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2 3 Índice Prólogo Introducción ¿Adicción a mamá? ¿Alguna coincidencia? Traigo puesta a mi mamá Yo lo cargo por ti, mamá La deshidratación se supera traguito a traguito Aceptación, satisfacción y deseo Aceptarme tal y como soy Tener deseos claros y genuinos Dándole voz a las voces No sé ni qué me gusta “La ruta del deseo” ¡Aprovecha tu capacidad creadora, dale calidad a tus deseos! Bienestar del ego vs. bienestar del alma Diferentes maneras de controlar Autoindulgencia vs. ser amorosos con nosotros mismos Creo lo que creo 4 El valor de la intención Soy yo con o sin El peso del entorno No necesito nada ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo reconocer qué necesitamos realmente? Prefiero cargarme yo sola Más allá de dar y recibir ¿Qué prefieres tú? ¿Dar o recibir? ¿Pero qué otras ganancias nos otorga el dar? ¿Qué ocurre con el acto de recibir? ¿Qué implica recibir? Ámate de tal manera que ante una separación te quedes con la mejor parte: contigo Prefiero no tener por el miedo a perderlo Generar deuda El mejor empresario Si no lo vi, no pasó ¿Veo lo que quiero ver? o ¿veo lo que me corresponde ver? Mientras haya un paso que dar, habrá un camino que recorrer Dulcemente amargo o el amargo sabor de la dulzura ¡No nos atemos a nuestra necedad de que todo siga sabiendo igual! ¿Cuántos sabores que parecen amargos acaban convirtiéndose en algo dulce? ¿Cuántos sabores dulces se convierten en amargos? ¿Qué tienes en tu alacena? Guerras declaradas ¿Dónde comienza la paz? ¿Y qué no es lo mismo lo que hacemos internamente? ¿Te hace sentido? Bueno, pues ¿de qué forma podemos comenzar a regresar a la Unidad? Curar y sanar… ¿son lo mismo? 5 De luz y sombra El atracón: la forma de tomarnos por la mala lo que no permitirnos darnos por la buena ¿De qué te has dado atracones? ¿Cómo darme cuenta de qué sentimientos detonan mi compulsión por comer? ¿Cómo decidimos que un sentimiento es prohibido o permitido? ¡Me aterra ser delgada! ¿Cómo lograr hacer frente a estos miedos? ¿Y si me quedo en el “no puedo”? ¿Qué pesa en el peso de tu hijo? Premiar o castigar con la comida Restricción El niño puede estar usando al peso en el cuerpo como un grito por hacer valer su derecho a la individualidad Mejor veme a mí y no veas lo que hay detrás, me como yo los problemas para liberarlos a ustedes Protegerse con el peso de cualquier tipo de abuso Cubrir ausencias Hacer vínculo con los padres o alguien de la familia Zonas de confort nada confortables ¿Cómo saber si estás en una zona de confort? Resignificando Acerca del autor Créditos 6 Prólogo A lo largo de los años hemos visto el inminente crecimiento en el mercado de un sinfín de productos para bajar de peso y tener al fin ese “cuerpo escultural envidiable” de la modelo o actriz que lo anuncia o aparece en la caja… Seguramente muchos y muchas han corrido a comprarlo con la ilusión de tener al fin el peso deseado… Al paso del tiempo la gran esperanza se convierte en la gran desilusión y como resultado una tristeza infinita que muchas veces termina en una caja de chocolates, el pastel más dulce o una docena de tacos… Pero ¿sabías tú, que lo que comemos y cómo lo hacemos podría estar vinculado al mismísimo momento de nuestra concepción… Que existe más de una razón para la satisfacción que tenemos al ingerir eso que llamamos “placer culposo”? En su primer libro Cuando la comida calla mis sentimientos, Adriana Esteva nos mostró lo increíblemente ligados que están los sentimientos, los recuerdos y la nostalgia a nuestra manera de comer, narrado desde una viviencia y realidad personal, ahora En la comida como en la vida nos presenta una visión diferente de porqué algunos seres humanos buscan una satisfacción permanente en la comida, y cómo ésta ha pasado a ocupar o suplir las emociones en sus vidas, nos habla también de que aunque no es fácil, siempre hay oportunidades para cambiar creencias y nos da a conocer testimonios de algunas personas que han cambiado su forma de vivir y ver la vida luego de asistir a los talleres que Adriana Esteva continuamente imparte… Cuando leas En la comida como en la vida te darás cuenta de que son muchas las personas que encontraron otra oportunidad en la vida, te aseguro que al tenerlo tu también te estarás dando esa oportunidad. Aurora Valle 7 8 Introducción Sin importar que todo siga igual, siempre puede ser diferente. Hay muchas cosas que han cambiado en mi vida a partir de que decidí tomar mi forma de comer como vehículo de crecimiento, tantas que estoy segura que la mayoría ni siquiera he sido capaz de descubrirlas aún. Cada vez que tengo la oportunidad de compartirlo, comento que no soy de ninguna manera un producto terminado, que sigo teniendo en mi sistema latente el “chip” de la compulsión por comer y en cuanto me descuido, se vuelve a encender. Al principio esto me asustaba porque creía que todo el trabajo había fracasado. Afortunadamente, hoy he aprendido a ser más compasiva y objetiva conmigo, y puedo ver que no es que haya fallado, sino que hasta el día de hoy es mi alerta, mi radar… Y no sólo eso, hoy veo que así como cuando estudiamos una licenciatura o una especialidad leemos libros, tomamos clases, hacemos trabajos, investigamos, debatimos y nos hacen exámenes, la forma en que mi alma decidió llevar a cabo sus estudios en el tema de la comida y las emociones ha sido a través de leer mi hambre, tomando lecciones con cada encuentro, trabajando en el campo de mis emociones, investigando qué hay detrás de cada historia, debatiéndome con mis creencias y teniendo exámenes bastante seguido. Me han tocado maestros más exigentes que otros, a algunos sigo sin entenderles nada de lo que me han tratado de enseñar, a otros los he confundido con enemigos y a muchos, afortunadamente, los he tenido en clases intensivas y particulares. En mi libro Cuando la comida calla mis sentimientos hago varios planteamientos acerca de esta relación tan íntima con la comida que marca tanto nuestras vidas. En este libro te invito a seguir juntos adentrándonos en el camino del autodescubrimiento a través no sólo de nuestra relación con la comida, también a través de las pistas que esta relación nos da. Si leíste mi libro anterior o si has asistido a alguno de mis talleres, sabrás que el camino a recorrer una vez que “medio” aceptamos la idea de la responsabilidad que implica hacernos cargo de nuestras decisiones, nuestros deseos y de los sentimientos que estaban o están todavía debajo de nuestra forma de comer, es largo y en varias ocasiones asusta e incluso puede hacernos sentir que nos sobrepasa. 9 Ocurre como cuando mi dentista me contó que llegó un paciente con un dolor de muela y ella al revisarlo y quitarle una curación que tenía de tiempo atrás se dio cuenta que tenía una súper infección que requería un doloroso tratamiento. El paciente le dijo enojado: “Pero si yo nada más vine por un dolor de muela. ¿Qué me hizo usted, doctora? Póngame mi curación y déjeme como estaba”. La dentista le contestó que no hizo otra cosa que dejar descubierta la infección… Afortunadamente, pues de otro modo lo más probable es que el dolor, además de hacerse insoportable, lo hubiera llevado directo a una cirugía y a perder la muela. Así ocurre con los procesos de sanación, quisiéramos de pronto regresar al punto en donde no teníamos consciencia y en donde culpar a la comida, la gordura o a los demás era más sencillo; quisiéramos seguir con el dolor, que nos taparan la infección y olvidar que existe. Tomar las riendas de nuestra vida asusta porque tenemos la fantasía de que no podremos con ella, pero afortunadamente, tal y como lo acabo de escribir, es una “fantasía” que se ha cargado de suficientes elementos para convencernos de que es real. El propósito de este libro es darte más herramientas y más caminos para que “sustentes” tu nueva relación contigo mismo. 10 ¿Adicción a mamá? Desde que somos concebidos se marcan los roles básicos y vitales que tomarán en nuestra vida nuestros progenitores: el padre,a través del encuentro sexual, brinda la energía poderosa que después de una extenuante lucha y búsqueda llega hasta la semilla de la madre, quien espera paciente y en el lugar indicado para que se dé el encuentro. En cuanto ocurre la conexión y se gesta una nueva vida a partir de estas dos energías, la femenina y la masculina, el vientre de la madre, que ya ha sido perfectamente acondicionado para que esta vida se desarrolle conforme al proceso que corresponda, es el encargado de proveer a este nuevo ser de todo lo que necesite. ¡Es entonces donde comienza la estrecha relación con la comida! A través del cordón umbilical, la madre “alimenta” al bebé no sólo de los nutrientes que necesita para formar y fortalecer su cuerpo, también de información que va más allá: sus miedos, su capacidad o falta de ésta para hacerse cargo de ambos, la relación con el padre, la culpa de desatender a sus otros hijos, el rechazo, su atención, su dolor, su apego a la vida, su aceptación, etcétera. El bebé nace ya con bastante información acerca de qué le espera a su llegada a este plano, fuera del cuerpo de su madre, que es todo lo que hasta ahora conoce. Su primer encuentro con esta nueva etapa de su viaje es a través del hambre, es el deseo de comer lo que lo impulsa a conectarse con la vida. La comida y la madre, en este momento, son prácticamente lo mismo… Aquí me gustaría contarles algo que hace poco una querida amiga que ha trabajado con madres adictas a sustancias altamente destructivas, como el thiner inhalado, me compartió: al estar pegado el bebé a la madre, está también “pegado” a la droga; la huele, la respira y para él no existe otra cosa; ese olor y su impacto, son ahora parte de su pertenencia a la vida. Cuando tratan de separar al bebé de su madre para poder cuidar a ambos, el bebé se enfrenta a una crisis brutal de abstinencia, lo están separando de la sustancia que ya alteró su sistema y lo hizo adicto, pero también lo están separando del medio que lo mantiene conectado con su madre. En términos de la comida pasa algo similar, nos cuesta trabajo diferenciar la “sustancia” de la “proveedora” de la sustancia. 11 Todos, incluyendo a quienes no tuvieron a su madre cerca, a quienes la perdieron, a quienes tienen una pésima relación con ella, incluso a quienes no la conocieron, fuimos nutridos en primera instancia por ella, es por eso que es tan compleja esta relación, porque está cargada de muchos matices. Conforme vamos creciendo y desarrollando nuestras propias percepciones de lo que va ocurriendo en nuestro camino, esta importante relación va también tomando diversos rumbos. No importa cómo sea nuestra relación con nuestra madre, nos marca en muchos sentidos; he escuchado cientos de historias en mis talleres y en todas hay mucho que aprender de la relación que tienen con su madre, obviamente también con el padre, los hermanos, abuelos, tíos, pero en este momento quiero centrarme en la primera. Te voy a pedir que tomes una hoja y escribas cómo ha sido tu mamá contigo. No te frenes, no justifiques, no defiendas, no expliques, simplemente sé objetivo. Entre más honesto seas, más provecho vas a sacar de este ejercicio. Te comparto lo que escribió Jimena, de 35 años y madre de un niño de siete, acerca de su mamá: ¡Odio a mi mamá! Es agresiva, violenta, me golpeó muchas veces, me humilló, nunca estaba para mí, me ofendía siempre, me comparaba con mis hermanas y me obligaba a servirle a mis hermanos. Se burlaba de mí. No le daba importancia a la hora de la comida, siempre estaba ocupada quejándose y reclamándonos, no se cuidaba, siempre quería que sintiéramos lástima por ella. Espero que algún día me pida perdón y sufra como yo sufrí por su culpa. Cuando compartió todo esto con el grupo, Jimena estaba cegada por el odio y el dolor, su único deseo era poder “vengarse” de ella. Después de describir cómo era su mamá con ella, revisamos punto por punto y le pedí que tratara de identificar qué tanto se trataba a sí misma de igual manera. Cuando se lo dije, su primera reacción fue de mucho enojo, de defensa y de agresión hacia su madre. Sin embargo, conforme pudo “habitar” todas esas emociones y puso atención a lo que la relación con su madre decía de ella misma, bajó la guardia y comenzamos a trabajar. Se dio cuenta de que ella es sumamente agresiva en su manera de contestar y de tratarse, rara vez se escucha, es decir, no está para ella misma. Continuamente se compara con los demás y nunca queda bien parada, quiere complacer a todos. No se da cuenta a qué hora le da hambre porque no está pendiente de sus propias necesidades, así es que sólo se permite comer dándose atracones, a través de los cuáles se castiga, se reclama, se agrede y se culpa. No cuida su aspecto y es sumamente dura con ella, no se perdona ningún error. ¿Alguna coincidencia? 12 Cuando lo vio de esta manera, quedó muy impactada, pues no le cuadraba por qué si lo que más quería era que su mamá no hubiera sido así, ahora no podía dejar de actuar como ella. La verdad es que más allá de las circunstancias, creo que siempre haremos todo lo posible por estar cerca de nuestra madre, aun cuando esa forma sea tan dolorosa. Jimena sin darse cuenta reproducía la forma de “amar” que su madre le enseñó, porque sí, aunque suene extraño, aprendimos a concebir el amor en el sentido de “forma de identidad y pertenencia” a partir de cómo lo recibimos de nuestros padres. Incluso cuando en su discurso Jimena hace alusión al odio que siente hacia su madre, en realidad es un grito por mantenerse cerca de ella a través del maltrato que de ella aprendió, es como si gritara: “Mamá, mantengo mi unión contigo a pesar de mi propia infelicidad”. Del mismo modo que lo hizo Jimena, te invito a que revises de qué forma actúas contigo igual que actuaba tu mamá contigo. La historia de Jimena habla sólo de los aspectos “negativos”, sin embargo eso no quiere decir que tu historia no pueda, por el contrario, haberte marcado en terrenos mucho más positivos; lo importante aquí es obtener claves acerca de ti mismo. Después de “descubrir” como actúa Jimena, nos dimos a la tarea de plantear compromisos para cambiar esa dolorosa relación. Por ejemplo: • Estar pendiente de su apetito y comer lo que su cuerpo le pida • Tomar clases de baile que siempre ha querido, pero que antes no se permitía por ser “una tontería cursi” • No salir de su casa sin peinarse linda y decirse “te quiero” al espejo • Trabajar en terapia el enojo hacia su madre A medida que mejoramos la relación con los aspectos de nosotros que tienen que ver con mamá, vamos mejorando nuestra relación con ella y viceversa. Considero vital replantear desde dónde, sana y conscientemente, nos vinculamos hoy como adultos con ella, ya que mientras no hagamos paz con quien nos dio la vida, no tendremos paz con la vida en sí. Más adelante ahondaré en el tema de honrar las historias de nuestros padres para honrar la nuestra. Traigo puesta a mi mamá Y hablando de cargar pesos ajenos, te comparto varios casos que brotaron “curiosamente” en la misma sesión de uno de los talleres que imparto: 13 Rebeca, de 45 años, ha luchado gran parte de su vida con el sobrepeso. Como muchas personas, su desesperación la ha llevado a probar cientos de dietas, pastillas, ejercicios, terapias, tratamientos, etc. Nada parecía poder contra sus kilos de más hasta que un día, en una terapia alternativa, le dejaron saber que ese sobrepeso le correspondía a su madre, es decir, a partir de que su madre murió, cuando ella tenía 17 años. Rebeca se colocó encima los mismos 80 kilos que pesaba su madre. Incapaz de procesar y perdonar la ausencia de su progenitora, decidió, de manera no consciente, obviamente, “llevarla puesta”, literalmente. Natalia, de 28 años, ojos azules, tez clara, cabello rizado y una risa a flor de piel, compartió con el grupo que agradece profundamente a su madre que nunca le habló de su papá, ni para bien ni para mal. Sin embargo, ha desarrollado un gran sobrepeso desde pequeña. Cuando le pregunté cómo acomodabaen su vida la ausencia de su padre, me dijo que su abuelo se había ocupado de brindarle ese papel. Le comenté que eso estaba muy bien, pero que yo creía (y lo sigo creyendo) que necesitaba honrar la presencia de su padre biológico en su vida, ya que de otra manera su cuerpo se seguiría encargando de hacerlo por ella, llenando su espacio con kilos. Cuando lo escuchó, algo dentro de ella retumbó y rompió en llanto. No podemos dejar de honrar a quienes nos dieron la vida, estén presentes o no en nuestro día a día; creo que es una necesidad básica, ya que si no hacemos las paces con ellos, no podremos hacer las paces con la vida en sí. No honrar a nuestros padres es negar también la parte de ellos que vive en nosotros. Nos guste o no, sus células formaron nuestras células y contienen información de ellos que ahora habita en nosotros. A medida que aceptamos las partes de nosotros que odiamos porque nos recuerdan lo que también odiamos de ellos, iniciamos un proceso de liberación casi mágica. Pelear, ignorar y maldecir lo que somos no hace más que drenar nuestra energía y enfermarnos. Por otro lado, abrazar hasta lo peor de nosotros es demostrarnos ese amor incondicional que tanto pedimos y esperamos de nuestros padres, parejas, hijos y, en general, de quienes están o han estado ligados a nuestras vidas. Cuando no lo hacemos de manera amorosa y consciente, nuestro sistema se dará a la tarea de hacerlo, a través de kilos, enfermedades, manías o cualquier vía mediante la cual no se nos pueda olvidar que existen. Abrazarnos con todo lo que somos no hará que eso que no nos gusta se posesione de nosotros como si fuera una fuerza maldita, contrariamente a lo que pensamos, encontrará en nuestra atención y entendimiento la energía necesaria para transformarse e irse si es necesario, o quedarse, pero en un lugar de servicio… Es decir, pasar de deuda a inversión. Honrarlos y conciliar con los padres no es necesariamente ir con ellos y arreglar las cosas, es, en primer término, aceptar los sentimientos hacia ellos de la manera más honesta posible, eliminar las culpas por sentirlos, exponerlos ante ti mismo, llorar lo que necesites llorar, entenderlos, entenderte y, si lo sientes necesario, perdonarte por sentirlos 14 o por haberlos aguantado, guardado o escondido. En segundo término, es reconocer que tanto ellos como tú hicieron lo que pudieron en las circunstancias que se les presentaron y con las herramientas que tenían. En tercer término, es reconocer, a través de esta reflexión, las verdaderas necesidades que tienes con respecto a ellos y comenzar a cubrirlas tú mismo. Cuando Natalia honró la presencia de su padre en su vida, pese a que éste decidió no quedarse en ella, un nuevo brillo apareció en su mirada, como cuando dos polos han estado separados por mucho tiempo y al unirse generan la chispa de luz que estaba esperando ser encendida y comenzar el proceso de iluminación. Al escuchar estas historias, Guadalupe también intervino, compartiendo que ella había perdido un bebé y que eso la había afectado profundamente. Harta de no encontrar una salida a su desolación, un día cayó como del cielo la siguiente oración: “Deja de cargar en tu cuerpo los kilos de ese bebé y libéralo para que regrese a la luz”. Efectivamente, ante su propio asombro reconoció que desde la pérdida no había logrado deshacerse de ocho kilos que traía de más. Impactada y visiblemente conmovida, Estrella, quien también estaba en el grupo, se permitió aceptar la posibilidad de estar “sobrealimentando” a su hija pequeña, después de haber perdido a un bebé antes de que esta naciera. Sofía, una mujer que ha luchado también con su sobrepeso durante mucho tiempo, ha logrado ver a través de un gran trabajo de conciencia que al sentirse ignorada por su papá, encontró en cada kilo extra que colocó en su cuerpo la forma de gritarle que la volteara a ver. Emilia, durante una meditación guiada que hago acerca de la escalera de la vida para encontrar en qué parte se pudo generar algún bloqueo importante, se detuvo en el escalón que señalaba sus 14 años, edad en la que murió su abuela, quien representaba su gran fuerza. A partir de entonces, ella quiso morir y su forma de hacerlo fue dejar de comer. Después, al no aguantar hacerlo por mucho tiempo, se llenó de los mismos kilos que pesaba su abuela. Debo confesar que estas historias me recordaron un ejercicio terapéutico que hice en alguna ocasión, a través del cual yo buscaba precisamente liberar a mi hija de mi propia historia con la comida. Durante el proceso, salió a relucir que cuando yo estaba embarazada precisamente de ella, me notificaron que se trataba de un embarazo gemelar, pero que uno de los bebés no se había formado. Ni mi entonces marido ni yo le dimos mayor importancia, ya que casi al mismo tiempo nos informaron del segundo embrión y que no se había logrado, así es que ni ilusiones nos habíamos hecho. Sin embargo, según pudimos ver en esta terapia, mi hija sentía una ausencia en su vida que no podía entender y que muy probablemente la llevaba a comer de más para tratar de compensarla o de alimentar inconscientemente a esa vida que la acompañó en los primeros días que habitó mi vientre. La terapeuta me sugirió contarle que ella venía acompañada, que el alma de su hermanito no se había quedado con nosotros, pero que 15 yo me haría cargo de ese bebé también, rezándole y agradeciéndole que hubiera estado con nosotros por un tiempo, y que su lugar en nuestra familia estaba dado y sería reconocido y respetado. Fue increíble cómo, a pesar de su corta edad, logró darle congruencia a su sentimiento y liberar la carga de tener que hacerlo ella presente para que no lo olvidáramos. Me sigue maravillando cada día darme cuenta de lo que somos capaces de hacer con tal de seguir sintiendo de alguna forma la presencia de nuestros padres o de alguien trascendental en nuestra vida, es algo más grande que nosotros, es una conexión que no se rompe, a pesar de la distancia o la buena o mala relación que tengamos o hayamos tenido con ellos, incluso si no ha habido relación alguna. Yo lo cargo por ti, mamá Ilana, una hermosa chava de 19 años, lloraba desconsolada al compartir con el grupo que había tenido una cita desastroza. Se preguntaba por qué no encontraba a alguien decente con quien salir, que la valorara. Le echaba la culpa una vez más a la gordura. Su madre que estaba junto intervino para contarnos que sentía que a su hija se le iba la vida, que no ponía límites y que era incapaz de ir por sus sueños. Le pregunté entonces si a ella le pasaba lo mismo, y después de intentar regresar la atención de la plática a su hija, se rebeló ante ella una imagen que se había negado a ver: ¡era a ella a la que se le estaba escapando la vida! Un matrimonio lleno de abusos y agresión era su jaula. Ante su incapacidad de poner límites y de protegerse, fueron sus hijos los que se encargaron de hacerlo. Ninguno de los dos se ha despegado de su lado, aún a costa de suprimir sus propias aspiraciones. Su hija se puso peso para no alejarse de su lado y protegerla de la violencia del padre. Encontrar una pareja que la valorara la ponía en riesgo de quererse ir con ella y entonces faltar a su gran mandato: ¡cuidar a su madre! Cuando ambas se dieron cuenta de la dinámica que ocurría, quedaron bastante conmovidas e incluso asustadas. Ilana estaba en un mar de llanto, conmovida al darse cuenta de cuánto había sacrificado por el gran amor que le tenía a mamá. En una escena que nos conmovió profundamente a quienes tuvimos la oportunidad de presenciarla, la madre pudo decirle: “Te libero de la carga que tomaste para poderme cuidar. Hoy eso me corresponde a mí y es hora de que comience a tomar las decisiones que me corresponden”. Un caso similar le ocurrió a Andrea, quien no entendía por qué aun siendo una adulta exitosa, seguía teniendo miedo de ir por la plenitud que la vida se empeñaba en ofrecerle. Al igual que nos ocurre a quienes hemos decidido trabajar en conciencia y abrirnos a recibir la información querequerimos, Andrea tuvo una revelación: su madre no pudo 16 vivir su propia adolescencia porque la situación en casa la hizo tener que tomar el rol de proveedora responsable. Cuando se casó, cosa que hizo esperando escapar de la incómoda situación que había en su hogar, resulta que se topó con la irresponsabilidad de su esposo, lo que la hizo una vez más tomar las riendas y frenar sus deseos. Fue hasta que se divorció cuando logró por fin vivir a su manera, el problema era que en ese mo mento ya era madre de tres hijos. Andrea, en lealtad (por supuesto inconsciente), decidió dejar que su madre viviera su adolescencia tardía, mientras ella se quedaba en casa tirada en un sillón comiendo y comiendo, ganando el peso suficiente para negar sus deseos adolescentes y hacerse cargo de sus hermanos. Para ella, el discurso era: “no salgo por gorda”. Cuando la realidad era: “necesito ponerme gorda para no querer salir y así darle oportunidad a mi mamá”. Era como si con la comida callara su derecho a vivir lo que merecía y le correspondía a los 15 años. La deshidratación se supera traguito a traguito Ser padres nos da más lecciones de las que podemos imaginar y dimensionar. En una ocasión, cuando mi hija mayor tenía un año y dos meses de edad, nos fuimos de vacaciones a la playa en fin de año. Lo contaminado de las albercas, el calor, el cambio de alimentación o lo que haya sido, le provocó a mi hija una infección muy fuerte que la tuvo con vómito y diarrea durante varios días. Yo, inexperta, cada vez que ella vomitaba o iba al baño, le daba mucho líquido para que, según yo, no se deshidratara; pero entre más agua le daba, más devolvía el estómago hasta que se deshidrató. La tuvimos que llevar de emergencia al hospital, la canalizaron y nos llevamos el susto de nuestra vida. Ya de regreso en casa, la llevé con su pediatra y me explicó que es muy común que al ver que perdía líquido intentara reponérselo con más líquido; sin embargo, esto sólo complica el cuadro, ya que como el estómago está tan resentido, no tiene la capacidad de absorber lo que recibe y lo regresa, pero no sólo lo que entró sino más, con lo que aumenta la deshidratación. La solución, me dijo, es darle muy pequeñas cantidades y en lapsos de tiempo repartidos para que el organismo pueda recuperarse y permitir la absorción poco a poco. Llevando esta experiencia a otros terrenos, comencé a pensar cuántas veces eso nos pasa también en la vida; estamos tan deshidratados que, por más que recibimos, nuestro sistema no lo asimila porque queremos devorarnos todo: amores, relaciones, comida, atención, aprobación… Y como lo hacemos desde la desesperación y el intento de llenarlo rápido y en gran cantidad, entre más tomamos, más nos vaciamos. 17 Te pongo un ejemplo: un hombre está tan necesitado de aceptación que se llena de relaciones sexuales casuales e intensas. Entre más crece su vacío, más relaciones tiene, y entre más sexo tiene, más vació se siente. Y así el ciclo continúa. Su “deshidratación” y su sed son tan grandes que no le permiten hacer un alto y afrontar su verdadera carencia, que ciertamente no se trata de tener o no tener sexo. Esto obviamente no es sencillo y mucho menos cómodo. Cuando seguí los consejos del pediatra y comencé a rehidratar a mi hija poco a poco para que después pudiera ya asimilar más líquidos y luego alimentos, fue muy doloroso, porque ella tenía sed y quería su leche. No entendía que si yo le permitía tomar más de la media onza que había indicado el doctor, cada media hora, corría el riesgo de enfermarse peor. Era un sufrimiento para mí (y me imagino el doble para ella) negarle su mamila, mientras me suplicaba que quería más. ¡Lo mismo nos ocurre hoy! Nos cuesta mucho trabajo negarle a nuestro impulso, compulsión, adicción o como sea que se nos manifieste, el cumplimiento de su deseo inmediato (su mamila), aun sabiendo que negársela es darle salud en todo sentido. Entender el lenguaje de nuestra hambre requiere paciencia, es necesario un trabajo diario y constante de “decodificación”. Y esto me hace recordar la experiencia que vivió una amiga en su reciente viaje a China. Me cuenta que era desesperante no lograr entender nada de lo que escuchaba y veía. Había algo escrito, pero ella no tenía el código necesario para tener acceso a todo aquello. Se sentía completamente lejana y desconectada de todo lo que ocurría, aunque estuviera ahí parada, mirando, escuchando, tocando, sintiendo… Para ella eran garabatos y sonidos sin lógica ni sentido. Para poderlos significar, tendría que estudiar el idioma. Seguramente todo cambiaría dramáticamente; todo cobraría otro sentido y tendría significado. Mientras no tenemos acceso a los códigos que se esconden tras nuestra hambre y nuestros comportamientos y reacciones, estamos desconectados de lo que ocurre tanto a nuestro alrededor como dentro de nosotros mismos. Parte de estos códigos nos los dan los recuerdos y las cargas emocionales con los que los alimentos se fueron impregnando. A nuestro entender puede parecer ilógico y sin sentido que no podamos dejar de comer compulsivamente ciertos alimentos hasta que entendemos el código bajo el cual los hemos significado. Generalmente comemos algo por los recuerdos que nos trae, por lo que nos hicieron sentir en alguna o algunas ocasiones. En nuestro sistema se hacen conexiones que se activan automáticamente cuando aparece cierto estímulo. En más de una ocasión intentamos regresar a momentos que nos resultaron agradables a través de algo que los acompañó y que fue la comida. Sin embargo, una vez más, la vía para llegar a esos estados ¡no es la comida! Hacerlo es sólo un espejismo, una ilusión, una fantasía. ¿Y sabes qué ocurre en realidad? Que en la necedad de querer recuperar esas sensaciones o momentos comemos, esperando que en el siguiente bocado, la siguiente rebanada de pastel, el próximo paquete de galletas, el siguiente vaso de refresco, el siguiente trago de tequila, la próxima relación sexual, el 18 próximo novio, el otro trabajo… la próxima vida, nos regrese eso que sentimos que nos robaron: la voluntad, la libertad, la dulzura, la dignidad, la valía. Y cómo duele y lastima comprobar cada vez que eso no ocurre, que quedamos aun más vacíos, hambrientos, sedientos… deshidratados. Aceptación, satisfacción y deseo En la comida recreamos en el plato mucho de lo que hacemos en la vida. La satisfacción para muchos quienes hemos estado barajando las cartas de la restricción, las dietas, las obligaciones y el maltrato por tantos años, resulta un platillo muy codiciado y pocas veces alcanzado. Vamos a revisar primero la insatisfacción en el terreno de la comida: ¿Por qué nunca estoy satisfecho con lo que como y siempre quiero más? Chequemos algunos puntos que pueden darte la respuesta a esta pregunta que seguramente te has hecho en más de una ocasión: No comí lo que en realidad deseaba. Si como algo que en realidad no se me antojaba o no me gusta tanto, no es de extrañarse que siga buscando en eso que está en mi boca y que no deseo un sabor y sensaciones que no voy a encontrar. Es como pedirle a un plátano que sepa a cóctel de camarones. Te pongo el ejemplo de Cynthia, una joven de 23 años con muchos sueños por delante en el terreno de la actuación, quien durante un ejercicio del taller Comiéndome mis emociones, explotó entre llanto y risas diciendo: “¿Cómo no voy a estar todo el tiempo hambrienta, insatisfecha y de mal humor, si en lugar de comerme unos huevos revueltos como quería, me comí unas claras con suplemento sabor espinaca que sabían espantoso y en lugar de un café con leche, tomé un té con sabor a chocolate que apenas pude tragarme por su mal sabor?”. Por temor a darnos cuenta que lo que necesitamos no tiene nada que ver con comida. Plasmamos en el terreno de la comida insatisfacciones que corresponden a otros ámbitos de la vida, mucho más “peligrosas” de revisar. Porque la comida se vuelve la única fuente de placer. Es definitivamente menos riesgoso encontrar placer en la comida que en una relación depareja o en una caricia. La comida aparentemente no pide nada a cambio, no juzga, no exige pero sobre todo: no abandona. La atención estuvo en el bocado siguiente, no en el que está en la boca. La satisfacción es resultado de la atención y del momento presente, se teje a cada 19 bocado, en cada instante y en cada respiración. No es el resultado de, sino el encuentro continuo de ti en lo que ocurre. Si en cuanto te compras una blusa, ya estás ansioso porque no tienes el pantalón, y cuando tienes el pantalón ya estás pensando en los zapatos, no te das el tiempo de que la satisfacción “te alcance”. Porque dejo de comer antes de que mi estómago dé la señal de satisfacción. En esta fiebre enfermiza por vencer el hambre y bajar de peso, es casi imperativo quedarte siempre hambriento. Si vences al demonio llamado comida, serás un héroe cuya corona (de espinas) será entregada por la diosa báscula. Lástima que este reconocimiento, lejos de acercarte, te aleja cada vez más de ti mismo y de tus verdaderas necesidades y capacidades. Comer menos de lo que tu estómago requiere es igual de lastimoso que darle de más; supone un gran abuso y maltrato. ¿Quién se puede sentir realmente satisfecho de hacer eso? Porque buscas en el alimento sabores creados por la mente y las fantasías. Por ejemplo, te repites que el pastel es la felicidad absoluta o que cuando comes chocolates te sientes amada. Como esto no es real, buscas bocado tras bocado esa felicidad absoluta y ese amor, y como no aparece (ni aparecerá), después de tres pasteles y varios kilos de chocolate, quedarás asqueado, mareado, adolorido y empalagado… pero no satisfecho. Porque no estás “presente” durante el momento de comer. Recuerda que uno de los puntos medulares para la satisfacción es estar presente, es decir, sin distracciones mientras comes. Imagino a la satisfacción persiguiéndonos por todos lados, tratando de abrazarnos, pero cada vez que se acerca resulta que nosotros ya nos fuimos a otra cosa. Recuerda: la satisfacción no nos puede dejar su regalo con nadie más, necesita dárnoslo en persona y eso sólo puede ocurrir si estamos en casa cuando llegue, es decir, si nos habitamos. Porque deseo sentirme diferente de como me siento, comer algo distinto de lo que como y verme diferente de como me veo. Ésta si es la verdadera cárcel de la satisfacción, los barrotes de la negación y la no aceptación. Te has escuchado decir: “¡odio tener tanta hambre! ¿Por qué no puedo ser como mi hermana que nunca engorda? ¡Cómo quisiera estar comiendo una deliciosa ensalada de papas en lugar de esta col hervida! ¡Si tan sólo tuviera las piernas largas de Margarita! ¡Me choca sentirme vulnerable!” Bueno, pues mientras esas preguntas se generen en tu mente y no aceptes lo que eres, lo que tienes, lo que sientes y lo que ocurre, no habrá espacio para las mieles de la satisfacción entre tanta amargura. Porque imito la forma de comer de alguien más. Nuestra forma de comer es como nuestra huella digital, es única y atiende de manera directa e intransferible a tus necesidades, no a las mías ni a las de la Reina Isabel, sólo a las tuyas. De tal forma, si intentas imitarla no lograrás que embone y ¿qué 20 crees? Te sentirás incompleto, infeliz y, claro, insatisfecho. Por todo lo que te dices mientras comes. Cada pensamiento que pasa por la mente genera reacciones a nivel químico y, por lo tanto, a nivel emocional. Si durante la comida estás pensando en lo mucho que te hizo enojar tu entrenador, no te sorprendas si acabas comiendo tres veces más de lo que necesitas, para aplacar ese enojo que vuelves a traer a ti cada vez que recuerdas la discusión. Lo mismo si te sermoneas acerca de lo mal que comes, lo mucho que tragas y lo gordo que te estás poniendo, tus emociones van a estar tan movidas que para “defenderse” de la agresión seguirán pidiendo comida, ya que por lo visto tú no estás disponible para atenderlas de otro modo que juzgando. Por amenazarte con restringirte en las siguientes comidas. Como mencionaba ampliamente en mi libro Cuando la comida calla mis sentimientos, cada restricción conduce a la compulsión. Si te restringes durante la comida, tu sistema comenzará a planear un plan de ataque para aprovechar al máximo lo que le das y te hará casi imposible escuchar la señal de satisfacción. Ponerte metas irreales en torno al peso y a la comida. Si te pones metas muy alejadas de donde te encuentras hoy, el espacio entre tú y ellas es tan grande que te provocará frustración. En cambio, si después de fijarte un objetivo claro y alcanzable trazas rutas como la que te voy a compartir algunas páginas más adelante, te sentirás confiado, seguro y motivado para seguir dando pasos firmes. Tips 1. Come sólo por hambre física. 2. Come lo que te dé bienestar real. 3. No discutas durante la comida. 4. No revises tus cuentas, ni tus romances fallidos ni tus problemas de trabajo durante la comida. 5. Come despacio. 6. Disfruta lo que comes. 7. Mantén la atención en tus sensaciones. 8. Cuando te sientas satisfecho, retira el plato y di en voz alta “estoy satisfecho”. 9. Levántate de la mesa. 10. Lávate los dientes o mastica un chicle de menta. 11. Revisa tus insatisfacciones. Una de las expresiones que escucho frecuentemente es “siempre estoy insatisfecha”, no importa cuánto coma, cuánto duerma, cuánto compre, cuánto sufra… La satisfacción 21 nunca llega. Revisando justamente creencias, Ofelia, una mujer de 43 años, madre de tres hijos, con una carrera brillante, un hogar hermoso, con buena salud, una economía bastante resuelta y, por si fuera poco, muy hermosa y con un cuerpo saludable, compartía en el grupo que ella nunca estaba satisfecha porque para ella, estarlo significaba rendirse. La fuente de poder para ella, la que la impulsaba a dar el siguiente paso era justamente sentirse insatisfecha. Obviamente, mientras esa creencia opera en ella, nada va a resultarle suficiente. Cuando menciono que para poder empezar a trabajar en un proceso de sanación el primer paso es la aceptación, aparecen las caras asustadas e inconformes que avientan frases como: ¿Qué? ¿Me estás pidiendo que acepte ser esta marrana espantosa y no hacer nada? ¿Cómo? ¿Qué no ves que si me acepto no voy a hacer nada al respecto? ¡No me resigno a ser una gordita feliz! Y sí, da pavor porque piensan que si se aceptan, van a tener que vivir con eso toda la vida, pero yo les pregunto y te pregunto a ti también si no aceptarte te ha llevado a obtener lo que realmente deseas, si no aceptarte te ha llenado de satisfacción, de armonía de plenitud, de amor, de realización. Te voy a dar una información que espero te ayude a “aceptar” la aceptación: ¡Aceptar y resignarse son dos cosas diferentes! Aceptación: descripción objetiva de la realidad que plantea posibilidades, situaciones, potencialidades, y que permite la toma de decisiones y la capacidad de realizar acciones concretas y conscientes. Resignación: deshechar la posibilidad de cambio y movimiento. Es volver a “firmar” que no podemos. Y yo no estoy sugiriendo la resignación, yo no propongo que tires la toalla ni que olvides tus deseos… ¡AL CONTRARIO! Te estoy invitando a que los pongas en marcha. ¿Qué te dice la palabra insatisfacción? ¿Qué ideas y creencias surgen en ti acerca de la insatisfacción? Para que te quede más claro lo que significa para ti, te voy a pedir que hagas el siguiente ejercicio: Completa las siguientes oraciones, puedes repetirlas cuantas veces sea necesario con el fin de que vacíes en el papel todo lo que se te ocurra al respecto: • Yo me siento insatisfecho cuando… • Yo me siento satisfecho si… • Revisa cada una de tus oraciones y observa qué es en realidad lo que te 22 tiene insatisfecho. • Analiza cuántas de tus satisfacciones e insatisfacciones dependen de algo o alguien más. Cuando ponemos en manos de alguien o algo más nuestra satisfacción, es muy probable que nunca quedemos satisfechos o que gastemos una enorme cantidad de recursos, energía, bilis, intestino, uñas y recursos para “lograrlo”, y ¿qué crees?Es muy probable que aun si logras hacer que el otro te dé exactamente lo que quieres y de la forma en la que lo quieres… no vas a quedar plenamente satisfecho. La satisfacción no está en el otro, ni en las cosas, ni en un proyecto, ni en el cumplimiento de una meta o de un sueño; está en cada momento, en aceptar, disfrutar, habitar cada cosa que hagamos con la conciencia plena, en primer lugar, de que la estamos haciendo y, en segundo lugar, de que estamos haciéndola lo mejor que podemos. Es cambiar la forma y el sentido; por ejemplo, yo desayuno un jugo verde todos los días y decidí que prepararlo, lo cual implica levantarme 10 minutos antes para lavar la verdura, picarla, exprimir la fruta, licuarlo, etc., se convertiría en un acto de amor hacía mi misma. Cada paso que voy dando en su preparación me deja satisfecha, no sólo el tomarlo. Si decides subir una montaña y lo único que te interesa es llegar a la cima, es probable que cuando llegues claro que te dará emoción, pero la satisfacción verdaderamente plena llegará si se va “tejiendo” durante todo el andar; en las caídas, perdidas, el aire que toca tu cara, los paisajes, la preparación de la mochila que vas a llevar, las escalas para admirar el sonido del aire entre los árboles, tu respiración a veces agitada… Si esto lo aplicas a tu deseo de bajar de peso, comenzarás a entender que la pérdida de peso no te dejará pleno si no aprendes y disfrutas todo el proceso de sanación, descubrimiento, caídas, enojos, apapachos, panoramas y sentimientos que ocurren en el camino. ¿Qué se necesita para lograr la verdadera satisfacción? ¿Cómo lograr la verdadera satisfacción emocional, mental, espiritual? Aceptarme tal y como soy Este acto de aceptación es todo un reto, tomando en cuenta la cantidad de “detractores” que tenemos. Se nos ha enseñado más bien a sentirnos menos, a tener que cambiar constantemente y a ser diferentes de lo que somos. Escuchaste alguna vez frases como: “Si fueras menos ruidoso, no te regañaría tanto”, “¿Por qué no eres como las demás niños?”, “¿Cuándo aprenderás a ser mejor persona?”, “¿No te da pena ser tan débil?”, 23 “Mientras sigas siendo así, nadie te va a querer”. Dice Marion Woodman: “Cuando la madre no está suficientemente en contacto con su cuerpo, no puede dar al hijo la vinculación necesaria para ofrecerle confianza en sus propios instintos. El niño no puede relajarse en el cuerpo de ella, ni después en el suyo propio”. Cuando yo leí esta frase, me pregunté cuántos de nosotros estamos cómodos en nuestros cuerpos. Es como una fiebre que viene ocurriendo a través de las generaciones, el mandato de no habitar nuestro cuerpo, años atrás ni siquiera era permitido mirarlo, cuanto menos tocarlo y ni pensar en amarlo y aceptar el placer de sentirlo y disfrutarlo. Observa en tu familia, incluso a ti misma, a ti mismo, cuántas veces nos quejamos de nuestro cuerpo y nuestra apariencia, ya ni decir de nuestras relaciones, el trabajo, la situación y la vida en general… Intentamos y peleamos porque los demás nos acepten como somos, sin haber, deja tú aprendido, siquiera comenzado a aceptar la posibilidad de aceptarnos nosotros. Son increíbles los pretextos que ponemos: es que no soy demasiado alto, ni demasiado poderoso, demasiado rico, demasiado, demasiado, demasiado… Yolanda estaba convencida de que valía menos que sus hermanas, sus primas, sus amigas y, en general, que la raza humana porque no era demasiado alta, ni demasiado delgada; con ese mandato iba por la vida. Un día le pregunté como se definía y me contestó que: insignificante. Le pedí entonces que durante una semana actuara realmente siendo y sintiéndose insignificante. ¡Los primeros días fueron gloriosos para ella! No tenía que sentirse diferente a como se sentía. Le pedí que no usara tacones, que para ella eran piezas claves en su disfraz para ser aceptada y “suficiente”. Tomó el reto y dejó de usar tacones; se sentía bien de no pretender tener una altura que no tenía… Después de una semana de sentirse y ser insignificante sin pelearse con ello, comenzó a destaparse un sentimiento más profundo bajo la “insignificancia”: ¡la vergüenza! Se sentía avergonzada de ser quien era. Fue sumamente doloroso y a la vez revelador descubrirlo porque se dio cuenta de que bajo esa programación, que en algún momento de su vida se instaló, se había autodefinido. Es decir, ahora le quedaba claro por qué siempre quería complacer a los demás. La vergüenza de haber sido la receptora de constantes halagos por la belleza y simpatía que tenía de pequeña la hicieron merecedora de desaprobación por parte de sus primas (ésas a las que ahora ve como seres superiores), quienes no soportaban que brillara tanto. A la edad en la que esto ocurrió, para Yolanda significó: “Mi forma de ser hace que otras personas se sientan mal, debo sentirme avergonzada de hacerlas sentirse menos”. Esta declaración fue confirmada por una de sus tías en alguna ocasión: “Deberías sentirte avergonzada de hacer que tu abuela tenga tantas diferencias contigo”. Un adulto fácilmente podría refutar este ataque brutal, pero una niña de cinco años… Lo único que pudo hacer fue asustarse, asentir y… ¡sentirse avergonzada! Durante su vida se había dedicado a confirmar esa sentencia y a procurar no volver a recibirla. ¿Su forma? No provocar jamás que alguien la halagara y no dándose ella misma el permiso de reconocer sus triunfos. Le fue más seguro instalarse en el círculo vicioso 24 de las dietas y el frenesí por lograr algo que ella se había encargado de confirmar que nunca pasaría: bajar de peso, verse espectacular y ser tan bella como sus primas. ¿Te das cuenta? La obsesión por el peso le daba la oportunidad de mantenerse lo suficientemente alejada de aquello que en alguna ocasión le hizo sentir que su existencia era amenazadora para alguien más. Vivir la ilusión de cada dieta y la desilusión de romperla la mantienen “segura”. Aceptarnos a nosotros mismos implica aceptar las partes más oscuras también, ésas que por lo general vemos dibujadas en las personas que definimos como: “No puedo con ella”. Es tan vergonzoso, incómodo y doloroso ver algunos aspectos de nuestra personalidad, que la forma de lograrlo para después aceptarlos y saber que han contribuido a nuestro desarrollo es generalmente en la relación que tenemos con el otro o con el entorno. Tocar nuestra sombra suele no ser lo que nos asusta, en realidad, lo que no sabemos manejar es nuestra Luz, porque detrás de cada sombra está una fuente de luz que permite que se refleje esa sombra. No nos enseñaron cómo asumir nuestro papel de cocreadores de realidades. Nos resulta desafiante reconocer el enorme poder que tenemos, así coma la infinita sabiduría y la conexión que tenemos con la Fuente Máxima de Vida. Nos da pavor darnos cuenta que podemos ser realmente felices, porque no sabemos cómo asumir esa felicidad sin sentirnos culpables de serlo o de no obtenerla con “lágrimas de sangre”. Tener deseos claros y genuinos Como ya lo mencioné en los primeros capítulos de este libro, para que un deseo sea cumplido y te deje satisfecho, al igual que para que lo que comas te deje una sensación de bienestar, es importante revisar: 1. Si es alcanzable y real 2. Si definiste el deseo verdadero, porque si nada más dices: “Mi deseo más grande en el mundo es ser la persona más delgada del planeta”, además de que estaría complicado verificarlo, si se cumple, te sentirías enfermo y cansado. No vas a estar satisfecho, porque seguramente lo que pedías al querer ser delgado era en realidad ser aceptado y sentirte feliz con tu cuerpo. Ese deseo, si es genuino, no se va a cumplir a menos que tú decidas que ocurra y no tienes que esperar a que pase nada, ni siquiera tiempo. Lo puedes obtener ahorita, mientras me estás leyendo. 3. Si es claro y genuino, es decir, hacer conciencia sobre si el deseo te pertenece realmente a ti o es de alguien más. Muchas veces escuchamos tanto hablar del deseo de nuestros padres o de los abuelos de que nos convirtamos en alguien 25 especialo que logremos algo, que pensamos firmemente que eso queremos nosotros también. Pero cuando nos cuestionamos, aparece cierta incomodidad y si somos lo suficientemente valientes, veremos que no nos pertenece. Joel se presentó a uno de los talleres con una actitud bastante hosca, su físico –un hombre de cerca de dos metros de altura, con una expresión dura en el rostro–, hacía que de entrada “diera miedo”. Conforme se desarrolló el taller, Joel se volvió más participativo y en uno de los ejercicios de pronto rompió en llanto. Con gran sentimiento y como si fuera un niño, nos dijo: “Ya estoy cansado de ser el fuerte, el que aguanta todo, el que no se cae. Estoy harto y asustado de seguir siendo el ‘General militar’ que mi padre quiso siempre hacer de mí”. Cuando terminó, su cara era otra, sus gestos se habían suavizado y comenzó a emerger un Joel diferente. Nos compartió que era la primera vez que se atrevía a aceptarlo porque para él no era válido desafiar la autoridad de su padre, pero ya no podía seguir cargando con algo que no era para él. Su deseo “aparente” era bajar de peso, el “genuino” era rescatar al Joel real y soltar el peso de la responsabilidad que le impuso su padre. 4. Ser honesto con la verdadera intención. La energía creadora del Universo responde a la intención, es decir, al verdadero propósito. Es muy común que al estar tan desconectados de nosotros mismos, ni cuenta nos demos de qué es lo que nos mueve, ni dónde andamos, ni hacia dónde vamos. Cuántas veces te has escuchado decir: “Sin intención de criticar, pero qué fea se veía hoy Carmela”. Si no tuvieras la intención de criticarla, no la hubieras criticado. Y éste es un ejemplo simple y “aparentemente” inofensivo, pero hacemos muchas cosas manteniendo la verdadera intención sumida en la confusión. Te voy a contar algo que me ocurrió al terminar mi libro anterior. Cuando me preguntaban cuál había sido mi intención al escribirlo y si ésta incluía exponer a mi mamá, contestaba muy convencida, y cuando digo muy convencida es porque yo también me lo creí, que de ninguna manera pretendía exponerla, que simplemente ella era parte de la historia y tenía que contextualizar de dónde venía yo. Eso es cierto, sin embargo, al ver su reacción de enojo y encontrándome yo bastante confundida con el tema, le pedí a una gran amiga que me ayudara a ordenar lo que sentía y, a través de la plática y de explorar mis sentimientos, apareció una intención que yo no había visto: mi niña herida estaba tan dolida que había llegado hasta el punto de escribir un libro para exponer a quien consideraba la culpable de sus sufrimientos: mamá. Cuando me di cuenta, es decir, cuando puse al descubierto mi verdadera intención, ocurrieron varias cosas. En primer lugar, pude entender el enojo de mi madre, cómo no iba a reaccionar así, si efectivamente había una parte de mí que deseaba agredirla y exponerla. Por 26 otro lado, pude voltear a ver a esa niña y comenzar tiernamente a sanar sus heridas, labor que continua día a día. Revisar el verdadero motor nos acerca a nuestros verdaderos deseos. Puedo hacer una deliciosa agua de mango, seguir la receta paso a paso, pero si lo que yo en realidad quiero es agua de guanábana, pues voy a estar insatisfecha, así haga la mejor agua de mango del mundo. Y aquí quiero hacer una reflexión: En nuestro mundo actual existe un deseo casi incontrolable por adelgazar. Todos los días somos bombardeados con opciones para hacerlo; es casi inconcebible no hablar de ello, el simple hecho de hacerlo nos hace “pertenecer” a esta sociedad. Pero… ¿te has preguntado verdaderamente por qué quieres adelgazar? Seguramente habrá varias respuestas, dependiendo del grado de atención y la sinceridad que tengas contigo, pero la mayoría será algo parecido a: para estar más sana, para verme mejor, para tener mejor calidad de vida, para tener pareja, para gustarle a los demás, para ser más atractiva, para ponerme bikini, para que no me apriete la ropa, para ser feliz, para pertenecer a mi grupo de amigos o a cierto estrato social, etc. ¿Sabes qué creo yo? En lo más profundo de nosotros creemos que al disminuir nuestra talla disminuirán también nuestros problemas, es un deseo inconsciente de que se harán pequeños nuestros miedos conforme se haga pequeña nuestra cintura, que podremos tener el permiso de fallar en nuestro papel de madres, hermanos, maridos, hijos pareja, empleados, jefes, siempre y cuando triunfemos en la batalla contra la báscula y la tengamos contenta, que nuestras decisiones serán más firmes si logramos más firmeza en nuestro abdomen, que seremos invulnerables al dolor y a la desaprobación de los demás. 5. Hacer conscientemente lo que esté en tus manos para lograrlo. Es mucho más fácil culpar a lo externo de nuestra propia insatisfacción, a la pareja, los padres, el clima, la situación, las dietas, los doctores, los gobernantes, la compulsión, la panzota, etc. Le dejamos la chamba al otro y nos vamos a descansar, esperando que a nuestro regreso todo esté hecho. Nos lanzamos a seguir cuanta dieta, pastilla, tratamiento o innovación encontramos, queriendo que eso mágicamente nos resuelva “el problemita”, y nos olvidamos de hacer el verdadero trabajo: la introspección, la toma de responsabilidad, marcar límites, la constancia, la disciplina, la atención, la honestidad, etc. Nos vamos del extremo de querer controlar todo al de soltarlo todo. Hay una gran diferencia entre fluir y ser irresponsable. La mayoría de las cosas que ocurren no depende de nosotros, es más, prácticamente nada. En lo que sí tenemos absoluta responsabilidad es en lo que hacemos con lo que ocurre. Dice Byron Katie en su libro Amar lo que es, que hay tres tipos de asuntos: los míos, los tuyos y los de Dios. ¿Y adivina cuáles son los únicos en que puedo interferir? Efectivamente, en los míos. Cuando te propones algo y 27 quieres que todos los que están a tu alrededor se muevan para que eso suceda, e intentas controlar absolutamente todo para que ocurra tal y como deseas, es muy probable que acabes tan desgastado que ni tiempo tengas de gozar tu logro (si es que lo consigues). También puede ocurrir que te canses tanto que acabes “tirando la toalla” y te digas que nunca logras nada. Muy diferente es que una vez que definiste claramente tu deseo y tu intención, hagas lo que esté en tus manos para que se cumpla, con acciones, con uno o diez pasos a la vez, los que sientas que necesitas dar. Concretando, moviéndote, sin olvidar que es imposible llegar a un lugar diferente haciendo lo mismo. 6. Ser capaz de desapegarme del “resultado”, confiando en que si mi deseo es genuino y contribuye a mi bien y al de los demás, se realizará de la forma no que “quiero” sino que “requiere” mi alma. Muchas veces, al desconfiar del Poder Superior del que formamos parte, caemos en la necedad de querer algo que no nos hace bien o no es lo adecuado para el desarrollo y evolución de nuestra alma. Una vez más, al estar conectados con nosotros y con nuestra espiritualidad, vamos teniendo más congruencia en lo que deseamos. Una forma de pedir en conexión puede ser: “Deseo a la pareja que mi alma requiera en este momento y con la que pueda trabajar en Luz”, lo cual es muy diferente a “quiero un hombre alto, rubio y millonario”. Puede que se te cumpla, pero… ¿en verdad eso es todo lo que requieres? ¿Que sea rubio, alto y millonario le sirve a tu alma? Algún maestro de kabbalah nos decía durante una clase: con la misma intensidad que deseas algo, debes estar dispuesto a no tenerlo. Solemos centrarnos sólo en el resultado e intentamos hacer todo con tal de controlar que éste sea exactamente como queremos, sin darnos cuenta que estamos siendo soberbios, al no permitir que la Fuerza Divina nos muestre lo que en realidad necesitamos y que muy probablemente es incluso mayor que lo que habíamos pedido. Aferrarnos al resultado es privarnos también de la plenitud que da el día a día, el vivir aun sin eso que aparentemente deseamos. Ponemos nuestra vida en pausa y negamos los milagros diarios, comorespirar, movernos, pesar, crear… Soltar el apego al resultado y, sobre todo, soltar la necesidad de control suele darnos verdadero pavor, porque nos pone a merced de alguien o algo más. 7. Asumir las consecuencias de obtenerlo. ¿Has escuchado la expresión popular “ten cuidado con lo que pides porque puede ser que se te conceda”? De eso trata este punto. Cuando no hacemos ninguno de los puntos anteriores, corremos el riesgo de que se nos cumplan nuestros deseos más profundos e inconscientes y que, claro, no sepamos qué hacer con ellos. Incluso cuando el deseo sea consciente, nos puede sorprender cómo nos “pesa” que nos sea concedido. De pronto se nos cumple lo que tanto hemos deseado y nos 28 quedamos paralizados. No sabemos ahora qué hacer. Imagina que la culpa, el enojo o la victimización le ha dado sentido a tu existencia y, de pronto, te empiezas a sentir feliz por tu logro. Es como estar traicionando a quienes te han acompañando por mucho tiempo. También puede ocurrir que después de haberte prometido a ti mismo la felicidad absoluta, la confianza sin barreras, la bondad suprema y el éxito arrollador, cuando tu deseo estuviera cumplido (y esto se adapta perfecto al hecho de comer eso que has esperado por semanas ahora que termines la dieta que estás haciendo o de llegar al final del tratamiento para reducir medidas), se cumple el deseo y te topas con el cúmulo de promesas que te hiciste, y te das cuenta que ésas requieren un trabajo aparte. La felicidad se decide, la confianza se cultiva, la bondad se practica, el éxito se construye… No siempre estamos dispuestos a hacer la chamba que implica y preferimos volver a viejos hábitos, que de alguna forma son más fáciles de manejar y que nos llevarán directo a la insatisfacción. 8. Reconocer que ya soy perfecto así como soy y con lo que tengo. Cuando nos movemos de un lado a otro, esperando ser descubiertos por el Sol, es decir, por la felicidad, la aprobación, la plenitud, el amor, la prosperidad, la belleza, etc., es inevitable que vayamos generando sombras, así es el camino. Pero, ¿qué ocurre cuando simplemente nos detenemos debajo del sol y dejamos de movernos? La sombra desaparece, nos alineamos de manera perfecta y simplemente dejamos que los rayos entren. Así sucede en la vida, mientras nos mantenemos en la añoranza o el dolor del pasado, o en la esperanza y promesa del mañana, dejamos de conectar con la verdadera iluminación que ocurre sólo ahorita, en este momento en el que me estás leyendo o estás regando las plantas o cortándote las uñas. Sólo cuando acepto la perfección que sucede al dejar de pelear con estar en un lugar diferente al que estoy, de tener un jefe diferente al que tengo, a pensar algo diferente de lo que estoy pensando, sintiendo algo diferente a lo que estoy sintiendo y siendo algo distinto a lo que soy, genero la Luz necesaria para brillar verdaderamente. Dándole voz a las voces ¿Te has escuchado alguna vez decir: “Hay una parte en mí que no me deja seguir” o “estoy actuando desde una parte muy violenta” o “esta parte desde la que me coloco en lugares dolorosos”? Bueno, pues cuando hablamos de “esas partes” de nosotros, estamos actuando desde 29 nuestras diversas “subpersonalidades”, como las nombra Martha Baldwin en el libro Autosabotaje. También Lise Bourbaeu hace referencia a ellas: “Estos recuerdos se convierten en personalidades dentro de ti y tienen su propia voluntad de vivir”. Estas voces, estas partes de nosotros que de pronto actúan prácticamente sin preguntarnos si nos parecen las decisiones que toman o la forma en la que actúan, se han creado a partir de nuestras creencias, necesidades y defensas. Todos tenemos partes vulnerables, machistas, sobrevivientes, saboteadoras, heroicas, miserables, guerreras, miedosas, vulnerables, enojadas, etc. Algunas de ellas son ecos de la personalidad o de conductas de nuestros padres u otras figuras importantes. El caso es que más allá de ignorarlas, es importante escucharlas. Luisa, mientras tomábamos un café, nos contaba a varias amigas y a mí que lucha con todas sus fuerzas para no ser como su madre, quien la abandonó a su suerte a los 13 años, para irse a vivir con una nueva pareja. Su temor es tanto que intenta a toda costa sepultar su parte “abandonadora”, pero entre más trata, más cobra vida en ella. La sugerencia que yo le hice fue que en lugar de pelear, aceptara la parte abandonadora que hay en ella, ya que al verla, podría entonces actuar, pero mientras la negara, la energía que ocupa en hacerlo le disminuiría la oportunidad de hacer las cosas diferentes. Tenemos la idea de que si le damos voz a esas voces, nos van a enloquecer y a destruir, y cada vez estoy más convencida de que es al contrario, escucharlas las tranquiliza y las pone de nuestro lado, ya no tienen que gritar ni pelear. Es como si las desnudáramos y eso les quitara su poder destructivo. Cada vez que decimos: “Yo soy totalmente diferente a mis padres”, nos privamos de la oportunidad de ver conductas que sí tenemos y de aceptarlas, que además de liberarnos, nos pueden dar la oportunidad de aprender más de nosotros. Si una persona niega su vulnerabilidad y actúa bajo el escudo de “soy muy fuerte y a mí nada ni nadie me afecta”, es muy probable que la vida le muestre su vulnerabilidad a través de un accidente, una enfermedad o una pérdida. Lourdes llegó a una sesión diciendo: “Yo no puedo amar a mi exnovio porque no se lo merece”. Aunque la mente y su necesidad de separarse del sentimiento de amor/dolor la convencían de que no debía amarlo, la parte de ella que “sí lo amaba” estaba actuando de todas formas, y negarla sólo hacía que Lourdes se confundiera y debilitara. Su tarea fue escuchar a la parte que amaba a su exnovio. Fue increíble cómo el simple hecho de darse permiso de amarlo le permitió bajar las defensas y, sobre todo, bajar la ansiedad. Al escucharse, pudo llorar por fin la pérdida, pasar el proceso de separación y dolerse por lo vivido. No fue sencillo ni de un minuto al otro, sin embargo, tener esa valentía le dio la recompensa de la paz y la serenidad. Pocas veces aceptamos la idea de que la vida y las metas requieren que pasemos por procesos, y que estos no son precisamente como estar en un lecho de rosas; implican reconocer, sentir, llorar, poner límites, caernos, responsabilizaros y contactar con esas 30 partes de nosotros que no nos gusta reconocer. Cuando en los talleres que imparto los participantes inician un camino diferente que incluye hacerse cargo de ellos mismos, no todos están dispuestos y regresan a sus hábitos anteriores con la ilusión de cambiar milagrosamente y con poco esfuerzo. Hace poco observé cómo una querida amiga fumaba sin parar y de manera muy ansiosa porque estaba a dieta, y decía que fumar le ayudaba a aguantar las ganas locas que tenía de comer. Con todo mi amor le dije que de nada sirve ponerse esas dietas tan restrictivas que la llevan a fumar en exceso y luego a deprimirse y a tomar pastillas, y el ciclo no termina. Ocurre como cuando queremos tapar la salida de una manguera, pensando que con eso ya no va a salir el agua; la presión entonces es tan fuerte que seguramente se romperá la manguera o explotará la conexión entre ésta y la llave de agua. La solución a eso es cerrar la llave. Lo mismo pasa con las conductas compulsivas, creemos que si superamos la compulsión por comer, solucionamos todo, lo que no vemos es que hay que sanar la compulsión en sí, porque si no estaremos cambiando de una a otra. Te invito a hacer un ejercicio: 1. Escribe 10 cosas que odies de los demás en orden descendente, en donde la número 1 sea la conducta que más te altere. No le des la vuelta a esta página hasta que hayas hecho tu lista. ¿Te sorprendería saber que eso que más odias tú lo tienes? Te invito a que aunque te cause esceptisismo y quieras cerrar el libro y tirarlo al basurero, te contengas y continúes con el ejercicio. 2. Revisa detalladamente en qué ocasiones pudiste comportarte de esa manera. 3. Escríbele una carta a esa parte que odias(aun cuando no aceptes que la tienes). 4. Observa qué reacción tienes al hacerlo (enojo, burla, tristeza, sorpresa…). No hacernos cargo de estas partes de nosotros puede contribuir a que constantemente “metamos la pata” y no obtengamos lo que deseamos. No sé ni qué me gusta Muchas veces no es tan sencillo saber qué es lo que realmente deseamos. De hecho, una 31 de las grandes sorpresas que se llevan quienes asisten a mis talleres y que personalmente he experimentado es la de darse cuenta de que no saben qué les gusta, cuando les sugiero que dejen de hacer dietas y comiencen a escucharse y a tomar la responsabilidad de lo que comen. Naturalmente, comen todo lo que antes les era prohibido, pero no saben si en realidad lo hacen porque de verdad les gusta o como rebelión a la restricción que vivían. Y no sólo les ocurre con la comida, también en la vida. Cuando revisan y liberan creencias, se quedan igual que cuando liberan la comida: asustados, desnudados, inseguros. Esto ocurre porque para muchos, es la primera vez que se atreven a tomar sus propias decisiones, sin hacerle caso a una dieta o a su madre, padres, pareja o hijos. Liberarse requiere estar dispuesto a afrontar y asumir mis responsabilidades, así como mis triunfos y fracasos. Para comenzar, yo te sugiero que amplíes tu panorama en el terreno que ya para ti es conocido: la comida, para que luego lo lleves a campos de acción más “profundos”, como tu capacidad creadora, tus alcances y capacidades. Para ello te invito a que vayas al supermercado o al lugar en donde sueles hacer tus compras, y te hagas de diferentes frutas y verduras, todas ellas coloridas. También puedes traer condimentos, semillas y lo que se te ocurra para hacer un bufete. El chiste es que tu mesa quede súper colorida y linda. Agrega flores, un mantel muy lindo, velas, algún incienso o fragancia que te guste, incluso una música suave y observa tu mesa, deja que tus sentidos se llenen de esos colores, olores, fragancias, sonidos… Siéntate y manteniendo un sentido de ritual, agradece por cada uno de los alimentos que están hoy en tu mesa. ¡Tócalos!, ¡huélelos!, ¡descúbrelos! Prueba uno por uno primero y luego permítete hacer combinaciones. Hazlo con tiempo y dedicación. Cuando termines, documenta lo que ocurrió, describe qué sensaciones tuviste, qué vivencias, qué ideas surgieron, si fueron agradables todas o sólo algunas, etc. Comienza a ampliar tu visión de la comida a través de los sentidos, y continúa haciendo este ejercicio con diferentes alimentos, manteniendo el sentido de ritual y de crear ambientes hermosos cada vez. A medida que te acostumbres a crear estos espacios, tu percepción se irá expandiendo a otros territorios, es decir, a tu sistema le estarás recordando que merece tener cosas hermosas, variedad, sensaciones nuevas y descubrimientos todos los días. Recuerda que el universo responde a vibraciones, si te creas vivencias elevadas y energías más sutiles, esas ondas se expandirán y atraerán a tu vida experiencias de ese tipo también. Si comienzas por descifrar qué te gusta comer, estarás en el camino de encontrar cuáles son tus verdaderos deseos. Con el fin de aterrizar más estos conceptos, te invito a hacer el siguiente ejercicio: 32 Haz una lista de tus deseos Elige uno • ¿Qué has hecho para obtenerlo? • ¿Qué sigues haciendo para no obtenerlo? • ¿Qué pierdes al no obtener lo que deseas? • ¿Qué pierdes al obtenerlo? • ¿Qué estás dispuesto a hacer para obtenerlo? • ¿A qué estás dispuesto a renunciar para obtenerlo? • ¿Qué vas a hacer cuando obtengas tu deseo? • ¿Es realmente tu deseo o de alguien más? • ¿Qué necesidad está detrás de ese deseo? • ¿De qué forma contribuye la satisfacción de tu deseo a que te conviertas en una mejor persona? • ¿Cómo puedo ayudar a otras personas a partir del cumplimiento de mi deseo? • ¿De qué te das cuenta? Con esta información que acabas de obtener… ¿Crees necesario replantear tu deseo? “La ruta del deseo” Para llegar a cualquier lugar es necesario plantear una ruta, lo mismo pasa con los deseos, así es que ¡hagamos una ruta del deseo! Es muy fácil, pero requiere compromiso para que funcione. Te pongo un ejemplo para que luego hagas el tuyo: Deseo: Cuidar mi cuerpo En dónde me encuentro en relación al cumplimiento de mi deseo: Como 5 donas al día No hago ejercicio 33 Me agredo verbalmente todo el día Me desvelo todos los días No me pongo crema No he ido al dentista en más de un año Acciones concretas para acercarme a mi deseo: Comprar verduras Comer tres verduras diarias Salir a caminar diez minutos diario Abrazarme fuerte cada vez que me sorprenda agrediéndome Apagar la computadora o la tele a las 23:00 Comprar una crema para cuerpo y ponérmela después de bañarme Hacer cita con el dentista Es importante que te pongas plazos cortos para iniciar con las acciones concretas. - Pon atención en el deseo que elegiste para hacer tu ruta - Cierra los ojos - Respira profundo - Inhala - Exhala - Pon tu atención en el entrecejo - Visualízate cumpliendo tu deseo - Siéntelo - Víbralo - Habítalo - Respíralo - ¿Qué se siente verlo cumplido? - ¿Cómo se siente verlo cumplido? - ¿Estás solo o acompañado cuando lo cumples? - ¿Te sientes satisfecho al cumplirlo? - ¿Eres capaz de compartirlo? - ¿Cómo se siente compartirlo? - Sólo observa - Lleva tu atención a tu respiración - Reconoce las sensaciones de tu cuerpo - Hazte consciente de los sonidos de este momento - Mueve tus pies 34 - Mueve tus manos - Inhala y en la siguiente exhalación abre tus ojos - Observa el espacio Escribe en una hoja cómo fue tu experiencia al ver realizado tu deseo. ¿Fue liberador?, ¿agradable?, ¿fácil?, ¿te asustó?, ¿te viste solo?, ¿con gente?, ¿de qué te das cuenta? ¡Aprovecha tu capacidad creadora, dale calidad a tus deseos! Creo que cuando nuestra alma viaja con dos elementos vitales, su misión y su deseo genuino, éste es el motor para llevar a cabo la misión y, por lo general, es eso que amamos hacer de verdad, eso que cuando tenemos oportunidad de ponerlo en práctica, ocupa nuestra atención completa, el tiempo desaparece y nos sentimos extasiados. Tiene que ver con lo que soñabas de pequeño y que seguramente guardaste en un cajón: cuidar plantas, recolectar bichos, enseñar, salvar animales, contar cuentos, imaginar historias, dibujar, construir figuras, cantar, bailar… Te invito a desempolvar tu deseo genuino, porque cuando se vuelve a unir con tu misión… NO HAY NADA QUE TE DETENGA. Y una vez que los tengas claros te invito a: poner límites para romper tus limitantes. Suena como trabalenguas, ¿no? Podría también sonar ilógico. Pues ni es un trabalenguas ni es ilógico. Hablemos primero de los límites, que son los parámetros que nos señalan dónde empieza y termina algo. Respetar los límites no sólo es un tema de respeto o de obediencia, es un tema de seguridad, de salud y de bienestar en general. Tener claros nuestros límites, por ejemplo, en una relación será de gran ayuda para no pasar por encima de nosotros mismos y, por supuesto, del otro tampoco. Si sabes que no quieres tener violencia en tu vida, pondrás los límites necesarios para que tu pareja no te agreda de ninguna manera. Si tienes claro que respetas tu cuerpo, pondrás límites para no sobrepasarte a nivel físico ni sexual. El enojo por ejemplo es un claro indicador de que alguien sobrepasó un límite nuestro o que nosotros no nos pusimos un límite. A muchos nos asusta ponerlos y más que nos los pongan, porque los tenemos ligados con temas como castigo, restricción, rechazo y desamor, cuando es lo contrario, los límites puestos de manera asertiva tienen su fuente justamente en el amor verdadero. Y ahora pasemos al siguiente aspecto: ¿Qué es una limitante? Es cualquier idea, acto, 35 persona, creencia o carencia que nos impida tener o lograr lo que deseamos. Prácticamente la mayoría de los seres humanos tiene limitantes, algunas creadas por las leyes de la física, como la ley de gravedad que nos mantiene pegados al suelo o la que señala que dos objetosno pueden ocupar el mismo espacio físico al mismo tiempo, etc., y otras impuestas por creencias que se originan en nuestro marco moral de referencia. ¿Cuáles son las limitantes más comunes? • ¿Cómo voy a estudiar una carrera si ya estoy viejo? • Ya estoy vieja para casarme. • Jamás voy a lograr adelgazar. • Cumplir los sueños es muy difícil. • Nunca podría tener una casa así. • No tengo ya la edad para colocarme en un trabajo mejor pagado. • Este cuerpo me impide hacer lo que me gusta. • No tengo el dinero necesario para lograr mis metas. ¿Por qué crees que hay personas que sí logran lo que se proponen? Para romper nuestras limitaciones y probar las mieles de la realización plena, es necesario poner límites en ciertos ámbitos. Por ejemplo: Para romper la limitante de que no tienes tiempo de hacer ejercicio, es necesario que pongas un límite en las horas que pasas en la cama y te levantes o más temprano o te acuestes más tarde. Para romper la limitante de que no puedes comer sano, será necesario que pongas un límite tanto en tu forma de comer como en tus creencias al respecto del peso y la comida. Para romper la limitante de que no tienes el suficiente dinero, tendrás que poner un límite en algunos de tus gastos. Para romper la limitante de que la vida es difícil, será tu actitud negativa la que requiera un límite. Para romper la limitante de que tu enojo te aleja de las personas, poner límites claros y asertivos te llevará a manejar y trascender tu enojo. Para romper la limitante de que no eres atractiva o atractivo o que nadie te ama, urge que limites las palabras negativas que te dices. Para romper la limitante de que no tienes la edad para tener un mejor trabajo, será 36 de gran utilidad limitar las horas que pasas quejándote de lo que haces. Para romper con la limitante del vacío y la insatisfacción, habrá que poner límites a nuestro avaro interno y dar más a los demás. Para romper la limitante de la compulsión, habrá que limitar nuestro impulso de escapar de nuestras emociones. Para romper la limitación de la terquedad, habrá que poner un límite en tus conductas impulsivas. Para romper la limitante de que no tienes energía para hacer las cosas que te gustan, será necesario que limites el tiempo que pasas haciendo lo que no te gusta. Para romper la limitación de que los demás no te dejan avanzar, deberás poner límites de cuánto dejas que los demás intervengan en tu vida y tus decisiones. Para romper la limitación de que tu país no te da oportunidades, será imprescindible que rompas la creencia limitante de que tu felicidad depende de otros. Para romper la limitación de que no tienes tiempo para ti, deberás limitar el tiempo que pasas haciendo cosas para los demás. Para romper con la limitante del vacío y la insatisfacción, habrá que poner límites a nuestro avaro interno y dar más a los demás. Para romper la limitante de la compulsión, habrá que limitar nuestro impulso de escapar de nuestras emociones. Y aquí aprovecho para contarte algo que la vida me enseñó con esas formas tan creativas que tiene de hacerlo: Justo estaba preparando este tema para darlo en una conferencia para una empresa de artículos de belleza en una gran expo, lo cual era para mí un reto y una gran oportunidad de expandir mi campo de acción. Esa semana se me juntaron varias terapias, entrevistas de radio, diplomados y viajar dos días de ida y vuelta a Veracruz para dar las citadas conferencias. Regresando de la primera, me enfermé de la garganta. Tenía varias terapias que dar que para mí resultaban, además de una gran alegría, una fuente de ingresos. Como yo suelo sentirme Superwoman, quise hacer todo aunque tuviera que forzar la voz. No estaba dispuesta a soltar nada hasta que literalmente mi garganta se cerró por completo y no me permitió seguir; mi estado me obligó a renunciar a unas cosas para poder liberar las otras. Tuve que limitar mis terapias y una sesión del diplomado, para quedarme en cama y estar lista para la Conferencia en Veracruz, que en ese momento resultaba prioritaria. Así es este juego de la vida, cada decisión implica una renuncia, cada vez que dejamos de tomar una gratificación inmediata abrimos el panorama para la satisfacción real. Como ves, cuando tomas la decisión de negarte algo inmediato e instantáneo por algo más duradero y pleno, no te estás quitando nada… ¡Te estás dando mucho! 37 Bienestar del ego vs. bienestar del alma En términos generales, por bienestar, se designa a aquel estado o situación en el cual la satisfacción y la felicidad dominan. La naturaleza del ser humano es buscar el bienestar. Pero entonces, ¿por qué razón tomamos decisiones y hacemos cosas que, por el contrario, nos causan malestar? ¡Porque no podemos atender a dos amos a la vez! El Ego nos ha mantenido engañados, haciéndonos creer que buscamos bienestar real, cuando en realidad continuamente nos invita a obtener simples placeres inmediatos y, por lo tanto, efímeros. Revisa tu lista de deseos y checa en qué columna están. Diferentes maneras de controlar Si nos ponemos a ver cuántas cosas están fuera de nuestro control, nos daremos cuenta 38 de que son prácticamente todas. Tenemos la ilusión de que podemos controlar porque en el fondo creemos que hacerlo nos salvara de sufrir. Imagina este ejemplo: está un pequeño de dos años en los brazos de su padre y éste de pronto lo suelta y el pequeño se lastima fuertemente. Este hecho se repite una y otra vez, ocasionándole heridas cada vez más fuertes. ¿Tú crees que ese pequeño va a volver a confiar en su padre o en cualquiera que quiera cargarlo? Yo creo que no, y muy probablemente aprenderá a controlar sus movimientos, sus pasos e incluso intentará controlar el deseo de su padre por cargarlo, volviéndose pesado o grosero. Muy parecido reaccionamos todos cuando hemos sufrido una o varias caídas de cualquier índole, encontramos en el control la forma de librarnos de volver a caer. El único problema es que se gasta tanta energía en intentar controlar lo incontrolable que lo más seguro es que acabemos de todas formas en el piso, aun cuando nadie nos cargue ni nos tire. Hay varias formas de control, algunas son muy claras y directas, y las vemos en personas dominantes, estructuradas y perfeccionistas, pero hay otras que no son tan evidentes y que por lo mismo resultan más peligrosas, por ejemplo, quienes controlan a través del chantaje o utilizan sus conductas de víctima para controlar a los demás por medio de la culpa. Escucho muy seguido a personas que en sesiones del taller o de los diplomados me dicen: estoy feliz porque pude controlar mi hambre o porque pude controlar mi enojo o mis ganas de llorar y entonces, a los dos o tres días ese control se convierte en lo opuesto, es decir, en un total descontrol y entonces quieren tirar la toalla y detener su maravilloso proceso. Pensamos que si actuamos de alguna manera, seguro obtendremos lo que deseamos y cuando esto no ocurre, nos sentimos perdidos y desesperanzados. Olvidamos que el bienestar y el éxito están en lo que hacemos, no en lo que obtenemos. Seguramente te habrás escuchado decir: “¿Por qué si yo le dí el corazón, él me dejó?” o “No puede ser posible que no me hayan dado el trabajo cuando me preparé tanto”. Esto nos demuestra que no tenemos comprado nada, aun cuando sigamos la receta para tenerlo al pie de la letra. Y es que se nos olvida que hay algo mucho más poderoso que nosotros que tiene planes más elevados de lo que pensamos. Intentar reducir el tamaño de lo que podemos recibir a la métrica de nuestro “limitado esquema” es negar la Grandeza a la que estamos destinados, si confiamos y permitimos que sea parte de nosotros. Controlar es un miedo y nos evita confiar, porque como ya vimos, hacerlo en algún momento fue peligroso, sin embargo, curiosamente, la confianza es el antídoto perfecto para liberar ese miedo. Yo te sugiero que en lugar de controlar, comiences a “hacerte cargo”, porque esto sí puedes hacerlo pase lo que pase. En cambio, querer controlar te va a hacer que tesientas constantemente defraudado cada vez que algo se salga de tu control y, como mencionaba al principio de este apartado, eso será bastante seguido. 39 Hacerte cargo puedes llevarlo a cabo sin importar la circunstancia que opere. Si comes de más, te harás cargo de tus sensaciones agradables o desagradables; si comes lo que deseas realmente, te harás cargo de darte bienestar; si te sientes triste, te harás cargo de tus pérdidas; si estás enojada, te harás cargo de poner limites y manifestar tus necesidades. ¿Te das cuenta? No dependerás de que algo pase o no, o de que alguien te dé o te quite. ¡Hacerte cargo te empodera! Autoindulgencia vs. ser amorosos con nosotros mismos Cuando hablo de que el primer paso en la sanación de los problemas de peso es comenzar a ser amorosos con nosotros mismos, surgen confusiones acerca de cómo llevar esto a cabo. No en pocas ocasiones quienes tienen la valentía de hacerme caso comienzan a comer sin parar sus dulces favoritos, bajo el argumento de que de esa forma se demuestran amor. Este tipo de acciones, no hablan de amor, no tienen nada que ver con amor. ¿Por qué? Porque hacerlo es mandar el mensaje de que seguimos sin hacernos cargo de nosotros. Quienes tenemos hijos sabemos que hay cosas que nos encantaría evitarles. Por ejemplo, si yo pudiera hacer que no los inyectaran en las pompas cada vez que vamos al pediatra, lo haría; sin embargo, hacerlo sería más que un acto de amor, un acto de irresponsabilidad. Evitarles esa clase de “dolor” podría llevarlos a riesgos importantes en la salud posteriormente. Así ocurre con el cuidado que hoy tenemos la obligación de tener con nosotros. Y no somos niños, ya entendemos perfectamente que devorarnos un pastel completo no es algo beneficioso para nuestro cuerpo, ni para nuestra estima, ni para nuestra salud. Si continuamos haciéndolo es porque encontramos ciertas ganancias. Por ejemplo: estar constantemente pendiente del dolor de estómago después de un atracón nos da la justificación perfecta para no desarrollar el potencial creativo que todos tenemos el derecho y la responsabilidad de ejercer, para convertirnos día a día en una mejor versión de nosotros. Hay una negación a atrevernos a aceptar lo grandes y poderosos que somos. Seguir envueltos en el drama del peso con todo y su séquito de culpas, reclamos, víctimas y castigos, es en realidad un acto de gran egoísmo, porque estamos negando los dones que nos han sido entregados a cada uno. No creo que el Creador de todo lo que existe (sea cual sea la creencia que tengas al respecto) se haya equivocado al permitir que naciéramos en este plano. Cada quien tiene una misión que realizar, encontrarla y 40 trabajar en ella, es el verdadero sentido de la vida. Cuando nos encaminamos a hacerlo, los verdaderos cambios y transformaciones ocurren. ¡Es cuando todo cobra sentido! Y no sólo nos beneficiamos nosotros cuando descubrimos los dones maravillosos y las capacidades que tenemos, sino que podemos compartirlos con quienes nos rodean. Quedarnos sin reconocer nuestra verdadera esencia es rechazar la gran oportunidad de trascender. Cada vez que alguien trasciende, el mundo trasciende, cada vez que alguien se sana, el mundo se sana. Te acabo de revelar una de las principales causas por las que me dedico a lo que me dedico. ¿Sabes cuál es el mejor escondite de tus dones? Eso que, por lo general, niegas de ti o quisieras desaparecer. ¿Qué tal?, ¿te desconcierta?, ¿te asusta?, ¿te da esperanza? Cuando algo en la vida se nos da fácilmente, lo damos por hecho. Una persona habilidosa en las matemáticas cree que a todos se nos facilitan y seguramente se dedicará a algo relacionado con ellas. Eso es lo esperado, lo natural y normal. Hay quienes potencializan esa habilidad y la llevan a terrenos cada vez mejores y exploran cada día nuevas posibilidades. Eso está muy bien, pero ¿sabes qué es lo que seguramente más hará crecer a esa persona en el terreno personal y espiritual? Será algo que no tenga que ver con las matemáticas y que le cueste trabajo desempeñar. Eso que requiera de su esfuerzo, que lo haga romper sus parámetros, que lo ponga en desventaja con alguien más, es lo que hará que surja su verdadera fuerza, la que se revela cuando nos enfrentamos a verdaderos retos y desafíos. Basta observar a los atletas con capacidades diferentes que se prueban en los Juegos Paralímpicos o en cualquier otra competencia. Su tenacidad, coraje, frustración y “discapacidad” los llevan a forjar un espíritu increíble e inspirador. Cada vez que nos enfrentamos a una adversidad, tenemos el impulso de salir corriendo y cobijarnos en las zonas que no nos generan mayores peligros ni sobresaltos. Sin embargo, atrevernos a enfrentarnos invariablemente nos deja lecciones de vida que difícilmente hubiésemos adquirido de otra manera. Haciendo un recuento de momentos críticos de mi vida, puedo ver cómo, aun cuando mi discurso fue por mucho tiempo que yo era cobarde y poco constante, haberme “quedado”, en lugar de huir, me ha puesto en el lugar desde el cual escribo para ti. Cuando entré a trabajar a TV Azteca y me ofrecieron el puesto de reportera en el programa En medio del espectáculo, me apaniqué y mi primer deseo fue renunciar. Algo me hizo quedarme y, posteriormente, me ofrecieron la gerencia de producción de Ventaneando; lloré tres semanas seguidas como si fuera la peor tragedia que me hubiera ocurrido porque me ponía en situaciones de riesgo. ¡Imagínense a alguien que siempre había creído que no sabía hacer nada y que era inferior a todos por ser gorda, floja e inestable, tener que exponerse a tal presión, a tal compromiso y desafío! Sobra decir que también quise renunciar, pero me aguanté. Duré más de seis años, pensando que yo estaba ahí porque el productor y mi jefa Paty Chapoy se habían confundido y no se 41 daban cuenta lo mala que era yo. Cada vez que se presentaba un nuevo reto en el área, cosa que ocurría un día sí y al otro también, yo temblaba y sentía que me moría; sin embargo, volteando a ver a esa jovencita atemorizada aparentando fortaleza, la admiro y le agradezco no haber renunciado, porque lo que yo he logrado hoy, el presentarme ante una cámara o un micrófono, el saber redactar y contar historias, el negociar un taller y defender mis ideas, el tener la capacidad de mover a un auditorio y saber comunicar y transmitir, fueron habilidades que desarrollé gracias a esos años de sustos y dudas. Piensa en este momento en una cosa que hayas logrado hacer y que al principio te parecía casi imposible. ¿Cómo te sentiste después de lograrla? En uno de los grupos de apoyo que dirijo, una de las participantes, a quien yo no había tenido la oportunidad de ver desde que terminó el taller en el que participó, nos compartió que ahora es maestra certificada de yoga. Su emoción era enorme al narrar cómo había vencido la creencia de que su cuerpo era incapaz de ser flexible y fuerte. La constancia, decisión y dedicación la llevaron a cruzar el umbral de la desconfianza para tocar la gloria del logro. Se nos olvida que es ahí, justo en los golpes y tropezones, en las desbarrancadas, en los momentos de aparente rendición, en donde se encuentra parte vital de nuestra vida. La satisfacción se “teje”, se va logrando paso a paso, subida a subida, resbalón tras resbalón. De nada sirve llegar a la cima de una montaña, si no se disfrutó el paisaje, los olores, las vistas, el viento, los colores, el cansancio, los movimientos del cuerpo… Dentro de mis actividades diarias favoritas está justamente caminar en el bosque, en donde me toca enfrentar unas subidas bastante empinadas. Al llegar al pie de cada una de ellas, respiro y comienzo la travesía. Cuando comencé a hacerlo, solía ir luchando conmigo misma y con mi cuerpo hasta que decidí aplicar las lecciones que doy en torno a la comida y a “habitar” los momentos y eventos, y entonces comencé a describir lo que ocurre en mi cuerpo, no en mi mente, mientras voy subiendo. Mis pies comienzan a sentirse pesados, la parte trasera de mis muslosse pone dura, mi espalda baja comienza a contraerse, siento una opresión fuerte en el área del abdomen, mi pecho se aprieta, mi respiración se agita, hay presión en los hombros… ¡En lo que describo mis sensaciones ya acabó la subida! Y no sólo eso, sino que mi cuerpo al sentirse “acompañado” por mi atención, reacciona aligerándose y fluyendo. ¿Hasta aquí puedes comenzar a distinguir entre conductas amorosas y autoindulgentes? Revisemos cuáles son las características de cada una: Autoindulgente: • Busca satisfacción inmediata. • Genera culpa. • Pasa por encima del bienestar real. 42 • No respeta límites. • Necesita conductas compensatorias. • Requiere pretextos. • Suele esconderse. • Te pone en riesgo. • Se realiza sin atención. • No asume consecuencias. • Es reactiva. Amorosa: • Busca satisfacción plena, aunque ésta requiera más trabajo y más tiempo. • Genera tranquilidad. • Busca el bienestar real. • Acepta los límites como una forma de respeto a sí mismo y hacia los demás. • Logra quedar satisfecho con el simple hecho de hacer lo que le corresponde y de tomar lo que necesita. • Encuentra razones. • Se muestra sin temor. • Mide las consecuencias y toma decisiones asertivas y seguras. • Entiende la atención como una forma de hacerse cargo de sí mismo. • Asume sus actos. • Es proactiva. Revisa cuáles de las acciones que has llevado a cabo el día de hoy son autoindulgentes y cuáles amorosas. Por ejemplo: hacer ejercicio es una manera amorosa de demostrarle a tu cuerpo que te importa; quedarte en tu cama acurrucada todos los días, aunque tiene tintes románticos de amor, puede ser un acto de agresión a tu salud mental y física. Al estar literalmente encima de tu pareja todo el día es probable que sobrepases su libertad, privacidad y espacio vital, lo cual se aleja bastante de una relación basada en el amor verdadero que confía y respeta. Dejar de comer durante muchas horas no le da a tu cuerpo el cuidado que requiere. Creo lo que creo Para que algo nuevo surja, algo nuevo debe morir, y para que muera, primero tengo que saber que está vivo. Adriana Esteva 43 Todos los seres humanos tenemos una incalculable capacidad de crear no sólo obras artísticas, artefactos, historias u obras literarias. Somos capaces de crear nuestra propia realidad. Todo lo que observamos y que ocurre fue antes pensado y concebido por alguna mente. Cada tienda, cada producto, cada empresa, cada combinación de colores, cada prenda, cada edificio… voltea en este momento a tu alrededor… Todo lo que ves, antes de estar en tu casa, en tu mesa, en tu cajón, en tus pies o en tu garaje, estuvo en la mente de alguien. Del mismo modo, cada relación, cada circunstancia, cada logro, cada tropiezo, cada comportamiento, cada encuentro, ha sido creado por ti mismo. Todo surge de un deseo, pero ¿sabes quiénes son las encargadas de darle dirección a ese deseo? ¡Las creencias! Caminamos por la vida guiados por las creencias que tenemos de cada cosa. Tú tienes todo el derecho de decir en este momento: “Si eso fuera cierto, ¿por qué no logro adelgazar si creo firmemente que eso me hará feliz?”. La respuesta es que esa es tu creencia aparente, pero detrás de ella seguramente hay otras mucho más profundas y ocultas que actúan con más fuerza. Por ejemplo: “Si demuestro que soy feliz, me pueden hacer daño”, “yo no merezco ser feliz”, “si soy delgada, corro peligro de desaparecer”, “si soy atractivo, puedo ser infiel”. Estas creencias, como te decía, no están “a la luz”, por eso ni cuenta nos damos que existen y eso es justamente lo que les da poder de actuar a su antojo. Vamos a reconocer aquí tres tipos de creencias: Infantiles. Son las que aprendimos desde nuestro entorno familiar, se relacionan con lo que nos fue dicho explícitamente: “Las penas con pan son menos”, “los hombres son malos”, “debería darte vergüenza ser tan coqueta”, “la ropa sucia se lava en casa”, “las mujeres no sirven para nada”, “ojalá por lo menos seas inteligente, a ver si así alguien te pela”, “las niñas bonitas son tontas”, “los hombres no lloran”, “las flacas parecen escobas”, “las mujeres sirven para adornar a un hombre”, “el dinero corrompe a las personas”, “ si no comes, te vas a poner flaca y fea”, “eres un fracasado”, “todo te pasa”, “siempre te equivocas”, “deberías sentirte mal por lo que haces”, “Dios te va a castigar”, “la vida es para sufrir”, “no sueñes demasiado”, “aquí no se llora”, “llorar es de cobardes”, “la mesa siempre tiene que estar perfecta para cuando llegue tu papá”, “a los hombres se les conquista por el estómago”, “nadie se levanta de la mesa hasta que tu hermano termine”. O de forma implícita, es decir que aunque no se decía con palabras, sí con acciones o actitudes que nuestras percepciones fueron descifrando: “Mis papás siempre se muestran decepcionados por lo que hago”, “decir la verdad es peligroso”, “si digo lo que siento, me regañan”, “debo sufrir igual que mi papá”, “mi papá dejó a mi mamá por mi 44 culpa”, “soy un accidente”, “no debí haber nacido”, “tengo que hacerme cargo de la casa ahora que papá se fue”, “si me porto mal, me dejan de querer”, “si pienso diferente a mis padres, me van a abandonar”, “mis papás esperan que yo sea la oveja negra”, “mi única forma de sobrevivir es peleando con todos”, “la vida es muy dura”. Autoimpuestas. Pueden estar muy ligadas a las infantiles y se van fortaleciendo según las experiencias de vida que se van teniendo: “No vuelvo a amar”, “todos me decepcionan”, “no se puede confiar en la gente”, “si soy delgada, podré ser feliz”, “tengo que ser el mejor en todo”, “no me puedo caer nunca”, “no puedo ser débil”, “nunca logro lo que me propongo”, “todos abusan de mí”, “yo no merezco”, “todo me da miedo”, “soy pésima en todo”, “jamás podré aprender a esquiar”, “soy pésima para las matemáticas”, “siempre me autosaboteo”, “la mejor defensa es el ataque”, “antes muerta que sencilla”. Relacionadas. Son creencias que nos convencen de que lo que les pasa a los demás es por nuestra culpa: “Por tus saliditas en la noche, tu papá no pega los ojos y le va a acabar dando un infarto”, “por ser tan bonita, yo soy tan celoso”, “cuando por fin cambies y sientes cabeza, podré ser feliz”, “por cuidarte, tuve que abandonar mis sueños”, “si no te haces cargo de tus hermanos, vas a quitarles la oportunidad de ser felices”. Haz una lista de las creencias que había en tu familia, muchas de ellas a lo mejor se manifestaban a través de “dichos” que pueden hasta sonar divertidos pero que sin darnos cuenta se quedaron “tatuados” en nuestra mente. Recuerda qué te decían, qué era permitido, qué no, qué era bien visto, qué tradiciones se seguían, etc. Una vez que hayas terminado: Revisa una por una. Observa qué sensación te causa leerla. Deja que vengan recuerdos. Regresa a tu situación actual, aquí, ahora. Hazte consciente de si esa creencia afecta algún aspecto de tu vida actual. Si es así, describe de qué forma lo afecta. Habita las sensaciones que aparecen en este punto del ejercicio. Decide si esa creencia contribuye a que te sientas bien y logres lo que deseas. Si no es así, modifícala de manera que ahora tenga una “vibración” y mensaje positivos: “Yo puedo salir y hacerme responsable de mí sin hacerle daño a nadie”, “merezco ser feliz”, “puedo serme fiel a mí mismo”, “soy capaz de lograr mis sueños y aun así pertenecer a mi familia”, “es seguro para mí ser delgado y atractivo”, “cada quien es responsable de su propio bienestar”. 45 Ya que tengas tus nuevas creencias, repítelas constantemente, escríbelas, haz a lo mejor un cuadro que las incluya. La idea es que comiencen a operar ahora en ti del mismo modo que operaban las anteriores. Para poder “descubrir” las creencias que operan en nosotros, es muy importante que estemos muy en contacto con lo que sentimos y que seamos con la práctica capaces de hacer descripciones lo más detalladas posibles de lo que nos ocurre. Si no entro en contacto con lo que siento y en lugar de habitarme, salgo corriendo a comer, me pierdo la oportunidad de averiguarqué creencia está apareciendo. Por ejemplo, si prefiero comer para no darme cuenta que estoy sumamente decepcionada porque mi mejor amiga acaba de excluirme de su plan del fin de semana, no puedo revisar si ese hecho y el que yo me sienta tan decepcionada puede estar conectado con alguna creencia oculta como “la gente nunca me toma en cuenta para sus planes porque soy poca cosa”. Cuando puedo llegar a esta parte, entonces puedo revisar si es cierto, en primer lugar, si en verdad soy poca cosa (nadie es poca cosa, primero, porque no somos cosas y, segundo, porque formamos parte de un plan divino y enorme). Segundo, si es verdad que toda la gente deja de tomarme en cuenta, (¿Eso es verdad o es que tú mismo no te tomas en cuenta y estas más pendiente de lo que piensan o hacen los demás que de tus propias necesidades? Y si es real que toda la gente NUNCA te toma en cuenta o solamente tu mejor amiga, que probablemente no lo hizo porque el plan que va a hacer no te gusta, o quiere estar sola, o le da pena decirte, etc.) ¿Si te das cuenta? Al ser claros con lo que nos ocurre, podemos “pasarle báscula” a las creencias e ir liberándonos. Imagina que tu creencia es que todas las personas son agresivas y te quieren hacer daño. Seguramente vivirás a la defensiva, escondiéndote, privándote de hacer lo que deseas por miedo a que eso te ponga en peligro, no teniendo relaciones o siendo sumamente desconfiado, esperando a ver a qué hora te lastiman. Y como a esa creencia le estarás dando tanto poder porque en verdad para ti es cierta y, como decía en líneas anteriores, nuestra mente crea lo que cree, pues es muy probable que se materialicen en tu vida experiencias que te confirmen que la gente es agresiva y te hace daño. Marielena, una simpatiquísima mujer dicharachera que asistió al taller, Comiéndome mis emociones, que imparto, se presentó ante el grupo diciendo: “Yo soy un accidente y no debí nacer”. Lo dijo en un tono tan gracioso que todos rieron divertidos… Yo me le quedé viendo y le pregunté: “Hermosa, ¿qué se siente creer que eres un accidente y que no debiste nacer?”. Al principio siguió riendo nerviosa, llenándonos los oídos de más frases burlonas hacia ella… Yo permanecí en silencio y le volví a hacer la pregunta. Paró el parloteo y con lágrimas en los ojos me dijo que nunca se había detenido a escuchar lo cruel que es decir eso. Se dio cuenta que esa creencia la hace actuar descuidada, no merecedora, derrotista, saboteadora… Ahora que lo hace consciente, entiende muchas cosas que aparentemente no hacían congruencia con su “deseo” de adelgazar, de ser 46 feliz, exitosa y plena. ¿Te das cuenta? Una creencia bloqueaba sus deseos, afortunadamente y como dice Marianne Williamson, “un instante de verdad acaba con mil años de mentira”. Y aprovechando el tema de las creencias, es hora de traer a la mesa las que tengan que ver con tu manera de comer, para lo cual te invito a que describas cómo era la hora o el momento de comer en tu casa en tu niñez. ¿Qué recuerdas? ¿Era un momento de convivencia? ¿Eran bastos los platos que se servían? ¿Era un momento ruidoso o silencioso? ¿Lo hacías en soledad? ¿Cada quien por su lado? ¿Había discusiones? ¿Se le daba importancia? ¿Te sentías observado? ¿Había muy poco? ¿Tenías que pelear por que te sirvieran o te escucharan? ¿Te obligaban a acabarte todo lo que había en el plato? Date unos momentos para revisar lo que acabas de escribir y hazte consciente, es decir, pon atención a las sensaciones que aparezcan en ti mientras lo haces. ¿Te sientes asustado, deprimido, nostálgico, oprimido, enojado, incómodo…? Ahora revisa si eso que ocurría cuando eras pequeño, tiene algo que ver con la manera en la que comes ahora. Te comparto algunas historias y de qué se dieron cuenta quienes las cuentan: Sofía no entiende por qué tiene tanta compulsión por el queso, es un alimento que sólo se permite comer cuando se da atracones, le causa una culpa tremenda comerlo y un enojo enorme no poderlo comer. Cuando le pido que me cuente su historia con el queso, cambia su semblante y narra que cuando era pequeña era muy criticada por ser “gordita” y juzgada por estar siempre tan hambrienta y no poder parar de comer. Decidieron en su casa colocar el queso dentro de una caja con candado para que ella no pudiera tener acceso a él. Era la única de su familia que no tenía llave porque según le hacían saber, no se podía confiar en ella. “Abría el refri y no sólo el queso estaba enjaulado, la bolsa de las manzanas decía: somos ocho, al igual que las peras y toda la fruta; en la alacena ocurría lo mismo, la cajeta tenía marcado en el bote la fecha y la cantidad que quedaba. ¡Todo esto para que yo no pudiera comerlo! Me sentía impotente, enojada conmigo, con Dios y con la vida por haberme hecho así y no ser como los demás. Yo pedía dos cosas: tener fortaleza para soportar lo que me decía o me hacía mi mamá y mis hermanos, para que se me resbalara, y que les callara la boca. Como nada de eso sucedió, concluí que Dios no existía. Seguía sintiendo la necesidad de comer y enojada me pegaba contra la pared por no contener mi deseo de comer; me golpeaba con las manos en la cabeza esperando que algo se sacudiera y se me quitara el deseo. Después de llorar un rato, se me pasaba. El problema era que al otro día o a los dos o tres era lo mismo otra vez. Hace poco toqué el tema con mi papá y le pregunté si no se daba cuenta de lo que 47 pasaba, y me dijo que sí, pero que nunca se imaginó que mi mamá lo hiciera por mí. De ahí se desató en mí un enojo muy fuerte contra él cuando confirmé que había estado desprotegida emocionalmente por él”. ¿Cómo se siente una niña ante eso? Obviamente enojada, frustrada, desconfiada, avergonzada, asustada, triste y claro… ¡Incontrolablemente deseosa de comerse el queso! Deseosa y necesitada de confiar en ella, de decirles lo excluida y lastimada que la hace sentir que la “enjaulen”. Hay mucha similitud entre lo que sentía en ese momento y lo que siente ahora en relación no sólo al queso, sino a su cuerpo y su vida. No confía en ella ni en los demás, está constantemente temerosa de sus decisiones, se enoja y está en pleito a muerte con su hambre, que para ella es el enemigo mortal, como se lo hicieron creer en su casa. En una de las muchas reflexiones a las que ha llegado a partir de observar su manera de comer y las creencias y sentimientos que hay ligados a ésta, Sofía se dio cuenta que mucho de su constante mal humor se debía a que siempre está hambrienta porque siempre ha estado a dieta. Y es que para ella, en su creencia, no estaba permitido comer lo que quería ni decir lo que necesitaba porque eso la ponía en la “celda de castigos”. Hoy, Sofía ha iniciado un valiente proceso para recuperar “las llaves” que le fueron arrebatadas: la de la confianza, del deseo, del merecimiento, del poder, de la felicidad… Está comenzando a aceptar que es una mujer sumamente atractiva, hermosa y valiente que no necesita estar a la defensiva ni comparándose con los demás. ¡Está recuperando su propia medida! “En casa no importaba la hora de la comida, dice Norma, de 34 años, cada quien comía lo que podía. Era tanta la soledad y el silencio de mi casa que aprendí a silenciar también mi hambre. Hoy como cualquier cosa, me es casi imposible sentarme a comer, me desespero, y eso me ha traído muchos problemas porque sufro cada vez que alguien me invita a comer, invento tantos pretextos que ya me he alejado de las personas. Y ahora también me doy cuenta que cada vez me importa menos cómo me visto, cómo me veo, de todas formas a nadie le importo”. Cuando Norma compartió su historia, sentí que se me apachurraba el corazón y mi primer impulso fue quererla abrazar y decirle que claro que era importante; se veía tan indefensa, tan frágil, que vi perfectamente a esa niña alimentando la creencia de que no es importante. El valor de la intención ¿Te has escuchado decir “no sé por qué se enojó tanto mi amiga cuando le dije que su 48 nuevo novio no le convenía, si se lo comenté con la mejorintención”? Cuando recibimos una crítica de alguien, se disparan varias de nuestras alertas y defensas porque nos asustamos, no sabemos cómo reaccionar, pero también porque en el fondo recibimos la energía de la verdadera intención de esa persona. Si alguien toma “agresivo” algún comentario nuestro, es porque de algún modo hubo agresión en la intención oculta (o no tan oculta) de éste. La naturaleza de nuestras acciones, comentarios, palabras, planteamientos y deseos, se mantiene viva aun cuando intentemos enmascararla. La próxima vez que te escuches diciendo la frase: “No era mi intención” o “mi intención era sólo ayudar”, pregúntate si honestamente eso es verdad. Estar absolutamente convencidos de nuestra intención nos libera de culpas, de desgastantes explicaciones y de la penosa necesidad de estar tratando de probar nuestra “inocencia”. Todo se vale, siempre y cuando se asuma. Si de verdad necesitas desquitarte y soltar una palabra de esas que queman, pues hazlo, nada más que responsabilízate de la consecuencia y no te engañes ni engañes a la otra persona con tu cara de ¿qué dije? Hace poco tiempo, una tía mía enfermó de cáncer. Tuve que hacer un gran esfuerzo por irla a visitar porque mi relación con ella no era muy cercana. Me forcé y lo hice más por mi papá que por ella y por mí. Vaya sorpresa me llevé cuando la visita se convirtió en dos horas de halagos continuos a mi trabajo, mi apariencia, mi inteligencia, mis habilidades de dar terapia energética, mi valentía y bla, bla bla… Salí feliz y yo misma me convencí de que mi tía me necesitaba cerca todos los días, así es que decidí acompañarla lo más que podía. Un día, no hubo halagos y me mencionó que mi hermano era la mejor compañía que había tenido, que yo era “buena”, pero no le llegaba a él ni a los talones. ¿Qué? ¿Entonces yo ya no era necesaria, ni inteligente ni salvadora ni ejemplar? Bueno, en ese momento quería salir corriendo de ahí porque ya no sabía entonces de qué servía mi presencia. No sabía cómo comportarme siendo simplemente una visita. No me pude ir porque me había comprometido a quedarme mientras su hija regresaba de la tienda. Pero en cuanto llegó, me fui y no regresé a verla nunca más. Me tardé unos días en atreverme a revisar qué me había pasado y entendí que aunque mi discurso decía muy convincente que ella me necesitaba y por eso yo iba, resulta que era al revés, yo necesitaba de su aceptación, validación, y mi ego estaba realizado escuchando lo maravillosa que soy. Mi intención era muy diferente a la que se veía a simple vista. Darme cuenta me hizo confrontar una vez más que tenemos una increíble capacidad de engañarnos, ¡incluso a nosotros mismos! Esto es verdaderamente importante de revisar porque la energía se manifiesta según la intención. Podemos decir convencidas que queremos estar delgadas y en el fondo nuestra verdadera intención es no arriesgarnos a una relación. Por más dietas, masajes, ayunos y ejercicio que hagamos, no vamos a lograr el objetivo porque la intención oculta 49 es más poderosa. ¿Y sabes por qué es tan poderosa? Porque no la tenemos presente, porque actúa sin que nos demos cuenta que está actuando. Jimena me cuenta indignada que su novio se enojó “sin razón” con ella porque le confesó que alguien le había hecho una insinuación sexual. Su argumento era que cómo podía enojarse cuando lo único que hizo fue ser sincera con él, tal y como lo habían acordado desde el principio de su relación. “Adri, de verdad no lo entiendo, mi intención era ser honesta con él, porque la honestidad es la base de una buena relación”. Cuando le pregunté en qué momento se lo había dicho, me comentó que durante un encuentro romántico sexual. —¿Y por qué la agresión? —le pregunté. Se me quedó mirando con los ojos muy abiertos. —¿Qué agresión?— me contestó, incluso indignada. Decirle a tu novio, en pleno acto sexual que alguien más se te “insinuó” es un golpe bastante bajo, es un momento sumamente vulnerable. Le volví a cuestionar cuál había sido su verdadera intención, y después de repetir varias veces “la honestidad”, al verse “expuesta” por mis preguntas, por fin contestó: —La verdad es que estaba furiosa con él y quería hacerlo enojar y que sintiera lo que yo siento con su indiferencia. ¡Ah! Eso es muy diferente a decir que lo hacía por honesta; y no es que sea pecado que lo haya hecho por enojo y venganza, simplemente que su verdadera necesidad, la de ser respetada, presente y amada por él, estaba lejos de ser satisfecha a medida que no la reconociera y actuara en congruencia. Muy diferente sería una plática en un momento tranquilo en la que ella pudiera expresarle realmente lo que le ocurría, e inclusive podría haberle mencionado la insinuación del otro hombre, pero en otro contexto y con otro sentido. Te invito a que te preguntes en este momento cuál es la verdadera intención que tienes al estar leyendo este libro. Es un simple ejercicio para que comiences a “desnudar” a ese “diablito” que te hace maldades y te “sabotea”. Una de las frases que más escucho en mis talleres es: “No entiendo por qué me autosaboteo”. Es inconcebible pensar que una parte de nosotros, sabiendo lo que en realidad deseamos y lo mucho que trabajamos para lograrlo, nos ponga el pie, ¿verdad? Bueno, pues eso que nos pone el pie no son más que nuestra intención oculta y nuestras creencias. Ya hablamos de la intención y ahora toca el turno de continuar con el tema de las famosísimas creencias. ¿Sabes qué es una creencia? Fíjate que simple: es un pensamiento al cual hemos estado apegados. Ah, pero cómo pesan en nuestra vida, nuestras decisiones, nuestros dolores y realidades. Las creencias forman parte de nuestro marco moral de referencia. Este marco está formado por lo que se espera de nosotros por parte de la sociedad en que vivimos, de nuestra familia y finalmente de las reglas y expectativas que ponemos en nosotros mismos. Hay creencias que se formaron desde que éramos pequeños, en el núcleo familiar, y 50 que pueden haber sido explícitas como la que le dijo su padre a Virginia: “Las mujeres bonitas no sirven para nada”. Sin darse cuenta del efecto tremendo que esta creencia tenía en el desarrollo de su vida y sus relaciones, Virginia creció siendo sumamente agresiva, desarreglada, incapaz de mostrarse sensible y relacionándose con parejas débiles a las que podía dominar con su “inteligencia”. Todo esto a costos carísimos para su salud, su autoestima, su espalda, sus hijos y, en general, para su vida. Cada vez que lograba bajar de peso y se sentía bonita, su alarma se disparaba. ¡Estaba desafiando una creencia! Hay otras que son implícitas, es decir, nadie nos las dijo, pero nosotros las asumimos, por ejemplo, la que descubrió Ariela, cuando después de todo un trabajo, se dio cuenta que ella creía que “si era feliz, le fallaba a su madre”. Todo comenzó cuando compartió en el grupo de apoyo que cada vez que lograba algo bueno en su vida, sentía que no lo merecía y hacía todo lo posible para rechazarlo. Esto le había ocurrido recientemente, cuando se inscribió en un reto propuesto por el gimnasio al que acudía. A lo largo de un mes fue quien mostró más constancia, compromiso y resultados. A pesar de lo bien que se sentía de hacer ejercicio, es decir, a pesar de experimentar los beneficios de sentirse sana sumado al reconocimiento externo por su dedicación, Ariela comenzó a comer compulsivamente y ganó rápidamente parte del peso que había perdido. Le pregunté a quién traicionaba si tenía éxito. Y rompiendo en llanto logró hacer una reflexión muy reveladora: Mi madre siempre me ha dicho que yo no soy capaz de lograr nada y en cuanto nota que voy bien, no sólo invalida mis logros, sino que me recuerda lo mal que ella se siente, lo enferma que está y lo mucho que necesita que yo esté a su lado para cuidarla. Si llego tarde por ir al gimnasio, me recrimina diciéndome que soy muy egoísta al no pensar que ella está sola. Y esto no sólo es hoy que tengo 35 años, ha sido desde que soy pequeña. Me exigía cuidar de mis hermanosy atender a mi papá, porque decía que estaba cansada y que yo como tenía más energía debía hacerlo por ella. Recuerdo que si me ponía a jugar tenía que ser a escondidas, porque si mi mamá me descubría, me reclamaba por estar perdiendo el tiempo en tonterías, en lugar de ayudar a mis hermanos a hacer la tarea”. Después de tocar el dolor que le producía ese “descubrimiento” que hoy la ubicaba con mucha más claridad en esta necesidad aparentemente inexplicable de autosabotearse, le hice saber que la creencia de “si soy feliz, le fallo a mi madre” es sólo eso, una creencia que ha operado por muchos años, pero que una vez descubierta, pierde parte de su eficacia y puede ser reemplazada por una realidad mucho más acorde a sus necesidades. Cuando una creencia ha funcionado por tanto tiempo deja “surcos” en nuestra mente y en nuestra vivencia, por eso es necesario cubrirlos con una nueva “programación”. En el caso de Virginia, la frase que le hizo resonancia y que atiende de manera más amorosa y congruente a lo que ella desea de su vida en ese aspecto es: “Soy una mujer hermosa e inteligente, capaz de pedir ayuda cuando lo necesita”, junto con esta otra: “Mi inteligencia y mi belleza conviven y se integran perfectamente en congruencia con lo que soy y deseo”. 51 Para reprogramar la creencia de Ariela, las frases que hoy comienzan a habitar en su nueva conciencia son: “Puedo triunfar y agradarme a mí misma” y “puedo fallar a las expectativas que tiene mi madre acerca de mí y aun así seguirla amando”. Nada más el hecho de leerlas en voz alta generó en ella una sensación de liberación, incluso quienes estábamos presentes pudimos escuchar un gran suspiro… Éste es sólo el principio del trabajo, porque las creencias más arraigadas van a buscar recuperar y mantener su lugar a toda costa, no en vano han estado ahí por tanto tiempo, así es que no te asustes si se ponen “intensas”. Al cursar cada grado en la escuela, los niños van teniendo diferentes materiales de apoyo, como libros, visitas a museos, actividades manuales, pláticas, ejercicios, etc., buscando que estos se encuentren en congruencia con lo que van aprendiendo. Cuando pasan de grado, cambian de libros, cuadernos, actividades, etc. Sin embargo, si el profesor de tercer grado se encuentra con que algún alumno no tiene desarrollada cierta habilidad o dominado cierto conocimiento, es natural que le pida al pequeño en cuestión que revise su libros del curso pasado para darle una repasada y poder asimilar la nueva información. ¡Lo mismo ocurre en la escuela de la vida! Conforme vamos “cursándola” se nos dan las experiencias, encuentros, desencuentros, caídas, mensajes y vivencias que requerimos acorde a lo que estemos aprendiendo, así es que conforme avances en la revisión y replanteamiento de creencias, te darás cuenta, si estás atento, que ocurrirán situaciones que a lo mejor te asustan, sorprenden o enojan y que de principio quizá no entiendas. Si esto ocurre, felicítate, porque quiere decir que estás subiendo de grado y está llegando lo que necesitas para trabajar en ese aspecto de tu vida en particular. Si sientes que estás retrocediendo, y que una vez más estás enfrascado en el mismo “rollo” que te ha afectado una y otra vez, piensa que es muy probable que la vida te esté dando la oportunidad de sacarle más jugo a esa situación porque eso que aprendas esta vez, aunque sea la milésima ocasión que pasas por ahí, seguro será de provecho para experiencias nuevas que están por venir. Hay varias formas de comenzar a reconocer creencias: Volviendo la mirada hacia atrás Haz una lista de todas esas cosas que se decían en tu casa, que decían tus papás, tíos, maestros, abuelos, sacerdotes, líderes, amigos, programas de televisión, etc., que se hayan quedado en tu memoria. A lo mejor puedes reconocer estas creencias en forma de dichos o incluso bromas o frases chistosas. Por ejemplo: “No seas coqueta porque los hombres son muy malos”. 52 “Las cosas buenas duran poco”. “Todo en la vida es difícil”. “La vida no tiene sentido”. “Ponerse sensible es una ridiculez”. “Las mujeres sólo sirven en su casa”. “Nunca te enamores de una mujer independente”. “Los hombres sólo sirven para traer dinero a la casa”. “Los hombres son unos inútiles”. “Antes muerta que salir de casa sin tacones”. “Calladita te ves más bonita”. “Los hombres no lloran”. “Confórmate con lo que tienes”. “Antes di que alguien se interesó en ti”. Una vez que las hayas escrito, vuelve a leerlas y pon mucha atención a las sensaciones que aparecen en ti mientras lo haces. Detente en las que te causen mayor incomodidad, porque es muy probable que sean las que más están actuando en ti. El “debo” y el “tengo” Estas dos palabras son claves maravillosas que nos indican que estamos cerca de una creencia, porque lo más probable es que su presencia antecede a alguna de ellas. En “debí saber qué contestarle a mi hija” la creencia que puede estar actuando es “yo debería tener siempre las respuestas adecuadas” y ¿qué crees? ¡Esto no es verdad! Es una creencia que decidiste hacer tuya y seguramente te dejará continuamente agotado, defraudado, insatisfecho, frustrado, etc. ¡Imagínate la presión de tener que saber siempre exactamente qué decir ¡Es muy diferente pensar “respondo de la mejor manera que puedo y trabajo en ser lo más asertivo posible en congruencia con las herramientas que tengo”. La mayoría de las frustraciones y decepciones que nos ocurren tienen su origen en los “debo”. Te lo explico: Si piensas que tu novio “debe” llamar tres veces al día porque es lo que los novios hacen, es muy probable que si te llama solamente dos, tú te sientas enojada, decepcionada e incluso desconfiada. Pero imagina que no existiera el “debiera” de llamarte tres veces al día; entonces simplemente disfrutarías de sus llamadas. Suena sencillo y de verdad lo es, lo que lo hace complejo es que nos aterra desapegarnos de los “debo” y arriesgarnos a los “es”. Aquí aplica una frase maravillosa: “Es lo que hay”, es decir, acepto la realidad y recibo con ello la bendición de elegir las opciones que se abren ante ella; no ante el debería, que dicho sea de paso… No nos va a llevar a lugares muy agradables. 53 La incomodidad Sentir incomodidad ante algo que nos ocurre o ante algo que no nos ocurre, también es una forma de “desenmascarar” creencias. ¿Cómo? Bueno, pues resulta que la mayoría de las veces que esto ocurre es porque estamos actuando contra alguna de ellas. A medida que nos volvemos asertivos, es decir, a medida que desarrollamos la habilidad de nombrar con “nombre y apellido” lo que nos acontece, más fácil nos será reconocer la creencia y trabajar en ella. Lograrlo implica hacer todo un trabajo de identificación, primero, de sensaciones, para reconocer que algo nos está alterando, luego, de valor para habitar esa sensación incómoda sin escapar de ella con comida, y de honestidad para no “vernos la cara” a nosotros mismos con frases como: “Es imposible que yo sienta celos de mi amiga”, “nunca pensaría que no merezco el amor de los demás”, “qué cansado, mejor me distraigo viendo la tele”. Finalmente, hay que tener la paciencia necesaria para encontrar la definición que verdaderamente sea acorde con lo que siento, pienso y necesito. En este proceso ayuda mucho aceptar, no porque seamos unos santos, sino porque no sirve de nada culpar a los demás, ni a las circunstancias ni a la comida ni a la gordura ni a nuestra infancia ni a nosotros. La forma en la que decimos las cosas marca la forma en la que nos acercamos o nos alejamos a la verdadera creencia; por ejemplo, si yo digo “tú tienes la culpa de mi depresión por haberme abandonado”, la creencia aquí sería: “El otro tiene el poder de deprimirme”. Es muy diferente decir: “El hecho de que te alejaras disparó en mí botones que si no soy capaz de verlos y manejarlos, pueden llevarme a experimentar un estado depresivo”. Plantearlo de esta manera abre la posibilidad de hacer algo para salir de ese estado y moverme de lugar, amplía el margen de opciones, para llegara un pensamiento motivador como: “Me hago cargo de mis estados depresivos a medida que comprenda mis creencias y heridas en relación al abandono, para lo cual, si es necesario, puedo pedir ayuda. ¿Cómo te hace sentir verlo de esta manera? ¿Es tranquilizador?, ¿angustiante?, ¿liberador?, ¿sanador?, ¿esperanzador? ¿Te da dolor de estómago? ¿Te permitió respirar con mayor libertad? Te invito a que a través de reconocer lo que sientes, comiences a practicar la atención en ti. Algunas creencias profundas se ven reflejadas en los siguientes temas: Lo que sabe bien no es para mí Después de años de hacer dietas y privarme de cosas ricas, no sólo de comer, sino también de tocar, de probar, de escuchar, de tener éxito, de ver, de sentir, de decir, de obtener, se configuró en mi sistema la creencia de que “lo que sabe bien no es para mí”. De algún modo aprendí que para que las dietas, al igual que la vida, funcionaran era 54 necesario que los alimentos me supieran mal, desabridos, sin chiste. Si disfrutaba lo que estaba comiendo, se disparaba en mi interior una alarma que decía: ¡peligro! ¡Algo debe de estar mal! ¡Vas por mal camino! Antes de hacer esta conexión y este descubrimiento no entendía por qué yo me sentía mal cada vez que ocurrían cosas lindas en mi vida; los buenos sabores de un beso, de una mirada, de una plática entrañable, contenían siempre el sabor amargo del “pecado” de la “traición”, la “falla”. De hecho, cuando ocurrían cosas hermosas en mi vida, no sabía qué hacer con ellas, si tirarlas, guardarlas, esconderlas, regalarlas… Hoy he aprendido poco a poco a recibirlas, apreciarlas y habitarlas. Como ya lo he comentado, lograr cambiar una creencia no ocurre de un día al otro, requiere primero descubrirla, después tener la voluntad de cambiarla y posteriormente un camino de constancia para convencerte con hechos de que ya no deseas que opere en ti. El primer paso que di en torno a esta creencia fue cambiarla por algo mucho más amoroso como: “Yo tengo derecho a llenarme de todo tipo de sabores, merezco disfrutar del éxito, de las cosas deliciosa de la vida y decidir a qué quiero que me sepa el mundo”. Esta afirmación la repito constantemente, y cuando la inercia me lleva a mis dramas habituales de: “Yo no puedo tener lo que quiero, eso no es para mí, etc.”, me freno y aterrizo en mi nueva realidad. El segundo paso ha sido procurarme sabores deliciosos en todo sentido, desde la comida hasta las caricias, me gusta escuchar música que me haga vibrar, me dejo seducir por un atardecer, por los olores de un amanecer, me doy espacios de ejercicio, meditación, descanso, risas, terapias y con la compañía de personas que le dan esa diversidad de vivencias a mi vida. Duele más amar que comer Hablando de creencias, te comparto ésta que salió a la luz durante una sesión del grupo de apoyo que dirijo: “Duele más amar que comer”. Sonia estaba narrando varios episodios de su vida con la comida, cuando uno de ellos la hizo contactar con mucho dolor. Recordó que su madre la restringió seriamente a comer lo que quería porque por gorda no lo merecía y cuando alguien le daba algo de comer, ella sentía que la amaban. Firmemente afirmó: “Si alguien me da comida, significa que me quiere” y prefiero recibir el amor de la comida que de las personas porque comer me lastima menos. ¡Uf! Se hizo un silencio en el salón y Sonia junto con las otras personas que compartían ese día la sesión comenzaron a llorar. Yo no lo hice porque estaba en papel de facilitadora, pero mi corazón se estrujó y la frase resonó en mi cabeza por varios días. ¡Claro! Nos hemos convencido de que si el amor llega a través de la comida, en lugar del contacto directo con la persona, se hace un “puente” que protege de sentir la vulnerabilidad que sugiere dejarnos “tocar” por el otro. Amar puede ser el acto más “riesgoso” al que se expone el ser humano; amar con toda la conciencia implica salir de nosotros para instalarnos en un espacio que nos genera 55 riesgos, el de necesitar al otro, de dejar de vernos, de espejearnos tanto en el otro que nos asustemos, significa bajar las defensas y aceptar que la presencia del otro reviva nuestras heridas. Creo que muchas veces elegimos de mil maneras no amar por el miedo al dolor, renunciamos a él por el gran miedo a perder. Sonia prefería comerse a la comida que comerse la responsabilidad de verse afectada y afectar la vida de alguien más al atreverse a amar; sobra decir que “culpando” a los kilos de más no ha tenido una pareja estable. La experiencia de “amar” que se creó basada en la relación con sus padres le hizo creer que no era suficiente como era y esa misma premisa la ha aplicado en su relación con ella misma y con los demás. Creo que de manera profunda e inconsciente buscamos pertenecer a los espacios conocidos creados por nuestros padres, en donde desarrollamos nuestro sentido de identidad, si el mensaje que recibimos es “para ser igual a ti hago conmigo lo mismo que hiciste conmigo”. Te voy a contar una historia. Decidí como reto personal y crecimiento para mi alma trabajar con personas en situación de calle y vulnerabilidad. Conocí a una pequeña de 12 años que a mi vista tenía una mirada inocente y a quien pensé que podría salvarla y sacarla de esa vida tan miserable que incluía drogas, prostitución, frío, hambre, abuso, maltrato, suciedad y mucho más. Averigüé con personas que sabían dónde la podían aceptar y me hablaron de la posibilidad de llevarla a un espacio sumamente cuidado y hermoso en el que podría tener una vida con más oportunidades. Cuando se le propuso, se negó rotundamente y yo al principio lloré mucho, me enojé e incluso me alejé de ella. Después me abrí a la posibilidad de entender que a ella la abandonó ahí su madre, quien también era adicta y vivía en situación de calle… ¿Será que para esta pequeña, salir de esa porquería mata la esperanza de que su madre la encuentre, si es que regresa a buscarla? ¿Será que literalmente prefiere vivir embarrada de “mierda” para oler igual que su madre y que si ésta regresa, la reconozca? Vivir limpia en un ambiente adecuado la aleja de lo que conoce como única posibilidad de amor. Éste es un ejemplo duro, pero que creo ilustra mi postulado de que somos capaces de vivir en la miseria, suciedad y dolor con tal de ser “encontrados” por nuestros padres. También me permite pensar que si no conocemos algo mejor, es difícil que nos arriesguemos a buscarlo y dejar lo que tenemos. Hemos confundido el amor con pertenencia, aceptación, vínculo, necesidad, posesión e incluso con dolor y maltrato. Lo percibimos más con un asunto de apego y éste causa dolor porque nos convence de que el otro debe depender de nosotros, hacer lo que queremos y darnos lo que necesitamos. Creo que el amor va mucho más allá, tiene que ver con la aceptación de dos seres completos que se conectan desde la necesidad de transformarse a através de la relación. Alguna vez escuché que la mayor evolución que logramos como personas se da en las relaciones con los demás, en especial en la relación de pareja, en donde requerimos dejarnos “tocar” por el otro para encontrar la vía para 56 tocarnos nosotros mismos. Vernos en el ojo de una pareja enamora, pero también asusta; asusta ver en esos ojos parte de nosotros que no queremos ver. Es increíble cómo llegan a nosotros las personas exactas para cada momento de evolución de nuestra alma. ¡Por eso da tanto miedo! ¡Porque entre más intimamos con la otra persona, más initimamos con nosotros mismos! • ¿Tú consideras que te amas? • ¿Te aceptas incondicionalmente? • ¿Buscas lo mejor para ti? • ¿Haces cosas que te den bienestar? • ¿Te comprendes? • ¿Estás abierto a reconocer tus debilidades y aspectos negativos para poder transformarlos? Amarnos conscientemente es un maravilloso comienzo para trabajar en la relación con el otro. 57 58 59 60 Soy yo con o sin En el marco de aprendizaje que hemos tenido, no pocos somos los que creemos ciegamente que valemos por los kilos que perdemos, por lo acinturadas queestamos, por lo bien cuidado que tenemos el cabello, por lo altos, exitosos, fuertes o poderosos que seamos. Esto hace que pongamos demasiada atención en atender estos aspectos con la esperanza de que si los mantenemos controlados y perfectos, no tendremos que modificar el interior. Es más, a veces ni tomamos conciencia que hay cuestiones que trabajar que no son las obvias. Y ocurre que al poner nuestra valía y nuestra estructura en lo aparente, material y externo, cuando algo de esto se altera o falta, nos desmoronamos. Un ejemplo muy claro me lo compartió una gran amiga cuando impartimos juntas un taller de manejo de estrés, en el que nos hizo notar que aun cuando todos vivimos la caída de las Torres Gemelas de Nueva York, la reacción de cada persona fue distinta. Especialmente para quienes lo presenciaron, ocurrieron cosas diferentes: hubo quienes sin tener conocimientos médicos salvaron vidas y curaron heridas, también quienes se mantuvieron alerta y resolviendo, otros se quedaron literalmente paralizados, otros se quitaron la vida, muchos más perdieron la razón. Uno de los factores que marcaron sus reacciones fue el nivel de estructura interna de cada uno; quienes la tenían fincada en el exterior se desmoronaron al ver que esa gran estructura, simbolizada por las torres, se desplomaba. Por el contrario, quienes contaban con la suficiente construcción interna, no es que no les impactara el hecho, sino que encontraron elementos en su interior para rearmarse. Uno de los miedos ocultos que he encontrado común entre quienes acompaño en el proceso de reconectarse a través de su relación con la comida es la creencia profunda de que serán personas diferentes cuando bajen de peso. Cuando revisamos sus fantasías acerca de ser delgados, muchos se encuentran a sí mismos soberbios, incapaces de saberse detener ante sus impulsos sexuales, desbordados, carentes de sensibilidad, etc. Es como si tuvieran que despedirse de los aspectos de su personalidad que se desarrollaron mientras se mantuvieron con sobrepeso. Es curioso que en este estado se encuentran con que son más compasivos, empáticos, contenidos, serenos y prudentes. ¿Esto a qué nos lleva? A que sea en muchas ocasiones aterrador estar delgados, porque inconscientemente sienten que van a perder una parte importante de ellos. Como todos esos miedos y percepciones son meras creencias y fantasías, la forma de retomarlas y redirigirlas es reforzar la parte de nosotros que es nuestra “columna vertebral”, nuestro Yo real, eso que somos más allá del peso, del dinero, de nuestras relaciones, empleo, color. Curiosamente, no es común que estemos en contacto con lo 61 que en verdad somos porque aprendimos a ser en relación a lo que se espera de nosotros, lo que pensamos que esperan de nosotros, lo que nos han dicho que debemos esperar de nosotros, lo que es aceptado, lo que nos da pertenencia, lo que “está bien” o también nos ponemos máscaras para evitar ser lastimados. Lo hecho, hecho está y es hora de poner manos a la obra para retomarnos a nosotros mismos. ¿Empezamos? Si haces esta descripción, te darás cuenta de eso que ya eres, que ya sabes, que ya tienes, y a medida que lo asimiles y lo fortalezcas irás creando una estructura mucho más firme para apoyarte. La idea es que hagas conciencia de que aunque la vida te columpie de un lado a otro, tendrás un pilar súper firme que te sostenga al ir derrumbando las creencias que te hablan al oído diciéndote: cuando adelgaces serás mejor persona, cuando tengas pareja serás plena, cuando te quede el vestido talla 5 serás más segura de ti misma, si adelgazas te convertirás en una cualquiera sin control, no sabrás como parar las aproximaciones sexuales, abandonarás a tus padres, serás infiel a tu pareja, etcétera. Ser pleno, segura de ti mismo, sensible, capaz de poner limites, asertivo, fiel, buen 62 amigo o hijo responsable no es cuestión de peso ni de dinero, si no de decisión y de acción. A medida que definas tus propios valores, deseos, fortalezas, debilidades y alcances, te darás cuenta que eso no se pierde. Créeme, comprenderlo así genera una deliciosa sensación de bienestar y seguridad porque te darás cuenta que mucho por lo que “luchas” ¡ya lo tienes! Y entonces, en lugar de gastar esa energía en tu lucha, la puedes utilizar para alcanzar tus metas, partiendo de bases mucho más firmes. Cada vez que te escuches diciéndote que no quieres ir a una fiesta o a algún lado porque estás “gordo” y nada te queda bien, recuerda qué es lo verdaderamente importante de ti y de la reunión a la que vas a ir. Aunque para ti sea el cómo te ves, si haces un análisis más objetivo, podrás entender que lo que en realidad vale son las pláticas, las risas, tu dulzura, tu presencia, los momentos vividos, etc., y que eso que tú eres, que aportas, que sabes y que has experimentado, escuchado, hablado, visto, bailado y cantado no te lo quita nadie… ¡ni los kilos! El peso del entorno Acabo de invitarte a fortalecer tu base, tu estructura para no dejarte derrumbar cada vez que las estructuras externas en las que te apoyas se mueven o se caen. Ésa es una parte vital en el camino de la sanación, sin embargo, no podemos negar la influencia que tiene el entorno en nosotros. Bien decía mi abuela que “quien anda en el fango se ensucia”. Hoy entiendo que tiene mucha razón, ya que si pasamos la mayor parte de nuestro tiempo hablando con personas negativas, quejumbrosas y criticonas, seguramente acabaremos haciendo lo mismo. Si nuestra alacena es una copia de la tiendita de la esquina, no es de extrañar que eso sea lo que continuamente comamos. Si ocupamos gran parte de nuestro tiempo viendo películas de terror, noticias sobre secuestros y aprovechando cualquier conversación para detallar nuestras tragedias y las de nuestros conocidos, que no nos sorprenda vivir asustados, literalmente con el pañuelo desechable en la manga y con la espada desenvainada. Nos relacionamos con el entorno con base en vibraciones. Sí, todos somos energía y nos acercamos y alejamos de las personas y situaciones según el “estado” en que éstas se encuentren. Cuando daba iniciaciones en reiki, que es una técnica de sanación a través de las manos, con el objetivo de desbloquear, liberar y sanar “atoramientos” energéticos, les explicaba a mis alumnos que la energía no es buena ni mala, simplemente se carga de la intención que le demos. Para demostrárselos, colocaba una jarra de agua en el centro de una mesa, le pedía a cada uno que se sirviera agua en un vaso y que hiciera con ella lo que quisieran, lo cual incluía dejarla como estaba, agregarle colorante, limón, sal, azúcar, 63 tierra, plantitas o piedritas (que había a su disposición). Al final, la reflexión era que todos habían recibido agua de la misma jarra y lo que hicieron con ella dependió de la intención y necesidad que cada uno tenía. Lo mismo ocurre en la vida, vamos atrayendo lo que vamos necesitando y esta necesidad, como veíamos en uno de los temas anteriores, puede estar basada en una búsqueda de bienestar del Ego o de Alma. Cuando es del Ego, estaremos buscando desde la carencia y entonces, como eso vibramos, eso obtenemos, es decir, seguimos carentes. Seguro te ha ocurrido que en alguna o en la mayoría de tus relaciones te topas con el mismo tipo de persona y cada vez tienes la esperanza de que ahora sí llegue quien te dé todo lo que necesitas y ¿qué ocurre? Ninguna relación te deja satisfecha, por el contrario, quedas cada vez con más vacío y necesidad. En cambio, cuando contactas con la necesidad de tu Alma, buscas relacionarte desde el deseo de dar lo mejor de ti y de atraer a tu vida lo que sea conveniente para tu evolución y la de quien se acerque a ti. Como haciendo esto vibras desde el bienestar real, eso es lo que obtienes, relaciones constructivas, de aprendizaje y de trascendencia. Sé congruente contigo y revisa en qué entorno te estás desarrollando, de qué personas te rodeas, qué música escuchas, qué comida comes, que situaciones vives y te darás una idea bastante clarade en qué vibración estás conectando. Éste es un camino de muchas vías, no podemos pretender hacer cambios significativos, si no estamos dispuestos a tomar acciones diferentes. No quiero decir con esto que te tengas que alejar de todas las personas que te rodean ni que tengas que salir a la calle cubierto con un traje espacial y una pistola “mata malas vibras”. Basta con que comiences a ubicar en dónde estás parado y hacia dónde quieres caminar, y si lo que haces, dices, comes, recibes y das hoy te acerca o te aleja del sitio hacia donde quieres dirigirte. No necesito nada Literalmente aprendí a tragarme mis necesidades en muchas ocasiones, como decir algo que no me gustaba o no pedir algo que requería, con tal de no pasar por la incomodidad de poner a otra persona en circunstancias estresantes. Mi papá, a quien amo con todo mi corazón, procuraba darnos todo lo que podía, pero él vivía en el límite de la adrenalina, salir con él era toda una aventura. Nos regresábamos por la carretera federal de Cuernavaca con la reserva del tanque de gasolina, viajábamos sin dinero ni dirección clara, se descomponía el coche y mil historias que hoy suenan de caricatura. Yo recuerdo que cada vez que nos dejaba en casa, me quedaba pegada a la ventana de mi cuarto que daba a la calle, rezando para que no le fuera a pasar algo. Lo sentía inmensamente vulnerable y necesitado, así es que 64 cuando yo requería algo, me costaba mucho pedírselo porque sentía que se iba a vaciar y que lo pondría en aprietos, así es que prefería protegerlo de algún modo y me comía mis propios requerimientos. Cuando viví en casa de mis abuelos, me sentía tan poco merecedora, que ya con estar ahí sentía que era demasiada carga, así es que tampoco me atrevía a pedir. Sin embargo, por otro lado, de pronto pedía de más. La claridad para discernir lo que era natural y lo que era excesivo no era lo mío, y al día de hoy me sigue confundiendo. Como no sabía que hay puntos medios, mejor decidí no necesitar, porque me daba pavor exponerme a un reclamo, una burla y, por supuesto, a una dolorosa negativa. Durante una sesión del taller Comiéndome mis sentimientos, constantemente pregunto a los asistentes cómo están y qué necesitan. Es increíble que a la mayoría le cuesta muchísimo trabajo descifrar esas dos preguntas, siendo que no tienen más que contactar con ellos mismos, es decir, no les pregunto sobre ningún concepto, ley, probabilidad o teorema. ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo reconocer qué necesitamos realmente? Una de las razones que podría dar es que en algún momento de nuestra vida, aprendimos que hacerlo era malo, riesgoso o inútil, y para ilustrarlo te cuento dos historias que fueron contadas en una sesión del taller. Rosalía es una mujer de aproximadamente 60 años, madre de tres hijos, quien ha vivido en un constante sube y baja no sólo de peso, también de estados de ánimo, emociones y experiencias. Se ha sometido a dietas de solamente 400 calorías diarias (cuando el promedio recomendable son 1700-2000), ha llegado a pesar 45 kilos, aun cuando su estructura, altura y edad no van de acuerdo con ese peso, y todo esto acompañado de su correspondiente extremo: atracones fuera de control, subidas de peso abruptas y constantes. Vive en reverendas batallas y ha intentado cualquier cantidad de métodos para bajar de peso y mantenerse. Esto la ha tenido tan ocupada que se ha olvidado de ver sus verdaderas necesidades. Durante un ejercicio que hago continuamente en el que pregunto a las asistentes qué necesitan, Rosalía contestaba en cada ocasión: nada. —Nada significa ¿quedarte como estás?, ¿mantenerte en silencio?, ¿que deje yo de hablar contigo?, ¿que continúe?, ¿secarte las lágrimas? —le contesté. Su cara era de extrañeza y pedía a gritos que yo dejara de “atormentarla”. ¿Por qué? Porque no tenía idea de qué necesitaba. Revisando su historia, nos compartió que sus padres eran sumamente estrictos. En una ocasión, ella, a sus siete u ocho años, encontrándose muy hambrienta, fue hasta el cuarto de su madre para pedirle algo de comer. Sin embargo, ésta se encontraba dormida y 65 Rosalía decidió ir directamente a la cocina y comerse un par de albóndigas que encontró. Estaba terminando, cuando su mamá apareció y furiosa le reclamó que estuviera comiendo. Después, entre gritos y amenazas, la obligó a comerse tres platos llenos de albóndigas. “Tenías hambre, ¿verdad? ¡Pues ahora trágate todo esto para que se te quite y aprendas a no tener hambre cuando no es hora!”, le dijo. ¡Al recordarlo había mucho enojo y frustración en su cara! Lo que esa pequeña en su mente registró fue: “Si expresas tus necesidades, serás castigada”. Porque no sólo se trataba de hambre de albóndigas, también aprendió a callar su enojo, su necesidad de atención, su tristeza, su necesidad de reconocimiento, etc. Algo parecido le ocurrió a Rosa María, madre de dos jóvenes de 26 y 29 años, quien decidió en algún momento de su vida que necesitar de alguien más era peligroso. Ella recuerda que cuando la cambiaron de escuela, sintiéndose sola y desconociendo el nuevo espacio, se encontró con una conocida y se acercó emocionada a saludarla y ésta le contestó con un: no te conozco. Rosa María se quedó tan sorprendida, asustada, traicionada, rechazada y defraudada, que decidió no hablar con nadie en la escuela los próximos tres años. Pasados los años, cuando fue engañada en su matrimonio, se fortaleció aquella decisión y se cerró a cualquier posibilidad de relación. Fue tan duro el dolor del rechazo y la traición que se “blindó” para no volverlo a sentir, convirtiéndose en una mujer fuerte, guerrera insensible a sus necesidades. Contactar con la necesidad es contactar con la peligrosísima posibilidad de depender de alguien más y eso es algo con lo que ella decidió no volver a hacer contacto. Y tú… ¿Sabes qué necesitas? ¿Te es fácil contactar con esa parte vulnerable de ti? Es increíble a qué grado dejamos de contactar con nuestras necesidades, con tal de no sentir la vulnerabilidad de darnos cuenta de que, nos guste o no, necesitamos de los demás. ¡Ojo! Reconocer tus necesidades no es igual a volverte una persona necesitada e incapaz de sobrevivir sin los demás, es hacerte cargo de ti y así poder reconocer qué necesitas, y esto incluye desde un abrazo, poner límites o alejarte de una persona hasta pedir ayuda. Negar nuestras necesidades sería también negar la capacidad de Dios para ayudarnos. A veces nos es muy difícil descubrir nuestras necesidades, porque no somos ni siquiera capaces de reconocer qué deseamos, qué nos gusta, qué nos hace felices. Cuando les pido a quienes asisten a mis talleres que coman lo que en realidad les gusta, a la mayoría acuden muchos sentimientos encontrados; por un lado, la felicidad y la liberación por permitirse hacerse caso, pero por otro, se aterran porque sería igual a firmar su sentencia de muerte; tomar la responsabilidad de sus propias decisiones asusta demasiado, especialmente las que tienen que ver con asumir que merecen disfrutar bocados deliciosos. Yo recuerdo que después de tantas dietas y malos tratos que me di a mí misma, comer algo rico era igual a abandonar la lucha, pasarla bien era igual a estar atentando contra mi promesa de pasarla mal para estar bien. Suena ilógico, ¿verdad? Porque en 66 realidad lo es, pero mi distorsión me hacía creer que era obvio. Si pudiera escuchar la oración oculta que me repetía cada vez que pasaba algo bueno era: “Si estás pasándola bien, es porque estás haciendo algo mal”. Prefiero cargarme yo sola Un día fui a desayunar con una prima muy querida y casi sin darme cuenta, pasé de ser la acostumbrada contenedora a la inusual contenida. Es decir, comúnmente, soy yo quien escucha y logra que quien está frente a mí se vulnere. Esta vez ocurrió al revés, cuando me di cuenta, me había puesto verdaderamente vulnerable ante Vero y ella calmadamente me acompañaba, consolaba y sostenía. Cuando acabó la reunión y subí a mi coche, me invadió un sentimiento que me apretaba el pecho, me recorría todoel cuerpo y me provocaba salir corriendo no sólo de donde estaba (cosa poco viable porque iba manejando en una vía rápida), sino de mí misma. Me costó trabajo reconocer qué me estaba ocurriendo hasta que superando la enorme incomodidad de la que estaba siendo presa, contacté con la sensación de vulnerabilidad y dije: me incomoda mucho sentirme vulnerable, me asusta caerme y que alguien esté ahí para levantarme. Después de escucharme, me quedé paralizada ahora de miedo. Me pregunté por qué tendría tanto miedo de sentirme contenida y la respuesta fue: ¡me aterra que alguien me cargue porque yo peso mucho! De inmediato comencé a llorar como una niña chiquita, recordé esa sensación común de sentirme pesada, no sólo en lo que a peso corporal se refería, me sentía pesada por dentro, me sobrepasaban las dudas de si sobreviviría yo sola tanto descontrol, me abrumaba sentir tantas cosas que no sabía si eran válidas o no… Sentía que mi existencia estorbaba, que no podía compartir con nadie lo que me ocurría, que todos estaban demasiado ocupados como para atenderme, me daba vergüenza importunar porque creía ciegamente que no tenían por qué hacerse cargo de alguien tan intensa como yo. Claro que eso lo lleve al terreno corporal y juré que nunca tendría novio porque si algún día me trataba de cargar, se rompería; cancelaba planes de última hora, si veía que me correspondía el lugar trasero del coche, porque temía que al pasar un tope mi peso hiciera que se rompiera por abajo; pensar en cualquier actividad que incluyera movimientos como subir a una lancha, moto, carreras, relevos, etc., era tan amenazante que me excluí de muchos momentos divertidos. ¡Pues todo esto volvió a mí mientras yo manejaba por la ciudad! Me sentí tan expuesta en la plática y al mismo tiempo tan acogida, que mi sistema de alerta se puso a 100. Me di cuenta que me es muy difícil hacer intimidad real con las personas, porque en mi fantasía me digo que no van a poder conmigo cuando se den cuenta lo pesada que 67 soy, y como es un riesgo que prefiero no correr, me mantengo cargándome, pero no sólo a mí, cargo también el peso que sí les corresponde a otras personas con tal de no “darles molestias”. Y tristeza me da darme cuenta que lo que pensé que liberaría a los otros y me acercaría a ellos hoy resulta al revés: cargándome a mí misma con todo y el peso de los demás, me ha hecho un caparazón enorme que me ha alejado más. Hace poco le platicaba a mi terapeuta que me agobiaba mucho que alguien que ha sido un gran apoyo para mí me “cargara” tanto, que me daba miedo qué pasaría si algún día le pesaba mucho y no sabía qué hacer conmigo. “Lari, no merezco que me dé tanto, me asusta porque no sé cómo pagarle”. Se me quedó viendo con mucha ternura y me contestó: “Ella te ayuda porque quiere y porque al hacerlo también ella obtiene ventajas como tu compañía, tu proyecto y tu talento. ¿Quién te dijo que tú decides hasta dónde te quieren ayudar los demás?”. ¡Pum! ¡Me mató una creencia que yo llevaba guardando cautelosamente durante gran parte de mi vida! Yo no tenía que sobrecargarme para no alejar a los demás, ni tenía que estar pendiente (al borde de la locura) de cada reacción del otro para saber si yo estaba haciendo bien las cosas. Sentirme tan pesada ha tenido por supuesto sus ganancias; insisto en decir que mi peso, llevado a la octava potencia en mi mente, fue el gran rescatador de mi adolescente perdida que si se hubiera sentido ligera y segura no sé en cuántas camas y en cuántos vicios hubiera terminado. Tenía pánico a tener relaciones no por los sermones de las monjas ni por el miedo al contagio de alguna enfermedad, sino por el terror de mostrar mis lonjas. Me fue más fácil cargarme sola porque, de algún modo, hacerlo me permitía librarme de las expectativas, los reclamos y las obligaciones, me permitía no hacerme responsable de lo que hacía en relación con el otro porque no le daba ni siquiera entrada a mi mundo, cargarme a mí sola me daba el privilegio de portarme como yo quería sin dar explicaciones ni deber favores. Claro que esto tuvo consecuencias y hoy trabajo arduamente en aceptar ayuda de los demás y sobre todo en no reclamar, porque de alguna manera, en el fondo pedía a gritos librarme de tan pesada carga. Esta pesadez que me acompañó por tanto tiempo casi me hizo olvidar que mis alas estaban esperando para llevarme a volar. Más allá de dar y recibir Y hablando de este enorme miedo a recibir y mi tendencia a tragarme todo, me parece importante plantear algunas reflexiones acerca del acto de dar y de recibir. ¿Qué prefieres tú? ¿Dar o recibir? 68 A la mayoría de nosotros se nos enseña desde pequeños a dar, es muy común que las mamás, los papás, los maestros, etc., dejen salir frases como: “Mi’jito, dale de tus dulces a tu amiguito”, “dale un beso grande a la abuela”, “si te portas bien, le darás una enorme satisfacción a tus papás”, “dale a tu marido la enorme alegría de ser padre”, “dame la dicha de ser abuela”… Y así vamos aprendiendo que dar es algo bueno que pone contentas a las personas y que, claro, también nos da satisfacción a nosotros. Rara vez nos dicen: “Recibe los halagos que te hacen”, “acepta y reconoce tus cualidades”… Nos han enseñado que el dar debe ser incondicional, sin embargo, por más iluminados, humildes y bondadosos que seamos, es muy difícil que no esperemos algo a cambio; esa ganancia puede ser desde la satisfacción de ver a la otra persona feliz hasta llenarnos el alma con una buena acción. ¿Pero qué otras ganancias nos otorga el dar? • El dar nos mantiene de cierta manera “en control”, damos lo que queremos dar, a quien se lo queremos dar y en el momento que nosotros lo decidimos. • Es común creer que el dar es la llave para recibir exactamente de la misma manera en que nosotros damos. Creemos que está en nuestro poder la reacción del otro. • Dar también nos permite “ser buenos”, “expiar culpas” y “ganarnos el cielo”; éstas son programaciones sumamente arraigadas en muchos de nosotros. • El Dar nos pone en situación de ventaja ante el otro. “Yo ya te di, ahora me tienes que… (hacer caso, tratar bien, acompañar, hacer favores). Éste es el favorito de las madres sumisas. ¿Qué ocurre con el acto de recibir? Al preguntar qué preferían, si dar o recibir, y por qué, la mayoría de las personas contestó que dar y hubo tendencias importantes en el tema de recibir, por ejemplo: “Cuando recibo me da pena, incluso podría decir que me siento chiquita, como si no lo mereciera”. “Yo nunca he sabido recibir, me cuesta mucho trabajo, me hace sentir mal en el sentido de que a veces no he tenido la oportunidad de responderles como yo quisiera”. “Me cuesta recibir, siento no merecer o que me comprometo a devolver eso que me dan”. “Aprendí que no soy digna de recibir cosas buenas y que para que me quieran hay que dar y darse con actos humillantes”. “Me enseñaron que recibir compromete”. 69 “Cuando alguien me da, me pone en deuda y eso me asusta”. Recibir es un acto que tiene que ver con el valor que tenemos de nosotros mismos, aprendimos algunos por la buena y otros por la mala que para recibir hay que dar mucho, así que no es de extrañarse que muchas personas han aprendido a no necesitar para evitarse el costo de dar. De alguna manera, siempre hacemos intercambios, damos y recibimos constantemente, pero… ¿Qué implica recibir? • Recibir implica soltar el control, ya que por más que así lo queramos y lo planeemos, lo que llega a nosotros tiene la libertad de hacerlo como quiera, cuando quiera y en la cantidad que quiera. No es lineal, yo puedo aparentemente dar poco porque ése es el valor que le pongo a lo que hago y, en realidad, a otra persona le puede parecer justo lo que necesitaba o incluso excesivo. O al contrario, puedo según yo estar dando todo y como no es lo que necesita el otro, para él lo que yo doy puede ser poco. • Recibir nos pone vulnerables, porque como explicaba, no tenemos el control de cuánto vamos a recibir. • Recibir para muchos significa comprometerse con quienle da, sea una persona, la vida o Dios. “¿Y ahora qué me va a pedir?”. • Recibir puede implicar culpa, ya que podemos sentir que es demasiado y hay tanta gente sufriendo… • Recibir implica tener la humildad de aceptar. • Recibir es darle al otro la oportunidad de dar. Ahora, también existen los casos de quienes sólo reciben y no dan, y eso los pone también en desequilibrio, ya que al dar obtenemos mucho más de lo que pensamos. Esto no quiere decir de ninguna manera que dar no sea hermoso, de hecho, pienso que es una de las grandes cualidades que tenemos y una de las maneras de afinar y equilibrar nuestra vida. Sin embargo, se nos olvida frecuentemente que saber dar también requiere que sepamos recibir, si no, en algún momento ya no tendremos qué dar. En la comida como en la vida, el bienestar ocurre cuando estamos en equilibrio… Ámate de tal manera que ante una separación 70 te quedes con la mejor parte: contigo Escuchamos constantemente que la principal forma de hacer algo por nosotros y de amar al mundo es amándonos a nosotros mismos. ¿Alguien me explica cómo se hace eso? El amor nos pone en una de las situaciones más vulnerables, por eso nos da tanto miedo involucrarnos de verdad en una relación. Hay para quienes la forma de alejarse es justamente acercándose demasiado a la otra persona. ¿Para qué? Para hacer que la otra persona corra y entonces no arriesgarse a la intimidad. Claro, no lo vemos así de fácil, aparentemente es el otro quien nos aleja y con esa teoría, por cierto bastante dolorosa, preferimos quedarnos, en lugar de aceptar que nos aterra poner nuestro corazón en las manos de alguien más. ¿Qué ocurre cuando esa relación íntima también la evitamos con nosotros? El amor requiere aceptación, compromiso, incondicionalidad, intimidad, confianza, responsabilidad y, sobre todo, un gran conocimiento de nosotros mismos. Imagina que dejaste que alguien más empacara tu maleta, la subiera al coche y la documentara al avión en el que vas a viajar. De pronto, llegas a tu destino y te aterra ver que hay cientos de maletas parecidas a la tuya y, para colmo, sin tarjeta de identificación. Se te paraliza el corazón nada más de pensar que es probable que no vuelvas a ver tu maleta porque ni siquiera sabes cuál es, ni qué contiene. Quieres entonces adueñarte de todas las que ves a tu alrededor para “asegurarte” de que nadie se lleve la tuya, sin importar que tú estás tomando seguramente la de alguien más. Algo parecido ocurre cuando ni siquiera sabemos quiénes somos con claridad ni qué deseamos ni con qué contamos. Nos aterra perdernos en el otro y para encontrarnos creemos que necesitamos apoderarnos de alguien o algo más. Uno de los sentimientos que más nos daña es justamente cuando creemos que tener al otro es tenernos a nosotros mismos, y nos desgastamos en acciones sumamente destructivas tanto para nosotros como para quienes nos rodean. Intentamos por todos los medios pertenecer al otro, ya sea tomando el papel de víctimas, victimarios, controladores, sumisos, indefensos, carentes, necesitados, etc. Y digo el papel porque en la más pura realidad ¡nosotros no somos nada de eso! Somos seres completos que olvidamos que lo somos. Claro que requerimos la compañía y la relación con los demás para ir completando las piezas de nuestro propio rompecabezas, pero ellos no son las piezas en sí, son los facilitadores que la vida nos ha dado para encontrarnos con nosotros mismos. Cada persona que llega a nuestras vidas es un mensajero, sin embargo, cuando no lo tenemos claro, confundimos al mensajero con el mensaje y queremos simplemente apropiarnos de él, cayendo en relaciones de miedo, codependencia y esclavitud. A medida que nos vamos “enamorando” de nosotros mismos, aceptándonos, honrándonos, respetándonos, cuidándonos, reconociéndonos, siendo divertidos, 71 amorosos, amables, congruentes y nos habitemos con más frecuencia, la sensación de estar será tan grata, tan completa, que aun ante el dolor de una pérdida o una separación, la compañía que nos brindamos hará menos lastimoso el proceso, sabiendo que nuestra compañía siempre está ahí, que nos quedamos SIEMPRE CON LA MEJOR PARTE… ¡NOSOTROS! Prefiero no tener por el miedo a perderlo Hace unos meses toqué intensamente el dolor de la ausencia a partir de una relación amorosa. Me vi aprisionada por mucha confusión, mucho dolor y, sobre todo, un deseo de saber por qué me pasaba esto a mí en un momento que pensaba que la estabilidad había llegado a mi vida. Una de las heridas más fuertes que se me destaparon fue la de darme cuenta que por más que yo sufriera, pateara, llorara y me hundiera, esa persona no iba a regresar a mi lado. Esa sensación, aunque un tanto apaciguada, no era nueva, me había acompañado por mucho tiempo. Decidí entonces escribir acerca de esa ausencia que estaba detonando en mí tanto dolor: “Tengo un gran temor a la ausencia de mis padres, a perder estabilidad, paz, certeza, el no saber dónde voy a quedar, me asusta mucho. ¿Cómo es posible que no se dieran cuenta de la presencia de su ausencia en mí? Se las intenté mostrar tanto, que me llené de presencias dolorosas para no tocar el gran vacío que ellos dejaban. Pero no eran ellos, era su presencia, su atención. Siento un dolor y una fijación fuerte hacia los momentos vividos; es el dolor de algo que se me arranca, el miedo de que nada vuelva a ser igual”. Cuando terminé de escribir, mi postura literalmente era la de una niña en posición fetal, asustada, necesitada, esperando que alguien viniera a rescatarme, pero al mismo tiempo cerrada a que la ayuda entrara. Al cerrar los ojos visualizaba como una especie de precipicio entre mi pecho y mi estómago y a aquella persona que se alejaba de mí. Entonces vino una noción que cambió el sentido: “Esa ausencia, ese vacío, ese precipicio… es tuyo”. Y decidí en ese momento abrazarlo, tomarlo aun cuando doliera, saber que era mío me hizo brotar un instinto de profundo amor a mí misma, a esa parte mía que hoy se quedaba vulnerable, porque aunque la presencia de alguien más había hecho que no se sintiera, realmente estaba ahí, en carne viva, esperando que yo la sanara. A partir de ese momento, dejé de huir y de fantasear con la idea de que alguien vendría a quitarme esa sensación. Abracé mi dolor, hice presencia en mis ausencias y pude ver cómo atrás del amargo sabor de la pérdida se vislumbraba la tenue luz de las nuevas posibilidades. El vacío se convirtió en un mar de oportunidades; de pronto, la 72 ausencia dejó ver lo grande y profunda que es mi capacidad. No dejó de doler inmediatamente, simplemente ya no me resistí a que ahí estuviera; y con el tiempo comenzó a acomodarse, dejándome mucho más “entera”, mucho más cargada de nuevas experiencias. Mi primera lectura ante este evento fue que yo ya no quería volver a enamorarme con tal de no volver a sentir eso. La segunda fue mucho más positiva: el terreno ahora es más fértil, ya me arriesgué a tocar el dolor de la pérdida, ahora puedo arriesgarme a tener, porque ahora sé que puedo hacer presencia en ambos. La presencia ya ocurre. Generar deuda Se me quedó muy grabada una plática que nos impartieron en el colegio de mis hijas acerca del reciclaje y de cómo separar basura. Eso no era algo nuevo, lo que me llamó la atención fue el siguiente precepto: “No sólo es importante separarla, el reto es no generarla”. ¡Claro! Me causó tanta lógica ese comentario que de inmediato lo llevé a otros terrenos. Quienes acudimos a sesiones de terapia, cursos o cualquier tipo de sanación, en realidad lo hacemos porque hay cosas de nosotros que se han quedado sin resolver a lo largo de mucho tiempo, al grado que ya no sabemos qué hacer con ellas y que literalmente, al igual que la basura acumulada, ¡apestan! El primer paso, al igual que lo que ocurre con los desperdicios, es darnos cuenta que está ahí, después comenzamos a separarlos y por último a poner en su lugar cada cosa. Algunas ideas o vivencias se pueden reciclar, algunas creencias se irán al botadero y una que otra podemos dejarlatal y como está porque así consideramos que la necesitamos. Lo interesante es cómo, a partir de la toma de conciencia, logremos dejar de generar estos pensamientos, estas conductas y reacciones que nos han envuelto en estados de desesperación, peso y desorden. Y aquí se me ocurren algunas recomendaciones: No le cargues la mano a la creencia. “Cuando yo sea delgada, seré feliz”. Es demasiada carga poner toda nuestra estabilidad, felicidad, certeza, pertenencia, plenitud, libertad, belleza, aceptación, etc., en una creencia, estado, persona o evento. Lo que muy probablemente ocurrirá es que cualquiera de estos últimos se querrá “sacudir” tanta carga y te la aventara con tal fuerza que quedarás derrumbado. No endeudes tu futuro con ideas como “mañana que vea a mi pareja seré feliz” o 73 “cuando me coma el dulce de leche que me traerá mi amiga, quedaré totalmente satisfecha”, porque si no se cumplen, estarás llenándote de la “basura” producida por la insatisfacción. No te llenes de más creencias limitantes, no acumules resentimientos, no te ahorres palabras de amor ni dejes límites guardados. Si tienes algo que hacer, hazlo, no des por hecho que mañana tendrás más energía o más ganas, no cargues a tus días. No dibujes tu existencia con palabras ofensivas ni pensamientos destructivos, todo lo que te dices se va acumulando. No hagas predicciones acerca de cómo te deberás de sentir siendo talla 2, 5 o 16. Deja libre tu vida para que en cada momento sientas lo que le corresponde. Imagina qué incómodo sería que alguien se sentara junto a ti y te dijera cada día de tu vida, con cada persona, en cada situación, con cada bocado y en cada segundo, cómo debes sentirte, hablar, comportarte y actuar. ¡Qué agotador y qué limitante sería! ¿No crees? Y volviendo al tema de la basura con el que inicié este párrafo, te invito a que te hagas consciente de qué tanta basura genera la comida que te llevas a la boca. Entre más envolturas, bolsas, charolas y tapas tenga, más cuestiónate qué tanta basura provocará también en tu cuerpo. Recuerda que en la comida como en la vida, entre más adornos tenga y más llamativa sea la presentación, entre más complejo te sea descifrar los sabores y los colores, entre más conservadores requiera y más “perfecta” se presente la comida, más engaños puede tener tanto para los sentidos como para tu mente. No quiero decir que la comida deba de ser fea para ser auténtica, sólo me parece interesante reflexionar que entre más naturales sean las cosas, más fácil nos será tomar decisiones asertivas. Lo mismo ocurre cuando se presentan en nuestra vida personas que nos hacen demasiadas promesas, que tienen demasiado interés en mostrarnos sus atributos y en llamar a como dé lugar nuestra atención con ofrecimientos exuberantes, nos seducen demasiado y eso nos confunde. Al igual sucede con quienes se colocan tantas máscaras al grado que acabamos perdiéndonos sin saber de quién nos enamoramos o de quién nos hicimos amigos, ni qué parte de nosotros se enganchó. El mejor empresario Algunas de las cualidades que debe tener quien está a cargo de una empresa son saber detectar y usar adecuadamente las fortalezas, debilidades y habilidades de cada empleado, tener la sensibilidad para reaccionar de la manera más adecuada en diferentes 74 situaciones, reconocer los terrenos en donde su equipo tiene más ventajas, visualizar claramente objetivos, estar atento a las situaciones de riesgo, etc. Para lograr sus metas, requerirás tener diferentes especialistas, con diferentes temperamentos y capacidades. Imagina que tú eres quien está a cargo de la empresa más importante de todas: ¡TU PROPIA VIDA! Tienes departamentos encargados de diferentes asuntos y para cada uno de ellos existe un “gerente” responsable de dar los resultados que se esperan. Tú, como buen director general, sabes que no le vas a pedir al director de finanzas el diseño de la portada de la revista interna, ni vas a poner a cargo del director de mantenimiento la elaboración del contrato con un nuevo socio comercial. Sabes qué pedirle a cada quien. ¡Lo mismo ocurre con nuestra vida! Estamos, por así decirlo, “divididos” en diferentes gerencias, que llamaremos para efecto práctico “Yos”. Tenemos a nuestro “Yo emprendedor”, “Yo miedoso”, “Yo víctima”, “Yo determinado”, “Yo compulsivo”, “Yo callado”, “Yo berrinchudo”, “Yo avaro”, “Yo ordenado”, “Yo eficiente”, “Yo temeroso”, “Yo inseguro”, “Yo cuidadoso”, “Yo protector”, “Yo asertivo”, “Yo lastimado”, “Yo molestón”, “Yo catastrófico”, “Yo pragmático”, “Yo castigador”, “Yo libre”, “Yo brillante”, “Yo efusivo”, “Yo simpático”, “Yo amargado”, “Yo valiente”… Cuantos “Yo” se te ocurran existen en ti. Ahora, ¿qué hacer con ellos? Obsérvalos: dedícate a ser simplemente un observador de ti mismo, aprovecha cualquier situación para estar al tanto de lo que haces, cómo reaccionas, qué palabras dices, qué piensas, qué impulsos se manifiestan, qué frases utilizas, cómo te sientes ante la situación… Cuestiónalos: amable pero firmemente haz preguntas como: ¿quién eres?, ¿qué necesitas?, ¿estás enojado?, ¿tienes hambre?, ¿quieres salir corriendo?, ¿tienes miedo?, ¿cuántos años tienes? Identifícalos: a medida que tu indagación te lo permita y sin presionarte, comienza a darle nombre a esos “Yo” que aparecen y checa si gritan, si hablan quedito, si son llorones… Valídalos: utiliza frases como: ahora entiendo, eres el “Yo controlador” y estás asustado porque no te han explicado el plan completo de lo que vamos a hacer este fin de semana. Evalúalos: como director general que eres, tienes la perfecta capacidad de saber a quién necesitas contactar dependiendo de la situación y del momento. Si quien está reaccionando es el “Yo violento”, será tu responsabilidad sacar de la banca a tu “Yo firme” para que lo ponga en su lugar y tome el mando. 75 Haz acuerdos: por ejemplo, supongo que eres el “Yo indefenso”, entiendo que te sientas asustado por los gritos que nos pegó el jefe, ahora voy a pedirle al “Yo objetivo” que analice la situación y ponga los límites necesarios. Cuando podemos vernos como muchas partes pertenecientes a un todo, en el que el todo es mucho más que sus partes, será más sencillo trabajar. Pesa mucho pensar que “soy un desastre universal”. Ante esa declaración, no hay mucho qué hacer, cualquiera queda agotado aun antes de iniciar la batalla. Es muy diferente decir: una parte de mí está entrando en desequilibrio, pero otras partes de mí están muy bien sostenidas y listas para apoyar. Revisa cómo te sientes al decir: ¡mi vida se cae a pedazos! Desgarrador, ¿no? ¡Abrumador! Ante un panorama como éste habrá quien con toda razón diga: ¡yo mejor me retiro! Es preferible decir: una parte de mí está dañada. Cuando hables con cualquiera de tus “Yos”, asegúrate de “llevar evidencia”, es decir, desarma sus argumentos con hechos reales. Por ejemplo, cuando te escuches diciendo “todo me sale mal”, cuestiónate: “¿De verdad TODO ME SALE MAL? Si fuera así no tendría un título universitario, ni hubiera llegado a mi casa sano y salvo ni tendría mi ropa lavada ni estarías aquí parado alegando conmigo”. Te invito a que replantees la afirmación por algo más asertivo para que puedas trabajar directamente en ella. Con esto te quiero transmitir que nosotros somos mucho más que nuestra compulsión, nuestras heridas, nuestros abandonos, nuestros miedos… ¡Somos algo mucho más grande que eso! Somos seres tan fascinantes que sería un verdadero desperdicio rebajarnos al nivel de víctimas de las circunstancias. A medida que logramos trascender nuestras creencias, resistir nuestros impulsos, vencer nuestros miedos y escuchar el llamado de nuestros verdaderos deseos, vamos descubriendo los magníficos dones y capacidades que tenemos no sólo para disfrutarlos nosotros mismos, sino para compartirlos con el Universo. Si no lo vi, no pasó Una de las acciones que merman de manera significativa las ganancias de una empresa es el famoso robo hormiga. Éste ocurre casi sin que se note, cuando alguno o varios empleados sustraenartículos poco a poco, o hacen uso de los activos de la empresa para su beneficio personal, como imprimir la tarea de sus hijos, robarse rollos de papel de baño, quedarse con los cambios después de un encargo, no reportar alguna comisión completa, etc. Es tan sutil que resulta a veces imposible detectarlo cuando está ocurriendo y en la mente de quien lo realiza surgen ideas como: “Tienen tanto que ni 76 cuenta se van a dar y ni les va a afectar”. Sin embargo, sí afecta y más de lo que creen. Algo similar ocurre con la comida; es común que pensemos que la orillita del pastel no cuenta, ni la mordida al sandwich del esposo, ni el puñito de cacahuates que agarraste de la alacena, ni las cinco cucharadas de sopa que comiste mientras la preparabas, ni el pedazo de pizza frío que agarraste del refri, ni las dos papas que le tomaste a tu hijo mientras se distrajo… ¡SÍ CUENTA! No sólo porque te vaya a engordar o no, sino porque en verdad entró a tu cuerpo y tú aparentemente ni cuenta te diste. Te das el “permiso” de no asumirlo distrayéndote. Es una forma de escaparte una vez más de lo que ocurre contigo y para ti. Y esto no es lo más grave… de pronto te preguntas por qué las personas a tu alrededor son ofensivas y no te das cuenta que no dejas de decirte a ti mismo cosas como: “Eres una imbécil, dejaste las llaves del coche adentro” o “no doy una”, “soy una cerda atascada”, “parezco retrasada mental”, “no tengo remedio”, “soy de lo peor”, y así cientos más que piensas todo el día. Y pensamos que como las decimos por costumbre y sin intención de ofendernos, no cuentan. ¿Pero qué crees? ¡SÍ CUENTAN! Y mucho. Nuestra mente no tiene sentido del humor y el Universo tampoco, nos crea exactamente lo que declaramos. Algo así me hizo notar mi terapeuta cuando me quejaba amargamente de que no tenía dinero ni para taparme mi maldita muela, se lo repetí por lo menos cuatro veces en un periodo de diez minutos. Se me quedó viendo y me dijo: “Concedido”, mientras más lo digas, más le das forma y te lo confirmas. Me di cuenta que con todo y que me considero una persona que ha cambiado mucho sus pensamientos y procuro tratarme amorosamente, sigo repitiendo este “robo hormiga” directo a mi felicidad, a mi prosperidad y mi autoestima. Para frenar este proceso, es importante volvernos observadores de qué nos decimos y cómo nos tratamos aún en los detalles aparentemente inofensivos. Este trabajo lleva mucha práctica, decisión, consistencia y constancia. La inercia es tanta, que soltamos tantito la palanca y se vuelve a regresar. Escucha las cosas que dices de ti ante tus amigas o tu pareja, a lo mejor suenan muy chistosas, pero recuerda que con risas o sin ellas, el mensaje se propaga. ¿Veo lo que quiero ver? o ¿veo lo que me corresponde ver? Cuando decidí cambiar mi coche por una camioneta, era tan emocionante que los días previos a la compra y a la entrega, mis hijas y yo teníamos un juego que consistía en 77 contar cuántas camionetas iguales a la que estábamos a punto de recibir veíamos durante nuestros trayectos. Era impresionante cómo nuestra mirada estaba alerta y no había una que se nos escapara. Una de mis hijas me hizo el siguiente comentario: “Qué curioso, mamá, antes de tener el coche, pensé que había más camionetas que coches, cuando ya lo tuvimos, pensé lo contrario; y ahora que volvemos a tener una camioneta, veo más de ellas y especialmente de la que vamos a tener”. Le expliqué que no dejan de haber más coches o menos camionetas, simplemente ella cambiaba su foco de atención a algunos en particular. Esa observación me hizo reflexionar en que cuando estamos en cierta sintonía, es decir, nuestra mente está atenta a algo en particular, de pronto es como si el universo conspirara para que lo que vemos, leemos, escuchamos y vivimos tenga que ver con eso a lo que damos atención. No es que lo demás no exista, igual que en el ejemplo del coche. Mientras haya un paso que dar, habrá un camino que recorrer Esperamos que nos llegue el momento adecuado, la palabra perfecta, la luz verde para comenzar a hacer las cosas, que alguien nos tome de la mano y nos jale o nos dé un empujón… Y como la mayoría de las veces no nos llega ese llamado del cielo, nos quedamos sentados a ver la vida pasar. ¿Te ha ocurrido? A mí sí y muchas veces, no sólo esperaba a que me llegara el momento justo, sino que por mucho tiempo dejé de hacer, aguardando que alguien me diera permiso. ¿Quién era ese alguien? ¡Ni siquiera lo sé! Una imagen, una fantasía, un… alguien que le diera validez a mis deseos y ocurrencias. Regina, muy decidida, me comentó en una de las sesiones del taller Comiéndome mis emociones: “Ahora que encuentre la razón por la cual fumo, voy a dejar el cigarro”. Yo le contesté: “Mejor deja de fumar y aparecerán las razones por las cuales lo haces”. Cuando esperamos hasta tener explicaciones claras y precisas para hacer las cosas, utilizamos una vez más un escondite para no ver lo que creemos que puede destruirnos. Por el contrario, si damos pasos aun sin tener “razones”, se abren panoramas que ni nos imaginábamos. Volviendo al caso de Regina, si deja de fumar un día y habita la incomodidad que seguramente aparecerá, muy probablemente comenzará a sentir: desesperación, angustia, miedo, soledad, etc. Y es justamente ahí, en esos sentimientos que van a surgir, en donde puede encontrar las respuestas que necesita acerca de por qué necesita fumar, que tendrán que ver con explorar ¿miedo a qué o a quién?, ¿desesperación de no obtener qué?, ¿soledad de no estar con quién? 78 Dar pasos implica salir de zonas que se han vuelto “confortables”, aunque en la realidad sean todo lo contrario. Vivir así, en estos territorios desde los cuales aprendimos a relacionarnos para integrarnos a un mundo que en muchos momentos nos parecía hostil y peligroso, es vivir desde la barrera, sin ensuciarnos, lo cual también implica no estar presentes en esto que se llama nuestra vida, nuestra gran oportunidad de apreciar lo que somos, explorar, arriesgar y atrevernos a potenciar nuestras capacidades, que valga decirlo, si tuviéramos una mínima conciencia de lo que somos, no habría forma de que decidiéramos lastimarnos, cuidarnos y bendecirnos cada instante. Y cuidarnos no es estar a dieta, ponernos colágeno o asistir todos los días al salón de belleza, es saber decir frases como: sabes rico, pero no me das bienestar. Y esto tanto en la comida como en la vida. Dulcemente amargo o el amargo sabor de la dulzura Adentrándonos en el tema de la comida como vehículo de crecimiento, te quiero preguntar, ¿te ha pasado que algo que pensabas que te iba a saber de tal manera resulta que ya sabe diferente?, ¿y qué pasa?, ¿te enojas?, ¿te decepcionas?, ¿ignoras el hecho y te empeñas en que sepa igual? Es casi imposible que algo sepa igual siempre porque hay muchos factores que cambian de una a otra vez que lo comes. Tú ya no eres el mismo, quien prepara el platillo y cada uno de los ingredientes ya no son los mismos, el clima, la energía, las circunstancias, el mundo, en fin… ¡Todo cambia continuamente! Y ahí está la gran riqueza, en el cambio, la transformación, el avance… Cada tormenta trae vientos nuevos, negarlos es negar nuestra propia naturaleza, cambiante, que nace de nuevo en cada inhalación y muere en cada exhalación. Entender esto nos da un sentido de renovación, de esperanza de que no importa cuánto tiempo llevamos haciendo, creyendo, perdiendo o sufriendo… ¡Cada vez puede ser diferente! Así es que no te cases con ideas y sabores, mejor deja que cada vez que tengas frente a ti algo de comer sea nuevo, déjate sorprender, date la oportunidad de vivir cada experiencia con lo que esa experiencia trae, no con lo que tú supones que debe tener y traer. He visto lo mismo… hasta que un día comencé a ver diferente. ¡No nos atemos a nuestra necedad de que todo siga sabiendo 79 igual! A Prisila le parecía maravilloso que su novio la celara, le parecía una muestra de lo mucho que ella le interesaba, la hacía sentir importante, como si su grancaballero saliera a pelear por ella. Pasaron los meses y todo ese encanto se convirtió en una pesadilla. Sin embargo, Prisila se decía a ella misma que tenía que seguir gustándole que su novio fuera celoso, porque antes la hacía sentir especial y así quería seguirse sintiendo. No se permitía aceptar que el sabor de los celos ahora ya no era dulce, sino amargo, y que reconocerlo le daba la oportunidad de decidir hoy si le gustaba o no. Cuántas veces nos casamos con un sabor y no nos damos cuenta de que ya no nos gusta, nos indigesta, irrita y ya no nos hace sentir bien. Lucero tenía mucho tiempo brincando de relación en relación, bueno, más bien de colchón en colchón, intentando a través de la intimidad, el placer y la conexión física de las relaciones sexuales, llenar los profundos vacíos que tenía en su vida. El sexo le sabía delicioso, las relaciones casuales la llenaban de adrenalina, sin embargo, esos sabores no eran lo que aparentaban. Aparecían dulces y exóticos de entrada, pero fue hasta que se atrevió a de verdad ponerles atención, cuando descubrió que muy rápido se tornaban amargos, tediosos y que la dejaban más insatisfecha que cuando los buscaba. Con la comida nos sucede igual. Ponemos un mundo de fantasías y expectativas en cada cosa que vamos a comer: “Este sándwich me va a dejar totalmente satisfecha”, “Este chocolate me va a hacer sentir la dulzura de la vida”, “Este licuado me va a devolver la felicidad de ser delgada”, “Estos chilaquiles siempre me devuelven la vida”, y rara vez nos quedamos a explorar a qué saben de verdad, si nos gustan, si empalagan, irritan, engañan o qué. ¿Cuántas veces has comido algo por la experiencia que recuerdas que tuviste previamente? Esto nos impide llenarnos de los sabores reales que son los que ocurren en el presente, aquí y ahora, basados en lo que sí hay. Cuando comemos desde el recuerdo y con las ganas de volver a sentir lo de antes, le estamos diciendo NO al maravilloso regalo de la vida que nos dice: ¿Para qué te conformas con lo que sentiste, en lugar de enriquecerte con lo que puedes sentir? ¿Cuántos sabores que parecen amargos acaban convirtiéndose en algo dulce? Marielena desde que despierta está de mal humor porque tiene junta en la escuela de sus hijos y va a ir el grupo de mamás odiosas, insoportables, insensibles y bobas que tanto le choca. Se viste pensando en que la van a criticar, que seguro se van a burlar de ella. 80 Desayuna de malas, come sin atención, no saborea ni disfruta nada porque la amargura del encuentro que le espera invade su paladar (y sus células). Llega a la escuela de sus hijos y le toca sentarse al lado de su peor pesadilla, la peor de las odiosas, insoportables, insensibles y bobas. Empieza a sudar, se siente la peor vestida, las más torpe, gorda y fea. De pronto, su peor pesadilla voltea y la saluda muy amable y se pone a platicar con ella, le da tips súper valiosos para el nuevo ciclo escolar, es simpática, divertida y sencilla. Marielena comienza a sentir cómo su cuerpo se relaja, se acomoda en la silla y hasta el corazón empieza a latir a un ritmo más armónico. Toda la amargura de pronto parece desaparecer para darle paso a la dulzura de la relación adulta, responsable y presente. Se da cuenta que lo que la llevo a reaccionar así desde la mañana fueron sus propias ideas y creencias, porque ella nunca se había atrevido a probar la relación con esta mujer, si no que basó su sabor en sus percepciones, más lo que había escuchado, más lo que ella pensaba de las mujeres atractivas y admiradas. Romina siempre ha pensado que la sopa de verduras es comida para enfermos. Cada vez que llega a alguna casa y presiente que puede haber sopa de verduras, comienza a angustiarse y en más de una ocasión ha inventado dolores, achaques y hasta convulsiones con tal de no comerla; porque además, tiene la idea (amarga) de que decir que algo no le gusta es de mala educación. Por cuestiones de trabajo, viajó a una comunidad en donde después de varias horas de camino lo único que había en la posada a la que llegaron a comer fue… ¡Adivinaste! ¡Sopa de verduras! Casi le dio un infarto, pero como rápidamente pensó que infartarse en medio de la nada no era conveniente, decidió comer la sopa. Nunca se imaginó lo bien que podía saber, al principio sólo tragaba, pero al hacer presencia en la bendición que era tener algo que llevarse a la boca, decidió saborearlo. Lo describe como: “El momento más dulce que he tenido, puedo hasta decir que bajaron ángeles y tocaron sus arpas junto a mí”. A partir de entonces, se permitió la dulzura de apreciar mucho más los momentos y los grandes regalos de la vida. Emprender un negocio, preparar un viaje, estudiar, ahorrar, invertir, etc., tienen de inicio un sabor bastante amargo, de limitaciones a lo mejor, incomodidades, retos, confusión, desmañanadas, discusiones… Sin embargo, no hay nada más dulce que el sabor que da obtener eso por lo que luchamos. Cuando en un ejercicio del taller Comiéndome mis emociones invito a los participantes a degustar una pasita con conciencia, por lo general reportan que nunca se imaginaron que algo tan pequeño, sin mayor aroma y bastante insignificante, pudiera contener tanto jugo, tantos sabores y consistencias. ¿Cuántos sabores dulces se convierten en amargos? 81 Yo decía que A-M-A-B-A los bagels (panecitos salados en forma de dona), no los compraba porque tenía miedo de acabar igual de redonda que ellos, pero eran invitados constantes de mis atracones. Me parecían lo más sofisticado y delicioso que podía existir. Cuando comencé en este camino de la conciencia, uno de los alimentos que acudieron a esta nueva cita con mi atención fueron ellos y ¡oh, sorpresa! Después de la primera mordida en la que hasta mis ojos se entrecerraron como esperando el beso de mi príncipe azul…¡Se rompió la calabaza! Y me encontré con una cosa masuda en mi boca, con un sabor como a fierro, grumosa, insípida… ¡ESPANTOSA! Cuántas personas se enamoran del dulce sabor de una pareja que las cele, porque tienen la idea de que eso significa que las ama mucho y las cuida, y conforme pasa el tiempo esa dulzura se puede convertir en la más amarga pesadilla cuando los celos llevan a los insultos, el maltrato, la violencia y, en algunos casos, hasta la muerte física o de la libertad. Día a día se muestran historias de modelos que viven verdaderos infiernos por mantener sus cuerpos casi esqueléticos en pos de disfrutar la “dulzura” de ser admiradas y perfectas. Reflexiona qué historias y experiencias tienes en tu vida que hayan cambiado de sabor. Nos casamos con los sabores. Si leyéramos lo que nos decimos, aparecerían frases como: “A mí todavía me tendría que gustar ir a comer a casa de mis suegros”, “yo tendría que sentirme mal cada vez que hago algo por mí”, ”yo debería de sentirme igual de feliz comiendo galletas como cuando lo hacía de niña”. La mayoría de las decisiones que tomamos tanto en la comida como en la vida va tan cargada de expectativas, creencias, miedos, proyecciones e insatisfacciones, que es muy común que continuamente nos sintamos defraudados o desilusionados. Pero, en realidad, la desilusión viene de lo que pensábamos que debía ocurrir y no de lo que ocurrió. Solemos darnos instrucciones como: no vuelvo a enojarme con nadie, no vuelvo a comer nada dulce en mi vida, voy a ser siempre feliz, jamás voy a cambiar de religión… como si haciéndolo aseguráramos nuestra estabilidad. Sin embargo, se nos olvida pensar en un pequeño detalle: ¡no podemos controlar casi nada! La vida se vive a cada instante y con cada inhalación y exhalación morimos y volvemos a nacer, cada decisión es la muerte de otra, cada día en el que todo es igual, todo es diferente. Seguimos decidiendo como niñas o niños caprichosos, rebeldes o asustados y abandonados, o como padres o maestros criticones, autoritarios, inflexibles y amedrentadores. Rara vez decidimos desde la objetividad que da el aquí y el ahora, desde nuestra situación real y actual, y no hacerlo así hace que no dimensionemos. Imaginaal típico hombre de 50 años que sigue saliendo de fiesta cuatro veces a la semana, teniendo relaciones con distintas mujeres, manejando borracho… No 82 dimensiona el peligro ni los riesgos que esto conlleva porque sigue actuando como adolescente, pidiendo a gritos el amor que se entrega de parte de los padres o figuras parentales a través de los límites. O una mujer de 40 años, profesionista, que cada vez que su jefa le grita, se paraliza y siente que el mundo se derrumba, se deprime y comienza a comer sin control. Es muy probable que esa situación la haga contactar con memorias emocionales de cuando a lo mejor de pequeña le gritaban mucho y se asustaba, o estar presente durante la discusión de los papás la sobrepasaba, o al contrario, nadie en su casa levantó la voz y ahora no sabe qué hacer cuando alguien grita. Pero todo esto, si en lugar de revisarlo, sólo deja que invada su aquí y ahora, le impide dimensionar que a su edad y con su preparación está muy lejos de ser una niña desprotegida y sin herramientas. Deja de ser objetiva y de ver la realidad de lo que ocurre. Nosotros vamos cambiando cada momento, tú que me estás leyendo no eres el mismo de hace diez minutos que no recibías esta información, y no porque sea buena o mala, sino porque ya en tu experiencia hay elementos nuevos. No importa cuántas veces hayamos intentado algo y no nos haya salido, cada intento, aunque parezca igual y contenga aparentemente los mismos elementos, es diferente porque un instante no se vive dos veces jamás. Hay muchos sabores que intentamos tapar con comida, como el amargo sabor de la decepción, la agria sensación de rechazo o la picante agitación de un enojo. ¿Qué tienes en tu alacena? Durante uno de los talleres que dirijo, una de las participantes, quien tenía un sobrepeso considerable que incluso le causaba una gran dificultad para caminar, nos compartía que nunca tenía de comer en su alacena para evitar las tentaciones. Le pregunté si hacer eso le había servido y, con una expresión que entremezclaba la tristeza y la ironía, mirando el bastón que requería para caminar, me contestó: “Veo que no”. Esto provocaba en ella varias cosas. Por un lado, le daba la oportunidad de salir a comprarse algo que en realidad deseaba bajo el pretexto de: “Como no hay nada en la alacena y ya es tarde, no me queda otro remedio que comerme estos tacos”. Por otro lado, le recordaba su vacío interior; era una recreación de lo que tanto se decía: “Tu destino es estar sola”. Como eso le aterraba, corría nuevamente a comer a algún lugar que por lo menos le diera la ilusión de estar acompañada; la alejaba de tomar la responsabilidad de hacerse cargo de ella misma, se agredía constantemente al recordarse que no podía tener nada y así se mantenía en papel de víctima, esperando que alguien más la rescatara y se hiciera cargo. Ponerle atención a nuestra alacena o al refrigerador nos da una gran idea de qué es lo 83 que tenemos disponible para atender nuestra hambre. ¿Qué tiene tu alacena? • ¿Es una copia de la de tu mamá? • ¿Está perfectamente ordenada y catalogada? • ¿Está desordenada? • ¿Está vacía? • ¿Tiene de todo? • ¿Esta lista siempre para recibir invitados? • ¿Tiene las cosas contadas? • ¿Todo es de dieta? • ¿Todo te grita que no mereces comer rico? • ¿La tienes con llave? Revisa y escribe qué dice tu alacena o tu refrigerador de ti y de tu vida. Lo mismo que ocurre con nuestra alacena “física”, ocurre con la “energética”. Sólo que aquí en lugar de alimentos, hay pensamientos, imágenes, creencias, intenciones, críticas, juicios, etc. Si lo único que tenemos guardado es rencor, obviamente de eso nos vamos a alimentar; si está llena de fantasías, evasiones y escapes, eso nos seguiremos comiendo cada vez que haya alguna situación complicada; si nos rodeamos de personas que no tienen límites, es muy probable que cuando necesitamos poner uno nosotros, no encontremos el ejemplo y el apoyo para hacerlo. Es decir, cuando necesitemos algo, el primer lugar en el que buscamos es en nuestra propia alacena. Eso no quiere decir que no podamos salir a comprar algo, o comer algo que nos inviten aun cuando no sea lo que comeríamos habitualmente. Simplemente sugiero mantener nuestros recursos en el mejor estado posible. Es diferente el estado de salud en todos sentidos de una persona que come equilibrado, rico, variado, fresco, de quien come pura comida enlatada o de quien prefiere sólo un tipo de alimentos y no se sale de lo “permitido”. Entrenamos en el terreno de la comida lo que luego llevamos a terrenos más profundos. Distinguir los sabores que en verdad nos gustan abre la puerta a descubrir si lo que hacemos, por ejemplo, en el trabajo o en la casa, realmente es lo que nos llena. Ser congruente entre mi hambre física y la comida que consumo entrena nuestra capacidad de ser mucho más asertivos en nuestras decisiones. Resisitir el impulso de no llevarnos alimento a la boca cuando no tenemos hambre física tonifica la voluntad de no buscar gratificaciones inmediatas y pasajeras. Buscar la verdadera satisfacción en cuanto al tipo de alimento que deseo, a la 84 cantidad y la forma de comerlo, expande las oportunidades de lograr plenitud, saciedad y bienestar. Guerras declaradas ¿Dónde comienza la paz? Vivimos en un mundo en el que la palabra guerra ha escrito con sangre inumerables historias y no precisamente de amor. Los componentes principales de la guerra son la demostración de poder y el egoísmo de ver sólo lo que conviene a los intereses de cada quien, en lugar de buscar un bien común. A los gobernantes les importa poco la repercusión de sus decisiones en los hogares de sus gobernados, a los dirigentes de las grandes potencias les tiene sin cuidado lo que ocurre con los países vecinos, a los empresarios les preocupa más llenar sus bolsillos que crear productos que sean amigables con el medio ambiente, a la señora que llega por sus hijos le tiene sin pendiente si su auto estorba la cochera de alguna casa o si invade algún paso peatonal, al borracho se le olvida frenar en el semáforo y así… la mayoría preferimos no mirar a los que tienen hambre y frío, criticamos y juzgamos, lo que es diferente, maltratamos algo simplemente porque no nos gusta… cada quien ve por su propio beneficio. ¿Y qué no es lo mismo lo que hacemos internamente? Negamos las partes de nosotros que no nos gustan y al hacerlo, éstas nos declaran la guerra al sentir tal agresión. A la boca le vale poco si lo que se come va a dañar al estómago; al deseo sexual le importa poco si daña al corazón o si provoca una infección o fomenta un contagio; a la necesidad de pertenencia le importa poco pasar por encima de la dignidad; el miedo se ciega y no ve la necesidad del alma de mostrarse. Bombardeamos constantemente a nuestras partes más vulnerables o que nos representan alguna amenaza con críticas, juicios y maltratos. Mostramos nuestra rebeldía al mundo, haciéndonos daño a nosotros. Basta con encender la televisión o el radio, dar un clic, leer los encabezados en los periódicos, escuchar las conversaciones en salas de negocios, restaurantes, salas de espera, transporte público, etc., para enterarnos de las guerras y el terrorismo, de los 85 enfrentamientos entre personas, estados, gobiernos, o de los conflictos que se generan por la avaricia, el egoísmo, la indiferencia, el poder y el hecho de que cada quien ve por sus propios intereses, en lugar de unir esfuerzos y ver por el bien común. A los gobernantes le importan poco sus gobernados, a los choferes de camiones les da igual si con su forma de manejar arriesgan la vida de quienes viajan con ellos; a don Juan le tiene sin cuidado lavar su coche dos veces al día con la manguera y desperdiciar el agua; doña Cecilia se estaciona en segunda fila indiferente al tráfico que causa y así…. la lista se puede volver interminable. Te has puesto a reflexionar que lo que ocurre en nuestro mundo externo es un reflejo de lo que acontece en el interno… Sólo haz conciencia de cuántas veces: • Tu boca, contal de satisfacer su deseo de llenarse de ciertos sabores, ignora las necesidades del estómago. • El deseo sexual explota sin preguntarle al corazón cuánto hay en juego. • La deshonestidad le tapa los ojos a la verdad. • La desidia encierra a la voluntad y esconde las llaves. • La flojera se apodera del cuerpo sin importarle cuánto bienestar le quita al no hacer ejercicio. • La inconsciencia le bloquea el camino a la iluminación. Solemos negar las partes de nosotros que no nos gustan, en lugar de revisarlas y transformarlas, iniciamos guerras con nosotros mismos, nos herimos, nos atacamos, traicionamos nuestros sueños y deseos, nos juzgamos y dejamos de ver las verdaderas razones de nuestros comportamientos, arrasamos con nuestras propias defensas, mandamos dobles mensajes capaces de generar malentendidos y posturas encontradas. ¿Te hace sentido? Bueno, pues ¿de qué forma podemos comenzar a regresar a la Unidad? • Con diálogos sinceros. • Con empatía. • Integrando todas nuestras partes, abrazando cada situación, entendiendo que cada cosa que ocurre nos da pistas en el camino a la liberación. • Buscando equilibrios y acuerdos. • Reconciliando nuestras diferencias. • Poniendo atención a nuestras necesidades reales. 86 • Hallando puntos de encuentro. • Fijando objetivos claros. • Entendiendo que si caminamos juntos y nos ayudamos, llegaremos más rápido a nuestros objetivos. • Reconociendo las ventajas y desventajas para potenciar nuestros recursos. Hacer las paces con nosotros mismos es una gran manera de contribuir a la paz de nuestro planeta. Curar y sanar… ¿son lo mismo? Buscando definiciones que me confirmaran los conceptos que tengo yo acerca de CURAR y SANAR, me encontré con varias que básicamente giraban sobre la misma idea. Curar: • Eliminar el síntoma de una enfermedad. • Eliminar rastros de una herida, accidente o enfermedad. • Tratar lo aparente. Sanar: • Obtener la salud del cuerpo, mente, emociones y espíritu. • Comprender las razones. • Restablecer el contacto profundo con nosotros mismos y con nuestra misión en la vida. • Encontrar el bienestar en todos los aspectos. • Comprender mejor las cosas que suceden. • Encontrar herramientas, caminos y posibilidades de hacer las cosas de manera diferente. Me llaman la atención las palabras “eliminar” y “rastros” que aparecen en la definición de 87 curar. Y es que hoy las escucho constantemente a través de las personas a quienes tengo el placer de acompañar en su trabajo de “sanar” su relación con la comida y el peso. ¡Yo misma me las dije cientos de veces! Quería que alguien o algo me “arrancara” los kilos del cuerpo, que no quedara rastro de esa maldición que había caído sobre mí. Me tomaba el estómago y me lo pellizcaba cruelmente deseando con todas mis ganas que desapareciera esa grasa, esa carne… No me daba cuenta que haciendo eso, inyectaba cada vez más veneno a mi alma, a mi cuerpo, a mis células que respondían obedientes a cada una de mis palabras, enfermando, deformándose, recibiendo mis deseos como una sentencia a muerte: “Desaparecen o recibirán mi odio por siempre”. Apenas inician los talleres que imparto, hago la siguiente aclaración: “Éste no es un método para bajar de peso, para eso hay miles de libros, clínicas, consultorios, brujos y doctores, aquí vienen a sanar, a reconciliar, a liberarse, a trabajar”. De hecho, les digo que si lo desean, pueden irse y gastar su dinero en algo más. Pero no lo hacen; todos se quedan porque tienen la esperanza de encontrar algo diferente, aunque sé que en alguna parte lo que aparece es el deseo enorme de que yo les dé alguna píldora mágica o alguna práctica milagrosa. Aun así deciden escuchar con atención lo que les digo; se conmueven, entienden, se liberan, empatizan, al grado que cuando termina el taller tienen la mirada serena, el semblante relajado y un brillo especial que es fácil reconocer. Se llevan pistas súper valiosas acerca de ellos mismos, comienzan procesos de comprensión y perdón incalculables, herramientas nuevas de cómo, cuándo, cuánto y qué comer, hacen hermandades, ponen en marcha proyectos que tenían atorados hace años, se reconcilian con partes profundas, aceptan responsabilidades, desafían creencias, reconocen sus valores, etc. Pasan los días y toda esa riqueza que obtuvieron comienza en algunos de ellos a transformarse en la pregunta de siempre: ¿cuándo desaparecerán los kilos? No alcanzan a ver la dimensión de la sanación que están teniendo, por ver lo que su ego les ha hecho pensar que es lo importante. No pueden ver que los kilos son sólo el síntoma, que cuando ya no tengan una función en su cuerpo se van a ir, pero no sin haber cumplido su misión. Cuando les comento que una parte de esta aproximación sugiere no hacer dietas, hay quienes se asustan porque sienten que van a perder la única base solida de toda su estructura de vida. Otras personas, por el contrario, salen felices porque aunque yo les digo que dejar de hacer dietas es iniciar un proceso de responsabilidad, de trabajo profundo, de recuperar la capacidad de hacer elecciones saludables en todo sentido, de experimentar, de reconstruir, etc., sólo escuchan: ¡tengo que comer puras porquerías! Y en la comida como en la vida, comúnmente, nos ocurre algo similar, deseamos que los cambios se hagan rápido, sin complicaciones y sin esfuerzo. Me impresiona la cantidad de recursos y talento que se destina a crear productos y servicios que nos hagan la vida más ligera, sencilla, práctica e impersonal. 88 La curación es eso, querer que nos pongan una venda en la herida (y en los ojos) y que podamos seguir nuestro camino como si nada hubiera pasado; sugiere quitar, despegar, arrancar, evadir, no mostrar, no cambiar, sino seguir siendo lo que éramos antes de que la herida, la enfermedad, los kilos, la adicción o la pérdida ocurriera. Olvidando que justamente lo que nos ocurre tiene la intención de movernos de lugar, de que no permanezcamos en donde estábamos, la evolución se da cuando nos transformamos a partir de ver lo que nos ocurre, de enfrentarnos a los nuevos retos, cuando honramos cada herida, del mismo modo que honramos cada batalla. Curar es desprender, sanar es abrazar, lo cual no es echarle limón ni rascar ni pretender que se haga más grande y vistosa la herida, sino verla y escuchar lo que me quiere decir. Imagina quiénes seríamos si no tuviéramos una historia que nos diera la experiencia necesaria para dar los siguientes pasos, sin hacer nuestras las vivencias, las ausencias, las caídas, los temores, las alegrías, los encuentros… Seríamos muñecos vacíos funcionando como autómatas, reaccionando simplemente a los impulsos. ¡Por fortuna, somos mucho más que eso! Somos almas queriendo evolucionar, corazones queriendo latir, cuerpos queriendo moverse con libertad, ojos mirando con asombro y compasión, vidas queriendo ser vividas con amor y aceptación…Y todo eso, sólo se aprende abrazando y aceptando. Abrazar nuestra compulsión por comer es abrazar la parte de nosotros que está debajo de ella, esperando que la desenterremos para hacernos cargo. Negar nuestra compulsión es negar aquello que se oculta debajo de ella, y lo hacemos porque pensamos que aceptarlo sería casi igual a morir de dolor, de pena, de miedo, de desolación. Lo negamos porque creemos que no tiene solución. Esa creencia implica negar también la existencia de Dios, esa energía luminosa y creadora para la que no hay imposibles. Preferimos confiar en productos milagrosos que pretenden desaparecer nuestro peso de más o nuestra imparable manera de comer, en lugar de abandonarnos en los brazos de Nuestro Ser Superior, rendirnos ante Él y entonces sí… Dejar que los milagros comiencen a manifestarse. De luz y sombra Todo es doble; todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos; los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son semiverdades; todas las paradojas pueden reconciliarse. EL KYBALION Todas lasmañanas procuro ir a caminar a uno de los pocos bosques que quedan en la 89 Ciudad de México. Antes me desesperaba mucho porque yo quería correr, sin embargo, dada una condición médica, no puedo hacerlo. Vencí mi inercia de hacer las cosas rápido y confronté una fuerte creencia que me gritaba: ¡SI NO CORRES, NO SIRVE DE NADA! Comencé a encontrar en el simple hecho de caminar un enorme placer. Aprovecho para poner en práctica varios de los conceptos que predico y uno de ellos es el de habitarme e ir haciendo presencia durante mi caminata. Uno de los tramos que recorro incluye una pendiente bastante pronunciada. Las primeras veces que emprendí la subida acababa sin aire, agotada, y todo el trayecto iba peleándome con la incomodidad que experimentaba, sumada al terror que ejercía mi mente sobre mí con la cantidad de barbaridades que me decía. Hasta que un día, como te conté antes, probé ir describiendo cada cosa que le ocurría a mi cuerpo durante el proceso: mi pierna izquierda comienza a endurecerse, mi espalda baja se siente presionada, mi cuello está tenso, el estómago se aprieta, mi pie derecho se siente pesado, el izquierdo comienza a sentir mucha presión, mi respiración se agita, el pecho se infla… ¡Y pasa algo maravilloso! ¡Mi cuerpo comienza a funcionar mejor y está más relajado, es como si el hecho de sentirse acompañado, no juzgado y comprendido le inyectara fuerza! Cuando menos pienso, ya estoy hasta arriba. ¡Mi cuerpo colabora si yo colaboro! Esto es lo mismo que invito a los participantes de mis talleres a hacer constantemente, a observarse sin juicios, registrar lo que ya ocurre, no lo que debiera ocurrir. Gastamos una cantidad enorme de energía intentando que las cosas que ya están ocurriendo o que ya ocurrieron sean diferentes. La mayoría escuchamos frases como: “Si tan solo fueras más… inteligente, alto, guapo, simpático, emprendedor…”, “¿por qué no eres como tu hermana?”, “no seas tan llorona”, “tú siempre con tus sentimentalismos”, “esa forma tuya de ser no te va a ayudar en la vida”, “debes ser más fuerte”, etc. ¿El mensaje? ¡Ser como eres no está bien! Ésa es una de las grandes razones por las cuáles intentamos a como dé lugar cambiar. La primera opción que pensamos y que, claramente, el medio refuerza es la de cambiar el exterior. Después y si nos da la iluminación, intentamos cambiar lo de adentro. Yo te invito más bien a transformar, es decir, a darte cuenta de lo que hay y desde esa base potenciarlo, aprovecharlo, minimizarlo o lo que resulte más conveniente para ti. Cuando hay sombras en nuestra vida es porque hay una fuente de luz que al encontrarse con un objeto (llámese persona, animal, cosa) e iluminarlo desde alguno de sus lados, causa ese efecto. ¿Cuál es la única situación en la que la luz del sol no provoca sombras? Cuando está en su punto más alto y sus rayos caen derechos sobre algo o alguien, no de lado ni únicamente iluminando una parte, sino el todo; como cuando nos colocamos justo debajo de un foco. 90 ¿Sabes cuándo ocurre este fenómeno sobre nosotros? Cuando nos quedamos en nuestro centro, aceptamos lo que ocurre y contactamos con esa LUZ que da la presencia, con esa paz de simplemente aceptar, cuando nos alineamos con todo lo que somos, sin que queden partes sin iluminar ni sombras que negar, cuando dejamos de huir, de criticar, de justificar y de juzgar. Cuando eso ocurre, aun por fracciones de segundo, todo nuestro ser se ilumina y nos impregnamos de una fuerza a veces indescriptible. Son esos momentos los que nos quitan el aliento, como cuando la belleza de un atardecer no necesita explicarse y sólo nos regala lo que ES. Sé que es más sencillo narrarlo que lograrlo, sin embargo, te invito a que lo pruebes. En este momento que me estás leyendo, haz una pausa para simplemente SER, sin pensar, sin pretender, sin moverte, sólo conecta con lo que ocurre y date cuenta que lo que ocurre ahorita es lo único que puede estar ocurriendo, ya que de lo contrario no sería así. Siente la paz de no tener que sentir nada diferente a lo que estás sintiendo, ni pensar nada diferente a lo que estás pensando, ni ser nadie diferente a quien eres. Inhala profundo y exhala HABITÁNDOTE, con todas tus luces, tus sombras, desnudándote ante la honestidad del momento, esa honestidad y, de cierto modo, esa desfachatez con que la vida nos dice: ¡AQUÍ ESTOY, ESTÉS LISTO O NO! El atracón: la forma de tomarnos por la mala lo que no permitirnos darnos por la buena Recuerda cuántas veces por no permitirte hacer algo, tener algo, decir algo o comer algo que deseabas caíste en algún exceso. Por ejemplo, a lo mejor no le pusiste un alto a la falta de respeto que cometió contigo tu pareja, con tal de no tener una discusión. Horas o días después explotaste aparentemente sin razón, cuando se tropezó y tiró un vaso de agua sobre la mesa. O te negaste a darte un descanso y terminaste con una gripe espantosa que te tiró en cama una semana completa. Te rehusaste a comer algo que te gusta y acabaste dándote un tremendo atracón. El atracón suele ser uno de los episodios con más sentimientos encontrados al que nos enfrentamos quienes tenemos una mala relación con la comida. Son estos momentos en que la fuerza de voluntad parece haberse perdido en el océano, que nos vemos poseídos por fuerzas demoniacas que nos llevan como autómatas a abrir el refri, la alacena, a vaciar la tiendita, comer una pizza fría, levantar el arroz que se cayó del suelo, combinar la salchicha vieja de hace una semana con un poco de espagueti duro, y mil historias que pocos se atreverían a revelar, ya que por lo general lo hacemos a escondidas. Son episodios de mucha violencia, descontrol, vergüenza, desolación, angustia y pánico. Christopher Fairburn señala que estos episodios tienen ciertas características: 91 Sentimiento de placer en un principio. Velocidad de la ingesta. Agitación. Sensación de conciencia alterada. Necesidad de mantenerlo oculto. Pérdida de control. Sentimientos de disgusto y desesperación. ¿Qué los detona? Hacer dieta. Evitar comer. Restringir la cantidad de comida ingerida. Evitar ciertos tipos de comida. Violar lealtades familiares. Tocar sentimientos prohibidos. ¿De qué son resultado? • De un deseo de escapar. • De una privación ya sea: Alimenticia: Vivir en restricción Emocional: No permitirme sentir lo que siento No decir algo que quiero decir No hacer algo que quiero hacer No tener algo que quiero tener Los atracones no sólo son de comida, nos damos atracones de irresponsabilidad, cuando nuestro crítico interno no nos permite soltar, delegar, confiar. También nos damos atracones de enfermedad cuando no nos permitimos descansar, o atacamos a nuestra pareja cuando no sentimos el suficiente amor por nosotros mismos. Te pongo un ejemplo: Una amiga mía que es perfeccionista y muy controladora planeó la Primera Comunión de sus hijos ella sola, sin permitir que se le fuera un solo detalle, se sobrecargó de un exceso de control y responsabilidad; tenía planeada la lista de invitados de manera perfecta, quién se sentaba con quién, casi casi quién platicaba con quién, cómo entraría la gente, qué jugarían los niños, había decenas de opciones para que ninguno se aburriera ni 92 perturbara la paz que ella había predicho para el evento. Los horarios de cada cosa estaban medidos casi con cronómetro, no delegó nada a nadie y se imaginarán que estuvo con el estómago hecho nudo semanas antes, sin dormir, de mal humor y prácticamente sin medio espacio en su vida para otra cosa que no fuera la fiesta. Llegó el gran día y el destino le jugó una de sus peculiares bromas. Con 60 niños buscando qué hacer, se dio cuenta que había programado a los animadores para el día siguiente. Fue tanta su furia, frustración e impotencia, que literalmente se despidió, se tomó tres tequilas e inconsciente la llevaron a su casa. No disfrutó el evento, ni a sus hijos ni nada. Se dio un mega atracón de irresponsabilidad, soltó todo, por no permitirse disfrutar más la preparación, pedir ayuda y ser másabierta a ideas… ¿De qué te has dado atracones? • ¿De desorden por ser tan obsesivo? • ¿De sexo por haber estado reprimiendo el deseo? • ¿De odio por no haber reconocido tus abusos? • ¿De arrebatos por no haber puesto límites? • ¿De celos por no confiar en ti mismo? • ¿De locura por no permitirte descontrolarte de vez en cuando? • ¿De amargura por no dejar salir la luz de tu corazón? • ¿De dureza por no atreverte a tocar tu vulnerabilidad? • ¿De gritos por haber callado tanto? Observar nuestra forma de comer es un gran termómetro para reconocer aspectos de nuestra vida que requieran ser revisados y trabajar directamente sobre ellos. Aquí te muestro algunas situaciones y lo que pueden estar reflejando: 1. No te sientas a comer a la mesa, prefieres hacer otra cosa. ¿Te cuesta trabajo centrarte en una actividad, la monotonía te asusta y quedarte contigo mismo te parece algo sumamente peligroso? Comer de esta manera habla mucho de cómo buscamos estrategias para no poner atención a lo que nos supone algún riesgo importante. Preferimos estar en movimiento constante y no asumir el riesgo de quedarnos por “miedo” a ser descubiertos, ya sea por nuestra pareja, nuestro jefe, amigos, etc. Elegimos estar de un lado a otro con mil actividades para tener el pretexto perfecto de no ser vistos detenidamente y poner en evidencia ciertos aspectos que creemos impropios o vergonzosos. Esto tiene que ver más con 93 ideas catastróficas de lo que puede suceder si nos mostramos como somos, que con una realidad. También puede ser una forma de evitar contactar con nosotros mismos. 2. Te la pasas picando todo el día. Al igual que una estrategia de hurto hábil es el robo hormiga, porque para cuando alguien lo descubre ya es demasiado tarde, el comer todo el día también de poquito en poquito es una forma de “engañarnos”, sin que el acto de comer pase por un proceso de atención y responsabilidad. Es como si dijéramos “si no lo recuerdo, no pasó”. La noticia es que sí pasa y sí tiene consecuencias, al igual que tienen consecuencias los pensamientos aparentemente inofensivos que nos decimos todo el día. Por ejemplo: te repites todo el día que eres estúpida, tonta, inútil… y te sorprende no lograr tus metas. No te detienes a escuchar que tú misma te la pasas confirmándolo. 3. Te atracas constantemente. El atracón es una forma de tomar a la mala lo que no nos permitimos a la buena. Revisa de qué te has privado o te estás privando que la única forma en que te permites tenerlo es creando episodios de atracón, o de explosiones de enojo, celos, irresponsabilidad, vulnerabilidad, etc. 4. Comes porque es lo que se debe comer, olvidando qué es lo que realmente te gusta. Cuando invito a quienes participan en mis talleres a comer lo que realmente les gusta, se topan con la sorpresa de que no tienen idea de qué quieren en verdad. Han basado sus decisiones en comer lo que estaba prohibido cuando rompen la dieta o han querido convencerse de que deben desear cosas nutritivas. En la vida cuántas veces elegimos carrera, pareja, trabajo, amistades y hasta peinados y ropa según lo que debe ser, más allá de lo que en realidad nos gusta y satisface. 5. Buscas sustitutos. En lugar de ir directamente por lo que deseamos, buscamos sustitutos porque no nos damos el permiso de tener el original. Lo hacemos con la comida y también en la vida. Nos quedamos con una pareja que no es la que en verdad queríamos, pero es la que estaba, nos quejamos de un trabajo mediocre porque no creemos merecer algo mejor, decimos lo que la gente quiere escuchar, en lugar de lo que queremos expresar. 6. Te descontrolas frente a la comida o, por el contrario, te sometes a controles brutales. Cuando intentamos controlar aspectos como quién nos ama, cómo nos van a lastimar, cómo nos tenemos que sentir, quiénes nos van a admirar, cuánto le importamos a los demás, a qué distancia los mantenemos, etc., pueden ocurrir dos cosas, que extendamos ese control a nuestra forma de comer o, por el contrario, que sea justamente en el plato donde nos permitamos soltarlo, ahí donde el permiso hará menos daño. 7. Esperas a ver qué van a pedir los demás para decidir que ordenarás tú. Tomas decisiones dependiendo más en lo que los otros esperan o crees que esperan de ti, que en lo que realmente deseas. Continuamente buscas validarte a través de 94 alguien o algo externo. 8. Pasas mucho tiempo sin comer, no haces contacto con tu hambre física. Es muy probable que también te estés alejando de tus propias sensaciones y que estés desconectada si no de todos, si de algunos sentimientos que en algún momento te hirieron o asustaron. 9. Te comes lo que haya y/o las sobras. No importa si te gusta o no, si tienes hambre o no, mientras pase por tu boca y llegue al estómago, no hay problema. No hay selección ni atención. Del mismo modo, es probable que permitas abusos, responsabilidades e historias que ni siquiera te corresponden. Te vuelves un “basurero” de los demás, eres quien está siempre dispuesto a acompañar, hacer, traer y llevar a quien te lo pida, sin reconocer siquiera si al hacerlo pasas sobre ti. Crees que si te lo tragas y le quitas el mal rato al otro, te va a querer más o serás mejor persona. También revisa si te conformas con menos de lo que quieres y aceptas “las sobras” en una relación o en la vida en sí. 10. Eres sumamente especial para comer. Pones mucha atención a cada cosa que va a entrar a tu boca, te has alejado de personas o actividades por seguir al pie de la letra tus planes y guías de alimentación. Te sugiero revisar si tu forma especial y estricta de comer no es una excusa para alejarte o esconderte. ¿Cómo darme cuenta de qué sentimientos detonan mi compulsión por comer? Todos tenemos en nuestra gran gama de sentimientos algunos que nos mueven la vida más que otros. Esto nos ocurre a todos, sólo que cada uno tiene diferentes maneras de lidiar con ellos. Hay quienes usamos la comida y/o el peso para salir de los sentimientos prohibidos, dolorosos o peligrosos, y poder regresar a los “permitidos”. Otras personas sólo a través de la comida y/o del peso encontramos el escaparate para esos sentimientos prohibidos. ¿Cómo decidimos que un sentimiento es prohibido o permitido? En la mayoría de las historias hay detonantes, ya sea un evento en especial (una 95 separación, un abuso, una pérdida, una desilusión, un accidente, etc.) o una circunstancia de vida (padres ausentes, tipo de familia, región, religión, etc.) que nos hacen poner en marcha nuestras herramientas de supervivencia o de adaptación al medio. Estas herramientas incluyen a nuestros sentimientos. Cuando ocurre algo que nos impacta, nuestro sistema hace un tipo de revisión para definir qué sentimiento será el que nos permita sobrevivir con menos daño. Es por eso que en una misma familia, bajo circunstancias iguales, cada miembro reacciona y se integra de diferente manera. Ese sentimiento que nos ayudó a sobrevivir será el que a la fecha se haga constantemente presente. Por otro lado, el sentimiento que de algún modo creímos que nos ponía o nos puso en riesgo será muy probablemente aquel del que queramos escapar y no contactar. Te voy a poner ejemplos de diferentes combinaciones de sentimientos y cómo interviene la comida y/o el peso en la manera de enfrentarlos o escaparles. Permitido: enojo Prohibido: tristeza Marielena, cuando tenía 8 años, vivió la angustia de encontrarse en medio de peleas campales entre sus padres, al grado que fue llevada varias veces a testificar ante tribunales. En ese momento, el sentimiento que se desató en ella y que de algún modo la salvó de hundirse en la tristeza y la depresión fue el enojo. Hoy tiene 45 años y el enojo sigue siendo su fiel compañero de batallas. Cuando revisamos en el taller esta historia, se dio cuenta que cuando aparece la sensación de tristeza, que en ella no es permitida porque en algún momento le pareció que la hundiría, se detonan sus ganas de alimentarse de algo “prohibido”. Comerlo la hace enojarse consigo misma aparentemente por notener fuerza de voluntad y por verse gorda, cuando en realidad, enojarse para ella es mucho más seguro que sentirse triste, y la comida y el peso le permiten hacer ese “by pass”. Es decir, no se enoja porque come, más bien come para poderse enojar y salir de la tristeza. Permitido: alegría Prohibido: enojo Alejandra es una chava encantadora y siempre sonriente, a mí me sorprendió cuando me dijo que tenía 30 años, porque se veía de escasos 22 y su voz era muy aniñada. Desde pequeña, en su familia desempeñó el papel de la niña feliz. No daba lata, complacía a todos, especialmente a su papá, quien tiene un carácter muy fuerte y, por lo general, está 96 enojado (cosa que a ella le da pavor). Esto al mismo tiempo la ha mantenido también muy enojada, ya que ha dejado su vida de lado para cuidar a sus papás y ser la hija, hermana, tía y amiga perfecta. Sin embargo, no se ha permitido expresar ese enojo, ya que le significaría perder las grandes ganancias que le ha dado ser tan buena. Para todos, es la que nunca se enoja. Durante una sesión del taller, en uno de los ejercicios se dio cuenta que estaba muy enojada y me lo hizo saber con una amplia sonrisa, a lo que yo le respondí que no la veía nada enojada. Cuando la confronté, empezó a ponerse muy nerviosa, más bien apanicada, y sin dejar de sonreír me pidió que parara y que la dejara salir a comer galletas. Le pedí que se quedara y comencé con ella a hacer un ejercicio para sacar enojo. Finalmente, logró dar un grito desde el estómago, donde efectivamente contactó con el enojo y logró darle salida. Cuando lo hizo, estaba impactada y compartió con el grupo que se le habían quitado completamente las ganas de ir por una galleta. Sentir enojo le era tan doloroso y aterrador que cuando había cualquier señal que la pusiera en riesgo de sentirlo, la hacía literalmente correr por comida para sentirse feliz. Sin embargo, esto le duraba poco y era sólo aparente, porque en el fondo se quedaba muy enojada con ella misma, lo cual le permite no exponerse. Permitido: miedo Prohibido: afecto Ésta es mi propia lectura. A mí el miedo me ha acompañado lo que recuerdo de vida. Se desató cuando me sentí abrumada por cambios como el divorcio de mis papás, los constantes movimientos a casa de los abuelos, la nueva dinámica en casa, etc. Me volví súper temerosa porque el miedo, de algún modo, paraliza e inmoviliza y eso era lo que yo necesitaba, no moverme, quería que me devolvieran mi vida tal y como estaba. Me sentí en ese momento tan traicionada, que el amor se volvió algo peligroso, no sólo hacia los otros sino hacia mí. Entre menos me moviera y menos me encariñara con lo nuevo, creía que se mantendría la posibilidad de que todo regresara a la normalidad; entre menos siguiera adelante, más les recordaba el daño que me habían hecho. Así me comporté por mucho tiempo. Cada vez que he tenido la oportunidad de avanzar, busco la manera de pararme, ya sea con el peso, con la falta de dinero, con el “yo no puedo”, etc. Mientras más pesada esté, menos corro el riesgo de moverme y ser lastimada. Cuando pude descubrir esta dinámica que he realizado, de algún modo oculta, no es de extrañarse todo lo que ha ocurrido en mi vida. Si la óptica a través de la cual observaba al mundo estaba tan distorsionada, no es sorprendente que me deprimiera tanto cada vez que venían cambios importantes en mi vida. Hoy todo comienza a tener sentido, es como si un velo se hubiera caído. Entiendo ahora que no es que yo no pudiera o que los dioses del Olimpo decidieran evitarme la felicidad, simplemente estaba viviendo bajo un mandato que me había convencido de que detenerme era igual a ponerme a salvo. Afortunadamente, darme cuenta hoy me permite pensar que eso ya es 97 totalmente obsoleto, ya no sirve, es más, nunca sirvió porque estaba basado en una mera fantasía infantil. Permitido: afecto Prohibido: alegría Patricia tuvo una infancia caótica, en medio del desorden absoluto, la incongruencia, el abuso, la desconfianza, la falta de cuidado, el abandono, la crítica, la no pertenencia, etc. La forma que ella encontró para sobrevivir a ese caos fue “poner buena cara”, complacer a todos y tragarse lo que ocurría al darse cuenta que nadie parecía ayudarla, al grado que cayó en un trastorno de bulimia en el que literalmente se tragaba todo lo que se le aparecía y al igual que en la vida, al no tener la capacidad de asimilarlo, lo vomitaba. Le resultó menos doloroso encontrar el amor en la comida que en su familia. La alegría le era continuamente arrebatada. Cada vez que algo “bueno” le pasaba, casi instantáneamente desaparecía. Cuando ella pensaba que ya había pasado lo peor, algo más fuerte ocurría. Con esta experiencia aprendió a desprenderse de la alegría para poder estar alerta y defenderse. Hoy en día es una mujer hermosa, con una gran familia, se dedica a lo que le gusta y está estable, lo cual ¿qué creen? ¡Es demasiado peligroso! Por lo que se desató una vez más la compulsión furiosa por comer. Prefiere perder ella la alegría y la estabilidad a esperar que se las arrebaten. Para salir de su alegría utiliza su vieja herramienta: no poner límites a su forma de dar y su necesidad de complacer, lo cual la está sobrepasando una vez más y llevándola a territorio conocido. Permitido: enojo Prohibido: miedo Lucía es de carácter muy violento, agresiva y, de hecho, su aspecto es así, rudo. Cuando era pequeña fue abusada sexualmente y, además, fue el paño de lágrimas de su mamá, quien también sufrió un abuso. Ella decidió que a las dos les había ocurrido eso por débiles y que de ahí en adelante, la fuerza sería su salvadora. El sentimiento que a ella le proporcionó esa fuerza fue el enojo, que además era muy conocido para ella, ya que su papá, poseedor de una gran fuerza tanto física como de carácter, hacía alarde de él constantemente. Contactar con el miedo, que es un sentimiento paralizante, no estaba en su catálogo de opciones. Para ella, cualquier cosa que la haga sentir vulnerable es prohibida. ¿De qué creen que se ha valido para mostrarse fuerte y ruda? Del peso, por supuesto. Cada vez que está a punto de lograr su meta de adelgazar, se enoja con la dieta, con la nutrióloga, con el doctor, con quien sea, y la avienta. Regresa a su armadura. Hoy parte de su proceso es tocar su parte tierna y vulnerable, cosa que para ella resulta de verdad como kryptonita. 98 Permitido: tristeza Prohibido: alegría Eduardo perdió a su padre hace ya varios años. Desde entonces ha estado sumido en una profunda tristeza. Esa tristeza la ha acompañado con mucha comida y muchos kilos, le ha hecho presencia a su ausencia de esa manera. Alejarse del dolor de la perdida, para él es como alejarse de su padre. Claro que como en todos los casos, esto lo hace desde el subconsciente. Cuando ha tratado de liberarse del peso y comienza a lograrlo, eso le provoca felicidad y se permite hacer su vida con alguna pareja, ¡y vuelve a la comida! Hacerlo le genera mucha culpa, cuando en realidad, la culpa es por sentirse alegre. Permitido: alegría Prohibido: tristeza Desde que era pequeña, Liz fue la encargada de ayudar y cuidar a sus hermanos. No se cuestionaba si le gustaba hacerlo o no, simplemente lo hacía porque eso complacía a sus padres, especialmente a su papá, por quien sentía una enorme admiración. Ya de adulta siguió siendo el soporte de la familia y todos acudían a ella cada vez que necesitaban algo, desde que les cuidara a los hijos hasta que les prestara dinero. Decir que no era algo que Liz no se permitía hacer, porque se sentía sumamente culpable. Además, su familia y conocidos, estando tan acostumbrados a su alegría y capacidad de complacer, la hacían creer que era su obligación ayudarlos. Cuando su padre enfermó, ella se hizo cargo de cuidarlo, y cuando murió, se encargó de cuidar el dolor de sus hermanos, al grado que no se permitió sentir el suyo. Tiempo después comenzó a sentirse sumamente insatisfecha y mandó esta sensación a su comida y a su relación de pareja. Después de hablar de la necesidadde aceptar nuestros sentimientos y hacernos cargo de nuestras necesidades, Liz nos compartió que se permitió contactar con su tristeza y no ocultarla como siempre hacía. Por el contrario, habló de ella con su esposo y le pudo decir con gran asertividad lo siguiente: “Estoy muy triste porque me doy cuenta que no me di el tiempo de llorar a mi padre por tratar de hacerme la fuerte para sostener a mis hermanos. No he hecho mi propio duelo y eso me ha mantenido atrapada. Al no cerrar mi ciclo con él, no me he permitido dejar espacio libre en mi corazón para amarte plenamente; no llorar a mi padre ha sido como no despedirme de él y mientras siga aquí presente, yo no me doy permiso de seguir con mi vida”. Al reconocer el sentimiento de tristeza, también se pudo hacer presente ella misma en su matrimonio y, por lo tanto, con su esposo. Si vemos, por más que usemos a la comida y/o al peso para esconder o escapar de los 99 sentimientos incómodos, estos de algún modo van a hacerse presentes. La forma de comenzar a trabajar una vez que nos damos cuenta de cuáles son nuestros sentimientos permitidos y los prohibidos es ponerle límite a los primeros y a contactar más con los segundos. Obviamente no es fácil, pero sí posible, y verás que conforme lo haces no sólo dejaras de usar a la comida y al peso, sino que tendrás una vida más plena y equilibrada. Te doy algunas sugerencias: • Si lo que no te permites contactar es el enojo, comienza a poner límites y a externar lo que no te gusta. A lo mejor no lo harás de entrada con todo el mundo, pero sí puedes empezar con quienes no tengas tanto compromiso como la encargada de una tienda que intenta hacerte comprar algo que no deseas, el repartidor de volantes, la cajera que no te atiende amablemente, etc. • Si lo que no te permites sentir es la tristeza, haz una lista de las pérdidas que no te has permitido llorar y escribe a esa persona, trabajo, relación, país, etc., que ya no está en tu vida y ponte atento a lo que ocurre antes, durante y después de escribir. • Si lo que no te permites sentir es la alegría, comienza por recordar los momentos en los que has estado alegre y respira esa sensación, deja que se instale en tu cuerpo nuevamente. Haz una lista de las cosas que te hacen sentirte feliz (bailar, correr, jugar, ver películas divertidas, escribir, dibujar, etcétera), y comienza por hacerlas diariamente. • Si lo que no te permites sentir es el amor, comienza por darte demostraciones a ti mismo, cuida mucho la forma en la que te hablas, atrévete a hacer todos los días algo lindo por ti. Yo, por ejemplo, diario desayuno un jugo verde y prepararlo es un acto de amor para mí, un recordatorio de lo importante que es cuidarme y de que soy capaz de dedicarme tiempo y esfuerzo. ¡Me aterra ser delgada! Si le pregunto a cualquier mujer en este planeta, si le da miedo estar delgada o tener el cuerpo de sus sueños, seguramente me va a ver con ojos de “esta vieja está loca, por favor, enciérrenla”. Pero la realidad es que aunque nos parezca disparatado, ser delgado puede encender en nosotros botones de pánico, ya que en nuestro interior pueden estar sembradas memorias sumamente amenazadoras y dolorosas. Estos temores pueden ser los 100 causantes de que no logremos nuestros objetivos o de que una vez alcanzados, regresemos corriendo a nuestros conocidos kilos. Vamos a desnudar algunos de esos temores: • El miedo a ser vista. Los kilos pueden ser un perfecto escondite para no ser “atractivo”. Nos dan la posibilidad de pasar bastante desapercibidos, por lo menos en el terreno sentimental y sexual. • El miedo a ser vulnerable. Hay una fantasía inconsciente de que ser delgado es igual a volver a ser niño, lo cual puede desatar mucha ansiedad, si tomamos en cuenta que para la mayoría, nuestros principales temores quedaron sembrados a edades tempranas. • El miedo a que aun siendo delgado, no se cumpla mi fantasía de ser amado como yo quiero. Tenemos la fantasía de que ser delgados es igual a ser amados y que nuestra pareja nos rescatará y volaremos entre sus brazos y ¡oh, decepción! • El miedo a defraudar. Cuando logramos adelgazar y la gente a nuestro alrededor nos hace ver lo maravillosos que nos vemos, se genera un gran miedo a defraudar a toda esa gente. Además de la enorme presión, se disparan las memorias de no aprobación que hemos recibido a lo largo de nuestra vida y una gran fuerza puede aparecer para rebelarse y harcernos regresar a ganar peso. • El miedo a seguir sufriendo. Muchas personas encuentran complicado manejar la realidad de que aun siendo delgados hay dolor en sus vidas. • El miedo a enfrentar mi propia realidad. Nos hemos dicho tanto que cuando estemos delgados seremos felices, exitosos, alegres, extrovertidos, etc., que cuando se van los kilos y nos vemos de frente a nuestros “compromisos” con la delgadez, tocamos la realidad de que para ser feliz se requiere algo diferente a ser delgado, esto es decisión, aceptación, realización… El éxito es resultado de hacer contacto con nuestra verdadera misión, ser extrovertidos es reconocer y afrontar los miedos de mostrarnos como somos. • El miedo y el dolor de que ese “gordo” espantoso que quedó atrás también soy YO. Cuando estamos convencidos de que estar gordo es el peor castigo que hemos recibido, no es de extrañar que si adelgazamos y nos quitamos esa “maldición”, quede en nosotros la sensación de que mientras teníamos más peso éramos malos, inadecuados, indeseables, etc. Pero la novedad es que los kilos no se llevan nuestra memoria, ni nuestros órganos y, sobre todo, no se llevan nuestros sentimientos. Entonces, una parte de nosotros se “duele” al escuchar lo mal que hablamos acerca de ese “gordo” ¡que en realidad somos 101 nosotros mismos! • El miedo a no ser tomada en serio. Muchas personas reportan que aparecen muchos sentimientos encontrados, porque en su percepción los delgados y con buenos cuerpos, son vacíos y poco serios. Así es que cuando adelgazan y reciben algún halago, sienten que traicionan a esa parte “intelectual, madura y seria” que tanto trabajo les ha costado lograr. • Que si adelgazas no serás capaz de ser fiel o de quedarte en una relación que ya no te satisface. • El miedo a no ser víctima. Si ya no hay sufrimiento… ¡ya no hay pretexto! Hay una gran toma de responsabilidad. • El miedo a tener que vivir siendo “perfectos”. ¿Te sentiste identificado con alguno de los puntos anteriores? Si es así, date unos segundos para determinar qué sensaciones corren por tu cuerpo. ¿Cómo lograr hacer frente a estos miedos? Aceptando y aprendiendo a amar al que soy hoy. Reconociendo que ya eres perfecto. Asimilando que cada etapa de nuestra vida nos brinda las herramientas que necesitamos, entre ellas, el peso. Haciendo fantasías guiadas para visitar a tu “delgado” y así revisar que sensaciones vienen; esto nos va a dar muchas pistas. (Yo cuando me imagino muy delgada, siento que me “rompo”). Trabajando mucho en que hoy como adultos tenemos la capacidad de tomar la responsabilidad de nuestra vida y nuestras decisiones. Recordarnos que podemos defendernos y decir que no a una relación, o rechazar una invitación, aun cuando seamos delgados. Recuperando la sensación de que nuestra esencia se mantiene intacta pesando los kilos que pesemos. Llevar un proceso integral, dándole prioridad al manejo de emociones. ¿Y si me quedo en el “no puedo”? 102 Cuando doy conferencias, frecuentemente cuento a manera de anécdota y como una forma de conectar con el público que yo solía ser la mujer “¿Pero yo por qué?”. Cuando entré a trabajar a TV Azteca, era asistente (voluntaria y sin percibir salario) de Héctor Lechuga, toda una institución en la televisión mexicana. A mí me daba mucha emoción y mi gran trabajo era sacarle copias al guión. A la par, yo estudiaba la carrera de Ciencias de la Comunicación y cuando terminé, decidí que ya era tiempo de buscar un trabajo en serio en el que me pagaran, y renuncié. A los pocos días me llamó Blanca, quien había sido mi jefa, y me sugirió que mepresentara a una entrevista para el puesto de secretaria del productor del nuevo programa de Pati Chapoy. Yo, una escuincla recién egresada de una universidad muy prestigiada, le dije: “¿Secretaria? ¡No puedo! Yo soy egresada de la Universidad Anáhuac”. Se rio y me dijo: “¡Preséntate y ya!”. Me dieron el puesto y a las dos semanas me ofrecieron ser reportera. Mi primera respuesta fue: “Yo no puedo porque no soy reportera”. Se rieron de mí y con pavor y a la fuerza me convertí en reportera. Cada vez que me pedían proponer notas o temas yo decía: “No puedo, porque yo no soy periodista”, y finalmente lo acababa haciendo. Pasaron los años y tuve oportunidad de estar a cuadro, y entonces yo repetía: “No puedo porque no soy conductora”. Y así, “no pudiendo”, continué mi camino. Cuando me ofrecieron ser gerente de producción y, por un tiempo, conductora de Ventaneando, lloré como si me estuvieran lanzando a la hoguera. Recuerdo que le hablé a mi entonces esposo y le dije: “¡Me acaba de pasar lo peor!”. Y él me decía: “¿Te corrieron?”. Y yo: “¡No, peor!”. Mi discurso era una vez más: ¡Yo no puedo! Si volteo a ver cuántas veces me lo he dicho, es lógico que me lo haya creído, lo curioso es que esa historia sólo me la compré yo, porque la gente alrededor me seguía dando proyectos y confiando en mí. La vida no se ha cansado de demostrarme que sí puedo y, afortunadamente, poco a poco también yo he comenzado a ver la evidencia (estuve diez años en TV Azteca, fui conductora, guionista, asistente, productora, gerente de producción, organicé eventos, viajes, concursos). Ya comienzo a creer que sí puedo. La misma historia que te acabo de contar se repitió con los talleres. Cuando decidí darlos, me decía: “No puedo, porque no soy terapeuta, no soy nutrióloga”. Hasta que reconocí que soy una gran comunicadora, empática, responsable y con una gran capacidad de dar claridad y acompañar a los demás en sus procesos. Llegó el momento de formar una empresa y me cansé de decir: “Pero para qué una empresa, si yo sólo doy talleres. Yo no soy empresaria”. Afortunadamente, Myriam y su equipo, que han sido unos ángeles en mi camino, no me permitieron salir corriendo y hoy tengo una empresa que genera empleos y que me recuerda todos los días que ¡SÍ SE PUEDE! Hoy veo que mantenernos en el NO PUEDO nos traslada a territorios bastante conocidos, de alguna manera nos da certeza. Ya sabemos a dónde nos va a llevar, por más doloroso que sea, no lograr lo que podemos o darnos por vencidos aun antes de iniciar un camino nuevo. Fracasar es confirmar algo que ya sabemos o que alguien de 103 nuestro pasado nos hizo el grandísimo favor de hacernos creer. El SÍ SE PUEDE nos pone en situación vulnerable porque en muchas ocasiones nos saca de nuestra zona de confort, es decir, nos expone a nuevas experiencias que aunque no parezca, no estamos dispuestos a vivir. ¿Qué pesa en el peso de tu hijo? México ocupa el primer lugar en índice de obesidad infantil a nivel mundial, y no es algo que deba tomarse a la ligera. Como tampoco lo es dejar de ver lo que se esconde detrás de tantos kilos extra. ¿Qué nos están gritando nuestros niños? Los tuyos, los míos, los que sobreviven a la jungla sin nada que los proteja o los defienda, los que aprenden a callarse, los que viven para complacer, los que no saben a qué sabe la tranquilidad ni la estabilidad. Creo que hay un sobrepeso de inseguridad, expectativas, violencia, abandono, descuido, irresponsabilidad y un hambre feroz de confianza, límites, atención, reconocimiento, aceptación y certeza. El sobrepeso nos habla de la desnutrición que hay a nivel físico, emocional y espiritual. Te invito a que le demos un vistazo al peso que les pesa a nuestros hijos; a eso que muchas veces no queremos ver y que preferimos arrancar en lugar de resolver. OJO: Permite que tu intuición te hable, ponle mucha atención a las señales que te dé tu cuerpo (inquietud, cosquilleo, apretón de estómago, dolor de cabeza, ansiedad, ganas de aventar este libro, etc.), mientras lees la siguiente información. La intención de ningún modo es que te sientas culpable ni juzgado, sino que encuentres pistas que te puedan ayudar a detectar por dónde pueden estar ciertas dinámicas y trabajar en ellas. La comida puede ser un gran medio de escape y evasión.Imagínate que la hora de la comida es el centro de batalla, el momento en que tu marido o tu esposa y tú se pelean, se reclaman o simplemente se ignoran. Es tan amargo este sabor, que no es de extrañarse que tus hijos intenten llenarse de sabores más agradables como el de la comida para quitarse el mal sabor de boca que vuela en el ambiente. También sirve para que el niño evada su soledad, aburrimiento, abandono, tristeza, como un escape al dolor de no saber cómo manejar lo que ocurre en su entorno. Perder el control en la comida, puede ser menos peligroso que enfrentar el pavor de darse cuenta de que no puede controlar que sus padres peleen, que lo cambien de escuela o que alguien lo moleste. La comida puede ser el sustituto que encuentra para intentar cubrir necesidades que debieran estar siendo cubiertas por los padres o cuidadores. 104 • Transmítele a tu hijo que es válido lo que siente. Puedes usar frases como: “Veo que tienes los ojos rojos y te tiembla la barba, me imagino lo triste que te sientes porque se te perdió tu muñeco”, “si quieres llorar, está bien, yo lo hago cuando estoy triste”. • Ayúdales a darle nombre a lo que sienten. Te sientes ¿frustrado?, ¿acalorado?, ¿incapaz?, ¿aletargado?, ¿ajetreado?, ¿amoroso? • Dale opciones a tus hijos, tanto de comer, como de hacer y de resolver. Premiar o castigar con la comida El premio o el castigo lleva implícito el mensaje de que la validación y la aprobación (o desaprobación) deben venir de afuera. Esto además de generar un condicionamiento (si comes bien, te doy un dulce; si eres buena niña, papá te va a querer mucho; si te acuestas conmigo, no te dejo), aleja a los niños de obtener la satisfacción plena que da el manejo apropiado de límites, el reconocimiento de emociones y necesidades, para enseñar la gratificación inmediata que da, en este caso, la comida. • Enséñale a confiar en las señales de su cuerpo. Piensa que si él puede escuchar sus necesidades, reconocer sus sentimientos y validar sus decisiones, lo estarás armando para que sea menos vulnerable a las recompensas externas. Transmítele que es adentro, no afuera, donde se encuentran las señales para saber qué comer (lo que dé bienestar a su cuerpo), cuándo comer (al sentir hambre en el estómago), cómo comer (en un ambiente tranquilo, sin distracciones), y cuánto comer (hasta que esté satisfecho). • Aquí también aparece el famoso “¡te hice esta comida con todo mi amor!”, cuyo subtexto es “si no te lo comes, no me amas”. • No se te ocurra decirle que coma bien para que se cure su abuelita ni para que su papá esté contento, porque le estarás enviando el mensaje de que su forma de comer tiene el poder de complacer o dañar a los demás. • No lo obligues a comerse todo lo que hay en el plato. • Coman sentados a la mesa. • No le permitas comer mientras ve la tele, lee o hace la tarea. • No discutan ni arreglen problemas durante la comida. Restricción Cuando no nos permitimos tomar algo por la buena, nos lo tomamos por la mala, cuyo 105 caso más clásico es el atracón, en donde la amenaza de carencia, despierta la necesidad de tomar más de lo que necesitamos. Aquí me gustaría ponerte el ejemplo de una mamá que se restringe de todo tipo de alimentos que salgan de su rigurosa dieta y, entonces, para quitarse el antojo, hace que sus hijos se coman lo que ella no puede. Estas restricciones también ocurren en otros aspectos, por ejemplo, si en casa no permitimos a nuestros hijos expresarse con libertad, es probable que se tomen a la fuerza su necesidad de decir lo que sienten, a través de actos de maltrato hacia ellos mismos, como comer de más o de menos. Si en casa se escuchan sentencias como: aquí nadie se rinde, llora, festeja, ríe, etc., el niño buscaráformas de dejar salir estas emociones de modos destructivos o exagerados y fuera de contexto. • No prohíbas la comida, ni le digas frases como: “Si no comes ahorita, no comes en todo el día”. • Demuéstrale la efectividad y los beneficios de los límites asertivos. • No le digas: “No estés triste” o “te prohíbo que pongas esa cara”. • No satanices ni endioses alimentos. Pregúntate qué alimentos te causan más tentación: los prohibidos. • No lo chantajees con que los niños en África se están muriendo de hambre. El niño puede estar usando al peso en el cuerpo como un grito por hacer valer su derecho a la individualidad Cuando hay padres demasiado protectores, controladores o seductores, el niño busca separarse para defenderse, tomar aire y reconocerse como individuo independiente; intenta inconscientemente sacar de su campo la presencia no de sus padres como tal, sino de la opresión que ejercen en él. He visto casos de niños que aumentan su tamaño para ser vistos y respetados, para crecer ante circunstancias de extrema responsabilidad para las que no están preparados. Es como si con el peso se pusieran un letrero que dice: ¡No pasar! ¡Propiedad privada! • Dale herramientas a tu hijo para que explore el mundo que lo rodea. • No le digas que es tu novio o tu novia ni que lo necesitas para ser feliz. • Márcale limites asertivos y respeta los suyos. • Crea para ellos espacios en los que ellos tengan libertad (Ejemplo: un trozo de pared en donde pintar, un cajón sólo para sus cosas importantes, etc.). 106 Mejor veme a mí y no veas lo que hay detrás, me como yo los problemas para liberarlos a ustedes El sobrepeso puede ser un intento inconsciente del pequeño por desviar la atención de alguna dinámica o algún problema entre los padres. • Toma la responsabilidad de tus acciones y decisiones. • No los pongas de pretexto para quedarte en una relación, para no buscar un trabajo o salir con tus amigas. • Dales congruencia. • Hazte cargo de ti. • No centres tu atención en su forma de comer, más bien centra tu atención en escucharlo. Protegerse con el peso de cualquier tipo de abuso Ante la ambivalencia, el miedo, la vergüenza, el desamparo, la confusión, el enojo, la impotencia y la culpa que genera un abuso, especialmente el sexual, el sistema desarrolla una autodefensa para compensar la incapacidad del entorno de proveer esa seguridad que todo niño requiere para su sano desarrollo. También puede ser su coraza ante el rechazo o el desamor. Su grito es: ¡no vuelvas a acercarte! • Transmítele no sólo con palabras sino con hechos que su cuerpo es sagrado y merece ser respetado. • Respeta su decisión de no querer darle besos a la abuela • No lo ridiculices ni expongas frente a los demás: “Ay, que bárbaro, les tengo que contar que hoy este enano se embarró todo de caca, ¿verdad, mi niño?”, o “no quería venir porque dice que eres muy enojona”. ¿Cuáles son los valores que les transmites? Si uno de los valores principales de una familia es el aspecto físico, el niño entenderá eso como un mandato que debe cumplir u, ojo, ¡DEL QUE QUIERA LIBERARSE! Porque le puedes estar mandando el mensaje de que no es bueno siendo como es y. Éste es uno de los puntos más dolorosos y que deja muchas marcas. Los mensajes que se leen ante un “deberías bajar de peso” o “mira qué flacucho y feo te ves” generalmente son: debes cambiar para ser amado, aceptado, valioso, etc. Te pongo el ejemplo de una chavita que cuando bajó de peso, después de una gran presión, 107 su papá le dijo: “Ahora sí eres mi hija”. ¿Qué? ¿Entonces antes no? • Imagínate lo que pesa el deber de tener un cuerpo de tal o cual forma (porque puede ser que justo el estar gordito sea lo que se espera del hijo) para ser el orgullo de tus padres, para recibir su amor, para no hacerlos quedar mal, etc. • Cubrir las expectativas de los padres es una carga tremenda • Reconoce sus logros. • Ayúdale a aceptar sus capacidades no desarrolladas. • Demuéstrale que se vale recibir y que esto no implica tener que dar necesariamente algo a cambio. • No critiques ni halagues a las personas por su apariencia y su peso. Cubrir ausencias El sofisticado diseño que tenemos los seres humanos para defendernos, progresar, trascender y transitar por este planeta es espectacular. He notado en muchos casos cómo ante la ausencia de los padres o de alguna otra figura parental importante, los kilos toman ese lugar. Por ejemplo: la madre trata de compensar la falta del padre y la suya al tener que salir a trabajar, llenando a su hijo de comida o de kilos. Es como si la presencia de los kilos hiciera menos evidente la ausencia de la figura que falta. En una sociedad como la nuestra en que el peso de la familia es muy grande, las ausencias son igualmente notorias. • No ocultes las ausencias. (Sí, es una realidad que papá no está con nosotros y que eso puede asustarnos). • Tampoco las hagas más evidentes. (Ese malnacido no nos quiso, por eso se largó). Aquí me gustaría mencionar el caso de las madres que trabajan y deben dejar a sus hijos. Es importante revisar qué sentimiento le produce a la madre hacerlo. • Si le produce culpa es muy probable que continuamente intente compensar a sus hijos con regalos, comida, permisividad, etc., para sanarla. • Si le produce enojo, eso será justo lo que transmita continuamente a sus hijos y es probable que la relación con ellos esté cargada de reclamos y violencia. Este enojo, ya sea que lo manifieste de manera clara o encubierta, es muy probable que sea recibido por sus hijos como un aviso de que por su culpa ella tiene que 108 trabajar y esa carga tan pesada, esos sentimientos de desesperación, culpa y enojo a la vez, puede ser callada con comida. • Si le produce tristeza, ése será el sentimiento que transmitirá y entonces estará buscando junto con sus hijos consuelo constante, y una de las formas de encontrarlo, por supuesto, es en nuestra amiga la comida. Por el contrario, si ella lo asume, se siente satisfecha, orgullosa y feliz con su trabajo, eso será lo que como como cascada cubrirá a sus hijos. Hacer vínculo con los padres o alguien de la familia Imagínate que dentro de tus multiples tareas, ocupaciones o incapacidades, no te queda tiempo para estar con tu hijo, pero cada vez que lo ves comiendo lo reprendes o lo alientas. La señal probable que él capte será: “Cuando como tengo su atención”. O si las dinámicas de la familia incluyen comer todo el día, no esperes que tus hijos lo hagan diferente. • También es común que se hagan complicidades como: “Sin que nos vea tu mamá, vámonos tú y yo a echarnos unos tacos”. Este vínculo que se hace con la comida, el peso y los padres, puede usarse también para “castigarlos”. Si tu hijo descubre tu desagrado al verlo comer, es muy probable que su frustración y enojo hacia ti por no aceptarlo y por no cubrir sus necesidades reales lo haga provocarte y retarte con su manera de comer. • Considera que si odias tu cuerpo y te quejas continuamente de él, tus hijos, de igual forma y a manera de alianza, lo harán también. Te comparto esta frase: Cuando la madre no está suficientemente en contacto con su cuerpo, no puede dar al hijo la vinculación necesaria para ofrecerle confianza en sus propios instintos. El niño no puede relajarse en el cuerpo de ella, ni después en el suyo propio. —Marion Woodman • No hables de dietas ni de lo gordo que estás frente a él. (De preferencia no te lo digas ni a ti mismo). • Demuéstrale la importancia de cuidarse y de sentirse bien. Por favor, papá, mamá, tío, compadre, maestro, evita frases como: 109 • A los gordos nadie los quiere. • Mira qué cerdo me veo. • ¡Ándele, gordito! • Deberías sentirte avergonzado de verte tan mal, ser tan llamativo, provocar miradas… • Así nunca vas a conseguir pareja. • A los hombres sólo les gustan las flacas. • Pareces barril sin fondo. • ¿No te da pena tragar así? • Mira qué enclenque está este niño. • Los hombres tienen que ser fuertes. • Con esas curvas vas a volver locos a los hombres. • Hay que cuidar a esta niñaporque se la van a robar por bonita. Vuélvete el mejor ejemplo para el niño. A medida que te aceptes, te cuides, te ames, te hagas cargo de tus sentimientos y necesidades, te será más sencillo transmitirle eso mismo a tus hijos. Zonas de confort nada confortables Cuando nos hablan de salir de las zonas de confort, cualquiera puede imaginar que esas zonas son idílicos espacios con un mar profundo, palmeras, una suave brisa, el atardecer haciendo gala de su belleza y las nubes pintando el cielo para nuestro agasajo. A nivel vida, lo podríamos comparar con estar sumamente felices, cómodos, plenos, sin problemas, resplandecientes y confiados. ¡Oh, sorpresa!, por lo general, las zonas de confort son conocidas para nosotros y no necesariamente agradables, más bien atienden a conductas y reacciones que en algún momento nos “salvaron”, es decir, nos conectan a la forma en la que reaccionamos a una herida del pasado. Por ejemplo, yo he reconocido que en mí se generó una herida de traición cuando mi padre se fue de la casa, lo cual no quiere decir que me haya traicionado como tal, simplemente yo así lo viví y mi reacción a esa herida y a otras circunstancias fue paralizarme; pude huir, desarrollar alguna conducta agresiva o mantenerme en alerta y 110 movimiento… pero por alguna razón decidí inmovilizarme. Esa reacción, hoy que la puedo mirar con más conciencia, se fue repitiendo por muchos años disfrazada de desidia, miedo, flojera, gordura, fracaso, carencia e inseguridad. Cada uno de estos aspectos me ponía en una “zona de confort”, es decir, me colocaba, aunque fuera fantasiosamente, en ese lugar que decidí tomar para protegerme del dolor de la traición y la separación. Poder ver esto me deja mucho más claro que para mí, salirme de la zona de confort es igual a movilizarme, todo lo que implique cambio, aceleración, progreso, reto, liberación, por mencionar algunos, amenaza mi zona “segura”. Hoy soy capaz de ver cómo ha operado esta dinámica, cómo mi inercia me llevaba a relaciones en las que me ponía en el lugar perfecto para ser traicionada o abandonada, me dejaba a un lado, sin dignidad ni valor. Cuando se cumplía la profecía y ocurría la traición o el abandono, yo me quedaba en postura de víctima, paralizada, esperando que el verdugo en cuestión se arrepintiera y me dijera que yo era lo que estaba buscando y que no me dejaría ni me lastimaría nunca. Repetí este patrón años y años. Quedarme herida, aunque era doloroso, también me daba un toque de perversa satisfacción que yo no entendía. ¡Claro! Me permitía recrear una fantasía que tenía desde pequeña, en la que papá volvía arrodillado, aliviaba mi intenso dolor y me salvaba. Obviamente, hoy para mí eso ya es obsoleto, porque ya no hay nadie que me traicione, ni quedarme quieta me va a devolver una familia estable ni mis papás se van a volver a casar ni yo voy a volver a ser pequeña. Reconocerlo es el primer paso, cambiar el rumbo es otro. Hoy, al tenerlo ya consciente, procuro hacer lo contrario, es decir: ¡moverme! Ante cada decisión que debo tomar, me inclino por la que me ponga en movimiento. Si en la mañana tengo la opción de quedarme en mi cama o de irme a correr, me “fuerzo” a lo segundo. Me cuesta trabajo, pero “mágicamente” al hacerlo me siento sumamente bien, lo cual refuerza que las “zonas de confort” son meras ilusiones, ya que salir de ellas es lo que nos permite ser verdaderamente felices y estar honestamente confortables. Aquí quisiera también contarte la historia de Silvia, una hermosa mujer por dentro y por fuera, quien es una gran maestra en muchos sentidos. Ella, a pesar de hacer mucho ejercicio y de ser bastante disciplinada con lo que come, no ha logrado bajar unos kilos que tiene de más desde hace muchos años. Aun cuando no es un tema que la agobie ni que acapare su atención, hace poco se dio cuenta de que para ella, tener kilos de más la mantiene en una zona segura. Cuando tenía como once años, sufrió un grave accidente que la puso al borde de la muerte y escuchó al médico decirle a sus padres: “Si su hija no estuviera tan sana y con unos kilitos de más, no hubiera sobrevivido”. Esas palabras, de las cuales Silvia ni siquiera tenía mucho recuerdo ni la acompañan de manera consciente, se convirtieron en un mandato que operaba “salvándola” de cualquier peligro. Ella recuerda que cuando comenzó a tener problemas con su marido, inmediatamente engordó. Su sistema relacionó peso con supervivencia y hasta que se dio cuenta, ese mecanismo seguía operando. Ahora sabe que tiene muchas herramientas para sobrevivir 111 que nada tienen que ver con el peso y con la comida. Para ella, bajar de peso era salirse de su zona segura. ¿Cómo saber si estás en una zona de confort? • Aunque aparentemente tienes todo lo que deseas, sigues vacío e insatisfecho. • Sientes que tu vida o algun área de ella está estancada. • Por más que haces esfuerzos, no logras lo que deseas. • Te ocurren eventos que te desequilibran. • Se repiten situaciones constantemente. • Estás enfermo o te enfermas seguido. Una vez que descubras que estás en dicha zona, pregúntate si puedes distinguir cuál es tu zona de confort. Recuerda que no necesariamente es cómoda y que puede incluir estar adolorido, ser abandonado, abandonar, traicionar, correr, escapar, humillar, defenderte, protegerte, morirte de hambre, fracasar, hundirte, complacer… Es decir, la puedes reconocer mediante una revisión de lo que podrías llamar “karma” o eso que se repite continuamente en tu vida. Una vez que distingas qué historia o circunstancia es la que más se repite en tu vida, estarás probablemente encontrando tu zona de confort. Te invito a seguir la siguiente guía: 1. Reconoce. ¿De qué te salvó reaccionar como naturalmente lo haces a la vida? Por ejemplo, María Luisa es una mujer sumamente atractiva, activa y siempre está en constante movimiento, lo cual se ha manifestado a lo largo de su vida, ya que está recurrentemente cambiando de casa, de trabajo, de pareja y de ideas. Cuando le pregunté de qué le servía, tras una introspección que incluyó responder varios días de forma escrita este cuestionamiento, llegó a una escena de su infancia. Su madre, quien sufría depresión, no se movía casi de su cama, sin importar que ella y sus hermanos comieran o la necesitaran. Fue muy duro su dolor al recordar esa parte de su vida en la que tuvo que moverse para sobrevivir. Por un lado, si no era así, nadie haría las cosas por ella. Por otro lado, era tanta su desesperación al ver a su mamá así que solía salirse de casa cada vez que podía. La sobrepasaba y avergonzaba tanto la situación, que ante sus amigas empezó a fingir y a hablar de una mamá dinámica que trabajaba mucho y que siempre estaba al pendiente. Cuando la relación con alguna persona se hacía más profunda, ella se alejaba rápidamente para mantener su secreto a salvo. Esa vergüenza y ese secreto se hicieron parte de su propia vida. Había algo dentro de 112 ella “dañino” que no se podía mostrar y es por eso que prefería moverse rápido, no hacer arraigo en lugares ni en relaciones para no verse “descubierta”. La estabilidad la sacaba de su zona segura, hasta que se dio cuenta de que ya no necesitaba huir y que no había nada malo ni vergonzoso dentro de ella. 2. Pon en práctica acciones concretas que vayan en dirección contraria a la tendencia de tus conductas y reacciones derivadas de tu “necesidad” a mantenerte en tu zona segura. Si sueles mentir constantemente, aun cuando te cueste mucho trabajo, hazte el propósito de decir la verdad cuando te pregunten qué necesitas o cómo estás. Si la pereza es algo habitual en ti, comienza YA a activarte, sin importar si tienes ganas, sin esperar a que tu pareja te acompañe o que tu jefe te pida el reporte de ventas. Si ser la víctima es tu papel ideal, empieza a tomar responsabilidad de tus actos y de tus decisiones, coloca límites y aléjate de quien de alguna forma te maltrata, incluyendo las partes de ti que te someten. Si eres la personificación del huidizo y persuasivo, arriésgatea no salir corriendo y a quedarte en los lugares, las relaciones y las emociones. No inventes excusas para no ir a algún lugar ni para no hablarle a alguien, simplemente aguanta la incomodidad de tus decisiones y de las posibles reacciones que éstas tengan. Procura no comer de más, no fumar, beber, justificar, etc., ya que estas conductas son escapatorias recurrentes. Recuerda que cuando nos retamos a nosotros mismos, es decir, cuando conscientemente salimos de estas zonas, logramos el verdadero crecimiento y la verdadera liberación. Te invito a retarte a nivel físico, emocional, mental,y espiritual. ¿Cómo? 1. A nivel físico: Véncete a ti mismo cada día, fuerza a tu cuerpo a que te dé más; ¡él está esperando que lo hagas para mostrarte su capacidad! Si no haces ejercicio, proponte salir a caminar media cuadra todos los días. Cuando ya estés cómodo haciéndolo y no regreses con la lengua de fuera, es momento de aumentar el esfuerzo: camina una cuadra completa, después dos, agrega subidas al trayecto, comienza a trotar, y así ve probándote que puedes avanzar cada vez más. O si lo prefieres, inicia alguna actividad que requiera competitividad y en la que los resultados se midan ya sea en subir de grado, en competencias o a lo mejor en lograr diferentes posturas como ocurre en el yoga. Prueba no comer lo que siempre comes y dar pequeños pasos hacia comida más nutritiva, pon en práctica las guías de alimentación que sugiero en mi libro 113 Cuando la comida calla mis sentimientos: comer con atención, comer sólo por hambre estomacal, comer sólo lo que dé bienestar real, comer hasta estar satisfecho. 2. A nivel emocional: Atrévete a habitar las diferentes emociones que ocurren a cada momento, no huyas y dales su lugar. Si temes sentir soledad y corres a toda costa de ella, aunque esto implique tener relaciones abusivas, date permiso de estar sola, de enfrentar esa soledad que al fin y al cabo, seguramente, ya has sentido por mucho tiempo aun estando acompañada. No catalogues los sentimientos, asúmelos y muévete para cubrir con la necesidad que se esconde detrás de cada uno de ellos. 3. A nivel mental: Comienza a confrontar tus creencias incluso si hacerlo te lleva a tomar decisiones que puedan atemorizarte. Recuerda que lo que más nos lastima son las barreras que hemos puesto para no sentirnos vulnerables, así es que bajo esta realidad abandonar tus creencias limitantes es menos peligroso de lo que piensas. Ser exitoso, imperfecto, vulnerable, capaz, independiente, valioso, etc., puede ser ya una hermosa y cercana realidad. Cada vez que te escuches diciendo: no puedo, debo de, tengo que, es imposible, soy incapaz, no valgo, nunca lo logro, es indebido, etc., pregúntate según quién, y desafía esas creencias. Comienza a leer más sobre diferentes temas, aprende una habilidad nueva, asiste a conferencias, acepta responsabilidades. 4. A nivel espiritual: Aprende a confiar en ti, a llegar más lejos, a perdonar, a crear, a compartir. Busca cualquier práctica o doctrina que te acerque más a tu esencia espiritual. ¡Sueña más! Retoma tus más profundos deseos y comienza a caminar en dirección a ellos. Escribe, conviértete en el gran escritor de la historia de tu vida. Escribir es una deliciosa manera de encontrarnos con nosotros mismos, es abrir una ventana para que se muestren partes de nosotros que pueden estar atrapadas y que tienen mucho que decir. 114 Finalmente, retarnos a nivel físico, mental y emocional fortalece al espíritu, porque el alma tiene tanta capacidad, que ama tener pruebas que le permitan mostrarse y si nosotros no se las damos, va a encontrar la manera de dárnoslas ella. Ponte a pensar cuántas historias has escuchado, incluyendo probablemente la tuya, en las que a partir de una aparente desgracia, tragedia o desafío, surgieron cualidades, oportunidades y dones que jamás se pensó que existían. Cuando estamos sometidos a procesos profundos, yo digo que es como si estuviéramos en canal de parto, donde todo es incierto, no sabemos ni a dónde vamos, es oscuro, vamos de cabeza, es estrecho, duele, incomoda. Estoy casi segura que, estando en el vientre materno, si alguien nos hubiera preguntado si queríamos meternos a ese lugar oscuro, en lugar de permanecer en la comodidad conocida en la que estábamos, la mayoría habríamos contestado que no. Viéndolo ya de fuera, sabemos que haber permanecido en el vientre nos hubiera llevado a la muerte, mientras que entrar en el canal de parto nos trajo a la vida. No subestimes el dolor, la dificultad, la estrechez, las dudas, los miedos y la incertidumbre de los procesos, porque es justo el paso por ese camino lo que nos engrandece el espíritu y nos da la fuerza y la luz para seguir adelante. Agradece a las manos que decidieron soltar la tuya porque de otra forma nunca hubieras aprendido a caminar. Resignificando Cuando tuve la oportunidad de compartir mi historia a través de mi primer libro Cuando la comida calla mis sentimientos, pude comenzar a darle un nuevo significado a mi manera de comer, a mi sufrimiento, mis miedos, mis conductas y en sí a mi vida. Es por eso que invité a quienes tengo la fortuna de compartir lo que he aprendido a que escribieran también sus historias, ya que siempre habrá alguien que se identifique con ellas y que muy probablemente leerlas les dé una luz para cambiar, resolver o liberar algo de sus propias vidas. Te presento algunas de ellas: Ésta es una narración que hizo Elisa ante un ataque de ansiedad. En lugar de irse a comer unos dulces que tenía en su cajón, prefirió hacer uso de una gran herramienta: escribir y a través de esto quedarse en la situación y en la sensación, en lugar de huir. Éste es un gran ejemplo de lo que implica aguantar la incomodidad y abrazarla. 115 Hoy desayuné media manzana, un sándwich de huevo y café con pan de muerto. No he comido nada más, ahorita siento hambre o antojo, no sé bien qué es, pero quiero algo dulce… creo que es antojo. Ahorita que me di cuenta, me acordé de escribir. Ojalá siempre pudiera hacer eso. Hace un rato tuve una pelea con mi jefe porque me reclamó que no sabía de algo que está pasando con mis actividades. El chiste es que me enojé primero porque creo que tiene razón y soy muy necia y no me gusta aceptar mis errores… sí, ya sé que tengo que trabajar en eso. Segundo, porque no me gusta que me regañe enfrente de la gente. Ahorita siento como un hueco en el estómago y por eso pienso que es hambre, pero en mi boca siento la necesidad de algo dulce, eso ya sé que no es hambre, pero entonces ¿qué es? ¡Ya sé qué es! ¡Es miedo! ¿Pero de qué? Hasta siento ganas de llorar, tengo miedo, ¡pero no sé de qué! Tengo miedo de no ser lo que la gente cree que soy, de que se den cuenta de que no soy buena y que soy irresponsable y por eso me puse agresiva y me enojé, porque me sentí atacada y no me gusta reconocer que estoy siendo irresponsable con mi trabajo. Ahorita mi boca está salivando como cuando voy a empezar a llorar. Tengo miedo de no ser perfecta, porque yo creo que la gente tiene una imagen de mí que no es cierta, porque tengo una mala imagen de mí y me siento tonta y que no soy inteligente como Álvaro cree. Y tengo miedo de tener una responsabilidad grande porque creo que yo no puedo con ese paquete. Qué feo es quedarse en la incomodidad de dejarme sentir, me duele, no me gusta, ¡quiero correr! No sé de dónde aprendí que tengo que ser perfecta, pero pareciera que eso necesito ser. ¿Por qué? ¿Para quién? ¡Mi papá! ¿Por qué? Porque siempre quise ser perfecta para agradarle a él, para que él me quisiera y me admirara como lo hacía con mi hermana. Esto es feo, esta sensación es fuerte, estoy suspirando. Ahora mi papá me ve como siempre quise que lo hiciera, ¿por qué no lo veo? ¿En verdad eso quería? ¡No!, yo sólo quería cariño y su atención. Ya no puedo contener mis lágrimas, no sabía que me dolía tanto. Ay, papi, si supieras cuánta falta me hacías. Yo sé que no lo sabías, pero te necesitaba mucho. Bueno, llegó el momento de trabajar con eso de perdonarte, papi,y de reconfortar a mi niña que aún esta sentida por eso. ¡Te amo, papi! Aquí habla Paty, compartiéndonos su experiencia al comer con conciencia: Hoy decidí no desayunar cereal y hacerme mis dobladas de frijol que tanto me gustan. Me doy cuenta de que, con el taller de Adri, me están pasando muchas cosas: 1. Invité a mi hijo Javi a “hacer equipo” con las dobladas y no aceptó. Eso me permitió decidir desayunar “en conciencia”. 2. Mientras freía las tortillas, pensaba si hacer cuatro o cinco. Me decidí por cinco… 116 3. ¡La primera doblada me supo a cielo! La segunda y la tercera ya no… ¡El chile verde a mordidas, sí! Entonces me surgieron ganas de escribir todo lo que estaba sintiendo y pude detener el atracón al ir por mi cuaderno. Tengo en este momento frente a mí las dos dobladas de frijol fritas que quedan y la decisión de comérmelas. Checo mi hambrómetro y me doy cuenta de que estoy más que satisfecha, ¡PERO NO ME GUSTA ADMITIRLO! Me cuesta trabajo aceptar que ¡YA NO TENGO HAMBRE FÍSICA! Me quiero comer las otras dos dobladas, aunque ya están medio frías y sé que no las disfrutaré tanto, o nada… ¡Es como querer acabarme todo! Me digo: “¿Cómo las voy a dejar?” Me siento como empujada por algo a comérmelas… más bien a no dejarlas… las veo… les saco foto… Mientras dejo pasar el tiempo siento más calma… pero ahí siguen mis ganas de “no dejarlas”. Un experimento. Quiero hacer solamente el “experimento” de ver qué siento si me como otra. Lo registraré: Primera mordida: tibia y tan rica como la primera que me comí. Segunda mordida: no tan rica. Tercera mordida: necesito lo crujiente de la tortilla, un poco tostada, y morder el chile verde, para agregar placer. Cuarta mordida: si la tortilla está suave y no como chile, algo falta… no es igual el placer. Parece que el sabor no lo es todo… Quinta mordida: “equis”… como por no dejar. Sexta mordida: por ser la última, la gozo mucho. El chile me pica más. Ya estoy decidida a no comerme la quinta doblada. Aunque la veo y está ahí… solita… Pienso: • Puedo respetar esa quinta doblada y no comérmela nada más porque sí. ¡Ya fue suficiente! • ¡Gracias! Estuvo delicioso. • No me tengo que acabar todo, si no quiero. • El sabor que me queda en la boca es nostalgia de cuando comía dobladas cuando era chica. ¡Margarita, la muchacha de la casa, me las llevaba a mi cama con un vaso de leche con chocolate! • El estómago lo siento pleno y un poco apretado. • Me surgen imágenes: mi prima Cristi, Javi, Margarita, leche con chocolate, mi cama en el suelo, juventud, yo puedo… Avril, después de mucho pelear con la comida y el peso, por fin, de manera amorosa 117 comienza su sanación: He querido compartir con todos mi logro de perder 12 kg en los últimos 4 meses. Es sensacional haber logrado lo que muchas veces intenté sin éxito. Esta vez sé que es diferente porque la motivación viene desde dentro de mí, de mi conciencia de saber que si se puede hacer pacto con la comida y no es nunca más un premio o un escape. Gracias a tu taller pongo en práctica cosas como comer un bocado a la vez y soltar los cubiertos. Necesita ser algo que realmente valga la pena para que se merezca estar en mi boca. Y, sobre todo, procuro pasar estos hábitos a mis hijos y que no repitan todo aquello que me hizo ganar peso sin sentido. Me había puesto 12 veces a dieta… Siempre terminaba dejándolas… Me ganaba la tentación, la desmotivación… Ahora ha sido diferente. Tardé desde noviembre, que tomé el taller, hasta abril en procesar y asimilar lo que aprendí. Muchas gracias por esa conciencia que despertaste. Con todo gusto puedes compartirlo con tus seguidores, sí se puede tener una sana relación con la comida. Ya no digo estoy a dieta, digo: ¡cambié de hábitos! Saludos. Avril (participante del taller Comiéndome mis emociones, Tampico 2013) Tambien Rosalía ha querido compartir sus logros y lo que ha significado para ella el proceso de reconciliarse con la comida y consigo misma: ¡Hola, Adriana! Espero me recuerdes. ¡Nos conocimos cuando viniste a dar el curso a Tampico! Pues platicándote que después del curso intenté seguir con la reconciliación de mi cuerpo, comence por no sabotearme más, separar mis ausencias familiares de la comida, a comer por gusto, y con mucha felicidad te platico que llevo 15 kilos abajo. Es la primera vez que con conciencia lo estoy logrando. Gracias por haber sido el camino para que reconociera muchos de mis sabotajes. Dejé pastillas, dietas mata hambre y sólo cambie el modo de comer y disfrutar cada momento. ¡Ojalá que la vida nos vuelva a poner juntas en el camino! Desde acá te mando un fuerte abrazo. ¡Y otra vez mil gracias! Rosalía Longinos 118 (participante del taller Comiéndome mis emociones, Tampico 2013) Historias dolorosas que hacen vibrar. Sarah se ha permitido tocar sus heridas para limpiarlas, sanarlas, y hoy está dispuesta a hacerlo las veces que sea necesario. Su valentía es admirable y aquí abre su corazón: Aún recuerdo esa conversación con el médico gastroenterólogo: “Tienes insuficiencia en el píloro y después de tantos tratamientos y no haber respuesta, la solución es una cirugía. Una vagotomía para hacer una derivación directa del estómago al intestino”. Me sorprendió completamente la solución a mis crisis estomacales, a mis dolores tan intensos y frecuentes, y mis llegadas al hospital por lo mismo. Esto me condujo a hacer la pregunta obligada: ¿Y esto en qué consiste? ¿Qué representa? ¿Qué implicaciones tiene una cirugía así? Recuerdo que el médico me empezo a explicar, señalando las imágenes de mi aparato digestivo cuando tocó el tema crucial: “Entre los cambios que experimentarás, será una pérdida de peso considerable”. En ese momento, mi princesa interna despertó de un brinco y revoloteo por todos lados. El doctor siguió hablando, mientras mi princesa interna y yo empezábamos a disfrutar de lo que representaba tener una pérdida considerable de kilos, me imaginé de inmediato en esos jeans que tanto deseaba, en la blusa pegadita que usaban las chavas de mi edad, llegar con toda seguridad con ese hombre que tanto me agradaba y llamaba la atención, por lo tanto, llegar y cruzar el umbral de la felicidad, finalmente sería feliz. El doctor seguía hablando, pero yo no ponía atención en lo que decía. Mi princesa interna se encargaba de crear las imágines de mi yo delgada en todo su esplendor y entonces sería la mujer más feliz del mundo. Mi papá me abrazaría y amaría, mi mamá dejaría de agredirme, mis hermanos ya no me molestarían y, probablemente, mi hermana que me pidió no estar gorda en su boda me aceptaría un poco más y no le generaría repulsión. ¡Viva! Esto era lo que había esperado casi 15 años de mi vida. Yo deseaba que al otro día el doctor me operara. Por su puesto que mis padres me pidieron ver otras opiniones médicas, pero como era de esperarse, ninguno coincidio con el diagnóstico del gastroenterólogo que me había prometido las perlas de la vida: perder kilos. No hice caso y tome la decision de operarme, que más daba lo que me hiciera, si todo estaba respaldado con una mejora en mi aparato digestivo y lo más importante: deshacerme de los kilos que por años había cargado. Pues sí, ha sido la peor decisión de mi vida, este médico careció de ética profesional y me desgració mi aparato digestivo. A partir de entonces he desfilado con un sinnúmero de gastroenterólogos, algunos me convencen y agradan, y me doy el tiempo para ver la respuesta de mi estómago al tratamiento asignado. Todos los médicos que he visitado han coincidido en que fue una cirugía que ya no se practica y 119 fue lo peor que me pudieron hacer. En efecto, perdí muchos kilos, pero también perdí mi salud. Hoy en día debo cuidarme de muchas cosas, así como de la parte emocional, porque todo repercute en el estómago, que se manifiesta a través de unas crisis que me han llevado al hospital. Hoy te puedo decir que me pongo los jeans que tanto deseaba, no me quedan como soñé porque no tengo cuerpo de Miss Universo, aún hay partes de mi cuerpo queno me convencen del todo. Hoy me doy cuenta que no han sido los kilos físicos los que me han hecho daño, sino los kilos emocionales que he cargado durante años. He hecho todas las dietas que existen sobre este universo, hasta a sesiones de hipnosis estuve yendo y, al final, la báscula seguía marcando lo mismo. Pero eso no era lo importante, yo no me sentía bien conmigo misma, aun con la pérdida de kilos por la cirugía, algo pasaba que no me sentía a gusto conmigo misma. Hoy quiero que mi estado de ánimo no dependa de lo que coma o deje de comer, de la manera en que la ropa me queda, de lo a gusto o a disgusto que me pueda sentir cuando estoy rodeada de gente, del malestar estomacal por el último atracón, del sentimiento de culpa, de esperar ansiosamente la llegada del lunes para dar inicio a la dieta. Me he dado cuenta que he vivido enojada con todo mundo, con la vida, con todos los seres que habitan esta tierra porque estar a dieta implica privarse de alimentos y casi siempre he andado con hambre, privándome de casi todo, pero sobre todo, privándome de vivir. Hoy elijo no continuar con ese estilo de vida, con plena conciencia de lo que me produce un atracón y lo que me regala comprender que no necesariamente tengo que estar a dieta; de decidir qué comer y qué no comer, pero porque mi organismo me lo indica, no mis emociones; de nutrir verdaderamente mi organismo como debe de ser. Levantarme sin sentir ese hueco en el estómago ni en mi interior me ha dado oportunidad de poder abrir la ventana y percatarme de lo bello que puede ser un día, de lo fabuloso que es platicar con alguien e intercambiar puntos de vista, de lo impresionante que es ir al gimnasio y descubrir sensaciones en partes de mi cuerpo que nunca creí tener. Cada día que pasa descubro algo e identifico cómo hay comportamientos que en algún momento de mi vida decidí de manera inconsciente relacionarlos, para tapar lo doloroso y continuar. No ha sido fácil, tampoco tengo la receta mágica después de los talleres y de la lectura del libro de Adriana para empezar todo de nuevo: nuevo cuerpo, nuevas emociones, nuevo estilo de vida, nuevo TODO. He aprendido a darle otra perspectiva a las cosas, a dialogar con mi ser interno que me lleva a hacer cosas que no me convencen del todo. A veces me desespero y voy por la salida más fácil: comida, pero cuando me doy cuenta de lo avanzado, del progreso, de la conciencia que tengo, de la información, respiro profundamente y me lleno de firmeza y amor para continuar. Hoy estoy aprendiendo a vivir con un estómago que constantemente me genera malestar, a reconocerlo y aceptarlo como está, a no querer demostrarle quién manda y 120 atascarlo de comida, a no utiizar mi padecimiento como excusa para crear un enojo y taparlo con comida. Poco a poco voy viendo como mi yo delgada va surgiendo, aunque a veces la no delgada quiere seguir en acción en el escenario. Darle salida a una u otra depende de mí. Gracias, Adriana, por atreverte a publicar un padecimiento tan íntimo, vergonzoso y tan poco bien visto actualmente, por brindar ese espacio lleno de amor y comprensión. ¿Hablar de nutrir mis emociones o de lo que la comida calla? ¡Wow! Vaya que ha sido un proceso intenso, constante, gratificante, doloroso, breve, corto, reflexivo, de resignación, ambicioso, desgastante emocionalmente, molesto, cuestionante… y podría seguir con la descripción de las emociones que experimento cuando descubro, identifico o reposiciono algún hallazgo relacinado a mi manera de comer. La gran verdad y grandeza que ha encerrado este invaluable cúmulo de información es comprender qué ha sucedido con mi yo delgada y con mi no delgada, reconocerlas y aceptarlas tal y como son, darles otra perspectiva, y agradecerles infinitamente las contribuciones que han hecho en mi largo existir. Haber vivido ambos talleres con Adriana me ha llevado a tener la firme esperanza que así como pude abrir una ventana y darme cuenta que empieza a entrar la luz en mi vida, podré llegar a abrir toda la ventana y dejar que esa luz me cubra por completo y comprender que la vida tiene muchas cosas que ofrecer. Preguntarme constantemente de qué tengo hambre y qué quiero cubrir con este atracón me ha ayudado a identificar los impulsos que me han llevado a comer a lo largo de mi vida y percatarme que todo tiene que ver con la falta de amor hacia mí misma, por lo tanto, no poder nutrirme con el amor que he intentado brindarme y que la gente de mi alrededor me ha otorgado. La noticia es que todo depende de mí. Repetirme eso me genera miedo en ocasiones y en otras me empodera para seguir adelante, continuar esta lucha y sobre todo mostrame a mí misma lo que soy capaz de hacer. Estoy en proceso de aprender a soltar… soltar para siempre. Hoy soy un poco más amorosa conmigo misma, me reconozco como la mujer perfectamente imperfecta que soy y me doy oportunidad de equivocarme sin juzgarme; de comprender HOY que mis padres son seres humanos como yo, con un rol diferente; de no voltear constantemente hacia atrás y aferrarme a lo que pudiera encontrar, de abrazarme y apapacharme; y sobre todo, de manifestar mi inconformidad de manera tranquila ante lo que me disgusta. Comprender el ciclo del atracón ha sido un enorme regalo porque veo con claridad (a veces) cómo se dispara y avanza. ¿Atracones? A casi tres meses de haber tomado el curso, los sigo teniendo, aunque no con la voracidad, variedad y periocidad de antes. Me doy tiempo para identificar qué me está impulsando a comer, lo mejor es que no 121 me lo recrimino y castigo tan severamente como lo hacía antes, así puedo continuar con el siguiente alimento cuando experimento hambre. Siento un gran alivio y he de confensar que mi bolsillo también lo siente, ahora respiro y me doy tiempo para confirmar si en realidad quiero lo que deseo comer en cada momento, y todo con una respiración (haberlo sabido antes); una respiración consciente que me genera fortaleza y amor para continuar. Además, los procesos terapeúticos los he espaciado más por lo mismo. HOY, empiezo a experimentar esa sensación de ligereza, frescura y autenticidad que durante tantos pero tantos años he tratado de encontrar. Durante años, el chocolate o cualquier cosa con sabor a chocolate era mi perdición, mi lema era: “el chocolate en cualquier presentación y sin importar la calidad es mi perdición”. En momentos de claridad en mi mente y de honesta conciencia, me quedaba impactada por la manera en que “devoraba” algo elaborado con chocolate. Lo impresionante era el sentimiento de culpa que después se presentaba porque hacía un conteo de calorías, seguido por una sensación de miedo, ya que tendría severos problemas con el pantalón, la falda, la blusa o lo que fuera al otro día, o simplemente con voltear la mirada al espejo y ver que el cachete había crecido. En varios momentos de mi vida desprecié esta parte de mí, mi manera de comer chocolate. De la misma manera rechacé comportamientos míos, los aceptaba esperando que un día algo pasara y comprendiera que no era sano comportarse así o comer de esa manera, y entonces alguien se apiadaría de mí y me haría delgada. Me derroté ante los gramos que puede pesar un chocolate y tampoco funcionó. Durante el proceso del taller me di oportunidad de saborear verdaderamente y como nunca lo había hecho en mi vida un pedazo de chocolate. Un pequeño pedazo fue suficiente para darme cuenta que era de mi agrado, pero no como lo diseñé por tantos años de mi vida. Entonces me percate que el chocolate tenía un efecto castigador y que era a través de su ingesta que me hacía daño, ya que seguro eran incontables las calorías que se reflejarían en mis caderas, abdomen o cachetes, y así me generaría repulsión que me permitiría alejarme de mí misma, de la gente y, sobre todo, del sexo opuesto. Hoy el chocolate tiene un lugar maravilloso en mi vida y en mi despensa hay alimentos que no son totalmente agradables. Ya no es necesario hacer el súper y salir con alguna presentación de chocolate. Su efecto castigador yano lo tiene sobre mí, simplemente lo canalizo a través de hacer conciencia sobre lo que ocurre dentro de mí para ver qué está sucediendo y actuar. De esta manera, me ofrezco emocionalmente lo que puedo requerir en el momento o como algún otro alimento que no necesariamente es cien por ciento sano y libre de calorías, pero con la firmeza de que es lo que necesito. También reconozco que no siempre ha sido exitoso; hoy lo exitoso es el viaje y recorrido en mis emociones, y la tranquilidad de que después de comer el pantalón cerrará y el sentimiento de culpa podrá ser más manejable para mí. 122 Se oye fácil, pero haber hecho conciencia y continuar en eso ha sido muy doloroso. A veces encuentro experiencias que no me agradan y otras que me agradan tanto que quiero replicarlas, sin embargo, haber encontrado un espacio e información sobre el comer compulsivo me ha generado una sensación de tranquilidad y de saber que aún hay mucho por hacer para continuar este viaje. Antes deseaba ser delgada para obtener la aceptación y aprobación de mis padres, de mis hermanos, de amigos, del sexo opuesto, encontrar esa pareja tan deseada, probarme lo que fuera de ropa y darme cuenta que me quedaba maravillosamente, y entonces sentirme la mujer más feliz del mundo; quería ser delgada para obtener ese trabajo (mi papá me decía cuando empecé a buscar trabajo que si yo llegaba a su oficina a pedir trabajo, sacaría una dieta de su escritorio y me pediría que regresara en dos meses y entonces me entrevistaría), conseguir ese ascenso profesional (ninguna empresa quiere ejecutivas gordas, me decían), pero dentro de mí una voz gritaba: “No quiero ser delgada, lo que quiero es no sentir esta sensación de soledad y vacío”. Hoy reconozco y acepto que esa sensación la llenaba de comida por una falta de aceptación de mí misma en todos los sentidos: físico, emocional, intelectual, económico, espiritual, social y profesional. No es que de la noche a la mañana me haya remodelado y hoy me acepte en un ciento veinte por ciento, han sido pasos pequeños y con mucha paciencia lo que ha implicado esto. A veces los pasos se me voltean y voy para atrás, pero con la convicción y conciencia de que es parte de mi proceso de recuperación, de percatarme que estar viva y sana es un regalo increíble que la vida me ofrece día con día, y, sobre todo, de reconocer a mi estómago y organismo por atascarlos de cualquier tipo de alimento sin piedad por años. Hoy quiero ser delgada porque es un estado que me permite estar bien conmigo misma, no padecer ninguna enfermedad y, por lo tanto, tener momentos libres para hacer lo que me gusta, no pasar mis tardes visitando doctores porque un achaque nuevo acaba de aparecer, tomando medicamentos y la tormentosa frase: “bajar de peso”. Los doctores nunca entendieron que era muy fácil que de su pluma y propia inspiración saliera esa frase, no se trataba de ir a la farmacia y pedir que surtieran la receta o tratar de tapar lo ilegible o comprar otra báscula, era algo más duro, intenso, doloroso, penoso, querer pero… y entonces soltarme en un manojo de lagrimas, de histeria, de enojo, de desesperación, de frustración de soledad, de vacío y por supuesto de COMIDA para callar eso, ¡¡ah!! Pero con la firme convicción de que mañana sería un buen día para empezar a perder esos kilos que el doctor mencionó. Quiero estar delgada porque quiero deshacerme de esta cadena emocional y dependiente de la comida; quiero estar delgada para evitar la preocupación de si el lunes me cerrará el pantalón del viernes; quiero estar delgada para ir a una comida de amigos y disfrutar la convivencia, no avergonzarme de mí misma, haciéndome sentir incómoda y teniendo la charola de bocadillos como mi mejor aliada. 123 Ha sido un camino como el tuyo, querido lector, pero hoy te puedo decir con pleno reconocimiento, aceptación y conciencia que hay una luz para quienes padecemos de esto. Yo te invito a que seas una historia más de éxito no sólo porque bajes de peso, sino porque te acerques más a contactar con tu verdadera riqueza, ésa que está más allá de los kilos, las arrugas, la ropa o el dinero; ésa que no se ve reflejada en un espejo ni en una cuenta bancaria, ni siquiera en un buen matrimonio. El verdadero éxito es haber descubierto nuestra misión en esta vida y trabajar con base en ella. Yo bendigo cada día que tengo la oportunidad de conocer personas dispuestas a transformarse, no importa si el pretexto y la forma de hacerlo es mediante la compulsión por comer o la obsesión por el peso. Cualquier cosa que ocurre en nuestra vida es perfecta. Si nos pusimos encima una compulsión, una manía, una adicción, una enfermedad o lo que haya sido, pensemos que fue en profundo amor y con la intención de salvarnos de lo que consideramos que podría destruirnos. Hoy con ese gran amor que fuimos capaces de generar para sobrevivir, emprendamos el camino hacia la plenitud, hacia la prosperidad, hacia la paz, hacia la Luz. Sólo basta darnos cuenta que la esencia de todo es amor y que cuando dejamos de dar por hecho lo que ocurre y nos dejamos sorprender, la vida nos muestra sus milagros a cada momento. Haz de tus instantes fuentes de inspiración, satisfacción y vida. “La calidad de nuestros instantes es igual a la calidad de nuestras vidas”. 124 Acerca del autor ADRIANA ESTEVA RANGEL (Ciudad de México). Cursó la carrera de Comunicación en la Universidad Anáhuac del Norte. Tiene el título de Master Reiki y estudios en Metafísica de la Enfermedad; Manejo de Energía; Food is food, love is love; Women, Food and Love (San Francisco, CA); Comedor compulsivo; Caracterología del cuerpo humano; Espiritualidad a la luz de la Logoterapia; Kabbalah, entre otros. Trabajó 10 años en TV Azteca desempeñándose como asistente, reportera, gerente de producción, guionista y conductora de Ventaneando, En medio del espectáculo, Video D y especiales musicales; ha sido invitada en los programas de Martha de Bayle (WRadio), Tere Bermea (VibraTV), Gloria Calzada (MVS), el Dr. César Lozano (MVS), Refleja tu salud (Canal 40) y Arroba las mujeres (Uno TV). Es fundadora del taller teórico-vivencial Comiéndome mis Emociones,impartido en varias ciudades de la república. Ha dado conferencias para diferentes grupos y empresas como la SEP, Iusacell, Comex, Hoteles City Express, donde el tema principal es la Nutrición Emocional. 125 Diseño de portada: Claudia Safa Imagen de portada: Canstockphoto © 2015, Adriana Esteva Derechos Reservados © 2015, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V. Bajo el sello editorial DIANA M.R. Avenida Presidente Masarik núm. 111, Piso 2 Colonia Polanco V Sección Deleg. Miguel Hidalgo C.P. 11560, México, D.F. www.planetadelibros.com.mx Primera edición: junio de 2015 ISBN: 978-607-07-2858-7 Primera edición en formato epub: junio de 2015 ISBN: 978-607-07-2939-3 No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal). Hecho en México Conversión eBook: TYPE 126 TE DAMOS LAS GRACIAS POR ADQUIRIR ESTE EBOOK Visita Planetadelibros.com y descubre una nueva forma de disfrutar de la lectura Regístrate y sé parte de la comunidad de Planetadelibros México, donde podrás: Acceder a contenido exclusivo para usuarios registrados. Enterarte de próximos lanzamientos, eventos, presentaciones y encuentros frente a frente con autores. Concursos y promociones exclusivas de Planetadelibros México. Votar, calificar y comentar todos los libros. 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Traigo puesta a mi mamá Yo lo cargo por ti, mamá La deshidratación se supera traguito a traguito Aceptación, satisfacción y deseo Dándole voz a las voces No sé ni qué me gusta “La ruta del deseo” Bienestar del ego vs. bienestar del alma Diferentes maneras de controlar Autoindulgencia vs. ser amorosos con nosotros mismos Creo lo que creo El valor de la intención Soy yo con o sin El peso del entorno No necesito nada Prefiero cargarme yo sola Más allá de dar y recibir Ámate de tal manera que ante una separación te quedes con la mejor parte: contigo Prefiero no tener por el miedo a perderlo Generar deuda El mejor empresario Si no lo vi, no pasó ¿Veo lo que quiero ver? o ¿veo lo que me corresponde ver? Mientras haya un paso que dar, habrá un camino que recorrer Dulcemente amargo o el amargo sabor de la dulzura ¿Qué tienes en tu alacena? Guerras declaradas Curar y sanar… ¿son lo mismo? De luz y sombra ¿De qué te has dado atracones? ¿Cómo darme cuenta de qué sentimientos detonan mi compulsión por comer? ¡Me aterra ser delgada! ¿Y si me quedo en el “no puedo”? ¿Qué pesa en el peso de tu hijo? Zonas de confort nada confortables Resignificando Acerca del autor Créditos Planeta de libros