vivencias calmantes. Frente al dolor, está la posibilidad de que otro acune, hable, cante, ayudándolo a ligar el estallido y a que la huella ya no deje una tendencia a desinvestir, sino una posibilidad de ligar lo doloroso a otras vivencias. Así, cuando un niño grita de dolor, la caricia o la palabra de otro puede transformar lo insoportable en tolerable, en una representación pasible de ser ligada. Cuando el dolor irrumpe como vivencia terrorífica, cuando no hay modo de ligar por sí mismo lo que siente, aquello que rompe conexio nes y deja un campo arrasado, el que haya alguien que contenga, que ini cie la vivencia calmante, posibilitará que en lugar de la pura tendencia a la desinscripción, en lugar del agujero representacional, se establezcan nuevas redes de representaciones y que se frene el “desagüe de recuer dos”. Pero para esto el adulto tiene que tolerar lo que el dolor del niño desencadena en sí mismo. Es decir, la constitución de redes representa- cionales en el niño está posibilitada por el sostén de un otro que puede construir un espacio psíquico para él. Dijimos que las vivencias van abriendo caminos deseantes y caminos de rechazo. Sensaciones, afectos, pensamientos, se entremezclan y con jugan... Modos del inscribir que van dejando lugar a otro tipo de inscripciones, que se van traduciendo en representaciones-cosa y en representaciones- palabra. Pero para que haya posibilidad traductora, para que los signos percep tivos vayan dando lugar a las otras representaciones, para que el proceso originario dé paso al proceso primario y secundario, deberá haber un adulto que pueda fantasear y pensar, ayudándolo así a traducir esas pri meras inscripciones en otras lógicas. Las representaciones-cosa permitirán otro tipo de enlace, por analogía y causalidad primaria y darán lugar a arborizaciones múltiples. El proce so primario es el nombre de esta otra lógica, en la que un elemento puede tomar todo el peso, todo el valor de otro o de muchos otros. Des plazamiento y condensación son las leyes que rigen el devenir de las representaciones. Si el proceso primario es el modo de funcionar del inconsciente, y los deseos inconscientes son el motor del psiquismo, las representaciones a predominio imagen son la materia de la que está constituido este sistema. Las coordenadas de tiempo y espacio no exis ten en esta lógica, no hay devenir temporal, sino un eterno presente; no hay negación, ni contradicción ni duda, y todo está regido por el prin cipio de placer. Los tres modos de inscripción de los que habla Freud (signo percepti vo, representación-cosa y representación-palabra) suponen traducciones sucesivas que implican reorganizaciones y modificaciones. Si no hay tra ducción, lo inscripto permanece con mayor vigencia. Por el contrario, la traducción permite que el texto original se mantenga, pero que la fuerza de su determinación disminuya.3 Esta posibilidad de traducción, que se da a posteriori, depende de otro. Un niño solo quedaría sujeto a sensaciones que no podrían cobrar senti do o que quedarían en eso: sensaciones y urgencias. Entonces, las vivencias dejan marcas, se inscriben. Son sabores, olores, sensaciones cenestésicas, que van armando redes representacionales. Pero para que tomen ese cariz de pasibles de ser traducidas se necesitará que haya otro que no sólo calme la necesidad y brinde placer, sino que ade más signifique lo vivenciado. Los niños muy pequeños están atentos a los estados emocionales de los otros, sin poderlos comprender como ajenos. Es decir, el niño va armando sus redes representacionales, va constituyendo sus circuitos de pensamiento, en relación con los otros que lo rodean, fundamentalmen te en relación con el funcionamiento psíquico de esos otros. Si los adul tos pueden metabolizar sus pasiones, tolerar sus propias angustias y con tener al niño, le irán dando un modelo que le posibilitará pensar. En este sentido, el otro humano es condición de la posibilidad de discernir, es sobre aquel que el niño aprende a diferenciar bueno y malo, fantasía y realidad y a construir vías alternativas a la descarga directa e inmediata de la excitación. En la medida en que el niño se va pensando a sí mismo como alguien, en que puede ir armando una representación de sí, a partir de la imagen j j El su frim ien to psíquico en los niños 9 Beatriz Janin | 22 ¡ A vatares de la constitución psíqu ica... de sí que le dan los otros, esta organización representacional va a actuar inhibiendo la descarga directa, la tendencia a la alucinación o a la defen sa patológica (la expulsión de la representación). La capacidad para registrar los propios sentimientos se da entonces en una relación con otros que a su vez tienen procesos pulsionales y estados afectivos. Pero los padres deben sentir su propia vitalidad, registrar su propio empuje interno y sus sentimientos, para significar los afectos del niño y sus deseos. Siguiendo los desarrollos de Piera Aulagnier, podemos decir que los pic- togramas de fusión y de rechazo son dos modos muy primarios de repre sentar las sensaciones, los afectos, a sí mismo y al otro, líneas directrices, esbozos que podrán organizarse de diferentes modos. Así, el pictograma de fusión es una representación en la que entre psique y mundo hay atrac ción mutua y placer, mientras que en el pictograma de rechazo cuerpo y mundo se revelan como causa de sufrimiento, lo que deriva en odio y deseos de aniquilamiento del cuerpo y del mundo (P. Aulagnier, 1977). La madre le ofrece al niño un mundo ya codificado por ella, peculiar lectura del mundo que se transmite a través de palabras, gestos y mira das. E interpretará el llanto del niño de acuerdo con sus propios registros y con su propia historia. Diferentes lugares podrán serle otorgados. La madre se puede identifi car con la propia madre o con el niño. Y el niño puede quedar ubicado en la fantasmática materna como hijo incestuoso de su padre, como hijo de su propia madre, como reedición de sí misma o como otro nacido de un vínculo exogámico. Puede ser vivido como alguien para el que se sueñan proyectos o puede ser parte del proyecto materno. Él lo podrá todo, lo que lo lanza a un futuro. Pero también él ya lo es todo, ya lo puede todo. Es “his Majesty the baby” y esta adjudicación de poder pone al descubierto el narcisismo parental en juego en la relación con el hijo. Hijo que se constituye como yo ideal, identificado con la imagen omnipotente de los padres. Ser mara villoso para uno mismo sería imposible sin la certeza de ser “la octava maravilla” para ese otro, único y perfecto (en la fusión madre-padre). Así, idealizado por padres a los que idealiza y de los que se diferencia sólo por momentos(cuando predomina el odio), el niño se hace soporte del nar cisismo de los padres. Encamar el ideal de perfección y omnipotencia, serlo todo para el otro, he aquí una meta que reaparecerá a lo largo de la vida, particularmente en las relaciones amorosas. Esta constitución narcisista, el amor a sí mismo, fundado en una idea totalizadora de sí, proveniente de otro, es una pieza clave en el juego vida-muerte. Entonces, por identificación primaria se constituye un yo (el yo de pla cer purificado) que, regido por el principio de placer, no se diferencia cla ramente del funcionamiento pulsional, si bien implica un primer grado de organización de las sensaciones corporales. En ese sentido, este yo va en el sentido de las pulsiones, es agente de las pulsiones, pero se opone a ellas por ser una organización. Como “yo corporal” implica la articula ción de las zonas erógenas y a la vez se funda en una identificación pri maria en la que se “es” el otro. El “amor” es acá incorporación de lo placentero. Lo displacentero es arrojado fuera de sí en un movimiento en que un mundo exterior, hos til, se va constituyendo. Pero el hambre no puede ni satisfacerse alucina- toriamente ni ser desconocido. Así las pulsiones de autoconservación, junto con aquellas que siendo sexuales no se satisfacen autoeróticamen- te, demandan un objeto y se constituyen en esos movimientos-destinos pulsionales que son la vuelta sobre sí mismo y el trastorno hacia lo con trario, obstaculizan el funcionamiento de este yo producto de la sensa ción, organización de huellas mnémicas. Decimos que se constituye por identificación primaria. Es decir, hay desconocimiento del otro, pero está posibilitado por otros. Que este universo regido por el placer-displacer se abra al juicio de existencia, supone que las pulsiones antes mencionadas, así como sus des tinos, pueden empezar a recortar un objeto como existente más allá del placer y el displacer. Y son también los adultos los que, a través de actos cotidianos producto de un funcionamiento a predominio del principio de realidad, inciden en esa apertura. ¿Es posible entonces operar sobre esa estructura, cuando no hay salida del Yo del placer purificado, sólo desde el niño? | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin A vatares de la constitución psíqu ica... El yo de placer purificado se constituye por identificación primaria en una triple conjunción: 1) a la imagen idealizada de la madre, a ese otro- espejo organizador, gestalt que se anticipa a 1a. representación unificada de sí (como afirma Lacan en el estadio del espejo); 2) a la imagen que los padres le devuelven. Es decir, al mirarse en los ojos de la madre, tal como plantea Winnicott, el niño se ve en la imagen que ella le devuelve de él; esa mirada será fundamental en la representación que el niño forje de sí mismo; 3) a la representación que él puede forjarse de sus padres (padre- madre acá indiferenciados) en función del modo en que ellos se ven a sí mismos (la imagen de sí que le transmiten, mediada por la mirada del niño). Así, un padre depresivo será un espejo peculiar en el que el niño se verá reflejado. Se forma así una imagen de sí en la que quedan sobreimpuestas repre sentaciones de otros (antepasados, figuras significativas, etc.) a través de las cuales el niño recibe un determinado “ser” . Esto puede inducirlo a un funcionamiento acorde con aquello que le es adjudicado. Pero la identificación primaria es un proceso constitutivo, estructuran te de la instancia del yo y, como tal, queda incorporada a su organización estable. Se trata de una incorporación “sintomal silenciosa”, es decir que lo que se conforman son rasgos de carácter y los trastornos que se deri van no son producto de transacciones ni remiten a un contenido oculto. El niño queda atrapado en el “ser” que los otros le proponen. No puede oponer enunciados identificatorios propios a los que se proyectan sobre él. Queda inerme frente a ese ser identificado como: “el terrible, el genio, el malvado...” en tanto no puede apelar a otras representaciones de sí. A la vez, por el tipo de lógica predominante, supone el rasgo como totalizador. O sea, queda apresado en ese calificativo que lo identifica como si fuera el único rasgo. Esto nos plantea el problema de los diag nósticos tempranos, que terminan operando como sellos que lo identifi can (“es un trastorno bipolar o es un déficit de atención”), impidiendo transformaciones. Si un niño debe tener valor fálico, ser maravilloso para los padres, un déficit en el caudal de libido idealizadora acarreará una organización defectuosa del yo como yo ideal. Y una estructuración narcisista endeble requerirá permanentemente un funcionamiento defensivo para sostener se. Así, dice Green: “los narcisistas son sujetos lastimados; de hecho, caren- ciados desde el punto de vista del narcisismo. A menudo la decepción cuyas heridas aún llevan en carne viva no se limitó a uno solo de sus padres, sino que incluyó a los dos” (A. Green, 1986, 18). A la vez, será imprescindible que el niño pueda ir tolerando fracturas narcisistas. Golpes al narcisismo que resultarán imposibles si los padres no pueden soportar la caída de “su majestad” al rango de niño, semejante a otros niños, si los padres se sostienen a sí mismos a través de ese hijo supuestamente ideal y se consideran a sí mismos como posibilitadores de todos sus placeres. Muchas veces, el decirle “no” a un hijo implica reco nocer los propios límites, las propias dificultades, y eso es intolerable. Así, durante toda la primera infancia, el yo que reina será el yo de pla cer, ya no purificado (ideal), un yo que por ser una organización se opone al devenir pulsional, pero que va en el sentido de las pulsiones y en el que predomina el principio del placer. Sería el yo del “yo quiero” . Es en este trayecto que las palabras, que en un principio fueron ruidos y fueron tratadas como cosas, se inscriben como esbozos de representa ciones preconscientes. Ello y yo comienzan a diferenciarse más nítida mente. Aparece el juego imitativo, el pensamiento cinético, es decir, aquel que recuerda a través de la acción. Punto importante a tener en cuenta cuando observamos los movimientos de un niño. Memoria motriz, tiem po del juego como alucinación motora, rápido pasaje del deseo a la acción, ¿es posible interpretar cuando los deseos no han sido reprimidos o lo que hacemos es prestar palabras a ese accionar, teniendo en cuenta que acción, gesto y palabra deben ser coherentes para que la intervención tenga efecto ligador? Del predominio de la zona erógena oral se pasa a la prevalencia de la organización anal. Se reorganizan las inscripciones, cuyo enlace es ahora por analogía y causalidad primaria. En el camino de fracturas del cerra miento narcisista, el control de esfínteres es efecto de la posibilidad inhi bitoria del Yo y de su mayor dominio motor. Dominar, ser dominado, dominarse, son pruebas de poder de un Yo que está más recortado del Ello y que puede inhibir el devenir pulsional por amor a los padres y por | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz janin | A vatares de ¡a constitución psíqu ica ... temor a su castigo. Pero aún son los padres los que ponen los límites a la satisfacción pulsional, de acuerdo con lo que posibilita su propia consti tución psíquica. Acción y palabras entrelazadas; límites externos a los deseos, un Yo que es un “Yo quiero”, ¿en qué estructura hacer consciente lo inconsciente? En tanto las vicisitudes pulsionales previas a la represión primaria (la vuelta contra sí mismo y la transformación en lo contrario) son vueltas de la pasividad a la actividad y viceversa, así como trastoca- mientos del lugar del sujeto, están en gran medida determinadas por las respuestas de los otros. En esta etapa, el pensamiento es mágico y animista. En Tótem y Tabú, Freud dice: ccSi el juego y la figuración imitativa contentan al niño y al primitivo, ellono es un signo de modestia tal como nosotros la entendemos, ni de resignación por discernir ellos su impotencia real, sino la consecuen cia bien comprensible del valor preponderante que otorgan a su deseo, de la voluntad, que de él depende, y de los caminos emprendidos por ese deseo”. Y después: ccEn el estadio del pensar animista no existe todavía oportu nidad alguna de demostrar objetivamente el verdadero estado de cosas; esa oportunidad se presentará sin duda en estadios posteriores, cuando aún se cultivan tales procedimientos, pero ya se ha vuelto posible el fenómeno psí quico de la duda como expresión de una inclinación a reprimir” (S. Freud [1913], 87/88). Inclinación a reprimir que marca el pasaje a la fase fálica. Las representaciones se reorganizan según nuevas categorías. La opo sición actividad-pasividad da lugar a otra: fálico-castrado. El tipo de pen samiento sigue siendo animista. Las explicaciones que se dan a las incóg nitas que les plantea la realidad recorren las vías de los deseos y las viven cias. Las teorías sexuales infantiles son una muestra de ello, al mismo tiempo que denuncian una mayor organización del pensamiento. El yo lucha por mantener su lábil coherencia desmintiendo la realidad de las diferencias sexuales. Cuando esto se torna obstáculo para el desa rrollo de la curiosidad sexual e impide la constitución de la pulsión de saber, ¿es posible modificar esta estructura sólo desde el niño? Ataque al narcisismo, la castración sólo podrá ser aceptada si lo visto se liga con lo oído, dando lugar a una nueva estructuración. La represión primaria comienza a mostrar sus efectos, aunque su labor culminará más tarde. Aparecen los primeros indicios de la unificación de las pulsiones parciales cuando el conjunto de aspiraciones se dirigen hacia una persona única en la elección de objeto incestuoso. Amor y odio se distancian, mientras que las organizaciones anteriores se caracterizan por la ambivalencia. Las primeras represiones de mociones pulsionales pue den provocar ataques de angustia, en tanto el yo se enfrenta a los deseos incestuosos que aparecen como contradictorios y peligrosos y que ame nazan con desorganizarlo. Represiones tempranas, que pueden resultar excesivas, desmentida de la diferencia sexual junto a un pensamiento más estructurado, fantasías, juego dramático...; el quehacer del analista ¿tendrá que ver con darle palabras a aquello que nunca las tuvo y, al mismo tiempo, analizar en los padres la reactualización de sus propios deseos edípicos? Con el naufragio del Complejo de Edipo, la represión primaria culmi na, el superyó se instaura, el yo se constituye como yo de realidad defini tivo. Pero la latencia no es homogénea, y los padres de la infancia, cuyos rasgos han sido internalizados, siguen operando como figuras reales. A la vez, no todo está determinado en la infancia. La pubertad es un momento reorganizador y puede traer sorpresas. Pienso que no hay ni continuidad lineal ni creación absoluta, sino que la adolescencia posibilita nuevas vías, nuevos recorridos, nuevas imágenes de sí y de los otros, pero que esto a su vez se construye sobre lo ya ins cripto. Es decir, las determinaciones no son lineales, sino complejas. ¿Qué ocurre en la pubertad con las primeras inscripciones, las sensa ciones y desarrollos de afecto no pasibles de ser traducidas, que queda ron como “tendencia a”, esforzando recorridos? Las inscripciones originarias, como el predominio del pictograma de rechazo, con el consiguiente rechazo a sí mismo, o el predominio del pictograma de fusión, no se expresan directamente, pero son el fondo sobre el cual, cuando la “movida” adolescente irrumpe, se despliegan las pasiones. La prevalencia del pictograma de rechazo puede llevar a un no querer desear, a un rechazo a todo deseo. Se sostiene como único el deseo de | El su frim ien to psíquico en los niños ° Beatriz Janin ¡ A vatares d e la constitución psíqu ica ... que nada cambie, que todo se mantenga idéntico a sí mismo. Cualquier otro anhelo, en tanto implica una búsqueda de placer, quiebra este desig nio mortífero y es rechazado. Esto, pensado en la pubertad, lleva a un conflicto importante, porque... ¿cómo lanzarse a la aventura de buscar nuevas posibilidades si el deseo mismo es peligroso, si lo único que se busca es el silencio de la nada? Y muchas veces, frente al estallido pulsional desbordante, el púber, que no sabe qué hacer con tanto alboroto interno, con su cuerpo cambiante, con sus identificaciones que son propias y ajenas a la vez, puede buscar caminos complejizadores, armar novelas, crearse familias sustitutas y pie les nuevas, pero también puede intentar expulsar de sí todo dolor, toda pasión, todo empuje y toda identificación que le recuerde a aquellos de los que se quiere diferenciar. Si las primeras inscripciones son fundamentalmente sensoriales, corpo rales (ya hablemos de los signos perceptivos o de los pictogramas), ¿qué ocurre con ellas cuando lo que cobra otra dimensión es la representación del cuerpo, cuando éste pasa a tener nuevas sensaciones? Inscripciones sensoriales, ligadas al placer o al displacer, significadas o no, traducibles o no. Y también otro tipo de inscripciones, aquellas que remiten a un vacío, a la irrupción de lo no dicho, a la marca de lo que rompe las tramas. Inscripciones de lo no-inscripto, aunque parezca paradójico, de aguje ros representacionales. Por otra parte, sabemos que el modo en que estas marcas se articulen está determinado por una transmisión que permite un marco en el que las escenas se arman. Lo enigmático, lo que no fue puesto en palabras porque tampoco las tuvo para el adulto, aquella irrupción de la sexualidad adulta que el niño registró, pero que no pudo tramitar ni traducir, las marcas de las pasiones de los otros, indicios de sus deseos sexuales y hostiles, que lo dejaron en un estado a veces deseante, a veces de excitación ni siquiera pasible de ser traducida en fantasías, deja marcas. Marcas que en el fragor de los cam bios puberales se derivan en actuaciones, adicciones, pura descarga de lo no tramitado o, también, en inhibiciones y prohibiciones. El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin Son las huellas de lo que permaneció idéntico a sí mismo, enterrado. Esa especie de cuerpo muerto que se mantuvo durante años, intocable, al reactualizarse los deseos incestuosos, al cobrar otra dimensión las sen saciones y reorganizarse el mundo fantasmático, puede reaparecer en una dimensión trágica. Dimensión de lo mortífero que irrumpe en la adoles cencia en el entrevero de sexualidad y muerte. Pero también está la posibilidad de que lo enigmático, lo no traduci do, pueda ser retomado y se le otorgue un nuevo sentido, que no se le dio en su momento, y que vivencias de la adolescencia den forma, fan- tasmaticen, algunas marcas de la infancia, abriendo nuevas posibilidades. Es decir, suele haber movimientos transformadores... Porque cuando se pueden construir recorridos deseantes, el adolescen te se abre al mundo y puede ser precursor, portador de novedades, hace dor de la historia. Y esto me parece fundamental: si las inscripciones primordiales dieron lugar a sucesivas traducciones, ya sea en forma de fantasías o de pensa mientos, y permitieron construir recorridos deseantes, ese adolescente tiene facilitado el camino para sostener proyectos. Es casi inevitable que haya regresiones a modos de funcionamiento más tempranos. Las modalidades orales y anales suelen predominar (de hecho, los adolescentes suelen ser “anales” en su forma de vestirse y en su voca bulario), pero también puede aparecer la regresión al vacío, a los aguje ros que dejó la historia, a la desobjetalización de la pulsión, que la torna mortífera. Momento en que, nuevamente, como en la infancia, el papel de los adultos es fundamental. En este sentido, es interesantísimo pensar en el esfuerzo que tiene que hacer el niño pequeño para organizarsus percepciones, para organizar el mundo y cómo, siguiendo a Winnicott, sabemos que depende absoluta mente del entorno, pero que es fundamental que él suponga que ese entor no tiene algo de creación suya. Pero ¿qué ocurre con esto en la adolescen cia? Cuando el adolescente, que también depende del entorno, odia esa dependencia, cuando quiere arrojar de sí todo lo que le recuerde la depen dencia, puede intentar expulsar y matar aquello que se ha hecho carne en j A vatares d e la constitución psíqu ica... él. Por eso es tan importante con los adolescentes que haya un entorno que les permita creerse, por momentos, hacedores de su propio mundo. Igual que en la primera infancia, el adulto tiene que estar y no estar, estar cerca, pero no abrumar, permitir ese espacio en el que se pueda crear. Y si aquello que lo constituyó como primeras marcas identificatorias estuvo signado por el rechazo, cuando el adolescente se tiene que des prender de ese o esa que era y a la vez seguir siendo el mismo, en esa con tinuidad y discontinuidad que marca la relación del yo consigo mismo a través del tiempo, ¿cómo hacerlo sin desgajarse, sin rechazar o expulsar pedazos de sí? Podemos afirmar que no se pueden hacer predicciones, que nada está jugado de antemano y que la adolescencia es una nueva oportunidad. Pero será más fácil soportar los embates pulsionales y los del mundo cuando la estructuración psíquica ha sido sólida, cuando las inscripciones tempranas no han quedado como líneas directrices sin salida, sino que han podido ser, siempre parcialmente, traducidas a otros idiomas, a otros modos del representar. Si alguien está conectado con sus propias sensaciones, con su funcio namiento pulsional, con sus afectos, si pudo armar fantasías transforma doras, si las identificaciones que lo constituyen no están signadas por el rechazo, podrá tolerar mejor ser “otro” siendo el mismo, soportará ese momento en que se es un ensamblaje de pedazos de otros sin sentir que para ser alguien, diferente a los que lo rodean, tiene que expulsar peda zos de sí mismo. Cuando lo que prima es la tendencia ligadora y complejizadora, el pasaje se podrá tramitar con menor sufrimiento. Este desarrollo, historia de estructuraciones y reestructuraciones, nos muestra, en principio, que un niño es un psiquismo en constitución y que sus actos, afectos y pensamientos no pueden ser interpretados con forme a nuestras propias constelaciones psíquicas. Es que, si previo a la represión primaria no podemos encontrar sínto mas que sean efecto del retorno de lo reprimido, si el proceso secunda rio y el Prcc como sistema no se han estabilizado, si las asociaciones que rigen el pensamiento son por analogía y por contigüidad, tenemos que reformularnos la psicopatología y plantearnos un abordaje específico. | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz janin N o t a s 1. Entiendo por “madre” a quien desempeña la función materna. 2. Piera Aulagnier define violencia primaria y violencia secundaria, sosteniendo que, si bien la primera es una violación del espacio psíquico del niño, es una oferta de signi ficación imprescindible en el proceso de humanización, mientras que la secundaria implica un abuso de poder, una interpretación de toda manifestación del niño que no tiene en cuenta ni sus avatares ni sus cambios, lo que resulta un exceso para el fun cionamiento del yo (La violencia de la interpretación). 3. Cuando un texto se traduce, puede ser leído por mucha más gente, lo que lo hace más accesible, pero también transforma el original en menos imprescindible. A la vez, entre el texto original y la traducción siempre hay diferencias, agregados, distorsiones inevitables, debidas a las diferencias de las lenguas. Esta comparación nos puede ser vir para pensar lo que ocurre en la traducción de las representaciones-cosas y las repre sentaciones-palabra, si bien en este caso la diferencia es mucho más radical. ; Capítulo 2 i D i a g n ó s t i c o s e n l a i n f a n c i a Si hay un psiquismo en constitución, no se pueden plantear “cuadros” fijos, lo que implicaría coagular el movimiento, sino pensar qué conflic tivas están en juego, tanto intrasubjetivas como intersubjetivas y qué se repite en una historia que excede al niño mismo. Y esto en un recorrido estructurante y reestructurante. ¿Cómo pensar en el niño sin preguntarse por la estructura psíquica de los padres y cómo pensar sus dificultades sin tener en cuenta su modo particular de funcio namiento psíquico, las leyes que rigen su psiquis y la cuota de azar que se da en qué y cómo se inscribe lo vivenciado? Es por esto que pensar las causas de las dificultades infantiles nos remi te a la complejidad de las determinaciones, a lo aleatorio de la constitu ción subjetiva y a las múltiples posibilidades que debemos tener en cuenta. Y esto es lo contrario a lo que se hace cuando se ponen “sellos” en lugar de develar conflictos. Es muy importante detectar dificultades tem pranamente para poder operar sobre ellas, pero eso no implica dar diag nósticos de por vida ni suponer causas únicas y generales para cada sín toma. Es decir, detectar patología es diferente a colgar un cartel, a plan tear un trastorno como un sello inmodificable. Ya Freud planteaba, en Inhibición, síntoma y angustia-. ccEs muy de lamentar que siempre quede insatisfecha la necesidad de hallar una Ccausa última* unitaria y aprehensible de la condición neurótica. El caso ideal, que probablemente los médicos sigan añorando todavía hoy, sería el del bacilo, que puede ser aislado y obtenerse de él un cultivo puro, y cuya inoculación en cualquier individuo produciría idéntica afección. O algo menos fantástico: la presentación de sustancias químicas cum administración produjera o cancelara determinadas neurosis. Pero no parece probable que puedan obte nerse tales soluciones del problema” (S. Freud, 1926, 143-144). Entonces, desde el psicoanálisis no confundimos síntoma con cuadro psicopatológico, no encuadramos niños, sino que tratamos de desarmar aquello que determina, de un modo singular, esa dificultad. Una cuestión central es pensar que el niño no es un producto liso y llano, efecto de un funcionamiento familiar y social, sino que, sin tener necesidad de recurrir a hipótesis biológicas, tiene ciertas disposiciones que le permiten, de un modo a veces azaroso, registrar e inscribir ciertas representaciones y no otras, vivenciar algunas situaciones como terrorífi cas y otras como placenteras, sin que esto se corresponda puntualmente con la situación misma. Un niño está atento a la realidad psíquica de los otros que lo rodean. Y de ella toma fragmentos, pedacitos, que elabora del modo en que puede. Y esto, ya desde el vamos, habla de una causalidad compleja, sobredeter- minada. Es decir, todo niño arma un recorrido propio, dado por sus propias dis posiciones y por el encuentro que pudo armar con los adultos que lo rodean. Tenemos que tener en cuenta que los trastornos de aparición tempra na van cobrando diferentes sentidos a lo largo del desarrollo, en tanto | El sufrim ien to psíquico en los niños s Beatriz jartin ¡ 3 4 Diagnósticos en la infancia efecto de sucesivas reorganizaciones. Por ejemplo, los temores tempra nos, como el miedo a la oscuridad, delatan la constitución del objeto como tal y el terror frente a su ausencia, mientras que en plena conflicti va edípica la oscuridad se puebla de fantasmas y aparece el temor a los monstruos derivados de procesos de desplazamiento y condensación. En Inhibición, síntoma y angustia dice Freud: Cícuando las fobias infantiles se fijan y se hacen más intensas, subsistiendo hasta años ulteriores, el análisis muestra que su contenido se ha unido a exigencias pulsionales, constituyén dose también en representación de peligros interiores”. Gran parte de las consultas se realizan por funcionamientos que no podrían considerarse estrictamente como “síntomas” neuróticos, entendiendo por estos la transacción entre el retorno de lo reprimido y el deseo punitivo, la prohibición superyoica, sino que son síntomas en el sentido general que le podemos otorgar a este término, como aquello que aparece, pero no en el sentido estricto que tiene este término como efecto de un conflicto entre las instancias psíquicas, como es el síntoma neurótico.1 Las dificultades con las que nos encontramos son efectos, pero ya no de la pelea entre los deseos y las prohibiciones, sino de conflictos que involucran a varios sujetos y en los que las defensas en juego son ante riores a la estabilización de la represión primaria. Diferenciaremos entonces: 1) trastornos en la constitución del aparato psíquico, manifestaciones que ponen de manifiesto dificultades en el camino de la subjetivación y 2) síntomas neuróticos, determinados por un conflicto intrapsíquico. Los primeros son fallas en la constitución del aparato psíquico que derivan de conflictos que, si bien se expresan a través de movimientos intrapsíquicos, incluyen en su producción a varios individuos. A diferen cia de los síntomas, producto de la transacción entre lo reprimido y la represión, los trastornos en la constitución del psiquismo son efecto de movimientos defensivos, deseos contradictorios, identificaciones, prohi biciones, externos-internos al aparato psíquico del niño. Movimientos defensivos tempranos, estados de terror, modos arcaicos de pensamiento, se conjugan en estas producciones. Y es con relación a las condiciones que las posibilitan que se hace imprescindible pensar en el valor de las vivencias tempranas, los rastros que dejan y los recorridos que abren. Historia vivencial signada por las marcas, las huellas de lo vivido. Mar cas que se han entramado de un modo peculiar. Fallas en la organización deseante, en la libidinización o en la organi zación yoica, se van dando en el vínculo con un otro que abre zonas erógenas, liga erotismo y ternura, calma, contiene, marcado a su vez por su propia historia. Es decir, es en los avatares mismos de la constitución psíquica que están posibilitadas las perturbaciones. Perturbaciones múl tiples que nos permiten pensar la variedad y la riqueza de la psicopato logía infantil. Diagnosticar no es poner carteles, sino delimitar cuáles son las deter minaciones, qué conflictos están en juego, cómo pesa lo intersubjetivo (qué incidencia tiene el funcionamiento psíquico de aquellos que lo rodean) y qué defensas se han estructurado ya en ese niño. Qué es lo que el entorno repite y qué repite el niño mismo. Y para eso hay que pre guntar y preguntarse y estar dispuesto a encontrarse con respuestas que, muchas veces, ponen en juego nuestros saberes. Y escuchar a los padres y a los maestros, pero también al niño mismo, que dirá como pueda lo que le sucede. Psicoanalizar niños supone internarse en la lógica de ese niño y ayu darlo a pasar del grito, del acto y del movimiento desordenado al dibu jo, al juego y a la palabra. A veces, con los niños, es necesario construir tramas, “zurcir” agujeros representacionales, posibilitar nuevas identifi caciones. Es decir, con los niños interpretaremos de diferentes modos, pero también realizaremos intervenciones “estructurantes”, es decir, aquellas que posibiliten movimientos constitutivos del psiquismo. TFtASTORNO S EN LA CO NSTITUCIÓ N PSÍQUICA Diferentes autores hemos planteado las diferencias entre los síntomas como transacción entre el retorno de lo reprimido y la represión y otro tipo de trastornos en los que el mecanismo de producción es diferente. | El su frim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz Janin ¡ D iagnósticos en la infancia j j Así, Fran^oise DoJ có afirma: ccEn la primera infancia, y a menos que haya consecuencias de tipo obsesivo frente a enfermedades o traumatismos del encéfalo, casi siempre los trastornos son de reacción frente a dificultades de los padres, y también ante trastornos de los hermanos o del clima inte- rrelacional ambiente33 (prefacio a La primera entrevista con el psicoanalis ta, Maud Mannoni, pág. 17). Silvia Bleichmar plantea la diferencia entre trastorno y síntoma, mar cada por el establecimiento de la represión primaria: cc( ...) por último, y con vistas a la cuestión del diagnóstico diferencial, antes de que se produz ca la represión originaria, no hay síntomas en sentido estricto, sino tras tornos. Porque los síntomas son formaciones de compromiso efecto de la exis tencia y relación de ambos sistemas y no pueden ser pensados psicoanalíti- camente antes de la fijación del inconsciente respecto de la barrera de la represión y al rehusamiento por parte del yo de una satisfacción pulsional33 (S. Bleichmar, 1999, 123). Marisa y Ricardo Rodulfo hablan de trastornos narcisistas, diferencián dolos de los síntomas neuróticos. “Asomarse a distintas formas de patolo gías narcisistas de consideración lleva a prestar a las ritmaciones donde los procesos subjetivos se cumplen y descumplen una atención enteramente nueva33 (R. Rodulfo, 1995, 48). Personalmente, he desarrollado la necesidad de diferenciar entre tras tornos en la estructuración psíquica y síntomas neuróticos en un artícu lo publicado en la Revista Argentina de Psicología, en 1989.2 Podríamos decir, siguiendo en esta línea de diferenciar perturbaciones en la estructuración psíquica y síntoma, que entre los primeros nos encontramos con los siguientes. Dificultades en la diferenciación adentro-afuera Una de las primeras tareas del incipiente aparato psíquico es diferenciar interno y externo, pulsión y estímulo (Freud, 1915). Sin embargo, diversos avatares pueden impedir esta diferenciación. Lo que determina la diferencia es que la pulsión es constante y de ella no se puede huir (como cuando el niño tiene hambre), mientras que el estí 3 7 1 mulo es intermitente y es posible la fuga (cerrando los ojos frente a una luz fuerte, por ejemplo). Pero esto no es así siempre. Si la persona que cuida al niño grita sin parar o alimenta permanentemente, el estímulo puede transformarse en algo permanente, del que no hay huida posible. Se pierde entonces la diferencia y el niño queda subsumido en un mundo en el que los límites de lo interno-externo se borran. Esto lleva a algunos niños a moverse de forma indiscriminada frente a exigencias internas, como sed o hambre, confundiéndolas con estímulos que vienen del mundo y de los que se podría escapar. A la vez, es necesaria la construcción de una protección anti-estímulo, un filtro que nos proteja de quedar a merced de todo lo que llega del mundo. Pero en los primeros tiempos, ese filtro es ejercido por la madre, que protege al niño del contexto y lo ayuda a metabolizar lo que siente. Es decir, no sólo lo protege de los estímulos del mundo, sino también de los desbordes internos. Creación de espacios que permiten ir definiendo un adentro y un afue ra. Pero si la madre usa al niño como lugar de proyección de sus propios contenidos intolerables, si es ella la que estalla y se desborda, el niño no puede constituirse como alguien diferenciado. Los propios límites no pueden ser reconocidos y las pulsiones y el mundo externo se confunden, en tanto desde afuera irrumpe un estímulo tan constante e insoslayable como el pulsional. Así, el niño quedará a merced de las exigencias pro pias y ajenas, sin poder diferenciarlas. Entonces, el efecto de ruptura de barreras protectoras contra los estí mulos puede estar determinado tanto por la intrusión pasional incestuo sa o agresiva como por el retraimiento libidinal materno, que lo deja a merced de sus propias pulsiones. Pulsiones que insisten en un devenir mortífero, de pura descarga, frente a la carencia por parte del niño de recursos para tramitarlas. Defensivamente, puede constituirse una barrera rígida y omniabarcati- va que lo defienda de cualquier sufrimiento (incluyendo esto tanto a los estímulos externos como a los provenientes del propio cuerpo y del pro pio psiquismo).Q El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin i 3 8 Trastornos en la erogeneización Un niño puede ser visto como un cuerpo a ser alimentado, cuidado, sin que se ponga en juego el erotismo, como en los casos de hospitalismo. Niño-cosa con el que no se juegan los deseos ni se construyen historias. O puede ser erotizado sin ternura, en un movimiento en que la caricia misma llega a ser lacerante, al no estar mediatizada por la represión materna. Si el niño queda sujeto a una sexualización excesiva, si se lo toma como “juguete erótico” (por ejemplo, si la madre le da el pecho para sentir placer y sin tener en cuenta las necesidades del niño), queda rá a merced de la sumatoria de la excitación materna y la propia, indife- renciadas. Tenemos que tener en cuenta que, hasta cierto punto, como afirma Freud en el historial de Juanito, esto siempre es así, en el sentido de que siempre hay un “exceso” en la erotización y en la prohibición, pero a veces la erotización se transforma en excitación desmedida, esti mulación excesiva, en la que el otro es tomado como parte del propio cuerpo o como vía de satisfacción erótica y no como sujeto diferente, con requerimientos propios. Ya con las primeras caricias los padres transmiten su modo de desear y de amar, pero también sus prohibiciones, así como sus modelos de vín culo con el otro. Pero, además, los padres deben sentirse ellos mismos vivos, registran do su propio empuje interno para decodificar los afectos del niño y para proyectarlo en un futuro. “Cuando me angustio, lo llevo a mi cama”, dice una mamá. Modo de la erotización que presupone tomar al otro como objeto erótico y a la vez calmante de angustias, cuerpo a abrazar para sostenerse. Erotización entonces signada por un funcionamiento en el que lo que se transmite es una urgencia que duele, una imposibilidad de tramitarla con los pro pios recursos y una utilización del niño como sostén, sin registrarlo como un ser con deseos. Si se transgrede la ley de la prohibición del incesto por desesperación, ¿cómo constituirá ese niño sus propias normas internas, a qué quedará anudada su sexualidad? ¿Cómo diferenciarse de esa madre si los deseos ¡ D iagnósticos en la infancia j j 39 | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin de ella irrumpen en él en forma avasalladora? ¿Cómo registrar entonces sus propias sensaciones y deseos? Registro de diferencias que presupone cualificar el mundo y a uno mismo. ¿Cómo construir el propio mapa erógeno? Trastornos en la constitución de ligazones que operen como inhibidoras del desborde pulsional y de la descarga a cero Hablamos en el primer apartado de las vivencias calmantes. Frente al dolor, que desorganiza, y frente al pánico, que presupone el caos inter no, el otro que contiene y calma (acunando, hablando, acariciando) per mite ligar lo insoportable a otras representaciones. Posibilita que, en lugar de la tendencia expulsiva, se abran nuevos recorridos, que una trama representacional compleja se arme (trama que servirá de conten ción frente a futuros dolores). Pero si frente al grito, al movimiento des controlado, el otro funciona como un espejo, si es él el que estalla y se desborda y no puede contener su propia angustia, difícilmente el niño pueda tejer la trama (que implica la primacía de Eros). Por el contrario, el movimiento expulsivo, desinscriptor, se reforzará. Y nos encontramos con estados tempranos de terror no tramitados. Si en el adulto, que es el que puede calmar y sostener a un niño en pánico, lo que prima es la iden tificación especular, el niño se enfrentará a un espejo que le devuelve, agi gantada, la propia desesperación, lo que derivará en más terror. Habitualmente, ante la tendencia expulsora del niño que intenta echar fuera de sí todo lo displaciente, la madre se ofrece como pantalla de pro yección y a la vez como metabolizadora. Es ella la que soporta los esta llidos pasionales del niño y la que, cuando lo que Bion define como “reverie” (ensoñación) funciona, le otorga como respuesta, a través de la “función alfa”, posibilidades representacionales.3 El niño puede expulsar tanto el aparato para pensar los pensamientos como la posibilidad de registrar sentimientos, apareciendo entonces un vacío de ideas o de afectos que, a veces, se manifiesta como: “no siento”, “no pienso” . | 40 ¡ D iagnósticos en la infancia Dificultades en la atribución de significados A la vez, frente a la necesidad, así como frente al dolor, el bebé grita o llora y es la madre la que va a otorgarle a esa descarga el sentido de un llamado. Y ya hay aquí un punto importante. Si no se le otorga un sen tido, si no es escuchado como un llamado, esto interfiere en las posibili dades del niño de ir armando su capacidad de comunicar, de decir. Pero si el sentido que se le otorga implica una violencia secundaria (P. Aulagnier), si es una pura proyección de los deseos o los temores mater nos, si no hay lugar para la duda, para los interrogantes acerca de lo que el niño desea, el intercambio será enloquecedor. Cuando aquel que ejerce la función de significar las manifestaciones del niño le otorga sentidos delirantes y /o autorreferenciales a su accionar (por ejemplo: “Grita porque me quiere volver loca”; “Me mordió cuan do lo puse al pecho porque me odia”; “Se hace pis porque quiere que sea su esclava”), lo que hace es ejercer una violencia, a veces devastadora. Trastornos en la constitución de una imagen unificada de sí Sabemos que la ligazón de las diferentes zonas erógenas está posibili tada por un otro unificador. Si para la constitución del yo de placer es imprescindible la articulación de las diferentes zonas corporales, de las sensaciones, si la piel tiene que funcionar como unificadora, un semejan te tuvo que haber operado como espejo posibilitador de esa unificación. Para caminar y movernos armónicamente, debemos tener la convicción de que somos una unidad, un ser que no se rompe con cada movimien to (como es el caso de los psicóticos) y también de que el otro está sepa rado de nosotros, es alguien a quien nos podemos acercar y de quien nos podemos alejar. Entonces, es clave el haber sido mirado como siendo un sujeto, alguien que está armando una historia propia. Si no prevalece la ternura, si el hijo no ocupa un lugar de ser amado desde el narcisismo materno, no podrá constituir el propio yo como yo de placer, ligando las diferentes sensaciones. Nos encontramos a veces con niños que tienen dificultades en la cons titución de la propia imagen, que no se sostienen como unificados fren te a los diferentes avatares, como si hubiesen carecido de un espejo esta ble, garante del propio ser. Otras veces, vemos niños que se han unificado en una representación negativa. “Soy malo” o “Soy tonto” pueden ser imágenes de sí totalizado ras que permiten “ser” alguien entero, pero que impiden el crecimiento. A veces, los padres pueden devolver una imagen unificada del niño incompatible con el deseo de ser amado y valorado. Por ejemplo, cuan do sostienen que el niño es “absolutamente” insoportable, malo, inútil, es decir, cuando queda en el lugar de resto, de desecho. También puede ocurrir que se lo ubique como unificado sólo cuando coincide con las aspiraciones de los otros. El exceso de violencia, la impo sición a ultranza de la voluntad materna o paterna, la imposibilidad de reconocer que ese otro es alguien diferente a ellos, alguien que va plas mando sus propios deseos, lo deja sin un espacio propio. Perturbaciones en la construcción del sentimiento de sí Ligado a la constitución del yo, el sentimiento de sí se constituye a par tir de la ligadura de las representaciones de la pulsión, motorizado por la mirada unificadora de otro y por la contención empática del contexto. Cuando esto falla, nos encontramos con niños que se accidentan, se gol pean, gritan o se hacen pegar, buscando sentir. Y el vacío por no sentir es terrorífico, ya que se enlazaa la no-existencia. Trastornos en el pasaje del afecto al sentimiento El pasaje del afecto al sentimiento, de la descarga afectiva al registro de que está sintiendo, puede presentar dificultades. La posibilidad de sentir los sentimientos está dada por la respuesta empática de otro que pueda poner palabras a lo que el niño registra como puro displacer, que pueda cualificar diferentes sensaciones y que ayude a tolerar y a traducir lo que le pasa. , j j El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin I 42 j D iagnósticos en ia infancia | | En estos casos y cuando no hay posibilidades de tramitar los afectos, estos quedan como “marcas en el cuerpo”, cuestión que lleva a patolo gías psicosomáticas. El representante afecto se expresa exclusivamente como descarga en el cuerpo.4 Trastornos por predominio de la desestimación Pensamientos y percepciones pueden ser expulsados de sí y retornar desde un afuera “otro”, cual boomerangs que golpean desde lo descono cido. Cuando lo vivenciado se torna insoportable, el movimiento expul sor puede llevar a la “excorporación” de todo pensamiento que quede ligado a él, a arrojar de sí toda representación que duela. Lo que queda, entonces, es un vacío, la marca de la expulsión. Y un mundo que cobra características siniestras. El niño, frente a cualquier avance del medio que vive como hostil, lo que hace es empobrecerse, retrayéndose. Pero la retracción no es sólo del mundo. Es de desmantelamiento de los propios pensamientos, de las propias fantasías. Es el propio universo representa- cional lo que se descarta. Con el movimiento expulsor, se produce un vacío interno. Este puede darse en relación tanto al sentir como al pensar. Así, puede producirse: 1) rechazo al sentir mismo. En estos casos el sentimiento es desestimado, expulsado de sí y con él la posibilidad de sentir; 2) desmentida o desestimación del pensamiento doloroso, cuan do el pensar resulta intolerable; 3) los deseos no pueden sostenerse y hay apatía, abulia. Tallas en la salida del narcisismo. Trastornos por predominio de la desmentida Si la constitución narcisista se ha dado, pero el niño queda atrapado en ser “el mejor del mundo”, no necesitará caminar, hablar, aprender, pues ya lo es todo. Es decir, se aferra a una posición imposible porque todo movimiento de búsqueda del objeto, de apertura a los otros, resulta dolo roso y la decepción es intolerable. 43 | El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin También puede haber un exceso de narcisización y una imposibilidad de los padres de ubicar a su hijo en relación con las leyes de la cultura, en tanto tolerar la caída de “his majesty the baby” supone soportar las propias fracturas narcisistas. Si son los deseos, las pasiones humanas las que nos traccionan hacia una búsqueda permanente, el deseo de no deseo, el no buscar nada, el suponer que ya se es todo, está abrochado a la imposibilidad de salida del narcisismo primario. Un “no tengo ganas” que remite a la muerte. Así, Juan, de seis años, comienza la escuela primaria sabiendo, según sus padres, leer y escribir. Sin embargo, a lo largo del año los padres son citados porque el niño no responde, no escribe en el cuaderno, no lee ni reconoce los números. La madre dice: “Él puede todo” . El padre: “Es maravilloso”. El padre le hace creer que él decide los cambios de auto, las diferentes inversiones, etcétera. Desmentida de la indefensión infan til, desmentida de las diferencias niño-adulto. ¿Cómo puede este niño ubicarse, con sus límites, en la situación escolar? ¿Cómo comprender que él tiene que aprender, que escuchar a otro y formar parte de un grupo? Admitir que no sabe, imprescindible para poder aprender, se torna dolo- rosísimo. Implica una herida terrorífica en tanto él tendría que respon der a esa imagen de niño maravilloso, omnipotente. Exigencia que lo deja sumido en la impotencia absoluta. Al poco tiempo, en tanto el niño fracasa en la escuela, esta imagen de niño ideal se invierte y pasa a ser, como tantos niños, el que desilusiona, aquel con quien se desplegará la hostilidad. Si el devenir temporal mismo va mostrando las posibilidades y las carencias de un niño y a la vez los logros y fracasos maternos, el ser “ya” el “niño soñado” va a dar paso a: “cuando sea grande...” , “algún día...”, “cuando vaya a la escuela...” Es decir, se va a renunciar a un lugar, se va a desidealizar al propio yo y al otro perfecto ideal. Y esto sólo es posible si los padres renuncian a ser padres perfectos de un hijo perfecto, si se reconocen intentando cumplir con ideales, como inte grantes de una sociedad y como eslabones de una cadena generacional y laboral. Cuando esto no ocurre, se debe apelar a la desmentida y sos tener la idealización. Ante la imposibilidad de tolerar la caída narcisista de los padres, el niño tenderá a desmentir las carencias materno-pater- | 44 ¡ Diagnósticos en la infancia ñas y a ofrecerse como sostén del narcisismo parental a costa de su pro pio juicio de realidad. Desmentirá la castración materna y la pérdida del padre omnipotente. Tolerar la castración supone recorrer un camino de reconocimiento de diferencias y sucesivas decepciones. Del abandono de la imagen del niño maravilloso identificado con la madre fálica (yo-ideal), se pasará a un regis tro de un otro omnipotente, padre primitivo que encarna el ideal y de ahí a la aceptación de madre y padre, diferentes entre sí, como modelos mar cados por limitaciones, que enarbolan ideales, pero no los encarnan. Efectos de identificaciones masivas del estilo: “yo soy el otro” Todo niño se constituye como sujeto a partir de identificaciones, “sien do” otro. Pero cuando uno de los padres ubica al niño en una serie repre- sentacional en la que ambos son equivalentes, algo de lo siniestro se pre- sentifica. “Es igual a mí. Yo sé que miente, porque yo he sido siempre un mentiroso”, dice un padre jugador. Certezas que marcan un camino como único a transitar. Ya todo está escrito y el niño sólo puede ser una reedición de una vida ajena. Dificultades en la instauración y/o estabilización de la represión primaria Tal como ha desarrollado de un modo exhaustivo y riguroso Silvia Bleichmar a lo largo de toda su obra, el tema de la represión primaria es central para pensar la psicopatología infantil. Y muchas de las dificultades con las que nos encontramos en la infancia tienen que ver con un déficit en la instauración de la represión originaria. Así, afirma: “Trastornos del pensamiento, del aprendizaje, del lenguaje, de la marcha, que no son efecto de inhibiciones secundarias a un síntoma, no pueden ser concebidos, salvo en sentido extenso, como csintomatologíametap- sicoló¿¡icamente deberemos considerarlos de un orden distinto, no atravesados por el juego entre el deseo y la defensa, no remitiendo a fantasmas específicos, 45 ¡ El sufrim iento psíquico en los niños ® Beatriz Janin en fin, no siendo pasibles de ser resueltos mediante el acceso a su contenido inconsciente por libre asociación, sino por múltiples intervenciones tendientes a un reordenamiento psíquico” (S. Bleichmar, 1993, 259). Piera Aulagnier sostiene: ccSe observa que las prohibiciones maternas recu bren exactamente el campo de lo propio reprimido e inducen lo reprimido del otro como repetición del primero” (P. Aulagnier, 2001, 126). Podemos afirmar entonces que la represión primaría se instaura a par tir del movimiento materno que rechaza en el niño lo propio reprimido. Pero si los deseos eróticos y hostiles escapan a la represión, ¿cómo podrá incorporar el niño la prohibición?, ¿no será que los deseos, entonces, apa recen siempre como ajenos, externos a sí y las defensas se tienen que con centrar en una supuesta realidad que viene desde afuera, predominando entonces la desestimación y la desmentida? Renuencia a sujetarse a normas culturales Puede haber dificultades en la estructuración del superyó. Conocemos bien al superyó como ellugar en que anida la pulsión de muerte, pero pienso que dejamos a un lado, frecuentemente, el valor fundamental de las normas y los ideales, del superyó “protector” y del ideal del yo, como posibilitadores del triunfo de la pulsión de vida. Es en este sentido que quisiera plantear la hipótesis de que la ética de los padres opera como estructurante, ya que en su transmisión se le otor gan al niño vías transformadoras de las metas pulsionales. El reconoci miento de diferencias, de cualidades, la posibilidad de nombrar, de his- torizar, de transmitir relatos, está ligado a la capacidad complejizadora materno-paterna y posibilita el reconocimiento del niño como un otro semejante diferente. Si lo que se le exige al niño es el sometimiento a la voluntad de otro, la renuncia a sí mismo, esto ya no posibilitará una bús queda creativa, sino una anulación de la propia subjetividad. Si bien se ha marcado insistentemente el peso mortífero del superyó, pienso que debemos diferenciar los diversos funcionamientos del super yó y del ideal del yo según las patologías y considero que estas instancias pueden estar al servicio de Eros. | 46 Diagnósticos en la infancia Freud insiste en que la ética supone una limitación de lo pulsional. Pienso que si consideramos el movimiento de la pulsión sexual y el entra mado de Eros y Tánatos en ella, podríamos decir que la transmisión de una ética de vida implicaría una limitación en el movimiento de retorno de la pulsión, es decir, en el efecto de la pulsión de muerte. Al proponer nuevos caminos, los principios éticos se oponen al cerramiento, a la des- complejización que implica la desaparición de la pulsión misma como motor y a la vez fortalecen el movimiento de búsqueda permanente, como derivación a otras metas. Considero por esto que, paradójicamen te, la transgresión de la ética implica un triunfo de la desligadura. Cuando una madre erotiza a su bebé no sólo sus deseos están en juego, sino que, en ella, Ello, yo y superyó están operando y guían los modos de la erotización. Aquello que se considere correcto e incorrecto, así como las posibilidades sublimatorias, determinarán los modos del cuida do. Cuidado del otro que, tal como describe Tzvetan Todorov, es uno de los pilares de la moral cotidiana (T. Todorov, 1993). Si el adulto se supone Dios, y entonces no hay normas ni ideales que no sean aquellos que emanan de su arbitrio, o si se siente confundido, o renuncia de antemano a toda posibilidad de cumplimiento de ideales, la transmisión se verá complicada. Si lo que se le exige al niño es el sometimiento a la voluntad de otro, la renuncia a sí mismo, esto ya no posibilitará una búsqueda creativa, sino una anulación de la propia subjetividad. Entonces, en la libidinización misma están operando no sólo los dese os sino también las normas e ideales. Y la construcción misma de los deseos como recorrido, como búsque da, está marcada por la posibilidad del adulto de erotizar con ternura, sin dejar al otro en un estado de excitación permanente, de narcisizar reco nociendo diferencias, de transmitir prohibiciones sin funcionamientos autoritarios. 47 Dificultades en el pasaje de los ideales, del yo-Ideal al ideal del yo Los ideales del yo ideal son diferentes a los del Ideal del yo. Los pri meros se caracterizan por apuntar al “ser” y estar ligados a la perfección, o más bien a aquello que, en tanto sostén del narcisismo, se supone signo de perfección. Se debe “ser” de tal o cual manera. Y no hay tiempo. El cumplimiento es inmediato, en el aquí y ahora, justamente porque invo lucra al sujeto como totalidad. Los ideales del Ideal del yo son movibles, implican rasgos y, en tanto inalcanzables, marcan caminos al futuro. El Ideal del Yo se erige como heredero de los deseos incestuosos y de la lucha contra sí mismos, producto de identificaciones con los ideales del objeto de amor y del rival. Como resto del narcisismo, el yo ideal permanecerá como subestruc- tura inconsciente, marcando metas e ideales totalizadores, intentos de volver a ocupar el lugar añorado. Aquello vivido como signo de perfec ción marcará el camino para los ideales posteriores. El padre primitivo, poseedor de todos los poderes, deja lugar al tótem, representación marcada por la muerte del padre. Huella del asesinato cometido, pero también del amor y de la culpa, se erige como bastión de los deberes y las obligaciones que posibilitan la subsistencia del grupo. Así también, el Ideal del yo, heredero de una historia de pasiones, de odios y de amores, efecto de la muerte del padre en tanto desidealiza ción, exige al yo el cumplimiento de mandatos. En lugar del retorno de aquello que alguna vez se tuvo, tendrá que alcanzar metas que llevan el sello de la cultura. Metas cuya consecución acarreará placer, en tanto el acuerdo entre el yo y sus ideales supondrá un aumento de la investidura iibidinal del yo, del amor a sí mismo (como narcisismo secundario). En lugar de la vuelta al pasado, se tenderá a un futuro, para acceder a un estado semejante al que alguna vez se tuvo. Del padre mítico queda un legado: el deber ser, conjunción de muchas voces, a veces contradictorias. Y esta identificación posibilita a su vez nuevas identificaciones. Figuras investidas libidinalmente irán dejando su huella en el aparato psíquico. y El su frim ien to psíquico en los niños * Beatriz Janin Diagnósticos en la infancia Identificación con rasgos de ios progenitores, con las metas y valores conscientes, preconscientes e inconscientes de ellos, que se han consti tuido a su vez por identificación al Ideal del yo de los propios padres. Transmisores de normas y valores de varias generaciones, son portadores de los ideales y normas de la cultura a la que pertenecen. Como algo a alcanzar, y por consiguiente algo que puede no ser cum plido y que en tanto ideal conservará siempre una distancia, estas repre sentaciones del Ideal del yo suponen el haber sido ubicado en una línea sucesoria, en un devenir temporal, en una época determinada producto de una historia. Suponen el reconocimiento de una génesis y de un futuro. Pero para que se puedan constituir los ideales del Ideal del yo, para que haya un sistema representacional heredero de los deseos incestuo sos y a la vez transmisor de los valores culturales, para que los ideales sociales se inscriban en el aparato psíquico, es imprescindible que el yo haya caído como ideal, que el puro presente deje margen a un proyecto en un futuro. Proyecto cuyo cumplimiento acarreará una sensación de triunfo, pro pio del narcisismo secundario, por el acercamiento a un ideal que no se confunde con el yo. Tiempo e historia operan como organizadores. Entonces, si la erotización queda acotada con la prohibición del incesto en los padres, si la narcisización se limita por la constitución de la catego ría del otro como tal, primando una ética de la diversidad, si la transmisión de normas e ideales converge en la constitución de un superyó-Ideal del yo que posibilite el armado de proyectos y la inclusión en una línea gene racional y social, los ideales pasan a ser posibilitadores de sueños. En la clínica con niños es habitual encontrarnos con esta paradoja: si el niño es reconocido como igual, pasa a ser idéntico y no se lo registra; si se lo reconoce como diferente, esto presupone una expulsión de un uni verso representacional: ya no es humano, es un monstruo, con el que la identificación es imposible. Lo propio insoportable se rechaza y el niño queda siderado. “Es un desastre, por donde él pasa, queda Hiroshima”, dice un papá cuyo hijo de siete años presenta dificultades en su desempeño escolar y que, fundamentalmente, tiene un cuadro depresivo. ¿Por qué esta ima- 49 | El su frim ien to psíquico en los niños ® BeatrizJanin gen de muerte? ¿Por qué la identificación con la destrucción? ¿Quién destruye y qué es lo que destruye? ¿Qué territorio arrasado deja? Imbui do de un poder destructivoabsoluto, ¿qué imagen puede construir de sí mismo? Este padre, que recuerda que su propio padre le decía: “Vos no le ganás a nadie”, dice: “Cada vez que lo miro pienso que no va a cam biar nunca” . Y aquí los ideales no son posibilitadores, sino terroríficos. Lo que se pone en cuestión no es un llegar a ser, sino un ser, en tanto lo que está en juego es algo que ya fue desde el padre mismo. Sabemos que todo niño implica una puesta en juego de proyectos, pero es muy diferente cuando los ideales que se ponen en juego son los ideales del yo-ideal, los ideales de perfección, omnipotencia, grandeza, en un ahora, “ya”, que marca la insistencia de la muerte, del no-tiem po, del no-futuro. Por el contrario, los ideales del Ideal del yo son ten- sionantes, porque marcan una distancia con el yo, motorizan hacia un futuro. Exigencias provenientes de los otros que se juegan con el niño. ¿Cuántas veces los padres le exigen a un niño que sea, ya, la octava mara villa, para tapar así los propios agujeros? ¿Cuántas veces se supone que es él, el niño, el que siendo “his majesty the baby”, les otorga (en pre sente) un lugar en el mundo a sus padres (o a uno de ellos), lugar que entonces se le impone como si fuera otro, en un movimiento lindante con lo siniestro? Situación que, al dejarlo confinado al cumplimiento de un mandato imposible, puede eternizarlo en “no poder” o en “ser un desastre” . Desde el padre, el hijo es vivido como un sucesor. Es el que ocupará un lugar semejante al suyo, en un tiempo futuro, tal como él lo ha hecho con su propio padre. Pero esto signa esta relación como ambivalente, porque toda idea de sucesión presupone la muerte, a la vez que la lucha contra ella. Dice Piera Aulagnier: ccEn la relación padre-hijo, la muerte estará doblemente presente: el padre del padre, en efecto, es aquel que en una época lejana se ha querido matar, y el hijo propio, aquel que deseará la muerte de uno. Este doble deseo de muerte sólo puede ser reprimido gracias a la cone xión que se establece entre la muerte y la sucesión y entre transmisión de la ley y aceptación de la muerte” (Aulagnier, 1975, 155). El hijo puede asumir el legado paterno, ubicándose en la cadena gene racional. Pero también puede someterse a un padre vivido como terrible, ¡ D iagnósticos en la infancia inalcanzable e inmortal. O puede inhibir los deseos hostiles frente a un padre débil, ya caído, al que venció sin luchar. Marcado por la fuerza de las pasiones edípicas y por el sello de un ase sinato (o una sucesión de deseos asesinos), el Ideal del yo posibilitará, en el mejor de los casos, la asunción de proyectos. Proyectos vitales en los que persiste siempre la diferencia entre lo que se es y lo que el modelo exige. Esta instancia implica siempre una distancia con relación al yo. Dis tancia insalvable que tensiona hacia un mañana. Pero ésta será diferente según los individuos. Así, una distancia máxima entre el Ideal del yo y las posibilidades yoicas deja al yo en una situación de imposibilidad de cum plimiento del Ideal y lo relega a una posición de inferioridad, de un “estar en falta”. Una de las consecuencias de esto son las inhibiciones, cuando alguien siente que cumplir con lo exigido es imposible y abandona todo intento. Por ejemplo, el mandato interno de ser el mejor alumno puede motorizar a ciertos niños, pero puede ser paralizante en otros y hasta tener efectos devastadores, generando una inhibición en el rendimiento intelec tual. Es decir, una exigencia vivida como terrorífica puede generar difi cultades que aparecen como problemas de aprendizaje, sobre todo cuan do ese ideal contrasta con la imagen que el niño tiene de sí mismo. Además, en tanto constituidos por múltiples identificaciones, los idea les pueden ser contradictorios entre sí. Padre y madre tienen historias, deseos, normas e ideales diferentes. En el capítulo “Psicopatología y contexto social” profundizaremos el tema de los ideales y la transmisión de una ética. Transmisión de secretos y fantasmas Es habitual que un niño escuche historias, relatos de los padres y abue los, sagas familiares que le permiten tejer leyendas, mitos acerca de su ori gen y de los avatares de sus predecesores. Historias que él transmitirá a su vez a sus hijos y nietos. Historias que sufrirán deformaciones sucesivas, recortes, agregados, es decir, que irán siendo transformadas por aquel que enuncia el relato a través de las generaciones. Este armado de historias es fundamental para ubicarse en una familia y en una genealogía. El sufrim ien to psíquico en los niños * Beatriz Janin Sin embargo, a veces lo transmitido no son historias, relatos, sino silen cios, frases a medio decir, evitación de hablar de ciertos temas, sin que el niño pueda discernir de qué se trata. Estas transmisiones dejarán marcas, pero marcas de lo no dicho, de lo sabido-no sabido, de una especie de caja cerrada, de lo que es imposible apropiarse y transformar. Tal como plantea Serge Tisseron, esto lleva a que, en una primera generación, aquello que se oculta quede como indecible, pero se sabe qué es de lo que no se puede hablar. “El acontecimiento en cuestión puede denominarse ‘indecible’ en la medida en que está presente psíquicamente en aquel (o aquellos) que lo ha vivido, pero de tal manera que este no puede hablar de ello, lo más a menudo a causa de una vergüenza. 33 En la segunda generación, ese secreto se torna innombrable; el niño percibe que hay un secreto, pero no sabe cuál es. “Sus contenidos son ignorados y su existencia es solo presentida e interrogada. Los hijos de los padres portadores de traumatismos no elaborados pueden desarrollar difi cultades de pensamiento, de aprendizaje o temores inmotivados, fóbicos y obsesivos.” Y en la tercera generación, ya se torna impensable, en tanto lo único que queda es el vacío de pensamiento. “Aquí se ignora la existencia misma de un secreto que pesa sobre un traumatismo no superado. El niño, luego el adulto que llega a ser, puede percibir en sí mismo sensaciones, emociones, imágenes o potencialidades de acciones que le parecen cbizarras3 y que no se explican por su propia vida psíquica o por su vida familiar33 (Tisseron, S, 1 9 9 7 , 1 9 ) . Es decir, hay contenidos que se transmiten silenciosamente, que pue den tomar la forma de una cripta o de un fantasma y que generan difi cultades, dejando agujeros en el psiquismo, que pueden llevar a repeti ciones textuales y compulsivas de lo vivido por otros. La repetición a través de las generaciones Los padres tienden a repetir con los hijos las marcas que sus propios padres dejaron en ellos, abriendo caminos erógenos, privilegiando vías narcisistas, transmitiendo normas e ideales. Diagnósticos en la infancia En algunos casos, lo que se repite es lo esperado... Repetición de ide ales, de proyectos inconclusos..., que el niño sea aquel que cumpla lo que los padres no pudieron hacer. Pero también están aquellos que supo nen una repetición permanente de lo idéntico y esperan del hijo el cum plimiento del vaticinio de fracaso. Prevalece un tipo de pensamiento pesi mista (“siempre va a ser igual”, “no tiene cura”, “es un fracasado”), que deja al niño en una red de profecías mortíferas, sin salida y lo arroja a una disyuntiva difícil de resolver: o confirma con su fracaso la palabra pater na o lucha por tener un destino propio, suponiendo que en ese recorri do mata al padre. También podemos pensar en una repetición del agujero, del vacío, del recorrido que dejó el rayo en nuestra psiquis. Reiteraciones del arrasa miento psíquico que insisten (por ejemplo, en el caso de madres depre sivas con las que el niño, al dirigirse a ellas, encuentra el vacío). Los padres suelen reencontrarse no sólo con los propios aspectos ama dos, sino también con aquello insoportable de sí, que vuelve desde el otro. En esos casos, el hijo repite lo que se intentó expulsar, que retorna desde lo idéntico no-pensado. La repetición de padresa hijos puede ser pensada como el modo en que reaparece en los hijos lo desestimado, lo desmentido y lo reprimido de los padres. Lo reprimido retorna, desde el niño, en forma de síntoma o en fun cionamientos que esbozan el armado de un síntoma. Cuando predomi na la represión, se transmiten las representaciones reprimidas, pero tam bién las normas y prohibiciones que impulsaron la represión, las fallas del mecanismo defensivo, las grietas que deja. Este tipo de repetición posi bilita la construcción de fantasías. Cuando lo que se presentifica en el niño es algo del orden de lo des mentido en los padres, esto aparece como una defensa a ultranza del nar cisismo y entonces lo que hace es repetir ciegamente un mecanismo que lo lleva a actuaciones permanentes. Tiene que sostener la desmentida porque en eso se le va el “ser”, lo que lo lleva a una pelea con el mundo a expensas del principio de realidad. Y si lo que predomina en los padres es la desestimación, el niño pasará a ser la presentificación de lo rechazado, y puede tener un lugar en el 53 delirio paterno/materno, o llenará agujeros representacionales de los otros, lo que lo deja sin pensamiento propio. El niño queda como repre sentante de aquello desestimado, como lo siniestro. Y él mismo se verá en dificultades para sostener pensamientos. Podemos pensar aquí la pulsión de muerte como la insistencia de aque llo cccuyo objetivo Último permanece idéntico: abolir el pensamiento en el vacío de la nada” (R. Moury, 1991, 192). Lo que se produce a veces es la repetición del vacío, como en algunos trastornos de atención, cuando el problema no es que el niño inviste otros aspectos del mundo de aque llos que el contexto le exige, sino que “se borra” y “borra” el mundo. René Raes, retomando la teoría de Bion, habla -en La transmisión de la vida psíquica entre generaciones- de transmisión de objetos transfor mables y transmisión de objetos no-transformables. ccLos objetos psíquicos inconscientes transformables tendrían la estructura del síntoma o del lap sus. Serían transferibles sobre el terapeuta. Estos objetos se transforman por otra parte naturalmente en el seno de las familias: forman la base y la materia psíquica de la historia que las familias transmiten a sus descen dientes de generación en generación. A estos objetos transformables se opo nen los objetos no transformables, cuyo efecto es posible reconocer en los obje tos cen bruto \ especie de cosas en sí que tienen, entre otras finalidades, la de atacar el aparato de transformación de los miembros de la fam ilia o del grupo, o de los terapeutas” (R. Raes, 1996, 25 y 26). Los objetos transformables suponen que el que los recibe puede modi ficarlos. Implican el predominio de la represión en aquel que transmite y la posibilidad de ser reincorporados por el psiquismo infantil. Y dice: siempre aparece la idea de transferir-transmitir en otro aparato psíquico lo que no puede ser mantenido y albergado en el sujeto mismo} o entre sujetos ligados entre sí por una poderosa alianza de intereses inconscientes” (R. Kaés, 1996, 20). Cuando lo que se transmite es algo que, por estar “fosilizado”, no puede ser modificado, sino que plantea una textualidad en su repetición, las posibilidades de armar una historia que permita salir de la repetición se tornan más complicadas. Muchas veces, lo que predomina es el inten to de sacarse de encima, de volver a expulsar lo que molesta sin tener iJ El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin | 54 Diagnósticos en la infancia jj nombre ni haber sido vivenciado por el sujeto. Otras, queda una sensa ción de “agujero”; algo que perturba e impide el despliegue creativo; insiste sin que el niño pueda ubicarlo en algún lugar. Los objetos transformables forman el material que se transmite de gene ración en generación, que va sufriendo transformaciones a lo largo de esta transmisión. Por el contrario, ios objetos no transformables son como “cosas en sí” que atacan el aparato de pensar y traducir de los miembros de la familia, permaneciendo como objetos enquistados, inertes. Hay, según este autor, formas vivificantes y erotizadas de la transmisión (así, la trasmisión de los deseos, como caminos abiertos en el hijo a par tir del erotismo materno-paterno, o la transmisión de ideales como aque llo a alcanzar) y también formas y modalidades mortificantes, como la insistencia de la transmisión de lo inerte, de los enquistamientos y las fosilizaciones psíquicas (como cuando lo que se transmite es la imposibi lidad de elaborar un contenido psíquico, o los agujeros dejados por vín culos violentos, o lo inelaborable de una vivencia traumática). Es decir, lo no-inscripto, lo no-representado, lo que está encriptado también se transmite y marca un tipo de repetición en la que no hay transformación alguna ni traducción: queda una marca que insiste en una repetición siempre idéntica a sí misma. Así, lo no metabolizado de los padres suele transmitirse en forma “bruta”, en una repetición idéntica. Y cuando el afecto, la idea delirante o la vivencia traumática se transmiten a los hijos, estos repetirán en su vida esos trozos de vida ajenos. Haydée Faimberg afirma que, en estos casos, el psiquismo parece vacío, pero en realidad está “lleno” de una historia que corresponde a otro (Faimberg, 1996). También, cuando alguno de los progenitores es portador de una cer teza, que es incorporada por el niño como una frase definitoria de su ser, puede llegar a sostener concepciones delirantes sobre su cuerpo o su pen samiento (del estilo de “el aire me hace mal”; “si no tomo agua a cada rato me puedo morir”, o cuando supone que tiene poderes “especiales” ), podemos pensar que estas concepciones delirantes son muchas veces, como afirma Piera Aulagnier, consecuencia de un “no-reprimible”. A MODO DE CONCLUSIÓN Pensamientos y afectos se van así estructurando en una historia. Historia que no es nunca individual, sino que implica un entramado particular, propio, en un contexto familiar y social determinado (lo que desarrollaremos en el próximo capítulo). La enumeración que realizo no pretende ser exhaustiva, sino solamen te pretende dar una idea de cómo es el recorrido de la constitución del psiquismo; es ese “ir siendo” signado por otros, lo que posibilita a su vez diferentes avatares. De este modo, repensar la psicopatología infantil implica internarse por los caminos de la insistencia pulsional, de los movimientos defensivos tempranos, de las identificaciones primarias y secundarias y de la consti tución de las instancias, y no sólo en el niño, sino en su familia y en un contexto social determinado. En cada una de las patologías que vamos a trabajar vamos a encontrar el despliegue de estos “trastornos en la constitución subjetiva”, así como la producción de formaciones sintomáticas. A la vez, considero que es un modo de diagnosticar que nos permite adentrarnos en la problemática peculiar de cada paciente y simultánea mente plantear algunas conflictivas que se repiten en diferentes casos. Esto nos permitiría hacer un diagnóstico de problemáticas en el que se pueda detectar cómo juega lo intrasubjetivo y en qué medida lo inter subjetivo en la producción de esa patología. |J El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin Diagnósticos en la infancia N otas 1. Esto no quiere decir que no haya síntomas en la infancia. En capítulos posteriores hablaremos de cómo las dificultades en el aprendizaje, las fobias y las dificultades en el control esfinteriano pueden ser síntomas neuróticos, efecto de una transacción entre el deseo y la represión. En estos casos, la interpretación será la intervención pri vilegiada. 2. B. Janin, “Aportes para repensar la psicopatología de la infancia y la adolescencia” . En Revista Argentina de Psicología N° 40. Publicación de la Asociación de Psicólo gos de Buenos Aires, 1989. Este artículo sirvió como base para este capítulo. 3. W. R. Bion planteaque el estado psíquico de ensoñación es imprescindible para que las sensaciones proyectadas por el niño sobre la madre (los elementos “beta” o datos sensoriales en bruto) sean transformados por la madre a través de la “función alfa” en elementos pasibles de ser pensados, productores de fantasías, sueños e ideas. 4. He desarrollado este tema en el libro Marcas en el cuerpo de niños y adolescentes, de Editorial Noveduc, 2009. Gapítul© 3 _______ I El c o n t e x t o s o c i a l Ser niño no es ni ha sido fácil nunca... y esto lo sabemos especial mente los analistas de niños. La infancia es una época tormentosa de la vida en la que se está sujeto a los avatares de los otros. Y cuando no se sabe manejar el timón y se comienzan a explorar territorios, se necesi tan más que nunca las luces del faro y los relatos de los viajes de anti guos navegantes. Con poca experiencia para afrontar las situaciones, asombrados, apa sionados, aterrados, en un mundo en el que fantasía y realidad se super ponen, los niños van armando su propia subjetividad. Sujetos a los dese os de sus padres, pero también a sus ideales, a sus normas, a sus triunfos y desdichas cotidianas. Padres que están marcados por su propia histo ria, por las de sus antepasados y también por la sociedad en la que les toca vivir. El su frim ien to psíquico en los niños ® BeatrizJanin Entonces, considero que para pensar la psicopatología infantil y la clí nica psicoanalítica con niños es imprescindible ubicar el contexto en que estamos inmersos, ese mundo del que formamos parte y que en cierta medida nos determina. Aquello que se espera de los niños, lo que se considera sano o patoló gico, lo que se les propone como ideal, será diferente en las distintas épo cas y en los diferentes grupos sociales. Así, nos preguntamos: ¿qué es lo patológico en este momento? ¿Cómo determinar qué es lo sano y qué es lo enfermo en una sociedad como la actual? Muchos parámetros han variado, a un ritmo vertiginoso, en las últimas décadas. La idea misma de niño se ha modificado. Y aquello que se le exige, que se espera de él, que se supone “normal” en un niño es hoy muy distinto de lo que se exigía y esperaba en otra época. El psiquismo es una estructura abierta al mundo. Y el mundo es para un niño, fundamentalmente, los otros que lo rodean, marcados a su vez por una sociedad y una cultura. Otros que, tal como planteamos en el capítulo anterior, son sostén y fuente de placer, pero también portadores de angustias, temores y dolores. Otros que son figuras de identificación y que transmiten valores, normas e ideales. La realidad de un niño pequeño es la realidad psíquica de aquellos investidos libidinalmente, de los que lo alimentan, cuidan y erotizan. Todo bebé detecta los estados anímicos de su madre, y suele suponerse causa de esos estados. Por eso, alegrías y dolores derivados de situacio nes sociales pueden ser vividos como habiendo sido generados por él. Como afirma Cornelius Castoriadis, madre y padre son “claramente la sociedad en persona y la historia en persona inclinados sobre la cuna del recién nacido; siquiera porque hablan. Padre y madre transmiten lo que viven, transmiten lo que son, proveen al niño de polos identificatorios sim plemente siendo lo que son” (Castoriadis, 1997, 165). Es decir, los estados anímicos de los padres, la posibilidad de sostener se narcisísticamente, sus propias identificaciones, van a estar influencia dos por el marco social del que forman parte. Cuando un niño nace, lo hace dentro de un grupo familiar y social que lo incluirá de determinada manera, que le asignará lugares y que proyec- | 60 El co n te x to social | tará en él anhelos y desventuras. “El grupo que nos precede, en particular algunos de sus miembros que son para el infans sus representantes, este grupo nos sostiene y nos mantiene en una matriz de investiduras y cuida dos, predispone signos de reconocimiento y de convocación, asigna lugares, presenta objetos, ofrece medios de protección y de ataque, traza vías de cum plimiento, señala límites, enuncia prohibiciones” (Raes, 1996, 17). Se podría decir que todo sujeto firma cuando nace, mucho antes de tener conciencia de esto, un contrato con el grupo social al que pertene ce. Contrato en el que se compromete a cumplir con determinadas pau tas para ser considerado parte del grupo y obtener su reconocimiento.1 Freud, en Esquema del Psicoanálisis, hablando de la constitución del Superyó, afirma: “no sólo adquieren vigencia las cualidades personales de esos progenitores, sino también todo cuanto haya ejercido efectos de coman do sobre ellos mismos, las inclinaciones y requerimientos del estado social en que viven, las disposiciones y tradiciones de la raza de la cual descienden” (S. Freud, 1937, 208). Freud habla acá de “efectos de comando”, representaciones-metas impuestas por la cultura, imperativos categóricos propios de un grupo social, o de una época, o de una tradición. Padres comandados a su vez por exigencias y valores sociales, así como por exigencias y valores de las generaciones precedentes. Y también plantea que, en el corto tiempo de la infancia, el niño debe revivenciar todo el pasado cultural. Pasado cultural que se hace presente a través de la transmisión que los adultos realizan en la vida cotidiana. Historia de varias generaciones que se inscribirá en cada niño y que le permitirá ubicarse y ubicar a los otros en un contexto. Así como hablamos de la transmisión de secretos familiares, cuando hay situaciones sociales que no pudieron ser ligadas, metabolizadas, “digeri das”, sus efectos pasan en su forma “bruta” a los hijos. Así, las angustias primarias, los terrores sin nombre, los estados de depresión profunda y de pánico, producto muchas veces de sucesos históricos, se transmiten como agujeros, vacíos, marcas de lo no tramitado. Tienen el efecto de golpes sorpresivos frente a los que no hay alerta posible. El su frim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz Janin Cuando el contexto está en crisis, el niño debe organizar su yo, cuali ficar sus sensaciones, traducir sus deseos, en medio de un terremoto. Pienso que las situaciones sociales ofrecen un marco en el que pueden prevalecer tanto la contención como el terror, y que los lazos sociales, la solidaridad, los ideales compartidos, posibilitan a los adultos la metabo- lización de las situaciones dolorosas, cumpliendo el papel que tiene en la infancia la capacidad de contención materno-paterna. Pero si lo que pre domina es el “sálvese quien pueda”, la capacidad ligadora se ve atacada y Tánatos prevalece. Si cuando el sujeto en crecimiento busca un exterior a sí y a su entor no familiar que le garantice un lugar y con lo que se encuentra es con una amenaza de ser destituido como ser pensante, con el mandato social de someterse a la explotación y a la exclusión, ¿qué desorganización psíqui ca puede acarrear esta propuesta? Cada grupo social y cada época tienen su propia representación de lo que debe ser un niño y arman sus propios modelos de maternidad y paternidad. Así, Castoriadis dice: ccel individuo es un producto de la sociedaduna fabricación social mediante la cual la sociedad se perpetúa y existe real mente” (Castoriadis, 2004, 38). Entonces, pensar la psicopatología infantil lleva ineludiblemente a reflexionar sobre las condiciones socio-culturales en las que se gesta dicha patología y también sobre qué es considerado patológico en cada época. En la época actual, una sociedad en la que se idealiza el éxito fácil, el consumo, el poder y la imagen, en la que los mandatos son del tipo: “sólo hazlo”, en que hay un exceso de información, en que los ritmos son vertiginosos, en la que lo temido es la exclusión, ¿qué lugar pueden ocupar los niños? ¿Qué proyectos les proponemos? Reseñaré algunas características de esta época que inciden en la cons trucción de la subjetividad y que pueden derivar en dificultades. | 62 j El co n tex to social JJ C a r a c t e r í s t i c a s d e l a é p o c a a c t u a l q u e in c i d e n EN LA CO NSTRUCCIÓ N DE LA SUBJETIVIDAD El temor a la exclusión Una característica que marca la situación actual es el tema de la exclu sión. Si bien no es nuevo, esto ha tomado características particulares, en tanto, como plantea Z. Bauman, no hay dónde huir y todo logro es tran sitorio. ccEl terreno sobre el que se presume que descansan nuestras perspecti vas vitales es, sin lugar a dudas, inestable, como lo son nuestros empleos y las empresas que los ofrecen, nuestros colegas y nuestras redes de amistades, la posición de la que disfrutamos en la sociedad y la autoestima y la confianza en nosotros mismos que se derivan de aquella33 (Z. Bauman, 2007, 20). ' Es decir, el temor a la exclusión es generalizado. Terror a la exclusión que deriva en terror al futuro y tiñe la relación con el aprendizaje, que ya no tiene que ver con el placer en el descubrimiento, en el valor del cono cimiento, sino que es la puerta de entrada al mundo laboral. Silvia Bleichmar afirma: ccDe esta manera estamos frente a situaciones en las que el temor de los padres a que los hijos queden fuera de la cadena pro ductiva los lleva a perder de vista toda posibilidad de construcción de un sujeto, para centrarse en cambio en la administración de conocimientos, como si uno construyera una computadora. La escuela tiene que romper ese molde. Tiene que ayudar a producir subjetividades que no solamente sirvan para la aplicación del conocimiento, sino para la creación de conocimien tos y de conocimientos con sentido, no solamente con el único sentido de ganarse la vida33 (S. Bleichmar, 2008, 51). Este terror lleva a que un fracaso escolar en los primeros años de la vida sea vivido como una tragedia, que deja al niño tempranamente fuera del mundo. Pero, entonces, se les transmiten vivencias catastróficas de fracaso tem pranamente y, al no ubicar a los niños en un proceso de crecimiento y cambio, se ejerce sobre ellos una violencia. Violencia que se inscribe de diferentes modos. Al esperar que puedan todo “ya”, se los pone en un lugar de adultos antes de tiempo. 63 | El fantasma de la exclusión rige todo: un niño que fracasa en la escue la es vivido como un futuro marginal. Un niño que no tiene amigos es ubicado como alguien que va a tener dificultades toda la vida y que va a quedar aislado, con las consecuencias de esto. Un niño que tiene res puestas violentas es un futuro delincuente. Padres y maestros que temen ser excluidos del sistema suponen que un niño que tiene tiempos diferentes, u otros intereses, fracasará en la vida. Y alguien que es ubicado tempranamente en el lugar del fracaso debe realizar un trabajo terrible para poder remontar ese destino. Dijimos en el capítulo anterior que el yo de placer se constituye a par tir de la mirada que los otros nos devuelven y de la imagen que los otros tienen de sí. ¿Cuánto incide, entonces, cada época en la mirada que los otros le otorgan al niño y también en la que tienen de sí mismos? Y ¿cómo incidirá esto en la estructuración de la representación que cada uno haga de sí mismo, representación que será el sostén que nos posibi litará seguir siendo nosotros a pesar del paso del tiempo y de los avatares de la vida? La idealización de la infancia En tanto los adultos se sienten vulnerables, se produce como defensa una desmentida generalizada de la indefensión infantil, lo que lleva a suponer a los niños como poderosos, confundiendo la fantaseada omni potencia infantil con la realidad. Así, no son seres dependientes a los que hay que cuidar y proteger, sino que son ellos los poderosos, frente a adul tos que quedan inermes. “No puedo decirle que no porque se enoja mucho”, comenta la mamá de un niño de cinco años. “El es el que determina todo, porque si no le hacemos caso grita tanto que nos aturde”, dicen los padres de un niño de tres años. Múltiples consultas en las que insiste lo mismo: un niño ubi cado como dictador y padres desesperados. Así, la diferencia niño-adulto se quiebra y los niños se sienten deposita rios de un poder que los supera, que los deja desamparados y sin sostén. j j El sufrim iento psíquico en los niños ® Beatriz Janin | 64 Í El co n te x to social jj Frente al desafío a la autoridad que todo niño suele hacer, el adulto se siente anulado como tal, se siente sin lugar. Esto se agrava cuando el adulto espera el reconocimiento del niño para sostenerse como autoridad o cuando teme al niño. Es frecuente que padres y maestros, frente a sus propias dificultades para sostener el narcisismo secundario, esperen que sea el niño el que les confirme sus capacidades y logros, y no en un futuro (cuando sea gran de), sino ya, en el presente. Esto deja a los niños detenidos en una “falsa infancia”, siendo eternamente niños y en realidad nunca niños, en tanto ausencia de un contexto protector. La amenaza de un futuro incierto De la afirmación: “cuando seas grande vas a poder lo que ahora no podés”, que llevaba a los niños a desear “ser grandes”, deseo que opera ba como motor de muchas realizaciones, hemos pasado a: “ya vas a ver cuando seas grande”, como vaticinio de sufrimientos. Es decir, el advenir adulto aparece como un problema, no como un logro. Y los niños lo refle jan diciendo: “no quiero ser grande”, “me gustaría volver a ser bebé”. Así, Miguel Benasayag y Gérard Schmit sostienen que los adultos hoy, frente al fracaso de las ideas ligadas a un futuro mesiánico, plantean la creencia opuesta: la de un futuro lleno de amenazas, y que de este modo encaran la educación de los niños (2003, 59). Esto puede derivar en sensaciones de agobio y apatía, desinterés por el mundo y funcionamientos regresivos. Pero también en actuaciones vio lentas, en un intento de salir de la pasividad. Z. Bauman afirma: a'Ahora el ‘progreso3 representa la amenaza de un cambio implacable e inexorable que, lejos de augurar paz y descanso, presa gia una crisis y una tensión continuas que imposibilitarán el menor movi miento de respiro” (Z. Bauman, 2007, 21). Si el futuro es temible, si los vaticinios son catastróficos, no se puede proyectar ni soñar. Y tampoco es posible prevenir las dificultades, apren der a esperar, tolerar compartir, porque todo es “ya” y el placer tiene que ser inmediato. La intolerancia frente al sufrimiento y la carencia de espacios para procesar el dolor Hay una necesidad de que el sufrimiento sea ocultado, que el dolor no se muestre. Así, se considera que los duelos tienen que ser rápidos y que los seres humanos no tenemos derecho a estar tristes. Esto lleva a situa ciones en las que se les exige a los niños una rápida superación de todas aquellas situaciones que les resultan difíciles y dolorosas, como separarse de los padres en la entrada al jardín de infantes, o la pérdida de un jugue te, o la muerte de un animal querido. El ideal es la adaptación rápida a las penurias de la vida, pensando al ser humano con el modelo de una máquina. Es decir, hay que funcionar bien, cueste lo que costare. Muchas veces, los niños sufren pérdidas que los adultos no registran como tales. Y tienen que elaborar duelos. Otras veces, los padres supo nen que, si viajan o están lejos muchas horas, su ausencia puede ser com pensada con objetos (“no sufre porque le traigo regalos” es una afirma ción frecuente). El dolor de la pérdida del otro, aunque sea temporal, la tristeza por la distancia, no puede ser manifestada porque no tiene lugar, nadie la escucha y se da por supuesto que no tiene que ocurrir. Así, la reflexión del padre de un adolescente que hizo un intento de suicidio, en un momento en el que hubo varios suicidios de púberes en esa localidad, es significativa: “No sé qué le pasó, porque yo le doy todo”, obviando que la madre del niño había fallecido seis meses atrás. Si todo duelo implica un trabajo largo y doloroso de desinvestidura de recuerdos, y si, por eso mismo,es un proceso que lleva mucho tiempo, ¿por qué obtu rar este trabajo? Quizás porque el sufrimiento parece ser insoportable, tanto en uno mismo como en los otros, en tanto su reconocimiento se contrapone al modelo de felicidad imperante. Otra cuestión que también habría que considerar es la carencia de espa cios y de tiempos para elaborar situaciones dolorosas. La desvalorización del juego Este punto agrava lo que planteamos en el anterior. Si un modo privi legiado de elaboración de situaciones difíciles es el juego dramático, el ^ El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz janin | El co n texto social que este tenga poco espacio dificulta aún más la tramitación del sufri miento. No se favorece el “jugar solo” bajo la mirada del adulto, como desa rrolla Winnicott, (1971), ni se comparten sus juegos. Se lo llena de juguetes que se mueven solos, frente a los que el niño queda como espec tador y con los que no puede construir el pasaje pasivo-activo. Los niños de clases media y alta tienen tantas horas ocupadas en actividades regla das (ocho horas de clase más actividades extra-escolares) que no tienen tiempo para jugar libremente. Y los niños pobres se ven obligados a tra bajar o a suplir a los adultos en las tareas de la casa o cuidando hermani- tos, por lo que tampoco tienen espacios de juego. En tanto se supone que un niño se prepara para ese futuro temido acu mulando saberes y competencias, lo que se les niega es el medio para desarrollar sus potencialidades creativas (quizás lo más importante para poder afrontar los cambios). Todos tienen que saber lo mismo, todos tie nen que poder realizar las mismas acciones, olvidándose de la diversidad de las posibilidades humanas. Mientras tanto, la infancia deja de ser tal, el tiempo de juegos y cuentos, para convertirse en una preparación para el “éxito” en una especie de jungla. Pero la carencia de juegos libres, espontáneos, a solas o con otros niños, tiene consecuencias en la constitución subjetiva. No sólo dificulta la elaboración de las situaciones traumáticas, sino que traba el placer en una actividad creativa. Para crear, el juego es fundamental, ya que está ligado al fantaseo y por ende a la sublimación. En tanto el jugar libremente está ubicado como una “pérdida de tiem po” (suponiendo que el tiempo es algo que hay que atesorar), los niños son sancionados cuando no pueden acomodarse a la situación exigida y juegan en clase o cuando tienen que hacer la tarea. Pero también están los que frente a la presión se acomodan y se sobreadaptan, desestimando deseos y sentimientos. O los que frente a la imposibilidad de elaborar el sufrimiento a través de la repetición creativa de lo traumático en la acti vidad lúdica, repiten textualmente lo sufrido pasivamente y tienen esta llidos de violencia, someten a otros o se golpean a sí mismos. Q El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin La prevalencia de la imagen Las imágenes son representaciones que prevalecen sobre la palabra. Así, los cuentos han perdido valor. La televisión, los videos, ocupan el lugar de los relatos. Pero hay diferencias. Las palabras son un tipo de representación que permite traducir pensamientos y afectos, de modo que puedan ser compartidos, respetando secuencias. Los cuentos permi ten ligar las huellas de vivencias, armando mitos que pueden ser re-crea dos y modificados, dando lugar a la imaginación. Cuando alguien cuenta un cuento, posibilita un tiempo de reflexión, de preguntas. Es otro humano, un semejante, diciendo una historia. Posibi lita la instauración o el enriquecimiento del proceso secundario y permite elaborar traumas. En términos de transmisión, los relatos de historias reales o fantaseadas permiten la apropiación y la recreación de lo transmitido. Las imágenes, por el contrario, sobre todo en la medida en que pro vengan de aparatos (diferente al caso en que sean utilizadas por alguien como acompañantes de la expresión verbal), no tienen en cuenta los tiem pos ni las reacciones del niño. Lo dejan como espectador pasivo frente a estímulos rápidos e incontrolables, generando la confusión entre aquello que ellos generan y lo que les viene de afuera. La rapidez de la información La prevalencia de la imagen está íntimamente ligada al tipo de infor mación que reciben los niños de hoy. El filósofo italiano Franco Berardi atribuye a la hiperexpresividad, a una sociedad en la que los problemas son la hipervisión, el exceso de visibili dad, la explosión de la infosfera y la sobrecarga de estímulos info-nervio- sos, los problemas de atención en la infancia. La rapidez de los estímulos a los que los niños están sujetos los deja sin posibilidades de procesarlos, así como carentes de elementos para procesar sus propios pensamientos despertados por esos estímulos. Considera que la constante excitación de la mente por parte de flujos neuroestimulantes lleva a una saturación | 68 ¡ El co n te x to social | patológica, que desemboca en dificultades para atender a un estímulo durante más de unos segundos. “La aceleración de los intercambios infor mativos ha producido y está produciendo un efecto patológico en la mente humana individual y, con mayor razón, en la colectiva. Los individuos no están en condiciones de elaborar conscientemente la inmensa y creciente masa de información que entra en sus ordenadores• en sus teléfonos portá tiles, en sus pantallas de televisión, en sus agendas electrónicas y en sus cabe zas” (F. Berardi, 2003, 18-19). El niño queda entonces solo frente a un exceso de estímulos que no puede metabolizar, en un estado de excitación permanente. La motrici- dad, con el dominio del propio cuerpo y del mundo, es una vía posible para tramitar esa excitación y transformarla, pero el movimiento suele estar sancionado, lo que lleva a que el niño quede acorralado por el exce so de estímulos y la intolerancia de los otros frente a la excitación desen cadenada. Franco Berardi dice de las generaciones actuales: “En la época celular- cognitiva, la mente infantil se forma en un ambiente mediático totalmen te diferente respecto del de la humanidad moderna, y experimenta el tiem po según una modalidad fragmentaria y recombinante. No flujos de tiem po continuo, sino paquetes de tiempo-atención. Conexiones puntuales, ámbitos operativos separados” (F. Berardi, 2007). Considero que esta situación no solo provoca niños hiperactivos, sino que es fundamental para pensar las dificultades en la adquisición del len guaje con las que nos encontramos cotidianamente. Más que un mundo de palabras, les ofrecemos un universo de imágenes, en el que los flujos de información son muy veloces y en los que no hay tiempo para el pen samiento, para la construcción de proceso secundario. Dice Maud Mannoni: “La mutación tecnológica a la que Europa arras tra hoy al mundo va acompañada de un vuelco de mentalidades, diría, incluso, de un cambio de civilización. El que ahora se construye es un mundo esquizofrénico e inhumano, un mundo donde el valor mercantil, la productividad, se lleva, a su paso, el ser del hombre. En este universo de máquinas, de micro computadoras, ya no hay lugar para lo imprevisto. Peor aún, lo imprevisto y la fantasía perturban” (Mannoni, M., 1995, 23). La urgencia en la resolución de problemas: el “ya, ahora” En la misma línea de la información, todo debe resolverse rápido. No se da tiempo ni al niño ni a los padres ni a la escuela para resolver situa ciones. Cualquier dificultad debe encontrar su solución inmediata. No se con sidera que toda situación tiene su historia, sino que impera el aquí y ahora, como si solo existiera el presente. Esto supone una modificación de la idea de tiempo. El tiempo presen te toma todo y aparece como único. Esto con los niños cobra mucha importancia; si la infancia es el tiem po del crecimiento, de las transformaciones, de la apertura de posibilida des, pensar que un niño tiene que poder cumplir con todoslos logros estipulados socialmente en los primeros años de su vida supone desco nocerlo como sujeto en crecimiento. Y esto puede derivar en sensaciones muy tempranas de fracaso. Además, en tanto la institucionalización de los niños se realiza en tiem pos muy tempranos, la comparación con los logros de los otros también se hace prematuramente. Esto lleva a que muchas variaciones que podrían ser transitorias, por tiempos diferentes en la adquisición de las potencialidades, se vivan como permanentes, signando a alguien para siempre. De este modo, se supone que el rendimiento de un sujeto durante los primeros años de su vida determina su futuro, desmintiendo que todo niño, como sujeto en crecimiento, está sujeto a cambios. Desmentida que lleva a coagular un proceso, dificultando el desarrollo. Frente a esto, suele aparecer la necesidad de resolver todo rápidamen te, sin dar lugar a la duda. Ese niño tiene que acomodarse ya a lo que se espera de él, sin poner en juego al contexto. Esto explica la facilidad con que los adultos aceptan que un niño nece sita medicación, con la idea de que, a cualquier costo, tiene que resolver la situación de modo inmediato. Como la presión para la resolución rápida es también una presión hacia los profesionales, suele traer como consecuencia la apelación a la medi- | El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin I 70 | El co n te x to social | cación o a salidas terapéuticas que tiendan a entrenar al niño a cumplir con lo que se supone acorde con tal edad, sin preguntarse por las causas de lo que le pasa ni por los efectos de esas terapéuticas, más allá de los logros inmediatos. A la vez, en una época en la que se supone que lo importante es la efi ciencia y el rendimiento, los adultos suelen utilizar medicamentos para dormir, bajar los niveles de ansiedad, adelgazar o rendir todo lo que se espera de ellos. Y este modelo se transmite a los niños. Con tal de que respondan a lo esperado, cualquier medio es bueno. Pero la lógica que está en juego en este funcionamiento es la de la adic ción: algo externo ayuda a sentir o a hacer lo que no se puede solo. El tema no es resolver los conflictos que impiden dormir, comer adecuada mente o sentirse bien, sino lograr instantáneamente el efecto buscado, a cualquier costo. En lugar de preguntarse por lo que ocurre, se tapona con drogas el problema. La deificación del consumo y del dinero “Cuando, como es el caso de todas las sociedades occidentales (...) se pro clama abiertamente que el único valor es el dinero, el provecho, que el ideal sublime de la vida social es enriquézcase, ¿es posible pensar que una socie dad pueda seguir funcionando y reproduciéndose sobre esta única base?” (C. Castoriadis, 1997, 113). El consumo desenfrenado, se pueda o no consumir, aparece como parte del ideal cultural, con la tendencia a llenar todos los vacíos con objetos. De este modo, los vínculos quedan en segundo plano, no hay tiempo para desear o los deseos son imperativos y cambiantes permanentemente, obturando el armado de fantasías. Lo que importa es la posesión del obje to, más que lo que se pueda hacer con él. El placer queda degradado a una satisfacción instantánea que tiene más que ver con la pulsión de dominio (sobre el objeto y sobre el semejante que se lo provee) que con un des pliegue erótico. Es más, a veces los adultos tratan de sentirse vivos y potentes a través del consumo desenfrenado. El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin Esto lleva a un estado de excitación permanente, en el que se busca acumular posesiones más que profundizar vínculos o producir actos cre ativos. Y esto puede llevar a actuaciones violentas, a querer apropiarse de cualquier modo de aquello que sería el símbolo de la felicidad, que otor garía poder o, por lo menos, un lugar de reconocimiento. También con los tratamientos el tema del consumo cobra importancia. Así como los adultos consumen pastillas para paliar cualquier tipo de sufri miento (insomnios, exceso de peso, depresión, angustia, etc.), los niños también caen bajo la lógica del mercado y así se los medica indiscrimina damente, lo que es particularmente notorio en el caso del llamado Défi cit de Atención.2 En algunos casos, lo que prima es la transmisión de una cultura hedo- nista. Nuevamente, el narcisismo de los padres está en juego, ligado a los imperativos de época, impidiendo la construcción de una imagen valori zada de sí sobre la base de logros. El “goza ya” como mandato termina siendo contradictorio, porque es una orden que se contrapone al deber de estudiar, de obedecer, etcétera. Al mismo tiempo, no queda clara la necesidad de cumplir con esos man datos cuando el futuro no está garantizado y lo único importante es el presente. Es frecuente que los adultos funcionen de un modo contradictorio: por un lado, intentan garantizar un mundo sin frustraciones y, a la vez, tie nen exigencias desmedidas. Y todo tiene que ser en un tiempo que es un puro presente, en un “ya” sin tiempo. ¿No produciremos, como sociedad, niños a los que no podemos con tener, a los que no toleramos, que nos molestan? Un ejemplo de estas patologías “actuales” es el llamado trastorno nega- tivista-desafiante, del que trataré en el próximo capítulo. f El co n te x to social j j N otas ■ 1. El tema dei contrato narcisista es desarrollado por Piera Aulagnier: ccE l contrato nar cisista se instaura ¿rad a s a la precatectización por parte del conjunto del infans como voz futura que ocupará el lugar que se le designa: por anticipación, provee a este último del rol de sujeto del grupo que proyecta sobre él (...) El contrato narcisista tiene como sig natarios al niño y al grupo. La catectización del niño por parte del grupo anticipa la del grupo por parte del niño”. La violencia de la interpretación, págs. 162/167. 2. Sobre el tema del Déficit de Atención he desarrollado mis ideas en el libro: Niños desatentos e hiperactivos. Reflexiones críticas sobre el Déficit de Atención con o sin Hipe- ractividad, publicado en esta misma editorial. C apítu i® 4 I Los N IÑ O S DESAFIANTES O EL DESAFÍO DE NUESTROS DÍAS “Alan tiene siete años. No respeta las reglas de la escuela, contradice a la maestra, desafía a las autoridades. Debe tener un problema orgánico. ¿No necesitará medicación?” “Pedro tiene cuatro años; discute todo lo que se le dice, se pelea con los otros chicos y se enoja cuando se lo reta. Se tira al suelo cuando se le niega algo que quiere. Nos dijeron que consultemos a un neurólogo.” “Juan tiene cinco años. Se niega a hacer lo que se le pide, dice a los gri tos que no quiere obedecer y trata de imponer su voluntad todo el tiem po. Lo retamos, le pegamos y le ponemos penitencias, pero cada vez es peor ¿Qué podemos hacer?” Y una escena en la calle. La mamá: “Cuando hablo con otro adulto no me interrumpas” . El nene, de cinco años (en el mismo tono de voz auto ritario): “Y vos contestáme cuando yo te hago una pregunta” . La mamá: “Me estás desafiando” . El niño: “Y vos me estás desafiando a mí” . El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin Son niños a los que antes se les adjudicaba “mala conducta” o “mala educación” . Algunos de estos niños fueron rotulados por diversos profe sionales como Síndrome de Déficit de Atención con Hiperactividad. Otros, como trastorno negativista desafiante (o trastorno oposicionista desafiante), una nueva clasificación que circula por los ámbitos de la salud y la educación. Otro “trastorno de época” con una supuesta “solu ción” de época. Así, algunos niños a los que se les pone este “sello” son medicados con antipsicóticos en dosis leves, para mejorar su conducta. Nuevamente, como en el caso del trastorno por déficit de atención, nos encontramos con la descripción de una conducta frecuente en nuestra cultura, frente a la cual se arma una clasificación psiquiátrica y se supone un remedio “mágico” . Por consiguiente, es una nominaciónque suele abarcar patologías y problemáticas muy diferentes. Desde las respuestas impulsivas y agresivas de un niño que siente que su psiquismo estalla frente a las exigencias del mundo, hasta las dificultades de otro que no tolera las normas, todos son ubicados del mismo modo. A la vez, es frecuente que estos niños susci ten la hostilidad de los adultos. Es decir, no se la piensa como una con ducta que suscita preguntas, que “dice” algo, sino como algo a acallar. Considerado un cuadro psicopatológico o una respuesta a una educa ción permisiva, las conductas de los niños que se oponen a las reglas escolares y familiares se piensan como algo a silenciar más que como un llamado a escuchar. Pero el comportamiento transgresor y desafiante de los niños de hoy no tiene que ver necesariamente con una falta de castigos o con actitu des demasiado permisivas de los padres. Considero, por el contrario, que los adultos presentan dificultades para sostener las diferencias niño-adulto, no pueden ser garantes de un futu ro mejor y esperan que los niños los sostengan narcisísticamente. Así, generan actitudes y respuestas frente a las que luego se violentan. Son niños a los que han imbuido de un poder omnímodo. Es decir, son los mismos adultos los que los han convencido de que son seres poderosos, que deben cumplir con todo lo esperado “ya” y que este cumplimiento les traerá satisfacciones inmediatas. Los niños desafiantes o el desafío de nuestros días ¿A qué se oponen los ninos? ¿A qué se niegan? ¿Qué desafío está en juego? ¿Qué nos están diciendo con tanto “negativismo”? Es frecuente que los niños de hoy traten a los adultos como pares e intenten imponer su voluntad a toda costa. Pero hay determinaciones sociales, familiares e individuales que debe mos tener en cuenta en la producción de estas conductas que suelen denunciar dificultades en la estructuración narcisista. El problema con el que solemos encontrarnos es que, al considerar el comportamiento como algo estático, un trastorno que el niño trae y que es atemporal, no se toma en cuenta su sufrimiento. Estos niños, a su vez, suelen desmentir el dolor, justamente porque suponen que tienen que funcionar como poderosos y que si se muestran débiles quedan a merced de un tirano. Es por esto que se hace difícil el comienzo del tratamiento psicoanalítico, en tanto los adultos los consideran “malos” o con una patología de por vida y ellos mismos prefieren un rótulo a mostrar la indefensión y la angustia. Generalmente, son sancionados, castigados, expulsados, lo que refuerza la idea de un mundo hostil y arbitrario. Un tema importante con ellos es que el analista pase a ser un objeto confiable, alguien que no ataca y a la vez un adulto que sostiene las dife rencias. Esto es clave; si el niño percibe que el otro responde al ataque en espejo, reafirmará su idea de vivir en una selva en la que hay que defenderse de los otros. Lo fundamental es devolverles a estas conductas su carácter de incóg nita, de aquello que nos hace preguntarnos qué nos están diciendo. Considero entonces que lo que aparece como conducta oposicionista- desafiante o negativista-desafiante puede responder a múltiples determi naciones y que en éstas tiene peso tanto el medio social como el familiar, así como el modo particular en que ese niño tramita sus vivencias. Ya hablamos de las determinaciones sociales que llevan a que los niños desafíen las normas y desconozcan las diferencias niño-adulto. Pero en ese contexto podemos pensar el modo en que lo social se entrama con funcionamientos familiares y con las posibilidades psíquicas de algunos niños para responder a ese entorno. 7 7 1 El su frim ien to psíquico en los niños ® BeatrizJanin A l g u n a s d e t e r m i n a c i o n e s d e l a s c o n d u c t a s o p o s i c i o n i s t a s y d e s a f i a n t e s Trastornos en la constitución de ligazones que operen como inhibidoras del desborde pulsional Algunos niños no han podido constituir posibilidades mediatizadoras y, tal como lo desarrollamos en el primer capítulo, quedan a merced de la insistencia pulsional en una pura descarga. El otro fracasa como aquel que contiene y calma y el niño queda solo en un estado de enfrenta miento con todos, suponiendo que los otros son causa de su malestar. Esto suele confundirse con un funcionamiento “oposicionista” . Así, un niño de diez años que insultaba a las maestras, le pegaba a la madre, totalmente desbordado por cualquier situación en la que tuviera que esperar su turno o ceder frente a otro, fue diagnosticado como tras torno negativista desafiante. Podemos pensar cómo lo que primó allí fue una idea de “clasificar”, sin dar cuenta de los mecanismos productores de sus desbordes. En este caso, estos se desencadenaban cuando aparecía una situación en la que se le presentificaba la idea de ser aniquilado o expulsado violentamente por el otro, llevándolo a estados de desespera ción en los que las urgencias se transformaban en irrefrenables. Desespe ración que se incrementaba en el vínculo con adultos que se ubicaban como impotentes frente a los ataques del niño. A diferencia de otros niños a los que se les aplica el mismo “sello”, en este niño encontramos dificultades en el armado del preconsciente, con severas fallas en los procesos de simbolización. Esto hace imprescindible la construcción, en el proceso analítico, de mediaciones, de representa ciones preconscientes que posibiliten el armado de pensamientos. La desmentida de la dependencia En tanto el niño teme depender del otro porque no lo considera segu ro y supone que va a quedar a merced de él, de sus idas y venidas, el mos trarse autosuficiente y negarse a obedecerlo puede ser el modo en que intenta sostener un armado narcisista precario. Los niños desafiantes o el desafío de nuestros días En algunos niños, dominar al otro, someterlo a la propia voluntad, parece ser la única satisfacción posible. Ya no es la satisfacción erótica en el vínculo con el otro, el placer en la realización del deseo, sino el placer en el dominio del otro como objeto. Hay niños que se unifican en el “no” como modo de ser, como protec ción, porque si no se sienten arrasados por el avance intrusivo del otro. La dificultad radica en que pierden la percepción de sus deseos (algunos no la tuvieron nunca) y lo único que desean es oponerse al deseo del otro (lo que delata la dependencia). Al abroquelarse en el “no”, éste funciona como organizador que les permite sostenerse como diferentes. Este funcionamiento suele traer dificultades para sublimar. Así, en lugar del juego o de actividades creativas, estos niños buscan el poder por sobre todas las cosas. Ser el “jefe” de la “banda” es lo único importante. Por otra parte, el “no” formulado como “no quiero” implica tanto la posibilidad de poner coto al avasallamiento del otro como de reafirmar la autonomía. Los padres de un niño de cuatro años consultaron porque el niño regu laba todos los movimientos de la casa. Si él se oponía, no podían salir a pasear o a comer afuera. El niño respondía con escándalos cuando no se hacía lo que él quería. Podemos preguntarnos: ¿qué quería? Quizás domi nar a los otros para no darse cuenta de que eran personas autónomas, separadas de él, situación que cuando se hacía evidente le acarreaba muchísimo sufrimiento. A la vez, estos padres se ubicaban en una lucha de poder con el niño, repitiendo con él la batalla cotidiana con un mundo vivido como excesivamente exigente. Depender de otro supone que uno puede perderlo. Estos niños inten tan desmentir toda dependencia, para evitar toda pérdida. Lo que puede ocurrir (y esto será desarrollado en el capítulo sobre fobias) es que un niño tenga terror al abandono y desmienta por eso la necesidad de ese otro. Pero el resultado es que el objeto se les torna incontrolable, que la separación no puede ser eternamente desmentida y que por consiguien te reciben permanentemente heridas insoportables,en tanto esperan una fusión imposible. El sufrim iento psíquico en los niños ® Beatriz Janin En estas condiciones, el pasaje del yo de placer purificado al yo de rea lidad definitivo se dificulta, porque los golpes al narcisismo son desmen tidos, en tanto son vividos como intolerables. Así, un niño que estaba a punto de ser expulsado del jardín de infantes al que concurría, por pegar a los otros niños y desafiar a los docentes, trae a las sesiones su sensación de injusticia, de no ser escuchado por los maes tros, de quedar como culpable de todas las situaciones de un modo arbi trario. Está muy enojado con el mundo. En una sesión, le propongo jugar a que él es el psicólogo. Acepta y juego a ser una niña que les pega a todos y a la que retan todo el tiem po. Yo voy diciendo lo que siento, lo injustos que son conmigo, cómo ninguno me escucha y cómo me dejan sola y él va pasando de ser un adulto implacable, que sólo me reta, a transformarse en un director de escuela que dice: “yo te creo; voy a ir con vos al recreo a ver lo que pasa, y si te molestan yo te defiendo” . Esta variación de posición en el juego le permitió ir modificando su lugar en el jardín, sintiendo que los adul tos podían escucharlo y defenderlo. Pudo empezar a mostrar sus miedos, sus debilidades y a soportar la indefensión frente a los adultos. Muchas veces, la desmentida de la dependencia está sostenida por los adultos, que ubican al niño como todopoderoso frente a adultos impo tentes. Esto lo hemos mencionado en el capítulo anterior en términos de “la idealización de la infancia” como uno de los factores sociales que inci den en las dificultades de los niños de hoy. Así, los padres de una niña de tres años afirmaban que la niña era “terrible” y que rompía todo en la casa. Relataban una situación en la que la niña había roto la mesada de la cocina al treparse a ella, adjudi cándole así una fuerza que no tenía. De este modo, la niña quedaba entrampada entre un poder omnímodo y ser la culpable de todo lo que ocurría, cuando era obvio que la mesada estaba quebrada con anteriori dad y todo lo que había hecho era poner de manifiesto ese quiebre. Curiosa, con un lenguaje muy desarrollado y un excelente nivel de juego dramático, esta niña no obedecía y se enojaba frente a cualquier negati va a sus deseos. En este contexto, ¿cómo va a obedecer a adultos que se muestran más débiles que ella? Una consecuencia posible es la confusión ¡ Los niños desafiantes o el desafío de nuestros días con relación a sus propias posibilidades y un estado de desesperación del que intenta salir a través del desafío. El niño como sostén narcisista de los adultos En esta época es difícil sostener el propio narcisismo, en medio de tan tas exigencias. Por consiguiente, los niños suelen ser ubicados como garantes del narcisismo de los padres. Esto les dificulta el pasaje del nar cisismo primario al secundario, es decir, el pasaje de los ideales del yo ideal a los del ideal del Yo. Se torna así tormentoso tanto el cumplimiento de logros, que suelen ser alejados de sus posibilidades, como el acuerdo con un ideal que, desde el Ideal del Yo social, es contradictorio. Si el imperativo social es: “goza ya” y, a la vez, muestra ya que puedes todo, ¿cómo construir ide ales y soportar esa tensión entre lo que se puede y lo que se debe, entre el yo y el ideal del yo? En algunos casos, uno de los padres (o ambos) tiene una historia en la que se sintió humillado o postergado por otros. Y se intenta cambiar la historia a través del hijo. Ese niño tiene que reinvindicarlo por anteriores postergaciones o humillaciones y tendrá que ser el que no las sufra, aquel a quien, como decía el padre de un niño de ocho años, “nadie le pase por encima”. (Este papá había luchado mucho en su vida para llegar a un lugar de reconocimiento y liderazgo social y una de las frases que él rei teraba era: “A mí nadie me va a decir lo que tengo que hacer con mi hijo ni con nadie” .) El niño siente así que tiene que remendar el narcisismo de otros que mantienen viejas heridas sin cerrar. Misión imposible en tanto son situa ciones de una historia que no puede hacerse pasado y sigue incidiendo como un presente permanente. Además, en tanto el niño suele ser juzgado por los otros en función de sus padres y a la vez estos son el espejo en el que él se refleja, le es muy difícil diferenciar los golpes al narcisismo sufridos por los padres y los propios. Tiene que ser aquel que no sólo cumpla los deseos insatisfechos El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin de sus padres, sino que los vengue por las derrotas inferidas. Y esto puede llevarlo a conductas desafiantes frente a la autoridad, en la escuela y en la casa. Un niño de cuatro años es derivado por la escuela a un psiquiatra por su conducta desafiante. Los padres deciden consultarme. El padre es un profesional exitoso, pero la madre no ha podido terminar una carrera universitaria, está sujeta en su trabajo a un jefe dominante y en su casa a un marido del que depende económicamente, que la subestima en el plano intelectual. En su historia, se repiten las situaciones en las que quedó a merced del desprecio o de la discriminación de los otros. Cuan do lleva al niño a la escuela, está pendiente de la mirada de las otras madres, de su aceptación o rechazo y de poder incluirse en ese grupo. Podemos ir viendo, a lo largo del tratamiento, que esta mamá siente que depende de este niño, su único hijo, para ser reconocida y valorada socialmente y revertir esta historia. En las entrevistas vinculares, el niño le pega y le grita, dándole órdenes, mientras que ella lo mira embelesa da por su supuesta precocidad e inteligencia. El vínculo incestuoso se despliega de este modo, el cuerpo materno no le está vedado y a la vez él tendrá que destacarse en el mundo para resarcir a su madre. Es difí cil entonces aceptar las normas como aquello que puede acotar el deseo. Estas son vividas como ataques a su omnipotencia y al vínculo con su madre. El tiene un lugar único, es el rey a quien nadie le puede poner freno. Este niño tiene un lenguaje muy desarrollado y una gran habilidad para resolver situaciones, pero también para pensar cómo enfrentar al otro y dejarlo descolocado. En una sesión a solas, me dice: “Lo odio a mi papá y a las maestras y a todos los grandes. Ojalá se mue ran todos. La única que me quiere y me cree y me defiende es mi mamá” . El tiene que forzar el reconocimiento de los otros, no tolera perder y supone que sólo la irrupción violenta y la defensa absoluta de su posición puede lograr ese designio. Reivindicar a la madre es un mandato inconsciente, que se liga al deseo de poseerla totalmente. En este caso, el trabajo con ambos padres fue decisivo, en tanto el padre se mantenía “afuera” de la situación o irrumpía violentamente, refor zando la idea del niño de un enemigo arbitrario, carente de reglas cla ras, a quien tenía que aniquilar. Los niños desafiantes o el desafío de nuestros días Es decir, se combinaban en esta historia una madre que necesitaba un “vengador”, con un padre que operaba como “padre de la horda pri mitiva” .1 El predominio de la transgresión A veces, uno de los padres (o ambos) tiende a depositar en el niño sus propios deseos transgresores. A veces, estos deseos son inconscientes, han sido reprimidos, pero insisten. Otras veces son desmentidos o deses timados. Podemos retomar aquí el pensamiento de Piera Aulagnier cuando dice: “Pero el trabajo de la instancia represora no se puede producir, menos toda vía lograr\ en ausencia de dos aportes exteriores: las interdicciones pronun ciadas por una instancia parental que se hace en esto ‘portavoz3 de las exi gencias culturales, y en mayor medida el hecho de que esas prohibiciones recaen sobre lo que ya debe formar parte de lo reprimido de los padres, los deseos a que renunciaron en un lejano pasado y que ya no tienen sitio en la formulación de los deseosactuales” (P. Aulagnier [1984], 1986, 240). Si la represión se transmite, y con ella no sólo la prohibición, sino lo prohibido, y si esto fundamentalmente puede hacerse porque los padres se han prohibido a sí mismos, están ya reprimidos en ellos ciertos dese os, cuando lo que prima en los padres o en alguno de ellos son los dese os transgresores no reprimidos, esta transmisión se verá afectada. Muchas veces, entonces, aquello que les es transmitido son los deseos de desafiar toda norma y la desmentida de toda legalidad. Los niños registran cuando el cumplimiento de las normas varía según el estado de ánimo del adulto y sienten que están en manos de otros que utilizan su autoridad para cumplir con sus propios deseos. Y hay niños que se oponen ciegamente a toda prohibición porque suponen que toda norma es arbitraria. Piensan que el que emite la norma es alguien que no respeta leyes, sino que las dicta a su arbitrio. Entonces, una salida posible es defenderse de este personaje siniestro, semejante al padre pri mitivo que describe Freud en Tótem y Tabú, que imponía prohibiciones a los otros, pero que no las respetaba. Y la defensa suele ser la identifi El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin cación con el personaje, por lo que el niño se transforma en una suerte de dictador. Otra posibilidad es que el niño perciba a todo el mundo como peli groso, atacante y que entonces ataque en defensa propia. Así, un niño de cinco años me decía: “Tenes que pegar primero y muy fuerte, porque así nadie te pega”. Visión paranoide de un mundo sin leyes, que lo deja en un estado de alerta continuo. Y puede cerrarse frente a cualquier mandato, rechazar toda imposición para no sentirse un esclavo. Muchos de estos niños sienten que pueden quedar sometidos por un loco (otro irracional e impredecible) y que toda prohibición es sólo para ellos, mientras los demás gozan de todos los pla ceres en forma irrestricta. A la vez, el único modo de incorporar normas, de pasar del temor al castigo por parte de otro (en cuyo caso el portarse bien está sujeto a la mirada del otro), de la instauración de mandatos internos, es que éstos hayan sido separados de la persona que los emitió y que sean vividos como leyes generales. Debemos tener esto en cuenta cuando trabajamos con estos niños, porque es fundamental transmitirles que todas las nor mas que sostenemos son generales para todos los pacientes. También es necesario considerar que son niños que suelen proponer una especie de lucha de poder, de batalla por ver quién puede más, como modo de desmentir la dependencia o de enfrentar los terrores que susci ta en ellos la sensación de desvalimiento frente a otro poderoso y arbi trario. Así, se hace imprescindible que los adultos sostengan las diferen cias niño-adulto y no entren en la pelea. Fallas en la constitución del supevyó Un desarrollo especial merece el hecho de pensar que en muchos de estos niños el problema se centra en la estructuración del superyó como posibilitador y protector. Podemos hablar de una transgresión que posibilita caminos creativos, al servicio de Eros. La creación supone normas, reglas y posibilidades de ir más allá de ellas, de romper con los caminos ya establecidos, retomando | 84 Los niños desafiantes o el desafío de nuestros días la historia para abrir recorridos nuevos. La transgresión como triunfo de Tánatos, en cambio, implica la desmentida o la desestimación de la norma en una suerte de burla omnipotente que lleva a la autodestrucción. Es frecuente que se les transmita que no pueden hacer tal o cual cosa si son mirados por los otros y que el problema es ser descubiertos, no el cumplimiento de la norma. Es decir, no se facilita el pasaje de la angus tia social (el temor a la crítica de los otros) a la conciencia moral. Esto nos lleva a pensar el tema de la ética y su transmisión. La incidencia de la ética de los padres en la constitución subjetiva Freud, en El Malestar en la Cultura, define la ética como el conjunto de los ideales que atañen a los vínculos recíprocos entre los seres huma nos (S. Freud [1930], 1988, 137). Y plantea que el problema es cómo desarraigar el máximo obstáculo que se opone a la cultura: la inclinación constitucional de los seres humanos a agredirse unos a otros. Parafraseando a André Green, cuando habla de un narcisismo de vida y un narcisismo de muerte (A. Green, 1983),2 pienso que hay una ética que apunta a la defensa de la vida, ligada a los valores de solidaridad, fra ternidad, dignidad y cuidado del otro, valores que implican el reconoci miento de lo diverso, de lo diferente a uno y que promueven por tanto una complejización creciente del mundo representacional. Ética de vida que nos remite a la primacía de Eros. Por el contrario, los fanatismos, el racismo, las actitudes dictatoriales, pero también la lucha por el poder en sí mismo, las certezas absolutas y delirantes, la entronización del dinero como único valor de intercambio, la manipulación de los otros, son formas, a mi entender, de lo que impli ca el predominio de la muerte. La lógica aquí es: yo o el otro. Freud analizó las consecuencias de la represión excesiva, de las exigen cias culturales como imposibles de ser satisfechas en su totalidad, pero ¿cuáles son los peligros del predominio de comportamientos transgreso- res en los padres y en la comunidad en general? ¿No dejarán totalmente librado al niño a sus propias pulsiones destructivas? ¿No impedirán la incorporación de normas que acotan el funcionamiento mortífero? 85 El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin En una época en la que la sexualidad queda desmentida más que repri mida, con una primacía de los placeres narcisistas, en que lo fundamen tal es ser reconocido, se hace más complicada la construcción de un sis tema de prohibiciones e ideales interno. De la represión excesiva, del silencio, de la demonización de la sexua lidad infantil, se ha pasado a actitudes en las que los niños son ubicados como adultos, distorsionando lo propio de la infancia, sin respetar sus tiempos ni sus modos de manifestación, exacerbando el exhibicionismo. Me parece que el problema central es el borramiento de las diferencias niño-adulto e íntimo-público, con el valor que ha cobrado el tema de la visibilidad. Se “es” si se es mirado por muchos otros (y si es en una pan talla, mejor). Las posibilidades paterno-maternas de libidinizar y narcisizar a un otro al que ubiquen como diferente a sí, sin que esto implique su destrucción en tanto distinto, dependerá no sólo del propio armado narcisista, sino también de que ellos mismos estén marcados por un superyó protector y benevolente que les permita soportar las diferencias sin desestructurarse. Si debemos pensar la historia como historia vincular, es también insos layable pensar a ambos padres insertos socialmente. Por ejemplo, si el varón necesita para ubicarse en el mundo establecer en un momento una lucha a muerte con el padre, éste deberá ser un padre diferente al de la horda primitiva, pero también un rival dispuesto a la pelea. Si el padre se siente un fracasado, o está ensimismado en sus dificultades laborales, o por el duelo por las ilusiones perdidas, el niño no tiene con quién establecer la lucha. El otro está vencido de antemano. “Deberás ser como yo”, pri mera parte del mandato que puede quedar quebrado o resultar absurdo. Padres que juegan sus propios conflictos narcisistas y edípicos en una historia que va más allá de los propios avatares, o en la que los propios avatares están a la vez marcados no sólo por las historias de varias gene raciones, sino por aquellas vicisitudes que, como generación, en un pue blo y en una clase social determinada, les tocó vivir. Un padre que ha renunciado a sus propios valores es diferente a un padre cuyo narcisismo secundario se sostiene en un acuerdo con los ide ales del Ideal del yo. Un padre que ha podido realizar proyectos está en| 86 un estado anímico diferente a aquel cuyos proyectos han fracasado, han quedado truncos o no han podido ser desplegados. Y como el yo se constituye por identificación a un semejante, el que el adulto mantenga o no coherencia interna (acuerdo con sus propios ide ales) será fundamental. Si se está a merced de un otro omnipotente, todo pasa a ser imprede- cible y no se pueden elaborar las vivencias, hay que vivir en estado de alerta permanente o caer en un estado de obnubilación de la conciencia. El padre primitivo, aquel que dictaba las normas de la horda a su capri cho, arrastra al asesinato. Cuando la opción es entre el sometimiento a un poder omnímodo y la identificación con ese poder, es evidente que la salida no es fácil. Por el contrario, cuando el adulto puede sostener un funcionamiento coherente en sus actos, gestos y palabras, no sólo transmite un sistema normativo, sino que abre el camino en el niño a la diferenciación inter- sistémica, posibilitando el pensamiento. Frente a la crisis de los ideales colectivos, hay una tendencia a centrar se en los ideales del yo-ideal, ideales de omnipotencia y perfección, lo que deriva en la idealización del funcionamiento infantil como mágico y todopoderoso. Pánico a crecer, apatía por lo externo, indiferencia por los otros, o sobreadaptación, con la constitución de un falso self, son modos en los que la conflictiva se manifiesta. Si lo que importa es el resultado, pero no los sentimientos ni el esfuer zo puesto en juego, si lo que se privilegia es la mirada de los otros por sobre el registro de los propios afectos y pensamientos, si más que pre guntar cómo la pregunta es cuánto, conectarse consigo mismo constru yendo la propia subjetividad se hace muy complicado. Cuando los ideales colectivos tambalean, es mucho más difícil sostener y transmitir ideales. Y sin ideales no hay proyectos, ni idea de futuro. El sostenimiento de proyectos y de ideales en los adultos posibilita pensar a los hijos con proyectos e ideales propios. Sintetizando, la tendencia al cero debe ser transgredida para que la vida tenga lugar. Y para que esto ocurra en la línea de Eros deben darse: 1) la erotización ( y va a ser diferente la libidinización del que juega su erotis ¡ Los niños desafiantes o el desafío de nuestros días | 87 mo sin represión a la de aquel cuyas pulsiones están mediatizadas por un sistema normativo); 2) la capacidad de contención, de sostén y de ensueño materno, dada desde un adulto que puede contenerse a sí mismo; 3) las posibilidades identificatorias con un otro que se ubique como diferenciado, unificado y que pueda reflejar una imagen valiosa de sí mismo y del niño; y 4) el encuentro con otros transmisores de ideales culturales y de una ética de vida. Aquellos que estamos comprometidos con el psicoanálisis, que segui mos sosteniendo que la búsqueda de las propias determinaciones lleva a la libertad posible, deberemos seguir dando la batalla contra las resisten cias, que si en la época de Freud se centraban en la represión cultural de la sexualidad, hoy están centradas en la desmentida generalizada de los deseos sexuales, en pos del dinero y la apariencia. En un mundo en el que se privilegian los números y lo que se ve, los niños deben cualificar sensaciones, armar cadenas representacionales, tra ducir afectos, construir una imagen de sí, y corren el riesgo de que pre domine el vacío, como ausencia de cualidades y matices, o de hacer un armado que encubra un vacío. Vacío que aparece como el gran protago nista de la psicopatología infantil y juvenil en este momento. Vacío que, a veces, se intenta llenar con movimientos o con acciones disruptivas, o con conductas desafiantes. | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin N otas 1. S. Freud (1913), Tótem y Tabú. 2. A. Green (1983), Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Capítu lo! i...J E l a p r e n d i z a j e y sus a v a t a r e s 1 Son muchas las consultas por dificultades en el aprendizaje escolar. Todo aprendizaje tiene en cada niño una historia previa de modos y rit mos de incorporar conocimientos. Y el aprendizaje escolar es un efecto de transmisiones, inscripciones y ligazones que involucran a varios pro tagonistas: el niño, la escuela, la familia y la sociedad en su conjunto. Me voy a centrar en este capítulo en las dificultades que pueden apare cer, centrándome en las peripecias de la constitución psíquica en el niño, teniendo en cuenta que todo abordaje de este tema es un recorte que deja muchas puertas abiertas. Podemos decir que la posibilidad de conocer está dada por la amplia ción del campo de representaciones secundarias a partir de la sobreinves- tidura de las representaciones primarias, ampliación motorizada por los deseos y posibilitada por las transformaciones del yo con relación a las exigencias del ideal del yo. 89 | Son los deseos y fundamentalmente el deseo de saber lo que se pone en juego en todo aprendizaje, pero también la posibilidad del yo de orga nizar las representaciones y de sostener pensamientos preconscientes. Algunos casos clínicos nos permitirán introducirnos en el tema. | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin ¿H lPERACTIVID AD ? A V A T A R E S L8B1D8NALES DE U N A N IÑ A DE 5 A Ñ O S Consulta la madre por Ana: aDesde beba que es muy difícil de manejar. Es hiperquinética. En la escuela (va a preescolar) la ven dispersa, no dibu ja la figura humana. No se concentra. Suponen que no va a poder ingre sar a primer grado el próximo año. Se porta mal todo el tiempo. No sé qué hacer con ella. Nunca obedece. Yo quería consultar ya al año y después a los dos y todos me decían que era chiquita, que había que esperar, pero ahora también en el colegio tiene problemas. Me pidieron un psicodiagnóstico. Hace como si no escuchara. Le pego y me mira sin llorar. No puedo pasar me todo el día pegándole. Cuando la encierro hace un desastre. Si la encie rro en el baño saca todo y abre las canillas. Si la encierro en la pieza saca la ropa del placará. Ya probé todo. Yo me vuelvo loca. A. veces la mataría. Me agota. No tengo ayuda. Es tan terrible que no se la puedo dejar a nadie. Mi mamá se cansa con ella. Somos las dos solas. Estamos todo el día juntas. No doy más. Grito y le pego. No sé qué hacer.” Pregunto: CC¿Y el padre?”. Madre: “No está nunca. Es un cómodo. Mejor ni hablar. ¿ Usted cree que le importa algo'? El hace como, si no tuviera nada que ver. Me dijo que no quería que la nena viniera, que está perfecta, pero él vuelve tarde y cuan do la ve la malcría; total, después la que la banco soy yo. Si viene, le va a decir cualquier cosa... (...) Con esta nena todo me salió mal. Yo soñaba con tener una nena. Siempre quise tener una nena. Cuando escuchaba a otras madres decir que les molestaba llevar a los chicos a la plaza, yo no las entendía. Yo pensaba que la iba a llevar con un vestidito, sentar en la arena y yo dedicarme a bordar sentada en un banco. Nada que ver. Cuan do la llevé, empezó a correr por todos lados, yo corriendo detrás de ella. No I 90 ¡ El ap rend iza je y sus avatares j | la llevé más. [Esta secuencia se repite cuando le compra plastilina y ensu cia el piso, cuando le compra crayones y ensucia las paredes, etcétera.] Nunca puede estar quieta en un lugar. Empezó a gatear a los siete meses y a caminar a los diez meses. De ahí no he tenido descanso. Yo la metía en el corralito y ella se escapaba. Mis padres me dijeron que tenía que com prarle una jaula. Mi mamá no la soporta. Ella ya es grande y A na es con testadora, brusca. Se mueve y se sienta como un varón, con las piernas abiertas. Dice malas palabras.” El padre está separado de un primer matrimonio, del que tiene dos hijos. Cuando ella quedó embarazada, después de seis años de convivencia, él dijo que no quería tener más hijos. Ella decidió seguir adelante con el embarazo. “Fue un escándalo en mi familia cuando empecé a salir con unhombre casado'. Pero después lo aceptaron. Me banqué muchas de él. Era muy tonta, pero nació la nena y cambié. A m í que a la nena no me la toque.” Entrevista con el padre: “Para m í A na es una nena fantástica. To me llevo muy bien con ella. Es el juguete de la casa. Estoy con ella los domingos, porque en la semana trabajo mucho. Salgo con ella y con mis otros hijos. La adoran. Es hermosa la relación que tienen. Más no le puedo decir. Usted sabe que los hombres, en esta situación económica, no estamos en casa. Con mi mujer no me llevo. Yo no tengo problemas y estoy muy ocupado para venir, pero si la nena lo necesita, puede venir con la madre”. [Le aclaro que yo no obligo a nadie a tratarse.] “En realidad, Ana es una nena maltra tada, y no creo que usted pueda cambiar nada. Los dos le pegamos mucho. La madre fue madre muy grande, por eso es así. No le tiene paciencia. Yo me ocupo de cosas más importantes, tengo otras preocupaciones”. [Plantea al final de la entrevista que el tratamiento puede serles útil a la madre y a Ana y que él lo va a pagar.] La madre relata que el embarazo y el parto fueron excelentes. De recién nacida “no jorobaba nada” . Ana se hace pis todas las noches, por lo que es permanentemente castigada, “pero igual no aprende” . Cuando Ana está en la escuela, la madre se pone tan contenta de tener tiempo libre “que no sé qué hacer” . ¿Quién es ella sin la nena? Comienzo trabajando en sesiones vinculares, con Ana y su mamá (a la que llamaremos M.). 91 Ana me saluda, de entrada, efusivamente, como si me conociera. ¿Con funde lo familiar y lo extraño? Abre su caja de juego, saca todo, abre mis cajones y toca todo lo que encuentra. Pregunta qué es, de quién es, para qué sirve. Por momentos habla como una beba. Es atropellada, torpe en sus movimientos. M. le grita permanentemente. Le dice que se va a caer, a ensuciar, que va a romper. M. se anticipa al descontrol, promoviéndolo. “Te vas a ensuciar, vas a romper, etc.”. Estas frases son registradas como mandatos: “ensuciá, rompé”. Y Ana obedece en el aparente desafío. Ella fluctúa entre gritarnos a ambas que le obedezcamos rápidamente, dándonos órdenes absurdas, y decir: “soy loca, soy tonta”, mientras tira al suelo todo lo que encuentra. En estas primeras sesiones mis intervenciones apuntaron a delimitar lo permitido y lo prohibido en el ámbito del consultorio (por ejemplo: puede ensuciar y romper los elementos de su caja). Intento así poner un orden, un conjunto de normas. Esto tranquiliza a M., que puede empe zar a “dar tiempo”, a “esperar” que Ana despliegue su creatividad. Durante varias sesiones, Ana recorta y pega, juega con cola plástica y plastilina y modela caracoles. Una escena se reitera: Ana se mete, en posición fetal, dentro de un cajón grande con tapa, y alza los brazos pidiendo “upa”. M. la reta, diciéndole que “no es una beba”, pero a partir de mis intervenciones que apuntan a “se puede jugar a ser una beba aun cuando no se lo sea”, puede “recibirla” en este “nuevo nacimiento” que Ana dramatiza. Momento que marca un encuentro. Ana comienza a hablar de sus padres como novios y me pide que los dibuje besándose. Y entre gritos y saltos relata algunas situaciones vividas con el papá (al que por momentos llama “mi novio”). El tratamiento sigue con sesiones de la madre y la hija por separado. Destinos pulsionales y constitución narcisisM Hay una historia, la de Ana, que se va armando en un entramado de historias, pasiones y prohibiciones de los otros, universo en el que Ana está incluida. | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin El aprend iza je y sus avatares Pero al no ser significada por los otros como ser sufriente, como alguien que necesita del otro, al suponer que es maravillosa mientras no reclame, ni se mueva, ni llore, la niña queda atrapada en su propio caos pulsional, en la indiscriminación entre placer y sufrimiento. Y hace estallar-estalla. La madre le otorga una imagen muy peculiar de sí. Hay una escena fija... la nena sentada en la plaza, casi una foto o un cuadro antiguo. ¿De qué historia se trata? M. relata: “Yo andaba derechita de chica. Era distin to. Los chicos no podíamos hablar en la mesa, ni reírnos. Mi papá me mira ba y yo temblaba. Pero casi no me criaron mis padres. No estaban nunca. Yo no hablaba, no molestaba. No recuerdo33. El movimiento de Ana rompe el espejismo, la ilusión de un reencuentro. Logros que podrían haber sido vividos como tales, como gatear y caminar, son sancionados. Moverse autónomamente es peligroso. M. la encierra y se encierra con esta hija de la que no se puede discriminar. Y queda a su vez presa de las palabras de su propia madre. ¿Para quién es la jaula? ¿Ella debe estar enjaulada? ¿Puede buscar placeres o tiene que luchar para salir del encierro, en una actividad sin rumbo? Quedar encerrada parece ser lo buscado-temido tanto por la niña como por la madre (que se encierra con ella). El psiquismo de Ana se está estructurando. Y ella corta y pega, inten tando discriminarse. Pero su madre vive como peligrosos los intentos de separación y a la vez no tolera juntarse. Avatares del narcisismo. M. ero- geiniza, excita, pero no puede hacerse cargo del desborde pulsional desen cadenado, no puede ayudar a ligar, con la ternura, el erotismo. Y deja a Ana expuesta a sus deseos, que se tornan terroríficos e incontrolables. Al no ser ubicada por sus padres en un devenir temporal en el que hay aprendizajes, queda sujeta a una imagen congelada de sí, en la que todo comienzo supone un “ya” que significa el ensuciar, el correr, el tocar como dificultades que la definen como niña problema. ¿Cómo otorgarle un lugar de niña que crece si ellos están estancados en una especie de pelea narcisista, en la que cada uno pelea el lugar de niño preferido? No se pueden constituir ni tiempos ni espacios como diferenciados. Y Ana es un juguete, la imagen del cuadro, la muñeca, o es alguien vio lento que genera caos, alguien que viene a destruir, a sacudir un mundo armónico y estático. M. se anticipa a los movimientos de Ana. Presupone el desborde antes de que ocurra y no como duda, sino como certeza. ¿De qué desborde habla? ¿Qué deseos se ponen en juego? Y es que los padres están a su vez sobredeterminados. Y no son sus conductas manifiestas las que provocan efectos por sí mismas, sino todo un funcionamiento psíquico, en que lo indecible se transmite al hijo mucho antes de que éste pueda traducirlo a palabras. Como hemos dicho, ellos rechazarán en el niño aquellos placeres que su propio super-yo castiga en sí mismos. Lo reprimido de esta madre, el placer de moverse, de tocar, de ensuciar, retorna desde la niña y es san cionado por M., asustada por la irrupción de lo inmanejable, de lo impo sible de controlar. Sanción que se adelanta a un riesgo posible, al dejar coagulado como problema a un bebé que se mueve. ¿Cuál es el riesgo? La aparición de un placer que la excede, en tanto provoca en ella una urgencia que el yo no puede contener ni tramitar. Y “enloquece” . Placer en el dominio del mundo y de sí, posibilidad de diferenciarse que se va construyendo en el intento de vencimiento del otro. Dominio del mundo imprescindible para ir construyendo saberes. Caminar, hablar, manipular objetos, muestran los efectos de la separa ción y a la vez el deseo de anularla. El niño intenta recuperar al objeto perdido a través de la palabra y el movimiento. Pero para que esto se dé tuvo que haber podido representar la ausencia del otro, sintiendo que no lo desorganiza en tanto posee el recuerdo de su presencia. Pero este tra bajo de simbolización viene armándose con dificultades en Ana, en tanto implica un pasaje pasivo-activo que en esta niña está condenado. Debe ría permanecer pasiva, quieta, muda. En el intento desesperado por apro piarse de su cuerpo y de sus movimientos, Ana se mueve y utiliza el len guaje como proyectil, e insulta y grita. El juego con los objetos y con elpropio cuerpo consolida la creciente autonomía del niño. Pero M. no registra el juego como tal. En las sesio nes, fantasía y realidad se confunden. Y me encuentro con que mis inter venciones, a lo largo del tratamiento, tienden a instaurar el “como si”, a abrir un espacio lúdico para aquello vivenciado como siniestro. El análisis de Ana transcurre en medio de estallidos pasionales, situa ciones de extrema violencia. Se tira encima de mí, intenta morderme, U El su frim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz Janin ¡ El aprend iza je y sus avatares Q pegarme, me escupe, me patea y cuando la sujeto para contenerla, grita desesperada: “Socorro, me matan”; llora e intenta escaparse, y vuelve a tirarse encima de mí. Yo le hablo de que está muy asustada, de que quie re tocarme, estar cerca, pero que el contacto se le torna terrorífico, que supone que me maltrata o la maltrato, me lastima o la lastimo, que puedo entender que sufre... Poco a poco, Ana va diferenciando el espacio de la sesión del espacio de “afuera” . Así, puede estar tirada en el piso, gritan do, pero cuando le digo que la sesión terminó, se levanta, me saluda con un beso y sale tranquilamente del consultorio. Así, vamos evocando situaciones de mucho sufrimiento, escenas de pánico. Y Ana empieza a jugar con muñecas, tomando como “hija” una a la que había desarmado tiempo atrás. La enuresis cede y comienza a atender en la escuela. Antes de que el niño haya constituido un sistema internalizado de nor mas, antes de que haya una sanción interna a sus deseos, hay movimien tos defensivos del aparato psíquico (transformación pasivo-activo, vuelta sobre sí mismo) que van a depender de la respuesta del otro, portador de la prohibición. Avatares pulsionales que irán abriendo caminos o queda rán estancados. Y Ana repite aquello que sufre. Da órdenes, se enoja, grita, es exigente, todo tiene que ser “ya” . La lecto-escritura Comienza primer grado, pero no hace las tareas ni muestra interés en el aprendizaje de la lecto-escritura. Es claro que conoce las letras, pero ni las escribe ni las une en palabras. Un día abre intempestivamente el cajón de mi escritorio y saca una hoja en la que había un juego del ahorcado que yo había hecho con otra niña. Me pregunta qué es y cuando le expli co me pide jugar. Cuando yo tengo que escribir, voy poniendo los insul tos que ella suele decir (tonta, boba, caca, pis). Se muestra interesadísi ma y se alegra cuando los adivina. Cuando ella tiene que escribir, copia alguna palabra de la caja de lápices o de cualquier escrito que encuentre. Esto se repite durante bastante tiempo. A veces, me pide que escriba todas las “malas palabras” que ella dice. Estas marcas en el papel, esta posibilidad de transformar el ataque en signo, de realizar esa doble tra ducción que implica la escritura, le posibilita sentir placer en la apropia ción de la lecto-escritura. La pulsión de dominio se despliega dejando un mensaje a otro que no está ahí, un destinatario a quien se le puede decir de otro modo. La escritura es el “lenguaje del ausenté” (Freud, 1930, 90), porque se escribe para que alguien que no está presente nos pueda leer en otro momento. Implica un interlocutor, pero un interlocutor al que no tene mos acceso inmediato (no podemos hablarle). Escribir es entonces recu perar un vínculo que se ha perdido y que a la vez se puede hacer presen te como recuerdo. Se escribe para alguien, real o imaginado, que puede ser pensado. Y el juego del ahorcado, en el que cada letra errónea va armando un cuerpo y cada acierto aleja la muerte, suele permitir el pasa je entre el trazo que dibuja (reproduce) un cuerpo y una palabra que representa el cuerpo de un ausente. Este juego marcó en Ana esa transi ción entre un decir con el cuerpo y una palabra que hablaba de aquello que la afectaba. Así, vamos llenando hojas y vamos pasando de la escritura de las “malas” palabras a los nombres de sus compañeros de grado y de ahí a expresar por escrito sentimientos. Es claro que para que la lecto-escritura se haga posible es imprescindi ble que esté rigiendo el proceso secundario, que se haya consolidado la divisoria intersistémica (con la estabilización de la represión primaria). La escritura de las “malas” palabras le permitió a esta niña, como a otros pacientes, jugar con el lenguaje, transformar el proyectil en marca, transgredir respetando reglas. El hablar de lo prohibido, el hacerle lugar sin sancionarlo, posibilitando que la sexualidad infantil se desplegara en un despegue del cuerpo a la palabra (“pis” y “caca” eran términos reite rados) fue fundamental. La historia Ana intenta rearmar una historia. Pregunta por su origen, a través del juego. ¿Alguna vez hubo una mamá y un papá que se querían y quisie ron tenerla? y El su frim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz Janin I 96 El aprend iza je y sus avatares La madre habla del embarazo como momento ideal. Y necesita ence rrarla nuevamente... en el baño, o en un diagnóstico. Me pregunta: “¿Es débil mental, hiperquinética, inmadura?”. El movimiento de Ana la remi te a sus propios deseos, a una búsqueda sexual que vive como locura. Le reprocha “las piernas abiertas”. ¿De qué femineidad habla? ¿De la que deja a Ana excitada y haciéndose pis de noche, mojando y mojándose, en esa actividad incontrolable que la deja pasiva frente a sí misma? Ana ha sido arrancada a un hombre. Y el sueño es reeditarse a sí misma, o una imagen de sí soñada, ¿por quién? Hay que destruir lo que irrum pe como diferente, pero fantasía y realidad, adentro y afuera, se confun den y todo se torna incontrolable. La abuela materna sanciona: “Es inso portable, hay que encerrarla en una jaula” . ¿Actúa esto como un impera tivo categórico para M., en una secuencia de rechazos? Cuando le digo a M. que Ana no es hiperquinética, ni deficiente, ni inmadura, sino que es una nena inquieta, muy inteligente, que sufre y no sabe dónde ponerse, habla, por primera vez, de los aspectos que vive como positivos en su hija. Cuando la remito a su propio sufrimiento, a los momentos de desesperación, a todo lo que significa para ella esta hija, a su lucha por tenerla, relata situaciones de su historia, se angustia, va encontrando puntos de contacto, de similitud, de repetición con Ana. Pregunta: “¿Como será ella cuando tenga hijos?” . ¿Y el padre? Desmiente las dificultades y la entrega a la madre. Al no darle ni darse un lugar distinto, al no ubicarla en una línea sucesoria, al no ubicarse como hombre deseante frente a la madre ni oponerse a ésta deja a la niña atrapada en el funcionamiento materno. Pero Ana no es efecto lineal del deseo materno. Y es evidente que hay varios deseos maternos en juego y que son contradictorios. Tampoco es consecuencia directa de la ausencia paterna. Ana presenta dificultades. Trastornos en la estructuración psíquica que no tienen la estructura del síntoma neurótico. Y nos encontramos con una historia que se está haciendo. Y con mul titud de personajes, vivencias, relatos, mitos... La ligazón entre lo vivenciado por los otros investidos libidinalmente (la historia transmitida), la posición que esos otros le otorgan al niño y 97 El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin las posibilidades de éste de ligar las inscripciones de acuerdo con las pul siones, defensa y lógica predominantes, y de tramitarlas a partir de las mediatizaciones que ya fue construyendo, posibilitarán diversos avatares. L a h i p e r a c t i v i d a d o l o s n i ñ o s q u e s e m u e v e n s i n m e t a s A partir de esta viñeta clínica, me voy a centrar en las determinaciones psíquicas de la hiperactividad. La complejidad de la estructuración psíquica en relación con el domi nio del propio cuerpo y del desarrollo de la motricidad, así como del con trol de los impulsos, es tal que merece que vayamos paso a paso para pen sar las determinaciones de un movimiento sin rumbo y de respuestas inmediatas,sin freno. Si bien desarrollé este tema en el libro Niños desatentos e Hipemctivos (B. Janin, 2004), quiero agregar algunas ideas a lo ya dicho. Ya hemos dicho que el armado narcisista, así como la constitución del sistema Prec tambalean en estos niños, pero intentaremos precisar más finamente algunos de los elementos en juego, que pueden ser diferentes en diferentes niños. Fracaso en el armado de una protección antiestímulo Estamos bombardeados por estímulos externos e internos. De los internos es muy difícil la huida, pero hemos aprendido a lidiar con ellos y hemos construido un sistema de protección frente a las excitaciones del afuera. Y el requisito para que esto se construya es la posibilidad de dife renciar adentro-afiiera. ¿Cómo se construye aquello que nos protege, los filtros que nos posi bilitan no quedar inmersos en un cúmulo de excitaciones e incitaciones imparables? Para que el niño diferencie adentro-afuera y que, además, recepcione sólo algunos de los estímulos, filtrando otros, es imprescindible que haya El aprend iza je y sus avatares § podido constituir un “tamiz” por el que pasa sólo lo tolerable y una “piel” que lo unifique y diferencie simultáneamente. Y para esto es fun damental que haya habido adultos que registraran sus propios afectos, que metabolizaran su propio desborde afectivo sin confundirse con el niño. Pero en los niños que se mueven sin rumbo suele haber una dominan cia de una relación dual, madre-hijo, marcada por la persistencia de un vínculo erotizante, con un niño que queda excitado y que fracasa en las posibilidades de construir un sistema para-excitación y para-incitación (protección hacia fuera y protección hacia adentro) (B. Golse, 2001). Ana no podía diferenciar por momentos lo interno y lo externo y que daba excitada, a merced de sus propias pulsiones, pero también de las de la madre. Y vivía los gritos de esta como propios. Muchos niños viven los estímulos internos como si fueran externos y hacen movimientos de fuga frente a ellos. Por ejemplo, cuando tienen hambre, frío o sueño pueden no registrarlo como una urgencia interna y moverse como si tuvieran que huir de un estímulo que los amenaza desde el afuera. Así, la agitación puede ser en algunos casos una defensa frente a la insistencia pulsional. Intentan huir de sus propias exigencias pulsionales a través del movimiento. Y como lo pulsional insiste, se mueven cada vez más sin lograr arribar a la meta buscada. Lo que predomina es la urgencia, como si estuvieran sujetos a exigen cias que los golpean desde un interno-externo indiferenciado. Esto se agrava cuando, como dijimos en el capítulo precedente, el entorno exige “todo ya” . Prevalencia de la pulsión de dominio A veces, lo que predomina es la dificultad para construir un mundo deseante, en el que el placer sea posible. Paul Denis (2001) afirma que frente a la falla de la sexualidad hay una regresión a la pulsión de dominio. Este autor dice que cuando la excita ción no encuentra la vía de una satisfacción acorde con el desarrollo del 99 | psiquismo del niño, este se encontrará sobrecargado y desbordado y la excitación se expresará en el plano psicomotor; de este modo la excita ción libidinal es desorganizada y desorganizante. Nicolás Daumerie (2004) plantea que se podrían pensar los signos patológicos de la hiperactividad infantil como una forma de compromi so entre la economía psíquica del niño y las condiciones que impone la relación social. En una relación en la que el cuerpo no es tomado como lugar de representación, sino como una interfase directa con el exterior, el niño queda prisionero de una interacción constante con el entorno, única salvaguarda para lograr un cierto equilibrio. Así, el contacto con el otro es puramente corporal y buscado para registrar las propias sensacio nes. Ni el propio cuerpo ni el otro (los dos elementos con los que la psi que tiene que lidiar) son representados como fuente de placer. Muchos movimientos, del tipo del golpeteo reiterado o los movimien tos con el pie, muestran modos en los que lo que predomina es el prin cipio de constancia por sobre el de placer. Son los llamados mecanismos autocalmantes. Si bien todos utilizamos en algunos momentos estos mecanismos, cuando son los predominantes en un sujeto nos encontra mos con una degradación del funcionamiento deseante. Lo que se busca es disminuir la tensión, evitarla. Un niño que no puede satisfacer sus deseos, que está en un “más allá” de la satisfacción, va a realizar un intento fallido de aplacar sus pulsiones a través de movimientos que le traerían una calma anhelada, pero que lo dejan insatisfecho. Más que de un deseo a cumplir, se trata de una exci tación a calmar. Esto pasa con algunos video-games, que exigen acciones repetitivas y vacías de sentido, sin intervención creativa por parte del que lo “juega”. Déficit en el armado de un espacio transicional Roger Mises afirma que es frecuente en estos niños la ruptura repetiti va de los lazos con el entorno. Rupturas, abandonos, pero también épo cas en las que los padres están “desconectados” del niño. Y también situa ciones en las que la madre no pudo tener en cuenta las necesidades del | El sufrim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin | 100 ¡ El aprend iza je y sus avatares | niño, demasiado absorbida por sus propias urgencias. Todo esto puede llevar a una falla en la continuidad de sí mismo y del entorno. Según este autor, al haber un déficit en la constitución del espacio potencial, en el sentido en que lo desarrolla D. Winnicott, se alteran los fundamentos de la vida psíquica que habitualmente sostienen el placer en el funcionamiento mental y ofrecen puntos de apoyo para la afirmación de la autonomía a través del ejercicio del pensamiento. Fantasmas de exclusión en una relación dual Muchas veces, la hiperactividad del niño es el intento de asegurarse ser el centro en una escena en la que sería el único protagonista. Es decir, es una escena donde se juega el ser, en tanto la exclusión no se da en los tér minos de la conflictiva edípica (donde él podría ocupar un lugar de ter cero), sino en un vínculo narcisista en el que la exclusión supone un no- lugar (la inexistencia para el otro). Así, se mueve como para evitar la anu lación que vendría desde el otro. Este funcionamiento defensivo puede suscitar en el entorno un aumento de la hostilidad, en tanto los otros queden atrapados por este fantasma de exclusión, se supongan siendo anulados por el niño y reaccionen imponiendo su presencia. Ana sentía que su existencia misma estaba en juego todo el tiempo, que su crecimiento era devastador para el otro, que todo se jugaba en una oposición “ser-no ser” . ■ A la vez, la madre de Ana pudo darle un lugar sólo cuando sintió, a lo largo del tratamiento, que ella misma tenía una historia, con padres y abuelos, y que Ana no le quitaba todo el espacio. Esto le permitió ubicar a la niña en un orden sucesorio y dejar de pelear con ella un supuesto lugar único. Los niños que se mueven sin rumbo suelen tener dificultades para sos tener la representación de la madre en tanto no se suponen existiendo en la cabeza de ella, en sus pensamientos, cuando no están*. Por eso suelen exigir una especie de “cuerpo a cuerpo” con ella, pero esto también les resulta insoportable en tanto perciben la hostilidad que despiertan y se alejan, intentando desprenderse a través del movimiento, acto con el cual 101 | vuelven a convocarla, sin que ninguno de los dos pueda ni juntarse (como dos diferentes que se reúnen), ni separarse. Permanecen en un estado de indiferenciación y mezcla que lleva a irrupciones violentas. Búsqueda permanente de una mirada organizadora Ya dijimos que la mirada del otro, la imagen que el otro le otorgue de sí, es estructurante. Pero a veces esa representación totalizadora no se terminó de instalar y el niño la busca permanentemente. Podríamos hablar aquí de fallas en la estructuraciónnarcisista. Es habitual que el movimiento del niño capture la atención del adulto, que está pendiente, mirándolo como potencialmente peligroso. El otro intenta controlarlo con su mirada y este control, al ser vivido como ence rrante, suscita mayor movimiento, en un intento de volver a ejercer un dominio que siente perdido. La angustia se manifiesta como descontrol de su propio cuerpo y supone que es la madre la que se ha adueñado de sus movimientos. Y lo que es cierto es que el adulto intenta muchas veces manejarlo a “control remoto”. Después de un tiempo de análisis, Ana comenzó a permanecer tranqui la durante el horario de la sesión, pero cuando llegaba la madre a buscar la comenzaba a moverse de modo desenfrenado y las palabras de la madre: “Quedate quieta”, potenciaban su movimiento. Ella intentaba liberarse del control materno y simultáneamente lo convocaba. Podemos pensar que lo que buscaba era una mirada unificadora, amorosa, y se encontraba reiteradamente con la crítica y la dificultad materna para contenerla. Falla en la estructuración de representaciones preconscientes Sabemos que lo único que frena el pasaje rápido del impulso a la acción es el pensamiento, o sea la posibilidad de interponer recorridos más com plejos. Pero para esto tuvo que haberse instaurado una red de representacio nes preconscientes, como caminos alternativos, modulando el devenir pulsional. | El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin | 102 El ap rend iza je y sus avatares ¿Cómo se instaura esta red? Si en otros textos (Janin, 2004) afirmamos que, para que el mundo fiiera investido, tuvo que haber alguien que invistiera al mundo, también podemos decir que, para que un niño sostenga pensamientos, tuvo que haber sido pensado por otros, tuvo que haber sido sostenido no sólo por los brazos de otros, sino también por pensamientos de otros. Ser pensa do implica recibir un baño de pensamientos y es posibilitador del arma do de pensamientos propios (D. Anzieu, 1998). Armado imprescindible para frenar la descarga inmediata de la tensión. Si lo pensamos, en términos de W. R. Bion, como función alfa y beta, podemos decir que, para construir el aparato para pensar los pensamien tos, el niño tiene que encontrarse con una madre que, frente a las irrup ciones de afecto del hijo, las tome, las metabolice y responda, poniendo y poniéndose palabras frente a los eyectos del niño (Bion, 1966). En la medida en que el niño se va pensando a sí mismo como alguien, en que puede ir armando una representación de sí a partir de la imagen que le devuelven los otros, esta organización representacional va a actuar inhibiendo la descarga directa, la tendencia a la alucinación o a la defen sa patológica (la expulsión del recuerdo). Pero hay modos de traducir, de organizar los pensamientos incons cientes de un modo preconsciente que es anterior a la palabra, o que puede ser simultánea a ella. Son lo que llamamos preconsciente cinético y preconsciente visual. Por ejemplo, cuando un nene se cae y uno le pre gunta que pasó, realiza toda la acción, diciendo nene-apumba. Pero no dice sólo nene-apumba, él repite la acción, arma toda la escena nueva mente, se tira al piso, se vuelve a tropezar con lo que se tropezó. Entonces, en primer lugar, es necesario el armado de un conjunto de representaciones preconscientes (primero, en el nivel motriz) que abra vías más complejas para re-encontrar la satisfacción. Hay niños que fracasan en la instauración del sistema preconsciente, así como en la elaboración de los procesos terciarios: de este modo, la capa cidad para mentalizar tambalea y predominan las manifestaciones a través del cuerpo y de la acción. 103 | El sufrim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Jartin Pero, además, es habitual que los niños que se mueven sin rumbo no hayan podido estructurar representaciones preconscientes ya en el nivel del pensamiento cinético. O sea que sus movimientos no sean modos de relatar con acciones. También esto explica la bibliografía sobre el tema en la que se afirma que la hiperactividad del niño no tiene “sentido” y que, por eso, los adultos nós angustiamos e intentamos ponerle nombre o explicar aquello que no “dice” claramente (a diferencia de un niño que cuenta con sus acciones y sus gestos lo que le pasa). Esto no quiere decir que el niño no “diga” con lo que le pasa, sino que sus actos no son accio nes, sino manifestaciones de angustia, de desesperación, de estallido interno. Se podría afirmar que el movimiento, en estos casos, sería un sustituto fallido de la actividad ligadora de las representaciones. Fracaso en la constitución del espacio de la fantasía He planteado en otros artículos que estos niños actúan sus fantasmas, quedando atrapados por ellos. Sus juegos, entonces, tienen un carácter muy particular que pondría en duda el hecho mismo del jugar. ¿Hasta dónde podemos hablar de juego o es más bien una escena que está siem pre en el límite mismo entre realidad y juego, escena que no puede ser estrictamente representada, sino que genera movimientos? A la vez, la satisfacción que implica el juego es diferente a una activi dad mecánica, repetitiva. Así, el carácter elaborativo del juego está liga do a la posibilidad de hacer pequeñas variaciones en la repetición, lo que suele fracasar en estos casos. (Esto plantea la necesidad, por parte del analista, de ir incluyendo pequeñas variaciones en las escenas, para pasar de la actuación al juego.) Déficit en el armado de una ccpielv unificadora Ana buscaba el contacto conmigo, como si yo fuera una especie de envoltura que podía contenerla. Se movía muchas veces buscando un “borde”, un armado representacional del que carecía. | 104 El aprend iza je y sus avatares Q Hay niños, como Ana, que no pueden constituir el yo como envoltura, como representación totalizadora del propio cuerpo y entonces buscan límites en el afuera, al golpearse contra las paredes o en el grito del otro (límites que los dejan más indefensos aún, más angustiados y que los re envían a un movimiento con el que tratan de ligar una angustia indecible). Así, la envoltura que les da la misma excitación (como sensación), la voz y las miradas de los otros, son el modo de sustituir la falla en el arma do del yo-piel. Defensa maníaca contra angustias depresivas Diferentes autores se han referido a la hiperactividad como defensa maníaca contra la depresión, como el modo de desmentir la tristeza y el sufrimiento (R. Diatkine, P. Denis, 1985). Pero también hay quienes la diferencian (Athanassious-Popesco, 2008). Podríamos decir que, en tanto la hiperactividad es un efecto que tiene determinaciones diferentes en distintos pacientes, hay algunos casos en que predominan las defensas maníacas y otros en las que esto no es así. Lo que suele reiterarse es el tema de las pérdidas, vividas como separa ciones imposibles e irremediables. La problemática de la muerte (propia y de los padres y hermanos) suele irrumpir como inmanejable. Para un niño, la muerte suele ser equipara da a la quietud, lo que se puede apreciar claramente en los juegos infan tiles. Y cuando el adulto los conmina a estar quietos, suelen suponer que los quieren eliminar, lo que se corresponde con el deseo del adulto de que ese niño “no moleste” . El niño interpreta que el adulto rechaza su existencia y esto reactuali- za angustias de muerte muy tempranas (a veces, en niños que han sufri do situaciones de enfermedades u operaciones de muy pequeños) y pro mueve un intento, siempre fallido, de mostrar que está vivo. Un niño de cuatro años que había sufrido operaciones de bebé y había estado inmo vilizado durante muchos meses, que no podía parar de moverse y que presentaba serias dificultades para dormir, despertándose todo el tiempo, me dice en medio de un juego: “corré, corré, que si no te matan”, en un El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin tono desesperado. Las angustias que loacosaban, la idea de que quedar se quieto era equivalente a ser sometido nuevamente a situaciones dolo- rosas, que dormirse era quedar a merced de otros, lo llevaba a ese movi miento imparable. Cuando pudimos hablar de esto, cuando pudimos jugar las escenas temidas e inclusive escenificar situaciones de muerte en las que nos caíamos y volvíamos a levantarnos, pudo comenzar a dormir toda la noche y a frenar la actividad descontrolada. También vemos en el consultorio niños que se mueven para constatar que son seres vivientes a pesar del mandato materno-paterno de que fun cionen como objetos. Cuando los adultos se empeñan en que estos niños permanezcan quietos, más provocan, sin saberlo, el movimiento infantil. Hay niños que expulsan lo no metabolizable con explosiones de angus tia, expresadas a través de movimientos desordenados; son descargas que son -pura evacuación de angustia, lucha contra la pasividad. En otros casos, no soportan sus propios deseos de muerte hacia sus progenitores. Así, un niño de cinco años pasaba sesiones arrojando obje tos por el aire, sin poder parar, en una especie de carrera desenfrenada. Un día, en que jugaba conmigo a una especie de lucha entre dos muñe cos (cada uno de nosotros sostenía uno, pero él dirigía los movimientos de ambos), tira mi muñeco y dice que se cayó al agua y que se va a aho gar. Yo grito: “Papá, socorro”, y él me contesta: “No tenés papá, se murió”. Entonces digo: “Mamá, salváme” y él responde: “También se murió. No tenés ni mamá ni papá” . Y, muy angustiado y casi llorando, susurra: “Yo no juego más” . A partir de esa sesión fue posible hablar de sus temores a la muerte de sus padres y nombrar los objetos que tiraba, poniéndoles nombres, ligándolos con sus deseos de tirar lejos a padres y hermanos. El desvalimiento absoluto que acompañaba a estas pérdidas que él mismo había provocado en su fantasía se le hacía insoportable. En la medida en que fuimos trabajando estos temores, su actividad se tornó mucho más organizada. Una situación diferente con relación a la muerte se da en algunos niños que intentan despertar a adultos deprimidos, en estado de sopor. Son niños que se mueven alocadamente cumpliendo el mandato de mantener vivo y conectado a uno de los progenitores. A través de una actitud desa fiante y perturbadora, lo mantienen activo y en estado de alerta, funcio- | 106 ¡ El aprend iza je y sus avatares jj nando como un estimulante, un “despertador” permanente. Muchas veces, rastreando la historia de un niño que no puede parar de moverse, nos encontramos con duelos no tramitados, depresiones post-parto, padres que perdieron el trabajo, separaciones, que han llevado a retrac ciones libidinales por parte del padre o de la madre. El niño intenta re conectarlo con él, restablecer el vínculo. Considero crucial tener en cuenta que los niños no soportan la desconexión de los adultos. Así, en la única sesión vincular entre Ana y su padre, la niña saltaba por el con sultorio, se le tiraba encima, le gritaba, mientras que él se iba quedando dormido (cuando se iban dijo que estaba con muchos problemas labora les). También suele suceder que el adulto, al ser “despertado” por el niño, viva esto como una agresión y ataque. También es frecuente que las historias de duelos no tramitados se remonten a más de una generación y el niño se ubique como el encarga do de devolver a esa familia la vitalidad perdida. G a b r i e l a y l a s d i f ic u l t a d e s e n e l a p r e n d i z a j e e s c o l a r Gabriela tiene siete años en el momento de la consulta. Los padres piden tratamiento porque presenta dificultades en la escuela. No apren de al ritmo esperado, no hace las tareas, no participa en clase. Va a una escuela bilingüe y no ha aprendido una palabra de inglés. Tiene serias dificultades con la lecto-escritura en castellano. Se relaciona poco con los otros niños. Durante las entrevistas, los padres discuten permanente mente en un clima de mucha violencia. El padre suele decir que todo está bien, que la nena es un encanto y que con él se lleva bien. No la ve mucho, porque este papá viaja con frecuencia y los fines de semana suele irse al campo con el hijo varón, mayor que Gabriela. La mamá afirma que la nena es insoportable, que es mala, que no come y que eso lo hace a propósito, que no quiere hacer las tareas, que se pasa el día mirando la televisión y que en muchos momentos va por la casa en cuatro patas maullando. Ellos se llevan muy mal desde hace muchos años. Cuentan que Gabriela nació porque, cuando el varón tenía dos años, comenzó con broncoespasmos. Según el relato de los padres, un médico les dijo 107 | El sufrim ien to psíquico en los niños ° Beatriz Janin que tenían tres opciones: o lo llevaban a un psicólogo, o le compraban un perro o un gato, o tenían otro hijo. Eligieron esto último. El padre le reprocha a la madre el modo en que trata a Gabriela, dice que ella nunca la soportó y la madre le reprocha al padre que no esté y no se ocupe de la niña. Ambos acuerdan en que lo que les preocupa es la escolaridad (en la escuela plantearon como imprescindible el tratamiento para continuar allí, aunque ya está decidido que repita segundo grado) y que si no fuera por los problemas de aprendizaje no pensarían en que se tratara. Supo nen que es caprichosa y que esto no va a cambiar. Ambos dicen llevarse bien con el hijo varón. Poco a poco, se va haciendo claro que la mamá tiene momentos de desborde en los que utiliza cuanto objeto encuentra como proyectil contra la niña, en que le grita y le pega, mientras que en otros momen tos le dice que la adora. “Me encanta peinarla”, reitera en las entrevis tas. “La peino, le pongo cintas y moños, la visto como a una muñeca”, repi te con mucho placer. “Me hubiese encantado que mi mamá hiciera eso conmigo”, dice. “Yo le elijo la ropa... debería estar contenta, pero siem pre está enojada, vive tirada en el piso. Me lo hace a propósito” . El papá sólo sale con ella cuando se encuentra con amigos que tienen nenas. Allí la muestra. Un gato, un perro, una muñeca..., y me encuentro con una nena pre ciosa, de sonrisa vacía, vestida y peinada como para ir de fiesta, que tien de a quedarse quieta en las primeras sesiones, con un lenguaje muy pobre y a quien aparentemente no le pasa nada, literalmente. Por momentos, se pone en cuatro patas y maúlla por el consultorio. Si se le dice que no a algo hace un berrinche. Muy pronto comienza a usar cola plástica, tém- peras, plastilina y agua en forma tal que termina toda manchada, lo que desencadena el enojo de los padres. Lo que hace son enchastres, en los que todo está mezclado. ¿Qué significa este enchastre? ¿Es interpretable 0 una interpretación rápida coartaría el despliegue? Es claro que todo está mezclado, que los gritos de la madre y sus propias urgencias no pue den ser diferenciados. Un pintar que muestra el modo en que el devenir pulsional se hace movimiento. Pero Gabriela, poco a poco, no solo dice de la confusión, no sólo despliega movimientos, sino que prueba y des cubre colores, va sintiendo diferentes texturas y hay placer en la activi- 1 108 El aprend iza je y sus avatares dad. Paulatinamente, de la pura descarga pasa a experimentar (ya con pla cer) y de ahí a realizar dibujos con formas. Era muy difícil que pudiese aprender mientras que tuviera que ocupar se permanentemente de lidiar con un estado de excitación externa-inter- na (la madre que bañaba y peinaba) que la dejaba a merced de una insis tencia pulsional que no podía organizarse en un sistema deseante, impi diendo entonces que aparecieran posibilidades sublimatorias. ¿Cómo sublimar sus pulsiones si quedaba apresada en una excitación que no podía procesar? Freud dice que la sublimación supone un cambio de meta de la pul sión. ¿Qué quiere decir esto? Que si el deseo de ver es en principio deseo de ver el cuerpo materno y esto está prohibido, que la prohibición no pase a ser prohibicióninterna de ver cualquier cosa, sino que se circuns criba al cuerpo materno y que el deseo de ver siga operando, pero trans formado en curiosidad, por ejemplo, motorizando la investigación de la composición molecular. Pero si cuando yo estudio la composición de la molécula me angustio, eso indica que la sublimación no pudo realizar se. En lugar de haberse producido un largo camino en el que el deseo se satisface de un modo acorde con los ideales, y por ende pasa a ser un placer permitido, la cercanía con la representación prohibida hace que prime el displacer. No hay sublimación. Se pondrán en juego mecanis mos defensivos que impedirán que los pensamientos fluyan. ^[Freud] conceptualizó este término en 1905 para dar cuenta de un tipo particular de actividad humana (creación literaria, artística, intelectual) sin rela ción aparente con la sexualidad, pero que extrae su fuerza de la pulsión sexual desplazada hacia un fin no sexual, invistiendo objetos valorados socialmente” (E. Roudinesco; M. Plon, 1997, 1029). Con el Yo y el Ello, la sublimación se convierte en dependiente de la dimensión narcisista del Yo, porque el desplazamiento es de energía del yo, desexualizada, que puede ser desviada a actividades valoradas social mente (S. Freud, 1923). Para C. Castoriadis (2002), la sublimación está ligada al fantasear, pero a la vez se diferencia de este en tanto la sublimación se define por la investidura de objetos establecidos histórico-socialmente, que han sido o 109 pueden ser valorados histórico-socialmente. En este sentido, él plantea como imprescindible la sustitución del placer de órgano por el placer de representación. Esta sustitución aparece primero en la actividad fantase adora. Y define a la sublimación como un retoño de la actividad fantase adora. Cuestión que nos plantea la importancia del fantaseo en la situa ción analítica y la importancia que esto tiene para el aprendizaje. En las sesiones, con la pintura y la poesía, Gabriela va invistiendo otros objetos, va pasando del cuerpo a otras representaciones. Un espacio lúdi- co que posibilita el despliegue de la imaginación. Mientras tanto, voy trabajando con ios padres el vínculo con su hija. El padre comienza a darle un lugar y la madre muestra la rivalidad con la niña. ccEstá muy contesta-dora, mentirosa y desobediente”, se quejan. Gabrie la miente. ¿Comienza a defender sus pensamientos de la intrusión mater na, a sostener su derecho a pensar sin que los otros se enteren de sus ideas? Cuando la trae, la mamá suele contar a los gritos las peleas con su mari do, insultándolo e incluyendo en estos relatos cuestiones de la intimidad de la pareja. Gabriela mira para otro lado, como si no escuchara. Insisto en que estos relatos pueden ser hechos en otro espacio, que yo la puedo escuchar, pero que quizás para la niña es muy difícil soportar que su mamá hable de ese modo de su papá. Poco a poco, se van armando espa cios diferenciados. Una niña que nace para curar a otro, en reemplazo de un animal, y que se convierte en el adorno familiar, la muñeca a exhibir. Una mamá que funciona como una nena con su muñeca y que no tolera que su hija sea alguien diferente. El contacto de ella con la niña se da a través de un vín culo con estallidos pasionales en el que Gabriela es el objeto. Juguete erótico de la madre, textualmente, Gabriela debe comer, sonreír y ser buena alumna. Pero ella no come, en respuesta a la intrusión materna. Con relación al aprendizaje, se presenta como objeto a ser mirado; fija da al polo exhibicionista, no puede poner en juego el voyeurismo, como componente del deseo de saber. Hace recordar a la canción de Serrat: “tan bonita en ese escaparate...” El pensar le está vedado. En las sesiones, cuando le hablo se tapa los oídos y grita. Cuando comienza a articular representaciones y sale de la pasividad, lo hace expulsando masivamente lo proyectado por la madre. Así, le devuelve el ataque en forma especu- Q El sufrim iento psíquico en los niños 6 Beatriz janin lar, lo que lleva a situaciones muy difíciles entre ambas, en las que se gri tan y pegan mutuamente. Frente a esta situación, trabajo en sesiones vin culares madre-hija (además de las sesiones con Gabriela) en las que la niña exige con desesperación poder elegir su ropa, vestirse sola, bañarse sola y la madre, también desesperada, se aferra a este contacto cuerpo a cuerpo. Poco a poco, se va pasando de un intercambio de palabras que son sólo gritos, insultos (palabras-acciones), a usar el lenguaje para trans mitir afectos y pensamientos, lo que marca ya una posibilidad sublimato- ria y un reconocimiento del otro como interlocutor y no como espejo. A lo largo del tratamiento, con el padre fui trabajando sobre la des mentida de su lugar de padre y sobre la equiparación mujer-objeto deco rativo. Con la madre, gran parte de las entrevistas estuvieron centradas en recordar el vínculo con la propia madre. Esta mujer pedía hablar conmi go frecuentemente. En las entrevistas se desbordaba, lloraba desespera da, se quejaba de haber sido abandonada por el marido, no reconocida por los hijos, repitiendo cotidianamente vivencias de rechazo muy tem pranas. Durante bastante tiempo, llegamos al acuerdo de que cuando sin tiera que la quería atacar o echar de la casa a Gabriela, cuando percibie ra que no se podía controlar a sí misma, me llamara por teléfono y, si no me encontraba, me dejara un mensaje. Esta posibilidad de tener alguien que la escuchara en esos momentos (aunque fuera el contestador telefó nico) armó un espacio diferente, que le permitió ir frenando un actuar destructivo para dar lugar al recuerdo y la reflexión. Revisamos lo que había significado para ella el nacimiento de una hija mujer, sus deseos de jugar con ella como si fuera una muñeca (la peinaba, la vestía) y la difi cultad para otorgarle otro lugar. Poco a poco, fue ubicando a la niña como alguien que podía tener y armar una historia. A la vez, el placer estético fue cobrando un nuevo sentido para Gabrie la. Comenzó a participar activamente de clases de teatro en la escuela. Los dibujos habían pasado a ser una fuente de placer y se pasaba horas dibujando. Un día, trajo a sesión algunas poesías que había escrito, con lo que inició una valoración diferente del lenguaje. La poesía, “esa extra ña mezcla de ritmo y sentido”, como la definió un paciente de diez años, le permitió a Gabriela armar un espacio propio, en el que la metáfora se ¡ El aprendizaje y sus avatares y El sufrim iento psíquico en los niños ° Beatriz Janin hizo posible. Simultáneamente, sus relaciones con los demás niños se fueron modificando. Pasó a tener una amiga íntima, con quien compar tía fines de semana, y empezó a desplegar su seducción con los varones de la escuela. Gabriela había quedado sola frente a sus propias urgencias. Cuando intentaba construir un mundo diferenciado de sí, y construirse un lugar en ese mundo, la proyección materna de la propia conflictiva sobre la niña impedía a ésta delimitar ámbitos. ¿Quién estallaba cuando ella esta llaba? Y si tanta desesperación era intolerable y Gabriela no podía dife renciarse de la madre, lo que intentaba expulsar de sí era esa mezcla, pas tiche, entre sus propios procesos y los del otro. La posibilidad de registrar sentimientos había sido desestimada, en tanto Gabriela quedaba sujeta a una irrupción desmedida y excesiva de pasiones desatadas que terminaban resultando dolorosas. Rechazaba entonces el sentimiento mismo. Y si el pensar supone pensar lo doloro so, lo displacentero, el “no me pasa nada” de esta niña aludía a su inten to de expulsar todo pensamiento. Gabriela debía desinvestir masivamen te a esa madre intrusiva, que proyectaba sobre ella su propia conflictiva, pero esto implicaba desinvestir sentimientos y pensamientos propios, pedazos de sí no diferenciados de la madre. Y lo que quedaba, por con siguiente, era un vacío. Podríamos decir: para ella el sentir, el pensar,las palabras mismas eran dolorosas. El camino más directo, más rápido para evitar todo dolor es la desligadura, la desinvestidura, el arrancar de sí aquello que perturba, y esto implica la primacía de la pulsión de muerte. ¿Cómo construir un sistema preconsciente estabilizado si los pensamien tos inconscientes no pueden terminar de articularse como tales, si no se sabe qué es propio y qué es ajeno y no se pueden diferenciar los matices afectivos y traducirlos en sentimientos? No recordaba ni lo que le había ocurrido el día anterior. Este borramiento permanente de la memoria impedía todo aprendizaje. Gabriela sostenía dos corrientes psíquicas diferenciadas: por un lado reprimía todo lo que le resultaba doloroso, y por otra parte expulsaba lo intolerable, con lo que arrastraba pensamientos, recuerdos, percepciones, y los ubicaba fuera de ella. ¡ El aprend iza je y sus avatares | Esta niña, cuyo sentimiento de sí estaba seriamente perturbado, que sólo podía sentirse viva identificándose con un animal, que era ubicada en un lugar de pasividad absoluta, como el adorno a ser mirado, la muñeca con la que su mamá-nena jugaba, fue construyendo un espacio interno. En el trabajo con ella, fueron fundamentales ciertas intervenciones, además de las interpretaciones. Estas estuvieron centradas en: 1) su mimetización con lo que los otros esperaban de ella; 2) los deseos de ensuciar, encastrar; 3) los deseos de fusión con la madre; 4) los deseos incestuosos con el padre y con el hermano (cuando aparecieron). Hubo momentos en que yo interpretaba desde el papel asignado en el juego, cuando empezó a desplegar juegos dramáticos, y otros en que verbalicé estados afectivos. También utilicé la contención, el sostén, lo que le posi bilitó hacer un despliegue pulsional sin desorganizarse. Pienso que el analista debe funcionar muchas veces como “reverie” materno, como aquel que puede recibir y devolver en forma modificada el estallido del otro. Al escucharla y tomar en cuenta sus palabras, al creerle aun en los momentos en que todos suponían que mentía, Gabriela se fue ubicando como ser humano, sexuado, pasible de realizar intercambios con otros. E l a p r e n d i z a j e y s u s “ t r a s t o r n o s ” Haré algunas reflexiones a partir de estos materiales clínicos. El deseo de saber nace de la articulación y trastocamiento de la pulsión de dominio o apoderamiento y la escoptofílica o voyeurista. Y si bien el motor es en principio la pregunta por el origen (especialmente por el propio origen), se va dirigiendo después a otros terrenos. Tanto el dominar como el ver suponen un recorrido de oposiciones en el que la vuelta sobre sí y el trastorno actividad-pasividad van delimitan do un movimiento de alternancias en uno de cuyos polos la pulsión puede quedar fijada. Esto va determinando una diferenciación yo-no yo, en una relación de oposiciones. Sería: “domino o soy dominado”, “miro o soy mirado”. El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin Pero un niño puede ser vivido por los otros como un objeto a ser exhi bido -como Gabriela- o como un objeto a ser dominado -como Ana-. Es decir, estos pares pulsionales (sado-masoquismo y exhibicionismo - voyeurismo) sufren avatares que dependen en gran medida de la res puesta de los otros. El dominar -al propio cuerpo y al objeto-, que se manifiesta clara mente en la motricidad, y cuyo órgano privilegiado es la mano, se vis lumbrará mas adelante en el esfuerzo por romper, ya no juguetes, sino ideas, pensamientos, para poder estructurar nuevos saberes. De hecho, para aprender algo tenemos que apropiarnos del problema, desmenuzarlo, hacerlo trizas, hasta sentir que nos apoderamos de él. Esto es más evidente aun en el niño. Desde que toma un objeto y lo manipu la, y lo muerde o lo arroja, o se para desafiante ejerciendo ese nuevo poder sobre su musculatura, inicia un camino en que su cuerpo (y fun damentalmente su mano) es instrumento para dominar al mundo y a sí mismo. Si un niño no puede ejercer ese poder, si queda atrapado en una posición pasiva frente al otro, no podrá adueñarse de sus movimientos para escribir ni armar y desarmar palabras y sonidos, ni romper saberes previos para adquirir otros nuevos. Así, me he encontrado con niños que no aprendían la lecto-escritura por la imposibilidad de sublimar la agresión. La escritura puede ser vivi da como marca que desgarra, violencia sobre el papel, ¿marca sobre otro cuerpo? La lectura puede resultar una apropiación violenta, desmenu zante, de un otro, o de las marcas de otro. Y esto lleva a que un cierto grado de sublimación de la agresión sea imprescindible para que se adquiera la lecto-escritura. Así, cuando Ana descubrió que podía escribir “malas palabras” sin destruir a nadie, sin dañar al objeto amado, el apren dizaje de la escritura se hizo posible. El ver, el incorporar el mundo a través de la mirada, se derivará en curio sidad, en posibilidad intrusiva con respecto a lo percibido, en manteni miento de la investidura objeta! Pero un niño puede quedar fijado al polo exhibicionista, en una eternización del “ser mirado”, como Gabriela. Entonces, Freud afirma que el deseo de saber se constituye sobre la base de la intrincación y trastocamiento de la pulsión voyeurista y de la ¡ El ap rend iza je y sus avatares de dominio, pero a partir de una herida narcisista: el registro de las dife rencias sexuales y el nacimiento, real o fantaseado, de un hermanito (S. Freud, 1905) ¿Qué significa esto? Que el niño puede comenzar a reco nocer que él no es el centro del universo, que su madre puede desear a otro, que sus padres pueden desear tener más hijos. También la dife rencia niño-adulto (de la que hablamos en el capítulo 2) se constituye como herida narcisista que puede llevar a alguien a querer saber para poder crecer. Pero todas estas diferencias pueden ser desmentidas y de hecho suelen serlo en la infancia. Y si lo que predomina es la desmentida, no hay nin guna búsqueda, sino una insistencia en el intento de sostener el narcisis mo en quiebre. Entonces, el deseo de saber alude a un saber acerca de la sexualidad, de las diferencias sexuales, del origen. Preguntas que insistirán a lo largo de la vida sin que nada pueda satisfacerlas totalmente. Podemos decir que para aprender debemos poner en juego el deseo de saber como aquello que motoriza el aprendizaje. Hay que investir el mundo, sostener la atención secundaria y selectiva, inscribir lo transmiti do, ligarlo a otros saberes, reorganizando el mundo representacional. En la escuela, esto supone, además, acatar normas, en tanto muchas veces aquello a aprender (y aprehender) no coincide con los intereses propios. No me voy a detener en la constitución de la atención, dado que he desarrollado el tema en el libro Niños desatentos e hipemctivos (Janin, 2004). Pero me parece importante insistir en que no todo problema de aprendizaje se debe a la “falta de atención” . Es frecuente que padres y docentes supongan que si un niño atiende en clase, aprende y, a la inver sa, que si no aprende es porque no “presta atención”. Y un niño puede no aprender por motivos muy diferentes. Puede atender y no compren der nada, o no relacionar lo que escucha con saberes previos, o no recor dar lo transmitido después de un tiempo. Un ejemplo clínico puede ilustrar esto: me consultan por un niño de diez años, con dificultades escolares desde siempre. Está medicado como trastorno por déficit de atención desde los seis años, pero el aprendizaje sigue siendo deficiente. En un momento, el neurólogo que lo atendía suspendió la medicación, pero ahí los docentes dijeron que hablaba mucho en clase y se lo volvió a medicar. A la vez, en todos ios informes una de las cuestiones que insistía era que el niño no participaba en clase. En la primera entrevista, se asombra de mis preguntas e inquiere por qué se las hago (nunca nadie había hablado tanto con él). Le explico que si él no me cuentalo que le pasa, yo no sé nada de lo que le ocurre y que por eso le pregunto. Se queda pensando. A las pocas semanas, los padres me dicen que está muy cambiado, muy contento. Le dijo al neurólogo que quería dejar la medicación y éste le dijo que se podía probar. Me dice: “Antes yo atendía, pero lo que la maestra decía me pasaba por el costado (hace el gesto con la mano como si las cosas le pasaran por el cos tado de su cabeza), pero ahora hago el esfuerzo de escuchar y cuando no entiendo la interrumpo y le pregunto para que me lo explique hasta que yo entienda, como hiciste vos” . Es claro que este niño se desconectaba por no entender y por consiguiente se perdía gran parte de los conteni dos. Quedaba en una posición pasiva, receptiva, sin asimilar ni elaborar lo escuchado. Recobrar la actividad, que prevaleciese una actitud de bús queda, fue fundamental para que pudiera aprender. Con relación al tema de las normas, haber constituido un sistema de normas internalizadas es necesario para que alguien acepte dirigir su atención a temas que pueden no interesarle, así como realizar trabajos que le resultan poco placenteros. (De este tema hemos hablado en el capítulo anterior.) Por consiguiente, me centraré en este capítulo en los trastornos ligados a la memoria y al pensamiento. La memoria Gabriela no recordaba ni lo que había ocurrido en el pasado reciente. ¿No recordaba o tiraba a una especie de agujero negro todas sus percep ciones? ¿Todo recuerdo le dolía y “olvidando” desestimaba y desmentía todo dolor? ¿Y esto le impedía aprender? Milán Kundera, en la novela La ignorancia, dice con relación a la memoria: ccSi alguien pudiera conservar en su memoria todo lo que ha | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin I I 16 El aprend iza je y sus avatares | vivido, si pudiera evocar cuando quisiera cualquier fragmento de su pasa do, no tendría nada que ver con un ser humano: ni sus amores, ni sus amis tades, ni sus odios, ni su facultad de perdonar o de vengarse se parecerían a los nuestros33. Es decir, memoria y olvido son las dos caras de una misma moneda. Es la posibilidad de olvidar la que permite que haya recuerdos, lo que seña la la marca de la represión, lo que va delineando diferencias. Silvia Bleichmar, hablando de la memoria y la curiosidad intelectual, plantea: ccPara que el niño estructure una pregunta tiene que haber un res quicio por donde la intimidad materna se transforme en alteridad, y así como la obturación de toda curiosidad una vez despertada -la insatisfac ción de esta curiosidad, de esta demanda de simbolización— puede llevar a la inhibición intelectual, como propone Freud, la no aparición de esta aber tura impide la aparición de toda curiosidad33 (S. Bleichmar, 1984, 89). Es fundamental que se haya instaurado la represión primaria como divi soria intersistémica para que el recuerdo y el olvido tengan lugar. Una represión secundaria masiva y excesiva impide acceder a los recuerdos, pero la no instauración de la represión primaria impide el armado de tra mas representacionales diferenciadas, que permitan que haya olvidos y recuerdos. Gabriela olvidaba todo, masivamente. Mientras que su madre no podía diferenciarse de ella y la inundaba con sus propios conflictos, la niña parecía tener “la cabeza vacía”, sin recuerdos y sin pensamientos. Si volvemos al aprendizaje escolar y sobre todo a sus primeros momen tos, nos encontramos con diferentes posibilidades: La maestra escribe la palabra “papá” y para un niño esa palabra tiene resonancias, la conecta con historias, recuerda a su papá y la escritura se liga a un vínculo amo roso. Algo queda inscripto con anclaje en vivencias propias y el conoci miento se incorpora placenteramente. Pero a veces, por sus conexiones con representaciones inconscientes, parte de ese aprendizaje puede caer bajo represión. La prohibición fun ciona allí como obstáculo para el conocimiento. La ligazón entre ese saber y los deseos inconscientes llevan a reprimir ese contenido, junto con todas las representaciones que puedan evocar lo prohibido. Esto El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin puede incidir en el aprendizaje como totalidad o en algunos aspectos de lo transmitido. También puede ocurrir que, frente a la palabra “papá”, esa palabra no evoque nada, o que evoque un vacío, y que quede como representación sin resonancia interna, como frase repetida sin sentido. Recordemos que la palabra es una re-presentación/traducción que marca una posesión- distancia de la cosa, un modo de tenerla y de perderla, en un vínculo libi- dinal con otro. En este caso, lo que se evoca es un agujero y el conoci miento cae dentro de ese vacío. Y 110 hay inscripción, sino ampliación del agujero. Sería el caso en el que las dos cadenas representacionales no se han establecido como diferentes. En otros casos, el niño percibe e inscribe y simultáneamente dice: “yo no sé” desmintiendo lo que sabe. Aquello “sabido” debe ser desmenti do y todo el esfuerzo psíquico está puesto en sostener este “no saber” sobre lo doloroso. La desmentida es la defensa propia del narcisismo, es la operación que se suele utilizar frente a todo ataque a los sostenes nar- cisistas. Si el niño siente que aprender es reconocer un no-saber y esto es intolerable o si piensa que saber sobre determinados temas pone en juego su integridad narcisista, puede preferir no saber y sostener que no sabe lo que está inscripto en él. La desmentida presupone el mantenimiento de dos cadenas representacionales simultáneas y contradictorias; por eso alguien puede afirmar que no sabe aquello que, en otro nivel, conoce perfectamente. Esto es frecuente cuando hay secretos familiares. Así, la madre de Vanina consulta por su hijita de seis años, porque nece sita decidir, de modo urgente, si puede seguir con doble escolaridad en una escuela bilingüe. A la primera entrevista llega corriendo al consulto rio, se sienta en mi lugar, y cuenta sobre sí misma que trabaja muchas horas, que llega a la casa y tiene que ocuparse de sus cuatro hijas, que ella mantiene la casa porque el marido tiene un trabajo en el que viaja mucho y gana poco. Pienso ahí de qué doble escolaridad me está hablando y tra bajo con ella algo de este tema. Cuando la conozco a Vanina, la niña se niega a aprender con bastante firmeza, casi como si insistiera en un “no saber” . Pero reitera un juego: somos princesas, pero ella es una princesa que recibe para tomar el té a un príncipe “que no es el papá” . Tiempo des I 118 | El ap rend iza je y sus avatares pués, la mamá me cuenta que tiene un amante desde hace muchos años y que algunos encuentros fueron presenciados por la niña. Vanina sabía y no quería saber. El esfuerzo por desmentir permanentemente aquello que no podía decir ni siquiera pensar aparecía como obstáculo para el aprendiza je. El poder jugarlo en la sesión, en un ámbito en el que se le daba lugar y credibilidad a lo que ella “sabía”, posibilitó el acceso al conocimiento. Primo Levi, en el apéndice de Si esto es un hombre, responde a la pre gunta de si los alemanes conocían lo que ocurría en los campos de con centración, diciendo que muchos no sabían, fundamentalmente porque no querían saber. Activamente, se negaban a enterarse. Un no saber que les posibilitaba armar un “como si” de desconocimiento del terror. M. Mannoni, refiriéndose a los deportados durante la segunda guerra mundial, dice que treinta años después las víctimas no pueden hablar de lo que les pasó en la infancia. Y agrega: “Aquello de lo que no pueden hablar constituye una herida que se transmite de generación en generación, herida de la memoria cuyo efecto es sustraer al sujeto a una cierta alegría de vivir” (1993, 31). Una memoria herida... que lleva a la desvitaliza- ción, a la imposibilidad de disfrutar de los placeres de la vida. Y la alegría de vivir parece ser un motor importante para incorporar los conocimientos y procesarlos deun modo creativo. Armando pensamientos D. Anzieu afirma: aUn yo pensante no pensaría si no hubiera estado some tido, desde el principio de la vida, a un baño de pensamientos” (Anzieu, 1995, 32). Es decir, tuvo que haber sido pensado por otros, estando en juego la intersubjetividad en el armado del “aparato para pensar los pen samientos”. También, para poder desarrollar pensamientos, hay que pensar tanto lo placentero como lo displacentero. Si cada vez que reflexionamos sobre un tema, cuando nos encontramos con algo que nos disgusta, frenamos el pensamiento y volvemos sobre lo agradable, anulando lo displacente ro, iremos dejando agujeros en el pensamiento preconsciente, agujeros que funcionan como el agujero negro, en el sentido de que tienden a 119 | El sufrim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz Janin atraer a sí todo lo que se conecta con ellos. Así, un niño puede no apren der a escribir en tanto la escritura lo remite a pérdidas de las que no quie re enterarse. El otro ausente debe ser representado para que la escritura tenga sentido, en tanto siempre le escribimos a alguien. Gabriela pudo comenzar a escribir cuando la escritura cobró sentido, cuando pudo ser un decir a otro (traía sus poesías a las sesiones), pero para esto el otro tuvo que ser alguien que pensaba en ella. Ana pudo comenzar a leer y a escribir cuando transformó la hostilidad en marca en el papel y representó la ausencia como letra. En cada uno de nosotros coexisten diferentes lógicas inconscientes y numerosos pensamientos inconscientes simultáneos. (Y esto plantea toda la problemática de un inconsciente que no es unívoco, sino multifacéti- co.) Y cada pensar surge en los intersticios lógicos del pensar previo, debido a las imposibilidades internas con las que éste se enreda. El nuevo pensar es empujado por la necesidad psíquica de expresión de los proce sos pulsionales con un mayor grado de refinamiento (D. Maldavsky, 1994, 2004). Es decir, hay un proceso de complejización progresiva en las redes del sistema inconsciente que plantean la coexistencia de varias cadenas repre- sentacionales y de varias lógicas que operan en forma simultánea. Freud afirma, en El yo y el Ello (1923), que el pensamiento es sublima ción de pulsiones eróticas, que tiende a ligar. Acto psíquico por excelen cia, el pensamiento implica el procesamiento de las huellas de la memoria. Pero, en algunos niños, lo que prima es el movimiento desligador. Las dificultades en el aprendizaje de la lecto-escritura aparecen aquí en la imposibilidad de unir las letras. Las reconocen, pero no pueden ligarlas en palabras. Tratan las letras como unidades, como grafismos sin sentido. Una palabra es para ellos un conjunto de letras desarticuladas. El funcio namiento tanático aparece en esta desarticulación permanente. Es a par tir de nombrar y escribir las palabras prohibidas que, muchas veces, pue den ir enlazando letras armando palabras con sentido. Bion afirma en Seminarios de psicoanálisis: ccFreud sugiere (en Dos prin cipios del suceder psíquico) que si el pensamiento no fuera posible el indi viduo iría directamente de un impulso a una acción sin ningún pensa- | 120 t El ap rend iza je y sus avatares miento intermedio. Frente a lo desconocido, el ser huma-no lo destruiría” (Bion, 1974, 39). Así, hay niños que enfurecen frente a lo que les resulta ininteligible. Suponen que su capacidad de pensar estalla cuando no pueden entender y viven una frase o un razonamiento como un ataque. Pueden incorpo rar sólo aquello que se corresponde con lo ya-sabido. Para pensar, algo del orden del sufrimiento se debe dar, aunque más no sea el sufrimiento que implica que el deseo no sea satisfecho de inmedia to, pero el sufrimiento excesivo puede llevar a situaciones de desinvesti dura extremas, de expulsión de la capacidad de pensar. En ese sentido, el sufrimiento tiene una doble cara: es posibilitador y riesgoso. Todo el camino de la simbolización está motorizado por la ausencia (si el objeto está eternamente presente, no hay desplazamiento posible ni necesidad de representarlo simbólicamente), pero también por la presen cia del objeto (en tanto si no hubo presencia, es decir si la ausencia fue absoluta, el resultado no es la simbolización, sino el agujero en la trama representacional). Resumiendo, para aprender a leer y a escribir, un niño debe: 1) repre sentar una separación que no suponga la muerte del otro; 2) transformar los deseos hostiles en marcas en el papel, en mensaje; y 3) dejar marcas como rastros de la propia presencia. Otras veces lo que está en juego es la sofocación de pensamientos, fun damentalmente de interrogantes. La pregunta “¿por qué?” ordena un pensar, una ilación de elementos. Pero un niño puede repudiar su propia autonomía como ser pensante y hacer una regresión yoica a un tiempo de dependencia absoluta del otro. El ser tenido en cuenta como sujeto pensante, como sujeto reflexivo por parte de los padres, es fundamental para que un niño pueda acceder a una lógica secundaria. El soportar que un hijo sostenga ideas diferen tes a las propias y que pueda oponerse a los propios pensamientos abre un camino de construcción ideativa autónoma. Por el contrario, la orden de romper enlaces, fracturar secuencias lógicas, disgregar ideas, olvidar lo doloroso... son mandatos mortíferos incons cientes que impiden el acceso al conocimiento. 121 El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin Entonces, desde el punto de vista del armado de pensamientos, puede haber trastornos de aprendizaje por: 1) Rupturas en la trama representacional inconsciente, en las represen taciones-cosas. Se constituye el inconsciente con agujeros representado- nales que promueven la no-inscripción, la desligazón. Para que algo efec tivamente se inscriba tiene que tener raíces en lo inconsciente. Si no, lo único que se puede lograr es una mera repetición automática de saberes ajenos, frases sin sentido que carecen de anclaje. Son niños que repiten palabras de otros, frases ajenas, de las que no se han apropiado. 2) Desmentida de un trozo de la realidad. Son los niños que afirman: “ya lo sé” y se niegan a incorporar un conocimiento nuevo. Sostienen el narcisismo a ultranza a costa del “no-saber” . Muchas veces, aprender en la escuela, escuchar al maestro, se les torna imposible en tanto implicaría separarse de los padres y soportar la caída de éstos como idealizados. Y entonces, cuestionar las normas escolares puede ser un modo de reafir mar al padre como padre totémico, único portador de normas. De ese modo, se desmiente la propia castración. 3) Represión secundaria en lugar de sublimación. Cuando lo que se inscribe va siendo “borrado” del preconsciente por represión. Así, cuan do todo el sistema preconsciente, respetando sus normas consensúales rígidamente, se erige como defensa contra las pasiones, aparecen trastor nos en el aprendizaje. Esto supone fallas en la capacidad traductora y ligadora del preconsciente. La dificultad está en formular preguntas y complejizar enlaces. Si un niño, en lugar de realizar sucesivas traduccio nes de sus deseos y encontrar satisfacciones sustitutivas, tiene que ocupar toda su energía en mantener reprimidos sus deseos, no podrá tenerla dis ponible para explorar nuevos conocimientos. Por el contrario, la subli mación implica usar todas las potencialidades, poner en marcha los motores, para ir llevando la búsqueda hacia objetivos culturalmente valiosos. Y el aprendizaje escolar supone capacidad sublimatoria. Así, el orden y la prolijidad pueden ser muy útiles en el aprendizaje, pero también puede suceder que sean utilizados obsesivamente por per sonas que desean inconscientemente ensuciar todo, y entonces terminan siendo un obstáculo, paralizando toda actividad creativa. | 122 ¡ El apren d iza je y sus avatares Cuando un niño tarda mucho en realizar las actividades escolares, hay que diferenciar si es por dificultad en lacomprensión de la consigna, si lo que lo lentifica es que está pendiente de otros temas (lo que se dice habi tualmente como que “no atiende” y ya hemos desarrollado en otro libro que “atiende a otra cosa”), si queda centrado en los detalles por erotiza ción del pensamiento o si el mandato de hacer todo perfecto, de no cometer errores, lo paraliza. A veces, lo que está reprimido es el deseo de saber sobre ciertos temas y allí los síntomas suelen ser del estilo: “No aprende historia” o “Presenta dificultades en biología”. Dificultades puntuales que muestran, general mente, el exceso de represión secundaria de ciertas representaciones por su ligazón con deseos prohibidos. 4) Excesiva sumisión a las normas. Cuando el niño está pendiente de la mirada y de la aprobación del maestro, cuando el movimiento está prohibido por sujeción a la palabra de otros o a los mandatos superyoi- cos, también el movimiento representacional puede quedar obturado. Son los “buenos alumnos” en conducta que copian lo que la maestra escribe, pero no pueden armar su propia escritura. Los normas e ideales, que pueden ser tensionantes y posibilitadores (como ya desarrollamos en los capítulos anteriores), pueden también ser paralizantes, en tanto planteen objetivos imposibles de cumplir o man datos contradictorios. A veces, ideales muy exigentes entran en colisión con los deseos y pro ducen síntomas en el aprendizaje. Si alguien tiene que ser “el mejor alumno”, esto puede ser un obstáculo para el aprendizaje, en tanto el terror a equivocarse lo puede llevar a la inmovilidad. 5) Prohibición de pensar. Cuando el terror toma toda la escena y el recordar queda prohibido (a través de la transmisión inconsciente de una prohibición), movimiento en el que se anula la materia prima del pensa miento. También puede ocurrir, como desarrolla Piera Aulagnier, que la madre prohíba cualquier pensamiento que difiera de los suyos, ubicando un “buen pensar” que es propiedad exclusiva de ella. ccLa madre sabe, por experiencia propia, que el pensamiento es, por excelencia, el instrumento de 123 | I lo que puede ser disfrazado, de lo oculto, de lo secreto, el lugar de un posible engaño que no es posible descubrir (ni tampoco pronunciarse sobre él). (...) Vemos cómo se instaura así una extraña lucha en la que, por parte de la madre, se intentará saber qué piensa el otro, enseñarle a pensar el cbien3, o un cbien pensar3, por ella definido, mientras que, en lo tocante al niño, apa rece el primer instrumento de una autonomía y de un rechazo que no ponen directamente en peligro su supervivencia33 (P. Aulagnier, 1975, 133-134). Si el único pensar “correcto” es el de la madre, si ese saber no puede ponerse en duda, si la madre se dirige al niño con certezas que el niño debe repetir, le será difícil pensar autónomamente. Si el niño no puede tener secretos, no puede ocultar sus pensamientos a los otros, si tiene que ser “transparente” para su madre, obturará toda ocurrencia antes de poder desarrollarla. Soportar que un niño piense y que, por consiguiente, pueda tener ideas que no concuerdan con las de los adultos que lo rodean, tolerar que pre gunte sobre lo que se le dice, que se oponga a algo de lo que se le trans mite y elabore pensamientos propios, que no comparta con los padres todo lo que se le ocurre, no es una tarea fácil para padres y maestros. A veces, los analistas también suponemos que un niño debe “decirlo todo” sin tener en cuenta que la privacidad de los pensamientos es una con quista importante. Transmisión y creación La apropiación de los conocimientos no es una pura incorporación de lo ya dado, sino que supone la transformación de sí mismo y del obje to. El niño que repite fórmulas puede no haberlas aprendido. Puede ser un simple ejercicio de memoria inmediata, que no supone aprendizaje alguno. En las escuelas se tiende a desconocer la diferencia que, inevitable mente, se da entre lo transmitido y lo que es recibido y transformado desde la lógica infantil. También se suele olvidar que lo que se le transmite a un niño es, a veces, más que un contenido, un modelo de pensamiento o de no-pen- £ El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin 124 El aprendizaje y sus avatares samiento (Raes, 1996). En este segundo caso, la transmisión es de lo inerte, del objeto muerto, de lo inmodificable. Esto último sucede cuan do el conocimiento no aparece como descubrimiento permanente a modificar, sino como un fósil que arrastra a la muerte a todo pensa miento. Es decir, hay transmisiones que atacan el “aparato para pensar los pensamientos” (Bion, 1966), sobre todo cuando todo cuestionamiento queda invalidado. Entonces, aprender no es copiar ni repetir, implica una búsqueda, una apropiación reorganizadora y una producción creativa. Creación que supone la permeabilidad en el pasaje entre el sistema Inc y el sistema Prcc. Poder apelar a la fantasía, soñar, desarmar y rearmar lo dado, “jugar” con lo adquirido, para organizado con un sello propio, evidencian la apropia ción del conocimiento. Apropiación-recreación que supone siempre trans gresión, desarme y rearme. Creación que puede estar posibilitada o denegada desde el contexto. Aprender es crecer, complejizar, tener más recursos para crear... Y para que la creación sea posible es necesario sostener las pasiones y poder tomar del reservorio de la memoria todo aquello que sea necesario. Sintetizando, las dificultades en el aprendizaje escolar pueden ser resul tado de trastornos en la estructuración subjetiva, así como pueden ser síntomas... Pensar los momentos de la estructuración psíquica nos permite pensar estas dificultades como avatares de un sujeto. Avatares que pueden modi ficarse. Dificultades que van a dejar de serlo en la medida en que poda mos detectar cuál es la conflictiva y cuáles son entonces las intervencio nes pertinentes. Y esto no solamente en el consultorio, sino también en la escuela y en otros ámbitos. N o t a 1. Primeras versiones de este artículo fueron publicadas en Actualidad Psicológica N° 282 y en Cuestiones de Infancia Nos. 6 y 11. 125 | C apítyl© é □ □ □ F o b i a s , a n g u s t i a s y t e r r o r e s EN LA IN F A N C IA “Interrogarme sobre el miedo en mi infancia es abrir un territorio verti ginoso y cruel que vanamente he tratado de olvidar (todo adulto es hipó crita frente a una parte de su niñez), pero que vuelve en las pesadillas de la noche y en esas otras pesadillas que he ido escribiendo bajo la forma de cuentos fantásticos. En todo caso, creo que un mundo sin miedo sería un mundo demasiado seguro de sí mismo, demasiado mecánico. Desconfío de los que afirman no haber tenido nunca miedo; o mienten, o son robots disimulados, y hay que ver el miedo que me dan a mí los robots Julio Cortázar1 Las fobias infantiles nos remiten al tema de la angustia. Específicamen te, de las angustias y temores en la infancia. El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin Los niños se angustian, y mucho, desde muy pequeños. La angustia es uno de los afectos más tempranos y no hay nadie que no la haya sentido. Y los miedos son también, como dice Cortázar, propios del ser humano. Los temores infantiles tienen poco que ver con la racionalidad adulta. Muchas veces son temores que no remiten a nada “peligroso” desde el principio de realidad. Justamente, el mismo niño que puede decir que los autos no lo pueden pisar, puede aterrarse frente a una hormiga, a la que le atribuye poderes especiales. Así, en el Hombre de los Lobos, el lobo temido era el de una lámina de un libro y los temores a los que alude Cortázar vinieron de la mano de sus lecturas y ccel vórtice, del pavor fue siempre la manifestación de lo sobrenatural, de lo que no puede tocar se ni oírse ni verse con los sentidos usuales y que se precipita sobre la vícti ma desde una dimensión fuera de toda lógica” (J. Cortázar, 2009, 210). Los temores a monstruos, a fantasmas, o a un objetocotidiano viven- ciado como portador de poderes ocultos, muestran el funcionamiento psíquico infantil. Así, una niña de cuatro años que no temía treparse a un árbol alto y que no se inmutaba frente a los gritos de su madre, se paralizó en el consultorio, aterrorizada frente a un muñeco con forma de dinosaurio. Podemos diferenciar miedos, terrores y angustias. Así, definimos al terror del modo en que Freud define al pánico: el estallido interno que se produce cuando el “organizador” (el yo) se quie bra. En el caso de los niños pequeños, alude a la irrupción pulsional des medida cuando no hay otro que contenga, la pérdida de los bordes, la explosión de la incipiente representación de sí. El afecto irrumpe sin que nadie pueda devolver una representación unificada, un sostén. En térmi nos de la angustia lo podemos pensar como el desborde angustioso, efec to del fracaso de las defensas, o como la angustia automática que apare ce cuando la angustia señal no ha podido generar los movimientos defen sivos necesarios. Pero podemos pensar también que el estado de terror, de pánico, es propio de los primeros tiempos de la vida, en los que la angustia señal no puede ponerse en juego. Es decir, las primeras expresiones afectivas suelen ser estados de terror, en los que el peligro es el aniquilamiento. Serían las primeras explosiones Fobias, angustias y te rro re s en ia infancia de angustia, en un momento en el que no hay una organización que pueda sostener la angustia-señal. En Inhibición, síntoma y angustia, Freud afirma: “Los primeros -muy intensos- estallidos de angustia se producen antes de la diferenciación del superyó. Es enteramente verosímil que factores cuantitativos como la inten sidad hipertrófica de la excitación y la ruptura de la protección antiestí mulo constituyan las ocasiones inmediatas de las represiones primordiales33 (Freud, 1926, 90). Y continúa más adelante: “En la primera infancia, no se está de hecho pertrechado para dominar psíquicamente grandes sumas de excitación que lleguen de adentro o de afuera33 (Freud, 1926, 138). El dominio de esa excitación requiere todavía de otro, pero el niño aún no lo sabe. Más adelante (y esta es una adquisición fundamental) liga su bienestar a la presencia de otro y diferencia a aquellos conocidos de los extraños. El peligro, entonces, pasa a ser la pérdida del amor del otro. Estos terrores tempranos, si bien hablan de estados de fragmentación, de pánico, no desembocan habitualmente en crisis psicóticas. Los niños se aterran y tienen vivencias de aniquilamiento en una época en la que la articulación de las zonas erógenas es incipiente y la representación de sí es muy lábil, sin que esto esté hablando de una predisposición a la psico sis. Sí, cuando lo que insiste en un niño son estados de terror a lo largo de los años, podemos encontrar en supuestas “fobias” las señales de fun cionamientos psicóticos. Allí, más que la fobia, son situaciones desorga nizantes las que predominan... En la Conferencia 32, Freud afirma: “a cada edad del desarrollo le corresponde una determinada condición de angustia y por tanto una situa ción de peligro, como la adecuada a ella. El peligro del desvalimiento psí quico conviene al estadio de la temprana inmadurez del yo; el peligro de la pérdida de objeto (de amor) a la heteronomía de la primera infancia; el peligro de la castración, a la fase fálica; y, por último, la angustia ante el superyó, angustia que cobra una posición particular, al período de latencia. A medida que avanza el desarrollo, las antiguas condiciones de angustia tienen que ser abandonadas, pues las situaciones de peligro que les corres ponden han sido desvalorizadas por el fortalecimiento del yo. Pero esto ocu rre de manera sólo muy incompleta33 (Freud, 1933, 81-82). El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin Me parece importante remarcar que estas condiciones de angustias se abandonan “de manera sólo muy incompleta”, por lo que suelen persis tir a lo largo de la vida. A la vez, la angustia ante el primer tipo de peligro, el desvalimiento psí quico, es siempre desbordante, con las características del terror, y sólo puede calmarse a partir de la contención de otro que registre ese estado. Así, en la Conferencia 25, Freud dice que “el hombre se protege del horror mediante la angustia” (Freud, 1917, 360). Acá está hablando de la angustia-señal, imposible de ser implementada en los primeros tiempos de la vida. Quizás sean los adultos los que deban prevenir y filtrar los excesos desorganizantes para el niño. Y tampoco podrán hacerlo siempre. El miedo implica ya una direccionalidad, en el sentido de que se ha recortado un objeto; la angustia se ha ligado a una representación. Y Freud insiste en que lo que define a la fobia es el desplazamiento. En Juanito, el desplazamiento del padre al caballo. Al hablar de la fobia de Juanito, Freud afirma: ccLo que la convierte en neurosis es, única y exclusi vamente, otro rasgo: la sustitución del padre por el caballo. Es, pues, este des plazamiento (desceñiramiento) lo que se hace acreedor al nombre de sínto ma. (...) Tal desplazamiento es posibilitado o facilitado por la circunstan cia de que a esa tierna edad todavía están prontas a reanimarse las huellas innatas del pensamiento totemista. A ún no se ha admitido el abismo entre ser humano y animal; al menos, no se lo destaca tanto como se hará después (Freud, 1926, 99). Podemos ver que el estado de angustia (sin objeto) se transforma en fobia a los caballos (el miedo al padre no sería una fobia). Y acá podemos hacer una distinción entre miedos y fobias (distinción que no es muy níti da): estrictamente, la fobia se define por el desplazamiento. De ahí que podemos hablar de miedo al padre y de fobia a los caballos. Freud, en Más allá del principio de placer, diferencia terror, miedo y angustia. aLa(^ngm ti^ designa cierto estado como de expectativa frente al peligro y PreParación para él, aunaue se trate de un Peligro desconocido; el mieacbrequiere un obieto determinado, en presencia del cual uno lo siente; en cambio, se llama(serro:da l estado en que se cae cuando se corre un peli- aro sin estar Pre-barado: destaca el factor de la sorpresa” (Freud, 1920, 12). 130 ¡ Fobias, angustias y te rro re s en ia infancia Para pensar el tema de las fobias, lo primero es diferenciar lo qne serí an miedos propios de la infancia (las fobias universales de los niños) del armado de fobias como síntomas neuróticos. Tal como lo han desarro llado diversos autores, desde Spitz en adelante, las angustias tempranas son índice de avances en la estructuración subjetiva (Dio Bleichmar, Rodulfo, entre otros). Se puede decir que son señales de un progreso en la constitución del aparato psíquico, en tanto muestran el modo en que el niño puede ir registrando ciertas diferencias. Así, hay temores que corresponden a momentos en los que el niño comienza a percibir una diferencia yo-no yo y a recortar, entre todos los seres, al objeto amado. Por ejemplo, el temor al extraño (la angustia de los ocho meses, descripta por Spitz) se manifiesta cuando en lugar del rostro materno, esperado, es otro el que aparece y el niño añora la pre sencia materna. La diferencia familiar-extraño, punto clave en el armado psíquico, tam bién puede aparecer como miedo a lo desconocido. Supone el reconoci miento de que los seres conocidos, amados, son protectores mientras que el resto del mundo es desconocido y por ende poco confiable. Las fobias a la oscuridad y a la soledad, en los primeros años de la vida, retrotraen también a la situación que genera la ausencia del otro. Freud da cierta explicación para estas fobias, ligándolas al temor a la pérdida del objeto amado, necesario para satisfacer tanto las pulsiones de autocon- servación como las sexuales. El poder estar a solas tiene como antecedente el haber estado con otros y haber incorporado su presencia. Se podría decir que, en unprincipio, la oscuridad y la soledad asustan por una doble vía: no hay nadie que pueda proveer la satisfacción de la necesidad ni la realización del deseo, pero además, y esto es fundamental, el niño siente que se queda solo con sigo mismo, con sus propios deseos, que le pueden aparecer como terro ríficos en tanto no haya quien lo contenga. Pero hay niños que han quedado instalados en estos temores. Así, pue den seguir temiendo la oscuridad (que remite a la soledad) aun en momentos en los que ya son latentes. Una cuestión a considerar es el grado de dependencia de estos niños, que muchas veces no pueden sepa 131 | El sufrim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz Janin rarse del otro vivenciado como obieto imprescindible para la superviven cia (física y psíquica). Dependencia que es frecuentemente sostenida por adultos que no soportan que el niño se desprenda de ellos. A veces, el mismo temor puede ir tomando tormas y modos diferentes. Por ejemplo, del temor a la oscuridad equivalente a la ausencia de la madre (angustia frente a la pérdida del objeto amado), pasar al temor a la oscuridad como aparición de monstruos (ligado a la conflictiva edípi- ca) y luego al temor a la entrada de extraños en la oscuridad (como irrup ción de otro violador) durante la pre-pubertad. Si todo niño pequeño se angustia cuando se va a dormir si lo dejan solo y pide que se le lea un cuento, que se le cante una canción, como modo de asegurarse la presencia del otro (que implica el reconocimiento de la propia necesidad del otro), el que esto se prolongue en el tiempo habla de una dificultad para soportar la separación. Es decir, esa misma repre sentación que fue constitutiva, que confirmó que eran dos, se torna imposible de soportar y la separación se vive dramáticamente. “Los pro gresos del desarrollo del niño, el aumento de su independencia, la división más neta de su aparato anímico en varias instancias, la emergencia de nuevas necesidades, no pueden dejar de influir sobre el contenido de la situación de peligro” (Freud, 1926, 132). Aquí Freud plantea la relación entre el objeto que provoca angustia y la estructuración psíquica. “Cada situación de peligro corresponde a cier ta época de la vida” (Freud, id., 138). “Lasfobias a la soledad, a la oscu ridad y a los extraños, de los niños más pequeños, fobias que han de lla marse casi normales, se disipan las más de las veces a poco que ellos crez can; cpasan\ como se dice de muchas perturbaciones infantiles” (Freud, id., 139). También son frecuentes no sólo la fobia a los animales pequeños, sino otros temores: a determinada comida, a ciertos lugares, a algunos olores. También son muchos los niños que temen defecar en el inodoro, como si fuesen a perderse ellos al dejar caer las heces. Ya allí comienza a con formarse la idea de un objeto separado de sí, pero también los rastros de la confusión sí mismo-parte del cuerpo. (Desarrollaremos el tema del sig nificado de las heces en el capítulo sobre encopresis.) 132 Fobias, angustias y te rro re s en la infancia Si un niño no teme a nada en los primeros años de su vida, si supone que puede enfrentarlo todo, es como para preguntarse por qué tiene tan poco registro de su desvalimiento y dependencia. Considero que otras fobias se articulan habitualmente con la conflicti va edípica, a tal punto que podríamos decir que su aparición marca tiem pos de constitución de esta conflictiva, fundamentalmente, del Comple jo de Castración. Pero vamos a ver que no podemos plantear cuál es el mecanismo de producción de la fobia sin detenernos minuciosamente en los avatares libidinales de cada niño y en su historia. En algunos casos, las fobias propias de la infancia, aquellos temores que denotan un movimiento estructurante en el psiquismo, se tornan rígidas, compulsivas, exageradas, muchas veces cuando el medio propicia esto. La fobia a lo extraño Cuando un niño entra por primera vez al consultorio y actúa como si nos conociera de toda la vida (sin signos de angustia), nos preguntamos cómo ha establecido la diferencia entre lo familiar y lo extraño y cómo ha organizado la representación de sí, diferente a la de la madre. El otro, diferente, separable de sí, es una construcción a la que se acce de. Y que ese otro sea único, diferente a los otros, aquel que puede de un modo privilegiado brindar placer y satisfacer necesidades y deseos, también es fundamental. Pero el temor a lo extraño, índice de representación del otro como sepira5o~y~5iférente7puede sufni^iferentes avatares: puede incremen” tarse cuando los otros que rodean al niño viven el crecimiento de éste como peligroso, o cuando suponen que el mundo externo es peligroso. Es decir, la persistencia del temor a lo extraño, o su insistencia, puede ser inducida de un modo inconsciente por los padres. Esto suele ocurrir en familias en las que el mundo es vivido como peli groso. El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin Así, el temor a lo extraño puede transformarse en angustia incoercible frente a cualquier situación nueva, e inclusive frente a situaciones tales como el cumpleaños de un compañero de jardín de infantes. Una niñita por la que consultaron porque no quería quedarse en el jardín de infan tes, ni ir a cumpleaños, ni ir a jugar a la casa de un amigo sin su mamá, cuando tenía cuatro años, dice en una sesión a la que concurrió acompa ñada por su papá: “Es la mamá la que le tiene miedo a los patos”, en medio de un juego en el que había desplegado los animales armando un jardín zoológico. Y lo repite, frente a la mirada anonadada del padre: “la nena no tiene miedo, es la mamá la que les tiene miedo” . Cuando traba jamos con la mamá estos temas, ella se angustia mucho y, llorando, dice que tiene temor a que sus hijas crezcan, que las va a perder, que cuando ellas salen se siente muy sola. Ella supone que el tiempo pasa muy rápi do, que pronto se van a hacer grandes y se van a ir para siempre. Simul táneamente, en la medida en que la madre puede ir elaborando estas angustias, la niña deja de angustiarse cuando va al jardín y comienza a quedarse sola en los cumpleaños de los amigos. ¿Cuántos padres refieren sus propios temores a dejar al niño en la escuela o en la casa de un amigo? Un mundo vivido como peligroso es transmitido. Un modo de desmentir el temor frente a lo extraño Un niño llora desconsoladamente al comenzar pre-escolar (hubo un cambio de colegio). Los padres suponen que tiene que adaptarse rápida mente y lo conminan a entrar sin llorar. Casi inmediatamente deja de llo rar, pero comienza a pegarles a todos los niños, a hacerse temer por todos. Cuando lo conozco, no quiere separarse de la madre, a la que mal trata llamativamente. Le grita y le pega, ordenándole que haga tal o cual cosa. Al mismo tiempo, cualquier intento de la madre por tomar distan cia lo hace irrumpir en llanto y gritos. La madre tiene que ser un objeto- cosa-robot, a la que le ordena: ¡sacáme la campera! Dependencia absolu ta desmentida por la orden. No es él el que necesita que un adulto lo ayude a sacarse la ropa, sino que él da órdenes y los otros lo obedecen. Así me parece importante diferenciar los niños que hacen fobias de aquellos que, frente a la angustia de separación, intentan dominar al obie- to, manejarlo autoritariamente, como modo de no perderlo (muchas veces apelando a “berrinches”). Así, desmienten el temor a la separación del objeto amado y no reconocen la angustia que les genera su pérdida. En muchos niños vemos la aparición de fobias importantes frente a la soledad, la oscuridad, la entrada al jardín de infantes, así como frente a animales pequeños, que alternan con actitudes del estilo de “yo no le tengo miedo a nada” y actitudes transgresoras. Pero considero impres cindible pensar que tanto despotismo suele ser un modo de afrontar el terror a perder al otro. Así, vengo pensando que muchos de estos niños están aterrados, que la separación de la madreimplica para ellos un des prendimiento insoportable, que los deja desvalidos frente a un mundo hostil. Madres vividas como todopoderosas, a las que se teme perder. Son niños que no han resuelto la situación edípica, sino que los deseos inces tuosos insisten en ellos sin caer bajo represión, que temen al padre como padre terrorífico y que frente a esto se defienden de la eliminación posi ble (ya no es la castración lo que está en juego, sino todo su ser, si son separados de la madre). Es decir, lo que se trata de conjurar aquí es el terror (¿al modo de una actuación contrafóbica?). “Yo soy el más fuer te.” Es decir, la angustia sigue aquí siendo convocada por situaciones de separación. Una cuestión a considerar en la actualidad es que no suele haber mucho espacio psíquico para los miedos infantiles. Y es frecuente que niños que están muy asustados frente al ingreso escolar, o que se asustan cuando tienen que enfrentar situaciones nuevas, transformen el miedo en funcionamiento contrafóbico, diciendo “yo no tengo miedo” y se ubi quen desafiantemente frente al mundo. Pero el terror al ataque de los otros se hace evidente. Y suelen atacar, por las dudas. Quizás haya que pensar, en algunos de estos casos, en un deslizamien to (¿regresión?) de una situación de angustia frente a lo extraño y frente a la ausencia del objeto amado hacia un terror que se acerca a la paranoia, en que el “extraño” se transforma en un posible atacante (ya no es que no satisface, sino que pasa a ser un enemigo). ¡ Fobias, angustias y te rro re s en la infancia | Los fobim a la oscuridad y a la soledad La oscuridad es la marca de la ausencia materna, como ya hemos dicho. Y, en principio, el niño la teme por lo que implica de carencia. Pero también puede ser la evidencia de un mundo lleno de monstruos. Cuando el armado psíquico permite la estructuración de fantasías (esos elementos mixtos que cabalgan entre Prcc e Inc y que denotan un esbo zo de divisoria intersistémica), éstas pueden poblar la oscuridad y la sole dad, llenar los vacíos de la ausencia. Cuando no podemos ver lo que nos rodea, las fantasías cobran otra dimensión y cuando estamos solos y no hay otro con quien confrontar lo que sentimos, lo familiar puede volver se extraño y todo tornarse temible. Y para un niño, cualquier cosa es posible (y esto es importante para no intentar encontrar en los temores infantiles una suerte de “lógica” adulta, sino pensarlos desde el funcio namiento psíquico del niño). Si la madre no está cerca, si no puede verla, si el mundo conocido se transformó en sombras, ¿qué fantasmas podrán acosarlo? Un niño dio como “su” motivo de consulta la repetición de terrores nocturnos en los que Drácuia venía a atacarlo. Por sus asociaciones fui mos viendo que Drácuia era para él la representación de su hermanita, que mordía y chupaba (lo mordía, mordía y chupaba a la madre y se la “comía”, etc.) y a la que él quería eliminar, sintiendo que ella lo había relegado en el amor materno. Frente al temor a sus propios deseos (de comer, morder, chupar a la madre), exacerbados por la presencia de otro que podía permitirse satisfacer aquello que en él estaba prohibido, se pro dujo un desplazamiento. La hermanita era maravillosa, con ella podía estar sin problemas, pero temía a Drácuia, que aparecía cada noche, cuando se apagaban las luces. Estos terrores, armados al estilo de la fobia, muestran la insistencia de la represión y la angustia por su fracaso frente a la tentación que implicaba el ver a la hermana disfrutando de los pla ceres para él vedados. Por otra parte, es frecuente que aparezcan en la pre-pubertad una infi nidad de temores: muchas niñas que sufrieron temores intensos durante la primera infancia vuelven a sentir estos temores en la pre-pubertad. | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin 136 Fobias, angustias y te rro re s en la infancia Pero ahora, si bien vuelven a querer dormir con los padres porque se ate rran frente a la soledad y a la oscuridad, el contenido es otro: suelen afir mar que a lo que temen es a los ladrones, a que alguien irrumpa (las fan tasías de violación suelen presentificarse en estas fobias). Algunas reflexiones sobre ‘Juanito” Considero que Juanito es mucho más que un texto sobre las fobias. Primer niño con el cual se pone en juego la teoría psicoanalítica... ¿para demostrar en él la teoría de la sexualidad infantil?, ¿para sellar un víncu lo profesional entre Freud y el papá de Juanito?, ¿para curar a un niño de su fobia a los caballos? Juanito puede organizar sus vivencias en fantasías, pero queda atrapa do en algunas de ellas... (muy diferente a los niños que no pueden cons truir fantasías y actúan con dificultades para armar un mundo simbólico). ccEs verdad que cuando se encoleriza tiene la costumbre de hacer barullo con los pies, o sea, de dar patadas en el piso” (Freud, 1909, 46). Como muchos niños, Juanito se expresa a través de “berrinches” con movimientos de descarga, diciendo con su cuerpo su excitación y su enojo. Pero cuando los berrinches lo asustan en el caballo, muestra la ligazón entre la “pataleta” por enojo y el contenido sexual de aquellos. Quiero recalcar que los padres de este niño no consultan por sus “berrin ches” ni se asustan frente a ellos ni los consideran patológicos, cuestión que, como hemos visto en el capítulo sobre los niños desafiantes, sí ocu rre con mucha frecuencia en nuestra época, en que hay poca tolerancia frente a los caprichos de los niños y se fluctúa entre satisfacerlos inme diatamente y enojarse por ellos. Juanito se asusta frente al pataleo del caballo. Él mismo patalea con fre cuencia. Algo de lo indominable se presentifica allí y la transformación pasivo-activo se pone en juego, pero eso mismo vuelve como terrorífico, erotizado, dejándolo en una posición pasiva frente a la sexualidad de los padres. Devorar, dominar, morder, son los modos que va tomando la sexualidad en el niño. ¿Es la madre, con pene, la que retorna en el caba llo y lo puede tragar? ¿Es el padre, que se venga de sus deseos hostiles? ¿Es El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin él mismo, excitado, desbordado por sus deseos eróticos y hostiles? Quizás todas estas representaciones estén en juego en diferentes momentos. Tomaré algunas secuencias del historial para ver cómo se van instau rando en Juanito la desmentida y la represión. A los dos años pregunta a la madre si ella también tiene una cosita de hacer pipí. La madre le contesta que sí (id, 8). (Este diálogo se repite a los 3 años y 9 meses.) A los tres años y medio la madre le sorprende tocándose y lo amenaza con llamar al doctor para que le corte la cosita. Juanito responde sin angustia que hará con la cola (popo) (id, 9). La amenaza materna, que lo refiere a un hombre castrador, no se hace eficaz en ese momento, en tanto queda desdicha por otra afirmación materna, que remite a la universalidad de la posesión del pene. Todavía esa amenaza no produce angustia, porque no hay registro de las diferen cias sexuales. Sin embargo, la amenaza se inscribe y el rechazo materno a su sexualidad deja sus huellas. Mientras se masturba y siente placer por ser tocado por otros, no pre senta síntomas. Es un niño alegre y espontáneo. Pero es la represión, en principio de las mociones exhibicionistas, lo que transforma en displacer aquello que alguna vez fue placentero. Juanito se masturba, desea mirar a la madre y a otros niños mientras hacen pis. Desea ser mirado y tocado, pero algo fue prohibido. También a los tres años y medio nace Hanna, lo que implica inevita blemente un duro golpe a su narcisismo. Se suceden los mimos maternos hacia él (el padre diría que en exceso). La madre lo acoge en su lecho. La tía le alaba sus genitales. Y, a la vez, le prohíben masturbarse. Hay desmentida de las diferencias sexuales y a la vez categorización del mundo entre seres con pene y seres sin él: Juanito diferencia lo animadode lo inanimado a partir de la posesión o no del pene. Así, sostiene que la cosita de Hanna crecerá y la madre le confirma que las mujeres (o por lo menos ella) tienen “cosita” . La desmentida de la madre posibilita y sostiene la desmentida de Juanito. | 138 ¡ Fobias, angustias y te rro re s en la infancia Hasta acá la cosita es la cosita de hacer pipí y él supone que la madre es poseedora de una cosita muy grande. “Pensé que como eres tan grande tendrías un hace-pipí como el de un caballo” (id, 10). La posesión del pene es universal, en los seres animados. Como suele suceder, la desmentida se sostiene en la desmentida de los padres. Y si la desmentida es la defensa por excelencia del narcisismo, el modo de sostenerlo a toda costa, vemos acá que tanto Juanito como su madre se ubican frente al registro de las diferencias defendiéndose a ultranza de una herida que viven como insoportable. Pero no solo se trata de la desmentida, sino que en el historial de Jua nito se hace evidente el modo en que se van instalando paulatinamente la represión de las diferentes mociones pulsionales y cómo ciertos reco rridos quedan adheridos a determinadas representaciones. Y también cómo estas mociones pulsionales van siendo reprimidas con relación al modo en que opera la represión en la madre, que se exterioriza a través de gestos (no tocarle el pene cuando lo seca) y las palabras, frente al reclamo del niño: “eso es una porquería”. La secuencia es muy interesante: A los 4 años y medio: “Hans es baña do por su mamá- y, tras el baño, secado y entalcado. Cuando la mamá le entalca el pene, y por cierto con cuidado para no tocarlo, Plans dice: “¿Por qué no pasas el dedo ahí?”. Mamá: “Porque es una porquería”. Hans: “¿Qué es? ¿Una porquería? ¿ T por qué?”. Mamá: “Porque es indecente”. Hans (riendo) “¡Perogusta!” (id, 18). Acá el deseo de Juanito de que su pene sea tocado por su madre no sucumbió todavía a la represión. Es en la madre en la que opera la represión de sus deseos incestuosos y es ella quien remite a la “indecencia” de tocarle los genitales a su hijo, con lo que introduce el tema de la moral. En el historial, Freud ubica aquí, después de esta secuencia, el primer sueño con desfiguración, que alude al deseo de que le toquen sus genitales. Algo de la represión parecería haberse instalado entre la escena del baño y el sueño. Así, Freud dice: “Elplacer de exhibición sucumbe ahora a la represión. Como el deseo de que Berta y Olga lo miren hacer pipí (o lo hagan hacer pipí) es ahora reprimido (desalojado-suplantado) de su vida, he ahí la explicación para que se presente en el sueño, donde se ha procura do un lindo disfraz mediante el juego de prendas” (id, 19). El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin En tanto ni lineal ni unívoca, la represión se va instaurando en cada moción pulsional, dejando a ésta ligada a una representación (fijación). A la vez, es la represión, en principio de las mociones exhibicionistas, lo que transforma en displacer aquello que alguna vez fue placentero. Podemos ir infiriendo del material aportado: 1) este niño viene siendo excitado por su madre. Si bien prevalece en ella la ternura, con sus mimos y elogios (comentario de la tía) muestra la importancia que tiene para ella la “cosita” de Juanito; 2) las prohibiciones no le hacen mella al niño de entrada, pero se inscriben, marcando el pene como zona prohibida: lo intocable; 3) desmiente las diferencias sexuales (desmentida sostenida por el discurso materno); 4) prevalecen el voyeurismo y el exhibicionis mo, así como la satisfacción autoerótica; 5) la curiosidad sexual, deriva da de la pulsión voyeurista, está exacerbada, a pesar de los intentos obtu rantes de los padres; 6) los deseos homo y heterosexuales se despliegan, y en algún punto son equivalentes, en tanto nenas y varones aparecen como no diferenciados. El historial nos muestra las angustias de Juanito, pero también la des mentida materna y las prohibiciones: el rechazo a la masturbación, a tocar los genitales, a ser mirado. Hay un sueño de angustia: “Cuando dormía he pensado que tú estabas lejos y yo no tengo ninguna mami para hacer cumplidos” (acariciar) (id, 22). Las caricias de la madre están ¿demasiado cerca? Madre y niño pare cen estar luchando contra los deseos incestuosos. El terror a la castración produce efectos. Y la fobia se instala entonces en un niño en el que la represión se ha instaurado. Y es expresión de la lucha entre los deseos y la represión. Lo que es muy interesante en Juanito es que él va marcando el devenir del análisis. Está preocupado por lo que le pasa, sufre, y quiere que lo ayuden. Y es un niño que diferencia claramente el “hacer” del “desear” . Esta es una característica habitual en los niños que sufren fobias (es decir, cuando las viven como distónicas). Suelen sentirse muy mal por lo que les ocurre y piden que alguien los libere de su sufrimiento, siendo muy colaboradores en el tratamiento. | 140 ¡ Fobias, angustias y te rro re s en la infancia | Juanitas de hoy. La fobia a volar en avión: un mismo síntoma ¿es un mismo síntoma? Así como Juanito tenía necesariamente que enfrentarse con caballos, que eran parte del paisaje cotidiano en una Viena en la había coches tira dos por caballos, los niños de hoy toman ascensores y algunos viajan en avión, como parte de su vida. ■ Voy a tomar la fobia a los aviones y a los ascensores para desarrollar cómo un mismo síntoma puede no ser el mismo síntoma. Me parece que diferenciar el síntoma de las determinaciones que lo producen es fundamental. Y, sobre todo, ver en cada niño cómo se anuda con su historia esa relación entre lo pulsional (constituido a su vez en una historia), las defensas y las fantasías. Ejemplificaré esto a través del material de tres niños varones en los que apareció el terror al avión como medio de transporte. Los tres tenían, en el momento de la consulta, nueve años. Dos de ellos mostraban, además, un temor intenso a viajar en ascensor (al punto de que subían por la esca lera los once pisos de mi consultorio). Voy a hacer una síntesis muy somera del tratamiento de estos niños, a los fines de lo que me interesa desarrollar acá, teniendo claro que esto implica un recorte del material que deja a un lado muchas otras cuestiones. A rturo Consultan los padres por un niño que presenta varios temores: a los ascensores, a las alturas, a viajar en avión. Por lo demás, es un niño ado rable, simpático, sociable, buen alumno, con una excelente relación con ambos padres y con sus hermanas. Lo ven muy angustiado por este tema y advierten que las fobias se van incrementando. Así, se angustia frente a las alturas, al asomarse a una ventana y hasta al cruzar un puente alto. Tanto el niño como ellos perciben que hay algo irracional que lo supe ra. Por lo demás, es muy buen deportista y se destaca por sus dotes musicales y los padres se muestran orgullosos de él. Es un niño que suele ser protector con su madre y sus hermanas (a pesar de que éstas son mayores que él). 141 | A la vez, el padre se muestra como una especie de héroe familiar, que se hace cargo tanto de su familia de origen como de la de la esposa. Tanto la madre como el padre se muestran como personas que tienden a enfrentar los problemas, nada temerosos, se definen como “luchadores” y tienen un vínculo muy erótico, con manifestaciones afectivas perma nentes entre ellos y alusiones a la sexualidad. Ambos sienten que han pasado los años de juventud trabajando y quieren recuperar el tiempo perdido, disfrutando todo lo posible. Cuando Arturo me conoce, me aclara: ccyo sé que tengo miedos tontos, que no tienen que ver con la realidad. Pero no puedo vencerlos. Mi papá me dice que no me va a pasar nada, y yo lo sé, pero es más fuerte que yo”. (¿Quién es más fuerte? ¿A quién se refiere, al padre o al miedo?) A la vez, este comentario muestra lo egodistónico del síntoma y lo encuadra como efecto de un conflictoen el que los deseos y las prohibiciones superyoi- cas están jugando. Hace inmediatamente una referencia transferencia!: anadie que no haya vivido algo así, que no haya sentido mucho miedo por algo que sabe que no es peligroso, puede entenderme”. A lo largo de las sesiones va apareciendo la imagen de un padre muy potente, pero que puede enojarse mucho y cuyos enojos el niño teme. Después de un tiempo de análisis, el niño relata en la sesión que ocultó al padre la pérdida de un reloj por temor a su ira y a posibles castigos que no podía definir. Tuvo que ocultárselo también a la madre, aunque no le daba miedo que ella lo supiese, pero sabía que se lo contaría al padre. Sí se los dijo a sus hermanas, que guardaban el secreto. Me llama la aten ción esta situación, porque el hecho era intrascendente y porque tanto él como yo sabíamos que el padre no se enojaría por la pérdida y sí por el ocultamiento. Arturo se mostraba muy preocupado, se sentía muy cul pable y reiteraba que quería decírselo, pero que no sabía cómo, porque aunque se lo proponía, no se animaba. Este episodio abrió toda una serie asociativa. La representación del padre comenzó a aparecer en toda su dimensión, tanto de poder como de objeto amado-odiado. En la medi da en que pudimos trabajar la contradicción entre sus deseos de ofrecer se al padre y el mandato de ser como él y de vencerlo, las fobias fueron desapareciendo. Aquí, el terror a la castración era el motor que desenca denaba la represión, haciendo un desplazamiento, que en este caso se | El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin ¡ Fobias, angustias y te rro re s en la infancia entendía por la asociación que este niño hacía entre el “subir” del avión y del ascensor y la erección (eso lo fuimos viendo en las sesiones), que dando estos como actos prohibidos. Los deseos sádicos hacia el padre, pero también los deseos masoquis- tas, se transformaban por desplazamiento: “quiero ser amado-castigado por él” y “quiero vencerlo” pasaban a ser: “viajar en avión o en ascensor, subir y mostrar mi virilidad traerá aparejado el castigo: una caída mortal” . En Arturo la “subida del ascensor y del avión” quedaban como repre sentación de la erección y del crecimiento. Ser varón era desafiar al padre. Y esto era muy difícil con un padre que parecía omnipotente, que inten taba recuperar la adolescencia y se proponía como símbolo sexual. Ahora, el conflicto no era con el padre, sino que se había desplazado a elemen tos que podía evitar. Así, la evitación como defensa reinaba y Arturo sólo tenía que rehusarse a usar alguno de esos vehículos. ccEl síntoma es indi cio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es un resultado del proceso represivo. La represión parte del yo, quien, eventualmente por encargo del super-yó, no quiere acatar una investidura pulsional incitada en el ello. Mediante la represión, el yo consigue coartar el devenir-conscien te de la representación que era la portadora de la moción desagradable” (Freud, 1926, 87). Con relación a la fobia a la altura, Freud afirma: aAcaso ocurra bastan te a menudo que en una situación de peligro apreciada correctamente como tal se agregue a la angustia realista una porción de angustia pulsional. La exigencia pulsional ante cuya exigencia el yo retrocede aterrado sería entonces la masoquista, la pulsión de destrucción vuelta hacia la persona propia. Quizás este añadido explique el caso en que la reacción de angustia resulta desmedida e inadecuada al fin . Las fobias a la altura (ventana, torre, abismo) podrían tener este mismo origen: su secreta significatividad femenina se aproxima al masoquismo” (Freud, 1926, nota pág. 157). En esta nota Freud habla de la lucha contra los deseos autodestructi- vos y los liga al masoquismo femenino. Arturo rivalizaba con el padre, pero a la vez deseaba ser castigado- poseído por el padre. Y se defendía tanto de los deseos de pasivización como de sus deseos de enfrentar al padre y poseer a la madre. Esto se pudo desplegar claramente cuando surgió en una sesión la fantasía de 143 | El sufrim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin que la madre se aliaría con él enfrentando al padre si éste lo retaba por la pérdida del reloj (situación que le posibilitaría sentirse triunfador frente a él). La doble cara del Complejo de Edipo, en sus vertientes directa e inver tida, así como el Complejo de Castración, estaban expresados en las fobias de este niño. Ya fuera sometiéndose al padre o enfrentándolo, podía perder una parte valiosa de sí. El síntoma neurótico fue, en este caso, el modo de mostrar la conflictiva que Arturo no podía resolver. Ju an Consultan porque el niño presenta una fobia a viajar en avión y en ascensor. Vienen el padre, la madre y el niño, de nueve años, a la prime ra entrevista. Juan los hace subir los once pisos por la escalera, por lo que llegan muy cansados. El niño entra gritando, diciendo que él no tiene por qué venir, que ellos son los locos, que él está bien, que le tiene miedo a cosas que dan miedo, que los aviones se caen, que los ascensores se caen y que él puede vivir sin subir a un ascensor ni a un avión. Que ellos son tontos y por eso no se dan cuenta y que no va a volver a mi consultorio. Los padres me cuentan que en el verano fueron a otro país (viaje lar gamente planeado por toda la familia y muy anhelado por todos los hijos), pero que a último momento Juan no quiso subir al avión, tuvo un episodio de angustia intensísimo y a pesar de todos los intentos para con vencerlo de que viajara se quedó con los abuelos (esta decisión se tomó en el aeropuerto, siendo avalada y hasta aplaudida por el abuelo, mien tras que hasta ese momento él había manifestado temores, pero estaba entusiasmado con el viaje). A través de entrevistas con los padres se va planteando el siguiente cua dro familiar: toda la familia depende, laboralmente, del abuelo paterno, quien descalifica a los padres delante del niño. Este hombre, que ocupa una encumbrada posición económica y detenta un gran poder, tiene fobia a los aviones, justificándola como temor lógico a máquinas peli grosas. El tampoco ha podido realizar viajes a los que había sido invita do, por la angustia que le genera viajar en avión y supone que los temo- | 144 Fobias, angustias y te rro re s en la infancia 1* m$3 res de su nieto se deben a su inteligencia. Recientemente, se ha enfure cido con los padres por la decisión de hacer una consulta psicológica. Este niño ha sido ubicado como el más inteligente de la familia, el más despierto, el más arriesgado. No respeta las normas, ni en la casa ni en la escuela, por lo que suele traer “malas notas”. Todo esto es desestimado por el abuelo, quien hace con él planes sobre cómo le va a legar la empre sa familiar, salteando al padre del niño como sucesor. Trabajo con los padres la dependencia de este abuelo, que aparece como el padre de la horda primitiva, así como la delegación en él de la paternidad. Sabemos que el niño no tiene de entrada elementos para contraponer se al discurso que los que lo rodean tejen sobre él, que los enunciados identificatorios proyectados sobre él, tal como plantea Piera Aulagnier, no podrán ser discutidos. Sólo después de un tiempo de trabajo con los padres, con sesiones semanales en las que se replantea el armado familiar, vuelvo a citar al niño, que está bastante más dispuesto. Podemos trabajar entonces el modo en que se ha constituido en él la fobia: el hombre con el que se identifica es su abuelo, que lo ha nombrado su sucesor (invalidando a sus hijos y a sus otros nietos). Pero ¿por qué la identificación se produce en ese justo punto, por qué debería ser igual en las dificultades? La fobia al avión con densa varias cuestiones: por un lado, él “es” el abuelo-padre-poderoso, identificado por el rasgo, pero también de este modo se “entrega” pasi vamente al abuelo, repitiendo su lógica, sin poder elegir otro camino. No entraen conflicto con él, ni puede lo que el abuelo no puede. Aquí la angustia paralizante tiene algo de mandato, de no cuestionamiento de la palabra del otro (único, gran otro no cuestionado frente a todos los demás, a los que se desautoriza). Cuando este niño no puede subir al avión (a pesar de sus ganas de hacerlo), ¿qué órdenes internas - externas obedece, a qué prohibiciones se somete y cuál es el conflicto?2 Si Juan se identifica con su abuelo para poder ocupar el lugar que este ocupa en la trama libidinal de esta familia, ¿tendrá que sufrir sus mismos avatares, sus mismas imposibilidades? A la vez, él quiere “ser” este abue lo (con el que me amenaza en las primeras entrevistas) y desea seguir 145 | siendo amado por él de un modo privilegiado. Diferenciarse implica para él perder ese amor, ser “otro” y esto remite nuevamente a la angustia de separación, de pérdida de sostén. ¿El “no poder” viajar en avión es equi valente a “ser poderoso”, como rasgo que el niño considera fundamen tal? Y poder lo que el abuelo no puede, ¿sería desafiarlo y ser eliminado? (él me amenaza, diciéndome que el abuelo me va a matar). Seguir al abuelo es también matar al padre, pero a un padre-hermano que se deja matar como tal. Sin embargo, un conflicto interno se vis lumbró en el momento en que fantaseó con el viaje. Allí apareció un niño que quería viajar, y que quería hacer su propio camino. (Después de tra bajar con los padres, puede aparecer en Juan un deseo a superar la fobia: él quiere poder realizar otro viaje que la familia tiene planificado y sien te que el terror lo paraliza.) Por otro lado, la fobia a los ascensores es un desplazamiento de la ante rior, hecha por el niño (el abuelo no la sufre). El ascensor también es una máquina que puede caerse y en la que no se puede confiar. Pero esto abre otro camino. No sólo ha habido una identificación a un rasgo tomado como todo, sino que este niño está efectivamente preocupado por todo lo que puede caerse. La imagen de caída, de él mismo cayendo al vacío, se impo ne. Casi como si supusiera que alguien le puede soltar la mano y dejarlo caer, indefinidamente. El terror a la aniquilación, a la pérdida del ser, domina y ya no en forma de sueño o de fantasía, sino como realidad posible. D aniel Muy despierto, inquieto intelectualmente, sin dificultades escolares ni sociales, este niño no había presentado problemas hasta los nueve años. Comienza con terrores nocturnos a partir de una enfermedad en la que tiene mucha fiebre. El padre está de viaje y la madre se angustia mucho, temiendo por la vida del niño. A partir de allí, Daniel exige permanente mente la presencia del padre para tranquilizarse (este padre viajaba fre cuentemente por razones laborales, situación a la que el niño estaba acos tumbrado). Por otra parte, durante su vida, el avión había sido un medio de transporte muy usado, en tanto había vivido en diferentes países. Al poco tiempo de comenzado el análisis, una propuesta de vacaciones desencadena un ataque de angustia: el niño aclara que no quiere ir en j j El sufrim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin | 146 Fobias, angustias y te rro re s en la infancia avión. Comienza a dibujar reiteradamente aviones y, a pedido mío, va armando historias ligadas a esos gráficos. Escuchándolo, observando sus dibujos, empieza a aparecer una suerte de misterio, un peligro del que no se habla, así como recuerdos de situaciones difíciles vividas en otros paí ses, siendo muy pequeño. Pero, sobre todo, insiste la idea de peligros que acechaban cuando el padre no estaba. Poco a poco, el pensamiento que impera es que el padre corre riesgos. Interpreto el peligro a perder al padre por sus propios deseos incestuosos, a la vez del cariño que sien te por él y el temor a morirse si el padre no está. Trabajamos la conflic tiva edípica (que aparece en el material y cobra características peculiares con este padre que está muy presente cuando permanece en la casa, pero que se ausenta con frecuencia), pero los síntomas persisten. El niño comienza a traer sueños. A partir de sus asociaciones, se va configurando una historia que luego es confirmada por sus padres: varios años antes de su nacimiento, el padre había tenido que huir del país (en la época de la dictadura militar). Tuvo que tomar, de un día para otro, un avión para salvar la vida. La madre lo siguió apenas pudo. Fueron momentos de desesperación y terror, hasta que se reencontraron fuera del país. El avión vuelve entonces como representación temida para el niño a partir de la conjunción: ausencia del padre - angustia materna - peligro de muerte. El mismo en riesgo = su padre en riesgo. A la vez, deseos de muerte del padre y peligro de sus propios deseos y del castigo del super yó. Se combinan el peligro de perder al padre al que quiere y la suposi ción de que la muerte lo acecha. Al aclarar estos sentimientos contradictorios, y en la medida en que se pudo relatar y reubicar la historia (de la que no se había hablado con él), los ataques de terror desaparecieron, al igual que la fobia a los aviones. En este caso, una escena siniestra vivida por los padres, con sus temo res y angustias, fue el fantasma que se anudó a las sensaciones de desva limiento y a la fantasía de su propia muerte. La transmisión de lo viven- ciado cobró valor en un momento particular e irrumpió con toda su fuer za, como si hubiese sido una vivencia propia, actual. En este caso, pode mos pensar en la fuerza de la transmisión sin palabras de lo vivido por las generaciones precedentes y cómo en todo niño las historias que lo pre cedieron tienen vigencia y producen efectos. 147 | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin Fobias en la infancia Quise mostrar, a través de estos tres casos, cómo un mismo síntoma puede remitir a mecanismos muy diferentes, a conflictos diversos y cómo es imprescindible rastrear la historia libidinal y las identificaciones en juego. Las fobias de la infancia, inevitables, abarcan entonces un amplio espec tro. Así como son muchas veces indicios de una adquisición psíquica, también pueden sostenerse en el tiempo como marca de la evitación de lo reprimido, desplazado y puesto afuera. Entonces, los síntomas fóbicos pueden ser efecto de múltiples determinaciones y se pueden encontrar en diferentes cuadros. Y así como los temores son inevitables, las fobias siempre nos dicen algo. Desandando complejos caminos, tratando de seguir qué recorridos libidinales se fueron armando, qué desplazamientos y proyecciones se produjeron, si la fobia es un síntoma neurótico o es expresión de terro res psicóticos, si el niño teme por contagio afectivo, por reactivación de deseos incestuosos o si Jo que prima es una identificación, vamos des montando las piezas de un armado que siempre es complejo. Todos los niños tienen temores y fobias. El tema es cómo se han ido anudando y si son o no transitorios, correspondientes a un momento de la estructuración psíquica o se han constituido como modo de mantener a raya el empuje pulsional. En el juego de deseos, defensas y armado representacional, la angustia va tejiendo su destino y se va anudando a diferentes representaciones, de acuerdo con la historia libidinal de cada uno, con las identificaciones posibles, con los avatares del Edipo y con las historias de otros que nos precedieron. N o t a s 1. Julio Cortázar, 2009, págs.210 y 212. 2. Emilce Dio Bleichmar desarrolla en su libro el tema de las fobias por identificación (Dio Bleichmar, ob. cit., cap. 3). | 148 CapítuS© 7 I..l..V 1!____ : ENCOPRESIS Y ENURESiS Son muchas las consultas que los psicoanalistas recibimos por niños que presentan perturbaciones en el control de esfínteres, tanto del vesi cal como del anal. Reflexionar sobre este tema y elaborar algunas hipótesis nos puede ser útil para encarar esos tratamientos, en los que es habitual que se presen ten varias dificultades. Uno de los problemas conel que nos enfrentamos es la hostilidad que tanto la enuresis como la encopresis despierta en los adultos. Es habitual que se suponga que los niños lo hacen “a propósito”, para atacar a los padres. Y también suele suceder que el niño resuelva durante el trata miento muchos conflictos, pero que el síntoma sea reacio a desaparecer. Muchas veces, parecería que aquello que lo determina debería ser pensa do como si fueran las capas de una cebolla, en el sentido de complejos que se desarman dejando lugar a otros, más arcaicos. En el caso de la enuresis y de la encopresis primaria, una renuncia no se ha establecido de entrada y por consiguiente la perturbación ha que dado como vía facilitada para la expresión de diferentes conflictos. Entonces, lo habitual es que haya reorganizaciones a lo largo de la vida que llevan a que el mismo síntoma vaya cobrando diferentes sentidos. A la vez, es fundamental pensar el control de esfínteres en términos de estructuración psíquica, en tanto implica un logro que supone ciertos requisitos, tanto en el nivel de los modos de erogeneidad como del arma do narcisista. Y presupone una oposición al puro empuje pulsional, una transacción entre la necesidad y la cultura. Marca un hito importante en la aceptación de las normas culturales por parte del niño. Requiere como condición la adquisición del lenguaje verbal y de la marcha, pero también supone la posibilidad de esperar, de realizar tran sacciones y de evacuar en el lugar designado culturalmente. Es decir, implica la tolerancia de urgencias internas y la incorporación de normas culturales. Es necesaria la construcción del yo de placer como articulación de las zonas erógenas y dominio del propio cuerpo. Yo que se constituye a par tir de la ligazón de sensaciones y que tiene como condición que otro brinde, como un espejo, una representación unificada de sí. También es imprescindible la disponibilidad a inscribir mandatos, aun que éstos sean acatados en principio por temor y por amor al otro y no por una prohibición interna. También presupone dominar al objeto, pero tolerar renunciar a él, dominarse (en tanto dominio del propio cuerpo) y aceptar ser dominado por reglas impuestas por otro. A la vez, es en la fractura de ese funcionamiento omnipotente que la pulsión de dominio se instaura a partir del registro de la diferencia yo-otro y el intento de retorno a la indiferenciación, en tanto el otro es vivencia- do como un objeto a controlar y manipular. Dominio del otro, dominio del propio cuerpo que es a la vez sometimiento al deseo materno. Así, el control de esfínteres supone la renuncia a un placer por sometimiento a la voluntad materna, renuncia que implica un logro cultural. A la vez, la renuncia a un placer no es gratuita. Los berrinches que acompañan gene ralmente el control de esfínteres muestran el intento de dominar a otro doblegando su autoridad y la resistencia al fracaso de ese intento. | El sufrim ien to psíquico en los niños ® BeatrizJanin ¡ Encopresis y enuresis Así como los animales suelen marcar el territorio propio con sus excre mentos y su orina, el niño funda en el acto de evacuar un doble de sí, por proyección de un sí-mismo, un afuera que se constituye como tal y se delimita. Acto que implica la demarcación de un territorio. Territorio de lo propio-ajeno (o de lo propio que se vuelve ajeno). El aprendizaje del control de esfínteres es una situación vincular, en la que la relación madre-hijo juega un papel fundamental. La tolerancia a postergar un placer, así como a perder algo propio y valioso, se ponen en juego. Y sabemos que sólo se renuncia a un placer si se consigue otro placer a cambio. El niño supone que el control esfinteriano es una arbitrariedad de la madre, una norma que la madre impone a su capricho. A la vez, sabemos que ella está aplicando una norma colectiva, que posibilitará al niño la inserción en un mundo social. Pero el control esfinteriano puede no ser vivido como un logro, como una adquisición cultural que refuerza la valoración de sí, sino como una doble pérdida, tanto en relación al erotismo como al narcisismo. En ver dad, supone tanto la restricción de un placer erótico como de una satis facción narcisista. Comenzaré hablando de las dificultades en el control del esfínter anal para luego tratar brevemente el tema de la enuresis. E n c o p r e s i s La encopresis puede ser un trastorno en la estructuración psíquica o un síntoma que, como tantos otros, puede encontrarse en diferentes estruc turas psíquicas y que no define un cuadro psicopatológico. Sin embargo, podemos precisar algunas características generales y algu nos nudos conflictivos que se repiten en los niños encopréticos. Revisando la bibliografía, se reiteran algunas cuestiones: la primera es el debate acerca de la definición de encopresis y su relación con la cons- 151 | tipación. Si la encopresis es o no un resultado de la constipación es un tema controvertido, sobre el que hay diferentes posiciones.1 Yo voy a hablar de encopresis tomando en consideración la definición más amplia, abarcando todas las perturbaciones en que la defecación se produce en lugares inapropiados, exceptuando los casos en los que hay causa orgánica. Antes de adentrarme en el tema específico quisiera resumir algunas características de la organización anal. La organización anal y sus perturbaciones La organización anal aparece en la teoría psicoanalítica como una encrucijada importante, como un punto crucial en la organización psí quica, en tanto liga pulsiones, narcisismo y defensas, constitución del yo e interiorización de normas. Si bien Freud no se interesa directamente en la encopresis, le confie re gran importancia al erotismo anal y al aprendizaje del control de esfínteres. Así, en Tres ensayos sobre una teoría sexual, dice: “Los niños que sacan partido de la estimulabilidad erógena de la zona anal se delatan por el hecho de que retienen las heces hasta que la acumulación de estas provoca fuertes contracciones musculares y, al pasar por el ano, pueden ejercer un poderoso estímulo sobre la mucosa. De esa manera tienen que producirse sensaciones voluptuosas junto a las dolorosas”. Y continúa afirmando que el niño trata las heces como una parte de su cuerpo, “un ‘primer regalo3 por medio del cual el pequeño ser puede expre sar su obediencia hacia el medio circundante exteriorizándolo, y su desafío, rehusándolo” (S. Freud, 1905, 169). En De la historia de una neurosis infantil (El Hombre de los Lobos) liga la renuncia de las heces a la castración y establece la ecuación heces- niño-pene. “Un nuevo significado de la caca está destinado ahora a alla narnos el camino para considerar el complejo de castración. La columna de heces, en la medida en que estimula la membrana intestinal erógena, y El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin Encopresis y enuresis desempeña el papel de un órgano activo para esta última, se comporta como el pene hacia la membrana vaginal y deviene, por así decir; precursora de aquel en la época de la cloaca. La entrega de la caca a favor de (por amor de) otra persona se convierte a su vez en el arquetipo de la castración, es el primer caso de renuncia a una parte del cuerpo propio para obtener el favor de otro amado. En consecuencia, al amor -en lo demás, narcisista- por su pene no le falta una contribución desde el erotismo anal. La caca, el hijo, el pene dan así por resultado una unidad, un concepto inconsciente -sitvenia verbo- el de lo pequeño separable del cuerpo33 (Freud, 1918, 77/78). En Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal afirma: ccEn torno a la defecación se presenta para el niño una primera decisión entre la actitud narcisista y la del amor de objeto. O bien entrega obediente la caca, la ‘sacrifica3 al amor, o la retiene para la satisfacción auto erótica o, más tarde, para afirmar su propia voluntad. Con esta últi ma decisión quedaconstituido el desafío (terquedad) que nace, pues, de una porfía narcisista en el erotismo anal33 (S. Freud, 1917, 120). Remarco: erotismo anal, heces como regalo, conflicto entre el amor narcisista y el amor de objeto, pero también la entrega de las heces como arquetipo de la castración. S. Ferenczi (1927) plantea que las dos situaciones traumáticas educati vas claves son el destete y el control de esfínteres. Afirma que las heces representan un “intermediario” entre sujeto y objeto y habla de una “moral de los esfínteres” . Es interesante observar cómo el niño que no controla sus esfínteres es mirado como alguien que desafía la moral. K. Abraham (1924) distingue dos fases en el interior del estadio sádi- co-anal: en la primera, el erotismo anal está ligado a la evacuación, y la pulsión sádica a la destrucción del objeto; en la segunda, el erotismo anal se liga a la retención y la pulsión sádica al control posesivo. A. Green (1990) considera que la regresión anal conduce a la deses tructuración del pensamiento, porque la excitación insuficientemente ligada ataca a los pensamientos y es proyectada al exterior de un modo tan violento que no puede ser ni reintroyectada ni metabolizada. Aquí podemos ya plantear la relación (descripta por muchos autores) entre los contenidos anales y los pensamientos. Y que, así como la retención de las 153 | El su frim ien to psíquico en los niños • Beatriz janin heces preanuncia la rumiación de pensamientos, su expulsión furiosa modeliza el pasaje directo a la acción y el predominio de un funciona miento expulsivo. Los dos aspectos salientes de la organización anal son entonces: el sadismo procedente de la pulsión de dominio y el erotismo de la muco sa de la ampolla rectal. La pulsión de dominio es una pulsión objetal que tiende a la anulación del objeto. Es destructividad al servicio del goce narcisista. Al volver sobre sí pasa a ser autodominio, por sometimiento al deseo del otro. La ampolla rectal asegura, mediante una estasis temporaria, la reten ción de las heces, con expulsión posterior por dilatación del esfínter. Amor y odio van juntos en la organización anal, marcada por la ambi valencia. El objeto de amor es atacado, despreciado y es siempre otro-sí mismo. El sadismo anal presupone tanto la fecalización del objeto, la expulsión violenta, el bombardeo, como la tortura y el sometimiento del otro. Es el terreno de la exclusión, el maltrato y la humillación. El erotismo sádico-anal puede resolverse a través de dos procesos con vergentes: la posibilidad de nominar al mundo (que implica diferenciar y organizar) con la apropiación del símbolo de la negación como posi- bilitador de traducción de lo inconsciente y de freno al otro (sin necesi dad de recurrir al cuerpo) y la incorporación de normas ligadas al cui dado de sí. Al nombrar el mundo, el niño va delimitando un afuera diferente de sí y un universo en el que los objetos perdidos se recuperan simbólicamen te al nombrarlos. La palabra implica, así, la posibilidad de desprendi miento y de posesión simbólica del objeto, posibilidad que suele estar dificultada en los niños encopréticos. Y al enunciar el “no” como preconsciente, el niño va estableciendo un límite a la voluntad del otro y a sus propios deseos. Además, si la norma no es un sometimiento furioso a los ritmos de otro, sino un imperativo que se hace propio, una incorporación por amor, permitirá identificarse con los mayores (padres y hermanos) y for mar parte de una comunidad cultural. En ese sentido, la represión se ins- | 154 | Encopresis y enuresis tala y opera transformando el placer de jugar con las heces en asco, abriendo paso a vías sublimatorias. Las heces son un primer producto, una primera creación, un producto marcado por la ambivalencia en tanto son a la vez el regalo esperado por la madre y la suciedad a ser desechada. Lo valioso, lo propio al ser expul sado se vuelve regalo-desecho, doble de sí, otro a ser mirado, festejado... y aniquilado. Así, las heces pasan a ser mediadoras de la relación con el adulto; son instrumento de intercambio a la vez que espacio de identificación. Y esto en una relación marcada por los opuestos amo-esclavo, dominar-ser dominado. Así, podemos pensar que los niños que no aceptan defecar en el ino doro y exigen que se les ponga el pañal para hacerlo están hablando de cómo les cuesta desprenderse de un objeto valioso y cómo se identifican con ese objeto. El pañal les garantiza que aquello de lo que se tienen que desprender no se va por un “agujero”, sino que lo pueden retener, en contacto con el cuerpo. Schaeffer y Goldstein plantean que la analidad es una encrucijada de unión y confrontación de los contrarios, de los opuestos, la sede de la ambigüedad y la ambivalencia; es tanto una zona de diferenciación y negociación como el lugar de las confusiones e inversiones (vía posible hacia las perversiones). Y agregan que el trabajo de simbolización con sistiría en pasar de una lógica de pensamiento binaria, que funciona en pares de opuestos, a una lógica ternaria que va hacia la ligazón, desliga zón y religazón de representaciones antagónicas, parecidas y opuestas. La posibilidad de regular la expulsión y retener al objeto implica tole rar la excitación y que ésta devenga placentera. En El niño y su cuerpo, M. Fain (1974) plantea que erotizar la retención permite al niño ligar la sen sación de placer con el aumento de la tensión y, por consiguiente, tole rar esta última, lo que permite la producción de fantasías no acompaña das de descarga inmediata. Esta no-descarga inmediata y la elaboración fantasmática son un modelo para el proceso del pensar. Podemos hablar entonces de fallas en la constitución de los procesos mentales durante la etapa anal cuando no se puede erotizar la retención. 155 | E! su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin Pero también podemos hablar de rumiación, de pensamiento circular, de dificultades para arribar a la acción, cuando la retención está excesiva mente ero tizada. Y en tanto las heces salen “por atrás”, fuera del alcance de la mirada propia, se puede quedar sujeto a un ser mirado por otro y suponer que el propio producto se constituye en esa mirada, es decir, es ajeno. A la vez, las normas culturales exigen un lugar predeterminado, un espacio impuesto socialmente. El defecar a solas, el espacio del baño como privado, presupone también la creación de un espacio íntimo para la elaboración de fantasías. Es habitual que el defecar sea acompañado por fantasías de omnipo tencia. Cuando el niño se queda a solas con las heces puede suponerse el “hacedor” de bebés y de regalos. El control del esfínter anal, en particular, marca las condiciones de la apertura o el cierre a la admisión del objeto, de lo propio-extraño, de su conservación y expulsión. Podemos observar en la clínica que muchos niños son ubicados por sus padres como productos-heces, valorados en tanto dominables, en el lími te entre lo propio y lo extraño y denigrados en tanto se ha perdido todo poder sobre ellos. La ligazón entre defecar y atacar aparece clara en las palabras de una niña de cuatro años que, para contar una escena de mucha violencia de la que había sido testigo, dice: “El señor le hizo caca encima”. T i p o s d e e n c o p r e s i s Con relación a la clasificación de las encopresis, todos los autores reco nocen la diferencia entre encopresis primaria (cuando no se ha adquirido nunca el control de esfínteres) y secundaria (cuando el control se ha adquirido durante un período mayor de un año). La encopresis primaria es un trastorno en la estructuración psíquica. La norma del control no se instauró como norma interna, hay una falla en la represión del erotismo anal y en la constitución del superyó (en sus esbozos) como sistema de | 156 Encopresis y enuresis normas. La encopresis secundaria supone que ha habido un control esfinteriano que, después de un tiempo, fracasó.Y esto lleva a nuevos interrogantes: ¿por qué se malogró una adquisición?, ¿cuán lábil era el control?, entre otros. La diferencia es, entonces, entre un aprendizaje que no se adquirió nunca y un proceso de regresión. S. Missonier y M. Boige (1998) afirman que es primaria en el 40,7% de los casos. Sin embargo, hay diferencias en el modo en que se clasifican las formas que toma la encopresis. En el DSM IV, se establece la diferencia entre: a) con estreñimiento e incontinencia por rebosamiento; b) sin estreñimiento ni incontinencia por rebosamiento. Es de remarcar que en ese Manual se plantea que este trastorno suele estar asociado a un trastorno negativista desafiante o a un trastorno disocial, o bien como consecuencia de la masturbación anal. Ya nos hemos referido a este supuesto trastorno en el capítulo 3, pero lo que es interesante plantear acá es cómo este síntoma es asociado desde dife rentes lugares (y no solo por los padres) como algo del orden del desa fío a lo que los adultos imponen. Por otra parte, Kreisler, Fain y Soulée hablan de cuatro tipos de enco- préticos : a) el “vagabundo” o pasivo, dependiente; b) el “delincuente”, activo, transgresor y c) el “perverso”, que realiza un juego autoerótico con sus heces; diferenciándolos de d) el niño cuya perturbación para defecar tiene origen orgánico. A la vez, Hersov (1977) distingue categorías de acuerdo con los facto res psicológicos susceptibles de estar implicados en el control esfinteriano : a) los niños que han adquirido el control, pero lo pierden temporaria mente a causa de estrés ; b) los niños que nunca adquirieron el control esfinteriano, ya sea por un problema orgánico, ya sea por una falla en su educación; y c) los niños que poseen reflejos anales normales, pero se “hacen encima” por retención y rebosamiento, ya sea como secuela de una anomalía física, ya sea por un conflicto de poder entre el niño y sus padres. Marta Bekei (1992) diferencia la encopresis continua, del niño que nunca logró el control, y la discontinua, del niño que pierde el control 157 | en nn momento crítico, cuando su relación con su madre peligra. Esta autora ubica la encopresis retentiva como un subgrupo de la disconti nua y la define como una manera diferente y más grave de protesta con tra el abandono materno por parte de un niño sumiso y entrenado con severidad. Sylvain Missonier y Nathalie Boige (1998) afirman que la encopresis del niño sugiere un disfuncionamiento en tres dimensiones: relacional, parental e infantil. Estos autores refieren los resultados de un estudio multicéntrico con 54 niños reclutados en pediatría que muestran la dis paridad estructural de los niños: la encopresis es reactiva en 3,7% de los casos, el 11% de los niños se sitúa en una polaridad neurótica, el 62% en la vertiente psicosomática y una proporción de 22,4% es mixta. Y plante an que en las formas mixtas y psicosomáticas la subversión auto-erótica inherente al síntoma comporta los riesgos de una reiteración auto-cal mante adictiva que confiere a estos cuadros una tonalidad depresiva. Es decir, estos autores hacen una referencia tanto a la depresión como a los factores ambientales. Plantean también que ccla anamnesis psicosomática de los encopréticos pone de relieve las vicisitudes intergeneracionales en los intercambios relativos a- la contención educativa familiar. O dicho de forma mas específica, lo que hace es destacar los avatares de la conquista de un equilibrio armonioso entre el investimiento auto-erótico y el investi miento objetal durante las fases oral y anal”. Estos autores afirman el valor de las vicisitudes intergeneracionales. M. Bertrand (1995) plantea la importancia del desfallecimiento en el nivel del narcisismo primario en las encopresis infantiles, tomando los desarrollos de Launay y Lauzanne (1969). Estos últimos hablan de que se estructura una verdadera fobia a la defecación alrededor de la signifi cación que toma para todo niño el mecanismo de la defecación y las sen saciones que se le agregan, sobre todo la angustia arcaica de la pérdida de una parte constitutiva del cuerpo del niño como son las heces. Es decir, la mayoría de los autores que tratan el tema no sólo le otor gan importancia a las variables ambientales y de desarrollo vital, sino que plantean el tema de las pérdidas. Considero que, siendo la evacuación intestinal un proceso de despren dimiento de productos propios y que la entrega de las heces plantea ya el £j El su frim ien to psíquico en los niños 9 Beatriz Janin | 158 S Encopresis y enuresis tema de la castración, en tanto pérdida de una parte del cuerpo, la reac ción frente a las separaciones, pérdidas y abandonos debe ser tenida en cuenta, así como la incidencia de una historia familiar con duelos no ela borados... Abandonos y duelos: el niño que “pierde” Teniendo en cuenta las clasificaciones precedentes, voy a desarrollar las diferencias que existen entre los mcopréticos expulsivos (en los que predomina la evacuación) y los retentivos (o los niños que “se hacen encima” por rebosamiento después de períodos prolongados de consti pación). Considero que entre los expulsivos hay dos grupos: a) el de los niños que “pierden” indiscriminadamente, que no tienen registro de sensacio nes, en los que el cuerpo es un extraño no registrado; y b) el de aquellos a los que podríamos denominar “tira-bombas”, que anuncian de dife rentes formas que van a defecar, que hacen heces “bien moldeadas” y que parecen estar en pugna con las normas. Con relación a los primeros, en los que predomina una expulsión indis criminada, sin registro de lo que les ocurre, observamos que constituyen con esa expulsión un afuera confuso, que se les puede tornar persecuto rio cuando comienzan a diferenciar adentro y afuera. La tensión no sólo no es procesada, sino ni siquiera sentida. Lo que se repite es el intento de desembarazarse de ella. La angustia como señal de alarma fracasa y el niño queda expuesto a una invasión de estímulos de los que trata de vaciarse utilizando el cuerpo. La cuestión es “echar” todo, despojarse de toda tensión, de todo dolor en un intento de no-sentir. Es frecuente que estos niños se sometan, en su fantasía, a una figura madre-padre no discriminada que les extrae las heces, metiéndoseles por el ano. El que maneja el cuerpo es otro y ellos son una especie de cuer po sin cabeza en el que es otro el que determina sus avatares. A la vez, nos encontramos a menudo con situaciones de abandono a las que el niño ha quedado expuesto. 159 | j j El sufrim iento psíquico en los niños e Beatriz Janin Viñetas clínicas F. llega a la consulta cuando tiene ocho años. Sus padres se casan, sien do ambos adolescentes, como consecuencia del embarazo de F. Cuando éste tiene dos años, se separan y el niño pasa a vivir con los abuelos pater nos. F. no parece haber registrado nunca la necesidad de defecar, sino que se hace encima, sin registro alguno, y no avisa ni antes ni después. No se ha detectado ningún problema orgánico. Suele estar sucio, como en un estado de indigencia. Los padres casi 110 tienen contacto con él. Ambos han armado nuevas parejas y tienen otros hijos. La abuela, que es la que se ocupa de él, cae en estados de depresión importantes. <F. llora con el cuerpo lo que no puede poner en palabras? ¿Y desfallece? A. llega a la consulta a los diez años. Sus padres están en plena separa ción y su madre ha decidido irse a vivir al extranjero con una nueva pare ja. El queda en Buenos Aires con su padre, con el que tiene una mala relación. En ese momento comienza a “hacerse en los pantalones” . A. ¿se dio por muerto y deja caer sus heces como supone que fue “dado por muerto” por la madre? ¿Es el vínculo con ella y la difícil relación con el padre (que lo denigra) lo que expresa a través de su incontinencia? A. no puede quejarse ni sentir odio. Se calla, entra en un estado de “depresión corporal” y repite con el cuerpo la vivencia traumática.En ambos casos son niños que no pueden realizar el duelo. Quedan repitiendo compulsivamente un estado en el que el objeto se va sin que se pueda hacer nada para retenerlo. Hay una especie de hemorragia: se pierde sin poder detener ni contro lar la pérdida. Son casos en los que no hay control alguno de las propias heces. Es una suerte de desfallecimiento psíquico, de situación de muer te en la que todo se escapa y el orificio anal queda como lugar de puro pasaje, en una suerte de drenaje permanente. La hemorragia narcisista se despliega como diarrea permanente. En el punto mismo en que debería constituirse el objeto en la expulsión, se mantiene una indiferenciación absoluta. En ambos casos, las madres fueron hijas adoptadas que desconocían la adopción (fue un familiar el que informó de este hecho) y al abandonar al hijo repetían compulsivamente un abandono sufrido. El secreto de la | 160 Encopresis y enuresis adopción, vivida como vergonzante, tornaba a ésta indecible para los abuelos, innombrable para la madre e impensable para el niño (S. Tisse- ron, 1997). Un impensable que reaparecía en la acción de defecar, siguiendo la ecuación heces-bebés. Cuando este tipo de encopresis es primaria, podemos pensar que no hay un registro de los esfínteres como zona de pasaje y diferencia, que no se ha constituido la representación del esfínter anal como pasible de ser regulado, sino que es el “lugar del otro” . En otros niños, la encopresis aparece secundariamente a situaciones de abandono y de pérdidas, que actualizan pérdidas anteriores. Son niños que quedan pasivos, sujetos a un otro que “se va”, los abandona, en una reiteración de una pérdida traumática, como repetición literal del trau ma. Cuando esto ocurre después de varios años durante los cuales el niño controló esfínteres, podemos preguntarnos si ese control no era tan frá gil porque expresaba una pseudo-organización montada en la dependen cia absoluta de la mirada de otro (como en los casos en que el niño sien te que es el otro el que domina el propio cuerpo). Si el niño se supone un producto de otro y se representa a sí mismo colgando de ese otro como de un frágil hilo, es posible que viva la pérdida del objeto-sostén y la ruptura del hilo como la concreción de sus fantasías de “ser defecado”, expulsado y como quiebre de todo registro de sus sensaciones (¿quiebre del registro de sí, como en el caso de A.?). La pulsión de dominio fracasa tanto en la vuelta sobre sí, el dominarse a sí mismo, como en el intento de dominar al objeto que se pierde. A veces, esto va acompañado de una cierta inestabilidad motriz, como efec to de la no-constitución o de la pérdida de la representación motriz de sí mismo. En tanto la motricidad aloplástica está “montada” sobre el ero tismo anal, en estos casos aparece una pérdida del control motriz ligada a la pérdida del control de los excrementos y del esfínter anal. Pienso que en algunos de estos niños la encopresis es el equivalente corporal de una depresión o quizás su negativo, en tanto no hay duelo, sino repetición de la pérdida. Podemos afirmar que se da una falla en la simbolización y en la elaboración del duelo y que el niño queda inunda do de sentimientos de abandono frente a los que pierde el dominio de 161 El su frim ien to psíquico en los niños * Beatriz Janin sus esfínteres. El objeto no es simbolizado, representado con la tristeza consecuente por su pérdida, sino que ésta se concretiza. Hay una desin trincación pulsional, y la representación de la cosa pasa a ser “la cosa en sí” . El niño queda pasivamente expuesto a sus propias heces que “se le escapan”, del mismo modo en que todo vínculo se le escapa. La defensa predominante en estos niños parece ser la desestimación. Desestimación de sus propias sensaciones, de sus urgencias y también de los límites de su cuerpo. El propio cuerpo queda a merced de un otro al que él se “entrega” en una posición pasiva-abandónica. Predomina lo confusional, con relación a sí mismo y al mundo. Se trata generalmente de madres que repiten sin saberlo abandonos sufridos (muchas veces son madres que han sufrido abandonos), que tie nen mucha dificultad para transmitir una norma cultural y que los dejan, por consiguiente, a merced de sus propios deseos incestuosos. Hay así serias dificultades en estos niños para diferenciar limpio-sucio, interno-externo, propio y ajeno. Podemos afirmar que, en general, el niño que se limita a expulsar no puede “trabajar” sus producciones. Lo que hace es un permanente pasa je al acto. No puede instaurar la categoría de tiempo y de demora, de espera, sino que funciona por urgencias, en excesos permanentes. El aumento de la tensión no registrada, desestimada como sensación, lleva a la evacuación inmediata. Predomina el abandonar-abandonarse. Si el niño tiende a decir con el cuerpo, con gestos y acciones, en la encopresis, en lugar de jugar, guarda o expulsa con el cuerpo lo que no puede ser simbolizado. De la secuencia heces-niño-pene se queda en el primer momento, sin hacer sustituciones. No hay ausencia. La pérdida es desmentida. Y por ende no hay nada a simbolizar, a representar. Es un duelo por un objeto narcisista. Y es un duelo patológico. Dolor por: 1) anhelar un objeto que no aparece; 2) desinvestir un objeto. 162 ¡ Encopresis y enuresis Violencias y estallidos: los que bombardean A diferencia de los niños que “pierden”, otros niños que “se hacen encima” registran la necesidad de evacuar y eligen un lugar y un modo para satisfacerla. Lo que va a predominar es la hostilidad, la agresión manifestada con el cuerpo. Guando es posterior a situaciones de pérdida (a veces mudanzas, cambios en la situación familiar), el duelo se transforma en ataque al mundo. Todo objeto es aniquilado en el juego aniquilar-aniquilarse. En estos niños, el desafío furioso es el afecto predominante en la expul sión. Pero después, el niño queda expuesto a una situación de humilla ción y vergüenza. Estos niños, a los que podemos llamar “tira-bombas”, atacan y ensucian a la vez que quedan ensuciados y bombardeados por sus propios produc tos. Un “ensuciar” que muestra la dualidad de la hostilidad y la realiza ción de los deseos incestuosos (“hacer caca” en el cuerpo materno). La estructuración del cuerpo parece armarse en torno al ano. La relación sadomasoquista predomina. El niño se ubica con relación a una madre todopoderosa que quiere apoderarse de sus excrementos, robárselos y a la que él ataca ensuciándola, a la vez que ese “ensuciar” es una expresión del amor incestuoso. Un amor que supone “fecalizar” al objeto. Amor-odio al que el medio suele responder de un modo violen to, hostil. Es frecuente encontrar en estos niños historias de violencias. Generalmente, son niños hiperactivos, oposicionistas, que desafían toda norma. Las defensas que predominan son la desestimación y /o la desmentida de los imperativos categóricos. Hay un desafío a aquello que supone una imposición arbitraria de una madre-padre poderoso y exigente. Así, la prohibición del incesto y todas las normas derivadas de ella pueden ser desestimadas o desmentidas. S. Freud relaciona el desafío, como terquedad, con la decisión de rete ner las heces para afirmar la propia voluntad y dice que es efecto de “una porfía narcisista en el erotismo anal” (S. Freud, 1917, 120). 163 | En los casos en que la encopresis es primaria, nos encontramos con que la pulsión ha quedado poco simbolizada, sin pasaje de excrementos a regalo y el erotismo está claramente localizado. Erotismo que se confun de con la destructividad anal primaria expulsiva. El placer está teñido por los deseos sado-masoquistas que no le dan respiro. Y la libido y el yo quedan rigidificados. Dijimos que en los niños en los que predomina una posición pasiva en la expulsión nos encontramos generalmente con cierta labilidad motriz. Son niños torpes, cuya motricidad se les “escapa”. A veces, se expresa en una actividadautocalmante. En estos niños, en cambio, predomina un tipo de motricidad aloplás- tica, por momentos descontrolada, con episodios de estallido (pataletas). Viñetas clínicas a) E. tiene ocho años. Es derivado por el pediatra. No controló nunca. No se hace encima en la escuela, sólo en la casa y con la madre, varias veces al día. ccSe pone en una posición especial, mira de un modo particu lar’ pero no hay modo de que vaya al baño. Dice que no le gusta hacer la tarea,. Le gusta jugar con fuego.” ¿Mira... es mirado... de un modo parti cular? El niño dice “Yo me cago porque hago lo que quiero, yo nací para el peligro39. No quiere ir a la escuela. De la madre dice: cces una maldita”. Aquí el “yo” señala la asunción de un lugar de riesgo, único lugar en el que puede quedar posicionado. El “hago lo que quiero” lo constituye siendo alguien, pero alguien que desmiente toda autoridad. La madre afirma que él es muy rebelde, que no quiere obedecer, que fastidia a toda hora y que miente. Le resulta difícil la convivencia con este niño. Pero aclara que tiene miedo de perderlo, que teme que apenas crezca se vaya, que no sabe cómo retenerlo. Durante las frecuentes pele as madre-hijo, éste amenaza con escaparse de la casa. ¿Es un movimien to auto-expulsivo frente a los deseos expulsivos supuestos en el otro? ¿En qué juego retención-expulsión está instalado este niño, siendo él las “heces” que la madre retiene-expulsa sin intervención alguna de la cul tura? ¿En qué relación “por fuera de toda norma” queda el niño? El padre viaja con frecuencia y, cuando está, fluctúa entre la desconexión y | El sufrim ien to psíquico en los niños • Beatriz Janin 164 ¡ Encopresis y enuresis episodios de violencia con E., dejándolo centrado aun en este universo de estallidos y arbitrariedades, sin legalidad alguna. E. intenta mantener el goce anal en la retención y evacuación, aniqui lando al objeto y declarando su inexistencia como sostenedor de normas. Él llena de heces a su madre, poseyéndola y desafiándola simultánea mente. Domina así a un objeto que “se le escapa” y repite la violencia vivida. En la pelea por no someterse a un otro arbitrario, queda someti do a su propia pulsión destructiva. Podemos pensar que en algunos niños el armado narcisista es tan frá gil que el hecho de oponerse al objeto pasa a ser más importante que el de afirmarse a sí mismos. Así, el vínculo con el objeto de dominio es lo opuesto a un lazo, a una relación de objeto. E. es de los niños que tienden a aferrarse a un negativismo a través del cual intentan sostenerse, pero pierden ellos (se pierden) y no terminan de constituir el vínculo con el otro. Ser alguien, poseer un yo, implica para estos niños un armado rígido de oposición a las normas culturales, vividas como intrusión de un otro omnipotente. Oposición al otro que se torna oposición a la propia pul sión, a la vida fantasmática y a toda transacción. René Henny (1998) plantea la especificidad de la función anal en el hecho de que es autosuficiente: las heces son un objeto autoproducido y no se necesita de un otro para llevarla a cabo. Es decir, si el vínculo con los objetos amados falla, si el niño no puede acercar-alejar al objeto amado, si él mismo se ubica como siendo expul sado, maltratado, considerado como “desecho”, “basura”, etc., las heces pasarán a ser el objeto privilegiado y su pérdida será vivida como una pér dida narcisista. En los juegos, E. va siendo un toro salvaje, un león furioso, un perro rabioso. Es frecuente en estos niños la identificación con el animal, como aquel que no tiene que seguir las reglas sociales. b) M. tiene diez años. Siempre fue “superlimpio”, según la madre. Pero el padre pierde el trabajo y tienen que mudarse de un barrio de clase media a una zona marginal. M. debe cambiar de escuela. Es en el ámbi to escolar en donde aparece por primera vez la perturbación. Como la situación de hacerse caca encima se reitera, en el momento de la consul ta está en riesgo de ser expulsado de la escuela. La madre se muestra fas cinada con este niño, pero funciona de un modo intrusivo, espiándolo cuando está en clase, revisándole la mochila todos los días, entrando cuando él está en el baño, etcétera. El padre se siente descalificado por la pérdida del trabajo, en pleno duelo por la posición perdida. En sus jue gos, M. carga camiones con bombas que explotan, cohetes que despegan y hace “inventos”. Habla de un libro de “maldades” y “hechizos” (¿las brujas a las que el padre lo dejó expuesto?) y comienza a armar un códi go secreto en el que la palabra clave es: “cagno”, que él mismo traduce por: cago-no. A la vez, afirma que él puede tener un hijo. “Hacés un popó grande y ya está” . Es clara la desmentida de las diferencias sexua les, la regresión a una identificación femenina y el primado de la ecuación heces-bebé-pene. ¿Qué se perdió? ¿Qué se desmoronó familiarmente? ¿El padre idealiza do aparece como único soporte de la represión del erotismo anal? ¿Y si la imagen paterna cae, se desbarranca esa endeble construcción? El padre ¿queda en la supuesta posición del que se “mandó una cagada”, como culpable de la situación de humillación familiar? Y M. ¿“hace explosio nes”, repitiendo la “explosión” que se produjo en su vida, el estallido de rabia y los sentimientos de humillación y vergüenza por la pérdida? Él bombardea el mundo, pero queda a su vez sumido en un estado de furia e impotencia por un lado y de humillación y vergüenza frente a la mirada del otro, por otra parte. Frente a la caída del padre como proveedor y a las pérdidas subsiguien tes, M. quedó apresado en la relación con una madre intrusiva, activa y poderosa. Pero también las coordenadas de su mundo se quebraron. Los cambios de espacio, de relaciones, de valores, hicieron fracasar la forma ción reactiva y M. hizo una regresión por fijación a la erogeneidad sádi co-anal, desmintiendo las diferencias sexuales y las normas. En el curso del análisis, fue armando un “código secreto” que funcionó tanto como un lugar al que la madre no podía entrar, como un modo de simbolizar sus posesiones internas, de crear un mundo que le perteneciera sin aniquilar lo, un nuevo código frente a la ruptura del mundo conocido. y El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin | 166 Encopresis y enuresis La producción de este niño revela una diferencia, no siempre tan clara, entre la encopresis primaria y la secundaria. En M. son fantasías de omni potencia en las que se convierte en hacedor de hijos, regalos... y palabras, las que se expresan a través del síntoma. En la encopresis expulsiva de este tipo, predomina la desestimación o la desmentida de la norma. Es decir, hay registro sensorial y sensual, pero opera el desafío a la legalidad impuesta por otro. Cuando es primaria, hay una falla en la adquisición misma de la norma; mientras que, cuando es secundaria, es una transacción que expresa los deseos y la ruptura del sistema defensivo armado hasta el momento, con desmentida de la norma. Otra cuestión a mencionar es el predominio de varones encopréticos. Las diferentes investigaciones,2 así como mi experiencia personal, revelan una mayor incidencia de este trastorno en varones que en mujeres, espe cialmente en el caso de la encopresis expulsiva, siendo la diferencia muy significativa (¿expulsión como equivalente a agresión, a apropiación vio lenta del espacio y del objeto?). Y esto abre nuevos caminos a la investi gación de estas perturbaciones. Retención y control sádico del objeto: los encopréticos por rebosamiento En los niños que presentan encopresis por rebosamiento, es decir, los que son fundamentalmente constipados y a los que “se les escapan” las heces, podemos encontrar otra conflictiva predominante: el placer en la retención (lo que prima es lo sensual) y la investidura de las heces como objeto hipervalioso al que no se puede renunciar. La ecuación heces-niños se hace evidente en estas situaciones.Así, la mamá de una niña encoprética describe su embarazo como un “peque ño accidente”, utilizando la misma palabra para la encopresis de su hija: “tiene pequeños accidentes” . El sufrim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz jartin Viñetas clínicas a) L. tiene cinco años. La consulta es por constipación crónica con enco- presis. “Se le escapa.” Se ha descartado megacolon congénito. L. ha padecido tratamiento con enemas desde el año y medio. Del año a los dos años estuvo al cuidado de los abuelos paternos. “Me lo robaron”, dirá la madre. A los dos años se forzó el control de esfínteres para que pudiese ingresar al jardín de infantes. Lo sentaban en la pelela aunque no quisie ra, en cualquier lugar de la casa y allí permanecía durante muchas horas hasta que defecara. “Por él perdí el trabajo”, afirma la madre, aludiendo a que se tuvo que ocupar mucho de este niño. El padre hace “changas” . Está desocupado. El se muestra muy angustiado por las dificultades de L. y relata que le dice que cagar es de machos, que debe hacerlo. Y sigue: “Pero yo no soy duro, soy poco creíble”. Este papá, que ubica las dife rencias sexuales en la defecación, es decir, justamente allí donde no hay diferencias, teme que el tratamiento con enemas derive en homosexuali dad en el niño. Se niega a realizar él las enemas, por sentir que son una violación, pero permite que las realice su esposa. Es decir, supone que la satisfacción anal libidinal, que corresponde a los aspectos pasivos de la pulsión, facilita en los hombres componentes homosexuales importantes, pero le otorga los poderes a las mujeres: esposa y madre. Y él se conside ra a sí mismo “poco creíble, poco duro”. Es decir, se ubica como impo tente en todos los sentidos (no puede sostener el pene erecto ni sus pala bras como verdaderas). Durante las sesiones, L. maneja un camión que se lleva todo por delan te y atropella a todos; a lo largo del tratamiento, comienza a hacer semá foros, calles que marcan un límite, pero que sirven sólo temporariamen te para luego ser embestidas por el camión. Al salir de una de las sesio nes, la mamá lo recibe pegándole una bofetada y acusándolo de haber perdido el dinero para regresar a su casa. Ella llora y al mismo tiempo le limpia los mocos al niño, que llora asustado. Esta mamá no puede dife renciarse del niño y pensar que fue ella la que perdió el dinero y el tra bajo y la que cedió su hijo a sus suegros, sino que pierde y le atribuye a otro la culpa por sus pérdidas. La constipación de L. está doblemente determinada: no puede defecar porque hacerlo implica un funciona miento violador, atropellador, poner toda la hostilidad en juego, ser “el Encopresis y enuresis gran cagador” y porque tiene que retener para diferenciarse, a toda costa, de una madre que pierde “sin darse cuenta” . ¿Debe ser él quien retenga, cueste lo que costare, el que se aferre a sus pertenencias aún cuando esto lo deje en una posición pasiva, en la que es “violado” por un pene- enema? L. retiene sus heces hasta el límite, transformándolas en fuente de excitación permanente. El no cede, no regala, no otorga. ¿Reprime sus deseos de “cagar” a otros y a la vez se feminiza en la retención? b) R. tiene diez años. Comienza con constipación, que desemboca en un megacolon funcional con encopresis, cuando se entera de que el padre abusó sexualmente de una prima. A partir de ese momento se niega a ir al baño. La madre dice: “Cuando la prima le contó, le tiró una bomba de tiempo” . R. se enfureció cuando se enteró, pero después comenzó a rete ner las heces. “No habla de lo que le pasa”. La realidad se torna decep cionante y el niño se ubica a sí mismo como autosuficiente. Se queda sin palabras, como espectador pasivo de un acto perverso, sintiendo vergüen za ajena por su padre, a merced de una situación que él no puede domi nar. Frente a esto, retiene, ¿repitiendo el acto perverso de un modo auto- erótico, utilizando sus heces como pene, en ese ir y venir de sus excre mentos a lo largo de la mucosa rectal? En su reiteración, él juega con sus heces (¿objeto a constituirse, carretel, padre?). Las “cagadas” son “a pesar de su voluntad” y lo dejan impotente. Así como hay niños en los que la constipación es equivalente a un embarazo, hay otros en los que el bolo fecal figura más bien un muerto- vivo y el propio cuerpo, la tumba en la que está enterrado. Y hay niños que parecen tener que retener un pesado paquete que los excede totalmente y del cual lo único que pueden registrar son sensacio nes no ligadas que los invaden y que deben ser guardadas-expulsadas. Algunas conclusiones sobre los niños encopréticos En el terreno de la analidad, el niño es dueño, amo absoluto, a menos que lo sea su madre. Y el yo y el otro se constituyen en ese terreno de acuerdo con cómo sean investidos el niño y sus productos por ambos padres. 169 | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin Los trastornos de la defecación muestran la lucha que se entabla para sostener la omnipotencia, el dominio de sí mismo y de sus pertenencias, así como los avatares de la constitución del yo y del objeto. Además, ponen al descubierto la ligazón entre analidad y narcisismo, así como la internalización de las normas anales como precursoras del Superyó. Mientras que las encopresis primarias son siempre trastornos en la estructuración psíquica, las encopresis secundarias pueden ser tanto sín tomas neuróticos (que implican un funcionamiento simbólico) como trastornos en la constitución subjetiva. El tema de las pérdidas, en relación con las heces como representantes ya sea del otro, ya sea de un producto propio (hijo), ya sea de sí mismo, se repite. Así, hay estados de agonía temprana que se manifiestan en un perder sin ningún control. Nos podemos preguntar: ¿qué modo de representar prevalece en la encopresis? ¿Por qué se vuelve al cuerpo como lugar de la representación? El control de esfínteres implica un pasaje del cuerpo a la palabra. Está ligado a la posibilidad de nombrar. En la encopresis, en lugar de la pala bra, aparece la cosa. Y lo que se niega-dá-destruye-expulsa-retiene es un objeto. Describimos tres tipos de encopresis: los que “pierden” sus heces, los que utilizan sus heces como proyectiles y los constipados que “se des bordan” . Y precisamos diferencias en los mecanismos que predominan en cada uno de estos grupos. Resumiendo: el yo hace un borramiento de sí en el encoprético expul sivo pasivo (es el caso de los niños que no distinguen arriba y abajo, adentro y afuera, propio y extraño); y aparece rígido en su oposición en el encoprético activo (ya sea expulsivo o retentivo). La sensación puede ser desestimada (cuando el niño no tiene registro de la necesidad de defecar y queda sorprendido por la expulsión), o des mentida (“no me hice”); la norma puede ser desestimada (no existe o aparece como ataque externo) o desmentida (cuando hay registro, pero predomina el desafío) o puede primar la fijación a un goce autoerótico con fluctuación entre desmentida y represión fallida (cuando el niño se constipa), sin dar lugar al acto creativo. | 170 Encopresis y enuresis En muchos de estos casos, en los tres tipos de perturbaciones, nos encontramos con secretos familiares que están incidiendo. Y el niño presentifica en su cuerpo lo impensable. Impensable de lo transmitido sin palabras, como un paquete cerrado, pero también lo impensable del abandono de una madre o de la caída de un padre. Aban dono, caída, que retornan. También hay que tener en cuenta que las diferencias no son siempre nítidas y que hay niños que pueden fluctuar entre las diferentes formas de encopresis. A la vez, hay situaciones que se reiteran, en los tres gru pos, con matices diferentes. Abandonos, violencias, secretos, decepcio nes, humillaciones, duelos no tramitados sufridos por el niño o por las generaciones precedentes inciden en el aquí y ahora. Y si bien hay un pre dominio de situaciones de abandonoen el primer grupo, de violencia en el segundo y de decepciones y humillaciones en el tercero, la diferencia fundamental parece estar dada por el modo en que estos niños procesan esas situaciones que les resultaron traumáticas. A l g u n a s n o t a s s o b r e l a e n u r e s i s Síntoma muy frecuente, el “hacerse pis”, sobre todo de noche, suele concitar la hostilidad de los padres, que lo viven como algo que el niño les hace a ellos. Muchas veces se considera un ataque personal y un desa fío a la omnipotencia parental. Esto lleva a que las técnicas conductistas para que el síntoma desaparezca sean aceptadas a pesar de su sesgo agre sivo. Alarmas, cobertores que se corren, descargas eléctricas, son modos en los que se intenta frenar el orinarse de noche, como si este descontrol fuera el indicio de una actividad prohibida. Muchas veces, estos trata mientos logran que el síntoma desaparezca, pero con un costo muy alto: lo que era un llamado se transforma en un rasgo de carácter permanen te, o se trueca en otro síntoma muchas veces más grave. Sin embargo, si entendemos que es un síntoma que muestra la resolu ción posible que ese niño ha logrado en su lucha contra sus deseos inconscientes, que no hay una intención consciente de orinarse, en tanto es justamente algo particularmente molesto y vergonzante y que el tema no es suprimir el síntoma solamente, podremos internarnos en la com plejidad que esta perturbación evoca. En tanto expresión de conflictivas no resueltas y siendo un trastorno que implica mucho sufrimiento para el niño, nos preocupa la desaparición de la enuresis, pero sabemos que para que esto se produzca efectivamente deberemos hacer un trabajo más amplio, que posibilite otros modos de expresión de los deseos, tanto eró ticos como hostiles. Hay estudios que afirman que la enuresis nocturna se encuentra en el 10% de los niños y en el 9% de las niñas (Diatkine, Lebovici, Soulé, 1990, 237) y otros dicen que se presenta en el 20% de los niños de 5 años (C. Needleman, 1999). Es decir, el control del esfínter uretral parece ser difí cil, sobre todo en los varones. Si bien las más frecuentes son las enuresis nocturnas, algunos niños presentan enuresis nocturna y diurna y muy pocos, solo diurna. G. Schmit y M. Soulé plantean que es importante detectar los episo dios diurnos, que muchas veces quedan desestimados. “En realidad, al observar el comportamiento de estos niños :e advierte la función erótica de la retención: el niño se agita, aprieta los muslos, se toca el sexo. Siente per fectamente la necesidad, pero desea mantener durante todo el tiempo posi ble la excitación que la retención de orina provoca en la zona del trígono y del esfínter. Esta tensión mantenida, verdadero equivalente masturbatorio, se resuelve por la emisión de orina que adquiere así un valor orgasmático33 (En Diatkine, Lebovici, Soulé, 1990, 240, 241). Podemos pensar que el niño que se orina se está procurando un placer autoerótico, ¿en reemplazo de otros placeres que no le resultan posibles? ¿Es ese placer el que concita lá hostilidad de los otros? Habitualmente, en la enuresis diurna, hay registro de la necesidad, pero opera la desmentida o la desestimación de ese registro, en pos de un placer erótico. En la enuresis nocturna, “La noche facilita la exclusión de esta percep ción, pero de otra forma: la percepción de la necesidad puede utilizarse y eliminarse por medio del trabajo onírico, puede acentuar la regresión en el sueño, o suscitar en el sujeto, a un nivel muy cercano de la conciencia, una y El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin 172 j Encopresis y enuresis lucha contra el despertar, incluso provocar un despertar seguido de la deci sión de volver a dormirse” (Diatkine y otros, 1990, 244). Considero fundamental tener en cuenta que la enuresis puede apare cer en diferentes estructuras psíquicas y que no determina de por sí nin gún cuadro psicopatológico. Es más, es un síntoma muchas veces fre cuente en niños que no plantean problemas severos en su estructuración psíquica y se encuentra también en algunos niños que presentan pato logías graves. Podemos plantear algunas hipótesis acerca de su determinación. Si retomamos la viñeta clínica de Ana, del capítulo sobre “Aprendiza je”, podemos desarrollar algunas cuestiones en relación con la enuresis. Esta niña “se hace pis” de noche. Sabemos que el control de esfínteres supone la sujeción a normas culturales y, por consiguiente, posibilidad de discriminación, de búsqueda de amor y reconocimiento y la capacidad inhibitoria de un yo que debe oponerse allí al principio del placer. Así, dice Freud en Psicología de las masas y Análisis del yo: aSabemos que el amor pone diques al narcisismo y podríamos mostrar cómo, en virtud de ese efecto suyo, ha pasado a ser un factor de cultura>} (S. Freud, 1921, 118). Pero si la madre rechaza todo placer y autonomía y el padre excita y abandona, es difícil apropiarse del cuerpo, sujetarse a normas e inhibir deseos. Volviendo a Ana, su enuresis es primaria, es decir que nunca controló el esfínter vesical. Esto marca una diferencia importante, en tanto las enuresis secundarias, que aparecen en determinado momento y después de un tiempo de control, suelen tener un factor desencadenante. La enuresis primaria podemos pensarla como una facilitación que se construye tempranamente y que es resignificada por sucesivas vivencias. El desconocimiento de la norma materna (que se traduce en intrincada rebelión o en una desmentida de ella) abre un camino que posibilita que esa misma vía sea nuevamente utilizada. Así, queda como vía privilegia da de descarga y, frente a la angustia desatada en diferentes momentos, este camino puede volver a transitarse con mucha facilidad. Es un sínto ma que delata una falla en la represión de una moción pulsional, pero hay que tener en cuenta que se va anudando a diferentes fantasías y que 173 El su frim ien to psíquico en los niños • BeatrizJanin puede tomar, a partir de su entramado con la conflictiva edípica, el carác ter de un síntoma conversivo. En Ana, se fue desanudando la pelea con la madre, una madre muy peleada con su lugar como mujer. Ella le criticaba a Ana sus actitudes “masculinas” (“Se sienta como un varón, con las piernas abiertas”) sin registrar que la niña se identificaba con los deseos maternos de ser hom bre. A la vez, las “piernas abiertas” hablaban de la excitación de la niña y de la masturbación. Frente a una madre insatisfecha, a la que la niña quería “llenar” y a un padre que excitaba pero abandonaba, Ana intentaba ser el héroe-varón a quien el padre le otorgase un lugar y a la vez la que podía poseer sexual- mente a la madre, fracasando en ambos intentos. Trabajando estas con flictivas, que se expresaban en sus juegos, la enuresis fue cediendo. A la vez, la lucha con la madre (de la que hablamos en el capítulo sobre Apren dizaje) retornaba todas las mañanas frente a la cama mojada. ¿Quién dominaba a quién? Ana perdía el dominio sobre su cuerpo, pero a la vez no cedía frente a su madre. La enuresis secundaria suele ser equivalente a un síntoma histérico, en tanto suele haber un deseo que insiste frente a la represión ya lograda, que fracasa. Fracaso generalmente desencadenado por una situación específica (no siempre evidente para el entorno). La pelea entre el deseo y la cultura se hacen evidentes. El orinar suele ligarse a la masturbación, en tanto es el modo en que puede aparecer la descarga de la excitación. Freud planteó la relación entre enuresis nocturna y excitación sexual ya en la Carta 97 (Freud, 1898, 318). También en el conocido refrán: “el que juega con fuego se orina a la noche” se alude a la excitación sexual y a la ligazón entre el erotismo ure tral y el fuego. A la vez, el niño enurético “inunda” a los que lo rodean y “se” inunda. El niño se encuentra entonces con un cuerpo incontrolable, con dese os indominables, y con un afuerahostil que lo ataca. Es decir, se enfren ta a otros incontrolables. O que sólo son dominables en la medida en que sus normas sean desconocidas como tales. | 174 Encopresis y enuresis Así, pienso que más que considerar a un control de esfínteres tempra no o tardío como causa de la enuresis, habría que preguntarse cómo se liga el control vesical a la pulsión de dominio y a la problemática fálico- uretral. Más allá de un tiempo cronológico, un psiquismo que se va estructurando va dando cuenta de un camino abierto para la manifesta ción del conflicto. Una cuestión fundamental a tener en cuenta es que en el acto de ori nar las diferencias sexuales se hacen evidentes. Generalmente, el primer modo de registro de esas diferencias se da por la observación del modo en que orinan varones y mujeres. Ya en Juanito, el deseo que sus amigas lo vieran “hacer pipí” o lo pusieran “a hacer pipí” muestra sus deseos exhibicionistas con relación a su pene, al que a la vez llama: “la cosita para hacer pipí”. En Sobre la conquista del fuego, S. Freud afirma que: ccEl miembro del varón tiene dos funciones cuya coexistencia resulta enojosa para muchos. (...) La oposición entre ambas funciones podría movernos a decir que el hombre extingue su propio fuego con su propia agua” (S. Freud, 1932, 178). Preservar el fuego, como logro cultural, implica en el varón una renun cia al placer infantil de apagar el fuego con la orina y la posibilidad de diferenciar las dos funciones del órgano masculino. Pero, además, impli ca que la prohibición de orinar en cualquier lugar se haya internalizado, es decir que se haya constituido como prohibición superyoica (que ya no dependa de la mirada del otro). Con la conflictiva edípica, aquello que implicaba el sostenimiento del placer, una no-renuncia a pesar de las normas, se anuda al registro de las diferencias sexuales y al complejo de castración, quedando enlazado a la envidia al pene en las nenas y al terror a la castración (con las fantasías de triunfo) en los varones. Ser Prometeo y a la vez Hércules, preservar el fuego y a la vez vencer al monstruo de mil cabezas, es decir, aceptar las reglas culturales sin apa gar la llama del deseo y poder derivar este hacia metas diferentes al cuer po materno, y todo esto identificándose con el padre y a la vez renun ciando a él, parece ser una tarea compleja. Un niño de cinco años, frente a los deseos de orinar, aferraba fuerte mente su pene, intentando que nada saliera de él y cuando el pis salía a 175 | El sufrim ien to psíquico en los niños 6 Beatriz Janin pesar de esto, tenía un ataque de furia, modo en que mostraba la angus tia que lo inundaba. Había placer en la retención, pero también terror a la castración, como si el pene y el pis fuesen lo mismo y al expulsar el pis el pene se cayera. Los juegos infantiles de competencia por ver quién llega más lejos con su orina muestran la ligazón entre el pis y la potencia sexual. La oposición parecería ser entre ser castrado o triunfar venciendo a los rivales, en una relación que nos lleva a pensar la ligazón del hijo varón con el padre. En Moisés y la religión monoteísta, Freud afirma: “Un héroe es quien, osado, se alzó contra su padre y al final, triunfante, lo ha vencido. (...) A la esencia de la relación-padre es inherente la ambivalencia: era infaltable que en el curso de las épocas quisiera moverse también aquella hostilidad que antaño impulsó a los hijos varones a dar muerte al padre admirado y temido Renuncia a lo pulsional, prohibición del incesto, ambivalencia, lucha, y transmisión a través de las generaciones, parecen ser rasgos distintivos de la relación-padre-hijo. Agustín tiene ocho años. La consulta es por enuresis nocturna prima ria. Es el mayor de dos hermanos varones. El padre es un hombre de negocios, con una intensa vida social y está particularmente enojado con este niño, porque no sabe competir con otros y no se interesa por los deportes. Este hombre suele denigrarlo delante del resto de la familia. El niño se refugia en el vínculo con la madre, que está a su vez muy some tida a su marido. Agustín se muestra tímido, callado, sumiso frente a los adultos, inseguro en relación con sus posibilidades. (¡Cómo ser un héroe, si debe someterse al padre? Podemos ir viendo a lo largo del análisis que este niño fluctúa entre la entrega pasiva a un padre al que sostiene como todopoderoso y la hostilidad hacia él. Ambas mociones pulsionales, tanto la corriente homosexual como los deseos de vencerlo, se expresan a través de su síntoma. Pasividad y actividad se entraman: inundar, quemar, vencer derivan en la vuelta contra sí mismo y el niño queda inundado, quemado, avergon zado frente a los otros. En sus fantasías, puede ser el héroe que vence al | 176 Encopresis y enuresis padre, que lo posee, pero también aquel que es mojado, poseído por él, en una posición pasiva. En las niñas, el recorrido es diferente y la significación de la enuresis, si bien tiene en común la contraposición entre deseo y cultura, suele estar ligada a la envidia al pene. La desmentida de las diferencias sexuales opera muchas veces como determinación de la enuresis. Es así habitual que las niñas pequeñas traten de hacer pis como los varones y se mojen la bom bacha. También he visto una niña que se orinaba (después de haber esta blecido el control de esfínteres) algunas noches en las que aparecían pesa dillas que remitían al placer de volar, que terminaban en una caída en la que se despertaba, presa de la angustia y mojada. El volar fue asociado a los deseos de saltar alto, como hacían algunos varones con los que juga ba, mayores que ella. El sueño diurno que surgió a partir de estas pesa dillas (y que era placentero) era poder volar y vencerlos. También, muchas veces, el tener que ser una “niñita buena” lleva a una represión precoz de los deseos hostiles y esto se expresa en la enuresis. Quizás esto sea un tema a seguir pensando, en tanto es común que las niñas controlen esfínteres antes que los varones, mostrando allí la tem prana sujeción a las normas maternas, por temor a la pérdida del amor. Julia es una niña de 7 años. Muy bonita, observadora, inteligente, de respuestas rápidas y cortantes, se muestra impecable. Excelente alumna en un colegio bilingüe, Julia cumple con todo lo que se le pide, tiene una conducta intachable, pero... se hace pis de noche desde siempre. La enu resis nocturna primaria es lo que trae a los padres a la consulta. Pero hay algo que llama la atención en esta niña: está siempre seria, entre triste y enojada, manteniendo una gran distancia afectiva con todos. Ya en las primeras entrevistas, la mamá plantea sus dificultades en el trato con ella. Julia es la mayor de cuatro hermanos y la única con la que la mamá sien te que “no puede”. Esta madre es muy cariñosa y expresiva, pero con esta hija no puede manifestar sus afectos. El padre, distante en su trato, la supone igual a él (¿como si fuera un varón?) y la prefiere a sus otros hijos. Sin embargo, aunque fascinado por su inteligencia, sólo se conecta con la niña a través de un juego de seducción y rechazo, en el que él le pide que lo bese y ella se niega (ubicando allí la prohibición del incesto). Ambos padres coinciden en que es una nena triste, que no dice lo que le 177 | El su frim ien to psíquico en los niños ® BeatrizJanin pasa y a la que le cuesta jugar con otros niños, a los que suele mirar con desprecio. A pesar de la poca diferencia de edad que hay con sus herma nos, les da órdenes, los reta y ellos le obedecen. A lo largo del trata miento, además de las sesiones de la niña, vamos teniendo entrevistas con los padres y sesiones vinculares con Julia y su madre. Más allá de la enu resis, va quedando claro para todos que esta niña tiene otras dificultades que perturban sus posibilidades de ser feliz. En las sesiones, se queda callada pero dibuja, intentando que el resultado sea perfecto. También propone juegosde competencia, en los que se angustia cuando pierde. Poco a poco, Julia comienza a “soltarse”. Puede protestar, comienza a relatar situaciones vividas, se conecta afectivamente y muestra el enojo con su madre por haber tenido tantos hijos y la rivalidad con sus herma nos. El ir develando los deseos y prohibiciones que insistían en ella y las represiones tempranas de sus deseos hostiles, así como la desmentida de la indefensión y su tendencia a cerrarse narcisísticamente, fueron posibi litando modificaciones importantes: mayor flexibilidad y tolerancia con relación a sus propias pasiones, lo que se expresó en cambios en su rela ción con el mundo. Los padres, después de un penoso y difícil recorrido en el que tanto la rivalidad de la madre con Julia como el juego seductor del padre quedaron al descubierto, pudieron acercarse a una niña que ya no mostraba sólo el rechazo. Dejaron de exigirle que fuera perfecta y se encontraron con que podía correr, saltar, ensuciarse, y también abrazar, reír y llorar. A la vez, la enuresis cedió, en tanto los afectos se podían demostrar de otro modo y otros placeres se hacían posibles. El enurético “se quema”, “es quemado”, por aquello que es efecto de una excitación proveniente de sus propias fantasías: “Arde en el fuego de las pasiones” . Como contrapartida del fuego, la orina a la vez “quema”, quedando facilitada su relación con el sadismo. Quemar e inundar son las dos for mas que toma el sadismo uretral. Aquello que debe ser enlazado a otras zonas erógenas a riesgo de que dar signado como medio privilegiado de descarga, como equivalente al afecto, en un hacerse pis que es la reacción corporal en la línea de la angustia como desligadura en el cuerpo, queda marcado por una relación ambigua con el autoerotismo, la excitación-fuego y el sadomasoquismo. 178 Encopresis y enuresis Freud afirma que los niños enuréticos pasan a ser adultos ambiciosos. Y podemos ver en la clínica que los deseos ambiciosos pueden prevalecer en los niños, pero también en sus padres. Así, nos encontramos muchas veces con ambiciones excesivas proyectadas en ese hijo, lo que conlleva mucha presión con relación a sus logros. También, la ambición desmedi da puede ir acompañada de funcionamientos transgresores, que en el niño mismo se expresarán a través de la desmentida de la norma del con trol esfinteriano. Los deseos ambiciosos se despliegan en el orinar, ya sea en el orinar muy lejos (y ver quién puede más, quién es más potente) en los varones, como en el orinar como un varón, en las niñas. Pero a la vez, el resulta do suele ser el opuesto: la vergüenza y el sentimiento de humillación cuando el niño amanece mojado. Entonces, podemos afirmar que hay niños enuréticos en los que se expresa de ese modo la ambición desmedida y el intento de sostener el narcisismo a toda costa. Pero también hay niños que se pasivizan, en los que la orina pasa a ser algo que se pierde al estilo de las pérdidas incontrolables e irreparables. E l t r a b a j o p s í c o a n a l í t i c o c o n n i ñ o s q u e p r e s e n t a n DIFICULTADES EN EL CONTROL ESFINTERIANO Una de las primeras cuestiones es reubicar el síntoma como manifesta ción del sufrimiento del niño, devolverle el carácter de mensaje, de algo que expresa un malestar. Esto es particularmente importante con estas dificultades por la hostilidad que suelen suscitar en el medio familiar y por la tendencia a considerarlas como ataques a los padres. Al ubicarl el síntoma como expresión de aquello que el niño desconoce y teniendo en cuenta que generalmente el entorno está comprometido, se puede correr la mirada de la perturbación al niño. Por otra parte, habrá que determinar qué conflictivas están en juego, ya que hay muchas diferencias y no es posible generalizar. Todo lo expuesto con relación a la encopresis y a la enuresis podrá ser de ayuda para pensar qué es lo que le ocurre a ese niño o niña. Trabajar con el niño psicoanalíticamente será necesario para que se vayan encontrando otras vías de placer y de manifestación, tanto del ero tismo como de la agresión, entendiendo por intervenciones psicoanalíti- cas no solo las interpretaciones, sino también las intervenciones estruc turantes. Una de las intervenciones a considerar es la de facilitar el arma do fantasmático, en tanto muchas veces la encopresis y la enuresis fun cionan como una vía rápida de descarga. El trabajo con los padres, así como sesiones vinculares, permite ir ela borando situaciones que habitualmente exceden al niño mismo. En ese sentido, es fundamental tener en cuenta todo lo dicho con rela ción a que el control esfmteriano involucra a otros y que es una adquisi ción social. Es entonces fundamental el trabajo psicoanalítico con los padres, para poder ir desarmando repeticiones. Sin embargo, es frecuente, sobre todo en el caso de la enuresis prima ria, que en la medida en que es vía privilegiada de expresión de todo tipo de excitación, se tenga que trabajar como si se fuera desarmando una cebolla, por capas, en tanto podemos encontrar diferentes problemáticas que se han ido ligando al síntoma. Esto lleva a que el tratamiento pueda ser largo y que cuando pensábamos que habíamos logrado dilucidar las determinaciones, el síntoma persista y debamos encarar otros caminos. Cuando la enuresis y la encopresis son primarias entran dentro de la línea de los trastornos en la estructuración psíquica. Su significación no suele ser clara, sino que expresa más bien una trama compleja de con flictos, muchas veces intra e intersubjetivos. A la vez, el hecho de que impliquen una adquisición nunca lograda nos lleva a trabajar la relación vincular. Cuando son secundarias, es más fácil habitualmente desarmar el sínto ma, en tanto podamos ayudar a elaborar los deseos y las prohibiciones que lo sostienen. Escuchar, en el sentido amplio que supone el trabajo psicoanalítico con niños, es decir, abrir las posibilidades de hablar, dibujar, jugar, modelar, sin centrarse en el síntoma, permite que se vaya dando el despliegue de la sexualidad infantil y que se construyan nuevos recorridos de satisfac ción pulsional. y El su frim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz Janin | 180 | Encopresis y enuresis N otas 1. Así, Foreman y Thambirajah (1996), así como Benigna y Buller (1994), entre otros autores, plantean que hay encopresis sin constipación. Este mismo criterio se sostie ne en el Manual Diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM IV) y en la definición que da la American Psychiatric Association, que la define como la evacua ción repetida de las heces en lugares inapropiados (ropa o piso) ya sea involuntaria o intencional, en un niño mayor de cuatro años. En la Classification frangaise de trou- bles mentaux de Venfant et Padolescent (Botbol et col., 2001), la encopresis, ubicada entre los trastornos de expresión somática, engloba los problemas caracterizados por la emisión repetida voluntaria o involuntaria de heces de consistencia normal o casi normal, en condiciones inapropiadas. Por el contrario, en el Tratado de Psiquiatría del niño y del adolescente, M. Soulé y K. Lauzanne afirman que lo que le otorga su pertinencia a la encopresis es la retención de materias fecales que la provoca o está asociada a ella. Es decir, la plantean como un compromiso entre retención y evacua ción, hablando de diferentes grados de retención de la materia fecal (Diatkine, Lebo- vici, Soulé, 1990). Del mismo modo, Ajurriaguerra (1977) afirma la conexión entre encopresis y constipación. Todas estas definiciones excluyen las patologías orgánicas: malformaciones anorrectales y enfermedad de Hirschsprung y también las deficien cias mentales. 2. Se estima que el porcentaje de varones es de tres a cuatro veces mayor que el de niñas (Herzog, Rutter et al., 1977, Loening-Baucke, 1996). CapítuS© i Pa t o l o g í a s g r a v e s EN LA IN F A N C IA Si la infancia es devenir, cambio, ¿qué ocurre cuandonos encontramos con niños en los que la vitalidad está ausente, que no hablan ni juegan, o con aquellos que no pueden controlar su cuerpo o en los que insiste un movimiento estereotipado? Venimos diciendo que todo niño es un sujeto en devenir. Sin embar go, hay dos ideas que insisten cuando se consulta por un niño al que se le suponen dificultades severas: la exigencia de que se cure con urgencia y la fantasía de cronicidad. Y, como afirmamos en el primer capítulo, nos encontramos con una paradoja: es fundamental detectar patología psíquica tempranamente para poder trabajar en los primeros tiempos de la estructuración psíqui ca, antes de que la repetición se haya instalado con fuerza, pero, a la vez, esto puede coagular el devenir. Es decir, detectar patología es diferente a colgar un cartel, a plantear un trastorno como un sello inmodificable. Jj El su frim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz Janin Detectar dificultades implica poder descubrir qué es lo que ese niño tiene para decir, qué conflictos está manifestando. Por lo contrario, cla sificarlo, catalogarlo, supone despojarlo de su subjetividad como ser sin gular. L a s p a t o l o g í a s “ g r a v e s ” Muchas veces nos consultan por niños que están severamente pertur bados. Otras, los padres llegan desesperados suponiendo que lo que le ocurre al niño es “gravísimo” y nos encontramos con dificultades meno res, reactivas a situaciones del contexto, o a conflictos no resueltos con relación al crecimiento. Entonces, ¿qué es lo “grave” en un niño? ¿De qué “gravedad” se habla? Quizás de un malestar que se impone cuando algo no encaja en lo esperable, cuando un niño no responde a las expectativas o cuando un funcionamiento infantil nos perturba. Frente a estos desvíos, la sociedad tiende a rigidificar lugares, a impe dir modificaciones, a coagular diferencias. ccEn mi opinión, no fue total mente positivo el hecho de que Kanner haya denominado autistas" a tales casos, ya que esa etiqueta daba a los pediatras, habituados como estaban a las entidades nosológicas, una pista falsa que empezaron a seguir con dema siado gusto, lo que a mi parecer es una lástima. Ahora podían buscar casos de atitismo y acomodarlos fácilmente en un grupo cuyas fronteras eran artificialmente claras” (Winnicott, D. W., 1968, 100). Si pensamos al niño como un ser sufriente, deseante, como un sujeto en devenir, la cuestión es trabajar para impedir que quede fijado a fun cionamientos autodestructivos. Es por esto que prefiero no ponerle sellos a lo que le pasa para que una sigla no opere, en los otros y en mí misma, como una pared que impida conocerlo. Y elijo poner en duda todo “diagnóstico” invalidante, suponiendo que todo niño tiene posibilidades impensadas. ¿Cuántas veces, un niño que ha sido rotulado como psicótico o débil mental tiene una evolución excelente a partir del tratamiento psicoanalíti- | 184 Patologías graves en la infancia Q co, cuando alguien acepta “hacerse cargo” y reubicar las dificultades, abriendo puntos suspensivos con relación al diagnóstico y al pronóstico?1 También es habitual que la gravedad de un trastorno se mida más por aquello que resulta insoportable a los adultos que por el sufrimiento del niño. Sujeto en estructuración... y por ende con múltiples posibilidades. Sin embargo, a veces, más que un sujeto, un niño parece un muñeco, o una planta... Y, entonces, la primera tarea será humanizarlo... Niños que no hablan, que no juegan, que no establecen relación con otros o que entran en estallidos de terror con la mirada fija en un punto en el que nosotros no vemos nada. Niños que nos exigen pensar las determinaciones, pero también las intervenciones a realizar. Tolerar idas y vueltas, sostener la conexión, posibilitarle a un niño regresiones y progresiones, es parte de la tarea analítica. Y es claro que es absolutamente diferente el recorrido que se realiza desde posiciones en las que lo que importa es la conducta, tratamientos en los que se suele “robotizar” a un niño, al camino que hace un psicoanalista, cuyo objeti vo es subjetivarlo. Si tomamos la etimología de la palabra “robot”, nos encontramos con que se relaciona con la servidumbre feudal, el trabajo servil de la gleba. Niños, entonces, siervos de los mandatos de “salud” de una sociedad normatizante. Podemos recordar aquí lo que plantea P. Aulagnier: cc...la supuesta transformación definitiva del cuerpo en una máquina programada por otro supondría que uno pudiera excluir a ese cdelegado3 que el cuerpo envía a la psique, para que esta, informada de sus necesidades, las transforme en una representación pulsional que metabolice la necesidad del cuerpo en necesidad libidinal. La ausencia de ese delegado traería consigo la exclusión de toda representación del afecto, es decir de toda fantasmatización que tomara en préstamo sus materiales de la imagen de cosa corporal. Ahora bien, a falta de esos materiales, simplemente no habría fantasma; sería entonces un fu n cionamiento mental en que sólo tendrían sitio construcciones ideicas cuya carga afectiva dependería exclusivamente del juicio que sobre ellas pronun ciara el que las oye y a quien están dirigidas” (Aulagnier, P., 1984, 232). | El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin Remarco: no habría fantasma. Es decir, un niño puede funcionar con conductas adaptadas, sin ligazón con sus afectos y sin producción fantas- mática. Pero entonces, frente a cualquier cambio o frente a las transfor maciones inevitables de la vida (en especial en la pubertad), el aparato armado se rompe en pedazos o se rigidifica totalmente. Y el funciona miento “adaptativo” se derrumba y aparece el caos. Todo sujeto, además, está sujetado a avatares de los otros. Por lo que considero insoslayable, en el caso de las patologías graves, el tema del entorno. Pero a la vez el niño transforma lo percibido a partir de su propia posi bilidad inscriptora y ligadora. Hay un ccefecto de interpenetración entre un enunciado de valor identificante, pronunciado por una voz particular mente investida y la vivencia emocional del niño en el momento en que la oye; en el momento en que, yo diría, queda impresionado33 (P. Aulagnier, 1984, 32). La cuestión es, entonces, más allá de rótulos, determinar las conflicti vas en juego. Para poder pensar las intervenciones en estos casos, es fundamental conocer los momentos de la constitución psíquica y tener en cuenta que armar una trama es diferente a develar una historia. Armar una trama implica, muchas veces, develar muchas historias (en el niño y en sus padres) para poder construir una diferente. A l g u n o s i n d i c a d o r e s Hay algunos observables, algunas conductas que pueden preocuparnos, pero hay que tener en cuenta que estos indicadores no nos remiten a la “gravedad” o no de la situación, sino que son sólo un indicio que abre preguntas. Así, en cada momento, y sobre todo durante los primeros años, algunas cuestiones pueden llamarnos la atención. Resumiré algunas. Durante el primer año de vida: ® la mirada vacía, ® la ausencia de mímica y gestos de llamada, | 186 ® la insensibilidad a las estimulaciones auditivas, ® la falta de sonrisa frente al rostro humano, ® que no siga a la madre con la mirada, ® enfermedades psicosomáticas a repetición. A fines del primer año: ® que no reconozca la presencia del padre (o de algún otro significativo), ® que no se angustie frente a la ausencia materna, ® que no tenga gestos de alegría frente a su imagen en el espejo, ® trastornos del sueño (en forma permanente), ® trastornos de la alimentación (en forma permanente), ® que no responda a la mención de su nombre, • retrasos significativos en la adquisición de la motricidad. A partir de los dos años: ® que no reaccione frente a la separación de la madre, • que no haya esbozos de lenguaje (como nombrar objetos) ni comu nicación alguna, ® que no pueda armar juegos imitativos, ® que no diferencie entre lo animadoy lo inanimado y, especialmente, entre lo vivo y lo inerte, ® que utilice el cuerpo del otro como parte de su propio cuerpo, • ansiedad catastrófica frente a modificaciones formales. A partir de los tres años: ® que no intente conectarse con otros niños, ® que no manifieste curiosidad por lo novedoso, ® que entre en estados de terror con frecuencia, ® que no soporte estar con otro que no sea la madre, ® que no diferencie familiar y extraño, | Patologías graves en la infancia § El su frim ien to psíquico en los niños ® Beatriz Janin ® que predominen la tristeza y la apatía, • ausencia de registro de frío, calor, dolor, etcétera. A partir de los cuatro años: ® que el tipo de contacto sea estilo “robot”, ® que esté en estado de alerta permanente, ® ausencia de juegos dramáticos (no comprensión del “como si” ), • lenguaje confuso, bizarro o ecolálico, ® actos estereotipados, ° golpes y accidentes frecuentes. A partir de los cinco años: ® que no juegue con otros niños, • que confunda fantasía y realidad, • que no pueda realizar transacciones frente a la frustración. Estos son solo indicadores que nos llevan a formularnos preguntas, a observar, sin apresurarnos en sacar conclusiones a las que sólo podríamos acceder con una observación rigurosa del niño y de su familia durante un tiempo prolongado, en un proceso diagnóstico en el que el niño sea escuchado en sus múltiples modos de decir.2 Además, si bien ubiqué los signos de acuerdo con edades cronológicas, sabemos que cada niño tiene sus tiempos, sus ritmos y que el crecimien to no es homogéneo ni simultáneo en todos los aspectos, sino que tiene que ver con momentos estructurantes. Es más, muchas veces hay una confusión que lleva a que se consulte con urgencia porque un niño de tres años no se adapta al jardín de infan tes, o no dibuja, o no acata normas, o no se concentra en ninguna acti vidad, y allí uno de los problemas que se hace evidente es la dificultad de los adultos para pensar al niño desde la lógica infantil (una lógica dife rente a la de los adultos), y en su singularidad, como sujeto marcado por sus propios conflictos y por los de los otros. No todos los niños tienen Patologías graves en la infancia § las mismas adquisiciones en el mismo momento y no todos aceptan pla centeramente lo que la sociedad les impone. Y esto en sí no implica pato logía “grave” . Si nos corremos de lo meramente descriptivo y pensamos en términos de estructuración psíquica, podemos hablar de que prevalecen los tras tornos: ® en la constitución de los ritmos, ® en la constitución de ligazones que operen como inhibidoras del des borde pulsional y de la descarga a cero, • en la diferenciación adentro-afuera, • en la erotización, • en la articulación de las zonas erógenas, ® en la constitución del yo, ® en el armado de un continente diferenciado de un contenido, • en la diferenciación yo-no yo, ® en la constitución de una imagen unificada de sí, ® en los esbozos de armado de representaciones preconscientes, ® en la represión de algunas mociones pulsionales. Esta enumeración de aquello que podemos diagnosticar no implica la inmovilidad del trastorno. Todo diagnóstico de dificultades es un corte transversal, y por ende temporario, en un proceso en el que pueden pre dominar las transformaciones, lo que llevaría a plantear un pronóstico positivo. Cuando lo que insiste es la repetición ciega, la inmovilidad de un funcionamiento idéntico a sí mismo, entonces sí tenemos que pensar en la “gravedad” de una situación que involucra al niño y a su entorno. Situa ción familiar y /o social que facilita o promueve ciertos modos defensivos y de satisfacción pulsional. Los padres inciden en el niño y las vivencias tempranas ocupan un lugar fundamental, pero no es solo lo externo lo que determina el funciona miento psíquico. En principio, es un interno-externo indiferenciado, pero en el que no podemos eludir el poder creativo de la psiquis. 189 jj El su frim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz Janin El niño tranforma lo percibido a partir de su propia posibilidad ins- criptora y ligadora. ¿Qué escucha él de los padres, cómo los ve? ¿Qué es lo que él hace con esa realidad? “Nuestra teoría nos aporta una certi dumbre sobre la relación existente entre la psique del infans y del niño y la psique parental, sobre la importancia que cobra para la del infans lo que él representa en la economía libidinal de la madre y del padrepero no podemos pre-conocer qué forma de compromiso, de reorganización, de desorganización ha de resultar de ahí para cada uno de esos dos yo, que tie nen la tarea de administrar su respectivo capital libidinal” (Aulagnier, P., 1984, 191). Tomando esta idea, podemos plantear que, trabajando sobre lo que el niño representa en la economía libidinal de la madre y el padre (que sue len sostener representaciones diferentes), abrimos un camino transfor mador, pero que no podemos prever los movimientos organizadores y reorganizadores en el niño mismo. Es frecuente, cuando las dificultades son severas y los padres se sienten impotentes, que depositen al hijo en el tratamiento o que mantengan certezas delirantes acerca de la evolución del niño. Que exijan, critiquen y boicoteen simultáneamente. Y que entren en crisis si el niño comienza a discriminarse. Y todo esto deberá ser tomado en cuenta para trabajar con ellos las angustias y terrores que el vínculo con el analista del hijo desata en ellos. Angustias que serán en parte una repetición de lo viven- ciado con el hijo. Pero es en el trabajo con el niño mismo, a partir de un vínculo que se da de un modo particularmente intenso en estos casos, que vamos escri biendo con él una historia, muchas veces allí donde no se había escrito ninguna. Todo esto nos marca lo impredictible de la evolución de un niño y de cómo el tema parece ser, siempre, apostar a las posibilidades creativas. La sexualidad, como marca constitutiva de lo inconsciente, se desplie ga. Sexualidad que presupone inscripción y ligazón de lo que irrumpe desde el otro. Otro que es la propia pulsión, como urgencia interna- externa y el psiquismo materno-paterno, como lo insoslayable. | 190 Patologías graves en la infancia j ¿ A u t s s m o o a u t s s h o s ? Considero que las psicosis infantiles son trastornos severos en la cons titución psíquica. Y que el autismo muestra uno de los modos más pri marios de estos trastornos, que se refiere a fallas muy tempranas en la estructuración de la subjetividad, con un elemento distintivo: la incapa cidad para comprender el vínculo humano. Son niños que suelen tener buena relación con las máquinas, que pueden desarmar y armar aparatos, que generalmente no hablan o tienen un lenguaje ecolálico o utilizan estereotipadamente algunas palabras o frases, que necesitan que todo quede inmutable y que no se conectan con otros. También pienso que más que autismo hay autismos, en tanto son muchas las diferencias que encontramos entre los niños que son diag nosticados de este modo. La sintomatología es muy variable, y también la evolución a lo largo del tratamiento. Así, un niño puede pasar de la intolerancia al contacto con otro a la exi gencia de contacto con partes del cuerpo del otro o a la insistencia en una relación fiisional. Y suelen fluctuar entre una supuesta autosuficiencia y estallidos de terror (sobre todo, cuando se lo fuerza al contacto). En el Tratado de psiquiatría del niño y del adolescente (Lebovici; Diatki- ne; Soulé, 1988, Tomo III, 245/293) se afirma que, en sus múltiples for mas, es la expresión manifiesta de un modo del funcionamiento mental. Las características que describen los autores son: la mirada vacía, la ausencia de mímica y gestos de llamada, la insensibilidad a las estimula ciones auditivas, las reacciones emocionales extrañas (ausencia de capri chos, de angustia de los ocho meses, etc.), los desbordes frente a una pequeña modificación en el ambiente, la no diferencia entre familiar yextraño, entre la presencia y la ausencia materna, entre lo animado y lo inanimado y, especialmente, entre lo vivo y lo inerte, movimientos este reotipados, utilización del cuerpo del otro como instrumento y movi mientos de rotación, importancia del espacio (reconocimiento de formas geométricas y ansiedad catastrófica frente a modificaciones formales), ausencia de actividad autoerótica y resistencia al sufrimiento. Francés Tustin habla del terror a “desaparecer”, a caer sin fin en un “agujero negro” (Tustin, F., 1981, 1987, 1990). 191 | El su frim ien to psíquico en los niños ° Beatriz Janin La separación de la madre suele ser vivida como un “ser arrojado”, sin ser simbolizada. Nos encontramos también con que prevalecen las sensaciones de tor bellino (giran sobre sí mismos) y los signos perceptivos (registro de sen saciones). Denys Ribas (1992) realiza algunas reflexiones acerca del autismo, planteando la relación entre el autismo y la pulsión de muerte, al hablar de la dificultad para representar en el autismo. Describe el autismo como automutilación psíquica. El niño autista, dice Ribas, no come libidinal- mente a su madre, sino que la corroe. Ella no encuentra en él el placer que se da en el vínculo con otro, sino que se enfrenta al funcionamiento de lo mortífero. Esto también se da en los tratamientos, en los que el analista puede sentirse “corroído” por el niño. Este autor plantea que estaríamos más próximos a la clínica del autis mo imaginando letras, palabras, desordenados, sin soporte de papel. Y habla de un trabajo de la pulsión de muerte al servicio de la negativiza- ción. El autismo es posiblemente la patología en la que se ve más clara mente la obra de la pulsión de muerte, que corta, cliva, desinviste..., pro duce la desintrincación pulsional, y se expresa tanto en el sufrimiento del desgarramiento como en la anestesia autística, llevando al desmantela- miento total de las investiduras. Si bien todos estos autores definen características generales, me intere sa señalar que nos encontramos habitualmente con un espectro muy amplio de niños a los que se define como autistas (comenzando por los “encapsulados” y “confusionales”, ya diferenciados por F. Tustin), con múltiples determinaciones (F. Tustin, 1981). También debemos tener en cuenta que hay casos en los que hay una facilitación orgánica e inclusive otros cuya causa podría ser fundamental mente biológica. Pero es importante tener en cuenta los componentes psíquicos para el abordaje terapéutico. Uno de ellos parecería ser la ausencia de significación de sus gestos y acciones, la carencia de interpretación de sus expresiones, como si la difi cultad estuviera en el ubicar al otro como ser deseante y en otorgarle sen tido humano a sus actos. Esta ausencia de significación puede haberse Patologías graves en la infancia dado durante los primeros tiempos de la vida del niño, haciéndole sentir que no había otro a quien dirigirse. Algunas veces, esto se puede combi nar con una madre en estado depresivo, pero también puede haber otros elementos que entren en juego en esta desconexión con lo que le suce de al niño. Posiblemente haya que pensarlo como un encuentro fallido entre el funcionamiento del niño y el de aquel que cumple la función materna, encuentro fallido que implica que allí donde debería haber un “plus” de significación y de fantasía (un otorgar sentido a la producción del bebé tanto desde el principio de realidad materna como desde su mundo fantasmático), hay un vacío. Cuando una madre “desvitaliza” a su bebé, la propia vitalidad está en juego. Y esto puede ser efecto del momento particular por el que transi ta su vida, de la dificultad de sostener un vínculo erotizante y narcisisan- te, o de la incapacidad de investir al mundo por ella. La no-conexión suele ser expresión de la dificultad de juego interno, de conexión inter na con lo infantil propio. Cuando ella está ensimismada en su propia conflictiva, en situación de duelo, cuando se ha retraído narcisísticamente y no puede conectarse con el hijo, éste vivirá la ausencia, el vacío del otro como propio y a la vez generado desde él mismo. Tustin (1981) habla de una madre “dadora de sensaciones” y de que la desconexión con ella (cuando la madre es experimentada como una parte del propio cuerpo) desencadena reacciones autosensuales que pro ducen la ilusión de fundirse con un objeto-sensación. Esto lleva a un estado de desposesión, de terrores fantásticos. Un niño de siete años por el que se había consultado a pedido de la escuela debido a retracción, llanto inmotivado y ataques de ira, llega al consultorio y se queda parado en la puerta, paralizado, llorando. A pesar de los intentos del padre para que entre, no se mueve. Está rígido, ensi mismado, mirando hacia el piso. Le comienzo a hablar en voz muy baja, le digo que puede quedarse ahí, que cuando él quiera va a entrar y que yo me voy a quedar ahí con él (estamos cada uno de un lado de la puer ta). Al rato, acepta que el padre se retire y después entra al consultorio. En ese momento comienza a decir, en forma reiterada, mientras sigue llorando: “siempre es lo mismo, yo estoy tranquilo y ellos me molestan”. | El sufrim ien to psíquico en los niños 0 Beatriz janin ¿Quiénes?, le pregunto. “Todos, yo no molesto a nadie, yo estoy tran quilo y ellos me molestan” . Se va aclarando que la tranquilidad a la que se refiere es un estado de retracción autista, retracción al vacío, a la nada, y que lo que le resulta intolerable es que lo saquen de ese estado, viven- ciando esto como una irrupción agresiva, violenta. El dolor produce una estampida, pero cuando sobrepasa hasta la capa cidad de huir puede producirse un efecto de “autoanestesia” : no se sien te. Y tanto el exceso de dolor como la ausencia de contacto dejan un uni verso homogéneo, sin diferencias. El niño puede expulsar tanto el aparato para pensar los pensamientos como la posibilidad de registrar sentimientos, apareciendo entonces un vacío de ideas o de afectos. L a s p s i c o s i s i n f a n t i l e s He podido observar en mi práctica clínica que en los niños que se están estructurando de un modo “psicótico”, que tienen producciones biza rras, nos encontramos con frecuencia con la “violencia de la interpreta ción” materna, es decir, con padres que hacen “sobreinterpretaciones” o interpretaciones delirantes del accionar del hijo. Así, una mamá relataba la escena de su hijito de seis meses mordiéndole el pecho al mamar, con la frase: “ya allí me quería devorar y destruir”. Otra decía que su hijo de cuatro años era “diabólico” porque tiraba al suelo todo lo que tenía a mano. Y una tercera, mirando a su hija de cinco años, opinaba: “¿usted no ve que está muerta?” Esta última frase nos remite a otra cuestión que insiste: el deseo de muerte en relación con el niño (deseo de aniquilación de éste en tanto aparezca como otro, diferente a sí). “Quiero verlo muerto; no lo sopor to”, decía una madre hablando de su hijo de seis años, en medio de un ataque de desesperación por las conductas bizarras del niño. Es frecuente también que los padres de estos niños relaten sensaciones de “extrañeza” frente al nacimiento, la idea de que es un monstruo, un demonio o un extraterrestre. Es decir, no hay un vacío, sino un exceso en juego. | 194 i i Patologías graves en la infancia £ “Cuando nació parecía un monstruo, pero todos nos decían que era linda”, relataban los padres de una niña de cuatro años, que no había presentado ningún problema orgánico al nacer. Cuando la conocí, esta niña, que tenía terrores reiterados y no podía establecer relación con los otros, adhiriéndose a su madre, reflejaba en su gesto aterrado la cara de horror de sus padres frente a ella. También es frecuente que estos niños, como lactantes, hayan sido ávi dos y voraces y que, generalmente, no puedan separarse de la madre necesitando un contacto corporal con ella. Y es posible que vivan lasepa ración como si se les arrancase una parte de sí. De allí que entren en páni co cuando la madre se va. Hay niños que pueden sentir que los objetos animados cobran vida y se convierten en terroríficos y niños en los que prevalecen las represen taciones cosas y el lenguaje es confuso y bizarro. Predomina la desesti mación, con agujeros representacionales, y los temores son a desinte grarse, a ser tragados, a caer y a explotar. También hay niños que están inmersos en un mundo en el que aque llos cuya investidura es imprescindible para ser sostienen algo que impli ca, como dice M. Enriquez, “una negación de la verdad biológica de los vínculos de parentesco” (Enriquez, M., 1993, 153). Algunos ejemplos: una madre dice, con relación al nacimiento de su hijo: “Es un milagro de mi madre desde el cielo”; otra: “Ella nació sola” . El niño tendría que des truir ese discurso como verdadero para poder pensarse a sí mismo en una sucesión generacional. Esto implica oponerse al pensamiento de alguien investido libidinalmente y que es a la vez imprescindible para la vida. Es decir, para sostener un proyecto libidinal e identificatorio, el niño debe rá desconectar, desconfundir, las ligazones causales aberrantes que le son presentadas y esto presupone un trabajo psíquico importante y a veces muy difícil de realizar. Otras veces se reconocen los vínculos de parentesco, pero este recono cimiento se hace suponiendo repeticiones lineales y absolutas. Por ejem plo: “Mi abuela la odiaba a mi mamá y quería a mi tío, mi mamá me odia ba a mí y quería a mi hermano, yo odio a mi hija y quiero a mi hijo. En mi familia es así”. Discurso cerrado en el que se imponen certezas y se naturaliza un funcionamiento hostil. 195 | Una cuestión a remarcar es, justamente, que en las consultas con niños que presentan dificultades importantes, los padres llegan con discursos en los que no aparecen interrogantes ni dudas. Un saber absoluto y sin grietas se despliega, mostrando la ausencia de represión. Del mismo modo, quedar sujeto a la arbitrariedad materna o paterna en las cuestiones que hacen a la supervivencia, cuando alguno de los encargados de su cuidado se supone la única persona poseedora de una verdad en relación con el cuerpo del niño, ¿qué consecuencias puede tener en la estructuración del deseo? Es posible que, allí donde se ten drían que haber inscripto las marcas del placer, hayan quedado agujeros. También en los casos en que un niño ha sufrido abandono, el quedar a merced de las propias sensaciones y exigencias internas lo puede llevar a construir un universo homogéneo, sin diferencias, en el que las urgen cias pulsionales derivan en catástrofes anímicas. Hay niños que se suponen existiendo en tanto fusionados con la madre y cuando esta se va quedan paralizados, sin movimientos de búsqueda, porque la separación del otro es vivida como desaparición. Una niña de cinco años, cuando la madre salió a la sala de espera a hablar por teléfo no, se quedó inmóvil, aterrada, observando en silencio la puerta abierta, sin atinar a llamarla ni a correr hacia ella. Era como si lo perdido fuera irrecuperable, como si la madre, a pesar de que estaba a pocos metros, se hubiese esfumado. Vemos que es un terreno en el que nos encontramos con una gran variedad de presentaciones y con múltiples determinaciones. Lo que me importa destacar es: 1) la singularidad de cada caso; 2) el que los llamados Trastornos Generalizados del Desarrollo (TGD), que incluyen generalmente autismos, psicosis infantiles y otras patologías, sue len ser trastornos en la estructuración del psiquismo; 3) que las causas no son unívocas; 4) que los momentos tempranos de la estructuración psí quica van a estar en juego; 5) que son tratables psicoanalíticamente y 6) que las intervenciones del analista, en estos casos, son estructurantes. Considero que las patologías severas implican siempre a muchos parti cipantes, que están multideterminadas y que incluyen un espectro muy amplio de funcionamientos, desde la psicosis infantil hasta el autismo (o | El su frim ien to psíquico en los niños e Beatriz Janin | Patologías graves en la infancia § “los” autismos), pej o también niños que presentan dificultades en la adquisición del lenguaje, en el vínculo con los otros, en el juego, o en la expresión de sus afectos. Son niños muy diferentes con conflictivas dife rentes. Y la generalización puede llevar a perder de vista la especificidad de cada caso. Muchas veces, cuando se da el diagnóstico de TGD o de autismo, esto paraliza a los adultos y marca al niño como discapacitado de por vida. Pasa a ser un extraño, un extraterrestre para los otros, que pasan a mirar lo a distancia, y se cumple así la profecía: queda detenido en el tiempo. A través de cuatro viñetas clínicas vamos a ejemplificar algunas de estas cuestiones. Darío y la sonrisa vacía Consultan cuando Darío tiene seis años. Va a una escuela bilingüe de la que los llamaron para decirles que no puede seguir ahí porque no hace nada. La maestra les dice que esperaron porque es un niño dulce y que- rible, pero no habla, no escribe, no juega con los otros. Sus compañeros lo han tomado como mascota. Tiene el cuaderno en blanco. Los padres piensan que Darío es un nene normal y no entienden por qué tiene difi cultades en la escuela. Darío tiene un hermano de cinco años que va a pre-escolar. Ellos con sultaron hace un tiempo en una institución y los tomaron en terapia familiar. Les planteaban permanentemente que no les ponían límites a los hijos y les hablaban de que, seguramente, había dificultades en la pareja. Ambos padres aseguran en la consulta que entre ellos no hay conflictos, que se quieren y se llevan bien, que quieren mucho a los hijos y que no entienden nada de lo que pasa. A partir de la terapia familiar, comenza ron a ponerles castigos a los niños, pero no hubo cambios. Después, hicieron dos consultas: una con un psiquiatra que dio el diag nóstico de autismo y otra con el equipo de neurología de un hospital, donde les dijeron que era débil mental y que no lo trataran, que era un nene feliz (por la sonrisa). Después de cada una de estas consultas, la madre estuvo un tiempo casi inmovilizada y desconectada de sus hijos, en un estado de desesperación. 197 | “Somos una familia normal”, dice el padre. La mamá está con los niños, no los dejan con otras personas (salvo las abuelas). Este hijo fue muy deseado. Estuvieron ocho años buscando tener un hijo y cuando pensaban desistir, llegó. Cuando él tenía cinco meses, la mamá quedó embarazada de Damián. “Me sentía muy mal, muy culpable con Darío.” En el ínterin, el padre de la madre se enferma y se muere. La enferme dad y muerte de su padre, junto con el nuevo embarazo, le trajeron apa rejados a ella una depresión importante. Esta mamá tiende a fluctuar entre un llanto desesperado y una expre sión de “todo está bien”, mientras que el papá, un profesional exitoso, parece impenetrable. Habla siempre en tercera persona, en términos de “uno” e insiste permanentemente en la “normalidad” de la familia. El vínculo entre ellos es bueno, disfrutan de estar juntos y, cuando pue den dejar a sus hijos en la casa de una de las abuelas, salen solos, situa ción de la que ambos padres hablan con muchísimo placer. Plantean que tanto Darío como su hermano, cuando están juntos, son traviesos. Pero si Darío está solo, es muy tranquilo. No tienen casi vínculos con otras personas. La abuela materna “vive conectada al televisor”. La abuela paterna es una persona muy autoritaria. La relación de los padres con el mundo es lábil. Forman un núcleo cerrado e impenetrable, en el que es muy difícil entrar, porque se callan apenas hay un intento de ir más allá de lo evidente. A la vez, este niño, tan impredictible para mí, es mirado desde sus padres como si todo fuera previsible. “Si lo dejamos en casa mientras vamos al supermercado, se queda tranquilo. No se mueve del lugar en que estaba.”