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Índice
Prólogo
Introducción
¿Adicción a mamá?
¿Alguna coincidencia?
Traigo puesta a mi mamá
Yo lo cargo por ti, mamá
La deshidratación se supera traguito a traguito
Aceptación, satisfacción y deseo
Aceptarme tal y como soy
Tener deseos claros y genuinos
Dándole voz a las voces
No sé ni qué me gusta
“La ruta del deseo”
¡Aprovecha tu capacidad creadora, dale calidad a tus deseos!
Bienestar del ego vs. bienestar del alma
Diferentes maneras de controlar
Autoindulgencia vs. ser amorosos con nosotros mismos
Creo lo que creo
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El valor de la intención
Soy yo con o sin
El peso del entorno
No necesito nada
¿Por qué nos cuesta tanto trabajo reconocer qué necesitamos realmente?
Prefiero cargarme yo sola
Más allá de dar y recibir
¿Qué prefieres tú? ¿Dar o recibir?
¿Pero qué otras ganancias nos otorga el dar?
¿Qué ocurre con el acto de recibir?
¿Qué implica recibir?
Ámate de tal manera que ante una separación te quedes con la mejor parte: contigo
Prefiero no tener por el miedo a perderlo
Generar deuda
El mejor empresario
Si no lo vi, no pasó
¿Veo lo que quiero ver? o ¿veo lo que me corresponde ver?
Mientras haya un paso que dar, habrá un camino que recorrer
Dulcemente amargo o el amargo sabor de la dulzura
¡No nos atemos a nuestra necedad de que todo siga sabiendo igual!
¿Cuántos sabores que parecen amargos acaban convirtiéndose en algo dulce?
¿Cuántos sabores dulces se convierten en amargos?
¿Qué tienes en tu alacena?
Guerras declaradas
¿Dónde comienza la paz?
¿Y qué no es lo mismo lo que hacemos internamente?
¿Te hace sentido? Bueno, pues ¿de qué forma podemos comenzar a regresar a la
Unidad?
Curar y sanar… ¿son lo mismo?
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De luz y sombra
El atracón: la forma de tomarnos por la mala lo que no permitirnos darnos por la buena
¿De qué te has dado atracones?
¿Cómo darme cuenta de qué sentimientos detonan mi compulsión por comer?
¿Cómo decidimos que un sentimiento es prohibido o permitido?
¡Me aterra ser delgada!
¿Cómo lograr hacer frente a estos miedos?
¿Y si me quedo en el “no puedo”?
¿Qué pesa en el peso de tu hijo?
Premiar o castigar con la comida
Restricción
El niño puede estar usando al peso en el cuerpo como un grito por hacer valer su derecho
a la individualidad
Mejor veme a mí y no veas lo que hay detrás, me como yo los problemas para liberarlos
a ustedes
Protegerse con el peso de cualquier tipo de abuso
Cubrir ausencias
Hacer vínculo con los padres o alguien de la familia
Zonas de confort nada confortables
¿Cómo saber si estás en una zona de confort?
Resignificando
Acerca del autor
Créditos
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Prólogo
A lo largo de los años hemos visto el inminente crecimiento en el mercado de un sinfín de
productos para bajar de peso y tener al fin ese “cuerpo escultural envidiable” de la
modelo o actriz que lo anuncia o aparece en la caja… Seguramente muchos y muchas
han corrido a comprarlo con la ilusión de tener al fin el peso deseado… Al paso del
tiempo la gran esperanza se convierte en la gran desilusión y como resultado una tristeza
infinita que muchas veces termina en una caja de chocolates, el pastel más dulce o una
docena de tacos… Pero ¿sabías tú, que lo que comemos y cómo lo hacemos podría estar
vinculado al mismísimo momento de nuestra concepción… Que existe más de una razón
para la satisfacción que tenemos al ingerir eso que llamamos “placer culposo”?
En su primer libro Cuando la comida calla mis sentimientos, Adriana Esteva nos
mostró lo increíblemente ligados que están los sentimientos, los recuerdos y la nostalgia a
nuestra manera de comer, narrado desde una viviencia y realidad personal, ahora En la
comida como en la vida nos presenta una visión diferente de porqué algunos seres
humanos buscan una satisfacción permanente en la comida, y cómo ésta ha pasado a
ocupar o suplir las emociones en sus vidas, nos habla también de que aunque no es fácil,
siempre hay oportunidades para cambiar creencias y nos da a conocer testimonios de
algunas personas que han cambiado su forma de vivir y ver la vida luego de asistir a los
talleres que Adriana Esteva continuamente imparte…
Cuando leas En la comida como en la vida te darás cuenta de que son muchas las
personas que encontraron otra oportunidad en la vida, te aseguro que al tenerlo tu
también te estarás dando esa oportunidad.
Aurora Valle
 
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Introducción
Sin importar que todo siga igual, siempre puede ser diferente.
Hay muchas cosas que han cambiado en mi vida a partir de que decidí tomar mi
forma de comer como vehículo de crecimiento, tantas que estoy segura que la mayoría ni
siquiera he sido capaz de descubrirlas aún.
Cada vez que tengo la oportunidad de compartirlo, comento que no soy de ninguna
manera un producto terminado, que sigo teniendo en mi sistema latente el “chip” de la
compulsión por comer y en cuanto me descuido, se vuelve a encender. Al principio esto
me asustaba porque creía que todo el trabajo había fracasado. Afortunadamente, hoy he
aprendido a ser más compasiva y objetiva conmigo, y puedo ver que no es que haya
fallado, sino que hasta el día de hoy es mi alerta, mi radar… Y no sólo eso, hoy veo que
así como cuando estudiamos una licenciatura o una especialidad leemos libros, tomamos
clases, hacemos trabajos, investigamos, debatimos y nos hacen exámenes, la forma en
que mi alma decidió llevar a cabo sus estudios en el tema de la comida y las emociones
ha sido a través de leer mi hambre, tomando lecciones con cada encuentro, trabajando en
el campo de mis emociones, investigando qué hay detrás de cada historia, debatiéndome
con mis creencias y teniendo exámenes bastante seguido. Me han tocado maestros más
exigentes que otros, a algunos sigo sin entenderles nada de lo que me han tratado de
enseñar, a otros los he confundido con enemigos y a muchos, afortunadamente, los he
tenido en clases intensivas y particulares.
En mi libro Cuando la comida calla mis sentimientos hago varios planteamientos
acerca de esta relación tan íntima con la comida que marca tanto nuestras vidas.
En este libro te invito a seguir juntos adentrándonos en el camino del
autodescubrimiento a través no sólo de nuestra relación con la comida, también a través
de las pistas que esta relación nos da.
Si leíste mi libro anterior o si has asistido a alguno de mis talleres, sabrás que el
camino a recorrer una vez que “medio” aceptamos la idea de la responsabilidad que
implica hacernos cargo de nuestras decisiones, nuestros deseos y de los sentimientos que
estaban o están todavía debajo de nuestra forma de comer, es largo y en varias ocasiones
asusta e incluso puede hacernos sentir que nos sobrepasa.
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Ocurre como cuando mi dentista me contó que llegó un paciente con un dolor de
muela y ella al revisarlo y quitarle una curación que tenía de tiempo atrás se dio cuenta
que tenía una súper infección que requería un doloroso tratamiento. El paciente le dijo
enojado: “Pero si yo nada más vine por un dolor de muela. ¿Qué me hizo usted,
doctora? Póngame mi curación y déjeme como estaba”.
La dentista le contestó que no hizo otra cosa que dejar descubierta la infección…
Afortunadamente, pues de otro modo lo más probable es que el dolor, además de hacerse
insoportable, lo hubiera llevado directo a una cirugía y a perder la muela.
Así ocurre con los procesos de sanación, quisiéramos de pronto regresar al punto en
donde no teníamos consciencia y en donde culpar a la comida, la gordura o a los demás
era más sencillo; quisiéramos seguir con el dolor, que nos taparan la infección y olvidar
que existe.
Tomar las riendas de nuestra vida asusta porque tenemos la fantasía de que no
podremos con ella, pero afortunadamente, tal y como lo acabo de escribir, es una
“fantasía” que se ha cargado de suficientes elementos para convencernos de que es real.
El propósito de este libro es darte más herramientas y más caminos para que
“sustentes” tu nueva relación contigo mismo.
 
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¿Adicción a mamá?
Desde que somos concebidos se marcan los roles básicos y vitales que tomarán en
nuestra vida nuestros progenitores: el padre,a través del encuentro sexual, brinda la
energía poderosa que después de una extenuante lucha y búsqueda llega hasta la semilla
de la madre, quien espera paciente y en el lugar indicado para que se dé el encuentro. En
cuanto ocurre la conexión y se gesta una nueva vida a partir de estas dos energías, la
femenina y la masculina, el vientre de la madre, que ya ha sido perfectamente
acondicionado para que esta vida se desarrolle conforme al proceso que corresponda, es
el encargado de proveer a este nuevo ser de todo lo que necesite.
¡Es entonces donde comienza la estrecha relación con la comida! A través del cordón
umbilical, la madre “alimenta” al bebé no sólo de los nutrientes que necesita para formar
y fortalecer su cuerpo, también de información que va más allá: sus miedos, su capacidad
o falta de ésta para hacerse cargo de ambos, la relación con el padre, la culpa de
desatender a sus otros hijos, el rechazo, su atención, su dolor, su apego a la vida, su
aceptación, etcétera.
El bebé nace ya con bastante información acerca de qué le espera a su llegada a este
plano, fuera del cuerpo de su madre, que es todo lo que hasta ahora conoce.
Su primer encuentro con esta nueva etapa de su viaje es a través del hambre, es el
deseo de comer lo que lo impulsa a conectarse con la vida.
La comida y la madre, en este momento, son prácticamente lo mismo…
Aquí me gustaría contarles algo que hace poco una querida amiga que ha trabajado
con madres adictas a sustancias altamente destructivas, como el thiner inhalado, me
compartió: al estar pegado el bebé a la madre, está también “pegado” a la droga; la huele,
la respira y para él no existe otra cosa; ese olor y su impacto, son ahora parte de su
pertenencia a la vida. Cuando tratan de separar al bebé de su madre para poder cuidar a
ambos, el bebé se enfrenta a una crisis brutal de abstinencia, lo están separando de la
sustancia que ya alteró su sistema y lo hizo adicto, pero también lo están separando del
medio que lo mantiene conectado con su madre.
En términos de la comida pasa algo similar, nos cuesta trabajo diferenciar la
“sustancia” de la “proveedora” de la sustancia.
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Todos, incluyendo a quienes no tuvieron a su madre cerca, a quienes la perdieron, a
quienes tienen una pésima relación con ella, incluso a quienes no la conocieron, fuimos
nutridos en primera instancia por ella, es por eso que es tan compleja esta relación,
porque está cargada de muchos matices.
Conforme vamos creciendo y desarrollando nuestras propias percepciones de lo que
va ocurriendo en nuestro camino, esta importante relación va también tomando diversos
rumbos.
No importa cómo sea nuestra relación con nuestra madre, nos marca en muchos
sentidos; he escuchado cientos de historias en mis talleres y en todas hay mucho que
aprender de la relación que tienen con su madre, obviamente también con el padre, los
hermanos, abuelos, tíos, pero en este momento quiero centrarme en la primera.
Te voy a pedir que tomes una hoja y escribas cómo ha sido tu mamá contigo.
No te frenes, no justifiques, no defiendas, no expliques, simplemente sé objetivo.
Entre más honesto seas, más provecho vas a sacar de este ejercicio.
Te comparto lo que escribió Jimena, de 35 años y madre de un niño de siete, acerca
de su mamá:
¡Odio a mi mamá! Es agresiva, violenta, me golpeó muchas veces, me humilló, nunca estaba para mí, me ofendía
siempre, me comparaba con mis hermanas y me obligaba a servirle a mis hermanos. Se burlaba de mí. No le daba
importancia a la hora de la comida, siempre estaba ocupada quejándose y reclamándonos, no se cuidaba, siempre
quería que sintiéramos lástima por ella. Espero que algún día me pida perdón y sufra como yo sufrí por su culpa.
Cuando compartió todo esto con el grupo, Jimena estaba cegada por el odio y el dolor, su
único deseo era poder “vengarse” de ella.
Después de describir cómo era su mamá con ella, revisamos punto por punto y le
pedí que tratara de identificar qué tanto se trataba a sí misma de igual manera. Cuando se
lo dije, su primera reacción fue de mucho enojo, de defensa y de agresión hacia su
madre. Sin embargo, conforme pudo “habitar” todas esas emociones y puso atención a lo
que la relación con su madre decía de ella misma, bajó la guardia y comenzamos a
trabajar.
Se dio cuenta de que ella es sumamente agresiva en su manera de contestar y de
tratarse, rara vez se escucha, es decir, no está para ella misma. Continuamente se
compara con los demás y nunca queda bien parada, quiere complacer a todos. No se da
cuenta a qué hora le da hambre porque no está pendiente de sus propias necesidades, así
es que sólo se permite comer dándose atracones, a través de los cuáles se castiga, se
reclama, se agrede y se culpa. No cuida su aspecto y es sumamente dura con ella, no se
perdona ningún error.
¿Alguna coincidencia?
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Cuando lo vio de esta manera, quedó muy impactada, pues no le cuadraba por qué si lo
que más quería era que su mamá no hubiera sido así, ahora no podía dejar de actuar
como ella.
La verdad es que más allá de las circunstancias, creo que siempre haremos todo lo
posible por estar cerca de nuestra madre, aun cuando esa forma sea tan dolorosa. Jimena
sin darse cuenta reproducía la forma de “amar” que su madre le enseñó, porque sí,
aunque suene extraño, aprendimos a concebir el amor en el sentido de “forma de
identidad y pertenencia” a partir de cómo lo recibimos de nuestros padres. Incluso
cuando en su discurso Jimena hace alusión al odio que siente hacia su madre, en realidad
es un grito por mantenerse cerca de ella a través del maltrato que de ella aprendió, es
como si gritara: “Mamá, mantengo mi unión contigo a pesar de mi propia infelicidad”.
Del mismo modo que lo hizo Jimena, te invito a que revises de qué forma actúas
contigo igual que actuaba tu mamá contigo.
La historia de Jimena habla sólo de los aspectos “negativos”, sin embargo eso no
quiere decir que tu historia no pueda, por el contrario, haberte marcado en terrenos
mucho más positivos; lo importante aquí es obtener claves acerca de ti mismo.
Después de “descubrir” como actúa Jimena, nos dimos a la tarea de plantear
compromisos para cambiar esa dolorosa relación. Por ejemplo:
• Estar pendiente de su apetito y comer lo que su cuerpo le pida
• Tomar clases de baile que siempre ha querido, pero que antes no se permitía
por ser “una tontería cursi”
• No salir de su casa sin peinarse linda y decirse “te quiero” al espejo
• Trabajar en terapia el enojo hacia su madre
A medida que mejoramos la relación con los aspectos de nosotros que tienen que ver con
mamá, vamos mejorando nuestra relación con ella y viceversa.
Considero vital replantear desde dónde, sana y conscientemente, nos vinculamos hoy
como adultos con ella, ya que mientras no hagamos paz con quien nos dio la vida, no
tendremos paz con la vida en sí.
Más adelante ahondaré en el tema de honrar las historias de nuestros padres para
honrar la nuestra.
Traigo puesta a mi mamá
Y hablando de cargar pesos ajenos, te comparto varios casos que brotaron
“curiosamente” en la misma sesión de uno de los talleres que imparto:
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Rebeca, de 45 años, ha luchado gran parte de su vida con el sobrepeso. Como
muchas personas, su desesperación la ha llevado a probar cientos de dietas, pastillas,
ejercicios, terapias, tratamientos, etc. Nada parecía poder contra sus kilos de más hasta
que un día, en una terapia alternativa, le dejaron saber que ese sobrepeso le correspondía
a su madre, es decir, a partir de que su madre murió, cuando ella tenía 17 años. Rebeca
se colocó encima los mismos 80 kilos que pesaba su madre. Incapaz de procesar y
perdonar la ausencia de su progenitora, decidió, de manera no consciente, obviamente,
“llevarla puesta”, literalmente.
Natalia, de 28 años, ojos azules, tez clara, cabello rizado y una risa a flor de piel,
compartió con el grupo que agradece profundamente a su madre que nunca le habló de
su papá, ni para bien ni para mal. Sin embargo, ha desarrollado un gran sobrepeso desde
pequeña. Cuando le pregunté cómo acomodabaen su vida la ausencia de su padre, me
dijo que su abuelo se había ocupado de brindarle ese papel. Le comenté que eso estaba
muy bien, pero que yo creía (y lo sigo creyendo) que necesitaba honrar la presencia de
su padre biológico en su vida, ya que de otra manera su cuerpo se seguiría encargando de
hacerlo por ella, llenando su espacio con kilos. Cuando lo escuchó, algo dentro de ella
retumbó y rompió en llanto.
No podemos dejar de honrar a quienes nos dieron la vida, estén presentes o no en
nuestro día a día; creo que es una necesidad básica, ya que si no hacemos las paces con
ellos, no podremos hacer las paces con la vida en sí.
No honrar a nuestros padres es negar también la parte de ellos que vive en nosotros.
Nos guste o no, sus células formaron nuestras células y contienen información de ellos
que ahora habita en nosotros. A medida que aceptamos las partes de nosotros que
odiamos porque nos recuerdan lo que también odiamos de ellos, iniciamos un proceso de
liberación casi mágica. Pelear, ignorar y maldecir lo que somos no hace más que drenar
nuestra energía y enfermarnos. Por otro lado, abrazar hasta lo peor de nosotros es
demostrarnos ese amor incondicional que tanto pedimos y esperamos de nuestros padres,
parejas, hijos y, en general, de quienes están o han estado ligados a nuestras vidas.
Cuando no lo hacemos de manera amorosa y consciente, nuestro sistema se dará a la
tarea de hacerlo, a través de kilos, enfermedades, manías o cualquier vía mediante la cual
no se nos pueda olvidar que existen.
Abrazarnos con todo lo que somos no hará que eso que no nos gusta se posesione de
nosotros como si fuera una fuerza maldita, contrariamente a lo que pensamos, encontrará
en nuestra atención y entendimiento la energía necesaria para transformarse e irse si es
necesario, o quedarse, pero en un lugar de servicio… Es decir, pasar de deuda a
inversión.
Honrarlos y conciliar con los padres no es necesariamente ir con ellos y arreglar las
cosas, es, en primer término, aceptar los sentimientos hacia ellos de la manera más
honesta posible, eliminar las culpas por sentirlos, exponerlos ante ti mismo, llorar lo que
necesites llorar, entenderlos, entenderte y, si lo sientes necesario, perdonarte por sentirlos
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o por haberlos aguantado, guardado o escondido.
En segundo término, es reconocer que tanto ellos como tú hicieron lo que pudieron
en las circunstancias que se les presentaron y con las herramientas que tenían.
En tercer término, es reconocer, a través de esta reflexión, las verdaderas
necesidades que tienes con respecto a ellos y comenzar a cubrirlas tú mismo.
Cuando Natalia honró la presencia de su padre en su vida, pese a que éste decidió no
quedarse en ella, un nuevo brillo apareció en su mirada, como cuando dos polos han
estado separados por mucho tiempo y al unirse generan la chispa de luz que estaba
esperando ser encendida y comenzar el proceso de iluminación.
Al escuchar estas historias, Guadalupe también intervino, compartiendo que ella
había perdido un bebé y que eso la había afectado profundamente. Harta de no encontrar
una salida a su desolación, un día cayó como del cielo la siguiente oración: “Deja de
cargar en tu cuerpo los kilos de ese bebé y libéralo para que regrese a la luz”.
Efectivamente, ante su propio asombro reconoció que desde la pérdida no había logrado
deshacerse de ocho kilos que traía de más.
Impactada y visiblemente conmovida, Estrella, quien también estaba en el grupo, se
permitió aceptar la posibilidad de estar “sobrealimentando” a su hija pequeña, después de
haber perdido a un bebé antes de que esta naciera.
Sofía, una mujer que ha luchado también con su sobrepeso durante mucho tiempo,
ha logrado ver a través de un gran trabajo de conciencia que al sentirse ignorada por su
papá, encontró en cada kilo extra que colocó en su cuerpo la forma de gritarle que la
volteara a ver.
Emilia, durante una meditación guiada que hago acerca de la escalera de la vida para
encontrar en qué parte se pudo generar algún bloqueo importante, se detuvo en el
escalón que señalaba sus 14 años, edad en la que murió su abuela, quien representaba su
gran fuerza. A partir de entonces, ella quiso morir y su forma de hacerlo fue dejar de
comer. Después, al no aguantar hacerlo por mucho tiempo, se llenó de los mismos kilos
que pesaba su abuela.
Debo confesar que estas historias me recordaron un ejercicio terapéutico que hice en
alguna ocasión, a través del cual yo buscaba precisamente liberar a mi hija de mi propia
historia con la comida. Durante el proceso, salió a relucir que cuando yo estaba
embarazada precisamente de ella, me notificaron que se trataba de un embarazo gemelar,
pero que uno de los bebés no se había formado. Ni mi entonces marido ni yo le dimos
mayor importancia, ya que casi al mismo tiempo nos informaron del segundo embrión y
que no se había logrado, así es que ni ilusiones nos habíamos hecho.
Sin embargo, según pudimos ver en esta terapia, mi hija sentía una ausencia en su
vida que no podía entender y que muy probablemente la llevaba a comer de más para
tratar de compensarla o de alimentar inconscientemente a esa vida que la acompañó en
los primeros días que habitó mi vientre. La terapeuta me sugirió contarle que ella venía
acompañada, que el alma de su hermanito no se había quedado con nosotros, pero que
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yo me haría cargo de ese bebé también, rezándole y agradeciéndole que hubiera estado
con nosotros por un tiempo, y que su lugar en nuestra familia estaba dado y sería
reconocido y respetado.
Fue increíble cómo, a pesar de su corta edad, logró darle congruencia a su
sentimiento y liberar la carga de tener que hacerlo ella presente para que no lo
olvidáramos.
Me sigue maravillando cada día darme cuenta de lo que somos capaces de hacer con
tal de seguir sintiendo de alguna forma la presencia de nuestros padres o de alguien
trascendental en nuestra vida, es algo más grande que nosotros, es una conexión que no
se rompe, a pesar de la distancia o la buena o mala relación que tengamos o hayamos
tenido con ellos, incluso si no ha habido relación alguna.
Yo lo cargo por ti, mamá
Ilana, una hermosa chava de 19 años, lloraba desconsolada al compartir con el grupo que
había tenido una cita desastroza. Se preguntaba por qué no encontraba a alguien decente
con quien salir, que la valorara. Le echaba la culpa una vez más a la gordura. Su madre
que estaba junto intervino para contarnos que sentía que a su hija se le iba la vida, que
no ponía límites y que era incapaz de ir por sus sueños. Le pregunté entonces si a ella le
pasaba lo mismo, y después de intentar regresar la atención de la plática a su hija, se
rebeló ante ella una imagen que se había negado a ver: ¡era a ella a la que se le estaba
escapando la vida! Un matrimonio lleno de abusos y agresión era su jaula. Ante su
incapacidad de poner límites y de protegerse, fueron sus hijos los que se encargaron de
hacerlo. Ninguno de los dos se ha despegado de su lado, aún a costa de suprimir sus
propias aspiraciones. Su hija se puso peso para no alejarse de su lado y protegerla de la
violencia del padre. Encontrar una pareja que la valorara la ponía en riesgo de quererse ir
con ella y entonces faltar a su gran mandato: ¡cuidar a su madre! Cuando ambas se
dieron cuenta de la dinámica que ocurría, quedaron bastante conmovidas e incluso
asustadas. Ilana estaba en un mar de llanto, conmovida al darse cuenta de cuánto había
sacrificado por el gran amor que le tenía a mamá. En una escena que nos conmovió
profundamente a quienes tuvimos la oportunidad de presenciarla, la madre pudo decirle:
“Te libero de la carga que tomaste para poderme cuidar. Hoy eso me corresponde a mí y
es hora de que comience a tomar las decisiones que me corresponden”.
Un caso similar le ocurrió a Andrea, quien no entendía por qué aun siendo una adulta
exitosa, seguía teniendo miedo de ir por la plenitud que la vida se empeñaba en ofrecerle.
Al igual que nos ocurre a quienes hemos decidido trabajar en conciencia y abrirnos a
recibir la información querequerimos, Andrea tuvo una revelación: su madre no pudo
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vivir su propia adolescencia porque la situación en casa la hizo tener que tomar el rol de
proveedora responsable. Cuando se casó, cosa que hizo esperando escapar de la
incómoda situación que había en su hogar, resulta que se topó con la irresponsabilidad de
su esposo, lo que la hizo una vez más tomar las riendas y frenar sus deseos. Fue hasta
que se divorció cuando logró por fin vivir a su manera, el problema era que en ese mo
mento ya era madre de tres hijos. Andrea, en lealtad (por supuesto inconsciente), decidió
dejar que su madre viviera su adolescencia tardía, mientras ella se quedaba en casa tirada
en un sillón comiendo y comiendo, ganando el peso suficiente para negar sus deseos
adolescentes y hacerse cargo de sus hermanos. Para ella, el discurso era: “no salgo por
gorda”. Cuando la realidad era: “necesito ponerme gorda para no querer salir y así darle
oportunidad a mi mamá”. Era como si con la comida callara su derecho a vivir lo que
merecía y le correspondía a los 15 años.
La deshidratación se supera
traguito a traguito
Ser padres nos da más lecciones de las que podemos imaginar y dimensionar. En una
ocasión, cuando mi hija mayor tenía un año y dos meses de edad, nos fuimos de
vacaciones a la playa en fin de año. Lo contaminado de las albercas, el calor, el cambio
de alimentación o lo que haya sido, le provocó a mi hija una infección muy fuerte que la
tuvo con vómito y diarrea durante varios días. Yo, inexperta, cada vez que ella vomitaba
o iba al baño, le daba mucho líquido para que, según yo, no se deshidratara; pero entre
más agua le daba, más devolvía el estómago hasta que se deshidrató. La tuvimos que
llevar de emergencia al hospital, la canalizaron y nos llevamos el susto de nuestra vida.
Ya de regreso en casa, la llevé con su pediatra y me explicó que es muy común que
al ver que perdía líquido intentara reponérselo con más líquido; sin embargo, esto sólo
complica el cuadro, ya que como el estómago está tan resentido, no tiene la capacidad de
absorber lo que recibe y lo regresa, pero no sólo lo que entró sino más, con lo que
aumenta la deshidratación. La solución, me dijo, es darle muy pequeñas cantidades y en
lapsos de tiempo repartidos para que el organismo pueda recuperarse y permitir la
absorción poco a poco.
Llevando esta experiencia a otros terrenos, comencé a pensar cuántas veces eso nos
pasa también en la vida; estamos tan deshidratados que, por más que recibimos, nuestro
sistema no lo asimila porque queremos devorarnos todo: amores, relaciones, comida,
atención, aprobación… Y como lo hacemos desde la desesperación y el intento de
llenarlo rápido y en gran cantidad, entre más tomamos, más nos vaciamos.
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Te pongo un ejemplo: un hombre está tan necesitado de aceptación que se llena de
relaciones sexuales casuales e intensas. Entre más crece su vacío, más relaciones tiene, y
entre más sexo tiene, más vació se siente. Y así el ciclo continúa. Su “deshidratación” y
su sed son tan grandes que no le permiten hacer un alto y afrontar su verdadera carencia,
que ciertamente no se trata de tener o no tener sexo. Esto obviamente no es sencillo y
mucho menos cómodo. Cuando seguí los consejos del pediatra y comencé a rehidratar a
mi hija poco a poco para que después pudiera ya asimilar más líquidos y luego alimentos,
fue muy doloroso, porque ella tenía sed y quería su leche. No entendía que si yo le
permitía tomar más de la media onza que había indicado el doctor, cada media hora,
corría el riesgo de enfermarse peor. Era un sufrimiento para mí (y me imagino el doble
para ella) negarle su mamila, mientras me suplicaba que quería más.
¡Lo mismo nos ocurre hoy! Nos cuesta mucho trabajo negarle a nuestro impulso,
compulsión, adicción o como sea que se nos manifieste, el cumplimiento de su deseo
inmediato (su mamila), aun sabiendo que negársela es darle salud en todo sentido.
Entender el lenguaje de nuestra hambre requiere paciencia, es necesario un trabajo
diario y constante de “decodificación”. Y esto me hace recordar la experiencia que vivió
una amiga en su reciente viaje a China. Me cuenta que era desesperante no lograr
entender nada de lo que escuchaba y veía. Había algo escrito, pero ella no tenía el código
necesario para tener acceso a todo aquello. Se sentía completamente lejana y
desconectada de todo lo que ocurría, aunque estuviera ahí parada, mirando, escuchando,
tocando, sintiendo… Para ella eran garabatos y sonidos sin lógica ni sentido. Para
poderlos significar, tendría que estudiar el idioma. Seguramente todo cambiaría
dramáticamente; todo cobraría otro sentido y tendría significado.
Mientras no tenemos acceso a los códigos que se esconden tras nuestra hambre y
nuestros comportamientos y reacciones, estamos desconectados de lo que ocurre tanto a
nuestro alrededor como dentro de nosotros mismos.
Parte de estos códigos nos los dan los recuerdos y las cargas emocionales con los que
los alimentos se fueron impregnando.
A nuestro entender puede parecer ilógico y sin sentido que no podamos dejar de
comer compulsivamente ciertos alimentos hasta que entendemos el código bajo el cual
los hemos significado. Generalmente comemos algo por los recuerdos que nos trae, por
lo que nos hicieron sentir en alguna o algunas ocasiones. En nuestro sistema se hacen
conexiones que se activan automáticamente cuando aparece cierto estímulo. En más de
una ocasión intentamos regresar a momentos que nos resultaron agradables a través de
algo que los acompañó y que fue la comida.
Sin embargo, una vez más, la vía para llegar a esos estados ¡no es la comida! Hacerlo
es sólo un espejismo, una ilusión, una fantasía. ¿Y sabes qué ocurre en realidad? Que en
la necedad de querer recuperar esas sensaciones o momentos comemos, esperando que
en el siguiente bocado, la siguiente rebanada de pastel, el próximo paquete de galletas, el
siguiente vaso de refresco, el siguiente trago de tequila, la próxima relación sexual, el
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próximo novio, el otro trabajo… la próxima vida, nos regrese eso que sentimos que nos
robaron: la voluntad, la libertad, la dulzura, la dignidad, la valía. Y cómo duele y lastima
comprobar cada vez que eso no ocurre, que quedamos aun más vacíos, hambrientos,
sedientos… deshidratados.
Aceptación, satisfacción y deseo
En la comida recreamos en el plato mucho de lo que hacemos en la vida. La satisfacción
para muchos quienes hemos estado barajando las cartas de la restricción, las dietas, las
obligaciones y el maltrato por tantos años, resulta un platillo muy codiciado y pocas
veces alcanzado.
Vamos a revisar primero la insatisfacción en el terreno de la comida:
¿Por qué nunca estoy satisfecho con lo que como y siempre quiero más?
Chequemos algunos puntos que pueden darte la respuesta a esta pregunta que
seguramente te has hecho en más de una ocasión:
No comí lo que en realidad deseaba. Si como algo que en realidad no se me
antojaba o no me gusta tanto, no es de extrañarse que siga buscando en eso
que está en mi boca y que no deseo un sabor y sensaciones que no voy a
encontrar. Es como pedirle a un plátano que sepa a cóctel de camarones. Te
pongo el ejemplo de Cynthia, una joven de 23 años con muchos sueños por
delante en el terreno de la actuación, quien durante un ejercicio del taller
Comiéndome mis emociones, explotó entre llanto y risas diciendo: “¿Cómo no
voy a estar todo el tiempo hambrienta, insatisfecha y de mal humor, si en lugar
de comerme unos huevos revueltos como quería, me comí unas claras con
suplemento sabor espinaca que sabían espantoso y en lugar de un café con
leche, tomé un té con sabor a chocolate que apenas pude tragarme por su mal
sabor?”.
Por temor a darnos cuenta que lo que necesitamos no tiene nada que ver con
comida. Plasmamos en el terreno de la comida insatisfacciones que
corresponden a otros ámbitos de la vida, mucho más “peligrosas” de revisar.
Porque la comida se vuelve la única fuente de placer. Es definitivamente
menos riesgoso encontrar placer en la comida que en una relación depareja o
en una caricia. La comida aparentemente no pide nada a cambio, no juzga, no
exige pero sobre todo: no abandona.
La atención estuvo en el bocado siguiente, no en el que está en la boca. La
satisfacción es resultado de la atención y del momento presente, se teje a cada
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bocado, en cada instante y en cada respiración. No es el resultado de, sino el
encuentro continuo de ti en lo que ocurre. Si en cuanto te compras una blusa,
ya estás ansioso porque no tienes el pantalón, y cuando tienes el pantalón ya
estás pensando en los zapatos, no te das el tiempo de que la satisfacción “te
alcance”.
Porque dejo de comer antes de que mi estómago dé la señal de satisfacción. En
esta fiebre enfermiza por vencer el hambre y bajar de peso, es casi imperativo
quedarte siempre hambriento. Si vences al demonio llamado comida, serás un
héroe cuya corona (de espinas) será entregada por la diosa báscula. Lástima
que este reconocimiento, lejos de acercarte, te aleja cada vez más de ti mismo y
de tus verdaderas necesidades y capacidades. Comer menos de lo que tu
estómago requiere es igual de lastimoso que darle de más; supone un gran
abuso y maltrato. ¿Quién se puede sentir realmente satisfecho de hacer eso?
Porque buscas en el alimento sabores creados por la mente y las fantasías.
Por ejemplo, te repites que el pastel es la felicidad absoluta o que cuando
comes chocolates te sientes amada. Como esto no es real, buscas bocado tras
bocado esa felicidad absoluta y ese amor, y como no aparece (ni aparecerá),
después de tres pasteles y varios kilos de chocolate, quedarás asqueado,
mareado, adolorido y empalagado… pero no satisfecho.
Porque no estás “presente” durante el momento de comer. Recuerda que uno
de los puntos medulares para la satisfacción es estar presente, es decir, sin
distracciones mientras comes. Imagino a la satisfacción persiguiéndonos por
todos lados, tratando de abrazarnos, pero cada vez que se acerca resulta que
nosotros ya nos fuimos a otra cosa. Recuerda: la satisfacción no nos puede
dejar su regalo con nadie más, necesita dárnoslo en persona y eso sólo puede
ocurrir si estamos en casa cuando llegue, es decir, si nos habitamos.
Porque deseo sentirme diferente de como me siento, comer algo distinto de lo
que como y verme diferente de como me veo. Ésta si es la verdadera cárcel de
la satisfacción, los barrotes de la negación y la no aceptación. Te has
escuchado decir: “¡odio tener tanta hambre! ¿Por qué no puedo ser como mi
hermana que nunca engorda? ¡Cómo quisiera estar comiendo una deliciosa
ensalada de papas en lugar de esta col hervida! ¡Si tan sólo tuviera las piernas
largas de Margarita! ¡Me choca sentirme vulnerable!” Bueno, pues mientras
esas preguntas se generen en tu mente y no aceptes lo que eres, lo que tienes, lo
que sientes y lo que ocurre, no habrá espacio para las mieles de la satisfacción
entre tanta amargura.
Porque imito la forma de comer de alguien más. Nuestra forma de comer es
como nuestra huella digital, es única y atiende de manera directa e
intransferible a tus necesidades, no a las mías ni a las de la Reina Isabel, sólo
a las tuyas. De tal forma, si intentas imitarla no lograrás que embone y ¿qué
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crees? Te sentirás incompleto, infeliz y, claro, insatisfecho.
Por todo lo que te dices mientras comes. Cada pensamiento que pasa por la
mente genera reacciones a nivel químico y, por lo tanto, a nivel emocional. Si
durante la comida estás pensando en lo mucho que te hizo enojar tu entrenador,
no te sorprendas si acabas comiendo tres veces más de lo que necesitas, para
aplacar ese enojo que vuelves a traer a ti cada vez que recuerdas la discusión.
Lo mismo si te sermoneas acerca de lo mal que comes, lo mucho que tragas y
lo gordo que te estás poniendo, tus emociones van a estar tan movidas que
para “defenderse” de la agresión seguirán pidiendo comida, ya que por lo
visto tú no estás disponible para atenderlas de otro modo que juzgando.
Por amenazarte con restringirte en las siguientes comidas. Como mencionaba
ampliamente en mi libro Cuando la comida calla mis sentimientos, cada
restricción conduce a la compulsión. Si te restringes durante la comida, tu
sistema comenzará a planear un plan de ataque para aprovechar al máximo lo
que le das y te hará casi imposible escuchar la señal de satisfacción.
Ponerte metas irreales en torno al peso y a la comida. Si te pones metas muy
alejadas de donde te encuentras hoy, el espacio entre tú y ellas es tan grande
que te provocará frustración. En cambio, si después de fijarte un objetivo claro
y alcanzable trazas rutas como la que te voy a compartir algunas páginas más
adelante, te sentirás confiado, seguro y motivado para seguir dando pasos
firmes.
Tips
1. Come sólo por hambre física.
2. Come lo que te dé bienestar real.
3. No discutas durante la comida.
4. No revises tus cuentas, ni tus romances fallidos ni tus problemas de trabajo
durante la comida.
5. Come despacio.
6. Disfruta lo que comes.
7. Mantén la atención en tus sensaciones.
8. Cuando te sientas satisfecho, retira el plato y di en voz alta “estoy satisfecho”.
9. Levántate de la mesa.
10. Lávate los dientes o mastica un chicle de menta.
11. Revisa tus insatisfacciones.
Una de las expresiones que escucho frecuentemente es “siempre estoy insatisfecha”,
no importa cuánto coma, cuánto duerma, cuánto compre, cuánto sufra… La satisfacción
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nunca llega.
Revisando justamente creencias, Ofelia, una mujer de 43 años, madre de tres hijos,
con una carrera brillante, un hogar hermoso, con buena salud, una economía bastante
resuelta y, por si fuera poco, muy hermosa y con un cuerpo saludable, compartía en el
grupo que ella nunca estaba satisfecha porque para ella, estarlo significaba rendirse. La
fuente de poder para ella, la que la impulsaba a dar el siguiente paso era justamente
sentirse insatisfecha. Obviamente, mientras esa creencia opera en ella, nada va a
resultarle suficiente.
Cuando menciono que para poder empezar a trabajar en un proceso de sanación el
primer paso es la aceptación, aparecen las caras asustadas e inconformes que avientan
frases como: ¿Qué? ¿Me estás pidiendo que acepte ser esta marrana espantosa y no
hacer nada? ¿Cómo? ¿Qué no ves que si me acepto no voy a hacer nada al respecto?
¡No me resigno a ser una gordita feliz!
Y sí, da pavor porque piensan que si se aceptan, van a tener que vivir con eso toda la
vida, pero yo les pregunto y te pregunto a ti también si no aceptarte te ha llevado a
obtener lo que realmente deseas, si no aceptarte te ha llenado de satisfacción, de armonía
de plenitud, de amor, de realización.
Te voy a dar una información que espero te ayude a “aceptar” la aceptación:
¡Aceptar y resignarse son dos cosas diferentes!
Aceptación: descripción objetiva de la realidad que plantea posibilidades, situaciones,
potencialidades, y que permite la toma de decisiones y la capacidad de realizar acciones
concretas y conscientes.
Resignación: deshechar la posibilidad de cambio y movimiento. Es volver a “firmar” que
no podemos.
Y yo no estoy sugiriendo la resignación, yo no propongo que tires la toalla ni que
olvides tus deseos… ¡AL CONTRARIO! Te estoy invitando a que los pongas en marcha.
¿Qué te dice la palabra insatisfacción? ¿Qué ideas y creencias surgen en ti acerca de
la insatisfacción?
Para que te quede más claro lo que significa para ti, te voy a pedir que hagas el
siguiente ejercicio:
Completa las siguientes oraciones, puedes repetirlas cuantas veces sea necesario
con el fin de que vacíes en el papel todo lo que se te ocurra al respecto:
• Yo me siento insatisfecho cuando…
• Yo me siento satisfecho si…
• Revisa cada una de tus oraciones y observa qué es en realidad lo que te
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tiene insatisfecho.
• Analiza cuántas de tus satisfacciones e insatisfacciones dependen de algo
o alguien más.
Cuando ponemos en manos de alguien o algo más nuestra satisfacción, es muy
probable que nunca quedemos satisfechos o que gastemos una enorme cantidad de
recursos, energía, bilis, intestino, uñas y recursos para “lograrlo”, y ¿qué crees?Es muy
probable que aun si logras hacer que el otro te dé exactamente lo que quieres y de la
forma en la que lo quieres… no vas a quedar plenamente satisfecho.
La satisfacción no está en el otro, ni en las cosas, ni en un proyecto, ni en el
cumplimiento de una meta o de un sueño; está en cada momento, en aceptar, disfrutar,
habitar cada cosa que hagamos con la conciencia plena, en primer lugar, de que la
estamos haciendo y, en segundo lugar, de que estamos haciéndola lo mejor que podemos.
Es cambiar la forma y el sentido; por ejemplo, yo desayuno un jugo verde todos los
días y decidí que prepararlo, lo cual implica levantarme 10 minutos antes para lavar la
verdura, picarla, exprimir la fruta, licuarlo, etc., se convertiría en un acto de amor hacía
mi misma. Cada paso que voy dando en su preparación me deja satisfecha, no sólo el
tomarlo.
Si decides subir una montaña y lo único que te interesa es llegar a la cima, es
probable que cuando llegues claro que te dará emoción, pero la satisfacción
verdaderamente plena llegará si se va “tejiendo” durante todo el andar; en las caídas,
perdidas, el aire que toca tu cara, los paisajes, la preparación de la mochila que vas a
llevar, las escalas para admirar el sonido del aire entre los árboles, tu respiración a veces
agitada…
Si esto lo aplicas a tu deseo de bajar de peso, comenzarás a entender que la pérdida
de peso no te dejará pleno si no aprendes y disfrutas todo el proceso de sanación,
descubrimiento, caídas, enojos, apapachos, panoramas y sentimientos que ocurren en el
camino.
¿Qué se necesita para lograr la verdadera satisfacción?
¿Cómo lograr la verdadera satisfacción emocional, mental, espiritual?
Aceptarme tal y como soy
Este acto de aceptación es todo un reto, tomando en cuenta la cantidad de “detractores”
que tenemos. Se nos ha enseñado más bien a sentirnos menos, a tener que cambiar
constantemente y a ser diferentes de lo que somos. Escuchaste alguna vez frases como:
“Si fueras menos ruidoso, no te regañaría tanto”, “¿Por qué no eres como las demás
niños?”, “¿Cuándo aprenderás a ser mejor persona?”, “¿No te da pena ser tan débil?”,
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“Mientras sigas siendo así, nadie te va a querer”.
Dice Marion Woodman: “Cuando la madre no está suficientemente en contacto con
su cuerpo, no puede dar al hijo la vinculación necesaria para ofrecerle confianza en sus
propios instintos. El niño no puede relajarse en el cuerpo de ella, ni después en el suyo
propio”.
Cuando yo leí esta frase, me pregunté cuántos de nosotros estamos cómodos en
nuestros cuerpos. Es como una fiebre que viene ocurriendo a través de las generaciones,
el mandato de no habitar nuestro cuerpo, años atrás ni siquiera era permitido mirarlo,
cuanto menos tocarlo y ni pensar en amarlo y aceptar el placer de sentirlo y disfrutarlo.
Observa en tu familia, incluso a ti misma, a ti mismo, cuántas veces nos quejamos de
nuestro cuerpo y nuestra apariencia, ya ni decir de nuestras relaciones, el trabajo, la
situación y la vida en general… Intentamos y peleamos porque los demás nos acepten
como somos, sin haber, deja tú aprendido, siquiera comenzado a aceptar la posibilidad de
aceptarnos nosotros. Son increíbles los pretextos que ponemos: es que no soy demasiado
alto, ni demasiado poderoso, demasiado rico, demasiado, demasiado, demasiado…
Yolanda estaba convencida de que valía menos que sus hermanas, sus primas, sus
amigas y, en general, que la raza humana porque no era demasiado alta, ni demasiado
delgada; con ese mandato iba por la vida. Un día le pregunté como se definía y me
contestó que: insignificante. Le pedí entonces que durante una semana actuara realmente
siendo y sintiéndose insignificante. ¡Los primeros días fueron gloriosos para ella! No
tenía que sentirse diferente a como se sentía. Le pedí que no usara tacones, que para ella
eran piezas claves en su disfraz para ser aceptada y “suficiente”. Tomó el reto y dejó de
usar tacones; se sentía bien de no pretender tener una altura que no tenía… Después de
una semana de sentirse y ser insignificante sin pelearse con ello, comenzó a destaparse
un sentimiento más profundo bajo la “insignificancia”: ¡la vergüenza! Se sentía
avergonzada de ser quien era. Fue sumamente doloroso y a la vez revelador descubrirlo
porque se dio cuenta de que bajo esa programación, que en algún momento de su vida se
instaló, se había autodefinido. Es decir, ahora le quedaba claro por qué siempre quería
complacer a los demás. La vergüenza de haber sido la receptora de constantes halagos
por la belleza y simpatía que tenía de pequeña la hicieron merecedora de desaprobación
por parte de sus primas (ésas a las que ahora ve como seres superiores), quienes no
soportaban que brillara tanto. A la edad en la que esto ocurrió, para Yolanda significó:
“Mi forma de ser hace que otras personas se sientan mal, debo sentirme avergonzada de
hacerlas sentirse menos”. Esta declaración fue confirmada por una de sus tías en alguna
ocasión: “Deberías sentirte avergonzada de hacer que tu abuela tenga tantas diferencias
contigo”. Un adulto fácilmente podría refutar este ataque brutal, pero una niña de cinco
años… Lo único que pudo hacer fue asustarse, asentir y… ¡sentirse avergonzada!
Durante su vida se había dedicado a confirmar esa sentencia y a procurar no volver a
recibirla. ¿Su forma? No provocar jamás que alguien la halagara y no dándose ella misma
el permiso de reconocer sus triunfos. Le fue más seguro instalarse en el círculo vicioso
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de las dietas y el frenesí por lograr algo que ella se había encargado de confirmar que
nunca pasaría: bajar de peso, verse espectacular y ser tan bella como sus primas. ¿Te das
cuenta? La obsesión por el peso le daba la oportunidad de mantenerse lo suficientemente
alejada de aquello que en alguna ocasión le hizo sentir que su existencia era amenazadora
para alguien más. Vivir la ilusión de cada dieta y la desilusión de romperla la mantienen
“segura”.
Aceptarnos a nosotros mismos implica aceptar las partes más oscuras también, ésas
que por lo general vemos dibujadas en las personas que definimos como: “No puedo con
ella”. Es tan vergonzoso, incómodo y doloroso ver algunos aspectos de nuestra
personalidad, que la forma de lograrlo para después aceptarlos y saber que han
contribuido a nuestro desarrollo es generalmente en la relación que tenemos con el otro o
con el entorno. Tocar nuestra sombra suele no ser lo que nos asusta, en realidad, lo que
no sabemos manejar es nuestra Luz, porque detrás de cada sombra está una fuente de
luz que permite que se refleje esa sombra. No nos enseñaron cómo asumir nuestro papel
de cocreadores de realidades. Nos resulta desafiante reconocer el enorme poder que
tenemos, así coma la infinita sabiduría y la conexión que tenemos con la Fuente Máxima
de Vida. Nos da pavor darnos cuenta que podemos ser realmente felices, porque no
sabemos cómo asumir esa felicidad sin sentirnos culpables de serlo o de no obtenerla con
“lágrimas de sangre”.
Tener deseos claros y genuinos
Como ya lo mencioné en los primeros capítulos de este libro, para que un deseo sea
cumplido y te deje satisfecho, al igual que para que lo que comas te deje una sensación
de bienestar, es importante revisar:
1. Si es alcanzable y real
2. Si definiste el deseo verdadero, porque si nada más dices: “Mi deseo más
grande en el mundo es ser la persona más delgada del planeta”, además de que
estaría complicado verificarlo, si se cumple, te sentirías enfermo y cansado.
No vas a estar satisfecho, porque seguramente lo que pedías al querer ser
delgado era en realidad ser aceptado y sentirte feliz con tu cuerpo. Ese deseo,
si es genuino, no se va a cumplir a menos que tú decidas que ocurra y no
tienes que esperar a que pase nada, ni siquiera tiempo. Lo puedes obtener
ahorita, mientras me estás leyendo.
3. Si es claro y genuino, es decir, hacer conciencia sobre si el deseo te pertenece
realmente a ti o es de alguien más. Muchas veces escuchamos tanto hablar del
deseo de nuestros padres o de los abuelos de que nos convirtamos en alguien
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especialo que logremos algo, que pensamos firmemente que eso queremos
nosotros también. Pero cuando nos cuestionamos, aparece cierta incomodidad
y si somos lo suficientemente valientes, veremos que no nos pertenece.
Joel se presentó a uno de los talleres con una actitud bastante hosca, su
físico –un hombre de cerca de dos metros de altura, con una expresión dura en
el rostro–, hacía que de entrada “diera miedo”. Conforme se desarrolló el
taller, Joel se volvió más participativo y en uno de los ejercicios de pronto
rompió en llanto. Con gran sentimiento y como si fuera un niño, nos dijo: “Ya
estoy cansado de ser el fuerte, el que aguanta todo, el que no se cae. Estoy
harto y asustado de seguir siendo el ‘General militar’ que mi padre quiso
siempre hacer de mí”. Cuando terminó, su cara era otra, sus gestos se habían
suavizado y comenzó a emerger un Joel diferente. Nos compartió que era la
primera vez que se atrevía a aceptarlo porque para él no era válido desafiar la
autoridad de su padre, pero ya no podía seguir cargando con algo que no era
para él.
Su deseo “aparente” era bajar de peso, el “genuino” era rescatar al Joel
real y soltar el peso de la responsabilidad que le impuso su padre.
4. Ser honesto con la verdadera intención. La energía creadora del Universo
responde a la intención, es decir, al verdadero propósito. Es muy común que al
estar tan desconectados de nosotros mismos, ni cuenta nos demos de qué es lo
que nos mueve, ni dónde andamos, ni hacia dónde vamos. Cuántas veces te has
escuchado decir: “Sin intención de criticar, pero qué fea se veía hoy
Carmela”. Si no tuvieras la intención de criticarla, no la hubieras criticado. Y
éste es un ejemplo simple y “aparentemente” inofensivo, pero hacemos muchas
cosas manteniendo la verdadera intención sumida en la confusión. Te voy a
contar algo que me ocurrió al terminar mi libro anterior. Cuando me
preguntaban cuál había sido mi intención al escribirlo y si ésta incluía
exponer a mi mamá, contestaba muy convencida, y cuando digo muy
convencida es porque yo también me lo creí, que de ninguna manera pretendía
exponerla, que simplemente ella era parte de la historia y tenía que
contextualizar de dónde venía yo. Eso es cierto, sin embargo, al ver su
reacción de enojo y encontrándome yo bastante confundida con el tema, le pedí
a una gran amiga que me ayudara a ordenar lo que sentía y, a través de la
plática y de explorar mis sentimientos, apareció una intención que yo no había
visto: mi niña herida estaba tan dolida que había llegado hasta el punto de
escribir un libro para exponer a quien consideraba la culpable de sus
sufrimientos: mamá. Cuando me di cuenta, es decir, cuando puse al
descubierto mi verdadera intención, ocurrieron varias cosas. En primer lugar,
pude entender el enojo de mi madre, cómo no iba a reaccionar así, si
efectivamente había una parte de mí que deseaba agredirla y exponerla. Por
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otro lado, pude voltear a ver a esa niña y comenzar tiernamente a sanar sus
heridas, labor que continua día a día. Revisar el verdadero motor nos acerca a
nuestros verdaderos deseos. Puedo hacer una deliciosa agua de mango, seguir
la receta paso a paso, pero si lo que yo en realidad quiero es agua de
guanábana, pues voy a estar insatisfecha, así haga la mejor agua de mango del
mundo. Y aquí quiero hacer una reflexión:
En nuestro mundo actual existe un deseo casi incontrolable por adelgazar.
Todos los días somos bombardeados con opciones para hacerlo; es casi
inconcebible no hablar de ello, el simple hecho de hacerlo nos hace
“pertenecer” a esta sociedad. Pero… ¿te has preguntado verdaderamente por
qué quieres adelgazar? Seguramente habrá varias respuestas, dependiendo del
grado de atención y la sinceridad que tengas contigo, pero la mayoría será
algo parecido a: para estar más sana, para verme mejor, para tener mejor
calidad de vida, para tener pareja, para gustarle a los demás, para ser más
atractiva, para ponerme bikini, para que no me apriete la ropa, para ser feliz,
para pertenecer a mi grupo de amigos o a cierto estrato social, etc. ¿Sabes qué
creo yo? En lo más profundo de nosotros creemos que al disminuir nuestra talla
disminuirán también nuestros problemas, es un deseo inconsciente de que se
harán pequeños nuestros miedos conforme se haga pequeña nuestra cintura,
que podremos tener el permiso de fallar en nuestro papel de madres, hermanos,
maridos, hijos pareja, empleados, jefes, siempre y cuando triunfemos en la
batalla contra la báscula y la tengamos contenta, que nuestras decisiones serán
más firmes si logramos más firmeza en nuestro abdomen, que seremos
invulnerables al dolor y a la desaprobación de los demás.
5. Hacer conscientemente lo que esté en tus manos para lograrlo. Es mucho
más fácil culpar a lo externo de nuestra propia insatisfacción, a la pareja, los
padres, el clima, la situación, las dietas, los doctores, los gobernantes, la
compulsión, la panzota, etc. Le dejamos la chamba al otro y nos vamos a
descansar, esperando que a nuestro regreso todo esté hecho. Nos lanzamos a
seguir cuanta dieta, pastilla, tratamiento o innovación encontramos, queriendo
que eso mágicamente nos resuelva “el problemita”, y nos olvidamos de hacer
el verdadero trabajo: la introspección, la toma de responsabilidad, marcar
límites, la constancia, la disciplina, la atención, la honestidad, etc. Nos vamos
del extremo de querer controlar todo al de soltarlo todo.
Hay una gran diferencia entre fluir y ser irresponsable. La mayoría de las
cosas que ocurren no depende de nosotros, es más, prácticamente nada. En lo
que sí tenemos absoluta responsabilidad es en lo que hacemos con lo que
ocurre. Dice Byron Katie en su libro Amar lo que es, que hay tres tipos de
asuntos: los míos, los tuyos y los de Dios. ¿Y adivina cuáles son los únicos en
que puedo interferir? Efectivamente, en los míos. Cuando te propones algo y
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quieres que todos los que están a tu alrededor se muevan para que eso suceda,
e intentas controlar absolutamente todo para que ocurra tal y como deseas, es
muy probable que acabes tan desgastado que ni tiempo tengas de gozar tu
logro (si es que lo consigues). También puede ocurrir que te canses tanto que
acabes “tirando la toalla” y te digas que nunca logras nada.
Muy diferente es que una vez que definiste claramente tu deseo y tu
intención, hagas lo que esté en tus manos para que se cumpla, con acciones,
con uno o diez pasos a la vez, los que sientas que necesitas dar. Concretando,
moviéndote, sin olvidar que es imposible llegar a un lugar diferente haciendo
lo mismo.
6. Ser capaz de desapegarme del “resultado”, confiando en que si mi deseo es
genuino y contribuye a mi bien y al de los demás, se realizará de la forma no
que “quiero” sino que “requiere” mi alma. Muchas veces, al desconfiar del
Poder Superior del que formamos parte, caemos en la necedad de querer algo
que no nos hace bien o no es lo adecuado para el desarrollo y evolución de
nuestra alma. Una vez más, al estar conectados con nosotros y con nuestra
espiritualidad, vamos teniendo más congruencia en lo que deseamos. Una
forma de pedir en conexión puede ser: “Deseo a la pareja que mi alma
requiera en este momento y con la que pueda trabajar en Luz”, lo cual es muy
diferente a “quiero un hombre alto, rubio y millonario”. Puede que se te
cumpla, pero… ¿en verdad eso es todo lo que requieres? ¿Que sea rubio, alto y
millonario le sirve a tu alma? Algún maestro de kabbalah nos decía durante
una clase: con la misma intensidad que deseas algo, debes estar dispuesto a no
tenerlo. Solemos centrarnos sólo en el resultado e intentamos hacer todo con
tal de controlar que éste sea exactamente como queremos, sin darnos cuenta
que estamos siendo soberbios, al no permitir que la Fuerza Divina nos muestre
lo que en realidad necesitamos y que muy probablemente es incluso mayor que
lo que habíamos pedido. Aferrarnos al resultado es privarnos también de la
plenitud que da el día a día, el vivir aun sin eso que aparentemente deseamos.
Ponemos nuestra vida en pausa y negamos los milagros diarios, comorespirar,
movernos, pesar, crear… Soltar el apego al resultado y, sobre todo, soltar la
necesidad de control suele darnos verdadero pavor, porque nos pone a merced
de alguien o algo más.
7. Asumir las consecuencias de obtenerlo. ¿Has escuchado la expresión popular
“ten cuidado con lo que pides porque puede ser que se te conceda”? De eso
trata este punto. Cuando no hacemos ninguno de los puntos anteriores,
corremos el riesgo de que se nos cumplan nuestros deseos más profundos e
inconscientes y que, claro, no sepamos qué hacer con ellos. Incluso cuando el
deseo sea consciente, nos puede sorprender cómo nos “pesa” que nos sea
concedido. De pronto se nos cumple lo que tanto hemos deseado y nos
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quedamos paralizados. No sabemos ahora qué hacer. Imagina que la culpa, el
enojo o la victimización le ha dado sentido a tu existencia y, de pronto, te
empiezas a sentir feliz por tu logro. Es como estar traicionando a quienes te
han acompañando por mucho tiempo. También puede ocurrir que después de
haberte prometido a ti mismo la felicidad absoluta, la confianza sin barreras,
la bondad suprema y el éxito arrollador, cuando tu deseo estuviera cumplido (y
esto se adapta perfecto al hecho de comer eso que has esperado por semanas
ahora que termines la dieta que estás haciendo o de llegar al final del
tratamiento para reducir medidas), se cumple el deseo y te topas con el cúmulo
de promesas que te hiciste, y te das cuenta que ésas requieren un trabajo
aparte. La felicidad se decide, la confianza se cultiva, la bondad se practica, el
éxito se construye… No siempre estamos dispuestos a hacer la chamba que
implica y preferimos volver a viejos hábitos, que de alguna forma son más
fáciles de manejar y que nos llevarán directo a la insatisfacción.
8. Reconocer que ya soy perfecto así como soy y con lo que tengo. Cuando nos
movemos de un lado a otro, esperando ser descubiertos por el Sol, es decir, por
la felicidad, la aprobación, la plenitud, el amor, la prosperidad, la belleza,
etc., es inevitable que vayamos generando sombras, así es el camino. Pero,
¿qué ocurre cuando simplemente nos detenemos debajo del sol y dejamos de
movernos? La sombra desaparece, nos alineamos de manera perfecta y
simplemente dejamos que los rayos entren. Así sucede en la vida, mientras nos
mantenemos en la añoranza o el dolor del pasado, o en la esperanza y promesa
del mañana, dejamos de conectar con la verdadera iluminación que ocurre sólo
ahorita, en este momento en el que me estás leyendo o estás regando las
plantas o cortándote las uñas. Sólo cuando acepto la perfección que sucede al
dejar de pelear con estar en un lugar diferente al que estoy, de tener un jefe
diferente al que tengo, a pensar algo diferente de lo que estoy pensando,
sintiendo algo diferente a lo que estoy sintiendo y siendo algo distinto a lo que
soy, genero la Luz necesaria para brillar verdaderamente.
Dándole voz a las voces
 
¿Te has escuchado alguna vez decir: “Hay una parte en mí que no me deja seguir” o
“estoy actuando desde una parte muy violenta” o “esta parte desde la que me coloco en
lugares dolorosos”?
Bueno, pues cuando hablamos de “esas partes” de nosotros, estamos actuando desde
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nuestras diversas “subpersonalidades”, como las nombra Martha Baldwin en el libro
Autosabotaje.
También Lise Bourbaeu hace referencia a ellas: “Estos recuerdos se convierten en
personalidades dentro de ti y tienen su propia voluntad de vivir”.
Estas voces, estas partes de nosotros que de pronto actúan prácticamente sin
preguntarnos si nos parecen las decisiones que toman o la forma en la que actúan, se han
creado a partir de nuestras creencias, necesidades y defensas. Todos tenemos partes
vulnerables, machistas, sobrevivientes, saboteadoras, heroicas, miserables, guerreras,
miedosas, vulnerables, enojadas, etc. Algunas de ellas son ecos de la personalidad o de
conductas de nuestros padres u otras figuras importantes. El caso es que más allá de
ignorarlas, es importante escucharlas.
Luisa, mientras tomábamos un café, nos contaba a varias amigas y a mí que lucha
con todas sus fuerzas para no ser como su madre, quien la abandonó a su suerte a los 13
años, para irse a vivir con una nueva pareja. Su temor es tanto que intenta a toda costa
sepultar su parte “abandonadora”, pero entre más trata, más cobra vida en ella. La
sugerencia que yo le hice fue que en lugar de pelear, aceptara la parte abandonadora que
hay en ella, ya que al verla, podría entonces actuar, pero mientras la negara, la energía
que ocupa en hacerlo le disminuiría la oportunidad de hacer las cosas diferentes.
Tenemos la idea de que si le damos voz a esas voces, nos van a enloquecer y a
destruir, y cada vez estoy más convencida de que es al contrario, escucharlas las
tranquiliza y las pone de nuestro lado, ya no tienen que gritar ni pelear. Es como si las
desnudáramos y eso les quitara su poder destructivo.
Cada vez que decimos: “Yo soy totalmente diferente a mis padres”, nos privamos de
la oportunidad de ver conductas que sí tenemos y de aceptarlas, que además de
liberarnos, nos pueden dar la oportunidad de aprender más de nosotros.
Si una persona niega su vulnerabilidad y actúa bajo el escudo de “soy muy fuerte y a
mí nada ni nadie me afecta”, es muy probable que la vida le muestre su vulnerabilidad a
través de un accidente, una enfermedad o una pérdida.
Lourdes llegó a una sesión diciendo: “Yo no puedo amar a mi exnovio porque no se
lo merece”. Aunque la mente y su necesidad de separarse del sentimiento de amor/dolor
la convencían de que no debía amarlo, la parte de ella que “sí lo amaba” estaba actuando
de todas formas, y negarla sólo hacía que Lourdes se confundiera y debilitara. Su tarea
fue escuchar a la parte que amaba a su exnovio. Fue increíble cómo el simple hecho de
darse permiso de amarlo le permitió bajar las defensas y, sobre todo, bajar la ansiedad.
Al escucharse, pudo llorar por fin la pérdida, pasar el proceso de separación y dolerse por
lo vivido. No fue sencillo ni de un minuto al otro, sin embargo, tener esa valentía le dio la
recompensa de la paz y la serenidad.
Pocas veces aceptamos la idea de que la vida y las metas requieren que pasemos por
procesos, y que estos no son precisamente como estar en un lecho de rosas; implican
reconocer, sentir, llorar, poner límites, caernos, responsabilizaros y contactar con esas
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partes de nosotros que no nos gusta reconocer. Cuando en los talleres que imparto los
participantes inician un camino diferente que incluye hacerse cargo de ellos mismos, no
todos están dispuestos y regresan a sus hábitos anteriores con la ilusión de cambiar
milagrosamente y con poco esfuerzo.
Hace poco observé cómo una querida amiga fumaba sin parar y de manera muy
ansiosa porque estaba a dieta, y decía que fumar le ayudaba a aguantar las ganas locas
que tenía de comer. Con todo mi amor le dije que de nada sirve ponerse esas dietas tan
restrictivas que la llevan a fumar en exceso y luego a deprimirse y a tomar pastillas, y el
ciclo no termina. Ocurre como cuando queremos tapar la salida de una manguera,
pensando que con eso ya no va a salir el agua; la presión entonces es tan fuerte que
seguramente se romperá la manguera o explotará la conexión entre ésta y la llave de
agua. La solución a eso es cerrar la llave. Lo mismo pasa con las conductas compulsivas,
creemos que si superamos la compulsión por comer, solucionamos todo, lo que no
vemos es que hay que sanar la compulsión en sí, porque si no estaremos cambiando de
una a otra.
Te invito a hacer un ejercicio:
1. Escribe 10 cosas que odies de los demás en orden descendente, en donde la número 1 sea la conducta
que más te altere.
No le des la vuelta a esta página hasta que hayas hecho tu lista.
¿Te sorprendería saber que eso que más odias tú lo tienes?
Te invito a que aunque te cause esceptisismo y quieras cerrar el libro y tirarlo al basurero, te contengas y
continúes con el ejercicio.
2. Revisa detalladamente en qué ocasiones pudiste comportarte de esa manera.
3. Escríbele una carta a esa parte que odias(aun cuando no aceptes que la tienes).
4. Observa qué reacción tienes al hacerlo (enojo, burla, tristeza, sorpresa…).
No hacernos cargo de estas partes de nosotros puede contribuir a que constantemente
“metamos la pata” y no obtengamos lo que deseamos.
No sé ni qué me gusta
Muchas veces no es tan sencillo saber qué es lo que realmente deseamos. De hecho, una
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de las grandes sorpresas que se llevan quienes asisten a mis talleres y que personalmente
he experimentado es la de darse cuenta de que no saben qué les gusta, cuando les sugiero
que dejen de hacer dietas y comiencen a escucharse y a tomar la responsabilidad de lo
que comen.
Naturalmente, comen todo lo que antes les era prohibido, pero no saben si en
realidad lo hacen porque de verdad les gusta o como rebelión a la restricción que vivían.
Y no sólo les ocurre con la comida, también en la vida. Cuando revisan y liberan
creencias, se quedan igual que cuando liberan la comida: asustados, desnudados,
inseguros. Esto ocurre porque para muchos, es la primera vez que se atreven a tomar sus
propias decisiones, sin hacerle caso a una dieta o a su madre, padres, pareja o hijos.
Liberarse requiere estar dispuesto a afrontar y asumir mis responsabilidades, así como
mis triunfos y fracasos.
Para comenzar, yo te sugiero que amplíes tu panorama en el terreno que ya para ti es
conocido: la comida, para que luego lo lleves a campos de acción más “profundos”,
como tu capacidad creadora, tus alcances y capacidades. Para ello te invito a que vayas
al supermercado o al lugar en donde sueles hacer tus compras, y te hagas de diferentes
frutas y verduras, todas ellas coloridas. También puedes traer condimentos, semillas y lo
que se te ocurra para hacer un bufete. El chiste es que tu mesa quede súper colorida y
linda. Agrega flores, un mantel muy lindo, velas, algún incienso o fragancia que te guste,
incluso una música suave y observa tu mesa, deja que tus sentidos se llenen de esos
colores, olores, fragancias, sonidos…
Siéntate y manteniendo un sentido de ritual, agradece por cada uno de los alimentos
que están hoy en tu mesa. ¡Tócalos!, ¡huélelos!, ¡descúbrelos! Prueba uno por uno
primero y luego permítete hacer combinaciones.
Hazlo con tiempo y dedicación. Cuando termines, documenta lo que ocurrió,
describe qué sensaciones tuviste, qué vivencias, qué ideas surgieron, si fueron agradables
todas o sólo algunas, etc.
Comienza a ampliar tu visión de la comida a través de los sentidos, y continúa
haciendo este ejercicio con diferentes alimentos, manteniendo el sentido de ritual y de
crear ambientes hermosos cada vez.
A medida que te acostumbres a crear estos espacios, tu percepción se irá
expandiendo a otros territorios, es decir, a tu sistema le estarás recordando que merece
tener cosas hermosas, variedad, sensaciones nuevas y descubrimientos todos los días.
Recuerda que el universo responde a vibraciones, si te creas vivencias elevadas y
energías más sutiles, esas ondas se expandirán y atraerán a tu vida experiencias de ese
tipo también.
Si comienzas por descifrar qué te gusta comer, estarás en el camino de encontrar
cuáles son tus verdaderos deseos.
 
Con el fin de aterrizar más estos conceptos, te invito a hacer el siguiente ejercicio:
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Haz una lista de tus deseos
Elige uno
• ¿Qué has hecho para obtenerlo?
• ¿Qué sigues haciendo para no obtenerlo?
• ¿Qué pierdes al no obtener lo que deseas?
• ¿Qué pierdes al obtenerlo?
• ¿Qué estás dispuesto a hacer para obtenerlo?
• ¿A qué estás dispuesto a renunciar para obtenerlo?
• ¿Qué vas a hacer cuando obtengas tu deseo?
• ¿Es realmente tu deseo o de alguien más?
• ¿Qué necesidad está detrás de ese deseo?
• ¿De qué forma contribuye la satisfacción de tu deseo a que te conviertas en
una mejor persona?
• ¿Cómo puedo ayudar a otras personas a partir del cumplimiento de mi
deseo?
• ¿De qué te das cuenta?
Con esta información que acabas de obtener… ¿Crees necesario replantear tu deseo?
“La ruta del deseo”
 
Para llegar a cualquier lugar es necesario plantear una ruta, lo mismo pasa con los
deseos, así es que ¡hagamos una ruta del deseo! Es muy fácil, pero requiere compromiso
para que funcione.
Te pongo un ejemplo para que luego hagas el tuyo:
Deseo: Cuidar mi cuerpo
En dónde me encuentro en relación al cumplimiento de mi deseo:
Como 5 donas al día
No hago ejercicio
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Me agredo verbalmente todo el día
Me desvelo todos los días
No me pongo crema
No he ido al dentista en más de un año
Acciones concretas para acercarme a mi deseo:
Comprar verduras
Comer tres verduras diarias
Salir a caminar diez minutos diario
Abrazarme fuerte cada vez que me sorprenda agrediéndome
Apagar la computadora o la tele a las 23:00
Comprar una crema para cuerpo y ponérmela después de bañarme
Hacer cita con el dentista
Es importante que te pongas plazos cortos para iniciar con las acciones concretas.
- Pon atención en el deseo que elegiste para hacer tu ruta
- Cierra los ojos
- Respira profundo
- Inhala
- Exhala
- Pon tu atención en el entrecejo
- Visualízate cumpliendo tu deseo
- Siéntelo
- Víbralo
- Habítalo
- Respíralo
- ¿Qué se siente verlo cumplido?
- ¿Cómo se siente verlo cumplido?
- ¿Estás solo o acompañado cuando lo cumples?
- ¿Te sientes satisfecho al cumplirlo?
- ¿Eres capaz de compartirlo?
- ¿Cómo se siente compartirlo?
- Sólo observa
- Lleva tu atención a tu respiración
- Reconoce las sensaciones de tu cuerpo
- Hazte consciente de los sonidos de este momento
- Mueve tus pies
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- Mueve tus manos
- Inhala y en la siguiente exhalación abre tus ojos
- Observa el espacio
Escribe en una hoja cómo fue tu experiencia al ver realizado tu deseo. ¿Fue liberador?,
¿agradable?, ¿fácil?, ¿te asustó?, ¿te viste solo?, ¿con gente?, ¿de qué te das cuenta?
¡Aprovecha tu capacidad creadora, dale
calidad a tus deseos!
Creo que cuando nuestra alma viaja con dos elementos vitales, su misión y su deseo
genuino, éste es el motor para llevar a cabo la misión y, por lo general, es eso que
amamos hacer de verdad, eso que cuando tenemos oportunidad de ponerlo en práctica,
ocupa nuestra atención completa, el tiempo desaparece y nos sentimos extasiados.
Tiene que ver con lo que soñabas de pequeño y que seguramente guardaste en un
cajón: cuidar plantas, recolectar bichos, enseñar, salvar animales, contar cuentos,
imaginar historias, dibujar, construir figuras, cantar, bailar…
Te invito a desempolvar tu deseo genuino, porque cuando se vuelve a unir con tu
misión… NO HAY NADA QUE TE DETENGA.
Y una vez que los tengas claros te invito a: poner límites para romper tus
limitantes.
Suena como trabalenguas, ¿no? Podría también sonar ilógico. Pues ni es un
trabalenguas ni es ilógico.
Hablemos primero de los límites, que son los parámetros que nos señalan dónde
empieza y termina algo.
Respetar los límites no sólo es un tema de respeto o de obediencia, es un tema de
seguridad, de salud y de bienestar en general. Tener claros nuestros límites, por ejemplo,
en una relación será de gran ayuda para no pasar por encima de nosotros mismos y, por
supuesto, del otro tampoco. Si sabes que no quieres tener violencia en tu vida, pondrás
los límites necesarios para que tu pareja no te agreda de ninguna manera. Si tienes claro
que respetas tu cuerpo, pondrás límites para no sobrepasarte a nivel físico ni sexual.
El enojo por ejemplo es un claro indicador de que alguien sobrepasó un límite
nuestro o que nosotros no nos pusimos un límite.
A muchos nos asusta ponerlos y más que nos los pongan, porque los tenemos ligados
con temas como castigo, restricción, rechazo y desamor, cuando es lo contrario, los
límites puestos de manera asertiva tienen su fuente justamente en el amor verdadero.
Y ahora pasemos al siguiente aspecto: ¿Qué es una limitante? Es cualquier idea, acto,
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persona, creencia o carencia que nos impida tener o lograr lo que deseamos.
Prácticamente la mayoría de los seres humanos tiene limitantes, algunas creadas por
las leyes de la física, como la ley de gravedad que nos mantiene pegados al suelo o la que
señala que dos objetosno pueden ocupar el mismo espacio físico al mismo tiempo, etc.,
y otras impuestas por creencias que se originan en nuestro marco moral de referencia.
¿Cuáles son las limitantes más comunes?
• ¿Cómo voy a estudiar una carrera si ya estoy viejo?
• Ya estoy vieja para casarme.
• Jamás voy a lograr adelgazar.
• Cumplir los sueños es muy difícil.
• Nunca podría tener una casa así.
• No tengo ya la edad para colocarme en un trabajo mejor pagado.
• Este cuerpo me impide hacer lo que me gusta.
• No tengo el dinero necesario para lograr mis metas.
¿Por qué crees que hay personas que sí logran lo que se proponen?
Para romper nuestras limitaciones y probar las mieles de la realización plena, es necesario
poner límites en ciertos ámbitos.
Por ejemplo:
 
Para romper la limitante de que no tienes tiempo de hacer ejercicio, es necesario que
pongas un límite en las horas que pasas en la cama y te levantes o más temprano o te
acuestes más tarde.
Para romper la limitante de que no puedes comer sano, será necesario que pongas
un límite tanto en tu forma de comer como en tus creencias al respecto del peso y la
comida.
Para romper la limitante de que no tienes el suficiente dinero, tendrás que poner un
límite en algunos de tus gastos.
Para romper la limitante de que la vida es difícil, será tu actitud negativa la que
requiera un límite.
Para romper la limitante de que tu enojo te aleja de las personas, poner límites claros
y asertivos te llevará a manejar y trascender tu enojo.
Para romper la limitante de que no eres atractiva o atractivo o que nadie te ama,
urge que limites las palabras negativas que te dices.
Para romper la limitante de que no tienes la edad para tener un mejor trabajo, será
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de gran utilidad limitar las horas que pasas quejándote de lo que haces.
Para romper con la limitante del vacío y la insatisfacción, habrá que poner límites a
nuestro avaro interno y dar más a los demás.
Para romper la limitante de la compulsión, habrá que limitar nuestro impulso de
escapar de nuestras emociones.
Para romper la limitación de la terquedad, habrá que poner un límite en tus
conductas impulsivas.
Para romper la limitante de que no tienes energía para hacer las cosas que te gustan,
será necesario que limites el tiempo que pasas haciendo lo que no te gusta.
Para romper la limitación de que los demás no te dejan avanzar, deberás poner
límites de cuánto dejas que los demás intervengan en tu vida y tus decisiones.
Para romper la limitación de que tu país no te da oportunidades, será imprescindible
que rompas la creencia limitante de que tu felicidad depende de otros.
Para romper la limitación de que no tienes tiempo para ti, deberás limitar el tiempo
que pasas haciendo cosas para los demás.
Para romper con la limitante del vacío y la insatisfacción, habrá que poner límites a
nuestro avaro interno y dar más a los demás.
Para romper la limitante de la compulsión, habrá que limitar nuestro impulso de
escapar de nuestras emociones.
Y aquí aprovecho para contarte algo que la vida me enseñó con esas formas tan
creativas que tiene de hacerlo:
Justo estaba preparando este tema para darlo en una conferencia para una empresa
de artículos de belleza en una gran expo, lo cual era para mí un reto y una gran
oportunidad de expandir mi campo de acción.
Esa semana se me juntaron varias terapias, entrevistas de radio, diplomados y viajar
dos días de ida y vuelta a Veracruz para dar las citadas conferencias.
Regresando de la primera, me enfermé de la garganta. Tenía varias terapias que dar
que para mí resultaban, además de una gran alegría, una fuente de ingresos. Como yo
suelo sentirme Superwoman, quise hacer todo aunque tuviera que forzar la voz. No
estaba dispuesta a soltar nada hasta que literalmente mi garganta se cerró por completo y
no me permitió seguir; mi estado me obligó a renunciar a unas cosas para poder liberar
las otras. Tuve que limitar mis terapias y una sesión del diplomado, para quedarme en
cama y estar lista para la Conferencia en Veracruz, que en ese momento resultaba
prioritaria.
Así es este juego de la vida, cada decisión implica una renuncia, cada vez que
dejamos de tomar una gratificación inmediata abrimos el panorama para la satisfacción
real.
Como ves, cuando tomas la decisión de negarte algo inmediato e instantáneo por algo
más duradero y pleno, no te estás quitando nada… ¡Te estás dando mucho!
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Bienestar del ego vs. bienestar del alma
En términos generales, por bienestar, se designa a aquel estado o situación en el cual la
satisfacción y la felicidad dominan.
La naturaleza del ser humano es buscar el bienestar. Pero entonces, ¿por qué razón
tomamos decisiones y hacemos cosas que, por el contrario, nos causan malestar?
¡Porque no podemos atender a dos amos a la vez!
El Ego nos ha mantenido engañados, haciéndonos creer que buscamos bienestar real,
cuando en realidad continuamente nos invita a obtener simples placeres inmediatos y, por
lo tanto, efímeros.
 
Revisa tu lista de deseos y checa en qué columna están.
Diferentes maneras de controlar
Si nos ponemos a ver cuántas cosas están fuera de nuestro control, nos daremos cuenta
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de que son prácticamente todas. Tenemos la ilusión de que podemos controlar porque en
el fondo creemos que hacerlo nos salvara de sufrir.
Imagina este ejemplo: está un pequeño de dos años en los brazos de su padre y éste
de pronto lo suelta y el pequeño se lastima fuertemente. Este hecho se repite una y otra
vez, ocasionándole heridas cada vez más fuertes. ¿Tú crees que ese pequeño va a volver
a confiar en su padre o en cualquiera que quiera cargarlo? Yo creo que no, y muy
probablemente aprenderá a controlar sus movimientos, sus pasos e incluso intentará
controlar el deseo de su padre por cargarlo, volviéndose pesado o grosero.
Muy parecido reaccionamos todos cuando hemos sufrido una o varias caídas de
cualquier índole, encontramos en el control la forma de librarnos de volver a caer.
El único problema es que se gasta tanta energía en intentar controlar lo incontrolable
que lo más seguro es que acabemos de todas formas en el piso, aun cuando nadie nos
cargue ni nos tire.
Hay varias formas de control, algunas son muy claras y directas, y las vemos en
personas dominantes, estructuradas y perfeccionistas, pero hay otras que no son tan
evidentes y que por lo mismo resultan más peligrosas, por ejemplo, quienes controlan a
través del chantaje o utilizan sus conductas de víctima para controlar a los demás por
medio de la culpa.
Escucho muy seguido a personas que en sesiones del taller o de los diplomados me
dicen: estoy feliz porque pude controlar mi hambre o porque pude controlar mi enojo o
mis ganas de llorar y entonces, a los dos o tres días ese control se convierte en lo
opuesto, es decir, en un total descontrol y entonces quieren tirar la toalla y detener su
maravilloso proceso.
Pensamos que si actuamos de alguna manera, seguro obtendremos lo que deseamos
y cuando esto no ocurre, nos sentimos perdidos y desesperanzados. Olvidamos que el
bienestar y el éxito están en lo que hacemos, no en lo que obtenemos. Seguramente te
habrás escuchado decir: “¿Por qué si yo le dí el corazón, él me dejó?” o “No puede ser
posible que no me hayan dado el trabajo cuando me preparé tanto”. Esto nos demuestra
que no tenemos comprado nada, aun cuando sigamos la receta para tenerlo al pie de la
letra. Y es que se nos olvida que hay algo mucho más poderoso que nosotros que tiene
planes más elevados de lo que pensamos. Intentar reducir el tamaño de lo que podemos
recibir a la métrica de nuestro “limitado esquema” es negar la Grandeza a la que estamos
destinados, si confiamos y permitimos que sea parte de nosotros.
Controlar es un miedo y nos evita confiar, porque como ya vimos, hacerlo en algún
momento fue peligroso, sin embargo, curiosamente, la confianza es el antídoto perfecto
para liberar ese miedo.
Yo te sugiero que en lugar de controlar, comiences a “hacerte cargo”, porque esto sí
puedes hacerlo pase lo que pase. En cambio, querer controlar te va a hacer que tesientas
constantemente defraudado cada vez que algo se salga de tu control y, como mencionaba
al principio de este apartado, eso será bastante seguido.
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Hacerte cargo puedes llevarlo a cabo sin importar la circunstancia que opere. Si
comes de más, te harás cargo de tus sensaciones agradables o desagradables; si comes lo
que deseas realmente, te harás cargo de darte bienestar; si te sientes triste, te harás cargo
de tus pérdidas; si estás enojada, te harás cargo de poner limites y manifestar tus
necesidades. ¿Te das cuenta? No dependerás de que algo pase o no, o de que alguien te
dé o te quite. ¡Hacerte cargo te empodera!
Autoindulgencia vs. ser
amorosos con nosotros mismos
Cuando hablo de que el primer paso en la sanación de los problemas de peso es
comenzar a ser amorosos con nosotros mismos, surgen confusiones acerca de cómo
llevar esto a cabo. No en pocas ocasiones quienes tienen la valentía de hacerme caso
comienzan a comer sin parar sus dulces favoritos, bajo el argumento de que de esa forma
se demuestran amor.
Este tipo de acciones, no hablan de amor, no tienen nada que ver con amor. ¿Por
qué? Porque hacerlo es mandar el mensaje de que seguimos sin hacernos cargo de
nosotros.
Quienes tenemos hijos sabemos que hay cosas que nos encantaría evitarles. Por
ejemplo, si yo pudiera hacer que no los inyectaran en las pompas cada vez que vamos al
pediatra, lo haría; sin embargo, hacerlo sería más que un acto de amor, un acto de
irresponsabilidad. Evitarles esa clase de “dolor” podría llevarlos a riesgos importantes en
la salud posteriormente.
Así ocurre con el cuidado que hoy tenemos la obligación de tener con nosotros. Y no
somos niños, ya entendemos perfectamente que devorarnos un pastel completo no es
algo beneficioso para nuestro cuerpo, ni para nuestra estima, ni para nuestra salud. Si
continuamos haciéndolo es porque encontramos ciertas ganancias. Por ejemplo: estar
constantemente pendiente del dolor de estómago después de un atracón nos da la
justificación perfecta para no desarrollar el potencial creativo que todos tenemos el
derecho y la responsabilidad de ejercer, para convertirnos día a día en una mejor versión
de nosotros. Hay una negación a atrevernos a aceptar lo grandes y poderosos que somos.
Seguir envueltos en el drama del peso con todo y su séquito de culpas, reclamos,
víctimas y castigos, es en realidad un acto de gran egoísmo, porque estamos negando los
dones que nos han sido entregados a cada uno. No creo que el Creador de todo lo que
existe (sea cual sea la creencia que tengas al respecto) se haya equivocado al permitir que
naciéramos en este plano. Cada quien tiene una misión que realizar, encontrarla y
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trabajar en ella, es el verdadero sentido de la vida. Cuando nos encaminamos a hacerlo,
los verdaderos cambios y transformaciones ocurren. ¡Es cuando todo cobra sentido! Y
no sólo nos beneficiamos nosotros cuando descubrimos los dones maravillosos y las
capacidades que tenemos, sino que podemos compartirlos con quienes nos rodean.
Quedarnos sin reconocer nuestra verdadera esencia es rechazar la gran oportunidad de
trascender. Cada vez que alguien trasciende, el mundo trasciende, cada vez que alguien
se sana, el mundo se sana. Te acabo de revelar una de las principales causas por las que
me dedico a lo que me dedico.
¿Sabes cuál es el mejor escondite de tus dones? Eso que, por lo general, niegas de ti
o quisieras desaparecer. ¿Qué tal?, ¿te desconcierta?, ¿te asusta?, ¿te da esperanza?
Cuando algo en la vida se nos da fácilmente, lo damos por hecho. Una persona
habilidosa en las matemáticas cree que a todos se nos facilitan y seguramente se dedicará
a algo relacionado con ellas. Eso es lo esperado, lo natural y normal. Hay quienes
potencializan esa habilidad y la llevan a terrenos cada vez mejores y exploran cada día
nuevas posibilidades. Eso está muy bien, pero ¿sabes qué es lo que seguramente más
hará crecer a esa persona en el terreno personal y espiritual? Será algo que no tenga que
ver con las matemáticas y que le cueste trabajo desempeñar. Eso que requiera de su
esfuerzo, que lo haga romper sus parámetros, que lo ponga en desventaja con alguien
más, es lo que hará que surja su verdadera fuerza, la que se revela cuando nos
enfrentamos a verdaderos retos y desafíos.
Basta observar a los atletas con capacidades diferentes que se prueban en los Juegos
Paralímpicos o en cualquier otra competencia. Su tenacidad, coraje, frustración y
“discapacidad” los llevan a forjar un espíritu increíble e inspirador.
Cada vez que nos enfrentamos a una adversidad, tenemos el impulso de salir
corriendo y cobijarnos en las zonas que no nos generan mayores peligros ni sobresaltos.
Sin embargo, atrevernos a enfrentarnos invariablemente nos deja lecciones de vida que
difícilmente hubiésemos adquirido de otra manera.
Haciendo un recuento de momentos críticos de mi vida, puedo ver cómo, aun
cuando mi discurso fue por mucho tiempo que yo era cobarde y poco constante,
haberme “quedado”, en lugar de huir, me ha puesto en el lugar desde el cual escribo para
ti.
Cuando entré a trabajar a TV Azteca y me ofrecieron el puesto de reportera en el
programa En medio del espectáculo, me apaniqué y mi primer deseo fue renunciar. Algo
me hizo quedarme y, posteriormente, me ofrecieron la gerencia de producción de
Ventaneando; lloré tres semanas seguidas como si fuera la peor tragedia que me hubiera
ocurrido porque me ponía en situaciones de riesgo. ¡Imagínense a alguien que siempre
había creído que no sabía hacer nada y que era inferior a todos por ser gorda, floja e
inestable, tener que exponerse a tal presión, a tal compromiso y desafío! Sobra decir que
también quise renunciar, pero me aguanté. Duré más de seis años, pensando que yo
estaba ahí porque el productor y mi jefa Paty Chapoy se habían confundido y no se
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daban cuenta lo mala que era yo. Cada vez que se presentaba un nuevo reto en el área,
cosa que ocurría un día sí y al otro también, yo temblaba y sentía que me moría; sin
embargo, volteando a ver a esa jovencita atemorizada aparentando fortaleza, la admiro y
le agradezco no haber renunciado, porque lo que yo he logrado hoy, el presentarme ante
una cámara o un micrófono, el saber redactar y contar historias, el negociar un taller y
defender mis ideas, el tener la capacidad de mover a un auditorio y saber comunicar y
transmitir, fueron habilidades que desarrollé gracias a esos años de sustos y dudas.
Piensa en este momento en una cosa que hayas logrado hacer y que al principio te
parecía casi imposible. ¿Cómo te sentiste después de lograrla?
En uno de los grupos de apoyo que dirijo, una de las participantes, a quien yo no
había tenido la oportunidad de ver desde que terminó el taller en el que participó, nos
compartió que ahora es maestra certificada de yoga. Su emoción era enorme al narrar
cómo había vencido la creencia de que su cuerpo era incapaz de ser flexible y fuerte. La
constancia, decisión y dedicación la llevaron a cruzar el umbral de la desconfianza para
tocar la gloria del logro.
Se nos olvida que es ahí, justo en los golpes y tropezones, en las desbarrancadas, en
los momentos de aparente rendición, en donde se encuentra parte vital de nuestra vida.
La satisfacción se “teje”, se va logrando paso a paso, subida a subida, resbalón tras
resbalón. De nada sirve llegar a la cima de una montaña, si no se disfrutó el paisaje, los
olores, las vistas, el viento, los colores, el cansancio, los movimientos del cuerpo…
Dentro de mis actividades diarias favoritas está justamente caminar en el bosque, en
donde me toca enfrentar unas subidas bastante empinadas. Al llegar al pie de cada una de
ellas, respiro y comienzo la travesía. Cuando comencé a hacerlo, solía ir luchando
conmigo misma y con mi cuerpo hasta que decidí aplicar las lecciones que doy en torno a
la comida y a “habitar” los momentos y eventos, y entonces comencé a describir lo que
ocurre en mi cuerpo, no en mi mente, mientras voy subiendo. Mis pies comienzan a
sentirse pesados, la parte trasera de mis muslosse pone dura, mi espalda baja comienza a
contraerse, siento una opresión fuerte en el área del abdomen, mi pecho se aprieta, mi
respiración se agita, hay presión en los hombros… ¡En lo que describo mis sensaciones
ya acabó la subida! Y no sólo eso, sino que mi cuerpo al sentirse “acompañado” por mi
atención, reacciona aligerándose y fluyendo.
¿Hasta aquí puedes comenzar a distinguir entre conductas amorosas y autoindulgentes?
Revisemos cuáles son las características de cada una:
Autoindulgente:
 
• Busca satisfacción inmediata.
• Genera culpa.
• Pasa por encima del bienestar real.
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• No respeta límites.
• Necesita conductas compensatorias.
• Requiere pretextos.
• Suele esconderse.
• Te pone en riesgo.
• Se realiza sin atención.
• No asume consecuencias.
• Es reactiva.
Amorosa:
• Busca satisfacción plena, aunque ésta requiera más trabajo y más tiempo.
• Genera tranquilidad.
• Busca el bienestar real.
• Acepta los límites como una forma de respeto a sí mismo y hacia los demás.
• Logra quedar satisfecho con el simple hecho de hacer lo que le corresponde y de tomar lo que
necesita.
• Encuentra razones.
• Se muestra sin temor.
• Mide las consecuencias y toma decisiones asertivas y seguras.
• Entiende la atención como una forma de hacerse cargo de sí mismo.
• Asume sus actos.
• Es proactiva.
Revisa cuáles de las acciones que has llevado a cabo el día de hoy son autoindulgentes y
cuáles amorosas.
Por ejemplo: hacer ejercicio es una manera amorosa de demostrarle a tu cuerpo que
te importa; quedarte en tu cama acurrucada todos los días, aunque tiene tintes
románticos de amor, puede ser un acto de agresión a tu salud mental y física.
Al estar literalmente encima de tu pareja todo el día es probable que sobrepases su
libertad, privacidad y espacio vital, lo cual se aleja bastante de una relación basada en el
amor verdadero que confía y respeta.
Dejar de comer durante muchas horas no le da a tu cuerpo el cuidado que requiere.
Creo lo que creo
Para que algo nuevo surja, algo nuevo debe morir,
y para que muera, primero tengo que saber que está vivo.
Adriana Esteva
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Todos los seres humanos tenemos una incalculable capacidad de crear no sólo obras
artísticas, artefactos, historias u obras literarias. Somos capaces de crear nuestra propia
realidad. Todo lo que observamos y que ocurre fue antes pensado y concebido por
alguna mente. Cada tienda, cada producto, cada empresa, cada combinación de colores,
cada prenda, cada edificio… voltea en este momento a tu alrededor… Todo lo que ves,
antes de estar en tu casa, en tu mesa, en tu cajón, en tus pies o en tu garaje, estuvo en la
mente de alguien.
Del mismo modo, cada relación, cada circunstancia, cada logro, cada tropiezo, cada
comportamiento, cada encuentro, ha sido creado por ti mismo. Todo surge de un deseo,
pero ¿sabes quiénes son las encargadas de darle dirección a ese deseo? ¡Las creencias!
Caminamos por la vida guiados por las creencias que tenemos de cada cosa. Tú
tienes todo el derecho de decir en este momento: “Si eso fuera cierto, ¿por qué no logro
adelgazar si creo firmemente que eso me hará feliz?”. La respuesta es que esa es tu
creencia aparente, pero detrás de ella seguramente hay otras mucho más profundas y
ocultas que actúan con más fuerza.
Por ejemplo: “Si demuestro que soy feliz, me pueden hacer daño”, “yo no merezco
ser feliz”, “si soy delgada, corro peligro de desaparecer”, “si soy atractivo, puedo ser
infiel”.
Estas creencias, como te decía, no están “a la luz”, por eso ni cuenta nos damos que
existen y eso es justamente lo que les da poder de actuar a su antojo.
Vamos a reconocer aquí tres tipos de creencias:
Infantiles. Son las que aprendimos desde nuestro entorno familiar, se relacionan con lo
que nos fue dicho explícitamente: “Las penas con pan son menos”, “los hombres son
malos”, “debería darte vergüenza ser tan coqueta”, “la ropa sucia se lava en casa”, “las
mujeres no sirven para nada”, “ojalá por lo menos seas inteligente, a ver si así alguien te
pela”, “las niñas bonitas son tontas”, “los hombres no lloran”, “las flacas parecen
escobas”, “las mujeres sirven para adornar a un hombre”, “el dinero corrompe a las
personas”, “ si no comes, te vas a poner flaca y fea”, “eres un fracasado”, “todo te
pasa”, “siempre te equivocas”, “deberías sentirte mal por lo que haces”, “Dios te va a
castigar”, “la vida es para sufrir”, “no sueñes demasiado”, “aquí no se llora”, “llorar es
de cobardes”, “la mesa siempre tiene que estar perfecta para cuando llegue tu papá”, “a
los hombres se les conquista por el estómago”, “nadie se levanta de la mesa hasta que tu
hermano termine”.
O de forma implícita, es decir que aunque no se decía con palabras, sí con acciones
o actitudes que nuestras percepciones fueron descifrando: “Mis papás siempre se
muestran decepcionados por lo que hago”, “decir la verdad es peligroso”, “si digo lo que
siento, me regañan”, “debo sufrir igual que mi papá”, “mi papá dejó a mi mamá por mi
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culpa”, “soy un accidente”, “no debí haber nacido”, “tengo que hacerme cargo de la casa
ahora que papá se fue”, “si me porto mal, me dejan de querer”, “si pienso diferente a
mis padres, me van a abandonar”, “mis papás esperan que yo sea la oveja negra”, “mi
única forma de sobrevivir es peleando con todos”, “la vida es muy dura”.
Autoimpuestas. Pueden estar muy ligadas a las infantiles y se van fortaleciendo según las
experiencias de vida que se van teniendo: “No vuelvo a amar”, “todos me decepcionan”,
“no se puede confiar en la gente”, “si soy delgada, podré ser feliz”, “tengo que ser el
mejor en todo”, “no me puedo caer nunca”, “no puedo ser débil”, “nunca logro lo que
me propongo”, “todos abusan de mí”, “yo no merezco”, “todo me da miedo”, “soy
pésima en todo”, “jamás podré aprender a esquiar”, “soy pésima para las matemáticas”,
“siempre me autosaboteo”, “la mejor defensa es el ataque”, “antes muerta que sencilla”.
Relacionadas. Son creencias que nos convencen de que lo que les pasa a los demás es
por nuestra culpa: “Por tus saliditas en la noche, tu papá no pega los ojos y le va a acabar
dando un infarto”, “por ser tan bonita, yo soy tan celoso”, “cuando por fin cambies y
sientes cabeza, podré ser feliz”, “por cuidarte, tuve que abandonar mis sueños”, “si no te
haces cargo de tus hermanos, vas a quitarles la oportunidad de ser felices”.
Haz una lista de las creencias que había en tu familia, muchas de ellas a lo mejor se
manifestaban a través de “dichos” que pueden hasta sonar divertidos pero que sin
darnos cuenta se quedaron “tatuados” en nuestra mente. Recuerda qué te decían, qué
era permitido, qué no, qué era bien visto, qué tradiciones se seguían, etc.
Una vez que hayas terminado:
Revisa una por una.
Observa qué sensación te causa leerla.
Deja que vengan recuerdos.
Regresa a tu situación actual, aquí, ahora.
Hazte consciente de si esa creencia afecta algún aspecto de tu vida actual.
Si es así, describe de qué forma lo afecta.
Habita las sensaciones que aparecen en este punto del ejercicio.
Decide si esa creencia contribuye a que te sientas bien y logres lo que deseas.
Si no es así, modifícala de manera que ahora tenga una “vibración” y mensaje
positivos: “Yo puedo salir y hacerme responsable de mí sin hacerle daño a
nadie”, “merezco ser feliz”, “puedo serme fiel a mí mismo”, “soy capaz de
lograr mis sueños y aun así pertenecer a mi familia”, “es seguro para mí ser
delgado y atractivo”, “cada quien es responsable de su propio bienestar”.
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Ya que tengas tus nuevas creencias, repítelas constantemente, escríbelas, haz a lo
mejor un cuadro que las incluya. La idea es que comiencen a operar ahora en ti
del mismo modo que operaban las anteriores.
Para poder “descubrir” las creencias que operan en nosotros, es muy importante que
estemos muy en contacto con lo que sentimos y que seamos con la práctica capaces de
hacer descripciones lo más detalladas posibles de lo que nos ocurre. Si no entro en
contacto con lo que siento y en lugar de habitarme, salgo corriendo a comer, me pierdo la
oportunidad de averiguarqué creencia está apareciendo. Por ejemplo, si prefiero comer
para no darme cuenta que estoy sumamente decepcionada porque mi mejor amiga acaba
de excluirme de su plan del fin de semana, no puedo revisar si ese hecho y el que yo me
sienta tan decepcionada puede estar conectado con alguna creencia oculta como “la gente
nunca me toma en cuenta para sus planes porque soy poca cosa”. Cuando puedo llegar a
esta parte, entonces puedo revisar si es cierto, en primer lugar, si en verdad soy poca
cosa (nadie es poca cosa, primero, porque no somos cosas y, segundo, porque formamos
parte de un plan divino y enorme). Segundo, si es verdad que toda la gente deja de
tomarme en cuenta, (¿Eso es verdad o es que tú mismo no te tomas en cuenta y estas
más pendiente de lo que piensan o hacen los demás que de tus propias necesidades? Y si
es real que toda la gente NUNCA te toma en cuenta o solamente tu mejor amiga, que
probablemente no lo hizo porque el plan que va a hacer no te gusta, o quiere estar sola, o
le da pena decirte, etc.)
¿Si te das cuenta? Al ser claros con lo que nos ocurre, podemos “pasarle báscula” a
las creencias e ir liberándonos.
Imagina que tu creencia es que todas las personas son agresivas y te quieren hacer
daño. Seguramente vivirás a la defensiva, escondiéndote, privándote de hacer lo que
deseas por miedo a que eso te ponga en peligro, no teniendo relaciones o siendo
sumamente desconfiado, esperando a ver a qué hora te lastiman. Y como a esa creencia
le estarás dando tanto poder porque en verdad para ti es cierta y, como decía en líneas
anteriores, nuestra mente crea lo que cree, pues es muy probable que se materialicen en
tu vida experiencias que te confirmen que la gente es agresiva y te hace daño.
Marielena, una simpatiquísima mujer dicharachera que asistió al taller, Comiéndome
mis emociones, que imparto, se presentó ante el grupo diciendo: “Yo soy un accidente y
no debí nacer”. Lo dijo en un tono tan gracioso que todos rieron divertidos… Yo me le
quedé viendo y le pregunté: “Hermosa, ¿qué se siente creer que eres un accidente y que
no debiste nacer?”. Al principio siguió riendo nerviosa, llenándonos los oídos de más
frases burlonas hacia ella… Yo permanecí en silencio y le volví a hacer la pregunta. Paró
el parloteo y con lágrimas en los ojos me dijo que nunca se había detenido a escuchar lo
cruel que es decir eso. Se dio cuenta que esa creencia la hace actuar descuidada, no
merecedora, derrotista, saboteadora… Ahora que lo hace consciente, entiende muchas
cosas que aparentemente no hacían congruencia con su “deseo” de adelgazar, de ser
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feliz, exitosa y plena. ¿Te das cuenta? Una creencia bloqueaba sus deseos,
afortunadamente y como dice Marianne Williamson, “un instante de verdad acaba con
mil años de mentira”.
Y aprovechando el tema de las creencias, es hora de traer a la mesa las que tengan
que ver con tu manera de comer, para lo cual te invito a que describas cómo era la
hora o el momento de comer en tu casa en tu niñez. ¿Qué recuerdas? ¿Era un momento
de convivencia? ¿Eran bastos los platos que se servían? ¿Era un momento ruidoso o
silencioso? ¿Lo hacías en soledad? ¿Cada quien por su lado? ¿Había discusiones?
¿Se le daba importancia? ¿Te sentías observado? ¿Había muy poco? ¿Tenías que
pelear por que te sirvieran o te escucharan? ¿Te obligaban a acabarte todo lo que
había en el plato?
Date unos momentos para revisar lo que acabas de escribir y hazte consciente, es
decir, pon atención a las sensaciones que aparezcan en ti mientras lo haces. ¿Te
sientes asustado, deprimido, nostálgico, oprimido, enojado, incómodo…?
Ahora revisa si eso que ocurría cuando eras pequeño, tiene algo que ver con la
manera en la que comes ahora.
Te comparto algunas historias y de qué se dieron cuenta quienes las cuentan:
Sofía no entiende por qué tiene tanta compulsión por el queso, es un alimento que sólo
se permite comer cuando se da atracones, le causa una culpa tremenda comerlo y un
enojo enorme no poderlo comer. Cuando le pido que me cuente su historia con el queso,
cambia su semblante y narra que cuando era pequeña era muy criticada por ser “gordita”
y juzgada por estar siempre tan hambrienta y no poder parar de comer. Decidieron en su
casa colocar el queso dentro de una caja con candado para que ella no pudiera tener
acceso a él. Era la única de su familia que no tenía llave porque según le hacían saber, no
se podía confiar en ella. “Abría el refri y no sólo el queso estaba enjaulado, la bolsa de
las manzanas decía: somos ocho, al igual que las peras y toda la fruta; en la alacena
ocurría lo mismo, la cajeta tenía marcado en el bote la fecha y la cantidad que quedaba.
¡Todo esto para que yo no pudiera comerlo! Me sentía impotente, enojada conmigo, con
Dios y con la vida por haberme hecho así y no ser como los demás. Yo pedía dos cosas:
tener fortaleza para soportar lo que me decía o me hacía mi mamá y mis hermanos, para
que se me resbalara, y que les callara la boca. Como nada de eso sucedió, concluí que
Dios no existía. Seguía sintiendo la necesidad de comer y enojada me pegaba contra la
pared por no contener mi deseo de comer; me golpeaba con las manos en la cabeza
esperando que algo se sacudiera y se me quitara el deseo. Después de llorar un rato, se
me pasaba. El problema era que al otro día o a los dos o tres era lo mismo otra vez.
Hace poco toqué el tema con mi papá y le pregunté si no se daba cuenta de lo que
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pasaba, y me dijo que sí, pero que nunca se imaginó que mi mamá lo hiciera por mí. De
ahí se desató en mí un enojo muy fuerte contra él cuando confirmé que había estado
desprotegida emocionalmente por él”.
¿Cómo se siente una niña ante eso? Obviamente enojada, frustrada, desconfiada,
avergonzada, asustada, triste y claro… ¡Incontrolablemente deseosa de comerse el
queso! Deseosa y necesitada de confiar en ella, de decirles lo excluida y lastimada que la
hace sentir que la “enjaulen”.
Hay mucha similitud entre lo que sentía en ese momento y lo que siente ahora en
relación no sólo al queso, sino a su cuerpo y su vida. No confía en ella ni en los demás,
está constantemente temerosa de sus decisiones, se enoja y está en pleito a muerte con
su hambre, que para ella es el enemigo mortal, como se lo hicieron creer en su casa.
En una de las muchas reflexiones a las que ha llegado a partir de observar su manera de
comer y las creencias y sentimientos que hay ligados a ésta, Sofía se dio cuenta que
mucho de su constante mal humor se debía a que siempre está hambrienta porque
siempre ha estado a dieta. Y es que para ella, en su creencia, no estaba permitido comer
lo que quería ni decir lo que necesitaba porque eso la ponía en la “celda de castigos”.
Hoy, Sofía ha iniciado un valiente proceso para recuperar “las llaves” que le fueron
arrebatadas: la de la confianza, del deseo, del merecimiento, del poder, de la felicidad…
Está comenzando a aceptar que es una mujer sumamente atractiva, hermosa y valiente
que no necesita estar a la defensiva ni comparándose con los demás. ¡Está recuperando
su propia medida!
“En casa no importaba la hora de la comida, dice Norma, de 34 años, cada quien
comía lo que podía. Era tanta la soledad y el silencio de mi casa que aprendí a silenciar
también mi hambre. Hoy como cualquier cosa, me es casi imposible sentarme a comer,
me desespero, y eso me ha traído muchos problemas porque sufro cada vez que alguien
me invita a comer, invento tantos pretextos que ya me he alejado de las personas. Y
ahora también me doy cuenta que cada vez me importa menos cómo me visto, cómo me
veo, de todas formas a nadie le importo”.
Cuando Norma compartió su historia, sentí que se me apachurraba el corazón y mi
primer impulso fue quererla abrazar y decirle que claro que era importante; se veía tan
indefensa, tan frágil, que vi perfectamente a esa niña alimentando la creencia de que no
es importante.
El valor de la intención
¿Te has escuchado decir “no sé por qué se enojó tanto mi amiga cuando le dije que su
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nuevo novio no le convenía, si se lo comenté con la mejorintención”?
Cuando recibimos una crítica de alguien, se disparan varias de nuestras alertas y
defensas porque nos asustamos, no sabemos cómo reaccionar, pero también porque en el
fondo recibimos la energía de la verdadera intención de esa persona.
Si alguien toma “agresivo” algún comentario nuestro, es porque de algún modo hubo
agresión en la intención oculta (o no tan oculta) de éste. La naturaleza de nuestras
acciones, comentarios, palabras, planteamientos y deseos, se mantiene viva aun cuando
intentemos enmascararla.
La próxima vez que te escuches diciendo la frase: “No era mi intención” o “mi
intención era sólo ayudar”, pregúntate si honestamente eso es verdad.
Estar absolutamente convencidos de nuestra intención nos libera de culpas, de
desgastantes explicaciones y de la penosa necesidad de estar tratando de probar nuestra
“inocencia”.
Todo se vale, siempre y cuando se asuma. Si de verdad necesitas desquitarte y soltar
una palabra de esas que queman, pues hazlo, nada más que responsabilízate de la
consecuencia y no te engañes ni engañes a la otra persona con tu cara de ¿qué dije?
Hace poco tiempo, una tía mía enfermó de cáncer. Tuve que hacer un gran esfuerzo
por irla a visitar porque mi relación con ella no era muy cercana. Me forcé y lo hice más
por mi papá que por ella y por mí. Vaya sorpresa me llevé cuando la visita se convirtió en
dos horas de halagos continuos a mi trabajo, mi apariencia, mi inteligencia, mis
habilidades de dar terapia energética, mi valentía y bla, bla bla… Salí feliz y yo misma
me convencí de que mi tía me necesitaba cerca todos los días, así es que decidí
acompañarla lo más que podía. Un día, no hubo halagos y me mencionó que mi hermano
era la mejor compañía que había tenido, que yo era “buena”, pero no le llegaba a él ni a
los talones. ¿Qué? ¿Entonces yo ya no era necesaria, ni inteligente ni salvadora ni
ejemplar? Bueno, en ese momento quería salir corriendo de ahí porque ya no sabía
entonces de qué servía mi presencia. No sabía cómo comportarme siendo simplemente
una visita. No me pude ir porque me había comprometido a quedarme mientras su hija
regresaba de la tienda. Pero en cuanto llegó, me fui y no regresé a verla nunca más. Me
tardé unos días en atreverme a revisar qué me había pasado y entendí que aunque mi
discurso decía muy convincente que ella me necesitaba y por eso yo iba, resulta que era
al revés, yo necesitaba de su aceptación, validación, y mi ego estaba realizado
escuchando lo maravillosa que soy. Mi intención era muy diferente a la que se veía a
simple vista.
Darme cuenta me hizo confrontar una vez más que tenemos una increíble capacidad
de engañarnos, ¡incluso a nosotros mismos!
Esto es verdaderamente importante de revisar porque la energía se manifiesta según
la intención. Podemos decir convencidas que queremos estar delgadas y en el fondo
nuestra verdadera intención es no arriesgarnos a una relación. Por más dietas, masajes,
ayunos y ejercicio que hagamos, no vamos a lograr el objetivo porque la intención oculta
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es más poderosa. ¿Y sabes por qué es tan poderosa? Porque no la tenemos presente,
porque actúa sin que nos demos cuenta que está actuando.
Jimena me cuenta indignada que su novio se enojó “sin razón” con ella porque le
confesó que alguien le había hecho una insinuación sexual. Su argumento era que cómo
podía enojarse cuando lo único que hizo fue ser sincera con él, tal y como lo habían
acordado desde el principio de su relación.
“Adri, de verdad no lo entiendo, mi intención era ser honesta con él, porque la
honestidad es la base de una buena relación”. Cuando le pregunté en qué momento se lo
había dicho, me comentó que durante un encuentro romántico sexual. —¿Y por qué la
agresión? —le pregunté. Se me quedó mirando con los ojos muy abiertos. —¿Qué
agresión?— me contestó, incluso indignada. Decirle a tu novio, en pleno acto sexual que
alguien más se te “insinuó” es un golpe bastante bajo, es un momento sumamente
vulnerable. Le volví a cuestionar cuál había sido su verdadera intención, y después de
repetir varias veces “la honestidad”, al verse “expuesta” por mis preguntas, por fin
contestó: —La verdad es que estaba furiosa con él y quería hacerlo enojar y que sintiera
lo que yo siento con su indiferencia. ¡Ah! Eso es muy diferente a decir que lo hacía por
honesta; y no es que sea pecado que lo haya hecho por enojo y venganza, simplemente
que su verdadera necesidad, la de ser respetada, presente y amada por él, estaba lejos de
ser satisfecha a medida que no la reconociera y actuara en congruencia. Muy diferente
sería una plática en un momento tranquilo en la que ella pudiera expresarle realmente lo
que le ocurría, e inclusive podría haberle mencionado la insinuación del otro hombre,
pero en otro contexto y con otro sentido.
Te invito a que te preguntes en este momento cuál es la verdadera intención que
tienes al estar leyendo este libro. Es un simple ejercicio para que comiences a “desnudar”
a ese “diablito” que te hace maldades y te “sabotea”.
Una de las frases que más escucho en mis talleres es: “No entiendo por qué me
autosaboteo”. Es inconcebible pensar que una parte de nosotros, sabiendo lo que en
realidad deseamos y lo mucho que trabajamos para lograrlo, nos ponga el pie, ¿verdad?
Bueno, pues eso que nos pone el pie no son más que nuestra intención oculta y nuestras
creencias.
Ya hablamos de la intención y ahora toca el turno de continuar con el tema de las
famosísimas creencias. ¿Sabes qué es una creencia? Fíjate que simple: es un
pensamiento al cual hemos estado apegados. Ah, pero cómo pesan en nuestra vida,
nuestras decisiones, nuestros dolores y realidades.
Las creencias forman parte de nuestro marco moral de referencia. Este marco está
formado por lo que se espera de nosotros por parte de la sociedad en que vivimos, de
nuestra familia y finalmente de las reglas y expectativas que ponemos en nosotros
mismos.
Hay creencias que se formaron desde que éramos pequeños, en el núcleo familiar, y
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que pueden haber sido explícitas como la que le dijo su padre a Virginia: “Las mujeres
bonitas no sirven para nada”. Sin darse cuenta del efecto tremendo que esta creencia
tenía en el desarrollo de su vida y sus relaciones, Virginia creció siendo sumamente
agresiva, desarreglada, incapaz de mostrarse sensible y relacionándose con parejas
débiles a las que podía dominar con su “inteligencia”. Todo esto a costos carísimos para
su salud, su autoestima, su espalda, sus hijos y, en general, para su vida. Cada vez que
lograba bajar de peso y se sentía bonita, su alarma se disparaba. ¡Estaba desafiando una
creencia!
Hay otras que son implícitas, es decir, nadie nos las dijo, pero nosotros las
asumimos, por ejemplo, la que descubrió Ariela, cuando después de todo un trabajo, se
dio cuenta que ella creía que “si era feliz, le fallaba a su madre”. Todo comenzó cuando
compartió en el grupo de apoyo que cada vez que lograba algo bueno en su vida, sentía
que no lo merecía y hacía todo lo posible para rechazarlo. Esto le había ocurrido
recientemente, cuando se inscribió en un reto propuesto por el gimnasio al que acudía. A
lo largo de un mes fue quien mostró más constancia, compromiso y resultados. A pesar
de lo bien que se sentía de hacer ejercicio, es decir, a pesar de experimentar los
beneficios de sentirse sana sumado al reconocimiento externo por su dedicación, Ariela
comenzó a comer compulsivamente y ganó rápidamente parte del peso que había
perdido. Le pregunté a quién traicionaba si tenía éxito. Y rompiendo en llanto logró hacer
una reflexión muy reveladora:
Mi madre siempre me ha dicho que yo no soy capaz de lograr nada y en cuanto nota que voy bien, no sólo invalida
mis logros, sino que me recuerda lo mal que ella se siente, lo enferma que está y lo mucho que necesita que yo esté
a su lado para cuidarla. Si llego tarde por ir al gimnasio, me recrimina diciéndome que soy muy egoísta al no pensar
que ella está sola. Y esto no sólo es hoy que tengo 35 años, ha sido desde que soy pequeña. Me exigía cuidar de
mis hermanosy atender a mi papá, porque decía que estaba cansada y que yo como tenía más energía debía hacerlo
por ella. Recuerdo que si me ponía a jugar tenía que ser a escondidas, porque si mi mamá me descubría, me
reclamaba por estar perdiendo el tiempo en tonterías, en lugar de ayudar a mis hermanos a hacer la tarea”.
Después de tocar el dolor que le producía ese “descubrimiento” que hoy la ubicaba
con mucha más claridad en esta necesidad aparentemente inexplicable de autosabotearse,
le hice saber que la creencia de “si soy feliz, le fallo a mi madre” es sólo eso, una
creencia que ha operado por muchos años, pero que una vez descubierta, pierde parte de
su eficacia y puede ser reemplazada por una realidad mucho más acorde a sus
necesidades.
Cuando una creencia ha funcionado por tanto tiempo deja “surcos” en nuestra mente
y en nuestra vivencia, por eso es necesario cubrirlos con una nueva “programación”. En
el caso de Virginia, la frase que le hizo resonancia y que atiende de manera más amorosa
y congruente a lo que ella desea de su vida en ese aspecto es: “Soy una mujer hermosa e
inteligente, capaz de pedir ayuda cuando lo necesita”, junto con esta otra: “Mi
inteligencia y mi belleza conviven y se integran perfectamente en congruencia con lo que
soy y deseo”.
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Para reprogramar la creencia de Ariela, las frases que hoy comienzan a habitar en su
nueva conciencia son: “Puedo triunfar y agradarme a mí misma” y “puedo fallar a las
expectativas que tiene mi madre acerca de mí y aun así seguirla amando”. Nada más el
hecho de leerlas en voz alta generó en ella una sensación de liberación, incluso quienes
estábamos presentes pudimos escuchar un gran suspiro… Éste es sólo el principio del
trabajo, porque las creencias más arraigadas van a buscar recuperar y mantener su lugar
a toda costa, no en vano han estado ahí por tanto tiempo, así es que no te asustes si se
ponen “intensas”.
Al cursar cada grado en la escuela, los niños van teniendo diferentes materiales de
apoyo, como libros, visitas a museos, actividades manuales, pláticas, ejercicios, etc.,
buscando que estos se encuentren en congruencia con lo que van aprendiendo. Cuando
pasan de grado, cambian de libros, cuadernos, actividades, etc. Sin embargo, si el
profesor de tercer grado se encuentra con que algún alumno no tiene desarrollada cierta
habilidad o dominado cierto conocimiento, es natural que le pida al pequeño en cuestión
que revise su libros del curso pasado para darle una repasada y poder asimilar la nueva
información.
¡Lo mismo ocurre en la escuela de la vida! Conforme vamos “cursándola” se nos dan
las experiencias, encuentros, desencuentros, caídas, mensajes y vivencias que requerimos
acorde a lo que estemos aprendiendo, así es que conforme avances en la revisión y
replanteamiento de creencias, te darás cuenta, si estás atento, que ocurrirán situaciones
que a lo mejor te asustan, sorprenden o enojan y que de principio quizá no entiendas. Si
esto ocurre, felicítate, porque quiere decir que estás subiendo de grado y está llegando lo
que necesitas para trabajar en ese aspecto de tu vida en particular.
Si sientes que estás retrocediendo, y que una vez más estás enfrascado en el mismo
“rollo” que te ha afectado una y otra vez, piensa que es muy probable que la vida te esté
dando la oportunidad de sacarle más jugo a esa situación porque eso que aprendas esta
vez, aunque sea la milésima ocasión que pasas por ahí, seguro será de provecho para
experiencias nuevas que están por venir.
Hay varias formas de comenzar a reconocer creencias:
Volviendo la mirada hacia atrás
Haz una lista de todas esas cosas que se decían en tu casa, que decían tus papás, tíos,
maestros, abuelos, sacerdotes, líderes, amigos, programas de televisión, etc., que se
hayan quedado en tu memoria. A lo mejor puedes reconocer estas creencias en forma de
dichos o incluso bromas o frases chistosas.
Por ejemplo:
“No seas coqueta porque los hombres son muy malos”.
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“Las cosas buenas duran poco”.
“Todo en la vida es difícil”.
“La vida no tiene sentido”.
“Ponerse sensible es una ridiculez”.
“Las mujeres sólo sirven en su casa”.
“Nunca te enamores de una mujer independente”.
“Los hombres sólo sirven para traer dinero a la casa”.
“Los hombres son unos inútiles”.
“Antes muerta que salir de casa sin tacones”.
“Calladita te ves más bonita”.
“Los hombres no lloran”.
“Confórmate con lo que tienes”.
“Antes di que alguien se interesó en ti”.
Una vez que las hayas escrito, vuelve a leerlas y pon mucha atención a las sensaciones
que aparecen en ti mientras lo haces. Detente en las que te causen mayor incomodidad,
porque es muy probable que sean las que más están actuando en ti.
El “debo” y el “tengo”
Estas dos palabras son claves maravillosas que nos indican que estamos cerca de una
creencia, porque lo más probable es que su presencia antecede a alguna de ellas. En
“debí saber qué contestarle a mi hija” la creencia que puede estar actuando es “yo
debería tener siempre las respuestas adecuadas” y ¿qué crees? ¡Esto no es verdad! Es
una creencia que decidiste hacer tuya y seguramente te dejará continuamente agotado,
defraudado, insatisfecho, frustrado, etc. ¡Imagínate la presión de tener que saber siempre
exactamente qué decir ¡Es muy diferente pensar “respondo de la mejor manera que
puedo y trabajo en ser lo más asertivo posible en congruencia con las herramientas que
tengo”.
La mayoría de las frustraciones y decepciones que nos ocurren tienen su origen en
los “debo”. Te lo explico: Si piensas que tu novio “debe” llamar tres veces al día porque
es lo que los novios hacen, es muy probable que si te llama solamente dos, tú te sientas
enojada, decepcionada e incluso desconfiada. Pero imagina que no existiera el “debiera”
de llamarte tres veces al día; entonces simplemente disfrutarías de sus llamadas. Suena
sencillo y de verdad lo es, lo que lo hace complejo es que nos aterra desapegarnos de los
“debo” y arriesgarnos a los “es”. Aquí aplica una frase maravillosa: “Es lo que hay”, es
decir, acepto la realidad y recibo con ello la bendición de elegir las opciones que se abren
ante ella; no ante el debería, que dicho sea de paso… No nos va a llevar a lugares muy
agradables.
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La incomodidad
Sentir incomodidad ante algo que nos ocurre o ante algo que no nos ocurre, también es
una forma de “desenmascarar” creencias. ¿Cómo? Bueno, pues resulta que la mayoría
de las veces que esto ocurre es porque estamos actuando contra alguna de ellas. A
medida que nos volvemos asertivos, es decir, a medida que desarrollamos la habilidad de
nombrar con “nombre y apellido” lo que nos acontece, más fácil nos será reconocer la
creencia y trabajar en ella. Lograrlo implica hacer todo un trabajo de identificación,
primero, de sensaciones, para reconocer que algo nos está alterando, luego, de valor para
habitar esa sensación incómoda sin escapar de ella con comida, y de honestidad para no
“vernos la cara” a nosotros mismos con frases como: “Es imposible que yo sienta celos
de mi amiga”, “nunca pensaría que no merezco el amor de los demás”, “qué cansado,
mejor me distraigo viendo la tele”. Finalmente, hay que tener la paciencia necesaria para
encontrar la definición que verdaderamente sea acorde con lo que siento, pienso y
necesito.
En este proceso ayuda mucho aceptar, no porque seamos unos santos, sino porque
no sirve de nada culpar a los demás, ni a las circunstancias ni a la comida ni a la gordura
ni a nuestra infancia ni a nosotros. La forma en la que decimos las cosas marca la forma
en la que nos acercamos o nos alejamos a la verdadera creencia; por ejemplo, si yo digo
“tú tienes la culpa de mi depresión por haberme abandonado”, la creencia aquí sería: “El
otro tiene el poder de deprimirme”. Es muy diferente decir: “El hecho de que te alejaras
disparó en mí botones que si no soy capaz de verlos y manejarlos, pueden llevarme a
experimentar un estado depresivo”. Plantearlo de esta manera abre la posibilidad de
hacer algo para salir de ese estado y moverme de lugar, amplía el margen de opciones,
para llegara un pensamiento motivador como: “Me hago cargo de mis estados depresivos
a medida que comprenda mis creencias y heridas en relación al abandono, para lo cual, si
es necesario, puedo pedir ayuda. ¿Cómo te hace sentir verlo de esta manera? ¿Es
tranquilizador?, ¿angustiante?, ¿liberador?, ¿sanador?, ¿esperanzador? ¿Te da dolor de
estómago? ¿Te permitió respirar con mayor libertad? Te invito a que a través de
reconocer lo que sientes, comiences a practicar la atención en ti.
Algunas creencias profundas se ven reflejadas en los siguientes temas:
Lo que sabe bien no es para mí
Después de años de hacer dietas y privarme de cosas ricas, no sólo de comer, sino
también de tocar, de probar, de escuchar, de tener éxito, de ver, de sentir, de decir, de
obtener, se configuró en mi sistema la creencia de que “lo que sabe bien no es para mí”.
De algún modo aprendí que para que las dietas, al igual que la vida, funcionaran era
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necesario que los alimentos me supieran mal, desabridos, sin chiste. Si disfrutaba lo que
estaba comiendo, se disparaba en mi interior una alarma que decía: ¡peligro! ¡Algo debe
de estar mal! ¡Vas por mal camino!
Antes de hacer esta conexión y este descubrimiento no entendía por qué yo me
sentía mal cada vez que ocurrían cosas lindas en mi vida; los buenos sabores de un beso,
de una mirada, de una plática entrañable, contenían siempre el sabor amargo del
“pecado” de la “traición”, la “falla”. De hecho, cuando ocurrían cosas hermosas en mi
vida, no sabía qué hacer con ellas, si tirarlas, guardarlas, esconderlas, regalarlas… Hoy
he aprendido poco a poco a recibirlas, apreciarlas y habitarlas.
Como ya lo he comentado, lograr cambiar una creencia no ocurre de un día al otro,
requiere primero descubrirla, después tener la voluntad de cambiarla y posteriormente un
camino de constancia para convencerte con hechos de que ya no deseas que opere en ti.
El primer paso que di en torno a esta creencia fue cambiarla por algo mucho más
amoroso como: “Yo tengo derecho a llenarme de todo tipo de sabores, merezco disfrutar
del éxito, de las cosas deliciosa de la vida y decidir a qué quiero que me sepa el mundo”.
Esta afirmación la repito constantemente, y cuando la inercia me lleva a mis dramas
habituales de: “Yo no puedo tener lo que quiero, eso no es para mí, etc.”, me freno y
aterrizo en mi nueva realidad. El segundo paso ha sido procurarme sabores deliciosos en
todo sentido, desde la comida hasta las caricias, me gusta escuchar música que me haga
vibrar, me dejo seducir por un atardecer, por los olores de un amanecer, me doy espacios
de ejercicio, meditación, descanso, risas, terapias y con la compañía de personas que le
dan esa diversidad de vivencias a mi vida.
Duele más amar que comer
Hablando de creencias, te comparto ésta que salió a la luz durante una sesión del grupo
de apoyo que dirijo: “Duele más amar que comer”. Sonia estaba narrando varios
episodios de su vida con la comida, cuando uno de ellos la hizo contactar con mucho
dolor. Recordó que su madre la restringió seriamente a comer lo que quería porque por
gorda no lo merecía y cuando alguien le daba algo de comer, ella sentía que la amaban.
Firmemente afirmó: “Si alguien me da comida, significa que me quiere” y prefiero recibir
el amor de la comida que de las personas porque comer me lastima menos. ¡Uf! Se hizo
un silencio en el salón y Sonia junto con las otras personas que compartían ese día la
sesión comenzaron a llorar. Yo no lo hice porque estaba en papel de facilitadora, pero mi
corazón se estrujó y la frase resonó en mi cabeza por varios días. ¡Claro! Nos hemos
convencido de que si el amor llega a través de la comida, en lugar del contacto directo
con la persona, se hace un “puente” que protege de sentir la vulnerabilidad que sugiere
dejarnos “tocar” por el otro.
Amar puede ser el acto más “riesgoso” al que se expone el ser humano; amar con
toda la conciencia implica salir de nosotros para instalarnos en un espacio que nos genera
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riesgos, el de necesitar al otro, de dejar de vernos, de espejearnos tanto en el otro que
nos asustemos, significa bajar las defensas y aceptar que la presencia del otro reviva
nuestras heridas.
Creo que muchas veces elegimos de mil maneras no amar por el miedo al dolor,
renunciamos a él por el gran miedo a perder.
Sonia prefería comerse a la comida que comerse la responsabilidad de verse afectada
y afectar la vida de alguien más al atreverse a amar; sobra decir que “culpando” a los
kilos de más no ha tenido una pareja estable. La experiencia de “amar” que se creó
basada en la relación con sus padres le hizo creer que no era suficiente como era y esa
misma premisa la ha aplicado en su relación con ella misma y con los demás.
Creo que de manera profunda e inconsciente buscamos pertenecer a los espacios
conocidos creados por nuestros padres, en donde desarrollamos nuestro sentido de
identidad, si el mensaje que recibimos es “para ser igual a ti hago conmigo lo mismo que
hiciste conmigo”.
Te voy a contar una historia. Decidí como reto personal y crecimiento para mi alma
trabajar con personas en situación de calle y vulnerabilidad. Conocí a una pequeña de 12
años que a mi vista tenía una mirada inocente y a quien pensé que podría salvarla y
sacarla de esa vida tan miserable que incluía drogas, prostitución, frío, hambre, abuso,
maltrato, suciedad y mucho más. Averigüé con personas que sabían dónde la podían
aceptar y me hablaron de la posibilidad de llevarla a un espacio sumamente cuidado y
hermoso en el que podría tener una vida con más oportunidades. Cuando se le propuso,
se negó rotundamente y yo al principio lloré mucho, me enojé e incluso me alejé de ella.
Después me abrí a la posibilidad de entender que a ella la abandonó ahí su madre, quien
también era adicta y vivía en situación de calle… ¿Será que para esta pequeña, salir de
esa porquería mata la esperanza de que su madre la encuentre, si es que regresa a
buscarla? ¿Será que literalmente prefiere vivir embarrada de “mierda” para oler igual que
su madre y que si ésta regresa, la reconozca? Vivir limpia en un ambiente adecuado la
aleja de lo que conoce como única posibilidad de amor. Éste es un ejemplo duro, pero
que creo ilustra mi postulado de que somos capaces de vivir en la miseria, suciedad y
dolor con tal de ser “encontrados” por nuestros padres. También me permite pensar que
si no conocemos algo mejor, es difícil que nos arriesguemos a buscarlo y dejar lo que
tenemos.
Hemos confundido el amor con pertenencia, aceptación, vínculo, necesidad, posesión
e incluso con dolor y maltrato. Lo percibimos más con un asunto de apego y éste causa
dolor porque nos convence de que el otro debe depender de nosotros, hacer lo que
queremos y darnos lo que necesitamos. Creo que el amor va mucho más allá, tiene que
ver con la aceptación de dos seres completos que se conectan desde la necesidad de
transformarse a através de la relación. Alguna vez escuché que la mayor evolución que
logramos como personas se da en las relaciones con los demás, en especial en la relación
de pareja, en donde requerimos dejarnos “tocar” por el otro para encontrar la vía para
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tocarnos nosotros mismos. Vernos en el ojo de una pareja enamora, pero también asusta;
asusta ver en esos ojos parte de nosotros que no queremos ver. Es increíble cómo llegan
a nosotros las personas exactas para cada momento de evolución de nuestra alma. ¡Por
eso da tanto miedo! ¡Porque entre más intimamos con la otra persona, más initimamos
con nosotros mismos!
• ¿Tú consideras que te amas?
• ¿Te aceptas incondicionalmente?
• ¿Buscas lo mejor para ti?
• ¿Haces cosas que te den bienestar?
• ¿Te comprendes?
• ¿Estás abierto a reconocer tus debilidades y aspectos negativos para poder
transformarlos?
Amarnos conscientemente es un maravilloso comienzo para trabajar en la relación
con el otro.
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Soy yo con o sin
En el marco de aprendizaje que hemos tenido, no pocos somos los que creemos
ciegamente que valemos por los kilos que perdemos, por lo acinturadas queestamos, por
lo bien cuidado que tenemos el cabello, por lo altos, exitosos, fuertes o poderosos que
seamos.
Esto hace que pongamos demasiada atención en atender estos aspectos con la
esperanza de que si los mantenemos controlados y perfectos, no tendremos que
modificar el interior. Es más, a veces ni tomamos conciencia que hay cuestiones que
trabajar que no son las obvias. Y ocurre que al poner nuestra valía y nuestra estructura
en lo aparente, material y externo, cuando algo de esto se altera o falta, nos
desmoronamos. Un ejemplo muy claro me lo compartió una gran amiga cuando
impartimos juntas un taller de manejo de estrés, en el que nos hizo notar que aun cuando
todos vivimos la caída de las Torres Gemelas de Nueva York, la reacción de cada
persona fue distinta. Especialmente para quienes lo presenciaron, ocurrieron cosas
diferentes: hubo quienes sin tener conocimientos médicos salvaron vidas y curaron
heridas, también quienes se mantuvieron alerta y resolviendo, otros se quedaron
literalmente paralizados, otros se quitaron la vida, muchos más perdieron la razón. Uno
de los factores que marcaron sus reacciones fue el nivel de estructura interna de cada
uno; quienes la tenían fincada en el exterior se desmoronaron al ver que esa gran
estructura, simbolizada por las torres, se desplomaba. Por el contrario, quienes contaban
con la suficiente construcción interna, no es que no les impactara el hecho, sino que
encontraron elementos en su interior para rearmarse.
Uno de los miedos ocultos que he encontrado común entre quienes acompaño en el
proceso de reconectarse a través de su relación con la comida es la creencia profunda de
que serán personas diferentes cuando bajen de peso. Cuando revisamos sus fantasías
acerca de ser delgados, muchos se encuentran a sí mismos soberbios, incapaces de
saberse detener ante sus impulsos sexuales, desbordados, carentes de sensibilidad, etc. Es
como si tuvieran que despedirse de los aspectos de su personalidad que se desarrollaron
mientras se mantuvieron con sobrepeso. Es curioso que en este estado se encuentran con
que son más compasivos, empáticos, contenidos, serenos y prudentes. ¿Esto a qué nos
lleva? A que sea en muchas ocasiones aterrador estar delgados, porque
inconscientemente sienten que van a perder una parte importante de ellos.
Como todos esos miedos y percepciones son meras creencias y fantasías, la forma de
retomarlas y redirigirlas es reforzar la parte de nosotros que es nuestra “columna
vertebral”, nuestro Yo real, eso que somos más allá del peso, del dinero, de nuestras
relaciones, empleo, color. Curiosamente, no es común que estemos en contacto con lo
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que en verdad somos porque aprendimos a ser en relación a lo que se espera de
nosotros, lo que pensamos que esperan de nosotros, lo que nos han dicho que debemos
esperar de nosotros, lo que es aceptado, lo que nos da pertenencia, lo que “está bien” o
también nos ponemos máscaras para evitar ser lastimados.
Lo hecho, hecho está y es hora de poner manos a la obra para retomarnos a nosotros
mismos. ¿Empezamos?
 
Si haces esta descripción, te darás cuenta de eso que ya eres, que ya sabes, que ya
tienes, y a medida que lo asimiles y lo fortalezcas irás creando una estructura mucho más
firme para apoyarte. La idea es que hagas conciencia de que aunque la vida te columpie
de un lado a otro, tendrás un pilar súper firme que te sostenga al ir derrumbando las
creencias que te hablan al oído diciéndote: cuando adelgaces serás mejor persona,
cuando tengas pareja serás plena, cuando te quede el vestido talla 5 serás más segura de
ti misma, si adelgazas te convertirás en una cualquiera sin control, no sabrás como parar
las aproximaciones sexuales, abandonarás a tus padres, serás infiel a tu pareja, etcétera.
Ser pleno, segura de ti mismo, sensible, capaz de poner limites, asertivo, fiel, buen
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amigo o hijo responsable no es cuestión de peso ni de dinero, si no de decisión y de
acción.
A medida que definas tus propios valores, deseos, fortalezas, debilidades y alcances,
te darás cuenta que eso no se pierde. Créeme, comprenderlo así genera una deliciosa
sensación de bienestar y seguridad porque te darás cuenta que mucho por lo que
“luchas” ¡ya lo tienes! Y entonces, en lugar de gastar esa energía en tu lucha, la puedes
utilizar para alcanzar tus metas, partiendo de bases mucho más firmes.
Cada vez que te escuches diciéndote que no quieres ir a una fiesta o a algún lado
porque estás “gordo” y nada te queda bien, recuerda qué es lo verdaderamente
importante de ti y de la reunión a la que vas a ir. Aunque para ti sea el cómo te ves, si
haces un análisis más objetivo, podrás entender que lo que en realidad vale son las
pláticas, las risas, tu dulzura, tu presencia, los momentos vividos, etc., y que eso que tú
eres, que aportas, que sabes y que has experimentado, escuchado, hablado, visto, bailado
y cantado no te lo quita nadie… ¡ni los kilos!
El peso del entorno
Acabo de invitarte a fortalecer tu base, tu estructura para no dejarte derrumbar cada vez
que las estructuras externas en las que te apoyas se mueven o se caen. Ésa es una parte
vital en el camino de la sanación, sin embargo, no podemos negar la influencia que tiene
el entorno en nosotros. Bien decía mi abuela que “quien anda en el fango se ensucia”.
Hoy entiendo que tiene mucha razón, ya que si pasamos la mayor parte de nuestro
tiempo hablando con personas negativas, quejumbrosas y criticonas, seguramente
acabaremos haciendo lo mismo. Si nuestra alacena es una copia de la tiendita de la
esquina, no es de extrañar que eso sea lo que continuamente comamos. Si ocupamos
gran parte de nuestro tiempo viendo películas de terror, noticias sobre secuestros y
aprovechando cualquier conversación para detallar nuestras tragedias y las de nuestros
conocidos, que no nos sorprenda vivir asustados, literalmente con el pañuelo desechable
en la manga y con la espada desenvainada.
Nos relacionamos con el entorno con base en vibraciones. Sí, todos somos energía y
nos acercamos y alejamos de las personas y situaciones según el “estado” en que éstas se
encuentren. Cuando daba iniciaciones en reiki, que es una técnica de sanación a través de
las manos, con el objetivo de desbloquear, liberar y sanar “atoramientos” energéticos, les
explicaba a mis alumnos que la energía no es buena ni mala, simplemente se carga de la
intención que le demos. Para demostrárselos, colocaba una jarra de agua en el centro de
una mesa, le pedía a cada uno que se sirviera agua en un vaso y que hiciera con ella lo
que quisieran, lo cual incluía dejarla como estaba, agregarle colorante, limón, sal, azúcar,
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tierra, plantitas o piedritas (que había a su disposición). Al final, la reflexión era que todos
habían recibido agua de la misma jarra y lo que hicieron con ella dependió de la intención
y necesidad que cada uno tenía.
Lo mismo ocurre en la vida, vamos atrayendo lo que vamos necesitando y esta
necesidad, como veíamos en uno de los temas anteriores, puede estar basada en una
búsqueda de bienestar del Ego o de Alma.
Cuando es del Ego, estaremos buscando desde la carencia y entonces, como eso
vibramos, eso obtenemos, es decir, seguimos carentes. Seguro te ha ocurrido que en
alguna o en la mayoría de tus relaciones te topas con el mismo tipo de persona y cada
vez tienes la esperanza de que ahora sí llegue quien te dé todo lo que necesitas y ¿qué
ocurre? Ninguna relación te deja satisfecha, por el contrario, quedas cada vez con más
vacío y necesidad.
En cambio, cuando contactas con la necesidad de tu Alma, buscas relacionarte desde
el deseo de dar lo mejor de ti y de atraer a tu vida lo que sea conveniente para tu
evolución y la de quien se acerque a ti. Como haciendo esto vibras desde el bienestar
real, eso es lo que obtienes, relaciones constructivas, de aprendizaje y de trascendencia.
Sé congruente contigo y revisa en qué entorno te estás desarrollando, de qué
personas te rodeas, qué música escuchas, qué comida comes, que situaciones vives y te
darás una idea bastante clarade en qué vibración estás conectando.
Éste es un camino de muchas vías, no podemos pretender hacer cambios
significativos, si no estamos dispuestos a tomar acciones diferentes. No quiero decir con
esto que te tengas que alejar de todas las personas que te rodean ni que tengas que salir a
la calle cubierto con un traje espacial y una pistola “mata malas vibras”. Basta con que
comiences a ubicar en dónde estás parado y hacia dónde quieres caminar, y si lo que
haces, dices, comes, recibes y das hoy te acerca o te aleja del sitio hacia donde quieres
dirigirte.
No necesito nada
Literalmente aprendí a tragarme mis necesidades en muchas ocasiones, como decir algo
que no me gustaba o no pedir algo que requería, con tal de no pasar por la incomodidad
de poner a otra persona en circunstancias estresantes.
Mi papá, a quien amo con todo mi corazón, procuraba darnos todo lo que podía,
pero él vivía en el límite de la adrenalina, salir con él era toda una aventura. Nos
regresábamos por la carretera federal de Cuernavaca con la reserva del tanque de
gasolina, viajábamos sin dinero ni dirección clara, se descomponía el coche y mil
historias que hoy suenan de caricatura. Yo recuerdo que cada vez que nos dejaba en
casa, me quedaba pegada a la ventana de mi cuarto que daba a la calle, rezando para que
no le fuera a pasar algo. Lo sentía inmensamente vulnerable y necesitado, así es que
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cuando yo requería algo, me costaba mucho pedírselo porque sentía que se iba a vaciar y
que lo pondría en aprietos, así es que prefería protegerlo de algún modo y me comía mis
propios requerimientos.
Cuando viví en casa de mis abuelos, me sentía tan poco merecedora, que ya con
estar ahí sentía que era demasiada carga, así es que tampoco me atrevía a pedir. Sin
embargo, por otro lado, de pronto pedía de más. La claridad para discernir lo que era
natural y lo que era excesivo no era lo mío, y al día de hoy me sigue confundiendo.
Como no sabía que hay puntos medios, mejor decidí no necesitar, porque me daba pavor
exponerme a un reclamo, una burla y, por supuesto, a una dolorosa negativa.
Durante una sesión del taller Comiéndome mis sentimientos, constantemente
pregunto a los asistentes cómo están y qué necesitan. Es increíble que a la mayoría le
cuesta muchísimo trabajo descifrar esas dos preguntas, siendo que no tienen más que
contactar con ellos mismos, es decir, no les pregunto sobre ningún concepto, ley,
probabilidad o teorema.
¿Por qué nos cuesta tanto trabajo reconocer qué necesitamos
realmente?
Una de las razones que podría dar es que en algún momento de nuestra vida, aprendimos
que hacerlo era malo, riesgoso o inútil, y para ilustrarlo te cuento dos historias que fueron
contadas en una sesión del taller.
Rosalía es una mujer de aproximadamente 60 años, madre de tres hijos, quien ha
vivido en un constante sube y baja no sólo de peso, también de estados de ánimo,
emociones y experiencias. Se ha sometido a dietas de solamente 400 calorías diarias
(cuando el promedio recomendable son 1700-2000), ha llegado a pesar 45 kilos, aun
cuando su estructura, altura y edad no van de acuerdo con ese peso, y todo esto
acompañado de su correspondiente extremo: atracones fuera de control, subidas de peso
abruptas y constantes.
Vive en reverendas batallas y ha intentado cualquier cantidad de métodos para bajar
de peso y mantenerse. Esto la ha tenido tan ocupada que se ha olvidado de ver sus
verdaderas necesidades. Durante un ejercicio que hago continuamente en el que pregunto
a las asistentes qué necesitan, Rosalía contestaba en cada ocasión: nada. —Nada significa
¿quedarte como estás?, ¿mantenerte en silencio?, ¿que deje yo de hablar contigo?, ¿que
continúe?, ¿secarte las lágrimas? —le contesté. Su cara era de extrañeza y pedía a gritos
que yo dejara de “atormentarla”. ¿Por qué? Porque no tenía idea de qué necesitaba.
Revisando su historia, nos compartió que sus padres eran sumamente estrictos. En una
ocasión, ella, a sus siete u ocho años, encontrándose muy hambrienta, fue hasta el cuarto
de su madre para pedirle algo de comer. Sin embargo, ésta se encontraba dormida y
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Rosalía decidió ir directamente a la cocina y comerse un par de albóndigas que encontró.
Estaba terminando, cuando su mamá apareció y furiosa le reclamó que estuviera
comiendo. Después, entre gritos y amenazas, la obligó a comerse tres platos llenos de
albóndigas. “Tenías hambre, ¿verdad? ¡Pues ahora trágate todo esto para que se te quite
y aprendas a no tener hambre cuando no es hora!”, le dijo.
¡Al recordarlo había mucho enojo y frustración en su cara! Lo que esa pequeña en su
mente registró fue: “Si expresas tus necesidades, serás castigada”. Porque no sólo se
trataba de hambre de albóndigas, también aprendió a callar su enojo, su necesidad de
atención, su tristeza, su necesidad de reconocimiento, etc.
Algo parecido le ocurrió a Rosa María, madre de dos jóvenes de 26 y 29 años, quien
decidió en algún momento de su vida que necesitar de alguien más era peligroso. Ella
recuerda que cuando la cambiaron de escuela, sintiéndose sola y desconociendo el nuevo
espacio, se encontró con una conocida y se acercó emocionada a saludarla y ésta le
contestó con un: no te conozco. Rosa María se quedó tan sorprendida, asustada,
traicionada, rechazada y defraudada, que decidió no hablar con nadie en la escuela los
próximos tres años. Pasados los años, cuando fue engañada en su matrimonio, se
fortaleció aquella decisión y se cerró a cualquier posibilidad de relación. Fue tan duro el
dolor del rechazo y la traición que se “blindó” para no volverlo a sentir, convirtiéndose en
una mujer fuerte, guerrera insensible a sus necesidades. Contactar con la necesidad es
contactar con la peligrosísima posibilidad de depender de alguien más y eso es algo con lo
que ella decidió no volver a hacer contacto.
Y tú… ¿Sabes qué necesitas? ¿Te es fácil contactar con esa parte vulnerable de ti?
Es increíble a qué grado dejamos de contactar con nuestras necesidades, con tal de
no sentir la vulnerabilidad de darnos cuenta de que, nos guste o no, necesitamos de los
demás. ¡Ojo! Reconocer tus necesidades no es igual a volverte una persona necesitada e
incapaz de sobrevivir sin los demás, es hacerte cargo de ti y así poder reconocer qué
necesitas, y esto incluye desde un abrazo, poner límites o alejarte de una persona hasta
pedir ayuda.
Negar nuestras necesidades sería también negar la capacidad de Dios para ayudarnos.
A veces nos es muy difícil descubrir nuestras necesidades, porque no somos ni
siquiera capaces de reconocer qué deseamos, qué nos gusta, qué nos hace felices.
Cuando les pido a quienes asisten a mis talleres que coman lo que en realidad les gusta, a
la mayoría acuden muchos sentimientos encontrados; por un lado, la felicidad y la
liberación por permitirse hacerse caso, pero por otro, se aterran porque sería igual a
firmar su sentencia de muerte; tomar la responsabilidad de sus propias decisiones asusta
demasiado, especialmente las que tienen que ver con asumir que merecen disfrutar
bocados deliciosos.
Yo recuerdo que después de tantas dietas y malos tratos que me di a mí misma,
comer algo rico era igual a abandonar la lucha, pasarla bien era igual a estar atentando
contra mi promesa de pasarla mal para estar bien. Suena ilógico, ¿verdad? Porque en
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realidad lo es, pero mi distorsión me hacía creer que era obvio. Si pudiera escuchar la
oración oculta que me repetía cada vez que pasaba algo bueno era: “Si estás pasándola
bien, es porque estás haciendo algo mal”.
Prefiero cargarme yo sola
Un día fui a desayunar con una prima muy querida y casi sin darme cuenta, pasé de ser
la acostumbrada contenedora a la inusual contenida. Es decir, comúnmente, soy yo quien
escucha y logra que quien está frente a mí se vulnere. Esta vez ocurrió al revés, cuando
me di cuenta, me había puesto verdaderamente vulnerable ante Vero y ella calmadamente
me acompañaba, consolaba y sostenía. Cuando acabó la reunión y subí a mi coche, me
invadió un sentimiento que me apretaba el pecho, me recorría todoel cuerpo y me
provocaba salir corriendo no sólo de donde estaba (cosa poco viable porque iba
manejando en una vía rápida), sino de mí misma. Me costó trabajo reconocer qué me
estaba ocurriendo hasta que superando la enorme incomodidad de la que estaba siendo
presa, contacté con la sensación de vulnerabilidad y dije: me incomoda mucho sentirme
vulnerable, me asusta caerme y que alguien esté ahí para levantarme. Después de
escucharme, me quedé paralizada ahora de miedo. Me pregunté por qué tendría tanto
miedo de sentirme contenida y la respuesta fue: ¡me aterra que alguien me cargue porque
yo peso mucho!
De inmediato comencé a llorar como una niña chiquita, recordé esa sensación común
de sentirme pesada, no sólo en lo que a peso corporal se refería, me sentía pesada por
dentro, me sobrepasaban las dudas de si sobreviviría yo sola tanto descontrol, me
abrumaba sentir tantas cosas que no sabía si eran válidas o no… Sentía que mi existencia
estorbaba, que no podía compartir con nadie lo que me ocurría, que todos estaban
demasiado ocupados como para atenderme, me daba vergüenza importunar porque creía
ciegamente que no tenían por qué hacerse cargo de alguien tan intensa como yo.
Claro que eso lo lleve al terreno corporal y juré que nunca tendría novio porque si
algún día me trataba de cargar, se rompería; cancelaba planes de última hora, si veía que
me correspondía el lugar trasero del coche, porque temía que al pasar un tope mi peso
hiciera que se rompiera por abajo; pensar en cualquier actividad que incluyera
movimientos como subir a una lancha, moto, carreras, relevos, etc., era tan amenazante
que me excluí de muchos momentos divertidos.
¡Pues todo esto volvió a mí mientras yo manejaba por la ciudad! Me sentí tan
expuesta en la plática y al mismo tiempo tan acogida, que mi sistema de alerta se puso a
100. Me di cuenta que me es muy difícil hacer intimidad real con las personas, porque en
mi fantasía me digo que no van a poder conmigo cuando se den cuenta lo pesada que
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soy, y como es un riesgo que prefiero no correr, me mantengo cargándome, pero no sólo
a mí, cargo también el peso que sí les corresponde a otras personas con tal de no “darles
molestias”. Y tristeza me da darme cuenta que lo que pensé que liberaría a los otros y me
acercaría a ellos hoy resulta al revés: cargándome a mí misma con todo y el peso de los
demás, me ha hecho un caparazón enorme que me ha alejado más.
Hace poco le platicaba a mi terapeuta que me agobiaba mucho que alguien que ha
sido un gran apoyo para mí me “cargara” tanto, que me daba miedo qué pasaría si algún
día le pesaba mucho y no sabía qué hacer conmigo. “Lari, no merezco que me dé tanto,
me asusta porque no sé cómo pagarle”. Se me quedó viendo con mucha ternura y me
contestó: “Ella te ayuda porque quiere y porque al hacerlo también ella obtiene ventajas
como tu compañía, tu proyecto y tu talento. ¿Quién te dijo que tú decides hasta dónde te
quieren ayudar los demás?”. ¡Pum! ¡Me mató una creencia que yo llevaba guardando
cautelosamente durante gran parte de mi vida! Yo no tenía que sobrecargarme para no
alejar a los demás, ni tenía que estar pendiente (al borde de la locura) de cada reacción
del otro para saber si yo estaba haciendo bien las cosas. Sentirme tan pesada ha tenido
por supuesto sus ganancias; insisto en decir que mi peso, llevado a la octava potencia en
mi mente, fue el gran rescatador de mi adolescente perdida que si se hubiera sentido
ligera y segura no sé en cuántas camas y en cuántos vicios hubiera terminado. Tenía
pánico a tener relaciones no por los sermones de las monjas ni por el miedo al contagio
de alguna enfermedad, sino por el terror de mostrar mis lonjas.
Me fue más fácil cargarme sola porque, de algún modo, hacerlo me permitía librarme
de las expectativas, los reclamos y las obligaciones, me permitía no hacerme responsable
de lo que hacía en relación con el otro porque no le daba ni siquiera entrada a mi mundo,
cargarme a mí sola me daba el privilegio de portarme como yo quería sin dar
explicaciones ni deber favores. Claro que esto tuvo consecuencias y hoy trabajo
arduamente en aceptar ayuda de los demás y sobre todo en no reclamar, porque de
alguna manera, en el fondo pedía a gritos librarme de tan pesada carga.
Esta pesadez que me acompañó por tanto tiempo casi me hizo olvidar que mis alas
estaban esperando para llevarme a volar.
Más allá de dar y recibir
Y hablando de este enorme miedo a recibir y mi tendencia a tragarme todo, me parece
importante plantear algunas reflexiones acerca del acto de dar y de recibir.
¿Qué prefieres tú? ¿Dar o recibir?
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A la mayoría de nosotros se nos enseña desde pequeños a dar, es muy común que las
mamás, los papás, los maestros, etc., dejen salir frases como: “Mi’jito, dale de tus dulces
a tu amiguito”, “dale un beso grande a la abuela”, “si te portas bien, le darás una enorme
satisfacción a tus papás”, “dale a tu marido la enorme alegría de ser padre”, “dame la
dicha de ser abuela”… Y así vamos aprendiendo que dar es algo bueno que pone
contentas a las personas y que, claro, también nos da satisfacción a nosotros. Rara vez
nos dicen: “Recibe los halagos que te hacen”, “acepta y reconoce tus cualidades”…
Nos han enseñado que el dar debe ser incondicional, sin embargo, por más
iluminados, humildes y bondadosos que seamos, es muy difícil que no esperemos algo a
cambio; esa ganancia puede ser desde la satisfacción de ver a la otra persona feliz hasta
llenarnos el alma con una buena acción.
¿Pero qué otras ganancias nos otorga el dar?
• El dar nos mantiene de cierta manera “en control”, damos lo que queremos dar,
a quien se lo queremos dar y en el momento que nosotros lo decidimos.
• Es común creer que el dar es la llave para recibir exactamente de la misma
manera en que nosotros damos. Creemos que está en nuestro poder la reacción
del otro.
• Dar también nos permite “ser buenos”, “expiar culpas” y “ganarnos el cielo”;
éstas son programaciones sumamente arraigadas en muchos de nosotros.
• El Dar nos pone en situación de ventaja ante el otro. “Yo ya te di, ahora me
tienes que… (hacer caso, tratar bien, acompañar, hacer favores). Éste es el
favorito de las madres sumisas.
¿Qué ocurre con el acto de recibir?
Al preguntar qué preferían, si dar o recibir, y por qué, la mayoría de las personas
contestó que dar y hubo tendencias importantes en el tema de recibir, por ejemplo:
“Cuando recibo me da pena, incluso podría decir que me siento chiquita, como si no
lo mereciera”.
“Yo nunca he sabido recibir, me cuesta mucho trabajo, me hace sentir mal en el
sentido de que a veces no he tenido la oportunidad de responderles como yo quisiera”.
“Me cuesta recibir, siento no merecer o que me comprometo a devolver eso que me
dan”.
“Aprendí que no soy digna de recibir cosas buenas y que para que me quieran hay
que dar y darse con actos humillantes”.
“Me enseñaron que recibir compromete”.
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“Cuando alguien me da, me pone en deuda y eso me asusta”.
Recibir es un acto que tiene que ver con el valor que tenemos de nosotros mismos,
aprendimos algunos por la buena y otros por la mala que para recibir hay que dar mucho,
así que no es de extrañarse que muchas personas han aprendido a no necesitar para
evitarse el costo de dar.
De alguna manera, siempre hacemos intercambios, damos y recibimos
constantemente, pero…
 
¿Qué implica recibir?
• Recibir implica soltar el control, ya que por más que así lo queramos y lo
planeemos, lo que llega a nosotros tiene la libertad de hacerlo como quiera,
cuando quiera y en la cantidad que quiera. No es lineal, yo puedo
aparentemente dar poco porque ése es el valor que le pongo a lo que hago y, en
realidad, a otra persona le puede parecer justo lo que necesitaba o incluso
excesivo. O al contrario, puedo según yo estar dando todo y como no es lo que
necesita el otro, para él lo que yo doy puede ser poco.
• Recibir nos pone vulnerables, porque como explicaba, no tenemos el control de
cuánto vamos a recibir.
• Recibir para muchos significa comprometerse con quienle da, sea una persona,
la vida o Dios. “¿Y ahora qué me va a pedir?”.
• Recibir puede implicar culpa, ya que podemos sentir que es demasiado y hay
tanta gente sufriendo…
• Recibir implica tener la humildad de aceptar.
• Recibir es darle al otro la oportunidad de dar.
Ahora, también existen los casos de quienes sólo reciben y no dan, y eso los pone
también en desequilibrio, ya que al dar obtenemos mucho más de lo que pensamos.
Esto no quiere decir de ninguna manera que dar no sea hermoso, de hecho, pienso
que es una de las grandes cualidades que tenemos y una de las maneras de afinar y
equilibrar nuestra vida. Sin embargo, se nos olvida frecuentemente que saber dar también
requiere que sepamos recibir, si no, en algún momento ya no tendremos qué dar.
En la comida como en la vida, el bienestar ocurre cuando estamos en equilibrio…
Ámate de tal manera que ante una separación
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te quedes con la mejor parte: contigo
Escuchamos constantemente que la principal forma de hacer algo por nosotros y de amar
al mundo es amándonos a nosotros mismos. ¿Alguien me explica cómo se hace eso? El
amor nos pone en una de las situaciones más vulnerables, por eso nos da tanto miedo
involucrarnos de verdad en una relación. Hay para quienes la forma de alejarse es
justamente acercándose demasiado a la otra persona. ¿Para qué? Para hacer que la otra
persona corra y entonces no arriesgarse a la intimidad. Claro, no lo vemos así de fácil,
aparentemente es el otro quien nos aleja y con esa teoría, por cierto bastante dolorosa,
preferimos quedarnos, en lugar de aceptar que nos aterra poner nuestro corazón en las
manos de alguien más. ¿Qué ocurre cuando esa relación íntima también la evitamos con
nosotros?
El amor requiere aceptación, compromiso, incondicionalidad, intimidad, confianza,
responsabilidad y, sobre todo, un gran conocimiento de nosotros mismos.
Imagina que dejaste que alguien más empacara tu maleta, la subiera al coche y la
documentara al avión en el que vas a viajar. De pronto, llegas a tu destino y te aterra ver
que hay cientos de maletas parecidas a la tuya y, para colmo, sin tarjeta de identificación.
Se te paraliza el corazón nada más de pensar que es probable que no vuelvas a ver tu
maleta porque ni siquiera sabes cuál es, ni qué contiene. Quieres entonces adueñarte de
todas las que ves a tu alrededor para “asegurarte” de que nadie se lleve la tuya, sin
importar que tú estás tomando seguramente la de alguien más.
Algo parecido ocurre cuando ni siquiera sabemos quiénes somos con claridad ni qué
deseamos ni con qué contamos. Nos aterra perdernos en el otro y para encontrarnos
creemos que necesitamos apoderarnos de alguien o algo más.
Uno de los sentimientos que más nos daña es justamente cuando creemos que tener
al otro es tenernos a nosotros mismos, y nos desgastamos en acciones sumamente
destructivas tanto para nosotros como para quienes nos rodean. Intentamos por todos los
medios pertenecer al otro, ya sea tomando el papel de víctimas, victimarios,
controladores, sumisos, indefensos, carentes, necesitados, etc. Y digo el papel porque en
la más pura realidad ¡nosotros no somos nada de eso! Somos seres completos que
olvidamos que lo somos. Claro que requerimos la compañía y la relación con los demás
para ir completando las piezas de nuestro propio rompecabezas, pero ellos no son las
piezas en sí, son los facilitadores que la vida nos ha dado para encontrarnos con nosotros
mismos.
Cada persona que llega a nuestras vidas es un mensajero, sin embargo, cuando no lo
tenemos claro, confundimos al mensajero con el mensaje y queremos simplemente
apropiarnos de él, cayendo en relaciones de miedo, codependencia y esclavitud.
A medida que nos vamos “enamorando” de nosotros mismos, aceptándonos,
honrándonos, respetándonos, cuidándonos, reconociéndonos, siendo divertidos,
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amorosos, amables, congruentes y nos habitemos con más frecuencia, la sensación de
estar será tan grata, tan completa, que aun ante el dolor de una pérdida o una separación,
la compañía que nos brindamos hará menos lastimoso el proceso, sabiendo que nuestra
compañía siempre está ahí, que nos quedamos SIEMPRE CON LA MEJOR PARTE…
¡NOSOTROS!
Prefiero no tener por el miedo a
perderlo
Hace unos meses toqué intensamente el dolor de la ausencia a partir de una relación
amorosa. Me vi aprisionada por mucha confusión, mucho dolor y, sobre todo, un deseo
de saber por qué me pasaba esto a mí en un momento que pensaba que la estabilidad
había llegado a mi vida. Una de las heridas más fuertes que se me destaparon fue la de
darme cuenta que por más que yo sufriera, pateara, llorara y me hundiera, esa persona
no iba a regresar a mi lado. Esa sensación, aunque un tanto apaciguada, no era nueva,
me había acompañado por mucho tiempo. Decidí entonces escribir acerca de esa
ausencia que estaba detonando en mí tanto dolor: “Tengo un gran temor a la ausencia de
mis padres, a perder estabilidad, paz, certeza, el no saber dónde voy a quedar, me asusta
mucho. ¿Cómo es posible que no se dieran cuenta de la presencia de su ausencia en mí?
Se las intenté mostrar tanto, que me llené de presencias dolorosas para no tocar el gran
vacío que ellos dejaban. Pero no eran ellos, era su presencia, su atención. Siento un
dolor y una fijación fuerte hacia los momentos vividos; es el dolor de algo que se me
arranca, el miedo de que nada vuelva a ser igual”.
Cuando terminé de escribir, mi postura literalmente era la de una niña en posición
fetal, asustada, necesitada, esperando que alguien viniera a rescatarme, pero al mismo
tiempo cerrada a que la ayuda entrara. Al cerrar los ojos visualizaba como una especie de
precipicio entre mi pecho y mi estómago y a aquella persona que se alejaba de mí.
Entonces vino una noción que cambió el sentido: “Esa ausencia, ese vacío, ese
precipicio… es tuyo”. Y decidí en ese momento abrazarlo, tomarlo aun cuando doliera,
saber que era mío me hizo brotar un instinto de profundo amor a mí misma, a esa parte
mía que hoy se quedaba vulnerable, porque aunque la presencia de alguien más había
hecho que no se sintiera, realmente estaba ahí, en carne viva, esperando que yo la
sanara. A partir de ese momento, dejé de huir y de fantasear con la idea de que alguien
vendría a quitarme esa sensación. Abracé mi dolor, hice presencia en mis ausencias y
pude ver cómo atrás del amargo sabor de la pérdida se vislumbraba la tenue luz de las
nuevas posibilidades. El vacío se convirtió en un mar de oportunidades; de pronto, la
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ausencia dejó ver lo grande y profunda que es mi capacidad.
No dejó de doler inmediatamente, simplemente ya no me resistí a que ahí estuviera;
y con el tiempo comenzó a acomodarse, dejándome mucho más “entera”, mucho más
cargada de nuevas experiencias.
Mi primera lectura ante este evento fue que yo ya no quería volver a enamorarme
con tal de no volver a sentir eso. La segunda fue mucho más positiva: el terreno ahora es
más fértil, ya me arriesgué a tocar el dolor de la pérdida, ahora puedo arriesgarme a
tener, porque ahora sé que puedo hacer presencia en ambos. La presencia ya ocurre.
Generar deuda
Se me quedó muy grabada una plática que nos impartieron en el colegio de mis hijas
acerca del reciclaje y de cómo separar basura. Eso no era algo nuevo, lo que me llamó la
atención fue el siguiente precepto: “No sólo es importante separarla, el reto es no
generarla”.
¡Claro! Me causó tanta lógica ese comentario que de inmediato lo llevé a otros
terrenos.
Quienes acudimos a sesiones de terapia, cursos o cualquier tipo de sanación, en
realidad lo hacemos porque hay cosas de nosotros que se han quedado sin resolver a lo
largo de mucho tiempo, al grado que ya no sabemos qué hacer con ellas y que
literalmente, al igual que la basura acumulada, ¡apestan! El primer paso, al igual que lo
que ocurre con los desperdicios, es darnos cuenta que está ahí, después comenzamos a
separarlos y por último a poner en su lugar cada cosa. Algunas ideas o vivencias se
pueden reciclar, algunas creencias se irán al botadero y una que otra podemos dejarlatal
y como está porque así consideramos que la necesitamos.
Lo interesante es cómo, a partir de la toma de conciencia, logremos dejar de generar
estos pensamientos, estas conductas y reacciones que nos han envuelto en estados de
desesperación, peso y desorden.
Y aquí se me ocurren algunas recomendaciones:
No le cargues la mano a la creencia. “Cuando yo sea delgada, seré feliz”. Es
demasiada carga poner toda nuestra estabilidad, felicidad, certeza, pertenencia,
plenitud, libertad, belleza, aceptación, etc., en una creencia, estado, persona o
evento. Lo que muy probablemente ocurrirá es que cualquiera de estos últimos se
querrá “sacudir” tanta carga y te la aventara con tal fuerza que quedarás
derrumbado.
No endeudes tu futuro con ideas como “mañana que vea a mi pareja seré feliz” o
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“cuando me coma el dulce de leche que me traerá mi amiga, quedaré totalmente
satisfecha”, porque si no se cumplen, estarás llenándote de la “basura” producida por
la insatisfacción.
No te llenes de más creencias limitantes, no acumules resentimientos, no te ahorres
palabras de amor ni dejes límites guardados. Si tienes algo que hacer, hazlo, no des
por hecho que mañana tendrás más energía o más ganas, no cargues a tus días.
No dibujes tu existencia con palabras ofensivas ni pensamientos destructivos, todo lo
que te dices se va acumulando.
No hagas predicciones acerca de cómo te deberás de sentir siendo talla 2, 5 o 16.
Deja libre tu vida para que en cada momento sientas lo que le corresponde. Imagina
qué incómodo sería que alguien se sentara junto a ti y te dijera cada día de tu vida,
con cada persona, en cada situación, con cada bocado y en cada segundo, cómo
debes sentirte, hablar, comportarte y actuar. ¡Qué agotador y qué limitante sería! ¿No
crees?
Y volviendo al tema de la basura con el que inicié este párrafo, te invito a que te hagas
consciente de qué tanta basura genera la comida que te llevas a la boca. Entre más
envolturas, bolsas, charolas y tapas tenga, más cuestiónate qué tanta basura provocará
también en tu cuerpo.
Recuerda que en la comida como en la vida, entre más adornos tenga y más
llamativa sea la presentación, entre más complejo te sea descifrar los sabores y los
colores, entre más conservadores requiera y más “perfecta” se presente la comida, más
engaños puede tener tanto para los sentidos como para tu mente. No quiero decir que la
comida deba de ser fea para ser auténtica, sólo me parece interesante reflexionar que
entre más naturales sean las cosas, más fácil nos será tomar decisiones asertivas. Lo
mismo ocurre cuando se presentan en nuestra vida personas que nos hacen demasiadas
promesas, que tienen demasiado interés en mostrarnos sus atributos y en llamar a como
dé lugar nuestra atención con ofrecimientos exuberantes, nos seducen demasiado y eso
nos confunde. Al igual sucede con quienes se colocan tantas máscaras al grado que
acabamos perdiéndonos sin saber de quién nos enamoramos o de quién nos hicimos
amigos, ni qué parte de nosotros se enganchó.
El mejor empresario
Algunas de las cualidades que debe tener quien está a cargo de una empresa son saber
detectar y usar adecuadamente las fortalezas, debilidades y habilidades de cada
empleado, tener la sensibilidad para reaccionar de la manera más adecuada en diferentes
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situaciones, reconocer los terrenos en donde su equipo tiene más ventajas, visualizar
claramente objetivos, estar atento a las situaciones de riesgo, etc.
Para lograr sus metas, requerirás tener diferentes especialistas, con diferentes
temperamentos y capacidades. Imagina que tú eres quien está a cargo de la empresa más
importante de todas: ¡TU PROPIA VIDA!
Tienes departamentos encargados de diferentes asuntos y para cada uno de ellos
existe un “gerente” responsable de dar los resultados que se esperan. Tú, como buen
director general, sabes que no le vas a pedir al director de finanzas el diseño de la portada
de la revista interna, ni vas a poner a cargo del director de mantenimiento la elaboración
del contrato con un nuevo socio comercial. Sabes qué pedirle a cada quien.
¡Lo mismo ocurre con nuestra vida! Estamos, por así decirlo, “divididos” en
diferentes gerencias, que llamaremos para efecto práctico “Yos”. Tenemos a nuestro “Yo
emprendedor”, “Yo miedoso”, “Yo víctima”, “Yo determinado”, “Yo compulsivo”, “Yo
callado”, “Yo berrinchudo”, “Yo avaro”, “Yo ordenado”, “Yo eficiente”, “Yo temeroso”,
“Yo inseguro”, “Yo cuidadoso”, “Yo protector”, “Yo asertivo”, “Yo lastimado”, “Yo
molestón”, “Yo catastrófico”, “Yo pragmático”, “Yo castigador”, “Yo libre”, “Yo
brillante”, “Yo efusivo”, “Yo simpático”, “Yo amargado”, “Yo valiente”…
Cuantos “Yo” se te ocurran existen en ti. Ahora, ¿qué hacer con ellos?
Obsérvalos: dedícate a ser simplemente un observador de ti mismo, aprovecha cualquier
situación para estar al tanto de lo que haces, cómo reaccionas, qué palabras dices, qué
piensas, qué impulsos se manifiestan, qué frases utilizas, cómo te sientes ante la
situación…
Cuestiónalos: amable pero firmemente haz preguntas como: ¿quién eres?, ¿qué
necesitas?, ¿estás enojado?, ¿tienes hambre?, ¿quieres salir corriendo?, ¿tienes miedo?,
¿cuántos años tienes?
Identifícalos: a medida que tu indagación te lo permita y sin presionarte, comienza a
darle nombre a esos “Yo” que aparecen y checa si gritan, si hablan quedito, si son
llorones…
Valídalos: utiliza frases como: ahora entiendo, eres el “Yo controlador” y estás asustado
porque no te han explicado el plan completo de lo que vamos a hacer este fin de semana.
Evalúalos: como director general que eres, tienes la perfecta capacidad de saber a quién
necesitas contactar dependiendo de la situación y del momento. Si quien está
reaccionando es el “Yo violento”, será tu responsabilidad sacar de la banca a tu “Yo
firme” para que lo ponga en su lugar y tome el mando.
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Haz acuerdos: por ejemplo, supongo que eres el “Yo indefenso”, entiendo que te sientas
asustado por los gritos que nos pegó el jefe, ahora voy a pedirle al “Yo objetivo” que
analice la situación y ponga los límites necesarios.
Cuando podemos vernos como muchas partes pertenecientes a un todo, en el que el todo
es mucho más que sus partes, será más sencillo trabajar. Pesa mucho pensar que “soy un
desastre universal”. Ante esa declaración, no hay mucho qué hacer, cualquiera queda
agotado aun antes de iniciar la batalla. Es muy diferente decir: una parte de mí está
entrando en desequilibrio, pero otras partes de mí están muy bien sostenidas y listas para
apoyar.
Revisa cómo te sientes al decir: ¡mi vida se cae a pedazos! Desgarrador, ¿no?
¡Abrumador! Ante un panorama como éste habrá quien con toda razón diga: ¡yo mejor
me retiro! Es preferible decir: una parte de mí está dañada.
Cuando hables con cualquiera de tus “Yos”, asegúrate de “llevar evidencia”, es decir,
desarma sus argumentos con hechos reales. Por ejemplo, cuando te escuches diciendo
“todo me sale mal”, cuestiónate: “¿De verdad TODO ME SALE MAL? Si fuera así no
tendría un título universitario, ni hubiera llegado a mi casa sano y salvo ni tendría mi ropa
lavada ni estarías aquí parado alegando conmigo”. Te invito a que replantees la
afirmación por algo más asertivo para que puedas trabajar directamente en ella.
Con esto te quiero transmitir que nosotros somos mucho más que nuestra
compulsión, nuestras heridas, nuestros abandonos, nuestros miedos… ¡Somos algo
mucho más grande que eso! Somos seres tan fascinantes que sería un verdadero
desperdicio rebajarnos al nivel de víctimas de las circunstancias.
A medida que logramos trascender nuestras creencias, resistir nuestros impulsos,
vencer nuestros miedos y escuchar el llamado de nuestros verdaderos deseos, vamos
descubriendo los magníficos dones y capacidades que tenemos no sólo para disfrutarlos
nosotros mismos, sino para compartirlos con el Universo.
Si no lo vi, no pasó
Una de las acciones que merman de manera significativa las ganancias de una empresa es
el famoso robo hormiga. Éste ocurre casi sin que se note, cuando alguno o varios
empleados sustraenartículos poco a poco, o hacen uso de los activos de la empresa para
su beneficio personal, como imprimir la tarea de sus hijos, robarse rollos de papel de
baño, quedarse con los cambios después de un encargo, no reportar alguna comisión
completa, etc. Es tan sutil que resulta a veces imposible detectarlo cuando está
ocurriendo y en la mente de quien lo realiza surgen ideas como: “Tienen tanto que ni
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cuenta se van a dar y ni les va a afectar”. Sin embargo, sí afecta y más de lo que creen.
Algo similar ocurre con la comida; es común que pensemos que la orillita del pastel
no cuenta, ni la mordida al sandwich del esposo, ni el puñito de cacahuates que agarraste
de la alacena, ni las cinco cucharadas de sopa que comiste mientras la preparabas, ni el
pedazo de pizza frío que agarraste del refri, ni las dos papas que le tomaste a tu hijo
mientras se distrajo… ¡SÍ CUENTA! No sólo porque te vaya a engordar o no, sino
porque en verdad entró a tu cuerpo y tú aparentemente ni cuenta te diste. Te das el
“permiso” de no asumirlo distrayéndote. Es una forma de escaparte una vez más de lo
que ocurre contigo y para ti.
Y esto no es lo más grave… de pronto te preguntas por qué las personas a tu
alrededor son ofensivas y no te das cuenta que no dejas de decirte a ti mismo cosas
como: “Eres una imbécil, dejaste las llaves del coche adentro” o “no doy una”, “soy una
cerda atascada”, “parezco retrasada mental”, “no tengo remedio”, “soy de lo peor”, y así
cientos más que piensas todo el día. Y pensamos que como las decimos por costumbre y
sin intención de ofendernos, no cuentan. ¿Pero qué crees? ¡SÍ CUENTAN! Y mucho.
Nuestra mente no tiene sentido del humor y el Universo tampoco, nos crea exactamente
lo que declaramos.
Algo así me hizo notar mi terapeuta cuando me quejaba amargamente de que no
tenía dinero ni para taparme mi maldita muela, se lo repetí por lo menos cuatro veces en
un periodo de diez minutos. Se me quedó viendo y me dijo: “Concedido”, mientras más
lo digas, más le das forma y te lo confirmas. Me di cuenta que con todo y que me
considero una persona que ha cambiado mucho sus pensamientos y procuro tratarme
amorosamente, sigo repitiendo este “robo hormiga” directo a mi felicidad, a mi
prosperidad y mi autoestima.
Para frenar este proceso, es importante volvernos observadores de qué nos decimos
y cómo nos tratamos aún en los detalles aparentemente inofensivos. Este trabajo lleva
mucha práctica, decisión, consistencia y constancia. La inercia es tanta, que soltamos
tantito la palanca y se vuelve a regresar.
Escucha las cosas que dices de ti ante tus amigas o tu pareja, a lo mejor suenan muy
chistosas, pero recuerda que con risas o sin ellas, el mensaje se propaga.
¿Veo lo que quiero ver? o ¿veo lo que me
corresponde ver?
Cuando decidí cambiar mi coche por una camioneta, era tan emocionante que los días
previos a la compra y a la entrega, mis hijas y yo teníamos un juego que consistía en
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contar cuántas camionetas iguales a la que estábamos a punto de recibir veíamos durante
nuestros trayectos. Era impresionante cómo nuestra mirada estaba alerta y no había una
que se nos escapara. Una de mis hijas me hizo el siguiente comentario: “Qué curioso,
mamá, antes de tener el coche, pensé que había más camionetas que coches, cuando ya
lo tuvimos, pensé lo contrario; y ahora que volvemos a tener una camioneta, veo más de
ellas y especialmente de la que vamos a tener”. Le expliqué que no dejan de haber más
coches o menos camionetas, simplemente ella cambiaba su foco de atención a algunos en
particular. Esa observación me hizo reflexionar en que cuando estamos en cierta sintonía,
es decir, nuestra mente está atenta a algo en particular, de pronto es como si el universo
conspirara para que lo que vemos, leemos, escuchamos y vivimos tenga que ver con eso
a lo que damos atención. No es que lo demás no exista, igual que en el ejemplo del
coche.
Mientras haya un paso que dar, habrá un
camino que recorrer
Esperamos que nos llegue el momento adecuado, la palabra perfecta, la luz verde para
comenzar a hacer las cosas, que alguien nos tome de la mano y nos jale o nos dé un
empujón… Y como la mayoría de las veces no nos llega ese llamado del cielo, nos
quedamos sentados a ver la vida pasar. ¿Te ha ocurrido?
A mí sí y muchas veces, no sólo esperaba a que me llegara el momento justo, sino
que por mucho tiempo dejé de hacer, aguardando que alguien me diera permiso. ¿Quién
era ese alguien? ¡Ni siquiera lo sé! Una imagen, una fantasía, un… alguien que le diera
validez a mis deseos y ocurrencias.
Regina, muy decidida, me comentó en una de las sesiones del taller Comiéndome mis
emociones: “Ahora que encuentre la razón por la cual fumo, voy a dejar el cigarro”. Yo
le contesté: “Mejor deja de fumar y aparecerán las razones por las cuales lo haces”.
Cuando esperamos hasta tener explicaciones claras y precisas para hacer las cosas,
utilizamos una vez más un escondite para no ver lo que creemos que puede destruirnos.
Por el contrario, si damos pasos aun sin tener “razones”, se abren panoramas que ni nos
imaginábamos. Volviendo al caso de Regina, si deja de fumar un día y habita la
incomodidad que seguramente aparecerá, muy probablemente comenzará a sentir:
desesperación, angustia, miedo, soledad, etc. Y es justamente ahí, en esos sentimientos
que van a surgir, en donde puede encontrar las respuestas que necesita acerca de por qué
necesita fumar, que tendrán que ver con explorar ¿miedo a qué o a quién?,
¿desesperación de no obtener qué?, ¿soledad de no estar con quién?
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Dar pasos implica salir de zonas que se han vuelto “confortables”, aunque en la
realidad sean todo lo contrario. Vivir así, en estos territorios desde los cuales aprendimos
a relacionarnos para integrarnos a un mundo que en muchos momentos nos parecía hostil
y peligroso, es vivir desde la barrera, sin ensuciarnos, lo cual también implica no estar
presentes en esto que se llama nuestra vida, nuestra gran oportunidad de apreciar lo que
somos, explorar, arriesgar y atrevernos a potenciar nuestras capacidades, que valga
decirlo, si tuviéramos una mínima conciencia de lo que somos, no habría forma de que
decidiéramos lastimarnos, cuidarnos y bendecirnos cada instante.
Y cuidarnos no es estar a dieta, ponernos colágeno o asistir todos los días al salón de
belleza, es saber decir frases como: sabes rico, pero no me das bienestar. Y esto tanto en
la comida como en la vida.
Dulcemente amargo o el amargo
sabor de la dulzura
Adentrándonos en el tema de la comida como vehículo de crecimiento, te quiero
preguntar, ¿te ha pasado que algo que pensabas que te iba a saber de tal manera resulta
que ya sabe diferente?, ¿y qué pasa?, ¿te enojas?, ¿te decepcionas?, ¿ignoras el hecho y
te empeñas en que sepa igual?
Es casi imposible que algo sepa igual siempre porque hay muchos factores que
cambian de una a otra vez que lo comes. Tú ya no eres el mismo, quien prepara el
platillo y cada uno de los ingredientes ya no son los mismos, el clima, la energía, las
circunstancias, el mundo, en fin… ¡Todo cambia continuamente!
Y ahí está la gran riqueza, en el cambio, la transformación, el avance… Cada
tormenta trae vientos nuevos, negarlos es negar nuestra propia naturaleza, cambiante,
que nace de nuevo en cada inhalación y muere en cada exhalación. Entender esto nos da
un sentido de renovación, de esperanza de que no importa cuánto tiempo llevamos
haciendo, creyendo, perdiendo o sufriendo… ¡Cada vez puede ser diferente! Así es que
no te cases con ideas y sabores, mejor deja que cada vez que tengas frente a ti algo de
comer sea nuevo, déjate sorprender, date la oportunidad de vivir cada experiencia con lo
que esa experiencia trae, no con lo que tú supones que debe tener y traer.
He visto lo mismo… hasta que un día comencé a ver diferente.
¡No nos atemos a nuestra necedad de que todo siga sabiendo
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igual!
A Prisila le parecía maravilloso que su novio la celara, le parecía una muestra de lo
mucho que ella le interesaba, la hacía sentir importante, como si su grancaballero saliera
a pelear por ella. Pasaron los meses y todo ese encanto se convirtió en una pesadilla. Sin
embargo, Prisila se decía a ella misma que tenía que seguir gustándole que su novio fuera
celoso, porque antes la hacía sentir especial y así quería seguirse sintiendo. No se
permitía aceptar que el sabor de los celos ahora ya no era dulce, sino amargo, y que
reconocerlo le daba la oportunidad de decidir hoy si le gustaba o no. Cuántas veces nos
casamos con un sabor y no nos damos cuenta de que ya no nos gusta, nos indigesta,
irrita y ya no nos hace sentir bien.
Lucero tenía mucho tiempo brincando de relación en relación, bueno, más bien de
colchón en colchón, intentando a través de la intimidad, el placer y la conexión física de
las relaciones sexuales, llenar los profundos vacíos que tenía en su vida. El sexo le sabía
delicioso, las relaciones casuales la llenaban de adrenalina, sin embargo, esos sabores no
eran lo que aparentaban. Aparecían dulces y exóticos de entrada, pero fue hasta que se
atrevió a de verdad ponerles atención, cuando descubrió que muy rápido se tornaban
amargos, tediosos y que la dejaban más insatisfecha que cuando los buscaba.
Con la comida nos sucede igual. Ponemos un mundo de fantasías y expectativas en
cada cosa que vamos a comer: “Este sándwich me va a dejar totalmente satisfecha”,
“Este chocolate me va a hacer sentir la dulzura de la vida”, “Este licuado me va a
devolver la felicidad de ser delgada”, “Estos chilaquiles siempre me devuelven la vida”, y
rara vez nos quedamos a explorar a qué saben de verdad, si nos gustan, si empalagan,
irritan, engañan o qué. ¿Cuántas veces has comido algo por la experiencia que recuerdas
que tuviste previamente?
Esto nos impide llenarnos de los sabores reales que son los que ocurren en el
presente, aquí y ahora, basados en lo que sí hay. Cuando comemos desde el recuerdo y
con las ganas de volver a sentir lo de antes, le estamos diciendo NO al maravilloso regalo
de la vida que nos dice: ¿Para qué te conformas con lo que sentiste, en lugar de
enriquecerte con lo que puedes sentir?
¿Cuántos sabores que parecen amargos
acaban convirtiéndose en algo dulce?
Marielena desde que despierta está de mal humor porque tiene junta en la escuela de sus
hijos y va a ir el grupo de mamás odiosas, insoportables, insensibles y bobas que tanto le
choca. Se viste pensando en que la van a criticar, que seguro se van a burlar de ella.
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Desayuna de malas, come sin atención, no saborea ni disfruta nada porque la amargura
del encuentro que le espera invade su paladar (y sus células). Llega a la escuela de sus
hijos y le toca sentarse al lado de su peor pesadilla, la peor de las odiosas, insoportables,
insensibles y bobas. Empieza a sudar, se siente la peor vestida, las más torpe, gorda y
fea. De pronto, su peor pesadilla voltea y la saluda muy amable y se pone a platicar con
ella, le da tips súper valiosos para el nuevo ciclo escolar, es simpática, divertida y sencilla.
Marielena comienza a sentir cómo su cuerpo se relaja, se acomoda en la silla y hasta el
corazón empieza a latir a un ritmo más armónico. Toda la amargura de pronto parece
desaparecer para darle paso a la dulzura de la relación adulta, responsable y presente.
Se da cuenta que lo que la llevo a reaccionar así desde la mañana fueron sus propias
ideas y creencias, porque ella nunca se había atrevido a probar la relación con esta mujer,
si no que basó su sabor en sus percepciones, más lo que había escuchado, más lo que
ella pensaba de las mujeres atractivas y admiradas.
Romina siempre ha pensado que la sopa de verduras es comida para enfermos. Cada
vez que llega a alguna casa y presiente que puede haber sopa de verduras, comienza a
angustiarse y en más de una ocasión ha inventado dolores, achaques y hasta
convulsiones con tal de no comerla; porque además, tiene la idea (amarga) de que decir
que algo no le gusta es de mala educación. Por cuestiones de trabajo, viajó a una
comunidad en donde después de varias horas de camino lo único que había en la posada
a la que llegaron a comer fue… ¡Adivinaste! ¡Sopa de verduras! Casi le dio un infarto,
pero como rápidamente pensó que infartarse en medio de la nada no era conveniente,
decidió comer la sopa. Nunca se imaginó lo bien que podía saber, al principio sólo
tragaba, pero al hacer presencia en la bendición que era tener algo que llevarse a la boca,
decidió saborearlo. Lo describe como: “El momento más dulce que he tenido, puedo
hasta decir que bajaron ángeles y tocaron sus arpas junto a mí”. A partir de entonces, se
permitió la dulzura de apreciar mucho más los momentos y los grandes regalos de la
vida.
Emprender un negocio, preparar un viaje, estudiar, ahorrar, invertir, etc., tienen de
inicio un sabor bastante amargo, de limitaciones a lo mejor, incomodidades, retos,
confusión, desmañanadas, discusiones… Sin embargo, no hay nada más dulce que el
sabor que da obtener eso por lo que luchamos.
Cuando en un ejercicio del taller Comiéndome mis emociones invito a los
participantes a degustar una pasita con conciencia, por lo general reportan que nunca se
imaginaron que algo tan pequeño, sin mayor aroma y bastante insignificante, pudiera
contener tanto jugo, tantos sabores y consistencias.
¿Cuántos sabores dulces se convierten en
amargos?
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Yo decía que A-M-A-B-A los bagels (panecitos salados en forma de dona), no los
compraba porque tenía miedo de acabar igual de redonda que ellos, pero eran invitados
constantes de mis atracones. Me parecían lo más sofisticado y delicioso que podía existir.
Cuando comencé en este camino de la conciencia, uno de los alimentos que acudieron a
esta nueva cita con mi atención fueron ellos y ¡oh, sorpresa! Después de la primera
mordida en la que hasta mis ojos se entrecerraron como esperando el beso de mi príncipe
azul…¡Se rompió la calabaza! Y me encontré con una cosa masuda en mi boca, con un
sabor como a fierro, grumosa, insípida… ¡ESPANTOSA!
Cuántas personas se enamoran del dulce sabor de una pareja que las cele, porque
tienen la idea de que eso significa que las ama mucho y las cuida, y conforme pasa el
tiempo esa dulzura se puede convertir en la más amarga pesadilla cuando los celos llevan
a los insultos, el maltrato, la violencia y, en algunos casos, hasta la muerte física o de la
libertad.
Día a día se muestran historias de modelos que viven verdaderos infiernos por
mantener sus cuerpos casi esqueléticos en pos de disfrutar la “dulzura” de ser admiradas
y perfectas.
Reflexiona qué historias y experiencias tienes en tu vida que hayan cambiado de
sabor.
Nos casamos con los sabores. Si leyéramos lo que nos decimos, aparecerían frases
como: “A mí todavía me tendría que gustar ir a comer a casa de mis suegros”, “yo
tendría que sentirme mal cada vez que hago algo por mí”, ”yo debería de sentirme igual
de feliz comiendo galletas como cuando lo hacía de niña”.
La mayoría de las decisiones que tomamos tanto en la comida como en la vida va tan
cargada de expectativas, creencias, miedos, proyecciones e insatisfacciones, que es muy
común que continuamente nos sintamos defraudados o desilusionados. Pero, en realidad,
la desilusión viene de lo que pensábamos que debía ocurrir y no de lo que ocurrió.
Solemos darnos instrucciones como: no vuelvo a enojarme con nadie, no vuelvo a
comer nada dulce en mi vida, voy a ser siempre feliz, jamás voy a cambiar de religión…
como si haciéndolo aseguráramos nuestra estabilidad. Sin embargo, se nos olvida pensar
en un pequeño detalle: ¡no podemos controlar casi nada! La vida se vive a cada instante
y con cada inhalación y exhalación morimos y volvemos a nacer, cada decisión es la
muerte de otra, cada día en el que todo es igual, todo es diferente. Seguimos decidiendo
como niñas o niños caprichosos, rebeldes o asustados y abandonados, o como padres o
maestros criticones, autoritarios, inflexibles y amedrentadores. Rara vez decidimos desde
la objetividad que da el aquí y el ahora, desde nuestra situación real y actual, y no
hacerlo así hace que no dimensionemos.
Imaginaal típico hombre de 50 años que sigue saliendo de fiesta cuatro veces a la
semana, teniendo relaciones con distintas mujeres, manejando borracho… No
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dimensiona el peligro ni los riesgos que esto conlleva porque sigue actuando como
adolescente, pidiendo a gritos el amor que se entrega de parte de los padres o figuras
parentales a través de los límites. O una mujer de 40 años, profesionista, que cada vez
que su jefa le grita, se paraliza y siente que el mundo se derrumba, se deprime y
comienza a comer sin control. Es muy probable que esa situación la haga contactar con
memorias emocionales de cuando a lo mejor de pequeña le gritaban mucho y se
asustaba, o estar presente durante la discusión de los papás la sobrepasaba, o al
contrario, nadie en su casa levantó la voz y ahora no sabe qué hacer cuando alguien grita.
Pero todo esto, si en lugar de revisarlo, sólo deja que invada su aquí y ahora, le impide
dimensionar que a su edad y con su preparación está muy lejos de ser una niña
desprotegida y sin herramientas. Deja de ser objetiva y de ver la realidad de lo que
ocurre.
Nosotros vamos cambiando cada momento, tú que me estás leyendo no eres el
mismo de hace diez minutos que no recibías esta información, y no porque sea buena o
mala, sino porque ya en tu experiencia hay elementos nuevos. No importa cuántas veces
hayamos intentado algo y no nos haya salido, cada intento, aunque parezca igual y
contenga aparentemente los mismos elementos, es diferente porque un instante no se
vive dos veces jamás.
Hay muchos sabores que intentamos tapar con comida, como el amargo sabor de la
decepción, la agria sensación de rechazo o la picante agitación de un enojo.
¿Qué tienes en tu alacena?
Durante uno de los talleres que dirijo, una de las participantes, quien tenía un sobrepeso
considerable que incluso le causaba una gran dificultad para caminar, nos compartía que
nunca tenía de comer en su alacena para evitar las tentaciones. Le pregunté si hacer eso
le había servido y, con una expresión que entremezclaba la tristeza y la ironía, mirando el
bastón que requería para caminar, me contestó: “Veo que no”. Esto provocaba en ella
varias cosas. Por un lado, le daba la oportunidad de salir a comprarse algo que en
realidad deseaba bajo el pretexto de: “Como no hay nada en la alacena y ya es tarde, no
me queda otro remedio que comerme estos tacos”. Por otro lado, le recordaba su vacío
interior; era una recreación de lo que tanto se decía: “Tu destino es estar sola”. Como
eso le aterraba, corría nuevamente a comer a algún lugar que por lo menos le diera la
ilusión de estar acompañada; la alejaba de tomar la responsabilidad de hacerse cargo de
ella misma, se agredía constantemente al recordarse que no podía tener nada y así se
mantenía en papel de víctima, esperando que alguien más la rescatara y se hiciera cargo.
Ponerle atención a nuestra alacena o al refrigerador nos da una gran idea de qué es lo
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que tenemos disponible para atender nuestra hambre.
¿Qué tiene tu alacena?
• ¿Es una copia de la de tu mamá?
• ¿Está perfectamente ordenada y catalogada?
• ¿Está desordenada?
• ¿Está vacía?
• ¿Tiene de todo?
• ¿Esta lista siempre para recibir invitados?
• ¿Tiene las cosas contadas?
• ¿Todo es de dieta?
• ¿Todo te grita que no mereces comer rico?
• ¿La tienes con llave?
Revisa y escribe qué dice tu alacena o tu refrigerador de ti y de tu vida.
Lo mismo que ocurre con nuestra alacena “física”, ocurre con la “energética”. Sólo que
aquí en lugar de alimentos, hay pensamientos, imágenes, creencias, intenciones, críticas,
juicios, etc. Si lo único que tenemos guardado es rencor, obviamente de eso nos vamos a
alimentar; si está llena de fantasías, evasiones y escapes, eso nos seguiremos comiendo
cada vez que haya alguna situación complicada; si nos rodeamos de personas que no
tienen límites, es muy probable que cuando necesitamos poner uno nosotros, no
encontremos el ejemplo y el apoyo para hacerlo. Es decir, cuando necesitemos algo, el
primer lugar en el que buscamos es en nuestra propia alacena. Eso no quiere decir que no
podamos salir a comprar algo, o comer algo que nos inviten aun cuando no sea lo que
comeríamos habitualmente. Simplemente sugiero mantener nuestros recursos en el mejor
estado posible. Es diferente el estado de salud en todos sentidos de una persona que
come equilibrado, rico, variado, fresco, de quien come pura comida enlatada o de quien
prefiere sólo un tipo de alimentos y no se sale de lo “permitido”.
Entrenamos en el terreno de la comida lo que luego llevamos a terrenos más
profundos.
Distinguir los sabores que en verdad nos gustan abre la puerta a descubrir si lo que
hacemos, por ejemplo, en el trabajo o en la casa, realmente es lo que nos llena.
Ser congruente entre mi hambre física y la comida que consumo entrena nuestra
capacidad de ser mucho más asertivos en nuestras decisiones.
Resisitir el impulso de no llevarnos alimento a la boca cuando no tenemos hambre
física tonifica la voluntad de no buscar gratificaciones inmediatas y pasajeras.
Buscar la verdadera satisfacción en cuanto al tipo de alimento que deseo, a la
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cantidad y la forma de comerlo, expande las oportunidades de lograr plenitud, saciedad y
bienestar.
Guerras declaradas
¿Dónde comienza la paz?
Vivimos en un mundo en el que la palabra guerra ha escrito con sangre inumerables
historias y no precisamente de amor.
Los componentes principales de la guerra son la demostración de poder y el egoísmo
de ver sólo lo que conviene a los intereses de cada quien, en lugar de buscar un bien
común.
A los gobernantes les importa poco la repercusión de sus decisiones en los hogares de
sus gobernados, a los dirigentes de las grandes potencias les tiene sin cuidado lo que
ocurre con los países vecinos, a los empresarios les preocupa más llenar sus bolsillos que
crear productos que sean amigables con el medio ambiente, a la señora que llega por sus
hijos le tiene sin pendiente si su auto estorba la cochera de alguna casa o si invade algún
paso peatonal, al borracho se le olvida frenar en el semáforo y así… la mayoría
preferimos no mirar a los que tienen hambre y frío, criticamos y juzgamos, lo que es
diferente, maltratamos algo simplemente porque no nos gusta… cada quien ve por su
propio beneficio.
¿Y qué no es lo mismo lo que hacemos
internamente?
Negamos las partes de nosotros que no nos gustan y al hacerlo, éstas nos declaran la
guerra al sentir tal agresión. A la boca le vale poco si lo que se come va a dañar al
estómago; al deseo sexual le importa poco si daña al corazón o si provoca una infección
o fomenta un contagio; a la necesidad de pertenencia le importa poco pasar por encima
de la dignidad; el miedo se ciega y no ve la necesidad del alma de mostrarse.
Bombardeamos constantemente a nuestras partes más vulnerables o que nos representan
alguna amenaza con críticas, juicios y maltratos. Mostramos nuestra rebeldía al mundo,
haciéndonos daño a nosotros.
Basta con encender la televisión o el radio, dar un clic, leer los encabezados en los
periódicos, escuchar las conversaciones en salas de negocios, restaurantes, salas de
espera, transporte público, etc., para enterarnos de las guerras y el terrorismo, de los
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enfrentamientos entre personas, estados, gobiernos, o de los conflictos que se generan
por la avaricia, el egoísmo, la indiferencia, el poder y el hecho de que cada quien ve por
sus propios intereses, en lugar de unir esfuerzos y ver por el bien común.
A los gobernantes le importan poco sus gobernados, a los choferes de camiones les
da igual si con su forma de manejar arriesgan la vida de quienes viajan con ellos; a don
Juan le tiene sin cuidado lavar su coche dos veces al día con la manguera y desperdiciar
el agua; doña Cecilia se estaciona en segunda fila indiferente al tráfico que causa y así….
la lista se puede volver interminable.
Te has puesto a reflexionar que lo que ocurre en nuestro mundo externo es un reflejo
de lo que acontece en el interno…
Sólo haz conciencia de cuántas veces:
• Tu boca, contal de satisfacer su deseo de llenarse de ciertos sabores, ignora las
necesidades del estómago.
• El deseo sexual explota sin preguntarle al corazón cuánto hay en juego.
• La deshonestidad le tapa los ojos a la verdad.
• La desidia encierra a la voluntad y esconde las llaves.
• La flojera se apodera del cuerpo sin importarle cuánto bienestar le quita al no
hacer ejercicio.
• La inconsciencia le bloquea el camino a la iluminación.
Solemos negar las partes de nosotros que no nos gustan, en lugar de revisarlas y
transformarlas, iniciamos guerras con nosotros mismos, nos herimos, nos atacamos,
traicionamos nuestros sueños y deseos, nos juzgamos y dejamos de ver las verdaderas
razones de nuestros comportamientos, arrasamos con nuestras propias defensas,
mandamos dobles mensajes capaces de generar malentendidos y posturas encontradas.
¿Te hace sentido? Bueno, pues ¿de qué forma
podemos comenzar a regresar a la Unidad?
 
• Con diálogos sinceros.
• Con empatía.
• Integrando todas nuestras partes, abrazando cada situación, entendiendo que
cada cosa que ocurre nos da pistas en el camino a la liberación.
• Buscando equilibrios y acuerdos.
• Reconciliando nuestras diferencias.
• Poniendo atención a nuestras necesidades reales.
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• Hallando puntos de encuentro.
• Fijando objetivos claros.
• Entendiendo que si caminamos juntos y nos ayudamos, llegaremos más rápido
a nuestros objetivos.
• Reconociendo las ventajas y desventajas para potenciar nuestros recursos.
Hacer las paces con nosotros mismos es una gran manera de contribuir a la paz de
nuestro planeta.
Curar y sanar… ¿son lo
mismo?
Buscando definiciones que me confirmaran los conceptos que tengo yo acerca de
CURAR y SANAR, me encontré con varias que básicamente giraban sobre la misma
idea.
Curar:
• Eliminar el síntoma de una enfermedad.
• Eliminar rastros de una herida, accidente o enfermedad.
• Tratar lo aparente.
Sanar:
• Obtener la salud del cuerpo, mente, emociones y espíritu.
• Comprender las razones.
• Restablecer el contacto profundo con nosotros mismos y con nuestra misión en
la vida.
• Encontrar el bienestar en todos los aspectos.
• Comprender mejor las cosas que suceden.
• Encontrar herramientas, caminos y posibilidades de hacer las cosas de manera
diferente.
Me llaman la atención las palabras “eliminar” y “rastros” que aparecen en la definición de
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curar. Y es que hoy las escucho constantemente a través de las personas a quienes tengo
el placer de acompañar en su trabajo de “sanar” su relación con la comida y el peso.
¡Yo misma me las dije cientos de veces! Quería que alguien o algo me “arrancara”
los kilos del cuerpo, que no quedara rastro de esa maldición que había caído sobre mí.
Me tomaba el estómago y me lo pellizcaba cruelmente deseando con todas mis ganas que
desapareciera esa grasa, esa carne… No me daba cuenta que haciendo eso, inyectaba
cada vez más veneno a mi alma, a mi cuerpo, a mis células que respondían obedientes a
cada una de mis palabras, enfermando, deformándose, recibiendo mis deseos como una
sentencia a muerte: “Desaparecen o recibirán mi odio por siempre”.
Apenas inician los talleres que imparto, hago la siguiente aclaración: “Éste no es un
método para bajar de peso, para eso hay miles de libros, clínicas, consultorios, brujos y
doctores, aquí vienen a sanar, a reconciliar, a liberarse, a trabajar”. De hecho, les digo
que si lo desean, pueden irse y gastar su dinero en algo más. Pero no lo hacen; todos se
quedan porque tienen la esperanza de encontrar algo diferente, aunque sé que en alguna
parte lo que aparece es el deseo enorme de que yo les dé alguna píldora mágica o alguna
práctica milagrosa.
Aun así deciden escuchar con atención lo que les digo; se conmueven, entienden, se
liberan, empatizan, al grado que cuando termina el taller tienen la mirada serena, el
semblante relajado y un brillo especial que es fácil reconocer. Se llevan pistas súper
valiosas acerca de ellos mismos, comienzan procesos de comprensión y perdón
incalculables, herramientas nuevas de cómo, cuándo, cuánto y qué comer, hacen
hermandades, ponen en marcha proyectos que tenían atorados hace años, se reconcilian
con partes profundas, aceptan responsabilidades, desafían creencias, reconocen sus
valores, etc.
Pasan los días y toda esa riqueza que obtuvieron comienza en algunos de ellos a
transformarse en la pregunta de siempre: ¿cuándo desaparecerán los kilos? No alcanzan a
ver la dimensión de la sanación que están teniendo, por ver lo que su ego les ha hecho
pensar que es lo importante. No pueden ver que los kilos son sólo el síntoma, que
cuando ya no tengan una función en su cuerpo se van a ir, pero no sin haber cumplido su
misión.
Cuando les comento que una parte de esta aproximación sugiere no hacer dietas, hay
quienes se asustan porque sienten que van a perder la única base solida de toda su
estructura de vida. Otras personas, por el contrario, salen felices porque aunque yo les
digo que dejar de hacer dietas es iniciar un proceso de responsabilidad, de trabajo
profundo, de recuperar la capacidad de hacer elecciones saludables en todo sentido, de
experimentar, de reconstruir, etc., sólo escuchan: ¡tengo que comer puras porquerías!
Y en la comida como en la vida, comúnmente, nos ocurre algo similar, deseamos que
los cambios se hagan rápido, sin complicaciones y sin esfuerzo. Me impresiona la
cantidad de recursos y talento que se destina a crear productos y servicios que nos hagan
la vida más ligera, sencilla, práctica e impersonal.
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La curación es eso, querer que nos pongan una venda en la herida (y en los ojos) y
que podamos seguir nuestro camino como si nada hubiera pasado; sugiere quitar,
despegar, arrancar, evadir, no mostrar, no cambiar, sino seguir siendo lo que éramos
antes de que la herida, la enfermedad, los kilos, la adicción o la pérdida ocurriera.
Olvidando que justamente lo que nos ocurre tiene la intención de movernos de lugar, de
que no permanezcamos en donde estábamos, la evolución se da cuando nos
transformamos a partir de ver lo que nos ocurre, de enfrentarnos a los nuevos retos,
cuando honramos cada herida, del mismo modo que honramos cada batalla.
Curar es desprender, sanar es abrazar, lo cual no es echarle limón ni rascar ni
pretender que se haga más grande y vistosa la herida, sino verla y escuchar lo que me
quiere decir.
Imagina quiénes seríamos si no tuviéramos una historia que nos diera la experiencia
necesaria para dar los siguientes pasos, sin hacer nuestras las vivencias, las ausencias, las
caídas, los temores, las alegrías, los encuentros… Seríamos muñecos vacíos funcionando
como autómatas, reaccionando simplemente a los impulsos. ¡Por fortuna, somos mucho
más que eso! Somos almas queriendo evolucionar, corazones queriendo latir, cuerpos
queriendo moverse con libertad, ojos mirando con asombro y compasión, vidas
queriendo ser vividas con amor y aceptación…Y todo eso, sólo se aprende abrazando y
aceptando.
Abrazar nuestra compulsión por comer es abrazar la parte de nosotros que está
debajo de ella, esperando que la desenterremos para hacernos cargo.
Negar nuestra compulsión es negar aquello que se oculta debajo de ella, y lo hacemos
porque pensamos que aceptarlo sería casi igual a morir de dolor, de pena, de miedo, de
desolación. Lo negamos porque creemos que no tiene solución. Esa creencia implica
negar también la existencia de Dios, esa energía luminosa y creadora para la que no hay
imposibles. Preferimos confiar en productos milagrosos que pretenden desaparecer
nuestro peso de más o nuestra imparable manera de comer, en lugar de abandonarnos en
los brazos de Nuestro Ser Superior, rendirnos ante Él y entonces sí… Dejar que los
milagros comiencen a manifestarse.
De luz y sombra
Todo es doble; todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos; los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los
opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son
semiverdades; todas las paradojas pueden reconciliarse.
EL KYBALION
Todas lasmañanas procuro ir a caminar a uno de los pocos bosques que quedan en la
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Ciudad de México. Antes me desesperaba mucho porque yo quería correr, sin embargo,
dada una condición médica, no puedo hacerlo. Vencí mi inercia de hacer las cosas rápido
y confronté una fuerte creencia que me gritaba: ¡SI NO CORRES, NO SIRVE DE
NADA! Comencé a encontrar en el simple hecho de caminar un enorme placer.
Aprovecho para poner en práctica varios de los conceptos que predico y uno de ellos es
el de habitarme e ir haciendo presencia durante mi caminata. Uno de los tramos que
recorro incluye una pendiente bastante pronunciada. Las primeras veces que emprendí la
subida acababa sin aire, agotada, y todo el trayecto iba peleándome con la incomodidad
que experimentaba, sumada al terror que ejercía mi mente sobre mí con la cantidad de
barbaridades que me decía. Hasta que un día, como te conté antes, probé ir describiendo
cada cosa que le ocurría a mi cuerpo durante el proceso: mi pierna izquierda comienza a
endurecerse, mi espalda baja se siente presionada, mi cuello está tenso, el estómago se
aprieta, mi pie derecho se siente pesado, el izquierdo comienza a sentir mucha presión,
mi respiración se agita, el pecho se infla… ¡Y pasa algo maravilloso! ¡Mi cuerpo
comienza a funcionar mejor y está más relajado, es como si el hecho de sentirse
acompañado, no juzgado y comprendido le inyectara fuerza! Cuando menos pienso, ya
estoy hasta arriba. ¡Mi cuerpo colabora si yo colaboro!
Esto es lo mismo que invito a los participantes de mis talleres a hacer
constantemente, a observarse sin juicios, registrar lo que ya ocurre, no lo que debiera
ocurrir.
Gastamos una cantidad enorme de energía intentando que las cosas que ya están
ocurriendo o que ya ocurrieron sean diferentes.
La mayoría escuchamos frases como: “Si tan solo fueras más… inteligente, alto,
guapo, simpático, emprendedor…”, “¿por qué no eres como tu hermana?”, “no seas tan
llorona”, “tú siempre con tus sentimentalismos”, “esa forma tuya de ser no te va a
ayudar en la vida”, “debes ser más fuerte”, etc.
¿El mensaje? ¡Ser como eres no está bien! Ésa es una de las grandes razones por las
cuáles intentamos a como dé lugar cambiar. La primera opción que pensamos y que,
claramente, el medio refuerza es la de cambiar el exterior. Después y si nos da la
iluminación, intentamos cambiar lo de adentro.
Yo te invito más bien a transformar, es decir, a darte cuenta de lo que hay y desde
esa base potenciarlo, aprovecharlo, minimizarlo o lo que resulte más conveniente para ti.
Cuando hay sombras en nuestra vida es porque hay una fuente de luz que al
encontrarse con un objeto (llámese persona, animal, cosa) e iluminarlo desde alguno de
sus lados, causa ese efecto.
¿Cuál es la única situación en la que la luz del sol no provoca sombras? Cuando está en
su punto más alto y sus rayos caen derechos sobre algo o alguien, no de lado ni
únicamente iluminando una parte, sino el todo; como cuando nos colocamos justo debajo
de un foco.
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¿Sabes cuándo ocurre este fenómeno sobre nosotros? Cuando nos quedamos en
nuestro centro, aceptamos lo que ocurre y contactamos con esa LUZ que da la
presencia, con esa paz de simplemente aceptar, cuando nos alineamos con todo lo que
somos, sin que queden partes sin iluminar ni sombras que negar, cuando dejamos de huir,
de criticar, de justificar y de juzgar.
Cuando eso ocurre, aun por fracciones de segundo, todo nuestro ser se ilumina y nos
impregnamos de una fuerza a veces indescriptible. Son esos momentos los que nos
quitan el aliento, como cuando la belleza de un atardecer no necesita explicarse y sólo
nos regala lo que ES.
Sé que es más sencillo narrarlo que lograrlo, sin embargo, te invito a que lo pruebes.
En este momento que me estás leyendo, haz una pausa para simplemente SER, sin
pensar, sin pretender, sin moverte, sólo conecta con lo que ocurre y date cuenta que lo
que ocurre ahorita es lo único que puede estar ocurriendo, ya que de lo contrario no sería
así. Siente la paz de no tener que sentir nada diferente a lo que estás sintiendo, ni pensar
nada diferente a lo que estás pensando, ni ser nadie diferente a quien eres.
Inhala profundo y exhala HABITÁNDOTE, con todas tus luces, tus sombras,
desnudándote ante la honestidad del momento, esa honestidad y, de cierto modo, esa
desfachatez con que la vida nos dice: ¡AQUÍ ESTOY, ESTÉS LISTO O NO!
El atracón: la forma de tomarnos por la mala lo que no permitirnos darnos por la buena
Recuerda cuántas veces por no permitirte hacer algo, tener algo, decir algo o comer algo
que deseabas caíste en algún exceso.
Por ejemplo, a lo mejor no le pusiste un alto a la falta de respeto que cometió contigo
tu pareja, con tal de no tener una discusión. Horas o días después explotaste
aparentemente sin razón, cuando se tropezó y tiró un vaso de agua sobre la mesa.
O te negaste a darte un descanso y terminaste con una gripe espantosa que te tiró en
cama una semana completa.
Te rehusaste a comer algo que te gusta y acabaste dándote un tremendo atracón.
El atracón suele ser uno de los episodios con más sentimientos encontrados al que
nos enfrentamos quienes tenemos una mala relación con la comida. Son estos momentos
en que la fuerza de voluntad parece haberse perdido en el océano, que nos vemos
poseídos por fuerzas demoniacas que nos llevan como autómatas a abrir el refri, la
alacena, a vaciar la tiendita, comer una pizza fría, levantar el arroz que se cayó del suelo,
combinar la salchicha vieja de hace una semana con un poco de espagueti duro, y mil
historias que pocos se atreverían a revelar, ya que por lo general lo hacemos a
escondidas. Son episodios de mucha violencia, descontrol, vergüenza, desolación,
angustia y pánico.
Christopher Fairburn señala que estos episodios tienen ciertas características:
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Sentimiento de placer en un principio.
Velocidad de la ingesta.
Agitación.
Sensación de conciencia alterada.
Necesidad de mantenerlo oculto.
Pérdida de control.
Sentimientos de disgusto y desesperación.
¿Qué los detona?
Hacer dieta.
Evitar comer.
Restringir la cantidad de comida ingerida.
Evitar ciertos tipos de comida.
Violar lealtades familiares.
Tocar sentimientos prohibidos.
¿De qué son resultado?
• De un deseo de escapar.
• De una privación ya sea:
Alimenticia: Vivir en restricción
Emocional: No permitirme sentir lo que siento
No decir algo que quiero decir
No hacer algo que quiero hacer
No tener algo que quiero tener
Los atracones no sólo son de comida, nos damos atracones de irresponsabilidad, cuando
nuestro crítico interno no nos permite soltar, delegar, confiar. También nos damos
atracones de enfermedad cuando no nos permitimos descansar, o atacamos a nuestra
pareja cuando no sentimos el suficiente amor por nosotros mismos.
Te pongo un ejemplo:
Una amiga mía que es perfeccionista y muy controladora planeó la Primera Comunión de
sus hijos ella sola, sin permitir que se le fuera un solo detalle, se sobrecargó de un exceso
de control y responsabilidad; tenía planeada la lista de invitados de manera perfecta,
quién se sentaba con quién, casi casi quién platicaba con quién, cómo entraría la gente,
qué jugarían los niños, había decenas de opciones para que ninguno se aburriera ni
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perturbara la paz que ella había predicho para el evento. Los horarios de cada cosa
estaban medidos casi con cronómetro, no delegó nada a nadie y se imaginarán que
estuvo con el estómago hecho nudo semanas antes, sin dormir, de mal humor y
prácticamente sin medio espacio en su vida para otra cosa que no fuera la fiesta. Llegó el
gran día y el destino le jugó una de sus peculiares bromas. Con 60 niños buscando qué
hacer, se dio cuenta que había programado a los animadores para el día siguiente. Fue
tanta su furia, frustración e impotencia, que literalmente se despidió, se tomó tres tequilas
e inconsciente la llevaron a su casa. No disfrutó el evento, ni a sus hijos ni nada.
Se dio un mega atracón de irresponsabilidad, soltó todo, por no permitirse disfrutar
más la preparación, pedir ayuda y ser másabierta a ideas…
¿De qué te has dado atracones?
• ¿De desorden por ser tan obsesivo?
• ¿De sexo por haber estado reprimiendo el deseo?
• ¿De odio por no haber reconocido tus abusos?
• ¿De arrebatos por no haber puesto límites?
• ¿De celos por no confiar en ti mismo?
• ¿De locura por no permitirte descontrolarte de vez en cuando?
• ¿De amargura por no dejar salir la luz de tu corazón?
• ¿De dureza por no atreverte a tocar tu vulnerabilidad?
• ¿De gritos por haber callado tanto?
Observar nuestra forma de comer es un gran termómetro para reconocer aspectos de
nuestra vida que requieran ser revisados y trabajar directamente sobre ellos.
Aquí te muestro algunas situaciones y lo que pueden estar reflejando:
1. No te sientas a comer a la mesa, prefieres hacer otra cosa. ¿Te cuesta trabajo
centrarte en una actividad, la monotonía te asusta y quedarte contigo mismo te
parece algo sumamente peligroso? Comer de esta manera habla mucho de cómo
buscamos estrategias para no poner atención a lo que nos supone algún riesgo
importante. Preferimos estar en movimiento constante y no asumir el riesgo de
quedarnos por “miedo” a ser descubiertos, ya sea por nuestra pareja, nuestro
jefe, amigos, etc. Elegimos estar de un lado a otro con mil actividades para tener
el pretexto perfecto de no ser vistos detenidamente y poner en evidencia ciertos
aspectos que creemos impropios o vergonzosos. Esto tiene que ver más con
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ideas catastróficas de lo que puede suceder si nos mostramos como somos, que
con una realidad. También puede ser una forma de evitar contactar con nosotros
mismos.
2. Te la pasas picando todo el día. Al igual que una estrategia de hurto hábil es el
robo hormiga, porque para cuando alguien lo descubre ya es demasiado tarde, el
comer todo el día también de poquito en poquito es una forma de “engañarnos”,
sin que el acto de comer pase por un proceso de atención y responsabilidad. Es
como si dijéramos “si no lo recuerdo, no pasó”. La noticia es que sí pasa y sí
tiene consecuencias, al igual que tienen consecuencias los pensamientos
aparentemente inofensivos que nos decimos todo el día. Por ejemplo: te repites
todo el día que eres estúpida, tonta, inútil… y te sorprende no lograr tus metas.
No te detienes a escuchar que tú misma te la pasas confirmándolo.
3. Te atracas constantemente. El atracón es una forma de tomar a la mala lo que no
nos permitimos a la buena. Revisa de qué te has privado o te estás privando que
la única forma en que te permites tenerlo es creando episodios de atracón, o de
explosiones de enojo, celos, irresponsabilidad, vulnerabilidad, etc.
4. Comes porque es lo que se debe comer, olvidando qué es lo que realmente te
gusta. Cuando invito a quienes participan en mis talleres a comer lo que
realmente les gusta, se topan con la sorpresa de que no tienen idea de qué
quieren en verdad. Han basado sus decisiones en comer lo que estaba prohibido
cuando rompen la dieta o han querido convencerse de que deben desear cosas
nutritivas. En la vida cuántas veces elegimos carrera, pareja, trabajo, amistades y
hasta peinados y ropa según lo que debe ser, más allá de lo que en realidad nos
gusta y satisface.
5. Buscas sustitutos. En lugar de ir directamente por lo que deseamos, buscamos
sustitutos porque no nos damos el permiso de tener el original. Lo hacemos con
la comida y también en la vida. Nos quedamos con una pareja que no es la que
en verdad queríamos, pero es la que estaba, nos quejamos de un trabajo
mediocre porque no creemos merecer algo mejor, decimos lo que la gente quiere
escuchar, en lugar de lo que queremos expresar.
6. Te descontrolas frente a la comida o, por el contrario, te sometes a controles
brutales. Cuando intentamos controlar aspectos como quién nos ama, cómo nos
van a lastimar, cómo nos tenemos que sentir, quiénes nos van a admirar, cuánto
le importamos a los demás, a qué distancia los mantenemos, etc., pueden ocurrir
dos cosas, que extendamos ese control a nuestra forma de comer o, por el
contrario, que sea justamente en el plato donde nos permitamos soltarlo, ahí
donde el permiso hará menos daño.
7. Esperas a ver qué van a pedir los demás para decidir que ordenarás tú. Tomas
decisiones dependiendo más en lo que los otros esperan o crees que esperan de
ti, que en lo que realmente deseas. Continuamente buscas validarte a través de
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alguien o algo externo.
8. Pasas mucho tiempo sin comer, no haces contacto con tu hambre física. Es muy
probable que también te estés alejando de tus propias sensaciones y que estés
desconectada si no de todos, si de algunos sentimientos que en algún momento te
hirieron o asustaron.
9. Te comes lo que haya y/o las sobras. No importa si te gusta o no, si tienes hambre
o no, mientras pase por tu boca y llegue al estómago, no hay problema. No hay
selección ni atención. Del mismo modo, es probable que permitas abusos,
responsabilidades e historias que ni siquiera te corresponden. Te vuelves un
“basurero” de los demás, eres quien está siempre dispuesto a acompañar, hacer,
traer y llevar a quien te lo pida, sin reconocer siquiera si al hacerlo pasas sobre ti.
Crees que si te lo tragas y le quitas el mal rato al otro, te va a querer más o serás
mejor persona. También revisa si te conformas con menos de lo que quieres y
aceptas “las sobras” en una relación o en la vida en sí.
10. Eres sumamente especial para comer. Pones mucha atención a cada cosa que va
a entrar a tu boca, te has alejado de personas o actividades por seguir al pie de la
letra tus planes y guías de alimentación. Te sugiero revisar si tu forma especial y
estricta de comer no es una excusa para alejarte o esconderte.
¿Cómo darme cuenta de qué
sentimientos detonan mi
compulsión por comer?
Todos tenemos en nuestra gran gama de sentimientos algunos que nos mueven la vida
más que otros. Esto nos ocurre a todos, sólo que cada uno tiene diferentes maneras de
lidiar con ellos.
Hay quienes usamos la comida y/o el peso para salir de los sentimientos prohibidos,
dolorosos o peligrosos, y poder regresar a los “permitidos”. Otras personas sólo a través
de la comida y/o del peso encontramos el escaparate para esos sentimientos prohibidos.
¿Cómo decidimos que un sentimiento
es prohibido o permitido?
En la mayoría de las historias hay detonantes, ya sea un evento en especial (una
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separación, un abuso, una pérdida, una desilusión, un accidente, etc.) o una circunstancia
de vida (padres ausentes, tipo de familia, región, religión, etc.) que nos hacen poner en
marcha nuestras herramientas de supervivencia o de adaptación al medio. Estas
herramientas incluyen a nuestros sentimientos.
Cuando ocurre algo que nos impacta, nuestro sistema hace un tipo de revisión para
definir qué sentimiento será el que nos permita sobrevivir con menos daño.
Es por eso que en una misma familia, bajo circunstancias iguales, cada miembro
reacciona y se integra de diferente manera.
Ese sentimiento que nos ayudó a sobrevivir será el que a la fecha se haga
constantemente presente. Por otro lado, el sentimiento que de algún modo creímos que
nos ponía o nos puso en riesgo será muy probablemente aquel del que queramos escapar
y no contactar.
Te voy a poner ejemplos de diferentes combinaciones de sentimientos y cómo interviene
la comida y/o el peso en la manera de enfrentarlos o escaparles.
Permitido: enojo
Prohibido: tristeza
Marielena, cuando tenía 8 años, vivió la angustia de encontrarse en medio de peleas
campales entre sus padres, al grado que fue llevada varias veces a testificar ante
tribunales. En ese momento, el sentimiento que se desató en ella y que de algún modo la
salvó de hundirse en la tristeza y la depresión fue el enojo. Hoy tiene 45 años y el enojo
sigue siendo su fiel compañero de batallas. Cuando revisamos en el taller esta historia, se
dio cuenta que cuando aparece la sensación de tristeza, que en ella no es permitida
porque en algún momento le pareció que la hundiría, se detonan sus ganas de alimentarse
de algo “prohibido”. Comerlo la hace enojarse consigo misma aparentemente por notener fuerza de voluntad y por verse gorda, cuando en realidad, enojarse para ella es
mucho más seguro que sentirse triste, y la comida y el peso le permiten hacer ese “by
pass”. Es decir, no se enoja porque come, más bien come para poderse enojar y salir de
la tristeza.
Permitido: alegría
Prohibido: enojo
Alejandra es una chava encantadora y siempre sonriente, a mí me sorprendió cuando me
dijo que tenía 30 años, porque se veía de escasos 22 y su voz era muy aniñada. Desde
pequeña, en su familia desempeñó el papel de la niña feliz. No daba lata, complacía a
todos, especialmente a su papá, quien tiene un carácter muy fuerte y, por lo general, está
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enojado (cosa que a ella le da pavor). Esto al mismo tiempo la ha mantenido también
muy enojada, ya que ha dejado su vida de lado para cuidar a sus papás y ser la hija,
hermana, tía y amiga perfecta. Sin embargo, no se ha permitido expresar ese enojo, ya
que le significaría perder las grandes ganancias que le ha dado ser tan buena. Para todos,
es la que nunca se enoja. Durante una sesión del taller, en uno de los ejercicios se dio
cuenta que estaba muy enojada y me lo hizo saber con una amplia sonrisa, a lo que yo le
respondí que no la veía nada enojada. Cuando la confronté, empezó a ponerse muy
nerviosa, más bien apanicada, y sin dejar de sonreír me pidió que parara y que la dejara
salir a comer galletas. Le pedí que se quedara y comencé con ella a hacer un ejercicio
para sacar enojo. Finalmente, logró dar un grito desde el estómago, donde efectivamente
contactó con el enojo y logró darle salida. Cuando lo hizo, estaba impactada y compartió
con el grupo que se le habían quitado completamente las ganas de ir por una galleta.
Sentir enojo le era tan doloroso y aterrador que cuando había cualquier señal que la
pusiera en riesgo de sentirlo, la hacía literalmente correr por comida para sentirse feliz.
Sin embargo, esto le duraba poco y era sólo aparente, porque en el fondo se quedaba
muy enojada con ella misma, lo cual le permite no exponerse.
Permitido: miedo
Prohibido: afecto
Ésta es mi propia lectura. A mí el miedo me ha acompañado lo que recuerdo de vida. Se
desató cuando me sentí abrumada por cambios como el divorcio de mis papás, los
constantes movimientos a casa de los abuelos, la nueva dinámica en casa, etc. Me volví
súper temerosa porque el miedo, de algún modo, paraliza e inmoviliza y eso era lo que
yo necesitaba, no moverme, quería que me devolvieran mi vida tal y como estaba. Me
sentí en ese momento tan traicionada, que el amor se volvió algo peligroso, no sólo hacia
los otros sino hacia mí. Entre menos me moviera y menos me encariñara con lo nuevo,
creía que se mantendría la posibilidad de que todo regresara a la normalidad; entre menos
siguiera adelante, más les recordaba el daño que me habían hecho. Así me comporté por
mucho tiempo. Cada vez que he tenido la oportunidad de avanzar, busco la manera de
pararme, ya sea con el peso, con la falta de dinero, con el “yo no puedo”, etc. Mientras
más pesada esté, menos corro el riesgo de moverme y ser lastimada.
Cuando pude descubrir esta dinámica que he realizado, de algún modo oculta, no es
de extrañarse todo lo que ha ocurrido en mi vida. Si la óptica a través de la cual
observaba al mundo estaba tan distorsionada, no es sorprendente que me deprimiera
tanto cada vez que venían cambios importantes en mi vida. Hoy todo comienza a tener
sentido, es como si un velo se hubiera caído. Entiendo ahora que no es que yo no
pudiera o que los dioses del Olimpo decidieran evitarme la felicidad, simplemente estaba
viviendo bajo un mandato que me había convencido de que detenerme era igual a
ponerme a salvo. Afortunadamente, darme cuenta hoy me permite pensar que eso ya es
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totalmente obsoleto, ya no sirve, es más, nunca sirvió porque estaba basado en una mera
fantasía infantil.
Permitido: afecto
Prohibido: alegría
Patricia tuvo una infancia caótica, en medio del desorden absoluto, la incongruencia, el
abuso, la desconfianza, la falta de cuidado, el abandono, la crítica, la no pertenencia, etc.
La forma que ella encontró para sobrevivir a ese caos fue “poner buena cara”, complacer
a todos y tragarse lo que ocurría al darse cuenta que nadie parecía ayudarla, al grado que
cayó en un trastorno de bulimia en el que literalmente se tragaba todo lo que se le
aparecía y al igual que en la vida, al no tener la capacidad de asimilarlo, lo vomitaba. Le
resultó menos doloroso encontrar el amor en la comida que en su familia. La alegría le
era continuamente arrebatada. Cada vez que algo “bueno” le pasaba, casi
instantáneamente desaparecía. Cuando ella pensaba que ya había pasado lo peor, algo
más fuerte ocurría. Con esta experiencia aprendió a desprenderse de la alegría para poder
estar alerta y defenderse. Hoy en día es una mujer hermosa, con una gran familia, se
dedica a lo que le gusta y está estable, lo cual ¿qué creen? ¡Es demasiado peligroso! Por
lo que se desató una vez más la compulsión furiosa por comer. Prefiere perder ella la
alegría y la estabilidad a esperar que se las arrebaten. Para salir de su alegría utiliza su
vieja herramienta: no poner límites a su forma de dar y su necesidad de complacer, lo
cual la está sobrepasando una vez más y llevándola a territorio conocido.
Permitido: enojo
Prohibido: miedo
Lucía es de carácter muy violento, agresiva y, de hecho, su aspecto es así, rudo. Cuando
era pequeña fue abusada sexualmente y, además, fue el paño de lágrimas de su mamá,
quien también sufrió un abuso. Ella decidió que a las dos les había ocurrido eso por
débiles y que de ahí en adelante, la fuerza sería su salvadora. El sentimiento que a ella le
proporcionó esa fuerza fue el enojo, que además era muy conocido para ella, ya que su
papá, poseedor de una gran fuerza tanto física como de carácter, hacía alarde de él
constantemente. Contactar con el miedo, que es un sentimiento paralizante, no estaba en
su catálogo de opciones. Para ella, cualquier cosa que la haga sentir vulnerable es
prohibida. ¿De qué creen que se ha valido para mostrarse fuerte y ruda? Del peso, por
supuesto. Cada vez que está a punto de lograr su meta de adelgazar, se enoja con la
dieta, con la nutrióloga, con el doctor, con quien sea, y la avienta. Regresa a su
armadura. Hoy parte de su proceso es tocar su parte tierna y vulnerable, cosa que para
ella resulta de verdad como kryptonita.
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Permitido: tristeza
Prohibido: alegría
Eduardo perdió a su padre hace ya varios años. Desde entonces ha estado sumido en una
profunda tristeza. Esa tristeza la ha acompañado con mucha comida y muchos kilos, le
ha hecho presencia a su ausencia de esa manera. Alejarse del dolor de la perdida, para él
es como alejarse de su padre. Claro que como en todos los casos, esto lo hace desde el
subconsciente. Cuando ha tratado de liberarse del peso y comienza a lograrlo, eso le
provoca felicidad y se permite hacer su vida con alguna pareja, ¡y vuelve a la comida!
Hacerlo le genera mucha culpa, cuando en realidad, la culpa es por sentirse alegre.
Permitido: alegría
Prohibido: tristeza
Desde que era pequeña, Liz fue la encargada de ayudar y cuidar a sus hermanos. No se
cuestionaba si le gustaba hacerlo o no, simplemente lo hacía porque eso complacía a sus
padres, especialmente a su papá, por quien sentía una enorme admiración. Ya de adulta
siguió siendo el soporte de la familia y todos acudían a ella cada vez que necesitaban
algo, desde que les cuidara a los hijos hasta que les prestara dinero. Decir que no era algo
que Liz no se permitía hacer, porque se sentía sumamente culpable. Además, su familia y
conocidos, estando tan acostumbrados a su alegría y capacidad de complacer, la hacían
creer que era su obligación ayudarlos.
Cuando su padre enfermó, ella se hizo cargo de cuidarlo, y cuando murió, se encargó
de cuidar el dolor de sus hermanos, al grado que no se permitió sentir el suyo.
Tiempo después comenzó a sentirse sumamente insatisfecha y mandó esta sensación
a su comida y a su relación de pareja.
Después de hablar de la necesidadde aceptar nuestros sentimientos y hacernos cargo
de nuestras necesidades, Liz nos compartió que se permitió contactar con su tristeza y no
ocultarla como siempre hacía. Por el contrario, habló de ella con su esposo y le pudo
decir con gran asertividad lo siguiente: “Estoy muy triste porque me doy cuenta que no
me di el tiempo de llorar a mi padre por tratar de hacerme la fuerte para sostener a mis
hermanos. No he hecho mi propio duelo y eso me ha mantenido atrapada. Al no cerrar
mi ciclo con él, no me he permitido dejar espacio libre en mi corazón para amarte
plenamente; no llorar a mi padre ha sido como no despedirme de él y mientras siga aquí
presente, yo no me doy permiso de seguir con mi vida”. Al reconocer el sentimiento de
tristeza, también se pudo hacer presente ella misma en su matrimonio y, por lo tanto, con
su esposo.
Si vemos, por más que usemos a la comida y/o al peso para esconder o escapar de los
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sentimientos incómodos, estos de algún modo van a hacerse presentes.
La forma de comenzar a trabajar una vez que nos damos cuenta de cuáles son
nuestros sentimientos permitidos y los prohibidos es ponerle límite a los primeros y a
contactar más con los segundos. Obviamente no es fácil, pero sí posible, y verás que
conforme lo haces no sólo dejaras de usar a la comida y al peso, sino que tendrás una
vida más plena y equilibrada.
Te doy algunas sugerencias:
• Si lo que no te permites contactar es el enojo, comienza a poner límites y a
externar lo que no te gusta. A lo mejor no lo harás de entrada con todo el
mundo, pero sí puedes empezar con quienes no tengas tanto compromiso como
la encargada de una tienda que intenta hacerte comprar algo que no deseas, el
repartidor de volantes, la cajera que no te atiende amablemente, etc.
• Si lo que no te permites sentir es la tristeza, haz una lista de las pérdidas que no
te has permitido llorar y escribe a esa persona, trabajo, relación, país, etc., que
ya no está en tu vida y ponte atento a lo que ocurre antes, durante y después de
escribir.
• Si lo que no te permites sentir es la alegría, comienza por recordar los
momentos en los que has estado alegre y respira esa sensación, deja que se
instale en tu cuerpo nuevamente. Haz una lista de las cosas que te hacen
sentirte feliz (bailar, correr, jugar, ver películas divertidas, escribir, dibujar,
etcétera), y comienza por hacerlas diariamente.
• Si lo que no te permites sentir es el amor, comienza por darte demostraciones a
ti mismo, cuida mucho la forma en la que te hablas, atrévete a hacer todos los
días algo lindo por ti. Yo, por ejemplo, diario desayuno un jugo verde y
prepararlo es un acto de amor para mí, un recordatorio de lo importante que es
cuidarme y de que soy capaz de dedicarme tiempo y esfuerzo.
¡Me aterra ser delgada!
Si le pregunto a cualquier mujer en este planeta, si le da miedo estar delgada o tener el
cuerpo de sus sueños, seguramente me va a ver con ojos de “esta vieja está loca, por
favor, enciérrenla”.
Pero la realidad es que aunque nos parezca disparatado, ser delgado puede encender
en nosotros botones de pánico, ya que en nuestro interior pueden estar sembradas
memorias sumamente amenazadoras y dolorosas. Estos temores pueden ser los
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causantes de que no logremos nuestros objetivos o de que una vez alcanzados,
regresemos corriendo a nuestros conocidos kilos.
Vamos a desnudar algunos de esos temores:
• El miedo a ser vista. Los kilos pueden ser un perfecto escondite para no ser
“atractivo”. Nos dan la posibilidad de pasar bastante desapercibidos, por lo
menos en el terreno sentimental y sexual.
• El miedo a ser vulnerable. Hay una fantasía inconsciente de que ser delgado es
igual a volver a ser niño, lo cual puede desatar mucha ansiedad, si tomamos en
cuenta que para la mayoría, nuestros principales temores quedaron sembrados a
edades tempranas.
• El miedo a que aun siendo delgado, no se cumpla mi fantasía de ser amado
como yo quiero. Tenemos la fantasía de que ser delgados es igual a ser amados
y que nuestra pareja nos rescatará y volaremos entre sus brazos y ¡oh,
decepción!
• El miedo a defraudar. Cuando logramos adelgazar y la gente a nuestro
alrededor nos hace ver lo maravillosos que nos vemos, se genera un gran miedo
a defraudar a toda esa gente. Además de la enorme presión, se disparan las
memorias de no aprobación que hemos recibido a lo largo de nuestra vida y una
gran fuerza puede aparecer para rebelarse y harcernos regresar a ganar peso.
• El miedo a seguir sufriendo. Muchas personas encuentran complicado manejar
la realidad de que aun siendo delgados hay dolor en sus vidas.
• El miedo a enfrentar mi propia realidad. Nos hemos dicho tanto que cuando
estemos delgados seremos felices, exitosos, alegres, extrovertidos, etc., que
cuando se van los kilos y nos vemos de frente a nuestros “compromisos” con la
delgadez, tocamos la realidad de que para ser feliz se requiere algo diferente a
ser delgado, esto es decisión, aceptación, realización… El éxito es resultado de
hacer contacto con nuestra verdadera misión, ser extrovertidos es reconocer y
afrontar los miedos de mostrarnos como somos.
• El miedo y el dolor de que ese “gordo” espantoso que quedó atrás también soy
YO. Cuando estamos convencidos de que estar gordo es el peor castigo que
hemos recibido, no es de extrañar que si adelgazamos y nos quitamos esa
“maldición”, quede en nosotros la sensación de que mientras teníamos más
peso éramos malos, inadecuados, indeseables, etc. Pero la novedad es que los
kilos no se llevan nuestra memoria, ni nuestros órganos y, sobre todo, no se
llevan nuestros sentimientos. Entonces, una parte de nosotros se “duele” al
escuchar lo mal que hablamos acerca de ese “gordo” ¡que en realidad somos
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nosotros mismos!
• El miedo a no ser tomada en serio. Muchas personas reportan que aparecen
muchos sentimientos encontrados, porque en su percepción los delgados y con
buenos cuerpos, son vacíos y poco serios. Así es que cuando adelgazan y
reciben algún halago, sienten que traicionan a esa parte “intelectual, madura y
seria” que tanto trabajo les ha costado lograr.
• Que si adelgazas no serás capaz de ser fiel o de quedarte en una relación que ya
no te satisface.
• El miedo a no ser víctima. Si ya no hay sufrimiento… ¡ya no hay pretexto! Hay
una gran toma de responsabilidad.
• El miedo a tener que vivir siendo “perfectos”.
¿Te sentiste identificado con alguno de los puntos anteriores? Si es así, date unos
segundos para determinar qué sensaciones corren por tu cuerpo.
¿Cómo lograr hacer frente a estos miedos?
Aceptando y aprendiendo a amar al que soy hoy.
Reconociendo que ya eres perfecto.
Asimilando que cada etapa de nuestra vida nos brinda las herramientas que
necesitamos, entre ellas, el peso.
Haciendo fantasías guiadas para visitar a tu “delgado” y así revisar que sensaciones
vienen; esto nos va a dar muchas pistas. (Yo cuando me imagino muy delgada, siento
que me “rompo”).
Trabajando mucho en que hoy como adultos tenemos la capacidad de tomar la
responsabilidad de nuestra vida y nuestras decisiones.
Recordarnos que podemos defendernos y decir que no a una relación, o rechazar
una invitación, aun cuando seamos delgados.
Recuperando la sensación de que nuestra esencia se mantiene intacta pesando los
kilos que pesemos.
Llevar un proceso integral, dándole prioridad al manejo de emociones.
¿Y si me quedo en el “no
puedo”?
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Cuando doy conferencias, frecuentemente cuento a manera de anécdota y como una
forma de conectar con el público que yo solía ser la mujer “¿Pero yo por qué?”. Cuando
entré a trabajar a TV Azteca, era asistente (voluntaria y sin percibir salario) de Héctor
Lechuga, toda una institución en la televisión mexicana. A mí me daba mucha emoción y
mi gran trabajo era sacarle copias al guión. A la par, yo estudiaba la carrera de Ciencias
de la Comunicación y cuando terminé, decidí que ya era tiempo de buscar un trabajo en
serio en el que me pagaran, y renuncié. A los pocos días me llamó Blanca, quien había
sido mi jefa, y me sugirió que mepresentara a una entrevista para el puesto de secretaria
del productor del nuevo programa de Pati Chapoy. Yo, una escuincla recién egresada de
una universidad muy prestigiada, le dije: “¿Secretaria? ¡No puedo! Yo soy egresada de la
Universidad Anáhuac”. Se rio y me dijo: “¡Preséntate y ya!”. Me dieron el puesto y a las
dos semanas me ofrecieron ser reportera. Mi primera respuesta fue: “Yo no puedo
porque no soy reportera”. Se rieron de mí y con pavor y a la fuerza me convertí en
reportera. Cada vez que me pedían proponer notas o temas yo decía: “No puedo, porque
yo no soy periodista”, y finalmente lo acababa haciendo. Pasaron los años y tuve
oportunidad de estar a cuadro, y entonces yo repetía: “No puedo porque no soy
conductora”. Y así, “no pudiendo”, continué mi camino. Cuando me ofrecieron ser
gerente de producción y, por un tiempo, conductora de Ventaneando, lloré como si me
estuvieran lanzando a la hoguera. Recuerdo que le hablé a mi entonces esposo y le dije:
“¡Me acaba de pasar lo peor!”. Y él me decía: “¿Te corrieron?”. Y yo: “¡No, peor!”. Mi
discurso era una vez más: ¡Yo no puedo! Si volteo a ver cuántas veces me lo he dicho, es
lógico que me lo haya creído, lo curioso es que esa historia sólo me la compré yo, porque
la gente alrededor me seguía dando proyectos y confiando en mí. La vida no se ha
cansado de demostrarme que sí puedo y, afortunadamente, poco a poco también yo he
comenzado a ver la evidencia (estuve diez años en TV Azteca, fui conductora, guionista,
asistente, productora, gerente de producción, organicé eventos, viajes, concursos). Ya
comienzo a creer que sí puedo.
La misma historia que te acabo de contar se repitió con los talleres. Cuando decidí
darlos, me decía: “No puedo, porque no soy terapeuta, no soy nutrióloga”. Hasta que
reconocí que soy una gran comunicadora, empática, responsable y con una gran
capacidad de dar claridad y acompañar a los demás en sus procesos.
Llegó el momento de formar una empresa y me cansé de decir: “Pero para qué una
empresa, si yo sólo doy talleres. Yo no soy empresaria”. Afortunadamente, Myriam y su
equipo, que han sido unos ángeles en mi camino, no me permitieron salir corriendo y hoy
tengo una empresa que genera empleos y que me recuerda todos los días que ¡SÍ SE
PUEDE!
Hoy veo que mantenernos en el NO PUEDO nos traslada a territorios bastante
conocidos, de alguna manera nos da certeza. Ya sabemos a dónde nos va a llevar, por
más doloroso que sea, no lograr lo que podemos o darnos por vencidos aun antes de
iniciar un camino nuevo. Fracasar es confirmar algo que ya sabemos o que alguien de
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nuestro pasado nos hizo el grandísimo favor de hacernos creer.
El SÍ SE PUEDE nos pone en situación vulnerable porque en muchas ocasiones nos
saca de nuestra zona de confort, es decir, nos expone a nuevas experiencias que aunque
no parezca, no estamos dispuestos a vivir.
¿Qué pesa en el peso de tu hijo?
México ocupa el primer lugar en índice de obesidad infantil a nivel mundial, y no es algo
que deba tomarse a la ligera.
Como tampoco lo es dejar de ver lo que se esconde detrás de tantos kilos extra.
¿Qué nos están gritando nuestros niños? Los tuyos, los míos, los que sobreviven a la
jungla sin nada que los proteja o los defienda, los que aprenden a callarse, los que viven
para complacer, los que no saben a qué sabe la tranquilidad ni la estabilidad.
Creo que hay un sobrepeso de inseguridad, expectativas, violencia, abandono,
descuido, irresponsabilidad y un hambre feroz de confianza, límites, atención,
reconocimiento, aceptación y certeza. El sobrepeso nos habla de la desnutrición que hay
a nivel físico, emocional y espiritual.
Te invito a que le demos un vistazo al peso que les pesa a nuestros hijos; a eso que
muchas veces no queremos ver y que preferimos arrancar en lugar de resolver.
OJO: Permite que tu intuición te hable, ponle mucha atención a las señales que te dé
tu cuerpo (inquietud, cosquilleo, apretón de estómago, dolor de cabeza, ansiedad, ganas
de aventar este libro, etc.), mientras lees la siguiente información. La intención de ningún
modo es que te sientas culpable ni juzgado, sino que encuentres pistas que te puedan
ayudar a detectar por dónde pueden estar ciertas dinámicas y trabajar en ellas.
La comida puede ser un gran medio de escape y evasión.Imagínate que la hora de la
comida es el centro de batalla, el momento en que tu marido o tu esposa y tú se pelean,
se reclaman o simplemente se ignoran. Es tan amargo este sabor, que no es de extrañarse
que tus hijos intenten llenarse de sabores más agradables como el de la comida para
quitarse el mal sabor de boca que vuela en el ambiente.
También sirve para que el niño evada su soledad, aburrimiento, abandono, tristeza,
como un escape al dolor de no saber cómo manejar lo que ocurre en su entorno. Perder
el control en la comida, puede ser menos peligroso que enfrentar el pavor de darse
cuenta de que no puede controlar que sus padres peleen, que lo cambien de escuela o
que alguien lo moleste. La comida puede ser el sustituto que encuentra para intentar
cubrir necesidades que debieran estar siendo cubiertas por los padres o cuidadores.
 
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• Transmítele a tu hijo que es válido lo que siente. Puedes usar frases como:
“Veo que tienes los ojos rojos y te tiembla la barba, me imagino lo triste que te
sientes porque se te perdió tu muñeco”, “si quieres llorar, está bien, yo lo hago
cuando estoy triste”.
• Ayúdales a darle nombre a lo que sienten. Te sientes ¿frustrado?, ¿acalorado?,
¿incapaz?, ¿aletargado?, ¿ajetreado?, ¿amoroso?
• Dale opciones a tus hijos, tanto de comer, como de hacer y de resolver.
Premiar o castigar con la comida
El premio o el castigo lleva implícito el mensaje de que la validación y la aprobación (o
desaprobación) deben venir de afuera. Esto además de generar un condicionamiento (si
comes bien, te doy un dulce; si eres buena niña, papá te va a querer mucho; si te
acuestas conmigo, no te dejo), aleja a los niños de obtener la satisfacción plena que da el
manejo apropiado de límites, el reconocimiento de emociones y necesidades, para
enseñar la gratificación inmediata que da, en este caso, la comida.
• Enséñale a confiar en las señales de su cuerpo. Piensa que si él puede escuchar
sus necesidades, reconocer sus sentimientos y validar sus decisiones, lo estarás
armando para que sea menos vulnerable a las recompensas externas.
Transmítele que es adentro, no afuera, donde se encuentran las señales para
saber qué comer (lo que dé bienestar a su cuerpo), cuándo comer (al sentir
hambre en el estómago), cómo comer (en un ambiente tranquilo, sin
distracciones), y cuánto comer (hasta que esté satisfecho).
• Aquí también aparece el famoso “¡te hice esta comida con todo mi amor!”,
cuyo subtexto es “si no te lo comes, no me amas”.
• No se te ocurra decirle que coma bien para que se cure su abuelita ni para que
su papá esté contento, porque le estarás enviando el mensaje de que su forma
de comer tiene el poder de complacer o dañar a los demás.
• No lo obligues a comerse todo lo que hay en el plato.
• Coman sentados a la mesa.
• No le permitas comer mientras ve la tele, lee o hace la tarea.
• No discutan ni arreglen problemas durante la comida.
Restricción
Cuando no nos permitimos tomar algo por la buena, nos lo tomamos por la mala, cuyo
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caso más clásico es el atracón, en donde la amenaza de carencia, despierta la necesidad
de tomar más de lo que necesitamos. Aquí me gustaría ponerte el ejemplo de una mamá
que se restringe de todo tipo de alimentos que salgan de su rigurosa dieta y, entonces,
para quitarse el antojo, hace que sus hijos se coman lo que ella no puede.
Estas restricciones también ocurren en otros aspectos, por ejemplo, si en casa no
permitimos a nuestros hijos expresarse con libertad, es probable que se tomen a la fuerza
su necesidad de decir lo que sienten, a través de actos de maltrato hacia ellos mismos,
como comer de más o de menos. Si en casa se escuchan sentencias como: aquí nadie se
rinde, llora, festeja, ríe, etc., el niño buscaráformas de dejar salir estas emociones de
modos destructivos o exagerados y fuera de contexto.
• No prohíbas la comida, ni le digas frases como: “Si no comes ahorita, no comes
en todo el día”.
• Demuéstrale la efectividad y los beneficios de los límites asertivos.
• No le digas: “No estés triste” o “te prohíbo que pongas esa cara”.
• No satanices ni endioses alimentos. Pregúntate qué alimentos te causan más
tentación: los prohibidos.
• No lo chantajees con que los niños en África se están muriendo de hambre.
El niño puede estar usando al peso en el cuerpo como un grito
por hacer valer su
derecho a la individualidad
Cuando hay padres demasiado protectores, controladores o seductores, el niño busca
separarse para defenderse, tomar aire y reconocerse como individuo independiente;
intenta inconscientemente sacar de su campo la presencia no de sus padres como tal, sino
de la opresión que ejercen en él. He visto casos de niños que aumentan su tamaño para
ser vistos y respetados, para crecer ante circunstancias de extrema responsabilidad para
las que no están preparados. Es como si con el peso se pusieran un letrero que dice: ¡No
pasar! ¡Propiedad privada!
• Dale herramientas a tu hijo para que explore el mundo que lo rodea.
• No le digas que es tu novio o tu novia ni que lo necesitas para ser feliz.
• Márcale limites asertivos y respeta los suyos.
• Crea para ellos espacios en los que ellos tengan libertad (Ejemplo: un trozo de
pared en donde pintar, un cajón sólo para sus cosas importantes, etc.).
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Mejor veme a mí y no veas lo que hay detrás, me como yo los
problemas para liberarlos a ustedes
El sobrepeso puede ser un intento inconsciente del pequeño por desviar la atención de
alguna dinámica o algún problema entre los padres.
• Toma la responsabilidad de tus acciones y decisiones.
• No los pongas de pretexto para quedarte en una relación, para no buscar un
trabajo o salir con tus amigas.
• Dales congruencia.
• Hazte cargo de ti.
• No centres tu atención en su forma de comer, más bien centra tu atención en
escucharlo.
Protegerse con el peso de cualquier tipo de abuso
Ante la ambivalencia, el miedo, la vergüenza, el desamparo, la confusión, el enojo, la
impotencia y la culpa que genera un abuso, especialmente el sexual, el sistema desarrolla
una autodefensa para compensar la incapacidad del entorno de proveer esa seguridad que
todo niño requiere para su sano desarrollo. También puede ser su coraza ante el rechazo
o el desamor. Su grito es: ¡no vuelvas a acercarte!
• Transmítele no sólo con palabras sino con hechos que su cuerpo es sagrado y
merece ser respetado.
• Respeta su decisión de no querer darle besos a la abuela
• No lo ridiculices ni expongas frente a los demás: “Ay, que bárbaro, les tengo
que contar que hoy este enano se embarró todo de caca, ¿verdad, mi niño?”, o
“no quería venir porque dice que eres muy enojona”.
¿Cuáles son los valores que les transmites? Si uno de los valores principales de una
familia es el aspecto físico, el niño entenderá eso como un mandato que debe cumplir u,
ojo, ¡DEL QUE QUIERA LIBERARSE! Porque le puedes estar mandando el mensaje
de que no es bueno siendo como es y. Éste es uno de los puntos más dolorosos y que
deja muchas marcas.
Los mensajes que se leen ante un “deberías bajar de peso” o “mira qué flacucho y
feo te ves” generalmente son: debes cambiar para ser amado, aceptado, valioso, etc. Te
pongo el ejemplo de una chavita que cuando bajó de peso, después de una gran presión,
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su papá le dijo: “Ahora sí eres mi hija”. ¿Qué? ¿Entonces antes no?
• Imagínate lo que pesa el deber de tener un cuerpo de tal o cual forma (porque
puede ser que justo el estar gordito sea lo que se espera del hijo) para ser el
orgullo de tus padres, para recibir su amor, para no hacerlos quedar mal, etc.
• Cubrir las expectativas de los padres es una carga tremenda
• Reconoce sus logros.
• Ayúdale a aceptar sus capacidades no desarrolladas.
• Demuéstrale que se vale recibir y que esto no implica tener que dar
necesariamente algo a cambio.
• No critiques ni halagues a las personas por su apariencia y su peso.
Cubrir ausencias
El sofisticado diseño que tenemos los seres humanos para defendernos, progresar,
trascender y transitar por este planeta es espectacular. He notado en muchos casos cómo
ante la ausencia de los padres o de alguna otra figura parental importante, los kilos toman
ese lugar. Por ejemplo: la madre trata de compensar la falta del padre y la suya al tener
que salir a trabajar, llenando a su hijo de comida o de kilos. Es como si la presencia de
los kilos hiciera menos evidente la ausencia de la figura que falta. En una sociedad como
la nuestra en que el peso de la familia es muy grande, las ausencias son igualmente
notorias.
• No ocultes las ausencias. (Sí, es una realidad que papá no está con nosotros y
que eso puede asustarnos).
• Tampoco las hagas más evidentes. (Ese malnacido no nos quiso, por eso se
largó).
Aquí me gustaría mencionar el caso de las madres que trabajan y deben dejar a sus hijos.
Es importante revisar qué sentimiento le produce a la madre hacerlo.
• Si le produce culpa es muy probable que continuamente intente compensar a
sus hijos con regalos, comida, permisividad, etc., para sanarla.
• Si le produce enojo, eso será justo lo que transmita continuamente a sus hijos y
es probable que la relación con ellos esté cargada de reclamos y violencia. Este
enojo, ya sea que lo manifieste de manera clara o encubierta, es muy probable
que sea recibido por sus hijos como un aviso de que por su culpa ella tiene que
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trabajar y esa carga tan pesada, esos sentimientos de desesperación, culpa y
enojo a la vez, puede ser callada con comida.
• Si le produce tristeza, ése será el sentimiento que transmitirá y entonces estará
buscando junto con sus hijos consuelo constante, y una de las formas de
encontrarlo, por supuesto, es en nuestra amiga la comida.
Por el contrario, si ella lo asume, se siente satisfecha, orgullosa y feliz con su trabajo, eso
será lo que como como cascada cubrirá a sus hijos.
Hacer vínculo con los padres o alguien de la familia
Imagínate que dentro de tus multiples tareas, ocupaciones o incapacidades, no te queda
tiempo para estar con tu hijo, pero cada vez que lo ves comiendo lo reprendes o lo
alientas. La señal probable que él capte será: “Cuando como tengo su atención”. O si las
dinámicas de la familia incluyen comer todo el día, no esperes que tus hijos lo hagan
diferente.
• También es común que se hagan complicidades como: “Sin que nos vea tu
mamá, vámonos tú y yo a echarnos unos tacos”. Este vínculo que se hace con
la comida, el peso y los padres, puede usarse también para “castigarlos”. Si tu
hijo descubre tu desagrado al verlo comer, es muy probable que su frustración
y enojo hacia ti por no aceptarlo y por no cubrir sus necesidades reales lo haga
provocarte y retarte con su manera de comer.
• Considera que si odias tu cuerpo y te quejas continuamente de él, tus hijos, de
igual forma y a manera de alianza, lo harán también. Te comparto esta frase:
Cuando la madre no está suficientemente en contacto con su cuerpo, no puede dar al
hijo la vinculación necesaria para ofrecerle confianza en sus propios instintos. El niño
no puede relajarse en el cuerpo de ella, ni después en el suyo propio.
—Marion Woodman
• No hables de dietas ni de lo gordo que estás frente a él. (De preferencia no te lo
digas ni a ti mismo).
• Demuéstrale la importancia de cuidarse y de sentirse bien.
Por favor, papá, mamá, tío, compadre, maestro, evita frases como:
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• A los gordos nadie los quiere.
• Mira qué cerdo me veo.
• ¡Ándele, gordito!
• Deberías sentirte avergonzado de verte tan mal, ser tan llamativo, provocar
miradas…
• Así nunca vas a conseguir pareja.
• A los hombres sólo les gustan las flacas.
• Pareces barril sin fondo.
• ¿No te da pena tragar así?
• Mira qué enclenque está este niño.
• Los hombres tienen que ser fuertes.
• Con esas curvas vas a volver locos a los hombres.
• Hay que cuidar a esta niñaporque se la van a robar por bonita.
Vuélvete el mejor ejemplo para el niño. A medida que te aceptes, te cuides, te ames, te
hagas cargo de tus sentimientos y necesidades, te será más sencillo transmitirle eso
mismo a tus hijos.
Zonas de confort nada
confortables
Cuando nos hablan de salir de las zonas de confort, cualquiera puede imaginar que esas
zonas son idílicos espacios con un mar profundo, palmeras, una suave brisa, el atardecer
haciendo gala de su belleza y las nubes pintando el cielo para nuestro agasajo.
A nivel vida, lo podríamos comparar con estar sumamente felices, cómodos, plenos,
sin problemas, resplandecientes y confiados.
¡Oh, sorpresa!, por lo general, las zonas de confort son conocidas para nosotros y no
necesariamente agradables, más bien atienden a conductas y reacciones que en algún
momento nos “salvaron”, es decir, nos conectan a la forma en la que reaccionamos a una
herida del pasado.
Por ejemplo, yo he reconocido que en mí se generó una herida de traición cuando mi
padre se fue de la casa, lo cual no quiere decir que me haya traicionado como tal,
simplemente yo así lo viví y mi reacción a esa herida y a otras circunstancias fue
paralizarme; pude huir, desarrollar alguna conducta agresiva o mantenerme en alerta y
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movimiento… pero por alguna razón decidí inmovilizarme. Esa reacción, hoy que la
puedo mirar con más conciencia, se fue repitiendo por muchos años disfrazada de
desidia, miedo, flojera, gordura, fracaso, carencia e inseguridad. Cada uno de estos
aspectos me ponía en una “zona de confort”, es decir, me colocaba, aunque fuera
fantasiosamente, en ese lugar que decidí tomar para protegerme del dolor de la traición y
la separación. Poder ver esto me deja mucho más claro que para mí, salirme de la zona
de confort es igual a movilizarme, todo lo que implique cambio, aceleración, progreso,
reto, liberación, por mencionar algunos, amenaza mi zona “segura”.
Hoy soy capaz de ver cómo ha operado esta dinámica, cómo mi inercia me llevaba a
relaciones en las que me ponía en el lugar perfecto para ser traicionada o abandonada,
me dejaba a un lado, sin dignidad ni valor. Cuando se cumplía la profecía y ocurría la
traición o el abandono, yo me quedaba en postura de víctima, paralizada, esperando que
el verdugo en cuestión se arrepintiera y me dijera que yo era lo que estaba buscando y
que no me dejaría ni me lastimaría nunca. Repetí este patrón años y años. Quedarme
herida, aunque era doloroso, también me daba un toque de perversa satisfacción que yo
no entendía. ¡Claro! Me permitía recrear una fantasía que tenía desde pequeña, en la que
papá volvía arrodillado, aliviaba mi intenso dolor y me salvaba. Obviamente, hoy para mí
eso ya es obsoleto, porque ya no hay nadie que me traicione, ni quedarme quieta me va a
devolver una familia estable ni mis papás se van a volver a casar ni yo voy a volver a ser
pequeña. Reconocerlo es el primer paso, cambiar el rumbo es otro.
Hoy, al tenerlo ya consciente, procuro hacer lo contrario, es decir: ¡moverme! Ante
cada decisión que debo tomar, me inclino por la que me ponga en movimiento. Si en la
mañana tengo la opción de quedarme en mi cama o de irme a correr, me “fuerzo” a lo
segundo. Me cuesta trabajo, pero “mágicamente” al hacerlo me siento sumamente bien,
lo cual refuerza que las “zonas de confort” son meras ilusiones, ya que salir de ellas es lo
que nos permite ser verdaderamente felices y estar honestamente confortables.
Aquí quisiera también contarte la historia de Silvia, una hermosa mujer por dentro y por
fuera, quien es una gran maestra en muchos sentidos. Ella, a pesar de hacer mucho
ejercicio y de ser bastante disciplinada con lo que come, no ha logrado bajar unos kilos
que tiene de más desde hace muchos años. Aun cuando no es un tema que la agobie ni
que acapare su atención, hace poco se dio cuenta de que para ella, tener kilos de más la
mantiene en una zona segura. Cuando tenía como once años, sufrió un grave accidente
que la puso al borde de la muerte y escuchó al médico decirle a sus padres: “Si su hija no
estuviera tan sana y con unos kilitos de más, no hubiera sobrevivido”. Esas palabras, de
las cuales Silvia ni siquiera tenía mucho recuerdo ni la acompañan de manera consciente,
se convirtieron en un mandato que operaba “salvándola” de cualquier peligro. Ella
recuerda que cuando comenzó a tener problemas con su marido, inmediatamente
engordó. Su sistema relacionó peso con supervivencia y hasta que se dio cuenta, ese
mecanismo seguía operando. Ahora sabe que tiene muchas herramientas para sobrevivir
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que nada tienen que ver con el peso y con la comida. Para ella, bajar de peso era salirse
de su zona segura.
¿Cómo saber si estás en una zona de confort?
• Aunque aparentemente tienes todo lo que deseas, sigues vacío e insatisfecho.
• Sientes que tu vida o algun área de ella está estancada.
• Por más que haces esfuerzos, no logras lo que deseas.
• Te ocurren eventos que te desequilibran.
• Se repiten situaciones constantemente.
• Estás enfermo o te enfermas seguido.
Una vez que descubras que estás en dicha zona, pregúntate si puedes distinguir cuál es tu
zona de confort.
Recuerda que no necesariamente es cómoda y que puede incluir estar adolorido, ser
abandonado, abandonar, traicionar, correr, escapar, humillar, defenderte, protegerte,
morirte de hambre, fracasar, hundirte, complacer… Es decir, la puedes reconocer
mediante una revisión de lo que podrías llamar “karma” o eso que se repite
continuamente en tu vida.
Una vez que distingas qué historia o circunstancia es la que más se repite en tu vida,
estarás probablemente encontrando tu zona de confort. Te invito a seguir la siguiente
guía:
1. Reconoce. ¿De qué te salvó reaccionar como naturalmente lo haces a la vida?
Por ejemplo, María Luisa es una mujer sumamente atractiva, activa y siempre
está en constante movimiento, lo cual se ha manifestado a lo largo de su vida, ya
que está recurrentemente cambiando de casa, de trabajo, de pareja y de ideas.
Cuando le pregunté de qué le servía, tras una introspección que incluyó
responder varios días de forma escrita este cuestionamiento, llegó a una escena
de su infancia. Su madre, quien sufría depresión, no se movía casi de su cama,
sin importar que ella y sus hermanos comieran o la necesitaran. Fue muy duro su
dolor al recordar esa parte de su vida en la que tuvo que moverse para sobrevivir.
Por un lado, si no era así, nadie haría las cosas por ella. Por otro lado, era tanta
su desesperación al ver a su mamá así que solía salirse de casa cada vez que
podía. La sobrepasaba y avergonzaba tanto la situación, que ante sus amigas
empezó a fingir y a hablar de una mamá dinámica que trabajaba mucho y que
siempre estaba al pendiente. Cuando la relación con alguna persona se hacía más
profunda, ella se alejaba rápidamente para mantener su secreto a salvo. Esa
vergüenza y ese secreto se hicieron parte de su propia vida. Había algo dentro de
112
ella “dañino” que no se podía mostrar y es por eso que prefería moverse rápido,
no hacer arraigo en lugares ni en relaciones para no verse “descubierta”. La
estabilidad la sacaba de su zona segura, hasta que se dio cuenta de que ya no
necesitaba huir y que no había nada malo ni vergonzoso dentro de ella.
2. Pon en práctica acciones concretas que vayan en dirección contraria a la
tendencia de tus conductas y reacciones derivadas de tu “necesidad” a
mantenerte en tu zona segura.
Si sueles mentir constantemente, aun cuando te cueste mucho trabajo, hazte el
propósito de decir la verdad cuando te pregunten qué necesitas o cómo estás.
Si la pereza es algo habitual en ti, comienza YA a activarte, sin importar si tienes
ganas, sin esperar a que tu pareja te acompañe o que tu jefe te pida el reporte de ventas.
Si ser la víctima es tu papel ideal, empieza a tomar responsabilidad de tus actos y de
tus decisiones, coloca límites y aléjate de quien de alguna forma te maltrata, incluyendo
las partes de ti que te someten.
Si eres la personificación del huidizo y persuasivo, arriésgatea no salir corriendo y a
quedarte en los lugares, las relaciones y las emociones. No inventes excusas para no ir a
algún lugar ni para no hablarle a alguien, simplemente aguanta la incomodidad de tus
decisiones y de las posibles reacciones que éstas tengan. Procura no comer de más, no
fumar, beber, justificar, etc., ya que estas conductas son escapatorias recurrentes.
Recuerda que cuando nos retamos a nosotros mismos, es decir, cuando
conscientemente salimos de estas zonas, logramos el verdadero crecimiento y la
verdadera liberación.
Te invito a retarte a nivel físico, emocional, mental,y espiritual. ¿Cómo?
1. A nivel físico:
Véncete a ti mismo cada día, fuerza a tu cuerpo a que te dé más; ¡él está
esperando que lo hagas para mostrarte su capacidad! Si no haces ejercicio,
proponte salir a caminar media cuadra todos los días. Cuando ya estés cómodo
haciéndolo y no regreses con la lengua de fuera, es momento de aumentar el
esfuerzo: camina una cuadra completa, después dos, agrega subidas al trayecto,
comienza a trotar, y así ve probándote que puedes avanzar cada vez más. O si lo
prefieres, inicia alguna actividad que requiera competitividad y en la que los
resultados se midan ya sea en subir de grado, en competencias o a lo mejor en
lograr diferentes posturas como ocurre en el yoga.
Prueba no comer lo que siempre comes y dar pequeños pasos hacia comida
más nutritiva, pon en práctica las guías de alimentación que sugiero en mi libro
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Cuando la comida calla mis sentimientos: comer con atención, comer sólo por
hambre estomacal, comer sólo lo que dé bienestar real, comer hasta estar
satisfecho.
2. A nivel emocional:
Atrévete a habitar las diferentes emociones que ocurren a cada momento, no
huyas y dales su lugar. Si temes sentir soledad y corres a toda costa de ella,
aunque esto implique tener relaciones abusivas, date permiso de estar sola, de
enfrentar esa soledad que al fin y al cabo, seguramente, ya has sentido por
mucho tiempo aun estando acompañada.
No catalogues los sentimientos, asúmelos y muévete para cubrir con la
necesidad que se esconde detrás de cada uno de ellos.
3. A nivel mental:
Comienza a confrontar tus creencias incluso si hacerlo te lleva a tomar decisiones
que puedan atemorizarte. Recuerda que lo que más nos lastima son las barreras
que hemos puesto para no sentirnos vulnerables, así es que bajo esta realidad
abandonar tus creencias limitantes es menos peligroso de lo que piensas. Ser
exitoso, imperfecto, vulnerable, capaz, independiente, valioso, etc., puede ser ya
una hermosa y cercana realidad. Cada vez que te escuches diciendo: no puedo,
debo de, tengo que, es imposible, soy incapaz, no valgo, nunca lo logro, es
indebido, etc., pregúntate según quién, y desafía esas creencias.
Comienza a leer más sobre diferentes temas, aprende una habilidad nueva,
asiste a conferencias, acepta responsabilidades.
4. A nivel espiritual:
Aprende a confiar en ti, a llegar más lejos, a perdonar, a crear, a compartir.
Busca cualquier práctica o doctrina que te acerque más a tu esencia
espiritual.
¡Sueña más! Retoma tus más profundos deseos y comienza a caminar en
dirección a ellos.
Escribe, conviértete en el gran escritor de la historia de tu vida. Escribir es
una deliciosa manera de encontrarnos con nosotros mismos, es abrir una ventana
para que se muestren partes de nosotros que pueden estar atrapadas y que tienen
mucho que decir.
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Finalmente, retarnos a nivel físico, mental y emocional fortalece al espíritu, porque el
alma tiene tanta capacidad, que ama tener pruebas que le permitan mostrarse y si
nosotros no se las damos, va a encontrar la manera de dárnoslas ella. Ponte a pensar
cuántas historias has escuchado, incluyendo probablemente la tuya, en las que a partir de
una aparente desgracia, tragedia o desafío, surgieron cualidades, oportunidades y dones
que jamás se pensó que existían.
Cuando estamos sometidos a procesos profundos, yo digo que es como si
estuviéramos en canal de parto, donde todo es incierto, no sabemos ni a dónde vamos, es
oscuro, vamos de cabeza, es estrecho, duele, incomoda. Estoy casi segura que, estando
en el vientre materno, si alguien nos hubiera preguntado si queríamos meternos a ese
lugar oscuro, en lugar de permanecer en la comodidad conocida en la que estábamos, la
mayoría habríamos contestado que no. Viéndolo ya de fuera, sabemos que haber
permanecido en el vientre nos hubiera llevado a la muerte, mientras que entrar en el
canal de parto nos trajo a la vida.
No subestimes el dolor, la dificultad, la estrechez, las dudas, los miedos y la
incertidumbre de los procesos, porque es justo el paso por ese camino lo que nos
engrandece el espíritu y nos da la fuerza y la luz para seguir adelante.
Agradece a las manos que decidieron soltar la tuya porque de otra forma nunca
hubieras aprendido a caminar.
Resignificando
Cuando tuve la oportunidad de compartir mi historia a través de mi primer libro Cuando
la comida calla mis sentimientos, pude comenzar a darle un nuevo significado a mi
manera de comer, a mi sufrimiento, mis miedos, mis conductas y en sí a mi vida. Es por
eso que invité a quienes tengo la fortuna de compartir lo que he aprendido a que
escribieran también sus historias, ya que siempre habrá alguien que se identifique con
ellas y que muy probablemente leerlas les dé una luz para cambiar, resolver o liberar algo
de sus propias vidas.
Te presento algunas de ellas:
Ésta es una narración que hizo Elisa ante un ataque de ansiedad. En lugar de irse a comer
unos dulces que tenía en su cajón, prefirió hacer uso de una gran herramienta: escribir y
a través de esto quedarse en la situación y en la sensación, en lugar de huir. Éste es un
gran ejemplo de lo que implica aguantar la incomodidad y abrazarla.
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Hoy desayuné media manzana, un sándwich de huevo y café con pan de muerto. No he
comido nada más, ahorita siento hambre o antojo, no sé bien qué es, pero quiero algo
dulce… creo que es antojo. Ahorita que me di cuenta, me acordé de escribir. Ojalá
siempre pudiera hacer eso. Hace un rato tuve una pelea con mi jefe porque me reclamó
que no sabía de algo que está pasando con mis actividades. El chiste es que me enojé
primero porque creo que tiene razón y soy muy necia y no me gusta aceptar mis
errores… sí, ya sé que tengo que trabajar en eso. Segundo, porque no me gusta que me
regañe enfrente de la gente. Ahorita siento como un hueco en el estómago y por eso
pienso que es hambre, pero en mi boca siento la necesidad de algo dulce, eso ya sé que
no es hambre, pero entonces ¿qué es? ¡Ya sé qué es! ¡Es miedo! ¿Pero de qué? Hasta
siento ganas de llorar, tengo miedo, ¡pero no sé de qué! Tengo miedo de no ser lo que
la gente cree que soy, de que se den cuenta de que no soy buena y que soy
irresponsable y por eso me puse agresiva y me enojé, porque me sentí atacada y no me
gusta reconocer que estoy siendo irresponsable con mi trabajo. Ahorita mi boca está
salivando como cuando voy a empezar a llorar. Tengo miedo de no ser perfecta, porque
yo creo que la gente tiene una imagen de mí que no es cierta, porque tengo una mala
imagen de mí y me siento tonta y que no soy inteligente como Álvaro cree. Y tengo
miedo de tener una responsabilidad grande porque creo que yo no puedo con ese
paquete. Qué feo es quedarse en la incomodidad de dejarme sentir, me duele, no me
gusta, ¡quiero correr! No sé de dónde aprendí que tengo que ser perfecta, pero
pareciera que eso necesito ser. ¿Por qué? ¿Para quién? ¡Mi papá! ¿Por qué? Porque
siempre quise ser perfecta para agradarle a él, para que él me quisiera y me admirara
como lo hacía con mi hermana. Esto es feo, esta sensación es fuerte, estoy suspirando.
Ahora mi papá me ve como siempre quise que lo hiciera, ¿por qué no lo veo? ¿En
verdad eso quería? ¡No!, yo sólo quería cariño y su atención. Ya no puedo contener
mis lágrimas, no sabía que me dolía tanto. Ay, papi, si supieras cuánta falta me
hacías. Yo sé que no lo sabías, pero te necesitaba mucho. Bueno, llegó el momento de
trabajar con eso de perdonarte, papi,y de reconfortar a mi niña que aún esta sentida
por eso. ¡Te amo, papi!
Aquí habla Paty, compartiéndonos su experiencia al comer con conciencia:
Hoy decidí no desayunar cereal y hacerme mis dobladas de frijol que tanto me gustan.
Me doy cuenta de que, con el taller de Adri, me están pasando muchas cosas:
1. Invité a mi hijo Javi a “hacer equipo” con las dobladas y no aceptó. Eso me
permitió decidir desayunar “en conciencia”.
2. Mientras freía las tortillas, pensaba si hacer cuatro o cinco. Me decidí por
cinco…
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3. ¡La primera doblada me supo a cielo! La segunda y la tercera ya no… ¡El chile
verde a mordidas, sí! Entonces me surgieron ganas de escribir todo lo que
estaba sintiendo y pude detener el atracón al ir por mi cuaderno. Tengo en este
momento frente a mí las dos dobladas de frijol fritas que quedan y la decisión
de comérmelas. Checo mi hambrómetro y me doy cuenta de que estoy más que
satisfecha, ¡PERO NO ME GUSTA ADMITIRLO! Me cuesta trabajo aceptar
que ¡YA NO TENGO HAMBRE FÍSICA! Me quiero comer las otras dos
dobladas, aunque ya están medio frías y sé que no las disfrutaré tanto, o
nada… ¡Es como querer acabarme todo! Me digo: “¿Cómo las voy a dejar?”
Me siento como empujada por algo a comérmelas… más bien a no dejarlas…
las veo… les saco foto… Mientras dejo pasar el tiempo siento más calma…
pero ahí siguen mis ganas de “no dejarlas”. Un experimento. Quiero hacer
solamente el “experimento” de ver qué siento si me como otra. Lo registraré:
Primera mordida: tibia y tan rica como la primera que me comí.
Segunda mordida: no tan rica.
Tercera mordida: necesito lo crujiente de la tortilla, un poco tostada, y morder
el chile verde, para agregar placer.
Cuarta mordida: si la tortilla está suave y no como chile, algo falta… no es
igual el placer. Parece que el sabor no lo es todo…
Quinta mordida: “equis”… como por no dejar.
Sexta mordida: por ser la última, la gozo mucho. El chile me pica más. Ya
estoy decidida a no comerme la quinta doblada. Aunque la veo y está ahí…
solita…
Pienso:
• Puedo respetar esa quinta doblada y no comérmela nada más porque sí.
¡Ya fue suficiente!
• ¡Gracias! Estuvo delicioso.
• No me tengo que acabar todo, si no quiero.
• El sabor que me queda en la boca es nostalgia de cuando comía dobladas
cuando era chica. ¡Margarita, la muchacha de la casa, me las llevaba a
mi cama con un vaso de leche con chocolate!
• El estómago lo siento pleno y un poco apretado.
• Me surgen imágenes: mi prima Cristi, Javi, Margarita, leche con
chocolate, mi cama en el suelo, juventud, yo puedo…
Avril, después de mucho pelear con la comida y el peso, por fin, de manera amorosa
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comienza su sanación:
He querido compartir con todos mi logro de perder 12 kg en los últimos 4 meses.
Es sensacional haber logrado lo que muchas veces intenté sin éxito.
Esta vez sé que es diferente porque la motivación viene desde dentro de mí, de mi
conciencia de saber que si se puede hacer pacto con la comida y no es nunca más un
premio o un escape.
Gracias a tu taller pongo en práctica cosas como comer un bocado a la vez y soltar
los cubiertos. Necesita ser algo que realmente valga la pena para que se merezca estar
en mi boca. Y, sobre todo, procuro pasar estos hábitos a mis hijos y que no repitan
todo aquello que me hizo ganar peso sin sentido.
Me había puesto 12 veces a dieta… Siempre terminaba dejándolas… Me ganaba la
tentación, la desmotivación… Ahora ha sido diferente. Tardé desde noviembre, que
tomé el taller, hasta abril en procesar y asimilar lo que aprendí.
Muchas gracias por esa conciencia que despertaste.
Con todo gusto puedes compartirlo con tus seguidores, sí se puede tener una sana
relación con la comida.
Ya no digo estoy a dieta, digo: ¡cambié de hábitos!
Saludos.
Avril
(participante del taller Comiéndome mis emociones,
Tampico 2013)
Tambien Rosalía ha querido compartir sus logros y lo que ha significado para ella el
proceso de reconciliarse con la comida y consigo misma:
¡Hola, Adriana! Espero me recuerdes. ¡Nos conocimos cuando viniste a dar el curso a
Tampico! Pues platicándote que después del curso intenté seguir con la reconciliación
de mi cuerpo, comence por no sabotearme más, separar mis ausencias familiares de la
comida, a comer por gusto, y con mucha felicidad te platico que llevo 15 kilos abajo.
Es la primera vez que con conciencia lo estoy logrando. Gracias por haber sido el
camino para que reconociera muchos de mis sabotajes.
Dejé pastillas, dietas mata hambre y sólo cambie el modo de comer y disfrutar
cada momento.
¡Ojalá que la vida nos vuelva a poner juntas en el camino!
Desde acá te mando un fuerte abrazo.
¡Y otra vez mil gracias!
Rosalía Longinos
118
(participante del taller Comiéndome mis emociones,
Tampico 2013)
Historias dolorosas que hacen vibrar. Sarah se ha permitido tocar sus heridas para
limpiarlas, sanarlas, y hoy está dispuesta a hacerlo las veces que sea necesario. Su
valentía es admirable y aquí abre su corazón:
Aún recuerdo esa conversación con el médico gastroenterólogo: “Tienes insuficiencia
en el píloro y después de tantos tratamientos y no haber respuesta, la solución es una
cirugía. Una vagotomía para hacer una derivación directa del estómago al intestino”.
Me sorprendió completamente la solución a mis crisis estomacales, a mis dolores tan
intensos y frecuentes, y mis llegadas al hospital por lo mismo.
Esto me condujo a hacer la pregunta obligada: ¿Y esto en qué consiste? ¿Qué
representa? ¿Qué implicaciones tiene una cirugía así? Recuerdo que el médico me
empezo a explicar, señalando las imágenes de mi aparato digestivo cuando tocó el
tema crucial: “Entre los cambios que experimentarás, será una pérdida de peso
considerable”. En ese momento, mi princesa interna despertó de un brinco y revoloteo
por todos lados. El doctor siguió hablando, mientras mi princesa interna y yo
empezábamos a disfrutar de lo que representaba tener una pérdida considerable de
kilos, me imaginé de inmediato en esos jeans que tanto deseaba, en la blusa pegadita
que usaban las chavas de mi edad, llegar con toda seguridad con ese hombre que tanto
me agradaba y llamaba la atención, por lo tanto, llegar y cruzar el umbral de la
felicidad, finalmente sería feliz.
El doctor seguía hablando, pero yo no ponía atención en lo que decía. Mi princesa
interna se encargaba de crear las imágines de mi yo delgada en todo su esplendor y
entonces sería la mujer más feliz del mundo. Mi papá me abrazaría y amaría, mi mamá
dejaría de agredirme, mis hermanos ya no me molestarían y, probablemente, mi
hermana que me pidió no estar gorda en su boda me aceptaría un poco más y no le
generaría repulsión. ¡Viva! Esto era lo que había esperado casi 15 años de mi vida.
Yo deseaba que al otro día el doctor me operara. Por su puesto que mis padres me
pidieron ver otras opiniones médicas, pero como era de esperarse, ninguno coincidio
con el diagnóstico del gastroenterólogo que me había prometido las perlas de la vida:
perder kilos. No hice caso y tome la decision de operarme, que más daba lo que me
hiciera, si todo estaba respaldado con una mejora en mi aparato digestivo y lo más
importante: deshacerme de los kilos que por años había cargado.
Pues sí, ha sido la peor decisión de mi vida, este médico careció de ética
profesional y me desgració mi aparato digestivo. A partir de entonces he desfilado con
un sinnúmero de gastroenterólogos, algunos me convencen y agradan, y me doy el
tiempo para ver la respuesta de mi estómago al tratamiento asignado. Todos los
médicos que he visitado han coincidido en que fue una cirugía que ya no se practica y
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fue lo peor que me pudieron hacer.
En efecto, perdí muchos kilos, pero también perdí mi salud. Hoy en día debo
cuidarme de muchas cosas, así como de la parte emocional, porque todo repercute en
el estómago, que se manifiesta a través de unas crisis que me han llevado al hospital.
Hoy te puedo decir que me pongo los jeans que tanto deseaba, no me quedan como
soñé porque no tengo cuerpo de Miss Universo, aún hay partes de mi cuerpo queno
me convencen del todo. Hoy me doy cuenta que no han sido los kilos físicos los que me
han hecho daño, sino los kilos emocionales que he cargado durante años.
He hecho todas las dietas que existen sobre este universo, hasta a sesiones de
hipnosis estuve yendo y, al final, la báscula seguía marcando lo mismo. Pero eso no
era lo importante, yo no me sentía bien conmigo misma, aun con la pérdida de kilos
por la cirugía, algo pasaba que no me sentía a gusto conmigo misma.
Hoy quiero que mi estado de ánimo no dependa de lo que coma o deje de comer, de
la manera en que la ropa me queda, de lo a gusto o a disgusto que me pueda sentir
cuando estoy rodeada de gente, del malestar estomacal por el último atracón, del
sentimiento de culpa, de esperar ansiosamente la llegada del lunes para dar inicio a la
dieta. Me he dado cuenta que he vivido enojada con todo mundo, con la vida, con
todos los seres que habitan esta tierra porque estar a dieta implica privarse de
alimentos y casi siempre he andado con hambre, privándome de casi todo, pero sobre
todo, privándome de vivir.
Hoy elijo no continuar con ese estilo de vida, con plena conciencia de lo que me
produce un atracón y lo que me regala comprender que no necesariamente tengo que
estar a dieta; de decidir qué comer y qué no comer, pero porque mi organismo me lo
indica, no mis emociones; de nutrir verdaderamente mi organismo como debe de ser.
Levantarme sin sentir ese hueco en el estómago ni en mi interior me ha dado
oportunidad de poder abrir la ventana y percatarme de lo bello que puede ser un día,
de lo fabuloso que es platicar con alguien e intercambiar puntos de vista, de lo
impresionante que es ir al gimnasio y descubrir sensaciones en partes de mi cuerpo
que nunca creí tener. Cada día que pasa descubro algo e identifico cómo hay
comportamientos que en algún momento de mi vida decidí de manera inconsciente
relacionarlos, para tapar lo doloroso y continuar.
No ha sido fácil, tampoco tengo la receta mágica después de los talleres y de la
lectura del libro de Adriana para empezar todo de nuevo: nuevo cuerpo, nuevas
emociones, nuevo estilo de vida, nuevo TODO. He aprendido a darle otra perspectiva
a las cosas, a dialogar con mi ser interno que me lleva a hacer cosas que no me
convencen del todo. A veces me desespero y voy por la salida más fácil: comida, pero
cuando me doy cuenta de lo avanzado, del progreso, de la conciencia que tengo, de la
información, respiro profundamente y me lleno de firmeza y amor para continuar.
Hoy estoy aprendiendo a vivir con un estómago que constantemente me genera
malestar, a reconocerlo y aceptarlo como está, a no querer demostrarle quién manda y
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atascarlo de comida, a no utiizar mi padecimiento como excusa para crear un enojo y
taparlo con comida.
Poco a poco voy viendo como mi yo delgada va surgiendo, aunque a veces la no
delgada quiere seguir en acción en el escenario. Darle salida a una u otra depende de
mí.
Gracias, Adriana, por atreverte a publicar un padecimiento tan íntimo, vergonzoso
y tan poco bien visto actualmente, por brindar ese espacio lleno de amor y
comprensión.
¿Hablar de nutrir mis emociones o de lo que la comida calla? ¡Wow! Vaya que ha
sido un proceso intenso, constante, gratificante, doloroso, breve, corto, reflexivo, de
resignación, ambicioso, desgastante emocionalmente, molesto, cuestionante… y podría
seguir con la descripción de las emociones que experimento cuando descubro,
identifico o reposiciono algún hallazgo relacinado a mi manera de comer.
La gran verdad y grandeza que ha encerrado este invaluable cúmulo de
información es comprender qué ha sucedido con mi yo delgada y con mi no delgada,
reconocerlas y aceptarlas tal y como son, darles otra perspectiva, y agradecerles
infinitamente las contribuciones que han hecho en mi largo existir.
Haber vivido ambos talleres con Adriana me ha llevado a tener la firme esperanza
que así como pude abrir una ventana y darme cuenta que empieza a entrar la luz en mi
vida, podré llegar a abrir toda la ventana y dejar que esa luz me cubra por completo y
comprender que la vida tiene muchas cosas que ofrecer.
Preguntarme constantemente de qué tengo hambre y qué quiero cubrir con este
atracón me ha ayudado a identificar los impulsos que me han llevado a comer a lo
largo de mi vida y percatarme que todo tiene que ver con la falta de amor hacia mí
misma, por lo tanto, no poder nutrirme con el amor que he intentado brindarme y que
la gente de mi alrededor me ha otorgado.
La noticia es que todo depende de mí. Repetirme eso me genera miedo en
ocasiones y en otras me empodera para seguir adelante, continuar esta lucha y sobre
todo mostrame a mí misma lo que soy capaz de hacer. Estoy en proceso de aprender a
soltar… soltar para siempre.
Hoy soy un poco más amorosa conmigo misma, me reconozco como la mujer
perfectamente imperfecta que soy y me doy oportunidad de equivocarme sin juzgarme;
de comprender HOY que mis padres son seres humanos como yo, con un rol diferente;
de no voltear constantemente hacia atrás y aferrarme a lo que pudiera encontrar, de
abrazarme y apapacharme; y sobre todo, de manifestar mi inconformidad de manera
tranquila ante lo que me disgusta.
Comprender el ciclo del atracón ha sido un enorme regalo porque veo con claridad
(a veces) cómo se dispara y avanza. ¿Atracones? A casi tres meses de haber tomado el
curso, los sigo teniendo, aunque no con la voracidad, variedad y periocidad de antes.
Me doy tiempo para identificar qué me está impulsando a comer, lo mejor es que no
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me lo recrimino y castigo tan severamente como lo hacía antes, así puedo continuar
con el siguiente alimento cuando experimento hambre.
Siento un gran alivio y he de confensar que mi bolsillo también lo siente, ahora
respiro y me doy tiempo para confirmar si en realidad quiero lo que deseo comer en
cada momento, y todo con una respiración (haberlo sabido antes); una respiración
consciente que me genera fortaleza y amor para continuar. Además, los procesos
terapeúticos los he espaciado más por lo mismo. HOY, empiezo a experimentar esa
sensación de ligereza, frescura y autenticidad que durante tantos pero tantos años he
tratado de encontrar.
Durante años, el chocolate o cualquier cosa con sabor a chocolate era mi
perdición, mi lema era: “el chocolate en cualquier presentación y sin importar la
calidad es mi perdición”. En momentos de claridad en mi mente y de honesta
conciencia, me quedaba impactada por la manera en que “devoraba” algo elaborado
con chocolate. Lo impresionante era el sentimiento de culpa que después se presentaba
porque hacía un conteo de calorías, seguido por una sensación de miedo, ya que
tendría severos problemas con el pantalón, la falda, la blusa o lo que fuera al otro día,
o simplemente con voltear la mirada al espejo y ver que el cachete había crecido.
En varios momentos de mi vida desprecié esta parte de mí, mi manera de comer
chocolate. De la misma manera rechacé comportamientos míos, los aceptaba
esperando que un día algo pasara y comprendiera que no era sano comportarse así o
comer de esa manera, y entonces alguien se apiadaría de mí y me haría delgada. Me
derroté ante los gramos que puede pesar un chocolate y tampoco funcionó.
Durante el proceso del taller me di oportunidad de saborear verdaderamente y
como nunca lo había hecho en mi vida un pedazo de chocolate. Un pequeño pedazo fue
suficiente para darme cuenta que era de mi agrado, pero no como lo diseñé por tantos
años de mi vida. Entonces me percate que el chocolate tenía un efecto castigador y que
era a través de su ingesta que me hacía daño, ya que seguro eran incontables las
calorías que se reflejarían en mis caderas, abdomen o cachetes, y así me generaría
repulsión que me permitiría alejarme de mí misma, de la gente y, sobre todo, del sexo
opuesto.
Hoy el chocolate tiene un lugar maravilloso en mi vida y en mi despensa hay
alimentos que no son totalmente agradables. Ya no es necesario hacer el súper y salir
con alguna presentación de chocolate. Su efecto castigador yano lo tiene sobre mí,
simplemente lo canalizo a través de hacer conciencia sobre lo que ocurre dentro de mí
para ver qué está sucediendo y actuar. De esta manera, me ofrezco emocionalmente lo
que puedo requerir en el momento o como algún otro alimento que no necesariamente
es cien por ciento sano y libre de calorías, pero con la firmeza de que es lo que
necesito. También reconozco que no siempre ha sido exitoso; hoy lo exitoso es el viaje
y recorrido en mis emociones, y la tranquilidad de que después de comer el pantalón
cerrará y el sentimiento de culpa podrá ser más manejable para mí.
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Se oye fácil, pero haber hecho conciencia y continuar en eso ha sido muy doloroso.
A veces encuentro experiencias que no me agradan y otras que me agradan tanto que
quiero replicarlas, sin embargo, haber encontrado un espacio e información sobre el
comer compulsivo me ha generado una sensación de tranquilidad y de saber que aún
hay mucho por hacer para continuar este viaje.
Antes deseaba ser delgada para obtener la aceptación y aprobación de mis padres,
de mis hermanos, de amigos, del sexo opuesto, encontrar esa pareja tan deseada,
probarme lo que fuera de ropa y darme cuenta que me quedaba maravillosamente, y
entonces sentirme la mujer más feliz del mundo; quería ser delgada para obtener ese
trabajo (mi papá me decía cuando empecé a buscar trabajo que si yo llegaba a su
oficina a pedir trabajo, sacaría una dieta de su escritorio y me pediría que regresara
en dos meses y entonces me entrevistaría), conseguir ese ascenso profesional (ninguna
empresa quiere ejecutivas gordas, me decían), pero dentro de mí una voz gritaba: “No
quiero ser delgada, lo que quiero es no sentir esta sensación de soledad y vacío”. Hoy
reconozco y acepto que esa sensación la llenaba de comida por una falta de aceptación
de mí misma en todos los sentidos: físico, emocional, intelectual, económico,
espiritual, social y profesional. No es que de la noche a la mañana me haya
remodelado y hoy me acepte en un ciento veinte por ciento, han sido pasos pequeños y
con mucha paciencia lo que ha implicado esto. A veces los pasos se me voltean y voy
para atrás, pero con la convicción y conciencia de que es parte de mi proceso de
recuperación, de percatarme que estar viva y sana es un regalo increíble que la vida
me ofrece día con día, y, sobre todo, de reconocer a mi estómago y organismo por
atascarlos de cualquier tipo de alimento sin piedad por años.
Hoy quiero ser delgada porque es un estado que me permite estar bien conmigo
misma, no padecer ninguna enfermedad y, por lo tanto, tener momentos libres para
hacer lo que me gusta, no pasar mis tardes visitando doctores porque un achaque
nuevo acaba de aparecer, tomando medicamentos y la tormentosa frase: “bajar de
peso”.
Los doctores nunca entendieron que era muy fácil que de su pluma y propia
inspiración saliera esa frase, no se trataba de ir a la farmacia y pedir que surtieran la
receta o tratar de tapar lo ilegible o comprar otra báscula, era algo más duro, intenso,
doloroso, penoso, querer pero… y entonces soltarme en un manojo de lagrimas, de
histeria, de enojo, de desesperación, de frustración de soledad, de vacío y por supuesto
de COMIDA para callar eso, ¡¡ah!! Pero con la firme convicción de que mañana sería
un buen día para empezar a perder esos kilos que el doctor mencionó.
Quiero estar delgada porque quiero deshacerme de esta cadena emocional y
dependiente de la comida; quiero estar delgada para evitar la preocupación de si el
lunes me cerrará el pantalón del viernes; quiero estar delgada para ir a una comida de
amigos y disfrutar la convivencia, no avergonzarme de mí misma, haciéndome sentir
incómoda y teniendo la charola de bocadillos como mi mejor aliada.
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Ha sido un camino como el tuyo, querido lector, pero hoy te puedo decir con pleno
reconocimiento, aceptación y conciencia que hay una luz para quienes padecemos de
esto.
Yo te invito a que seas una historia más de éxito no sólo porque bajes de peso, sino
porque te acerques más a contactar con tu verdadera riqueza, ésa que está más allá de
los kilos, las arrugas, la ropa o el dinero; ésa que no se ve reflejada en un espejo ni en
una cuenta bancaria, ni siquiera en un buen matrimonio. El verdadero éxito es haber
descubierto nuestra misión en esta vida y trabajar con base en ella.
Yo bendigo cada día que tengo la oportunidad de conocer personas dispuestas a
transformarse, no importa si el pretexto y la forma de hacerlo es mediante la compulsión
por comer o la obsesión por el peso.
Cualquier cosa que ocurre en nuestra vida es perfecta. Si nos pusimos encima una
compulsión, una manía, una adicción, una enfermedad o lo que haya sido, pensemos que
fue en profundo amor y con la intención de salvarnos de lo que consideramos que podría
destruirnos. Hoy con ese gran amor que fuimos capaces de generar para sobrevivir,
emprendamos el camino hacia la plenitud, hacia la prosperidad, hacia la paz, hacia la
Luz. Sólo basta darnos cuenta que la esencia de todo es amor y que cuando dejamos de
dar por hecho lo que ocurre y nos dejamos sorprender, la vida nos muestra sus milagros
a cada momento.
Haz de tus instantes fuentes de inspiración, satisfacción y vida.
“La calidad de nuestros instantes es igual a la calidad de nuestras vidas”.
 
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Acerca del autor
ADRIANA ESTEVA RANGEL (Ciudad de México). Cursó la carrera de Comunicación en la
Universidad Anáhuac del Norte. Tiene el título de Master Reiki y estudios en Metafísica
de la Enfermedad; Manejo de Energía; Food is food, love is love; Women, Food and
Love (San Francisco, CA); Comedor compulsivo; Caracterología del cuerpo humano;
Espiritualidad a la luz de la Logoterapia; Kabbalah, entre otros. Trabajó 10 años en TV
Azteca desempeñándose como asistente, reportera, gerente de producción, guionista y
conductora de Ventaneando, En medio del espectáculo, Video D y especiales musicales;
ha sido invitada en los programas de Martha de Bayle (WRadio), Tere Bermea (VibraTV),
Gloria Calzada (MVS), el Dr. César Lozano (MVS), Refleja tu salud (Canal 40) y Arroba
las mujeres (Uno TV). Es fundadora del taller teórico-vivencial Comiéndome mis
Emociones,impartido en varias ciudades de la república. Ha dado conferencias para
diferentes grupos y empresas como la SEP, Iusacell, Comex, Hoteles City Express, donde
el tema principal es la Nutrición Emocional.
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Diseño de portada: Claudia Safa
Imagen de portada: Canstockphoto
© 2015, Adriana Esteva
Derechos Reservados
© 2015, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.
Bajo el sello editorial DIANA M.R.
Avenida Presidente Masarik núm. 111, Piso 2
Colonia Polanco V Sección
Deleg. Miguel Hidalgo
C.P. 11560, México, D.F.
www.planetadelibros.com.mx
Primera edición: junio de 2015
ISBN: 978-607-07-2858-7
Primera edición en formato epub: junio de 2015
ISBN: 978-607-07-2939-3
No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por
escrito de los titulares del copyright. 
La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley
Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal).
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Índice
Portadilla 2
Índice 4
Prólogo 7
Introducción 9
¿Adicción a mamá? 11
Traigo puesta a mi mamá 13
Yo lo cargo por ti, mamá 16
La deshidratación se supera traguito a traguito 17
Aceptación, satisfacción y deseo 19
Dándole voz a las voces 29
No sé ni qué me gusta 31
“La ruta del deseo” 33
Bienestar del ego vs. bienestar del alma 38
Diferentes maneras de controlar 38
Autoindulgencia vs. ser amorosos con nosotros mismos 40
Creo lo que creo 43
El valor de la intención 48
Soy yo con o sin 61
El peso del entorno 63
No necesito nada 64
Prefiero cargarme yo sola 67
Más allá de dar y recibir 68
Ámate de tal manera que ante una separación te quedes con la
mejor parte: contigo 70
Prefiero no tener por el miedo a perderlo 72
Generar deuda 73
El mejor empresario 74
Si no lo vi, no pasó 76
128
¿Veo lo que quiero ver? o ¿veo lo que me corresponde ver? 77
Mientras haya un paso que dar, habrá un camino que recorrer 78
Dulcemente amargo o el amargo sabor de la dulzura 79
¿Qué tienes en tu alacena? 83
Guerras declaradas 85
Curar y sanar… ¿son lo mismo? 87
De luz y sombra 89
¿De qué te has dado atracones? 93
¿Cómo darme cuenta de qué sentimientos detonan mi compulsión
por comer? 95
¡Me aterra ser delgada! 100
¿Y si me quedo en el “no puedo”? 102
¿Qué pesa en el peso de tu hijo? 104
Zonas de confort nada confortables 110
Resignificando 115
Acerca del autor 125
Créditos 126
Planeta de libros 127
129
	Portadilla
	Índice
	Prólogo
	Introducción
	¿Adicción a mamá?
	Traigo puesta a mi mamá
	Yo lo cargo por ti, mamá
	La deshidratación se supera traguito a traguito
	Aceptación, satisfacción y deseo
	Dándole voz a las voces
	No sé ni qué me gusta
	“La ruta del deseo”
	Bienestar del ego vs. bienestar del alma
	Diferentes maneras de controlar
	Autoindulgencia vs. ser amorosos con nosotros mismos
	Creo lo que creo
	El valor de la intención
	Soy yo con o sin
	El peso del entorno
	No necesito nada
	Prefiero cargarme yo sola
	Más allá de dar y recibir
	Ámate de tal manera que ante una separación te quedes con la mejor parte: contigo
	Prefiero no tener por el miedo a perderlo
	Generar deuda
	El mejor empresario
	Si no lo vi, no pasó
	¿Veo lo que quiero ver? o ¿veo lo que me corresponde ver?
	Mientras haya un paso que dar, habrá un camino que recorrer
	Dulcemente amargo o el amargo sabor de la dulzura
	¿Qué tienes en tu alacena?
	Guerras declaradas
	Curar y sanar… ¿son lo mismo?
	De luz y sombra
	¿De qué te has dado atracones?
	¿Cómo darme cuenta de qué sentimientos detonan mi compulsión por comer?
	¡Me aterra ser delgada!
	¿Y si me quedo en el “no puedo”?
	¿Qué pesa en el peso de tu hijo?
	Zonas de confort nada confortables
	Resignificando
	Acerca del autor
	Créditos
	Planeta de libros

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