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ECONOMÍA POLÍTICA DE LA 
DEPENDENCIA Y EL SUBDESARROLLO
ROLANDO ASTARITA
PREFACIO
Este libro constituye, en muchos sentidos, una continuación de Valor, mercado mundial 
y globalización. En Valor… procuramos estudiar críticamente la teoría clásica del 
imperialismo, a la luz de la teoría del valor trabajo de Marx, la dinámica del capital que 
se deriva de ella, y de la globalización de la relación capital/trabajo. En el presente 
trabajo analizamos la corriente de la dependencia, y cuestiones sobre generación de 
valor, tipo de cambio y desarrollo desigual, y distribución de la plusvalía entre renta, 
ganancia e interés.
En el primer capítulo brindamos un panorama general de la corriente de la dependencia, 
sus avances en relación a la teoría del desarrollo dominante en los medios académicos, y 
los enfoque de sus exponentes más destacados. En el capítulo dos, y a fin de profundizar 
en las concepciones de la dependencia, sintetizamos lo esencial de la obra de Ruy 
Mauro Marini, tal vez el teórico de la corriente que más sistemáticamente aplicó las 
categorías de El Capital al análisis de los problemas sociales latinoamericanos. En el 
capítulo tres presentamos las principales críticas que se dirigieron a la corriente desde el 
marxismo, y explicamos las causas inmediatas que llevaron a su crisis y dispersión. Los 
dos capítulos siguientes están dedicados al análisis crítico de los principales problemas 
que, en nuestra opinión, anidaron en las tesis de la dependencia. En el capítulo cuatro 
analizamos la teoría de Marini desde la perspectiva de la teoría del valor trabajo, y 
discutimos su tesis sobre la falta de dinámica de la acumulación dependiente, y su 
noción de subimperialismo. A través de este examen buscamos demostrar que no es 
necesario generar una teoría de la acumulación específica para los países dependientes, 
sino simplemente estudiar cómo se particularizan las tendencias y leyes generales del 
capital. En el capítulo cinco abordamos esta última temática desde el punto de vista del 
método y abogamos por un enfoque dialéctico de totalidad concreta, a fin de superar 
muchas de las polaridades rígidas hacia las que se deslizaron las teorías de la 
dependencia. El capítulo seis cierra esta primera parte de nuestro libro dedicado a la 
corriente de la dependencia con una presentación de lo que, a nuestro modo de ver, 
constituye la “dependencia reformulada” a partir de los años ochenta, que incorpora la 
dimensión especulativo-financiera en sus explicaciones sobre la explotación entre 
países. Como conclusión de esta revisión sostenemos que en lo esencial las categorías 
de la dependencia se mantienen como instrumentos del análisis social latinoamericano, 
y proponemos su superación en base al desarrollo de los estudios marxianos, realizados 
principalmente en Europa y Estados Unidos, sobre el valor y el capital de las últimas 
décadas. 
Los siguientes cuatro capítulos están dedicados a la relación entre tipo de cambio, 
precios y desarrollo en países atrasados. El capítulo siete generaliza el modelo de tipo 
de cambio, y la discusión sobre intercambio desigual que habíamos realizado en 
Valor…. La conclusión central que sacamos en este capítulo es que en los países 
atrasados tecnológicamente se genera menos valor por hora de trabajo que en los países 
adelantado tecnológicamente, aun cuando puedan existir tipos de cambio “de 
equilibrio”, en el sentido que los define la macroeconomía neoclásica. En el capítulo 
ocho sintetizamos la hipótesis de Prebisch del deterioro de los términos de intercambio, 
subrayamos su importancia actual, y presentamos una explicación alternativa basada en 
la teoría del valor trabajo. En el siguiente capítulo encaramos una crítica al modelo de 
tipo de cambio de Shaikh, un indudable referente marxista en la materia. Procuramos 
demostrar que el modelo carece de sustento no sólo teórico, sino también empírico, 
desde el momento en que debería postular una crisis crónica de las balanzas comerciales 
de los países atrasados. En el capítulo diez mostramos que existe una cierta lógica en la 
alternancia de fases de tipo de cambio alto y bajo en Argentina a lo largo de los últimos 
30 años; y que esto se debe al atraso de la estructura industrial –aunque se combina con 
un sector agrario con nivel de productividad internacional–, y a la dependencia 
tecnológica del exterior. La conclusión es que esta dinámica acentúa el carácter desigual 
del crecimiento dependiente del país. 
Los tres capítulos que siguen se abocan a la cuestión de la renta, el desarrollo del 
capitalismo agrario en la zona cerealera y sojera de Argentina, y sus consecuencias 
sobre la dinámica de los ingresos en la clase dominante. El estímulo inmediato para la 
elaboración y publicación de estos trabajos ha sido el conflicto entre el Gobierno y el 
campo argentino que se desarrolló a partir de marzo de 2008. Pero esto sirve en realidad 
como un disparador para indagar en el desarrollo agrario de un país atrasado, pero con 
un sector de productividad y competitividad a nivel internacional, y en la dinámica que 
se plantea entre renta (y sus diversas formas), ganancia e ingresos del capital financiero. 
Para esto, en el capítulo once presentamos la teoría de la renta de Marx; analizamos los 
cambios que se han producido en las rentas diferenciales I, II y la renta absoluta; y la 
relación entre la renta, la ganancia y el interés. En el siguiente capítulo explicamos el 
desarrollo del capitalismo agrario argentino como parte de la globalización y la entrada 
del capital en el agro a nivel mundial. En el capítulo trece aplicamos las categorías 
teóricas al análisis del conflicto entre el Gobierno y el campo, discutiendo con un 
pequeño “modelo” de país el efecto de las retenciones a las exportaciones sobre los 
precios y los ingresos de las clases y fracciones de clase. 
Por último, en el capítulo catorce nos preguntamos cuál es el significado hoy de la 
dependencia, y presentamos una respuesta a partir de la tesis de que no existe 
explotación entre países, como había planteado la corriente de la dependencia. Una 
cuestión que tiene implicancias políticas para la izquierda, ya que atañe a los programas 
tradicionales de “liberación nacional”, “independencia económica” y “autarquía”. 
Al presentar este libro a los lectores argentinos, somos conscientes de que nos ubicamos 
en una posición polémica, y marginal dentro de la propia izquierda. Ideas como que 
Argentina es “oprimida”, que “los trabajadores españoles viven bien porque explotan a 
los trabajadores argentinos”, que la burguesía nativa “debería” luchar por liberarse del 
imperialismo, y similares, están muy arraigadas, y constituyen el permanente alimento 
de un nacionalismo bastante apasionado. Por eso mismo, si este trabajo contribuye a 
generar un debate y cruce de argumentos que permita avanzar en la comprensión de los 
problemas económicos y sociales que enfrentamos en un país dependiente como 
Argentina, habrá cumplido su objetivo. 
 
ÍNDICE
 
1. Escuela de la dependencia, características generales
2. Dependencia y subimperialismo en Ruy Mauro Marini
3. Perspectivas críticas y desintegración de la corriente de la dependencia
4. Discusión sobre Marini desde la teoría del valor trabajo
5. Dependencia, cuestiones metodológicas a la luz de la tradición hegeliana y 
marxista
6. La dependencia reformulada y fetichismo financiero, una perspectiva crítica
7. Tipo de cambio “de equilibrio” y deterioro en términos de valor
8. Deterioro de los términos de intercambio: análisis desde la teoría del valor 
trabajo
9. Tipo de cambio y crisis crónica en el modelo de Shaikh
10. Tipo de cambio y desarrollo dependiente, el caso argentino
11. Renta de la tierra y capital
12. Globalización y desarrollo capitalistaen el agro
13. Renta agraria, ganancia del capital y retenciones
14. A modo de conclusión, ¿qué es hoy la dependencia?
Capítulo 1
Escuela de la dependencia, características generales
La corriente de la dependencia (CD en adelante) ha marcado el pensamiento social en 
América Latina, Asia y África, así como en los círculos heterodoxos de la sociología y 
la economía política de países adelantados, en particular de Estados Unidos. Hablamos 
de la corriente “en un sentido amplio” porque incluimos en ella a un abanico de 
teóricos, desde quienes reivindicaron los análisis marxistas, hasta los autores más 
radicalizados de la CEPAL, como Celso Furtado. 
En términos generales, los dependentistas plantearon que en el sistema capitalista 
mundial existe una relación jerárquica entre naciones que son formalmente 
independientes, y que las economías de los países subordinados, o dependientes, están 
condicionadas y dependen del desarrollo y la expansión de los países a los que están 
sujetos. Consideraron que ese “condicionamiento” y “dependencia” implicaba una 
relación de opresión y explotación de los países atrasados por los adelantados, que 
además explicaba la dialéctica de subdesarrollo en un polo (la amplia mayoría de los 
países), y desarrollo en el otro (la minoría de países poderosos). Por eso la CD sostuvo 
que el atraso no podría superarse, como pensaba la CEPAL, mediante algunas medidas 
correctivas en el comercio internacional, ni incentivando la entrada de capital 
extranjero; o apostando a un desarrollo capitalista autónomo, articulado por el Estado.
La corriente se fortaleció a lo largo de las décadas de 1960 y 1970 y terminó siendo una 
referencia imprescindible en los estudios sobre América Latina, Asia y África. Incluso 
durante el ascenso de la ofensiva neoliberal en los ochenta, y a pesar de las dificultades 
teóricas por las que atravesó, siguió ejerciendo una considerable influencia en el 
pensamiento crítico y heterodoxo. Y hoy, cuando las políticas neoliberales son 
cuestionadas más ampliamente, muchos vuelven a los “viejos” escritos de la 
dependencia en busca de claves teóricas que permitan interpretar las tendencias 
económicas y sociales en las periferias. En opinión de muchos, y nos incluimos, los 
trabajos de la CD siguen constituyendo una fuente de inspiración para el pensamiento 
científico más seria y profunda que cualquier cosa que pueda proporcionar la ortodoxia 
neoclásica reinante. Más aún, desde el punto de vista de la formación de los futuros 
economistas y sociólogos, el ejemplo de los autores de la dependencia es aleccionador 
para cualquiera que esté interesado en el pensamiento crítico de la sociedad. Es que los 
dependentistas pensaron la economía como parte del estudio global de la sociedad. No 
tenían fronteras rígidas; estudiaban lo que consideraban necesario para entender lo que 
querían entender. Para ellos economía, historia, sociología, antropología constituían 
partes de la totalidad social. No había compartimentos estancos; a nadie de la CD se le 
ocurría ubicar las cuestiones sociales como datos “exógenos”. Puede verse en las 
trayectorias intelectuales de muchos autores de la CD. Por ejemplo, en Celso Furtado, 
en cuya formación intervinieron la historia, las discusiones filosóficas y sobre método, 
la antropología, la economía, etcétera.1 Lo cual constituye la esencia del espíritu 
científico y crítico de la economía política. Una idea que no existe en la “economía” que 
ha dejado de ser “política”, con su afán de crear modelos, autistas con respecto a los 
problemas sociales. 
En este capítulo introducimos entonces a las ideas principales de la CD; comenzamos 
con una presentación de sus raíces históricas. 
1 Véase Furtado (1988). 
Antecedentes en la CEPAL
En un sentido inmediato el surgimiento y consolidación de la CD tuvo que ver, en 
primer lugar, con la crisis del desarrollismo cepaliano, en los sesenta, cuando se 
registraba un creciente impasse de la estrategia de industrialización por sustitución de 
importaciones.2 La CEPAL, bajo la conducción de Prebisch, había intentado superar el 
atraso a través de una industrialización impulsada por las inversiones directas 
extranjeras. Según la CD, se trataba de un programa que a fines de la década de 1940, 
cuando surgían los primeros análisis de Prebisch, expresaba las aspiraciones de la 
burguesía latinoamericana a un desarrollo nacional autónomo. Pero a partir de los 
sesenta, cuando esa burguesía había establecido una relación de dependencia con los 
capitales extranjeros, la CEPAL habría dejado de corresponder “a los intereses propios 
de la clase que buscaba orientar y pasaba a corresponder a un sueño utópico 
pequeñoburgués” (Bambirra, 1983, p. 31).3 Se sostenía que la estrategia de 
industrialización promovida por el desarrollismo generaba la descapitalización, debido a 
las remesas de ganancias de las multinacionales a sus casas matrices, con las 
consecuencias de déficits en las balanzas de pagos, crecimiento de las deudas externas y 
más dependencia (ídem, p. 29). También los autores de la CD –por ejemplo Marini– 
criticaban que la CEPAL hubiera subvalorado las medidas distributivas, en especial la 
reforma agraria. 
De todas maneras, y a pesar de estas críticas, CEPAL incidió positivamente en el 
surgimiento de la CD por las problemáticas y temas que ayudó a instalar. Es que ya en 
la década de 1950 la CEPAL planteaba el problema del desempleo estructural, de los 
salarios bajos y el estrangulamiento de la demanda, el rol de las inversiones extranjeras 
y su relación con las deudas externas y las crisis en las balanzas de pagos, entre otras 
cuestiones. En este respecto destacamos la hipótesis de Prebisch sobre el deterioro de 
los términos de intercambio. Prebisch planteó que los países atrasados, productores de 
materias primas, sufrían un deterioro creciente de los precios de sus exportaciones 
primarias, en relación al precio de sus importaciones de bienes industriales, 
provenientes de los países adelantados. Con esto introdujo en la mesa de debate la 
cuestión de la formación de precios internacionales y los intercambios entre países 
adelantados y atrasados, que había estado ausente de las preocupaciones marxistas, y de 
otros economistas heterodoxos, durante décadas.4 La influencia de la hipótesis de 
Prebisch se manifestó claramente en los años sesenta, en la tesis sobre el intercambio 
desigual, elaborada originariamente por Emmanuel, y adoptada por muchos autores de 
la CD.
Señalemos por otra parte que el auge de las luchas populares a fines de los cincuenta –
en particular el triunfo de la Revolución Cubana– y las dificultades económicas 
crecientes que enfrentaba América Latina llevaron a la radicalización de posiciones de 
varios autores de la CEPAL, quienes pusieron en primer plano la necesidad de reformas 
sociales. De aquí que se pueda incluir dentro de la CD a los estructuralistas que 
2 En una ponencia presentada en 1968, Dos Santos escribía: “Los hechos históricos han generado una 
crisis muy seria en las ciencias sociales latinoamericanas. La década optimista fue seguida de una década 
de pesimismo, caracterizada por el estancamiento económico y el fracaso de las políticas de desarrollo” 
(Dos Santos, 1975, p. 163). Citaba luego a Prebisch, quien señalaba que “en la evolución de la economía 
latinoamericana en 1966, se advierten nuevamente los dos rasgos que la vienen caracterizando desde hace 
años: la lentitud y la irregularidad del crecimiento económico” (ídem, p. 165).
3 En Dos Santos (2003) se caracteriza a la CEPAL como “una organización emanada de los gobiernos 
latinoamericanos y un órgano encargado de la propuesta de políticas y asesoría a gobiernos”(p. 67).
4 La cuestión del intercambio desigual había sido mencionada por el marxista Bauer a comienzos del siglo 
XX, en referencia a la cuestión nacional; pero no había atraído la atención de los marxistas. 
“descubren los límites de un proyecto nacional autónomo” (Dos Santos, 2003, p. 25). 
Entre ellos estaría Osvaldo Sunkel, una gran parte de los trabajos maduros de Celso 
Furtado, “e inclusive la obra final de Raúl Prebisch reunida en su libro El capitalismo 
periférico” (ídem).5 
Crítica de la teoría del desarrollo
Un segundo factor que influyó en el surgimiento de la CD fue la profunda insatisfacción 
con la teoría burguesa del desarrollo. En los años sesenta la visión que predominaba en 
los centros académicos imperialistas era la que había establecido Rostow (1974). Este 
libro influenciaba en América Latina, y alimentaba ideológicamente todo tipo de 
políticas reaccionarias. Básicamente Rostow planteaba que existía una secuencia de 
etapas de crecimiento, que se repetían de forma más o menos uniforme en todos los 
países que avanzaban hacia “la modernización”. Estas etapas eran las de la sociedad 
tradicional, la del desarrollo de condiciones previas para el impulso inicial, las del 
impulso inicial –cuando se superaban por fin los obstáculos para el crecimiento y 
pasaban a dominar las fuerzas del progreso económico–, la de la marcha hacia la 
madurez, y la era del alto consumo de masas. Lo decisivo, según Rostow, era favorecer 
la libre empresa, la importación de capital (en especial en la tercera etapa) y la plena 
inserción en la economía internacional. 
Indudablemente, se trataba de una concepción lineal y mecánica. Por ejemplo, Rostow 
pensaba que desde el impulso inicial a la madurez se necesitaban aproximadamente 60 
años porque, desde el punto de vista analítico, “un intervalo de esa naturaleza puede 
apoyarse en la poderosa aritmética del interés compuesto, aplicado al monto de capital, 
en combinación con las consecuencias de mayor alcance, debidas al poder de una 
sociedad de absorber tecnología moderna de tres generaciones” (p. 22).6 Y pensaba 
seriamente que lo suyo constituía “una alternativa a la teoría de la historia moderna de 
Karl Marx” (p. 14); una perspectiva que de hecho fue adoptada por los poderes 
políticos, en los países centrales y en muchos de los atrasados. 
Esa visión linealmente evolucionista se combinaba, por otra parte, con una concepción 
dualista de las sociedades atrasadas. Según el dualismo, por entonces también 
dominante en los medios académicos, las sociedades se dividían en un sector atrasado 
tradicional y uno moderno, entendido éste como el sector capitalista. Se pensaba que a 
partir de la interacción entre esos dos sectores, se produciría una transferencia de 
recursos –de mano de obra y excedentes– desde el tradicional al moderno. Por eso se 
concebía el desarrollo como un ensanchamiento progresivo del sector moderno a 
expensas del tradicional. El tradicional iba a reducirse paulatinamente, hasta que todos 
5 En este libro encontramos posiblemente las posiciones más radicalizadas de Prebisch. Plantea que el 
mercado no puede ser el regulador del desarrollo en la periferia, ya que no resuelve las grandes fallas en 
las relaciones centro-periferia, ni las tendencias excluyentes y conflictivas del desarrollo periférico. 
Constata que en los países periféricos existe sobreoferta de mano de obra, por lo tanto bajos salarios, altos 
ingresos concentrados en las clases propietarias que siguen pautas de consumo del centro, y una dinámica 
de acumulación que implica un gran desperdicio en la acumulación del capital. Todo esto está 
acompañado de la quiebra del liberalismo democrático (Prebisch escribe en tiempos de dictaduras en el 
Cono Sur de América Latina). Termina proponiendo un uso social del excedente a cargo del Estado y una 
acción reguladora de éste mediante una planeación democrática; el objetivo sería derivar excedente a la 
fuerza de trabajo para evitar la concentración. Las resonancias keynesianas –del capítulo final de la 
Teoría General– son notables. 
6 En El Capital Marx se burlaba de aquellos economistas que pensaban que si se hubiera puesto una libra 
esterlina a interés compuesto hace 2000 años, la humanidad dispondría en la actualidad una fortuna 
incalculable. Pero esta idea alocada es posible cuando se considera que el capital es “una cosa”, que crece 
mecánicamente, y no una relación social. Rostow aplica esa primitiva noción a su esquema de desarrollo 
los habitantes del país atrasado estuvieran incluidos en el desarrollo. Modelos incluso 
semi-heterodoxos, como el de Lewis, un referente en la teoría del desarrollo, defendían 
esta visión. Lewis pensaba que en los países atrasados con excedente de mano de obra 
en el sector “tradicional” (precapitalista) podía darse un desarrollo a partir de la 
transferencia paulatina de trabajadores al sector “moderno” (capitalista). De esta forma 
el segundo crecería paulatinamente, a expensas del primero, que se iría achicando.7 En 
consecuencia las teorías del desarrollo centraban sus análisis en los obstáculos y 
resistencias que ponían las estructuras tradicionales al desarrollo del sector “moderno”, 
y al “despeje”. 
La CD nace criticando esta visión auto conformista, planteando que los países no 
avanzaban mecánica ni linealmente desde el atraso al despegue, y la madurez. Sus 
autores sostuvieron que había que tener una visión histórica y de totalidad. La 
perspectiva histórica era importante para entender, contra lo que afirmaba Rostow, que 
las sociedades no desarrolladas habían tenido historia, y que muchos de los países ahora 
subdesarrollados –como India, China antes de la revolución maoísta– habían sido en su 
momento “desarrollados”. También para comprender cómo la historia del subdesarrollo 
había estado ligada a la historia del desarrollo de los países avanzados. La concepción 
de totalidad a su vez era clave para analizar el atraso de la periferia como producto del 
sistema mundial. Esto es, el subdesarrollo de la periferia era el reflejo especular del 
desarrollo de los países adelantados. Significaba por lo tanto que el desarrollo de los 
países adelantados y el subdesarrollo de la periferia no eran fenómenos independientes, 
sino partes de un mismo proceso, donde uno se vinculaba orgánicamente al otro. Los 
países adelantados explotaban a los países atrasados, transfiriendo sus recursos al 
centro, y potenciando el desarrollo desigual de ambos polos.8 Esto es, no había 
desarrollos en sucesión lineal, sino en “paralelo”. El subdesarrollo de los países 
atrasados alimentaba el de los adelantados. En palabras de Dos Santos: 
El tiempo histórico no es unilineal, no hay posibilidad de que una sociedad se desplace hacia 
etapas anteriores de las sociedades existentes. Todas las sociedades se mueven paralelas y juntas 
hacia una nueva sociedad. Las sociedades capitalistas desarrolladas corresponden a una 
experiencia histórica completamente superada…. (Dos Santos, 1975, p. 153). 
En este respecto el aporte de la dependencia ha sido valioso. Como bien sostiene 
Shamsavari (1991), la escuela “introdujo una dimensión histórica e internacional al 
problema” (Shamsavari p. 266) en contraposición a las construcciones formales y vacías 
de contenido social de los neoclásicos. También Blomström y Hettne (1990) reivindican 
la CD, por su crítica al dualismo, y por haber superado el “evolucionismo mecánico, 
que fue característico no sólo de la teoría convencional, sino también de la teoría 
marxista del desarrollo”.9 La CD, continúan Bomström y Hettne, representó “la primera 
contribución real del Tercer Mundo a las ciencias sociales” (p. 247). 
7 Véase Lewis (1973); Lewisnunca revisó su postura esencial, a pesar de rectificaciones parciales; véase 
Lewis (1979). 
8 La CD en general puso el énfasis en el colonialismo –o neo-colonialismo– “externo”, esto es, en las 
relaciones de explotación, mediante la transferencia de plusvalía, desde los países atrasados a los 
adelantados. Sin embargo, y como señala Chilcote (1974) en su reseña crítica de la literatura de la 
dependencia, también hubo autores, como González Casanova, Oscar Lewis y Frantz Fanon, que pusieron 
la atención en el colonialismo “interno”. Según esta perspectiva, las áreas rurales de los países periféricos 
eran explotadas por las ciudades. En esta presentación de la CD no tratamos esta vertiente; sin embargo 
dejamos señalado que la idea de transferencia de excedente desde las áreas rurales a las ciudades de los 
países subdesarrollados reaparece en Frank; véase más abajo. 
9 En realidad la visión marxista mecánica y evolucionista, que Blomström y Hettne adjudican al 
marxismo en general, y según la cual las etapas de la evolución humana pasarían por el comunismo 
primitivo, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y la revolución socialista, corresponde a la 
vulgarización de los manuales de “materialismo histórico”, en particular stalinistas. En los escritos de 
Marx hay una visión muy distinta. 
Crítica de las concepciones stalinistas
Como lo adelanta la referencia de Bomström y Hettne con que cerramos el apartado 
anterior, la CD también surge en crítica del análisis y estrategia de los partidos 
Comunistas latinoamericanos. A principios de los años sesenta los partidos Comunistas 
sostenían la estrategia de la revolución por etapas, que había definido la Internacional 
Comunista a comienzos de la década de 1930, bajo la dirección de Stalin, para los 
países atrasados, y en particular para América Latina. Planteaban que la falta de 
desarrollo en estos países se debía a las estructuras sociales atrasadas, de tipo “semi-
feudal” (como rezaba la caracterización oficial), mantenidas por las oligarquías 
terratenientes, en alianza con los grandes monopolios imperialistas. Ambos se oponían, 
siempre según los partidos Comunistas, al fortalecimiento de una clase capitalista 
industrial y nacional. Los grandes terratenientes porque se beneficiaban con la renta 
absoluta de la tierra, y los monopolios imperialistas porque querían evitar la 
competencia de los industriales criollos. De manera que existía en los países 
latinoamericanos una burguesía “nacional” –en tanto estaría interesada en desarrollar un 
capitalismo independiente– con intereses “objetivamente enfrentados” al imperialismo y 
la oligarquía. De aquí que los partidos Comunistas plantearan la necesidad de realizar 
una revolución democrático-burguesa, que abriera camino a la industrialización y con 
ello al fortalecimiento social del proletariado. La estrategia revolucionaria en 
consecuencia era “por etapas”. La primera etapa sería la de la revolución democrática, 
popular y anti-imperialista, en la que la clase obrera estaría aliada a la burguesía 
nacional. Sólo después del triunfo de esta revolución, se podría pensar en la segunda 
revolución, la socialista. 
En crítica a este planteo, la CD invierte el razonamiento de base. Sostiene que el atraso 
y el subdesarrollo no eran el producto de las estructuras atrasadas, feudales o 
precapitalistas, sino el resultado de la expansión del capitalismo mundial. Y que en 
consecuencia las burguesías nativas eran un derivado de ese desarrollo capitalista, por lo 
cual sólo podían sobrevivir asociándose con el capital extranjero, abdicando en 
consecuencia “de sus propios proyectos de desarrollo nacional autónomo” (Bambirra, 
1983, p. 65). No se trataba de una burguesía “nacional”, ya que no podía defender los 
intereses de la nación independientemente de los intereses del capital extranjero, al que 
estaba asociada. 
Ellas [las burguesías criollas] no disponen de la propiedad privada de los medios de producción 
fundamentales sino que la comparten con el imperialismo desde una posición desventajosa, 
aunque eso no signifique que sus ganancias no sean sustanciales (Bambirra, 1983, p. 65). 
En consecuencia los autores de la CD sostenían que los capitalistas industriales criollos 
no serían aliados de los trabajadores y sectores populares en una futura revolución 
democrática, como sostenían los stalinistas. La única salida para superar el atraso 
pasaba por el triunfo de la revolución socialista, dirigida por la clase obrera, enfrentada 
al imperialismo, las oligarquías y las burguesías nativas. 
Esta crítica de la CD a los partidos Comunistas se inscribía en un movimiento más 
amplio de cuestionamiento a la estrategia internacional de los soviéticos. Coincidía en 
muchos sentidos con la crítica que hacían los trotskistas, referida a la incapacidad de las 
burguesías de los países periféricos de encabezar o participar en luchas revolucionarias 
contra el imperialismo; y la consecuente necesidad de abandonar la estrategia de la 
revolución por etapas. 
Tradiciones desde la izquierda 
Las concepciones de la CD entroncaron también con viejos debates sobre el sistema 
mundial y el desarrollo. Por un lado, con las discusiones acerca del desarrollo en Rusia 
que se habían dado dentro del marxismo, y entre el marxismo y el populismo, hacia fin 
del siglo XIX y principios del siglo XX. Por entonces se discutió intensamente si Rusia 
seguiría la evolución de cualquier país capitalista adelantado, o si podía avanzar por vías 
alternativas de desarrollo.10 Se trató de uno de los primeros grandes debates sobre cómo 
se da el desarrollo en un país periférico, y sus condiciones de posibilidad. Incluyó la 
discusión sobre si la teoría marxista sirve para explicar por qué un país se atrasa; y si se 
puede desarrollar. Éste es entonces uno de los trasfondos teóricos e históricos de la 
corriente de la dependencia. 
La otra tradición en el pensamiento, y tal vez más importante, remite a las tesis clásicas 
sobre el imperialismo que elaboran autores marxistas y “radicales”, como Hobson, a 
principios de siglo XX. De especial importancia es el libro de Hilferding, El capital 
financiero, de 1912, que plantea que hacia fines de siglo XIX se han producido en el 
sistema capitalista transformaciones fundamentales, principalmente la aparición del 
monopolio, que afectaban a todos los países. Mencionemos también a Bujarin (1972), 
dirigente del partido bolchevique. Y principalmente el folleto de Lenin, El imperialismo 
fase superior del capitalismo, que resume las tesis de los marxistas de principios de 
siglo XX sobre la cuestión. Centralmente Lenin plantea que el sistema capitalista había 
pasado de una fase de libre competencia –típicamente las décadas de 1860 y 1870– a 
una de capitalismo monopolista. Esto es, a un capitalismo en el que prevalecen los 
monopolios. Aquí hay que entender por “monopolio” no un único vendedor, sino un 
grupo de grandes empresas que dominan ramas enteras de la economía. Por eso, en 
rigor, la idea es que se trata de oligopolios, corporaciones que se ponen de acuerdo para 
establecer los precios. Con esto se introducía la idea de que los precios podían ser 
administrados, y que la economía podía ser manejada por las grandes empresas. De 
aquí también que se subrayara el rol de la violencia en la economía, por encima de los 
mecanismos del mercado –ley del valor trabajo– que prevalecía en la teoría de Marx. 
Ésta es una idea clave que se mantiene en todos los autores de la dependencia. 
Una segunda idea de las tesis de imperialismo, y que influye luego en los teóricos de la 
dependencia, dice que el centro capitalista ha caído en un estancamiento crónico. Se 
piensa que en los países más poderosos, como Inglaterra o Alemania, los mercadosestán saturados y que los capitales deben salir al exterior por mercados y fuentes de 
aprovisionamiento para evitar la depresión. Así, la empresa colonial es imprescindible 
para que el capitalismo del centro se reproduzca. En la CD esta idea se va a mantener 
con la afirmación de que la transferencia de plusvalía desde las periferias era vital para 
la acumulación en los países adelantados.
De las dos ideas anteriores, predominio del monopolio y necesidad de los capitales 
monopólicos de explotar a la periferia, se deriva una tercera tesis central en Lenin, que 
dice que en las relaciones internacionales pasa a ser dominante la violencia y la fuerza 
para la extracción del excedente de los países dominados. Por eso la empresa 
colonialista, el sistema de explotación colonial imperialista, siempre según Lenin y los 
autores clásicos del imperialismo, es un rasgo característico de la época. De ahí también 
el énfasis en el rol del pillaje y la guerra. 
Obsérvese que si existe pillaje y estados de guerra sistemáticos para sostener ese robo, 
no habría desarrollo capitalista en la periferia, sino una tendencia al estancamiento. Sin 
embargo los marxistas de principios de siglo XX pensaban también que la exportación 
de capitales provocaría el desarrollo de las fuerzas productivas en la periferia. Así Lenin 
10 Los textos del primer Lenin, con sus polémicas con los populistas, son característicos de esta literatura.
en su escrito sobre el imperialismo, sostiene que la exportación de capital repercute en 
los países en que es invertido, acelerando “extraordinariamente” el desarrollo del 
capitalismo.11 Una idea que, naturalmente, generaba tensión con la tesis del pillaje y el 
robo. Esa tensión se resolvió, en el curso de la Internacional Comunista, en el sentido 
del estancamiento. A partir del séptimo Congreso de la IC, de 1934, se consolida la idea 
de que los monopolios capitalistas, en alianza con las oligarquías terratenientes de la 
periferia, provocan el estancamiento de los países atrasados.12 La tesis del estancamiento 
posteriormente fue adoptada por la CD; y se refuerza con la idea de que los monopolios, 
con su capacidad para manejar los precios y las economías, impedían la generalización 
de las relaciones capitalistas en las periferias, a los efectos de mantener sus ganancias.13
Finalmente, en la visión clásica del imperialismo se sostiene que se había ingresado en 
una fase histórica de predominio del capital financiero, que embolsaría altos beneficios, 
succionando al capital productivo. Ésta es una tesis muy importante en el pensamiento 
de Lenin, que a su vez encontramos fuertemente desarrollada en Hilferding. En muchos 
autores de la dependencia se mantuvo la visión acera de la preeminencia del capital 
financiero, y del impulso al estancamiento que derivaba de ella. Pero esencialmente esta 
problemática adquiriría una relevancia en los años ochenta y noventa en el pensamiento 
crítico y radical, cuando la CD, como corriente más o menos formalmente reconocida, 
había entrado en una fase de desintegración. 
Destacamos por último, entre los antecedentes teóricos y políticos que llevan al 
surgimiento de la CD, el aporte de Paul Baran (1969). En este libro, de 1954, sobre 
economía política del crecimiento, Baran anticipó prácticamente todas las hipótesis 
centrales que mantuvieron luego los autores de la CD, al punto que en las discusiones 
sobre la dependencia de los años sesenta y setenta normalmente se lo incluía dentro de 
la corriente.14 Sostuvo que las causas del atraso, la miseria y el subdesarrollo de los 
países de la periferia no se debía a causas internas, sino al sometimiento y explotación a 
que habían estado sometidos por parte de las potencias. El caso más representativo era 
la India, cuya economía había sido devastada por el colonialismo inglés. Baran se 
apoyaba en datos de estadígrafos hindúes, que calculaban que Gran Bretaña se 
apropiaba anualmente de aproximadamente el 10% del producto bruto de la India. 
Planteaba así la idea del “drenaje” o “transfusión” de los recursos de la periferia hacia 
el centro. El excedente económico se obtenía “de las masas subalimentadas, 
semidesnudas, mal alojadas y agotadas por exceso de trabajo” (Baran, 1969, p. 172). 
Inevitablemente, la India se subdesarrollaba en tanto Gran Bretaña se desarrollaba. La 
conexión de la periferia con el capitalismo frenaba el desarrollo; “…no puede haber 
duda de que si la cantidad de excedente económico que Gran Bretaña extrajo de la India 
hubiese sido invertido en esta última, el desarrollo económico de la India tendría en la 
actualidad poca similitud con este cuadro sombrío” (ídem). La contracara de esta 
11 También en Hilferding, que escribe: “la exportación de capital… ha acelerado enormemente la 
subversión de todas las viejas relaciones sociales y la difusión del capitalismo por el globo” (Hilferding, 
1974, pp. 362-363). La idea de que la entrada del capital extranjero promovería el desarrollo en la 
periferia ya había sido adelantada por Marx; por ejemplo, cuando se refirió a los efectos beneficiosos, a 
largo plazo, para el desarrollo del capitalismo, que tendrían los ferrocarriles británicos en la India. 
12 Como ha señalado Palma, este Congreso debe ser considerado como “el punto de transición del enfoque 
marxista respecto a la progresividad del capitalismo en las regiones atrasadas” (Palma, 1987, p. 46). 
13 Por ejemplo en Amin (1975) y (1986) y Palloix (1971). 
14 Una visión opuesta de la que presentamos aquí sobre la influencia de Baran es la de Cardoso (1977). 
Cardoso relativiza la influencia de Baran en el origen de la dependencia, diciendo que Baran no escribió 
nada que ya no estuviera presente en la perspectiva del pensamiento crítico en América Latina antes de 
1960. De todas maneras es un hecho que el libro de Baran fue el único trabajo que en que aparece una 
exposición sistemática de las ideas centrales que luego levantaría la CD para dar cuenta del atraso en los 
países latinoamericanos. 
situación era Japón. Japón había sido el único que había escapado del atraso porque 
había sido el único país que se había salvado de convertirse en una colonia o en una 
dependencia del capitalismo avanzado. Por eso había tenido la oportunidad de tener un 
“desarrollo nacional independiente” (ídem, p. 183). 
Pero Baran no sólo denunció el colonialismo, el robo y el pillaje, sino también planteó 
que la inversión extranjera directa de los países centrales en los países atrasados 
provocaba subdesarrollo y atraso. Sostuvo que la entrada de capitales era muy reducida, 
y que al poco tiempo existía una salida neta de recursos debido a la remesa de 
utilidades, pagos de regalías, patentes, intereses, etc., por parte de los monopolios.15 En 
consecuencia era mucho más lo que sacaban los imperialistas con sus inversiones de los 
países atrasados, que lo que aportaban. Lo cual generaba subdesarrollo y atraso. 
Además, los monopolios extranjeros actuaban en combinación con las oligarquías 
locales, conformando una alianza que impedía el progreso de las fuerzas productivas. 
Esto tenía consecuencias en las balanzas de pagos, y generaba crisis recurrentes. De esta 
manera Baran negaba la idea de Lenin, Marx o Hilferding, sobre que la entrada del 
capital extranjero podría generar desarrollo de las fuerzas productivas, y acumulación de 
capital nativo en la periferia. La expansión del capitalismo ya no cumplía ninguna 
misión históricamente progresiva, a diferencia de lo que pensaba Marx. Baran sostenía 
que debido a esta dominación imperialista y de las oligarquías, las relaciones 
capitalistas no se podían extender plenamente en los países atrasados, y caracterizaba a 
los regímenes periféricos como “mercantil-feudales”. De su tesis se desprendía, además, 
que existía una relaciónde explotación, no colonial, de los países atrasados por los 
Estados imperialistas. Estas posiciones se combinaron y potenciaron luego con la 
explicación más general de Baran y Sweezy (1982) sobre el capital monopolista, donde 
se reafirmaba la tesis de la explotación de los países atrasados por parte de los 
adelantados. El texto de Baran y Sweezy fue aceptado por los autores de la CD como 
una puesta a punto y actualización de las tesis clásicas sobre el imperialismo y la 
preponderancia de los monopolios. La revista norteamericana Monthly Review, que se 
ocupó de ampliar y profundizar esta perspectiva, también tuvo amplia influencia en el 
dependentismo. 
La tesis del intercambio desigual
En los años 1960, y en paralelo con la consolidación de la CD, aparece la tesis del 
intercambio desigual, de Arghieri Emmanuel. Emmanuel (1972) sostuvo que los países 
atrasados transferían valor a los países adelantados por los mecanismos de mercado. A 
diferencia de Prebisch, planteaba que esto no se debía a que las exportaciones de la 
periferia estuvieran constituidas por materias primas, sino que correspondía a todos los 
productos de los países atrasados. Presentaba el caso, entre otros, de la madera de 
Suecia, una materia prima que se exportaba, y que no sufría el intercambio desigual. En 
cambio los productos de los países atrasados sí lo padecían. El origen ultimo del 
intercambio desigual, según Emmanuel, eran los salarios extremadamente bajos que se 
pagaban en los países atrasados. Esto posibilitaba altas tasas de plusvalía; dada la 
igualación de las tasas de ganancia, se generaba una transferencia de valor desde los 
países atrasados a los adelantados. 
Emmanuel sostenía entonces que había explotación de los países atrasados por parte de 
los países adelantados, aunque ya no se tratara de explotación colonial. A partir de aquí 
concluía que no había posibilidad de establecer un programa socialista unificado de los 
15 “los países subdesarrollados… en conjunto, han enviado continuamente una gran parte de su excedente 
económico hacia los más adelantados, bajo la forma de intereses y dividendos” (Baran, 1969, p. 211). 
obreros del mundo, ya que los trabajadores de los países adelantados participaban de la 
explotación de los obreros de los países atrasados. Esto generó muchas críticas contra 
Emmanuel, algunas muy violentas.16 La tesis de Emmanuel también fue criticada porque 
parecía afirmar –aunque Emmanuel lo negó– que los bajos salarios en los países 
atrasados eran una variable independiente, y que el intercambio desigual podría 
desaparecer, en consecuencia, con sólo elevarlos. 
A pesar de esos cuestionamientos, la tesis del intercambio desigual fue adoptada por 
muchos autores de la CD. Tal vez uno de los que más profundizó en la cuestión fue 
Samir Amin, quien procuró demostrar que los salarios bajos en la periferia se debían al 
atraso de las fuerzas productivas, y a la permanencia de formaciones precapitalistas 
(véase más abajo). En la explicación de Amin (1986) esto se combinaba con la acción 
de los monopolios. Sostenía que la mayoría de las materias primas que exportaban los 
países atrasados estaban controladas por los monopolios; las transferencias de valor 
estaban en consecuencia muy influenciadas por factores políticos. En este sentido 
reivindicaba el análisis de Prebisch, en tanto apuntaba al rol de los monopolios en el 
fenómeno.17 
También Mandel (1979) adoptó la tesis del intercambio desigual, aunque dio una 
explicación distinta. Sostuvo que los países atrasados, al emplear más mano de obra en 
promedio que los países adelantados –debido al atraso tecnológico– generaban más 
valor que los países adelantados; ese valor se transfería al centro a través del 
intercambio. Una línea de pensamiento que luego continuaron, en las décadas de 1980 y 
1990, los economistas marxistas Shaikh y Carchedi. A pesar de estos matices, Mandel y 
Amin coincidían en que el intercambio desigual se había convertido en el principal 
mecanismo de la periferia por el centro, después del debilitamiento y posterior 
desaparición del sistema colonial, en los años sesenta y setenta. 
Es a partir de todas estas categorías, dominio de los monopolios, sistema colonial (o 
neo-colonial), intercambio desigual, predominio del capital financiero, que la CD 
plantea que el subdesarrollo es sistémico. 
La CD, unidad y divergencias 
Hasta el momento nos hemos referido a la “corriente” de la dependencia y no a una 
“teoría” de la dependencia. Esto se debe a que es imposible englobar en una misma 
escuela a los autores que se autodefinieron como “teóricos de la dependencia”; una 
cuestión que señala, entre otros, Palma (1987). Pero sí existieron algunas características 
comunes, y muy importantes, que habilitan a hablar de una corriente. Tal vez las 
esenciales fueron la tesis de la imposibilidad de un desarrollo capitalista autónomo de 
los países de la periferia, y la idea de que estos países eran dependientes, en el sentido 
que estaban oprimidos y explotados por los monopolios y el sistema imperialista. 
También hubo un acuerdo entre los miembros de la CD en que esta situación generaba 
el atraso de los países dependientes, y el desarrollo en los países imperialistas; y en la 
crítica de las estrategias stalinistas, y de las visiones burguesas mecanicistas del 
desarrollo. A partir de estos puntos en común mínimos, sin embargo, se advierte un 
mosaico de posturas. Por eso no es de extrañar que ya en los sesenta Cardoso señalara 
16 Este problema planteado por Emmanuel nunca fue respondido, a nuestro modo de ver, de forma 
acabada. De hecho, ya en Lenin encontramos esbozada esta idea, cuando afirma que en los países 
centrales hay una aristocracia obrera que vive a costa de la explotación de las colonias.
17 Véase nuestra discusión sobre la hipótesis de Prebisch, y el papel del precio monopólico en el capítulo 
ocho. Amin, a igual que Emmanuel, señalaba que los productos primarios de exportación de los países 
adelantados no estaban sometidos al deterioro de los términos de intercambio; por ejemplo, la lana de 
Australia o el trigo de Estados Unidos. 
que los autores de la CD tenían interpretaciones “discordantes entre sí en puntos 
significativos” (citado por Bambirra). En 1981 Chilcote constataba, haciendo una 
especie de balance, que la corriente no había provisto ninguna teoría nueva del 
imperialismo, y agregaba: “Aquellos interesados en la dependencia han reconocido que 
no existe una teoría general y unificada, y que la confusión sobre la terminología ha 
desviado la investigación de preocupaciones centrales” (Chilcote, 1981, p. 15). Y en su 
reseña y balance sobre la CD, Palma (1987) reconocía que la dependencia nunca había 
logrado unificar una teoría. Por este motivo la mejor forma de tener un panorama de qué 
fue la CD es sintetizando las posiciones de sus principales exponentes, y sus diferencias. 
A su vez, esto sirve para aclarar una cuestión que a veces se confunde, a saber, que 
muchas críticas que se piensa estuvieron dirigidas a la CD, fueron en realidad críticas de 
autores de la corriente dirigidas a otros miembros de la misma. 
André Gunder Frank
Frank trabajó inicialmente en Chile, donde en la década de 1960 se concentró gran parte 
del pensamiento de la dependencia. Nunca se reivindicó marxista, pero usó hasta cierto 
punto categorías del marxismo. Su tesis, en principio, es muy sencilla. Dice que cuando 
los países se vinculan al mercado mundial se acrecientan las diferencias de sus 
economías, porque se produce una transferencia de excedente de un país al otro.18 De 
manera que pequeñas diferencias iniciales van creciendo exponencialmente, una 
minoría se desarrolla y unamayoría de países se subdesarrolla. Por eso, según Frank 
cuanto más se ligan los países de la periferia al mercado mundial, más se 
subdesarrollan. Por ejemplo, el norte de Brasil se vinculó tempranamente de manera 
intensa al mercado mundial, experimenta un cierto auge, pero luego cae en la 
decadencia. El Potosí también se liga al mercado mundial, en la época de la colonia, con 
la explotación de la plata, conoce el esplendor, y finalmente se subdesarrolla 
profundamente. En cambio, cuando los países toman distancia del mercado mundial, 
crecen. Por ejemplo, y siempre según Frank, Chile se habría desarrollado 
poderosamente entre 1940 y 1948, cuando estuvo aislado del mercado mundial. 
Se trataba entonces de una visión que ha sido calificada de “circulacionista”, porque 
parece decir que con la circulación de las mercancías a través del comercio mundial se 
producen el subdesarrollo y desarrollo. Un enfoque que, como hemos visto, ya estaba en 
Baran. 
La idea central de Frank entonces es que el desarrollo de los países adelantados se debe 
a la transferencia de recursos de los países subdesarrollados, que se produce a través del 
mercado mundial. De la misma manera, planteaba que las sociedades campesinas eran 
explotadas por las burguesías locales urbanas. Así había una suerte de cadena de 
transferencia de excedente entre metrópolis, submetrópolis y regiones atrasadas, que 
conectaba al último campesino de la periferia con los centros imperialistas más 
avanzados. Como una consecuencia de este enfoque, las contradicciones fundamentales 
se ubicaban al nivel de metrópolis y países dominados; o metrópolis, submetrópolis y 
regiones explotadas. Las contradicciones de clase parecían pasar a un plano secundario, 
una cuestión que le fue muy criticada.
Por otra parte, y en crítica de la tesis sobre las “estructuras semi-feudales y 
precapitalistas” de América Latina, Frank sostuvo que la región había sido capitalista 
desde la colonización. Para esto definía el capitalismo como un sistema que produce 
para el mercado, y no por la relación de trabajo asalariado, como hace Marx. Dado que 
la producción de América Latina desde el origen del dominio colonial fue organizada 
18 Véase Frank (1973). 
para la exportación, Frank concluía que no se podía hablar de feudalismo, y sí de 
capitalismo. La economía latinoamericana desde el siglo XVII en adelante había sido un 
satélite de las metrópolis, dentro de la economía mundial capitalista. 
La caracterización de Frank de la sociedad latinoamericana como capitalista dio lugar a 
múltiples debates. Sus críticos señalaron principalmente que los regímenes sociales 
debían determinarse a partir de las relaciones sociales de producción.19 
Al margen de esta discusión, Frank sostenía una tesis que, de alguna manera, fue 
compartida por muchos autores de la CD, e incluso por muchos de sus críticos. 
Afirmaba que el capitalismo latinoamericano no podía desplegar una lógica de 
reproducción ampliada y acumulación, como se describe en El Capital, por ejemplo. El 
desarrollo sería entonces un “lumpen-desarrollo”. De aquí también que no hubiera una 
clase capitalista con raíces propias, sino una “lumpen-burguesía”.20 Se trataba de un 
enfoque claramente estancacionista. 
Destaquemos que luego de sus primeros escritos, Frank respondió a las críticas que se le 
dirigían, matizando el “ciculacionismo”. Admitió que había que tener en cuenta los 
factores internos de los países, en especial el rol de la lucha de clases.21 Sin embargo se 
trató, en nuestra opinión, de concesiones más bien de formulación que de contenido. Es 
que si bien escribe que “sí, es más importante plantear y entender el subdesarrollo en 
términos de clases” (Frank, 1987, p. 9), sin embargo mantiene, en esencia, que esa 
estructura de clases era el resultado “de lo externo”. Así, la conquista colonial habría 
“formado” en América Latina su estructura económica y de clases, que a su vez habría 
generado “políticas de subdesarrollo en lo económico, social, cultural y político” (ídem, 
p. 23). De la misma manera el imperialismo transformaba “la estructura económica y de 
clases” de los países latinoamericanos; y el neo-imperialismo “volvía a transformar la 
estructura económica y de clase en nuestros días” (ídem, p. 27). En definitiva, el factor 
decisivo continuaba siendo el “externo”. Por eso mismo la centralidad de las 
contradicciones de clases no termina por establecerse en su obra. 
Desde el punto de vista político, en su obra más madura Frank, adoptó la tesis de la 
“economía mundo”. Según esta visión, que compartió con Wallerstein, toda economía 
“nacional” debía pensarse como parte de una totalidad mundial.22 Esto lo llevó a tomar 
distancia con respecto al objetivo de la mayoría de los autores de la CD, de conseguir un 
desarrollo autónomo e independiente de los países de la periferia. En su visión era 
imposible construir incluso un socialismo aislado; una tesis que compartía con los 
trotskistas.
Fernando Enrique Cardoso
El segundo autor que destacamos es Cardoso, quien junto a Faletto escribe en 1973 un 
libro, Dependencia y desarrollo en América Latina, que todavía hoy es citado y 
estudiado. Cardoso y Faletto criticaron a Frank, sosteniendo que sus análisis eran 
demasiado mecánicos, y caían en el determinismo economicista, en el sentido que “lo 
externo” (el imperialismo) determinaba rígidamente el curso de los países periféricos, 
anulando en el análisis “lo interno”, esto es, las estructuras sociales y las luchas de 
clases. En consecuencia Cardoso y Faletto subrayaron que debía tenerse en cuenta la 
especificidad de las situaciones de la dependencia. Lo externo no podía ser una 
entelequia, había que estudiar concretamente cómo reaparecía en el análisis de cada 
19 Véase Laclau (1984), Brenner (1979).
20 Véase Frank (1987). Baran ya había utilizado el término “lumpenburgués” para referirse a la clase 
mercantil de los países atrasados. 
21 Véase el “Mea Culpa” con que abre Frank (1987). 
22 Véase, por ejemplo, Frank (1979a) y (1988); también Wallerstein (1979). 
economía local, en los diversos períodos históricos. El imperialismo implicaba que lo 
externo se internalizaba, se traducía en formas de dominación a través de Estados y 
clases sociales –o fracciones de clases–, con sus alianzas y enfrentamientos. Por eso 
Cardoso y Faletto afirmaron que lo decisivo para explicar el subdesarrollo son las 
relaciones de fuerza y las alianzas de clases al interior de los países. Por lo cual hicieron 
un análisis centrado en las relaciones y luchas de clases sociales, y en las relaciones de 
poder que se establecen en cada país. A partir de sostener que el imperialismo no 
determinaba de forma unívoca el estancamiento, y que el curso de los acontecimientos 
depende en gran medida “de lo interno”, quedaba abierta la posibilidad de que hubiera 
desarrollo, aunque condicionado y dependiente, en la periferia. Esta idea se fortalecería 
luego en Cardoso. Por ejemplo, en Cardoso (1977) aparece claramente una toma de 
distancia con la idea del estancamiento permanente en la periferia que defendía Frank; y 
con la tesis de la “súper-explotación” y el subconsumismo de Marini. Más 
precisamente, y en contraposición con la idea de que en los países atrasados no había 
dinamismo a causa del imperialismo, Cardoso admitía que la penetración del capital 
industrial y financiero aceleraba la producción de plusvalía relativa e intensificaba las 
fuerzas productivas. Esto porque el imperialismo moderno difería del que había 
analizado Lenin. Ahora la inversión extranjera, seguía Cardoso, se volcaba a la 
industria, no sólo a la producción de materias primas, y además los capitales locales 
participaban en esasempresas. Por lo tanto el desarrollo capitalista dependiente se había 
convertido en una nueva forma de expansión del capital monopólico en el Tercer 
Mundo. 
De todas maneras Cardoso mantuvo una idea básica, común en la CD, a saber, que las 
burguesías nativas están no sólo conectadas a la burguesía de los países imperialistas, 
sino también subordinadas a ella. Por eso el Estado en los países de América Latina era 
un “instrumento de la dominación económica internacional” y las clases dominadas 
locales sufrían “una doble explotación” (Cardoso, 1977, p. 13).23 Por eso el desarrollo 
dependiente encerraba una suerte de explotación del país atrasado por los oligopolios 
multinacionales, a través de la apropiación desigual del excedente. 
Theotonio Dos Santos
El brasileño Dos Santos también jugó un rol destacado en la CD. Su tesis central fue “la 
nueva dependencia”, que compartió Vania Bambirra.24 Con esto buscaban entender qué 
forma adoptaba la dependencia a partir de la entrada del capital extranjero en el sector 
manufacturero de los países atrasados. Dos Santos sostuvo que Lenin se había 
equivocado al pensar que la inversión extranjera generaría desarrollo capitalista en la 
periferia, ya que la realidad demostraba que el capital monopolista se aliaba con los 
factores que mantenían el atraso, y el subdesarrollo. 
Por otra parte, no compartió la caracterización de Frank de América Latina como 
capitalista desde la colonización, y sostuvo que se trataba de una “economía colonial 
exportadora” (Dos Santos, 1975, p. 178). También a diferencia de Frank, dio más 
importancia a las estructuras económico-sociales de los países latinoamericanos, pero 
fundamentalmente planteó que el poder económico y social de los países más 
avanzados, y de los monopolios imperialistas, les permitía imponer una situación de 
23 Es sorprendente la similitud entre esta caracterización de Cardoso de las burguesías de los países 
atrasados, y la que había dado Trotsky en los años treinta. Trotsky sostuvo que la burguesía de los países 
semicoloniales (también la de los coloniales) era una clase “semi-gobernante, semi-oprimida” (Trotsky, 
1937). Agreguemos que consideraba que México, por ejemplo, era un país semicolonial; en este sentido 
difería de la manera en que Lenin empleaba el término (véase el capítulo 14). 
24 Nos basamos en Dos Santos (1968) y (1975). 
dependencia a los más atrasados. La dependencia era entonces una situación 
condicionante, esto es, una situación en que las economías de un grupo de países, los 
dependientes, estaban condicionadas por el desarrollo y la expansión de las economías 
de otros países, los dominantes. En tanto los países dominantes podían expandirse y 
autoimpulsarse, los dependientes “sólo lo pueden hacer como reflejo de esa expansión, 
que puede actuar positiva o negativamente” (p. 180). Los países dependientes estaban
…en retraso y bajo la explotación de los países dominantes. Los países dominantes disponen así 
de un predominio tecnológico, comercial, de capital y sociopolítico sobre los países 
dependientes… que les permite imponerles condiciones de explotación y extraerle parte de los 
excedentes producidos interiormente (Dos Santos, 1975, p. 180). 
La dependencia suponía entonces explotación y extracción del excedente de los países 
atrasados. Una situación que permitía el desarrollo industrial de algunos países, “y 
limita ese mismo desarrollo en otros, sometiéndolos a las condiciones de crecimiento 
inducido por los centros de dominación mundial” (ídem). Dos Santos concluía que la 
dependencia de América Latina continuaría en tanto no pueda transformarse “en una 
economía autosostenible o independiente” (ídem, p. 181). Los países que habían roto 
con la dependencia eran los que –fines de la década de 1960– habían buscado consolidar 
una economía “independiente”, como sucedía con “los países socialistas del Tercer 
Mundo, como China, Corea, Vietnam y Cuba” (ídem, p. 182) 
Ruy Mauro Marini 
Marini se reivindicaba marxista y aplicó las categorías del marxismo al análisis del 
subdesarrollo. Debido a estas características, el análisis de su obra tiene mucho interés 
para nuestra discusión, y le dedicamos en otros capítulos una discusión especial. 
Samir Amin y Ernest Mandel
Mencionamos por último al belga Ernest Mandel, dirigente de la Cuarta Internacional; y 
al egipcio Samir Amin, aunque sólo este último puede considerarse propiamente de la 
CD. 
Tanto Mandel (1979) como Amin (1975, 1984) compartieron la idea, común a casi toda 
la CD, de que los monopolios frenaban el desarrollo en la periferia, imponiendo los 
precios y sus estrategias. Esto es, su pensamiento era también estancacionista. Como ya 
señalamos, pensaban también que operaba el intercambio desigual, que se había 
convertido en la principal palanca para la transferencia de valor hacia los países 
adelantados. Lo cual tenía consecuencias para los países atrasados, ya que impulsaba el 
mantenimiento de estructuras precapitalistas. Por ejemplo, Amin sostenía que en África 
era del interés del capital imperialista y de las burguesías locales que hubiese 
comunidades precapitalistas para suministrar mano de obra barata a las plantaciones, las 
minas y grande empresas; lo cual permitía los salarios bajos, que a su vez eran centrales 
para el mecanismo del intercambio desigual.25 Mandel sostuvo una tesis similar. Por 
este motivo Mandel y Amin plantearon que había que entender al mercado mundial 
como una articulación de modos de producción precapitalistas y capitalistas, donde el 
capitalismo bloqueaba el desarrollo hacia el capitalismo de las formas precapitalistas.26 
25 También sostienen esta posición, entre otros, Meillasoux (1982), Phillipe Rey (1976), Palloix (1971) y 
(1975). Laclau (1984). Por ejemplo, Laclau consideraba que las formaciones precapitalistas eran una 
“condición inherente al proceso de acumulación de los países centrales” (p. 41). 
26 También Palloix sostenía que la economía mundial sólo podía concebirse como un complejo de 
formaciones sociales capitalistas y precapitalistas, porque el capitalismo no podía reproducirse sobre 
bases propias; véase Palloix (1971) y (1975). Es de destacar la continuidad con la tesis clásica del 
Obsérvese que ésta es una concepción muy distinta de la dualista. En el pensamiento de 
Amin o Mandel el modo de producción capitalista domina al precapitalista, lo bloquea 
en su desarrollo, y lo conserva, porque le es funcional. Se produce entonces una 
articulación de modos de producción, o lo que en el marxismo se conoció como 
“formación económico-social”. Por este motivo Mandel (1979) polemizó con la idea de 
Bujarin (1971), que pensaba en una tendencia hacia un mundo capitalista homogéneo. 
Mandel afirmaba que eso era imposible de alcanzarse, y que el mercado mundial debía 
concebirse como una articulación de modos de producción. 
También en Mandel, pero principalmente en Amin, está presente la idea de que la falta 
de poder adquisitivo de las masas populares, sumidas en la pobreza y la súper-
explotación, impedía el desarrollo, dadas las limitaciones de los mercados internos. Por 
este motivo Amin, por ejemplo, sostenía que la producción manufacturera de los países 
subdesarrollados en los años 1950 y 1960 sólo satisfacía la exportación y la demanda 
suntuaria de la burguesía “compradora”. 
Capítulo 2
Dependencia y subimperialismo en Ruy Mauro Marini
En este capítulo profundizamos en el estudio de la CD a través del análisis de las 
principales ideas de Ruy Mauro Marini, teórico y militante brasileño, nacido en 1932 y 
fallecido en 1997. Marini fue uno de los autores de la corriente que aplicó de forma más 
sistemática la teoría de Marx, y abordó desde la perspectiva de la ley del valor trabajo elcomplejo problema que planteaba, ya claramente desde mediados de los sesenta, la 
internacionalización del capital productivo. Esto significa que rechazó las tesis sobre el 
subdesarrollo basadas en la presión militar o diplomática –o sea, en la coerción 
extraeconómica– e intentó una explicación integral, sustentada en la dialéctica del valor 
imperialismo, sobre el “agotamiento” de los resortes internos, capitalistas, de la acumulación en el centro. 
y la teoría de la plusvalía y de la acumulación de Marx. Además fue consciente de que 
no podía seguir analizándose la economía de Brasil como simple apéndice “neo-
colonial” del imperialismo, ni al Estado brasileño de los sesenta como una “marioneta 
de los yanquis”. Sus análisis abrían entonces la posibilidad de una renovación profunda 
de las visiones que se arrastraban desde la teoría leninista del imperialismo, que él 
mismo reivindicaba. Analizamos entonces con algún detalle sus principales posturas, 
que discutiremos, desde el punto de vista de la teoría del valor de Marx, en el capítulo 
cuatro.
Las raíces de la dependencia 
En Marini (1973) encontramos un panorama de su visión sobre las raíces y la dinámica 
de la dependencia. Sostiene que en su origen América Latina tenía como función 
proveer de alimentos baratos a los países desarrollados. Este comercio iba acompañado 
del deterioro de los términos de intercambio, pero lo importante es que, según Marini, 
este deterioro debía tener fundamentos económicos, esto es, explicarse por la ley del 
valor en el mercado mundial. Plantea que a medida que el mercado mundial alcanza 
formas más desarrolladas, el uso de la violencia política y militar para explotar a las 
naciones más débiles se vuelve superfluo, y la explotación internacional pasa a 
depender progresivamente de la reproducción de relaciones económicas, que perpetúan 
el atraso y la debilidad de las naciones atrasadas. Esto es, al ampliarse el mercado 
mundial, en la visión de Marini, se amplía la acción de la ley del valor. Encontramos 
entonces dos ideas claves, a saber, por un lado la centralidad de la ley del valor para 
explicar los fenómenos del atraso, y por otra parte que la explotación se da entre 
naciones. 
Por otra parte Marini piensa que el análisis debe centrarse en la producción, pero que 
esto es cierto para los países centrales, ya que el capitalismo dependiente está 
condicionado por la circulación. Esto porque en su visión se produce un intercambio 
desigual a partir del comercio entre las naciones adelantadas que exportan bienes 
manufacturados a las naciones atrasadas, y de estas últimas que exportan bienes 
primarios a las primeras. Ese intercambio desigual se genera porque los países que 
producen bienes manufacturados –que no producen los países atrasados– pueden fijar 
precios por encima de sus valores, obteniendo ganancias superiores y configurando así 
un intercambio desigual. Existe por lo tanto una transferencia de valor, fundada en el 
poder del monopolio; una explicación similar a la de Amin. 
Esta situación explica a su vez que en América Latina la clase dominante busque 
compensar esa pérdida de plusvalía recurriendo a la superexplotación del trabajo. Por 
superexplotación se entiende la intensificación de los ritmos de producción, la 
prolongación de los tiempos de trabajo y la expropiación de parte del trabajo necesario 
para reponer el valor de la fuerza de trabajo. En una palabra, la fuerza de trabajo no se 
paga por su valor. Esto es posible, según Marini, por la sobreabundancia de mano de 
obra, fenómeno que tiene su raíz en las estructuras de propiedad de la tierra altamente 
concentrada. De esta manera se configura un modo de producción “fundado 
exclusivamente en la mayor explotación y no en el desarrollo de su capacidad 
productiva” (1973).
La superexplotación juega, por lo tanto, el rol central, y se vincula orgánicamente con 
las leyes de la acumulación del capital a escala mundial. Esto porque las exportaciones 
desde la periferia favorecen la acumulación en los países centrales, gracias al 
abaratamiento de los medios de subsistencia de los obreros de estos países, lo que a su 
vez retrasa la caída de la tasa de ganancia. Así, la superexplotación es un resultado de 
las leyes del capital operando a escala mundial.
Por otra parte sostiene que en la primera etapa de inserción de las economías periféricas 
en el mercado mundial no existen problemas de realización, a pesar de que la 
superexplotación deprime el mercado interno, ya que la venta se produce en el mercado 
mundial. El capital puede superexplotar sin preocuparse por la reproducción de la fuerza 
de trabajo –la oferta de trabajo es abundante– ni por la realización del producto. 
Paralelamente las ganancias capitalistas inducen a un consumo que se abastece con 
importaciones, en base a la plusvalía que no se acumula. En consecuencia se produce 
una estratificación del mercado interno, donde las esferas altas se vinculan con la 
producción mundial a través de las importaciones.27 De esta manera se configura una 
situación de dependencia, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones 
subordinadas son modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de 
la dependencia. 
Es sobre esta relación que se va a desarrollar la industrialización por sustitución de 
importaciones. Sin embargo la industrialización por sustitución de importaciones en 
Argentina, Brasil, México y otros países no llega a conformar, por lo menos en su 
primera etapa, una verdadera economía industrial que implique un salto cualitativo en el 
desarrollo económico. Es que la industria siguió siendo una actividad subordinada a la 
producción y exportación de productos primarios. Sólo cuando se produce la crisis de 
los treinta se obstaculiza la acumulación basada en el mercado externo, y el eje de la 
acumulación se desplaza a la industria. A partir de entonces la demanda de bienes que 
consumen los capitalistas se recentra hacia el interior, lo que parece articular 
nacionalmente las economías. Es sobre esta base, sigue Marini, que se despliega el 
desarrollismo latinoamericano de los cincuenta, encarnado por la CEPAL. Lo central sin 
embargo es que permanecían los obstáculos para la industrialización, porque ésta se 
había producido sobre la base de la economía exportadora, sin que se efectuaran las 
reformas estructurales que generaran un marco adecuado para la industrialización. La 
superexplotación representaba una traba fundamental para avanzar hacia una estructura 
productiva integrada. Examinemos esta mecánica con cierto detalle. 
Superexplotación y marginación
Una de las cuestiones centrales del planteo de Marini es que la superexplotación y las 
grandes masas de desocupados generan una demanda débil, y por lo tanto una industria 
también débil, que sólo podía ensancharse cuando factores externos, tales como una 
crisis externa, o las limitaciones de los excedentes de las balanzas comerciales, cerraban 
parcialmente el acceso a la importación de las esferas de alto consumo. En 
consecuencia, sigue el razonamiento, la industrialización en América Latina no 
generaba su propia demanda; nacía para atender una demanda preexistente y se 
estructuraba en función de los mercados de los países desarrollados. La demanda de los 
trabajadores no jugaba un rol significativo, como había sucedido en el desarrollo 
capitalista clásico en los países centrales, donde la demanda de bienes salariales había 
sido, y continuaba siéndolo, el motor de la acumulación del capital. De hecho, el 
producto lo realizaban los trabajadores de los países desarrollados; el rol de la clase 
obrera en los países subdesarrollados es de productora,ya que el producto de su trabajo 
27 La preocupación por la estratificación del mercado interno, a partir de la alta concentración del ingreso 
en los estratos superiores de las clases dominantes nativas, y las limitaciones que esto plantea para la 
demanda, y el desarrollo, están presentes en muchos teóricos de la dependencia. Por ejemplo, el tema es 
central en Furtado (1971), (1973). 
es exportado. No hay necesidad de la que clase obrera sea consumidora para la 
realización del producto, porque éste se realiza gracias a la demanda salarial en los 
países adelantados. De esta forma en Marini –como señalan Dore y Weeks (1979)– 
surgía una teoría de los salarios en los países desarrollados, ya que el salario sería 
establecido no en el plano de la producción, sino para permitir la realización del 
producto. Así la contradicción entre el capital y el trabajo en los países desarrollados 
sería superada en la esfera de la circulación, dado que ambos tendrían interés en que 
hubiera salarios altos. De alguna manera esta tesis recuerda la idea de participación de 
los trabajadores de los países adelantados en la explotación de los países atrasados, que 
fue popular en las visiones “tercermundistas”, y también defendió Emmanuel. 
A partir de lo anterior, la industrialización en América Latina da como resultado un 
sector productor de bienes de consumo masivo que, siempre según Marini, es poco 
dinámico, atrasado. Y un sector productor de bienes de consumo de lujo o bienes 
durables –típicamente el automóvil– que es dinámico, y está dirigido a los sectores altos 
y medios burgueses, de fuerte poder adquisitivo. Dentro del sector productor de bienes 
de producción e insumos son dinámicas las industrias que producen insumos para las 
industrias de bienes de lujo. Una acumulación del capital dinámica solo es posible 
cuando existe un consumo masivo creciente; lo que implica mejoras de los salarios a 
medida que aumenta la productividad, generándose así un círculo virtuoso. Pero en 
América Latina la superexplotación no sólo se mantiene, sino también se acentúa 
cuando entra el capital extranjero en la industria, el comercio y los servicios básicos, 
aumentando los obstáculos para avanzar hacia una acumulación dinámica. 
A su vez Marini toma distancia de las tesis más claramente estancacionistas, que eran 
populares entre los autores críticos y heterodoxos. Esto es, la tesis que sostiene que el 
capitalismo en la periferia estaba estancado y las fuerzas productivas no se 
desarrollaban en absoluto. Marini reconoce que con la entrada del capital extranjero en 
América Latina –en especial en Brasil, Argentina, México– avanzan la 
industrialización y la productividad del trabajo. Sin embargo esto da lugar a un 
desarrollo deformado, porque la acumulación basada en la superexplotación obstaculiza 
el tránsito hacia la producción de plusvalía relativa, o sea, basada en la tecnología y la 
productividad del trabajo. Esto sucede porque el fundamento de la dependencia es la 
superexplotación del trabajo, que ahoga la realización de la mercancía. Se genera 
entonces el mercado segmentado, con la consecuencia de una industria crecientemente 
desarticulada. 
Los esquemas de reproducción de Marx y la tesis de Marini
Para profundizar en el planteo hay que tener presente la postura de Marini ante los 
esquemas de reproducción de Marx. Estos esquemas demuestran que, en tanto se 
mantengan ciertas proporciones, en el capitalismo no existirían problemas con la 
realización del producto. Si se toma el modelo más sencillo, de acumulación simple –
esto es, toda la plusvalía se consume– y denominando sector I al productor de bienes de 
producción, y sector II al productor de bienes de consumo, Marx demuestra que la 
realización del producto jamás puede depender exclusiva ni principalmente de los 
salarios. En términos numéricos, y siendo 
c = capital constante; v = capital variable; s = plusvalía: 
I) 4000c + 1000v + 1000s = 6000
II) 2000c + 500v + 500s = 3000
El producto se agota, ya que del valor total de 6000 de medios de producción, 4000 son 
consumidos para la renovación de medios de producción en el sector I; del valor de 
3000 en medios de consumo, 1000 son consumidos por capitalistas y trabajadores del 
mismo sector; y 2000 son consumidos por capitalistas y obreros del sector I, a la vez 
que los capitalistas del sector II disponen entonces 2000 para renovar los medios de 
producción que han consumido. En definitiva, la condición de equilibrio es que v + s de 
I sea igual a c de II. Como puede observarse, según Marx, si los salarios bajan, la 
realización del producto no ofrece problemas en tanto los capitalistas gasten la 
plusvalía. El problema no se modifica si se trata de la acumulación ampliada, esto es, de 
la reinversión de la plusvalía. En este caso la magnitud de los medios de producción 
generada en el sector I debe superar a los medios de producción consumidos; pero 
siempre que la clase capitalista gaste la plusvalía, sea en consumo o acumulación –y 
descontando que la clase trabajadora gasta sus salarios en medios de consumo– no hay 
dificultades con la realización del producto. Una vez más, hay que destacar que los 
salarios solo representan una fracción de esa realización. Más aún, en general nunca la 
venta del producto puede depender del salario; si así fuese el sistema capitalista de 
hecho no podría funcionar. 
Estos esquemas por lo tanto entran en conflicto con la tesis de Marini, ya que 
demuestran que la vitalidad de la acumulación no depende del salario obrero, sino del 
gasto de los capitalistas, y Marini sostiene que en los países dependientes la traba 
fundamental para el desarrollo está en el estrangulamiento de la demanda, debido a los 
bajos salarios y la desocupación.28 ¿Cómo encaja entonces su tesis con los esquemas de 
Marx? 
La respuesta de Marini es que los esquemas de reproducción son modelos abstractos, 
que no tienen aplicación práctica en la medida en que hay que incluir en los análisis los 
aumentos de la productividad, de la composición orgánica del capital, o la 
superexplotación. En su opinión, los esquemas de Marx, tomados de manera abstracta, 
corresponderían a la ley de Say; o sea, a la tesis que dice que toda oferta genera su 
propia demanda. Pero, siguiendo a Lenin, Marini sostiene que el destino último de la 
acumulación es la producción de bienes de consumo, y que el factor dinámico en el 
consumo es el consumo de los sectores populares. De manera que la acumulación 
dinámica del capital sólo sería posible si aumentara el consumo de los sectores 
populares, algo que sucedía en los países desarrollados, pero no podía ocurrir en los 
países dependientes. Hemos señalado cómo incluso Marini piensa que los salarios altos 
en los países adelantados es una condición que permite la realización del producto 
exportado por los países atrasados. 
Plusvalía extraordinaria y acumulación desarticulada
La superexplotación y la desigualdad de la distribución del ingreso permiten entonces 
explicar, según Marini, por qué se reproduce una estructura económica desarticulada, 
donde la industrialización hereda la pauta de consumo que se ha generado en la 
economía exportadora. Es que el desarrollo de la industria del país dependiente se hizo 
fundamentalmente para sustituir importaciones destinadas a las clases medias y altas, o 
28 Los esquemas de reproducción siempre han representado un problema para aquellos teóricos que han 
visto en la realización del producto, y en particular en los bajos salarios, la dificultad fundamental de la 
acumulación capitalista. Es lo que se llama la tesis del subconsumo (véase Bleaney, 1977). No es casual 
que Marx haya formulado la crítica más contundentea la tesis del subconsumo precisamente en la sección 
tercera del tomo II de El Capital, cuando presenta los esquemas de reproducción. 
sea, el 5% aproximadamente de la población total, más el 15% del estrato siguiente 
(Marini, 1974). Para asegurar el dinamismo de esta estrecha franja del mercado, se le 
traspasa poder de compra que correspondería a los grupos de bajos ingresos, o sea, a las 
masas trabajadoras sometidas a la superexplotación. Paralelamente, para aumentar la 
cuota de explotación por mayor productividad del trabajo, se importan capitales y 
tecnología extranjeras. Estas se relacionan con patrones de consumo de sectores de altos 
ingresos, con lo cual se mantiene la tendencia a la compresión del consumo popular. 
Las tecnologías modernas, a su vez, aumentan el desempleo, el subempleo y la 
marginalidad, y ayudan a asegurar la superexplotación. Además la superexplotación 
agudiza la concentración del capital, ya que parte del fondo de salarios va a la 
acumulación. A todas luces es claro que se acentúa el divorcio entre la estructura 
productiva y las necesidades de consumo de las masas. 
Se generan entonces graves desequilibrios intersectoriales, debido a la tendencia al 
crecimiento desproporcionado de la producción de artículos suntuarios (sería un 
subsector IIb, en los esquemas de reproducción), con respecto a la producción de 
medios de producción (I) y bienes de consumo necesario (un subsector IIa). Este 
desequilibrio se combina con el predominio en la producción suntuaria del capital 
extranjero, lo que implica tecnología superior a la media, estructuras monopólicas y 
manipulación de precios. Sin embargo Marini da más importancia a la dinámica en que 
se produce la plusvalía extraordinaria que a las manipulaciones monopólicas de precios 
para explicar el crecimiento desproporcionado (véase Marini 1979). Sostiene que si una 
o algunas empresas consiguen elevar la productividad por encima del promedio de su 
rama productiva, obtendrán plusvalías extraordinarias, debido a la diferencia entre el 
precio que rige en el mercado, y el costo individual del innovador. La plusvalía 
extraordinaria que obtiene el capitalista innovador proviene de una transferencia de 
plusvalía de los otros capitalistas de la rama.29 A su vez, cuando la nueva tecnología se 
generaliza, la plusvalía extraordinaria desaparece y el producto se abarata. Si este 
producto forma parte de la canasta de bienes del trabajador (producida por el sector IIa) 
o constituye un insumo de su producción, el valor de la fuerza de trabajo se abarata y, –
todas las condiciones permaneciendo iguales– aumenta la plusvalía relativa. Pero si el 
aumento de la productividad se registra en el sector IIb, aunque se anule la plusvalía 
extraordinaria obtenida por el capitalista individual –cuando se generaliza la innovación 
tecnológica– ese aumento de la productividad “seguirá traduciéndose en un nivel de 
productividad superior al resto de la economía”. A continuación sostiene que dado que 
el valor de la fuerza de trabajo permanece inalterado, la mayor productividad del trabajo 
se traducirá en un grado de explotación superior y también en una cuota de plusvalía 
superior en la rama en cuestión. Esto es, ahora la plusvalía extraordinaria no constituye 
una transferencia intrasectorial sino que “se sitúa a nivel de las transferencias de valor 
intersectoriales y de las relaciones de distribución en el conjunto de la economía” 
(1979). Además, los productos suntuarios gozan de una mayor elasticidad de demanda, 
debido a los aumentos de plusvalía en la economía y a que parte de esa plusvalía no se 
acumula productivamente. Lo cual permite a los capitalistas de IIb trasladar en menor 
medida los efectos del aumento de la productividad a los precios. 
De manera que existiría una transferencia intersectorial de plusvalía de I y IIa a IIb. 
Como dice Marini, se trataría “de una situación similar a la que alude la noción de 
intercambio desigual en la economía internacional”. Esto a su vez reduce la masa de 
29 Marini (1979) presenta el siguiente ejemplo teórico. Supongamos que dos empresas, A y B, fabrican 
zapatos, siendo A de capital extranjero con mayor tecnología. A logra entonces una plusvalía 
extraordinaria y “la mayor ganancia de A es, en consecuencia, un fenómeno normal, correspondiendo a la 
transferencia de valor al interior de la rama de zapatos” (énfasis añadido). 
ganancia en I y IIa y presiona hacia abajo la tasa de ganancia. Así, IIb obtiene, como 
sector, una plusvalía extraordinaria y presiona hacia abajo la tasa general de ganancia; 
situación que se amplifica donde existe superexplotación. En consecuencia tiende a 
inflarse el sector IIb –que goza de una demanda dinámica, que proviene del consumo de 
plusvalía– y el sector IIa tiene poco dinamismo. La economía está desestructurada, con 
diferentes grados de desarrollo; y los capitales extranjeros que han invertido en IIb 
reciben una plusvalía extra, similar a la que ocurre en el esquema del intercambio 
desigual a nivel del comercio internacional. De esta manera se amplían constantemente 
las brechas: 
a) entre las industrias dinámicas (productoras de bienes suntuarios y de bienes 
intermedios y equipos destinados a éstas) y las industrias tradicionales; 
b) entre las grandes empresas, en su mayoría extranjeras o ligadas al capital 
extranjero, y las empresas medianas y pequeñas (Marini, 1974).
Las ramas que se benefician son las que se separan del consumo popular, y existe una 
desproporción creciente entre la producción y el consumo. Esta contradicción parece ser 
entonces la clave de la dinámica del desarrollo dependiente en Marini. Los graves 
problemas de realización que se presentan a su vez tratan de resolverse con: 
a) la intervención del Estado, creando mercados con obras de infraestructura, 
vivienda, circunstancialmente la compra de armamento, y similares; 
b) la concentración del ingreso para incrementar el poder de compra de los sectores 
que demandan bienes de IIb; 
c) la exportación de manufacturas. 
El ítem (c) apunta a la necesidad de establecer un dinamismo exportador, que es un 
resultado de las leyes propias de la acumulación dependiente, sustentada en la 
superexplotación. De esta manera llegamos al concepto de subimperialismo. 
Observemos que a igual que en las tesis clásicas del imperialismo de Lenin, uno de los 
motivos centrales de la expansión del capital hacia fuera es el agotamiento del mercado 
interno; agotamiento que se da por el bajo poder de consumo de las masas trabajadoras. 
Subimperialismo
La tesis sobre el subimperialismo de Marini se deriva de lo que hemos visto y se 
articula con la idea de que en las décadas de 1960 y 1970 se había producido una 
diversificación y extensión de la industria manufacturera a escala mundial, lo que 
resultaba en el escalonamiento y jerarquización de los países capitalistas en forma 
piramidal, con el surgimiento de nuevos centros medianos de acumulación. Esto es, de 
potencias capitalistas medianas, lo que lleva a hablar de la emergencia de un 
subimperialismo. Se trataba de un proceso al mismo tiempo de diversificación e 
integración, con una superpotencia a la cabeza, Estados Unidos. De hecho Marini estaba 
registrando la internacionalización del capital, y el fortalecimiento de centros de 
acumulación en las periferias. Como explica Marini (1977), en Argentina, Brasil y 
México en particular, se había registrado una fuerte entrada de inversión extranjera 
directa desde el fin de la Segunda Guerra. De esta manera el capital extranjero había 
reconquistado los mercados internos, ya no a través del comercio, sino de la producción.Se estaba, en esencia, ante la internacionalización del sistema productivo nacional y su 
integración a la economía capitalista mundial. Ya no se trataba de una integración 
productiva mediante enclaves, de una simple anexión de áreas de producción, 
extractivas o agrícolas a los centros industrializados, sino de la vinculación del capital 
extranjero a un sector de la estructura productiva nacional. 
Una consecuencia de esta entrada de inversiones extranjeras había sido una mayor 
concentración del capital (mayor aún que en los países desarrollados) y la formación de 
un estrato de grandes empresas con una superioridad abrumadora con respecto al resto. 
Pero dadas las limitaciones estructurales de los mercados internos para las industrias 
dinámicas, era imperioso impulsar las exportaciones manufactureras, y de ahí, en 
opinión de Marini, la necesidad de desplegar una política imperialista. Brasil habría 
sido el país donde el fenómeno se había dado de manera más acentuada, dando lugar a 
un subimperialismo; la expansión subimperialista sería el resultado de las dificultades 
estructurales de la economía para la realización del producto. Por lo tanto el 
subimperialismo sería la forma que asume la economía dependiente al llegar a la etapa 
de los monopolios y el capital financiero. Implicaba dos componentes básicos: por un 
lado, una composición orgánica del capital media en la escala mundial de los aparatos 
productivos nacionales. Por otra parte, una política expansionista relativamente 
autónoma, que se acompañaba de una mayor integración al sistema productivo 
imperialista y se mantenía en el marco de la hegemonía ejercida por el imperialismo a 
escala mundial. En América Latina sólo Brasil expresaría auténticamente este 
fenómeno; en Asia el rol lo jugaría el Irán del Sha, e Israel en Oriente Medio. 
Por otra parte el subimperialismo brasileño no sería solo la expresión de un fenómeno 
económico, sino también el resultado del proceso de la lucha de clases y del proyecto 
político definido por el equipo tecnocrático militar que había asumido el poder en 1964. 
Con respecto a la lucha de clases, sería la respuesta a un ascenso de las luchas de las 
masas obreras y populares, iniciado en América Latina a mediados de los cincuenta, y 
que había tenido su pico en el triunfo de la Revolución Cubana. Marini también subrayó 
la intencionalidad ideológica del Estado militar brasileño, que habría adoptado de 
manera consciente el objetivo de transformarse en un centro desde el cual se radiaría la 
expansión imperialista en América Latina. 
Este análisis se oponía así al diagnóstico simplista de muchos que inicialmente 
caracterizaron al gobierno militar brasileño como una simple una marioneta de Estados 
Unidos. Marini criticó la tesis de que el Estado militar brasileño fuera un simple títere 
de Washington. En su opinión se trataba de un proyecto integrado con el imperialismo, 
pero relativamente autónomo, que respondía a las contradicciones internas que 
enfrentaba la acumulación dependiente, en un contexto internacional específico. En este 
último respecto el subimperialismo brasileño se explicaba y combinaba con la 
internacionalización del capital. Esa situación internacional se articulaba con una 
dinámica interna específica que no se podía pasar por alto. 
En este marco, el Estado servía como mediación negociadora con las potencias. Esto 
sucedía porque la burguesía de los países dependientes era débil para negociar 
directamente con la burguesía imperialista. El gran capital se aglomeraba con el Estado 
nacional, y éste se transformaba en lo que Bujarin había descrito como un “trust 
capitalista nacional”. Ese Estado conservaba cierta autonomía con respecto al 
imperialismo, como se había evidenciado repetidas veces en sus decisiones en política 
económica y en sus relaciones comerciales y diplomáticas. Por ejemplo Brasil mantenía 
relaciones estrechas y privilegiadas con los países africanos que se independizaron de 
Portugal, como Angola, a pesar de sus gobiernos izquierdistas enfrentados a Estados 
Unidos y Sudáfrica. También había exportado cereales a la URSS cuando el gobierno 
de Reagan impuso un embargo; o desarrollado una industria nuclear independiente. Por 
supuesto, Marini marcaba también los límites de esta autonomía, porque el gobierno 
brasileño debía actuar en consonancia con los intereses generales del capitalismo y de 
Estados Unidos en las cuestiones decisivas. Su autonomía se desplegaba principalmente 
en áreas no vitales para el imperio. 
Asentado entonces en la superexplotación y el aumento de la productividad, impulsado 
por la entrada de inversiones extranjeras a la industria, y enfrentando dificultades de 
realización, el desarrollo brasileño exigía una política agresiva de expansionismo 
comercial. La agudización de la lucha por los mercados, y por exportar manufacturas, 
constituye, según Marini, uno de los rasgos decisivos del imperialismo. Sin embargo se 
cuida de identificar cualquier fenómeno de exportación manufacturera con el 
subimperialismo. No es suficiente exportar manufacturas para ser un país imperialista. 
Para que existiera subimperialismo era necesario un proceso industrial más dinámico e 
independiente que el de una red de ensambladoras. Este proceso dinámico tenía que ver 
con el desarrollo industrial, y con la internacionalización del capital. 
Otro rasgo típico de imperialismo era el intento del capitalismo brasileño de asegurarse 
el control de las fuentes de materias primas: hierro y gas en Bolivia, petróleo en 
Ecuador y en las ex colonias portuguesas en África, el potencial hidroeléctrico en 
Paraguay. Brasil desplazaba a sus rivales, Argentina y Venezuela, y se aseguraba áreas 
de influencia, uno de los elementos que –siguiendo a Lenin– determinaban el 
imperialismo. También se registraba la exportación de capital, principalmente a través 
de empresas estatales; el caso representativo era Petrobrás. En este respecto, y como 
parte del proceso de internacionalización del capital, Brasil recibía capitales, pero a su 
vez los reexportaba. 
Por último, Brasil podía caracterizarse como un caso de subimperialismo porque poseía 
el rasgo fundamental que –siempre según las tesis leninistas clásicas– definía el 
imperialismo, a saber, una acelerada monopolización y crecimiento del capital 
financiero. 
Capítulo 3
Perspectivas críticas y desintegración de la corriente
En este capítulo examinamos, en primer lugar, algunas de las principales críticas que se 
dirigieron a la CD. En segundo término, esbozamos los motivos que, en nuestra opinión, 
llevaron, desde fines de la década de los setenta a su crisis y dispersión. 
Críticas marxistas de la CD y respuestas
Al estudiar las críticas que se dirigieron a la CD es necesario distinguir, en primer lugar, 
las que se dirigieron desde fuera de la CD contra algunos de sus miembros; en segundo 
término, las que surgieron del seno mismo de la corriente y tuvieron como destinatario 
alguno de sus miembros; y en tercer lugar, las que se destinaron al conjunto de la CD. 
Naturalmente, debería ser evidente que sólo la última especie conforma una crítica a la 
CD de conjunto, pero el hecho es que muchas veces se asumió que las otras dos 
variantes constituían un cuestionamiento de la corriente. Lo cual ha generado no pocas 
quejas de los autores de la dependencia. En especial por la situación que se ha generado 
en torno a Frank, posiblemente el que ha recibido mayor cantidad de cuestionamientos. 
Es que los planteamientos de Frank, en particular sus primeras formulaciones, 
ofrecieron un blanco fácil para los críticos. Esencialmente se le cuestionó su 
caracterización del capitalismo como un sistema de producción mercantil y que desdela 
colonización América Latina hubiera sido capitalista; sus explicaciones circulacionistas, 
esto es, que el contacto con el mercado mundial generaba automáticamente 
subdesarrollo; su visión del estancamiento crónico de las periferias; y la (casi) 
desaparición del análisis en términos de clases sociales, suplantado por las relaciones de 
explotación entre regiones y/o países. Bambirra, Dos Santos, Cardoso, entre otros, se 
preocuparon por destacar que esas posturas no representaban sus posiciones, y que ellos 
mismos habían criticado a Frank. Es una realidad que no toda la CD fue 
“estancacionista”, negó que la entrada de capitales extranjeros generara desarrollo 
capitalista en la periferia, o sostuvo que la mera conexión con el mercado mundial 
determinara rígidamente el subdesarrollo y la ausencia de una burguesía con raíces 
propias. Ya hemos visto con algún detalle que el pensamiento de Marini, por ejemplo, 
es sutil y complejo.
Por lo tanto, cuando se tienen en cuenta estas circunstancias, el número de críticas que 
se dirigieron a la CD, como corriente, se reduce notablemente. Hubo pocos autores que 
realmente criticaron de conjunto a la CD, a partir del examen de la obra de, por lo 
menos, varios de sus miembros. En este sentido, tal vez la crítica más conocida y 
discutida sea la de Cueva (1974). De hecho, Bambirra (1983) la considera “el más serio 
esfuerzo de cuestionar las tesis de la teoría de la dependencia” (p. 41). Dada su 
relevancia, presentamos sus ideas centrales con alguna extensión. 
Cueva comienza diciendo que con la teoría de la dependencia se daba una situación 
paradójica, ya que criticaba la teoría burguesa del desarrollo tomando ideas del 
marxismo, pero a su vez criticaba al marxismo tomando ideas del desarrollismo y de las 
ciencias burguesas. Esto porque la dependencia reproducía el dualismo, aunque 
invertido, ya que en lugar de ser el sector tradicional el responsable del atraso –como 
sostenía la teoría burguesa del desarrollo–, en la visión dependentista era el sector 
moderno el responsable del atraso. De esta manera, además, la dependencia caía, 
siempre según Cueva, en un análisis en términos de regiones, que dificultaba la 
comprensión y el análisis de clases. De hecho, continuaba Cueva, las contradicciones de 
clases eran suplantadas por las contradicciones entre países, como sucedía en Frank. Si 
bien existía la contradicción entre Estados imperialistas y países dependientes, la misma 
había que derivarla de las clases sociales. Cueva sin embargo no explica de qué manera 
debería hacerse. 
También cuestiona que la CD estuviera preocupada por el desarrollo y no por la 
explotación de clases. Afirma que esto impregnaba a la teoría de la dependencia de un 
tinte nacionalista, y que la contradicción central era entre clases sociales, y no en 
términos de naciones. Critica también a Dos Santos, en torno al rol del imperialismo, ya 
que, según Cueva, la entrada de los capitales extranjeros desarrollaba el capitalismo en 
la periferia. En cuanto a Cardoso y Faletto, habrían trabajado con un doble código, 
porque por un lado adoptaban una perspectiva desarrollista, y por otra parte una 
marxista. Sin embargo también habían dejado de lado la lucha de clases. Por eso de 
conjunto los análisis de la CD se hacían en términos de “oligarquías”, “burguesías”, 
“clases medias”, “sectores populares”, estando ausente la relación capital / trabajo. 
También cuestiona a Marini por su división del mercado de productos, donde el 
consumo de los obreros estaría estancado; y sostiene que no hay que formular leyes 
particulares para el país dependiente, ya que las leyes generales del capitalismo se 
manifiestan en estos países simplemente con sus rasgos particulares. No había espacio 
teórico, por lo tanto, para asentar una teoría de la dependencia. Por último, Cueva critica 
que la CD tratara de explicar siempre el desarrollo de una formación social por su 
articulación con otras formaciones, y no por su dinámica interna. 
La segunda crítica que mencionamos es la de Dore y Weeks (1979) y Weeks (1981), 
que está en la línea de Brenner (1979). Básicamente sostiene que el error de la CD fue 
explicar el desarrollo desigual a nivel mundial por las transferencias de plusvalía entre 
países, y no poner el acento –como sucede en la teoría marxista– en la producción como 
causa de esa desigualdad. Es que la explotación se da en una relación de clases, 
subrayan Dore y Weeks, y no en una relación entre países; las transferencias 
internacionales de valor entonces deberían entenderse desde esta perspectiva. En 
coincidencia con Brenner, sostienen que la desigualdad entre los países es una 
consecuencia de la explotación de clases en los países atrasados, y que el desarrollo de 
los países avanzados no se basó en la extracción de riquezas de las periferias. El 
capitalismo no acumula sobre la base de la explotación de países, sino de la clase 
obrera. La explotación es apropiación del trabajo excedente, pero esta idea desaparece 
cuando se habla de explotación entre países, como hacía la dependencia. Con ello 
también se esfuma la noción de modo de producción. En particular, Dore y Weeks 
cuestionan que los autores de la CD hablaran de que a los países subdesarrollados se les 
quitaba “su” excedente, como si perteneciera al país. Critican también la visión 
subconsumista de Marini, como parte de una visión estancacionista. En cuanto a 
Cardoso, su error era poner en un mismo plano de importancia lo externo y lo interno. 
No advertía que lo que impulsa la sociedad es la contradicción entre las fuerzas 
productivas y las relaciones de producción, que da lugar a los conflictos de clases. 
Weeks (1981) repite algunos de estos argumentos, y destaca que dependencia y 
marxismo eran teorías alternativas. Por otra parte sostiene que la evidencia empírica 
estaba en contra de las tesis de la dependencia, desde el momento en que los flujos de 
capital no se daban principalmente desde los países desarrollados a los atrasados, como 
decía la CD que debería suceder, sino entre los países adelantados. Esta falla en el 
pronóstico derivaría de la errónea visión de la dependencia de la dinámica de la 
acumulación. 
Otras críticas fueron más matizadas. Por ejemplo Edelstein (1981) reivindicaba de la 
CD que hubiera planteado que la estructura de clases de los países periféricos se había 
formado por la relación con el imperialismo, y en interacción con el mercado mundial. 
De todas maneras admitía, como aspectos negativos, que la CD hubiera definido un 
modo de producción a partir de un análisis circulacionista, que minusvalorara los 
procesos de trabajo y tendiera a concebir la historia como un conflicto entre las clases 
poseedoras. 
Por otra parte hubo una segunda línea de ataque de marxistas a la CD, que señaló que el 
desarrollo capitalista, y particularmente la globalización, tendía a borrar completamente 
las diferencias entre países avanzados y atrasados. Tal vez el trabajo más significativo, y 
el que inaugura esta línea de pensamiento, sea Warren (1973). Esencialmente Warren 
criticó la tesis de que el dominio imperialista impidiera el avance de la industrialización. 
Sostuvo, apoyándose en datos y estadísticas abundantes, que había habido una 
importante industrialización en muchos países subdesarrollados y que el período 
posterior a la Segunda Guerra había sido marcado por un gran ascenso de las relaciones 
capitalistas y de las fuerzas productivas en el tercer mundo. Planteó también que los 
principales obstáculos a este desarrollo estaban en las contradicciones internas de lospaíses de la periferia, y no en las relaciones del imperialismo con el tercer mundo. 
Incluso argumentó que las políticas de los países imperialistas habían favorecido la 
industrialización, y que los lazos de dependencia que ataban a los países atrasados con 
los imperialistas habían sido aflojados considerablemente hacia la década de los setenta. 
Una consecuencia que desprendía era que la distribución del poder en el mundo se 
estaba haciendo menos desigual. Warren no negaba, a pesar de todo, que siguiera 
existiendo el imperialismo como sistema de dominación y explotación, pero sí afirmaba 
que la dependencia había entrado en un proceso de declinación irreversible. Los 
problemas que subsistían en los países subdesarrollados eran el atraso de la agricultura y 
la desigualdad del desarrollo; pero ya no se podía seguir afirmando que eran “neo-
colonias”, o que estaban bloqueados en su desarrollo. Warren incluso pensaba que los 
países subdesarrollados podrían, progresivamente, alcanzar los niveles de tecnología y 
avance de las fuerzas productivas de los países imperialistas. De esta forma Warren 
iniciaba una corriente de pensamiento –si bien minoritaria– que sostenía que se 
marchaba hacia una igualación de los niveles de desarrollo de los países. Esta tesis 
desemboca más tarde en lo que hemos calificado de “globalistas extremos”.30 Una de las 
expresiones más acabadas de este pensamiento se encuentra en Burbach, Robinson y 
Harris. Entre otras cuestiones, estos autores piensan que se avanza hacia la formación de 
una clase capitalista transnacional unificada, con participación de las burguesías de los 
países del otrora “Tercer Mundo”; y que cada vez tiene menos sentido hablar de una 
divisoria entre países desarrollados y subdesarrollados. 
Las principales respuestas a Cueva las presenta Bambirra (1983).31 En primer lugar, 
señala que muchas de las críticas no corresponden a posiciones de la corriente, sino a 
algunos autores, y la mayor parte de las veces, referidas sólo a algunas de sus obras. 
Afirma que Dos Santos, o ella misma, dan importancia a los factores internos y las 
luchas de clases, no sostienen una tesis estancacionista, y reconocen que las 
exportaciones de capital llevan a un aceleramiento del desarrollo capitalista. Además, 
reivindica la centralidad de la problemática del desarrollo y el subdesarrollo, que habría 
sido planteada por la misma realidad latinoamericana, y permanecía como tema a 
resolver por una futura revolución socialista. Y esencialmente Bambirra responde el 
cuestionamiento de Cueva acerca de la falta de centralidad de las contradicciones de 
clase en la CD, señalando que existían dos contradicciones centrales en la sociedad 
contemporánea. En primer lugar, la contradicción entre el imperialismo y las naciones 
oprimidas (según la visión de Lenin y la Internacional Comunista). En segundo término, 
la contradicción burguesía y proletariado. Ambas se fundían, según Bambirra, en la 
oposición imperialismo en alianza con las burguesías locales, enfrentados al 
proletariado y las naciones oprimidas. De esta forma se podía tratar dialécticamente la 
tensión entre contradicciones de clases y contradicciones nacionales. Esta respuesta 
sería extensible a las críticas de Dore y Weeks. 
30 Véase Burbach y Robinson (1999) y Robinson y Harris (2000). Hemos tratado extensamente esta tesis 
“globalista” en Astarita (2006). 
31 Dos Santos (2003) considera que en ese libro Bambirra respondió lo esencial de los cuestionamientos. 
En cuanto a Warren y la tesis que sostiene que no hay diferencias entre el desarrollo de 
los países dominantes y dependientes, el rechazo de los autores de la dependencia es 
tajante. A comienzos de la década Dos Santos se refería a esta posición de esta manera: 
Ellos no comprenden cómo el imperialismo bloquea el desarrollo de las fuerzas productivas de 
las naciones colonizadas, mutila su poder de crecimiento económico, de desarrollo educativo, de 
salud y otros. No consiguen entender el fenómeno de la sobre explotación y la transferencia 
internacional de excedentes generados en el Tercer Mundo y enviado a los países centrales (Dos 
Santos, 2003, p. 51). 
A pesar de las concesiones, aquí lo sustancial de las tesis de la CD se mantienen en 
pleno vigor: el sistema mundial imperialista “bloquea” el desarrollo de las fuerzas 
productivas porque existe una explotación de los países ricos sobre los países atrasados. 
 
Desintegración de la corriente, permanencia de sus ideas 
Hacia comienzos de la década de 1970 la CD llega a la cima de su evolución. A pesar 
de las críticas, el dependentismo tenía una fuerte presencia –antes del triunfo de los 
golpes militares en Chile, Argentina y Uruguay– en muchas facultades de ciencias 
sociales latinoamericanas; circulaban sus artículos y libros, y sus tesis eran populares en 
amplios sectores de la vanguardia radicalizada. Pero también en esa época asomaron 
nubarrones en su horizonte. Por un lado porque a mediados de los sesenta, y en la 
década que siguió, América Latina experimentó un desarrollo bastante importante. Con 
esto se ponía en evidencia que la grave situación económica de comienzos de la década 
de 1960, que había disparado el surgimiento de la CD, había correspondido a una fase 
descendente del ciclo económico, y no a un pretendido estancamiento crónico. Por otra 
parte en los setenta surgen trabajos que demuestran que en la periferia hay posibilidades 
de cierto desarrollo tecnológico autónomo, y que las empresas de los países 
subdesarrollados generaban tecnología.32 Pero más importante es el desarrollo de los 
Nuevos Países Industrializados, (NICs), Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán y Singapur. 
¿Cómo se explicaba esto desde la teoría de la dependencia, que pronosticaba el 
subdesarrollo crónico, el bloqueo del desarrollo capitalista? Mandel tuvo que admitir 
que capitales muy fuertes de Hong Kong invertían internacionalmente. Esto es, la 
“lumpen burguesía” de Hong Kong había logrado tal acumulación de capital que no 
solo invertía en Hong Kong sino en otros países. 
El desarrollo de otros países también presentaba problemas. Por ejemplo, en 1981 
Schiffer, en crítica a Amin, demuestra que la tasa promedio de inversión de los países 
subdesarrollados era mayor, en porcentaje de PBI, que la de los países adelantados; que 
la producción manufacturera de los primeros estaba destinada a satisfacer 
principalmente el mercado interno y el consumo masivo, y no la exportación y el 
consumo de la alta burguesía; que había habido desarrollo de la industria pesada en Asia 
y América Latina; que al compás de ese desarrollo habían subido los salarios 
industriales; y que cada vez más sectores de las economías de esos continentes se 
32 Véanse, por ejemplo, los trabajos de Jorge Katz, en Katz (1976), o Ablin et al. (1985). Katz sostiene 
que países como Argentina, Brasil, México, de industrialización relativa, son tecnológicamente 
dependientes del mundo desarrollado, pero sin embargo existe una actividad inventiva doméstica de la 
que no puede afirmarse que carezca de importancia. Tiene un carácter adaptativo y subsidiario, destinado 
a mejoras marginales y adaptaciones al medio local de los diseños importados, pero es importante. Katz 
además registraba para Argentina un significativo aumento de la productividad entre 1960 y 1968 –
período que según la CD era de crisis crónica y estancamiento– en la industria, y que existía una 
incidencia importante de flujos acumulados de gastos domésticos en tareas de investigación y desarrollo, 
además de la compra de tecnología en el exterior. En Ablin et al. (1985) se destaca, además, la inversión 
de empresas argentinas en el exterior. 
integraban al capitalismo. Los datos presentadospor Warren, a quien ya nos hemos 
referido, apuntaban en la misma dirección. 
Frente a esto hubo argumentos de retaguardia, por parte de la CD. Bambirra (1983) 
planteó una especie de tesis de “compensación”, diciendo que el desarrollo de los 
nuevos países industrializados se conseguía a costa de enormes padecimientos y la 
súper-explotación de las masas. Frank (1979b) sostuvo que en los países asiáticos no 
había verdadero desarrollo a causa de los problemas con las deudas externas y las 
balanzas de pagos, el desempleo y la súper-explotación. También se intentó explicar las 
“contadas” industrializaciones periféricas por la misma teoría de la dependencia, aunque 
con adecuaciones. Frank (1988) sostuvo que el crecimiento de Corea se debía a la crisis 
del capitalismo central en la década de 1970. Era la vieja idea de que cuando había 
crisis en el centro se producían “huecos”, que permitían emerger a la periferia. Sin 
embargo el capitalismo de Corea del Sur siguió creciendo en los años 1980, cuando el 
sistema en el centro se había recuperado. Otros dijeron que el desarrollo de Corea del 
Sur, y otros países asiáticos, se había sustentado en la intervención estatal, lo que 
confirmaba la importancia del manejo centralizado del excedente y la protección de las 
industrias nacionales.33 De todas formas el argumento no fortalecía a la CD, desde el 
momento que había que admitir que el desarrollo capitalista en esos casos era 
significativo.
Tampoco se verificó el pronóstico del estancamiento del capitalismo y el mercado 
mundial, que había constituido el marco más general del análisis de la dependencia en la 
década de los setenta.34 Lo que ocurrió fue una profundización de la globalización, esto 
es, de la mundializacion de la relación capital trabajo. 
En síntesis, a medida que se extendía la globalización se ponía en evidencia que no se 
cumplía el diagnóstico de la dependencia. No sólo porque el avance del capitalismo no 
estaba bloqueado en la periferia, como habían afirmado Amin, Mandel o Frank, sino 
también porque surgían empresas capitalistas con capacidad de invertir en el exterior e 
incluso, en algunos nichos, de presentar competencia a las grandes compañías de los 
países centrales. El proceso continuó al punto que hoy existen empresas multinacionales 
de países atrasados que invierten incluso en los países adelantados. México, por 
ejemplo, se ha convertido en el sexto inversor dentro en ese país; y los capitalistas 
mexicanos toman la delantera para explicarle a sus pares estadounidenses cómo hay que 
aumentar la explotación de los obreros. Capitales de Corea del Sur invierten y pagan 
bajos salarios en Inglaterra. Además, existen capitales del llamado Tercer Mundo que 
presentan batalla competitiva a capitales de países adelantados. Por ejemplo, capitales 
de China emplean 750.000 obreros en África, en diferentes emprendimientos, y en 
muchos casos han desplazado a capitales estadounidenses. Petrobrás de Brasil tiene un 
nivel de capitalización superior a muchas transnacionales petroleras de los países más 
avanzados. Esto no entraba ni siquiera en los esquemas más ricos y complejos de la CD. 
33 Un argumento muy similar a las tesis institucionalistas de desarrollo. 
34 Frank (1988) pronosticaba, a fines de la década de 1980, que “la próxima recesión” agudizaría los 
problemas crónicos del intercambio internacional, llevando a una declinación del comercio mundial; los 
países atrasados se volcarían hacia la sustitución de importaciones, a una agricultura orientada a la 
producción/consumo con base nacional o regional, y florecerían los acuerdos internacionales tipo trueque; 
los países adelantados se volcarían progresivamente “hacia adentro”. Nada de esto se verificó. En los 
noventa el comercio mundial conoció una nueva y profunda expansión. Mandel (1986) previó una crisis 
del capitalismo aún más grande que la que había sacudido al capitalismo en los años treinta, y una 
contracción del mercado mundial. Baran y Sweezy diagnosticaban en las décadas de 1970 y 1980 una 
tendencia al estancamiento crónico en el centro. Mandel, Baran, Sweezy, eran referencias obligadas de 
los autores de la CD en lo que respecta a los análisis de la economía mundial. Nadie cuestionó seriamente 
estas visiones. 
Por otra parte los problemas teóricos para la CD se agravaron a la vista de las 
dificultades que experimentaban los regímenes del “socialismo real”, y las economías 
de países que habían intentado vías de desarrollo autárquico, basadas en formas de 
capitalismo estatista. A fines de la década de 1970 la dirección del partido Comunista 
chino admitía que el país enfrentaba graves problemas, e iniciaba las reformas pro 
mercado, que desembocarían en la vuelta al capitalismo. A mediados de la década 
siguiente el partido Comunista soviético revelaba que la economía estaba estancada, que 
los niveles de productividad eran más bajos que en los países capitalistas avanzados, y 
que no había manera de continuar con el crecimiento basado en el uso extensivo de 
recursos naturales y fuerza de trabajo. La crisis también era reconocida y discutida en 
otros países del bloque. Asimismo atravesaban dificultades países que habían aplicado 
proyectos de desarrollo autárquico, y algunos daban giros drásticos en sus políticas. 
Argelia, por ejemplo, abandonó a fines de los setenta la estrategia de desarrollo basado 
en inversiones estatales en los sectores productores de medios de producción, que había 
seguido hasta entonces, inspirada en el modelo soviético. Algo similar ocurría con otras 
estrategias de crecimiento “hacia adentro” que se habían desarrollado en Asia, África y 
América Latina. Todo apuntaba al debilitamiento de muchos postulados de la CD que 
hasta aquel momento jamás se habían puesto en duda. Cada vez se hacía más difícil 
contrarrestar la ofensiva ideológica y política de las políticas neoliberales, abiertamente 
favorables al capital. 
Por otra parte, diversos estudios pusieron bajo signos de interrogación algunas de las 
afirmaciones que siempre se habían tenido por “verdades incontrastables” de la visión 
dependentista. Por ejemplo, que los países desarrollados habrían tomado la delantera en 
el desarrollo gracias a la extracción de excedente desde las periferias, una cuestión que, 
como vimos, Dore y Weeks habían cuestionado a la CD. Así, Duchesne (2001-2002) en 
crítica a los últimos escritos de Frank, presenta abundantes datos que parecen demostrar 
que la afirmación de que los beneficios del comercio colonial fueron decisivos para 
explicar el desarrollo de Gran Bretaña durante el siglo 18, es un mito. Si bien no fueron 
insignificantes, e influyeron en el tiempo, magnitud y la tasa de cambio, la revolución 
industrial se hubiera dado de todas maneras, sin esos beneficios.35 También con respecto 
a algunos casos de colonialismo surgen estudios que sugieren que habría que revisar 
ideas que hasta ahora no se discutían desde las perspectivas dependentistas. Por ejemplo 
Brohman (1996) –un autor crítico de los enfoques neoclásicos– sostiene que el gobierno 
colonial de Japón en Corea y Taiwán, y la ÏED en esos países, fomentó el surgimiento 
de estructuras industriales locales. También explica que las reformas agrarias en Corea 
y Taiwán se hicieron bajo los auspicios de Japón, que efectivamente destruyó la 
oligarquía feudal, quitando un obstáculo potencial a la urbanización. El Estado además 
se habría apropiado del excedente agrícola, que utilizó para fomentar la 
industrialización y financiar obras de infraestructura. 
Estas evoluciones en los estudios, pero principalmente los cambios implicados en la 
globalización del capital, y la crisis de los regímenes stalinistas y nacionalistas, han 
35 “… entre 1700 y 1801 sólo entre el 8,4% y el 15,7% del cambio en el ingreso nacional [deGran 
Bretaña] puede atribuirse al total del comercio exterior. … el comercio colonial, aunque creciente en 
proporción, siguió representando un pequeño porcentaje del comercio exterior de Gran Bretaña durante 
ese siglo. Por lo tanto, si usamos los cálculos de Bairoch, encontramos que en el período entre 1720 y 
1780-1790, el comercio exterior proveyó a Gran Bretaña con el 4% al 8% de su demanda total, pero que 
el comercio con los países no europeos representó entre el 33% y el 39% del total del comercio británico, 
de manera que la contribución de los futuros países menos desarrollados podría haber absorbido, a lo 
sumo, el 2% al 3% de la demanda total” (Duchesne, 2001-2001, p. 441; énfasis en el original). Con 
respecto a Europa, Duchesne cita a O’Brien, quien sostiene que los beneficios derivados del tráfico 
colonial no representaban más del 2% del PNB de Europa de fines del siglo XVIII. Ya Hobson (1902) 
señalaba que la contribución del comercio colonial a la economía británica era pequeña. 
llevado de hecho a una crisis a la escuela de la dependencia. Se trató de una crisis 
ideológica y política que afectó a prácticamente todas las corrientes del pensamiento 
económico que habían abogado por vías alternativas de desarrollo o, por lo menos, no 
ortodoxamente neoclásicas. En América Latina el estructuralismo cepaliano 
experimentó cambios importantes; sus expresiones más radicales quedaron marginadas, 
y otros revisaron sus posturas, admitiendo la necesidad de “ajustes”, de “respetar a los 
mercados” y de “mantener los equilibrios macroeconómicos fundamentales”.36 En este 
cuadro de situación la CD entró en un proceso de “crisis y desintegración”, al decir de 
Bomström y Hettne (1990). Es cierto que subsisten defensas vigorosas –ejemplo Dos 
Santos (2003)– pero la escuela como tal ya no existe. 
Sin embargo, a pesar de que la CD se desintegró, sus ideas esenciales permanecieron en 
el pensamiento de izquierda y nacionalista radical latinoamericano. Muchas de estas 
posturas siguen publicando en revistas de pensamiento izquierdista y radical; tal vez la 
de mayor renombre sea Monthly Review, de Estados Unidos, que prolonga la antigua 
línea tercermundista y dependentista de Baran y Sweezy. También las encontramos, de 
hecho, en la prensa política de la izquierda, por lo menos, y hasta donde conocemos, en 
Argentina, México, Brasil y Chile. De todas maneras el pensamiento de la dependencia 
adoptó nuevas formas, principalmente por la relevancia que adquirieron en las décadas 
de 1980 y 1990 las deudas externas y el capital financiero internacional en las 
economías de muchos países atrasados. Dada su importancia, volvemos a esta 
importante cuestión en el capítulo seis. 
Capítulo 4
Discusión sobre Marini desde la teoría del valor
Como hemos señalado antes, una de las cuestiones que distingue en análisis de Marini 
es el intento de aplicar sistemáticamente las categorías económicas derivadas de la 
teoría del valor trabajo a los fenómenos que estudia. Si bien utiliza el concepto de 
monopolio, no se advierte que lo haga, por lo menos cuando lo aplica al capitalismo de 
los años sesenta y setenta, para significar que las grandes corporaciones pudieran 
controlar y manipular los precios a voluntad. Su posición a veces es ambigua, pero en 
36 El estructuralismo “clásico” daría lugar, en la década de 1980, al neo-estructuralismo. Una síntesis de 
esta evolución y de las posiciones del neo-estructuralismo puede verse en Fontaine y Lanzarotti (2001) y 
Guillen Romo (2001). Muchos estructuralistas toman los aportes de los neo-schumpeterianos, y los 
enlazan con las viejas tradiciones de la CEPAL, pero admitiendo la necesidad de superar el desarrollo 
basado en la industrialización “hacia adentro”; puede consultarse Cassiolato et al. (2005). Una alternativa 
al planteamiento del crecimiento hacia adentro es la de Sunkel con su tesis del “desarrollo desde dentro”; 
véase Sunkel (1991). 
términos generales aplica un marco analítico de mercados competitivos. Así sucede 
cuando explica el mecanismo de generación de plusvalía relativa, donde los precios 
caen como resultado de la competencia tecnológica. Es a partir de esta perspectiva 
entonces que analizamos en este capítulo algunos de los problemas que plantean las 
explicaciones de Marini. 
La dinámica de la acumulación y el subconsumismo
Una de las cuestiones centrales del planteo de Marini, y que también está presente en 
otros teóricos de la dependencia, y en la CEPAL, es su idea de que el estrangulamiento 
de los mercados internos presenta formidables obstáculos para el desarrollo de las 
fuerzas productivas en la periferia. Como hemos visto, pensaba que los esquemas de 
reproducción “a lo Marx” no tenían aplicación práctica en los países dependientes, que 
su aceptación implicaba aceptar la ley de Say, y que la industrialización estaba 
estructuralmente limitada por la falta de poder adquisitivo de los sectores populares. 
Empecemos entonces por la cuestión más abstracta, la relación entre los esquemas de 
reproducción de Marx y la ley de Say. Como se recordará, esta ley postula que a toda 
oferta le sigue inmediatamente una demanda; de lo que se deriva que no podrían existir 
crisis generales de sobreproducción. Según Marini, debido a que los esquemas de 
reproducción de Marx muestran cómo puede ocurrir la venta del producto –si se 
cumplen ciertas proporciones– avalan la ley de Say. Sin embargo es claro que la 
posibilidad no implica necesariedad. Esto es, a partir de la afirmación –contenida en los 
esquemas de Marx– de que si los capitalistas gastan la plusvalía, la realización del 
producto, considerado globalmente, es posible, no se puede pasar a afirmar –como hizo 
Say– que la no realización del producto, considerado globalmente, es imposible. Para 
esta segunda afirmación sólo se podría sostener si se afirmara que los capitalistas 
siempre gastan su plusvalía, sea en inversiones o consumo. Pero precisamente la teoría 
de las crisis de Marx se basa en la idea de que en determinadas coyunturas –de caída de 
la tasa de ganancia– los capitalistas dejan de invertir; esto es, no se cumple la ley de 
Say. Con lo cual se demuestra, contra lo que pensaba Marini, que la discusión marxiana 
de la ley de Say no pasa por los esquemas de reproducción, sino por la teoría de la 
crisis. Los esquemas de reproducción cumplen la función de demostrar por qué y cómo 
el capitalismo puede reproducirse en escala creciente, ampliando los mercados. De 
ninguna manera Marx trató de demostrar que inevitablemente, y siempre, a una compra 
le sigue una venta, sino que, en tanto los capitalistas gasten la plusvalía, no debería de 
haber problemas para la realización de las ventas. La esencia del planteo se deriva 
directamente de la concepción del valor trabajo, ya que a un valor generado en la 
producción le debe corresponder, en promedio, un poder de compra equivalente por el 
lado de la demanda. El valor se generar en la producción y se realiza en la venta. En la 
medida en que los capitalistas y los trabajadores decidan ejercer su poder de compra, no 
tiene por qué existir una crisis de realización. Esta circunstancia permite a Marx criticar 
las explicaciones subconsumistas de las crisis; el rechazo de la tesis subconsumista no 
significa aceptar la ley de Say. 
En segundo término, y vinculado a lo anterior, los salarios bajos, la superexplotación y 
el ejército industrial de reserva no constituyen en sí mismos obstáculos para la 
acumulación capitalista, como pensaron Marini y otros teóricos, sino más bien todo lo 
contrario. Es que en la medida en que los salarios son bajos, la plusvalía puede ser alta, 
y si los capitalistas reinvierten una parte importante de la plusvalía en ampliar su 
capital,habrá crecimiento de las fuerzas productivas, de la oferta y de la demanda 
correspondiente. Este fenómeno se ha dado en el capitalismo central; véanse al respecto, 
por ejemplo, los niveles de explotación y miseria descritos por Marx y Engels durante la 
Revolución Industrial inglesa. Pero además, una vez iniciada la acumulación, la canasta 
de bienes de consumo salarial también se modifica como resultado del mismo 
crecimiento de las fuerzas productivas y de la clase obrera, incluso de su poder de 
negociación. Por lo cual no es cierto que las industrias de bienes durables estuvieran 
condenadas a una demanda estrictamente limitada a un cinco o diez por ciento de la 
población. De hecho grandes sectores de la clase obrera en Argentina, Brasil, Chile y 
otros países latinoamericanos accedieron al consumo de bienes durables como 
refrigeradores, televisores, lavarropas, teléfonos, equipos de música y similares. Y 
algunas capas –recuérdese que consideramos parte de la clase obrera a todos los 
asalariados que están subsumidos a la relación capitalista– incluso alcanzaron al 
automóvil (aunque en la mayoría de los casos no sea un “cero kilómetro”). Todo esto no 
niega la existencia de la superexplotación, la marginación y los enormes ejércitos 
industriales de reserva, pero pone las cosas en una perspectiva más ajustada a la 
realidad. El problema no es menor porque muchas veces los diagnósticos de la izquierda 
–en línea con la visión estancacionista– se vieron desmentidos por los desarrollos del 
capitalismo en la periferia, precisamente por no entender la dinámica de la 
acumulación.37 
De lo anterior se deriva una crítica más general del estancacionismo, y de los efectos 
que muchas veces se le atribuyó a la entrada del capital extranjero en los países 
periféricos. Como hemos visto, Marini y otros autores de la CD pensaron que el rol de 
las burguesías locales no podía ser más que de subordinación al capital extranjero. Si los 
mercados están estructuralmente restringidos, no habría espacio para una acumulación 
“auto” impulsada. Sin embargo el hecho es que la entrada del capital extranjero en los 
sectores dinámicos de las economías atrasadas, y la dependencia tecnológica y 
financiera con respecto a los centros imperialistas que subrayan los teóricos de la CD, 
no anularon la posibilidad de que se desarrollaran empresas industriales que estaban 
en manos de fracciones de la burguesía nativa relativamente poderosas. A veces estas 
fracciones se asociaron al capital extranjero; en otras oportunidades capitalizaron renta 
agraria; o acumularon en base a una intensa explotación del trabajo y crecieron desde 
empresas pequeñas y medianas hasta alcanzar el status de empresas importantes, 
imitando avances tecnológicos o pagando por tecnología de punta. Por supuesto, no se 
trata de una burguesía que alcance el poder del capitalismo central; pero tampoco se 
trata de una burguesía completamente lumpen y satélite. La dinámica de este capital ha 
respondido a las leyes más generales de la acumulación capitalista. 
Una consecuencia de esto es la necesidad de volver a pensar críticamente sobre los 
efectos que tiene la IED en los países atrasados. No sólo porque la IED fomenta el 
desarrollo capitalista, un fenómeno que ya habían admitido Cardoso, Dos Santos o 
Marini, sino porque la IED no impide que ese capitalismo dependiente adquiera 
dinámica propia. Esto es, la dirección, los modos de desarrollo, no están “dictados” por 
las corporaciones internacionales. Se trata de formas de acumulación locales que se 
articulan, a través de las leyes de la competencia capitalista, con los capitales 
extranjeros, y en ese carácter entran en el mercado mundial. Y es por esta misma 
37 Un ejemplo característico de esto es la postura de la izquierda argentina cuando se produjo la 
privatización de los teléfonos en Argentina, a comienzos de los noventa. En ese momento se pronosticó 
que el plan de la burguesía y el gobierno consistía en que hubiera teléfonos para una minoría de 
privilegiados. La realidad fue que en los años que siguieron a la privatización el uso de los teléfonos se 
extendió a amplias franjas de la población, incluida una parte importante de la clase obrera. Por supuesto, 
esto fue a la par de la superexplotación de amplias franjas, del aumento de la marginación social y el 
ejército de desocupados en Argentina. El capitalismo amplía los mercados a través de esta dialéctica 
contradictoria. 
dialéctica que estos capitales surgidos de los países atrasados terminan participando en 
la mundialización de las inversiones. Esto explica, además, que no se haya verificado la 
predicción de Amin, sobre que la existencia de las empresas monopólicas 
invariablemente anulaba cualquier posibilidad de desarrollo de los capitalismos 
nacionales de los países atrasados. Ni que tampoco se haya cumplido el diagnóstico de 
Frank, sobre que esas empresas nativas sólo podían crecer en los períodos de crisis y 
contracción del mercado mundial; o que en tanto aumentara la vinculación de los países 
latinoamericanos con la economía internacional, sus horizontes de crecimiento estarían 
prácticamente anulados. En la medida en que hay explotación y valorización del capital, 
se acumula plusvalía y se concentran medios de producción en manos del capital. Esto 
explica que en los países dependientes hayan aparecido también algunos grandes 
grupos, que operan con capitales de varios miles de millones de dólares; y algunos 
incluso han podido desarrollar, aunque parcialmente, tecnologías de punta en sus ramas. 
La tesis del intercambio desigual entre sectores 
Hemos visto que Marini sostiene que si algunas empresas consiguen elevar su 
productividad por encima del promedio de su rama productiva, obtendrán plusvalías 
extraordinarias, debido a la diferencia entre el precio que rige en el mercado y el costo 
individual de las empresas innovadoras. Ésta es, en principio, la postura de Marx. Sin 
embargo Marini plantea también que esta plusvalía extraordinaria representa una 
transferencia de plusvalía de los otros capitalistas de la rama. Esta idea se ha mantenido 
hasta el día de hoy en muchos autores, y constituye la base para demostrar el 
intercambio desigual en Carchedi (1991), por ejemplo. La cuestión es importante 
porque pone en primer plano no sólo la relevancia de la teoría del valor para explicar 
fenómenos del desarrollo en los países atrasados, sino también porque demuestra la 
necesidad de realizar un análisis cuidadoso de las relaciones implicadas; uno de los 
problemas más graves que notamos en los análisis sobre intercambio desigual, y 
similares, es la relativa liviandad con que se postulan transferencias de plusvalía y valor 
entre sectores o países. 
Entrando ahora en la tesis de Marini, el problema es que no hay forma de explicar de 
qué manera las empresas de menor tecnología generan mayor plusvalía dentro de una 
rama, para que esa plusvalía pueda ser transferida (o reaparecer) como plusvalía 
extraordinaria en la empresa innovadora. Las empresas que tienen una tecnología modal 
(o promedio) con respecto a la rama, y venden al precio de producción (costo + tasa 
media de ganancia), no pueden generar plusvalía extra alguna que esté disponible para 
ser transferida a parte alguna. Con menor razón pueden generar plusvalía extra las 
empresas con menor tecnología que la modal, porque cada hora de trabajo en estas 
empresas generan menos valor que la hora de trabajo en las empresas con la tecnología 
modal. Puesto de manera más sencilla, si una empresa emplea en promedio diez horas 
de trabajo para fabricar el producto X, y en las empresas modales emplean en promedioseis horas de trabajo, la empresa atrasada no ha generado cuatro horas extras de valor. 
Por el contrario, solo ha generado seis horas de valor (= al tiempo de trabajo 
socialmente necesario) y cuatro horas de trabajo no han sido validadas en el mercado 
como generadoras de valor. ¿De dónde puede entonces surgir la plusvalía 
extraordinaria? 
La respuesta la da Marx al explicar que el trabajo en la empresa que tiene una 
tecnología superior actúa como trabajo potenciado. Esto es, en el mismo tiempo ese 
trabajo genera más valor que el trabajo que emplea tecnologías inferiores. Por lo tanto 
no existe transferencia de plusvalor desde las empresas de menor tecnología a las 
empresas de mayor tecnología, sino diferentes grados de generación de valor en cada 
una de las empresas. 
Por otra parte Marini también sostiene que cuando la nueva tecnología se generaliza, la 
plusvalía extraordinaria desaparece, el producto se abarata, y si este producto entra en la 
canasta de consumo, aparece la plusvalía extraordinaria. Esto efectivamente 
corresponde a la dinámica del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. 
Pero en seguida plantea que si el aumento de la productividad se registra en el sector 
IIb, y aunque se anule la plusvalía extraordinaria obtenida por el capitalista individual –
cuando se generaliza la innovación tecnológica– ese aumento de la productividad 
seguirá traduciéndose en un nivel de productividad superior al resto de la economía, y 
que ahora la plusvalía extraordinaria de la que se apropia la rama surge de la 
transferencia de plusvalía desde los sectores I y IIa al IIb. 
De nuevo aparece entonces el empeño por demostrar las transferencias de plusvalía 
entre sectores. Por supuesto, la redistribución de plusvalor entre ramas es un fenómeno 
natural en el sistema capitalista, que da lugar a la tendencia a la igualación de la tasa de 
ganancia, y a los precios de producción, que son los que rigen los precios de mercado. 
Sin embargo esto sucede no porque existan “diferentes productividades entre ramas”, 
sino porque hay diferentes composiciones orgánicas de capital, lo que es muy distinto. 
La diferencia es fundamental porque hablar de diferencias de productividad entre ramas 
no tiene sentido económico alguno. Esto es, no se puede decir que la empresa que 
produce el automóvil A sea más productiva que la empresa que produce el avión B, o 
que la empresa que produce los tejidos C, porque es imposible comparar 
productividades de valores de uso distintos. La productividad se relaciona con el tiempo 
de trabajo necesario para generar determinado valor de uso, y por lo tanto no es posible 
decidir qué trabajo es más productivo si los valores de uso son distintos. Pero si esto es 
así, la explicación de Marini sobre la diferencia de productividad entre la rama IIb y el 
resto de la economía no tiene sentido. Por lo tanto también se cae su explicación sobre 
la apropiación de una plusvalía extraordinaria, en lo que respecta a la rama, a partir de la 
transferencia desde otras ramas. Si en IIb se generaliza el cambio tecnológico, y si no 
existen precios de monopolio, el precio del producto suntuario cae, y la plusvalía 
extraordinaria desaparece. No hay manera de que subsista en la rama. 
Por supuesto, si la demanda supera la oferta, el precio de mercado puede ser superior 
durante todo un tiempo al precio de producción. Esto implicará una tasa de ganancia 
más alta para la rama; lo que en condiciones de movilidad de capitales inducirá a 
algunos capitales a entrar en la rama; lo que provocará el aumento de la oferta, hasta 
que se iguale con la demanda, y el precio de mercado se acerque al precio de 
producción determinado por –en promedio– la tasa media de ganancia. No hay misterio 
en todo esto. Y a pesar de las trabas para la entrada en ramas de la producción en que se 
necesitan capitales altamente concentrados, ésta es la mecánica que se repite, en sus 
líneas fundamentales, tanto en los países adelantados como en los atrasados. 
Insistimos en que la discusión es importante porque Marini asimila las supuestas 
transferencias de plusvalías extraordinarias al intercambio desigual entre naciones. 
Efectivamente, la matriz de su razonamiento coincide con las explicaciones sobre 
intercambio desigual, aplicadas al caso de competencia intra industrias. Mandel, Shaikh 
y Carchedi sostienen por eso que los países atrasados transfieren plusvalía a los países 
adelantados. De esta manera subsiste una idea de explotación, de alguna manera, de los 
capitales que operan con tecnologías de avanzada, sobre los capitales que tienen 
tecnología atrasada. Marini da lugar para que el mecanismo entonces se aplique al 
interior del país dependiente. Pero en realidad lo que sucede (considerando siempre el 
fenómeno dentro de la rama) es que los capitales que emplean tecnología de avanzada 
extraen más plusvalía de sus obreros, que los capitales que emplean tecnología atrasada. 
No existe posibilidad alguna de fundamentar una explotación entre países por esta vía. 
Esquemas de reproducción y acumulación desigual
Uno de los planteos centrales de Marini es que el desarrollo en las economías 
dependientes es hasta cierto punto “deforme”, porque existe una gran desproporción 
entre las ramas IIb, y los sectores de I que le proveen de insumos, y el resto de la 
economía. Aquí subyace la idea de que el sector IIa está condenado al estancamiento, 
debido al estrangulamiento de la demanda, y que IIb es dinámico y goza de una mayor 
elasticidad de demanda, de manera permanente. La esencia del problema residiría en la 
distribución extremadamente desigual del ingreso. 
Pero esta idea no explica el desarrollo capitalista de los países dependientes. Es cierto 
que en los años sesenta el sector automotriz –epítome de la industria de lujo en los 
escritos de la dependencia– fue uno de los más dinámicos en América Latina, y que 
estuvo dominado por el capital extranjero, principalmente el americano. Pero éste fue 
un rasgo que en buena medida se repitió también en capitalismos adelantados, y tiene 
que ver más con el desarrollo desigual que caracteriza históricamente el desarrollo 
capitalista. Cuando aparecen productos nuevos que ganan aceptación y gozan de alta 
demanda, se registran altas tasas de crecimiento en las ramas que los producen. Esto 
sucedió y sigue sucediendo, y es un fenómeno que han registrado de forma acabada los 
schumpeterianos. La rama innovadora experimenta un alto dinamismo, hasta que el 
producto alcanza madurez, y se estabiliza. Es lo que sucede en Argentina, por ejemplo, 
con la rama informática, que crece –dato del año 2006– a tasas del 20 al 25% anual, o 
sea, más del doble de lo que lo hace la economía de conjunto. 
Además, sucede muchas veces que el producto nuevo en una primera instancia, es 
consumido por los sectores de más altos ingresos, y luego paulatinamente, a medida que 
aumenta la productividad, puede “derramarse” hacia los sectores de ingresos más bajos, 
incluidos los trabajadores. Para poner algunos ejemplos sencillos y recientes, es lo que 
sucedió con la televisión, los teléfonos celulares o las computadoras personales; hoy 
estos productos los consumen capas importantes de la clase trabajadora, aunque en sus 
inicios fueran demandados sólo por la burguesía y las capas altas. Ya hemos explicado 
que esto se corresponde con la dinámica del capitalismo, tal como fue explicada por 
Marx. 
Por otra parte, tampoco se ha verificado que los sectores I (que no producen insumos 
para IIb) o IIa estuvieran condenados al estancamiento y falta de dinamismo en los 
países dependientes. Por empezar porque en tanto productos de consumo duradero se 
incorporan a la canasta de bienes salariales, la distinción misma entre IIa y IIbse va 
modificando; debe recordarse que IIb está compuesto exclusivamente por los artículos 
de lujo que se demandan con plusvalía no acumulada. Pero además, sectores 
productores de alimentos, o de otros productos tradicionales, han tenido desarrollos 
dinámicos en países de América Latina (así como en otras regiones periféricas), y han 
desembocado incluso en la formación de grupos económicos importantes, con 
capacidad de pelear mercados exteriores. Un caso ilustrativo es el crecimiento del 
complejo aceitero en Argentina, en los años noventa. 
Subimperialismo y competencia capitalista
La cuestión del subimperialismo en Marini remite a un problema que recorre las 
elaboraciones marxistas del siglo 20, que es cuál es el significado preciso de la noción 
de imperialismo. Como hemos intentado mostrar en Valor, mercado mundial y 
globalización, el uso del término en el campo del marxismo siempre presentó 
ambigüedades, que tienen su origen en una dicotomía teórica que subyace en las tesis 
clásicas del imperialismo, tal como fueron establecidas por Hilferding, Bujarin y Lenin. 
El problema podemos sintetizarlo a partir de preguntarnos si el imperialismo obedece a 
leyes de acumulación y desarrollo distintas a las planteadas por Marx en El Capital, y si 
el capitalismo del siglo 20 se identifica con el imperialismo. O, si por el contrario –y 
ésta es una formulación de Lenin– el imperialismo era solo una “superestructura” 
económica, constituida por los monopolios, que no afectaba en lo esencial al 
capitalismo “a lo siglo 19”, y coexistía con esta “base” económica. En el primer caso el 
capitalismo se habría transformado en imperialismo –ésta también es una formulación 
de Lenin– y si esto era así, la dinámica del capitalismo en el siglo 20 era distinta, tanto 
para los países atrasados, como para los adelantados. En el segundo caso habría que 
trabajar con dos dinámicas, una regida por las leyes del capitalismo “a lo Marx”, y la 
otra por las leyes del capitalismo monopólico; aunque este último fuera el que, a largo 
plazo, se pensaba que prevalecería. Esto nunca fue clarificado, y por eso subsistió la 
referida ambigüedad.38 
En nuestra opinión, el problema central que encierra esta noción es que no termina de 
quedar claro qué tienen de específico los rasgos que definirían el subimperialismo 
brasileño, según Marini. Es que la lucha por los mercados, y por exportar manufacturas, 
constituye una característica de todo capital; y todo Estado nacional defiende los 
intereses de “sus” capitales nacionales y trata de posicionarlos de la mejor manera en el 
plano internacional. En la medida en que esta lucha opere a través de la competencia en 
el mercado mundial, estamos ante un rasgo del capitalismo “en estado puro”. Todo 
capitalismo es agresivo, ya que la competencia por los mercados es propiamente una 
guerra económica entre los capitales. Además, en muchos países dependientes hubo en 
las últimas décadas un proceso industrial más dinámico e independiente que el de una 
mera red de ensambladora, y se desplegaron ofensivas –a través de la baja de precios– 
para desplazar a sus competidores. Por otra parte, las presiones no económicas forman 
parte de las políticas de todos Estados capitalistas. De manera que este rasgo tampoco 
parece ser suficiente para determinar la existencia de un fenómeno nuevo, que merezca 
la categoría de “subimperialismo”. 
Algo similar puede decirse de la exportación de capitales. La exportación de capitales 
constituía uno de los elementos que definían el imperialismo en las tesis de Lenin; pero 
lo era en tanto se integraba a lo que se pensaba era un sistema, o forma de 
funcionamiento distinta del capitalismo “a lo Marx”. Distinta porque el imperialismo 
en sentido leninista se caracterizaba por la primacía de la extracción del excedente 
mediante métodos no económicos. De hecho entonces, la categoría de subimperialismo, 
según las características definidas por Marini, se puede aplicar a todos los países 
capitalistas dependientes, que hayan desarrollado medianamente la exportación de 
manufacturas, o alguna exportación de capitales. Y con la mundialización de la 
relación capitalista éste se ha convertido en un fenómeno bastante general. 
Esta circunstancia cobra especial relevancia cuando se intenta analizar algunos de los 
conflictos y tensiones actuales. Es que las categorías de imperialismo, subimperialismo 
y países dependientes conllevan la idea de la explotación –transferencias de excedente– 
de países y regiones por otros países y regiones, “a lo Frank”. De manera que las 
contradicciones y conflictos estarían se darían a través de una amplia cadena de 
eslabones, desde el imperialismo “máximo”, hasta la región más pobre del planeta; 
38 Esta ambigüedad fue admitida por marxistas que trabajaron el tema, como Arrighi, Barrat-Brown, 
Sutcliffe y otros. Para referencias y una discusión más detallada, remitimos de nuevo a Astarita (2006). 
donde cada uno de los eslabones intermedios sería al mismo tiempo explotado y 
explotador. El conflicto de clase, en esta perspectiva, se disuelve, como señalaron 
muchos críticos de la CD. Así, por ejemplo, y según esta óptica, Finlandia sería 
imperialista con respecto a Uruguay, por la instalación de la papelera Botnia; pero 
Finlandia a su vez sería explotada por países europeos más poderosos; y estos últimos 
por Estados Unidos; a la vez que cada Uruguay sería explotado por los países europeos 
más poderosos y Estados Unidos, y Finlandia por Estados Unidos. De la misma forma 
Bolivia sería explotada por Brasil, pero Brasil a su vez explotado por Estados Unidos. 
De esta manera las disputas que tuvo el gobierno boliviano con Petrobrás por el precio a 
que se exportaba el gas se interpretaría como una lucha de liberación nacional –o sea, 
contra la explotación de la nación–, cuando en realidad se trataba de una tensión 
“normal” que se daba entre burguesías nacionales por el reparto de la plusvalía, en la 
cual cada parte trataba de obtener la mejor tajada. No hay necesidad de recurrir aquí a la 
idea de subimperialismo o imperialismo. 
 
Conclusión 
Si bien los escritos de Marini constituyen un valioso intento de avanzar en el análisis de 
las economías dependientes a partir de las categorías del valor y la plusvalía, y a pesar 
de que de hecho registran la expansión del capitalismo en América Latina, el análisis 
termina haciéndose en términos de conflictos nacionales. Además, cuestiones como la 
acumulación capitalista, la generación de plusvalía, la formación diferenciada de valor a 
partir de las diferentes productividades y la dinámica del mercado en los países 
dependientes no estuvieron bien resueltas. En este marco era muy difícil explicar las 
evoluciones en los países dependientes del último cuarto de siglo y su inserción en la 
globalización del capital. Por eso no es de extrañar que la obra de Marini quedara 
envuelta en la crisis que terminó afectando toda la corriente de la dependencia. 
Capítulo 5
Dependencia, cuestiones metodológicas a la luz de la 
tradición hegeliana y marxista
En este capítulo discutimos cuestiones referidas al método y la dialéctica implicadas en 
los trabajos de los teóricos de la dependencia. Para esto tomaremos como punto de 
referencia los balances críticos de la CD realizados por Blomström y Hettne (1990) y 
Palma (1987). Bomström y Hettne, y Palma, no sólo sintetizan algunas de las críticas 
más frecuentes que se han dirigido a la CD, y los problemas centrales que afrontó, sino 
también tienen el mérito de abrir la discusión a los problemas de método que subyacían 
en la escuela. Ambos consideran que en la CD se habrían desarrollado polaridades 
analíticasque fueron difíciles de superar, principalmente por el enfoque metodológico 
que adoptó. Palma, además, plantea que la variante encabezada por Cardoso y Faletto, 
que él llama “el tercer enfoque” de la escuela”, habría establecido una vía correcta para 
superar las dificultades, que consistiría en analizar las cuestiones desde el punto de vista 
de la interacción, y no de las oposiciones rígidas y formales. Por eso enfatiza en la 
“interacción dialéctica”. El punto de vista que defenderemos en este trabajo es que si 
bien la interacción representa un progreso con respecto a las oposiciones metafísicas, el 
método dialéctico exige ir más allá de la mera interacción, para avanzar a las 
totalidades concretas, que se conforman por la articulación compleja entre lo universal 
–las leyes “generales” de las que hablan Palma y Cardoso–, los particulares y los 
singulares. Este enfoque dialéctico sería importante para encarar nuevas investigaciones 
acerca del desarrollo en los países atrasados. Empezamos entonces presentando una 
síntesis de los balances de Bomström y Hettne y Palma, poniendo el énfasis en las 
cuestiones de método. 
 
Los balances
Según Blomström y Hettne, la escuela habría entrado en una etapa de crisis y 
decadencia; básicamente las razones fueron: 39 
1. La CD sostuvo que el desarrollo capitalista no es viable en la periferia, y no se 
va hacia un sistema plenamente capitalista. Pero es un error sostener que esto 
deba ser así, como si se tratara de una consecuencia de leyes naturales. 
2. La CD planteó que el capitalismo dependiente se basaba en la plusvalía absoluta 
y la superexplotación de la mano de obra. Ignoró la posibilidad de que el 
capitalismo dependiente avanzara hacia la extracción de plusvalía relativa y el 
progreso tecnológico.
3. La CD sostuvo que la superexplotación de la mano de obra planteaba 
restricciones insalvables para el crecimiento del mercado interno, y por lo tanto 
para el desarrollo del capitalismo. Pero esto se ha demostrado erróneo. 
4. Como derivado de la tesis anterior, la CD planteó que la burguesía nacional de 
los países atrasados no tenía fuerza propia, era parasitaria, no podía lograr una 
acumulación del capital normal, ni era capaz de pensar en sus propios intereses 
verdaderos. La experiencia demostró que las burguesías de los países 
dependientes tenían mucha mayor autonomía e iniciativa que la supuesta por la 
escuela.
5. La CD sostuvo que las únicas alternativas de la periferia son el socialismo o el 
fascismo. En los hechos en muchos países dependientes se estabilizaron 
democracias capitalistas. 
Palma coincide con muchas de estas críticas, aunque sostiene que sólo una parte de los 
teóricos de la dependencia habrían fracasado, y que esto sucedió porque o aplicaron un 
método de análisis abstracto y formal. Son los que no llegaron a comprender, según 
Palma, la especificidad del proceso histórico de la penetración capitalista en los países 
de la periferia; y que se limitaron a elaborar una tesis sobre el inevitable estancamiento 
económico y una teoría formal del subdesarrollo. En su opinión, estos análisis estaban 
errados no sólo porque no se ajustaban a los hechos, sino también porque eran de 
naturaleza “mecánico-formal”, “estáticos y ahistóricos”. En consecuencia presentaron 
39 Hemos cambiado ligeramente la ordenación; además Blomström y Hettne agregan el fenómeno del 
subimperialismo, que no hemos incluido por tratarse de un planteo específico de Marini, que discutimos 
en el capítulo anterior. 
“esquemas incapaces de explicar la especificidad del proceso de desarrollo económico y 
dominación política en los países periféricos”; no pudieron detectar los procesos 
sociales más relevantes, ni explicar los mecanismos de reproducción social y las formas 
de transformación de estas sociedades; y se manejaron con conceptos vagos e 
imprecisos (p. 77). Sin embargo Palma considera que lo que él llama el tercer enfoque 
dentro de la CD –básicamente conformado por los trabajos de Cardoso y Faletto– 
muestra una metodología correcta para el análisis de las situaciones concretas de la 
dependencia. Los puntos fuertes de este tercer enfoque serían: 
1. A igual que los otros autores de la dependencia, los del tercer enfoque 
concibieron las economías periféricas como partes integrantes del sistema 
capitalista mundial, y entendieron que los determinantes generales para la 
comprensión de estas sociedades se encuentran en el sistema mundial. También 
fueron conscientes de que el capitalismo mundial en los años sesenta era muy 
distinto al que había visto Lenin a comienzos de siglo; y que contribuciones 
como las de Gramsci y Kalecki no habían sido integradas a la teoría del 
imperialismo, lo que representaba una seria falencia. Además el tercer enfoque 
incorporó de manera más satisfactoria las transformaciones que estaban 
ocurriendo en el capitalismo mundial, tales como la exportación de capital a la 
periferia y la industrialización; y se dio cuenta de que la dependencia y la 
industrialización no eran necesariamente contradictorias. De esta manera pudo 
postular que existía un desarrollo dependiente, por lo menos en muchos países 
de la periferia. 
2. El tercer enfoque amplió el análisis de los determinantes internos del desarrollo 
de las economías periféricas, porque dio gran importancia a cuestiones como la 
diversidad de recursos naturales, ubicación geográfica, y similares. 
3. Por último, la característica más importante del tercer enfoque es que habría 
superado la discusión acerca de si los determinantes del subdesarrollo y el 
desarrollo son los factores externos –mercado mundial, imperialismo– o 
internos, al sostener que lo importante es entender cómo interactúan los 
determinantes generales y específicos en situaciones concretas. Esto se habría 
logrado por la síntesis de ambos planos del análisis –lo externo e interno–, o sea, 
a partir de “una unidad dialéctica de ambos determinantes” (Palma p. 73). Así se 
podría explicar cómo, por ejemplo, un mismo proceso de expansión comercial 
había producido en diversas sociedades latinoamericanas diferentes resultados 
(trabajo esclavo en algunos lugares, explotación de la población indígena en 
otros, o formas incipientes de trabajo asalariado). Lo importante es, desde el 
punto de vista del método que reivindica Palma, el estudio de las especificidades 
de cada caso: las formas en que se realizaron las alianzas de clases, en que se 
organizaron los Estados, se adoptaron ideologías. De aquí que el objetivo sea 
elaborar conceptos capaces de explicar cómo las tendencias generales de la 
expansión capitalista se transforman en relaciones específicas entre los 
individuos, las clases y el Estado; y cómo estas relaciones a su vez reaccionan 
sobre las tendencias generales del sistema capitalista. 
En síntesis, lo central en Palma es la interacción entre lo general y lo particular para 
llegar a una explicación rica, que no caiga en el formalismo vacío. A esto le llama 
“unidad dialéctica” de ambos determinantes. El método correcto entonces sería el 
histórico-estructural, que postularon Cardoso y Faletto, una alternativa al análisis 
esquemático y mecánico en que habrían incurrido Frank y otros teóricos. Se plantea así 
uno de los principales problemas que enfrentó la CD, la relación entre 
“estructura/acción humana”. Según Palma, la “integración dialéctica” entre ambas 
instancias, o sea, entre estructura y conflicto (lucha de clases) sería la vía de superar los 
esquemas rígidos. 
Blomström y Hettne parecen también inclinarse por esta salida; una cuestión que se 
vincula estrechamente con la manera de superar las muchas polaridades en que, según 
Blomströmy Hettne, habría incurrido la CD. Estas polaridades serían: 
1. entre lo general y lo particular;
2. entre lo externo y lo interno; 
3. entre holismo y particularismo, esto es, entre aquellos autores que producen 
modelos globales cuyas dinámicas están determinadas en lo fundamental por el 
sistema en su totalidad; y otros “que construyen una perspectiva completa a 
partir de las partes constituyentes” (p. 97); 
4. entre análisis económico y análisis sociopolítico; esto es, entre los autores que 
“trabajan exclusivamente con un análisis económico” y otros que “subrayan las 
condiciones sociales y políticas” (p. 99); 
5. entre “contradicciones sectoriales-regionales” y “contradicciones de clase”, 
dicotomía que recorre los debates, y las críticas a la CD; 
6. entre subdesarrollo y desarrollo; 
7. entre voluntarismo y determinismo. 
Todas estas polaridades, que no se pudieron superar ni resolver adecuadamente, habrían 
contribuido entonces a la crisis de la CD. Siendo esto cierto, es necesario sin embargo 
indagar cuáles fueron los criterios metodológicos que llevaron a atascarse en esas 
dicotomías. Nuestra respuesta se basa, en lo esencial, en la perspectiva planteada por 
Hegel, en particular en sus “lógicas” (véase Hegel, 1968 y 1997). 
Desarrollo histórico y dialéctica del desarrollo capitalista
Empecemos señalando que en los estudios y debates de la CD se han superpuesto dos 
tipos de objetos de estudio, y de problemáticas, que deberían distinguirse. En primer 
lugar, el desarrollo histórico de los modos de producción precapitalistas a partir del 
momento en que se vinculan al mercado mundial capitalista, ya sea en su génesis, o 
cuando había madurado. En segundo lugar, la dinámica del capitalismo en la periferia, a 
partir de que éste logra establecerse. Por supuesto, ambos tipos de problemas están 
íntimamente entrelazados, desde el momento en que en una formación social se 
combinan modos de producción precapitalistas con el modo capitalista que está 
surgiendo. Pero desde el punto de vista del método plantean cuestiones muy diferentes, 
porque la “teoría general” de la que hablan Cardoso y Faletto, que supuestamente 
debería aplicarse a la intelección de la evolución de estas formas precapitalistas, no es 
propiamente una “teoría general” en el sentido que lo constituye El Capital. A lo sumo 
se trata de las categorías del materialismo histórico –conceptos como modo de 
producción, fuerzas productivas, relaciones sociales– a partir de las cuales no existe 
posibilidad alguna de establecer alguna lógica, o ley interna de evolución o transición 
al capitalismo. Aclaremos al respecto que Marx jamás elaboró semejante cosa, y 
sostuvo explícitamente que no había manera de establecerla. Sí planteó, en cambio, que 
el capital tiene un impulso a formar el mercado mundial, y que tiende a abolir “la 
producción de valores directos” (propia de formaciones precapitalistas) y a poner en su 
lugar “la producción basada sobre el capital” (Marx, 1989, t. 1 p. 360). Pero esto no 
significa que pudiera deducirse alguna “ley” general de desarrollo –o subdesarrollo– 
para el conjunto de las regiones y modos de producción que se vincularan con el 
mercado mundial. Marx jamás pretendió establecer una ley supra histórica universal de 
este tipo, ni hay manera de hacerlo. De hecho, la idea –típica de los manuales 
stalinistas– de que la humanidad debería atravesar necesariamente etapas –comunismo 
primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo– no se verificó. También 
hemos visto esta concepción abstracta general en Rostow. En este sentido tenían razón 
los teóricos de la CD cuando criticaban este esquema general. Éste es un punto que 
reivindican también Blomström y Hettne en la teoría de la dependencia. Pero así como 
no puede sostenerse científicamente la existencia de etapas necesarias de evolución, 
tampoco es posible establecer leyes “de hierro” como la planteada por Frank al sostener 
que inevitablemente la vinculación con el mercado mundial generaría atraso y 
subdesarrollo en la periferia. Es necesario el estudio de cada caso, poner el acento en las 
dotaciones de recursos naturales, en las estructuraciones de clases y las luchas de éstas, 
en los factores políticos y otros, para explicar las evoluciones particulares y singulares. 
La explicación de por qué en Estados Unidos ocurre el reparto de tierra y una 
colonización intensiva de las llanuras, y por qué eso no sucede en Argentina, necesita de 
algo más que el planteo “vinculación o no al mercado mundial”. De la misma manera 
para explicar por qué Argentina no evoluciona como Canadá, o como Australia, 
etcétera.
Sin embargo, a partir de estos análisis singulares no es posible establecer “leyes” de 
evolución. Tal vez la única “ley” es que a largo plazo el mercado mundial tiende a 
imponerse, todos los países o regiones entran en la órbita del capital, y las relaciones 
precapitalistas se transforman en relaciones capitalistas. Esta tendencia se ha verificado, 
y el impulso hacia la mercantilización y el establecimiento de relaciones capitalistas es 
más y más fuerte a medida que el mercado mundial se despliega en tanto totalidad 
concreta, regida por el capital.40 Las transformaciones capitalistas de las últimas décadas 
de las sociedades burocráticas no capitalistas –URSS, China, Alemania Oriental y 
otras– se explican a partir de esta primacía del mercado mundial. Pero esto sólo opera 
como tendencia, esto es, obedece al impulso de la ley general; o de lo que en la 
dialéctica se llama “el universal”. Y del universal de ninguna manera se pueden deducir 
los singulares, esto es, los ritmos y modos de las transformaciones, las vías concretas, 
singulares, históricas. No es posible hacerlo hoy, cuando el sistema mundial capitalista 
ha devenido una totalidad real, completamente desplegada. Mucho menos es posible 
establecer alguna ley general de evolución de las sociedades precapitalistas a partir de 
su vinculación a un mercado mundial todavía incipiente. De ahí la importancia de la 
crítica de Brenner (1979) a los teóricos de la “economía mundo”, al señalar que la 
vinculación al mercado mundial no siempre da lugar a una disolución más o menos 
directa de las relaciones precapitalistas. El caso típico es Polonia, ya señalado por 
Engels. En ese país, en lugar de disolverse las relaciones precapitalistas, hubo un 
reforzamiento de la relación feudal. La razón de por qué en Polonia se responde de esta 
manera, y por qué en otro lugar se responde acelerando la descomposición de las 
relaciones precapitalistas, sólo puede encontrarse en el estudio de la situación concreta, 
esto es, de la articulación de clases interna de cada sociedad, el desarrollo de sus fuerzas 
productivas, la riqueza de sus recursos naturales, la demanda del mercado, las luchas 
políticas, y muchos otros factores. Esto que cuenta para los países de la periferia, 
también rige para la evolución de los países avanzados. El modo de producción 
capitalista necesita como presupuesto la propiedad privada de los medios de 
producción, por un lado; y la existencia de seres humanos “libres”, en el sentido que no 
poseen medios de producción, y pueden vender su fuerza de trabajo. Sólo a partir de 
este presupuesto se puede hablar de una lógica del capital, de una lógica de desarrollo. 
Pero las condiciones históricas por las cuales se llega a esos presupuestos no están 
40 Véase sobre los efectos de la entrada del capitalismo en zonas de economías campesinas parcelarias, 
con la globalización, en el capítulo 12 de este libro. 
encerradas en ninguna lógica, y deben estudiarse en cada caso. Planteada así la cuestión 
se puede advertir entonces que la interacción dialéctica entre“ley general” y “casos 
singulares” que postularon Cardoso y Faletto, y reivindica Palma como el camino de 
análisis, no tiene manera de rendir frutos teóricos si se quiera aplicar a la forma en que 
se pasa al capitalismo en la periferia. La “ley general” para esto no existe, salvo lo que 
ya hemos señalado, el impulso tendencial hacia el capitalismo. 
Por otra parte, tampoco hay manera de establecer una teoría general de evolución de las 
regiones precapitalistas a partir de casos singulares, una idea que parece anidar en los 
trabajos de Cardoso y Faletto. Esto porque es imposible deducir el universal por simple 
comparación y extracción de elementos comunes. Es cierto que es la manera en que 
comúnmente se piensa que se elaboran los conceptos, pero como explicó Hegel, por esta 
vía a lo sumo se tiene una representación del universal. Es lo que Hegel llama “el 
universal vacío”, abstracto, que se consigue mediante abstracción (separación) de 
rasgos, para quedarse con lo que es común a muchos. Este universal, obtenido por 
abstracción, es estéril, porque no tiene en su seno la riqueza del contenido, la 
diferencia, la particularización y la negación. De aquí es imposible deducir ley alguna 
de evolución, establecer la dinámica interna, y quedamos reducidos a una simple 
tipología, a la clasificación. Es lo que ha sucedido, en definitiva, con algunos intentos 
de establecer tipologías de desarrollo dependiente –economías de enclave, economías 
precapitalistas subordinadas, etcétera– a partir de la comparación de muchos casos 
singulares. Esta insistencia en lo “concreto”, obtenido por inducción, conduce al 
universal abstracto. Pareciera que la teoría, lo universal, fuera lo vacío, mientras que la 
riqueza del contenido marcha por otro carril, porque residiría sólo en lo singular, y que 
“teorizar” es llenar el vacío con elementos tomados, sin método, de lo empírico. Se 
desemboca así en una tipología weberiana, o “modelos”, que constituirían el eslabón 
intermedio entre la teoría general (a lo Marx), y los casos singulares. A pesar de que se 
lleva décadas tratando de sacar algún rédito de esto, los estudios se estancan porque ese 
universal abstracto –el modelo, o sea, la formación social “tipo”– está vacío de 
contenido. 
Observemos que el método de Frank para elaborar su ley general del subdesarrollo tiene 
similitudes de fondo, a pesar de la diferencia formal, con el que emplearon Cardoso y 
Faletto. Es que Frank arranca de una definición genérica sobre qué es capitalismo –
producción para el mercado– y se aboca luego al estudio de casos históricos singulares, 
a fin de demostrar que siempre que hubo vinculación al mercado mundial, hubo 
subdesarrollo en esos países, y viceversa. A partir de aquí generaliza. Así, el método es 
apriorístico, al inicio, pero luego se desliza a la inducción abstractiva. Por supuesto, a 
Frank se le dirigieron muchas críticas porque siempre dejaba de lado, y 
convenientemente, los datos que no entraban en su esquema. Pero este problema es 
inherente al método mismo de la construcción teórica por abstracción de los rasgos 
generales. 
Desde el punto de vista dialéctico, entonces, la pretensión de la CD de establecer alguna 
ley general de la evolución de las formaciones precapitalistas a partir de su vinculación 
al mercado mundial, lleva a un callejón sin salida, porque el objetivo teórico mismo 
estaba mal planteado. Es la misma dialéctica la que nos debe indicar sus límites y “los 
puntos en los que debe introducirse el análisis histórico” (Marx, 1989, t. 1 p. 422). Uno 
de estos puntos es el de la formación del capitalismo en las periferias, y las formas que 
adquirió históricamente la transformación y /o disolución de los modos de producción 
precapitalistas, hasta llegar a la etapa actual en que el modo de capitalista se ha 
globalizado. La CD tuvo un gran acierto al criticar la teoría del desarrollismo 
económico, de una transición lineal desde las “sociedades tradicionales a la sociedad 
moderna”; y también al criticar el evolucionismo mecánico de las corrientes stalinistas, 
o de neoclásicos como Rostow. El problema es que trató de oponer a estos enfoques 
alguna otra “ley histórica general” de por qué y cómo se generaría siempre 
subdesarrollo en la periferia, ley imposible de elaborar. 
La situación en los sesenta de la “teoría general”
Según Cardoso y Palma, la teoría general estaba más o menos bien establecida al 
momento de desarrollarse la CD y la cuestión era entonces entender cómo se la hacía 
interactuar con los casos particulares. Una idea que también está presente en otros 
autores de la CD. La mayoría, como ya hemos señalado en un capítulo anterior, y 
subrayan Blomström y Hettne, adoptó como marco de referencia la revista Monthly 
Review, dirigida por Baran y Sweezy, y los escritos de éstos, y en general la idea de la 
primacía del monopolio. Parecía entonces que la teoría marxista estaba “lista” para ser 
aplicada al estudio de los casos concretos, si bien era posible hacer todavía algunas 
mejoras (incorporar los aportes de Kalecki, Gramsci, etcétera, como sugiere Palma). 
Sin embargo, el estado teórico del marxismo en los sesenta y setenta en absoluto era 
como se lo describe. La raíz de este problema la hemos planteado en Astarita (2006) y 
se relaciona, en el terreno de la economía política, con el giro que introduce en el 
pensamiento la tesis del predominio del monopolio. La teoría del monopolio introdujo 
una lógica de formación de precios, y de funcionamiento del capitalismo, muy distinta a 
la que se desprendía de El Capital y el resto de la obra de Marx. Pero en este caso debía 
hacerse explícito el cambio de enfoque, y sacar todas las consecuencias que se 
desprendían de ello. Baran y Sweezy trataron de avanzar en esta dirección, y por eso 
sostuvieron, por ejemplo, que la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia 
ya no regía en el capitalismo monopolista, y que la formación de precios obedecía a una 
mecánica distinta de la explicada por Marx. Pero tuvieron que admitir que no existía 
una teoría de formación de precios de monopolio, y sus elaboraciones no progresaron 
demasiado. La mayoría de los autores mantuvo entonces una mezcla ecléctica entre El 
Capital, las tesis clásicas de imperialismo de Lenin, y Baran y Sweezy. Éste era 
entonces el estado de la “teoría general” que se podía aplicar a los casos “concretos”. 
Pero con esa mezcla ecléctica, la mayoría de las grandes cuestiones con que se 
enfrentaban los análisis del mercado mundial capitalista, o de los capitalismos 
periféricos, encerraba grandes dificultades. Así, por ejemplo, las explicaciones 
subconsumistas de las crisis, o de una supuesta tendencia al estancamiento, eran 
aceptadas como normales por muchos teóricos, como hemos visto que fue el caso de 
Marini. Las concepciones ricardiana del valor eran comunes, o no había conciencia de 
los problemas que encerraban. Algunas de estas cuestiones se pusieron en evidencia 
cuando Emmanuel planteó la cuestión del intercambio desigual. El mérito de Emmanuel 
fue haber elaborado sus tesis asumiendo que en el mercado regía la ley del valor. La 
discusión que siguió fue entonces muy rica, pero las elaboraciones coexistieron con el 
andamiaje teórico anterior. Además, cuestiones como los tipos de cambio, o los 
problemas monetarios que enfrentaban los países atrasados, casi no se abordaron, y no 
porque no hubiera voluntad de aplicar “la teoría general” a los casos concretos, sino 
porque simplemente esa “teoría general” tenía importantes huecos y problemas. 
En definitiva, uno de los mayores problemas que enfrentó la CD no fue que no quiso 
aplicar la teoría general a los casos concretos, sino que esa misma teoría generaladolecía de graves problemas. Para explicarlo con un ejemplo sencillo, la tesis de 
Marini –y de tantos autores de la dependencia– sobre que la acumulación dependía, en 
última instancia, del consumo, era una “aplicación al caso concreto” del subdesarrollo 
de la teoría general prevaleciente. La idea subconsumista se trasladaba así al caso 
“concreto”, como pedían Palma y Cardoso, tomándose en cuenta las particularidades del 
singular; por ejemplo, la estructura del mercado de Brasil en los setenta. Pero el 
resultado de esta aplicación era cuestionable no porque hubiera faltado la voluntad de 
hacer análisis concretos, sino porque la propia “teoría general” estaba errada. 
La interacción entre teoría general y casos particulares
Lo anterior nos permite abordar críticamente la tesis sobre la necesidad de una 
“interacción dialéctica” entre la teoría general y los casos particulares (o singulares), 
que postula Palma. Aquí la idea es que de alguna manera ambas esferas interactúan, a 
partir de que están constituidas como totalidades más o menos terminadas. Es la 
imagen de la herramienta (la teoría general) que se aplica a un objeto de estudio (el 
singular). Esta perspectiva es superior al enfoque mecánico y rígido de las oposiciones 
y, como dice Hegel, nos pone “en el umbral” del concepto dialéctico; pero no garantiza 
un tratamiento superador de las antinomias y por eso mismo, en tanto se insista en 
permanecer en este plano, deviene estéril. En otras palabras, no brinda una salida, 
porque nunca se puede precisar la manera en que actúa la mentada interacción. Por 
esta razón el “tercer enfoque” de la dependencia, a pesar de apuntar en la dirección 
correcta, no pudo avanzar mucho más allá de formular la necesidad de tener en cuenta la 
interacción entre “el general” y “los particulares” (o los “singulares”). 
El problema con la perspectiva de la interacción es que –y de nuevo recurrimos a 
Hegel– lo general, o con más precisión, el universal, no existe si no es a través de los 
casos particulares y de los singulares. Así, el capital no existe si no es a través de los 
muchos tipos particulares de capital (agrario, financiero, industrial, etcétera) y éstos a su 
vez sólo existen a través de los capitales singulares en competencia. De manera que no 
hay manera de estudiar el capital en cuanto universal si no es a través de estos capitales 
singulares y particulares; e inversamente, no se pueden entender éstos si no es a partir 
del universal. Si no se capta esta relación, se corre el riesgo de que el universal discurra 
por un carril por completo distinto de los particulares y singulares, de manera que –y a 
pesar de las protestas de dialéctica e interacción– no tengan nada que ver uno con el 
otro. 
Pongamos todo esto en términos de un ejemplo, la generación de plusvalías 
extraordinarias y de plusvalía relativa. La generación de plusvalía extraordinaria 
siempre se da en casos singulares; por ejemplo, en la rama X (un particular) la empresa 
A (un singular) es innovadora y logra plusvalías extraordinarias a partir de tal y cual 
precio, y de tal o cual costo de producción. La teoría, en cuanto universal, explica la 
lógica (la ley interna) por medio de la cual se produce esa plusvalía extraordinaria, pero 
no permite deducir la manera concreta en que se produce en cada caso singular la 
plusvalía extraordinaria. Lo mismo sucede con la plusvalía relativa. La teoría solo 
explica cómo puede surgir; pero que esto ocurra realmente, y además en qué grado, 
dependerá de muchos factores, tales como el grado de organización sindical, la fase del 
ciclo capitalista, etcétera, que son singulares.41 
De manera que esta relación entre el universal y los casos singulares está presente, y es 
inherente, a cualquier fenómeno que estudiemos. No existe un capitalismo “puro” en los 
países avanzados, en los cuales el universal actúe de manera también “pura”, porque 
siempre está particularizado y singularizado. Esto significa que el problema no tiene 
41 Singulares que actúan en el marco, y a través de particulares: en el ejemplo, en tal sindicato, en tal país 
capitalista, en tal rama, etcétera. Recuérdese que el particular es el mediador entre el general y el singular; 
aunque a su vez cada una de las instancias media a las otras; véase nuevamente Hegel. 
por qué modificarse cualitativamente cuando se estudian los países periféricos 
capitalistas, porque aquí también habrá que tener en cuenta las diferencias de 
productividad particulares, las posibilidades particulares de cambio tecnológico, o el 
grado de organización particular de los trabajadores. A partir de este enfoque, las 
desventajas en tecnología, por ejemplo, que afectan con frecuencia a las empresas de 
países dependientes, se pueden integrar de manera relativamente sencilla en los 
estudios, sin necesidad de postular otra lógica, distinta de la que rige en los países 
avanzados. 
Por supuesto, a partir de esto se pueden establecer ciertos rasgos que son más propios de 
los países periféricos, pero, insistimos en esto, que obedecen a la misma lógica que rige 
en los países adelantados. Por ejemplo, es natural que en los países en que el desarrollo 
de las fuerzas productivas es menor, los elementos que entran en la reproducción de la 
fuerza de trabajo son de distinto tipo que los que integran la canasta salarial en los 
países desarrollados. Además, es inherente a la naturaleza de cualquier capital que si se 
enfrenta competitivamente con otros capitales más adelantados, intente compensar la 
situación bajando el salario. De manera que pueden existir con mayor frecuencia casos 
de superexplotación en los países atrasados, que en los adelantados. Sin embargo el 
fenómeno no es exclusivo de los países dependientes, como lo demuestra, por ejemplo, 
la superexplotación a que son sometidos los inmigrantes por los empresarios 
agricultores de Estados Unidos; o por los productores textiles en países europeos. Esto 
es, la ley general de la plusvalía siempre se particulariza y singulariza, y no existe sino 
es a través de estos casos. Por eso es que las leyes que rigen la dinámica capitalista no 
se interrumpen en los capitalismos dependientes; simplemente adquieren su forma 
particular, o singular, de manifestarse.
Por lo tanto es equivocado pensar, como sostiene Palma, que por un lado existen 
tendencias generales del capitalismo –que derivarían del modo de producción en estado 
puro– y por otra parte están las relaciones específicas entre individuos, clases y Estado; 
y que las primeras influyen sobre las segundas, y éstas a su vez “reaccionan” sobre las 
primeras. Lo que sucede es que las tendencias solo actúan a través de relaciones de 
clases particulares; siempre se desarrollan a través de formas singulares, y se expresan 
en tal relación de clase singular, a través de tal otro conflicto, ritmo de acumulación, 
crisis, etcétera. 
Para ilustrar la noción con otro ejemplo: la reproducción ampliada del capital opera a 
través de casos en los que existe mayor o menor concentración del ingreso; 
concentración que dependerá de muchos factores, entre ellos históricos y políticos. Pero 
una mayor concentración del ingreso no implica que sea necesario recurrir a otra ley de 
reproducción del capital. Así, por ejemplo, no hay que pensar que en los países 
adelantados el desarrollo económico esté movido por la tasa de acumulación de capital, 
en tanto en los países dependientes el motor sea el gasto de plusvalía en bienes de 
consumo de lujo.42 La reproducción ampliada del capital operará en ambos según la 
misma lógica, sólo que particularizada de distinta manera. 
Lógica del capital o creación libre del sujeto
La perspectiva que estamos defendiendo supera las otras dicotomías planteadas. En 
especial ladicotomía entre estructuras sociales –leyes objetivas– y acciones de los 
sujetos, que recorre buena parte de las discusiones de las ciencias sociales, y 
ciertamente los debates sobre la dependencia. Planteada la cuestión de manera un poco 
42 Un lugar común en muchos estudios inspirados en la CD, incluso de la actualidad. 
esquemática, digamos que en la perspectiva estructuralista los sujetos desaparecen; y en 
la visión subjetivista, las acciones de los sujetos pueden superar cualquier límite. 
De hecho, muchos críticos de Frank sostuvieron que éste había caído en un 
determinismo absoluto, y que no dejaba espacio para el accionar de los individuos. En 
particular Cardoso sostuvo, contra Frank, que las potencialidades de las acciones 
humanas y de su imaginación podían reemplazar a las estructuras vigentes “por otras no 
predeterminadas” (Cardoso, 1977, p. 11). También la escuela de la regulación plantea 
que los regímenes de acumulación son producto de creaciones más o menos libres de las 
luchas de clases, y sus relaciones de fuerza, y que nada está entonces determinado 
(véase, por ejemplo, Lipietz, 1992). Aquí no existiría lógica alguna del capital, ni 
tendencias objetivas del desarrollo capitalista. Por eso, en opinión de Lipietz hay 
posibilidades inéditas, totalmente abiertas, para explorar formas de desarrollo a través 
de concertaciones nacionales. Esta perspectiva se opone entonces por el vértice al 
llamado determinismo. Es como si la tensión encerrada en la CD entre ambos polos se 
desplegara, pero inclinándose hacia el voluntarismo y subjetivismo. Booth (1985) en 
crítica a la CD, también sostiene que no existen leyes inherentes al capitalismo, y que 
todo lo que sucede en las sociedades dependientes no tiene nada de “necesario”. Los 
planteos del llamado post-marxismo se ubican en esta vena: el mundo se caracterizaría 
por la heterogeneidad y la particularidad de los desarrollos, y no existirían leyes 
tendenciales de movimiento. Pero si no hay leyes de ningún tipo, económicas o sociales, 
¿cómo es posible construir ciencia? ¿Todo dependerá del despliegue libre de la 
imaginación de los seres humanos? Responder por la afirmativa supone afirmar que los 
seres humanos no enfrentan restricciones sociales de ningún tipo. ¿No se llega así al 
callejón del voluntarismo y el subjetivismo? 
El problema consiste en entender que las llamadas leyes objetivas son un resultado de 
la cosificación de las relaciones sociales entre los seres humanos. Esto significa que los 
seres humanos generan los hechos económicos, pero no los dominan, porque las 
relaciones sociales se les imponen como relaciones objetivas que los obligan a actuar 
según cierta lógica. Por ejemplo, puesto en la función de capitalista, cada cual está 
obligado a ir al máximo posible en la extracción de plusvalía al trabajador, so pena de 
perder en la lucha competitiva. En la medida en que el capital se mundializa, esta 
constricción se impone con más y más fuerza, en tanto subsistan las relaciones de 
producción. Las luchas sociales se inscriben en este cuadro –en tanto las luchas 
sociales no cambien de raíz las relaciones de producción– y por lo tanto, y contra lo 
que dicen Cardoso, Booth, la regulación y otros, esas luchas no pueden obtener ni 
plasmar creaciones sociales completamente “nuevas”. Por eso, y naturalmente, cuando 
Cardoso estuvo al frente del gobierno en Brasil, siguió las “generales de la ley”, 
aplicando una política económica que, dentro de ciertos márgenes, trataba de adecuarse 
a las necesidades del capital. Por supuesto, se puede hablar de “traición” a sus ideales de 
los sesenta y setenta; pero es una realidad también que la visión de “leyes generales” 
por un lado y “acción subjetiva por el otro”, relacionadas solo al nivel de la 
“interacción”, dejaba un amplio margen para independizar –esta vez sí, en la 
imaginación y en el discurso– las segundas de las primeras. El resultado fue que, a pesar 
de los discursos y de la imaginación puesta en ello, las primeras hicieron sentir su rigor 
–que no es otra cosa que la constricción objetiva que impone el mundo de la 
competencia despiadada y la explotación de clases– sobre los ensueños utópicos. Los 
límites de la “interacción dialéctica” se revelan aquí de manera dramática. 
Por esto también las tendencias a la centralización y concentración de los capitales, a la 
expansión del mercado mundial, a la proletarización, no son aleatorias, porque están 
contenidas en la estructura fundamental de la relación capitalista. Esto significa que, si 
bien la evolución histórica no estuvo determinada mecánicamente, una vez que el 
sistema capitalista se ha establecido, sus impulsos tendenciales están estructuralmente 
determinados. Por eso mismo las luchas de clases se dan en contextos sociales y 
materiales que son dados, aunque sean el resultado de luchas anteriores. Estos contextos 
determinan las posibilidades de cambio generados por las luchas de las masas. Así, por 
ejemplo, las posibilidades de aumentos salariales dentro del sistema capitalista tienen 
“techos”: cuando el alza de salarios amenaza seriamente la plusvalía, la acumulación del 
capital se hace más lenta, o se acelera el cambio tecnológico, de manera que se recrea el 
ejército industrial de reserva, y los salarios son presionados nuevamente hacia la baja 
(véase Marx (1999) t. 1, cap. 23). Desde esta perspectiva, algunas de las tendencias que 
se registran en las políticas económicas de los Estados a nivel mundial deberían 
entenderse desde esta perspectiva.43 Sólo el cuestionamiento y cambio de las relaciones 
de producción –o sea, de propiedad– puede eliminar esta constricción objetiva, este 
“techo” que encuentra el voluntarismo social. 
El abordaje sociológico de Cardoso y Faletto
A partir de lo dicho podemos profundizar en cuestiones de método planteadas en 
Dependencia y desarrollo en América Latina, de Cardoso y Faletto; un libro que 
todavía hoy es referente de los estudios sobre la dependencia y el subdesarrollo. Como 
sostienen sus autores en el “Prefacio”, y reivindica Palma, su objetivo es mostrar cómo 
se da la combinación entre economía, sociedad y política en momentos históricos y 
situaciones estructurales distintas. Esto es, tratan de demostrar que los problemas 
económicos y políticos de América Latina no se pueden tomar como un todo sin 
especificar las diferencias de estructura e historia que distinguen situaciones, países y 
momentos (Cardoso y Faletto, 1973, pp. 1-2). 
Hasta aquí la cuestión en principio no presenta objeciones desde el punto de vista del 
método, en el sentido que siempre es necesario estudiar en sus particularidades la 
manera en que evolucionaron la economía, las alianzas políticas, las estructuras de 
poder, las ideologías, etcétera, en momentos históricos y regiones o países específicos. 
Sostener que no se puede tomar a América Latina como un todo, y que hay que 
distinguir es plenamente acertado. Sin embargo el trabajo de Cardoso y Faletto no se 
queda en esto, porque de hecho despliega una explicación de la evolución de América 
Latina que gira casi por entero en las relaciones de poder y las alianzas de clase, que 
terminan quedando “en el aire”, porque nunca conectan con “lo económico”, esto es, 
con la producción y el intercambio, con la generación excedente (o de valor y 
plusvalor), y con los problemas de la acumulación. 
Efectivamente, en aras de un análisis que se pretende “no economicista”, Cardoso y 
Faletto terminan en el subjetivismo y la sobrepolitización de las instancias. Por ejemplo, 
mencionan las explicaciones sobre la desaceleración del desarrolloeconómico de 
Argentina, Brasil y otros países en los sesenta, que se basan en la tesis del deterioro de 
los términos de intercambio. Sin embargo no analizan estas explicaciones desde alguna 
teoría económica, y saltan directamente a la cuestión de si algunos grupos habían 
perdido, o no, el control del sistema de poder. A pesar de que advierten que no hay que 
sustituir el análisis económico por uno sociológico, y que se debe tener un enfoque 
integral, en los hechos reemplazan el análisis económico por uno sociológico y político. 
Por ejemplo, sostienen que el desarrollo es el resultado
… de la interacción de grupos y clases sociales que tienen un modo de relación que les es propio 
y por lo tanto intereses y valores distintos, cuya oposición, conciliación o superación da vida al 
43 Remitimos a Astarita (2005). 
sistema socioeconómico. La estructura social y política se va modificando en la medida en que 
distintas clases sociales y grupos sociales logran imponer sus intereses, su fuerza y su 
dominación al conjunto de la sociedad (ídem, p. 18; énfasis agregado). 
El desarrollo está explicado en términos de “fuerza”, “dominación”, “imposición de 
intereses”. ¿Qué sucede con el desarrollo de las fuerzas productivas? ¿Con la 
generación de valor? ¿Con las formas específicas en que un espacio de valor se articula 
con el mercado mundial? Sobre esto no tienen nada que decir. Todo discurre por los 
carriles de las alianzas de clases, de las relaciones de fuerza, y también de los “intereses 
y valores”. Analizando los “intereses y valores” que orientan las acciones, el proceso de 
cambio se perfila “como un proceso que en las tensiones entre grupos con intereses y 
orientaciones divergentes encuentra el filtro por el que han de pasar los flujos 
puramente económicos” (pp. 18-19). A pesar de la oscuridad conceptual de la rebuscada 
metáfora (“filtro” por que pasan “flujos puramente económicos”), lo que se transmite es 
que son las “tensiones entre grupos” las que deciden la evolución económica de 
América Latina. ¿Qué sucede entonces con la dinámica de la acumulación del capital en 
los años de la industrialización por sustitución de importaciones, para poner un 
ejemplo? ¿Con la generación de plusvalía absoluta o relativa? ¿Con el desarrollo de los 
mercados internos? ¿Con la entrada de capital extranjero y su inserción en la estructura 
productiva existente? Ninguna de estas cuestiones es señalada como metodológicamente 
importante para el análisis, porque “lo económico” no es tenido en cuenta ni siquiera en 
cuanto “base” (para utilizar la tradicional metáfora de “base y superestructura”). 
Además, ¿por qué estos “filtros” sociales tienen tanto poder como para imponer una u 
otra dirección al desarrollo económico? No hay explicación, pero Cardoso y Faletto 
están convencidos de que “el problema teórico fundamental lo constituye la 
determinación de los modos de dominación porque por su intermedio se comprende la 
dinámica de las relaciones de clase” (p. 19; énfasis en el original). 
Obsérvese que la cuestión ni siquiera se plantea en los términos de Brenner, esto es, de 
la primacía de las relaciones de producción sobre las fuerzas productivas, sino en 
términos puramente político-sociales, ya que son los modos de dominación los que 
permiten comprender la dinámica de las relaciones de clase. Y ambas –formas de 
dominación y estratificación social– son las que “condicionan los mecanismos y los 
tipos de control y decisión del sistema económico en cada situación particular” (p. 21). 
Aquí se está proponiendo un abordaje completamente distinto al propuesto por el 
materialismo histórico. La interpretación de Cardoso y Faletto no es “global”, sino 
unilateral, centrada en lo político, en las relaciones de fuerza y alianzas de clases, y en 
la sobrepolitización del problema del desarrollo. Para entender cómo opera este método 
propuesto por Cardoso y Faletto, analicemos con detalle un caso al que aplican este 
razonamiento. 
Cardoso y Faletto sostienen que algunos países latinoamericanos, al proyectar la 
defensa de su principal producto de exportación, propusieron una política de 
devaluación. El tipo de cambio alto habría tenido, como consecuencia indirecta y hasta 
cierto punto, no deliberada, la creación de condiciones favorables al crecimiento, dando 
lugar a una mayor diferenciación económica. Sin embargo esa política de devaluación 
no implicaba un proyecto de autonomía creciente y un cambio de relaciones de clase, y 
aquí es donde, en opinión de Cardoso y Faletto, parece faltar la esfera política. No se 
puede analizar, sostienen, la cuestión del desarrollo exclusivamente desde el punto de 
vista de los estímulos y reacciones del mercado: “si se parte de una interpretación global 
del desarrollo, los argumentos basados en puros estímulos y reacciones de mercado 
resultan insuficientes para explicar la industrialización y el progreso económico” (p. 
26). De aquí se desprende que lo único que habría faltado para que la política de tipo de 
cambio alto tuviera éxito hubiera sido una “decisión política hacia la mayor autonomía”. 
Pero… ¿no habría que preguntarse por qué razón en los países atrasados tienden a 
establecerse monedas depreciadas en términos reales –que supuestamente crean 
condiciones favorables al crecimiento– y sin embargo no logran salir del atraso? ¿Por 
qué “espontáneamente” sucede esto? A partir de responder a esta cuestión, ¿qué hay que 
decir de la lógica económica de acumulación impulsada por el tipo de cambio alto? Se 
plantea, por lo menos, qué sucede con la generación de valor en un país atrasado; cómo 
se conecta con el mercado mundial a través del tipo de cambio alto; qué problemas se 
generan con respecto a los términos de intercambio; qué sucede con la acumulación 
interna; cómo afectan las variaciones del tipo de cambio el crecimiento de productividad 
de sectores y ramas; qué consecuencias acarrea el tipo de cambio alto para la moneda y 
la dinámica de precios; y cuestiones semejantes. Temas que superan en mucho la 
problemática –neoclásica en el fondo– “de estímulos y reacciones de mercado”, ya que 
remiten a las leyes de generación de valor y de la acumulación. 
Faltos de este estudio, y bajo el argumento de no caer en el “determinismo 
economicista”, Cardoso y Faletto hacen intervenir “desde arriba” lo político, que pudo 
estar, pero no estuvo: 
Son justamente los factores políticos internos –vinculados, como es natural, a la dinámica de los 
centros hegemónicos– los que pueden producir políticas que se aprovechan de las ‘nuevas 
condiciones’ [tipo de cambio alto] o de las nuevas oportunidades de crecimiento económico. De 
igual modo, las fuerzas internas son las que definen el sentido y el alcance político-social de la 
diferenciación ‘espontánea’ del sistema económico (p. 27). 
Sin haber estudiado la relación económica entre los centros del capitalismo y los países 
de la periferia, subdesarrollados, los autores explican que son los factores internos, 
vinculados a la dinámica de los centros hegemónicos, los que pueden producir políticas 
que se aprovechen de las condiciones para el crecimiento. De manera que esos factores 
internos, y su relación con los centros hegemónicos, debería ser explicada en base a 
consideraciones puramente idealistas, ya que el análisis no está basado en un estudio de 
la lógica económica subyacente al tipo de cambio alto. Todo lo que se dice del 
crecimiento basado en la moneda depreciada en términos reales es que da lugar a una 
“diferenciación espontánea del sistema”, esto es, movido por su propio impulso. ¿En 
qué consiste ese impulso o espontaneidad? Además, ¿acaso no hubo políticas de tipo de 
cambio alto, impulsadas por los gobiernos? ¿No eran expresión deciertas necesidades 
de inserción en los mercados mundiales, a partir de diferenciales en la generación de 
valor? Habiendo pasado por alto estas cuestiones, insisten con el análisis “político-
social”: 
… es posible que los grupos tradicionales de dominación se opongan en un principio a entregar 
su poder de control a los nuevos grupos sociales que surgen con el proceso de industrialización; 
pero también pueden pactar con ellos, alterando así las consecuencias renovadoras del desarrollo 
en el plano político y social (p. 27). 
Los grupos pueden pactar o no, tal vez afectando “las consecuencias renovadoras del 
desarrollo”, sin que se explique en ningún momento qué relación tienen estos cambios 
políticos, y sus efectos, con leyes económicas que no se conocen ni indagan. Las 
alternativas políticas por lo tanto se desenvuelven en una esfera autónoma, sin conexión 
con la lógica económica. A lo sumo se hacen vagas referencias a que el “tipo e 
intensidad de los cambios” –esto es, de la moneda depreciada y la consiguiente 
industrialización– “dependen en parte” del modo de vinculación de las economías 
nacionales al mercado mundial (p. 27). Pero ¿cómo dependen? ¿Por qué, además, 
dependen “en parte”? Cardoso y Faletto no explican, aunque insisten con su admonición 
sobre los peligros del análisis “puramente económico”: 
Tal perspectiva [el método defendido por los autores] implica que no se puede discutir con 
precisión el proceso de desarrollo desde el ángulo puramente económico cuando el objetivo 
propuesto es comprender la formación de las economías nacionales (p. 27). 
Por supuesto, ningún análisis de la formación de las economías nacionales puede 
quedarse en lo “puramente económico”. Pero el problema de la CD no es que sus 
análisis fueran “puramente” económicos, sino que “lo económico” no estaba 
cabalmente indagado; o lo estaba desde una perspectiva teórica equivocada (teoría del 
monopolio y similares, como hemos explicado). 
Para precisar aún más su concepción, Cardoso y Faletto agregan a lo anterior que no es 
suficiente con el análisis de variables como tasas de productividad, ahorro y renta, 
funciones de consumo, empleo, y similares. Por supuesto, no es suficiente con estas 
variables –que están tomadas abstractamente por Cardoso y Faletto de la literatura 
económica usual–, pero no porque éste sea un error “economicista”, sino porque 
ninguna de estas variables explica las cuestiones del atraso y la dependencia a no ser 
que se establezca su relación con alguna teoría del valor y de la dinámica de la 
acumulación. Sin haber precisado esta relación, sostienen que se pueden construir 
“modelos económicos”, que cobran significado siempre que estén referidos a 
situaciones “globales, sociales y económicas, que les sirvan de base y les presten 
sentido” (p. 28). De nuevo hay que preguntarse ¿en qué marco teórico se construyen 
estos “modelos económicos”? ¿Keynesiano, marxista, kaleckiano? Cardoso y Faletto no 
aclaran la cuestión, a pesar de su importancia. Además, ¿qué quiere decir que un 
modelo económico tiene que estar referido a una situación económica y social que le 
sirva de base? ¿Significa que tiene que tener relación con lo que sucede en la realidad? 
Pero… ¿existe algún “modelo económico” elaborado para explicar el subdesarrollo, que 
no haya pretendido estar conectado con la realidad? 
Todo esto termina siempre en la misma conclusión: que lo político, las relaciones de 
fuerzas entre las clases y las luchas por el dominio, pasan a ser lo decisivo para explicar 
el desarrollo. A pesar de que en varios pasajes se hace referencia a la interacción entre 
las instancias económica, social, política, la actuación política de los grupos es lo que 
decide: “la actuación de las fuerzas, grupos e instituciones sociales pasa a ser decisiva 
para el análisis del desarrollo” (p. 28). Más explícito aún, se sostiene que la política “es 
el medio por el cual se posibilita la determinación económica” (p. 131). 
La inversión con respecto a las tesis “clásicas” del llamado “determinismo económico” 
es completa. No se trata de un análisis concreto, como sostiene Palma, sino abstracto, 
porque aisló una variable –las estructuras de dominación y la política– a partir de la cual 
quiso derivar toda la problemática del desarrollo. Aquí se encuentra la raíz del análisis 
idealista en que termina esta perspectiva; una perspectiva que tiene su despliegue, como 
hemos visto, en la trayectoria política posterior de Cardoso. 
Modos de producción y transición al capitalismo
En lo anterior hemos visto que no es necesaria una teoría particular para estudiar 
capitalismos dependientes como pueden ser actualmente los casos de Brasil, Argentina, 
Corea del Sur. Se trata de países en lo esencial capitalistas, esto es, donde la relación 
capital / trabajo ha pasado a ser la relación de producción generalizada. Son economías 
sujetas a la dinámica de la ley del valor y la acumulación del capital; sólo que esa 
dinámica está desplegándose en condiciones de atraso tecnológico relativo (lo que no es 
sinónimo de estancamiento tecnológico) y de inferior poderío financiero, comercial y 
productivo que los capitales de los países centrales. Es en este cuadro que hay que 
plantearse, por lo tanto, el estudio. Por otra parte hemos discutido por qué es imposible 
establecer una teoría general de las formas que asume la inserción de las economías 
precapitalistas en el mercado mundial capitalista, y de su evolución. En este respecto el 
estudio es en lo esencial histórico o, tal vez más precisamente, propio de los 
historiadores económicos. Queda sin embargo el caso de las formaciones económico 
sociales en que se articulan modos de producción precapitalistas con el modo de 
producción capitalista, dominante. Esto es lo que preocupó a muchos teóricos de la 
dependencia, y dio relieve a la idea de formación económica y social; no es casual que 
este concepto se haya debatido extensamente en los sesenta y setenta. 
Si bien es cierto que los teóricos de la corriente llamada de “la articulación de los 
modos de producción” llegaron a pensar que las formas precapitalistas iban a 
permanecer porque eran funcionales al capitalismo adelantado, hoy el planteo ha 
perdido relevancia. Es que el capitalismo se ha expandido, y cada vez son menos los 
lugares del planeta en que subsisten las formaciones precapitalistas en sentido estricto 
(relaciones semi feudales / esclavistas). Lo que existe junto al capital es el modo de 
producción simple de mercancías, o sea, propietarios privados que no emplean mano de 
obra asalariada; o la emplean en niveles despreciables; y en particular, formaciones 
campesinas, que están siendo crecientemente “acosadas” por la entrada del capital. El 
estudio de la forma en que generan valor, y en que se articulan al capitalismo, no 
demanda la elaboración de alguna teoría especial, que fuera peculiar a la situación de 
dependencia. Algo similar ocurre con los ejércitos de desocupados. En los países 
atrasados se generan grandes masas de desocupados a medida que avanza el 
capitalismo, se arruinan los pequeños productores y las comunidades originarias; y en 
que el lento ritmo de la acumulación del capital no permite compensar esto, absorbiendo 
la población “sobrante”. Se trata de un fenómeno que recorre toda la historia del 
desarrollo capitalista. 
Por supuesto, las categorías del análisis en términos de valor no se pueden aplicar 
plenamente a las articulaciones de modos de producción precapitalistas con el 
capitalismo. En estas situaciones la ley del valor no rige plenamente. Por ejemplo, 
porque no hay mercados desarrollados, o porque la mano de obraestá semi liberada, y 
subsisten formas de coerción política que inciden en la extracción del excedente. En 
buena medida la CD expresó esta situación en sus trabajos. Pero entonces tampoco es 
posible establecer una “ley general” para estas formaciones, porque a lo sumo se pueden 
establecer algunos modelos explicativos de cómo funciona la generación de valor y 
plusvalor (y su eventual transferencia de un sector a otro), dadas ciertas condiciones. 
Son las situaciones que se han estudiado tradicionalmente en los debates sobre 
intercambio desigual. Pero incluso la problemática actual sobre el intercambio desigual 
se focaliza más y más en el caso de la competencia intra-rama, entre capitales que 
trabajan con tecnología superior –generalmente en los países adelantados– y capitales 
que trabajan con tecnología inferior –generalmente en los países atrasados capitalistas. 
 
Lo interno y lo externo
A partir de lo desarrollado hasta aquí se puede plantear también en otros términos la 
relación entre lo “externo” y lo “interno”, que como vimos, atravesó buena parte de los 
debates en torno de la dependencia. El llamado “tercer enfoque” de la CD buscó hacer 
una síntesis entre ambas posturas, por la vía de la “interacción dialéctica” de lo interno y 
externo. Pero el capital implica tanto la producción como la circulación; y la circulación 
no se limita al ámbito nacional, sino abarca necesariamente el mercado mundial. En 
palabras de Marx, el comercio exterior, o sea, el mercado mundial, es el que “desarrolla 
la verdadera naturaleza [la del sobreproducto] como valor, al desarrollar el trabajo 
encarnado en él como trabajo social”, y por eso 
…sólo el comercio exterior, el desarrollo del mercado hasta convertirse en mercado mundial, 
hace que el dinero se desarrolle hasta transformarse en dinero mundial, y el trabajo abstracto en 
trabajo social (Marx, 1975, t. 3 p. 209). 
Esto implica concebir al capitalismo como una totalidad mundial. Pero se trata de una 
totalidad concreta, plena de determinaciones. Una totalidad en la que rigen las leyes del 
valor y la acumulación del capital, pero siempre a través de espacios nacionales de valor 
que están mediados por los tipos de cambio, y subsumidos al espacio mundial del valor. 
Por lo tanto no se trata de una totalidad abstracta, donde mecánicamente estarían fijados 
los patrones de desarrollo /subdesarrollo. Ni tampoco de una totalidad conformada 
como “suma de partes”, donde las unidades interactúan a partir de estar constituidas 
nacionalmente, y según leyes de funcionamiento propias y diferentes. Desde el punto de 
vista de la totalidad concreta hay que considerar que el trabajo abstracto, la riqueza, el 
valor, el dinero abstracto “se desarrollan en la medida en que el trabajo concreto se 
convierte en una totalidad de distintos modos de trabajo que abarcan el mercado 
mundial” (Marx, 1975, t. 3 p. 209). Esto significa que los trabajos humanos, los valores, 
etcétera, no pueden considerarse en un plano meramente nacional, porque siempre son 
partes de una totalidad, que es el mercado mundial. Por eso no tiene sentido hablar de 
determinantes específicos (nacionales, “lo interno”) como si fueran de naturaleza 
distinta de los determinantes generales (mercado mundial, “lo externo”). Así, por 
ejemplo, los tipos de cambio –una cuestión que Marx no trató– median los espacios 
nacionales de valor con el mercado mundial; y entre sí. Pero esto no sucede porque 
estos espacios sean unidades en sí mismas, sometidas a leyes propias, sino porque son 
particularizaciones del universal, de la totalidad que es el capital desplegado. La 
pregunta de si son determinados por factores “internos” o “externos”, o cuál de ellos es 
el principal, en consecuencia pierde sentido. 
Es desde esta perspectiva que se puede abordar cómo opera la dialéctica del valor en el 
plano mundial, y en los espacios nacionales. Por ejemplo, por qué aumentan las 
diferencias de ingresos entre los países, por qué las diferencias en los valores generados 
por las unidades de trabajo desde los diferentes espacios nacionales, por qué los 
desarrollos desiguales. Cada una de estas cuestiones no puede resolverse sólo teniendo 
en cuenta el aspecto nacional; ni tampoco sólo el plano mundial. La forma y cuantía en 
que el valor generado dentro de un país se expresa en valor en el plano mundial, o sea, 
en dinero mundial, depende de la articulación compleja entre producción y circulación, 
incluyendo esta última el mercado mundial. En la medida en que la producción se 
internacionaliza, este fenómeno es cada vez más acentuado. Lo cual no implica, y hay 
que insistir en esto, que se pueda hacer abstracción de los espacios nacionales (y sus 
particularidades, por ejemplo, sus productividades medias), ni de sus mediaciones con 
el mercado mundial, las monedas nacionales y los tipos de cambio. 
Todo esto lleva a poner el énfasis en los análisis concretos, como reclama Palma, pero 
entendidos no como análisis donde se interrumpe la primacía del universal, ni como 
análisis en los que éste funciona de manera externa, sino como análisis que toman en 
cuenta la riqueza de lo particular. Esta es, por otra parte, la verdadera naturaleza del 
concreto, entendido desde la dialéctica. 
Conclusión 
En este capítulo hemos destacado la importancia de un enfoque dialéctico, de las 
totalidades concretas, para superar las polaridades rígidas en que cayó la CD. Lo cual se 
articula, naturalmente, con la necesidad de estudiar la dialéctica del valor, su despliegue 
a escala mundial. Que a su vez exige abandonar la tesis que dice que el mercado es 
dominado a voluntad por los monopolios, o los Estados más poderosos. De esta manera 
se pueden superar, en el sentido hegeliano, los aportes de la CD. “Superar” aquí 
significa no sólo la crítica, sino también el “conservar”. Conservar la perspectiva crítica 
de la CD sobre las corrientes del pensamiento económico burgués del desarrollo, al 
tiempo que avanzar en la comprensión de la dialéctica mundializada del capital, y sus 
particularidades. 
Capítulo 6
La dependencia reformulada y fetichismo financiero, una 
perspectiva crítica
Al finalizar el capítulo tres decíamos que a pesar de que la CD se desintegró, sus ideas 
permanecieron, aunque adaptándose a nuevas problemáticas, especialmente derivadas 
de las crisis de las deudas externas, en la década de 1980, y la globalización financiera. 
Permaneció la idea de que los países atrasados son dependientes, y que “dependencia” 
significa una relación de explotación de los países atrasados por parte de los países 
imperialistas, o avanzados. Esta explotación se materializaba, según esta visión, en las 
transferencias de plusvalía, posibilitadas por el intercambio desigual, las remesas de 
utilidades de las empresas extranjeras, y principalmente ahora por el pago de las 
deudas externas. Por otra parte, a la idea tradicional sobre que el “imperialismo” y el 
“capital monopólico y financiero” eran los principales causantes del subdesarrollo y la 
explotación de los países atrasados, se sumó la categoría del “neoliberalismo”. El 
“neoliberalismo” sería el responsable del ataque a las condiciones de vida de los 
trabajadores y los sectores populares que se desató en los ochenta, así como de la 
ofensiva privatizadora y por la apertura de los mercados. De esta manera continuó el 
desplazamiento de la contradicción de clase esencial en el modo de producción 
capitalista. Los antagonismos esenciales estarían plasmados en las oposiciones del tipo 
de “neoliberalismo / pueblos”; “finanzas / pueblos”; “capital financiero / países 
oprimidos”, y similares. La estrategia política que se derivó se seguía articulando en 
torno a la “liberación nacional” de los pueblos oprimidos contra el dominio delcapital 
financiero imperialista y el neoliberalismo. Si bien esta visión se combinó con avances 
importantes en investigaciones marxistas sobre teoría del valor, y dinámica de la 
acumulación capitalista y sus crisis, estos progresos no se plasmaron en una crítica 
integral a las visiones dependentistas que, de hecho, siguen predominando cuando se 
aborda la temática de los países atrasados. En este capítulo examinamos entonces esta 
situación. Comenzamos con la presentación de la tesis dependentista renovada, referida 
a la explotación de los países atrasados por capital financiero. En segundo lugar, 
examinamos, desde una perspectiva marxiana, la tesis del dominio del capital dinerario 
y las ideas sobre la naturaleza del sistema financiero, prevalecientes en la CD 
reformulada.44 
Dictadura financiera y explotación del “Tercer Mundo”
A fin de presentar la nueva formulación de la dependencia nos basamos en Toussaint 
(2004), un trabajo que recoge, a nuestro modo de ver, las principales tesis que se 
manejan hoy en las corrientes que heredaron la perspectiva de la CD. 
Según esta concepción renovada, se sostiene que existe una hegemonía del capital 
financiero, que ejerce su tiranía sobre los mercados y los pueblos. Es un capital 
financiero globalizado, parte integrante del capital globalizado. Se piensa que el proceso 
de globalización, que se registró en las últimas décadas, se debe principalmente a 
decisiones políticas de los gobiernos. Esto es, no responde a una tendencia inherente del 
capital, y por lo tanto la globalización, o mundialización del capital, podría ser revertida 
sin acabar con el modo de producción capitalista. Sin embargo, continúa la nueva tesis 
dependentista, la mundialización no lleva al desarrollo de las fuerzas productivas en los 
países del Tercer Mundo, y del ex bloque del Este, ya que las inversiones se relocalizan 
principalmente en América del Norte, Europa Occidental y Japón. En los países del 
Tercer Mundo y en el ex bloque del Este sólo hay marginación y pobreza. Puede haber 
algunos crecimientos puntuales, como sucede con los NICs asiáticos, y hasta cierto 
punto en algunas regiones de China, pero lo que predomina en el Tercer Mundo es 
estancamiento. La tesis de la CD sobre que los países centrales impiden la 
industrialización de los países subdesarrollados se mantiene. En el caso de Toussaint, 
incluso en sus versiones más “crudas”. Después de citar a Mandel, cuando afirmaba que 
el mercado mundial y la economía mundial representaron desde fines del siglo XIX uno 
de los principales obstáculos de la industrialización del Tercer Mundo, Toussaint 
plantea que la ola neoliberal del último quinquenio del siglo XX hace que las 
posibilidades de desarrollo autónomo de la “aplastante mayoría de los países del Sur y 
del viejo campo llamado socialista se encuentran aún más reducidas que en el período 
histórico precedente” (p. 255). Imposibilidad de “desarrollo autónomo” aquí se equipara 
con imposibilidad de “acumulación de capital industrial”, y por lo tanto con el “bloqueo 
de desarrollo”. También, y como sucedía en las viejas tesis de la CD, la tesis combina el 
factor “externo” con el interno, ya que “el bloqueo del desarrollo no proviene solamente 
de las relaciones de subordinación de la Periferia en relación al Centro”, sino también 
44 Esta discusión se complementa con la que realizamos en el capítulo 11, donde volvemos a examinar la 
temática del capital financiero, en su vinculación con el capital agrario y los precios de los alimentos. 
“de la estructura de clase de los países de la periferia y de la incapacidad de las 
burguesías locales para lanzarse a un proceso acumulativo de crecimiento, lo que 
implicaría el desarrollo del mercado interno” (ídem). Obsérvese que el sesgo 
estancacionista que advertíamos en Marini, Dos Santos y otros autores de la CD se 
despliega en estas formulaciones: imposibilidad de reproducción ampliada, incapacidad 
de la burguesía de acumular, bloqueo del desarrollo. Una línea de pensamiento que es 
apoyada por referentes tan importantes en el pensamiento de la izquierda y progresista 
mundial como Bernard Casse, director general de Le Monde Diplomatique, Michel 
Husson, economista y colaborador de la revista trotskista Imprecor, o la línea editorial 
de Monthly Review. 
Por otra parte, sostiene Toussaint, en los países del Tercer Mundo que basan su 
crecimiento en los bajos salarios y las exportaciones, las importaciones crecen a una 
tasa más rápida que las exportaciones. Lo cual genera déficits permanentes en las 
balanzas de pagos. Se refuerza así la visión estancacionista de los países atrasados. 
Pero la perspectiva del estancamiento no se limita a los países del “Tercer Mundo”, 
porque en los países del centro –también llamados “del Norte”, en oposición “al Sur”– 
una parte creciente de la plusvalía se desvía hacia el sector financiero, que se convierte 
así en un succionador de riquezas, por sobre el capital industrial. 
Además se constata el aumento del poder de las multinacionales oligopólicas. Si bien se 
reconoce que existe una poderosa competencia entre ellas, se plantea que estas 
multinacionales controlan el mercado mundial e imponen altos precios relativos a los 
productos que exportan a los países del Tercer Mundo. A lo que se suman las decisiones 
políticas de los gobiernos de los países industrializados, que agravan la caída relativa de 
los precios de los productos que exporta el Sur. De manera que los países atrasados son 
explotados por la vía del deterioro de los términos de intercambio, esto es, por vía de los 
precios establecidos por el poder oligopólico y por las decisiones de los Estados 
imperialistas. 
La idea de que los grupos concentrados pueden imponer precios al margen de la ley del 
valor no se limita a los mercados de bienes, sino se extiende a los mercados financieros. 
Esto porque se sostiene que los grandes bancos tienen la facultad de establecer altas 
tasas de interés, o primas de riesgo, prácticamente a voluntad. Ese poder se combina y 
potencia con el de los gobiernos de los países imperialistas, sus bancos centrales y los 
organismos internacionales (Banco Mundial, FMI), que suben las tasas de interés, y 
agravan la transferencia de riquezas desde el Sur hacia el Norte. De manera que las tasas 
de interés están determinadas por relaciones de fuerza, tanto de control de mercado 
(oligopolios financieros) como políticas. 
Por otra parte, la combinación del deterioro de los términos de intercambio y el 
crecimiento de las importaciones a una tasa más alta que las exportaciones, con los 
consiguientes déficits crónicos de las balanzas de pagos de los países del Sur, empujan 
al endeudamiento creciente del Tercer Mundo. La deuda externa se convierte entonces 
en un arma de dominio y sumisión. Junto a los planes de “ajuste”, sirve para 
“domesticar” a los países atrasados. Las altas tasas de interés posibilitan que las 
transferencias de ingresos sean crecientes. El Norte succiona la riqueza del Sur. La 
relación es claramente de explotación, aunque se aclara que la explotación de países se 
articula con las relaciones de clases. Esto es, en la extracción de excedente subyace la 
explotación del trabajo por el capital. Por eso el reembolso de la deuda opera como una 
bomba de agua que saca una parte del excedente generado por los trabajadores, los 
pequeños productores o empresas familiares, dirigiendo esos flujos hacia los poseedores 
de capitales del Norte. Así, las clases dominantes del Sur “cobran su comisión” y se 
enriquecen, a la par que las economías nacionales “se estancan o retroceden y las 
poblaciones del Sur se empobrecen”. 
A estos perjuicios que sufren los paísesdel Sur se agregan las transferencias de riquezas 
debidas a las privatizaciones de empresas públicas; las repatriaciones de beneficios de 
las sociedades transnacionales implantadas en el Tercer Mundo; los pagos de royalties, 
derechos de propiedad y similares; y las colocaciones de los capitales en manos de las 
clases propietarias del Sur, sea en las plazas financieras del Norte o en paraísos fiscales. 
Eventualmente también, las sumas destinadas a la compra de bienes inmobiliarios en el 
Norte. Todo se conjuga para conformar una situación de explotación del Norte por el 
Sur. Los países del Sur, incluidos los más grandes como México, Brasil o India, 
“retroceden” hacia una “dependencia y subordinación”, desde un desarrollo 
relativamente autónomo que habrían iniciado con anterioridad al advenimiento de la 
ofensiva “neoliberal”.
Puede verse entonces que a igual que sucede en la literatura de la CD, se trata de una 
relación de explotación entre regiones. Por eso la permanente referencia al “Tercer 
Mundo”, a la polaridad “Norte / Sur”, y similares. De manera similar a lo que ocurre en 
la literatura tradicional de la CD, se busca articular la temática geográfica con una 
noción de clases. Así, se enfatiza que el capital intensificó su ofensiva sobre el trabajo; 
y que las clases capitalistas del Sur participan, como socias menores, de la explotación 
de los trabajadores. Por otra parte continúa visualizándose el capitalismo nacional 
“autónomo” como una especie de régimen sino ideal, por lo menos muy superior al de 
un capitalismo local “integrado en la globalización”. Son las viejas tesis de la CD 
reformuladas. 
Una crítica desde la perspectiva marxista
A pesar de algunas referencias a la plusvalía, en el enfoque que acabamos de presentar, 
y a igual que sucedía con las formulaciones más crudamente “circulacionistas” de la 
dependencia, la centralidad del trabajo y de la explotación capitalista desaparecen. Las 
polaridades se establecen al nivel de países o regiones; o en términos de una fracción 
del capital, la financiera, enfrentada a los “pueblos”, o al Tercer Mundo, etcétera. No se 
interpreta la mundialización del capital, y sus consecuencias, a partir de la dialéctica del 
valor y su despliegue. La falta de análisis de las condiciones en que opera la ley 
económica en el mercado mundial es reemplazada por la tesis de los precios 
establecidos por los oligopolios. Se habla de la competencia, pero ésta no juega ningún 
rol real. Y debido a que en el fondo no existe teoría del precio de monopolio, no hay 
teoría económica que sustente el planteo. 
Esa ausencia se extiende al análisis de los mercados financieros. Prácticamente no hay 
investigación sobre los determinantes de los niveles de las tasas de interés, o de las 
ganancias del capital financiero. La tesis de Marx sobre que la tasa de interés se fija a 
partir de la oferta y demanda de los flujos de capital dinerario, y por lo tanto se vincula 
a los ciclos económicos, ni siquiera es considerada. Es que esta perspectiva llevaría a 
indagar en la relación entre las tasas de interés y las tasas de ganancia; lo que obligaría a 
una revisión en profundidad de la lógica “no económica” –insistimos, es una lógica de 
“relación de fuerza”– que sustenta a la dependencia reformulada. Por eso tampoco se 
pueden explicar, desde esta perspectiva, las variaciones de mediano plazo de la tasa de 
interés. Por ejemplo, en la década de 1970 la tasa de interés real fue negativa en la 
mayoría de los países de la OCDE. En la siguiente década pasó a ser fuertemente 
positiva, dando lugar a la tesis de la “dictadura del capital financiero”. Pero en los 
noventa bajó, y hacia el fin de la década se mantuvo a niveles extremadamente bajos. 
¿Se puede decir que estas variaciones fueron el resultado de decisiones más o menos 
arbitrarias de los managers financieros, los gobiernos de los países centrales y los 
organismos internacionales? ¿No habría que intentar relacionarlas con los ciclos de la 
acumulación, con la velocidad de rotación de los capitales, y la oferta y demanda de 
fondos en los mercados de dinero y de capitales? Esta última explicación está muy 
alejada de la tesis conspirativa que, en el fondo, anida en las explicaciones de la 
dependencia reformulada. 
Esta cuestión cobra aún relevancia cuando se analizan las distintas tasas de interés que 
pagan los gobiernos de los países atrasados. Por ejemplo, a mediados de 2008 el 
gobierno de Chile se endeudaba a una tasa muy inferior de lo que lo hacía el gobierno 
argentino. Según la visión de Toussaint, esto se debería a una decisión, más o menos 
arbitraria, de los banqueros del Norte, y los organismos internacionales. Sin embargo el 
hecho es que la tasa que se le cobraba al gobierno argentino la demandaba cualquier 
inversor en los mercados financieros, sin esperar órdenes de nadie. Cuando se licitan los 
bonos en los mercados primarios, o se revenden en los mercados secundarios, se 
establecen sus precios a partir del cruce de las ofertas y demandas de muchos inversores 
y agentes de fondos. De estos precios se derivan las sobretasas –el llamado “riesgo 
país”, o la prima de riesgo de la que habla Toussaint– que debe pagar el gobierno de 
Argentina para endeudarse. Los oligopolios financieros no pueden establecer el nivel de 
las tasas a voluntad. La cuestión se puede ver todavía con mayor claridad en las tasas 
que el gobierno de Venezuela le cobró al de Argentina por prestarle dinero. En 2008 
Argentina se endeudó con Venezuela a una tasa que llegó casi al 15%.45 El gobierno 
“socialista” del presidente Hugo Chávez le cobraba a un país dependiente una tasa muy 
superior de la que un banquero suizo, por ejemplo, le hacía pagar a Chile. Pero esa tasa 
que cobraba el gobierno de Venezuela no fue impuesta por los banqueros del Norte, 
como afirma Toussaint, sino fue un resultado de las leyes del mercado capitalista. 
Por otra parte, cuando suben las primas de riesgo significa que caen los precios de los 
bonos y otros activos, por lo cual sus tenedores –bancos, fondos de pensión, fondos de 
inversión, inversores varios–, sufren pérdidas. Lo cual demuestra que el sector 
financiero no es inmune a las desvalorizaciones del capital, y que no todos los capitales 
financieros ganan cuando suben los intereses. Estas consideraciones deberían servir para 
encarar una crítica del fetichismo financiero que anida en amplios sectores de la 
izquierda. Por ejemplo, es común que se piense que los fondos altamente especulativos, 
–los fondos “de cobertura” o hedge funds–, que están dirigidos por expertos en finanzas, 
siempre son lo suficientemente listos como para hacer grandes diferencias, y evitar las 
crisis. Pero la caída de muchos de estos fondos a partir de la crisis hipotecaria de 2007 
en Estados Unidos, y otros países, demuestra que también estos capitales están 
sometidos a las leyes que rigen para cualquier otro capital. E incluso en condiciones de 
acumulación “normal” los fondos especulativos no pueden realizar, de conjunto, 
mayores diferencias. Alguno puede tener la suerte de embolsarse ganancias 
extraordinarias, pero en promedio los fondos no pueden ganar más que el resto del 
sector financiero. Como señala The Economist (24/05/08), con unos 10.000 fondos 
45 Entre 2005 y agosto de 2008 Venezuela prestó a Argentina US$ 7599 millones; debido a los intereses, 
esto representó un aumento de US$ 9241 millones del monto de la deuda argentina. En 2005 los intereses 
fueron, en promedio, del 8,5%; en 2006 del 8,1%; en 2007 del 9,6%; en la primera mitad de 2008 el 
promedio fue de 13,9%, llegando al 14,8% en agosto. Muchos bancos venezolanos realizan buenos 
negocios con la deuda argentina. Es que el gobierno de Venezuela vende una parte importante de los 
bonosargentinos a bancos locales pagando en bolívares al tipo de cambio oficial. Luego los bancos los 
venden en el mercado al dólar paralelo, que es mucho mayor que el oficial, y se quedan con la diferencia. 
Quienes compran los bonos en el mercado, a su vez, lo hacen porque los utilizan para sacar divisas de 
Venezuela. 
operando sólo en Estados Unidos y buscando “nichos” rentables, es lógico que las 
oportunidades de ganancias extraordinarias tiendan a reducirse, y los rendimientos se 
alineen con los promedios. Es que los fondos invierten en empresas que están sometidas 
a las mismas fuerzas económicas que influyen en las cotizaciones de los títulos que 
cotizan en las bolsas de valores. A largo plazo, los precios de las acciones están 
correlacionados con las ganancias de las empresas, esto es, con la valorización de los 
capitales; lo que depende en última instancia de la realización de la plusvalía, y su 
relación con el capital invertido. Por esta razón es equivocado sostener, como hace 
Toussaint, que los hegde funds, de conjunto, pudieran crear alguna especie de “profecía 
especulativa autorrealizadora”, (p. 411), que les permitiera obtener ganancias por el 
simple hecho de ganar la confianza de los inversores. Es una realidad que los retornos 
de los hedge funds están estrechamente correlacionados con el mercado de valores 
(véase The Economist 24/05/08). Cuando caen los precios de los activos subyacentes, 
los fondos especulativos de conjunto no pueden evitar las pérdidas. 
La misma falta de fundamento en alguna concepción sobre la generación del valor y del 
plusvalor se advierte en la idea de que desde hace treinta años los mercados financieros 
crecen nutriéndose de las ganancias que los grandes grupos industriales no reinvierten 
en la producción. Se trata de una explicación bastante popular en círculos de la 
izquierda que, de alguna manera, tratan de mantener la tesis del estancamiento 
permanente del sistema capitalista. Es que es bastante difícil congeniar la idea de la 
“crisis crónica” del capitalismo, con el hecho de que la economía mundial ha crecido, en 
los últimos 30 años, a un promedio superior al 3% anual acumulativo. Por eso los 
defensores de la tesis “estancacionista” afirman que, “en el fondo”, no existe 
crecimiento, porque la plusvalía no se reinvierte productivamente y se canaliza hacia las 
finanzas. Aunque, por el otro lado, sostienen que el sistema capitalista crece gracias al 
endeudamiento, y que si no existiera ese crédito la economía caería en la recesión, 
debido a la sobreproducción, esto es, a la falta de ventas de los productos. Lo cual 
implica admitir que los flujos que van a las finanzas de alguna manera vuelven a la 
producción, para financiar ese crecimiento “parasitario”. Pero la sola enumeración de 
los supuestos que se establecen desnuda la falta de lógica del planteo de conjunto. Es 
que no hay forma de que los activos financieros crezcan a partir de la evicción constante 
de plusvalía de la esfera de la producción. Para explicarlo con un ejemplo, 
preguntémonos qué sucede con US$ 1000 que un capital productivo saca de su circuito 
de valorización y lo coloca en los mercados financieros. ¿Cómo estos US$ 1000 pueden 
rendir un interés, si no son “puestos a trabajar” de nuevo en la esfera productiva? No 
hay manera. Sólo el fetichismo de las finanzas puede llevar a pensar que “el dinero da 
dinero” por el simple arte de pasar de mano en mano en los mercados de capitales. Si 
esos US$ 1000 han de dar interés, deberán invertirse bajo la forma de un préstamo 
bancario, en la compra de un bono emitido por alguna empresa, o en cualquier otro 
activo. Incluso si ese dinero se utiliza para adquirir un bono del Estado, los intereses que 
rinda, así como la devolución del principal, deberán hacerse con plusvalía. Los ingresos 
fiscales solo son parte de la plusvalía global que genera la clase trabajadora. Por lo tanto 
no puede haber crecimiento del capital financiero durante décadas –esto es, no 
hablamos de burbujas financieras más o menos coyunturales– sin que exista inversión 
productiva, y por lo tanto sin que haya acumulación y desarrollo de las fuerzas 
productivas. Por esta misma razón también se cae la tesis de que la economía mundial 
sólo crece porque se sustenta en el endeudamiento. Los mecanismos de crédito son 
esenciales para que se despliegue la acumulación del capital, pero a largo plazo no 
pueden remediar la falta de realización del producto, esto es, las crisis de 
sobreproducción. Si la venta de las mercancías no se realiza, no se pueden pagar los 
intereses ni devolver los créditos, y el sector financiero entra en crisis. 
La tesis sobre estancamiento y explotación financiera de países
La visión de Toussaint sobre los mercados financieros lleva a pensar que la 
contradicción fundamental de la sociedad se da entre el propietario del capital dinerario, 
que succiona excedente como un parásito, y “el pueblo”, entendido éste como la masa 
de obreros asalariados y pequeños productores. Por eso la preocupación por señalar que 
los prestamistas extraen directamente el excedente de los trabajadores. Pero la realidad 
es que la plusvalía es extraída no a nivel de prestamista / prestatario, sino en el plano 
de la relación laboral, por el capital. Es a partir de esta generación de plusvalía –que, 
insistimos, ocurre por el trabajo productivo– que se produce luego un reparto del 
plusvalor entre los capitalistas en funciones y los capitalistas dinerarios; a lo que se 
suma, si ha lugar, la renta que va al propietario de la tierra; y los impuestos. Por lo tanto 
la tasa de interés no mide el grado de explotación del prestamista sobre el trabajador, 
como pretende Toussaint, y en general los partidarios de la tesis de la “explotación por 
la deuda”, sino de qué manera se divide el botín de la plusvalía entre los explotadores. 
Al enfocar la cuestión desde esta perspectiva marxiana, se entiende entonces que las 
ganancias que reciben los propietarios del capital dinerario son las que les corresponden 
en tanto encarnan la propiedad privada, una de las condiciones de existencia del capital. 
Los prestatarios, a su vez, representan al capital “en funciones, la segunda condición de 
existencia del capital. La división de la plusvalía entre ambas fracciones depende, como 
hemos señalado, de las condiciones del mercado, básicamente de la fluidez con que se 
realice el ciclo de reproducción del capital. No depende, por lo tanto, de la ubicación 
geográfica de los prestatarios o prestamistas. El “Norte” y el “Sur” en todo esto tienen 
poco que ver. Por este motivo los prestamistas “del Sur” no reciben sólo “comisiones” 
por sus préstamos, sino la tasa de interés en las mismas condiciones que los “del Norte”. 
Y la colocación de fondos en diversos mercados responde a la lógica de cualquier 
capital que busca rentabilidad, y seguridad para sus carteras. 
Destaquemos aquí que la tesis de que los países subdesarrollados son explotados por el 
capital financiero ha recibido una nueva formulación al calor del aumento de los precios 
de los alimentos, que se produjo a partir de 2003. La idea es explicada por Blanca 
Rubio, economista mexicana. Sostiene que la forma de dominio, durante las décadas de 
1980 y 1990, de los países desarrollados sobre los subdesarrollados se centró en el 
establecimiento de precios artificialmente bajos. Pero que en el nuevo orden, a partir de 
2003, es al revés, porque se impulsan precios artificialmente elevados por la 
financiarización de la crisis alimentaria. Es que fondos de inversión emigran desde el 
terreno inmobiliario en Estados Unidos hacia el de alimentos, estableciendo una nueva 
forma de dominio y explotación hacia los países dependientes, que deben comprar esos 
productos muy caros.46 Si bien enel capítulo 11 explicamos con alguna extensión por 
qué los fondos especulativos no pueden determinar la evolución de los precios de los 
commodities, señalemos aquí que la tesis es inconsistente, desde el momento en que 
debe sostener que hay explotación de los países atrasados cuando los precios son bajos, 
y también cuando son altos. Si los países subdesarrollados perdían en el intercambio 
comercial cuando los precios eran bajos, necesariamente no pueden también ser 
perjudicados cuando suben los precios. La única manera de demostrar semejante cosa 
sería postulando que todo el beneficio del aumento recae en el sector financiero que 
46 Véase el reportaje a Blanca Rubio en el suplemento Cash de Página 12 (24/08/08). 
especula. Pero esto no puede suceder desde el momento en que el que compra un futuro 
está obligado a vender antes de que expire el contrato.
Por otra parte, afirmar que los países del Tercer Mundo están sometidos de conjunto 
nada más que al atraso y la decadencia, como hace Toussaint y otros autores de la 
dependencia reformulada, implica pasar por alto qué está sucediendo en India, China, 
los otros países asiáticos del Pacífico, Brasil, y ahora Rusia. La suma de sus poblaciones 
representa más del 70% de la población mundial. Sus economías crecen a tasas más 
altas que las de los países avanzados. El crecimiento de la inversión en infraestructura 
básica es revelador de la expansión de las fuerzas productivas que está teniendo lugar. 
En total en 2008 estas economías gastarían US$ 1,2 billones en caminos, ferrocarriles, 
electricidad, telecomunicaciones y otros proyectos, una suma equivalente al 6% de sus 
PNB combinados, el doble de la ratio de inversión promedio de los países adelantados. 
En China esta inversión es el 12% de su PNB; entre 2003 y 2008 este país invirtió, en 
términos reales, más en infraestructura que en todo el siglo XX. Brasil lanzó un plan de 
cuatro años, de US$ 300.000 millones para modernizar su red vial, plantas energéticas y 
puertos. India se embarcó en un plan de cinco años que contempla gastar US$ 500.000 
millones en proyectos de infraestructura (datos en The Economist 7/06/08). Se calcula 
que más de la mitad de la inversión en infraestructura se realiza en los países 
subdesarrollados.
Es necesario explicar entonces qué significan estos procesos, máxime teniendo en 
cuenta que varios de estos países han sido receptores de enormes flujos de capitales 
provenientes de las naciones desarrolladas. Por supuesto, se trata de un desarrollo 
sustentado en altísimas tasas de explotación, y nivel tecnológico relativamente. Esto 
genera problemas importantes referidos al deterioro de los términos de intercambio, por 
ejemplo, que analizaremos más adelante en este libro. Sin embargo, de esta realidad no 
hay forma de derivar, con algún fundamento científico, una nueva tesis estancacionista, 
del tipo de la planteada por Toussaint. 
De la misma manera no se puede sostener con alguna seriedad que los países atrasados 
estén sometidos de forma permanente a crisis en sus balanzas de pagos, debido a que las 
importaciones superan sistemáticamente a sus exportaciones. Examinaremos esta 
cuestión más en detalle en el capítulo nueve, cuando presentemos la tesis de Shaikh 
sobre tipo de cambio y comercio. Sin embargo señalemos aquí que si los países del Sur 
padecieran déficits permanentes en sus cuentas corrientes –básicamente, en sus balanzas 
comerciales– no habría manera de efectuar una transferencia en términos reales de 
riqueza los países del Norte. Para que exista esa transferencia debe haber excedentes 
genuinos. De lo contrario las deudas se pagan tomando más deuda, como sucedió, por 
ejemplo, con Argentina en la década de los noventa. En ese período la balanza 
comercial y de cuenta corriente argentina eran deficitarias. ¿Cómo se podía entonces 
transferir divisas al exterior, para el pago de los intereses de la deuda? Sólo podía 
efectuarse tomando más deuda, o incentivando la entrada de capitales. Pero por eso 
mismo se fue a una crisis de la balanza de pagos –salida precipitada de capitales– lo que 
provocó el estallido del régimen de convertibilidad de los noventa, y una aguda crisis 
económica. El resultado fue que a partir de la devaluación del peso Argentina tuvo 
fuertes superávits en su cuenta corriente, lo que permitió que se efectuara una 
transferencia en términos reales. Algo similar sucedió con los países asiáticos, luego de 
la crisis de 1997-1998. Desde entonces y durante los 10 años que siguieron, esos países 
han acumulado enormes reservas. Más en general, en 2008 cuatro quintas partes de las 
reservas mundiales en dólares no eran tenidas por los bancos centrales de los países del 
G-7, sino por los bancos centrales de países atrasados, especialmente China y 
productores de petróleo como Arabia Saudita. 
La idea de que los países subdesarrollados están sometidos a una crisis crónica de sus 
balanzas de pagos tampoco puede explicar que muchos de ellos se hayan convertido en 
acreedores netos de gobiernos de países desarrollados. Ni puede dar cuenta del hecho de 
que fondos estatales y bancos de Asia y Medio Oriente tomen participaciones en firmas 
occidentales afectadas por crisis financieras. Según Morgan Stanley, sólo los fondos 
soberanos de inversión invirtieron US$ 33.400 millones en activos financieros en 
Europa y Estados Unidos desde enero de 2006 hasta fines de 2007. 
Por otra parte, es necesario subrayar que no es cierto que las burguesías de los países 
atrasados cobren meras “comisiones” por los pagos de las deudas externas. Por ejemplo, 
muchos de los inversores en la deuda argentina son argentinos; a ellos les corresponde 
una parte de la plusvalía generada en el país, como a cualquier otro inversor. Pero más 
en general, la deuda externa no ha sido una “imposición” de los banqueros del Norte y 
sus Estados a los países del Sur, como parece desprenderse del dependentismo 
renovado. Cuando en los años 1970 los gobiernos del Sur tomaron deuda, quedó 
especificado que las tasas serían variables. Si bien en ese momento las tasas estaban 
bajas, los que tomaban los créditos eran conscientes de que podían subir. El 
endeudamiento fue voluntario. No hubo una imposición de tipo colonial, esto es, 
coerción extraeconómica, como sucedía en el período del imperialismo clásico. Más 
aún, hubo países que desde el punto de vista de las categorías empleadas por Amin, 
Mandel, Dos Santos y otros, eran “independientes”, como Polonia, Yugoslavia y otros, 
en los que imperaban los regímenes stalinistas, que también se endeudaron fuertemente 
por aquellos años. Polonia incluso fue al default en 1981, antes que México. 
Por supuesto, se puede argumentar que en los países del Cono Sur de América Latina, 
en Filipinas, Corea del Sur y en otros lugares había terribles dictaduras militares. Pero 
también es un hecho que en su momento el endeudamiento fue saludado, por lo menos 
en el caso de Argentina, como un hecho positivo por los sectores más significativos de 
la clase dominante, como puede verse revisando los medios de la época. Además, en las 
dos décadas anteriores los gobiernos argentinos venían endeudándose; y siguieron 
haciéndolo durante los últimos 25 años de regímenes democráticos. Por caso, cuando el 
gobierno de De la Rúa refinanció la deuda, en 2001, a tasas exorbitantes, de conjunto 
los políticos más representativos, los grandes diarios, las cámaras empresarias, 
saludaron la operación como un gran “éxito”. Se trató de manifestaciones espontáneas; 
no fueron dictadas por el FMI o Washington. 
La cuestión se ilumina más todavía si recordamos que el monto total de la deuda 
argentina coincide, aproximadamente, con el monto de los fondos que giraron al 
exterior capitales argentinos y ampliossectores de las clases medias acomodadas. Esto 
se debe a que la deuda externa sirvió para financiar una gigantesca transferencia de 
riqueza de la clase dominante nativa hacia los mercados financieros internacionales. 
Toussaint señala la cuestión, pero no deriva de ella las necesarias consecuencias. Es que 
esto demuestra que la burguesía argentina no está “sometida”, ni es “el país” el que es 
“explotado” por los “banqueros y financistas del Norte”, sino que estamos ante negocios 
que obedecen a la lógica de la valorización de los capitales, y de la conservación de esos 
valores en los lugares que se consideran más seguros. Por supuesto, los casos varían 
según países. Por ejemplo, referido a la deuda externa brasileña, Furtado (1985) 
demuestra cómo lo central del endeudamiento entre 1974 y 1980 tuvo que ver con 
graves errores de la política económica del gobierno y con los desequilibrios que 
arrastraba la industrialización desde la época del “milagro”, en los sesenta. Pero lo 
importante es que no se trata de extracciones del excedente que habiliten a aplicar la 
noción de “explotación” del país. Por supuesto, tampoco hay algo que exija una teoría 
“especial” sobre el capital financiero, o cosa parecida. 
En lo que respecta al llamado “intercambio desigual”, se puede demostrar que, por lo 
menos en lo que atañe al comercio intra-industria, ni siquiera existen transferencias de 
valor desde las empresas que trabajan con tecnologías atrasadas, generalmente 
instaladas en los países del “Tercer Mundo”, a las empresas que trabajan con 
tecnologías adelantadas, generalmente ubicadas “en el Norte”. Como hemos discutido 
en Valor…, y volvemos a tratar en el capítulo siete de este libro, las primeras 
sencillamente producen menos valor que las segundas. La cuestión del deterioro de los 
términos de intercambio también puede explicarse por generación diferenciada de valor; 
adelantamos una hipótesis al respecto en el capítulo ocho. En ninguno de estos casos 
existirían entonces las transferencias de excedentes que supone la tesis de la 
dependencia reformulada. Esto implica, entre otras cosas, que las tasas de plusvalía –
esto es, los niveles de explotación– pueden ser incluso mayores en los países 
adelantados que en los países atrasados, a pesar de que los salarios en los primeros sean 
mucho más altos, en términos reales, que en los segundos. Una consecuencia que se 
deriva de esta afirmación es que los trabajadores de los países adelantados no disponen 
de mejor nivel de vida porque de alguna manera participen de la “explotación” de los 
países atrasados, junto a sus capitalistas, sino porque viven y trabajan en espacios 
nacionales con mayor desarrollo de las fuerzas productivas. Por lo tanto también es 
equivocado afirmar que los países más industrializados toman cada vez más distancias 
en cuanto poder económico porque explotan a los países más atrasados. Países como 
Haití, Etiopía, Sudán, Bangla Desh, Ecuador, para citar algunos casos notables, generan 
poco valor agregado (y plusvalor) en relación a la economía mundial por la simple 
razón de que emplean poca tecnología, y atrasada; y poco trabajo complejo. Por lo tanto 
es imposible que el crecimiento de Estados Unidos, Canadá o Alemania dependa del 
plusvalor generado en estos países. 
Agreguemos que en el caso de productos agrícolas puede haber apropiación, e 
importante, de renta agraria por parte de las clases terratenientes de los países atrasados. 
De acuerdo a la naturaleza de la renta –que tratamos en el capítulo 11– y en vista de los 
desarrollos del capitalismo mundializado, es imposible sostener, con alguna seriedad, 
que esto pueda significar transferencia de valor desde los países atrasados a los 
adelantados. Sí existe súper-explotación por parte de los capitales de países adelantados 
sobre los trabajadores de los países atrasados, cuando pagan a estos bajos salarios. Sin 
embargo, en la misma situación están los capitales de los países atrasados con respecto a 
los trabajadores de sus países. Así como también con respecto a los trabajadores de 
otros países en los que tienen inversiones y pagan bajos salarios. Los capitales 
argentinos que emplean mano de obra de Bolivia, los capitales chilenos que emplean 
mano de obra de Argentina, los capitales chinos que emplean mano de obra de África, 
los mexicanos que emplean mano de obra de Estados Unidos, no son “imperialistas” 
con respecto a estos países. Simplemente obedecen a la misma lógica capitalista de 
cualquier otro capital. 
Lo anterior se vincula con el famoso efecto “sifón”, que planteaba Baran, que conecta 
con la idea de Toussaint de que los países “del Tercer Mundo” son explotados “por el 
Norte” por vía de las IED. Es cierto que en muchos países de bajo desarrollo capitalista, 
durante décadas las potencias imperiales impusieron, mediante métodos coloniales, 
condiciones leoninas de explotación de recursos, a través de las inversiones de capital. 
Y después de la caída del régimen colonial se mantuvieron muchas situaciones 
similares, favorecidas por intervenciones militares, maniobras de desestabilización 
política y presiones de todo tipo sobre los países atrasados. La larga lista de agresiones 
de Estados Unidos, Inglaterra, y otras potencias, a países de América Latina, Asia y 
África, lo atestiguan. 
Sin embargo, a medida que se desarrollaron capitalismos locales, con base en la 
explotación de “sus” clases trabajadoras, las relaciones con los capitales de los países 
adelantados tendieron a establecerse cada vez más en términos de negociaciones 
económicas, propias de cualquier relación ínter-capitalista. Para ejemplificarlo con 
Argentina, las condiciones de participación del capital extranjero en la explotación de 
la clase obrera argentina están determinadas por el poder económico relativo, y no por 
algún poder político o militar particular. Cuando los capitales locales se asocian con 
capitales extranjeros para llevar adelante alguna empresa obtienen su tajada en las 
ganancias según sus participaciones en el capital invertido, como sucede en cualquier 
otro país capitalista. Los capitales argentinos salen al exterior y se colocan en 
inversiones de cartera, u otras, compartiendo la suerte de otros capitales. Países como 
Brasil o China reciben grandes flujos de IED, y a su vez corrientes de capital salen de 
Brasil o China para invertirse en otros países. El hecho de que capitales brasileños o 
chilenos hayan invertido fuertemente en Argentina no significa que Brasil o Chile sean 
imperialistas con respecto a Argentina; o que Argentina sea explotada por Brasil o 
Chile. 
Por otra parte es necesario dar cuenta del crecimiento de las inversiones de empresas de 
países subdesarrollados. Hacia 2006 la IED (incluyendo fusiones y adquisiciones) desde 
los países atrasados había llegado a US$ 174.000 millones, el 14% del total mundial; la 
participación de estos países en el stock total de la IED –es de US$ 1,3 billones– 
alcanzaba el 13%. En 1990 los países subdesarrollados tenían sólo el 5% del flujo de 
IED, y el 8% del stock (datos de The Economist 12/01/08). Es difícil explicar este 
crecimiento con la perspectiva de la dependencia reformulada. 
Naturalmente, en cada caso las tasas de plusvalía y de ganancia se establecen según las 
leyes de la valorización y las condiciones de realización de los productos. Que existan 
diferentes tasas de ganancia, y de plusvalía, tampoco implica que los países sean 
explotados, sino simplemente que existen diferentes grados de explotación del trabajo. 
Un criterio similar debería aplicarse al análisis de las privatizaciones. Éstas 
respondieron a la lógica más general del capital, en una coyuntura en que luchaba por 
recuperarsu tasa de rentabilidad. Esto significaba que todas las fracciones de la 
producción, y por lo tanto de los “servicios públicos”, debían someterse a las leyes del 
mercado y de la valorización. Éste fue el sentido más profundo de las privatizaciones. 
No es cierto, como pretenden algunos economistas, que esto se haya debido al triunfo 
de un régimen de acumulación particular, que algunos llaman de “dominación 
financiera” o “financiarización”, que consistiría en que todo capital se subordina a la 
lógica de la especulación.47 Después de todo está en la esencia del capital el 
subordinarse a la lógica de la valorización. Lo cual puede incluir la especulación con 
sus reservas monetarias, durante algún tiempo. ¿O es que acaso se pretende que haya 
habido algún período del capitalismo en que esto no haya sido así? Hablar de 
valorización significa que todo capital busca acrecentar el valor en proceso, el dinero 
que lanza a la circulación mediante la compra de medios de producción y fuerza de 
trabajo. Las privatizaciones buscaron precisamente esto. Una empresa de agua, o de 
electricidad, debía rendir y valorizar su capital exactamente igual que una que produjera 
zapatos o heladeras. Para esto el capital debía imponerse al trabajo, desarmando 
posiciones y resistencias sindicales. Que esto lo llevaran a cabo capitales locales o 
extranjeros, o alguna combinación de ambos, no era lo más importante. Por otra parte, 
que muchas empresas públicas fueran vendidas a un precio vil a inversores extranjeros, 
no significa que “el país” en particular fuera explotado. En muchas licitaciones –está el 
caso de Argentina– participaron capitales locales, junto a capitales extranjeros. Las 
47 Véase, por ejemplo, De Souza Braga (1993). 
acciones de las empresas privatizadas fueron adquiridas por inversores de todos los 
colores. Y cuando algunas de esas empresas en Argentina pasaron de nuevo a manos del 
Estado, no hubo ningún cambio significativo para los trabajadores en lo que hace a las 
condiciones laborales o salariales, ni para los usuarios; ni cambio significativo en el 
desarrollo de las fuerzas productivas.48 
Por último, no parece correcto considerar que las transferencias de valor que obedecen a 
la lógica de la valorización del capital impliquen que exista explotación entre regiones. 
Cuando un capitalista “del Sur” envía fondos “al Norte”, no está participando de la 
explotación “del Sur por el Norte”, de la misma manera que el Sur no explota al Norte 
cuando un capitalista del Norte envía fondos al Sur. La observación se extiende a 
cualquier otro flujo de transferencia de valor en el sistema mundial. El tema adquiere 
significado a la vista del volumen e importancia relativa que han alcanzado algunos 
flujos, como son las remesas de divisas que realizan los trabajadores inmigrantes hacia 
sus pueblos de origen. 
Análisis marxistas y una situación ambigua
En forma paralela a la reelaboración de la CD, en los países centrales hubo importantes 
desarrollos en lo referente a teoría marxiana del valor y dinámica del sistema capitalista. 
Los trabajos de Shaikh, Carchedi, Dumenil, Levy, Guerrero, entre otros, han sido claves 
en este proceso, que implicó superar la tesis de la preeminencia del monopolio y 
restablecer la centralidad del proceso anárquico por el cual se determinan precios y tasas 
de ganancia en el mercado, a través de la competencia entre los capitales. Es difícil 
exagerar la importancia que han tenido estos autores en nuestra formación y en la 
evolución de nuestras concepciones. Nuestra crítica de la CD se sustenta en lo que 
aprendimos de estos autores. Sin embargo también debemos decir que, en nuestra 
opinión, los marxistas europeos y estadounidenses que posibilitaron estos avances, 
mantuvieron una postura muy ambigua frente a las viejas tesis del imperialismo y la 
dependencia. La crítica de la tesis del monopolio parece haber tenido pocas 
consecuencias en la relación del marxismo con las temáticas tradicionales del 
dependentismo. Esto a pesar de que el monopolio fue la piedra angular sobre la que se 
levantó la CD. Cuando esa piedra se quita, comprobamos que la remoción parece haber 
dejado las cosas como antes. Por eso muchas veces los marxistas de los países centrales 
participan en congresos y encuentros con economistas y sociólogos marxistas, o semi-
marxistas, donde de manera corriente las tesis acerca de la “explotación de países”, la 
“liberación nacional”, y similares, suplantan los análisis en términos de valor, plusvalía 
y relaciones de clases, sin que se señale la incongruencia lógica que existe entre lo que 
se afirma en esos encuentros, y lo que se escribe en papers y libros dedicados al análisis 
del modo de producción capitalista en general. Es como si fuera un tabú cuestionar las 
categorías centrales de la dependencia. Por nuestra parte, pensamos que es necesario ir a 
la unificación de la teoría, sacando todas las consecuencias de lo que se afirma “en 
abstracto”, esto es, separadamente del análisis de la dependencia. En este respecto 
también es posible y necesario rescatar muchos de los valiosos elementos que contenían 
las críticas a las visiones circulacionistas, a la tesis del estancamiento y a la falta de 
centralidad del conflicto entre el capital y el trabajo, que surgieron tanto desde el seno 
48 En agosto de 2008 la Defensoría del Pueblo de Argentina, presentó un informe en el que señalaba que 
los servicios que volvieron al Estado desde 2002, como Aguas Argentinas, el Correo y varias líneas de 
trenes, no mostraban mejoras y en muchos casos habían sufrido un mayor deterioro. Por ejemplo, en los 
trenes se comprobaba que el servicio era prestado de manera deficiente, con deplorable estado de la 
infraestructura ferroviaria, material rodante, vial y estaciones, lo cual lo tornaba altamente riesgoso para 
los pasajeros. Consideraciones del mismo tenor correspondían a los servicios de aguas y al correo. 
de la propia CD, en polémicas entre sus miembros, como desde afuera. Así como una 
visión superadora de estos problemas debe “conservar” mucho de la sustancia real que 
tuvo la crítica de Warren, que se continuó en los “globalistas extremos”. Esto es, que 
desde a partir de caída de los regímenes coloniales y semicoloniales había existido un 
importante desarrollo de las relaciones capitalistas y de las fuerzas productivas en los 
países del llamado tercer mundo, y que esto planteaba una situación completamente 
nueva, que debía ser reconocida y estudiada por los marxistas. El problema, a partir de 
esto, era explicar por qué y cómo se reproducían las desigualdades y no se iba hacia una 
convergencia de ingresos y desarrollos, como parecía creer Warren, y terminaron 
sosteniendo Burbach, Robinson, y otros autores. En otras palabras, explicar la dialéctica 
del desarrollo y el subdesarrollo –insistimos, entendido subdesarrollo aquí como 
desarrollo de un capitalismo de menor poderío tecnológico que el del capitalismo de los 
países centrales– a partir de la mundialización de la ley del valor trabajo y el 
funcionamiento del mercado mundial. En los siguientes capítulos procuramos avanzar 
en esta dirección. 
Capítulo 7
Tipo de cambio “de equilibrio” y deterioro en términos de 
valor
El objetivo de este capítulo es volver sobre algunas cuestiones que hemos discutido en 
el capítulo 11 de Valor, mercado mundial y globalización, referidas al tipo de cambio, 
creación de valor e intercambio desigual. La idea básica que planteamos entonces es que 
las empresas atrasadas tecnológicamente –generalmente ubicadas en países atrasados o 
subdesarrollados– no generan más valor que las empresas adelantadas tecnológicamente 
–generalmente ubicadas en los países adelantados–, a pesar de que emplean más horas 
de trabajo enla producción de los bienes que venden en el mercado mundial (o en los 
mercados de los países adelantados). Desde este punto de vista hemos afirmado que no 
existe intercambio desigual, en el sentido que lo han entendido los marxistas desde que 
Emmanuel publicara su clásico libro, esto es, transferencia de valor desde los países 
atrasados a los países adelantados, por medio del mercado. Sostenemos que las 
empresas –atrasadas tecnológicamente– de los países subdesarrollados emplean más 
tiempo de trabajo, pero generan menos valor; y lo inverso sucede con las empresas –
adelantadas tecnológicamente– de los países adelantados. Antes de continuar 
precisemos que empleamos la expresión “país subdesarrollado” no para significar que 
un país esté bloqueado en su desarrollo capitalista; o que su estructura capitalista no se 
rija según las leyes del valor y la valorización; ni que esté sometido a un proceso de 
estancamiento o incluso retroceso de las fuerzas productivas, sino para designar países 
que están en una situación de inferioridad tecnológica e industrial con respecto a los 
países adelantados. Por eso también lo empleamos como sinónimo de “país atrasado”. 
Por otra parte en ese mismo capítulo 11 de Valor… presentamos una explicación de por 
qué los países atrasados tienden a tener una moneda devaluada, en términos reales, con 
respecto a las monedas de los países adelantados. Éste es un fenómeno que en su 
momento había explicado Balassa, en un famoso artículo de 1964, y Samuelson, en otro 
trabajo del mismo año, desde un enfoque neoclásico. Desde entonces la depreciación 
sistemática de las monedas de los países de menores ingresos parece comprobada. Así 
por ejemplo, Summers y Heston (1991) afirman: 
Lo que es mejor conocido de los resultados empíricos del Programa de Comparación 
Internacional [ICP, siglas en inglés], es la documentación de las diferencias entre el tipo de 
cambio de un país y su paridad de poder de compra. La versión fuerte de la doctrina de la 
paridad de poder de compra casseliana sostiene que la tasa de cambio de equilibrio a la cual las 
monedas de dos países se comerciarán estará determinada por los niveles de precios relativos de 
los países. La evidencia es inequívoca para cada uno de los estudios que son puntos de referencia 
del ICP, acerca de que esto no se cumple. No sólo las tasas de cambio difieren de manera 
significativa de sus correspondientes paridades de poder de compra, sino que lo hacen de manera 
sistemática: el nivel nacional de precios de un país, definido como la ratio de su paridad de poder 
de compra con sus tasas de cambio es una función creciente de su nivel de ingreso o estadio de 
desarrollo (p. 331). 
Balassa y Samuelson explicaron esta situación a partir de los diferenciales de 
productividad entre los sectores productores de bienes transables y bienes no transables, 
utilizando la función de producción neoclásica y una ley de formación de precios por 
mark up. La idea es que si los diferenciales de productividad entre los sectores de bienes 
transables (en adelante, BT) y bienes no transables (BNT) en ambos países fueran 
iguales, los tipos de cambio efectivos tenderían a establecerse en torno a la paridad de 
poder de compra. Por supuesto, no se toman en cuenta cuestiones como imperfecciones 
de mercados, costos de transportes y otros factores, ya que se procura explicar un 
fenómeno que es sistemático. 
En Valor… procuramos mostrar el porqué de este fenómeno desde la ley del valor 
trabajo, esto es, no apelando a la función de producción neoclásica. Sin embargo en ese 
desarrollo teórico no explicamos con la suficiente claridad que el resultado obtenido, a 
saber, la depreciación sistemática, en términos reales, del tipo de cambio, opera en la 
medida en que se registren diferenciales de productividad entre la producción de BT y 
BNT, entre el país adelantado y subdesarrollado, tal como lo planteó Balassa. Esto es, si 
los diferenciales de productividad fueran iguales, también desde la tesis del valor 
trabajo el tipo de cambio competitivo (el tipo de cambio que permite exportar BT desde 
el país tecnológicamente atrasado) coincidiría, teóricamente, con el tipo de cambio a 
paridad de poder de compra, Eppc. Este resultado, que se presenta más abajo, 
aparentemente coincide con las conclusiones de Balassa, y con los modelos neoclásicos 
recientes del “tipo de cambio real de equilibrio”, o “natural” (en adelante TCRE). Éste 
se define como el tipo de cambio real que es consistente en todos los períodos con el 
equilibrio en el mercado de bienes y con el balance de la cuenta corriente (a veces se 
utiliza como referencia el balance de la balanza de pagos). En la literatura moderna 
neoclásica se sostiene que la evolución del TCRE depende de los términos de 
intercambio, del crecimiento de la productividad en los sectores productores de BT y 
BNT, de los cambios en las preferencias de los consumidores, la composición del gasto 
público, la estructura de los impuestos aduaneros y de las entradas de capitales externos, 
como las variables más importantes. En otras palabras, pareciera que si se llegara a un 
tipo de cambio alrededor de Eppc, que a su vez garantizara la consistencia de la cuenta 
corriente, se habría llegado a un equilibrio fundamental. Desde el punto de vista teórico 
esto puede suceder si los diferenciales de productividad entre los sectores de BT y BNT 
en los países adelantados y subdesarrollados son iguales. Se podría tener en este caso un 
equilibrio (oferta = demanda) en el mercado interno, equilibrio en la cuenta corriente 
(las exportaciones son competitivas) y tipo de cambio a paridad de poder de compra. 
A pesar de que éste es sólo un supuesto teórico, es interesante examinarlo desde la 
óptica de la ley del valor trabajo para demostrar que aún en el caso que se diera, no 
existiría equilibrio en el sentido profundo del término. Por el contrario, seguiría 
existiendo lo que vamos a denominar un deterioro en términos de valor de la relación 
entre los espacios productivos del país adelantado y el país atrasado. 
A fin de explicar las cuestiones que acabamos de adelantar, en primer lugar resumimos 
lo esencial de la argumentación de Balassa. En segundo término abordamos la cuestión 
desde la teoría del valor trabajo, bajo el supuesto de iguales diferenciales de 
productividad entre sectores BT y BNT, con precios directamente proporcionales a los 
valores, para poner en evidencia el “desequilibrio” fundamental en términos de tiempos 
de trabajo, al que hicimos referencia. En tercer lugar planteamos las razones para 
mantener sin embargo la hipótesis de que en la práctica se registran distintos 
diferenciales de productividad entre los sectores, y que esto explica por qué se da el 
fenómeno de la depreciación en términos reales de las monedas de los países 
subdesarrollados. 
El modelo de Balassa
El argumento de Balassa sostiene, en esencia, que el desarrollo tecnológico ha sido más 
alto en el sector de producción de los BT que en el sector que produce los BNT, y que 
este sesgo hacia la mayor productividad en el sector de BT es más pronunciado en los 
países de altos ingresos. La mayor productividad en BT implica que los salarios (= a la 
productividad marginal) aumentan. El aumento de los salarios a su vez se generaliza al 
conjunto de la economía, lo que provoca un aumento de los precios de los BNT. Esto 
genera la suba del IPC; pero dado que el tipo de cambio efectivo es igual a la ratio entre 
los precios de los BT producidos en el país, y los producidos en el exterior, el tipo de 
cambio real deberá apreciarse. Para verlo en términos de ecuaciones, dado que 
 E = Pt / Pt* (1) 
Siendo E = tipo de cambio nominal; Pt = precios de BT, del país que aumenta su 
productividad; y Pt*= preciosde BT del país que se atrasa tecnológicamente.49 A su 
vez, siendo q = tipo de cambio real, 
q = E P*/P 
Un aumento del nivel general de precios P con relación a P*, no compensado por un 
aumento proporcional de E, provoca una baja de q, esto es, una apreciación en términos 
reales de la moneda. Lo cual sucede siempre que el crecimiento de la productividad en 
el sector de BT del país que tomamos como referencia sea relativamente mayor que el 
crecimiento de la productividad en BNT. Para verlo más claro, hacemos una pequeña 
formalización. 
Sea a la proporción de BNT que integran la canasta con la que se calcula el nivel de 
precios, P y P*. A efectos de simplificación, suponemos que la participación de BNT y 
BT es igual en ambos países. Tenemos entonces: 
49 El tipo de cambio está expresado en términos de la moneda del país adelantado con respecto al país 
atrasado.
P = a Pnt + (1– a) Pt y P* = a Pnt*+ (1– a) Pt*; (2)
Utilizamos minúscula e itálica para señalar variación logarítmica; tenemos:
 q = e + p* – p (3)
Introduciendo en (3), (1) y (2), siempre en tasas de cambio, obtenemos: 
q = a(pt – pnt) – a(pt* – pnt*) 
 Se observa que si los precios de los BNT domésticos crecen en una mayor proporción 
que los precios de los BNT en el exterior, se obtiene una caída de q; la moneda se 
aprecia. 
La cuestión desde la teoría del valor trabajo
Consideramos ahora el problema desde la teoría del valor trabajo. Para ver el tema en su 
esencia, consideremos que los precios son proporcionales a los tiempos de trabajo 
empleados. Suponemos que A es el país adelantado, y que B es el país atrasado. 
Suponemos que en cada uno de ellos se producen dos bienes; un bien de consumo, Qc, 
transable; y un bien de servicio, Qv, no transable. Suponemos también que en A se 
produce un bien de producción de alta tecnología, Qp, necesario para que funcione la 
economía de B.50 Suponemos también que los diferenciales de productividad en la 
producción de ambos bienes en los dos países son iguales. Así, en A los capitales son 4 
veces más productivos en la producción de ambos bienes que en B; en el modelo una 
hora de tiempo de trabajo en A se expresa en $a 5, y que una hora de tiempo de trabajo 
en B se expresa en $b 10. Suponemos que:
Producción en A: 
Tiempo de trabajo empleado en Qc = 2 horas; precio de Qc = $a 10
Tiempo de trabajo empleado en Qs = 1 hora; precio de Qs = $a 5
Tiempo de trabajo empleado en Qp = 5 horas; precio de Qp = $a 25
 
Producción en B: 
Tiempo de trabajo empleado en Qc = 8 horas; precio de Qc = $b 80
Tiempo de trabajo empleado en Qs = 4 horas; precio de Qs = $a 40
Si calculamos ahora la Eppc obtenemos: 51
 Eppc = precio de la canasta en B / precio de la canasta en A
 Eppc = $b 120 / $a 15; por lo tanto = $b 8/$a
A este nivel de tipo de cambio Qc producido en B puede ser vendido en A (dejamos de 
lado los costos de transporte). Esto es, el tipo de cambio “competitivo” coincide con el 
tipo de cambio a paridad de poder de compra, Eppc. El resultado es lógico porque hemos 
supuesto que los diferenciales de tiempos de trabajo entre ambos sectores son iguales. O 
sea, Eppc es proporcional a la ratio de la suma de los tiempos de trabajo empleados en Qc 
y Qs en B y en A (recuérdese que los precios son proporcionales a los tiempos de 
trabajo). Si en cambio la diferencia entre el tiempo de trabajo empleado en la 
producción de Qc en B y el tiempo de trabajo empleado en su producción en A es mayor 
que la diferencia entre el tiempo de trabajo empleado en la producción de Qs en B y el 
empleado en A, el tipo de cambio competitivo es mayor que el tipo de cambio a paridad 
50 En Valor… supusimos también la producción de un bien Qr, medio de producción, que se produce en 
ambos países, pero en B es de menor tecnología; esto justifica que la productividad general en B sea 
menor que en A. En aras de la simplificación, ahora suponemos directamente que el espacio de valor de B 
es menos productivo que A. 
51 Ahora el tipo de cambio se expresa, como se hace habitualmente, en cantidad de moneda del país 
atrasado por unidad monetaria del país adelantado; o sea, si se trata de Argentina y Estados Unidos, será 
$/US$.
de poder de compra, Eppc. Este último es el resultado que habíamos presentado en 
nuestro libro, y es el que más se acerca a la realidad. 
Sin embargo lo interesante es discutir que aun en el caso en que el tipo de cambio 
competitivo sea igual al tipo de cambio de paridad de poder de compra, no existe 
equilibrio en un sentido profundo, desde la perspectiva del valor trabajo. Es que la hora 
de trabajo de B genera un valor equivalente a sólo dos horas de trabajo de A. Por lo 
tanto si B debe importar el medio de producción Qp de A, y para eso necesita exportar 
Qc a A, deberá emplear más tiempo de trabajo contra menos tiempo de trabajo. 
Para verlo, supongamos que el total de tiempo disponible en A y B sea de 1200 horas de 
trabajo. 
Supongamos que la distribución del tiempo de trabajo sea en B: 
800 horas para producir 100 unidades de Qc con un valor total de $b 8000; 
400 horas para producir 100 unidades de Qs con un valor total de $b 4000.
En A la distribución social de los tiempos de trabajo es: 
600 horas para producir 300 unidades de Qc con un valor total de $a 3000;
300 horas para producir 300 unidades de Qs con un valor total de $a 1500;
300 horas para producir 60 unidades de Qp con un valor total de $a 1500.
 
Supongamos que B necesita importar 10 unidades Qp de A; al tipo de cambio $b8/$a (= 
Eppc), B debe destinar $b 2000, o sea, exportar 25 unidades de Qc, equivalentes a 200 
horas de trabajo, para comprar las 10 unidades Qp que encierran sólo 50 horas de trabajo 
de A. En otras palabras, de su trabajo total de 1200 horas, B destina 200 horas a 
conseguir un producto cuyo valor es 50 horas de A. 
Podemos tener entonces un tipo de cambio a paridad de poder de compra, y un 
equilibrio en la balanza comercial, pero sin embargo no existe equilibrio en términos de 
valor. Por otra parte tampoco existe transferencia de valor de B hacia A, porque el 
trabajo empleado en B representa trabajo “despotenciado” en A, esto es, trabajo 
generador de menos valor. Realizados los intercambios, A tiene 325 unidades Qc (de las 
cuales 25 se importaron de B), que representan 650 horas de trabajo socialmente 
necesario de A. Y 50 unidades Qp que representan 250 horas de trabajo socialmente 
necesario. En resumen, A sigue teniendo un valor de 1200 horas de trabajo (expresadas 
en $a 6000), exactamente igual que antes del intercambio comercial con B. Es por este 
motivo entonces que existe un “deterioro en términos de valor” en el intercambio entre 
el país desarrollado y el país atrasado; aunque no se produzca una transferencia de valor 
del segundo al primero, como postula el enfoque tradicional del intercambio desigual. 
Más sobre el desequilibrio en términos de valor
Lo anterior demuestra que plantear que existe un “equilibrio” entre los países porque el 
tipo de cambio se ubique a PPC, y porque la balanza comercial está equilibrada, es un 
grave error. El país subdesarrollado B necesariamente tendrá un valor de su fuerza de 
trabajo menor que el país adelantado A, en términos reales, debido al atraso de las 
fuerzas productivas. Si supusiéramos una tasa de plusvalía en ambos países del 100%, 
esto es, que el tiempo de trabajo se divide por igual entre trabajo necesario para 
reproducir el valor de la fuerza de trabajo, y plustrabajo, y suponiendo que la mitad del 
salario se gaste en cada uno de los bienes Qc y Qs, cada trabajador de B obtendrá por 
jornada de trabajo ¼ de unidad de Qc y ½ de unidad de Qs. En cambio cada trabajador 
de A obtendrá, lógicamente, cuatro veces más Qc y Qs, esto es, dos y cuatro unidades 
respectivamente. Por otra parte, como hemos explicado enValor… estos diferenciales 
de productividad están en la base de las plusvalías extraordinarias que genera el trabajo 
“potenciado” que surge de la aplicación de tecnologías superiores a las modales en la 
competencia en el mercado mundial.
La cuestión también se puede ver desde el punto de vista de la teoría del equivalente de 
Marx. Como se explica en El Capital (cap. 3 t. 1) el dinero no tiene precio, pero su 
valor se expresa en la serie de todas las mercancías a las cuales sirve para la expresión 
del valor general. Recordemos también que “el dinero es la forma de manifestación 
necesaria de la medida del valor inmanente a las mercancías: el tiempo de trabajo” 
(Marx, 1999, t. 1, p. 115). 
Ahora bien, cuando consideramos el tipo de cambio, se puede decir que el dinero tiene 
un precio, expresado en el equivalente del país (o el equivalente que funciona a nivel de 
dinero mundial) con el que se compara. Pero la paridad formal que se puede establecer 
en este precio, esto es, la existencia de un tipo de cambio a PPC no deja de esconder la 
desigualdad de contenido de los tiempos de trabajo que expresan cada uno de los 
equivalentes. 
Efectivamente, en tanto $a 5 = 1 hora de trabajo socialmente necesario de A = ½ Qc o 1 
Qs, sucede que $b 10 = 1 hora de trabajo socialmente necesario de B = 1/8 Qc o 1/4 Qs. 
Rigiendo Eppc, $a 5 equivalen a 4 horas de tiempo de trabajo de B. La magnitud de valor 
del dinero de A por lo tanto es muy superior a la magnitud de valor del dinero de B, a 
pesar de que el precio del dinero de B se ubique a PPC. Es esta cuestión, esencial, la 
que no se puede advertir en la explicación neoclásica tradicional sobre las 
“desviaciones” con respecto al tipo de cambio que se consideraría de equilibrio. Ni la 
que se advierte en las presentaciones habituales del tipo de cambio real. Es que si q = 1, 
significa que la canasta de bienes producidos en B se intercambia por la misma canasta 
de bienes producidos en A. Aparentemente estaríamos en equilibrio. Sin embargo, 
medidas en tiempos de trabajo las canastas no son equivalentes, como hemos visto. No 
hay equilibrio; insistimos, aunque en este “equilibrio” esté considerado también el 
equilibrio en la balanza comercial. 
La cuestión tiene entonces implicancias para el desarrollo a largo plazo de los países. En 
la medida en que las producciones de valor son diferenciadas, los países desarrollados 
tendrán más y más oportunidades de incrementar de manera acumulativa sus 
diferencias, ya que sus trabajos actúan como trabajos potenciados. La cuestión aún se 
hace más aguda si hacemos entrar en el esquema el trabajo complejo. En la medida en 
que aumenta el trabajo dedicado a investigación y desarrollo, aumenta el diferencial de 
generación de valor entre los países que basan su producción en el trabajo simple, con 
respecto a los que ponen el acento en el desarrollo de trabajo complejo. Los espacios de 
valor adelantados tecnológicamente generan por lo tanto plusvalías extraordinarias, y 
además agregan más valor por la intervención del trabajo complejo. Esto permitiría 
entender por qué países con empresas de alta tecnología pueden sostener sus 
exportaciones aun cuando sus monedas experimenten importantes revaluaciones. Un 
ejemplo lo encontramos en las exportaciones europeas. Como señala The Economist 
(5/4/08) las exportaciones europeas se mostraron relativamente insensibles a la 
apreciación del euro de comienzos del siglo XXI. Esto se debe a que aproximadamente 
la mitad de las exportaciones a países fuera de Europa son medios de producción o 
bienes de consumo durable de alta tecnología, y los compradores no encuentran 
fácilmente alternativas de la misma calidad. De manera que a pesar de la suba del euro, 
la demanda de productos de exportación se mantuvo alta, especialmente en Alemania, 
donde los productos de alta tecnología constituyen una parte importante de las ventas. 
 Todas estas cuestiones surgen entonces con claridad en cuanto se abordan los tipos de 
cambio desde la perspectiva de la ley del valor trabajo, y la teoría del dinero de Marx. 
Diferencias con Balassa Samuelson
El desarrollo que hemos presentado busca llamar la atención entonces sobre el deterioro 
en términos de valor que se produce entre países desarrollados y subdesarrollados, aun 
cuando los tipos de cambio se determinen según PPC. Sin embargo hemos visto que la 
mayoría de los países subdesarrollados tienen una moneda depreciada con respecto a la 
PPC. Esto sucede porque en el IPC entra el rubro “servicios” (educación, transporte, 
salud, recreación) cuya productividad puede ser más baja que en un país adelantado, 
pero no tanto como la diferencia que existe en la productividad de bienes 
manufacturados. En la medida en que se den estos diferenciales, el Eppc será más bajo 
que el E que permite la venta competitiva de productos del país subdesarrollado en el 
mercado mundial. Las exigencias de la concurrencia de los capitales atrasados en el 
mercado mundial también fuerzan a las devaluaciones en términos reales de las 
monedas. Esta determinación estructural del tipo de cambio se explica entonces a partir 
de uno de los elementos contenidos en el modelo Balassa Samuelson. Pero no supone, 
por supuesto, la función de producción neoclásica; no supone tampoco que las 
tecnologías sean “recetas transferibles”, ni que los “factores” capital y trabajo puedan 
combinarse en cualquier proporción. Tampoco supone, como lo hace el marco 
neoclásico, que la rentabilidad de los capitales se iguale a la tasa de interés vigente en el 
mercado mundial; ni supone que los precios se formen según una regla de mark up, que 
jamás se explica teóricamente. 
Obsérvese que incluso desde la teoría neoclásica se han señalado las limitaciones del 
modelo de Balassa, a pesar de que se trata del más referenciado a la hora de explicar las 
diferencias sistemáticas de los tipos de cambio con respecto a las PPC. Como admiten 
Froot y Rogoff (1996) el modelo no puede explicar la persistencia a largo plazo de los 
diferenciales sistemáticos de los tipos de cambio de los países subdesarrollados con 
respecto a las paridades de poder de compra. Es que aunque la tecnología pueda diferir 
entre países, el libre flujo de ideas, junto al flujo de capital físico y humano, debería 
producir una tendencia a largo plazo hacia la convergencia de los ingresos. En ese caso 
parece no haber explicación para la persistencia del fenómeno observado. En cambio, 
desde la teoría del valor trabajo puede darse una explicación consistente. En nuestra 
explicación se da lugar a plusvalías (y ganancias) extraordinarias; la competencia es 
intra industria y opera en el caso de los bienes estandarizados a través de guerras de 
precios (y mejoras tecnológicas del producto); y los precios se rigen según la ley del 
valor trabajo, mediada por el hecho que las mercancías son un producto del capital, esto 
es, las tasas de ganancia entre ramas tienden a igualarse. En este marco teórico se ha 
demostrado que, aun con tipos de cambio a PPC, existe un “desequilibrio” en términos 
de valor sustancial. 
Por otra parte, se evidencia también que no existe “explotación” del país 
subdesarrollado por el país adelantado, ya que no hay lugar a transferencias de valor. En 
cuanto se incorpora al modelo el capital y la plusvalía, se hace evidente que la 
explotación es sobre el trabajo, sea del país adelantado o atrasado; conclusión política 
central que hemos desarrollado en Valor... que enlaza con la cuestión de la 
globalización del capital. 
 
 
Capítulo 8
Deterioro de los términos de intercambio: análisis desde la 
teoría del valor trabajo
La hipótesis de Prebisch-Singer sobre el deterioro de los términos de intercambio, 
formulada a comienzos de los años cincuenta, ha estado en el centro demuchos debates 
sobre el subdesarrollo y el atraso de los países de la periferia. El objetivo de este 
capítulo es examinarla desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo, y presentar 
una explicación alternativa, basada en la teoría del valor trabajo de Marx. Lo que sigue 
se ordena de la siguiente forma. En primer lugar, resumimos el argumento de Raúl 
Prebisch. En segundo término presentamos la evidencia empírica –tomada de 
investigadores de la CEPAL– que demuestra la importancia del deterioro de los 
términos de intercambio a lo largo del siglo 20. En tercer lugar explicamos por qué, 
desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo, la explicación tradicional de la 
CEPAL no parece satisfactoria. Y en cuarto lugar ofrecemos una explicación alternativa 
desde la perspectiva de la teoría del valor trabajo y la formación de precios de 
producción “a lo Marx”, que pone el énfasis en la distinción entre trabajo simple y 
complejo en el mercado mundial. Por último, presentamos algunas conclusiones. 
La hipótesis de Prebisch 
La hipótesis de Prebisch procura explicar por qué, a partir de los años 1876-1880 se 
produjo un deterioro progresivo de la relación entre los precios de los productos 
primarios y los artículos finales de la industria, esto es, un deterioro de los términos de 
intercambio de los bienes primarios. Según las estadísticas de las Naciones Unidas que 
citaba Prebisch en su artículo originario (véase Prebisch, 1986), esa relación había 
pasado de un índice 100 en 1876-1880, a un índice 68,7 en 1946-1947, y el problema 
era explicar por qué sucedía esto cuando, según los aumentos de la productividad 
experimentados en la industria, debería haber ocurrido lo contrario. Es que –como 
señalaba Prebisch– el aumento de la productividad había sido, durante ese período, más 
pronunciado en la industria que en la producción primaria de los países de la periferia; 
por lo tanto, en teoría, los precios de los productos industriales deberían haber 
descendido en relación a los productos primarios. 
Prebisch presenta entonces dos razones que serían concurrentes para que se diera el 
deterioro de los términos de intercambio de los productos primarios. La primera tenía 
que ver con la formación de precios, en particular con los ingresos de los empresarios y 
los salarios. Básicamente la tesis dice que en los países industriales las ganancias y 
salarios crecen más de lo que crece la productividad; y que en la periferia sucede lo 
inverso. Un ejemplo numérico ilustra el argumento. Supongamos que en el país 
industrial la productividad aumenta de un índice 100 a 160. Por lo tanto el costo baja: 
100 ÷ 1,6 = 62,5. 
Sin embargo si los ingresos (ganancias y salarios) se incrementan de un índice 100 a 
180, el precio final es: 
62,5 × 1,8 = 112,5
Supongamos ahora que en el país que produce productos primarios la productividad 
aumenta de 100 a 120; el costo baja
100 ÷ 1,2 = 83,3 
Pero si los ingresos (ganancias y salarios) se incrementan de 100 a 120, el precio final 
es: 
83,3 × 1,2 = 99,9
Por lo tanto la relación de precios productos industriales/ precios productos primarios ha 
pasado de 1:1 a 1,125:1. 
Prebisch explicaba esta diferencia por los diferentes poderes de negociación salarial en 
el centro y la periferia a través de los movimientos cíclicos de las economías. Es que 
durante las fases ascendentes del ciclo en los países centrales aumentaban los 
beneficios, pero a medida que seguía creciendo la economía una parte de los beneficios 
se transformaban en aumentos de salarios, debido a la competencia entre los 
empresarios y el poder de los sindicatos. Luego, en la fase descendente del ciclo 
económico, el beneficio se reducía, pero no los salarios, debido a la resistencia sindical. 
En cambio en la periferia las masas obreras estaban desorganizadas, de manera que no 
podían conseguir salarios comparables con los salarios de los países centrales, ni 
mantenerlos. De manera que en la periferia, durante las fases descendentes del ciclo 
económico, salarios y beneficios caían de manera más fácil. Por este motivo Prebsich 
pensaba que la industrialización en la periferia, al aumentar la productividad, haría subir 
los salarios y elevaría relativamente el precio de los productos primarios
El segundo argumento de Prebisch se refiere a la disparidad con que tienden a crecer las 
exportaciones primarias en comparación con las importaciones de bienes industriales en 
los países en desarrollo, y está desarrollado de manera más clara en textos posteriores al 
de 1950. En su informe a la conferencia inaugural de la UNCTAD de 1964, explica que 
“[m]ientras las primeras se desenvuelven por lo general con relativa lentitud, salvo 
excepciones, la demanda de importaciones industriales tiende a crecer con celeridad…” 
(Prebisch, 1979, p. 21). Prebisch atribuía esto, por un lado al progreso técnico, ya que se 
reemplazaban cada vez más productos naturales por sintéticos, por lo cual disminuía el 
contenido de los productos primarios en los bienes finales. Y por otra parte a la menor 
elasticidad ingreso de los bienes primarios; esto es, cuando el ingreso aumenta, la 
demanda de los bienes primarios también aumenta, pero a una tasa menor. A estos 
problemas se sumaban –mediados de los años sesenta– el aumento de la producción 
agrícola de los países industriales, donde la agricultura se tecnificaba rápidamente. 
Debido a esto los países en desarrollo ya no eran los únicos que exportaban bienes 
agrícolas, y los excedentes presionaban a la baja los precios. 
Por otra parte, a pesar de que el proteccionismo y las subvenciones de los países 
desarrollados profundizaban el deterioro de los términos de intercambio, Prebisch 
pensaba que aunque se eliminara el proteccionismo la tendencia no se eliminaría, 
porque obedecía a factores más profundos. Es que al crecer lentamente la demanda de 
productos primarios, sólo podía absorberse una proporción decreciente del incremento 
de la población de los países en desarrollo para la producción de estos bienes; esta 
absorción además disminuía por el progreso técnico. Por lo tanto había una amplia 
población excedente –que no era absorbida con rapidez por la industria y los servicios– 
que presionaba a la baja los salarios en los países en desarrollo. De manera que los 
salarios no aumentaban en relación directa al avance del progreso técnico. En cambio, 
en los países desarrollados había escasez relativa de mano de obra y fuerte organización 
sindical, por lo cual los salarios aumentaban conforme a los aumentos de la 
productividad. 
Es importante destacar, para lo que vamos a discutir luego, que el argumento hoy lo 
extienden los autores de la CEPAL a la relación entre las ramas innovadoras y 
dinámicas y las que producen bienes manufacturados maduros. Los países 
desarrollados, se sostiene, tienden a concentrar las ramas de producción más dinámicas 
a nivel mundial, ya que el cambio técnico se origina en el centro. Los bienes que 
producen estas ramas gozan de una elasticidad ingreso superior a las ramas 
manufactureras en su etapa madura, lo cual se refleja en una divergencia en los ritmos 
de crecimiento y/o la aparición de problemas en las balanzas de pago de los países en 
desarrollo; o sea, en una brecha creciente de ingresos y estrangulamientos externos 
(véase Ocampo, 2001). 
Las evidencias empíricas
A la vista del aumento de los precios de las materias primas que se ha registrado desde 
inicios de los años 2000 a 2008, autores neoclásicos ortodoxos se apresuraron a 
proclamar –no sin cierto aire de burla– el quiebre de la hipótesis de Prebisch del 
deterioro de los términos de intercambio.52Según estos economistas, esto demostraría lo 
errado del programa de industrialización de la CEPAL para América Latina; y, por 
supuesto, lo acertado de los programas neoliberales recomendados por ellos mismos, los 
organismos internacionales y los centros del establishment académico. La hipótesis del 
deterioro de los términos de intercambio habría sido un gran cuento, sin sustento en la 
realidad de la economía mundial. Pero, curiosamente, estos economistas no se 
preocupan de refutar la evidencia empírica. 
52 De acuerdo a CEPAL (2007-2008), los términos de intercambio, en 2008, para América Latina, eran 
45% superiores a los promedios de la década de 1990; para América del Sur la mejora era del 69%. 
En primer lugar, los datos que el propio Prebisch citaba en su artículo de 1950, 
mostraban una tendencia que abarcaba unas seis décadas. Pero en segundo término, y 
más importante, es que los estudios sobre los movimientos de precios de largo plazo 
confirman que el deterioro de los términos de intercambio siguió ocurriendo a lo largo 
del siglo 20. Al respecto Ocampo y Parra (2003) resumen la evidencia empírica, y los 
datos parecen ser contundentes. Los autores toman 24 series de precios de productos, 
que comprenden seis metales (aluminio, cobre, estaño, plomo, plata y zinc); siete 
materias primas no alimentarias (aceite de palma, algodón, caucho, cuero, lana, madera 
y yute); siete alimentos (arroz, azúcar, banano, carne de cordero, carne de res, maíz y 
trigo); tres bebidas (cacao, café y té) y tabaco. Además toman siete índices que fueron 
elaborados originariamente para el período 1900-1986, y luego actualizados hasta 2000. 
También utilizan el índice de precios de productos básicos de The Economist entre 1880 
y 1999. Ocampo y Parra demuestran entonces que en el siglo 20 hubo un marcado 
deterioro de los términos de intercambio, con una caída de largo plazo de los índices 
agregados de precios relativos cercana al 1% anual, promedio. En su conjunto, al año 
2000, las materias primas habían perdido entre el 50 y 60% del valor relativo que tenían 
frente a las manufacturas hasta la década de 1920; los únicos productos que habían 
mejorado sus precios relativos eran carne de res, madera y tabaco. Otros autores, citados 
por Ocampo y Parra, encontraron una tendencia a la disminución acumulada de un 75% 
durante unos 140 años, con una caída anual promedio de 1,31%. Y el índice acumulado 
de The Economist para productos básicos entre 1900-1904 y 1996-2000 presenta una 
caída del 60,1%. 
 Ocampo y Parra también plantean la cuestión de si el movimiento fue continuo o más 
bien escalonado, esto es, con escalones que alteraron el nivel de precios de manera 
permanente. Los autores se inclinan, a la vista de los datos, por esta última tesis. 
Aunque no lo pueden establecer con total rigor econométrico, los resultados y la propia 
historia económica les permiten concluir que los mayores cambios se concretaron en 
torno a 1920 y 1980. Esto sugiere, según los autores, que fueron un efecto rezagado de 
las grandes desaceleraciones experimentadas por la economía mundial a partir de la 
Primera Guerra y de la crisis económica de inicios de los setenta. El índice de The 
Economist, de todas maneras, muestra más una tendencia continua, ya que se registra 
una fuerte caída, del 20%, en la década de los veinte, y luego una tendencia negativa 
más o menos continua entre 1922 y 1979 de aproximadamente el 1% anual. 
En cualquiera de los casos, y para lo que nos interesa aquí, parece no haber dudas de 
que existió una tendencia secular, esto es, de largo plazo, de deterioro de los términos 
de intercambio. Ocampo y Parra hacen énfasis en el movimiento escalonado, otros 
estudios subrayan que el movimiento fue más continuo, pero lo importante es la 
tendencia de largo plazo. Además el problema sigue siendo relevante para los estudios 
sobre el desarrollo; según la UNCTAD, 80 de los 147 países que se consideran “en 
desarrollo” dependen en más de un 50% de las materias primas en sus exportaciones. 
No hay por lo tanto razones para desechar tan rápida y alegremente la cuestión del 
deterioro de los términos de intercambio, como hace hoy una parte de la ortodoxia 
neoclásica.53 En primer lugar, porque todavía es pronto para saber si estamos ante un 
cambio de tendencia de largo plazo en los precios relativos. Pero en segundo término, y 
más importante, porque aun en el caso que estuviéramos ante un cambio de tendencia 
secular, hay que preguntarse por qué se registra un deterioro de los términos de 
intercambio a lo largo de, por lo menos, un siglo. ¿Desde qué teoría se explica este 
movimiento de largo plazo? Si se responde a esta pregunta se puede también empezar a 
indagar si existen razones para que se haya producido ahora un cambio de tendencia. A 
53 El suplemento económico de Página 12 del 22/04/06 registra el debate.
lo anterior se agrega el problema de explicar por qué muchos productos manufacturados 
también están experimentando un constante deterioro de sus términos de intercambio. 
Es lo que sucede desde hace años con textiles y confecciones, juguetes, industria 
electrónica, acero y otros productos “maduros”. 
Problemas de la hipótesis desde la teoría del valor trabajo
Se plantea entonces la cuestión de fundamentar teóricamente el deterioro de los 
términos de intercambio. En este respecto pensamos que la explicación tradicional de la 
CEPAL presenta algunos problemas. En primer lugar, y tal vez lo fundamental, es que 
Prebisch termina recurriendo a una explicación basada en las relaciones de fuerza entre 
los sindicatos y el capital; y en las relaciones de fuerza de mercado entre los capitales de 
los países adelantados y los capitales de los países subdesarrolados, para determinar sus 
ingresos, y por lo tanto los precios. Es el problema que tradicionalmente presentan las 
teorías de los precios basadas en el mark-up o el poder de monopolio, ya que nunca 
logran establecer por qué el mark-up es de tal o cual nivel. Por eso las justificaciones 
habituales, carentes de una perspectiva general, desembocan en el estudio de casos 
particulares. Además, la tesis de que los precios se fijan de manera de garantizar 
determinados niveles de salarios supone que no se desatan guerras de precios en las 
ramas en cuestión; lo cual lleva a la conocida idea de que la competencia opera a través 
de la diferenciación de productos y marcas. Sin embargo en las ramas que producen 
bienes manufactureros, y máxime a nivel del mercado mundial, ocurren luchas 
competitivas a través de presiones bajistas sobre los precios; y esto abarca a los bienes 
de alta tecnología. 
Por otra parte también es difícil explicar por qué los bajos salarios de los productores de 
bienes primarios deben traducirse necesariamente en una baja de relativa tendencial de 
los precios. Si se supone la fijación de precios por mark-up, la baja tendencial de los 
precios relativos de las materias primas implica que, o bien los salarios que se pagan en 
los países atrasados siguen bajando año tras año; o que los salarios que se pagan en los 
países adelantados suben tendencialmente. Pero la idea de que los salarios de los países 
subdesarrollados tienden a bajar secularmente no se compatibiliza con el hecho que en 
estos países hubo procesos de industrialización y desarrollo –aunque dependiente– 
capitalista.
La industrialización y el desarrollo capitalista tienden, por lo menos, a estabilizar los 
salarios, no a su baja tendencial. 
La otra alternativa sería postular que los salarios en los países adelantados suben 
tendencialmente. Pero en este caso habría que demostrar que, también tendencialmente, 
los trabajadores de los países adelantados tienen cada vez más poder de negociación, de 
manera que imponen salarios cada vez más altos. Sin embargo lossindicatos en los 
países de la OCDE perdieron fuerza a partir de fines de los años setenta y a lo largo de 
las décadas siguientes –aumento de la desocupación, desafiliación sindical, derrotas de 
luchas reivindicativas– y los términos de intercambio se siguieron deteriorando para los 
países productores de materias primas. En el caso de Estados Unidos incluso el salario 
del trabajador manufacturero promedio bajó, en términos reales, un 15% entre fines de 
los setenta y fines de los noventa. En cuanto a los países subdesarrollados, si bien 
también hubo ataques generalizados del capital al trabajo, es difícil suponer que la 
fuerza de resistencia sindical era menor a fines que a comienzos del siglo 20. ¿Por qué 
se produjo entonces el deterioro tendencial de los términos de intercambio? 
La hipótesis de las relaciones de fuerza no parece por lo tanto explicar la cuestión de 
manera convincente. Agreguemos que tampoco lo explica una tesis que haga hincapié 
exclusivamente en los bajos salarios de los países atrasados, como es la del intercambio 
desigual de Emmanuel. Recordemos que Emmanuel (1972) explicó el intercambio 
desigual por los bajos salarios que pagaba el capital en los países atrasados, en un marco 
de igualación de la tasa de ganancia a nivel mundial.54 Con esta explicación se puede 
demostrar que existe transferencia de valor desde el país subdesarrollado al adelantado; 
pero no se demuestra teóricamente que exista deterioro de los términos de intercambio, 
porque para esto debería producirse una baja más o menos constante de los salarios en 
los países subdesarrollados. De nuevo, una tendencia de este tipo, secular, no podría 
explicarse en el marco del crecimiento de fuerzas productivas capitalistas en la periferia. 
Si los precios de los productos primarios, o de los bienes que producen los países 
atrasados, bajan porque bajan los salarios, los salarios de los países atrasados deberían 
haber bajado más, relativamente, con respecto a sus ya bajísimos niveles de los años 
cincuenta y sesenta. Y no existen pruebas empíricas de que esto haya sucedido.
En lo que respecta a la segunda explicación de Prebisch, las diferencias en las 
elasticidades ingreso de los bienes primarios con respecto a los manufacturados, 
tampoco pueden explicar, en nuestra opinión, las tendencias actuantes. Las 
elasticidades ingreso explican las oscilaciones de la demanda; pero las oscilaciones de 
la demanda no pueden explicar las tendencias en los precios en el largo plazo. Es que 
si la demanda de un bien crece a una determinada tasa –inferior a lo que lo hace el resto 
de la economía, u otras ramas– el crecimiento de la oferta también tenderá a adecuarse a 
ese ritmo de crecimiento de la demanda, de manera que, en promedio, los precios se 
adecuarán a los costos de producción, más un tasa media de ganancia. Algo de esto 
registraba el informe de Prebisch a la UNCTAD, de 1964, que hemos citado. Desde la 
Gran Depresión a los años sesenta la tasa de crecimiento anual y acumulativa del 
comercio de los bienes manufacturados fue del 3,1%, y la producción manufacturera del 
mundo creció a una tasa anual del 3,4% anual; a su vez la tasa de crecimiento anual y 
acumulativa del comercio de los bienes primarios fue del 1,1% y la tasa de crecimiento 
de la producción primaria fue del 1,4% (las diferencias se supone que fueron absorbidas 
por los mercados internos). Como puede verse, las ofertas se adecuaron, 
tendencialmente, al crecimiento de las demandas; de manera que si bien puede haber 
habido excedentes de oferta importantes en ramas y durante períodos de tiempo, no 
puede haberse tratado de un fenómeno permanente. En tanto en el mercado domine la 
lógica del capital –y se trata de grandes empresas exportadoras, ya sean ellas mismas 
productoras, o comercializadoras de bienes que compran a pequeños productores– no 
pueden operar con el supuesto de una sobreproducción permanente y sistemática. 
Insistimos, en el largo plazo debe tender a imponerse la ley económica, esto es, los 
precios se ajustan a sus “precios naturales” –para utilizar la expresión de Ricardo–, o 
sea, a los precios de producción “a lo Marx”.
Una explicación desde la teoría del valor trabajo
La hipótesis que proponemos es muy sencilla, y en gran medida es similar a la que se 
desprende de los planteos de los neo-schumpeterianos, que hacen hincapié en la 
importancia de la innovación y el progreso tecnológico. Sin embargo, la diferencia con 
estos planteos es que hacemos hincapié en la teoría del valor trabajo, esto es, en la tesis 
–de Ricardo y Marx– de que la única fuente del valor es el trabajo humano. Desde esta 
perspectiva el deterioro de los términos de intercambio se puede explicar por las 
54 O sea, no postula la existencia de monopolio; los precios se establecen “a lo Marx”, esto es, son precios 
de producción.
diferencias crecientes entre el trabajo complejo y el trabajo simple, a medida que avanza 
la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías en los capitalismos avanzados. 
La idea de trabajo simple y complejo se relaciona con las diferencias en la preparación 
de la fuerza de trabajo, y las consiguientes diferencias en la generación de valor de los 
respectivos trabajos. El trabajo medio simple es el que resulta del gasto de una fuerza de 
trabajo que, “término medio, todo hombre común, sin necesidad de un desarrollo 
especial, posee en su organismo corporal” (Marx, 1999, t. 1, p. 54). Esto es, se puede 
considerar trabajo simple el trabajo de un operador de máquina o de un ensamblador de 
línea de montaje, trabajos que por lo general demandan poco tiempo de entrenamiento 
para que se llegue a los estándares de productividad medios. Por ejemplo en empresas 
de montaje o líneas de máquinas herramienta los operarios recién incorporados pueden 
demorar dos semanas, a lo sumo, para alcanzar el nivel de productividad media de sus 
compañeros. Variando según los países y los entornos o épocas culturales, el carácter de 
este trabajo medio simple, como señala Marx, está dado para una sociedad determinada. 
A su vez el trabajo complejo es que el exige una mayor preparación de la fuerza de 
trabajo, y por lo tanto opera como trabajo simple potenciado “o más bien multiplicado, 
de suerte que una pequeña cantidad de trabajo complejo equivale a una cantidad mayor 
de trabajo simple” (Marx, 1999, t. 1 pp. 54-55). 
A igual que sucede cuando una empresa incorpora una tecnología más productiva que la 
tecnología empleada por las empresas modales de su rama, y por lo tanto cada unidad 
de trabajo genera más valor que el resto de la rama –o sea, también es trabajo 
potenciado–, cuando en una rama o empresa se emplean, en promedio, más unidades de 
fuerza de trabajo calificado, se genera más valor por unidad de tiempo que en las ramas 
o empresas que emplean, en promedio, más unidades de fuerza de trabajo simple. Es 
también similar al caso en que en una empresa se intensifica el trabajo con respecto al 
promedio reinante en el resto de la industria. Como explica Marx, si la intensificación 
del trabajo ocurre sólo en determinadas esferas, “entonces equivale a más trabajo 
complejo, a trabajo simple elevado a una potencia mayor” (Marx, 1975, t. 3, p. 252). 
En este respecto las diferencias salariales, en tanto reflejan las diferencias en los gastos 
de preparación de la fuerza de trabajo, pueden brindar una aproximación a las diferentes 
potencialidades de los trabajos como generadores de valor. Una cuestión que Marx 
rescata de Ricardo: 
Ricardo mostró que este hecho no impide la medición de las mercancías por el tiempo de trabajo, 
si está dada la relación entre trabajo no especializado y el especializado. Ello corresponde a las 
definiciones de los salarios. Y en último análisis puede reducirse a los distintos valores de la 
propia fuerza de trabajo,es decir, a sus costos de producción variables (determinados por el 
tiempo de trabajo) (Marx, 1975, t. 3 p. 137). 
Por lo tanto las empresas o ramas que emplean en alta proporción trabajo calificado, o 
sea, dedicado a la elaboración de productos que requieren alta formación en habilidades 
–diseñadores, matriceros, ingenieros, técnicos– y bienes de producción que a su vez son 
el resultado de una alta acumulación de capital y del empleo a través de generaciones de 
estas formas de trabajo complejo, pueden generar más valor, en relación a las empresas 
o ramas que emplean predominantemente trabajo simple. Y esta diferencia puede ser 
creciente. Si los países desarrollados concentran cada vez más este tipo de producción, 
si en las cadenas internacionales de valor los países subdesarrollados se concentran en 
los trabajos simples –sea en la producción de bienes primarios o de bienes industriales– 
las diferencias de precios pueden ser también crecientes. Esto sucede como 
consecuencia de la ley económica, no por relaciones de fuerza a nivel de los sindicatos. 
En este punto, insistimos, nuestra explicación se aparta no sólo de la de Prebisch y otros 
autores cepalianos, más o menos influenciados por el keynesianismo de posguerra, sino 
también de la de los marxistas que adhirieron a la tesis de la formación de precios por 
monopolio. La hipótesis que presentamos se basa exclusivamente en la teoría de Marx 
formación de precios de producción, a partir del impulso a la igualación de las tasas de 
ganancia. 
Para ver el tema, vamos a suponer una economía mundial formada por sólo dos ramas, 
la A ubicada en el país adelantado, que emplea crecientes unidades de trabajo complejo, 
para hacer un producto X. La rama B está ubicada en el país subdesarrollado, emplea 
unidades de trabajo simple, para hacer un producto Y estandarizado, que insume 
siempre las mismas unidades de trabajo simple. No incluimos por lo tanto innovación 
de procesos que puedan hacer variar los tiempos de trabajo empleados en la producción 
de X o Y; incorporar este supuesto no alteraría las conclusiones del planteo.55 
Suponemos entonces que existe una tasa media de ganancia. Puede suponerse que las 
empresas que producen Y en B son capitales transnacionales, que pueden invertir 
libremente en A para producir X. Empezamos suponiendo que en el primer ciclo cada 
unidad de trabajo complejo en A se paga US$ 10, y cada unidad genera US$ 10 dólares 
de plusvalía; se emplean dos unidades de trabajo por cada producto X. En B por cada 
unidad de trabajo simple se paga US$ 5 y genera US$ 5 de plusvalía; se emplean 
también dos unidades de trabajo por cada producto Y. Nótese que hacemos el supuesto 
que las tasas de plusvalía son iguales en ambas ramas; y que las unidades de trabajo 
simple reciben el mismo salario en ambos países, US $ 5. O sea, la diferencia salarial 
entre los trabajadores de A y B en este ejemplo se debe sólo a las diferencias entre 
trabajo complejo y simple; cada unidad de trabajo en A equivale a dos unidades de 
trabajo en B. 
A partir de aquí la diferencia inicial se amplía; en el siguiente ciclo cada unidad de 
trabajo complejo que produce X equivale a tres unidades de trabajo simple que produce 
Y; y en el siguiente ciclo a cuatro unidades. Remarcamos que la tasa de plusvalía no se 
modifica, y tampoco los outputs respectivos, desde el punto de vista cuantitativo. En A 
se producen en los sucesivos ciclos seis unidades de X, y en B 100 unidades de Y. Por lo 
tanto, obtenemos:56 
Primer ciclo
Rama Generación de valor Precio producción 
individual
A 90c + 20v + 20s = 130
 Output = 6
 20,95
B 90c + 10v + 10s = 110
Output = 100
 1,143
La relación de intercambio indica que B debe entregar 18,33 productos Y a cambio de 
cada bien X, generado en A. 
Segundo ciclo
55 Este caso lo hemos tratado en Astarita (2006). 
56 En el Apéndice de este capítulo se presenta una explicación sencilla del precio de producción. 
Rama Generación de valor Precio producción 
individual
A 90c + 30v + 30s = 150
Output = 6
 23,64
B 90c + 10v + 10s = 110
Output = 100
 1,182
Al aumentar el trabajo complejo en A la relación de intercambio se deteriora para B; 
ahora debe entregar 20 productos Y a cambio de cada bien X. 
Tercer ciclo
Rama Generación de valor Precio de producción 
individual
A 90c + 40v + 40s = 170
Output = 6
26,38
B 90c + 10v + 10s = 110
Output = 100
1,217
 
En el tercer ciclo la relación de intercambio a pasado a 21,67 bienes Y por cada bien X. 
A medida que aumenta la diferencia entre trabajo complejo y simple, se produce el 
deterioro de los términos de intercambio. Naturalmente, a partir de este esquema se 
pueden introducir otros supuestos, que hacen el esquema más cercano a lo que sucede 
en el mundo capitalista. Por ejemplo, suponer que los salarios que se pagan en el país B 
son menores que los que se pagan en A. También que empresas de capitales nacionales 
que producen en B deben competir también con empresas que producen Y en A con 
mejor tecnología, y esto obliga a B a devaluar. Además, se pueden introducir los 
cambios en los procesos productivos, de manera que se generen más unidades de 
productos por unidad de tiempo. Cualquiera de estas variantes no cambia, sin embargo, 
la conclusión básica. 
Movimientos de corto plazo y tendenciales, y algunas conclusiones
Lo anterior pretende dar una explicación de movimientos tendenciales. Estos 
movimientos no niegan la posibilidad de que durante períodos más o menos largos de 
tiempo existan reversiones parciales del deterioro de los términos de intercambio. Por 
ejemplo, si durante un período la demanda supera de manera consistente la oferta de 
bienes primarios o manufacturados “maduros”, este hecho estará indicando la necesidad 
de que se destinen más capitales –más trabajo social– a su producción. En tanto los 
capitales se desplacen a estas ramas, y aumente la oferta, los precios de mercado se 
establecerán alrededor de los precios de producción. De la misma manera, si se trata de 
productos primarios extraídos de fuentes naturales no renovables, puede producirse un 
aumento tendencial de los tiempos de trabajo empleados en su obtención. En este caso 
no se registraría un deterioro de los términos de intercambio; esto puede suceder porque 
se necesitan crecientes cantidades de trabajo simple para obtener una unidad de 
producto; o porque es necesario emplear cada vez más dosis de trabajo complejo –por 
ejemplo en investigaciones geológicas para localizar yacimientos petrolíferos–; o por 
una combinación de ambos tipos de trabajo. Estos procesos pueden estar en la base del 
alza de los precios de las materias primas, registrado en los últimos años, a partir del 
aumento de la demanda de China y otros países asiáticos. 
La teoría del valor trabajo puede ofrecer entonces una explicación alternativa a la 
basada en el poder de monopolio, o de mercado, del fenómeno de deterioro de los 
términos de intercambio. Por ejemplo, la caída de los precios de los textiles en el siglo 
XIX –deterioro de los términos de intercambio para Inglaterra– obedecería a una caída 
de los precios de los productos “maduros”, debido a la reducción tendencial de los 
tiempos de trabajo, medidos en unidades de trabajo simple. Luego la suba relativa de los 
bienes manufacturados a partir de fines del siglo XIX, comienzos del siglo XX, podría 
explicarse por la creciente incorporación de trabajo complejo por parte de las empresas 
de países centrales, en especial con la I&D, construcción de laboratorios, subsunción del 
trabajo científico al capital –por caso, las universidades se incorporan de manera 
creciente a la producción y mercantilización de conocimiento– y procesos relacionados. 
Es lo que registran los teóricos de los Sistemas Nacionales de Innovación, en particular 
a partir de fines del sigloXIX, con la “segunda revolución tecnológica”. 
Por supuesto, la presente sólo busca ser una hipótesis de trabajo para sugerir un camino 
para futuras elaboraciones e investigaciones empíricas. 
Apéndice
Explicación sencilla de precios de producción
Los precios de producción surgen de la necesidad de igualar las tasas de ganancia de las 
diferentes ramas de la economía, en las que existen, naturalmente, diferentes relaciones 
entre capital constante y capital variable. Esto es, las mercancías no se pueden vender a 
precios directamente proporcionales a los tiempos de trabajo, porque en ese caso las 
tasas de ganancia entre las ramas serían muy distintas. Para ver por qué, supongamos 
que tenemos una economía en la que existen tres ramas, con capitales por valor de $100 
en cada una, pero con composiciones de valor –esto es, relación entre capital constante 
y capital variable– distintas. Supongamos que la tasa de plusvalía es del 100% en todas 
las ramas. Si las mercancías se venden a precios directamente proporcionales a los 
valores, tendríamos: 
Rama Cap. cte Cap. var. Plusv. Precio valor Tasa de ganancia
 %
A 90 10 10 110 10
B 80 20 20 120 20
C 70 30 30 130 30
Si las mercancías se vendieran a estos precios; los capitales fluirían hacia C, la rama de 
mayor tasa de ganancia. Esto generaría una sobreoferta de productos C, y una carencia 
de productos A y B. De manera que los precios de C bajarían y los precios de A 
subirían, hasta que en promedio las tasas de ganancia se igualaran. Desde el punto de 
vista analítico, esa tasa de ganancia común surge de dividir la suma de las plusvalías (en 
nuestro ejemplo = 60) por el conjunto del capital invertido (en nuestro ejemplo = 300). 
La tasa media de ganancia es del 20%, y los precios se establecen a partir de un recargo 
sobre los costos, que comprenden la suma del capital constante más el variable. Los 
precios que resultan, que Marx llama de producción, garantizan una tasa de ganancia 
igual en todas las ramas. En el ejemplo anterior:
Rama Cap. cte. Cap. var. Plusv. Precio 
Valor
Tasa media gan. 
%
Precio de 
Producción
A 90 10 10 110
 20
120
B 80 20 20 120 120
C 70 30 30 130 120
Así los capitales que tienen una menor proporción de capital variable que la media, 
venden a un precio de producción superior al precio directamente proporcional al valor. 
Lo inverso sucede con los capitales que tienen una mayor proporción de capital variable 
que la media. La ley del valor se cumple, en el sentido que los valores globales 
producidos reaparecen en el producto final, y las ganancias apropiadas por los capitales 
equivalen a las sumas de plusvalías; o sea, de valores generados por los plustrabajos. 
Pero los precios individuales de las mercancías ya no se corresponden a los tiempos de 
trabajo invertidos, en forma estricta, en cada rama.
 
Capítulo 9
Tipo de cambio y crisis crónica en el modelo de Shaikh
Los trabajos del economista marxista Anwar Shaikh sobre tipo de cambio y su crítica a 
la teoría de las ventajas comparativas constituyen el punto de referencia ineludible para 
todo aquél que desee abordar la cuestión desde el punto de vista de la teoría del valor 
trabajo. Sin embargo, y con todo lo importante que ha sido el aporte de Shaikh al 
avance de la economía política crítica, pensamos que su explicación encierra algunos 
importantes problemas. Centralmente, porque su modelo no permite explicar el hecho 
cierto que los países atrasados tienen, por lo menos con cierta frecuencia, balanzas 
comerciales excedentes, y que no están sometidos a crisis crónicas en sus balanzas de 
pagos, como se desprende del modelo teórico de Shaikh. Comenzamos resumiendo la 
crítica de Shaikh a las ventajas comparativas. 
La crítica a las ventajas comparativas 
Como hemos adelantado, uno de los trabajos de Shaikh sobre comercio internacional 
que más trascendió fue su crítica de la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo. 
Ese escrito constituye un aporte clave para la elaboración de la crítica marxista a la 
teoría burguesa del comercio internacional, desde el momento en que la teoría de las 
ventajas comparativas sigue constituyendo, al día de hoy, la base de la enseñanza 
ortodoxa de comercio internacional. 
Shaikh plantea que la teoría de Ricardo depende crucialmente de la teoría cuantitativa 
del dinero. Recordemos que en el ejemplo clásico de Ricardo, sobre Inglaterra y 
Portugal, si Portugal tiene mayor productividad en la fabricación de tela y vino que 
Inglaterra, Portugal comienza exportando ambos productos a Inglaterra. Lo cual genera 
superávit comercial creciente en Portugal, y déficit en Inglaterra. En consecuencia, y 
siempre según Ricardo, la entrada de oro eleva los precios en Portugal, y la salida de 
oro baja los precios en Inglaterra hasta que la tela inglesa puede venderse más barata 
que la tela portuguesa.57 A partir de ese momento Inglaterra se especializa en la 
producción de tela, en la que posee una ventaja relativa; y Portugal en la producción de 
vino. 
Todo esto funciona en tanto funcione la teoría cuantitativa del dinero (véase nota 
anterior). Y es en este punto, sostiene Shaikh, donde “la teoría del dinero de Marx se 
hace crítica” (Shaikh, 1991, p. 197). Es que según la teoría de Marx, la entrada del oro 
en Portugal no genera suba de precios, sino la acumulación de reservas, la baja de la 
tasa de interés y la expansión de la producción. Por otro lado, la salida de oro de 
Inglaterra provoca la caída de las reservas, la suba de la tasa de interés, la caída de la 
inversión y de la producción de otras mercancías. De aquí concluye Shaikh que la 
desventaja absoluta de Inglaterra se manifestará en un déficit comercial crónico, 
compensado por la salida del oro; y la mayor eficiencia de Portugal en una acumulación 
continuada de oro. Pero llegado a este punto Shaikh se enfrenta con una cuestión que es 
decisiva: ¿cómo es posible que pueda haber comercio internacional? Responde diciendo 
que es obvio que “semejante situación no puede seguir indefinidamente” (ídem), y que 
si se consideran únicamente los flujos de mercancías el comercio entre Inglaterra y 
Portugal tiene que derrumbarse. El déficit comercial debe ser financiado; interviene 
entonces la tasa de interés. Dado que aumenta la tasa en Inglaterra, los capitalistas de 
Portugal comienzan a prestar dinero a Inglaterra. Shaikh reconoce que tampoco así la 
situación estará equilibrada, porque Inglaterra tendrá que pagar los intereses y devolver, 
eventualmente el principal. ¿Cómo puede hacerlo si la producción se ha trasladado a 
Portugal, y si Inglaterra no puede exportar nada? ¿De dónde sacar Inglaterra el oro para 
pagar a los prestamistas portugueses? Aunque Shaikh no formula explícitamente todas 
estas preguntas, la conclusión de su razonamiento es inevitable: “Con todas las 
circunstancias iguales, hay que pagar: al final, acosada por los déficits comerciales 
crónicos y deudas acrecentadas, Inglaterra debe sucumbir” (ídem, p. 198). Las únicas 
mercancías que Inglaterra (o cualquier país subdesarrollado) puede exportar son 
aquellas que ese país produce a menor valor; o en las que tiene alguna ventaja natural y 
única. 
Shaikh apunta que dado que el análisis se realiza en términos de precios-valores, no 
importa que haya salarios más bajos en el país subdesarrollado, ya que el nivel de 
salarios “afecta las ganancias pero no tiene efectos sobre los precios” (ídem, 199). El 
resultado tampoco se modifica sustancialmente cuando se consideran los precios de 
producción, ya que “el precio medio de producción es igual al precio directo promedio” 
(ídem). La conclusión es que el país atrasado estará condenado a tener déficits 
comerciales crónicos, y en el largo plazo el comercio no se sostiene, sucumbe. 
Tipo de cambio “estructural”57 Esto sucede según la teoría cuantitativa, a la que adhería Ricardo. Esta teoría dice que cuando aumenta 
la cantidad de dinero, en relación a una masa de mercancías, suben los precios; y viceversa. En esencia, 
sigue constituyendo la base de la teoría monetaria neoclásica. 
El planteo anterior fue profundizado y completado con una explicación de tipo 
“estructural” del tipo de cambio, sustentada en la idea de que lo fundamental son las 
ventajas absolutas. En Shaikh (1999) se supone que el capital fluye libremente, y que 
los términos de intercambio –o sea, el tipo de cambio real– están determinados por la 
igualación de las tasas de ganancia entre los capitales que fijan precios para las 
mercancías que se comercian en el mercado mundial. Esto es, los tipos de cambio reales 
están determinados por los precios relativos; que están gobernados por los precios de 
producción, esto es, por el mecanismo de igualación de las tasas de ganancia. Por caso, 
suponemos que el país A es adelantado, produce un medio de producción, k; y su 
moneda es $a (podemos pensar que se trata de Estados Unidos, y la moneda es el US$). 
Suponemos, por otra parte, que el país subdesarrollado es B, que produce un bien de 
consumo c, y su moneda es $b (podemos pensar en cualquier país subdesarrollado 
latinoamericano). Entonces, y según el esquema de Shaikh, el tipo de cambio real, q, 
estará determinado de la siguiente manera:58
q = E ($b/$a) PkA/PcB 
Según Shaikh, los precios relativos de los bienes internacionales, y por lo tanto los 
términos de intercambio entre naciones, se regulan de la misma manera que los precios 
relativos dentro de los países. Pero además precisa que se trata de los precios de 
producción de los productos en los cuales los países son competitivos. Por otra parte, es 
claro que los precios de producción están directamente vinculados a los costos 
laborales; y a las tasas de ganancia, que tienden a igualarse. Y los tipos de cambio 
tienden, lógicamente, a ser estables.
De esta manera refuerza su anterior crítica a la teoría neoclásica del comercio 
internacional. Esencialmente porque sostiene que es equivocado afirmar que los 
términos de intercambio se modifican al variar el tipo de cambio nominal, de manera 
que los valores de las exportaciones y las importaciones eventualmente se igualen. 
Sostiene, por el contrario, que los productores con altos costos pierden en la 
competencia internacional, y por lo tanto los países atrasados están condenados a 
padecer déficits crónicos. Lo inverso sucede, lógicamente, con los productores 
tecnológicamente avanzados, ubicados en países adelantados. Estos déficits comerciales 
crónicos se mantienen o bien porque al haber déficit bajan la producción y el empleo 
(de hecho, se trata del enfoque keynesiano de la absorción, aunque Shaikh no lo 
menciona así). O bien porque la salida de dinero, debida al déficit comercial continuo, 
provoca una disminución de la liquidez interna; por lo cual entran capitales que 
compensan, en la balanza de pagos, el déficit comercial. Para sostener este planteo 
Shaikh debe demostrar que las variaciones del tipo de cambio nominal no afectan al tipo 
de cambio real. Para esto presenta básicamente dos argumentos. 
En primer lugar, sostiene que cualquier deterioro de los términos de intercambio 
disminuye la tasa de ganancia de los capitales de los países que deprecian su moneda. 
En nuestro ejemplo, la tasa de ganancia de los capitales B disminuye con la suba de E y 
q. Es que si los capitales B determinan el precio a que se vende el bien de consumo c, el 
ingreso de los capitales B, medido en moneda internacional $a, será PcB/E. Dado que las 
tasas de ganancia negativas no pueden sostenerse en el tiempo, es muy poco lo que 
puede fluctuar el tipo de cambio real. Por eso, en caso de que se devaluara la moneda, y 
se cumplieran las condiciones de elasticidad usuales, el resultado final de la 
depreciación de la moneda sería siempre el colapso del comercio. 
58 Modificamos la notación de Shaikh para adaptarla a la notación usual de los textos de macroeconomía 
que se utilizan en Argentina. Una suba de q, o de E, implica una depreciación de la moneda del país 
atrasado, $b. O sea, un deterioro de los términos de intercambio. 
En segundo lugar, y dado que la tasa de ganancia no admite muchas variaciones, la otra 
variable que considera Shaikh para el ajuste son los salarios. Los salarios deberían bajar 
considerablemente para que la depreciación de la moneda no afectara a la tasa de 
ganancia. Pero esto supondría una situación irreal, en que los trabajadores no defienden 
sus salarios reales. A lo sumo, podría existir un efecto positivo sobre la balanza 
comercial en un primer momento; pero en un mediano plazo los salarios suben, y se 
vuelve al déficit comercial. En definitiva, los términos de intercambio, y el tipo de 
cambio real, no son en absoluto flexibles. Las devaluaciones son siempre ineficaces. En 
este panorama, sólo las políticas y las instituciones proteccionistas pueden tener una 
incidencia importante en la balanza comercial, como lo habría demostrado la 
experiencia histórica de países que se industrializaron y desarrollaron, como Estados 
Unidos, Japón, Corea del Sur. 
Nuestro enfoque
Partimos de señalar que coincidimos con Shaikh en la necesidad de una teoría sobre el 
tipo de cambio que vincule a éste a determinantes estructurales; específicamente, con la 
teoría del valor trabajo. También destacamos la importancia de su crítica a la teoría de 
las ventajas comparativas, y la relevancia de su enfoque basado en las ventajas 
absolutas. Sin embargo, a partir de estos puntos de coincidencia, en nuestra opinión la 
tesis de Shaikh no logra explicar lo que sucede con el comercio de los países 
dependientes, su tipo de cambio y la situación de sus balanzas de pago. Tomando como 
ejemplo y referencia el caso de Argentina, puntualizamos cinco cuestiones decisivas 
sobre las que la explicación de Shaikh no puede dar respuesta. 
1) Sobre el colapso permanente del comercio
Una primera y principal divergencia con el planteo de Shaikh es que no existe el 
colapso permanente del comercio, como se desprende de su crítica a las ventajas 
comparativas, y de sus textos posteriores. En su ejemplo de Inglaterra 
“subdesarrollada”, si el déficit comercial es crónico, sencillamente no puede haber 
comercio internacional, ni tampoco desarrollo capitalista alguno. Esto porque el 
financiamiento de los déficits comerciales con entrada de capitales tiene un límite, 
determinado por la necesidad de los prestamistas de recuperar el principal y los 
intereses en moneda mundial. Si se trata de capitales que entran al país subdesarrollado 
atraídos por la tasa de interés, en el corto o mediano plazo el pago de intereses se hará 
sentir en la cuenta corriente; y en el mediano o largo plazo, pesará el recupero del 
principal. Si se trata de inversiones directas, habrá remesas de utilidades. En cualquier 
caso, no es posible financiar indefinidamente los déficits comerciales. El caso argentino 
ilustra el asunto. El déficit comercial y de cuenta corriente de la década de los noventa 
terminó siendo insostenible; y desde hace siete años el país tiene superávits en su 
balanza comercial. Esto último, por otra parte, nos mete en el otro problema del planteo 
de Shaikh, a saber, que los países atrasados tienen superávit comercial durante muchos 
años. El caso de Argentina también es ejemplar, porque no se observa que el país haya 
tenido un déficit comercial permanentemente, como predice la teoría de Shaikh. De los 
30 años comprendidos entre 1945 y 1975, la balanza comercialargentina tuvo superávit 
en 20 años. Luego, en los finales de la década de 1970, la balanza comercial fue 
deficitaria, pero desde 1980 a 1991 hubo otros diez años de superávit. Si tomamos los 
países subdesarrollados de conjunto, y según datos de la UNCTAD, en los 57 años que 
van desde 1950 a 2006, de conjunto tuvieron 27 años con déficit en sus balanzas 
comerciales, y 30 años con superávit; los países desarrollados de conjunto tuvieron 
muchos más años de déficit. Es un resultado opuesto a lo que se concluye del modelo de 
Shaikh. Esta cuestión es vital, porque son precisamente los superávit en la balanza 
comercial los que habilitan que ocurran transferencias de valor en términos reales. Es 
lo que sucede en estos momentos en Argentina, en que se está pagando la deuda externa 
con excedentes de la balanza comercial (y superávit fiscal). Si no existieran estos 
superávits, los capitales de los países adelantados deberían estar financiando 
indefinidamente los pagos de intereses y las transferencias de valor que realizan los 
capitalistas, nacionales o extranjeros, que obtienen plusvalor con la explotación de los 
trabajadores del país dependiente.
2) Sobre la estabilidad del tipo de cambio real y su incidencia en la balanza 
comercial
Tampoco la experiencia de Argentina verifica que exista un tipo de cambio real estable. 
Sobre un índice base 1 (= promedio de enero de 1980 a marzo de 2004) el tipo de 
cambio real era de aproximadamente 0,50 en 1981; se ubicaba a niveles superiores a 1 
entre 1981 y 1991 (con picos que llegaban a casi 3); bajaba luego a menos de 1 en la 
década de 1990, y saltaba de nuevo desde menos de 0,5 en diciembre de 2001 a 
aproximadamente 1 en los años siguientes. Subas de más del 100% y caídas del 50% o 
más. ¿Qué tiene de estable? Por otra parte, es difícil negar que estas variaciones del tipo 
de cambio real han incidido en la situación de la balanza comercial: déficits cuando el 
tipo de cambio es bajo, superávits cuando es alto. 
3) La incidencia del tipo de cambio nominal en el tipo de cambio real
Shaikh sostiene que las variaciones del tipo de cambio nominal no inciden en el tipo de 
cambio real. Pero también es un hecho que las variaciones (o las no variaciones) del 
tipo de cambio nominal han incidido en el tipo de cambio real en Argentina. Así, 
cuando se ha fijado el tipo de cambio nominal –durante la dictadura militar y en los 
noventa, para anclar la inflación– el tipo de cambio real bajó, y la moneda permaneció 
apreciada durante años. Inversamente, las devaluaciones de 1981 y 2001 modificaron al 
alza el tipo de cambio, y la moneda estuvo depreciada durante varios años. 
Destaquemos que, curiosamente, el planteo de Shaikh sobre la estabilidad de los tipos 
de cambio real, y la no incidencia del tipo de cambio nominal en los términos de 
intercambio, tiene un punto de contacto con los planteos más ortodoxamente 
neoclásicos, que sostienen que los precios y salarios son completamente flexibles y 
reaccionan instantáneamente a los tipos de cambio nominal, de manera que el tipo de 
cambio real permanece inalterado. Con esto apuntamos a una cuestión clave, que es que 
Shaikh se deslizó, en esencia, a un planteo ricardiano de la cuestión. Decimos que es un 
planteo ricardiano y “ortodoxo” porque en su análisis ha pasado por alto la dimensión 
monetaria del problema del tipo de cambio. En los planteos clásicos “a lo Ricardo”, u 
ortodoxos, las variables monetarias no afectan, en el mediano o largo plazo, a las 
variables “reales”. Aplicado al tipo de cambio, esto significa que las variaciones del tipo 
de cambio nominal no afectan al tipo de cambio real. Por este motivo en la explicación 
de Shaikh el tipo de cambio no tiene “espesor monetario”. El tipo de cambio real se 
establece a partir de una relación entre precios de producción, donde el tipo de cambio 
nominal es una variable completamente neutra. Por este motivo entre las instituciones 
que incidieron históricamente en las balanzas comerciales de los países, Shaikh pasa por 
alto las políticas cambiarias. Pero las políticas cambiarias efectivamente incidieron en 
los cursos históricos. Es difícil entender la historia argentina al margen de esta cuestión 
decisiva. 
4) La especificidad de los espacios nacionales y los tipos de cambio
Uno de los problemas centrales del planteo de Shaikh es que pasa por alto la 
especificidad de los espacios nacionales de valor. Esto porque no advierte diferencias 
entre la manera en que se determinan los términos de intercambio entre países, y la 
manera en que se determinan los precios relativos al interior de un país. Sin embargo los 
espacios nacionales de valor tienen una entidad propia, y por eso no pueden ser 
obviados. Son espacios donde se realizan valores a partir de sus relaciones con 
equivalentes nacionales; y donde estos valores “nacionales” se vinculan entre sí a partir 
de las relaciones entre los equivalentes nacionales. Relaciones éstas que no se reducen a 
las ratios entre los precios de producción, que postula Shaikh. Es que en su planteo los 
capitales de los países subdesarrollados fijan precios internacionales de los bienes que 
exportan (para lo cual deben poseer alguna ventaja absoluta), y el tipo de cambio por lo 
tanto está “estructuralmente” fijado. Pero en la realidad esto no sucede así. Para verlo, 
tomemos una vez más el caso de Argentina. Según el análisis de Shaikh, el tipo de 
cambio real de Argentina estaría determinado por la relación entre los precios de 
producción establecidos por los capitales reguladores de los países con los que 
comercia, y el precio de producción de los bienes en los que empresas de Argentina 
fungen como formadoras de precio internacional. Supongamos, en aras de la 
argumentación, que estos bienes son el trigo, la soja y el maíz. Dado que los precios de 
los cereales subieron en los últimos años con respecto a los años noventa, y siempre 
según el esquema de Shaikh, la moneda argentina debería estar apreciada, en términos 
reales, a partir de 2005 y hasta 2007 (período en que subieron los precios de los granos) 
con respecto a los noventa. Pero la situación fue la opuesta.
Por otra parte, ¿qué sucede si un país no posee ningún producto en el que pueda 
intervenir como formadora de precios en el mercado mundial? ¿Cómo se establece el 
tipo de cambio, según el modelo de Shaikh? No hay respuesta a esta cuestión. Además, 
incluso si un país tiene algún producto de exportación en el que pueda ser formador de 
precios –en Argentina podría llegar a ser el caso de los tubos sin costura, exportados por 
una empresa de tecnología de punta a nivel mundial–, ¿qué razón teórica existe para 
decir que ese único precio es el decisivo para establecer el tipo de cambio real? De 
nuevo, en Argentina los precios de los caños sin costura aumentaron en los últimos 
años, debido a la suba de los precios del petróleo, pero la moneda estuvo depreciada en 
términos reales.
5) Un resultado lógica y empíricamente insostenible
Como hemos explicado, Shaikh, el tipo de cambio está establecido a partir de la 
relación entre los precios de producción de los productos en los cuales los países son 
competitivos. Pero esto lleva a un resultado insostenible. Para verlo, podemos trabajar 
también con precios directamente proporcionales a los valores, que las conclusiones no 
varían. 
Supongamos entonces un país B, subdesarrollado. De conjunto su economía tiene una 
productividad tres veces inferior a la del país A, adelantado. Sin embargo B posee una 
industria en la que tiene nivel de competitividad internacional, y determina el precio en 
el mercado mundial. Sea el bien Qt. Esta producción representa una parte pequeña de su 
PBI, digamos, el 5%. Según el esquema de Shaikh, el tipo decambio E $b/$a se 
establece a partir de la relación entre los precios de producción (o precios valores) de 
los productos competitivos. Si esto es así, el tipo de cambio estará determinado por el 
precio de Qt / precio de los bienes de consumo, Qc y los bienes de producción, Qp, en 
los cuales A es competitivo. Se puede considerar que de conjunto conforman el grueso 
de los precios de los medios de consumo y de producción de los respectivos países. 
Si esto es así, y siempre según el planteo de Shaikh, el tipo de cambio entre $b y $a se 
establecerá a un nivel tal que la moneda del país B estará apreciada con respecto a los 
niveles determinados por la paridad de poder de compra, tal como se calculan 
habitualmente (o sea, como relación entre los precios de canastas de bienes). Esto es, E’ 
(tipo de cambio a lo Shaikh) < Eppc. La moneda de B está súper-apreciada. Con este 
nivel de tipo de cambio, el resto de las industrias de B, productoras de medios de 
producción o de medios de consumo, no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir. Pero 
dado que la producción de Qt representa sólo una pequeña fracción de la economía de B, 
el déficit en cuenta corriente debe crecer a ritmos altísimos. Esto reforzaría la visión de 
Shaikh de la imposibilidad de comercio por parte del país subdesarrollado, su tendencia 
a déficits permanentes en la cuenta corriente, etcétera.
El problema más grave con este resultado teórico es que no está confirmado por la 
realidad. Es que la situación empírica es exactamente la inversa: el tipo de cambio de 
los países atrasados tiende a estar por encima del tipo de cambio que teóricamente 
corresponde a la paridad del poder de compra. Lo cual se explica por el atraso general 
de las fuerzas productivas del país. En Valor… hemos planteado que el atraso de las 
fuerzas productivas de los países subdesarrollados genera un impulso a establecer tipos 
de cambio “competitivos”, E*, que están por encima de Eppc. Es lo que confirman las 
Penn Tables, lo que registra el modelo Balassa-Samuelson, y lo que comprobamos casi 
cotidianamente los ciudadanos de los países subdesarrollados cuando queremos viajar al 
exterior y nuestras monedas tienen menos poder de compra que las monedas de los 
países adelantados. 
Como puede verse entonces, en Shaikh el tipo de cambio que tiende a prevalecer es E’, 
tal que E’ < Eppc < E*. Es un resultado altamente paradójico e improbable. Según este 
esquema, el atraso de las fuerzas productivas se expresa, tendencialmente, en la 
fortaleza de la moneda del país subdesarrollado. 
6) Las tasas de ganancia y el tipo de cambio
Shaikh sostiene que los tipos de cambio no pueden experimentar modificaciones fuertes 
porque las tasas de ganancia están estructuralmente limitadas en sus variaciones. Sin 
embargo, los tipos de cambio sí se modifican de manera importante en los países 
subdesarrollados; y con ellos, las tasas de ganancia. Más precisamente, en Argentina la 
suba en términos reales del tipo de cambio de 2001 aumentó los ingresos y la tasa de 
ganancia de los sectores exportadores, y en general de los productores de bienes 
transables. Un resultado que es opuesto del que predice la tesis de Shaikh. Su modelo 
no registra la importancia que tienen las variaciones de los tipos de cambio en los países 
atrasados en las variaciones de las tasas de ganancia de sectores productores de bienes 
transables y no transables. 
Una solución alternativa desde el marxismo
La solución que hemos propuesto en nuestros trabajos intenta mantener el aspecto 
“fuerte” del planteo de Shaikh, a saber, que existe una determinación estructural, “en 
última instancia”, del tipo de cambio real establecida por la ley del valor trabajo. Sin 
embargo la ley del valor trabajo no debe entenderse en un sentido ricardiano, sino “a lo 
Marx”. Esto es, hay que tener en cuenta no sólo la tecnología y la productividad (lo que 
da ventajas en términos absolutos) sino también los espacios en que se realizan los 
valores, y los diferentes niveles de esta realización, según las relaciones entre los 
equivalentes. En este respecto esta crítica a Shaikh prolonga y completa la crítica a su 
tesis sobre el intercambio desigual, que discutimos en Astarita (2006). Shaikh explica 
que en el comercio intraindustria las empresas de los países atrasados generan más valor 
que las de los países adelantados, porque emplean más mano de obra, debido al atraso 
tecnológico. Hemos afirmado que esta tesis es insostenible a la luz de la teoría del valor 
trabajo de Marx, porque el trabajo que se realiza con menor tecnología es trabajo 
despotenciado, y como tal, generador de menos valor que los trabajos realizados con 
tecnología modal, o superior a la modal. Shaikh incurre en una minusvaloración de la 
dimensión social –por lo tanto relativa– del tiempo de trabajo. El mismo problema 
metodológico, pero ampliado, advertimos en su explicación sobre el tipo de cambio. 
Pensamos que el modelo que hemos presentado permite dar cuenta de lo que sucede con 
los tipos de cambio en los países subdesarrollados. La idea básica es que en estos países 
opera un impulso a mantener la moneda depreciada en términos reales (o sea, el tipo de 
cambio real por encima del determinado a PPC); aunque esto a su vez genera presiones 
inflacionarias recurrentes, que muchas veces desembocan en situaciones de alta 
inflación. Esto sucede porque los tipos de cambio nominales inciden en los tipos de 
cambio reales; y también porque los salarios en los países atrasados difieren 
sustancialmente de los salarios en los países adelantados. Por otra parte, en nuestra 
explicación no hace falta suponer que inevitablemente capitales de los países atrasados 
determinan los precios mundiales de uno o más productos. Simplemente suponemos que 
los países atrasados son “precio-aceptantes” en la mayoría de los rubros en que 
compiten, en especial en las manufacturas, debido a su atraso tecnológico.59 Si el precio 
internacional está dado, lógicamente la empresa del país exportador aumentará sus 
ingresos si la moneda se deprecia, y si los salarios no lo hacen en la misma proporción. 
En el caso de la empresa del país B, exportadora de c, su ingreso por unidad de producto 
vendido será: 
PcB = E Pc* 
O sea, simplemente el precio internacional (en dólares) de c, multiplicado por el tipo de 
cambio. Cuando E sube (o sea, cuando se deprecia la moneda) la tasa de ganancia de las 
empresas de B, productoras de c, aumenta (si los salarios no suben en la misma 
proporción que la devaluación de la moneda). Lo inverso sucede con la tasa de ganancia 
de sectores que producen para el mercado interno, y utilizan insumos de importación.
Por otra parte, con este esquema se puede entender por qué los países subdesarrollados 
pueden experimentar durante años superávits en sus balanzas comerciales; superávits 
que financian las salidas de capitales y los pagos de regalías y transferencias de 
plusvalías realizadas por capitales nativos o extranjeros. Por supuesto, en este enfoque 
las variables macroeconómicas, e incluso financieras, juegan un rol para explicar las 
variaciones de mediano plazo del tipo de cambio en los países atrasados, y sus 
repercusiones sobre el desarrollo económico. En un plano más general, en lugar de 
derivarse una tesis del “colapso” permanente del comercio –que de hecho equivale a la 
imposibilidad de desarrollarse como país capitalista, esto es, integrado al mercado 
mundial– de nuestro planteo se desprende una visión de un país dependiente y atrasado, 
con un desarrollo extremadamente desigual. Pero se trata de un desarrollo capitalista, 
que incluye el crecimiento de su comercio exterior. 
59 En el caso de Argentina, el único nicho en que podría establecer precio de producción es en los tubos 
sincostura.
 
Capítulo 10
Tipo de cambio y desarrollo dependiente, el caso argentino
En los últimos 30 años en Argentina se ha asistido a una alternancia de períodos de tipo 
de cambio real alto y bajo. Tomando como punto de partida inicios de 1974,60 se 
observa que entre esa fecha y marzo de 1976 se produce una depreciación en términos 
reales del peso; entre 1976 y febrero de 1981 el peso se aprecia, en términos reales; 
entre febrero de 1981 y comienzos de 1991 (se instala la convertibilidad), el tipo de 
cambio real aumenta; entre 1991 y fines de 2001 el tipo de cambio real baja; a partir de 
2002, y hasta fines de 2007 el tipo de cambio real vuelve a ser alto. Estas oscilaciones 
se inscribirían de todas formas dentro de una tendencia de largo plazo a la depreciación 
en términos reales del peso. Entre 1913 y 1988 la moneda argentina se habría 
depreciado un 80% con respecto al dólar y la libra; esto es, a una tasa de 
aproximadamente el 1% anual (Froot y Rogoff, 1986). En octubre de 2007, el peso 
estaría entre un 9 y 10% devaluado, en términos reales, con respecto al promedio de 
1988.61 Los tipos de cambio promedio durante los períodos de apreciación real de la 
moneda –notoriamente, durante la convertibilidad– no revirtieron la tendencia de largo 
plazo. 
60 En los primeros meses de 1974 se inicia un fuerte aumento del tipo de cambio real, que va a desatar, 
desde abril de ese año, una creciente aceleración inflacionaria; véase Vitelli (1986).
61 Tomamos los datos del BCRA, pero corrigiendo según una inflación estimada del 20% durante 2007. 
Esta depreciación de la moneda en términos reales se explica, desde el punto de vista de 
la ley del valor trabjo, por problemas estructurales de la economía, que tienen que ver, 
principalmente, con la baja productividad global de su industria. La explicación más 
general la hemos presentado en Astarita (2006), y volvimos a tratarla en el capítulo 
cuatro de este libro. En este capítulo queremos explorar el porqué de esos períodos de 
oscilación de los tipos de cambio. Nuestra hipótesis es que estos movimientos no se 
deben a simples cambios de humores de los elencos gobernantes, sino que obedecen a 
una lógica, vinculada a las tendencias estructurales, que impulsan al tipo de cambio alto 
para lograr competitividad internacional de la industria; y con los impulsos 
inflacionarios que derivan de un régimen de tipo de cambio real alto. De aquí también 
que los ciclos se combinen con una tendencia a un desarrollo crecientemente desigual 
entre los sectores productores de bienes transables y no transables. El capítulo se ordena 
de la siguiente manera. En primer lugar, presentamos los rasgos generales del enfoque. 
En segundo término esbozamos el marco de teoría monetaria (cuestión que se amplía en 
el próximo capítulo), y ofrecemos una síntesis de nuestra explicación sobre la naturaleza 
del tipo de cambio y la tendencia al tipo de cambio alto en los países subdesarrollados. 
Con estos elementos, encaramos las cuestiones específicas del desarrollo desigual y las 
variaciones de tipo de cambio. Trabajamos con un “modelo”, inspirado en la economía 
argentina de los últimos años. Se de poner en evidencia los fenómenos más relevantes, 
desprovistos de contingencias. Buscamos con esto discutir las relaciones esenciales 
entre las variables. Abrigamos la esperanza de que este trabajo pueda servir de 
inspiración para futuras investigaciones. 
Marco general 
El marco general es el análisis a partir de la ley del valor trabajo y la teoría de la 
plusvalía. Establecer esta premisa no es en absoluta obvia para los países dependientes, 
ya que durante mucho tiempo se ha pensado que en estos países la teoría del valor de 
Marx no tenía vigencia, o sólo regía de manera parcial. La justificación para esta 
negación, como ya hemos explicado, era que no existía la libre competencia, dado el 
dominio de los monopolios. De aquí se desprendía también que de alguna manera las 
leyes de la acumulación capitalista no regían –entre otras razones porque los mercados 
no podían ampliarse, debido a la falta de poder de consumo de las masas populares– y 
que las oligarquías locales, en alianza con el capital imperialista y las burguesías 
“compradoras” obstaculizaban definitivamente la extensión de la relación 
capital/trabajo. De acuerdo con lo que hemos discutido en los capítulos en que 
analizamos la corriente de la dependencia, ninguno de estos supuestos se sostiene en lo 
que sigue. En particular, suponemos un país en el cual el modo de producción es 
capitalista (y no existen modos de producción precapitalistas); que la relación de 
explotación es de clase; que hay competencia; y que la tasa de ganancia rige la 
acumulación. También se pone especial énfasis en que la tasa de interés es una parte de 
la plusvalía; que su aumento tiende a bajar la tasa de ganancia y puede agravar una 
crisis de rentabilidad, pero no es lo que decide las inversiones. De todas maneras, si 
bien rigen las leyes del valor y la acumulación capitalista, las mismas adquieren sus 
formas particulares, ya que se trata un país dependiente, y atrasado tecnológicamente. 
Al respecto, introducimos dos especificaciones.
En primer lugar, la economía dependiente tiene una menor productividad promedio que 
las economías de los países desarrollados. Éste es un rasgo decisivo de la economía 
argentina. Se ha calculado, por ejemplo, que la productividad promedio de Argentina, a 
fines de la década de 1990, era apenas el 32% del nivel de Estados Unidos. Por este 
motivo la hora de trabajo empleada en la producción de determinada mercancía, en las 
empresas del país dependiente, genera, en promedio, menos valor en el mercado 
mundial que esa hora de trabajo empleada en la empresa de un país tecnológicamente 
adelantado. La economía no está a la vanguardia del desarrollo tecnológico; y depende 
crucialmente de la importación de equipos avanzados y de tecnología. 
En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, la economía es dependiente en 
tanto es “precio aceptante” en lo que respecta a sus exportaciones. Esto significa que no 
puede desatar guerras de precios; sus empresas, como regla general, no obtienen 
plusvalías extraordinarias en el mercado mundial. 
En tercer término, incluimos un sector exportador importante, pero no dominante, que 
tiene una productividad similar a los estándares internacionales, y que por lo tanto 
puede competir con tipo de cambio cercano a la paridad de poder de compra. 
Lógicamente, en períodos en que el tipo de cambio es alto, este sector obtendrá altas 
plusvalías. De esta manera buscamos registran la existencia de un fuerte sector agro 
exportador en la economía argentina.62 
Concepción monetaria “a lo Marx”
En lo que sigue también se considera que la teoría de Marx tiene relevancia para 
explicar los problemas monetarios de los países subdesarrollados. Aunque la misma 
debe adaptarse a una situación en la cual la moneda del país dependiente no es un 
equivalente pleno, ya que su función como tal está condicionada a su relación con las 
divisas que actúan como dinero mundial, el dólar y el euro. Siguiendo la teoría de Marx, 
las funciones del dinero se ordenan jerárquicamente; esto es antes de funcionar como 
medio de cambio el dinero debe tener valor. El valor del dinero nacional está dado 
entonces por su relación con el dinero mundial, dólar o euro. Esto sucede al margen de 
que exista un régimen de convertibilidad legal. La relación clave se establece entonces 
entre la base monetaria –que constituye el dinero propiamente dicho– y las reservas 
internacionales del Banco Central. Esto no implica que exista una relación mecánica 
entre ambas magnitudes, o sea, que a un aumento de la emisión monetaria, dada una 
cantidadde reservas, deba corresponder necesariamente una depreciación del signo 
monetario nacional. La moneda doméstica es signo de valor a partir de su relación con 
el dinero-divisa, pero se trata de una relación simbólica compleja, sometida a múltiples 
mediaciones, incluso políticas y legales. En tanto se mantenga la convicción de que el 
billete doméstico pueda convertirse a determinada paridad a dólar o euro, mantendrá su 
valor, al margen de que exista efectivamente la cantidad de reservas que pueda 
garantizar la conversión de toda la base monetaria a esa paridad. Esto habilita a que 
puedan darse fuertes discrepancias entre base y respaldo en divisas. Pero también 
establece límites fuertes a la emisión basada en el crédito interno; y abre la posibilidad 
de que el equivalente doméstico sea sometido a cuestionamiento en cuanto se advierta 
que la conversión a la paridad establecida no es posible. 
Las consecuencias de que exista esta necesidad de validación son difíciles de exagerar. 
Es que en la medida en que se cuestione el valor del equivalente doméstico, habrá 
corridas hacia el dinero-divisa (de la misma manera que en el siglo 19 se producía la 
corrida hacia el oro cuando el billete estaba cuestionado como signo de valor). De aquí 
también la posibilidad de que se desencadenen procesos inflacionarios a partir de la 
pérdida de valor del equivalente doméstico por su relación con el billete-divisa.63 
Remarcamos el problema: no se trata de que el dinero doméstico pierda valor porque 
62 El comportamiento de este sector, así como la categoría teórica de la renta, y su relación con la 
ganancia, se discuten en los siguientes capítulos. 
circula en demasía con respecto a la masa de mercancías, sino de que pierde valor 
porque se debilita en tanto signo de valor referido a la divisa. Esto explica también por 
qué las economías de los países dependientes pueden verse forzadas a acumular 
enormes reservas de dinero-divisa, muy por encima de lo que dictan las necesidades 
comerciales, o de transacciones corrientes. Se trata de fortalecer un equivalente que sólo 
es tal en tanto esté validado por el equivalente-divisa reconocido como dinero mundial. 
Obsérvese también que la realización del plusvalor está condicionada al retorno a la 
encarnación de valor, a la moneda mundial. Esto rige para las empresas extranjeras que 
invierten en el país, pero también para la clase capitalista nativa. La medida del grado 
de valorización del circuito de valorización del capital está establecida en términos del 
dinero-divisa, no del dinero local. De aquí surge también una necesidad del capital que 
produce valor localmente, de que haya respaldo para la validación del dinero.
 Lo dicho también explica por qué, en la medida en que el dinero local entre en espirales 
de depreciación acelerada –procesos de alta inflación e incluso hiperinflación– sus 
funciones pueden ser reemplazadas paulatinamente por el dinero-divisa. Primero en 
cuanto medida de valor (los contratos se fijan en dólares o euros); segundo en cuanto 
reserva de valor (la preferencia por la liquidez en medio de la crisis se manifiesta en la 
corrida al dólar); tercero, como medio de pago; y por último, incluso, como medio de 
circulación interna. Llegado el punto en que el dinero doméstico no sirve para la 
comparación de los tiempos de trabajo, es reemplazado totalmente por el dinero-divisa. 
Esta situación permite entender que exista una cierta lógica en la fijación de regímenes 
de convertibilidad; o en las políticas de estabilización basadas en el anclaje del tipo de 
cambio. 
Si lo anterior se relaciona con los problemas de inserción en el mercado mundial que 
tienen los capitales atrasados tecnológicamente, se puede entender que aparezca una 
dialéctica de ciclos de fuerte apreciación y depreciación de las monedas de los países 
dependientes; que a su vez se relacionan con cambios abruptos en los parámetros de 
desarrollo, y en la situación de las balanzas de pagos. De la concepción monetaria que 
hemos esbozado, además, se derivan otras consecuencias, que sintetizamos: 
a) Es necesario distinguir entre la emisión exógena de dinero doméstico de su 
creación endógena a partir de la actividad capitalista. Como han demostrado 
tanto marxistas como poskeynesianos, la generación endógena de dinero no 
puede tener consecuencias inflacionarias; lo cual derrumba la teoría cuantitativa. 
b) Es necesario distinguir, a su vez, la emisión de dinero doméstico por parte del 
Banco Central que se hace a partir de la compra de divisas; de la emisión que 
tiene por objetivo monetizar los déficits fiscales (práctica relativamente habitual 
a lo largo de la historia monetaria de los países dependientes). La primera, y 
contra lo que afirma la teoría cuantitativa, no es inflacionaria. La idea de que es 
necesario “esterilizar” masa monetaria, para evitar presiones inflacionarias, 
cuando aumentan las reservas, no se sostiene. Por un lado, porque no 
necesariamente los bancos utilizan las nuevas reservas (provenientes de la venta 
de divisas por exportadores o inversores extranjeros) en moneda doméstica para 
expandir la masa monetaria. Por otra parte, y más fundamental, porque el dinero 
63 Contra lo que sostiene la tradición monetarista y neoclásica, en Argentina tradicionalmente el principal 
impulsor de la inflación no fue la emisión monetaria, sino las devaluaciones de la moneda. Vitelli (1986) 
apunta que en todas las grandes rupturas de la estabilidad de precios, en junio de 1948, marzo de 1957, 
abril de 1962, junio de 1970 y abril de 1974 “el tipo de cambio inició la estampida. Esta fue una mecánica 
impulsora de la ruptura que tiene validez de carácter universal, ya que en todo quiebre, cualquiera haya 
sido su explicación… el tipo de cambio fue el precio que siempre creció previa o simultáneamente a su 
inicio, anticipándose en su expansión a los restantes precios” (p. 90). Lo mismo se puede afirmar de la 
disparada de la inflación en Argentina a partir de fines de 2001. 
que no es necesario para la circulación permanece como stock en moneda 
doméstica; o es vuelto a colocar por los inversores en activos externos. De esta 
manera se derrumba el mecanismo de “ajuste a lo Hume” y el famoso 
“trilema”.64
c) Por otra parte la emisión monetaria a partir de adelantos del Banco Central al 
gobierno (por financiación de déficits fiscales) tiene efectos inflacionarios. En 
este respecto se cumple lo que afirmaba Marx (1980), sobre que en apariencia 
parece cumplirse un aspecto de lo que afirma la teoría cuantitativa. Esto es, este 
tipo de emisión genera aumento de los precios. Pero esto sucede porque aumenta 
la cantidad de signos monetarios locales en relación al dinero-divisa que es 
respaldo. No sucede, como postula la teoría cuantitativa, porque se esté 
comparando una mayor masa de dinero con una cierta masa de mercancías. 
Estos mecanismos son esenciales para el análisis de cómo se relaciona lo monetario con 
los tipos de cambio y la balanza de pagos; y también con los ciclos de acumulación y 
crisis. 
Tipo de cambio como articulación de espacios de valor
En la literatura neoclásica el tipo de cambio se define simplemente como el precio de 
una moneda en términos de otra; más precisamente, se acostumbra a expresarlo como el 
precio de la moneda extranjera en términos de la moneda doméstica. Por supuesto, esta 
definición no es incorrecta, si se toma como una primera aproximación a la cuestión. 
Pero el problema es que de esta manera el tipo de cambio queda planteado a nivel de la 
mera forma sin contenido. Esto significa que, como sucede con cualquier otro precio en 
el universo neoclásico, el tipo de cambio no tiene espesor teórico. Es una simple 
relación cuantitativa que se determina por las fuerzas de la oferta y la demanda, que enúltima instancia remiten a “fundamentos” que carecen de sustento. En tanto la teoría 
neoclásica no puede generar un fundamento teórico para el dinero, naturalmente 
tampoco puede hacerlo para las relaciones de cambio entre las monedas. 
En la teoría de Marx, por el contrario, el equivalente, esto es el dinero, es encarnación 
del valor, o sea, de tiempo de trabajo social. El tipo de cambio por lo tanto vincula dos 
equivalentes de tiempos de trabajos sociales, nacionalmente determinados. Estos 
tiempos sociales de trabajo nacionalmente determinados se asientan en diferentes 
niveles de productividad, según los países. En otras palabras, existen espacios 
nacionales de valor sustentados en desarrollos desiguales de las fuerzas productivas. 
Esto obedece a que no existe una única función de producción; las tecnologías no 
circulan libremente; no están disponibles gratis –ya que constituyen un arma en la 
competencia entre capitales privados–; y para implementarse exigen inversiones en 
capital fijo, investigación y desarrollo, y capacitación de fuerza de trabajo. Lo cual 
explica que las diferencias de productividad entre espacios nacionales de valor no sólo 
pueden no cerrarse con el correr del tiempo, sino también acrecentarse, en tanto las 
inversiones en investigación y desarrollo generan diferencias de productividad, 
crecientes y acumulativas. 
Los espacios nacionales de valor diferenciados se combinan, además, con un mercado 
mundial en el cual se hacen sociales múltiples trabajos nacionales y privados. Todo 
plantea la existencia de una relación compleja y articulada entre espacios nacionales de 
64 Según el “trilema”, no se puede tener al mismo tiempo tipo de cambio fijo, ingreso de capitales y 
realizar política monetaria. El mantenimiento del tipo de cambio fijo obliga al Banco Central a adquirir o 
vender todos los dólares que se le solicitan. Esto provoca, siempre según la teoría monetaria ortodoxa, 
variaciones en la masa monetaria, que se traducen en cambios en los niveles de precios. 
distintas productividades, y el mercado mundial. Las variaciones de los tipos de cambio 
entonces incidirán decisivamente en qué tanto de los tiempos de trabajo empleados 
nacionalmente son generadores de valor en otros espacios nacionales y/o en el espacio 
mundial. Dado que las productividades relativas son más o menos constantes, esto 
significa que se producen grandes diferencias en la generación y realización de valor en 
términos del valor mundial o de otro país; en las posibilidades de colocación de los 
productos (afectando de manera brusca a las balanzas comerciales); en la capacidad de 
importación (lo que es vital cuando se trata de importación de tecnologías); en la 
capacidad de transferencias de valor realizado en el seno del espacio nacional (lo que es 
crucial para los balances de la cuenta de capitales). 
Desarrollo distorsionado, problemas generales
a) Inversión y crecimiento
Suponemos, en primer lugar, que la inversión juega el rol clave en el desarrollo 
económico y en el ciclo. Esto es, a diferencia de los modelos neoclásicos, que toman la 
tasa de ahorro como el factor decisivo del desarrollo a largo plazo, en esta concepción –
que responde a la idea de los clásicos y de Marx– lo decisivo es qué parte del ahorro se 
invierte productivamente. En este respecto un aumento de la propensión a invertir, i, (i = 
I/Y, donde I es inversión e Y es ingreso y/o output) mejora el crecimiento de la 
economía a largo plazo. 
La inversión se divide en inversión en capital circulante, Ic, e inversión en capital fijo,If. 
Ic está determinada por la tasa de crecimiento del ingreso, gy (= ∆ Y/Y); en símbolos: 
 Ic = Ic(gy), siendo ∂Ic/∂gy > 0 (1) 
A su vez If es función de la tasa de ganancia empresaria, π e; de la variación de esta 
tasa, π e’; y de las expectativas de los empresarios sobre el crecimiento de la economía, 
que resumimos en la variable Ω . 
π e es la tasa de ganancia promedio –toma varios períodos– luego de pagar intereses; o 
sea, 
 π e = π - r (2) 
π e’ es la variación de π e, de período a período, (por ejemplo de trimestre a trimestre; 
quitando la estacionalidad, en caso que corresponda). Ω depende de la evolución del 
ingreso (y por lo tanto de la demanda) de largo plazo que se prevé, Y(e), y del desarrollo 
tecnológico general, λ . En símbolos entonces, 
 If = If (π e’; π e; Ω ) (3) 
Ω = Ω (Y(e); λ ; q(e)) (4) 
La justificación económica de (1), (3) y (4) es la siguiente.65 Con respecto a (1), supone 
que cuando aumenta la demanda, por ejemplo a la salida de una recesión, los 
empresarios tienen capacidad ociosa y ajustan su producción a la demanda creciente, 
aumentando la contratación de horas de trabajo y comprando materia prima. En cierto 
sentido recoge el principio de aceleración tradicional; pero no se hace supuesto alguno 
sobre retardos que puedan estar en la base de los ciclos económicos. 
(3) recoge las variables que influyen sobre la inversión en capital fijo, sean equipos y 
maquinaria, y grandes instalaciones y plantas. A medida que el ciclo se afianza los 
65 (2) se trata más abajo. 
empresarios aumentan la inversión en equipos para ajustar la capacidad a la demanda.66 
Para decidir esta inversión tienen en cuenta la evolución de la tasa de ganancia de 
trimestre a trimestre. Esta evolución decide entonces las inversiones en capital fijo 
(refacción de máquinas, reemplazo de algunos equipos) que implican períodos de 
amortización relativamente breves. Pero por otra parte la If destinada a ampliación de 
plantas, obras de largo plazo e infraestructura se decide tomando en cuenta no sólo la 
evolución de la tasa de ganancia, sino también la tasa de ganancia promedio en el sector 
en el mediano plazo, las expectativas de largo plazo de la demanda – por ejemplo, 
cuánto puede evolucionar la demanda de determinado producto en el largo plazo 
teniendo en cuenta la experiencia en otros países– y cuál será la evolución de la 
inversión en tecnología en general, λ . En cierto sentido Ω recoge la idea de Keynes 
(1986) de los “animal spirits”, esto es, de las olas de entusiasmo que animan las 
decisiones de inversión; pero ancla en las perspectivas de largo plazo del desarrollo 
ligadas a la evolución pasada de la economía. Con esta variable deseamos enfatizar que 
las decisiones de invertir de los capitalistas no dependen exclusivamente de la evolución 
pasada (reciente y de mediano plazo) de la tasa de ganancia. 
Una consideración especial merece λ . En cierto sentido recoge la idea de Harrod de la 
tasa “natural” de crecimiento, que pone un techo al crecimiento explosivo en el largo 
plazo. Pero en tanto la tasa natural de crecimiento de Harrod es igual a la tasa de 
crecimiento de la población más la tasa de desarrollo tecnológico, en nuestra economía 
subdesarrollada suponemos que no hay restricciones por el lado de la oferta de mano de 
obra. Sin embargo λ presenta una restricción al crecimiento que será mucho más fuerte 
que en los modelos harrodianos de economías desarrolladas. Es que las decisiones de 
invertir en la economía subdesarrollada, en especial en plantas y equipos de larga 
duración, están condicionadas de manera decisiva por las inversiones generales en 
infraestructura productiva. Para ilustrar este condicionamiento: en nuestra economía 
subdesarrollada la decisión de realizar inversión en plantas petroquímicas, o 
metalúrgicas, estará fuertemente influenciada por las previsiones que hagan los 
capitalistas acerca de las disponibilidades de energía y/o materia prima a costos 
competitivos.67λ refleja esta constricción sobre las perspectivas de inversión. Además, 
dado que se trata de una economía pequeña, siempre estará planteada la posibilidad de 
trasladar la decisión de invertir a otro país si no se satisface este requerimiento.
Por otra parte en la consideración de los empresarios jugará un rol importante el tipo de 
cambio real esperado a mediano plazo, q(e); en especial su estabilidad. Los cambios 
bruscos del tipo de cambio, y el consiguiente cambio de los precios relativos y de las 
tasas de ganancia, es un fenómeno vinculado estructuralmente a las necesidades de 
inserción de una economía atrasada tecnológicamente en los mercados mundiales. 
Volvemos sobre esto más abajo.
Se supone entonces que la If en plantas industriales y equipos de larga duración (por 
ejemplo, en la industria del acero un nuevo tren de laminación o un alto horno) otorga a 
los ciclos económicos una tonalidad expansiva importante. Esto significa que en un 
contexto de crecimiento de grandes inversiones, las recesiones serían suaves, y las fases 
66 En nuestro trabajo no suponemos, como hacen los poskeynesianos, que las empresas trabajan 
sistemáticamente con capacidad ociosa; no hay por lo tanto un problema sistemático de demanda. Si se 
tratara de una economía desarrollada y articulada, supondríamos –como los clásicos- que la tasa de 
utilización real en el largo plazo coincide con la tasa normal, entendiendo por “normal” no la tasa de 
utilización que es factible desde el punto de vista técnico, sino aquella que implica un uso de los equipos 
que permite su mantenimiento y un cierto “colchón” de capacidad. 
67 Por ejemplo, grandes proyectos de inversión en plantas para la fabricación de productos como plásticos, 
agroquímicos, solventes, fertilizantes, lubricantes, pueden estar condicionados a la provisión suficiente de 
gas en los años siguientes. 
alcistas sostenidas; en una palabra, habría desarrollo “sustentable” en el largo plazo. En 
términos marxistas quiere decir que los problemas para la acumulación provendrán de la 
propia acumulación, en particular de la caída tendencial de la tasa de ganancia por 
sobreacumulación de capital.68 If aumenta λ , lo que a su vez influye positivamente 
sobre las expectativas empresarias y realimenta la inversión, dándose así un círculo 
virtuoso. Lo opuesto ocurre cuando se debilita la tasa de ganancia o aparecen 
constricciones de largo plazo sobre λ .
b) Tasa de ganancia y tipo de cambio 
Avanzamos en el estudio de la tasa de ganancia empresaria, π e. Dejamos de lado por 
ahora la influencia de r, para examinar los factores que determinan la tasa de ganancia 
“bruta”. En términos generales la tasa de ganancia depende positivamente de la 
participación de los beneficios en el producto y de la productividad, y negativamente de 
la relación capital/trabajo. En símbolos: 
 π = B/K = (B/Y) (Y/L) (L/K) (5)
Siendo B: beneficios; K: capital (constante); Y: output; L: trabajo. Debe tenerse en 
cuenta que, a diferencia del tratamiento tradicional de la literatura neoclásica o 
keynesiana, que sólo considera el capital utilizado en la producción, en nuestro caso K 
registra el conjunto del capital invertido por la empresa. 
Dado que se trata de un país subdesarrollado, donde la productividad general por obrero 
que responde a lo estrictamente tecnológico es baja con relación a los niveles 
internacionales,69 este capitalismo sostiene la tasa de ganancia a través de la 
intensificación de los ritmos de producción, una alta relación B/Y y bajos salarios en 
términos de la moneda mundial.70 La extrema desigualdad en la distribución de los 
ingresos es entonces, hasta cierto punto, una necesidad “estructural” de la economía. En 
nuestra economía, la baja productividad afecta esencialmente a la industria; pero no a 
los productores de BT agrarios. 
La productividad, y por lo tanto la rentabilidad, pueden aumentar rápidamente al 
comienzo de una fase expansiva, luego de la recesión, por la simple utilización de 
capacidad ociosa. Esta variación del ingreso orienta, como dijimos, la Ic. Para ver la 
incidencia de la capacidad ociosa en la tasa de ganancia, podemos expresar π de una 
forma alternativa a (5): 
 π = B/K = (B/Y) (Q/K) (Y/Q) (5’)
Donde Q es capacidad, de manera que K/Q es la ratio tecnológica de capital-capacidad e 
Y/Q es la ratio de utilización de la capacidad. 
Pero además en nuestra economía subdesarrollada la tasa de ganancia de las diferentes 
ramas estará influenciada por los precios relativos entre los bienes transables (BT) y los 
bienes no transables (BNT); esto es, por el tipo de cambio real, q (q = EP*/P). 
Destacamos que la influencia que ejerce el tipo de cambio real sobre la rentabilidad es 
de una naturaleza cualitativamente distinta a la que ejerce sobre la rentabilidad de los 
sectores en los países adelantados. Esto sucede porque el tipo de cambio conecta el 
68 Este fenómeno “clásico” en términos marxistas de debilitamiento de la inversión sólo opera en la 
medida en que exista una fuerte acumulación; algo que no suele suceder en los países subdesarrollados, 
sometidos a ciclos cortos y convulsiones fuertes. 
69 En buena parte las razones de esta baja productividad están dadas por la misma dinámica que lleva a 
crisis periódicas cambiarias y financieras. 
70 La adecuación bajista de los salarios a las exigencias de la tasa de rentabilidad puede ocurrir, bien vía 
procesos devaluatorios-inflacionarios, o bien vía deflacionaria-desocupación, según el régimen cambiario 
flotante o fijo (se desarrolla más abajo).
espacio nacional de valor –con su productividad diferenciada– con el espacio mundial. 
Dada la menor productividad general de la industria, y la necesidad estructural que de 
ahí se deriva de un tipo de cambio “competitivo”, esto es, depreciado en términos 
reales, a fin de que los sectores productores de BT industriales puedan competir con 
empresas y sectores más desarrollados, se comprende la importancia de las evoluciones 
de q para la rentabilidad de los sectores, y su crecimiento. Debido al carácter 
dependiente de la economía en lo que hace a equipos de alta tecnología y avanzada, el 
tipo de cambio influye el costo del capital y su composición tecnológica. Llamando θ a 
la proporción de capital fijo que se importa:71
 K = θ K + (1 - θ )K, siendo 0 < θ < 1 (6) 
 ∂θ /∂q < 0 (7)
Por lo explicado antes, θ influye en la tasa de desarrollo tecnológico: 
 λ = λ (θ ) (8) 
La influencia del tipo de cambio real, q, sobre las tasas de ganancia de los sectores 
productores de bienes transables y no transables será por lo tanto compleja. En 
principio, y dada la modificación de los precios del output, una suba (baja) de q 
aumenta (baja) la tasa de ganancia de los sectores productores de bienes transables y 
baja (aumenta) la tasa de ganancia de los sectores productores de bienes no transables. 
Si designamos con π eA la tasa de ganancia en bienes transables, y con π eB la tasa de 
ganancia en no transables, y desde el punto de vista del output, tenemos: 
 ∂π eA /∂q > 0; ∂π eB /∂q < 0 (9) 
Si se trata de BT del sector agrario, la suba del tipo de cambio real lleva a un aumento 
extraordinario de las plusvalías del sector; este ingreso extraordinario tenderá a 
traducirse en un aumento de la renta agraria (véase los capítulos dedicados al tema).
Por otra parte, debido a que q ejerce un efecto sobre el volumen y costo de la 
importación de equipos, su suba juega un rol negativo sobre la tasa de ganancia de largo 
plazo para las empresas que dependen inevitablemente de la importación de tecnología. 
Esto implica la posibilidad de desfases temporales importantes y de efectos de retardo 
sobre la evoluciónde la tasa de ganancia, en la medida en que los equipos se desgastan 
y hace falta reponerlos, o es necesario avanzar tecnológicamente para mantener 
competitivas a las empresas. Esto origina comportamientos también diferentes de las 
π e y π e’ en los sectores. Así, si se parte de una situación de alta productividad en el 
sector productor de bienes transables –por caso, luego de un período de renovación de 
equipos favorecida por un tipo de cambio cercano a la paridad de poder de compra, Eppc 
– la suba de q implica una alta tasa de ganancia del sector, por vía de la suba del precio 
del output, por el bajo costo (en términos de la moneda mundial) del capital circulante y 
el bajo costo histórico (con relación al tipo de cambio tendencial y competitivo, E*) de 
K. Lógicamente π eA’ es positivo y sube la inversión. Pero el costo de reposición de K es 
alto en caso de que θ sea alta y no pueda ser comprimida debido al atraso tecnológico 
del país. En este último caso λ se frena y tenemos un efecto negativo sobre la π eA de 
largo plazo. Esto explica que el crecimiento sustentando sobre un tipo de cambio 
competitivo, E*, tenga constricciones de mediano y largo plazo en tanto no exista un 
fuerte proceso de inversión en tecnología, investigación y desarrollo y grandes 
inversiones en infraestructura. Por otra parte, períodos de apreciación cambiaria pueden 
favorecer el aumento de la productividad del sector agrario, aumentando todavía más su 
competitividad. 
71 A efectos de simplificar, suponemos que la economía no necesita importar bienes de capital circulante; 
incluir este factor no altera los resultados generales que obtenemos. 
A medida que continúa la producción los equipos se desgastan, se sobreutiliza 
capacidad y la competitividad internacional depende más y más de mantener el tipo de 
cambio E*. En definitiva, la tasa de ganancia de cada uno de los sectores será función 
del nivel salarial, de la relación capital/trabajo, de la productividad y del tipo de cambio 
real (jugando un rol importante las expectativas empresarias acerca de la evolución de 
este último). Dado que la tasa de ganancia gobierna la inversión fija en los sectores, y la 
inversión el crecimiento, se entiende que el crecimiento sea extremadamente 
desarticulado. Lo cual repercutirá en el progreso tecnológico general, lo que a su vez 
debilitará la tasa de ganancia y las perspectivas de inversión. 
c) Sector agrario con alta productividad
Enfatizamos en este apartado que en nuestro modelo existe un sector de alta 
productividad relativa, capaz de exportar a un Eppc. De esta manera se recoge el hecho 
del desarrollo capitalista del sector agrario argentino (en particular en los últimos 20 
años), que emplea tecnología de avanzada. También la existencia de una fracción de 
industria productora de bienes agroindustriales (ejemplo, aceites), con capacidad de 
competir internacionalmente. 
Se debe introducir entonces la renta diferencial, que corresponde a los propietarios de la 
tierra, y su relación con la tasa de ganancia. Estas cuestiones se discuten más adelante 
en este libro. Lo importante aquí es que en los períodos en que el tipo de cambio se 
establece a niveles “competitivos”, tanto la renta como la tasa de ganancia del sector 
agrario, y del complejo agroindustrial competitivo, suben fuertemente. Esto ejercerá una 
influencia importante sobre la balanza comercial, y presionará para la apreciación de la 
moneda. 
d) Inversión extranjera y tasa de ganancia
Las oscilaciones de la tasa de ganancia a su vez tendrán una influencia sobre las 
entradas de capitales, tanto en lo que respecta a las inversiones directas, como a 
inversiones de cartera ligadas a sectores productivos (acciones). A diferencia del planteo 
neo-estructuralista, el superávit en la cuenta de capitales no depende única ni 
exclusivamente de la tasa de interés.72 La tasa de interés influirá en la entrada de 
capitales destinados a colocaciones bancarias, con incidencia en el mercado monetario; 
y en menor medida en la compra de bonos de empresas. La justificación económica de 
este planteo es que la IED no está regida en lo fundamental por la tasa de interés, sino 
por las perspectivas de ganancia empresaria (en la cual la tasa de interés juega un rol 
subordinado, como veremos luego con más detalle). Algo similar ocurre con las 
inversiones en acciones. La inversión en bonos empresarios está determinada por su tasa 
72 Nos referimos a Frenkel (1981), Taylor (1992) (1998) y Frenkel y González Rozada (2000). En estos 
trabajos se relaciona demasiado estrechamente la entrada y salidas de capitales a las evoluciones de la 
tasa de interés internacional. Pensamos que en estos modelos los factores endógenos de la economía 
subdesarrollada tienen poca importancia. En Frenkel y González Rozada en particular se vincula 
nítidamente la evolución interna de la economía a la tasa de interés externa y los movimientos de 
capitales. Sintéticamente, se sostiene que el nivel de ingreso depende positivamente de la base monetaria 
y de la tasa de interés, y la inversión positivamente del ingreso y negativamente de la tasa de interés. 
Además, dado un sistema de cambio fijo con convertibilidad, la variación de la base monetaria es igual a 
la variación de las reservas. En estas condiciones, la entrada de capitales (decidida por los diferenciales de 
tasas de interés y las expectativas sobre tipo de cambio futuro) generan el crecimiento y el auge; la 
acumulación de los déficit en el sector externo sin embargo induce a una tendencia desacelerante del 
crecimiento, y eventualmente a la crisis. Sin negar estas vinculaciones, vemos la cuestión de una forma 
un poco más “trabada”. 
de rendimiento, ligada a la rentabilidad esperada de la empresa, y el riesgo asociado a su 
desempeño. 
Por lo explicado en el punto anterior, la tasa de rentabilidad de la IED estará afectada 
por las perspectivas de variación de q; la IED y la inversión de cartera en empresas 
están condicionadas a las expectativas de los empresarios e inversores en general sobre 
ganancias y estabilidad del tipo de cambio, por lo menos en el mediano plazo. Las 
valoraciones del capital invertido pueden sufrir bruscas oscilaciones con las 
modificaciones del tipo de cambio, así como por las posibilidades de transformar valor 
generado en el espacio nacional en valor mundial; esto es, en el valor transferido vía 
remesa de utilidades y amortizaciones de capital invertido. Un tipo de cambio cercano a 
la paridad de poder de compra, Eppc, mejora las condiciones en que la plusvalía se 
transforma en valor mundial. La remesa de utilidades, a su vez, pone presión sobre la 
balanza de cuenta corriente, y sobre las reservas, si no está compensada por la entrada 
de capitales. Lo que agrava la restricción externa de la economía.73 Por otra parte E* 
empeora las condiciones de transferencia de plusvalor, pero alivia la restricción externa, 
al permitir la obtención de divisas para efectuar esa transferencia. Esta contradicción es 
inherente a la inserción de una economía subdesarrollada en el mercado mundial. 
 
e) Crecimiento distorsionado, pautado por crisis
En las economías capitalistas avanzadas, y a pesar de que siempre hay avances más 
rápidos en algunos sectores que en otros, se puede considerar que globalmente existe un 
impulso a un progreso uniforme de todos los sectores. Esta característica está destacada 
en los esquemas de reproducción de Marx, en los modelos de von Neumann, Leontief, o 
en Harrod. Sin embargo en nuestra economía subdesarrollada el desarrollo es 
extremadamente desigual y se combinan e interactúan entre sí sectores con ritmos de 
crecimiento muy distintos. Este crecimiento distorsionado obedece a la forma en que se 
inserta la economía dependiente en el mercadomundial y a las tasas de ganancia 
diferenciales que afectan a los sectores de bienes transables y no transables, según se 
resuelva esa inserción. Por eso no tomamos en cuenta la diferencia clásica –de Marx– 
entre sector productor de bienes de producción y sector productor de bienes de 
consumo, sino la diferencia entre producción de BT y BNT, y la incidencia de la 
tecnología y equipos importados en estos sectores (al que agregaremos en seguida una 
subdivisión fundamental dentro de los BT, debida a la existencia de bienes agrícolas). 
La economía de nuestro país subdesarrollado tiene empresas en los dos sectores I y II 
planteados por Marx, pero lo importante es cómo se insertan empresas de ambos 
sectores en el espacio mundial. Tasas de ganancia diferentes entre los sectores de 
producción de bienes transables y no transables dan lugar a desarrollos desarticulados y 
desproporcionados de los sectores. Por eso aun en períodos en que la economía está en 
auge, con crecimiento del ingreso y la inversión, ramas enteras de la economía (ligadas 
ora al sector de BT, ora a BNT) pueden estar languideciendo o incluso en crisis. Esto es, 
cuando se sale de una recesión, alguno de los sectores puede experimentar un fuerte 
aumento de la demanda, que satisface subiendo la ratio de utilización, en tanto el otro 
sector no se recupera; o lo hace más lentamente. A medida que avanza la recuperación y 
se llega a la plena utilización de la capacidad, se impone aumentar la capacidad, esto es, 
invertir en equipos durables y posiblemente en nuevas plantas. Pero dadas las 
incertidumbres acerca de la permanencia de los precios relativos, los costos de importar 
73 Entre 1990 y 1998 hubo una entrada neta de capitales a los países atrasados de aproximadamente US$ 2 
billones, de los cuales US$ 700.000 fueron IDE. El envío de beneficios desde los países atrasados por 
parte de las empresas creció a una tasa anual de 10% entre 1988 y 1998; datos UNCTAD. 
tecnología (si predomina E*) y las perspectivas generales de la economía (que incluyen 
λ ), o por incertidumbres derivadas también de las restricciones crecientes que se 
advierten en la balanza de pagos (si predomina Eppc), las inversiones de largo aliento 
pueden postergarse o no realizarse. 
Destaquemos que al contrario de lo que plantea el enfoque poskeynesiano de 
crecimiento de Thirwall (1979), donde la tasa de crecimiento del país subdesarrollado 
depende exclusivamente de la elasticidad ingreso de las exportaciones, y el tipo de 
cambio real es neutro en el largo plazo, en nuestro planteo el tipo de cambio ejerce una 
influencia dominante, ya que expresa las condiciones de inserción de la economía 
subdesarrollada (baja tecnología) en la economía mundial. En otras palabras, el 
problema no es sólo ni principalmente de demanda, sino de tasas de inversión 
productiva –y en especial en desarrollo tecnológico– por parte del capital del país 
subdesarrollado; y de un desarrollo desigual y combinado, muy diferente del desarrollo 
“proporcionado” que se refleja en los esquemas de reproducción de Marx.74 Este 
desarrollo distorsionado afecta a la productividad de conjunto de la economía. 
f) Consumo y ahorro 
La alta participación de los beneficios en el ingreso explica además por qué el segundo 
factor dinámico en el ciclo económico es el consumo en bienes durables – incluida la 
construcción residencial– de la clase capitalista y de los sectores medios altos. Dado que 
este tipo de consumo es postergable –no hay necesidad de cambiar el coche o de casa 
todos los años– y dado que el ingreso está altamente concentrado, la decisión de 
consumo de estos sectores tiene una fuerte incidencia en el ciclo.75 A diferencia de una 
economía desarrollada “normal”, donde se puede considerar (de manera estilizada) al 
consumo una función del ingreso, y principalmente de los salarios, en nuestra economía 
subdesarrollada el consumo de los sectores pudientes tiene una gran incidencia en el 
mercado interno y será función de las rentas capitalista, W, consideradas en un sentido 
amplio;76 y de las variaciones del stock de ahorro, S. Si llamamos Cc el consumo de la 
clase capitalista, tenemos: 
 Cc = Cc(R; S) siendo ∂Cc/∂W > 0; ∂Cc/∂S < 0 (10) 
En cuanto a su composición, Cc se divide en bienes de consumo no transables (NT) y 
bienes transables (T) nacionales y extranjeros; si establecemos que θ c indica la 
proporción de bienes de consumo transables extranjeros, con respecto al total de bienes 
de bienes transables consumidos, tenemos: 
Cc = NT + θ cT + (1 - θ c)T; siendo 0 < θ c<1 (11) 
 A su vez θ c es función inversa del tipo de cambio real, q: 
 θ c = θ c(q); dθ c/dq < 0 (12) 
El consumo de la clase capitalista tiene así una fuerte incidencia sobre el ciclo; y el 
consumo capitalista de bienes importados depende del tipo de cambio real. En períodos 
de tipo de cambio a nivel Eppc, o cercano, este consumo capitalista influye sobre la 
balanza comercial, y más en general sobre la cuenta corriente (por ejemplo, salidas por 
turismo). 
Con respecto al ahorro, es plusvalía y está en manos de los capitalistas. Además el 
ahorro no es un mero “flujo” que invariablemente desemboca en la inversión (versión 
de loa “manuales” de macroeconomía), sino está compuesto también de atesoramiento, 
74 Lo cual no niega la existencia de contradicciones y crisis en la teoría de Marx. 
75 Este aspecto recoge la tradición de Celso Furtado y otros autores de la CEPAL acerca de los problemas 
derivados de la estructura de la demanda de bienes de consumo en países atrasados. 
76 Renta agraria y urbana, dividendos, rentas financieras. 
sea en la forma de moneda local, o de activos financieros extranjeros, AF* (incluyendo 
moneda extranjera). Si el ahorro va a la compra de activos financieros locales, aumenta 
la inversión. Si el ahorro se congela en forma de moneda local, o va a AF*, la inversión 
baja. Subrayamos que desde el punto de vista macroeconómico lo que importa es la 
existencia de liquidez en forma de stock que no es lanzada al circuito productivo. Es 
ésta una visión distinta de la que se presenta por lo general en los textos convencionales, 
donde el aumento de la demanda de dinero invariablemente se considera un aumento de 
los encajes monetarios en manos del público, que lleva al aumento de la tasa de interés 
(si no se modifica la oferta monetaria, que se considera exógena). Es que en los sistemas 
monetarios modernos el aumento de las tenencias monetarias por parte del público 
representa aumento de los depósitos; por lo tanto implica aumento de las reservas 
excedentes de los bancos y mayor capacidad prestable de éstos. En condiciones 
normales de ciclo económico por lo tanto un aumento de los encajes monetarios puede 
traducirse en un incremento del crédito bancario. En cambio si el aumento de los 
encajes monetarios por parte del público es acompañado por un aumento de la 
preferencia por la liquidez de los bancos –ante incertidumbre restringen el crédito y 
aumentan los coeficientes de liquidez–, o el aumento de liquidez de los bancos no es 
correspondido por un aumento de la demanda de créditos, tenemos entonces un 
fenómeno de atesoramiento, con repercusiones negativas sobre la demanda agregada. 
Este corrimiento hacia la liquidez en los países subdesarrollados se plasma finalmente 
en el atesoramiento en AF* por parte de bancos, empresas y la clase alta y las capas 
medias de la población. 
Dejamos apuntado que considerar al ahorro como stock plantea importantes problemas 
relacionados con la valoración del ahorro, ya que se trata de activos financieros. Aquí 
consideramos al ahorro medido a valores de mercado, no a costo histórico

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