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ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA PRERROMANA
EL LATÍN EN HISPANIA
EL ESPAÑOL ARCAICO
CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMITIVOS ROMANCES PENINSULARES
LA ÉPOCA VISIGODA
LA ÉPOCA ALFONSÍ Y LOS INICIOS DE LA PROSA CASTELLANA
LA INVASIÓN ÁRABE
EL SIGLO XV
LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS S. XVI-XVII
EL ESPAÑOL EN AMÉRICA
HACIA LA NORMA DEL ESPAÑOL MODERNO
EL SIGLO XIX
SIGLO XX Y PERSPECTIVAS PARA EL SIGLO XXI
HISTORIA 
DE LA 
LENGUA 
ESPAÑOLA
http://www.cervantesvirtual.com/seccion/lengua
Índice
2
ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA PRERROMANA. 
Xose A. Padilla García 3
EL LATÍN EN HISPANIA: LA ROMANIZACIÓN DE LA PENÍNSULA 
IBÉRICA. EL LATÍN VULGAR. PARTICULARIDADES DEL LATÍN 
HISPÁNICO. 
Jorge Fernández Jaén
13
EL ESPAÑOL ARCAICO. LA APARICIÓN DE LA LITERATURA ROMANCE. 
JUGLARÍA Y CLERECÍA
Miguel Ángel Mora Sánchez
18
CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMITIVOS ROMANCES PENINSULARES. 
SURGIMIENTO Y EXPANSIÓN DEL ROMANCE CASTELLANO.
Jaime Climent de Benito
27
LA ÉPOCA VISIGODA
Susana Rodríguez Rosique
33
LA ÉPOCA ALFONSÍ Y LOS INICIOS DE LA PROSA CASTELLANA
Herminia Provencio Garrigós, José Joaquín Martínez Egido (coaut.) 39
LA INVASIÓN ÁRABE. LOS ÁRABES Y EL ELEMENTO ÁRABE EN 
ESPAÑOL
Elena Toro Lillo
48
EL SIGLO XV. LA TRANSICIÓN DEL ESPAÑOL MEDIEVAL AL 
CLÁSICO
Elisa Barrajón López, Belén Alvarado Ortega (coaut.)
55
LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS: EL SIGLO XVI.
Santiago Roca Marín 60
LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS: EL SIGLO XVII
José Antonio Candalija Reina, Francisco Ángel Reus Boyd-Swan 
(coaut.)
65
EL ESPAÑOL EN AMÉRICA: DE LA CONQUISTA A LA ÉPOCA 
COLONIAL
Carmen Marimón Llorca
73
HACIA LA NORMA DEL ESPAÑOL MODERNO. 
LA LABOR REGULADORA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA.
Dolores Azorín Fernández
82
EL SIGLO XIX.
M.ª Antonia Martínez Linares, M.ª Isabel Santamaría Pérez 
(coaut.)
88
EL SIGLO XX Y PERSPECTIVAS PARA EL SIGLO XXI
Leonor Ruiz Gurillo, Larissa Timofeeva (coaut.)
93
ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA 
PRERROMANA
Xose A. Padilla García
Abstract
This paper looks at the linguistic situation in the Iberian Peninsula before the 
arrival of the Romans. According to the epigraphic remains and to the classical sources 
(such as Strabo, Plinius, Polybe, Diodore or Titus-Livius), we can characterize that 
situation as pluri-linguistic. Before the indo-european invasions (XI-V b. C.), a group of 
languages whose origin can not be totally established were spoken. Afterwards, there 
was a coexistence between indo-european (such as Celtiberian or Lusitanian) and non 
indo-european (such as Iberian or Basque) languages. Some of them left written 
remains in four different alphabets, connected to those Phoenician and Greek. All these 
languages finally disappeared, except for Basque. 
1. Introducción
Quizás el primer aspecto que debemos señalar sobre la situación lingüística de la 
Hispania prerromana es que, como señalaron las fuentes clásicas (Estrabón, Herodoto, 
Polibio, etc.), no se hablaba una única lengua sino varias. La forma más general de 
clasificar estas lenguas es establecer dos criterios básicos: de un lado, el origen de sus 
hablantes; de otro, la familia lingüística. Según el origen de sus hablantes, se diferencia 
entre lenguas autóctonas y lenguas de colonización; y según la familia, se habla de 
lenguas indoeuropeas y no indoeuropeas. El primer criterio separa, por ejemplo, las 
lenguas fenicia y griega de las lenguas celtibérica e ibérica; y el segundo criterio, la 
primera lengua autóctona de la segunda. En realidad, como indica de Hoz (1983: 353), 
la división entre lenguas autóctonas y de colonización es un poco artificial, pues, los 
fenicios llevaban en la P. I. desde el siglo IX a. C. y los griegos desde el siglo VIII a. C., 
por lo tanto, en cierto modo, a la llegada de los romanos (s. III a. C.), podrían 
considerarse tan autóctonos como los iberos, o al menos como los celtas, que llegan en 
oleadas sucesivas desde los siglos IX al V a. C.
3
El segundo aspecto importante tiene que ver con la diferencia entre lenguas y 
escrituras. En realidad, el repaso de las lenguas prerromanas peninsulares es el estudio 
de los restos epigráficos (bronces, exvotos, monedas, plomos, vasijas, etc.) que se 
escriben en varios alfabetos durante un periodo dilatado en el tiempo y en el espacio. 
Por lo tanto, toda afirmación que hagamos sobre las lenguas realmente habladas es una 
hipótesis, más o menos cercana a la realidad, que se fundamenta en lo escrito, sea por 
los habitantes originarios de la P. I., sea por fenicios, griegos y romanos.
2. Indoeuropeos y no indoeuropeos
Basándose en la composición morfológica de los topónimos (-briga e iltir-, ciudad), 
Humboldt y más tarde Untermann (1875-1980) dividieron la P. I. en dos zonas: la 
indoeuropea y no indoeuropea, y esta división se mantiene hasta ahora, no sin 
discusión. La Hispania no indoeuropea a grandes rasgos queda al sudeste (gran parte 
de Andalucía, Murcia, País Valenciano y Cataluña), penetrando hacia al interior y 
llegando hasta el sur de Francia; la zona indoeuropea ocuparía el resto. No hemos de 
pensar, sin embargo, que haya una frontera estricta entre las dos zonas, pues la P. I. 
estaba poblada por un conjunto de pueblos muy numeroso (astures, cántabros, 
celtiberos, ceretanos, edetanos, ilergetes, lacetanos, vacceos, vascones, etc.) y 
tenemos pocos datos para adjudicarlos de forma definitiva a una determinada familia 
lingüística. En el norte peninsular, en una zona que comprendería la actual Navarra, 
parte del País Vasco y terrenos colindantes, con una frontera pirenaica no muy 
claramente delimitada, se hablaba la lengua vasca, aunque seguramente era tan 
parecida al euskera actual como el castellano lo es al latín coetáneo.
Gráfico (1) 
Mapa de los pueblos prerromanos de la P. I. (reformado a partir de del Rincón, 1985:7)
3. Las escrituras peninsulares
Las escrituras autóctonas llegan en su origen del Mediterráneo, y si repasamos 
mentalmente el mapa que hemos trazado, es lógico que esto sea así, pues al oeste sólo 
estaban el mar y las Islas Británicas (en donde la escritura es muy posterior). Esto 
explica que sean los iberos los que trasmitan su escritura a los celtiberos, pueblo 
indoeuropeo fronterizo con su territorio; y que los lusitanos, pueblo también 
indoeuropeo pero precelta, sólo escriban su lengua en el siglo II a. C., y ya en 
caracteres latinos.
Existen diversas teorías sobre el número de lenguas y escrituras prerromanas 
(véase de Tovar, 1980; de Hoz, 1983; Siles, 1976, 1985; etc.), y, hasta el momento, a 
pesar de los intentos de varios autores (véase Gómez-Moreno, 1949; Maluquer de 
Motes, 1968; de Hoz, 1983; Siles, 1985; Román del Cerro, 1990), no hemos podido 
traducir ninguna (a excepción de parte del celtibero). Podría decirse que en este sentido 
estamos todavía en una fase similar, salvando las distancias, a la del alumno de ruso 
que sabe leer el alfabeto cirílico pero no tiene idea de lo que significan las palabras. Es 
normal que esto sea así, porque los restos que poseemos son pocos y fragmentarios.
El nacimiento de las escrituras peninsulares está estrechamente relacionado con 
importantes hechos históricos acontecidos en el mundo antiguo, por lo tanto, antes de 
seguir adelante, debemos detenernos brevemente en el contexto histórico de este 
4
periodo para describir más claramente las circunstancias que rodearon la llegada de la 
escritura a la Península. 
3.1. La escritura y el comercio
Las grandes potencias de la época (fenicios y griegos, primero; púnicos y 
romanos, después) arribaron a las costas de la Península para obtener materiasprimas 
(principalmente oro y plata) y mercenarios para sus contiendas. Este hecho determinó 
que los primeros documentos hispánicos que se conservan fueran en realidad 
inscripciones foráneas escritas en babilónico y egipcio (jeroglíficos) en objetos traídos 
por los fenicios. La inscripción más antigua señalada por Estrabón en el Templo de 
Melkart en Gadir (Cádiz) se remontaría nada menos al siglo XI a. C. (véase Guadán, 
1985: 27). Que la escritura hispánica fue importada por estos colonos parece estar 
fuera de toda duda. Un dato importante, como indica Guadán (1985: 27), es que no 
hemos hallado en la P. I. (al menos hasta la fecha) las etapas primitivas de la escritura 
que se encuentran en otros lugares, como un estadio pictográfico primitivo o una 
escritura jeroglífica propia (véase Goldwasser, 2005). La escritura nace, pues, como 
consecuencia del contacto entre los nativos y los comerciantes. Las tribus 
preindoeuropeas peninsulares debieron de aprender los primeros signos en estos 
intercambios, y, pronto, los utilizaron de forma generalizada, como muestran los 
documentos encontrados. El propósito de esta primera escritura pudo ser anotar 
albaranes derivados de las transacciones comerciales, pero es posible proponer también 
que su origen -complementario del anterior- fuera mágico o religioso.
Gráfico (2)
Plomo de Jàtova (Valencia) (tomado de Guadán, 1985)
3. 2. Los alfabetos autóctonos
Del contacto entre comerciantes y nativos surgió, pues, un alfabeto que se adaptó 
a las lenguas de los pueblos prehispánicos. Aunque las muestras de escritura peninsular 
son de fecha muy temprana, no debemos pensar, sin embargo, en un único alfabeto 
común y normalizado, sino en fases sucesivas -a veces simultáneas- que muestran una 
importante evolución.
Partiendo de los trabajos de de Hoz (1983), Guadán (1985), Siles (1976, 1985), 
etc., podemos señalar cuatro escrituras que, dependiendo del investigador, reciben 
nombres diferentes:
a. Escritura del sudoeste, 
b. Escritura meridional (o del sureste o tartésica o bastulo-turdetana), 
c. Escritura greco-ibérica (o jónica), 
d. Escritura ibérica (o nororiental o ibérica valenciana o ibérica propiamente 
dicha).
3.2.1. Escritura del sudoeste
5
Ocupa el territorio que va desde la cuenca baja del Guadalquivir a la 
desembocadura del río Sado (Huelva, Medellín, el Algarve portugués, etc.). Esta región, 
por su gran riqueza minera, fue uno de los primeros focos de atención para los fenicios, 
por lo tanto, es lógico pensar que en esta zona se produjeran las primeras muestras 
escritas peninsulares. La nueva escritura está atestiguada, según de Hoz (1983: 359), 
en los siglos VIII o VII a. C., sin embargo, los documentos epigráficos son bastante 
pobres.
3.2.2. Escritura meridional
La escritura meridional es retrógrada (se escribe de derecha a izquierda) y no 
sabemos exactamente qué lengua anota. La zona corresponde en parte con la famosa 
Tartessos del rey Argantonio (véase Libro de los Reyes I, 10, 21-23; Crónicas II, 20: 
36-37; o Ezequiel 27:12 y 38:13). Su antigüedad explica la utilización de formas 
arcaicas del alfabeto fenicio que más tarde desaparecen. Este signario lo encontramos, 
principalmente, en estelas funerarias.
3.2.3. Escritura greco-ibérica
La escritura greco-ibérica se escribe de izquierda a derecha. Surge de las 
relaciones de los pobladores indígenas con los comerciantes griegos. Su cronología es 
del siglo IV a. C. Se trata de un alfabeto creado para escribir textos ibéricos partiendo 
de una alfabeto greco-jónico. El primer hallazgo se produjo en un plomo de Alcoi 
(Alicante). Transcribe la lengua ibérica (o al menos, un dialecto de ella).
3.2.4. Escritura ibérica 
La escritura ibérica se escribe también de izquierda a derecha y anota la lengua ibérica 
(probablemente, la misma que la anterior) o sus diferentes dialectos. Según Siles (1976, 1985), la 
escritura ibérica clásica (o nororiental) surge, básicamente, de la fusión de la escritura meridional 
y la escritura greco-ibérica. El alfabeto ibérico utiliza 28 signos (véase gráfico 3) de los cuales son 
silábicos tres grupos (las consonantes oclusivas sonoras y sordas). Por las fechas que manejamos 
(siglo VI o V a. C.) sería un anacronismo pensar que este alfabeto es un semisilabario (mezcla de 
alfabeto y silabario) propiamente dicho, es más adecuado considerar que era una adaptación 
artificial (véase Guadán, 1985: 27), creada para ahorrar trabajo al artesano (algo parecido a lo 
que sucede hoy con el lenguaje de los móviles, en el que usamos «bs» por «besos»). Aunque este 
alfabeto toma los signos de los alfabetos púnico y griego, su valor en el alfabeto ibero es muy 
distinto (véase de Hoz, 1983: 372). La lengua que transcribe se extiende desde Andalucía oriental 
hasta la Galia narbonense (desde la cuenca mediterránea hasta el río Herault en el Languedoc). 
Esta escritura se utilizó también para anotar las lenguas celtibera, gala y ligur.
3.3. ¿Cómo se relacionan las escrituras peninsulares entre 
sí?
Como hemos señalado anteriormente, todas las escrituras prerromanas hispánicas 
proceden de alfabetos foráneos. La escritura del suroeste y la meridional parecen ser 
una adaptación de la escritura fenicia (o púnica), y las escrituras greco-ibérica e ibérica 
propiamente dicha proceden del alfabeto griego primitivo con influencia fenicia (véase 
Siles, 1976, 1985; o de Hoz, 1983). Podemos ver la comparación que de las mismas 
hace de Hoz (1983:373) en el siguiente gráfico:
Gráfico (3) fenicia / meridional || meridional / ibérica
Escrituras prerromanas (tomados de de Hoz, 1983: 373)
En realidad, las diferentes escrituras 
ibéricas pueden considerarse como un 
conjunto de etapas en orden cronológico 
de las cuales la escritura ibérica 
valenciana es su desarrollo final. No 
obstante, no debemos pensar en formas 
de escritura completamente 
diferenciadas (véase gráfico 3), sino en 
un mundo mucho menos definido que el 
nuestro en el que la escritura, como el 
resto de las costumbres en general, eran 
permeables a muchas influencias. 
Recordemos, además, que la mayor 
parte de los restos encontrados (figuras, 
lápidas, téseras, vasijas) tienen como 
soporte la piedra y el metal (plomo o 
6
bronce), y que, por lo tanto, es normal que los signos no estuviesen completamente 
normalizados y que fluctuasen incluso en manos de un mismo artesano.
3.4. En qué mundo nació la escritura ibérica
Aventurar lo que sucedió en una época tan lejana a la nuestra partiendo de datos 
dispersos es un poco arriesgado, pero, las informaciones que poseemos apuntan a que 
la expansión de la escritura ibérica, y de la lengua que notaba, sucedió tras la 
decadencia de la cultura tartésica (véase Taradell, 1985). En ese periodo de crecimiento 
económico, cultural y demográfico del mundo ibérico, la escritura de los iberos no sólo 
se extendió hacia el norte y hacia el sur, sino que fue adoptada, como hemos dicho, por 
pueblos indoeuropeos vecinos como los celtiberos, que la conservaron hasta el siglo I a. 
C. (véase de Hoz, 1983: 367). Los contactos de los iberos con el mundo griego de las 
colonias de Rhodes y Emporión (> Ampurias y Rodes) explican una cierta helenización 
ibérica posterior, tanto en la escritura como en el arte, no obstante, como afirma 
Tarradell (1985:8), la cultura ibera presenta personalidad suficiente para que 
cualquiera de sus productos pueda ser identificado con facilidad. Los siglos V a III a. C. 
son, además, la cumbre del arte ibérico (véase Blázquez, 1985; o Tarradell, Rafel y 
Tarradell, 1985) y en esas fechas se datan, por ejemplo, las damas de Baza (Granada) 
y Elche (Alicante) o el conocido guerrerode Moixent (Valencia).
Gráfico (6)
Dama de Elche (Alicante) (tomado de Tarradell, 1985)
A parte del florecimiento cultural autóctono postartésico, las condiciones políticas 
posteriores y las luchas entre romanos y cartagineses (las guerras púnicas), ayudaron a 
la expansión de la escritura y cultura ibéricas en sus últimos siglos de vigencia (véase 
Tarradell, 1985: 8).
Partiendo de las fuentes clásicas (véase Blázquez, 1961; Jacob, 1988; Wagner, 
1999), sabemos que los romanos desembarcaron en las costas ibéricas en el siglo III a. 
C. con el pretexto de ayudar a Sagunto, ciudad que se encontraba bajo la fides de 
Roma. La excusa que dan los romanos para la acción bélica es que los púnicos habían 
invadido su zona de influencia, señalada por el río Iberus, que servía de frontera (el 
Tratado del Ebro de 226 a. C.). El nombre de este río ha sido identificado por los 
historiadores como el río Ebro, partiendo de las reglas evolutivas del castellano (véase 
7
Jacob, 1988). Ahora bien, si tenemos en cuenta la posición geográfica que ocupa el río 
Ebro actual y el lugar en el que se sitúa Sagunto (la Arse ibérica), llegaremos a la 
conclusión de que o bien la excusa de los romanos no era tal excusa, o bien el río o la 
ciudad saguntina han cambiado de sitio. En este sentido, Carcopino (1953) señala que 
el error no está en la geografía, sino en la traducción de Iberus por Ebro. Es cierto que 
la forma latina Iberus produce evolutivamente Ebro, pero Iberus no era el nombre del 
río, tal y como hoy lo conocemos, sino la palabra ibérica para río, para cualquier río (lo 
apoyan, por ejemplo, el ibar/ibai o ría/río del euskera actual). Así, pues, como señala 
Carcopino (1953), o más tarde Jacob (1988), Iberus no es el río Ebro, sino un río 
importante, el cual, si tenemos en cuenta la situación de Sagunto, deberíamos hacer 
coincidir con el río Júcar o incluso el Segura. Esto justificaría que los romanos acudieran 
a ayudar a los saguntinos, pero también la expansión posterior de los iberos en el 
periodo anterior a la presión cultural romana. La II guerra púnica o guerra de Anibal 
(218 a. C.), que tiene como resultado el triunfo romano (delenda est Carthago), dejaría 
a los iberos, aliados de Roma, un terreno propicio a su expansión, y ello explica que la 
cultura, la escritura y la lengua ibéricas alcanzasen tan extraordinario desarrollo.
4. ¿Qué lenguas anotan estas escrituras?
La existencia de varias notaciones, a las que debemos sumar algunas variantes y/o 
etapas diferentes, nos podría llevar a pensar que nos encontramos ante dos o tres 
lenguas distintas; pero de nuevo no hay acuerdo entre los especialistas (véase de Hoz, 
1983; Siles, 1985; Guadán, 1985).
La escritura meridional, que se escribe de derecha a izquierda (como el fenicio), y 
que desaparece relativamente pronto, parece señalar una lengua no indoeuropea que 
algunos han hecho coincidir con la lengua de la antigua Tartessos (la supuesta Tarsis 
bíblica). Las escrituras greco-ibérica e ibérica (con sus variantes) parecen anotar una 
nueva lengua, también no indoeuropea, a la que se denomina tradicionalmente ibérico. 
Las similitudes -cuando las hay- apuntan al vocabulario, pero esto no hace más que 
aumentar las dudas, pues el vocabulario es la parte más permeable de la lengua a las 
influencias extranjeras. 
4.1. ¿Cuál es el origen de la lengua ibérica?
Estrabón (XI, 2, 19) llamó a toda la Península 'Ibhria (Hiberia) porque sus 
habitantes (en este caso los pueblos de la zona mediterránea) tenían una cierta 
semejanza con los habitantes de una zona del Cáucaso (actual Georgia) del mismo 
nombre. Todo ello, como ha demostrado brillantemente Domínguez Monedero (1983), 
es un error en el que convergen los mitos y los conocimientos geográficos que los 
griegos tenían en ese momento del mundo conocido. Independientemente de lo 
anterior, esta conexión casual o anecdótica ha dado pie a relacionar el ibero con las 
lenguas caucásicas y más tarde con las lenguas camíticas (como el bereber actual) o 
con la lengua vasca. Más allá de los datos que nos proporcionan las fuentes clásicas o 
de la misma leyenda, lo que sí está claro es que de momento los textos notados en 
escritura ibérica no pueden traducirse utilizando ninguna lengua actual.
Gráfico (7)
Plomo de Alcoi (s. VI a. C.) según la lectura de Gómez-Moreno (1925) (en Sanchis Guarner, 1985)
[Irike or'ti garokan dadula bask/ buistiner' bagarok 
sssxc turlbai/ lura legusegik baSerokeiunbaida/ urke 
baSbidirbar'tin irike baSer/ okar' tebind begalasikaur 
iSbin/ ai aSgandiS tagiSkarok binike/ bin salir' kidei 
gaibigait
Ar'nai/ SakariSker
IunStir' salir'g baSistir Sabadi/ dar bir'inar gurs 
boistingisdid/ Sesgersduran SeSdirgadedin/ Seraikala 
naltinge bidudedin ildu/ niraenai bekor Sebagediran]
8
A pesar de las dificultades, autores como Siles (1976) o de Hoz (1983) proponen 
traducciones viables para ciertas palabras y elementos morfosintácticos. Una inscripción 
como iltirbikis-en seltar-Yi, atestiguada en una lápida ibérica de Cabanes (Valencia), 
podría traducirse, según de Hoz (1983: 385 y ss.), como «yo soy la tumba de Iltirbikis» 
por comparación con lo aparecido en muchas otras inscripciones. De Hoz, siguiendo los 
principios de la tipología lingüística, propone, además, que el orden de palabras del 
ibero sería SOV (sujeto+objeto+verbo), con lo cual tendríamos una hipotética 
coincidencia con el vasco que también es SOV (véase Padilla, 2005: 44). Siles (1976: 
24), por su parte, estudia la composición nominal de la onomástica ibérica y atribuye 
los sufijos -nin y -eton al femenino. Conocemos, pues, algunas palabras (seltar, tumba; 
salir, plata; etc.) y podemos deducir algunos elementos morfológicos -sken, -etar, -ite, 
-ko, etc.), pero los verbos y el léxico en general son todavía un misterio. 
4.1.2. El vasco-iberismo
La tesis más polémica de todas las que se manejan sobre la filiación del ibero es la 
que lo emparenta con el vasco. Según Tovar (1980), la palabra ibero procede del 
hidrónimo iberus flumen (río ibero > río Ebro) que se explica, como veíamos antes, a 
partir del vasco ibar (ría, estuario) o ibai (río). El apelativo ibar en boca de los 
marineros y comerciantes jonios pudo convertirse en iberus (> ibero, río) y los 
habitantes de la zona en iberos, que podríamos traducir algo así como «los del río». 
Hoy en día existe el apellido vasco Ibarra o Iborra con idéntico significado.
Este tipo de coincidencias y muchas otras ya propiamente intralingüísticas, como 
que ambas lenguas compartan una fonética parecida (por ejemplo, las cinco vocales), 
que topónimos valencianos actuales puedan ser explicados acudiendo a la lengua vasca 
(Arriola de harri, piedra; Ibi de ibi, vado; Ondara de ondar, arena; Sorita de zuri, 
blanco, etc.), o que ambas tengan el mismo orden de palabras (SOV), llevó a varios 
investigadores a proponer no sólo su parentesco, sino su equivalencia: el vasco y el 
ibero serían la misma lengua.
Esta hipótesis ha sido fuertemente criticada, sin embargo, si combinamos 
informaciones lingüísticas, geográficas e históricas, no es tan descabellada como 
algunos pretenden hacer ver. Los datos que tenemos sobre los movimientos de 
poblaciones en el periodo conocido como de los Campos de Urnas (urnenfelder) nos 
señalan que la indoeuropeización de la P. I. se produjo entre los siglos XI a V a. C. 
(véase Fullola, 1985 o Cavalli-Sforza, 1998). Las fuentes clásicas (Estrabón, Livio, 
Plinio, Diodoro, Polibio, etc.) indican, por su parte, una distribución de las poblaciones 
prerromanas en la que los vascones están aislados en terrero aparentemente 
indoeuropeo (véase Domínguez Monedero, 1983: 219). Y el análisis de los datoslingüísticos, por último, permite afirmar, como hemos visto, que entre el ibero (o los 
dialectos que lo forman) y el vasco actual hay ciertas semejanzas de familia. 
Combinando todos estos factores, es posible proponer que, antes de la 
indoeuropeización de la Península, pudo haber continuidad (al menos isoglósica) entre 
las lenguas que ocupaban la zona pirenaico-mediterránea, en la que incluiríamos el 
tartesio, el ibero (o sus dialectos), el vasco, y otras lenguas y dialectos de los que no 
tenemos noticias. Esto no significaría, por supuesto, uniformidad lingüística (una sola 
lengua), pero sí, como decimos, una posible relación de familia. 
4.2. El ibero como koiné
No faltan tampoco los autores que consideran que el ibérico no es una lengua en el 
sentido estricto del término, sino una koiné (oral o escrita) utilizada por los 
comerciantes (no sólo iberos sino también fenicios y griegos) como forma de 
intercambio en una zona muy rica en materias primas y un fuerte crecimiento político-
cultural (véase Guadán, 1985). Esta interpretación en realidad no invalida las 
anteriores, pues, no habla de la filiación lingüística sino del uso real. El ibero, o el 
conjunto de dialectos a los que llamamos ibero, sería una especie de lingua franca que, 
manteniendo su carácter independiente, bebería de varias fuentes, especialmente, en el 
léxico.
4.3. Las lenguas indoeuropeas peninsulares
La situación de las lenguas indoeuropeas es en apariencia menos interesante que 
la de sus vecinas, entre otras cosas, porque sólo dos (el celtibero y el lusitano) dejaron 
testimonios escritos y ninguna de ellas creó una escritura propia.
9
Las lenguas indoeuropeas peninsulares entroncan con las vecinas lenguas del 
continente europeo. Según el mapa que hemos trazado en el apartado 2, la zona 
indoeuropea corresponde a varios pueblos llegados a través de los Pirineos cuyos 
asentamientos o ciudades utilizaban el sufijo -briga (ciudad) en una primera etapa y 
-dunum/-acum (fortaleza) en una segunda (véase Fullola, 1985:30). Los pueblos 
indoeuropeos no tenían unidad lingüística, y podemos pensar por su número y por el 
vasto territorio que ocupaban (dos terceras partes de la P. I.) que o bien hablaban 
lenguas distintas, pero relacionadas entre sí, o bien había gran diversidad dialectal. 
Como hemos dicho, sólo el celtíbero y el lusitano dejaron documentos escritos. Del 
estudio de estos documentos se deduce que eran dos lenguas distintas.
Por lo que respecta a la escritura, el lusitano se escribió en el siglo II a. C. y utilizó 
para ello el alfabeto latino; el celtibero, por el contrario, se empezó a escribir ya antes 
de la llegada de los romanos y empleó el alfabeto ibérico (véase de Hoz, 1983: 374). 
Los documentos celtiberos escritos en ibérico llegan hasta el siglo I a. C., por lo tanto, 
los celtiberos siguieron utilizando el alfabeto ibérico incluso cuando los iberos ya habían 
dejado de usarlo por la presión cultural romana (época de Augusto). Se deduce de todo 
ello que los celtiberos, aunque fuesen una nación autónoma (situada más o menos en el 
Aragón central actual), estuvieron fuertemente influidos por los iberos, que tenían una 
cultura más rica y prestigiosa.
El estudio de los bronces celtiberos (por ejemplo, el de Botorrita, Zaragoza) nos 
muestra, por otra parte, una lengua céltica muy antigua, diferente de la lengua gala y 
emparentada al parecer con las lenguas célticas de las Islas Británicas e Irlanda. Los 
últimos documentos escritos en lengua celtibera utilizan ya caracteres latinos. 
5. ¿Qué queda de todo aquello en el español del 
siglo XXI?
Los restos del mundo prerromano prevalecen todavía en las actuales lenguas 
peninsulares, aunque su importancia sea relativa. Dejando de lado la pervivencia del 
vasco o euskera actual, que es el único resto lingüístico de la Hispania prerromana, es 
posible rastrear, sin embargo, ciertos rasgos en el castellano, que es la lengua que 
ahora nos ocupa, vinculables con todas estas lenguas que hemos analizado. 
5.1. El sustrato ibérico
Desde un punto de vista fonético, el castellano comparte con el vasco y con el 
ibero la existencia de cinco vocales /a, e, i, o, u/, y con este rasgo se diferencia de las 
restantes lenguas románicas (excepto el sardo). Si observamos las consonantes del 
ibero y las comparamos con las del castellano actual (véase gráfico 3), tampoco 
encontraremos muchas diferencias, aunque en este caso la evolución castellana es 
independiente de la influencia ibérica.
Por lo que respecta a la morfología, se suele afirmar (véase Lapesa, 1981; Cano 
Aguilar, 1988; Martínez y Echenique, 2000; etc.) que sufijos como -arro (-urro, -erro) o 
-ieco, -ueco, -asco (que no tienen equivalente latino) deberían ser influencia del 
sustrato ibérico. Los encontramos en palabras como: baturro, calentorra, mazueco, 
muñeca, peñasco, ventisca, etc.
Por último, el ibero o sus parientes se dejan sentir aparentemente en el léxico y la 
toponimia. Son palabras no indoeuropeas prerromanas: arroyo, conejo, charco, 
galápago, garrapata, gusano, perro, silo, toca, zarza, y muchas otras que no tienen una 
ubicación clara. Encontramos, además, numerosos topónimos de origen ibero que hoy 
conservamos latinizados: Acci (> Guadix), Basti (> Baza), Dertosa (> Tortosa), 
Gerunda (> Girona), Ilici (> Elche). También se habla del posible origen ibero(-vasco) 
del apellido García (<Garseitz) o Blasco, Velásquez y Velasco (con sufijo ibérico -asco) 
(véase Sanchis Guarner, 1985).
10
5.2. El sustrato indoeuropeo
Desde un punto de vista fonético, se afirma que la sonorización en castellano de 
las consonantes oclusivas sordas latinas intervocálicas (VITA> vida) se debe al sustrato 
céltico y al fenómeno conocido como la lenición consonántica, que es propio de estas 
lenguas, aunque no todos los autores coinciden en esta interpretación (véase Martínez 
Alcalde y Echenique, 2000).
El sustrato indoeuropeo prerrománico también se observa en la morfología, pues 
se atribuyen a estas lenguas (véase Lapesa, 1981 o Cano Aguilar, 1988) los sufijos 
-aiko o -aeko que dan como resultado el español -iego, en palabras como andariego, 
mujeriego, palaciego, etc.
Y lo mismo sucede con el léxico, en donde volvemos a encontrar tanto voces 
comunes como topónimos. Incluiríamos aquí palabras como abedul, álamo, baranda, 
basca, berro, bota, braga, busto, cantiga, estancar, gancho, garza, greña, puerco, 
tarugo, toro, virar, etc. Hay topónimos como Segovia (de seg- victoria), Segorbe (de 
Segóbriga y a su vez de -briga, ciudad), Lobra, Obra, Zobra (con la variante -bra), 
Alobre y Pezobre (con -bre), etc.
6. Conclusiones
Como hemos podido comprobar, las escrituras y lenguas prerromanas abren 
todavía hoy un mundo tan interesante como inexplorado. A pesar de las contribuciones 
de autores tan relevantes como Caro Baroja, de Hoz, Fletcher, Gómez-Moreno, Hübner, 
Humboldt, Maluquer de Motes, Michelena, Siles y muchos otros, el estudio de la 
epigrafía hispánica prerromana depende aún de que el destino ponga en manos de los 
investigadores la piedra Rosetta ibérica. Hasta entonces, el campo de operaciones es 
tan amplio que requiere de la colaboración de ciencias auxiliares tan distintas como la 
arqueología, la epigrafía, la numismática, la historia antigua, la historia de las 
religiones, la onomástica, la hidronimia y, cómo no, la lingüística. Éste es, pues, el 
camino que se impone recorrer para conseguir desbrozar en el futuro los enigmas de 
este importante periodo de la historia lingüística hispánica. 
11
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EL LATÍN EN HISPANIA: LA ROMANIZACIÓN 
DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. EL LATÍN 
VULGAR. PARTICULARIDADES DEL LATÍN 
HISPÁNICO
Jorge Fernández Jaén
1. La Romanización de la Península Ibérica
El Imperio Romano fue, sin duda, el mayor imperio del mundo antiguo. Se fue 
creando poco a poco a partir de la expansión de su capital, Roma, y pretendió 
conquistar todo el mundo conocido, es decir, todos los países próximos al Mar 
Mediterráneo, llamado mare nostrum por los antiguos romanos. Así, en su momento de 
máxima expansión durante el reinado de Trajano, el Imperio Romano se extendía desde 
el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo 
Pérsico al este, y desde el desierto del Sáhara al sur hasta las tierras boscosas a orillas 
de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia (actual Escocia), en Gran Bretaña, 
al norte. En consecuencia, recibe el nombre de romanización el proceso a través del 
cual el Imperio Romano fue conquistando, sometiendo e integrando a su sistema 
político, lingüístico y social a todos los pueblos y territorios que fue encontrando a su 
paso. El fenómeno de la romanización es de una importancia histórica absolutamente 
fundamental puesto que gracias a él un amplio territorio de la antigua Europa pudo 
compartir una misma base social, cultural, administrativa y lingüística. 
Por lo que se refiere a la conquista y romanización de la Península Ibérica, ésta se 
inició en el año 218. a. C., al iniciarse la segunda guerra púnica con el desembarco de 
los Escipiones en Emporion (hoy Ampurias, en la provincia de Gerona). Desde el mismo 
instante en que los romanos se introdujeron en la península, empezaron a sucederse 
las conquistas. Así, por ejemplo, hacia el 209 a. C. Cornelio Escipión tomó la ciudad de 
Cartago Nova y poco después Gadir, antigua colonia fenicia, cayó en manos romanas en 
el año a. C. No obstante, el proceso de conquista de Hispania no fue rápido debido a la 
resistencia que opusieron algunos de los lugares conquistados; por ello, la colonización 
de toda la península duró dos siglos ya que sólo finalizó de modo definitivo en el año 19 
a. C. (época de Augusto) con el sometimiento al norte de cántabros y astures. Puede 
considerarse que la romanización determinó y fijó el destino de Hispania, destino 
dudoso hasta entonces debido a las entrecortadas influencias oriental, helénica, celta y 
africana que había tenido. 
13
La romanización hispánica se produjo con una base social distinta de la que se 
había partido para conquistar territorios más próximos a Roma. A la Península Ibérica 
llegan colonos, soldados, comerciantes de todo tipo, funcionarios de la administración, 
arrendatarios e incluso gentes de baja estima social, lo que evidentemente condicionó 
el latín hablado en esta nueva provincia romana. Roma también llevó a cabo un 
reajuste de tipo administrativo de las antiguas provincias Citerior y Ulterior (que habían 
sido creadas en el año 197 a. C., cuando las autoridades romanas dividen el territorio 
hispano y lo consideran, definitivamente, una parte más del imperio); así, una parte de 
la Ulterior quedó anexionada por la Citerior, que ahora se llamará Tarraconense 
(considerada provincia imperial). El resto de la Ulterior se subdividió en dos nuevas 
provincias; por un lado, la Baetica y por otro la Lusitania. Además, la organización 
social de Hispania refleja la misma estructura social que el resto del imperio (al menos 
en un primer momento); de este modo, la población(cives) se dividía en ciudadanía 
plena y libre (romani), ciudadanía con libertad limitada (latini), habitantes libres 
(incolae) sin derecho a ciudadanía, los libertos (liberti) y los esclavos (servi). Con el 
paso del tiempo y a medida que la romanización se fue asentando, los nativos fueron 
obteniendo progresivamente el derecho de ciudadanía, hasta que en el S. III d. C. 
(época de Caracalla) se generalizó este derecho para la totalidad de la población del 
Imperio. Naturalmente, en el momento en que una nueva zona era anexionada, se 
implantaba también en ella, además de la estructura social, la estructura militar, 
técnica, cultural, urbanística, agrícola y religiosa que había en Roma, lo que garantizaba 
la cohesión del imperio.
Por lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de 
los pueblos colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas) hay que decir que no 
fue un proceso agresivo ni forzado: bastó el peso de las circunstancias. Los habitantes 
colonizados vieron rápidamente las ventajas de hablar la misma lengua que los 
invasores puesto que de ese modo podían tener un acceso más eficaz a las nuevas 
leyes y estructuras culturales impuestas por la metrópoli. Además, los nuevos 
habitantes del Imperio sentían de forma casi unánime que la lengua latina era más rica 
y elevada que sus lenguas vernáculas, por lo que la situación de bilingüismo inicial 
acabó convirtiéndose en una diglosia que terminó por eliminar las lenguas prerromanas. 
Por tanto, fueron los hablantes mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, 
quienes decidieron sustituir sus lenguas maternas por el latín. No obstante, hubo en 
Hispania una excepción a este respecto, ya que los hablantes de la lengua vasca nunca 
dejaron de utilizarla, lo que permitió que sobreviviera, fenómeno de lealtad lingüística 
que se dio en varias partes del Imperio, como en Grecia, que nunca perdió el griego 
pese a su fuerte romanización. 
En definitiva, la romanización dotó de una identidad estable a Hispania y la 
introdujo de lleno en un Imperio que había de ser decisivo en la evolución de la Historia 
de la Humanidad. Con el paso del tiempo, Hispania también aportó grandes beneficios 
culturales al mundo latino, sobre todo en el campo de las letras. Así, tenemos retóricos 
de Hispania como Porcio Latrón, Marco Anneo Séneca y Quintiliano. También 
pertenecen a esta parte del Imperio escritores latinos tan importantes como Lucio 
Anneo Séneca, Lucano y Marcial, que escribieron obras muy relevantes en las que 
algunos críticos han visto los rasgos fundacionales del espíritu de la cultura y la 
literatura españolas. 
2. El latín vulgar
¿Qué es el latín vulgar?
El latín, al igual que todas las demás lenguas, tenía variedades lingüísticas 
relacionadas con factores dialectales (variedades diatópicas), con factores 
socioculturales (variedades diastráticas), con factores históricos y evolutivos 
(variedades diacrónicas) y con factores relacionados con los distintos registros 
expresivos (variedades diafásicas); pues bien, el latín vulgar (también llamado latín 
popular, latín familiar, latín cotidiano o latín nuevo) era la variante oral del latín, es 
decir, el latín que utilizaban los romanos (fueran cultos, semicultos o analfabetos) en la 
calle, con la familia y, en general, en los contextos relajados. Se trata, por tanto, de un 
latín que se aleja del latín clásico y normativo debido a la espontaneidad y viveza que le 
otorga su naturaleza oral y cotidiana. Esta variante diafásica de la lengua latina es de 
vital importancia puesto que es de ella (y no del latín culto de la literatura y los 
registros formales) de donde van a proceder las lenguas romances o románicas, y más 
en concreto del latín vulgar del período tardío (S. II-VI). 
A principios del S. XX, el gran filólogo D. Ramón Menéndez Pidal empezó a estudiar 
el latín vulgar guiado por la intuición de que debía ser en esa variante en la que se 
encontrasen las pautas para poder reconstruir y entender el origen del español y del 
resto de lenguas romances. Desde entonces, las investigaciones realizadas en el 
terreno de la Filología Románica han permitido entender mucho mejor el origen de 
estas lenguas. No obstante, un problema se plantea de inmediato: ¿cómo estudiar una 
variante lingüística que es oral y que se distancia mucho de las variantes escritas? ¿De 
dónde se puede extraer información? Los filólogos que se han ocupado de este asunto 
han sido capaces, con el tiempo, de hallar algunos materiales muy valiosos. 
14
Fuentes para el conocimiento del latín vulgar
Dado que el latín vulgar era oral y evanescente y que sólo se empleaba en 
contextos relajados, ¿de dónde podemos obtener información acerca de sus 
características? Es evidente que no existe ningún texto escrito en latín vulgar; a lo 
sumo, tenemos textos en los que se encuentran algunos vulgarismos dispersos, 
perdidos entre el estilo lujoso y cuidado que caracteriza a la literatura latina. No 
obstante, gracias a los vulgarismos que se pueden rescatar de algunas obras cultas 
(incluidos en ellas por razones muy variadas) y a algunos textos escritos por personas 
no demasiado cultivadas, la filología ha podido reunir un conjunto de materiales 
relativamente amplio. Veamos a continuación cuáles son las principales fuentes para 
conocer el latín vulgar.
a) Obras de gramáticos latinos. Son muchos los autores latinos que, en su afán de 
purismo, reprenden y denuncian determinadas pronunciaciones incorrectas. El primero 
de los autores que censuró estos errores fue Apio Claudio (hacia el 300 a. C.), seguido 
por muchos otros, como Virgilio Marón de Tolosa (S. VII) o el historiador lombardo 
Pablo Diácono (740-801). Con todo, las correcciones expresivas que señalan estos 
autores hay que tomarlas con prudencia, ya que muchas de ellas son arbitrarias e 
incluso abiertamente irreales. La obra más importante de este conjunto es, sin ninguna 
duda, el llamado Appendix Probi (¿S. IV a. C.?), llamado así porque se conserva en el 
mismo manuscrito que un tratado del gramático Probo. Es una especie de «gramática 
de errores» que cataloga y corrige 227 palabras y fórmulas tenidas por incorrectas, 
como por ejemplo las siguientes: vetulus non veclus, miles non milex, auris non oricla, 
mensa non mesa, etc. Lo relevante es que gracias a este texto se ha podido constatar 
que muchas palabras de las lenguas románicas han evolucionado a partir de la forma 
vulgar y no de la normativa. 
b) Glosarios latinos. Se trata de vocabularios muy rudimentarios, generalmente 
monolingües, que traducen palabras y giros considerados como ajenos al uso de la 
época (glossae o lemmata) por expresiones más corrientes (interpretamenta). El más 
antiguo de ellos es el glosario de Verrius Flaccus, De verborum significatione, del 
tiempo de Tiberio, pero que sólo es conocido por un resumen de Pompeius Festus (¿S. 
III?). También es muy conocido el lexicógrafo latino Isidoro de Sevilla (hacia 570-636), 
autor de Origines sive etymologiae, obra en la que aparecen muchas noticias sobre el 
latín tardío y popular, tanto de España como de otros lugares. También pertenecen a 
este tipo de textos las famosas Glosas Emilianenses (de San Millán, provincia de 
Logroño, ¿mitad del S. X?) y las Glosas de Silos (Castilla, S. X), donde se encuentran 
voces como lueco (español luego) o sepat (español sepa, subjuntivo del verbo saber). 
c) Inscripciones latinas. Las inscripciones son una fuente muy interesante para 
conocer variantes poco cuidadas del latín. Conservamos en la actualidad inscripciones 
muy variadas, en las que pueden leerse todo tipode textos: dedicatorias a divinidades, 
proclamas públicas, anuncios privados, textos honoríficos, etc. La mayoría de ellas 
están grabadas, aunque también las hay pintadas e incluso trazadas a punzón.
d) Autores latinos antiguos, clásicos y de la «edad de plata» (desde la muerte de 
Augusto hasta el año 200). Son muchos los escritores romanos que reprodujeron en 
sus obras estilos descuidados o familiares. Por ejemplo, Cicerón solía utilizar en sus 
cartas personales muchas expresiones coloquiales como mi vetule (mi viejo). Por otro 
lado, muchos dramaturgos, como Plauto, ofrecen en sus obras diálogos llanos, propios 
de la gente del pueblo más iletrado. Lo mismo sucede cuando un autor relata alguna 
anécdota curiosa, sobre todo si el protagonista de la misma pertenece a una baja clase 
social (como se ve en las obras de Horacio, Juvenal, Persio o Marcial). Por último, 
merece una especial atención El satiricón (60 a. C.) de Petronio, especie de novela 
picaresca repleta de charlatanes vulgares y obscenos. 
e) Tratados técnicos. En algunos textos técnicos se pueden apreciar ciertas 
imprecisiones expresivas. Por ejemplo, M. Vitrubio Polión escribió un tratado de 
arquitectura en tiempos de Augusto y pidió excusas por su escasa corrección lingüística. 
También son dignos de mención muchos autores de tratados de agricultura, como 
Catón el viejo, Varrón y Columela (bajo Tiberio y Claudio) que tienen, en general, pocos 
conocimientos gramaticales. Especialmente valiosas, a causa de su lengua repleta de 
elementos populares, son las obras técnicas de baja época, tales como la Mulomedicina 
de Chironis, tratado de veterinaria de la segunda mitad del S. IV repleto de 
vulgarismos. 
f) Historias y crónicas a partir del S. VI. Se trata de obras toscas y sin 
pretensiones literarias, redactadas en un latín muy descuidado. Tenemos la Historia 
Francorum, de Gregorio, obispo de Tours (538-594); el Chronicarum libri IV, de 
Fredegarius (obra escrita en realidad por varios autores anónimos que relata la historia 
de los Francos); el Liber historiae Francorum, que se tiene por anónimo, aunque pudo 
ser compuesto por un monje de Saint-Denis en el 727; y, por fin, las compilaciones de 
historia gótica y universal de Alain Jordanès (S. VI), obra fundamental en su género. 
g) Leyes, diplomas, cartas y formularios. La lengua de estos textos es híbrida y 
sorprendente, mezcla de elementos populares y reminiscencias literarias. Hay que 
recalcar que las cartas y diplomas originales tienen el mérito de estar desprovistos de 
correcciones que alteran los manuscritos de los textos literarios. En Galia se trata de 
documentos relativos a la corte de los reyes merovingios; en Italia son edictos y actas 
15
redactados bajo los reyes lombardos (S. VI-VII); en España, tales textos provienen de 
los reyes visigodos (S. VI-VII) y de los siglos siguientes. 
h) Autores cristianos. Los cristianos de los primeros tiempos rechazaron 
decididamente el excesivo normativismo del latín clásico, lo que les llevó, en muchas 
ocasiones, a emplear un latín mucho más relajado en la redacción de sus textos. Así, 
este latín de los cristianos, sobre todo el de las antiguas versiones de la Biblia, estaba 
cuajado de expresiones y giros propios de la lengua popular, por un lado, y por otro de 
elementos griegos o semíticos tomados en préstamo o calcados. De hecho, los 
traductores de la Sagrada Escritura se preocupaban más de la inteligibilidad de la 
versión que del estilo, actitud utilitaria que justificaba emplear un latín desmañado 
siempre que fuera preciso. Fue S. Jerónimo quien, aun conservando numerosas 
expresiones populares, hizo una versión más pulida y literaria de la Biblia, conocida 
como la Vulgata. También se pueden encontrar muchos datos interesantes en la poesía 
cristiana del S. IV, en los himnos religiosos de la alta Edad Media (especialmente útiles 
para conocer detalles acerca de la pronunciación del latín de la época baja) o en las 
obras hagiográficas o de vida de santos, como las que escribió Gregorio de Tours, 
hombre más piadoso que literato. 
i) Papiros y cartas personales. Se han encontrado también diversos papiros y 
textos epistolares pertenecientes a soldados residentes en las diversas provincias del 
Imperio que han resultado muy útiles para conocer rasgos del latín vulgar. 
Gracias a todas estas fuentes, los filólogos han reunido muchos datos relativos a la 
forma del latín hablado en la época imperial. Sin embargo, los datos aislados no 
permiten obtener una visión global de cómo era el latín vulgar, por lo que, en última 
instancia, debe ser la gramática comparada de las lenguas romances la que revele 
cómo era ese latín hablado y cómo evolucionó. Hay que recordar que las lenguas 
evolucionadas a partir de la latina asumieron propiedades que ya se encontraban 
cifradas en las últimas etapas evolutivas del latín. Por ello, teniendo en cuenta cuáles 
son los principales rasgos de las lenguas romances (desde un punto de vista tipológico) 
y cuáles son las características del latín vulgar recuperadas gracias a las fuentes antes 
descritas, se puede reconstruir de un modo bastante fiable un modelo que explique 
cómo era el latín que sirvió de base para que surgieran las lenguas románicas. 
Características del latín vulgar
El conocimiento del latín vulgar es imprescindible para poder explicar las 
características gramaticales de las diferentes lenguas romances. Es una tendencia 
general de todas las lenguas del mundo evolucionar siempre a partir de los usos más 
relajados y espontáneos y no a partir de los registros más cuidados y formales, 
vinculados casi siempre al terreno de la lengua escrita en general y literaria en 
particular. De hecho, son muchas las características de las lenguas romances que no 
tendrían explicación si no se conociera el latín vulgar, ya que se trata de rasgos que 
jamás hubieran podido surgir a partir del latín clásico tal y como lo conocemos. A 
continuación ofrecemos un listado con las características más importantes del latín 
vulgar.
a) Orden de palabras. La construcción clásica del latín admitía fácilmente los 
hipérbatos y transposiciones, por lo que era muy frecuente que entre dos términos 
ligados por relaciones semánticas o gramaticales se intercalaran otros. Por el contrario, 
el orden vulgar prefería situar juntas las palabras modificadas y las modificantes. Así, 
por ejemplo, Petronio aún ofrece oraciones como «alter matellam tenebat argenteam», 
aunque, tras un largo proceso, el hipérbaton desapareció de la lengua hablada. 
b) Determinantes. En latín clásico los determinantes solían quedar en el interior de 
la frase, sin embargo, el latín vulgar propendía a una colocación en que las palabras se 
sucedieran con arreglo a una progresiva determinación, al tiempo que el período 
sintáctico se hacía menos extenso. Al final de la época imperial este nuevo orden se 
abría paso incluso en la lengua escrita, aunque permanecían restos del antiguo, sobre 
todo en las oraciones subordinadas. 
c) Las declinaciones. El latín era una lengua causal, con cinco declinaciones, en la 
que las funciones sintácticas estaban determinadas por la morfología de cada palabra. 
Sin embargo, ya desde el latín arcaico se constata la desestima de este modelo y se 
advierte que empieza a ser reemplazado por un sistema de preposiciones. El latín 
vulgar propició de forma definitiva este nuevo modelo, y generó nuevas preposiciones, 
ya que las existentes hasta ese momento eran insuficientes para cubrir todas las 
necesidades gramaticales. Así, se crearon muchas preposiciones nuevas, fusionando 
muchasveces dos preposiciones que ya existían previamente, como es el caso de 
detrás (de + trans), dentro (de + intro), etc. Además, la pérdida de las desinencias 
causales provocó importantes transformaciones en el latín vulgar, simplificando los 
paradigmas léxicos hasta oponer únicamente una forma singular a otra forma plural, 
simplificación que fue adoptada por las lenguas romances. De hecho, sólo el francés y 
el occitano antiguo conservaron una declinación bicausal con formas distintas para el 
nominativo y el llamado caso oblicuo, declinación que desapareció antes del S. XV 
mediante la supresión de las formas de nominativo. 
16
d) El género. También se simplificó en latín vulgar la clasificación genérica; los 
sustantivos neutros pasaron a ser masculinos (tempus > tiempo) o femeninos (sagma 
> jalma), aunque también hubo muchas vacilaciones y ambigüedades, sobre todo para 
los sustantivos que terminaban en -e o en consonante (mare > el mar o la mar). 
También hay que señalar que muchos plurales neutros se hicieron femeninos singulares 
debido a su -a final (ligna > leña, folia > hoja), de ahí el valor de colectividad que 
todavía hoy mantienen en muchos contextos (la caída de la hoja). 
e) Los comparativos. En latín clásico los comparativos en -ior y los superlativos en 
-issimus, -a, -um (que eran construcciones sintéticas) fueron desapareciendo en favor 
de las construcciones vulgares analíticas, construidas a partir de magis... qua (m). Sólo 
mucho más tarde, y por vía culta, se reintrodujo el superlativo en -ísimo, -a que aún 
perdura en la actualidad. 
f) La deixis. La influencia del lenguaje coloquial, que prestaba mucha importancia 
al elemento deíctico o señalador, originó un profuso empleo de los demostrativos. 
Aumentó muy significativamente el número de demostrativos que acompañaban al 
sustantivo, sobre todo haciendo referencia (anafórica) a un elemento nombrado antes. 
En este empleo anafórico, el valor demostrativo de ille (o de ipse, en algunas regiones) 
se fue desdibujando para aplicarse también a todo sustantivo que se refiriese a seres u 
objetos consabidos; de este modo surgió el artículo definido (el, la, los, las, lo) 
inexistente en latín clásico y presente en todas las lenguas romances. A su vez, el 
numeral unus, empleado con el valor indefinido de alguno, cierto, extendió sus usos 
acompañando al sustantivo que designaba entes no mencionados antes, cuya entrada 
en el discurso suponía la introducción de información nueva; con este nuevo empleo de 
unus surgió el artículo indefinido (un, una, unos, unas) que tampoco existía en latín 
clásico. 
g) La conjugación. Por lo que respecta a la conjugación verbal, en latín vulgar 
muchas formas desinenciales fueron sustituidas por perífrasis. Así, todas las formas 
simples de la voz pasiva fueron eliminadas, por lo que usos como amabatur o 
aperiuntur fueron sustituidos por las formas amatus erat y se aperiunt. También se 
fueron dejando de lado los futuros del tipo dicam o cantabo, mientras cundían para 
expresar este tiempo perífrasis del tipo cantare habeo y dicere habeo, origen de los 
futuros románicos. Por otra parte, también va a ser en latín vulgar donde surja un 
nuevo tiempo que no existía en latín clásico: el condicional. A partir de formas 
perifrásticas como cantare habebam se va a ir formando este nuevo tiempo, que pasará 
después a todas las lenguas románicas (cantaría). 
h) Fonética. El latín vulgar experimenta diversos cambios fonéticos, muchos de los 
cuales van a ser decisivos para la formación de las lenguas románicas. En primer lugar, 
se producen diversos cambios en el sistema acentual y en el vocalismo. El latín clásico 
tenía un ritmo cuantitativo-musical basado en la duración de las vocales y las sílabas; 
no obstante, a partir del S. III empieza a prevalecer el acento de intensidad, que es el 
esencial en las lenguas románicas. También se produjeron cambios muy importantes en 
las vocales, sobre todo en lo referente al timbre, debido a la paulatina desaparición de 
la cantidad (duración del sonido) vocálica como elemento diferenciador. Por lo que 
respecta a las consonantes, el latín tardío también experimentó cambios notables, como 
ciertos fenómenos de asimilación y algunos reajustes en el carácter sordo o sonoro de 
algunos sonidos. 
i) El léxico. El vocabulario del latín vulgar olvidó muchos términos del latín clásico, 
con lo que se borraron diferencias de matiz que la lengua culta expresaba con palabras 
distintas. Así, grandis indicaba fundamentalmente tamaño en latín clásico, mientras que 
magnus aludía a las cualidades morales; sin embargo, el latín vulgar sólo conservó 
grandis, empleándolo para los dos valores. Pero además de todos los reajustes léxicos, 
el latín vulgar privilegió mucho el fenómeno de la derivación morfológica, por lo que 
empezaron a utilizarse muchos sufijos para expresar todo tipo de valores semánticos, 
como por ejemplo valores afectivos gracias a los diminutivos. 
Como se puede ver, en los rasgos gramaticales del latín vulgar están presentes ya 
las principales señas de identidad de las lenguas románicas; en el S. VI, un latín 
fuertemente vulgarizado morirá como lengua (quedando sólo como herramienta culta 
para la ciencia) y de él empezarán a surgir variantes que, con el tiempo, se convertirán 
en las diferentes lenguas románicas. ¿Cómo se produjo esa fragmentación del latín? 
¿Qué es lo que marca las diferencias entre las distintas lenguas que surgieron de él?
3. La fragmentación del latín y el surgimiento de 
las lenguas romances
Mucho se ha discutido acerca de la unidad de la lengua latina; mientras que 
algunos investigadores sostienen que el latín se mantuvo muy cohesionado y uniforme 
hasta su desaparición, otros aseguran que ya desde los siglos II y III había perdido su 
carácter unitario, por lo que se encontraba fragmentado en múltiples y variados 
dialectos. Lo cierto es que el latín acabó fragmentándose, dando origen a diversas 
lenguas nuevas; esta fragmentación, inherente en última instancia a cualquier lengua 
que tenga muchos hablantes, se puede explicar en el caso del latín gracias a diversos 
factores:
17
a) La antigüedad de la romanización. Dependiendo de la época en que era 
colonizado cada territorio, llegaba a cada nuevo lugar un latín concreto, lo que tiene su 
importancia a la hora de entender la naturaleza de la nueva lengua que surge en cada 
lugar. Por ejemplo, en el caso de Hispania, el latín que llega en el año 218 a. C. es un 
latín que aún no había llegado a la época clásica, por lo que es lógico que muchas 
palabras de las lenguas románicas de la Península Ibérica se hayan formado a partir de 
arcaísmos pertenecientes al latín preclásico, como sucede con una voz como comer, 
que ha evolucionado a partir de comedere en lugar del más moderno manducare. 
b) La situación estratégica de Hispania. Es normal que las provincias más 
extremas del Imperio (las que formaron con el paso del tiempo Rumanía, España y 
Portugal) compartan un cierto conservadurismo léxico, debido a su lejanía geográfica 
con respecto a Roma, núcleo de la metrópoli y fuente de innovaciones léxicas. Este 
fenómeno está relacionado con la mayor o menor facilidad para llegar a las distintas 
provincias; cuanto más aislado estuviera un asentamiento, menos dinamismo habría en 
el caudal léxico de la variante del latín de esa zona, y a la inversa, con todas las 
repercusiones que ello conlleva.
c) El nivel social y cultural de los hablantes. Los factores diastráticos también 
pudieron tener su importancia en la evolución del latín y en su fragmentación.
d) Influencia del sustrato. Finalmente, debe tenerse en cuenta la influencia que 
pudieron ejerceren el latín las lenguas prerrománicas que se hablaban en los distintos 
lugares que fueron conquistados; aunque estas lenguas fueron, generalmente, 
sustituidas por la lengua del invasor, no cabe duda de que ejercieron cierta influencia 
en ella en forma de sustrato latente. Sin embargo, nuestro desconocimiento científico 
de dichas lenguas impide calibrar en su justa medida cómo fue esa influencia 
sustratística. 
Sea como fuere, el latín, la poderosa lengua del imperio más grande de la Historia 
de la Humanidad terminó por extinguirse definitivamente como lengua viva, dejando 
como herencia diversas lenguas hijas que, pasados los siglos, habían de ser tan 
relevantes para la ciencia y la cultura universales como lo fue su lengua madre. 
4. Bibliografía
——Baldinger, K. (1971): La formación de los dominios lingüísticos en la 
Península Ibérica, Madrid, Gredos.
——Cano Aguilar, R. (1988): El español a través de los tiempos, Madrid, 
Arco/Libros.
——Cano Aguilar, R. (coord.) (2004): Historia de la lengua española, Barcelona, 
Ariel. 
——Coseriu, E. (1977): «El problema de la influencia griega sobre el latín vulgar» 
en Estudios de Lingüística Románica, Madrid, Gredos, pp. 264-280.
——Díaz y Díaz, M. (1974): Antología del latín vulgar, Madrid, Gredos.
——Echenique Elizondo, M.ª T. y J. Sánchez Méndez (2005): Las lenguas de un 
reino. Historia Lingüística Hispánica, Madrid, Gredos.
——Lapesa, R. (1999): Historia de la lengua española, Madrid, Gredos (10.ª 
reimp. De la 9.ª ed. corr. y aum. 1981; 1.ª ed. 1942).
——Medina López, J. (1999): Historia de la lengua española I. Español medieval, 
Madrid, Arco/Libros.
——Posner, R. (1996): Las lenguas romances, Madrid, Cátedra.
——Väänänen, V. (1971): Introducción al latín vulgar, Madrid, Gredos.
——Wright, R. (1982): Latín tardío y romance temprano en España y la Francia 
Carolingia, Madrid, Gredos.
18
EL ESPAÑOL ARCAICO. LA APARICIÓN DE LA 
LITERATURA ROMANCE. JUGLARÍA Y 
CLERECÍA
Miguel Ángel Mora Sánchez
1. Introducción
En este capítulo compete tratar el tema -bastante controvertido- de la existencia 
de una lengua romance, que refleja características lingüísticas del castellano posterior. 
Se le ha denominado «español arcaico», aun a sabiendas de que muchos son los 
nombres que se le podrían aplicar. De ahí que en esta introducción haya que dar cuenta 
de qué se encierra bajo este concepto y cuáles son los principales problemas que se 
plantean para delimitarlo.
Se entiende por «español arcaico» el conjunto de manifestaciones lingüísticas, en 
una lengua romance cercana al futuro castellano, que se producen en una parte del 
dominio de la Península Ibérica antes de la aparición de los primeros documentos 
escritos literarios (s. XII). Sus principales características van a ser dos: la escasez del 
corpus y su dispersión. De hecho, ha llegado a nosotros de forma muy fragmentada y, 
en gran parte, a través de textos notariales.
Ya entrado el siglo XII nos podemos encontrar con textos literarios que suponen, 
en palabras de los expertos medievalistas, la culminación de un proceso lingüístico 
lento e iniciado con anterioridad. El estado de la lengua de estos textos literarios 
-aunque distante en gran medida del español actual- suponen un grado de evolución de 
los fenómenos fonéticos, que desgajan el castellano del antiguo latín hablado, muy 
acentuada y madura, materializada durante siglos, y de la que tenemos escasos 
testimonios. 
1.1. El problema de la transmisión de los textos 
medievales. 
Gran parte de estos textos se hallan conservados en códices, cuya versión ha de 
datarse, en ocasiones, siglos después de la versión original. Por ello, es muy importante 
diferenciar la fecha de composición de la obra original respecto a la fecha del 
manuscrito que ha llegado hasta nuestros días. La paleografía es la disciplina que 
enseña los principios fundamentales para lograr unos textos fidedignos, dotados de una 
credibilidad que permita al lector o investigador utilizar la versión más auténtica. La 
validez de dicha versión será el resultado del rigor en la aplicación de dichas técnicas 
paleográficas. Por eso es necesario diferenciar los distintos tipos de ediciones de textos 
medievales con las que se puede encontrar el lector actual (Menéndez Peláez, 1993: 53 
y ss.):
• Edición facsímil: Es una reproducción fotográfica, bien de un manuscrito, bien 
de una edición impresa (por ejemplo, un incunable), tal cual aparece en el 
códice o en la versión original que se pretende reproducir. Su valor radica en la 
posibilidad de poner a nuestro alcance manuscritos o ediciones que, de otra 
manera, resultan inaccesibles. Habría que destacar las que se han hecho del 
manuscrito del Cantar de Mio Cid, de las tres versiones que nos transmitieron el 
Libro de Buen Amor y de la primera edición impresa de La Celestina. 
• Edición paleográfica: Consiste en una reproducción, mediante los actuales 
signos grafemáticos y ortográficos, de todos los rasgos gráficos que se pueden 
encontrar en el texto original manuscrito. Las fluctuaciones en la normativa 
ortográfica, poco clara y precisa en la época medieval, permitió que los copistas 
realizaran cambios o alteraciones, sujetas a su único criterio personal, un 
criterio fonético, que reguló la ortografía medieval, y que en la mayoría de los 
casos fue manifestación de particularismos articulatorios o fonológicos. 
• Edición crítica: Es aquella que, a partir de las distintas versiones existentes de 
una obra, intenta acercarse, con rigor filológico, a la versión original que salió 
de las manos del autor. Para conseguir este objetivo, se comparan todas las 
versiones conservadas de una obra; se someten a un tratamiento específico, 
cuyas normas regula y establece la crítica textual, para reconstruir esa versión, 
siempre hipotética, que probablemente estará muy próxima a la original. 
• Edición modernizada: Es una edición en la que se ha realizado una 
actualización lingüística de un texto medieval. Dicha modernización puede verse 
representada en varios niveles (ortográfico, léxico, morfosintáctico), que 
pueden convertirla, muchas veces, en una verdadera traducción, lo que exige 
del «traductor» una auténtica especialización para verter en lengua moderna 
todos los valores que encierra el texto medieval. Por lo general, van dirigidas a 
un público no familiarizado con la dicha lengua. 
• Edición incunable: Se denomina de esta forma a aquella edición impresa 
antes del año 1500, o impresa durante el siglo XVI de obras anteriores. No 
abundan las obras de literatura medieval que se conservan en este tipo de 
ediciones. Su valor lingüístico radica en su mayor proximidad con la forma de la 
lengua original.
19
1.2. El problema de la cronología del español arcaico. 
Siguiendo a Menéndez Pidal (198518: 490) podemos observar la presencia, al 
menos, de cuatro épocas dentro de la evolución general de este español arcaico. Para 
dicha división se ha tenido en cuenta la constatación de ciertos fenómenos lingüísticos 
de especial relevancia para la formación del «español literario» de los siglos XII y XIII. 
De esta forma podemos distinguir:
1. Período visigótico, que englobaría desde el año 414 hasta el 711. Aquí es 
posible que el romance primitivo fuera empleado como lengua común. Se 
caracterizaría por fenómenos que se afianzarán en siglos venideros: el 
mantenimiento de la grafía ll, la diptongación ante yod (uello/ojo), F-, IT, G- 
(inicial), conservación del grupo -MB-, conservación de los diptongos propios 
del latín vulgar como AI y AU. 
2. Época asturiano-mozárabe, que abarcaría desde el 711 hasta el 920. Su 
principalcaracterística es la masiva presencia de arabismos en los glosarios 
antiguos: alcor, alfoz, cármez… 
3. Predominio leonés, datado desde el 920 hasta el 1067. En esta época se 
perciben como anticuados diptongos como -AIRO, -AIRA / -EIRO, -EIRA. 
También se aprecia una tendencia a la monoptongación, incluso: AU > o. Se 
produce de nuevo una gran afluencia de arabismos. 
4. Intento de hegemonía castellana, que se iniciaría a partir del 1067 y se 
consolidaría hacia 1140. Se caracteriza por la entrada de galicismos ya bastante 
evidente en el Cantar de Mio Cid: mensaje, omenaje, usaje… Asimismo se 
detecta una fuerte inestabilidad vocálica y de algunos grupos consonánticos.
Tras estos períodos de evolución de la lengua desde un latín hablado hasta la 
producción de fenómenos ajenos a la lengua latina, se produce el inicio de la producción 
literaria entre los siglos XI, XII y XIII que contribuye a la consolidación de una lengua 
diferenciada del latín hablado tardo-medieval, que culminará con el intento de 
regularización cuasi normativa de período alfonsí (ya en la segunda mitad del siglo 
XIII). A estos períodos se van a dedicar los siguientes apartados de presente capítulo, 
prestando especial atención a aquellos aspectos lingüísticos de las distintas 
manifestaciones literarias que contribuyeron a la formación del sistema lingüístico del 
español medieval. De esta forma damos a entender una interpretación más laxa del 
«español arcaico», en el que incluiríamos las primeras manifestaciones literarias (para 
la polémica sobre esta interpretación véase Medina López, 1999: 35). 
2. Hacia una caracterización general del 
español arcaico
Como ya se sabe el castellano, como toda lengua romance, deriva de la evolución 
del latín, hablado en este caso en la zona de influencia de Castilla. Lo difícil radica en 
establecer en qué momento de dicha evolución la distancia con la lengua del Lacio es 
tal que resulta ininteligible y, por ende, forma una lengua aparte. En el caso del empleo 
del romance en la lengua escrita se tienen más fuentes, pero es tal la vacilación de uso 
en los orígenes, que la polémica también la alcanza. De manera que « no se pueden 
establecer cronologías tajantes: hay textos del siglo XI con menos romancismos que 
otros del XII» (Ariza Viguera, 2004: 310): todo dependerá del nivel de conocimientos 
de la lengua de transmisión de cultura hasta entonces -el latín- del notario o escriba.
En general, el español arcaico ha llegado muy fragmentado a nuestros días y 
fundamentalmente a través de textos notariales. En él se aprecian una serie de 
fenómenos que lo caracterizan, frente a otras lenguas romances de su entorno. De 
estos fenómenos Lapesa (19819: 164 y ss.) destaca los siguientes:
• Vocalización de /-l+cons-/: SALTU > sautu, souto, soto. 
• Localización dental de /Ŝ/, /Ž/, que adoptaron los fonemas /ĉ/ y /ĝ/, por su 
combinación K+e, i (dezimus). 
• Realización palatal de consonantes geminadas /ll/ > [ļ] (CABALLO [cabal.lu] > 
caballo) y /nn/ > [ņ] (ANNU [an.nu] > año).
Con anterioridad, esta forma de hablar el latín propia de la zona norte de Castilla, 
había sido caracterizada por Menéndez Pidal (1950: 485-502), quien señala una serie 
de fenómenos propios de esta época dialectal, tales como los siguientes: 1. 
Constatación de la pérdida de F- > h; 2. Expansión de ž (luego j) en vez de ll e y; 3. 
Distintos estados de palatalización de Ge,i y de /c/ < CT; 4. Realización dentoalveolar 
del grupo / -SKJ-/ > [ts] > q; 5. Temprana diptongación (ya en el siglo X) de o˛ > ue; 
6. Reducción del grupo -MB- > -m-; 7. Antigüedad en la monoptongación de AI> ei > e 
y de AU > ou > o; 8. Temprana palatalización de KL-, PL-, FL- > /l/.
Pero, sin duda, a la hora de hablar de la evolución del español arcaico, la gran 
aportación de Menéndez Pidal fue la explicación de la evolución fonética del español por 
influencia de la «yod» -esto es, la /i/ en diptongo-. Parece que la influencia de la yod no 
solo fue más allá de la evolución vocálica, sino que fue decisiva en la formación del 
orden palatal dentro de las consonantes. De hecho, el mismo Pidal establece al menos 
cuatro tipo diferentes de yod, con una cronología también diferenciada, que da paso a 
20
un complejo proceso evolutivo que está en el origen del sistema vocálico actual (véase 
Medina López, 1999: 49 y ss.). 
3. La aparición de la lengua literaria en romance 
3.1. Siglos IX-XI: El problema lingüístico de las jarchas
Jarcha es un una palabra árabe que significa «salida» o 
«finida». Las jarchas son unas pequeñas cancioncillas 
romances -los más antiguos vestigios de la lírica popular en 
Europa- análogos a nuestros antiguos villancicos (en sentido 
antiguo) o nuestras actuales coplas o cantares. Estas 
cancioncillas están situadas al final de unos poemas árabes o 
hebreos (imitación estos últimos de los árabes) llamados 
moaxajas; género inventado en la Andalucía Musulmana [sic] 
entre las postrimerías del siglo IX y los comienzos del X. 
Parece ser que las moaxajas se constituían tomando como 
base esas cancioncillas romances, o sea, estribando en ellas, 
por lo cual no es extraño que la jarcha se llame también a 
veces markaz, que significa «punto de apoyo o estribo».
Con esta extensa 
definición de lo que es la 
jarcha queda planteada la mayor parte de los problemas con los que cuentan esas 
pequeñas cancioncillas, escritas en no se sabe muy bien qué lengua, al final de un 
poema mayor, generalmente escrito en árabe clásico y, de forma ocasional, en hebreo. 
La cuestión es que, junto a la afirmación dada, fruto de la sabiduría de don Emilio 
García Gómez, existen serias dudas con respecto a su interpretación. De hecho, Solà-
Solé (1975: 28) ya dice: «[...] importa señalar aquí que el concepto de jarcha romance 
es una denominación algo cómoda y extremadamente fluida: en algunas de estas 
jarchas denominadas romances, el porcentaje de términos árabes es tal que se trataría 
de una jarcha árabe con algunos pocos términos romances incrustados». En realidad, 
de los testimonios que han llegado hasta nuestros días sobre preceptiva de la jarcha, 
ninguno señala que su lengua sea la romance, como muy bien apunta Hitchcok (1980: 
21): «La palabra jarcha propiamente dicha hace alusión a unos versos normalmente 
escritos en lengua vernácula, los cuales por convención del género, formulan la última 
estrofa de la moaxaja». Y esto no resulta difícil de confirmar como podemos apreciar en 
la cita de IBN SANA AL-MULK:
La jarcha significa el último qufl en la moaxaja. Su 
condición es que sea haggagiya en relación con la malicia, 
quzmaniya en cuanto al lenguaje común, ardiente, 
abrasadora, aguda y cortante, con palabras del lenguaje 
común y vocablos de la jerga del populacho [...].
En cualquier caso, la mayoría de las veces es una rara mezcla de romance y árabe 
combinado, en una proporción aproximada de un cuarenta por ciento de términos 
orientales y el sesenta por ciento de vocablos romances, según los datos que ofrece 
Solà-Solé.
Sobre la naturaleza de las jarchas existen dos teorías importantes:
1. La primera dice que la jarcha posee un carácter de literatura popular 
preexistente a la moaxaja. 
2. La segunda argumenta que es una parte más de la composición árabe dirigida a 
un público bilingüe.
Emilio García Gómez (1983: 409) presenta el testimonio de un contemporáneo de 
BEN QUZMÁN, llamado BEN BASSÀM DE SANTARÉN, quien al respecto de la 
composición de la moaxaja de MUCCÁDAM dice: «Las componía [las moaxajas] sobre 
hemistiquios [es decir, versos cortos] aunque la mayoría con esquemas métricos 
descuidados e inusitados [es decir, aquellos a que la coplilla mozárabeobligaba] 
cogiendo expresiones vulgares en romance, a las que llamaba 'markaz' [estribo], otro 
nombre de la jarcha, y construyendo sobre ellas la moaxaja». De cualquier forma, estos 
testimonios son puestos en evidencia ante el escaso número de moaxajas con jarcha en 
romance, frente al gran número de moaxajas orientales en árabe. También se ha 
señalado el hecho de que ninguno de los preceptistas de la moaxaja sea de origen 
andalusí.
Por otro lado, son muchas las dudas sobre la interpretación de las jarchas, 
apuntadas por Hitchcok en el artículo citado, dudas que van desde que la lengua de las 
jarchas ofrezca una posibilidad de interpretación desde el punto de vista de la lengua 
árabe, hasta considerar descabellada la unión temática con las cantigas de amigo, en 
21
(García Gómez, 1983: 405) 
(Solà-Solé, 1975: 32) 
las que aparecía la madre junto a la hija que llora (Mora Sánchez, 1993:10), forzada 
analogía -según Hitchcok- que ha llevado a malinterpretar un mero juego retórico que 
suponía la palabra «matre», en aras del confusionismo y de un desaforado intento de 
buscar las posibles raíces arcanas de la antigua literatura española. 
En realidad, son muchos los puntos oscuros que existen alrededor de estas 
pequeñas cancioncillas mozárabes. Nada realmente sólido nos da a entender que sean 
composiciones líricas preexistentes con una larga tradición oral, sino más bien parecen 
ser suposiciones de algunas personalidades de la ciencia filológica. Nada, a su vez, 
desmiente que puedan ser fragmentos escritos por los mismos autores de las 
moaxajas, pero escritos en lengua extranjera como corresponde a una moda del 
momento, y que bien podría ser otra distinta del primitivo castellano, como el 
provenzal, por ejemplo (Rubiera Mata, 1987). No sabemos con certeza si la palabra 
MATRE significa «matre», como nos dan a entender algunos críticos, o es un mero 
juego retórico, según apuntan otros. Como podemos observar, todavía queda un largo 
camino hasta lograr dar una respuesta coherente que satisfaga los desvelos de los 
críticos y eruditos consagrados al tema. 
3.2. El siglo XII: La lengua en el CMC y el Auto de los 
Reyes Magos
En este siglo se incluye un corpus literario -el Cantar de Mio Cid, obra épica, del 
mester de juglaría, y el Auto de los Reyes Magos, primera obra teatral- que tiene que 
ser analizado como una fase en la que se considera que el dialecto romance, separado 
ampliamente del latín hablado, está adoptando una forma literaria. Se continúa en 
época de fluctuaciones en los hechos de habla; de ahí el intento de reconstrucción de la 
forma primitiva, distorsionada por las diferentes manos que copiaron los textos. Lo que 
parece claro es que ambos están muy próximos en el tiempo, y, según algunas teorías, 
también en el espacio. De ahí que podamos encontrar comportamientos lingüísticos 
comunes en ambas obras.
En el plano fonético es posible señalar las siguientes características como las más 
destacables:
• Ya está fijada la evolución de la vocal tónica. 
• Permanece la desinencia -t- para la tercera persona de los verbos. 
• /O/ > ue en el CMC. En el Auto, sin embargo, encontramos uo. 
• Desaparece la vocal postónica, pero quedan reminiscencias: limite > linde; 
comité > comde, reputare > rieptar. 
• Se mantiene la /e/ latina en casos en que luego desaparece, es decir, tras /r, s, 
n, l, z, d/ (madride, prendare, bien -por bien en Auto-), aunque este fenómeno 
está en decadencia. 
• Apócope generalizada de /e/, quizá por influencia francesa: noch, fuert, mont… 
• Ensordecimiento de la consonante que precede a la vocal apocopada: dent = 
dende. 
• Vacilación en el timbre de las vocales átonas (es un rasgo que se mantiene 
constante hasta el siglo XVII, aunque en estos textos se produce con mayor 
intensidad). 
• Amalagamas fonéticas: nol = no le; alabandos = alabándose; nim = ni me; 
nimbla = ni me la, etc. 
• Much, ante vocal; muy, ante consonante. 
• Don Elvira e doña Sol, según siga vocal o consonante.
Ya en el nivel morfosintáctico, se aprecian usos arcaicos comunes que, a veces, 
alternan con otros que permanecieron en el español moderno. Entre ellos se pueden 
destacar los siguientes:
• Presencia de verbos intransitivos auxiliados con SER: son idos (también aver). 
• Verbos reflexivos auxiliados con SER: somos vengados = nos hemos vengado. 
• Uso del participio activo. 
• Con aver el participio concuerda con el CD (también hay casos donde no varía). 
• Los verbos AVER y TENER se usan como transitivos para indicar posesión. 
• SER y ESTAR se emplean en su sentido etimológico para indicar situación. 
• Destaca la multiplicidad de funciones de «que», aunque también aparecen 
«como, cuando, ca, porque, maguer». 
• Orden de palabras: 
o El regente precede al régimen (como ahora), aunque en CMC abunda la 
construcción inversa. 
o Tanto y mucho encabezan la frase. 
o Entre nombre y complemento se intercalan palabras: «gentes se le 
llegaban grandes».
A todo ello, habría que destacar que el CMC presenta algunas características 
específicas del lenguaje épico, muy estudiado para su filiación histórico-literaria, así 
como para su fisonomía lingüística. A la crítica le han llamado la atención, sobre todo 
algunas, de entre las que sobresalen las siguientes:
• Conservación de la /e/ final o la adición a palabras que no la tienen. 
22
• Abundancia de yuxtaposiciones. 
• Abundancia de demostrativos. 
• Uso de Querer + infinitivo = ir a. 
• Anarquía en el uso de los tiempos verbales.
Dejamos de lado otros textos literarios, como los debates -Disputa del alma y el 
cuerpo, Razón de Amor con los denuestos del Agua y el Vino, Elena y María-, por dos 
razones fundamentales: primero, su datación en el siglo XII resulta muy dudosa; 
segundo, la extensión de los manuscritos conservados es tan escasa, que difícilmente 
podría caracterizarse un uso de la lengua romance diferenciado de las obras anteriores.
3.3. El siglo XIII 
El siglo XIII tiene una especial relevancia tanto en la historia de la Península 
Ibérica, como en la historia del la lengua. En esta última es donde podemos distinguir 
dos épocas: la prealfonsí y la posterior a Alfonso X el Sabio. Fue este último el que llevó 
a cabo el primer intento de regularización de la lengua castellana. Sin embargo, antes 
de dicha regularización, la lengua ya había alcanzado un uso literario que se plasma en 
la obra de un monje riojano, de nombre Gonzalo de Berceo, autor de obras como Vida 
de San Millán, Milagros de Nuestra Señora o la Vida de Santo Domingo de Silos, entre 
otras, escritas según parece en la primera mitad del siglo.
3.3.1. La lengua de Berceo 
Primer poeta de nombre conocido en la historia de la literatura española, sin duda 
Berceo es la figura más representativa de lo que la crítica ha interpretado como una 
nueva forma de entender la lengua, el mester de clerecía, pero cuya identidad 
cronológica, geográfica y, por tanto, lingüístico-dialectal, con las maneras de poetizar 
del mester de juglaría hace que contengan rasgos concomitantes. Hay que tener en 
cuenta que Berceo fue un autor prolijo para su época (hay críticos que le atribuyen 
hasta media docena de obras, incluido el Libro de Alexandre), y las diferencias 
lingüísticas entre ellas a veces han servido para acercarlas o para separarlas.
No obstante, la caracterización más precisa y concisa de un tema tan controvertido 
como el de la lengua de Berceo, la realizó Alarcos (1992: 15 y ss.), y en ella hay que 
basarse para hacer un breve repaso de sus elementos más destacados.
En los aspectos que tienen que ver con la fonética, la lengua de Berceo se 
caracterizaentre otros rasgos por los siguientes:
• Mantenimiento del diptongo -ie- ante sonidos palatales (viésperas, maliello). 
• Vocal final en -i para los pronombres de tercera, demostrativos e imperativos…
(elli, li, esti, departi, prendi). 
• Frecuente apócope extrema de la -e final. 
• Resulta extraña la eliminación de -o en quand, tant, tod. 
• Aparece un uso conservador de grupos iniciales pl-, cl- y fl- (propios del 
romance navarro-aragonés): plorar, clamado, flamas. 
• Conservación de la -d- intervocálica (característica también del navarro-
aragonés): piedes, vido. 
• Resistencia a la asimilación nasal del grupo -mb- (con fluctuaciones): 
cambio/camio, ambos/amos.
En lo que tiene que ver con la morfosintaxis de las obras de Berceo hay que 
resaltar, como detalle general, que posee rasgos arcaizantes, que se dan en otras 
realizaciones dialectales fuera de La Rioja. Entre estos rasgos cabe destacar:
• La asimilación de la consonante lateral del artículo con una nasal precedente: 
con + la > conna, en + la > enna. 
• En los imperfectos y condicionales es frecuente el paradigma del castellano de 
la época con -ía (primera persona), -iés, -ié, -iemos, -iedes, -ién. 
• La síncopa en los futuros y condicionales con asimilación: terré, porré. 
• Variedad en los tiempos de pasado (perfectos fuertes con -i final: nasqui, prisi, 
vidi; perfectos fuertes desconocidos hoy: escripso, priso, amasco). 
• Aparición de formas arcaicas del verbos hacer: fes, fech (imperativo < FACITE). 
Mantenimiento de formas plenas del aver (también en aragonés): aven 
amargos dientes.
En el ámbito del léxico hay que tener en cuenta que, aunque el mester de clerecía 
se inserta en la tradición literaria culta, la característica fundamental de Berceo es su 
23
didactismo: el poeta riojano entendía que su obra iba dirigida a un público no culto, al 
que intentaba adoctrinar, como se refleja en la «Introducción» a sus Milagros de 
Nuestra Señora. De ahí que la nota predominante de su léxico sea la variedad, la 
mezcla de cultismos, semicultismos y voces populares: hay que tener en cuenta que 
sus obras eran leídas en voz alta, por alguien instruido, pero que su mensaje tenía que 
llegar a todas la capas sociales (véase Alvar, 2003: 61 y ss.). 
3.3.2. Otros textos del mester de clerecía
Aparte de los textos de Berceo, el mester de clerecía cuenta con otros tres textos 
fundamentales datados en el siglo XIII: el Libro de Alexandre, el Libro de Apolonio y el 
Poema de Fernán González.
Sin duda, junto a las obras de Berceo, el Libro de Alexandre ha sido objeto de 
numerosos estudios lingüísticos por parte de los medievalistas. Obra compuesta en la 
primera mitad del siglo XIII, parece clara su vinculación con la Universidad de Palencia 
(Uría Maqua, 2000), aunque la argumentación es en gran parte literaria, la abundancia 
de fenómenos lingüísticos como la apócope extrema, han vinculado su autoría a 
Gonzalo de Berceo, u otra persona que compartía rasgos lingüísticos comunes.
Por su parte, el Libro de Apolonio se considera fechado a mediados del siglo XIII, 
aunque parece que el proceso de composición fue más largo, según los estudios 
lingüísticos realizados sobre la apócope (Franchini, 2004: 350). Aunque está claro que 
no hay estudios concluyentes, es idea comúnmente aceptada que la lengua de este 
texto es propia de la zona dialectal de Castilla de mediados del XIII, con abundancia de 
aragonesismos atribuidos al copista del códice conservado.
Por último, el Poema de Fernán González, escrito épico con forma propia del 
mester de clerecía, cuenta con cierta unanimidad para situarlo alrededor de 1250, 
sobre todo por criterios histórico-literarios, pero también por criterios lingüísticos. Entre 
estos, resulta de enorme calado filológico el estudio de la apócope que se ha realizado 
en alguna edición crítica, situándolo en una época de bajo uso de la misma y que 
vendría a corroborar la datación histórico-literaria. 
4. A modo de conclusión:
Hacia una caracterización de la lengua prealfonsí. En un intento de sintetizar todas 
las características vistas en los textos de esta época prealfonsí, se puede concluir que el 
sistema vocálico clásico latino tenía diez fonemas, cuyos rasgo distintivo era la 
cantidad (larga/breve). En esta primera etapa el sistema vocálico latino fue 
evolucionando y dio paso a un nuevo componente de carácter fonético, que vino a ser 
la cualidad o timbre (distinción entre vocales cerradas o abiertas). En ese proceso de 
sustitución de la cantidad por el timbre, se produce una reestructuración del sistema, 
debido a que el punto de articulación entre algunos de estos fonemas y la lengua tiende 
a igualarse. De esta forma se constituye el sistema vocálico del «románico común 
occidental». Tras posteriores reajustes y alteraciones, se alcanzarán los cinco fonemas 
vocálicos que conoce el castellano actual.
Latín clásico Románico común Castellano actual
Ā
/a/ /a/
Ă
Ē /ę/
/e/
Ě /e/
Ī
/i/ /i/
Ō /o/
/o/
/o/
Ū
/u/ /u/
Ŭ
24
En todo este proceso, el fenómeno más llamativo en la evolución de las vocales 
resulta la llamada diptongación. Al penetrar el sistema vocálico latino en la Península 
Ibérica, dos de sus fonemas en posición tónica /e/ , /o/ plantean problemas 
articulatorios (debidos, en parte, a los hábitos lingüísticos de los autóctonos, que sólo 
conocerían las realizaciones cerradas de e/o). En su intento de imitar el sonido foráneo, 
lo bimatizan, así aparece la diptongación en castellano:
• e (abierta, tónica) > e e > ie 
• o (abierta, tónica) > o o > uo > ue
En lo que afecta al vocalismo final, en la variante recogida en textos castellanos se 
observa el paso de la -U > -o, aunque se puedan hallar ejemplos latinizados, que 
parecen ser el origen de las formas actuales que se dan en algunas zonas del norte 
peninsular. Se ha señalado el mantenimiento de la -e final en textos tempranos, frente 
a la tendencia a la supresión que se da en la segunda mitad del XI, muy documentada 
en el Cantar de Mio Cid, por una clara influencia franca.
El sistema consonántico latino era muy parecido al del español actual, con 
excepción hecha de las palatales y sibilantes. Esta casilla del sistema fonológico del 
castellano hará su aparición gracias a los fenómenos asociados a la yod -elemento 
fonético de realización palatal y muy cerrado-. Resultado de esta revolución fonética, 
llevada a cabo por la yod, será la aparición de determinados fonemas medievales 
desconocidos tanto para el latín como para el español moderno, que formarán parte del 
llamado sistema alfonsí, y cuya presencia ya se constata en los textos anteriores: 
SIMILITUDES CON EL SISTEMA CONSONÁNTICO ALFONSÍ
ORTOGRAFÍA FONÉTICA FONOLOGÍA
s-; cons.+s; -ss- [s] /s/
-s- [z] /z/
b [b] /b/
u-v [v] /v/
c+e; i; ç+o,u,a [ts] /ŝ/
z [ds] /ź/
x [š] /š/
j+vocal; g+e+i [ž] /ž/
Este sistema no tuvo una larga duración, ya que parecía evidente la tendencia a 
una mayor simplificación. De manera que, en la Baja Edad Media se asiste a la pérdida 
de la sonoridad a favor del ensordecimiento (el caso de la /s/), la no distinción de [b] y 
[v] o la concentración de los sonidos palatales en la /q/ y la /X/.
Con respecto a la ortografía medieval (anterior al intento regularizador alfonsí) y 
para comprender el aparente caos ortográfico, hay que tener en cuenta lo siguiente: 
1. El castellano es una lengua que toma conciencia del código escrito en la Edad 
Media. Aparece una nueva lengua que nace con una serie de fonemas (los 
palatales) que no existían en la lengua latina, de ahí las vacilaciones para 
representar dichos sonidos ([c], [n], [l]) a través de grafemas.2. Hasta la actividad filológica desarrollada por el equipo de Alfonso X el Sabio no 
pudo constatarse una regularización ortográfica. Es más, las normas nunca 
fueron fijas ni rigurosas. 
3. Hay que tener en cuenta que el sistema fonológico medieval es distinto al 
sistema fonológico actual, por lo menos en unos cuantos fonemas. Por ejemplo, 
la distinción entre b/v, entre s/z o la pérdida fonética de la <h>, procedente de 
la f- latina. 
4. El criterio fundamental de la ortografía medieval es el fonético: se escribe 
generalmente lo que se pronuncia. Gracias a este principio ha sido posible 
establecer una diacronía en la evolución del castellano: las grafías nos 
descubren el sonido y éste nos conduce, inevitablemente, al fonema.
25
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CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMITIVOS 
ROMANCES PENINSULARES. 
SURGIMIENTO Y EXPANSIÓN DEL 
ROMANCE CASTELLANO
Jaime Climent de Benito
1. El nacimiento de los romances peninsulares
La aparición de los romances peninsulares a partir del latín está ligada muy 
estrechamente a la historia de la Península Ibérica de los siglos VIII al XIII, a la 
configuración de los distintos reinos cristianos peninsulares y al proceso de Reconquista 
(y consecuente repoblación); es decir, los primitivos romances (hayan o no perdurado 
hasta la actualidad) se originan a partir de un cambio social, económico, cultural, 
religioso y político que afecta a todos los órdenes, transformación que tiene su punto de 
partida en la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica en el siglo VIII 
(concretamente en el 711 d. C.). 
1.1. La aparición de los musulmanes en la Península 
Ibérica
La invasión territorial de la Península Ibérica por parte de los musulmanes en el 
siglo VIII motivó el replegamiento del mundo cristiano al norte de la Península, zona 
montañosa que los nuevos conquistadores decidieron no dominar directamente debido 
al escaso rendimiento económico que se deriva de la explotación de un territorio que, 
por su orografía, resulta de difícil ocupación.
Sin embargo, esta situación no implica que no hubiera cristianos (que se conocen 
como mozárabes) en las zonas controladas por musulmanes: excepto aquellos que 
huyeron, los cristianos siguieron viviendo donde siempre lo habían hecho y gozaron de 
ciertas libertades religiosas, culturales y lingüísticas, aunque con una creciente 
islamización a medida que pasaba el tiempo. Por el contrario, otros grupos de 
27
cristianos, que también permanecieron en tierras musulmanas, acogieron la religión y la 
cultura de los recién llegados para obtener con ello ciertas ventajas fiscales y sociales, 
si bien, en un principio, mantuvieron el uso del romance. 
1.2. Una sociedad en cambio
Así pues, al norte de la Península se localizan los núcleos humanos cristianos que 
continúan las tradiciones visigodas, sociedades autónomas (constituidas por habitantes 
autóctonos y cristianos que huyen del sur peninsular) que, a causa de la aparición de 
los musulmanes, experimentan un cambio ingente en su estructuración (política, social, 
económica, etc.) y necesitan reorganizarse, lo cual les ocasiona múltiples problemas de 
todo tipo (económicos, sociales, culturales...).
La primera consecuencia evidente de este proceso radica en el hecho de que estas 
sociedades cristianas se van a desarrollar sin el mantenimiento de contactos o vínculos 
con el resto de comunidades cristianas de la Península o de fuera, con la excepción de 
la Marca Hispánica (ubicable al norte de la actual Cataluña), que se convierte en un 
territorio de frontera del Imperio carolingio respecto del mundo musulmán.
Culturalmente, se vive un momento de decadencia, puesto que se persigue la 
supervivencia en detrimento de la cultura, a lo que hay que sumar el distanciamiento 
entre sí de los distintos núcleos del norte, factor que no permite un flujo de ideas. En 
cuanto a los sentimientos religiosos, también se produce una separación en relación con 
el devenir del resto de reinos cristianos de Europa, lo que, de un modo claro, supone un 
caminar por independiente que motiva una continuidad de las antiguas tradiciones 
hispanogodas en todos los sentidos.
Esta incomunicación se refleja, de una formapatente, en el ámbito lingüístico del 
romance, ya que se fractura la antigua unidad lingüística de la Península -aunque es 
posible que existieran diferencias dialectales entre algunas zonas-, por dos causas 
relevantes:
• al norte de la Península, a partir del siglo VIII, el distanciamiento entre las 
diversas fuerzas cristianas origina el nacimiento de distintas tendencias 
lingüísticas dentro del romance unitario peninsular y, así, cada una de estas 
tendencias va a evolucionar por su cuenta; 
• en los territorios ocupados por los musulmanes van a permanecer 
numerosísimos cristianos que mantienen vivo su romance (conocido como 
mozárabe) a pesar de la creciente islamización, si bien este se va a caracterizar 
por su carácter conservador y poco innovador (puesto que los contactos con 
otras sociedades que hablen romance son escasos), por lo que no evoluciona en 
el mismo grado que el resto de romances peninsulares.
Aparte, hay que recordar que en una extensión mayor a la del actual País Vasco se 
hablaba el vasco (lengua no emparentada con el latín), que ya estaba en la Península 
antes de la llegada de los romanos. A pesar de que el vasco no constituye un romance, 
sí ejerció influencias en los romances vecinos, muy especialmente en el castellano. 
1.3. Los reinos cristianos peninsulares
Con el tiempo, al norte de la Península se configuran distintos núcleos políticos y 
también lingüísticos: aunque unos y otros no coinciden exactamente, sí se produce 
cierta vinculación debido a la fuerza unificadora de las capitales y de las fronteras. En el 
contexto histórico tratado estos reinos van a sufrir diversas transformaciones 
territoriales a lo largo del tiempo, de modo que algunos de ellos desaparecen y se 
integran en unidades políticas superiores.
En general, y a lo largo de los siglos, estas son las unidades políticas cristianas que 
se aprecian en el norte peninsular:
• Reino de León: nacido en las montañas asturianas, amplía su territorio en los 
siglos VIII y IX mediante la repoblación de marcas que estaban prácticamente 
despobladas tras la marcha de los bereberes que las ocupaban -los cuales se 
enfrentaron en una guerra civil contra los árabes del centro y sur peninsular-, 
de modo que abarca la zona cantábrica, que supone Galicia, Asturias, Cantabria 
y norte de Castilla y León. Si bien en un principio Castilla pertenecía a esta 
unidad política, se independizará en el siglo X: aunque más tarde volverá a 
producirse la unión de ambos reinos, en esta ocasión será Castilla la que se 
anexione el Reino de León. 
28
Desde un punto de vista lingüístico, en este territorio se hablaba gallego, en el 
área de Galicia, y leonés (o asturiano-leonés) en el resto de tierras. En 
general, ambos romances se caracterizan por su carácter conservador, y muy 
especialmente el gallego, entre otros factores porque la zona geográfica de 
Galicia no recibió las influencias del árabe. Asimismo, otro factor favorece en 
este reino el mantenimiento de determinados rasgos lingüísticos del romance 
primitivo: se trata de la participación, a mediados del siglo IX, de un gran 
número de mozárabes (que hablaban mozárabe, el dialecto romance más 
tradicional, conservado mayoritariamente por cristianos en tierras musulmanas 
del centro y sur peninsular) en la repoblación (junto con gallegos, asturianos, 
leoneses...) de los territorios antes pertenecientes a los bereberes. Así, este 
grupo de cristianos huían de las tierras islamizadas en una época en la que se 
limitaron sus libertades religiosas.
Además, los mozárabes, como herederos de las antiguas tradiciones 
visigodas (por el hecho de haber mantenido su religión y sus costumbres entre 
musulmanes), ayudan a incrementar el sentimiento de conservadurismo que se 
despierta en este reino (y que atañe también al romance). De esta forma, en la 
segunda mitad del siglo IX la monarquía adquiere más poder, se opone al 
emirato y se vincula a la Iglesia, momento en el que se considera heredera 
directa del reino visigodo (Lleal 1990: 119).
• Castilla: denominada así por sus numerosos castillos en la frontera con el Reino 
de León, fluctúa en sus inicios entre el poder de los reinos vecinos (Reino de 
León y Reino de Navarra), hasta que logra su independencia; incluso en el siglo 
XI alcanza tal poder que se anexiona el Reino de León y el oeste del Reino de 
Navarra (que incluye La Rioja y zonas vascohablantes -Álava, Vizcaya y 
Guipúzcoa-). Nacido en Cantabria, constituye un reino de gran personalidad y 
proporciona una mayor libertad a sus habitantes, a diferencia de otras zonas 
cristianas, debido al menor apego a las tradiciones visigodas: este territorio se 
caracteriza por una menor romanización y por una penetración retrasada del 
cristianismo (en el siglo VII), como sostiene Lleal (1990: 118); de hecho, 
Castilla rechaza el Liber Iudicum o conjunto de leyes leonesas heredadas de los 
visigodos (Lleal: 1990: 120). En suma, este carácter va a favorecer la llegada 
de guerreros y repobladores y, por tanto, el aumento de sus fronteras. 
En este territorio se hablaba originariamente el castellano y el vasco, lengua 
no románica que, por la proximidad espacial y los frecuentes contactos con el 
castellano, influye en el devenir lingüístico del romance; asimismo, hay que 
tener en cuenta que un gran componente vasco participa en las repoblaciones 
efectuadas por Castilla ya en el siglo IX.
Además, en el período de máxima extensión de este reino, se incluyen en 
su territorio los romances del Reino de León, que perderán, poco a poco, su 
papel político en la sociedad y cederán ante el mayor poder social del 
castellano, sobre todo el leonés, que reduce su ámbito de uso geográfico a 
causa de su proximidad espacial con el castellano, el romance de la élite de 
Castilla. En cuanto al gallego, se produce, además, un hecho relevante: en el 
siglo XII el Reino de Portugal se separa de Castilla y, por ello, el gallego de este 
territorio (actualmente conocido como portugués) no recibe las influencias del 
castellano en el mismo grado que el gallego de Castilla y sigue un camino por 
independiente, especialmente al establecerse la capital en Lisboa, área alejada 
de Galicia. Sin embargo, hoy en día se considera que el gallego-portugués 
representa la misma lengua, a pesar de las diferencias dialectales.
• Reino de Navarra: nacido en el siglo IX en tierras vascas, alcanzó su momento 
de máximo apogeo en el siglo XI, en el que controlaba Castilla y Aragón, 
repobló territorios al sur (como La Rioja) y mantuvo contactos políticos, 
culturales y religiosos con los francos. Sin embargo, diversos avatares 
motivaron su desaparición como fuerza política a finales del siglo XI, puesto que 
fluctúa entre los poderes de los reinos vecinos, que se reparten su territorio: el 
oeste (con las zonas vascas) para Castilla y el este para Aragón. Si bien el 
Reino de Navarra se separa en el siglo XII de Aragón, su extensión es bastante 
reducida: el avance de la Reconquista y de la repoblación de Castilla y del Reino 
de Aragón por el sur impide la posibilidad de expansión ante los musulmanes, 
de modo que se estancan políticamente y han de frenar sus intereses; además, 
su existencia depende de alianzas con los reinos vecinos. 
Lingüísticamente, en este reino se hablaba en un principio vasco y navarro, e 
incluso algunas hablas de transición entre los romances más próximos. Así, se 
puede señalar la existencia de un temprano romance navarro (ubicable en las 
zonas no vascófonas), que desapareció por la presión de los romances vecinos 
y especialmente del aragonés, ya que el Reino de Navarra y el de Aragón 
constituyeron durante una época la misma entidad política. Por estarazón, se 
podría hablar de un romance navarro-aragonés.
• Reino de Aragón: se origina en los Pirineos, en el área de Jaca, y mantiene 
hasta el siglo XII distintos vínculos con el Reino de Navarra; hasta finales del 
siglo IX se observan, igualmente, relaciones culturales y religiosas con el 
mundo franco, hasta el punto de que los francos colaboran en las primeras 
repoblaciones. Su extensión abarca aproximadamente lo que actualmente 
conocemos como Aragón; sin embargo, tras la muerte del monarca Alfonso I 
«el Batallador», sin herederos, se cierne una crisis en el reino que conduce al 
29
compromiso matrimonial de Petronila I, su sobrina, con Ramón Berenguer IV, 
de modo que en 1137 nace la Corona de Aragón, a partir de la unión del Reino 
de Aragón y de los condados catalanes. 
Antes de constituirse la Corona de Aragón, en el Reino de Aragón se hablaba el 
aragonés (o navarroaragonés si se tiene en cuenta que absorbe el romance 
denominado navarro). A pesar de la creación de la Corona de Aragón, los 
territorios integrantes mantuvieron cierta independencia en todos los ámbitos, 
tanto política como cultural, y entre ellas la lingüística, por lo que el aragonés 
se continuó utilizando en su espacio originario y el catalán, en el suyo.
• los condados catalanes (o Cataluña): constituye la entidad cristiana más 
diferente a las restantes, ya que no se trata, en un principio, de un reino 
independiente, sino que forma parte del Imperio carolingio, que crea en los 
Pirineos una Marca Hispánica para frenar los deseos de conquista de los 
musulmanes. Así pues, los condados catalanes, en contraposición a las 
restantes fuerzas del norte peninsular, no se caracterizan por un aislamiento 
cultural, sino que desde su origen están dentro de las influencias culturales, 
religiosas y políticas del Imperio carolingio. Con el tiempo logran 
independizarse, constituir su propia diócesis y extender sus territorios hacia el 
norte de los Pirineos (lo que sería el Rosellón francés) y hacia el sur; una vez 
constituida la Corona de Aragón se inician también proyectos de extensión por 
el Mediterráneo. 
En el ámbito lingüístico, en este territorio se habla catalán, que recibe 
constantemente influencias lingüísticas del sur de lo que actualmente es 
Francia, puesto que se mantienen los contactos culturales a pesar de que, con 
el tiempo, se independicen los condados catalanes del Imperio carolingio.
Así pues, tiene lugar en la Península, para el período que abarca desde el siglo VIII 
hasta el XIII, la siguiente configuración lingüística, la cual atañe tanto a romances (y, 
por ello, derivados del latín) como a lenguas no romances:
• En los territorios musulmanes, conocidos como Al-Andalus, la lengua de cultura 
y de poder tanto para musulmanes como para cristianos es el árabe (el árabe 
hispánico en la comunicación oral y el árabe clásico para la escritura), aunque 
los cristianos que permanecen en estas tierras (y también los recién convertidos 
al Islam) usan entre ellos el mozárabe, que va poco a poco reduciendo su 
radio de acción: a) porque se trata de un romance conservador que sufre la 
influencia y la presión continúas de la lengua y de la cultura del Islam: se 
utilizan numerosísimas palabras del árabe en la comunicación cotidiana y se 
recurre al uso del alifato árabe (y no del alfabeto latino) para la escritura; y b) 
porque, a medida que avance la Reconquista y la repoblación de los territorios, 
sus hablantes son subsumidos por el romance de los habitantes repobladores 
del norte, con un habla más evolucionada después de varios siglos de 
separación y adaptada a las necesidades de la nueva sociedad: a pesar de que 
se vuelve a escribir con caracteres latinos, la búsqueda de una mayor 
integración social motiva, asimismo, el empleo de rasgos dialectales propios de 
los repobladores recién llegados. 
En este contacto, los hablantes de mozárabe aportan a los romances 
peninsulares (sobre todo portugués, castellano y catalán, por ser los romances 
que se extienden más hacia el sur) un gran caudal léxico propio del árabe 
hispánico, palabras que atañen especialmente a los nuevos ámbitos de la vida 
que la sociedad musulmana introduce en la Península.
• Al norte de la Península, en los reinos cristianos, la lengua de la cultura y de la 
escritura, al igual que en los tiempos de los visigodos, sigue siendo el latín. En 
cambio, en la comunicación oral cotidiana, aparte del vasco, se producen 
distintas evoluciones del antiguo romance peninsular (a las que habría que 
sumar algunas hablas de transición), que se pueden agrupar de la siguiente 
manera, desde el oeste hacia el este: 
o gallego (o gallego-portugués); 
o leonés (o asturiano-leonés); 
o castellano; 
o navarro; 
o aragonés; 
o catalán. 
En este sentido, tal y como sostiene Bustos Tovar (2004a), se puede aducir que, 
en un principio, surgieron en los reinos cristianos peninsulares distintos romances con 
entidad propia, y no que se hablara un único romance hasta entrado el siglo XIII. Sin 
embargo, algunos romances podrían compartir características y evoluciones en común 
según se avance de este a oeste, o de oeste a este, lo cual quiere decir que los límites 
entre los romances en el norte peninsular no resultan tan nítidos; así, por ejemplo, dos 
romances podrían seguir una misma evolución o cambio lingüístico, pero este no se 
compartiría de manera general en todo el territorio en el que se utilizara cada uno de 
los romances.
No obstante, con la Reconquista y la repoblación, y la subsiguiente unificación de 
características lingüísticas, se puede observar que los romances se extienden de norte a 
sur normalmente en línea recta y que, bajo estas circunstancias, las fronteras entre los 
30
romances sí se presentan más claras o definidas en el centro y sur peninsular. En este 
contexto, hay que tener en cuenta dos aspectos en la configuración de la entidad de un 
romance: por un lado, la unificación de características que se produce en los territorios 
repoblados cuando se mezclan habitantes de diversas procedencias dentro del mismo 
reino; por otro, el papel de los monasterios a la hora de fijar por escrito los rasgos 
comunes del romance de un área determinada. 
1.4. Algunos rasgos lingüísticos de los romances 
peninsulares (Lleal, 1990)
Ante todo, hay que considerar que ciertas características lingüísticas evolutivas 
pueden presentar un carácter general a todos los romances, mientras que otras solo 
son compartidas por varios o solamente dos romances vecinos; también es posible que 
un romance muestre rasgos evolutivos idiosincrásicos.
A continuación, se esbozan algunas características de los romances peninsulares: 
• Mozárabe: 
o presencia de arcaísmos léxicos; 
o mayor conservación de la forma fónica latina; 
o influencia del árabe hispánico, como es la introducción de palabras del 
árabe, la omisión del verbo ser, el empleo de un único artículo al- (= el, 
la, los, las) o el uso vacilante de terminaciones del romance o del árabe 
para los plurales o la conjugación verbal.
• Gallego: 
o carácter conservador en cuestiones fonéticas, como es la ausencia de 
diptongación de las vocales abiertas tónicas o la no monoptongación de 
los diptongos decrecientes; 
o en común con el leonés, pérdida de la /-L-/ y la /-N-/ intervocálicas y la 
palatalización de /PL-/, /KL-/ y /FL-/ a inicio de palabra.
• Leonés: 
o conservación de los diptongos decrecientes; 
o diptongación de las vocales abiertas tónicas.
• Castellano: 
o menor apego a la norma culta del latín, lo cual permite mayor número 
de innovaciones; 
o influencias de la lengua vasca; 
o vínculos con los francos (por cuestiones religiosas o por el Camino de 
Santiago),por lo que penetran términos propios de las lenguas que 
están más allá de los Pirineos; 
o pérdida de /F-/ inicial; 
o diptongación de las vocales abiertas tónicas, que no afecta al verbo ser 
o a la conjunción et. 
o evolución de /KT/ o /(u)LT/ a una africada palatal sorda, que por 
influencia provenzal se escribe como <ch>; 
o presencia de sonidos oclusivos de refuerzo entre dos consonantes; 
o rasgos en común con otros romances vecinos, como la monoptongación 
de diptongos decrecientes o la palatalización de /PL-/, /KL-/ y /FL-/ a 
inicio de palabra.
• Aragonés (o navarroaragonés): 
o algunos rasgos en común con el leonés, como la diptongación de las 
vocales abiertas tónicas; 
o características en común con el catalán, por ejemplo, la desaparición de 
la declinación en el pronombre personal o el empleo del determinante 
posesivo lures, semejanzas que se incrementan todavía más hacia el 
este, como sería la pérdida de vocales finales (excepto la vocal a); 
o conservación de algunas oclusivas sordas intervocálicas. 
• Catalán: 
o presencia de occitanismos y provenzalismos por los frecuentes 
contactos políticos y culturales con las regiones al norte de los Pirineos; 
o soluciones que se separan bastante de las tomadas por otros romances 
peninsulares; 
o monoptongación temprana de los diptongos decrecientes; 
o evolución peculiar de las vocales abiertas tónicas que conduce a la 
aparición de nuevas vocales y a una evolución diferente de las ya 
existentes en comparación con los otros romances; 
o eliminación de las vocales finales -e y -o, lo cual motiva a su vez la 
pérdida de consonantes finales; 
o empleo del artículo derivado del latín ipse (es/so, sa), que alterna más 
adelante con el que procede de ille (el/lo, la).
2. La expansión de los romances en la 
Península: el proceso de Reconquista y 
repoblación
31
Si bien los romances tienen su origen en el norte peninsular, estos se extienden de 
norte a sur, normalmente en línea recta, a medida que los reinos van ocupando 
territorios que anteriormente pertenecían a los musulmanes.
Así pues, este avance en el espacio se relaciona con un sentimiento de 
Reconquista, que se revitaliza y engrandece debido a numerosas cuestiones (Bustos 
Tovar, 2004a):
• Tras la llegada de los musulmanes el Reino de León se consideró el auténtico y 
único heredero de la cultura y de las tradiciones visigodas que deseaba 
recuperar y continuar, sentir que se reforzó con el contingente de hablantes de 
mozárabe que se refugió en sus tierras, grupo que había mantenido vivas las 
antiguas costumbres debido a su aislamiento. 
• Los primeros contactos con la sociedad, la cultura y la religión cristiana de otros 
reinos europeos más allá de los Pirineos se desarrollan especialmente en el siglo 
XI, en este caso con los francos, gracias a la intervención del rey Sancho II el 
Mayor, rey del Navarra. Se producen así algunas alianzas matrimoniales y la 
llegada del modelo religioso cluniacense vigente en el Imperio carolingio; a ello 
hay que sumar el desarrollo del Camino de Santiago y la llegada de numerosos 
peregrinos. Es evidente que estos contactos van a favorecer la entrada de 
numerosos elementos léxicos de los romances de la actual Francia. 
En este sentido, la nueva visión cristiana del modelo cluniacense despierta un 
sentimiento de cruzada que va a favorecer el deseo de recuperar las tierras 
cristianas que los musulmanes habían ocupado.
Asimismo, hay que recordar que los condados catalanes ya participaban 
desde sus orígenes del contacto religioso y cultural con el Imperio carolingio; 
sin embargo, el resto de reinos peninsulares había intentado distanciarse de 
estas influencias para mantener así su autonomía política.
• Al sentimiento de cruzada se le alía también un interés económico por ganar 
tierras, con el fin de crear negocios y obtener ganancias económicas.
Por consiguiente, estos factores impulsan el desarrollo de la Reconquista, que va 
ganando poco a poco territorios para los reinos cristianos, sobre todo cuando los 
musulmanes padecen crisis, como puede ser la caída del Califato de Córdoba (hacia el 
1031): con ello, los romances van extendiendo de norte a sur su espacio vital. No 
obstante, es necesario tener en cuenta que para los romances peninsulares resulta tan 
importante la Reconquista como la repoblación: con esta se producen movimientos 
hacia el sur de numerosos repobladores y en los núcleos donde se agrupan tiene lugar 
una nivelación de los rasgos lingüísticos diferentes de los diversos repobladores, de 
manera que los romances de cada reino van tomando forma propia.
3. Expansión del castellano
En el proceso de Reconquista y repoblación, el castellano alcanza una extensión 
enorme en comparación con el resto de romances peninsulares, ya que su avance 
geográfico no es únicamente de norte a sur de modo lineal, sino que Castilla ocupa 
territorios lateralmente a medida que desciende hacia el sur; además, el poder político 
y social de este reino va a presionar intensamente a los romances vecinos (como el 
leonés y el aragonés) y así amplía todavía más el área espacial de uso: reduce los 
límites del leonés y castellaniza el aragonés. Este modelo de expansión descrito para el 
castellano es el que se ha calificado de «cuña».
En este contexto, es posible que los fueros o las leyes para los repobladores de las 
tierras tomadas por Castilla fueran más generosos con las libertades de dichos 
individuos y que, por tanto, este hecho animara a la gente a participar en el proceso de 
Reconquista de este reino y a expandir Castilla y el castellano.
Asimismo, esta cuña se refleja en otras cuestiones, como es en la evolución de 
determinadas características lingüísticas. De esta forma, el castellano, a causa de su 
carácter más innovador (debido a un menor apego a la norma culta del latín, lo que se 
liga también a la falta de centros culturales próximos al área de Castilla), se decanta 
por soluciones lingüísticas que rompen la continuidad en el norte peninsular, ya que 
algunas de las evoluciones son comunes a los romances del este y del oeste, pero no al 
castellano. 
4. Los primeros textos en romance
Tradicionalmente, se ha considerado que las Glosas Emilianenses (datado entre 
principios del siglo X y mediados del XI) constituyen el primer reflejo escrito del 
32
español; con exactitud, no se puede afirmar que sea castellano, aunque sí un romance 
con características de diversos romances peninsulares. Además, junto a las glosas en 
romance, aparecen también las primeras palabras escritas en vasco.
Estas glosas son anotaciones en latín, en romance y en vasco escritas al margen 
de un texto religioso en latín que pertenecía al Monasterio de San Millán de la Cogolla 
(La Rioja); en ellas, su autor apunta sinónimos o paráfrasis a palabras del latín que 
resultan complejas de entender o que son desconocidas con el objeto de intentar 
dilucidar el contenido del texto.
Así, la existencia de estas glosas se relaciona con una larga tradición europea de 
realizar anotaciones en un latín más inteligible a los márgenes de los textos difíciles en 
latín, y también con la tradición de recopilar dichas glosas y crear glosarios latín-latín. 
Por ello, la aparición de las Glosas Emilianenses puede sugerir la existencia previa de 
glosarios latín-romance que habrían permitido que el autor de las Glosas tomara de 
ellos la información pertinente para realizar sus anotaciones al margen e interpretar el 
contenido del texto. 
Bibliografía
Bustos Tovar, J. J. de (2004a): «La escisión latín-romance. El nacimiento de las 
lenguas romances: el castellano», en Cano Aguilar, R. (coord.): Historia de la lengua 
española, Barcelona,Ariel, 257-290.
Bustos Tovar, J. J. de (2004b): «Las Glosas Emilianenses y Silenses», en Cano 
Aguilar, R. (coord.): Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel, 291-307.
Cano Aguilar, R. (coord.) (2004): Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel.
García de Cortázar, J. Á. (2004): «Resistencia frente al Islam, Reconquista y 
repoblación en los reinos hispanocristianos (años 711-1212)», en Cano Aguilar, R. 
(coord.): Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel, 239-256.
Lleal, C. (1990): La formación de las lenguas romances peninsulares, Barcelona, 
Barcanova.
<http://www.geocities.com/urunuela26/turza/glosarios.htm>
<http://www.vallenajerilla.com/glosas>
LA ÉPOCA VISIGODA
Susana Rodríguez Rosique
1. Los visigodos en la Península Ibérica
Los visigodos forman parte de los pueblos germanos que invadieron la Península a 
principios del siglo V, cuando el Imperio Romano ya estaba en decadencia.
1.1. Un poco de historia
Los primeros pueblos germanos llegaron a Hispania hacia el año 409. Entre ellos 
estaban los vándalos, los suevos y los alanos, que se repartieron el territorio peninsular 
conquistado. Poco tiempo después llegaron los visigodos. Éstos aniquilaron a los alanos, 
arrinconaron a los suevos en el noroeste peninsular y obligaron a los vándalos a 
emigrar al norte de África. La huella lingüística del lugar en el que los vándalos 
embarcan, al dejar la Península Ibérica, es *[Portu] Wandalu, origen del árabe Al 
Andalus (Lapesa [1980] 1995; Cano Aguilar 1997; Kremer 2004).
En un primer momento, la población visigoda se mantuvo alejada de la población 
romana. Así, por ejemplo, estaban prohibidos los matrimonios mixtos, debido a la 
distinta religión que practicaban (los visigodos profesaban el arrianismo, mientras que 
los romanos practicaban el cristianismo). Esta separación se evidencia en los topónimos 
que aluden a la raza del pueblo que los habitaba: Godos, Gudillos, Godones, Godojos… 
frente a Romanos, Romanillos, Romanones… (Lapesa [1980] 1995; Cano Aguilar 1997; 
Quilis 2003; Kremer 2004). 
Sin embargo, la situación cambia con la conversión al catolicismo de Recaredo, 
que eliminaba la barrera religiosa inicial (Lapesa [1980] 1995). Asimismo, cabe 
destacar que la población visigoda que llegó a la Península era muy escasa, lo que 
favorecía su relación con la población autóctona. A la integración de los dos pueblos 
contribuyó también, de manera decisiva, la diferencia social que se establecía en los 
asentamientos: los nobles y las clases altas se instalaban en las ciudades (Barcelona, 
33
Toledo, Sevilla, Mérida, Córdoba…), mientras que el resto de la población habitaba las 
zonas rurales (sobre todo, la meseta castellana). La mezcla entre ambas razas va a ser 
tal que, al final del reino visigodo (con la llegada del Islam, en el siglo VIII), se designa 
con el término hispanus tanto a los romanos como a los godos (Kremer 2004).
Los visigodos tuvieron una influencia fundamental en el derecho y en algunas 
costumbres. No obstante, aceptaron la lengua latina (renunciando a la suya) y la 
cultura romana, como prueba el hecho de que mantuvieran los centros culturales de la 
Península que se habían establecido en el Imperio Romano; aunque añaden uno, 
Toledo, que se instaura como capital del reino (en un principio había sido Barcelona, 
pero tienen que trasladarla a causa de la presión de los Francos en el noreste) (Penny 
1993; Medina López 2003).
1.2. Algunas precisiones
Cuando se habla de lengua germánica se utiliza una denominación genérica, igual 
que sucede cuando se utiliza lengua románica. De todas las lenguas germánicas, la que 
más influencia tiene en Iberorromania es el gótico (Kremer 2004). El gótico, a su vez, 
puede dividirse en varias ramas: fundamentalmente, se distingue el ostrogótico, que se 
localizó en la actual Italia; y el visigótico, que fue el que más influencia tuvo en la 
Península Ibérica. 
La lengua gótica dejó una escasa herencia directa en las lenguas romances 
peninsulares. En el caso del español, en concreto, su influencia más notable se reduce 
al léxico, e incluso en este ámbito la mayoría de las voces entran de manera indirecta: 
o bien se introducen ya en el latín vulgar -y sufren, por ello, un proceso de evolución 
románica-; o entran a través de otras lenguas romances, fundamentalmente a través 
del francés o el italiano -lenguas en las que la influencia germánica sí que había 
actuado como superestrato- (Gamillscheg 1967; Lapesa [1980] 1995; Medina López 
2003; Quilis 2003; Kremer 2004).
Si hay algo que caracteriza a la época visigoda es la falta de testimonios escritos 
en su propia lengua, debido, en gran parte, a la rápida romanización de este pueblo 
(recuérdese que abandonaron su propia lengua para aceptar la de los territorios 
conquistados, el latín). En España no se han conservado documentos visigóticos, como 
sucedió en Italia o Francia, donde la presencia germánica tuvo un mayor impacto 
(Lapesa [1980] 1995). Asimismo, se supone que, tras la conversión al cristianismo de 
Recaredo, los visigodos quemaron todos los libros litúrgicos escritos en germánico, pues 
reflejaban la religión arriana (Kremer 2004). Únicamente se puede rastrear la presencia 
de la lengua gótica en antropónimos, topónimos, algunos vulgarismos en la liturgia, y 
en las pizarras encontradas en el centro y noroeste de la Península, aunque estas 
últimas son muy difíciles de interpretar (Lapesa [1980] 1995; Kremer 2004). 
Esto no quiere decir, no obstante, que no hubiese producción cultural durante el 
período visigótico (García Aranda 2005):
«De época visigoda son los opúsculos religiosos de 
Justiniano, los sermones y el primer comentario en latín del 
Cantar de los cantares de Justo de Urgel, el comentario del 
Apocalipsis de Apringio de Beja, el De correctione rusticorum, 
los cánones, las poesías, las traducciones del griego y la 
Fórmula de la vida honesta de San Martín de Dumio. Florece 
también la escuela sevillana, fundada por San Leandro, autor 
de Del desprecio del mundo y de la institución de las 
vírgenes) y cuyo principal representante fue su hermano San 
Isidoro (quien compuso numerosas obras de temática 
histórica, filosófica, teológica, canonista y disciplinar, entre 
otras, si bien destacan sus Etimologías, en donde se 
compendia el saber de la época), la escuela de Zaragoza, en 
donde destacan San Braulio y el abad Tajón o la escuela de 
Toledo, a la que pertenecieron San Eugenio el astrónomo o 
San Ildefonso». 
Todas estas obras, sin embargo, estaban escritas 
en latín, como también lo estaba la gran obra del 
derecho que dejaron los visigodos, el Liber 
Iudicorum o Lex visigothorum (conocida más tarde como Fuero Juzgo), que no se 
traducirá al romance hasta mucho después. 
2. Influencia gótica en la lengua romance
34
(García Aranda 2005: 15) 
La huella lingüística que dejaron los visigodos fue escasa. Puede observase 
fundamentalmente en el léxico, en topónimos y antropónimos, y en algún rasgo 
morfológico.
2.1. Léxico
Como ya se ha advertido, la mayor influencia gótica en la lengua romance reside 
en el léxico. En este ámbito, se puede diferenciar entre préstamos indirectos -los más 
numerosos- y préstamos directos (Kremer 2004).
2.1.1. Préstamos indirectos
La mayor parte del léxico de origen germánico entra al español de manera 
indirecta: bien porque se extiende por todo el Imperio a través del latín vulgar (y sufre, 
por ello, una evolución romance), o bien porque se introduce a partir de otras lenguas 
romances, como el francés o el italiano. Algunas de estas voces de origen germánico 
quellegan al español de forma indirecta serían (Lapesa [1980] 1995: 112-115; Cano 
Aguilar 1997: 41; Quilis 2003: 65; Kremer 2004: 139; García Aranda 2005: 17):
2.1.1.1. Voces germanas que entran al latín (y 
posteriormente a las lenguas romances) a través del 
comercio (Lapesa [1980] 1995: 112):
• sapône > xabón > jabón ; 
• thahsu > taxō > tejón; 
• burgs > Burgus > Burgos.
2.1.1.2 Vocabulario procedente del ámbito militar:
• werra > guerra; 
• helm > yelmo; 
• * haribairgo > albergue; 
• * espaura o esporo > espuela, espolón; 
• warnjan > guarnir.
2.1.1.3. Vestido:
• falda > falda.
2.1.1.4 Léxico relacionado con las instituciones germánicas:
• ban > bannum > bando; 
• * fëhu > fevum, feudo > feudo; 
• hariwald > heraldo; 
• andbahti > embajada; 
• triggwa > tregua.
Voces procedentes del mundo afectivo:
• orgôli > orgullo; 
• skernjan > escarnir; 
• marrjan > * marrire, * exmarrire > desmarrido (español antiguo «triste»).
Algunos adjetivos:
• riks > rico; 
• frisk > fresco; 
• blank > blanco.
2.1.2. Préstamos directos
En cuanto a los préstamos directos, es decir, aquellos que proceden de una lengua 
germánica -como es el gótico que traen los visigodos- y pasan directamente al español, 
35
son muy pocos. Entre ellos destacan (Gamillscheg 1967: 87-89; Lapesa [1980] 1995: 
120-121; Cano Aguilar 1997: 41; Quilis 2003: 65-66; Kremer 2004: 139; García 
Aranda 2005: 17):
2.1.2.1 Términos procedentes del derecho:
• * laistjano o *laistôn > lastar; 
• sakan > sacar; 
• * sagjis > sagio, saio > sayón; 
• * skankja > escanciano; 
• skankjan > escanciar.
2.1.2.2. Vocabulario procedente del ámbito militar:
• wardja > guardia; 
• * spaiha > espía.
2.1.2.3. Voces relacionadas con el vestido:
• * raupa > ropa; 
• * fat > hato.
2.1.2.4 Términos relacionados con la ganadería, agricultura y 
tareas domésticas:
• * brŭt > brote, brotar; 
• * parra > parra; 
• * kast > casta; 
• *skilla > esquila; 
• * sahrja > sera, serón; 
• * tappa > tapa; 
• * spitus > espeto; 
• * haspa > aspa; 
• * rukka > rueca; 
• * alms > álamo.
2.1.2.5. Palabras que denotan animales:
• * gans > ganso; 
• gabila > gavilán.
2.1.2.6. Términos procedentes del mundo afectivo:
• * ufjo > ufano; 
• * ganô > gana; 
• * triscan > triscar; 
• * grimus > grima.
2.2. Topónimos
La presencia del elemento germánico (a través del gótico) en español puede 
rastrearse también en los nombres de lugares, o topónimos. En cualquier caso, cabe 
reconocer que la mayoría pueden considerarse préstamos indirectos (Kremer 2004); es 
decir, casi todos proceden de un término germánico pero sufren una evolución 
romance. En cuanto a las tendencias fundamentales en la creación de topónimos, se 
pueden establecer dos grupos (Lapesa [1980] 1995; Cano Aguilar 1997; Quilis 2003; 
Kremer 2004; García Aranda 2005):
2.2.1. Topónimos creados a partir de un nombre genérico latino 
(como villa o castrum) más un nombre propio germánico 
declinado en genitivo latino, por ejemplo:
• castrum Sigerici > Castrogeriz; 
• villa de Agiza > Villeza.
36
2.2.2. Topónimos que derivan de un nombre germánico pero que 
sufren una evolución romance (Quilis 2003: 66-67):
• - reiks > -ricus > -rigo, -ris, -riz: Aldariz, Gandariz, Mondariz; 
• - měreis > -mirus > -miro, -milo; -miri > -mir, -mil: Aldemir, Framilo, Toumil; 
• - Wulfs > -ulfus: Adaufa, Adaufe, Cachoufe; 
• - *munda > -mundus; -mundi > -monde, -munde (confluyen con monte): 
Adamonte, Aldemunde, Vaamonde; 
• - harjis > -arius (confluye con el mismo sufijo latino): Tosar, Tosal, Condal; 
• - gild > -gildus; -gild > -gilde, -gil: Fuentearmegil, Arbejil, Frogil; 
• - marhs > -mar: Gondomar, Guimar.
2.3. Antropónimos
Otro de los ámbitos en los que se ve reflejada la presencia gótica en la lengua 
española es en los nombres de persona, o antropónimos. Entre los nombres de persona 
que tienen un origen germánico se encuentran, por ejemplo (Lapesa [1980] 1995; 
Medina López 2003; Kremer 2004; García Aranda 2005): Alfonso, Alonso, Álvaro, 
Fernando, Hernando, Gonzalo, Rodrigo, Elvira…
Se considera que existían dos esquemas de formación de antropónimos 
germánicos: los bitemáticos y los monotemáticos (Kremer 2004). Los bitemáticos 
estaban formados por dos nombres, combinados libremente, por lo que no tenían un 
significado literal completo. Por ejemplo, Alfonso se formaba a partir de dos 
componentes léxicos, con significado cada uno: *hapu «batalla» y funs «valiente» 
(Kremer 2004: 142). En cuanto a los nombres monotemáticos, la mayoría suponían la 
simplificación de nombres bitemáticos, a los que se les podía añadir algún sufijo. Así, el 
nombre bitemático Teude-ricus se podía utilizar como nombre monotemático, Téude, 
Teudáne, añadiéndole algún sufijo: Téud-ila (Kremer 2004: 142). 
A estos nombres, de origen visigótico, se añaden posteriormente otros nombres 
germánicos de origen francónico, que llegan la Península Ibérica en dos oleadas: la 
primera, con la conquista de Cataluña por parte de los francos (a este período se deben 
nombres como Bernardo, Guillelmo, Bertrando, Geriberto, Rodlando); la segunda, en 
plena Edad Media, y por influencia de las órdenes monásticas y el Camino de Santiago 
(Kremer 2004). 
2.4. Morfología
El rasgo morfológico de origen gótico más característico de la lengua española es 
el sufijo -engo, y su variante sorda -enco (Lapesa [1980] 1995; Penny 1993; Cano 
Aguilar 1997; Medina López 2003; Quilis 2003; Kremer 2004; García Aranda 2005), 
procedente de un antiguo sufijo gótico, -ingôs (Kremer 2004). En gótico el sufijo 
significaba «pertenencia a una persona o unidad familiar» y tenía un valor jurídico; en 
español expresa la pertenencia a algo, como se observa en realengo, abolengo o 
abadengo; en cuanto a la variante sorda, ésta aparece en términos como podenco o 
mostrenco.
Como ya se ha adelantado, la influencia gótica en la lengua española reside, sobre 
todo, en el léxico. No obstante, se pueden observar también algunos rasgos en la 
morfología. 
También se considera un rasgo morfológico de influencia gótica la terminación en 
-anede algunos masculinos acabados en -a, como se observa en el nombre de origen 
germánico Froilane > Froilán, pero también en otros términos, de origen latino, como 
sacrista, -ae > sacristane > sacristán (Lapesa [1980] 1995; Penny 1993; Cano Aguilar 
1997; Quilis 2003; Kremer 2004; García Aranda 2005).
Finalmente, algunos autores (Lapesa [1980] 1995; Penny 1993) señalan la 
introducción de los sufijos -ez, -iz, característicos de los patronímicos, como una 
influencia gótica. Los patronímicos eran nombres que se colocaban tras el nombre 
individual para indicar el nombre paterno, y muchos han pasado al español como 
apellidos. Aunque los sufijos -ez e -iz son de origen prerromano, parece ser que 
adquirieron gran difusión en la época visigoda como forma de crear genitivos góticos 
latinizados. De ahí derivan apellidos como Rodríguez, Ruiz, Fernández… 
3. Estado de la lengua romance en la época 
visigoda
La época visigoda debió de ser fundamental para la gestación de la lengua 
romance, debido a la desconexión con el resto del Imperio; igualmente, los diversos 
centros políticos que había en la Península Ibérica favorecían diferentes tendencias, lo 
37
que revertió en la aparición de los distintos romances (Lapesa [1980] 1995). Algunas 
de las características que debían de estar consolidándose u originándose durante este 
período son (Lapesa [1980] 1995: 124-128; Quilis 2004: 68; García Aranda 2005: 16): 
3.1. Continúa la sonorización de las consonantes sordas 
intervocálicas /p, t, k/ que se convierten en /b, d, g/, 
como sucede en: pontificatus> pontivicatus; ec(c)lesiae > 
eglisie.
3.2. En la zona oriental y occidental se palataliza la /l/ 
inicial, lo que no ocurre en la parte castellana. Así, lupu se 
transforma en llobu (aragonés) y llop (catalán); 
igualmente, luna evoluciona a lluna en leonés y catalán.
3.3. Palatalización de la /l/ proveniente de los 
grupos /c'l/, /g'l/ y /l + yod/, como en: auricula > oricla 
> orel□□a.
3.4. /k + yod/, /t + yod/ y consonante + /d + yod/ se 
transforman en /s/, como sucede en: calcěa > kalŝa. 
Posteriormente, el grupo /k + e, i/ se palataliza en /ĉ/.
3.5. Diptongación vacilante de /ě/ y / / tónicas latinas: 
těrram > tierra; p rtam > puerta.
3.6. Conservación de los diptongos /ai/ y /au/ en todo el 
territorio peninsular, excepto en la Tarraconense, donde 
empiezan a monoptongar en e y o, respectivamente: 
carraira > carrera; auru > oro.
3.7. En esta época se llevan a cabo algunos cambios que se 
encuentran también en otros romances:
• -la lateral /ll/ en olloy fillo; 
• -conservación de la /f/ inicial, como en fazer; 
• -conservación de /it/ o /xt/, procedentes del grupo consonántico kt: noxte, 
noite; 
• -conservación de la /g/ inicial: genairo «enero».
38
Bibliografía
Cano Aguilar, R. (1997): El español a través de los tiempos, Madrid, Arco Libros.
Gamillscheg, E. (1967): «Germanismos», en M. Alvar et alii (dirs.): Enciclopedia 
lingüística hispánica, Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Vol. II, 
pp. 79-91.
García Aranda, M. A. (2005): «La romanización de la Península. Los pueblos 
germánicos en la Península», www.liceus.com, ISBN - 84-9822-185-4.
Kremmer, D. (2004): «El elemento germánico y su influencia en la historia 
lingüística peninsular», en R. Cano Aguilar (coord.): Historia de la lengua española, 
Barcelona, Ariel, pp. 133-148.
Lapesa, R. ([1980] 1995): Historia de la lengua española, Madrid, Gredos.
Medina López, J. (2003): Historia de la lengua española I. Español medieval, 
Madrid: Arco Libros.
Penny, R. (1993): Gramática histórica del español, Barcelona: Ariel.
Quilis, A. (2003): Introducción a la historia de la lengua española, Madrid: 
Universidad Nacional de Educación a Distancia. 
LA ÉPOCA ALFONSÍ Y LOS INICIOS DE LA 
PROSA CASTELLANA
Herminia Provencio Garrigós, José Joaquín Martínez Egido 
(coaut.)
1. Introducción 
El llamado castellano alfonsí fue el resultado de la labor regia de Alfonso X, 
conocido por el sobrenombre de el Sabio. Reinó en Castilla y León a lo largo de treinta y 
dos años, de 1252 a 1284. Todos los historiadores coinciden en señalar que fue uno de 
los monarcas más importantes, si no el más influyente, de toda la Edad Media en la 
Península Ibérica. Hijo del rey Fernando III supo culminar y engrandecer todas las 
empresas sociales, políticas, económicas y culturales que su padre había emprendido 
años atrás.
39
Ilustr. 1: Escultura de Alfonso X, el Sabio 
Respecto a su papel como rey fue un anticipo de los tiempos modernos al intentar 
fortalecer la figura del poder regio en detrimento de la alta nobleza, pues «concibe al 
rey como algo autónomo y distinto del reino, situado sobre él, aunque dentro de él, de 
la misma manera que -y son sus palabras- están el alma, el corazón y la cabeza en el 
cuerpo» (González Jiménez, 2004: 368); no obstante su reinado se suele dividir en dos 
partes, los primeros años de gran éxito en todas sus empresas, y los últimos, donde los 
fracasos se acumularon, al no conseguir ser coronado Emperador de Alemania y al estar 
envuelto en multitud de conflictos sociales, económicos y políticos. Aunque, en lo 
referente al ámbito cultural, no cabe distinguir esas dos etapas, sino que, por el 
contrario, su éxito fue continuo y dejó la cultura española, y con ella al castellano, en 
una cima que nunca antes se había podido alcanzar.
Su proceder como mecenas se vio cumplido con el desarrollo de la Escuela de 
Traductores de Toledo, la cual ya funcionaba desde el siglo XII aunque será ahora con 
su patronazgo cuando alcance su momento más esplendoroso. Alfonso X, como nadie 
hasta ese momento, supo aprovechar la realidad social de su reino con la convivencia 
de judíos y musulmanes, ya que de ambos grupos intentó asimilar toda la cultura de la 
que eran portadores. Además, su interés no se centraba en los temas metafísicos o 
teológicos, que eran los que ocupaban los estudios de otras universidades europeas, 
sino que su preocupación se centraba en todas aquellas disciplinas que podrían estar al 
lado del ser humano, como la astronomía, la historia, el derecho o la medicina. Por este 
hecho, en palabras de J. Valdeón «no es nada extraño, por tanto, que en la figura de 
Alfonso X se haya visto un precedente de la modernidad, tanto en el ámbito de la 
acción política como en el del pensamiento y la cultura» (2005: 11).
2. La labor cultural
2.1. La prosa castellana: su nacimiento y consolidación
Con Alfonso X la lengua castellana adquiere carta de naturaleza como lengua 
escrita y cultural. Tal afirmación puede ser hecha porque antes de su reinado, la lengua 
culta escrita era el latín, y a partir de la labor de su scriptorium y de la difusión de 
documentos desde su cancillería, deja ese puesto prominente al castellano. 
Como ya hemos dicho, el monarca estaba interesado en los temas humanos, pero 
la cultura cristiana sólo le ofrecía la perspectiva desde el punto de vista teológico 
cristiano, por lo que recurrió al saber como lugar en el que obtener datos más 
interesantes para sus objetivos. En su reino podía tener a su alcance toda una tradición 
cultural diferente como la árabe o la griega clásica, por lo que el objetivo que se marcó 
fue el de tener accesibles esos conocimientos. Es en este ámbito donde cobra su 
verdadera importancia el taller de traductores. Funcionaba con distintos sabios 
especialistas en diferentes lenguas, como el árabe, el hebreo, el italiano, el griego, el 
leonés, o el castellano, que se coordinaban entre sí para realizar las diferentes 
traducciones o los encargos del rey. Para una misma tarea se necesitaban diferentes 
colaboradores ya que era muy difícil que un mismo traductor conociera perfectamente 
varias lenguas, el árabe o el griego como lenguas de partida y el latín como lengua de 
llegada. Por ello, el procedimiento de traducción consistía en que la traducción se hacía 
de forma oral, es decir, el sabio en árabe o en griego iba traduciendo al castellano de 
forma oral los escritos, mientras que el sabio en latín lo oía en castellano y lo traducía 
por escrito al latín. 
La gran innovación de Alfonso X en este procedimiento fue suprimir ese último 
paso: la traducción por escrito en latín. De esta forma la traducción de los textos 
árabes, o en otros casos de textos griegos, quedaba directamente escrita en castellano. 
40
Evidentemente, este cambio de proceder en la práctica traductológica, aunque en 
un principio pudiera parecer que respondiera a una cuestión práctica, pues así las 
traducciones podrían realizarse en un tiempo breve, en consecuencia, serían más 
abundantes, se debió a una razón más importante y trascendente como fue la de 
reconocer al castellano como la lengua de uso común entre la población y, por lo tanto, 
la lengua en la que más personas podrían acceder al saber. También fue una decisión 
consecuente con la que se había adoptado en la cancillería de su padre, Fernando III, al 
redactar los documentos públicos en esta misma lengua. Sin lugar a dudas, este hecho 
no podría haberse dado nunca si el castellano como lengua de comunicación no hubiese 
estado completamente estandarizado entre la población y hubiera logrado ya su plena 
madurez. El rey sabioconstató con su proceder esta realidad y consiguió que la lengua 
castellana se normalizara en pleno siglo XIII en todos los escritos, tanto jurídico-
administrativos como literarios.
2.2. Las obras de Alfonso X, el Sabio
La labor de Alfonso X en las obras que vieron la luz durante su reinado y que 
siempre se le atribuyeron no es la de un autor, tal y como ahora lo podemos conceptuar 
hoy en día (Lapesa, 19849: 242), sino que consistió en programar las actividades y 
seguirlas en su proceso, como atestiguan las siguientes palabras de la General Estoria: 
El rey faze un libro non por quel él escriva con sus 
manos mas porque compone las razones d'él e las emienda et 
yegua e enderça e muestra la manera de cómo se deven 
fazer,e desí escríbelas que él manda. Peró dezimos por esta 
razón que el rey faze el libro.
Por este motivo no puede ser catalogado simplemente como un «mecenas» porque 
su labor trascendía tal menester al implicarse de forma directa y personal en la creación 
de las obras: elegía qué debía ser traducido, programaba los trabajos y los iba 
supervisando. Y siempre con el claro objetivo, nada egoísta, de enriquecer a sus 
contemporáneos con el saber que pudiera configurarlos como personas completas de su 
época.
Para conocer cuáles fueron sus principales obras, hemos optado por realizar una 
pequeña clasificación en la que se presentan y comentan los principales rasgos que las 
caracterizan y a la que hemos dedicado los siguientes epígrafes1.
2.2.1. La Historia
Dos fueron las obras de Historia que se escribieron bajo su supervisión: la Grande 
e General Estoria (que finaliza en la época en la que vivieron los padres de la Virgen, 
basándose en La Biblia y en los textos mitológicos procedentes del mundo 
grecorromano) y la Estoria de España o Primera Crónica General (en la que recorre todo 
el pasado ibérico hasta el reinado de Alfonso VIII de Castilla; aquí se apoya el los 
cronistas anteriores, sobre todo en Rodrigo Jiménez de Rada y en Lucas de Tuy). 
Los dos textos fueron redactados en castellano. El objetivo expreso que tenía el 
monarca para acometer tales empresas no era otro que su propio sentido de la historia, 
es decir, en su concepción del mundo los acontecimientos históricos deben ser 
conocidos para poder aprender de ellos y no equivocarse de nuevo; el pasado lo 
concibe como experiencia política.
Su modernidad en la concepción de las obras históricas se pone de manifiesto 
fundamentalmente en dos aspectos: 
a. Aspecto formal: en la manera de redactar los datos se supera la tradición 
cronística anterior de la Europa cristiana (hechos ordenados por fechas) al 
narrar la historia como un verdadero trabajo específico acercándose de esta 
manera al proceder historiográfico oriental. 
b. Aspecto conceptual: entiende la historia como la obra directa de la actuación de 
los hombres sin referirse a la intervención divina y le otorga al pueblo todo el 
protagonismo. Incluso se pone de relieve un cierto concepto de «patria» que 
supera al de dinastía, reino o religión, además de percibir a España como un 
elemento unitario, concepto que se deriva del propio título de sus obras y se 
centra en Castilla como sucesora de los reyes visigodos (Valdeón, 2005: 174-
175).
Con estos dos aspectos la modernidad de Alfonso X se pone de nuevo de 
manifiesto. Son datos que corroboran y amparan el éxito y la singularidad de las 
41
(216r) (Fernández-Ordónez, 2004: 399) 
proposiciones que tienen lugar en su reinado y que también propician, y explican, el 
porqué de la consolidación del castellano como lengua.
2.2.2. La Astronomía
En su preocupación por lo humano, la Astronomía ocupa un lugar importante 
dentro de los intereses del rey Sabio, sobre todo porque en esa época, como en tantas 
otras, se creía que los astros influían en la vida de las personas. Era tal el interés del 
rey por estos temas que también se le conocía con el sobrenombre del «estrellero».
Sus libros de astronomía son los llamados Libros del Saber de Astronomía. La 
mayoría de ellos eran traducciones del griego y del árabe, aunque había algunos de 
ellos que eran originales de su taller. Los títulos más significativos son: Libro de la 
Açafea (del astrónomo cordobés Azarquiel); Libro de ochava esfera (el saber de 
Tolomeo adaptado al contexto del s. XIII); Libro de las Armellas; Libro del Astrolabio 
redondo; Libro complido de los juicios de las estrellas (traducción del libro del s. XI del 
árabe Aly Abenragel, Picatrix); El libro de las Cruzes (Ilustr. 2) (del autor árabe, Ullayd 
Allah Al-Istiji); El lapidario (sobre la asociación de las piedras mágicas con los signos 
del zodíaco); Mi'ray (donde el profeta Mahoma sube al cielo por una escalera); Tablas 
astronómicas alfonsíes (original de los sabios judios Isaac ben Sayyid y Yehudá ben 
Mosé, que recogen sus observaciones en el firmamento de la ciudad de Toledo entre los 
años 1263 y 1272).
Ilustr. 2: Libro de las Cruzes (http://www.bne.es)
En todas esta obras trata de promulgar las virtudes y maravillas que Dios había 
creado, de ahí su interés por la naturaleza en el que entran tanto la astronomía, como 
la astrología e, incluso, la magia como técnica adivinatoria.
2.2.3. La Poesía
La producción poética del rey Sabio está escrita en lengua gallega como era 
habitual en su época ya que existía la tradición de escribir poesía en esa lengua debido 
a la producción poética llegada a la península a través del Camino de Santiago.Su obra 
se recoge en Las Cantigas de Santa Maria (Ilustr. 3) 420 poemas con una manifiesta 
complejidad formal y con un carácter claramente narrativo. Tienen una marcada 
naturaleza religiosa puesto que recogen los milagros de la Virgen, aunque no son textos 
con características litúrgicas. Por este trabajo también se le conoció con el sobrenombre 
de «el rey trovador».
42
Ilustr. 3: Cantigas de Santa María(http://www.mtholyoke.edu/courses/mtdavis/222/Cantiagas.html)
2.2.4. El Derecho
Alfonso X constituye un hito en la historia del derecho castellano y hasta 
penínsular (González Jiménez, 2004: 371) por lo que en este aspecto también se 
manifiesta su modernidad absoluta. 
Con sus obras Fuero Real (Ilustr. 4), Especulo y Las Partidas renueva todo el 
panorama legislativo de los fueros peninsulares pues da paso a un «derecho territorial 
basado en lo mejor del derecho tradicional y, sobre todo, en el derecho común romano-
canónico que por entonces estaba imponiéndose en Italia, Francia y en otras partes de 
Europa» (González Jiménez, 2004: 371). Se basó en la idea del monopolio legislativo 
regio, desarrollado en dos aspectos principalmente, el primero consistía en que sólo el 
rey y los alcaldes por él designados podían administrar justicia, y el segundo, en el 
hecho de la existencia de una unidad jurídica del reino.
Ilustr. 4: Fuero Real
2.2.5. Otros aspectos
Además de lo ya expuesto, la labor cultural de Alfonso X se extendió a otros 
campos del saber aunque, quizá, no de manera tan productiva como en lo anterior. Así, 
también, encontramos una obra como es la Historia naturalis del franciscano fray Juan 
Gil de Zamora, escrita en latín y en la que hay abundantes textos sobre la medicina de 
la época; o el Libro de axedrez, dados e tablas (Ilustr. 5), en el que se recogen 
diversidad de juegos para todo tipo de personas; es una muestra del interés que 
manifestaba el rey por lo lúdico.
43
Ilustr. 5: Libro de las Axedrez (Edilán-Ars Libris http://www.edilan.es/hojas/0011e.htm)
2.3. La lengua castellana: caracterización
Alfonso X, el Sabio, consiguió institucionalizar el uso del castellanocon la creación 
de toda la producción escrita que hemos consignado en los apartados anteriores. La 
lengua castellana se estandarizó en su reinado con su labor, pues se cumplieron los 
requisitos que se necesitaban para tal proceso que, en palabras de Fernández-Ordónez, 
serían: «en primer lugar, la selección de la variedad lingüística que será la base de la 
lengua estándar; en segundo término, la capacitación de esa variedad seleccionada, 
esto es, su utilización en todos los ámbitos funcionales posibles y que sean de interés 
social en la comunidad lingüística dada; en tercer lugar, la codificación o fijación de los 
empleos lingüísticos de esa variedad» (2004: 382). La selección del castellano como 
lengua oficial de la cancillería fue lo que la catapultó a ser la lengua de cultura escrita, 
procedimiento que ya se empezó a dar durante el reinado de su padre, Fernando III.
La caracterización del castellano de la época presenta ya una completa evolución 
desde el latín, configurando un sistema lingüístico propio y personal. 
En el nivel fono-fonológico el acento románico de intensidad ha hecho evolucionar 
las diez vocales latinas a las cinco castellanas en sus diferentes posiciones, así como a 
la aparición de los diptongos romances «ie» procedente de ě tónica y «ue» de tónica. 
Tras la época del apócope de -e final, ya se ha restaurado esta vocal y solamente 
asistimos a algún tipo de vacilación vocálica. De esta forma, podríamos decir que el 
vocalismo del castellano de Alfonso X se acerca casi en su totalidad al del español 
contemporáneo.
No sucede lo mismo con las consonantes, ya que el castellano de este período 
tiene un sistema un tanto complejo, resultado de la evolución de las consonantes 
latinas y que experimentará una fuerte evolución hasta el reajuste fono-fonológico de 
los Siglos de Oro. A continuación, se reproducen dos tablas con el sistema consonántico 
del castellano medieval, identificado con el nombre de alfonsí, en las que se aprecia las 
variaciones denominativas y la preferencia por el Alfabeto Fonético Internacional (AFI) 
(Fig. 1) o por el de la Revista de Filología Española (RFE) (Fig. 2):
Fig. 1: Sistema consonántico alfonsí. AFI (J. M. Fradejas Rueda 2000: 89).
44
Fig. 2: Sistema del castellano alfonsí y medieval (E. Alarcos 1976: 265).
Este sistema, que pervivirá hasta finales del S. XVI, presenta las siguientes 
innovaciones:
• La pérdida de la /h/ inicial latina. 
• La creación del orden palatal con seis fonemas; de la serie de las africadas con 
cuatro, de los que dos se encuentran dentro de las palatales y dos entre las 
alveolares; de un correlato sonoro (/v/) para la labial fricativa sorda (/f/) y otro 
(/z/) para la dentoalveolar fricativa sorda /s/; y, por último, la vibrante múltiple 
/r∈/.
Respecto a la normalización gráfica de todos estos nuevos fonemas, inexistentes 
en latín, el castellano alfonsí ofrecía una clara tendencia hacia la estandarización y hacia 
su simplificación. Pero al no existir una normativa ortográfica específica, proliferaron 
gran cantidad de variantes gráficas, sobre todo, para la representación de los sonidos 
palatales y africados, como podemos ver en las siguientes tablas a modo de ejemplo y 
que hemos adaptado de la propuesta realizada por M.ª T. Echenique Elizondo y M.ª J. 
Martínez Alcalde (2000: 65-68) (Fig. 3):
45
Todavía en el siglo XVI y XVII y antes de la transformación fonológica, como nos 
recuerdan las mencionadas autoras (2000: 89-91), un mismo fonema podría estar 
representado por diferentes grafos y varios fonemas por el mismo grafo o dígrafo (Fig. 
4, 5 y 6): 
Grafos y dígrafos que representan un fonema:
Grafos y dígrafos que representan más de un fonema:
Fonemas representados por más de un grafos o dígrafos:
* * *
46
En lo relativo al léxico es donde el esfuerzo del trabajo alfonsí queda más patente, 
pues al abordar tantos y tan diversos temas en sus obras, el crecimiento terminológico 
tuvo que ser excepcional. 
Además de las palabras patrimoniales procedentes del latín vulgar aparecieron 
numerosos préstamos del latín y del griego: absolución, abstinencia, adorar, caridad, 
acento, accidental, alegoría, metafísica, ciencia, verbo, versificar, acusación, adúltero, 
adversario, beneficio, elección, justicia, negligente, notario, etc. Por la convivencia de 
culturas y por el número tan elevado de obras árabes que se tradujeron, los arabismos 
también penetran en el castellano en esta época: aldea, alfoz, barrio, moravedí, 
alcaparra, alcarave, azafrán, arrope, alcotonía, alcaldía, alferzar, mezquindad, 
guarismo, alcohol, auge, alcahueta, etc. A su vez, préstamos de otras lenguas también 
encuentran cabida en toda su producción cultural: galicismos, deán, dardo, dama, 
danzar, joya, canela, vianda, etc.; occitanismos: laurel, prez, esgrimir, capitel, canonje, 
hereje, hostal, etc. (Clavería Nadal, 2004: 475-483).
La labor traductora hizo que aparecieran y se introdujeran muchas palabras 
técnicas o específicas. Ejemplos de ellas serían, en el caso del derecho civil: 
fideicomiso, comodato, contrato, dolo, depósito, interés, compensación, legado, 
codicilo, salario, tributo, deuda, delegar, acta, inventario, registrador, árbitro; de 
derecho de familia: espurio, incestuoso, legítimo, póstumo, emancipación, adopción, 
impotencia, adulterio, divorcio, bígamo; del derecho canónigo: anatema, simonía, 
negligencia, escándalo, apóstata, neófito. O, como ejemplo de otro arte de sabiduría 
encontramos muchas voces nuevas en todo lo relativo a la naturaleza: çabach, aljófar, 
coral, cornelina, cristal, diamante, esmeralada, esponja, jasio, alambre, nacarat, talc, 
turquesa, migranea, cáncer, emorroides, lopicia, ángulo, triángulo, circunferencia, 
esfera, zodiaco, etc. (Fernández-Ordóñez, 2004: 409-410).
En definitiva, podemos asegurar que la labor cultural de Alfonso X hizo que el 
castellano, en lo que al léxico se refiere, se viera engrandecido y posibilitado para poder 
expresar todos los conceptos que el nuevo saber requería para que se convirtiera en 
una lengua completa de cultura escrita.
* * *
Morfológicamente la lengua en el siglo XIII ya estaba plenamente constituida y se 
alcanza un buen nivel de regularidad y homogeneización en lo más general del sistema 
con algunas vacilaciones no muy importantes en su realización.
El sistema declinatorio del latín había desaparecido en beneficio de un sistema 
preposicional y de orden de colocación de las palabras en la frase que es el actualmente 
configura el sistema lingüístico del español. Solamente quedan restos de morfemas en 
el número (-s) y en el género (-o, -a) de los sustantivos y adjetivos y en la declinación 
de los pronombres personales, pero no se conservaron morfemas que indiquen la 
función sintáctica de las palabras.
En el verbo, las cuatro conjugaciones latinas (-ăre, -ēre, -ěre, -īre) ya aparecen 
reducidas a las tres actuales (-ar, -er, -ir). Los tiempos del tema de presente del latín 
configuran los tiempos simples del verbo español con una evolución fono-fonológica 
más o menos regular. El pretérito perfecto latino da lugar a nuestro pretérito perfecto 
simple, mientras que el resto de los temas de perfecto latino desaparecen en su forma 
sintética y se sustituyen por las formas analíticas actuales, es decir, por las perífrasis 
(verbo haber + participio) que configuran los tiempos compuestos en español. 
Es, quizá, en el verbo donde el español se configura como lengua diferenciada del 
latín y donde más se puede observar el tránsito de una lengua a otra, como podemos 
observar en el siguiente esquema:
Fig. 7: Evolución del sistema verbal
47
A diferencia de lo que ocurrió con la morfología, «los cambios tuvieron un carácter 
básicamente evolutivo, pues favorecieronla extensión de nuevos tipos de 
estructuración de la frase subordinada en detrimento de otros mecanismos más 
arcaicos de organización del discurso complejo» (Elvira, 2004: 449). 
La sintaxis medieval alfonsí tiene un cierto primitivismo marcado por el continuo 
empleo de «et» como conjunción supraoracional que nos recuerda a la coloquialidad del 
discurso oral. Son abundantes también las construcciones absolutas, las construcciones 
de participio, las de gerundio y las correlaciones que abundan, todas ellas en la misma 
idea anterior (Elvira, 2004: 454-460), así como los abusivos usos de la nueva 
conjunción «que» en la que se asienta todo el sistema de subordinación romance.
Por estas características, la sintaxis del castellano escrito de la época alfonsí 
estaría en una etapa incipiente, en la que no existe una madurez de redacción y se 
intenta expresar todo el contenido de una forma acumulativa por un lado y, por el otro, 
con estructuras aisladas. Esta caracterización se debe al hecho de trasladar la sintaxis 
oral del texto coloquial a otro canal en el que todavía no se ha alcanzado la madurez 
necesaria de expresión, al escrito.
2.4. Conclusión
No cabe duda de que, con Alfonso el Sabio, la prosa castellana adquiere carta de 
identidad como lengua vehicular de una sociedad. Deja de ser el instrumento de 
comunicación oral de la sociedad para trasladarse al resto de ámbitos comunicativos: 
las relaciones con la administración y, sobre todo, la trasmisión de la cultura escrita.
Toda la producción que lleva a cabo abre el camino y sienta las bases, ya sin 
retorno posible, del castellano. El impulso del romance castellano como lengua de 
cultura, estandarizada y normalizada como vehículo trasmisor del saber, colmó los dos 
principios básicos que deseaba el monarca: acercar la cultura a un público mayoritario, 
que se comunicaba en castellano y no en latín y, el segundo que deriva directamente de 
éste, ahondar en la fijación fono-fonológica y ortográfica, dotarlo de un léxico suficiente 
para poder expresar todos los conceptos adquiridos, desarrollar todo un modelo 
morfológico nuevo, intentar un vehículo sintáctico suficiente para la expresión escrita y, 
en definitiva, sistematizar la lengua que se hablaba en la calle. A partir del reinado de 
Alfonso X, el Sabio, la prosa castellana configura su camino que culmina con el español 
del siglo XXI.
2.5. Bibliografía
Clavería Nadal, G. (2004): «Los caracteres de la lengua en el siglo XIII: el léxico», R. 
Cano (ed.). Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel, pp. 473-504.
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histórica de la lengua española, Valencia, Tirant Lo Blanch.
Elvira, J. (2004): «Los caracteres de la lengua: gramática de los paradigmas y de la 
construcción sintáctica del discurso», R. Cano (ed.). Historia de la lengua española, 
Barcelona, Ariel, pp. 449-472.
Fernández-Ordóñez, I. (2004): «Alfonso X el Sabio en la historia del Español». R. Cano 
(ed.) Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel, pp. 381-422.
Fradejas Rueda, J. M. (2000): Fonología histórica del español, Madrid, Visor.
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Lapesa, R. (19849): Historia de la lengua española, Madrid, Gredos.
Perona, J. (1998): «La obra enciclopédica de Alfonso X». E. Ramón Trives, H. Provencio 
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de la lengua española, Barcelona, Ariel, pp. 423-448.
Valdeón, J. (2005): Alfonso X el Sabio. La forja de la España Moderna, Barcelona, Círculo 
de Lectores.
48
LA INVASIÓN ÁRABE. LOS ÁRABES Y EL 
ELEMENTO ÁRABE EN ESPAÑOL
Elena Toro Lillo
1. Introducción histórica.
En el año 711, grupos provenientes de Oriente y del Norte de África (árabes, sirios 
y bereberes), de religión musulmana, al mando de Tarik, derrotaron al rey visigodo Don 
Rodrigo en la batalla de Guadalete. Empezó así la dominación árabe de la Península 
Ibérica que se prolongaría durante ocho siglos, hasta 1492, momento en que el último 
rey nazarí rindió Granada a los Reyes Católicos.
La conquista fue rápida; en menos de ocho años conquistaron toda Hispania a 
excepción de una pequeña franja en el Norte de la Península, donde los núcleos de 
resistencia dieron lugar a los reinos cristianos peninsulares, que fueron recortando 
progresivamente el espacio musulmán.
España se islamizó, su nombre fue Al-Andalus, adoptó en gran parte las 
costumbres, la cultura y la lengua del invasor y esa influencia jugó un importante papel 
en su evolución histórica.
1.1. Etapas histórica de Al-Andalus
La conquista (711-722): A partir de la derrota de Guadalete, Tarik, y Muza, 
gobernador de Ifriqiya, recorrieron la Península y conquistaron sin esfuerzo las grandes 
ciudades: Écija, Jaén, Sevilla, Mérida y Toledo (713), Zaragoza (714) y la zona de 
Cataluña (716-719). La conquista no ofreció grandes hechos bélicos: las ciudades 
hispanogodas ofrecieron poca resistencia, firmando pactos y capitulaciones, y así la 
España conquistada, bajo el nombre de Al-Andalus, pasó a ser provincia del Imperio 
musulmán.
Emirato dependiente de Damasco (711-755): Al-Andalus se hallaba sometida al 
califa de Damasco, aunque sus gobernadores dependían de Ifriqiya (Túnez). La capital 
estuvo en un primer momento en Sevilla pero pronto se trasladó a Córdoba. Durante 
este periodo fueron frecuentes las luchas entre los propios musulmanes, de diferentes 
etnias. 
Emirato de Córdoba (756-929):
En el año 756 el príncipe omeya Abd Al-Rahman, único superviviente de la 
masacre de toda su familia por parte de los Abbasíes de Damasco, llegó a Al-Andalus, 
derrotó al emir Yusuf, representante del poder de Damasco, y se hizo proclamar emir 
con el nombre de Abd al-Rahman I. En el año 773 rompió sus relaciones con los 
Abbasíes y se proclamó emir independiente.
A pesar de sus intentos de unificación, éstos fracasaron y tanto él como sus 
descendientes tuvieron que luchar no sólo contra los cristianos de Norte sino también 
en su propio territorio, contra mozárabes y muladíes, como en el caso de la rebelión de 
Omar Ibn Hafsun en la Serranía de Ronda, a finales del siglo IX, que fue duramente 
reprimida por Al-Hakam I.
49
Estas luchas internas parecía debilitar el poder musulmán en Al-Andalus cuando 
llegó al poder Abd al-Rahman III (912-961). 
Califato de Córdoba (912-1031): Abd. Al-Rahman III consiguió devolver la unidad 
al reino. Terminó con las revueltas internas y consiguió importantes triunfos frente a los 
cristianos del Norte. Bajo su gobierno, la España musulmana alcanzó su máximo 
esplendor. En el 929 rompió sus lazos religiosos con Oriente y se proclamó califa 'Amir 
al-muminin' (jefe de los creyentes). Instaló su gobierno en su nueva ciudad, Medina-
Azahara, palacio de gran belleza por sus lujosas estancias, sus jardines y sus fuentes.
Sus sucesores mantuvieron la unidad territorial y política de Al-Andalus. Bajo el 
gobierno de Hisam II destacó la personalidad de su visir, un noble cordobés, Abu Amir 
Muhammad, conocido por «Almanzor» (el victorioso por Alá). Realizó múltiples 
campañas victoriosas contra los cristianos, conquistando ciudades como Zamora, León, 
Barcelona y Santiago de Compostela (997). En esta últimaciudad se apoderó de las 
campanas de la Catedral y las hizo trasladar a Córdoba a hombros de prisioneros 
cristianos. A su muerte (1002), las luchas volvieron a apoderarse de Al-Andalus, lo que 
supuso el final del Califato.
Durante esta época, Al-Andalus vivió su época de mayor esplendor en arte, 
arquitectura, ciencia, medicina, literatura. Córdoba era una de las ciudades más 
grandes e importantes del Occidente.
Salón del Trono o Salón Rico. Medina-Azahara. Córdoba
Los reinos de taifas (1031-1492): El Califato se mantuvo oficialmente hasta 1031. 
Hisam III fue el último califa nominal, pero sin poder. A su muerte, Al-Andalus se 
dividió en treinta reinos: los reinos de Taifas. Entre ellos destacan los de Valencia, 
Murcia, Toledo, Sevilla, Granada, Badajoz y Zaragoza. Esta disgregación del poder 
animó a los reinos cristianos en su avance hacia el Sur, conquistando Toledo en 1085, 
obligando a los reyes taifas a pagar parias y poniendo la frontera entre ambos reinos en 
la línea del Tajo.
Ante esto, los reinos taifas llamaron en su apoyo a otros pueblos musulmanes del 
Norte de África. En primer lugar a los almorávides «consagrados de Dios», de origen 
bereber (1086-1140) y más tarde a los almohades «unificadores» (1140-1214). Ambos, 
almorávides y almohades, defensores estrictos del Islam, persiguieron ferozmente a los 
mozárabes, obligándolos a huir hacia los reinos cristianos, en especial hacia Toledo.
Tras la derrota de las Navas de Tolosa (1212) y las sublevaciones del norte de 
África, el imperio almohade desapareció definitivamente en 1224.
50
Los reinos de taifas fueron desapareciendo progresivamente ante la expansión 
cristiana. En la segunda mitad del siglo XIII sólo quedaba ya el reino nazarí de 
Granada, que se mantuvo durante doscientos cincuenta años, hasta su conquista 
definitiva por los Reyes Católicos (1492).
La rendición de Granada. Pradilla
2. Situación lingüística
La llegada de los árabes rompió con todo el desarrollo histórico anterior: no fueron 
sólo una superestructura de poder, como había ocurrido con los visigodos, sino que 
pusieron en marcha procesos que dieron como resultado una realidad no continuadora 
de la Hispania visigótica.
Con los conquistadores llegó, entre otras cosas, una lengua de naturaleza bien 
distinta a las románicas: el árabe, con sus diferentes manifestaciones escritas y orales, 
que se impuso como lengua oficial y de cultura. 
Esta lengua, el árabe, actuó como superestrato del romance andalusí y como 
adstrato de los otros romances peninsulares. Fueron muchos los que dominaban ambas 
formas lingüísticas: Al-Andalus fue una sociedad bilingüe al menos hasta el siglo XI o 
XII. 
Rota la sociedad hispanogoda, los hablantes románicos se distribuyeron y 
evolucionaron en situaciones completamente nuevas. Se continuaba con el latín de 
Emérita, Hispalis, Curduba o Tarraco, pero era una lengua coloquial, carente de 
normalización y fragmentada.
Lo que se perpetuó fue el habla de los enclaves de resistencia cristiana de la zona 
astur y pirenaica donde, junto a los habitantes de la zona, se refugiaron los miembros 
de la maltrecha aristocracia hispanogoda y cristianos que no deseaban permanecer en 
Al-andalus. Fue en esos lugares (Oviedo, León, Burgos, Barcelona…) donde nacieron los 
nuevos modos lingüísticos que se repartirán por la Península durante la Conquista 
cristiana
Al-Andalus se vio inmersa en un nuevo proceso cultural y junto al árabe coloquial o 
al escrito, en la zona conquistada se continuaba con el romance hispánico: el 
mozárabe, «la variedad lingüística románica hablada en Al-Andalus, especialmente 
hasta finales del siglo XI, no sólo por los cristianos que permanecieron en territorio 
musulmán, sino también por los muladíes o conversos al Islam y, en menor medida, 
por parte de la población conquistadora» (Galmés, 1999: 97). Los árabes la llamaron 
'ayamiya ( > aljamía) «lengua de extranjeros», aunque esa denominación podía 
aplicarse a cualquier lengua no arábiga.
Es difícil establecer el alcance de este periodo de bilingüismo: se mantuvo durante 
el Califato y las Taifas (siglo XI), pero a partir de ese momento la presión de los reinos 
cristianos en la Reconquista y la llegada de nuevos pueblos africanos (almorávides y 
almohades) a mediados del XII, hicieron que los mozárabes emigraran hacia el Norte o 
fueran deportados. Esto no debió suponer la desaparición de ese romance pero sí su 
debilitamiento: en las ciudades reconquistadas en el siglo XIII no parece existir ningún 
núcleo de hablantes mozárabes.
A pesar de ello, es innegable la existencia de este periodo bilingüe, no sólo por la 
gran cantidad de arabismos en el romance sino por las constantes interferencias 
romances que aparecen en las composiciones árabes: mowassahas, jarchas y zégeles 
(Corriente, 1997)
El conocimiento de ese romance hablado en Al-Andalus -el mozárabe- presenta 
grandes problemas, debidos sobre todo a la falta de documentación. Podemos 
caracterizarlo gracias a los rasgos que se deducen de diferentes fuentes: glosarios 
latino-árabes o hispano-árabes, tratados de Medicina o Botánica y los restos literarios.
51
Tampoco es fácil delimitar la influencia que pudo tener sobre las otras lenguas 
peninsulares; a pesar de que el mozárabe parece compartir ciertos rasgos con otros 
dialectos, las fronteras lingüística de la Península fueron marcadas por la expansión de 
los reinos cristianos.
Desde el siglo XIII, los musulmanes que vivían en zonas conquistadas por los 
cristianos reciben el nombre de mudéjares. Estos siguieron utilizando su lengua, el 
árabe, hasta que se prohibió su uso y ellos fueron obligados a convertirse al 
cristianismo. Fueron los llamados moriscos, expulsados definitivamente de la Península 
en 1609, bajo el reinado de Felipe II.
Con ellos acabó la presencia de comunidades de hablantes árabes en la Península 
Ibérica.
La expulsión de los moriscos. V. Carducho. Museo del Prado
3. Influencia lingüística del árabe
A pesar de que, como ya hemos dicho, había hablantes que dominaban las dos 
lenguas, las diferencias lingüísticas entre ellas eran tan grandes que el influjo quedó en 
los aspectos más externos, sobre todo en el léxico.
Fonología
Tal como afirma Cano (1999:52) no hay en español ningún fonema prestado del 
árabe ni ninguna pronunciación particular. «Todos los estudios realizados sobre 
correspondencia de fonemas de una lengua a la otra han resultado negativos: los 
respectivos sistemas fonológicos fueron siempre impermeables el uno al otro».
Parece posible, y así lo recogen tanto Lapesa (1981:145) como Cano Aguilar, que 
la influencia de los préstamos árabes modificara la frecuencia de ciertos tipos de 
acentuación: se incrementaron las palabras oxítonas y proparoxítonas y se produjo el 
aumento de polisílabas: almogávar, berenjena... 
Morfología
En este campo, tampoco el árabe ha dejado demasiada influencia. Aún así 
podemos destacar:
52
• La anteposición del artículo al- a numerosos sustantivos. La fusión de ese 
artículo con el lexema del sustantivo permite el uso de artículos romances: la 
almohada, el alhelí, el albarán… En muchos casos, las palabras se han formado 
con el artículo al- unido a la base latina (almeja < ár. al + lat. mitulu, alpiste (< 
ár. al + lat. pistu). 
• En el campo derivativo, el árabe nos ha dejado el sufijo -í, para formar 
gentilicios (ceutí, marroquí, yemení…) u otros sustantivos o adjetivos (jabalí, 
maravedí, muladí, baladí…). El término «alfonsí» aparece en el siglo XIII para 
referirse a lo relativo a Alfonso X. 
• En el campo de las preposiciones,de origen árabe es hasta (< ar. hatta) y sus 
variantes adta, ata, hata, fasta . Lo son también las partículas marras, de 
balde, en balde. 
• Con respecto a los indefinidos, la voces fulano (< ár. fulan «uno», 
«cualquiera») y mengano (< ár. man kana «el que sea») son también de 
procedencia árabe (Lleal, 1990: 190-195; Lapesa, 1981: 133-135) 
• Las interjecciones hala, ojalá, guay y la antigua ya «Oh».
Calcos semánticos y Fraseología.
Se interpretan como calcos semánticos aquellas palabras y expresiones románicas 
en cuanto a origen y forma pero parcial o totalmente arabizadas en cuanto a su 
significado. Así, infante «niño que no habla» pasó a significar «hijo de noble», «hijo de 
rey», apoyándose en el termino árabe walad «hijo», «niño», «heredero al trono». 
Parecido fenómeno se observa en hidalgo, fidalgo, hijodalgo; hijo se relacionó con el 
árabe ibn «descendiente de primer grado», «relacionado con». Casos como esos son 
casa («casa»/«ciudad»), plata («lámina»/«plata») (Cano, 1999: 54)
Además de estos calcos semánticos, el romance reprodujo textualmente algunas 
fórmulas y frases hechas árabes, que viven en la actualidad con total vigencia: si Dios 
quiere, Dios mediante, Dios te guarde, Dios te ampare... 
Léxico: Los arabismos
Si en otros dominios, la influencia árabe no es muy notable, en el campo del léxico 
sí lo es. Los arabismos del español suponen aproximadamente el 8% del vocabulario 
total y se calcula que son unas 4000 palabras, incluyendo voces poco usadas (Cano, 
1999: 53)
Los arabismos abarcan casi todos los campos de la actividad humana y según 
Rafael Lapesa (1981: 133) son, después del latino, el caudal léxico más importante del 
español, al menos hasta el siglo XVI.
Así, encontramos arabismos referidos al conocimiento y la ciencia como: 
algoritmo, guarismo, cifra . álgebra, redoma, alcohol, elixir, jarabe, cénit, nombres de 
constelaciones como Aldebarán… Referidos a instituciones y costumbres: alcalde, 
alguacil, albacea, alcabala…, a actividades comerciales: arancel, tarifa, aduana, 
almacén, almoneda, almazara, ataujía, zoco, ceca… a urbanismo y vivienda: arrabal, 
aldea, alquería, almunia, alcoba, azotea, zaguán, alfeizar, albañil, alarife, tabique, 
azulejo, alcantarilla, albañal, alfombra, almohada… En el campo de la vida doméstica, el 
vestido o el ocio encontramos: laúd, ajedrez, azar, tarea, alfarero, taza, jarra, ajorcas, 
alfiler, aljuba, albornoz, babucha, zaragüelles, albóndigas, almíbar, arrope... 
Los hay también referentes a las labores agrícolas, en las que los árabes fueron 
verdaderamente innovadores en los sistemas de cultivo y regadío: acequia, aljibe, 
azud, noria, arcaduz… y a plantas, flores y frutos: alcachofa, algarroba, algodón, alfalfa, 
alubia, azafrán, azúcar, berenjena, almiar, aceite, azucena, azahar, adelfa, alhelí, 
arrayán alerce, acebuche, jara, retama… 
También encontramos arabismos referidos a productos minerales, como azufre, 
almagre, albayalde, azogue, almadén… y nombres de aves rapaces, pues la cetrería era 
uno de los deportes preferidos por los árabes: sacre, neblí, alcotán, alcarabán, borní, 
alcándara…
53
Las continuas luchas con los cristianos también proporcionaron una gran cantidad 
de arabismos referentes a la guerra: aceifas, algara, adalid, atalaya, alcazar, zaga, 
alfange, adarga, aljuba, adarve, tambor, añafil, alférez, acicate, acémilas, jaeces, 
albarda, barbacana… 
Algunos arabismos se remontan a orígenes diferentes del propio árabe: así del 
sánscrito nos llegó ajedrez y alcanfor, del persa, jazmín, azul, naranja, escarlata y del 
griego llegaron voces como arroz, alambique, acelga, alquimia… en eso los árabes no 
hicieron sino continuar la labor de transmisores culturales como en tantos otros 
campos.
Toponimia
Otro de los campos en los que la influencia árabe se deja notar es el de la 
toponimia; en la Península Ibérica la toponimia de origen árabe es abundantísima y no 
solo en las zonas de dominio musulmán sino también, aunque con menor intensidad, en 
la Meseta y el Noroeste.
En muchos casos, su significado es descriptivo; así, Algarbe (< algarb «el 
poniente»), La Mancha (< mandza «altiplanicie»), Alcalá y Alcolea (< alqalat «el 
castillo»), Medina (< madinat «ciudad»), Rábida, Rápita (< ribat «convento militar») , 
Iznajar (< hisn «zona o lugar fortificado»)
En otros casos son formas compuestas amalgamados: wadi «río» nos ha dejado 
Guadalquivir «río grande», Guadalén «río de la fuente», Guadalajara «río de las 
piedras»… Abundan los que tienen por segundo elemento un nombre personal: 
Medinaceli «ciudad de Selim», Calatayud «castillo de Ayub» o los muchos Beni- (<ibn 
«hijo de»): Benicasim («hijos de Casim»). También encontramos formas híbridas 
arábigo-romances: Guadalcanal «río del canal», Guadalupe «río del lobo». A veces, se 
forman añadiendo a una voz romance el artículo árabe al-: Almonaster (< lat. 
monasterium), Alpuente (< lat. portellum).
Los árabes tomaron de los mozárabes la /c/ con que articulaban la /c/ latina 
ante /e, i/. A eso se debe el predominio de /c/ en las transcripciones de voces 
romances y sobre todo, la abundancia de ch por c en muchos topónimos de Al-Andalus: 
Conchel (Huesca), Carabanchel (Madrid), Elche (Alicante) Hornachuelos (Córdoba)
Fenómeno propio de árabe hispano es la imela: el paso de /a/ a /e/ y 
posteriormente a /i/, que permite explicar topónimos como Hispalis > Isbilia > Sevilla. 
Características fonéticas de los arabismos
El paso de palabras árabes, tomadas del registro oral en la mayoría de los casos, 
al romance exigió su reajuste fonológico y acomodación al sistema hispano, pues 
muchos de los fonemas árabes no tenían correspondencia en español. Este proceso se 
realizó del siguiente modo: (Quilis, 2003: 77-80) (Lapesa, 1981:142-145)
VOCALISMO 
El sistema vocálico de árabe, con tres fonemas /a, i, u/, dos grados de abertura y 
distinción de cantidad se acomodó al del romance, con tres grados de abertura y 
perdiendo la función distintiva de cantidad.
El diptongo au > o (hauz > alfoz, as-saut > azote) 
El diptongo ai > e (mais > almez) o se conservó (baitar > albeitar). 
54
CONSONANTISMO
En general, cabe destacar la conservación del carácter sordo o sonoro de los 
fonemas árabes, que una vez adaptados siguieron la evolución de los españoles. Sin 
embargo, hay una serie de fenómenos que merece la pena destacar para poder 
entender la acomodación de ciertos fonemas árabes no existentes en el español:
• Dado que el romance no tenía más sibilantes fricativas que la /s/ sorda y la /z/ 
sonoras apicoalveolares, las sibilantes fricativas dentales árabes se acomodaron 
a las africadas romances /ŝ/ y / /, con grafia c o ç y z respectivamente. 
• Las aspiradas árabes se asimilaron con la única aspirada romance, la [ ], 
alófono de /f/ y produjeron diferentes resultados: o bien se representaron por 
[h], (alharaca, alheña), o bien fueron reemplazadas por /f/. De ahí las 
alternancias en algunas formas: rahal /rafal, Alhambra / Alfambra, alholí / 
alfolí.
En otros casos dieron como resultados /g/ o /k/: al-'arabiyya > algarbía.
A veces llegaron a desaparecer (sobre todo el 'ain árabe): 'arab > árabe, 
al-'arif > alarife. 
• Las terminaciones de los masculinos árabes eran consonantes o grupos 
consonánticos no admitidos por el español desde el siglo XIV. En estos casos:
-el romance añadió una vocal de apoyo: sucq > zoco, alard > alarde, algib > 
algibe.
-en otros, se sustituyó esa consonante árabe por otra tolerable en romance: 
al-'agrab > alacrán, al-muhtasib > almotacén.• Los nombres árabes terminados en vocal acentuada eran insólitos en español 
(sólo en la conjugación había casos: canté, salí), por ello se colocó una 
consonante paragógica, asimilando así su forma a los sustantivos habituales en 
español: al-kirā' > ant. alquilé > alquiler, al-bannā' > albañí > albañil.
Una vez admitidos, los arabismos sufrieron los mismos cambios fonéticos que el 
romance: 
• Palatalización de geminadas: an-nil > añil. 
• El grupo /st/ > /s/ (grafía c/ ç): musta'rib > moçarabe > mozárabe, 'ustuwan > 
çaguán > zaguán.
Este cambio afectó incluso a toponimos latinos: lat. Caesar Augusta > ár. 
Saraqusta > Çaragoça > Zaragoza. 
• En muchos préstamos antiguos se sonorizaron las oclusivas sordas 
intervocálicas: al-qutun > algodón.
El uso de arabismos ha variado según las épocas; durante el Califato, cuando el 
centro del poder era Córdoba se introdujeron sin obstáculos ni competencia; sin 
embargo, durante la Baja Edad Media empiezan a retroceder frente a los latinismos y 
extranjerismos. Después se inicia el retroceso; el propio Villalobos (1515) recriminaba a 
los toledanos porque «al usar arabismos afean y ofuscan la pulidez y claridad de la 
lengua castellana».
El avance de la conquista cristiana hace retroceder no sólo las fronteras sino 
también los usos lingüísticos. Mientras los moriscos estuvieron en España sus usos y 
costumbre tenían actualidad, tras su expulsión en 1609 muchos términos árabes fueron 
desechados y sustituidos por formas romances, así alfayate y alfageme fueron 
sustituidos por sastre, albeitar por veterinario… 
«Otros se mantuvieron en el habla regional, pero la gran cantidad de ellos que 
subsiste con plena vida, muchos de ellos fundamentales, caracteriza el léxico hispano-
portugués frente a los demás romances» (Lapesa 1981: 156)
55
Yesería con motivos epigráficos. La Alhambra, Granada
4. Bibliografía
Alonso, A. (1964): «Las correspondencias arábigo-españolas en los sistemas de 
sibilantes», RFH, VIII, págs. 12-76
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—— (Coord.) (2004): Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel.
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56
EL SIGLO XV. LA TRANSICIÓN DEL ESPAÑOL 
MEDIEVAL AL CLÁSICO
Elisa Barrajón López
Belén Alvarado Ortega (coaut.)
1. Situación socio-política
La crisis que surgió a finales del siglo XIII tuvo sus repercusiones más importantes 
en el siglo XIV y XV. La crisis afectó tanto al aspecto socio-económico de la sociedad, al 
poder político y a los medios institucionales, a la religiosidad y a los cambios en la 
sensibilidad intelectual y artística. Todo ello hizo que hubieran modificaciones en la 
población rural y urbana en los siglos XIV y XV. Las altas cantidades de mortandad 
causadas por las epidemias hicieron que en la población rural quedaran muchos lugares 
despoblados y se produjo un éxodo hacia las ciudades. Por tanto, en el siglo XV los 
núcleos urbanos crecieron produciendo una economía urbana con un alto uso de la 
moneda, a pesar de que los trabajos agrarios eran la base del sistema económico y 
social. Sin embargo, no se puede estudiar la Península como un conjunto económico 
homogéneo, ya que cada reino evolucionaba de manera diferente. En el reino de 
Castilla, la Reconquista anexa Antequera, Gibraltar y Estepota, cercando el reino 
granadino. El reino de Aragón aumenta sus conquistas por el Mediterráneo.
El matrimonio de los Reyes Católicos supone la unidad nacional, se unen Castilla y 
Aragón bajo una única institución monárquica, aunque cada reino era independiente 
según sus costumbres e idiosincrasia. Granada finalmente queda incorporada al nuevo 
reino, al igual que las Islas Canarias y Navarra. En el Mediterráneo, Sicilia, Cerdeña y 
Nápoles también formaban parte del nuevo reinado. Sin embargo, el hecho más 
importante de esta época es, sin duda alguna, el descubrimiento del Nuevo Mundo (12 
de octubre de 1492). 
2. Situación lingüística
Con el reinado de los Reyes Católicos, no sólo se puso fin a la crisis socio-política 
que existía hasta el momento, sino que hubo un auge en el desarrollo del panorama 
intelectual y cultural de la época. Se dio un progreso en la producción literaria y escrita, 
antes incluso de existir la imprenta, ya que la sociedad en crisis demandaba una 
respuesta a los problemas del momento. Esta sería la causa de la proliferación de cierto 
tipo de textos específicos y del consumo individual. Con el nacimiento de la imprenta, 
se multiplican las traducciones de los clásicos y hace que la difusión sea más extensa.
Además, el idioma sufre ahora una unificación entre los dos grandes dialectos: el 
castellano y el aragonés. El rey Fernando se castellaniza muy pronto, lo que provoca 
que la lengua de Castilla se propague rápidamente por el reino de Aragón. Los autores 
de la época alaban al castellano y la consideran una lengua limpia y graciosa, capaz de 
decir las cosas con más claridad que el aragonés. Sin embargo, el problema lingüístico 
se crea en el propio reino castellano, ya que Toledo se consideraba la cuna de la lengua 
castellana, primero con la Escuela de Traductores de Toledo y más tarde cuando se 
proclama el castellano de Toledo como árbitro del lenguaje.
A todo ello hay que añadir la admiración que se tiene sobre la cultura clásica, en 
ocasiones, superficial. La reina Isabel aprende latín y logra que sus hijos lleguen a 
dominarlo. En la corte o en los palacios enseñan maestros llegados de la propia Italia, 
como Pedro de Anglería o Lucio Marineo Sículo. No debemos olvidar la importante labor 
de los humanistas hispanos, como Alonso de Palencia o Antonio de Nebrija, que 
emprende la reforma universitaria. 
Todas estas novedades en el ámbito lingüístico produjeron variaciones en la 
fonética, en la gramática y en el vocabulario que veremos a continuación. Debemos 
tener en cuenta que sólo podemos enumerar una pequeña parte de la variación 
existente, ya que los textos escritos reflejan sólo el uso de la lengua de ciertos sectores 
sociales y de ciertos registros lingüísticos.
2.1. Variaciones fonéticas
Con respecto a las vocales, creemos que en la baja Edad Media el sistema vocálico 
del castellano era igual que el que poseemos hoy en día, es decir, habría cinco fonemas 
vocálicos condistinción entre anteriores, centrales y posteriores; sin embargo la 
incidencia no era siempre igual que la actual:
57
• Alternancia entre /ié/ e /í/ vigente, sobre todo, en los diminutivos. 
• Alternancia entre /ué/ y /é/ limitada a unas pocas palabras y que tiene su 
origen en ciertas condiciones morfológicas, esto es, en la confluencia de los 
sufijos -ero y -uero. 
• Eliminación del hiato, este proceso implica el traslado del acento desde la vocal 
más cerrada a la más abierta, con la reducción de la más cerrada a 
semiconsonante o semivocal y su consecuente eliminación del hiato a favor de 
un sólo núcleo. 
• Vacilación entre vocales cerradas (/i/, /u/) y medias (/o/, /e/)
Con respecto a las consonantes:
• La /f/ que seguía apareciendo en la literatura era aspiración en el habla, /h/ e, 
incluso, desaparecía en Castilla: ebrero (febrero). 
• Las consonantes /d/ y /t/ finales se alternaban: vezindat y vezindad. 
• Los grupos cultos de consonantes se alternaban con la reducción: dubda > 
duda. 
• En Castilla se confundían en una misma pronunciación b y v. 
• En Castilla se producía el ensordecimiento de /dz/, /z/, confundiéndose con 
/s/, /ts/. 
• La inestabilidad de los grupos consonánticos cultos se va resolviendo en el 
sentido de perder la consonante implosiva o postnuclear: dino > digno.
2.2. Variaciones gramaticales
A continuación destacaremos las variaciones gramaticales más importantes en el 
siglo XV:
• Se siguen usando formas verbales como andude (anduve), prise (prendí), etc. 
• Sigue la fluctuación de las formas verbales como tenedes junto a tenéis y 
tenés, entre otras. 
• Se utiliza el genitivo partitivo, llegando a empleos en cuanto al orden, poco 
corrientes. 
• Se usan indistintamente los pronombres os y vos, antepuestos o pospuestos al 
verbo: daros/darvos. 
• En el paradigma verbal, -ades, -edes, -ides fueron sustituidos por -ais, -ás, 
-eis, -ís. 
• El uso del artículo antepuesto al sustantivo queda reducido al habla popular. 
• Se siguen utilizando oraciones de infinitivo: Ir conmigo (que venga conmigo). 
• Todavía perdura el uso medieval de no utilizar la preposición a con verbos de 
movimiento.
2.3. Variaciones léxicas
Con respecto a las variaciones léxicas, debemos señalar la gran afluencia de 
acervo léxico que experimentó la lengua castellana en este período de tiempo, debido a 
la introducción de galicismos, latinismos, italianismos, catalanismos, helenismos y 
arabismos, y por la creación interna a partir de sufijos y prefijos.
2.3.1. Galicismos
• Pertenecientes a la vida militar: brida, gocete, corchete, pabellón, amarrar, 
cable, alijar, etc. 
• Pertenecientes a la vida cortesana: galán, marchán, reproche, jardín, gala, 
chambrana, gaje, forjar, trinchar, etc.
2.3.2. Latinismos
Algunos latinismos que se reflejan en las obras literarias del momento son: 
ofuscar, trucidar, rubor, ebúrneo, tálamo, belígero, clarífico, piropos, belo, colle, geno, 
luco, furiente, vacilar, volumen, matrona, terrible, silvestre, belicoso, etc.
2.3.3. Italianismos
• Pertenecientes a la vida cultural: novela, soneto, pórfido, fontana, etc. 
• Pertenecientes a la vida religiosa: camposanto, carnaval, monseñor, etc. 
• Pertenecientes a la vida política y al gobierno: embajada, potestad, señoría, 
etc. 
• Pertenecientes a la vida militar: bombarda, lombarda, pavés, escopetero, etc. 
• Pertenecientes a la vida marítima: ciar, tramontana, piloto, bergantín, etc. 
• Pertenecientes a la vida comercial e industrial: banco, cambio, mercante, 
ducado, etc. 
• Pertenecientes a la vida social: cortesano, princesa, etc. 
58
• Pertenecientes a la educación: bártulo. 
• Pertenecientes a la flora y la fauna: bixa, parco, portante, sevático, etc. 
• Pertenecientes a la geología: gruta, pantanoso, terramote, etc. 
• Pertenecientes a la vida diaria: bernegal, atacar, filigrana, beca, malatía, 
fantasticado, etc.
2.3.4. Catalanismos
Encontramos algunos términos provenientes del catalán y de su contacto con el 
castellano: linaje, nólito, turrón, orate, brugido, lampuga, etc.
2.3.5. Helenismos
• Pertenecientes a la vida cultural: aféresis, coma, alfabeto, apócope, academia, 
solecismo, ortografía, bucólico, estoico, antítesis, arpía, musa, sibila, sirena, 
etc. 
• Pertenecientes a la vida política o histórica: héroe, monopolio, tirano, etc. 
• Pertenecientes a la botánica: acacia, acónito, altea, nardo, dátil, frijol, etc. 
• Pertenecientes a la fauna: áspid, bisonte, delfín, lince, etc. 
• Pertenecientes a la medicina: agonía, arteria, causón, manía, poro, paralítico, 
etc. 
• Pertenecientes a la vida religiosa: tiara, clero, idolatría, cimera, égloga, etc.
2.3.6. Arabismos
En estos momentos, el árabe ya no gozaba de la situación de prestigio que había 
tenido años anteriores; sin embargo, no estamos exentos de su influencia en el 
castellano. Así, cobran especial interés los arabismos que acabaron por ceder el paso a 
un término equivalente de origen romance: alcatea > manada, alfaça > lechuga, 
alfaquim > físico, aljófar > perla, trujamán > intérprete, quina > gálbano, etc.
3. La lengua literaria
3.1. Retoricismo y oscuridad: el latinismo
Durante la primera mitad del siglo XV en el ámbito literario surge un excesivo 
interés por resucitar el mundo clásico, rechazando con ello la Edad Media que es la que 
imperaba en aquellos tiempos. Resultado de tan ciega admiración es el menosprecio 
que sufre el lenguaje literario del siglo anterior por ser considerado demasiado vulgar, 
rudo e incluso mediocre. De ahí que nazca una nueva literatura marcada por la 
artificiosidad y el uso desmesurado de la sintaxis latina sin que se medite previamente 
su adecuación a la lengua española.
Ese latinismo que impregna buena parte de las obras literarias del siglo XV 
obedece a razones puramente estéticas. Los eruditos del momento pretenden alcanzar 
el grado sublime que lograron aquellos que escribían en griego o latín con el fin de que 
la lengua romance se nutra de vocablos recientes y acoja un estilo elegante exento de 
impurezas. Como máximos exponentes de esta tendencia literaria latinizante podemos 
citar a Juan de Mena, el Marqués de Santillana o Enrique de Villena. Su lengua resulta a 
menudo difícil por su gran empeño artístico.
Los rasgos que evidencian ese enorme influjo de la lengua latina sobre la española 
son los siguientes:
• Uso extenso del hipérbaton: «no puede olvidar los amores que de Febo su 
esposo auía». Así se refleja en la obra de Juan de Mena y en la prosa de 
Enrique de Villena. 
• Uso de participios de presente: «las tremulantes manos», «las estrellas 
cayentes». La lengua de Juan de Mena y del Marqués de Santillana constituyen 
buena prueba de ello. 
• Uso de la figura etimológica, esto es, figura retórica que reitera voces de 
idéntica raíz: «O vos ravias muy raviosas», «su gran culpa lo desculpa», «de 
cierta certenidad», etc. 
• Supresión de la conjunción que en las oraciones dependientes de verbos de 
opinión, pensamiento, voluntad y semejantes: «Non creo las rosas sean tan 
fermosas». 
• Uso de abstractos en plural: «las amistades», «las virtudes», «las 
conformidades», etc. 
• Aparición frecuente de oraciones de infinitivo subordinadas, de oraciones de 
relativo e incluso del infinitivo pasivo: «e desde los Alpes vi ser levantada». 
• Uso del superlativo sintético: «soy apresionado en gravísimas cadenas». 
• Colocación del verbo al final de la frase: «¿Pues qué le aprovechó al triste... si 
su amor cumpliere, e aún el universo mundo por suyo ganare, que la su pobre 
de ánima por ello después en la otra vida perdurable detrimento o tormento 
padezca?».• Anteposición del adjetivo al sustantivo: «los heroicos cantares del vaticinante 
poeta Omero». 
59
• Comparación mediante frases adverbiales: «así como nieve», «bien como 
riendo», etc. 
• Uso del adverbio así con adjetivos y adverbios: «así contento que...», «así 
virilmente que era maravilla», etc.
La introducción de términos latinos en la lengua literaria no solamente se debe a 
motivos estéticos, sino también al concepto existente de la poesía como ciencia. En 
España se acentúa este concepto cuando la escuela sevillana (1395-1415), promovida 
por el genovés Francisco Imperial, se interesa por temas intelectualistas, morales y 
alegóricos. Este hecho justificaría que la literatura se inunde de tecnicismos que 
representan las nociones científicas que el pensamiento renacentista difundía acerca del 
mundo y del lugar que en él ocupa el hombre. Así, el léxico de Mena es rico en palabras 
procedentes del lenguaje técnico relativas a la marinería («la mar sin repunta», 
«fusta», «bonanza», «aguas biuas e muertas»), a la guerra («quadrilla», «escalas», 
«lombardas e truenos», «trabucos», «azagayas»), etc.
A pesar de esta poderosa corriente de refinamiento, el lenguaje popular no 
permaneció en el olvido. No solamente era reclamado por el pueblo, sino por aquellos 
hombres cultos del Renacimiento que empezaban a buscar la naturalidad y 
espontaneidad de la lengua. Es precisamente el Marqués de Santillana el que reúne la 
primera colección de refranes.
3.2. Del retoricismo al humanismo
Los escritores de la época de los Reyes Católicos, más conscientes que Mena o 
Santillana del valor de la lengua vulgar, lejos de forzarla con el propósito de imitar la 
lengua latina, revindican la naturalidad y la simpleza en el lenguaje artístico. La 
evolución artística de Juan de Lucena es muy representativa de esta nueva orientación 
en la lengua literaria. Tras ese intento de latinizar el léxico y la sintaxis en su Diálogo 
de la vita beata, escribe su Epístola exhortatoria a las letras, donde el latinismo se 
atenúa considerablemente, siendo todavía más discreto en su Tratado de los 
gualardones... e del oficio de los harautes, compuesto durante la guerra de Granada 
(1482-1492).
Jorge Manrique con sus Coplas a la muerte de su padre (1476) inicia este proceso 
de cambio literario. Si bien sigue utilizando cultismos, los dosifica e intenta dotar de 
valor poético a las palabras más corrientes. Desecha el retoricismo del período anterior 
y sus recursos estilísticos principales son una muestra de la escasa artificiosidad y 
notable sencillez que persigue en sus versos: sustantivación neutra («lo presente», «lo 
no venido»), empleo del infinitivo sustantivado («aquel trobar», «aquel dançar», «mi 
morir»), etc.
Otra obra importante en la que comienza a manifestarse el español clásico es la 
Celestina. Supone un abandono de la prosa retoricista y una tendencia hacia la 
naturalidad y transparencia que caracteriza el lenguaje literario del siglo XVI. La gran 
novedad de la Celestina es la creación de un diálogo prosístico. Su precursor más 
inmediato es el Corbacho del Arcipreste de Talavera (1498), en el que ya hallamos 
algunos monólogos del habla popular. En la Celestina se pulen ciertos procedimientos 
estilísticos presentes en el Corbacho. A pesar de que aparecen rasgos cultos con los que 
se persigue un estilo elevado y elegante (vocablos latinos, construcciones de infinitivo o 
de participio de presente, amplificaciones, etc.), no se realiza un uso tan abusivo de 
ellos como el que habían llevado a cabo los prosistas de la época anterior.
4. Tratados sobre el lenguaje (gramáticas, 
diccionarios, etc.)
Durante la Edad Media en Europa se vive de la herencia gramatical grecolatina y 
los estudios del lenguaje se centran en las lenguas clásicas. Era necesario, por tanto, 
fijar gramaticalmente la lengua vulgar que se hablaba por aquel entonces.
En España, el primer tratado sobre nuestra lengua es el Arte de Trobar de don 
Enrique de Villena (1433). Su propósito es redactar una poética medieval y en su obra 
se aprecia un esbozo inicial de una fonética y ortografía castellanas.
En 1490, por mandato de la reina Isabel, Alonso de Palencia publica en Sevilla el 
Universal vocabulario en latín y en romance, que constituye el primer esfuerzo 
lexicográfico romance. Aunque es un diccionario de latín, Alonso no se limita a 
proporcionar las equivalencias castellanas de cada voz, sino que las enriquece con 
múltiples informaciones. Entronca con la tradición de los glosarios latino-romances de la 
Edad Media, pero los supera al tratarse de una obra de carácter enciclopédico que 
recoge gran parte de la sabiduría almacenada por la tradición humanística. A pesar de 
ser una obra importante, quedará prácticamente oscurecida por la labor lingüística 
desempeñada por Nebrija.
Antonio de Nebrija es el iniciador de un período de desarrollo lingüístico marcado 
por un intento de estabilizar la lengua e inculcar en ella el pensamiento humanístico. 
Durante su estancia en Bolonia, donde estudia con Lorenzo Valla, se impregna del 
humanismo imperante en la época. De esta experiencia estudiantil extrae dos ideas 
60
fundamentales que regirán su labor lingüística. La primera de ellas es la necesidad de 
resucitar los estudios clásicos en España y subsanar los defectos realizados en la 
enseñanza del latín. La segunda es su preocupación por las lenguas vulgares, lenguas 
que podrían ser tan dignas como la latina y cuyo estudio gramatical facilitaría el 
aprendizaje del latín, ya que el conocimiento exacto de la lengua materna es una gran 
ayuda para la adquisición del latín como segunda lengua.
En 1492 aparece su Gramática de la lengua castellana. En ella se aplican por 
primera vez a una lengua vulgar los métodos humanísticos que antes solamente se 
ejercitaban en el estudio del latín o del griego. Nebrija ve en el castellano una lengua 
totalmente independiente de la latina y de la misma categoría. Sin embargo, esta 
excelente obra no consiguió sus fines pedagógicos de tal forma que después de 1492, 
la Gramática no volvió a ser reimpresa.
En cambio, su gramática latina, Introductiones latinas (1481) de la que realizó una 
versión castellana por encargo de la reina Isabel que se publicó en 1486 
(Introducciones latinas, contrapuesto el romance al latín), tuvo una mayor difusión. 
Nebrija crea esta gramática con el fin de que sus alumnos tuvieran un texto fiable en el 
que consultar las reglas gramaticales latinas.
Las dos grandes obras lexicográficas de Nebrija son el Diccionario latino-español 
(1492) y el Dictionarium (¿1495?). Esta última fue reproducida en facsímil por la Real 
Academia Española en 1951 con el título de Vocabulario español-latino. Se trata de dos 
diccionarios bilingües en los que Nebrija asume el modelo de los glosarios manuscritos, 
siendo su fuente principal los textos clásicos. Son obras independientes, dado que, si la 
ordenación del Vocabulario español-latino está pensada a partir del castellano, la del 
Diccionario latino-español, que es más extenso que al anterior, lo está desde el latín.
5. Bibliografía
Lapesa, R. (1983): «Transición del español medieval al clásico», Historia de la Lengua 
Española, Madrid, Editorial Gredos, pp. 265-290.
Menéndez Pidal, R. (2005): Historia de la Lengua Española, vol. 1, Madrid, Real 
Academia Española, ISBN: 84-89934-12-6.
Penny, R. (): «Evolución lingüística en la baja Edad Media: evoluciones en el plano 
fonético», en R. Cano Aguilar (coord.) (2004): Historia de la Lengua Española, 
Barcelona, Ariel.
Quilis Morales, A. (2003): Introducción a la Historia de la Lengua Española, Madrid,UNED.
LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS 
AUSTRIAS: EL SIGLO XVI
Roca Marín, Santiago
1. Introducción
El siglo XVI esta marcado por dos reinados que vienen a coincidir con las dos 
épocas que caracterizan el Renacimiento en España; el primero corresponde a la época 
de Carlos V, primera mitad del siglo, y el segundo a la época de Felipe II.
Estas dos épocas se caracterizan también desde un punto de vista político, social y 
cultural de forma diferente:
El reinado de Carlos V está abierto a Europa y a todas las corrientes que de ella 
provengan, es un periodo donde la influencia italiana tiene una gran presencia. Esto se 
puede apreciar en poesía, en filosofía y en lo religioso; metro italiano, neoplatonismo y 
erasmismo.
El reinado de Felipe II se cierra al exterior y, tras la Contrarreforma, se convierte 
en el abanderado del catolicismo. Este cierre de fronteras y de conversión católica 
influirá en todos los aspectos sociales y culturales de la segunda mitad del siglo XVI; el 
misticismo y el ascetismo tendrán el campo abonado para su desarrollo.
La lengua durante este siglo se convierte en lengua universal debido al poder 
expansionista del imperio y a la labor de difusión que con él se llevó a cabo, amén de la 
importancia y calidad que la literatura de este periodo supone.
61
2. Expansión del español
La fecha de 1479 supone la unidad de los dos reinos principales de la península 
tras el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón; en 1492 el reino nazarí 
es conquistado y en 1515 el reino de Navarra se incorpora a Castilla, además de las 
Islas Canarias y de las colonias de ultramar. Esta unión política influirá en el desarrollo 
y expansión de la lengua castellana. Esta fuerza política y cultural que durante el 
reinado de Carlos V se hace fuerte en toda Europa y en las tierras americanas supondrá 
la internacionalización de la lengua castellana, español, por todo el mundo. El español 
pasa a ser lengua diplomática y adquiere una relevancia que hasta ese momento 
ninguna lengua nacional había adquirido.
2.1. El español en Europa
El reinado de Carlos V supuso el ascenso de España a primera potencia europea. 
La suma de territorios que hereda el joven príncipe tras la muerte de sus padres es 
enorme y la relevancia política que conlleva este hecho también lo es. En el periodo de 
Felipe II se consolida, pero comienza el declive y el cierre de las fronteras, la 
hegemonía de España y del español irá dejando paso a Francia y al francés en el 
siguiente siglo.
El español adquiere una importancia que no había tenido hasta ese momento en 
las cortes europeas. Juan de Valdés llega a afirma que en Italia «assí entre damas 
como entre cavalleros se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano». En las 
zonas de dominio español se convierte en una lengua administrativa y comercial, la 
necesidad lleva al aprendizaje. Así, en 1570, se proyectó la creación de una fundación 
de estudios de español en Lovaina bajo el amparo del Duque de Alba. Lo mismo ocurría 
en Inglaterra como en Francia. Ante tal demanda, comenzaron a aparecer gramáticas y 
diccionarios de español, hecho que continuó en el siglo XVII. Como consecuencia de 
este prestigio se produjo una gran aportación de términos del castellano a otras 
lenguas, sobre todo al francés y al italiano.
2.2. El español en los territorios conquistados
De la herencia dinástica que asume el nuevo y joven rey Carlos I, sin lugar a 
dudas, la de los nuevos territorios de América es la más significativa en cuanto a la 
expansión y fuerza que el español tiene en ese momento y tendrá hasta ahora. Esta 
extensión territorial conllevará una extensión y amplificación del uso del español que 
deja de ser en poco tiempo la lengua de Castilla para convertirse en la de gran parte 
del nuevo mundo además de la Península Ibérica como ya hemos visto. La conquista se 
produjo en un espacio relativamente corto y el dominio territorial fue total.
Sin embargo, el español que se impone en América no está desgajado de 
conflictos, por una parte con las propias lenguas amerindias, ya que si bien se intenta 
que todos conozcan el español, los religiosos consideran más productivos para sus fines 
predicar en la lengua amerindia; por otra parte, la propia lengua o dialecto llevado a las 
nuevas tierras por los colonizadores, que conllevó un proceso, posterior, de 
homogeneización. Según datos aportados por Cano Aguilar (2002: 226) en el siglo XVI 
el mayor número de colonizadores procedían de Andalucía, en concreto del Reino de 
Sevilla. Estos porcentajes fueron cambiando según avanzaron los siglos y se asentaron 
otros colonizadores.
2.3. El castellano, lengua en España: el español
Al igual que ocurrió con otras lenguas peninsulares, por ejemplo el catalán, el 
nombre con el que se denominaba al romance surgido en Castilla no se había unificado 
en un nombre concreto: romance, romance castellano o de Casti(e)lla, lenguaje 
castellano o de Castiella, incluso lengua vulgar para distinguirlo del latín. 
La hegemonía política de Castilla hace que se imponga como lengua en toda la 
península el castellano. Juan de Valdés (Lapesa: 1988:298), en 1535, dice: «La lengua 
castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de 
Murcia con toda el Andaluzía y en Galicia, Asturias y Navarra; y esto aun hasta entre 
gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de 
Spaña». Debido a esta hegemonía señalada por Valdés afirma Lapesa (1988:299) que 
«el nombre de lengua española (...), tiene desde el siglo XVI absoluta justificación y se 
sobrepone al de lengua castellana». Su uso no es generalizado pero sí comienza a ser 
utilizado de forma mayoritaria, a partir de mediados del siglo XVI es ya habitual. Este 
neologismo, español, viene a coincidir con una nueva realidad política. De hecho, es el 
término utilizado en todas la lenguas extranjeras para referirse a la lengua que hablan 
todos los españoles y así mismo aparece en todas las gramáticas y diccionarios. De la 
misma manera, se impone debido a su carácter más abarcador y menos exclusivista 
entre los nuevos súbditos peninsulares no castellanos.
Pese a esta innovación en la denominación de la lengua, persistió el término 
castellano probablemente con un valor más purista y como reivindicación más 
conservadora.
2.4. El español: la norma
62
Dos corrientes normativas subsisten durante este siglo, aquella que adscribe e 
iguala la norma a Toledo y aquella que aboga por un modelo literario descargado de 
cualquier connotación localista.
La ubicación de la corte durante este siglo en Toledo fomenta ese apego hacia la 
norma toledana, norma que no es concretada en ningún tratado gramatical y que entre 
otros rasgos se caracterizaba por la aspiración de la h- inicial. La justificación de una u 
otra viene más por la vinculación que en un primer momento tienen algunos autores a 
Toledo, como Valdés o Garcilaso que además representa el modelo del perfecto 
cortesano. El ideal de la lengua literaria es reivindicado por poetas y escritores, sobre 
todo en la segunda mitad del siglo XVI, como Fernando de Herrera o Gonzalo de 
Correas. Norma, la literaria, que es despojada de cualquier localismo.
2.5. El español: sus gramáticas
Fue en 1492 cuando se publica la primera gramática titulada Gramática de la 
lengua castellana escrita por E. Antonio de Nebrija que la considera como base de toda 
ciencia y como guía de la verdad y en 1517 publica su Ortografía, dando lugar al 
comienzo de una serie de estudios sobre el español por parte de eruditos y gramáticos. 
Con esta gramática, Nebrija eleva a la categoría del griego o del latín al español y a la 
vez lapreserva de un contagio desmesurado de latinismo o extranjerismo. El castellano 
tiene su base constitutiva en el latín pero también su propia idiosincrasia. 
Juan de Valdés publica hacia 1530/40 el Diálogo de la Lengua, obra más apegada 
a la tradición y menos sistemática aunque de gran intuición lingüística. 
Le siguieron a esta un número bastante considerable de obras, tanto en España 
como en el extranjero y sobre todo en el siglo XVII. Dentro del siglo XVI, podemos 
destacar la gramática publicada en Lovaina entre 1555 y1559 de autor desconocido y la 
de Cristóbal de Villalón, publicada en Amberes en 1558. Entre los diccionarios podemos 
señalar el Vocabulario toscazo-castellano de Cristóbal de las Casas publicado en 1570 y 
el de Percyvall español-inglés publicado en 1599.
3. La lengua: del español medieval al clásico.
En este siglo comienza a consolidarse de forma definitiva el español, proceso que 
culminara en el siglo XVII. Los cambios que comenzaron a producirse en la Edad Media 
63
se estabilizan, a esto contribuyen varios factores: los diversos estudios gramaticales, la 
producción literaria y el prestigio que adquiere la lengua dentro y fuera de la península.
3.1. Plano fonético
La evolución y resolución de los cambios fonéticos medievales se estabilizan, 
prácticamente, en el siglo XVI y constituyen la base del español moderno.
3.1.1. Las vocales
Se produce una disminución en las vacilaciones de timbre en las vocales no 
acentuadas: 
• se prefiere /i/ por /e/, vanidad por vanendad. 
• se prefiere /u/ por /o/, cubrir por cobrir. 
• se produce el cierre de la vocal en /i/, /u/, en palabras que después optarán por 
la vocal media, fenómeno que llega hasta el siglo XVII, quiriendo, puniendo.
3.1.2. Las consonantes
Los cambios fonéticos, como señala Cano Aguilar (2002: 237), más importantes se 
producen en las consonantes de la época clásica, a partir de ellos se constituye el 
sistema del español moderno y de las variantes americana y meridional: 
• Desaparición fonética y gráfica de la F- inicial latina que es sustituida por H-, 
fallar pasa a hallar. En Castilla no se pronunciaba ya en el siglo XVI pero sí en 
la zona centro y en las meridionales con aspiración. Pese a su paulatina 
desaparición persiste en la primera mitad del XVI entre notarios y personal 
relacionado con la administración, de ahí que en la actualidad persista el 
término jurídico fallar junto a hallar.. 
• A lo largo de este siglo la distinción entre los fonemas /b/ y /v/, que en algunas 
regiones todavía persiste, tiende a simplificarse en el fonema /b/, oclusivo 
bilabial sonoro. 
• Se mantiene en la primera mitad del XVI algunos grupos consonantes que ya se 
habían simplificado en el habla o transformado, cobdiciar, cobdo, dubda. 
• También perduran en esta misma época formas vacilantes como san o sant, 
cien o cient. 
• Simplificación del sistema fonológico medieval, se produce un ensordecimiento 
paulatino de las sibilantes: 
o s- y -ss- y s- se simplifican en /s/, fonema alveolar fricativo sordo; 
o G, J y X se simplifican en /x/, fonema velar fricativo sordo. 
o Z y Ç se simplifican en /q/, fonema interdental, fricativo, sordo.
• Simplificación de los grupos consonánticos latinos, conceto por concepto, 
manífico por magnífico. 
• Como rasgos meridionales que comienzan a resurgir podemos señalar: 
o El yeísmo, el fonema fricativo lateral /l/ se transforma en /y/ o /ž/. 
o Confusión entre /-r/ y /-l/ finales de sílaba o palabra, aunque, como 
señala Lapesa (1988: 385), son muy antiguas las primeras muestras de 
confusión, menestrare > menestral. 
o Aspiración de la /-s/ final de sílaba. 
o Comienza la tendencia a la desaparición de la /-d-/ intervocálica 
procedente de una /-t-/ latina, sobre todo en los participios -ado, -ido.
64
3.2. Plano Morfológico
La mayoría de las modificaciones que se producen durante este siglo en el aspecto 
gramatical provienen de la Edad Media, en ella, y sobre todo en el siglo XV, es donde 
comienzan estos cambios que se consolidan a lo largo de los Siglos de Oro. Aunque en 
la primera época del siglo la vacilación y la inseguridad siguen presentes. 
En cuanto al verbo, Lapesa (1988: 393) señala la coexistencia de formas verbales 
como «amáis», «tenéis», «sois», con «amás», «tenés», «sos»; el imperativo 
«cantad», «tened», «salid» subsisten con «cantá», «tené», «salí»; esta confluencia de 
formas arcaicas y modernas queda resuelta ya en el siglo XVII, aunque será en el siglo 
XVIII donde se resuelva ya definitivamente las alternancias verbales. Esta vacilación 
hace que en muchos casos la lengua literaria opte por las desinencias más antiguas.
En el pronombre personal, la opción por la forma más moderna nosotros, vosotros 
está generalizada a mediados del siglo XVI. El clítico vos perdura durante este siglo, 
aunque se da la variación con os. Las formas medievales de gelo y gela y sus plurales 
dan paso ya a finales del XV a la forma más moderna se lo y se la y sus plurales.
En lo referente al uso del pronombre en la fórmulas de tratamiento, señala Girón 
Alconchel (en Cano Aguilar, 2004: 826) que ya a finales del XV se había generalizado tú 
y vos para la confianza y vuestra merced para el trato deferente, para el protocolario 
quedaría vuestra majestad.
El género en el nombre, durante el siglo XVI, no coincide con el del español 
moderno en algunos casos; es a mediados del siglo cuando comienzan a resolverse 
estos cambios. Esto es debido, principalmente, a la entrada de cultismos masculinos de 
persona terminados en -a, como artista, y femeninos en -o que no eran de persona, 
como «la sinodo», por lo que se impuso el género correspondiente a su terminación 
como indica Cano Aguilar (2002:243). En el número del nombre hay menos variación. 
En el adjetivo, se produce desde principios del XVI la concordancia de género y número 
con el sustantivo.
Los diminutivos más frecuentes eran: -illo, -ico e -ito; siendo -ico la forma 
cortesana durante el siglo XVI, sin las connotaciones aragonesas y murcianas de hoy 
como indica Girón Alconchel (en Cano Aguilar, 2004: 861). El superlativo -ísimo se 
generaliza en este siglo.
3.3. Plano Léxico
Durante el siglo XVI se produce uno de los mayores aumentos en el léxico del 
español que continuará a lo largo el siglo XVII. Esto es debido a dos hechos 
importantes, por un lado, la importancia de España en el mundo y, por otro, la gran 
literatura que se va a producir en este siglo. Esta incorporación se produjo desde los 
propios mecanismos que la lengua tiene para crear nuevas palabras, derivación y 
composición, o por préstamos, principalmente de las lenguas clásicas pero también de 
otras; Lapesa (1988:408) señala la incesante entrada de cultismos, sobre todo en los 
textos literarios, aunque esta entrada de neologismos clásicos es compensada por la 
utilización de léxico patrimonial. Cano Aguilar (2002: 251) ejemplifica con una serie de 
cultismos extraídos de la obras lexicográficas de Nebrija, como: conversar, oratorio, 
pronóstico, etc. Entre los helenismos con los que ejemplifica podemos señalar: 
anémona, cálamo, crisantemo y los compuestos con -arquía (anarquía, etc.) y -cracia 
(democracia, etc.)
Palabras de origen italiano fueron muchas las que entraron a formar parte de 
nuestro corpus léxico debido a la estrecha relación, política, cultural y artística que se 
estableció entre España e Italia. Lapesa (1988:409) señala algunos campos léxicos 
donde principalmente entraron nuevos términos. Referidos a la guerra, escopeta, 
centinela, etc.; a la navegación y comercio, fragata, mesana, piloto; a las artes y 
literatura, esbozo, diseño, balcón; a la vida de sociedad, cortejar, festejar; y un largo 
etcétera.
Palabras de origen francés también entraron a formar parte de nuestro corpus 
léxico, como refiere Lapesa (1988:410), en los campos léxicos de prendas de vestir y 
moda, chapeo, manteo, etc.; de la vida palaciega, sumiller, ujier, etc. 
De origen portugués, también entraron palabras en nuestro acervo léxico. Lapesa 
(1988: 411) menciona el campo léxico de la vida en la corte, sarao, y en lo sentimental 
la recalificación semántica de soledad con el valor de «melancolía o añoranza»' en el 
valor de saudade; la nostalgia en echar de menos.
65
Los repobladores del Nuevo Mundo no tuvieron reparo en admitir el léxico 
amerindio para designar una nueva realidad que desconocían y para la que no tenían 
un equivalente en ninguna de las lenguas próximas culturalmente. Como ejemplo, 
canoa, huracán, cacique, etc.
La expansión territorial, el descubrimiento de nuevos mundos y nuevas lenguas, el 
auge de la cultura y la ciencia hizo que el léxico del español creciera de forma 
significativa durante este siglo y que continuara durante el siglo XVII.
4. La literatura en el siglo XVI
El Renacimiento español viene a coincidir plenamente con este siglo, dividido en 
los dos reinados que lo abarcan: época de Carlos V y época de Felipe II, como se ha 
señalado anteriormente. La primera se caracteriza por una poesía italianizante, por el 
platonismo y erasmismo, grosso modo; la segunda por la defensa de los valores 
nacionales: misticismo y ascetismo, principalmente. De forma generalizada, podemos 
establecer el siguiente esquema de la literatura en el Renacimiento:
• Lírica renacentista: 
o Reinado de Carlos V: 
 Garcilaso de la Vega
o Reinado de Felipe II 
 Fray Luis de León 
 San Juan de la Cruz 
 Fernando de Herrera
• La prosa en el siglo XVI 
o Novela 
 El lazarillo de Tormes
o La transición al Barroco: 
 Don Quijote de la Mancha
No obstante, habría que señalar que este primer Renacimiento español, a 
principios del siglo XVI, no supuso una ruptura con las formas medievales, incluso, 
teniendo en cuenta el Humanismo que surge en el siglo XV. Entre los poetas que lideran 
una visión hispana de la literatura sin influencia italiana habría de destacarse a 
Cristóbal de Castillejo o escritores como fray Antonio de Guevara que mantiene rasgos 
de la retórica medieval como indica Cano Aguilar (2002:232).
Sin entrar en valoraciones estilísticas, sí que es conveniente precisar cuál es el 
estilo de escritura empleado en este siglo. El estilo imperante en el siglo XVI se puede 
resumir en el lema: ¡Escribe como hablas!. Célebre es la frase de Juan de Valdés que 
recoge Oesterreicher (en Cano Aguilar, 2004:754-5): 
«el estilo que tengo me es natural, y sin afetación 
ninguna escrivo como hablo; solamente tengo cuidado de 
usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y 
dígalo cuanto mas llanamente me es posible, porque a mi 
parecer en ninguna lengua stá bien el afectación»
Sin ser un estilo coloquial, finge parecerse a un estilo natural, espontáneo, simple 
y ligero. Tiene finalidad estética y no es una mímesis del lenguaje hablado. El 
exponente máximo de este estilo, sin lugar a dudas, es Santa Teresa de Jesús.
Conforme avanza el siglo y comienza el aislamiento de España, como consecuencia 
de la Contrarreforma, se va cambiando, como señala Cano Aguilar (2002:234), esta 
elegancia natural propia del estilo de la primera época por una lengua más cargada.
5. Bibliografía
AA. VV. (1996): Introducción a la literatura española a través de los textos (de los 
orígenes al siglo XVII), Tomo I. Madrid, Editorial Istmo. (6.ª edición)
66
Cano Aguilar, R. (2002): El español a través de los tiempos. Madrid. Editorial 
Arco/Libros (5.ª edición) 
—— (Coord.) (2004): Historia de la lengua española. Madrid, Editorial Ariel.
Fradejas Rueda, JM. (2000): Fonología histórica del español. Madrid. Editorial Visor 
Libros. (2.ª edición)
García de Diego, V. (1970): Gramática histórica española. Madrid. Editorial Gredos.
Lapesa, R. (1988): Historia de la lengua española. Madrid. Editorial Gredos. (9.º 
edición, 6.ª reimpresión) 
Nebrija, A. (1989): Gramática de la lengua castellana. Madrid. Editorial Centro de 
Estudios Ramón Areces. (3.ª edición)
Valdés, J. (1969): Diálogo de la lengua. Buenos Aires. Ediciones Hispania.
LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS 
AUSTRIAS: EL SIGLO XVII
José Antonio Candalija Reina
Francisco Ángel Reus Boyd-Swan (coaut.)
1. Introducción. Estado de la lengua
Durante el siglo XVII se produce una profunda transformación en el tratamiento 
del lenguaje que, como es lógico, refleja vivamente la lengua literaria de la centuria: 
desde la literatura de Cervantes y Lope de Vega a principios del siglo hasta Góngora, 
Quevedo o Gracián en las postrimerías, la evolución es radical. Si, como puso de relieve 
Menéndez Pidal (El lenguaje del siglo XVI), en la época de Valdés y Fray Luis las 
características predominantes son selección y no invención, en la de Góngora y 
Calderón predominará la invención sobre la selección.
En primer lugar surge Cervantes y, como continuador de la época anterior, es 
difícil de clasificar en una u otra de las tendencias del momento. Su posición responde a 
los siguientes criterios:
1. Preferencia del español sobre el latín, demostrada en varias ocasiones, en las 
que ridiculiza el exceso de latinismos; 
2. La naturalidad y la selección. «La característica del habla de Sancho es la 
naturalidad (contrapuesta, sobre todo, al lenguaje algunas veces afectado y 
ampuloso de D. Quijote). El refrán es uno de sus ingredientes y uno de sus 
encantos. D. Quijote le critica, no el uso, sino el abuso, la falta de medida». La 
naturalidad es también la norma de Cervantes cuando hace decir a D. Quijote: 
«Habla a lo llano, a lo liso, a lo no intrincado, como muchas veces te he dicho y 
verás cómo te vale un pan por ciento». Y por eso defiende los refranes, porque 
«no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de 
la mesma experiencia, madre de las ciencias todas». 
3. Defiende también el uso del neologismo; 
4. Es necesario huir de la afectación. D. Quijote dice a Sancho cuando va a 
hacerse cargo del gobierno de la ínsula: «Anda despacio; habla con reposo; 
pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda 
afectación es mala»; 
5. Es partidario de una lengua nacional, por encima de toda diferencia regional, es 
decir, sin las supremacías de las normas toledanas, burgalesas, etc.
Ángel Rosemblat ha estudiado la lengua cervantina y ha observado en ella las 
siguientes características:
1. Usa el tópico o lugar común. Toma de la lengua popular los tópicos más 
manidos, los modos adverbiales y frases hechas y los modifica o acumula, o 
juega con ellos para obtener un efecto expresivo o humorístico; 
2. Las comparaciones abundan en Cervantes, tomadas generalmente del habla 
popular y las utiliza en las situaciones más inesperadas; 
3. Del mismo modo procede con las metáforas, y aquí nos encontramos de nuevo 
en la doble vertiente del habla popular y el habla culta. Cervantes toma las 
metáforas tradicionales y las emplea a su modo, como las comparaciones; 
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4. Tanto en la prosa narrativa de Cervantes como en boca de sus personajes 
cultos o populares, es un recurso importante el empleo de la antítesis: «[...] él 
se partió llorando y su amo se quedó riendo», «Sancho, amigo, no te congoje lo 
que a mí me da gusto», etc.; 
5. La sinonimia, tan utilizada ya en el siglo XVI, es usada también ampliamente 
por Cervantes; 
6. La repetición de palabras o grupos de palabras era unade las agudezas y galas 
tradicionales de la lengua poética, y alternaba con la también frecuente 
sucesión de sinónimos, como formas de amplificación; 
7. También es frecuente el uso de la elipsis; 
8. El juego de palabras, en el que se combinan la polisemia o la homonimia es 
también profusamente utilizado; 
9. El juego con la forma de las palabras: «[...] y procura la cura de su locura»...
La obra de Lope de Vega coincide por un lado con Cervantes y por otro con 
Góngora. Dice Menéndez Pidal: «Lejos de la serena firmeza que Cervantes muestra en 
el desarrollo de su estilo, Lope se nos muestra algo ambiguo y aun contradictorio, tanto 
como en otros aspectos de su íntimo vivir. Defiende siempre la teoría de lo natural, 
pero en la práctica no es nada exclusivista, sea por dificultades en la aplicación, sea por 
sugestiones ambientales». Escribe la poesía docta para que no le llamen ignorante en 
Italia y Francia y la poesía natural para satisfacer su más íntima inspiración y el gusto 
de su pueblo.
Si en tiempo de los Reyes Católicos se impone el buen gusto y con Valdés se 
exalta el buen juicio, Lope se basa en la razón para su arte docto y antiguo, mientras 
que ese arte nuevo se funda en el gusto, sin el adjetivo buen. Según Lope, el fin de la 
poesía popular es «dar gusto» y el gustar como deleite estético es independiente del 
raciocinio o juicio; tan independiente que puede ser opuesto:
Porque a veces lo que es contra lo justo
por la misma razón deleita el gusto. 
Según dice en el Arte Nuevo y ratifica años después en la Epístola a Claudio:
Que en lo que viene a ser arbitrio el gusto
no hay cosa más injusta que lo injusto. 
Por ello en el lenguaje primará el gusto, tanto en la obra docta como en la 
natural. Lope lleva a escena el habla conversacional de la época, al recoger todo lo 
cotidiano y, como escribe para la representación, se sirve también del gesto y de la 
entonación. El vocabulario cotidiano de «sociedad de capa y espada» -dice Menéndez 
Pidal- toma la divinización de la mujer que ya había comenzado en el siglo XV: los 
adjetivos divino y celestial con el verbo adorar se hacen familiares en extremo; la 
amada es ahora una porción de cosas como gloria, cielo, serafín, ángel sacro, ángel 
celestial… y el vocabulario amoroso es abundantísimo: dar y pedir celos, hacer afectos, 
hacer extremos, estar rendidos, amartelados, etc.
Hay aún otro aspecto, que aunque no es nuevo, cultiva Lope: la poesía como 
ciencia, utilizado en el siglo XV, recordado por Herrera y puesto en práctica en el XVII. 
Para Lope «no solo ha de saber el poeta todas las ciencias, o al menos principio de 
todas, pero ha de tener grandísima experiencia de las cosas que en tierra o mar 
suceden…, porque ninguna hay en el mundo tan alta o íntima de que no se le ofrezca 
tratar alguna vez, desde el mismo Criador hasta el más vil gusano y monstruo de la 
tierra». Así el vocabulario aumenta considerablemente y en su poesía docta introduce 
palabras tomadas de la arquitectura (plinto, arquitrave, acroteras, sinedras, trasdoses), 
de la pintura (bosquejo, ancorque, genolí, esbelteza, encarnación), de la astronomía 
(eclíptica, híadas, hélices, textiles, coluros), de la medicina (febricitante, intercadente), 
etc.
Junto a Lope aparece Góngora, con una total renovación del lenguaje. En una 
época de lucha y de fuerte transición en el uso del lenguaje literario, Góngora tuvo 
admiradores, pero también detractores de su quehacer poético. Como respuesta al 
Antídoto contra las Soledades de Juan de Jáuregui (1613), Góngora responde que ha 
elevado la lengua castellana a la complejidad y perfección de la latina, convirtiéndola en 
un «lenguaje heroico que ha de ser diferente de la prosa y digno de personas capaces 
de entenderlo», y defiende la oscuridad de su estilo, como una buena arma para 
agudizar el ingenio. Las polémicas entre culteros o culteranos y sus contrarios arrecian 
y, como es lógico, Lope se ve implicado en ellas. Lope siente una ligera admiración por 
Góngora, por su ingenio, pero no por la lengua que quiere introducir.
Siguiendo a Dámaso Alonso, la lengua de Góngora se caracteriza por los siguientes 
rasgos:
1. El hipérbaton es el cultismo sintáctico más visible y debatido, en todas sus 
variantes (separación del sustantivo de sus determinativos, del adjetivo 
atributo, del complemento introducido por la preposición de, del artículo 
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respecto al sustantivo, colocación del verbo al final de la frase, separación del 
verbo auxiliar del principal y separación de la negación respecto al verbo); 
2. Empleo del verbo ser con significado de «servir» o «causar»; 
3. El uso del acusativo griego (acusativo de relación o de parte) tiene en Góngora 
forma de un participio y luego un adjetivo; 
4. El empleo, casi abuso, del ablativo absoluto; 
5. La repetición de fórmulas como éstas: «A, si no B»; «A, si B»; «No B, sí A»; 
«No B, A», etc.
La influencia de Góngora continúa en Calderón, aunque en menor medida. La 
diferencia reside en el carácter de sus obras respectivas ya que, mientras la poesía se 
escribe para ser leída y sobre ella puede meditar el lector, el teatro, y sobre todo el 
calderoniano, debe representarse y el espectador debe captar todo lo que se dice y mal 
se podrían entender desde el patio de butacas muchos de los pasajes de Góngora. Por 
ello, los fenómenos gongorinos se dan en Calderón en menor intensidad y cuantía. 
Según Alvar-Mariner (1967), se pueden señalar los siguientes rasgos:
1. Anteposición del régimen a la palabra regente; 
2. Anteposición del adjetivo; 
3. Anteposición del infinitivo al verbo conjugado; 
4. Separación por medio del verbo de dos elementos que deberían ir unidos; 
5. Transposición del verbo al final de la frase; 
6. Uso del ablativo absoluto. 
Frente a los culteranos, surgieron los conceptistas. Primero, Quevedo y más tarde 
Gracián. Este último, según Klaus Heder, distingue entre lo material (metro, medida 
silábica) y lo formal:
«Dos cosas hacen perfecto un estilo, lo material de las 
palabras y lo formal de los pensamientos, que de ambas 
eminencias se adecua su perfección».
O dicho en frase propia de Gracián: 
«Son las voces lo que las hojas en el árbol, y los 
conceptos el fruto».
O también:
«Puédese decir de los conceptos lo que de las figuras 
retóricas: ni todo el cielo es estrellas, ni todo el cielo es 
vacío; sirven ellos como de fondos, para que campeen los 
altos de aquellas, y altérnanse las sombras para que brillen 
más las luces».
Distingue al mismo tiempo entre estilo natural y estilo artificial: el primero es 
sin afectación, casto y claro, es «como el pan, que nunca enfada: gústase más de él 
que del violento, por lo verdadero y claro». El segundo es pulido con atención y 
dificultoso, por lo que en las cosas hermosas en sí, la verdadera arte ha de ser huir del 
arte y afectación; pero en este mismo género de estilo natural, hay también su latitud; 
uno más realzado que otro, o por más erudición o por más preñez de agudeza, y 
también por más elocuencia natural. Así se desliza Gracián hacia el estilo artificioso, 
donde el arte debe estar entre las «cuatro causas de la agudeza», junto al ingenio, 
materia y ejemplar.
El lenguaje del conceptista es obra meditada que se nutre de expresiones opuestas 
a las del culterano: en vez de utilizar léxico cultista, usa voces populares, llegando a 
veces a reproducir los vocablos groseros del pueblo bajo; en vez de innovar 
introduciendo extranjerismos, crea dentro del castellano, por derivación o composición, 
nuevos vocablos (algunas veces burlescos, para ridiculizar creaciones culteranas). He 
aquí lo más destacado:
1. Utilizan cláusulas sueltas y concisas, en lugar de largos periodos hiperbatizados. 
«Envez de la erudición falsa y pedantesca, propia de los culteranos, el 
conceptista aspira a poseer una cultura sólida de la que no hace alarde»; 
2. El juego de palabras es constante. Gracián opone «la milicia a la malicia», 
donde bajo la semejanza formal léxica subyace su deseo de luchar contra la 
maldad; 
3. Es muy frecuente en Gracián el uso de un mismo significante con dos 
significados. Cuando habla de los cisnes, dice: «Como son tan cándidos, si 
cantan han de decir la verdad», donde cándido es, a la vez, «blanco» e 
«inocente»; 
4. Los contrastes y paralelismos son muy abundantes, tanto en Quevedo como en 
Gracián; 
5. Gracián usa los sustantivos con función adjetiva. 
En cuanto al vocabulario, éstas son las principales aportaciones:
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• HELENISMOS: 
o Términos zoológicos: anfibio, foca, parásito, rinoceronte. 
o Geológicos: amianto. 
o Medicinales: alopecia, cirro, embrión, epidemia, reúma, síntoma, 
tráquea. 
o Químicos: fósforo. 
o Matemáticos: cateto, diámetro, elipse, escaleno, hipotenusa, paralelo. 
o Astronómicos, geográficos y náuticos: coluro, cometa, geografía, 
horóscopo, meteoro, náutico, paralaje, pirata. 
o Gramáticos, literarios y músicos: apóstrofe, apotema, cacofonía, crítico, 
dialecto, ditirambo, drama, encomio, episodio, epopeya, filología, idilio, 
idioma, lacónico, léxico, liceo, lírico, metáfora, museo, onomatopeya, 
palinodia, paradoja, paraninfo, patético, sinónimo, tropo. 
o En el campo del pensamiento y la palabra: análisis, análogo, anónimo, 
antagonista, antipatía, apología, axioma, categoría, díscolo, empírico, 
energía, entusiasmo, escéptico, ético, filantropia, misantropía (más 
tarde cambiarán el acento), hipótesis, ironía, metamorfosis, método, 
problema, símbolo, simpatía, tesis, tópico, efímero. 
o En el campo de la Historia y la política: anarquía, década, democracia, 
diploma, economía, emblema, emporio, época, étnico, génesis, 
monarca, patriota, poligamia, síndico. 
o Referido al mundo antiguo: báratro, cariátide, disco, esfinge, falange, 
gimnasio, himeneo, mausoleo, quimera. 
o Términos religiosos: ateo, carisma, epacta, místico, neófito, prosélito, 
sarcófago. 
o Términos introducidos «por un afán barroco de depurar y elevar el 
vocabulario, pues de todos existían muy a mano sinónimos o 
cuasisinónimos»: antro, aroma, exótico, hecatombe, holocausto, 
panegírico, pánico, pira, sandalia. 
o Neologismos: anagrama, cetáceo, hipocondría, diagonal, metafísica.
•
• LATINISMOS: 
o Góngora piensa en la necesidad de crear una lengua poética y con un 
fin eminentemente estético usa el latinismo: emular, erigir, esplendor, 
nocturno, ostentar, cerúleo, crepúsculo, purpúreo, pluvia, ponderoso. 
o En Calderón no se detiene esta influencia latinista: funesta, inmóvil, 
exhalación, inmensidad, capacidad, compostura, prodigio, forma, 
concepto, ejecución, aplausos, ostentación, representación, apariencia, 
ornato, evidencia, instante, rústico, mísero, pálida, trémulo, piélagos, 
cólera, fábrica, cándido, bellísimo, república. 
o Menéndez Pidal ha señalado cómo en los poemas doctos de Lope entra 
el latinismo sin ninguna dificultad: cálamo, epítima, semideo, filantía, 
equiparar, expeler, reciprocar, velívolas, undísono, ignífera, belipotente, 
nemoroso, efebo, indeficiente, cristífero, penícoma, frangir, horóscopo, 
tulipán, sistema, increpar, ileso, truculento, antropófago, sarcófago, 
apócrifo, esqueleto.
• GALICISMOS: 
o De la vida militar: carabina, convoy, barricada, brecha, asamblea, 
foque. 
o De la vida cortesana: contralor, galopín, chalán, hugonote, parque, 
calesa, etiqueta, peluca o perruca, manteo, broche, galón, ocre. 
o De la vida pública: taburete, hucha, menaje, marmita, carpeta, crema, 
fresa, panel, dintel, placa, parche, acoquinar. 
• OCCITANISMOS: 
o Barrica, farándula, gabacho, gris, tartana.
•
• CATALANISMOS: 
o Pantalla, forajido, volantín, revolución, bribón, rosicler.
ITALIANISMOS: 
o En Literatura: novelador, parangonar, facecia, humanista, pasquín. 
o En teatro: comedia del arte, arlequín, arnequín, bufón, trástulo, 
comediante, tramoya. 
o En pintura y artes plásticas: colorido, contrapuesto, esquiciar, esquicio, 
mórbido, urchilla, verdacho, verdetierra, esbelto, esfumar, esgrafiar. 
o En arquitectura: apoyo, balaustre, campanil, cartela, casino, centina, 
cúpula, embasamiento, fachada, filetón, florón, fumarola, imposta, 
planta, zócalo. 
o En música: concierto, sordina, bandola, banqueta, violín, violón, 
cabriola, campanela, gambeta, matachín, pavana, saltarelo. 
o En la vida religiosa: piovano, plebe. 
o En la vida militar: atacar, esguazar, duelo, leva, posta, tropa, 
pasacaballo, farseto. 
o En la vida marítima: magujo, mandarria, góndola, drizar, aduja, 
filarete. 
o En la vida comercial e industrial: balance, canje, cero, contrabando, 
julio, capichola, tabí, tercianela. 
o En la vida social: afretelar, cortejar, chanza, espadachín, hipócrita. 
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o En juegos y recreos: carnaval, cucaña, estafermo, fogata, truco, 
empatar. 
o En plantas y animales: garnacha, pistacho, vitela, hipogrifo, fenice. 
o En geología: pantano, tramontar, fumarola. 
o En la vida privada: serrallo, recamo, botarga, corbata, chancear.
• AMERICANISMOS: 
o Procedentes de la lengua arahuaca: canoa, naboria, cayo, comején, 
iguana. 
o Del arahuaco insular: huracán, sabana, bohío, hamaca, naguas, 
cacique, jíbaro, areito, carey, yuca, batatas, maíz, ají, maní, tuna, 
tabaco, moniato. 
o De la familia lingüística caribe: caribe, piriragua, manatí, caimán, 
colibrí, butaca, loro, mico. 
o Del nahuatl: petate, petaca, papelote, tiza, chocolate, coyote, ocelote, 
tomate, cacao, aguacate. 
o Del maya: henequén, posiblemente cigarro. 
o Del chibcha: chucua, chicha, moque. 
o Del quechua: guaco, guipo, quena, mate, gaucho, china, payador, 
jarana, pampa, puma, cancha, guano, llama, vicuña, alpaca, puma, 
cóndor, papa, chirimoyo, coca, quina. 
o Del aimara: tití, taita, tata, tola, chulpa. 
o Del tupí-guaraní: maraca, catinga, jaguar, tapir, tiburón, yacaré, 
piraña, tapioca. 
o Del araucano: maloca, poncho laucha, calchas.
• Algunos de estos términos se incorporaron a la lengua habitual todavía en el 
siglo XVI, pero otros los vemos introducidos en la literatura del XVII, como: 
o En Cervantes se ven: cacao, caimán, bejuco, huracán, caribe; 
o En Quevedo: tabaco, chocolate, naguas; 
o En Góngora: flechero parahuay, caribazo, mico, tiburón, batatas; 
o En Lope: batatas, cacao, caimán, caribe, mico, naguas, tabaco, tiburón, 
vicuñas, aguacate, piragua, huracán, maíz, guacamayo. 
2. Cambios lingüísticos
Plano fónico
En los siglos XVI y XVII, la llamada época de los Austrias, o Siglo de Oro, suele 
fijarse, para el plano fónico el nacimiento del español moderno. Según Rafael Cano 
(2004), frente a la lengua medieval y a la moderna, el español de los siglos XVI y XVII 
combinaría revolución de las estructuras medievales y estabilización de las surgidas de 
esa revolución.
En primer lugar, las modificaciones que afectan al sistema vocálico se refieren en 
esta época casi sólo a la distribución en el léxico de determinados fonemas, o 
combinaciones. Por otro lado se centran de forma casi exclusiva en la sílaba átona y, 
aunque tales situaciones de variación van disminuyendo, especialmente durante el siglo 
XVII, se dan sobre todo en la lengua escrita, especialmente la literaria. Dicha variación 
puede agruparse en las siguientes categorías:
1. Residuos de la alternancia medieval /ie-/-/i/ en determinadaspalabras: la 
inmensa mayoría de casos de prie(s)sa se concentra en el XVI , pero también 
Covarrubias, en su Tesoro (1611), remite en prisa a priesa, forma bajo la que 
se define la palabra; 
2. Hay alternancia /e/-/i/ y /o/-/u/ átonas, por motivos no sólo fonéticos sino 
también por incompleta fijación de los paradigmas de la raíz verbal en la 
conjugación -ir. Hallamos en el XVII -e- en formas de verbos -ir ante diptongo: 
seguiente o en verbos -ir donde la disimilación de la vocal radical no triunfo al 
final: recebir; 
3. Las variaciones vocálicas en los cultismos siguen produciéndose, aunque varios 
de los casos señalados por Lapesa ya no se documentan, al menos en CORDE 
(envernar, mormorar, sujuzgar, risidir). Sí hay en el siglo XVII algún caso de 
intelegible (disimilación), también notomía (por anatomía: asimilación).
Según Lapesa (1981, 200), durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera del 
XVII se producen cambios en el consonantismo que suponen el paso del sistema 
fonológico medieval al moderno:
1. Continúa la distinción entre los fonemas /b/ oclusivo (escrito b) y /v/ fricativo 
(con grafía u o v); 
2. Se extendió el ensordecimiento de la z, la -s- y la g/j que se confundieron con 
sus sordas correspondientes c/ç, -ss- y x. Santa Teresa escribe tuviese, 
matasen açer, dijera, ejerçiçio, teoloxia; 
3. En las sibilantes dentales se produjeron cambios en la forma y punto de 
articulación: el aflojamiento de las africadas en fricativas, que al ensordecerse 
la sonora, se igualaron en un solo fonema interdental correspondiente a la c, z 
actual; 
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4. La relajación de la d intervocálica, que había comenzado en el siglo XIV se 
propaga en las desinencias verbales -ades > -áis, -ás, -edes > -és, -éis, -ides > 
ís; 
5. Los grupos de consonantes latinos ct, gn, ks, mn, pt, se simplifican en el XVII: 
Alemán afirma que la escritura latina no debe dominar la castellana y así debe 
escribirse y decirse sétimo y rechazarse contradictor, escriptura.
Plano morfológico
La variación de género en los sustantivos no era exactamente la de hoy. Algunas 
soluciones que hoy han desaparecido (o persisten como arcaísmos) están vigentes en el 
siglo XVII: la puente, la estambre, los doce tribus, que aparece en el Quijote.
Los diminutivos más frecuentes eran, por este orden: -illo, -ico e -ito. En el siglo 
XVI el sufijo -ico era forma cortesana, pero en el XVII aumentó el prestigio de -ito e 
-ico ganó rusticidad y evocación dialectal, lo que explica que en el Quijote se use para 
caracterizar el habla rústica.
En el adjetivo era general la vacilación de la apócope de grande, primero, tercero, 
etc. El superlativo -ísimo se generaliza en el siglo XVI, aunque a principios del XVII 
debió de sentirse como forma no patrimonial, porque Cervantes lo aplica a sustantivos 
con fines humorísticos (escuderísimo, dueñísima) y Correas lo califica de no castellano.
A mediados del siglo XVI ya se habían generalizado las formas compuestas de los 
pronombres personales (nosotros, vosotros) frente a las simples: nos, vos. Las 
gramáticas de finales del XVI y del XVII sólo conocen las formas actuales. Respecto de 
las fórmulas de tratamiento, en la competencia lingüística de los hablantes debió de 
haber un sistema algo complejo, porque según Girón Alconchel (2004) recogiendo las 
observaciones de Correas (1626) había una fórmula de respeto: vuestra merced; una 
fórmula para la confianza los inferiores: tú; luego había dos fórmulas intermedias: él, 
ella, para referirse a otro interlocutor presente (al que debía tratarse de vuestra 
merced) y vos, para inferiores, para iguales y -ya como arcaísmo- para el respeto 
reverencial al rey, a Dios, …
En la morfología verbal, destaca la sustitución de las antiguas formas de la primera 
persona del presente de indicativo y todas las del subjuntivo de caer, traer y oír (cayo, 
trayo, oyo) por las formas con infijo velar /-ig-/ : caigo, caiga, etc., a lo largo del siglo 
XVI y primera mitad del XVII. También alternan todavía hemos/habemos (o avemos). 
Hasta el primer cuarto del XVII debió de estar favorecida por la posibilidad del uso 
transitivo de haber, que pedía la forma plena (avemos esperanza), mientras que la 
forma acortada era una manifestación icónica más eficaz de su empleo como auxiliar 
(hemos cantado). En los últimos años del siglo XVII se alcanza la regularidad actual.
En cuanto a los adverbios, demasiado, usado como adjetivo desde el siglo XV, se 
empieza a emplear como adverbio cuantificador del verbo en el siglo XVI y en 
expresiones superlativas en el XVII.
Plano sintáctico
En sintaxis se producen importantes cambios, como la plena gramaticalización que 
se produce entre 1450 y 1630 de la originaria perífrasis haber (o ser) + participio, lo 
cual se manifiesta icónicamente en la pérdida de significado, de variación morfológica y 
de independencia sintáctica que sufren sus constituyentes.
Durante los siglos XVI y XVII, la marcación de los complementos argumentales 
(CD con a, concordancia sintáctica del CI mediante clítico, régimen preposicional del 
verbo) no alcanza todavía el grado de fijación del español moderno, lo que hace que el 
estado de otros fenómenos conexos (leísmo y laísmo, colocación de los clíticos en la 
frase verbal) tampoco sea el actual.
La construcción del régimen preposicional del verbo presentaba también 
variaciones que divergían de la lengua moderna y que se pueden agrupar en tres tipos 
(Cano, 1984, 1999). En el primero alternan el régimen directo (CD) y el preposicional. 
Hay alternancias medievales (matar/matar en) que se resuelven en el Siglo de Oro o 
después (huir algo o alguien / huir de algo o alguien); otras empiezan en esta época 
(contemplar / contemplar en) y se resuelven en el español moderno. Hay soluciones 
más complejas: encontrar en 1686 mantenía el régimen clásico, encontrar con algo o 
alguien, sin que se hubiera alcanzado todavía la situación moderna, en la que se 
distinguen el régimen directo (encontrar algo) y el régimen preposicional asociado al 
uso pronominal (encontrarse con algo). En el tercer tipo se dan alternancias de régimen 
según la naturaleza categorial del complemento (nombre, pronombre, infinitivo u 
oración). Esta variación ha terminado con la elección de un mismo régimen para todos 
los complementos, pero no faltan restos del antiguo camino.
Durante los siglos XVI y XVII se avanza grandemente en el paso del sistema 
medieval de colocación de los pronombres átonos en la frase al sistema moderno, 
aunque no de modo pleno hasta finales del XVIII o incluso el XIX. El sistema moderno 
está regido por un doble principio morfológico y sintáctico: el infinitivo, el gerundio y el 
imperativo seleccionan siempre la enclisis; en cambio, con el resto de las formas 
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verbales la enclisis o la proclisis están determinadas por la posición del verbo en la 
frase.
En las subordinadas sustantivas de verbo conjugado hay que anotar, en primer 
lugar, la generalización de la preposición de delante de la conjugación que en las 
completivas de sustantivo y adjetivo (tengo miedo que venga > tengo miedo de que 
venga), un cambio que se da entre 1550 y 1650, que es uno de los poquísimos cambios 
que pueden caracterizar el período lingüístico que nos ocupa.
Teniendo en cuenta los cambios en la estructura del predicado y la oración 
compleja, podemos apuntar que durante los siglos XVI y XVII (incluido el final de esta 
centuria) la sintaxis estaba siendo sometida a dos grandes procesos que darían lugar, 
más tarde, a la sintaxis moderna. El primero, la marcación de los argumentos de la 
oración y la extensión progresiva del dativo (lo que origina, por un lado, la fijación delrégimen del verbo y la extensión del CD con a, del leísmo y de la duplicación clítica del 
CI; y, por otro, la reducción y pérdida del laísmo). El segundo, la extensión del artículo 
a las completivas y a las oraciones de relativo (lenta difusión del relativo compuesto el 
que). Son dos procesos que conllevan el aumento de la nominalización, de la referencia 
y de la continuidad referencial, como otros que ocurren en el ámbito de la oración 
compuesta y de la organización del discurso. En estos complejos procesos de 
gramaticalización la prosa española se sitúa a las puertas de la misma modernidad 
lingüística, pero sin terminar de entrar en ella (Girón Alconchel, 2003).
En la sintaxis de la oración compuesta destacamos que, dentro de las 
adversativas, el paso del siglo XV al XVI conoció el declive de mas. Frente a ese 
término ambivalente se consolidaron pero para la relación restrictiva y sino para la 
exclusiva. Sin embargo, se documenta un pero exclusivo (no A pero B) a lo largo del 
XVI y XVII, que en la exclusiva enfática va a llegar hasta (No sólo A, pero B), va a 
llegar hasta el XVIII. Las partículas excluyentes más usuales en los siglos XVI y XVII 
son sino y salvo, pero se crean otras nuevas: más de que, amén de, excepto, 
exceptuando, si ya no.
El cambio más importante se produce en las condicionales por la extensión de 
hubiera cantado y hubiese cantado, y por las confluencias de cantare y cantase, por 
una parte, y de cantara y cantase, por otra. De modo que a finales del siglo XVI y 
principios del XVII cantara (ya imperfecto de subjuntivo) sustituye a cantase en la 
hipótesis dudosa (si tuviera o tuviese diese o daría), y la hipótesis de futuro si tuviere 
daré desaparece sustituida únicamente por si tengo daré, mientras que si tuviere daría 
deja su sitio a si tuviese o tuviera daría o diera. 
Los cambios sintácticos señalados afectan a todos los niveles del análisis y 
significan un proceso de regularización y estandarización de la estructura sintáctica que 
acaba, en gran medida, con el polimorfismo y la pluralidad de normas medievales. La 
regularización y estandarización de la sintaxis significan, por otra parte, su 
deslatinización.
Nivel textual
Y mientras la sintaxis intraoracional se deslatinizaba, la sintaxis interoracional y la 
organización del texto, en sus líneas generales, imitaban muy a menudo la construcción 
del período latino (Cano, 1991 y 1992: 197). Hay que señalar dos direcciones por 
donde avanza la evolución de los mecanismos de cohesión textual. En primer lugar, en 
esta época se pasa de una sostenida ilación de cada enunciado y período del texto 
(expresada habitualmente por conjunciones, más que por conectores discursivos) a un 
predominio de la yuxtaposición de esos grandes segmentos textuales. En segundo 
lugar, desde mediados del siglo XVII se desarrolla la hipotaxis de los períodos y 
enunciados, con un crecimiento muy considerable de la causalidad (relevancia de 
oraciones causales, condicionales, concesivas y consecutivas) y de los conectores de 
causalidad y contraargumentación (Pons Borderías y Ruiz Gurillo, 2001). Paralelamente, 
descienden los conectores aditivos, los marcadores no conectores (reformuladores, 
estructuradores de la información y operadores argumentativos), la parataxis 
intraoracional y las estructuras subordinadas en construcciones paratácticas: gerundios 
ilativos, oraciones de relativo continuativas, coordinación consecutiva. En el paso del 
siglo XVI al XVII se incrementa esta evolución, sobre todo en la prosa ensayística, que 
se convierte en modelo para cualquier tipo de expresión elegante, eficaz y moderna.
Conclusiones
La gramática del siglo XVII es una muestra de que el español clásico es un español 
intermedio entre el medieval y el moderno. Pero no acaba en 1650. Lo que hace 
singular a este período son unos cambios (morfológicos y sintácticos) que transforman 
73
la lengua medieval en moderna. Sin embargo, no hay una misma cronología para cada 
uno de estos cambios.
En concreto, el siglo XVII puede dividirse a tal respecto en dos períodos:
1. Hasta 1648: que coincide con el reinado de Felipe II hasta la Paz de Westfalia, o 
desde Lazarillo hasta Gracián; 
2. Desde 1648 hasta 1726, es decir, desde los últimos años del reinado de Felipe 
IV hasta el primer Borbón, o desde Calderón hasta Feijoo.
La evolución interna de la lengua correspondiente a estos períodos puede 
resumirse como sigue: la gramaticalización plena de haber como verbo auxiliar termina 
hacia 1640 y la regularización y estandarización de la sintaxis intraoracional e 
interoracional dan un paso de gigante hacia 1726.
Pero no terminan, porque el proceso de gramaticalización de tiempos verbales, de 
determinación del SN, marcación de las principales funciones oracionales, etc., nos 
muestra cómo se va estabilizando las zonas comprendidas entre el núcleo duro y la 
periferia de la gramática. 
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UNED.
EL ESPAÑOL EN AMÉRICA: DE LA 
CONQUISTA A LA ÉPOCA COLONIAL
74
Carmen Marimón Llorca
1. Introducción: El español de América. Concepto 
y límites.
En palabras de Humberto López Morales (1996: 20) el español es, sobre todo en 
América que es donde se encuentran el 90% de los hablantes, «un mosaico dialectal». 
En efecto, América es un inmenso territorio marcado por la diversidad en el que más de 
300 millones de personas y diecinueve países tiene el español como lengua oficial. En 
muchas ocasiones el idioma está en contacto, bien con otras lenguas pertenecientes a 
culturas precolombinas como ocurre con el quechua en Bolivia, el guaraní en Paraguay, 
o el nahúa -la lengua de los aztecas- en Méjico; o bien con el portugués -con Brasil 
limitan Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay- o con el 
inglés americano, especialmente presente en Méjico por su prolongada frontera y en 
Puerto Rico por su especial estatuto con Estados Unidos -allí el español es lengua 
oficial. También se habla en varios estados de la Unión como Nuevo Méjico, Florida, 
California, Texas o Nueva York.
El español en el mundo
La frase «español de América» hace, pues, referencia, al conjunto de variedades 
dialectalesque se hablan en el continente americano. Algunos autores como José 
Moreno de Alba (1988) prefieren utilizar la expresión «español en América» para hacer 
referencia a la realidad lingüística americana. El cambio de preposición no es baladí y 
supone una clara toma de postura a favor de la unidad global del español como lengua 
que, desde este punto de vista, debería entenderse como un conjunto de variedades 
diatópicas de la misma lengua. Como afirma Manuel Alvar (1996), no hay un español 
de España y un español de América sino una langue y muchos hablantes.
Esta idea de español en América vincula, además, definitivamente, y sitúa al 
español de América como una parte indisociable de la Historia del español. Como afirma 
Rivarola (2004: 799), América aporta un nuevo espacio geográfico y mental para una 
lengua aún en formación y este hecho es inseparable de la evolución histórica de la 
Lengua española como conjunto en su unidad y en su productiva diversidad. Sin 
embargo, esta convicción en la unidad de la lengua no siempre estuvo tan clara. Desde 
el mismo momento de la independencia de las colonias y el establecimiento de las 
nuevas nacionalidades -1810-20-, lingüistas e intelectuales de una y otra parte del 
Atlántico se cuestionaron el futuro del español y de su unidad. La comparación entre el 
español y el latín resultó inevitable y desembocó en una polémica entre los que 
vaticinaban una futura disgregación del español -Cuervo fue uno de sus más acérrimos 
defensores- en diversas lenguas y los que preveían una tendencia cada vez más fuerte 
a la unificación del idioma -como hizo Varela-. Sin entrar en una polémica ampliamente 
superada, diremos que Menéndez Pidal, en «La unidad del idioma», (1944), dio una 
respuesta verdaderamente lingüística a las teorías de Cuervo al mostrar que la lengua 
no es un organismo vivo sino un hecho social y que los procesos históricos de latín y 
lenguas romances resultan muy diferentes en la mayoría de sus extremos.
Desde entonces, aunque es evidente la tendencia a afirmar la unidad lingüística y 
cultural que se da a ambos lados del Atlántico, la mayoría de los lingüistas son 
conscientes del riesgo latente que existe de que se agudicen las diferencias. Humberto 
López Morales (1996: 19-20) por ejemplo, ha señalado algunos factores de índole 
lingüístico y no lingüístico que, desde el inicio mismo de la conquista, propician esa 
tendencia a la diferenciación como:
a. el diverso origen dialectal de los colonizadores 
b. la diversidad de lenguas aborígenes 
c. el aislamiento de los núcleos fundacionales 
d. la ausencia de políticas lingüísticas niveladoras
La referencia que este autor realiza al momento mismo de la conquista (a) y las 
etapas posteriores de convivencia con las lenguas indígenas (b) y de creación de los 
virreinatos, germen de los futuros estados (c), pone en primer plano la importancia de 
los primeros años de la colonización para determinar las características el español de 
América. En efecto, si los estudios sobre la situación actual de la lengua (d) son 
imprescindibles para entender la fisonomía del idioma, no es menos cierto que la 
75
investigación sobre los orígenes y el proceso de conformación del español en América 
ha sido enormemente esclarecedora y ha contribuido a establecer las bases lingüísticas 
y sociales sobre las que se fue conformado el conjunto de variedades dialectales que 
componen en la actualidad lo que denominamos el español de América. 
Así pues, lo que venimos a denominar época colonial -entendida como el amplio 
período que comprende desde el momento mismo de la conquista, en 1492, hasta 
finales del siglo XVIII-, puede considerarse como una etapa fundamental en la 
evolución del idioma y muy explicativa de su situación presente. En ella convergen, 
como vamos a ver, la evolución, selección y consolidación de las tendencias 
fonológicas, morfológicas y léxicas ya iniciadas en el español peninsular, con la 
indiscutible novedad que supone la implantación de una lengua en un espacio enorme y 
desconocido, el contacto con las lenguas indígenas y la conformación de una sociedad 
en busca de sus propios referentes lingüísticos y sociales.
Francisco Pizarro. Museo de América. Madrid
En los siguientes apartados vamos a centrarnos en tres aspectos: el origen 
regional y social de los colonos españoles con el fin de saber qué variedad regional del 
español fue la predominante en los años iniciales y hasta qué punto dejó su impronta 
en la lengua esta información nos dará una idea sobre la variación diastrática que ha 
sido frecuentemente tenidas en cuenta a la hora de calificar al español de América en 
sus inicios como vulgar o arcaizante; luego nos ocuparemos de la formación del español 
de América con especial atención al estado de la lengua en el momento de la conquista 
y, en particular, al andalucismo, rasgo considerado esencial para entender la 
conformación dialectal de América. No podemos dejar de dedicar un apartado especial a 
la influencia de las lenguas indígenas que, aunque discutida por lo que se refiere su 
calado -fue un fenómeno de adstrato o de superestrato, funcionó o no como una 
interlengua- resulta imprescindible para explicar la peculiaridad de ciertas franjas 
dialectales, como las tierras altas andinas. Terminaremos con una referencia a la 
zonificación dialectal del español en América que, aunque no exenta de polémica sobre 
los criterios y los límites, a finales del siglo XVIII puede considerarse definitivamente 
establecida. 
2. Los orígenes del español en América. La 
colonización y los colonos
A la hora de abordar el estudio del español en América durante la época colonial 
importa, desde luego, saber qué español es el que llegó a América, si era una lengua 
unitaria y cómo evolucionó en el nuevo territorio pero, en la medida en que la lengua es 
inseparable de los individuos que la hablan y de sus circunstancias sociales y culturales, 
importan -y mucho- otros datos determinantes que tienen que ver con la procedencia 
social de los colonos, su origen regional, su número, sus ocupaciones, su distribución 
territorial o su nivel cultural. Este conjunto de variables lingüísticas y sociales, junto con 
el análisis de fuentes documentales escritas de carácter público y privado, es lo que se 
maneja hoy en día para el estudio de la evolución del español en América. 
2.1. Quiénes hicieron la conquista
Como se ha repetido en tantas ocasiones, la colonización fue planificada en Castilla 
y gestionada en Andalucía con la colaboración de las Canarias. Según los trabajos de 
Boyd-Bowman sobre el censo de colonos, entre 1492 y 1580, el 35,8% eran andaluces, 
el 16,9% eran extremeños, el 14,8%, castellanos y el 22,5% restante de diversa 
procedencia. En términos lingüísticos esto significa que el 52,7% de los colonizadores 
tenían como propias variedades meridionales de la lengua, con claro predominio de la 
andaluza.
76
1556, Julio 14. Valladolid Real provisión en la que se aprueban las ordenanzas del Consulado de 
Mercaderes de Sevilla. Archivo General de Indias
A este dato se une el hecho de que las tripulaciones de los barcos eran 
mayoritariamente andaluzas, que los inmigrantes pasaban un año en Sevilla a la espera 
de la documentación para embarcar y que luego se establecían en zonas relativamente 
aisladas unas de otras, predominantemente costeras, en las que convivían, además, 
con los colonos de origen castellano. A este respecto hay que recordar que, en el siglo 
XVII la diversidad de los dialectos peninsulares era verdaderamente grande pero entre 
el castellano y el andaluz había pocas diferencias a excepción del seseo yde la 
reducción de las consonantes finales, por lo que fue la conjunción de estas dos 
variedades dialectales -con claro predominio del andaluz- habladas por el 67,5% de los 
colonos el que puede considerarse como factor nivelador del español de América desde 
sus orígenes.
En cuanto al origen social de los colonos, Lipski (1996: 54-56) afirma que, 
mayoritariamente, la población que emigró a América estaba formada por un conjunto 
heterogéneo que podría calificarse de clases medias urbanas. A este grupo pertenecían 
los segundones de las familias nobles, los artesanos expulsados, las familias 
desposeídas de sus bienes además de algunos reos a los que se les conmutaban las 
penas. Apenas sabían leer y escribir y, una vez establecidos, se limaban las diferencias 
pues se ganaban la vida como marineros, pequeños propietarios, artesanos, 
empresarios, etc. Hablaban un español poco rústico -los campesinos tuvieron muy poca 
ocasión de viajar- que fácilmente absorbía los cambios niveladores pero que, al mismo 
tiempo, se hacía arcaizante en las zonas más aisladas de los núcleos de poder e 
irradiación lingüística. 
Lienzo Tlaxcala. Museo de América. Madrid
77
3. La formación del español de América
Todos estos datos demográficos que acabamos de señalar han venido a confirmar 
la importancia de la contribución andaluza al español de América y de los procesos de 
nivelación lingüística que tuvieron lugar desde los primeros momentos de la conquista. 
Aunque, como ha mostrado Frago (1999 y 2003), es posible encontrar en América 
rasgos de todos los dialectos peninsulares -castellanos viejos, leoneses, riojanos, 
navarros, aragoneses, emigrados de Castilla la Nueva, extremeños- e, incluso, del 
catalán y del vasco, no cabe hoy ninguna duda sobre las consecuencias lingüísticas que 
el peso demográfico de la emigración de las zonas meridionales de la península y, en 
particular, de Andalucía, tuvo en la formación del español de América.
Sin embargo, una vez resituada la lengua -y sus hablantes- en un nuevo mundo, 
otros elementos empezarán a formar parte del proceso de conformación de la variedad 
lingüística americana; en particular habría que señalar dos de muy distinta naturaleza: 
En primer lugar hay que tener en cuenta las consecuencias del contacto con las lenguas 
indígenas y, unos años más tarde, con las africanas. Aunque se ha discutido mucho 
sobre su verdadera influencia, es innegable hoy en día y para determinadas zonas 
dialectales, la influencia léxica y fonética de dichas lenguas. Además y, en estrecha 
relación con el anterior, está el fenómeno de los llamados americanismos léxicos que 
tiene que ver tanto con la asimilación del vocabulario indígena como con las 
transformaciones en el significado que sufrieron palabras del español al contacto con la 
nueva realidad americana. A estos dos fenómenos hay que añadir, en segundo lugar, el 
proceso de nivelación dialectal que, a mediados del siglo XVII, probablemente ya había 
tenido lugar y que daría al español en América buena parte de ya de su peculiaridad 
lingüística en todos los niveles. Es lo que Frago (2003:23) ha denominado la 
criollización lingüística que no es sino la consecuencia de la asimilación general y la 
asunción como propia e identificable de la variedad del español hablado en América 
como propia.
3.1. El andalucismo del español en América.
Desde el punto de vista lingüístico, el andalucismo se sostiene, fundamentalmente, 
sobre rasgos fonéticos -muchos de ellos no exclusivos del andaluz sino comunes a los 
dialectos meridionales- y léxicos, con la incorporación de muchas voces dialectales al 
acervo común. Un rasgo morfosintáctico más tardío, el uso generalizado de «ustedes» 
está también vinculado a la impronta sevillana del español en América. 
3.1.1. La fonética
Los principales fenómenos fonéticos que ponen en evidencia el andalucismo del 
español de América son, en primer lugar, el seseo y las distintas realizaciones del 
fonema velar /X/. Aunque se trata de fenómenos considerados caracterizadores del 
español en América, no hay que olvidar que estamos hablando de cambios 
panhispánicos que tuvieron lugar durante el primer siglo de la colonización, en una 
lengua -el español- en pleno proceso de cambio y estabilización fonética y que hasta el 
siglo XVII, el español en América fue adaptando y asimilando los cambios procedentes 
de la península. 
El primer rasgo caracterizador está en estrecha relación con un fenómeno clave 
para la fonética del español que tuvo lugar a finales del siglo XVI: la reducción de 
sibilantes. Si en la mayor parte de la península los fonemas /s/ /z/ -grafías ss y s 
respectivamente- daban lugar a la actual /s/ sorda, mientras que /ts/ y /ds/ -ç y z- se 
redujeron a /q/ -c, z, actuales- en Andalucía y en América la solución para los cuatro 
fonemas fue /s/ mayoritariamente dando lugar al fenómeno denominado seseo. Sin 
embargo, como afirma Candfield (1962), no se trata de un fenómeno uniforme. Este 
autor distinguió cuatro variantes de entre las cuales, la apicoalveolar castellana era la 
menos frecuente mientras que la dorsoalveolar andaluza era la más habitual. 
En cuanto a la evolución del fonema velar /X/, hay que señalar que el proceso de 
ensordecimiento de las fricativas en la península comenzó en el siglo XV de manera que 
los fonemas /š/ y /ž/, representados por las grafías x y g/j, respectivamente, hacia 
mitad del siglo XVI se realizaban como /X/. Sin embargo, en Andalucía y en América se 
va a producir un relajamiento en la pronunciación de este fonema dando lugar al 
fenómeno de la aspiración tan característico de buena parte de Andalucía y Canarias y 
América - [hente], [habón] .
Por otra parte, la aspiración de la velar vendrá a coincidir con otro fenómeno de 
origen meridional, el mantenimiento de la /h/ aspirada procedente de /f/ inicial latina 
que, en el siglo XVI en el resto de la península, ya de forma casi general, había dado 
como resultado Ø. Esto dará lugar a pronunciaciones del tipo [kahé] o [hamilia] en 
lugar de café o familia en las hablas colombianas (Vaquero, 1996: 43).
Si bien estos dos rasgos pueden considerarse como definidores de las variantes 
americana y andaluza, podemos señalar otro conjunto de rasgos fonéticos generales a 
todas las hablas meridionales -cuyo peso fundamental es el andaluz- y que se 
encuentran también en el español de América desde sus orígenes (Utrilla, 1992: 85-
111) :
78
• alteraciones de la /s/ en posición implosiva que dan lugar a aspiración - [loh 
colore]-, pérdida y asimilación consonántica -[la xayinas] por las gallinas- y 
alteraciones en la consonante siguiente -[demmonte] por desmonte-. 
• Deslateralización de la /ll/ cuya principal consecuencia es el fenómeno del 
yeísmo -con lo que se neutralizan las oposiciones pollo/poyo, valla/vaya-, pero 
también la pérdida -[eos] en lugar de ellos- y el rehilamiento -[požo] fenómeno 
típico de Argentina y Uruguay-. 
• Relajación de /r/ /l/ en posición implosiva lo que da lugar a fenómenos de 
asimilación -[pokke] en lugar de porqué-, aspiración -[buhla] por burla-, 
nasalización -[vingen], por virgen-, pérdida -[comprá] por comprar-, e 
igualación -[asucal] en lugar de azúcar. 
• Relajación y pérdida de la /d/ intervocálica.
3.1.2. El léxico
En cuanto al léxico hay que señalar que la supremacía demográfica andaluza se 
manifestó en otros niveles lingüísticos como el léxico del que se han señalado las 
numerosas coincidencias entre el andaluz y el americano. Vocablos de origen regional 
andaluz como alfajor, barcina, búcaro, chinchorro, estancia, habichuela, maceta, 
candela o rancho forman parte del léxico patrimonial americano dándoseel caso, como 
señala Frago, de palabras como maceta cuyo uso frente a tiesto se generalizó en 
América antes que en España.
Al vocabulario estrictamente andaluz habría que añadir en esta etapa inicial lo que 
se ha denominado «marinerismos léxicos» y que tiene que ver con el hecho de que se 
hayan incorporado al español de América voces procedentes del léxico marinero más 
allá de su uso especializado. Señala María Vaquero, por ejemplo, los casos de flete con 
el significado de «pago de cualquier transporte», aparejo como «conjunto de cosas», 
guindar como «colgar», amarrar en lugar de «atar» o botar preferido a «tirar». La 
presencia abrumadora de andaluces y canarios entre las tripulaciones de los barcos y la 
importancia misma del mar en el desarrollo de América son los factores que se señalan 
como determinantes del marinerismo léxico en América.
3.1.3. La morfosintaxis
Si hay un rasgo dialectal, además de los ya explicados, caracterizador del español 
americano y vinculado también a las variedades meridionales de la lengua, este es el 
uso de «ustedes» como forma única para el plural de la segunda persona. Aunque no se 
puede decir que este fenómeno se desarrollara plenamente en la época de los orígenes 
y formación, parece que, al final de la época virreinal, estaba completamente 
consolidado (Rivarola, 2004: 806) como parecen atestiguar los textos de las proclamas 
independentistas. La preferencia por el «ustedes» tiene origen sociolingüístico y está 
relacionado con el desprestigio, en el siglo XVI, de la forma «vos» y su sustitución por 
«vuestra merced», antecedente del actual «usted». Para el plural, la norma madrileña 
mantuvo los dos grados de deferencia -vosotros, ustedes-, la norma sevillana prefirió y 
generalizó el segundo -ustedes-, pero sin abandonar del todo el primero; en América se 
extremó la norma sevillana y se consolidó la forma «ustedes», «con la cual era posible 
evitar traspiés ligados a la cortesía» (Rivarola, 2004: 806).
En cuanto al singular, la consecuencia más trascendente de este reajuste 
pronominal fue el «voseo». En realidad, la forma «vos», al igual que en la península, 
desapareció a favor del «tú» de las regiones virreinales, como México o Perú, de Cuba y 
Puerto Rico, muy vinculadas a la metrópoli y, en general, de todos los lugares donde se 
mantenía una vida urbana y alto nivel de enseñanza. Sin embargo, como señala 
Lapesa, en otras zonas de América central sin corte virreinal -Chile, Río de la Plata, 
Llanos de Colombia y Venezuela, la sierra de Ecuador- se mantuvo la forma «vos» 
(Lapesa, 1970: 153). La consecuencia más importante para el sistema lingüístico del 
español será el reajuste de las terminaciones de personal de la conjugación verbal. En 
general se distinguen tres tipos de voseo (Salategui, 1997:46, Vaquero, 1996: 23):
a. pronominal-verbal: vos cantás, tenés, partís 
b. sólo pronominal: vos cantas, tienes, partes 
c. sólo verbal: tú cantás, tenés, partís
Precisamente la distribución del voseo ha sido para algunos autores uno de los 
criterios clave para establecer una zonificación dialectal en el español de América.
79
3.2. El elemento indígena y africano en la conformación del 
español de América
No hay duda de la influencia del vocabulario de los pobladores indígenas de 
América en el momento de la conquista: barbacoa, butaca, cacique, caimán, caoba, 
hamaca, huracán, loro, maíz, maní, piragua, sabana, tabaco, entre otros muchos, son 
voces antillanas -arahuco-taínas- que se incorporaron en los años inmediatamente 
posteriores a la conquista y que hoy son forman parte del léxico panhispánico. 
Conforme fue avanzando la ocupación del territorio y, por tanto, el contacto con 
distintos pueblos, lenguas y espacios, nuevo vocabulario se fue incorporando al español 
en América.
Figura de cacique. Museo de América. Madrid
Es el caso de los indigenismos nahúas aguacate, cacahuete, cacao, chicle, tiza, 
petaca, tomate, entre otros o los del quechua como cancha, coca, cóndor, llama, mate, 
pampa o vicuña. (Vaquero, 1996: 44-47). De la progresiva incorporación de este nuevo 
léxico dan cuenta los Diarios, como los de Colón 
-http://www.cervantesvirtual.com/portal/colon/- y las Crónicas de Indias.
Gramática quechua (1560) de Fray Domingo de Santo Tomás
Sin embargo, más allá del vocabulario no está claro ni hay acuerdo sobre las 
dimensiones de la contribución indígena en el español de América. Para que se de 
influencia de una lengua sobre otra no es suficiente ni la superioridad numérica ni la 
asunción de cierto caudal léxico, pues en ninguno de los casos se produce la interacción 
que hace posible la influencia en el contacto entre lenguas. La situación de desigualdad, 
la superioridad jerárquica de los conquistadores y las guerras que dieron lugar a la 
desaparición de pueblos enteros no son factores favorecedores del contacto lingüístico. 
Pero por otra parte, sin embargo, la necesidad de comunicarse con los pobladores de 
América hizo que, como parte de la misión evangelizadora y castellanizadora que el 
gobierno español delegó en la Iglesia, se ordenara a los misioneros aprender las 
lenguas indígenas. De ahí la creación de tempranos vocabularios, diccionarios y 
catecismos en lenguas indígenas como el Lexicón o vocabulario de la lengua general del 
Perú y la Gramática quechua (1560) de Fray Domingo de Santo Tomás, el Arte de la 
lengua castellana y mexicana (1571) http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?
Ref=13906 y la Gramática náhuatl (1571) de Fray Alonso de Molina y la Gramática 
chibcha (1610) de Fray Bernardo de Lugo o en el Confesionario breve en lengua 
mexicana y castellana, de 1585, http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?
Ref=13909, consecuencia directa del III Concilio de Lima (1583) en el que se decidió 
que los indios aprendieran el catecismo y las oraciones en su idioma y no en latín ni en 
castellano.
80
Confesionario breve en lengua mexicana y castellana, de 1585
En la actualidad se habla de la posibilidad de que, durante un largo período, 
existiera una interlengua en la que los patrones nativos se superponían al español pero 
que ni salió del grupo, ni dejó huella en el español como lengua materna. La 
interlengua funciona como un pidgin o lengua de supervivencia que nadie tiene como 
lengua materna. Para que las variedades indígenas penetraran en el español tuvo que 
darse un cambio sociolingüístico y demográfico que permitiera el verdadero intercambio 
entre hablantes y los prestigiara socialmente. Se señalan como acontecimientos 
favorecedores los nacionalismos, la revolución en Cuba y en otros países de 
Centroamérica o la presencia de mujeres indígenas de habla guaraní en el cuidado de 
bebés y en el trabajo doméstico en países como Paraguay. 
De todas las lenguas indígenas, las que ha tenido mayor influencia y penetración 
en el castellano son el guaraní, el nahúa, el maya, el quechua y el aimara.
Del guaraní -Paraguay Norte y Oeste de Argentina y Oeste de Bolivia- parece que 
procede la oclusión glotal entre palabras si la segunda empieza por vocal; al nahúa 
(lengua de los aztecas) se atribuye la resistencia a la pérdida de -s final en México. Las 
tierras altas andinas (Perú, Ecuador, Sur de Colombia, Bolivia, Oeste de Argentina y 
Norte de Chile), habitadas por los incas, estuvieron influidas lingüísticamente por el 
quechua y el aimara. Los rasgos caracterizadores son: no reducción de la s, reducción 
de las vocales átonas, presencia de una /r/ sibilante a final de sílaba, pronunciación 
cuasi africada de /tr/, conservación de /ll/, reducción de un sistema de tres vocales.
Escena de mestizaje. Museo de América. Madrid
3.2.1. El elementoafricano
La llegada masiva de esclavos africanos a las costas Americanas -especialmente en 
las zonas del Caribe y de la Costa Oeste- dio lugar durante un tiempo a la existencia de 
un afroespañol, la lengua bozal que despareció completamente. Sin embargo, ya en el 
siglo XVI y sobre todo en el XVII se pueden encontrar en la literatura villancicos, 
canciones y representaciones teatrales en las que se imitaba un habla afrohispánica. 
Como en el siguiente fragmento de un tipo de composición llamada «negrito» de Sor 
Juan Inés de la Cruz: Ver http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/sorjuana.
81
Ah, ah, ah,
que la reina se nos va!
¡Uh, uh, uh,
que non blanca como tú
nin Pañó, que no sa buena,
que eya dici: So molena,
con las sole que mirá!
1. Cantemo, Pilico, 
que se va las reina,
y dalemu turo
una noche buena.
2. Yguale yolale, 
Flacico, de pena,
que nos deja ascula
a turo las negla. 
El hecho de que fueran los portugueses los que se encargaran de la trata de 
esclavos es la razón de que sea el portugués la base del Palenquero y el Papiamento, 
dos criollos afroibéricos hablados en Aruba, Donaire y Curaçao, el primero, y en 
Palenque de San Basilio, Colombia, el segundo.
3.3. La criollización lingüística
En opinión de Frago (2003: 25), a finales del siglo XVII el español de América ya 
estaba formado a partir de una base fonética meridional, la asunción de indigenismos y 
americanismos léxicos y un claro apego a la tradición gramatical. Es lo que este autor 
denomina la criollización lingüística y que define como «proceso de formación y de 
expansión social de una modalidad de español propia de los criollos americanos, es 
decir, de los hispanohablantes nacidos en la tierra que, en su inmensa mayoría, eran 
descendientes de españoles» (Frago, 2003:23). La doble tensión de no perder el 
contacto con la península y asimilar todas las novedades, por una parte, pero, por otra, 
la necesidad de la nueva sociedad americana de identificarse con su propio espacio 
social y lingüístico, unido al esfuerzo de los nuevos colonos por asimilarse a la sociedad 
indiana, son las fuerzas que acaban conformando, en esta larga etapa inicial, los que 
serán los rasgos definitorios del complejo dialectal que es aún hoy el español en 
América.
4. Los dialectos del español de América
Aunque no es este un tema que afecte directamente a la época colonial de la que 
nos ocupamos aquí, lo cierto es que para muchos investigadores, el origen de la 
diversidad dialectal del territorio americano y uno de los criterios para el 
establecimiento de zonas diferenciadas tiene mucho que ver con la etapa colonial, en 
particular, con el origen social y lingüístico de los colonos, con las zonas de 
asentamiento, la cronología de dichos asentamientos y la posterior mayor o menor 
contacto con la metrópoli, con la división inicial del territorio en virreinatos y con la 
presencia mayor o menor de población indígena, entre otros. Para Henríquez Ureña 
(1921), por ejemplo, es determinante el papel de los sustratos indígenas lo que le lleva 
a dividir el continente en cinco zonas influidas respectivamente por el nahúa, el 
caraibe/araucano, el quechua, el mapuche y el guaraní. Rona (1964), por su parte hizo 
grandes objeciones a esta división, entre ellas que olvidaba la presencia de otras 
lenguas y que olvidaba también que éstas no actuaron sobre una única variedad del 
español, sino sobre variedades ya diferenciadas. Menéndez Pidal (1962) propuso otra 
zonificación mucho más amplia en tierras altas, del interior, con menos influjo andaluz y 
tierras bajas, costeras, más andalucistas. Las clasificaciones basadas en rasgos 
lingüísticos -fonéticos principalmente, pero también morfosintácticos y léxicos- tienen 
su máximo exponente en las de Rona (1964) y Resnick (1975). El primero distingue 12 
zonas mientras que al segundo, a partir de ocho rasgos fonéticos acaba señalando 256 
combinaciones. Zamora Munné (1979) distingue nueve zonas a partir de tres rasgos, 
voseo, pronunciación de la /x/ y de la /s/. Cahuzac (1980) se basó para su propuesta 
en los términos utilizados para designar a los habitantes rurales y coincidió casi 
completamente con la división de Henríquez Ureña. Otras clasificaciones, como la de 
Canfield (1962), basada en la cronología relativa de los asentamientos, o la de Moreno 
Alba (2001), mucho más reciente basada en sus propias encuestas, divide el territorio a 
partir del léxico estándar de las capitales del continente. Finalmente, la clasificación por 
países no parece el criterio más adecuado debido a que países grandes como México, 
constituyen una única zona y otros mucho más pequeños, como El Salvador, tiene islas 
dialectales (ver al respecto las síntesis de Alba, 1992, Lipski 1994, Frago 1999).
82
Como orientación presentamos la división que realiza Manuel Alvar en su Manual 
de dialectología hispánica. El español de América (1996). Por un lado diferencia Las 
Antillas, que incluye Antillas y el Papiamiento, y el continente. Este último queda 
dividido en lasa siguientes zonas: México, Los Estados Unidos, América central, 
Venezuela, Colombia, El Palenquero, Perú, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Argentina-
Uruguay y Chile.
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83
HACIA LA NORMA DEL ESPAÑOL MODERNO. 
LA LABOR REGULADORA DE LA REAL 
ACADEMIA ESPAÑOLA
Dolores Azorín Fernández
1. Introducción
Por lo que se refiere al marco político y sociocultural, el siglo XVIII traerá consigo 
importantes transformaciones. Una de ellas es el cambio dinástico: después de la 
muertesin descendencia de Carlos II, tras la Guerra de Sucesión, accede al trono Felipe 
de Anjou, nieto de Luis XIV, que reinará como Felipe V. Con él se inaugura la dinastía 
de Borbón que introducirá en el país una forma de gobernar marcadamente 
centralizadora. España intenta abrirse a las corrientes de progreso y modernización que 
llegan de Europa, de Francia especialmente; y, aunque los avances se hicieron patentes 
en todos los órdenes de la vida social y cultural de la nación, el sentimiento de 
decadencia ante la definitiva pérdida de la importancia de España en el nuevo orden 
europeo surgido de la paz de Utrecht, impregna el discurrir de esta centuria.
No obstante, de forma paralela a la asunción de la decadencia de España como 
potencia mundial, va tomando cuerpo una corriente de pensamiento que cree posible la 
regeneración del país. La lucha contra el oscurantismo y la ignorancia, verdaderas 
lacras de la sociedad española de principios de siglo, será el principal objetivo de 
nuestros ilustrados, desde la labor pionera del padre Feijóo pasando por el ideario 
reformista de figuras como Campomanes o Jovellanos, la educación va a ser 
considerada como la piedra angular del progreso; la educación y la difusión del saber, 
sobre todo, de los saberes que tienen como fin último contribuir al fomento de la 
riqueza de la nación y a la mejora de su tejido productivo. Por consiguiente, las ciencias 
útiles se verán impulsadas por el Estado y desde instituciones patrióticas como las 
Sociedades Económicas de Amigos del País o las Juntas de Comercio, que no solo se 
preocuparon de difundir el conocimiento a través de la publicación y traducción de 
obras de contenido técnico, sino también de la creación de escuelas para la educación 
primaria y de centros de formación profesional para la juventud: el Instituto Asturiano, 
patrocinado por Jovellanos, constituye un ejemplo señero de lo que debían de ser estos 
establecimientos educativos.
84
2. Enseñar y deleitar: literatura y erudición
En el campo de las bellas artes, el influjo centralizador ejercido por la Real 
Academia de San Fernando hará que se extiendan por todo el país los estilos 
arquitectónicos y las tendencias y modas que imperan en la corte. El neoclasicismo va 
ganando terreno, aunque los estilos locales no desaparecen por completo del panorama 
nacional.
La tendencia a la uniformidad, auspiciada desde el poder central, alcanza también 
a la lengua y a sus manifestaciones literarias. En el proceso de regulación del idioma va 
a ejercer un papel determinante la Real Academia Española, cuya labor se extenderá 
también a velar por la pureza del estilo, según las directrices de sobriedad, precisión y 
claridad que afectan sobre todo al cultivo de la prosa. A partir de la publicación de la 
Poética de Luzán (1737), la preceptiva neoclásica se abrirá camino en todos los 
géneros, si bien el peso de la tradición literaria de los Siglos de Oro, continúa estando 
presente. Los preceptos aristotélicos y horacianos, tamizados por el clasicismo francés, 
se imponen también en el teatro y en la poesía. Se acatan las tres unidades (acción, 
tiempo y lugar) para las piezas dramáticas y en la poesía la expresión solemne y 
desembarazada del artificio excesivo del verso de la escuela gongorina. En todos los 
géneros se tiende, siguiendo a Horacio, a hacer compatibles el entretenimiento y la 
utilidad. El «enseñar deleitando» se convierte en divisa de los literatos de este siglo, 
imbuidos del espíritu didáctico que caracteriza a la corriente ilustrada que lo atraviesa. 
El Siglo de las luces será también, en consecuencia, el siglo de la erudición. En 
este periodo se gesta un importante corpus de estudios que versan, entre otros 
tenores, sobre la lengua y la literatura castellanas. Quizás una de las figuras más 
representativas de esta corriente erudita sea Gregorio Mayáns, polígrafo infatigable, 
que dedicó buena parte de su producción a la recopilación y al estudio crítico de nuestra 
tradición literaria y filológica, continuando, en este sentido, la labor iniciada en el siglo 
anterior por otros estudiosos como Nicolás Antonio. Entre sus obras destaca Orígenes 
de la lengua española (1737), donde se edita por primera vez el Diálogo de la lengua 
de Juan de Valdés, junto a textos señeros de la historia de la filología española, 
pertenecientes a Nebrija, Villena, Aldrete, etc. o su Retórica (1757) donde logró reunir 
una importante antología de la prosa castellana. En la misma línea que Mayáns, en 
busca de modelos de buen estilo, años más tarde, Antonio Capmany publica su Teatro 
historicocrítico de la elocuencia (1786-1794) y vuelve de nuevo sobre la historia del 
español con Del origen y formación de la lengua castellana (1786). Al interés por la 
recuperación de los monumentos literarios de nuestra lengua se debe también la 
Colección de poesías anteriores al siglo XV (1779) de Tomás Antonio Sánchez, que 
recoge por primera vez obras tan significativas como el Cantar de Mio Cid o el 
Alexandre.
3. Hacia la norma del español moderno
Con el siglo XVIII concluyen los grandes procesos históricos constitutivos de la 
lengua española y entramos en el español moderno, en una lengua que ha alcanzado su 
estabilidad. Estabilidad en lo que se refiere a su difusión geográfica, ya que el español 
no ha adquirido nuevos territorios para su expansión y sí ha consolidado su 
asentamiento en los que ya poseía, especialmente en el continente americano. 
Estabilidad interna también, pues la estructura de la lengua no ha variado desde 
entonces: ni en el plano fónico ni en el morfosintáctico. Tampoco el vocabulario básico 
ha sufrido grandes cambios, salvo los que se han producido en el llamado «léxico de 
civilización» y en el de especialidad que, como era lógico esperar, han aumentado 
considerablemente. 
Durante el periodo áureo, camino de convertirse en lengua común, el idioma había 
adquirido un alto grado de fijeza. Sin embargo, como afirma Lapesa (1980: 419): «los 
preceptos gramaticales habían tenido escasa influencia reguladora». Con la llegada del 
siglo XVIII, la situación va a cambiar de manera significativa. Así, junto al peso de la 
literatura anterior que va perfilando un modelo de prestigio para la expresión escrita, el 
espíritu racionalista que caracteriza a este periodo proveerá los instrumentos necesarios 
para que se lleve a cabo el proceso de estabilización «emprendido por la lengua literaria 
desde Alfonso el Sabio» (Ibid.).
La fundación de la Real Academia en 1713 supone el primer paso en firme en esa 
dirección que pronto daría su fruto con la salida a la luz del Diccionario de Autoridades 
(1726-1739), uno de los mejores representantes del género monolingüe de su época, el 
primer y más firme puntal de que dispondría la Academia para cimentar su futura labor 
reguladora.
No es casual que la primera tarea que se impone la RAE sea la de redactar un 
diccionario de la lengua española, copioso y exacto. La empresa del diccionario, 
comparada con las otras dos obras normativas del periodo fundacional: la ortografía y 
la gramática era, sin duda, más costosa en tiempo y en recursos materiales y humanos, 
pero también era el mejor procedimiento para que «se viesse la grandeza y poder de la 
Lengua, la hermosura y fecundidad de sus voces, y que ninguna otra la excede en 
elegancia, phrases y pureza», como manifiestan los académicos al comienzo del 
«Prólogo» de Autoridades. 
Aunque la necesidad de elaborar el diccionario constituye el impulso inicial para la 
fundación de la Academia, sería ingenuo no pensar que tras ello se esconden razones 
de mayor calado filológico ysociocultural. Así, se ha dicho la Academia Española se 
85
fundó para luchar contra las aberraciones del Barroco tardío y para frenar la 
desintegración del idioma provocada por la entrada masiva de galicismos, pero 
siguiendo la opinión de Lázaro Carreter (1980), para los fundadores de la Academia, el 
móvil inmediato fue el impulso patriótico de restablecer el honor nacional, exhibiendo la 
belleza, perfección y abundancia de la lengua castellana, a través del instrumento que 
consideraron más idóneo. El diccionario fue, pues, ese «inventario fidedigno, como el 
que ya tenían otros idiomas» capaz de «restablecer el prestigio exterior del castellano».
La decisión de constituirse en academia del pequeño grupo de eruditos que 
acudían a la tertulia del que fue su primer director, D. Juan Manuel Fernández Pacheco, 
Marqués de Villena, hay que relacionarla, también, con el clima de renovación 
intelectual que había empezado a fraguarse en España a finales del siglo XVII. La 
Academia surgiría, pues, en este contexto asumiendo, además, la herencia de toda una 
serie de tradiciones filológicas que tienen como meta el cuidado del idioma. Para D. 
Fries (1989), las más significativas de estas tradiciones eran:
• La idea de que las lenguas se desarrollan de manera semejante a los 
organismos vivos. 
• La idea, asociada a la anterior, de poder estabilizar la lengua materna 
(siguiendo el modelo de las lenguas clásicas) en el punto considerado 
culminante de su desarrollo mediante una codificación, para poder perpetuarla 
de este modo por encima de toda posible degeneración. 
• La tradición de la «competición lingüística internacional». 
• La tradición de un cuidado de la lengua institucionalizado.
De todas estas tradiciones, la más persistente, sin duda, es la idea de que las 
lenguas, al alcanzar su plenitud, deben ser fijadas para detener su inevitable 
decadencia y extinción. De manera que, todo el programa de actuaciones que la 
Academia Española prevé, en esta primera etapa, obedece a la poderosa motivación de 
conservar la lengua en el estado de esplendor de que goza en ese momento, después 
de dos siglos de intenso cultivo literario. Ese programa se inicia, como ya sabemos, con 
la redacción del Diccionario. 
3. El programa regulador de la RAE
3.1. El Diccionario
El Diccionario de Autoridades (1726-1739) es la primera obra que lleva a cabo la 
RAE y donde ya aparece plasmado el concepto de norma que va a defender la docta 
institución. Así, por ejemplo, a la hora de llevar a cabo la selección del léxico, la 
Academia utiliza un criterio menos restrictivo y, por tanto, más abarcador que el que 
habían mantenido sus homólogas europeas más cercanas: la Academia della Crusca y 
l'Académie Française. 
Tan sólo se señalan dos tipos de restricciones: los nombres propios y las voces 
malsonantes. Sin embargo, hay que decir que, en general, pesó más el afán descriptivo 
y el respeto a las fuentes documentales que los «buenos propósitos» de la Corporación 
de prescindir del léxico sospechoso de ofender a la moral o de atentar contra el 
concepto de «buen gusto» imperante en la época; de ahí que estas restricciones no 
afectaran, en general, a la rica variedad de expresiones y frases coloquiales de origen 
vulgar, e incluso, a muchas voces que designaban objetos o acciones que podían 
violentar el pudor de los hablantes más sensibles. Pero, quizás sea en el tratamiento 
que la Academia dispensó a los dialectalismos y tecnicismos donde mejor se perciba la 
perspectiva abarcadora, y escasamente restrictiva en la interpretación de la norma 
culta que presidió la selección del léxico de Autoridades.
La decisión de incluir las voces «provinciales» o dialectales, es, para muchos 
autores, la mayor novedad y originalidad que ofrece este diccionario frente a sus 
confesados modelos, los diccionarios de La Crusca florentina y el de la Academia 
francesa que no admitían este tipo de palabras en su concepto de norma. Lo mismo se 
puede decir de los vocablos de extracción científica y técnica, muy presentes en nuestro 
primer diccionario académico. El elenco de voces que, finalmente, introdujo la 
Academia en su primer diccionario se aparta de la línea mostrada por sus modelos 
extranjeros en el mayor peso específico que se otorga a ciertos subconjuntos de voces 
(como las provinciales, las técnicas, las de uso familiar, etc.) que, desde una 
interpretación más restringida del concepto de norma culta, no tendrían cabida en un 
diccionario académico. De ahí que nuestro Diccionario de Autoridades, en este aspecto 
concreto, sea un espécimen atípico en la lexicografía europea de corte académico, como 
lo fue -y es todavía- su heredero, el DRAE. 
86
3.2. Otros proyectos normativos de la RAE
Tras el gran esfuerzo que supuso la redacción del diccionario, la Academia hubo de 
diversificar su trabajo para sacar a flote otros proyectos de carácter normativo. En los 
Estatutos de 1715 se mencionan «una Gramática y una Poética Españolas, e Historia de 
la Lengua, por la falta que hacen en España». Sin embargo, será la cuestión ortográfica 
la siguiente tarea que va a centrar la atención de los académicos.
La RAE se había ocupado del problema de la regulación de la ortografía desde el 
momento en que se inician los trabajos del diccionario, pero el resultado de esta 
primera incursión en la materia, tal como había quedado plasmado en las normas de 
1726 que figuraron impresas en uno de los prólogos del Diccionario de Autoridades, el 
llamado «Discurso proemial de la orthographia castellana», no satisfizo por completo a 
la Corporación. De manera que, en 1741, aparece, como publicación exenta, la primera 
Ortografía de la RAE. En ella la Academia se muestra todavía muy dependiente del 
criterio etimológico a la hora de regular el empleo de las grafías, aunque, poco a poco, 
en las sucesivas ediciones (1754, 1763, etc.) se fueron simplificando las normas hasta 
llegar a la de 1815 en que la ortografía académica alcanza prácticamente el estadio que 
tiene ahora (con algunos cambios posteriores que afectan sólo a la acentuación). Así:
• En 1726: 
o Se suprime la <ç>. 
o Se fijan <v> para la consonante y <u> para la vocal. 
o Mantenimiento de <b> y <v> según la etimología (aun reconociendo 
que no hay diferencias de pronunciación). 
o Supresión de consonantes geminadas <pp>, <tt>, <ff>, <mm> (ésta 
sustituida en 1763 por <nm>, <ss> (sustituida por <s> en 1763>. 
o Mantenimiento de grupos consonánticos como <bs>, <ct>, etc.
• En 1754: 
o Desaparece <y> etimológica de los helenismos: pyra.
• En 1779: 
o Se suprimen los dígrafos etimológicos en las voces de procedencia 
griega: theatro, orthographia, mechánica, rethórica, etc. que servían 
para transcribir las consonantes aspiradas del griego. Sólo se conserva 
christo y sus derivados y la <ph> no acaba de desaparecer hasta 1803 
en la 4.ª ed. del DRAE.
• En 1815: 
o Se establece la distribución actual de las cinco vocales con las grafía 
<c> y <qu> con valor de /k/. 
o Se suprime la <x> con valor de /X/, manteniendo para representar este 
fonema <j> y <g> apelando a la etimología. 
87
o Se fijan los usos de <i> e <y> tal como hoy se utilizan en español 
moderno, suprimiendo <y> en los diptongos en interior de palabra y 
conservándola en final: reino, rey.
• Otras reformas han afectado a la acentuación: desde 1770 se suprime el acento 
grave <`> y sólo queda el agudo <´> como en la actualidad. 
• En 1754 la Academia concede el estatuto de letras del alfabeto a los dígrafos 
<ch> y <ll>, pero no sin cierta polémica, tras el Congreso de Academias de la 
Lengua Española de1993, se volvió al orden alfabético internacional, 
considerando a <ch> y <ll> como combinaciones de dos letras, con las 
consecuencias que ello conlleva en la ordenación alfabética. 
• La Academia, siguiendo la norma de la pronunciación, acepta la simplificación 
de ciertos grupos consonánticos: sustancia, trasladar, pero sigue manteniendo 
otras (oclusivas en posición implosiva) frente a la tendencia a la sílaba abierta 
que ha caracterizado la evolución del español. Este rasgo es uno de los que 
caracterizan la pronunciación y escritura cultas del español moderno: concepto, 
optativo, absoluto y no conceto, otativo, asoluto.
La ortografía del español actual es una de las más sencillas de entre todas las de 
occidente y hoy cuenta con una valiosísima uniformidad en todos los países de habla 
hispana, que hacen de ella uno de los baluartes más firmes de la unidad del español.
La Gramática de la lengua castellana, publicada en 1771, constituye el tercer gran 
logro de la Academia. Con ella se cierran las actuaciones que la docta institución 
emprendió en materia de regulación idiomática en su primera etapa. En ésta, como en 
las restantes hasta llegar a la última de 1931, la Academia se ha movido en la línea 
normativa que le es propia, pero a diferencia de las ediciones que vendrían después, la 
Gramática de 1771 constituye todo un alarde de equilibrio entre las dos líneas que van 
a polarizar las ideas gramaticales del Siglo de las Luces: nos referimos a la gramática 
concebida como arte y a la gramática concebida como ciencia. Como afirma R. 
Sarmiento (1984) la Academia, al haber definido previamente en el Diccionario la voz 
ciencia como «el conocimiento cierto de alguna cosa por sus causas y principios» y arte 
como «la facultad de prescribe reglas y preceptos para hacer rectamente las cosas», 
dejaba zanjada la cuestión de la naturaleza de la gramática. La gramática no podía ser 
considerada como ciencia, pues su objeto es la regulación del uso y éste es siempre 
variable y contingente. La gramática se definía como «arte de hablar bien» y quedaba 
dividida en dos partes «la primera trata del número, propiedad y oficio de las palabras: 
la segunda del orden y concierto que deben tener entre sí para expresar con claridad 
los pensamientos». La utilidad de la Gramática es, pues, doble ya que nos permite 
«hablar con propiedad, exactitud y pureza» -éste será su cometido práctico- y al mismo 
tiempo nos revela «con principios y fundamentos... comunes a todas las lenguas» en 
qué se fundamenta esa práctica desde el punto de vista racional.
En 1780, esta primera gramática fue declarada por Carlos III libro de texto oficial 
para la enseñanza del español en las escuelas. Desde 1931 la Academia no ha vuelto a 
publicar otra gramática oficial; aunque, el Esbozo de una nueva gramática de la lengua 
española, desde 1973, ha venido funcionando como anticipo de ese definitivo texto 
gramatical con el que se espera que la RAE culmine su labor normativa, partiendo de 
los planteamientos teóricos y descriptivos de la lingüística actual y con la orientación 
panhispánica que la Corporación ha venido imprimiendo de un tiempo a esta parte a 
todos sus proyectos.
4. Final: una lengua apta para la ciencia
En el siglo XVIII queda configurado el español moderno. Una lengua llamada a ser 
el instrumento de comunicación de un conjunto de naciones que en los últimos siglos no 
han estado en primera línea ni en lo político ni en el desarrollo científico y tecnológico. 
La necesidad de adaptar términos y contenidos nacidos en otros entornos lingüísticos 
comienza a hacerse patente entre las élites hispanohablantes de esta centuria presidida 
por el gran despliegue que alcanzan todas las ramas del saber.. Quizás el mayor logro 
del siglo ilustrado, en cuanto a la historia de la lengua se refiere, lo constituya la 
88
intuición certera de aquellos infatigables intelectuales que comprendieron la necesidad 
de dotar a la lengua castellana de los recursos necesarios que hicieran posible la 
expresión del conocimiento en todas sus manifestaciones, cifrando en esta empresa una 
de las claves del futuro progreso de la nación. De todo ello queda cumplida constancia 
en el léxico atesorado en esta época donde, como bien afirma el maestro Lapesa 
(1999: 429):
Las nuevas orientaciones ideológicas, el interés por las 
ciencias físicas y naturales, las transformaciones que se iban 
abriendo paso en la política y en la economía, pusieron en 
curso multitud de neologismos, prestaron a voces ya 
existentes acepciones que antes no tenían, o infundieron 
valor de actualidad a términos que carecían de él. En la 
mayoría de los casos [...] la renovación del vocabulario 
cultural español se hizo por trasplante del que había surgido o 
iba surgiendo más allá del Pirineo, aprovechando el común 
vivero grecolatino.
Procedentes de Las ciencias positivas introducen en este siglo y en el siguiente 
numerosos términos como: mechánica, mechanismo, hidrostática, hidrometría, 
termómetro, barómetro, máquina pneumática, aerostática, electrizar, electricidad, 
microscopio, telescopio, mucosa, papila, retina, inoculación, vacuna, etc. (Lapesa, 
1999: 430 y sigs.).
En el siglo ilustrado saldría también la luz una de las obras lexicográficas más 
significativas de nuestra tradición diccionarística, nos referimos al Diccionario castellano 
con las voces de ciencias y artes (1786-93) del jesuita Esteban de Terreros y Pando, 
donde por primera vez en la historia de la filología española se considera que las 
palabras provenientes de los ámbitos especializados -que hoy llamamos «tecnicismos», 
«voces de especialidad» o «términos»- forman parte de la lengua culta y, por 
consiguiente, deben ser recogidos y descritos en el diccionario. Muchos de los 
tecnicismos que Terreros introdujo en su diccionario eran adaptaciones del francés, 
fruto de la traducción de obras especializadas escritas en la lengua del país vecino o 
vertidas primeramente en ésta. El gran mérito de Terreros como lexicógrafo radica en 
haber sido el primero que, de manera razonada, instituye al tecnicismo como parte 
consustancial de la lengua culta, reconociendo su importancia como vehículo transmisor 
del conocimiento y, por tanto, síntoma del progreso material e intelectual de la 
comunidad lingüística que se expresa en esa lengua.
Terreros es consciente de la necesidad de disponer de diccionarios que atesoren el 
creciente caudal de tecnicismos que, como fruto de los descubrimientos científicos, 
había comenzado a difundirse, camino de su progresiva internacionalización (Azorín 
Fernández & Santamaría Pérez: 2005). Este hecho, unido a la aureola de prestigio que 
adquieren las disciplinas científico-técnicas, explicaría el ascenso a la esfera del léxico 
culto que experimentan las voces de especialidad en su Diccionario. Aunque, el 
argumento de mayor peso a la hora de justificar la abierta decantación del erudito 
jesuita hacia la integración de los tecnicismos como «parte esencial» de su concepto de 
«lengua culta» habría que buscarlo en la decantada propensión didáctica y divulgadora 
del conocimiento que informa su labor como lexicógrafo. El ejemplo de Terreros calaría 
en la centuria siguiente entre los lexicógrafos de la corriente no académica, que 
hicieron de su abierta postura ante la recepción de los neologismos procedentes de los 
ámbitos especializados una de sus señas identificadoras frente al conservadurismo de la 
Real Academia.
Podemos concluir recordando que el resultado final de la intensa actividad de 
creación y adaptación neológica que tiene lugar en el siglo XVIII sería la inevitable 
modernización del español que vio ensanchar, sobre todoa partir de su segunda mitad, 
sus posibilidades como lengua de cultura. 
6. Bibliografía
Álvarez de Miranda, P. (1995): «La Real Academia Española» en M. Seco y G. Salvador: 
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preliminar de M. Alvar Ezquerra, Madrid, Arco/Libros, 1987).
EL SIGLO XIX
M.ª Antonia Martínez Linares
M.ª Isabel Santamaría Pérez (coaut.)
1. Introducción
El siglo XIX constituye una de las épocas social y políticamente más agitadas de la 
historia de España, con profundos cambios en todos los órdenes, algunos de los cuales 
se habían iniciado ya en el siglo anterior. En el plano político, los sectores 
tradicionalistas y más conservadores se oponían a los sectores más liberales y 
reformistas, dando lugar a diversos enfrentamientos durante todo el siglo. En un 
principio los liberales, herederos de los ilustrados reformistas, dominan el panorama 
político de comienzos del XIX y pretenden dirigir el país hacia nuevos rumbos; así, por 
ejemplo, inauguran el constitucionalismo español en las Cortes de Cádiz (1812). Sin 
embargo, al subir al trono Fernando VII (1814), se imponen los absolutistas. En 1820, 
se produce un nuevo triunfo liberal que acaba violentamente en 1823 con la 
persecución y el exilio de los liberales que no regresarán hasta la muerte del rey. 
Durante años pervivirá esa lucha entre liberales (defensores de Isabel II) y carlistas 
(defensores de don Carlos) que dará lugar a la primera guerra carlista en 1833 y 
continuará hasta finales de siglo.
El plano económico está marcado por la consolidación del capitalismo industrial. En 
los albores del siglo España es una sociedad estática cuya principal fuente de riqueza y 
trabajo sigue siendo el sector agrario, incapaz de mantener una población en aumento, 
y una sociedad con escaso desarrollo industrial, si se compara con otros estados 
europeos. A partir de la segunda mitad del XIX, se inicia una cierta expansión 
económica debido al avance de la industrialización, se intensifica el comercio y se 
produce un notable progreso técnico que favorecerá el crecimiento demográfico, 
especialmente urbano.
En lo social, la vieja sociedad estamental es sustituida por una sociedad de clases, 
en la que la burguesía se convierte en la clase dominante a la vez, que el proletariado 
(clase obrera) va aumentando y consolidando su poder. 
El pensamiento de esta época se orienta por dos caminos. En la primera mitad del 
siglo, se centra en la defensa del espíritu y la idea (Idealismo), en reacción al 
90
pensamiento racionalista del siglo de la Ilustración, dando lugar al movimiento estético, 
ideológico y literario del Romanticismo, que se caracteriza por el sentimiento de no 
plenitud, el desacuerdo con el mundo, la exaltación del yo, el interés por la Naturaleza 
y el desarrollo del sentimiento nacionalista. Así, la poesía se centra en la exaltación del 
yo, el intimismo y el desbordamiento afectivo recogido en la obra de Bécquer o de 
Rosalía de Castro. En reacción contra el idealismo de la primera etapa, se desarrolla en 
la segunda mitad de siglo el positivismo que se basa en la experiencia y los hechos 
observables como punto de partida del conocimiento, lo que derivará en un notable 
desarrollo de las ciencias experimentales y las técnicas. Desde el punto de vista 
literario, surge el Realismo como evolución del Romanticismo. Así, se mantienen y 
desarrollan ciertos elementos románticos como el interés por la naturaleza o por lo 
regional, pero se abandonan otros como lo fantástico o la evocación al pasado en aras 
de un análisis de la realidad inmediata y cotidiana. Entre los autores realistas es de 
obligada mención Clarín con su obra La Regenta o Benito Pérez Galdós con novelas 
como Miau, Fortunata y Jacinta, Tormento, etc.
2. El español y las otras lenguas de España
En el ámbito político y sociocultural, el siglo XIX se caracterizará por una política 
de unificación económica, fiscal y monetaria que también se dirigirá hacia el plano 
lingüístico debido a la necesidad de regular el uso de la lengua en todo el ámbito de 
habla castellana. 
Esta tendencia centralizadora del Estado, iniciada en el siglo XVIII, con unas leyes 
e instituciones similares en todo el reino obedece a la voluntad de los Borbones de 
instaurar en España el mismo régimen de gobierno que en Francia y se refleja en una 
serie de decretos promulgados por Felipe V, a partir de los cuales, el castellano se 
convirtió en la lengua de la administración y de la enseñanza en todo el territorio 
español, en detrimento de otras lenguas del Estado. 
En el siglo XIX se continúa con esta política de centralización del Estado y 
unificación lingüística. Se fomenta la idea de «nación una e indivisible» y se considera 
que la diversidad lingüística obstaculiza la difusión del conocimiento y el progreso. 
Durante el reinado de Isabel II (1833-1868) tiene lugar la centralización administrativa 
y la jerarquización burocrática del Estado, se implanta la división provincial del país y se 
crea el cuerpo nacional de seguridad de la Guardia Civil. En este marco, las sucesivas 
constituciones españolas del XIX (1812, 1814, 1837, etc.) omiten la cuestión 
lingüística, dando por sentado el uso generalizado del español (Brumme, 2004: 947). 
Habrá que esperar hasta la segunda mitad del siglo XIX para que empiecen a aparecer 
las primeras reacciones en Cataluña, Valencia, Islas Baleares, País Vasco y Galicia, 
fomentadas por el romanticismo europeo que impulsó los nacionalismos y el 
sentimiento de los pueblos de defender sus peculiaridades históricas, culturales y 
lingüísticas. Será más tarde, a partir de la Restauración (1874-1902), cuando surgen 
los regionalismos políticos que reivindican la soberanía política, legislativa y fiscal ante 
el gobierno central y se impulsa la diferencia cultural y lingüística. Ya en el siglo XX se 
crean las primeras instituciones encargadas de codificar y velar por las lenguas no 
castellanas como el Institut d'Estudis Catalans (1907)y la Euskaltzandia (Real 
Academia de la lengua vasca, 1919).
3. El léxico español
La constitución del español como lengua ya se había llevado a cabo en los siglos 
anteriores. Probablemente los cambios más importantes que tienen lugar en este siglo 
son los relacionados con el léxico, pero no con el léxico básico o patrimonial, el cual 
está prácticamente constituido, sino con la entrada de voces cultas de origen latino o 
griego, así como de neologismos y voces especializadas principalmente. 
Como bien titula Álvarez de Miranda (2004:1042), el léxico es el espejo de la 
historia. Por tanto, es en el vocabulario donde mejor se reflejan las experiencias de una 
sociedad o cultura en una época determinada. En el siglo que nos ocupa, son dos 
ámbitos de especial relevancia en el desarrollo de la sociedad los que van a ver 
incrementado su léxico.
En primer lugar, hay que señalar la creación y el afianzamiento de un vocabulario 
político-social, el cual refleja los diversos cambios políticos y sociales que tienen lugar 
en la sociedad española, iniciados con la crisis del Antiguo Régimen y que persisten en 
el XIX. Se crea un léxico nuevo o acepciones nuevas que recogen el nuevo clima político 
e ideológico como son patriota, patriotismo, civilizar, civilización, patriótico, 
cosmopolita, liberales, revolución, ciudadano, constitución, libertad, progreso, reforma, 
etc., léxico que se divulga en las publicaciones periodísticas de la época que tenían una 
influencia considerable en la sociedad del momento. 
91
Todo este léxico de la primera mitad del XIX se recoge en obras de corte burlesco 
como la obra anónima, Diccionario razonado manual para inteligencia de ciertos 
escritores que por equivocación han nacido en España (1811), el Diccionario crítico-
burlesco de Gallardo (1811) y el Diccionario de los políticos de Juan Rico y Amat 
(1855). En esta misma línea, aunque no es un diccionario burlesco, se encuentra la 
obra de Domínguez, Diccionario nacional (1846-1847), en cuyas definiciones se reflejan 
las ideas propias del liberalismo exaltado del autor. A finales del XIX tiene lugar otra 
etapa de incremento del léxico político (radicalismo, autoritario, socialista, comunismo, 
descentralizar) y social (burgués, clase media, asalariado, huelga, obrero, etc.).
En segundo lugar, los avances científicos y técnicos repercuten en la creación de 
un léxico que refleje ese progreso, el cual va penetrando y difundiéndose en la lengua 
general. 
Si bien es cierto que la ciencia española ha estado siempre por detrás de la de 
otros países, también es cierto que la mayoría de las voces científicas y técnicas son 
creaciones cultas procedentes del griego y especialmente del latín.
«Nuestra lengua, es verdad, no está tan ejercitada como 
la francesa en los ramos de astronomía, física, hidráulica, 
metalurgia, chímica, etc; por conseqüencia, será más escaso 
nuestro diccionario [i. e., nuestro léxico] que el de aquella 
nación que haya hecho en estas facultades descubrimientos y 
adelantamientos nuevos. Pero esta escasez es una pobreza 
aparente de nuestra lengua, pues que el vocabulario científico 
y filosófico no es francés, ni alemán, ni inglés: es griego o 
latino, o formado por la analogía de los idiomas vivos de 
raízes, ya griegas, ya latinas, que cada nación forma o adopta 
quando ha de escribir en aquellos géneros, conformando la 
terminación de las palabras advenedizas o recién refundidas a 
Pero es la traducción de obras científicas -en francés durante los siglos XVIII y 
XIX, y ya en el siglo XX en inglés- la principal vía de enriquecimiento del léxico 
intelectual, científico y técnico del español, en ámbitos muy diversos como la botánica, 
la química, la electricidad, etc. De hecho es significativo que el primer diccionario que 
recoge las voces de las ciencias y las técnicas sea el de Terreros (1786), el cual observa 
la necesidad de recopilar este léxico partir de la traducción del francés de la obra, el 
Espectáculo de la naturaleza del Abate Noel-Antoine Pluche (Azorín y Santamaría, 
2003). De manera que estas voces cultas y técnicas no se crean en español, sino que 
entran en España de forma directa a través del francés y actualmente a través del 
inglés, debido a que tampoco los conceptos o ideas nuevas que denominar surgen aquí, 
siempre se ha preferido que inventen otros. 
Así, son galicismos del XVIII: intriga, interesante, resorte, detalle, boga, tupé, 
complot, compota, corsé, chal, pantalón, etc. En el XIX el flujo de préstamos franceses 
continúa con la misma intensidad: menú, cognac, champagne, bombón, baca, consola, 
etc. Y, aunque con menor afluencia, continúa en el XX: croissant, consomé, champiñón, 
baguete, carnet, bloc, etc. En los últimos años se incrementan las dificultades para la 
adaptación fonética y por ende gráfica de los galicismos, sin duda debido a un mayor 
conocimiento de la lengua francesa por parte de las clases alta y media. 
El galicismo dominante en los siglos XVIII y XIX fue sustituido por el anglicismo. 
Aunque la entrada de voces inglesas se inicia esporádicamente en el XVIII con bill, malt 
(malta), stock, ponche, etc., y continua en el XIX: bol, tanque, túnel, mitin, líder, 
esnob, etc., la inmensa mayoría de los anglicismos penetran a partir del XX. Al igual 
que ocurrió con el francés, a mayor conocimiento de la lengua por parte de los 
hablantes de esa comunidad, menos necesidad de adaptación a la lengua nativa.
92
(Capmany 1786: CXXXII-CXXXIII) 
4. La labor lexicográfica académica y extra-
académica. Los diccionarios especializados
Como ya sugerimos el diccionario recoge el vocabulario representativo de una 
determinada época histórica. Por tanto, la aparición de un nuevo vocabulario de 
especialidad que refleja los avances de los distintos ámbitos científicos y técnicos, debe 
quedar representado en los diccionarios, los cuales no solo describen el léxico desde 
una perspectiva lingüística, sino que también sirven para «difundir aquellos 
conocimientos que, en cada momento histórico, vinculan a una comunidad lingüística 
determinada con su entorno cultural inmediato» (Azorín, 1992: 448). 
Tal y como señala Alvar Ezquerra (1995: 195) se puede decir que en la historia de 
los diccionarios del español ha habido diferentes etapas: en el siglo XVIII aparecen los 
grandes diccionarios de lenguas; en el XIX, los diccionarios enciclopédicos y en el XX se 
publican tanto diccionarios generales como diccionarios científicos y técnicos.
En el siglo XIX, los diccionarios experimentan un cambio fundamental por lo que 
respecta al vocabulario científico y técnico, En este siglo nacen los diccionarios 
enciclopédicos que conviven con numerosos diccionarios de la lengua general, que 
también ven incrementados el número de entradas especializadas, el uso de marcas 
temáticas, etc. 
No obstante, los antecedentes de la lexicografía especializada se encuentran en el 
siglo XVI donde se tiene constancia de vocabularios técnicos y glosarios especializados 
de términos náuticos, jurídicos, médicos, etc. En español se ha destacado en múltiples 
ocasiones la importancia que tuvo el ya mencionado Diccionario castellano con las 
voces de ciencias y artes (1786-1793) de Esteban de Terreros y Pando en el 
surgimiento de la corriente no académica de la lexicografía moderna en español. Es a 
finales del XVII con el movimiento de los novatores y sobre todo en el XVIII cuando se 
produce la internacionalización del lenguaje científico. Al mismo tiempo se convierte en 
algo habitual la traducción de obras especializadas, práctica que contribuye a 
enriquecer la terminología científica y técnica. Por tanto, se hace necesariola 
elaboración de diccionarios científicos y técnicos que faciliten la producción y la 
traducción de obras especializadas en las distintas ramas del saber. 
«Los que creen que nuestra lengua nacional está circunscrita toda en los 
libros y en los diccionarios, y no quieren comprender en su inmenso caudal 
igualmente la lengua no escrita, exclaman que carecemos de voces para las 
artes. Pregúntenselo al labrador, al hortelano, al artesano, al archirecto, al 
marinero, al náutico, al músico, al pintor, al pastor, etc. y hallarán un género 
nuevo de vocabularios castellanos que no andar impresos y que no por eso 
dexan de ser muy propios, muy castizos y muy necesarios de recopilarse y 
ordenarse, para no haber de mendigar todos los días de los idiomas 
estrangeros lo que tenemos, sin conocerlo, en el propio nuestro».
Desde el punto de vista lexicográfico, en el siglo XIX se produce un extraordinario 
desarrollo de la lexicografía monolingüe española, tanto académica como extra-
académica (Bueno Morales 1995). En el caso de la corporación madrileña se publican 
diez ediciones del diccionario académico de las veintidós existentes. Paralelamente, se 
desarrolla una práctica lexicográfica que consiste en tomar como punto de partida el 
diccionario académico vigente y a partir de ahí llevar a cabo una revisión y mejora, 
aunque no siempre se consiga, de la edición oficial. Es, sin duda, a la hora de 
incorporar las voces de especialidad donde los autores no académicos más se alejan de 
la postura oficial, pues adoptaron un criterio menos riguroso y más descriptivo, e 
incluso más comercial. 
Con respecto a la incorporación del léxico especializado, la Academia había 
adoptado la decisión de no incluir en su primer diccionario, el de Autoridades (1726-
1739), las voces de las ciencias y las técnicas, porque su intención era realizar un 
diccionario especializado. Su postura más normativista queda reflejada en las siguientes 
palabras recogidas en el Prólogo de la novena edición (1843):
«Pero hay también una inmensa nomenclatura de las 
ciencias, artes y profesiones, cuyo significado deben buscar 
los curiosos en los vocabularios particulares de las mismas: 
tales voces pertenecen a todos los idiomas y a ninguno de 
ellos».
93
(Capmany, :CLXVIIII-CLXIX) 
(p. IX) 
Y más adelante:
«La multitud de términos facultativos pertenecientes a 
las artes y a las ciencias […] solo debe admitir aquellos que 
saliendo de la esfera especial a que pertenecen han llegado a 
vulgarizarse, y se emplean sin afectación en conversaciones y 
escritos sobre diferentes materias».
Sin embargo, la Academia pronto abandonó el proyecto de elaborar un diccionario 
especializado y, como ha constatado Azorín (2000), no ha dejado de aumentar en las 
sucesivas ediciones de su diccionario la cantidad y variedad de entradas temáticas.
Por lo que se refiere a la lexicografía no académica, poco a poco se fueron 
incorporando más voces científicas y técnicas -para alejarse de los diccionarios 
académicos- hasta desembocar en los diccionarios enciclopédicos. Lo que los autores no 
académicos más criticaron a la Corporación es que la actitud defendida desde los 
prólogos de las sucesivas ediciones no se correspondía con la práctica, puesto que los 
repertorios léxicos académicos recogían múltiples voces técnicas. Autores como Núñez 
de Taboada, Diccionario de la lengua castellana (1825), que utiliza la sexta edición del 
diccionario académico (1822); Juan Peñalver, Panléxico. Diccionario universal de la 
lengua española (1842) que parte de la octava edición académica (1837) o Salvá, 
Nuevo diccionario de la lengua castellana (1846) se insertan en esta nueva forma de 
elaborar diccionarios a partir de la edición inmediatamente anterior del diccionario 
académico. Probablemente Vicente Salvá es uno de los mejores exponentes del 
movimiento lexicográfico no académico. Este autor forma parte de esa corriente 
diccionarista que, desde finales del siglo XVIII, con la publicación del diccionario de 
Terreros (1786), fue aumentando la presencia de tecnicismos por diversos medios en 
los diccionarios generales. El autor valenciano adicionó y completó la novena edición del 
diccionario académico (1843), pero hasta tal punto que, aunque no se trate de un 
diccionario de nueva planta, podemos decir que su Nuevo Diccionario de la Lengua 
Castellana (1846) es una versión ampliada y mejorada del repertorio académico (Azorín 
2000: 259).
A mediados del XIX, se incrementa la tendencia a aumentar el contenido 
enciclopédico de los diccionarios, para diferenciarse del diccionario oficial. Surge un 
género híbrido, a mitad de camino entre el diccionario y la enciclopedia, siguiendo el 
modelo de la lexicografía francesa. Esta nueva modalidad lexicográfica es introducida 
en España por Domínguez (1846-7), Diccionario Nacional o Gran Diccionario Clásico de 
la lengua española, y continuada por otros autores como Gaspar y Roig (1853-55), 
Diccionario Enciclopédico de la Lengua Española, entre otros. 
Pero la necesidad de elaborar un repertorio de términos especializados que recoja 
las voces de las ciencias y las técnicas no se planteará hasta la creación de la Real 
Academia de Ciencias (1848) que se da cuenta de esta carencia. Se inicia la redacción 
del Diccionario de Términos Técnicos usados en todas las ramas de las Ciencias que son 
objeto de las tareas de la Corporación, aunque dicho proyecto no verá la luz hasta siglo 
y medio después con la publicación del Vocabulario Científico y Técnico en 1983. Sin 
embargo, a lo largo del siglo, especialmente en la segunda mitad, van apareciendo 
obras léxicas que recogen el vocabulario propio de un área temática o profesional tales 
como Hernández de Gregorio, M. (1802): Diccionario elemental de Farmacia, Botánica y 
Materia médica, o Aplicaciones de los fundamentos de la Química moderna a la 
Farmacia en todos sus ramos; Echegaray, J. de (1830): Diccionario de Arquitectura 
naval; Escriche, J. (1831): Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y 
forense; (1831) Diccionario marítimo español; Fargas y Soler, A. (1852): Diccionario de 
música; Casas, N. (1857): Diccionario manual de agricultura y ganadería españolas; 
Colegio de farmacéuticos (1865): Diccionario de Farmacia. Madrid, Imprenta de los 
Sres. Martínez y Bogo; Pizzota, J. (1866): Diccionario popular de Historia Natura y de 
los fenómenos de la naturaleza; Suarez Inclán, E.; Barca, F. (1868): Diccionario 
general de política y administración; Camps Armet, C. (1887): Diccionario industrial 
(artes y oficios de Europa y América), y un largo etc. 
A lo largo del s. XX, especialmente en el último tercio, la lexicografía especializada 
ha alcanzado una especial relevancia, a lo que ha contribuido el desarrollo de la ciencia 
y la técnica, además de otros factores claves como el acceso a la información, las 
relaciones internacionales, los intercambios culturales y económicos, Internet, etc. En 
este marco se han publicado un gran número de diccionarios especializados, cuyo 
objetivo es recopilar, describir y presentar los términos propios de cada ámbito de 
especialidad, no sólo en soporte papel sino también en CD-ROM y en los últimos años 
en línea, lo cual permite un fácil acceso a ellos. Estas obras léxicas son útiles como 
herramientas para la comunicación entre especialistas o aprendices de especialistas, 
pero también para otros profesionales que precisan de las lenguas especializadas para 
el desarrollo de su profesión como traductores e intérpretes, redactores técnicos, 
periodistas, etc. 
No quisiera acabar este apartadosin destacar la obra de Rufino José Cuervo, 
Diccionario de construcción y régimen del español, ya que constituye un ejemplo único 
de diccionario histórico dedicado a la sintaxis.
Bibliografía
94
Alvar Ezquerra (1995): «Los diccionarios del español en su historia». International 
Journal of Lexicography, 8, 3, págs. 173-201.
Azorín Fernández, D. (2000): Los diccionarios del español en su perspectiva histórica, 
Alicante, Publicaciones de la Universidad.
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Diccionario Enciclopédico de la lengua española, publicado por la editorial Gaspar y 
Roig», en M. Alvar Ezquerra (coord.), Estudios de historia de la lexicografía del 
español, Málaga, Universidad de Málaga, págs. 151-157. 
Echenique Elizondo, M. T. y Martínez Alcalde, M. J. (2000): Diacronía y gramática 
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EL SIGLO XX Y PERSPECTIVAS PARA EL 
SIGLO XXI
Leonor Ruiz Gurillo
Larissa Timofeeva (coaut.)
1. Introducción
El español es hoy una lengua hablada por más de 400 millones de personas en el 
mundo. La riqueza del español surge de su diversidad; diversidad geográfica, social y 
de uso. La expansión geográfica a lo largo de los siglos, el desarrollo cultural y literario 
del idioma con carácter de universalidad aseguran la cohesión y la pervivencia. El deseo 
de los hablantes por mantener esa lengua común se ve favorecida por la labor que 
desarrollan algunas instituciones, como las Academias de la Lengua o el Instituto 
Cervantes. Las Academias cuidan de nuestro patrimonio lingüístico y literario; el 
Instituto Cervantes difunde nuestra lengua entre los hablantes no nativos. Ahora bien, 
esta unidad en la diversidad se ve influenciada por distintos factores, entre los que cabe 
señalar la de los medios de comunicación e Internet, por un lado, y la masiva entrada 
de anglicismos, por otro. 
2. El español en su diversidad
Como decíamos, la riqueza del español se encuentra en su diversidad, esto es, en 
las variedades que vienen establecidas tanto por el usuario como por el uso. Las 
primeras dan lugar a variedades diatópicas o geolectos, y a variedades sociales o 
sociolectos. Las segundas, o variedades diafásicas, se establecen de acuerdo con el 
empleo de la lengua que hacen los hablantes según la situación comunicativa. 
2. 1. Las variedades diatópicas
Las variedades diatópicas del español se agrupan geográficamente, de manera que 
se diferencia el español de España del español de América. 
95
2.1.1. El español de España
2.1.1.1. Los dialectos históricos: el aragonés y el leonés
Ambos son dialectos de latín que no han llegado a alcanzar la categoría de 
lenguas. Las circunstancias sociopolíticas y culturales les impidieron alcanzar un uso 
culto que les diera categoría de lengua. Con el paso del tiempo, estos dialectos han 
quedado reducidos a una serie de hablas con mayor o menor vitalidad y muy 
erosionadas por la presencia del castellano. Como afirma García Mouton (1994), son 
dialectos del latín en su origen, aunque en ellos se deja sentir en muchos aspectos la 
influencia de la lengua general.
El aragonés ha tenido contacto con el vasco en las tierras fronterizas de Navarra; 
con el castellano por el sur y por el oeste, desde Soria, Cuenca y Guadalajara; con el 
catalán por el este; y por el noreste de Teruel con el valenciano. La castellanización de 
las tierras bajas aragonesas ya era un hecho en el s. XV, por lo que el aragonés se 
concentró en el norte, aunque en esta zona sufrió despoblaciones, colonizaciones por 
extranjeros, etc. 
El leonés, por su parte, se extiende por el antiguo reino de León, Zamora y 
Salamanca. Según García Mouton (1994), nunca existió un bable o lengua asturiana 
que el castellano fragmentara, pues en realidad siempre hubo muchos bables sin 
unificar. De ahí que los dialectólogos diferencien tres zonas: bables orientales, con 
entrada en Cantabria; bables occidentales (que agrupan las hablas más vivas; se 
extienden por León y entrecruzan sus isoglosas con las del gallego oriental); bables 
centrales (con el mayor número de hablantes, más urbanos y con más influencias 
castellanizantes; se sitúa en Asturias).
Actualmente, se observan diversos intentos por regular como lenguas lo que 
fueron los dialectos históricos, de manera que se ha intentado difundir la fabla como 
variante normativizada del aragonés y el bable como norma del asturiano.
2.1.1.2. Dialectos internos: castellano de Castilla, 
extremeño, murciano, andaluz y canario
De manera general se considera que donde mejor se habla el castellano de Castilla 
es en Burgos y Valladolid, si bien no es menos cierto que allí se dan rasgos que no 
coinciden con lo que se considera normativo, como el uso de le por lo para 
complemento directo de cosa.
De las variedades que no tienen su origen directamente en el latín, sino en el 
castellano, la más cercana por el occidente es el extremeño. A juicio de García Mouton 
(1994), esta variedad no tiene prestigio entre su propios hablantes, lo que se traduce 
en la inestabilidad de la lengua, que mantiene diferencias muy marcadas entre unas 
zonas y otras, y entre unos niveles y otros. La Biblioteca Virtual de Dialectología 
Extremeña1 recoge textos digitalizados de esta variedad.
Por su parte, el murciano conforma un habla de transición equivalente a la 
extremeña. Limita al norte con tierras manchegas de Albacete, al este con el valenciano 
y al oeste con el andaluz. Algunas zonas de Alicante, paralelas al Segura, hablan 
murciano. Como ocurre en otros dialectos, se observan diversos intentos de convertir 
en normativo el panocho, habla artificial de cultivo literario local que imitaba el habla de 
la huerta murciana. 
El andaluz no es un habla uniforme y además no presenta rasgos específicos 
exclusivos. Se suelen establecer dos amplias zonas: la occidental y la oriental que, 
desde el punto de vista lingüístico suelen responder a la zona que iguala y zona que 
distingue singular de plural. Los andaluces reivindican hoy cierto prestigio, al amparo 
de la norma sevillana y del auge alcanzado por algunos de sus escritores, entre los que 
se encuentran Rafael Alberti2 , Federico García Lorca o Juan Ramón Jiménez. El canario 
presenta los mismos rasgos que la variedad que viajó a América, por lo que sus 
hablantes son seseantes y su s es predorsal. Al seseo hay que añadir la aspiración que 
es de carácter muy marcado. En general, las hablas orientales están más evolucionadas 
que las occidentales.
96
2.1.1.3. El español en zonas bilingües: Galicia, País Vasco, 
Cataluña, Valencia e Islas Baleares
El español convive en situación de bilingüismo con las otras lenguas del estado 
(gallego, vasco y catalán), lo que le confiere rasgos particulares en estas zonas. Así, la 
influencia sobre el español es mayor cuando se trata de lenguas románicas como el 
gallego y el catalán, de modo que se deja sentir en la entonación, en el vocalismo o en 
el consonantismo (seseo, velarización en el caso del catalán, etc.). La influencia del 
vasco sobre el español es menor, si bien cabe indicar la influencia sobre aspectos como 
la entonación o ciertas alteraciones sobre el orden de palabras.
Uno de nuestrosmás eminentes dialectólogos (Alonso Zamora Vicente3:) ha 
dedicado parte de su investigación a estas zonas de convivencia y a otros problemas 
dialectales. 
3. 1. 1. El español de América
El español es la lengua oficial de 18 países hispanoamericanos: Argentina, 
Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Panamá, Costa 
Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Méjico, Cuba y República 
Dominicana. También se habla en otros lugares de América, donde convive con el 
inglés, como en Puerto Rico, en islas de las Antillas y en zonas de EEUU como Nuevo 
Méjico, Arizona, Texas o California.
En la conformación del español de América influyeron notablemente las hablas 
precolombinas. Actualmente, el español convive con muchas de ellas en situación de 
bilingüismo, como ocurre con el quechua en Perú, el guaraní en Paraguay, el aymara en 
Perú y Bolivia, o el náhuatl y el maya en Méjico. 
Se ha intentado estudiar la amplia diversidad y complejidad del español de 
América distribuyéndolo por zonas, aunque es cierto que estas responden a criterios 
geográficos, más que a criterios propiamente lingüísticos (Kany, Ch. E. (1969), 
Semántica hispanoamericana. Madrid, Aguilar (1.ª ed., 1960) y Kany, Ch. E. (1969), 
Sintaxis hispanoamericana. Madrid. Gredos (1.ª ed., 1945)). A pesar de ello, el español 
de América en su nivel culto resulta bastante uniforme. En este sentido, los diversos 
proyectos desarrollados para recoger y estudiar la norma culta nos facilitan hoy en día 
muestras representativas de esta variedad. El Proyecto de estudio coordinado de la 
norma lingüística culta de las principales ciudades de Iberoamérica y España, iniciado 
en 1968 (Lope Blanch, 1986) por medio del acuerdo del PILEI (Programa 
Interamericano de Lingüística y Enseñanza de Idiomas), ha ofrecido resultados 
enriquecedores del registro hablado culto a uno y otro lado del Atlántico en las ciudades 
de México, Santiago de Chile, Caracas, Madrid, Bogotá, Buenos Aires, Lima, San Juan, 
La Paz, Madrid o Sevilla. Actualmente, el Proyecto de la norma culta encuentra una 
prolongación en el Macro-corpus de la norma lingüística culta de las principales 
ciudades del mundo hispánico (MC-NLCH), coordinado por José Antonio Samper Padilla 
y su equipo. Cuenta con materiales de 9 capitales americanas (México, Caracas, 
Santiago de Chile, Santafé de Bogotá, Buenos Aires, Lima, San Juan de Puerto Rico, La 
Paz y San José de Costa Rica) y de 3 poblaciones españolas (Madrid, Sevilla y Las 
Palmas de Gran Canaria) (Samper Padilla, Hernández y Troya, 1998) 
(http://listserv.rediris.es/cgi-bin/wa?A2=ind9901&L=infoling&P=670).
Además de en España y en América, el español se habla también en Filipinas, 
donde convive con el tagalo y con el inglés, en ciertas zonas de África, en los Balcanes 
y en el próximo Oriente. 
2. 2. Las variedades diastráticas
Si se atiende a la diversidad que imprime en el español el hablante de acuerdo con 
sus rasgos sociales (edad, género, nivel sociocultural, profesión, etc.), se distinguen 
diversas variedades diastráticas o sociolectos. Si es la edad la que marca el registro, 
cabe señalar la importancia del lenguaje juvenil, sobre el que se han elaborado diversos 
estudios, como los de F. Rodríguez (Coord.) (1989) y (2002). Si es el género el criterio 
diferenciador, se obtiene un lenguaje de hombres o de mujeres. Por su parte, los 
grupos sociales se consolidan a menudo gracias al desarrollo de las jergas profesionales 
y de los argots. Dentro de las jergas profesionales o lenguajes de especialidad4 , se 
distingue el español de los negocios, el español de la medicina, de la ciencia y de la 
técnica, etc. Los argots (de la delincuencia, el de la prostitución, el carcelario, etc.) se 
recogen con mayor en menor acierto en diccionarios como los de Villarín (1979) 
(Villarín, J. (1979): Diccionario de argot. Madrid. Nova), Oliver (1987) (Oliver, J. M. 
(1987): Diccionario de argot. Madrid. Sena), Besses (1985) (Besses, L. (1985): 
97
Diccionario de argot español. (Edición facsimilar de la publicada en 1905). Universidad 
de Cádiz) o León (1988) (León, V. (1988): Diccionario de argot español y lenguaje 
popular. Alianza, Madrid).
Los sociolectos y los registros convergen al sopesar los rasgos de tema (o campo) 
y tono. En este sentido, algunos sociolectos vienen marcados por el tema, como los 
lenguajes de especialidad, que tienen la necesidad de crear un nuevo vocabulario para 
una realidad nueva de carácter técnico. Un ejemplo de este hecho lo constituye el 
lenguaje científico, definido por su tono formal, por producirse por medio del canal 
escrito y por su tenor divulgativo. En el caso de los argots, además, cabe añadir que 
solo se desarrollan en situaciones comunicativas dominadas por la relación de 
proximidad y por el tono informal (Payrató, 1988: 169).
Otras variedades diastráticas, tal vez menos estudiadas, son el español vulgar 
(Muñoz Cortés, M. (1958): El español vulgar. Madrid, Ministerio de Educación) y el 
español popular. Como ocurre en otros casos, la variedad diastrática confluye con los 
rasgos propios de la situación comunicativa, lo que ha conducido a considerar en 
muchas ocasiones que se trata de estilos o registros.
2. 3. Las variedades diafásicas
Las variedades diafásicas se deciden según las circunstancias concretas de la 
situación comunicativa: el hablante y el oyente, la relación entre ellos, el tono formal o 
informal, etc. Para Gregory y Carroll (1978), el grado de adecuación del uso lingüístico 
al contexto depende de cuatro factores: el campo o tema de que se habla; el modo o 
canal empleado en la comunicación; el tenor funcional o propósito comunicativo del 
acto de habla; y el tono interpersonal o relación entre interlocutores. Así pues, puede 
desarrollarse un estilo espontáneo, semi-informal, cuidadoso o muy cuidadoso, al 
menos.
El estilo más espontáneo e informal de la lengua es el español coloquial. Pese a 
sus relaciones con determinados niveles diastráticos (popular, vulgar, jergal) no debe 
confundirse con estos, pues el registro coloquial es patrimonio, en principio de todas las 
clases sociales. Acudiendo a las variables establecidas por Gregory y Carroll (1978), se 
distingue por su cotidianidad (campo), su oralidad y espontaneidad (modo), su carácter 
interactivo (tenor) y su informalidad (tono), como ha descrito Payrató (1988: 50) y 
(1997). El registro coloquial será, por tanto, la manifestación más informal de la lengua 
dentro de una escala gradual que va de lo más formal a lo menos formal. (Briz, 1996 y 
1998, Briz y Grupo Val.Es.Co., 2002). El grupo Val.Es.Co. se ha encargado del análisis, 
de la descripción, de la caracterización y de la recogida de muestras del español 
coloquial5.
Lo coloquial es un fenómeno propiamente oral, esto es, se desarrolla 
principalmente por medio del canal oral, lo que no dificulta su reflejo escrito-literario en 
obras teatrales y en novelas6 .
3. Las 
normas del español
La diversidad del español actual que se ha esbozado más arriba ofrece una idea 
bastante acertada de la pluralidad y vitalidad de la lengua. Ahora bien, el español es 
una lengua supranacional que constituye un conjunto de normas diversas cuya base 
común está compuesta principalmente por el habla culta. Esta norma culta resulta muy 
uniforme en todos los territorios geográficos del español, por lo que se considera el 
español estándar, es decir, «la lengua que todos empleamos, o aspiramos a emplear, 
cuando sentimos la necesidad de expresarnos con corrección; la lengua que se enseña 
en las escuelas, la que, con mayor o menor acierto, utilizamos al hablar en público o98
emplean los medios de comunicación; la lengua de los ensayos y de los libros científicos 
y técnicos»7 . Las Academias de la Lengua Española, unidas en la Asociación de 
Academias desde 1951, se encargan, como se indica en sus Estatutos, de trabajar en 
pro de la unidad, integridad y crecimiento del idioma común. Está compuesta por las 22 
Academias de la Lengua Española que existen en el mundo: la Real Academia Española8 
, la Academia Colombiana de la Lengua, la Academia Ecuatoriana de la Lengua, la 
Academia Mexicana de la Lengua, la Academia Salvadoreña de la Lengua, la Academia 
Venezolana de la Lengua, la Academia Chilena de la Lengua, la Academia Peruana de la 
Lengua, la Academia Guatemalteca de la Lengua, la Academia Costarricense de la 
Lengua, la Academia Filipina de la Lengua Española, la Academia Panameña de la 
Lengua, la Academia Cubana de la Lengua, la Academia Paraguaya de la Lengua 
Española, la Academia Dominicana de la Lengua, la Academia Boliviana de la Lengua, la 
Academia Nicaragüense de la Lengua, la Academia Hondureña de la Lengua, la 
Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, la Academia Norteamericana de la 
Lengua Española, la Academia Argentina de Letras y la Academia Nacional de Letras del 
Uruguay9 .
Entre las labores de la Real Academia Española, en particular, y del conjunto de 
Academias, en general, cabe señalar obras lexicográficas como el Diccionario de la 
lengua española, el Diccionario panhispánico de dudas o el inicio de las tareas 
relacionadas con el Diccionario histórico. Asimismo, la Real Academia Española trabaja 
desde 1993 en un banco de datos del español que se distribuye en el Corpus diacrónico 
del español (CORDE) y en el Corpus de referencia del español actual (CREA). En su 
conjunto, ofrecen unos 410 millones de registros de todas las épocas procedentes del 
español de España, de América y de Filipinas.
4. Más allá de la norma
Como hemos podido comprobar en los apartados anteriores, la pluralidad de la 
lengua está en concordancia con lo que hacen con ella los usuarios. Como resultado de 
las distintas opciones de uso nuestra lengua mejora, empeora, se enriquece, se 
empobrece; en definitiva, cambia para adaptarse a las necesidades comunicativas de 
todos y cada uno de los hablantes.
La lengua española en las últimas décadas se ha visto afectada por muchos 
cambios interesantes. Aquí analizaremos brevemente los que, a nuestro parecer, están 
ejerciendo mayor influencia en el español actual. Nos referimos a la permeabilidad del 
español hacia otras lenguas, principalmente el inglés; y a los cambios en la lengua 
relacionados con el uso de las nuevas tecnologías de la comunicación, sobre todo de 
Internet. 
4.1. La influencia del inglés en el español actual
Desde siempre las lenguas interactúan, influyen unas en otras y reflejan, en 
alguna medida, el complejo juego de poderes en el mundo. Así, nuestro globo 
globalizado actual vive el auge del inglés, de cuyo campo de influencia no se escapa 
prácticamente ninguna lengua moderna. El estudio de los anglicismos y de su influencia 
en el español actual ha sido objeto de investigación de numerosos trabajos desde la 
segunda mitad del siglo pasado. Entre los más recientes podemos citar las aportaciones 
de Gimeno y Gimeno (2003)10 , Gómez Capuz (1998) y (2000), Lorenzo (1996), etc. Lo 
que todos ellos reflejan es que se trata de un debate lingüístico abierto, que requiere 
estar atentos a su evolución, aunque no parece que vaya a amenazar la integridad del 
español.
No obstante, las particulares circunstancias de la lengua española, lengua que es 
materna para muchos habitantes al otro lado del Atlántico, no permiten analizar el 
fenómeno de la influencia del inglés de manera homogénea. En concreto, su influencia 
es muy importante en Estados Unidos, donde los hispanos superan ya los 40 millones y 
constituyen la principal minoría del país. En este ambiente nació y está tomando cada 
vez mayor fuerza el fenómeno de spanglish. 
4.1.1. ¿La amenaza de spanglish?
99
El término spanglish es de reciente creación, ya que al perecer nació y empezó a 
usarse entre 1965 y 1970. Con él se hace referencia a ese híbrido entre el español y el 
inglés que está conquistando todo Estados Unidos. Y mientras los puristas luchan 
denodadamente contra el uso innecesario de extranjerismos, o más aún, contra los 
compuestos interlingüísticos que, en opinión de algunos, no solo no aportan nada a la 
lengua del Quijote sino que la estrujan y la maltratan, los «hispanos de Gringolandia» 
están creando una curiosa mezcla en la que empiezan a advertirse algunos indicios de 
normas y tendencias propias. 
Como recalca Ilan Stavans (http://pdf.lavanguardia.es/pdf/PdfShow?
p_action=showpdf2&p id=39048578&p data=20050328), autor del libro Spanglish: The 
making of a new american language (en el que incluye su traducción a esta especie de 
pidgin del primer capítulo del Quijote) no se puede hablar de un spanglish, sino de 
muchos. Los distintos grupos de inmigrantes de diverso origen que se han asentado en 
lugares dispares de Estados Unidos usan un idioma particular, con variantes propias 
solo de su comunidad. Estas variantes a veces difieren tanto que resulta sorprendente 
comprobar que, a pesar de todo, miembros de grupos distintos se entienden. Sin 
embargo, es justo lo que sucede. La difusión a través de los medios de comunicación, 
de los programas de radio y de televisión que se emiten íntegramente en spanglish, así 
como su uso en Internet han hecho posible que hoy observemos cierta tendencia hacia 
la unidad en el seno de este pidgin. ¿Estamos presenciando el nacimiento de una nueva 
lengua? ¿Cómo saldrá el español de este trance?
En el intento de contestar estas preguntas y de predecir el futuro de spanglish 
algunos estudiosos han tratado de indagar en las raíces del fenómeno. Generalmente, 
se cree que el fenómeno ha nacido en el seno de comunidades hispanas que emigraron 
a Estados Unidos y que, debido a la escasa competencia lingüística en inglés, iban 
creando una mezcla idiosincrásica con elementos de ambas lenguas. No obstante, 
según observan tanto los estudiosos del tema como los propios integrantes de dichas 
comunidades, el spanglish no desaparece a medida que crece la soltura en inglés, sino 
que ocurre más bien todo lo contrario. Para la segunda generación de los inmigrantes 
hispanos, el inglés ya se ha convertido en su lengua materna; sin embargo, en sus 
ámbitos familiares se produce la situación de trilingüismo, configurada por el uso del 
español, el inglés y el spanglish como tres hechos bien diferenciados. De ahí que sea 
pertinente que algunos planteen que el spanglish en realidad constituye un símbolo de 
identidad de la inmigración latina que, por una parte, desea integrarse plenamente en 
el país de adopción pero, por otra, no quiere perder sus raíces culturales. Y es que en 
realidad se debe hablar de la cultura spanglish, ya que en los últimos años ha dejado de 
ser un fenómeno exclusivamente lingüístico para convertirse en un hecho cultural en 
toda su complejidad. 
4.1.2. El spanglish informático
Ahora bien, el término spanglish tiene otra acepción que, aunque de alguna 
manera se entrecruza con la primera, posee un ámbito de uso más restringido. Estamos 
hablando del spanglish informático, es decir, del uso de anglicismos en el ámbito de las 
nuevas tecnologías. No es necesario que pongamos aquí ejemplos de tales usos, ya que 
son bien conocidos por cualquier usuario más o menos avispado en el uso de 
ordenador. Sin embargo, y afortunadamente, creemos importante destacar aquí que en 
el caso de spanglish informático la tendencia en el ámbito español,por lo menos en 
España, se está invirtiendo. Cada vez más especialistas del ámbito se están 
concienciando del uso responsable del idioma y buscan las mejores traducciones y no 
las primeras que les vienen a la mente. Es significativa al respecto la «Nota sobre el uso 
del idioma» que incluye en su tesis Díez Vegas11 , en la que el autor alerta sobre la 
utilización injustificable de anglicismos en el ámbito de la informática, y defiende un uso 
responsable de neologismos técnicos por parte de «los de ciencias». Y es grato 
constatar que desde el año 1994 en el que fue leída la tesis de dicho investigador, la 
situación que él denunciaba ha experimentado cambios positivos, pues la tendencia 
actual consiste en buscar traducciones más adecuadas y más naturales para la lengua 
española. Aunque también hay que señalar que la situación no es la misma en el 
ámbito hispanoamericano, donde la proliferación del spanglish, como señalábamos 
antes, se debe en gran medida precisamente a su difusión a través de Internet. 
4.2. La lengua y los nuevos medios de comunicación
Pero la irrupción en nuestra vida de las nuevas tecnologías ha conllevado también 
otros cambios en el uso de la lengua, que afectan a todos los niveles estructurales. En 
líneas generales, aunque, naturalmente, hay excepciones, el español que usamos en 
Internet para comunicarnos, pese a su forma escrita, se caracteriza por una mayor 
oralidad que el lenguaje epistolar, por ejemplo. Dicha oralidad se plasma en el uso de 
estructuras elípticas, del lenguaje menos formal, incluso en los mensajes más oficiales, 
en los que si se utilizara el soporte de papel se recurriría a un estilo más elaborado. Las 
características propias de un mensaje electrónico, como la rapidez en su recepción y, 
normalmente, la inmediatez de la respuesta parece que impone un estilo más 
«coloquial», en el que prima el contenido y no la forma. Se evita todo tipo de 
digresiones y descripciones, comunes para el género epistolar en el sentido tradicional, 
y se opta por un lenguaje más elíptico, tanto en el contenido como en la estructura 
propiamente dicha. Se permite la elisión, o más bien, la reducción de algunos 
elementos conectivos, de vocales, de adverbios y de otros componentes 
circunstanciales que no afectan a la carga informativa del mensaje y que el que escribe 
100
supone que son bien conocidos por el que lee. El contexto de comunicación desempeña 
un papel crucial, ya que se intenta acercar al máximo a una interacción inmediata, 
como una conversación, en la que a veces los interlocutores incluso eliden las fórmulas 
de saludo en cada mensaje y abordan directamente la cuestión central del mismo. Sin 
embargo, no debemos olvidar que el correo electrónico no deja de ser un medio de 
comunicación no directo, por lo que resulta imposible prescindir de determinados 
elementos conectivos y relacionales que en una conversación cara a cara pueden ser 
sustituidos por signos no verbales o inferidos del contexto real y palpable12 .
Sin embargo, y a pesar de lo que acabamos de decir, los mensajes de correo 
electrónico suelen respetar muchos de los aspectos estilísticos de una carta. La 
situación se radicaliza bastante si nos enfrentamos a un medio de comunicación virtual 
como el chat. Se trata de una conversación virtual directa y esta inmediatez temporal 
supone aún mayor acercamiento a la oralidad. Al igual que pasa con el lenguaje 
coloquial, la lengua del chat posee una serie de características propias que hace 
necesario un estudio particular de los mismos. Como señalan algunos autores, dicha 
variedad diafásica se caracteriza, ante todo, por un alejamiento premeditado y 
deliberado de la norma académica13. Se persigue el objetivo de crear un código propio 
que identifique a los internautas o, incluso, a los participantes de un chat concreto. Esta 
situación a veces se lleva al extremo cuando no se respetan las reglas mínimas de 
ortografía y de sintaxis. Curiosamente, la Netiqueta (normas de comportamiento en la 
red) considera de mal gusto hacer alusiones o corregir la ortografía de otros usuarios. 
Asimismo, el afán de acercarse al máximo a una conversación real lleva a un uso 
continuo de distintos elementos gráficos para hacer lo escrito visible y audible. 
Emoticones, onomatopeyas o reiteraciones gráficas persiguen cumplir con este objetivo. 
5. El español en la red
En la red hay trabajos disponibles de lingüistas de reconocido prestigio sobre el 
tema del uso del idioma en dicho medio. Por ejemplo, en la página del Centro Virtual 
Cervantes14 se recogen las contribuciones a los distintos Congresos de Lengua. El 
profesor Joaquim Llisterri, de la UAB, por su parte, ofrece en su página personal una 
extensa recopilación de trabajos sobre el tema15 .
La importancia de la lengua española en el mundo se refleja en su masiva 
presencia en Internet. El español se difunde en la red a través de distintos medios, 
como foros y listas de distribución entre los que se encuentran Hispania, Infoling, 
EcoSEL, Editexto asociados a RedIris16 o los del ya citado Centro Virtual Cervantes17 , 
por poner algunos ejemplos. En el siguiente enlace18 la profesora Mar Cruz Piñol ofrece 
información sobre algunos vehículos de difusión del español en la red.
También en los siguientes portales aparecen artículos de temática muy variada 
sobre la lengua española19. 
6. La labor del Instituto Cervantes
Desde el año 1991 la lengua española también cuenta con un centro de difusión en 
el mundo. El Instituto Cervantes fue creado como una institución «para la promoción y 
la enseñanza de la lengua española y para la difusión de la cultura española e 
hispanoamericana». Entre sus objetivos y funciones figuran la organización de cursos 
generales y específicos de lengua española, la participación en proyectos y programas 
destinados a la difusión de las lenguas y culturas de España, la labor de apoyo y 
actualización de los materiales didácticos para español como lengua extranjera, etc. Es 
el organismo oficial autorizado por el Ministerio de Educación y Ciencia que se ocupa de 
la organización de exámenes y cursos para la obtención del Diploma de Español como 
Lengua Extranjera (DELE). Actualmente, el Instituto Cervantes cuenta con 56 sedes 
repartidas por 37 países de 4 continentes. En el portal del centro el visitante puede 
consultar cualquier información sobre el funcionamiento y las distintas labores del 
Instituto20 . 
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102
	ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA PRERROMANA. 
	EL ESPAÑOL ARCAICO. LA APARICIÓN DE LA LITERATURA ROMANCE. 
	CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMITIVOS ROMANCES PENINSULARES. 
	HACIA LA NORMA DEL ESPAÑOL MODERNO. 
	ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA PRERROMANA
	EL LATÍN EN HISPANIA
	EL ESPAÑOL ARCAICO
	CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMITIVOS ROMANCES PENINSULARES
	LA INVASIÓN ÁRABE
	EL SIGLO XV
	LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS S. XVI-XVII
	EL ESPAÑOL EN AMÉRICA
	HACIA LA NORMA DEL ESPAÑOL MODERNO
	EL SIGLO XIX
	SIGLO XX Y PERSPECTIVAS PARA EL SIGLO XXI
	Índice
	ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA PRERROMANA
	EL LATÍN EN HISPANIA: LA ROMANIZACIÓN DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. EL LATÍN VULGAR. PARTICULARIDADES DEL LATÍN HISPÁNICO
	EL ESPAÑOL ARCAICO. LA APARICIÓN DE LA LITERATURA ROMANCE. JUGLARÍA Y CLERECÍA
	CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMITIVOS ROMANCES PENINSULARES. SURGIMIENTO Y EXPANSIÓN DEL ROMANCE CASTELLANO
	LA ÉPOCA VISIGODA
	LA ÉPOCA ALFONSÍ Y LOS INICIOS DE LA PROSA CASTELLANA
	LA INVASIÓN ÁRABE. LOS ÁRABES Y EL ELEMENTO ÁRABE EN ESPAÑOL
	Elena Toro Lillo
	EL SIGLO XV. LA TRANSICIÓN DEL ESPAÑOL MEDIEVAL AL CLÁSICO
	LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS: EL SIGLO XVI
	LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS: EL SIGLO XVII
	EL ESPAÑOL EN AMÉRICA: DE LA CONQUISTA A LA ÉPOCA COLONIAL
	HACIA LA NORMA DEL ESPAÑOL MODERNO. LA LABOR REGULADORA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
	EL SIGLO XIX
	EL SIGLO XX Y PERSPECTIVAS PARA EL SIGLO XXI

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