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Historia de La Lengua Espanola

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ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA PRERROMANA
EL LATÍN EN HISPANIA
EL ESPAÑOL ARCAICO
CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMITIVOS ROMANCES PENINSULARES
LA ÉPOCA VISIGODA
LA ÉPOCA ALFONSÍ Y LOS INICIOS DE LA PROSA CASTELLANA
LA INVASIÓN ÁRABE
EL SIGLO XV
LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS S. XVI-XVII
EL ESPAÑOL EN AMÉRICA
HACIA LA NORMA DEL ESPAÑOL MODERNO
EL SIGLO XIX
SIGLO XX Y PERSPECTIVAS PARA EL SIGLO XXI
HISTORIA 
DE LA 
LENGUA 
ESPAÑOLA
http://www.cervantesvirtual.com/seccion/lengua
Índice
2
ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA PRERROMANA. 
Xose A. Padilla García 3
EL LATÍN EN HISPANIA: LA ROMANIZACIÓN DE LA PENÍNSULA 
IBÉRICA. EL LATÍN VULGAR. PARTICULARIDADES DEL LATÍN 
HISPÁNICO. 
Jorge Fernández Jaén
13
EL ESPAÑOL ARCAICO. LA APARICIÓN DE LA LITERATURA ROMANCE. 
JUGLARÍA Y CLERECÍA
Miguel Ángel Mora Sánchez
18
CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMITIVOS ROMANCES PENINSULARES. 
SURGIMIENTO Y EXPANSIÓN DEL ROMANCE CASTELLANO.
Jaime Climent de Benito
27
LA ÉPOCA VISIGODA
Susana Rodríguez Rosique
33
LA ÉPOCA ALFONSÍ Y LOS INICIOS DE LA PROSA CASTELLANA
Herminia Provencio Garrigós, José Joaquín Martínez Egido (coaut.) 39
LA INVASIÓN ÁRABE. LOS ÁRABES Y EL ELEMENTO ÁRABE EN 
ESPAÑOL
Elena Toro Lillo
48
EL SIGLO XV. LA TRANSICIÓN DEL ESPAÑOL MEDIEVAL AL 
CLÁSICO
Elisa Barrajón López, Belén Alvarado Ortega (coaut.)
55
LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS: EL SIGLO XVI.
Santiago Roca Marín 60
LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS: EL SIGLO XVII
José Antonio Candalija Reina, Francisco Ángel Reus Boyd-Swan 
(coaut.)
65
EL ESPAÑOL EN AMÉRICA: DE LA CONQUISTA A LA ÉPOCA 
COLONIAL
Carmen Marimón Llorca
73
HACIA LA NORMA DEL ESPAÑOL MODERNO. 
LA LABOR REGULADORA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA.
Dolores Azorín Fernández
82
EL SIGLO XIX.
M.ª Antonia Martínez Linares, M.ª Isabel Santamaría Pérez 
(coaut.)
88
EL SIGLO XX Y PERSPECTIVAS PARA EL SIGLO XXI
Leonor Ruiz Gurillo, Larissa Timofeeva (coaut.)
93
ESCRITURAS Y LENGUAS EN LA HISPANIA 
PRERROMANA
Xose A. Padilla García
Abstract
This paper looks at the linguistic situation in the Iberian Peninsula before the 
arrival of the Romans. According to the epigraphic remains and to the classical sources 
(such as Strabo, Plinius, Polybe, Diodore or Titus-Livius), we can characterize that 
situation as pluri-linguistic. Before the indo-european invasions (XI-V b. C.), a group of 
languages whose origin can not be totally established were spoken. Afterwards, there 
was a coexistence between indo-european (such as Celtiberian or Lusitanian) and non 
indo-european (such as Iberian or Basque) languages. Some of them left written 
remains in four different alphabets, connected to those Phoenician and Greek. All these 
languages finally disappeared, except for Basque. 
1. Introducción
Quizás el primer aspecto que debemos señalar sobre la situación lingüística de la 
Hispania prerromana es que, como señalaron las fuentes clásicas (Estrabón, Herodoto, 
Polibio, etc.), no se hablaba una única lengua sino varias. La forma más general de 
clasificar estas lenguas es establecer dos criterios básicos: de un lado, el origen de sus 
hablantes; de otro, la familia lingüística. Según el origen de sus hablantes, se diferencia 
entre lenguas autóctonas y lenguas de colonización; y según la familia, se habla de 
lenguas indoeuropeas y no indoeuropeas. El primer criterio separa, por ejemplo, las 
lenguas fenicia y griega de las lenguas celtibérica e ibérica; y el segundo criterio, la 
primera lengua autóctona de la segunda. En realidad, como indica de Hoz (1983: 353), 
la división entre lenguas autóctonas y de colonización es un poco artificial, pues, los 
fenicios llevaban en la P. I. desde el siglo IX a. C. y los griegos desde el siglo VIII a. C., 
por lo tanto, en cierto modo, a la llegada de los romanos (s. III a. C.), podrían 
considerarse tan autóctonos como los iberos, o al menos como los celtas, que llegan en 
oleadas sucesivas desde los siglos IX al V a. C.
3
El segundo aspecto importante tiene que ver con la diferencia entre lenguas y 
escrituras. En realidad, el repaso de las lenguas prerromanas peninsulares es el estudio 
de los restos epigráficos (bronces, exvotos, monedas, plomos, vasijas, etc.) que se 
escriben en varios alfabetos durante un periodo dilatado en el tiempo y en el espacio. 
Por lo tanto, toda afirmación que hagamos sobre las lenguas realmente habladas es una 
hipótesis, más o menos cercana a la realidad, que se fundamenta en lo escrito, sea por 
los habitantes originarios de la P. I., sea por fenicios, griegos y romanos.
2. Indoeuropeos y no indoeuropeos
Basándose en la composición morfológica de los topónimos (-briga e iltir-, ciudad), 
Humboldt y más tarde Untermann (1875-1980) dividieron la P. I. en dos zonas: la 
indoeuropea y no indoeuropea, y esta división se mantiene hasta ahora, no sin 
discusión. La Hispania no indoeuropea a grandes rasgos queda al sudeste (gran parte 
de Andalucía, Murcia, País Valenciano y Cataluña), penetrando hacia al interior y 
llegando hasta el sur de Francia; la zona indoeuropea ocuparía el resto. No hemos de 
pensar, sin embargo, que haya una frontera estricta entre las dos zonas, pues la P. I. 
estaba poblada por un conjunto de pueblos muy numeroso (astures, cántabros, 
celtiberos, ceretanos, edetanos, ilergetes, lacetanos, vacceos, vascones, etc.) y 
tenemos pocos datos para adjudicarlos de forma definitiva a una determinada familia 
lingüística. En el norte peninsular, en una zona que comprendería la actual Navarra, 
parte del País Vasco y terrenos colindantes, con una frontera pirenaica no muy 
claramente delimitada, se hablaba la lengua vasca, aunque seguramente era tan 
parecida al euskera actual como el castellano lo es al latín coetáneo.
Gráfico (1) 
Mapa de los pueblos prerromanos de la P. I. (reformado a partir de del Rincón, 1985:7)
3. Las escrituras peninsulares
Las escrituras autóctonas llegan en su origen del Mediterráneo, y si repasamos 
mentalmente el mapa que hemos trazado, es lógico que esto sea así, pues al oeste sólo 
estaban el mar y las Islas Británicas (en donde la escritura es muy posterior). Esto 
explica que sean los iberos los que trasmitan su escritura a los celtiberos, pueblo 
indoeuropeo fronterizo con su territorio; y que los lusitanos, pueblo también 
indoeuropeo pero precelta, sólo escriban su lengua en el siglo II a. C., y ya en 
caracteres latinos.
Existen diversas teorías sobre el número de lenguas y escrituras prerromanas 
(véase de Tovar, 1980; de Hoz, 1983; Siles, 1976, 1985; etc.), y, hasta el momento, a 
pesar de los intentos de varios autores (véase Gómez-Moreno, 1949; Maluquer de 
Motes, 1968; de Hoz, 1983; Siles, 1985; Román del Cerro, 1990), no hemos podido 
traducir ninguna (a excepción de parte del celtibero). Podría decirse que en este sentido 
estamos todavía en una fase similar, salvando las distancias, a la del alumno de ruso 
que sabe leer el alfabeto cirílico pero no tiene idea de lo que significan las palabras. Es 
normal que esto sea así, porque los restos que poseemos son pocos y fragmentarios.
El nacimiento de las escrituras peninsulares está estrechamente relacionado con 
importantes hechos históricos acontecidos en el mundo antiguo, por lo tanto, antes de 
seguir adelante, debemos detenernos brevemente en el contexto histórico de este 
4
periodo para describir más claramente las circunstancias que rodearon la llegada de la 
escritura a la Península. 
3.1. La escritura y el comercio
Las grandes potencias de la época (fenicios y griegos, primero; púnicos y 
romanos, después) arribaron a las costas de la Península para obtener materiasprimas 
(principalmente oro y plata) y mercenarios para sus contiendas. Este hecho determinó 
que los primeros documentos hispánicos que se conservan fueran en realidad 
inscripciones foráneas escritas en babilónico y egipcio (jeroglíficos) en objetos traídos 
por los fenicios. La inscripción más antigua señalada por Estrabón en el Templo de 
Melkart en Gadir (Cádiz) se remontaría nada menos al siglo XI a. C. (véase Guadán, 
1985: 27). Que la escritura hispánica fue importada por estos colonos parece estar 
fuera de toda duda. Un dato importante, como indica Guadán (1985: 27), es que no 
hemos hallado en la P. I. (al menos hasta la fecha) las etapas primitivas de la escritura 
que se encuentran en otros lugares, como un estadio pictográfico primitivo o una 
escritura jeroglífica propia (véase Goldwasser, 2005). La escritura nace, pues, como 
consecuencia del contacto entre los nativos y los comerciantes. Las tribus 
preindoeuropeas peninsulares debieron de aprender los primeros signos en estos 
intercambios, y, pronto, los utilizaron de forma generalizada, como muestran los 
documentos encontrados. El propósito de esta primera escritura pudo ser anotar 
albaranes derivados de las transacciones comerciales, pero es posible proponer también 
que su origen -complementario del anterior- fuera mágico o religioso.
Gráfico (2)
Plomo de Jàtova (Valencia) (tomado de Guadán, 1985)
3. 2. Los alfabetos autóctonos
Del contacto entre comerciantes y nativos surgió, pues, un alfabeto que se adaptó 
a las lenguas de los pueblos prehispánicos. Aunque las muestras de escritura peninsular 
son de fecha muy temprana, no debemos pensar, sin embargo, en un único alfabeto 
común y normalizado, sino en fases sucesivas -a veces simultáneas- que muestran una 
importante evolución.
Partiendo de los trabajos de de Hoz (1983), Guadán (1985), Siles (1976, 1985), 
etc., podemos señalar cuatro escrituras que, dependiendo del investigador, reciben 
nombres diferentes:
a. Escritura del sudoeste, 
b. Escritura meridional (o del sureste o tartésica o bastulo-turdetana), 
c. Escritura greco-ibérica (o jónica), 
d. Escritura ibérica (o nororiental o ibérica valenciana o ibérica propiamente 
dicha).
3.2.1. Escritura del sudoeste
5
Ocupa el territorio que va desde la cuenca baja del Guadalquivir a la 
desembocadura del río Sado (Huelva, Medellín, el Algarve portugués, etc.). Esta región, 
por su gran riqueza minera, fue uno de los primeros focos de atención para los fenicios, 
por lo tanto, es lógico pensar que en esta zona se produjeran las primeras muestras 
escritas peninsulares. La nueva escritura está atestiguada, según de Hoz (1983: 359), 
en los siglos VIII o VII a. C., sin embargo, los documentos epigráficos son bastante 
pobres.
3.2.2. Escritura meridional
La escritura meridional es retrógrada (se escribe de derecha a izquierda) y no 
sabemos exactamente qué lengua anota. La zona corresponde en parte con la famosa 
Tartessos del rey Argantonio (véase Libro de los Reyes I, 10, 21-23; Crónicas II, 20: 
36-37; o Ezequiel 27:12 y 38:13). Su antigüedad explica la utilización de formas 
arcaicas del alfabeto fenicio que más tarde desaparecen. Este signario lo encontramos, 
principalmente, en estelas funerarias.
3.2.3. Escritura greco-ibérica
La escritura greco-ibérica se escribe de izquierda a derecha. Surge de las 
relaciones de los pobladores indígenas con los comerciantes griegos. Su cronología es 
del siglo IV a. C. Se trata de un alfabeto creado para escribir textos ibéricos partiendo 
de una alfabeto greco-jónico. El primer hallazgo se produjo en un plomo de Alcoi 
(Alicante). Transcribe la lengua ibérica (o al menos, un dialecto de ella).
3.2.4. Escritura ibérica 
La escritura ibérica se escribe también de izquierda a derecha y anota la lengua ibérica 
(probablemente, la misma que la anterior) o sus diferentes dialectos. Según Siles (1976, 1985), la 
escritura ibérica clásica (o nororiental) surge, básicamente, de la fusión de la escritura meridional 
y la escritura greco-ibérica. El alfabeto ibérico utiliza 28 signos (véase gráfico 3) de los cuales son 
silábicos tres grupos (las consonantes oclusivas sonoras y sordas). Por las fechas que manejamos 
(siglo VI o V a. C.) sería un anacronismo pensar que este alfabeto es un semisilabario (mezcla de 
alfabeto y silabario) propiamente dicho, es más adecuado considerar que era una adaptación 
artificial (véase Guadán, 1985: 27), creada para ahorrar trabajo al artesano (algo parecido a lo 
que sucede hoy con el lenguaje de los móviles, en el que usamos «bs» por «besos»). Aunque este 
alfabeto toma los signos de los alfabetos púnico y griego, su valor en el alfabeto ibero es muy 
distinto (véase de Hoz, 1983: 372). La lengua que transcribe se extiende desde Andalucía oriental 
hasta la Galia narbonense (desde la cuenca mediterránea hasta el río Herault en el Languedoc). 
Esta escritura se utilizó también para anotar las lenguas celtibera, gala y ligur.
3.3. ¿Cómo se relacionan las escrituras peninsulares entre 
sí?
Como hemos señalado anteriormente, todas las escrituras prerromanas hispánicas 
proceden de alfabetos foráneos. La escritura del suroeste y la meridional parecen ser 
una adaptación de la escritura fenicia (o púnica), y las escrituras greco-ibérica e ibérica 
propiamente dicha proceden del alfabeto griego primitivo con influencia fenicia (véase 
Siles, 1976, 1985; o de Hoz, 1983). Podemos ver la comparación que de las mismas 
hace de Hoz (1983:373) en el siguiente gráfico:
Gráfico (3) fenicia / meridional || meridional / ibérica
Escrituras prerromanas (tomados de de Hoz, 1983: 373)
En realidad, las diferentes escrituras 
ibéricas pueden considerarse como un 
conjunto de etapas en orden cronológico 
de las cuales la escritura ibérica 
valenciana es su desarrollo final. No 
obstante, no debemos pensar en formas 
de escritura completamente 
diferenciadas (véase gráfico 3), sino en 
un mundo mucho menos definido que el 
nuestro en el que la escritura, como el 
resto de las costumbres en general, eran 
permeables a muchas influencias. 
Recordemos, además, que la mayor 
parte de los restos encontrados (figuras, 
lápidas, téseras, vasijas) tienen como 
soporte la piedra y el metal (plomo o 
6
bronce), y que, por lo tanto, es normal que los signos no estuviesen completamente 
normalizados y que fluctuasen incluso en manos de un mismo artesano.
3.4. En qué mundo nació la escritura ibérica
Aventurar lo que sucedió en una época tan lejana a la nuestra partiendo de datos 
dispersos es un poco arriesgado, pero, las informaciones que poseemos apuntan a que 
la expansión de la escritura ibérica, y de la lengua que notaba, sucedió tras la 
decadencia de la cultura tartésica (véase Taradell, 1985). En ese periodo de crecimiento 
económico, cultural y demográfico del mundo ibérico, la escritura de los iberos no sólo 
se extendió hacia el norte y hacia el sur, sino que fue adoptada, como hemos dicho, por 
pueblos indoeuropeos vecinos como los celtiberos, que la conservaron hasta el siglo I a. 
C. (véase de Hoz, 1983: 367). Los contactos de los iberos con el mundo griego de las 
colonias de Rhodes y Emporión (> Ampurias y Rodes) explican una cierta helenización 
ibérica posterior, tanto en la escritura como en el arte, no obstante, como afirma 
Tarradell (1985:8), la cultura ibera presenta personalidad suficiente para que 
cualquiera de sus productos pueda ser identificado con facilidad. Los siglos V a III a. C. 
son, además, la cumbre del arte ibérico (véase Blázquez, 1985; o Tarradell, Rafel y 
Tarradell, 1985) y en esas fechas se datan, por ejemplo, las damas de Baza (Granada) 
y Elche (Alicante) o el conocido guerrerode Moixent (Valencia).
Gráfico (6)
Dama de Elche (Alicante) (tomado de Tarradell, 1985)
A parte del florecimiento cultural autóctono postartésico, las condiciones políticas 
posteriores y las luchas entre romanos y cartagineses (las guerras púnicas), ayudaron a 
la expansión de la escritura y cultura ibéricas en sus últimos siglos de vigencia (véase 
Tarradell, 1985: 8).
Partiendo de las fuentes clásicas (véase Blázquez, 1961; Jacob, 1988; Wagner, 
1999), sabemos que los romanos desembarcaron en las costas ibéricas en el siglo III a. 
C. con el pretexto de ayudar a Sagunto, ciudad que se encontraba bajo la fides de 
Roma. La excusa que dan los romanos para la acción bélica es que los púnicos habían 
invadido su zona de influencia, señalada por el río Iberus, que servía de frontera (el 
Tratado del Ebro de 226 a. C.). El nombre de este río ha sido identificado por los 
historiadores como el río Ebro, partiendo de las reglas evolutivas del castellano (véase 
7
Jacob, 1988). Ahora bien, si tenemos en cuenta la posición geográfica que ocupa el río 
Ebro actual y el lugar en el que se sitúa Sagunto (la Arse ibérica), llegaremos a la 
conclusión de que o bien la excusa de los romanos no era tal excusa, o bien el río o la 
ciudad saguntina han cambiado de sitio. En este sentido, Carcopino (1953) señala que 
el error no está en la geografía, sino en la traducción de Iberus por Ebro. Es cierto que 
la forma latina Iberus produce evolutivamente Ebro, pero Iberus no era el nombre del 
río, tal y como hoy lo conocemos, sino la palabra ibérica para río, para cualquier río (lo 
apoyan, por ejemplo, el ibar/ibai o ría/río del euskera actual). Así, pues, como señala 
Carcopino (1953), o más tarde Jacob (1988), Iberus no es el río Ebro, sino un río 
importante, el cual, si tenemos en cuenta la situación de Sagunto, deberíamos hacer 
coincidir con el río Júcar o incluso el Segura. Esto justificaría que los romanos acudieran 
a ayudar a los saguntinos, pero también la expansión posterior de los iberos en el 
periodo anterior a la presión cultural romana. La II guerra púnica o guerra de Anibal 
(218 a. C.), que tiene como resultado el triunfo romano (delenda est Carthago), dejaría 
a los iberos, aliados de Roma, un terreno propicio a su expansión, y ello explica que la 
cultura, la escritura y la lengua ibéricas alcanzasen tan extraordinario desarrollo.
4. ¿Qué lenguas anotan estas escrituras?
La existencia de varias notaciones, a las que debemos sumar algunas variantes y/o 
etapas diferentes, nos podría llevar a pensar que nos encontramos ante dos o tres 
lenguas distintas; pero de nuevo no hay acuerdo entre los especialistas (véase de Hoz, 
1983; Siles, 1985; Guadán, 1985).
La escritura meridional, que se escribe de derecha a izquierda (como el fenicio), y 
que desaparece relativamente pronto, parece señalar una lengua no indoeuropea que 
algunos han hecho coincidir con la lengua de la antigua Tartessos (la supuesta Tarsis 
bíblica). Las escrituras greco-ibérica e ibérica (con sus variantes) parecen anotar una 
nueva lengua, también no indoeuropea, a la que se denomina tradicionalmente ibérico. 
Las similitudes -cuando las hay- apuntan al vocabulario, pero esto no hace más que 
aumentar las dudas, pues el vocabulario es la parte más permeable de la lengua a las 
influencias extranjeras. 
4.1. ¿Cuál es el origen de la lengua ibérica?
Estrabón (XI, 2, 19) llamó a toda la Península 'Ibhria (Hiberia) porque sus 
habitantes (en este caso los pueblos de la zona mediterránea) tenían una cierta 
semejanza con los habitantes de una zona del Cáucaso (actual Georgia) del mismo 
nombre. Todo ello, como ha demostrado brillantemente Domínguez Monedero (1983), 
es un error en el que convergen los mitos y los conocimientos geográficos que los 
griegos tenían en ese momento del mundo conocido. Independientemente de lo 
anterior, esta conexión casual o anecdótica ha dado pie a relacionar el ibero con las 
lenguas caucásicas y más tarde con las lenguas camíticas (como el bereber actual) o 
con la lengua vasca. Más allá de los datos que nos proporcionan las fuentes clásicas o 
de la misma leyenda, lo que sí está claro es que de momento los textos notados en 
escritura ibérica no pueden traducirse utilizando ninguna lengua actual.
Gráfico (7)
Plomo de Alcoi (s. VI a. C.) según la lectura de Gómez-Moreno (1925) (en Sanchis Guarner, 1985)
[Irike or'ti garokan dadula bask/ buistiner' bagarok 
sssxc turlbai/ lura legusegik baSerokeiunbaida/ urke 
baSbidirbar'tin irike baSer/ okar' tebind begalasikaur 
iSbin/ ai aSgandiS tagiSkarok binike/ bin salir' kidei 
gaibigait
Ar'nai/ SakariSker
IunStir' salir'g baSistir Sabadi/ dar bir'inar gurs 
boistingisdid/ Sesgersduran SeSdirgadedin/ Seraikala 
naltinge bidudedin ildu/ niraenai bekor Sebagediran]
8
A pesar de las dificultades, autores como Siles (1976) o de Hoz (1983) proponen 
traducciones viables para ciertas palabras y elementos morfosintácticos. Una inscripción 
como iltirbikis-en seltar-Yi, atestiguada en una lápida ibérica de Cabanes (Valencia), 
podría traducirse, según de Hoz (1983: 385 y ss.), como «yo soy la tumba de Iltirbikis» 
por comparación con lo aparecido en muchas otras inscripciones. De Hoz, siguiendo los 
principios de la tipología lingüística, propone, además, que el orden de palabras del 
ibero sería SOV (sujeto+objeto+verbo), con lo cual tendríamos una hipotética 
coincidencia con el vasco que también es SOV (véase Padilla, 2005: 44). Siles (1976: 
24), por su parte, estudia la composición nominal de la onomástica ibérica y atribuye 
los sufijos -nin y -eton al femenino. Conocemos, pues, algunas palabras (seltar, tumba; 
salir, plata; etc.) y podemos deducir algunos elementos morfológicos -sken, -etar, -ite, 
-ko, etc.), pero los verbos y el léxico en general son todavía un misterio. 
4.1.2. El vasco-iberismo
La tesis más polémica de todas las que se manejan sobre la filiación del ibero es la 
que lo emparenta con el vasco. Según Tovar (1980), la palabra ibero procede del 
hidrónimo iberus flumen (río ibero > río Ebro) que se explica, como veíamos antes, a 
partir del vasco ibar (ría, estuario) o ibai (río). El apelativo ibar en boca de los 
marineros y comerciantes jonios pudo convertirse en iberus (> ibero, río) y los 
habitantes de la zona en iberos, que podríamos traducir algo así como «los del río». 
Hoy en día existe el apellido vasco Ibarra o Iborra con idéntico significado.
Este tipo de coincidencias y muchas otras ya propiamente intralingüísticas, como 
que ambas lenguas compartan una fonética parecida (por ejemplo, las cinco vocales), 
que topónimos valencianos actuales puedan ser explicados acudiendo a la lengua vasca 
(Arriola de harri, piedra; Ibi de ibi, vado; Ondara de ondar, arena; Sorita de zuri, 
blanco, etc.), o que ambas tengan el mismo orden de palabras (SOV), llevó a varios 
investigadores a proponer no sólo su parentesco, sino su equivalencia: el vasco y el 
ibero serían la misma lengua.
Esta hipótesis ha sido fuertemente criticada, sin embargo, si combinamos 
informaciones lingüísticas, geográficas e históricas, no es tan descabellada como 
algunos pretenden hacer ver. Los datos que tenemos sobre los movimientos de 
poblaciones en el periodo conocido como de los Campos de Urnas (urnenfelder) nos 
señalan que la indoeuropeización de la P. I. se produjo entre los siglos XI a V a. C. 
(véase Fullola, 1985 o Cavalli-Sforza, 1998). Las fuentes clásicas (Estrabón, Livio, 
Plinio, Diodoro, Polibio, etc.) indican, por su parte, una distribución de las poblaciones 
prerromanas en la que los vascones están aislados en terrero aparentemente 
indoeuropeo (véase Domínguez Monedero, 1983: 219). Y el análisis de los datoslingüísticos, por último, permite afirmar, como hemos visto, que entre el ibero (o los 
dialectos que lo forman) y el vasco actual hay ciertas semejanzas de familia. 
Combinando todos estos factores, es posible proponer que, antes de la 
indoeuropeización de la Península, pudo haber continuidad (al menos isoglósica) entre 
las lenguas que ocupaban la zona pirenaico-mediterránea, en la que incluiríamos el 
tartesio, el ibero (o sus dialectos), el vasco, y otras lenguas y dialectos de los que no 
tenemos noticias. Esto no significaría, por supuesto, uniformidad lingüística (una sola 
lengua), pero sí, como decimos, una posible relación de familia. 
4.2. El ibero como koiné
No faltan tampoco los autores que consideran que el ibérico no es una lengua en el 
sentido estricto del término, sino una koiné (oral o escrita) utilizada por los 
comerciantes (no sólo iberos sino también fenicios y griegos) como forma de 
intercambio en una zona muy rica en materias primas y un fuerte crecimiento político-
cultural (véase Guadán, 1985). Esta interpretación en realidad no invalida las 
anteriores, pues, no habla de la filiación lingüística sino del uso real. El ibero, o el 
conjunto de dialectos a los que llamamos ibero, sería una especie de lingua franca que, 
manteniendo su carácter independiente, bebería de varias fuentes, especialmente, en el 
léxico.
4.3. Las lenguas indoeuropeas peninsulares
La situación de las lenguas indoeuropeas es en apariencia menos interesante que 
la de sus vecinas, entre otras cosas, porque sólo dos (el celtibero y el lusitano) dejaron 
testimonios escritos y ninguna de ellas creó una escritura propia.
9
Las lenguas indoeuropeas peninsulares entroncan con las vecinas lenguas del 
continente europeo. Según el mapa que hemos trazado en el apartado 2, la zona 
indoeuropea corresponde a varios pueblos llegados a través de los Pirineos cuyos 
asentamientos o ciudades utilizaban el sufijo -briga (ciudad) en una primera etapa y 
-dunum/-acum (fortaleza) en una segunda (véase Fullola, 1985:30). Los pueblos 
indoeuropeos no tenían unidad lingüística, y podemos pensar por su número y por el 
vasto territorio que ocupaban (dos terceras partes de la P. I.) que o bien hablaban 
lenguas distintas, pero relacionadas entre sí, o bien había gran diversidad dialectal. 
Como hemos dicho, sólo el celtíbero y el lusitano dejaron documentos escritos. Del 
estudio de estos documentos se deduce que eran dos lenguas distintas.
Por lo que respecta a la escritura, el lusitano se escribió en el siglo II a. C. y utilizó 
para ello el alfabeto latino; el celtibero, por el contrario, se empezó a escribir ya antes 
de la llegada de los romanos y empleó el alfabeto ibérico (véase de Hoz, 1983: 374). 
Los documentos celtiberos escritos en ibérico llegan hasta el siglo I a. C., por lo tanto, 
los celtiberos siguieron utilizando el alfabeto ibérico incluso cuando los iberos ya habían 
dejado de usarlo por la presión cultural romana (época de Augusto). Se deduce de todo 
ello que los celtiberos, aunque fuesen una nación autónoma (situada más o menos en el 
Aragón central actual), estuvieron fuertemente influidos por los iberos, que tenían una 
cultura más rica y prestigiosa.
El estudio de los bronces celtiberos (por ejemplo, el de Botorrita, Zaragoza) nos 
muestra, por otra parte, una lengua céltica muy antigua, diferente de la lengua gala y 
emparentada al parecer con las lenguas célticas de las Islas Británicas e Irlanda. Los 
últimos documentos escritos en lengua celtibera utilizan ya caracteres latinos. 
5. ¿Qué queda de todo aquello en el español del 
siglo XXI?
Los restos del mundo prerromano prevalecen todavía en las actuales lenguas 
peninsulares, aunque su importancia sea relativa. Dejando de lado la pervivencia del 
vasco o euskera actual, que es el único resto lingüístico de la Hispania prerromana, es 
posible rastrear, sin embargo, ciertos rasgos en el castellano, que es la lengua que 
ahora nos ocupa, vinculables con todas estas lenguas que hemos analizado. 
5.1. El sustrato ibérico
Desde un punto de vista fonético, el castellano comparte con el vasco y con el 
ibero la existencia de cinco vocales /a, e, i, o, u/, y con este rasgo se diferencia de las 
restantes lenguas románicas (excepto el sardo). Si observamos las consonantes del 
ibero y las comparamos con las del castellano actual (véase gráfico 3), tampoco 
encontraremos muchas diferencias, aunque en este caso la evolución castellana es 
independiente de la influencia ibérica.
Por lo que respecta a la morfología, se suele afirmar (véase Lapesa, 1981; Cano 
Aguilar, 1988; Martínez y Echenique, 2000; etc.) que sufijos como -arro (-urro, -erro) o 
-ieco, -ueco, -asco (que no tienen equivalente latino) deberían ser influencia del 
sustrato ibérico. Los encontramos en palabras como: baturro, calentorra, mazueco, 
muñeca, peñasco, ventisca, etc.
Por último, el ibero o sus parientes se dejan sentir aparentemente en el léxico y la 
toponimia. Son palabras no indoeuropeas prerromanas: arroyo, conejo, charco, 
galápago, garrapata, gusano, perro, silo, toca, zarza, y muchas otras que no tienen una 
ubicación clara. Encontramos, además, numerosos topónimos de origen ibero que hoy 
conservamos latinizados: Acci (> Guadix), Basti (> Baza), Dertosa (> Tortosa), 
Gerunda (> Girona), Ilici (> Elche). También se habla del posible origen ibero(-vasco) 
del apellido García (<Garseitz) o Blasco, Velásquez y Velasco (con sufijo ibérico -asco) 
(véase Sanchis Guarner, 1985).
10
5.2. El sustrato indoeuropeo
Desde un punto de vista fonético, se afirma que la sonorización en castellano de 
las consonantes oclusivas sordas latinas intervocálicas (VITA> vida) se debe al sustrato 
céltico y al fenómeno conocido como la lenición consonántica, que es propio de estas 
lenguas, aunque no todos los autores coinciden en esta interpretación (véase Martínez 
Alcalde y Echenique, 2000).
El sustrato indoeuropeo prerrománico también se observa en la morfología, pues 
se atribuyen a estas lenguas (véase Lapesa, 1981 o Cano Aguilar, 1988) los sufijos 
-aiko o -aeko que dan como resultado el español -iego, en palabras como andariego, 
mujeriego, palaciego, etc.
Y lo mismo sucede con el léxico, en donde volvemos a encontrar tanto voces 
comunes como topónimos. Incluiríamos aquí palabras como abedul, álamo, baranda, 
basca, berro, bota, braga, busto, cantiga, estancar, gancho, garza, greña, puerco, 
tarugo, toro, virar, etc. Hay topónimos como Segovia (de seg- victoria), Segorbe (de 
Segóbriga y a su vez de -briga, ciudad), Lobra, Obra, Zobra (con la variante -bra), 
Alobre y Pezobre (con -bre), etc.
6. Conclusiones
Como hemos podido comprobar, las escrituras y lenguas prerromanas abren 
todavía hoy un mundo tan interesante como inexplorado. A pesar de las contribuciones 
de autores tan relevantes como Caro Baroja, de Hoz, Fletcher, Gómez-Moreno, Hübner, 
Humboldt, Maluquer de Motes, Michelena, Siles y muchos otros, el estudio de la 
epigrafía hispánica prerromana depende aún de que el destino ponga en manos de los 
investigadores la piedra Rosetta ibérica. Hasta entonces, el campo de operaciones es 
tan amplio que requiere de la colaboración de ciencias auxiliares tan distintas como la 
arqueología, la epigrafía, la numismática, la historia antigua, la historia de las 
religiones, la onomástica, la hidronimia y, cómo no, la lingüística. Éste es, pues, el 
camino que se impone recorrer para conseguir desbrozar en el futuro los enigmas de 
este importante periodo de la historia lingüística hispánica. 
11
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EL LATÍN EN HISPANIA: LA ROMANIZACIÓN 
DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. EL LATÍN 
VULGAR. PARTICULARIDADES DEL LATÍN 
HISPÁNICO
Jorge Fernández Jaén
1. La Romanización de la Península Ibérica
El Imperio Romano fue, sin duda, el mayor imperio del mundo antiguo. Se fue 
creando poco a poco a partir de la expansión de su capital, Roma, y pretendió 
conquistar todo el mundo conocido, es decir, todos los países próximos al Mar 
Mediterráneo, llamado mare nostrum por los antiguos romanos. Así, en su momento de 
máxima expansión durante el reinado de Trajano, el Imperio Romano se extendía desde 
el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo 
Pérsico al este, y desde el desierto del Sáhara al sur hasta las tierras boscosas a orillas 
de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia (actual Escocia), en Gran Bretaña, 
al norte. En consecuencia, recibe el nombre de romanización el proceso a través del 
cual el Imperio Romano fue conquistando, sometiendo e integrando a su sistema 
político, lingüístico y social a todos los pueblos y territorios que fue encontrando a su 
paso. El fenómeno de la romanización es de una importancia histórica absolutamente 
fundamental puesto que gracias a él un amplio territorio de la antigua Europa pudo 
compartir una misma base social, cultural, administrativa y lingüística. 
Por lo que se refiere a la conquista y romanización de la Península Ibérica, ésta se 
inició en el año 218. a. C., al iniciarse la segunda guerra púnica con el desembarco de 
los Escipiones en Emporion (hoy Ampurias, en la provincia de Gerona). Desde el mismo 
instante en que los romanos se introdujeron en la península, empezaron a sucederse 
las conquistas. Así, por ejemplo, hacia el 209 a. C. Cornelio Escipión tomó la ciudad de 
Cartago Nova y poco después Gadir, antigua colonia fenicia, cayó en manos romanas en 
el año a. C. No obstante, el proceso de conquista de Hispania no fue rápido debido a la 
resistencia que opusieron algunos de los lugares conquistados; por ello, la colonización 
de toda la península duró dos siglos ya que sólo finalizó de modo definitivo en el año 19 
a. C. (época de Augusto) con el sometimiento al norte de cántabros y astures. Puede 
considerarse que la romanización determinó y fijó el destino de Hispania, destino 
dudoso hasta entonces debido a las entrecortadas influencias oriental, helénica, celta y 
africana que había tenido. 
13
La romanización hispánica se produjo con una base social distinta de la que se 
había partido para conquistar territorios más próximos a Roma. A la Península Ibérica 
llegan colonos, soldados, comerciantes de todo tipo, funcionarios de la administración, 
arrendatarios e incluso gentes de baja estima social, lo que evidentemente condicionó 
el latín hablado en esta nueva provincia romana. Roma también llevó a cabo un 
reajuste de tipo administrativo de las antiguas provincias Citerior y Ulterior (que habían 
sido creadas en el año 197 a. C., cuando las autoridades romanas dividen el territorio 
hispano y lo consideran, definitivamente, una parte más del imperio); así, una parte de 
la Ulterior quedó anexionada por la Citerior, que ahora se llamará Tarraconense 
(considerada provincia imperial). El resto de la Ulterior se subdividió en dos nuevas 
provincias; por un lado, la Baetica y por otro la Lusitania. Además, la organización 
social de Hispania refleja la misma estructura social que el resto del imperio (al menos 
en un primer momento); de este modo, la población(cives) se dividía en ciudadanía 
plena y libre (romani), ciudadanía con libertad limitada (latini), habitantes libres 
(incolae) sin derecho a ciudadanía, los libertos (liberti) y los esclavos (servi). Con el 
paso del tiempo y a medida que la romanización se fue asentando, los nativos fueron 
obteniendo progresivamente el derecho de ciudadanía, hasta que en el S. III d. C. 
(época de Caracalla) se generalizó este derecho para la totalidad de la población del 
Imperio. Naturalmente, en el momento en que una nueva zona era anexionada, se 
implantaba también en ella, además de la estructura social, la estructura militar, 
técnica, cultural, urbanística, agrícola y religiosa que había en Roma, lo que garantizaba 
la cohesión del imperio.
Por lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de 
los pueblos colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas) hay que decir que no 
fue un proceso agresivo ni forzado: bastó el peso de las circunstancias. Los habitantes 
colonizados vieron rápidamente las ventajas de hablar la misma lengua que los 
invasores puesto que de ese modo podían tener un acceso más eficaz a las nuevas 
leyes y estructuras culturales impuestas por la metrópoli. Además, los nuevos 
habitantes del Imperio sentían de forma casi unánime que la lengua latina era más rica 
y elevada que sus lenguas vernáculas, por lo que la situación de bilingüismo inicial 
acabó convirtiéndose en una diglosia que terminó por eliminar las lenguas prerromanas. 
Por tanto, fueron los hablantes mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, 
quienes decidieron sustituir sus lenguas maternas por el latín. No obstante, hubo en 
Hispania una excepción a este respecto, ya que los hablantes de la lengua vasca nunca 
dejaron de utilizarla, lo que permitió que sobreviviera, fenómeno de lealtad lingüística 
que se dio en varias partes del Imperio, como en Grecia, que nunca perdió el griego 
pese a su fuerte romanización. 
En definitiva, la romanización dotó de una identidad estable a Hispania y la 
introdujo de lleno en un Imperio que había de ser decisivo en la evolución de la Historia 
de la Humanidad. Con el paso del tiempo, Hispania también aportó grandes beneficios 
culturales al mundo latino, sobre todo en el campo de las letras. Así, tenemos retóricos 
de Hispania como Porcio Latrón, Marco Anneo Séneca y Quintiliano. También 
pertenecen a esta parte del Imperio escritores latinos tan importantes como Lucio 
Anneo Séneca, Lucano y Marcial, que escribieron obras muy relevantes en las que 
algunos críticos han visto los rasgos fundacionales del espíritu de la cultura y la 
literatura españolas. 
2. El latín vulgar
¿Qué es el latín vulgar?
El latín, al igual que todas las demás lenguas, tenía variedades lingüísticas 
relacionadas con factores dialectales (variedades diatópicas), con factores 
socioculturales (variedades diastráticas), con factores históricos y evolutivos 
(variedades diacrónicas) y con factores relacionados con los distintos registros 
expresivos (variedades diafásicas); pues bien, el latín vulgar (también llamado latín 
popular, latín familiar, latín cotidiano o latín nuevo) era la variante oral del latín, es 
decir, el latín que utilizaban los romanos (fueran cultos, semicultos o analfabetos) en la 
calle, con la familia y, en general, en los contextos relajados. Se trata, por tanto, de un 
latín que se aleja del latín clásico y normativo debido a la espontaneidad y viveza que le 
otorga su naturaleza oral y cotidiana. Esta variante diafásica de la lengua latina es de 
vital importancia puesto que es de ella (y no del latín culto de la literatura y los 
registros formales) de donde van a proceder las lenguas romances o románicas, y más 
en concreto del latín vulgar del período tardío (S. II-VI). 
A principios del S. XX, el gran filólogo D. Ramón Menéndez Pidal empezó a estudiar 
el latín vulgar guiado por la intuición de que debía ser en esa variante en la que se 
encontrasen las pautas para poder reconstruir y entender el origen del español y del 
resto de lenguas romances. Desde entonces, las investigaciones realizadas en el 
terreno de la Filología Románica han permitido entender mucho mejor el origen de 
estas lenguas. No obstante, un problema se plantea de inmediato: ¿cómo estudiar una 
variante lingüística que es oral y que se distancia mucho de las variantes escritas? ¿De 
dónde se puede extraer información? Los filólogos que se han ocupado de este asunto 
han sido capaces, con el tiempo, de hallar algunos materiales muy valiosos. 
14
Fuentes para el conocimiento del latín vulgar
Dado que el latín vulgar era oral y evanescente y que sólo se empleaba en 
contextos relajados, ¿de dónde podemos obtener información acerca de sus 
características? Es evidente que no existe ningún texto escrito en latín vulgar; a lo 
sumo, tenemos textos en los que se encuentran algunos vulgarismos dispersos, 
perdidos entre el estilo lujoso y cuidado que caracteriza a la literatura latina. No 
obstante, gracias a los vulgarismos que se pueden rescatar de algunas obras cultas 
(incluidos en ellas por razones muy variadas) y a algunos textos escritos por personas 
no demasiado cultivadas, la filología ha podido reunir un conjunto de materiales 
relativamente amplio. Veamos a continuación cuáles son las principales fuentes para 
conocer el latín vulgar.
a) Obras de gramáticos latinos. Son muchos los autores latinos que, en su afán de 
purismo, reprenden y denuncian determinadas pronunciaciones incorrectas. El primero 
de los autores que censuró estos errores fue Apio Claudio (hacia el 300 a. C.), seguido 
por muchos otros, como Virgilio Marón de Tolosa (S. VII) o el historiador lombardo 
Pablo Diácono (740-801). Con todo, las correcciones expresivas que señalan estos 
autores hay que tomarlas con prudencia, ya que muchas de ellas son arbitrarias e 
incluso abiertamente irreales. La obra más importante de este conjunto es, sin ninguna 
duda, el llamado Appendix Probi (¿S. IV a. C.?), llamado así porque se conserva en el 
mismo manuscrito que un tratado del gramático Probo. Es una especie de «gramática 
de errores» que cataloga y corrige 227 palabras y fórmulas tenidas por incorrectas, 
como por ejemplo las siguientes: vetulus non veclus, miles non milex, auris non oricla, 
mensa non mesa, etc. Lo relevante es que gracias a este texto se ha podido constatar 
que muchas palabras de las lenguas románicas han evolucionado a partir de la forma 
vulgar y no de la normativa. 
b) Glosarios latinos. Se trata de vocabularios muy rudimentarios, generalmente 
monolingües, que traducen palabras y giros considerados como ajenos al uso de la 
época (glossae o lemmata) por expresiones más corrientes (interpretamenta). El más 
antiguo de ellos es el glosario de Verrius Flaccus, De verborum significatione, del 
tiempo de Tiberio, pero que sólo es conocido por un resumen de Pompeius Festus (¿S. 
III?). También es muy conocido el lexicógrafo latino Isidoro de Sevilla (hacia 570-636), 
autor de Origines sive etymologiae, obra en la que aparecen muchas noticias sobre el 
latín tardío y popular, tanto de España como de otros lugares. También pertenecen a 
este tipo de textos las famosas Glosas Emilianenses (de San Millán, provincia de 
Logroño, ¿mitad del S. X?) y las Glosas de Silos (Castilla, S. X), donde se encuentran 
voces como lueco (español luego) o sepat (español sepa, subjuntivo del verbo saber). 
c) Inscripciones latinas. Las inscripciones son una fuente muy interesante para 
conocer variantes poco cuidadas del latín. Conservamos en la actualidad inscripciones 
muy variadas, en las que pueden leerse todo tipode textos: dedicatorias a divinidades, 
proclamas públicas, anuncios privados, textos honoríficos, etc. La mayoría de ellas 
están grabadas, aunque también las hay pintadas e incluso trazadas a punzón.
d) Autores latinos antiguos, clásicos y de la «edad de plata» (desde la muerte de 
Augusto hasta el año 200). Son muchos los escritores romanos que reprodujeron en 
sus obras estilos descuidados o familiares. Por ejemplo, Cicerón solía utilizar en sus 
cartas personales muchas expresiones coloquiales como mi vetule (mi viejo). Por otro 
lado, muchos dramaturgos, como Plauto, ofrecen en sus obras diálogos llanos, propios 
de la gente del pueblo más iletrado. Lo mismo sucede cuando un autor relata alguna 
anécdota curiosa, sobre todo si el protagonista de la misma pertenece a una baja clase 
social (como se ve en las obras de Horacio, Juvenal, Persio o Marcial). Por último, 
merece una especial atención El satiricón (60 a. C.) de Petronio, especie de novela 
picaresca repleta de charlatanes vulgares y obscenos. 
e) Tratados técnicos. En algunos textos técnicos se pueden apreciar ciertas 
imprecisiones expresivas. Por ejemplo, M. Vitrubio Polión escribió un tratado de 
arquitectura en tiempos de Augusto y pidió excusas por su escasa corrección lingüística. 
También son dignos de mención muchos autores de tratados de agricultura, como 
Catón el viejo, Varrón y Columela (bajo Tiberio y Claudio) que tienen, en general, pocos 
conocimientos gramaticales. Especialmente valiosas, a causa de su lengua repleta de 
elementos populares, son las obras técnicas de baja época, tales como la Mulomedicina 
de Chironis, tratado de veterinaria de la segunda mitad del S. IV repleto de 
vulgarismos. 
f) Historias y crónicas a partir del S. VI. Se trata de obras toscas y sin 
pretensiones literarias, redactadas en un latín muy descuidado. Tenemos la Historia 
Francorum, de Gregorio, obispo de Tours (538-594); el Chronicarum libri IV, de 
Fredegarius (obra escrita en realidad por varios autores anónimos que relata la historia 
de los Francos); el Liber historiae Francorum, que se tiene por anónimo, aunque pudo 
ser compuesto por un monje de Saint-Denis en el 727; y, por fin, las compilaciones de 
historia gótica y universal de Alain Jordanès (S. VI), obra fundamental en su género. 
g) Leyes, diplomas, cartas y formularios. La lengua de estos textos es híbrida y 
sorprendente, mezcla de elementos populares y reminiscencias literarias. Hay que 
recalcar que las cartas y diplomas originales tienen el mérito de estar desprovistos de 
correcciones que alteran los manuscritos de los textos literarios. En Galia se trata de 
documentos relativos a la corte de los reyes merovingios; en Italia son edictos y actas 
15
redactados bajo los reyes lombardos (S. VI-VII); en España, tales textos provienen de 
los reyes visigodos (S. VI-VII) y de los siglos siguientes. 
h) Autores cristianos. Los cristianos de los primeros tiempos rechazaron 
decididamente el excesivo normativismo del latín clásico, lo que les llevó, en muchas 
ocasiones, a emplear un latín mucho más relajado en la redacción de sus textos. Así, 
este latín de los cristianos, sobre todo el de las antiguas versiones de la Biblia, estaba 
cuajado de expresiones y giros propios de la lengua popular, por un lado, y por otro de 
elementos griegos o semíticos tomados en préstamo o calcados. De hecho, los 
traductores de la Sagrada Escritura se preocupaban más de la inteligibilidad de la 
versión que del estilo, actitud utilitaria que justificaba emplear un latín desmañado 
siempre que fuera preciso. Fue S. Jerónimo quien, aun conservando numerosas 
expresiones populares, hizo una versión más pulida y literaria de la Biblia, conocida 
como la Vulgata. También se pueden encontrar muchos datos interesantes en la poesía 
cristiana del S. IV, en los himnos religiosos de la alta Edad Media (especialmente útiles 
para conocer detalles acerca de la pronunciación del latín de la época baja) o en las 
obras hagiográficas o de vida de santos, como las que escribió Gregorio de Tours, 
hombre más piadoso que literato. 
i) Papiros y cartas personales. Se han encontrado también diversos papiros y 
textos epistolares pertenecientes a soldados residentes en las diversas provincias del 
Imperio que han resultado muy útiles para conocer rasgos del latín vulgar. 
Gracias a todas estas fuentes, los filólogos han reunido muchos datos relativos a la 
forma del latín hablado en la época imperial. Sin embargo, los datos aislados no 
permiten obtener una visión global de cómo era el latín vulgar, por lo que, en última 
instancia, debe ser la gramática comparada de las lenguas romances la que revele 
cómo era ese latín hablado y cómo evolucionó. Hay que recordar que las lenguas 
evolucionadas a partir de la latina asumieron propiedades que ya se encontraban 
cifradas en las últimas etapas evolutivas del latín. Por ello, teniendo en cuenta cuáles 
son los principales rasgos de las lenguas romances (desde un punto de vista tipológico) 
y cuáles son las características del latín vulgar recuperadas gracias a las fuentes antes 
descritas, se puede reconstruir de un modo bastante fiable un modelo que explique 
cómo era el latín que sirvió de base para que surgieran las lenguas románicas. 
Características del latín vulgar
El conocimiento del latín vulgar es imprescindible para poder explicar las 
características gramaticales de las diferentes lenguas romances. Es una tendencia 
general de todas las lenguas del mundo evolucionar siempre a partir de los usos más 
relajados y espontáneos y no a partir de los registros más cuidados y formales, 
vinculados casi siempre al terreno de la lengua escrita en general y literaria en 
particular. De hecho, son muchas las características de las lenguas romances que no 
tendrían explicación si no se conociera el latín vulgar, ya que se trata de rasgos que 
jamás hubieran podido surgir a partir del latín clásico tal y como lo conocemos. A 
continuación ofrecemos un listado con las características más importantes del latín 
vulgar.
a) Orden de palabras. La construcción clásica del latín admitía fácilmente los 
hipérbatos y transposiciones, por lo que era muy frecuente que entre dos términos 
ligados por relaciones semánticas o gramaticales se intercalaran otros. Por el contrario, 
el orden vulgar prefería situar juntas las palabras modificadas y las modificantes. Así, 
por ejemplo, Petronio aún ofrece oraciones como «alter matellam tenebat argenteam», 
aunque, tras un largo proceso, el hipérbaton desapareció de la lengua hablada. 
b) Determinantes. En latín clásico los determinantes solían quedar en el interior de 
la frase, sin embargo, el latín vulgar propendía a una colocación en que las palabras se 
sucedieran con arreglo a una progresiva determinación, al tiempo que el período 
sintáctico se hacía menos extenso. Al final de la época imperial este nuevo orden se 
abría paso incluso en la lengua escrita, aunque permanecían restos del antiguo, sobre 
todo en las oraciones subordinadas. 
c) Las declinaciones. El latín era una lengua causal, con cinco declinaciones, en la 
que las funciones sintácticas estaban determinadas por la morfología de cada palabra. 
Sin embargo, ya desde el latín arcaico se constata la desestima de este modelo y se 
advierte que empieza a ser reemplazado por un sistema de preposiciones. El latín 
vulgar propició de forma definitiva este nuevo modelo, y generó nuevas preposiciones, 
ya que las existentes hasta ese momento eran insuficientes para cubrir todas las 
necesidades gramaticales. Así, se crearon muchas preposiciones nuevas, fusionando 
muchasveces dos preposiciones que ya existían previamente, como es el caso de 
detrás (de + trans), dentro (de + intro), etc. Además, la pérdida de las desinencias 
causales provocó importantes transformaciones en el latín vulgar, simplificando los 
paradigmas léxicos hasta oponer únicamente una forma singular a otra forma plural, 
simplificación que fue adoptada por las lenguas romances. De hecho, sólo el francés y 
el occitano antiguo conservaron una declinación bicausal con formas distintas para el 
nominativo y el llamado caso oblicuo, declinación que desapareció antes del S. XV 
mediante la supresión de las formas de nominativo. 
16
d) El género. También se simplificó en latín vulgar la clasificación genérica; los 
sustantivos neutros pasaron a ser masculinos (tempus > tiempo) o femeninos (sagma 
> jalma), aunque también hubo muchas vacilaciones y ambigüedades, sobre todo para 
los sustantivos que terminaban en -e o en consonante (mare > el mar o la mar). 
También hay que señalar que muchos plurales neutros se hicieron femeninos singulares 
debido a su -a final (ligna > leña, folia > hoja), de ahí el valor de colectividad que 
todavía hoy mantienen en muchos contextos (la caída de la hoja). 
e) Los comparativos. En latín clásico los comparativos en -ior y los superlativos en 
-issimus, -a, -um (que eran construcciones sintéticas) fueron desapareciendo en favor 
de las construcciones vulgares analíticas, construidas a partir de magis... qua (m). Sólo 
mucho más tarde, y por vía culta, se reintrodujo el superlativo en -ísimo, -a que aún 
perdura en la actualidad. 
f) La deixis. La influencia del lenguaje coloquial, que prestaba mucha importancia 
al elemento deíctico o señalador, originó un profuso empleo de los demostrativos. 
Aumentó muy significativamente el número de demostrativos que acompañaban al 
sustantivo, sobre todo haciendo referencia (anafórica) a un elemento nombrado antes. 
En este empleo anafórico, el valor demostrativo de ille (o de ipse, en algunas regiones) 
se fue desdibujando para aplicarse también a todo sustantivo que se refiriese a seres u 
objetos consabidos; de este modo surgió el artículo definido (el, la, los, las, lo) 
inexistente en latín clásico y presente en todas las lenguas romances. A su vez, el 
numeral unus, empleado con el valor indefinido de alguno, cierto, extendió sus usos 
acompañando al sustantivo que designaba entes no mencionados antes, cuya entrada 
en el discurso suponía la introducción de información nueva; con este nuevo empleo de 
unus surgió el artículo indefinido (un, una, unos, unas) que tampoco existía en latín 
clásico. 
g) La conjugación. Por lo que respecta a la conjugación verbal, en latín vulgar 
muchas formas desinenciales fueron sustituidas por perífrasis. Así, todas las formas 
simples de la voz pasiva fueron eliminadas, por lo que usos como amabatur o 
aperiuntur fueron sustituidos por las formas amatus erat y se aperiunt. También se 
fueron dejando de lado los futuros del tipo dicam o cantabo, mientras cundían para 
expresar este tiempo perífrasis del tipo cantare habeo y dicere habeo, origen de los 
futuros románicos. Por otra parte, también va a ser en latín vulgar donde surja un 
nuevo tiempo que no existía en latín clásico: el condicional. A partir de formas 
perifrásticas como cantare habebam se va a ir formando este nuevo tiempo, que pasará 
después a todas las lenguas románicas (cantaría). 
h) Fonética. El latín vulgar experimenta diversos cambios fonéticos, muchos de los 
cuales van a ser decisivos para la formación de las lenguas románicas. En primer lugar, 
se producen diversos cambios en el sistema acentual y en el vocalismo. El latín clásico 
tenía un ritmo cuantitativo-musical basado en la duración de las vocales y las sílabas; 
no obstante, a partir del S. III empieza a prevalecer el acento de intensidad, que es el 
esencial en las lenguas románicas. También se produjeron cambios muy importantes en 
las vocales, sobre todo en lo referente al timbre, debido a la paulatina desaparición de 
la cantidad (duración del sonido) vocálica como elemento diferenciador. Por lo que 
respecta a las consonantes, el latín tardío también experimentó cambios notables, como 
ciertos fenómenos de asimilación y algunos reajustes en el carácter sordo o sonoro de 
algunos sonidos. 
i) El léxico. El vocabulario del latín vulgar olvidó muchos términos del latín clásico, 
con lo que se borraron diferencias de matiz que la lengua culta expresaba con palabras 
distintas. Así, grandis indicaba fundamentalmente tamaño en latín clásico, mientras que 
magnus aludía a las cualidades morales; sin embargo, el latín vulgar sólo conservó 
grandis, empleándolo para los dos valores. Pero además de todos los reajustes léxicos, 
el latín vulgar privilegió mucho el fenómeno de la derivación morfológica, por lo que 
empezaron a utilizarse muchos sufijos para expresar todo tipo de valores semánticos, 
como por ejemplo valores afectivos gracias a los diminutivos. 
Como se puede ver, en los rasgos gramaticales del latín vulgar están presentes ya 
las principales señas de identidad de las lenguas románicas; en el S. VI, un latín 
fuertemente vulgarizado morirá como lengua (quedando sólo como herramienta culta 
para la ciencia) y de él empezarán a surgir variantes que, con el tiempo, se convertirán 
en las diferentes lenguas románicas. ¿Cómo se produjo esa fragmentación del latín? 
¿Qué es lo que marca las diferencias entre las distintas lenguas que surgieron de él?
3. La fragmentación del latín y el surgimiento de 
las lenguas romances
Mucho se ha discutido acerca de la unidad de la lengua latina; mientras que 
algunos investigadores sostienen que el latín se mantuvo muy cohesionado y uniforme 
hasta su desaparición, otros aseguran que ya desde los siglos II y III había perdido su 
carácter unitario, por lo que se encontraba fragmentado en múltiples y variados 
dialectos. Lo cierto es que el latín acabó fragmentándose, dando origen a diversas 
lenguas nuevas; esta fragmentación, inherente en última instancia a cualquier lengua 
que tenga muchos hablantes, se puede explicar en el caso del latín gracias a diversos 
factores:
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a) La antigüedad de la romanización. Dependiendo de la época en que era 
colonizado cada territorio, llegaba a cada nuevo lugar un latín concreto, lo que tiene su 
importancia a la hora de entender la naturaleza de la nueva lengua que surge en cada 
lugar. Por ejemplo, en el caso de Hispania, el latín que llega en el año 218 a. C. es un 
latín que aún no había llegado a la época clásica, por lo que es lógico que muchas 
palabras de las lenguas románicas de la Península Ibérica se hayan formado a partir de 
arcaísmos pertenecientes al latín preclásico, como sucede con una voz como comer, 
que ha evolucionado a partir de comedere en lugar del más moderno manducare. 
b) La situación estratégica de Hispania. Es normal que las provincias más 
extremas del Imperio (las que formaron con el paso del tiempo Rumanía, España y 
Portugal) compartan un cierto conservadurismo léxico, debido a su lejanía geográfica 
con respecto a Roma, núcleo de la metrópoli y fuente de innovaciones léxicas. Este 
fenómeno está relacionado con la mayor o menor facilidad para llegar a las distintas 
provincias; cuanto más aislado estuviera un asentamiento, menos dinamismo habría en 
el caudal léxico de la variante del latín de esa zona, y a la inversa, con todas las 
repercusiones que ello conlleva.
c) El nivel social y cultural de los hablantes. Los factores diastráticos también 
pudieron tener su importancia en la evolución del latín y en su fragmentación.
d) Influencia del sustrato. Finalmente, debe tenerse en cuenta la influencia que 
pudieron ejerceren el latín las lenguas prerrománicas que se hablaban en los distintos 
lugares que fueron conquistados; aunque estas lenguas fueron, generalmente, 
sustituidas por la lengua del invasor, no cabe duda de que ejercieron cierta influencia 
en ella en forma de sustrato latente. Sin embargo, nuestro desconocimiento científico 
de dichas lenguas impide calibrar en su justa medida cómo fue esa influencia 
sustratística. 
Sea como fuere, el latín, la poderosa lengua del imperio más grande de la Historia 
de la Humanidad terminó por extinguirse definitivamente como lengua viva, dejando 
como herencia diversas lenguas hijas que, pasados los siglos, habían de ser tan 
relevantes para la ciencia y la cultura universales como lo fue su lengua madre. 
4. Bibliografía
——Baldinger, K. (1971): La formación de los dominios lingüísticos en la 
Península Ibérica, Madrid, Gredos.
——Cano Aguilar, R. (1988): El español a través de los tiempos, Madrid, 
Arco/Libros.
——Cano Aguilar, R. (coord.) (2004): Historia de la lengua española, Barcelona, 
Ariel. 
——Coseriu, E. (1977): «El problema de la influencia griega sobre el latín vulgar» 
en Estudios de Lingüística Románica, Madrid, Gredos, pp. 264-280.
——Díaz y Díaz, M. (1974): Antología del latín vulgar, Madrid, Gredos.
——Echenique Elizondo, M.ª T. y J. Sánchez Méndez (2005): Las lenguas de un 
reino. Historia Lingüística Hispánica, Madrid, Gredos.
——Lapesa, R. (1999): Historia de la lengua española, Madrid, Gredos (10.ª 
reimp. De la 9.ª ed. corr. y aum. 1981; 1.ª ed. 1942).
——Medina López, J. (1999): Historia de la lengua española I. Español medieval, 
Madrid, Arco/Libros.
——Posner, R. (1996): Las lenguas romances, Madrid, Cátedra.
——Väänänen, V. (1971): Introducción al latín vulgar, Madrid, Gredos.
——Wright, R. (1982): Latín tardío y romance temprano en España y la Francia 
Carolingia, Madrid, Gredos.
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EL ESPAÑOL ARCAICO. LA APARICIÓN DE LA 
LITERATURA ROMANCE. JUGLARÍA Y 
CLERECÍA
Miguel Ángel Mora Sánchez
1. Introducción
En este capítulo compete tratar el tema -bastante controvertido- de la existencia 
de una lengua romance, que refleja características lingüísticas del castellano posterior. 
Se le ha denominado «español arcaico», aun a sabiendas de que muchos son los 
nombres que se le podrían aplicar. De ahí que en esta introducción haya que dar cuenta 
de qué se encierra bajo este concepto y cuáles son los principales problemas que se 
plantean para delimitarlo.
Se entiende por «español arcaico» el conjunto de manifestaciones lingüísticas, en 
una lengua romance cercana al futuro castellano, que se producen en una parte del 
dominio de la Península Ibérica antes de la aparición de los primeros documentos 
escritos literarios (s. XII). Sus principales características van a ser dos: la escasez del 
corpus y su dispersión. De hecho, ha llegado a nosotros de forma muy fragmentada y, 
en gran parte, a través de textos notariales.
Ya entrado el siglo XII nos podemos encontrar con textos literarios que suponen, 
en palabras de los expertos medievalistas, la culminación de un proceso lingüístico 
lento e iniciado con anterioridad. El estado de la lengua de estos textos literarios 
-aunque distante en gran medida del español actual- suponen un grado de evolución de 
los fenómenos fonéticos, que desgajan el castellano del antiguo latín hablado, muy 
acentuada y madura, materializada durante siglos, y de la que tenemos escasos 
testimonios. 
1.1. El problema de la transmisión de los textos 
medievales. 
Gran parte de estos textos se hallan conservados en códices, cuya versión ha de 
datarse, en ocasiones, siglos después de la versión original. Por ello, es muy importante 
diferenciar la fecha de composición de la obra original respecto a la fecha del 
manuscrito que ha llegado hasta nuestros días. La paleografía es la disciplina que 
enseña los principios fundamentales para lograr unos textos fidedignos, dotados de una 
credibilidad que permita al lector o investigador utilizar la versión más auténtica. La 
validez de dicha versión será el resultado del rigor en la aplicación de dichas técnicas 
paleográficas. Por eso es necesario diferenciar los distintos tipos de ediciones de textos 
medievales con las que se puede encontrar el lector actual (Menéndez Peláez, 1993: 53 
y ss.):
• Edición facsímil: Es una reproducción fotográfica, bien de un manuscrito, bien 
de una edición impresa (por ejemplo, un incunable), tal cual aparece en el 
códice o en la versión original que se pretende reproducir. Su valor radica en la 
posibilidad de poner a nuestro alcance manuscritos o ediciones que, de otra 
manera, resultan inaccesibles. Habría que destacar las que se han hecho del 
manuscrito del Cantar de Mio Cid, de las tres versiones que nos transmitieron el 
Libro de Buen Amor y de la primera edición impresa de La Celestina. 
• Edición paleográfica: Consiste en una reproducción, mediante los actuales 
signos grafemáticos y ortográficos, de todos los rasgos gráficos que se pueden 
encontrar en el texto original manuscrito. Las fluctuaciones en la normativa 
ortográfica, poco clara y precisa en la época medieval, permitió que los copistas 
realizaran cambios o alteraciones, sujetas a su único criterio personal, un 
criterio fonético, que reguló la ortografía medieval, y que en la mayoría de los 
casos fue manifestación de particularismos articulatorios o fonológicos. 
• Edición crítica: Es aquella que, a partir de las distintas versiones existentes de 
una obra, intenta acercarse, con rigor filológico, a la versión original que salió 
de las manos del autor. Para conseguir este objetivo, se comparan todas las 
versiones conservadas de una obra; se someten a un tratamiento específico, 
cuyas normas regula y establece la crítica textual, para reconstruir esa versión, 
siempre hipotética, que probablemente estará muy próxima a la original. 
• Edición modernizada: Es una edición en la que se ha realizado una 
actualización lingüística de un texto medieval. Dicha modernización puede verse 
representada en varios niveles (ortográfico, léxico, morfosintáctico), que 
pueden convertirla, muchas veces, en una verdadera traducción, lo que exige 
del «traductor» una auténtica especialización para verter en lengua moderna 
todos los valores que encierra el texto medieval. Por lo general, van dirigidas a 
un público no familiarizado con la dicha lengua. 
• Edición incunable: Se denomina de esta forma a aquella edición impresa 
antes del año 1500, o impresa durante el siglo XVI de obras anteriores. No 
abundan las obras de literatura medieval que se conservan en este tipo de 
ediciones. Su valor lingüístico radica en su mayor proximidad con la forma de la 
lengua original.
19
1.2. El problema de la cronología del español arcaico. 
Siguiendo a Menéndez Pidal (198518: 490) podemos observar la presencia, al 
menos, de cuatro épocas dentro de la evolución general de este español arcaico. Para 
dicha división se ha tenido en cuenta la constatación de ciertos fenómenos lingüísticos 
de especial relevancia para la formación del «español literario» de los siglos XII y XIII. 
De esta forma podemos distinguir:
1. Período visigótico, que englobaría desde el año 414 hasta el 711. Aquí es 
posible que el romance primitivo fuera empleado como lengua común. Se 
caracterizaría por fenómenos que se afianzarán en siglos venideros: el 
mantenimiento de la grafía ll, la diptongación ante yod (uello/ojo), F-, IT, G- 
(inicial), conservación del grupo -MB-, conservación de los diptongos propios 
del latín vulgar como AI y AU. 
2. Época asturiano-mozárabe, que abarcaría desde el 711 hasta el 920. Su 
principalcaracterística es la masiva presencia de arabismos en los glosarios 
antiguos: alcor, alfoz, cármez… 
3. Predominio leonés, datado desde el 920 hasta el 1067. En esta época se 
perciben como anticuados diptongos como -AIRO, -AIRA / -EIRO, -EIRA. 
También se aprecia una tendencia a la monoptongación, incluso: AU > o. Se 
produce de nuevo una gran afluencia de arabismos. 
4. Intento de hegemonía castellana, que se iniciaría a partir del 1067 y se 
consolidaría hacia 1140. Se caracteriza por la entrada de galicismos ya bastante 
evidente en el Cantar de Mio Cid: mensaje, omenaje, usaje… Asimismo se 
detecta una fuerte inestabilidad vocálica y de algunos grupos consonánticos.
Tras estos períodos de evolución de la lengua desde un latín hablado hasta la 
producción de fenómenos ajenos a la lengua latina, se produce el inicio de la producción 
literaria entre los siglos XI, XII y XIII que contribuye a la consolidación de una lengua 
diferenciada del latín hablado tardo-medieval, que culminará con el intento de 
regularización cuasi normativa de período alfonsí (ya en la segunda mitad del siglo 
XIII). A estos períodos se van a dedicar los siguientes apartados de presente capítulo, 
prestando especial atención a aquellos aspectos lingüísticos de las distintas 
manifestaciones literarias que contribuyeron a la formación del sistema lingüístico del 
español medieval. De esta forma damos a entender una interpretación más laxa del 
«español arcaico», en el que incluiríamos las primeras manifestaciones literarias (para 
la polémica sobre esta interpretación véase Medina López, 1999: 35). 
2. Hacia una caracterización general del 
español arcaico
Como ya se sabe el castellano, como toda lengua romance, deriva de la evolución 
del latín, hablado en este caso en la zona de influencia de Castilla. Lo difícil radica en 
establecer en qué momento de dicha evolución la distancia con la lengua del Lacio es 
tal que resulta ininteligible y, por ende, forma una lengua aparte. En el caso del empleo 
del romance en la lengua escrita se tienen más fuentes, pero es tal la vacilación de uso 
en los orígenes, que la polémica también la alcanza. De manera que « no se pueden 
establecer cronologías tajantes: hay textos del siglo XI con menos romancismos que 
otros del XII» (Ariza Viguera, 2004: 310): todo dependerá del nivel de conocimientos 
de la lengua de transmisión de cultura hasta entonces -el latín- del notario o escriba.
En general, el español arcaico ha llegado muy fragmentado a nuestros días y 
fundamentalmente a través de textos notariales. En él se aprecian una serie de 
fenómenos que lo caracterizan, frente a otras lenguas romances de su entorno. De 
estos fenómenos Lapesa (19819: 164 y ss.) destaca los siguientes:
• Vocalización de /-l+cons-/: SALTU > sautu, souto, soto. 
• Localización dental de /Ŝ/, /Ž/, que adoptaron los fonemas /ĉ/ y /ĝ/, por su 
combinación K+e, i (dezimus). 
• Realización palatal de consonantes geminadas /ll/ > [ļ] (CABALLO [cabal.lu] > 
caballo) y /nn/ > [ņ] (ANNU [an.nu] > año).
Con anterioridad, esta forma de hablar el latín propia de la zona norte de Castilla, 
había sido caracterizada por Menéndez Pidal (1950: 485-502), quien señala una serie 
de fenómenos propios de esta época dialectal, tales como los siguientes: 1. 
Constatación de la pérdida de F- > h; 2. Expansión de ž (luego j) en vez de ll e y; 3. 
Distintos estados de palatalización de Ge,i y de /c/ < CT; 4. Realización dentoalveolar 
del grupo / -SKJ-/ > [ts] > q; 5. Temprana diptongación (ya en el siglo X) de o˛ > ue; 
6. Reducción del grupo -MB- > -m-; 7. Antigüedad en la monoptongación de AI> ei > e 
y de AU > ou > o; 8. Temprana palatalización de KL-, PL-, FL- > /l/.
Pero, sin duda, a la hora de hablar de la evolución del español arcaico, la gran 
aportación de Menéndez Pidal fue la explicación de la evolución fonética del español por 
influencia de la «yod» -esto es, la /i/ en diptongo-. Parece que la influencia de la yod no 
solo fue más allá de la evolución vocálica, sino que fue decisiva en la formación del 
orden palatal dentro de las consonantes. De hecho, el mismo Pidal establece al menos 
cuatro tipo diferentes de yod, con una cronología también diferenciada, que da paso a 
20
un complejo proceso evolutivo que está en el origen del sistema vocálico actual (véase 
Medina López, 1999: 49 y ss.). 
3. La aparición de la lengua literaria en romance 
3.1. Siglos IX-XI: El problema lingüístico de las jarchas
Jarcha es un una palabra árabe que significa «salida» o 
«finida». Las jarchas son unas pequeñas cancioncillas 
romances -los más antiguos vestigios de la lírica popular en 
Europa- análogos a nuestros antiguos villancicos (en sentido 
antiguo) o nuestras actuales coplas o cantares. Estas 
cancioncillas están situadas al final de unos poemas árabes o 
hebreos (imitación estos últimos de los árabes) llamados 
moaxajas; género inventado en la Andalucía Musulmana [sic] 
entre las postrimerías del siglo IX y los comienzos del X. 
Parece ser que las moaxajas se constituían tomando como 
base esas cancioncillas romances, o sea, estribando en ellas, 
por lo cual no es extraño que la jarcha se llame también a 
veces markaz, que significa «punto de apoyo o estribo».
Con esta extensa 
definición de lo que es la 
jarcha queda planteada la mayor parte de los problemas con los que cuentan esas 
pequeñas cancioncillas, escritas en no se sabe muy bien qué lengua, al final de un 
poema mayor, generalmente escrito en árabe clásico y, de forma ocasional, en hebreo. 
La cuestión es que, junto a la afirmación dada, fruto de la sabiduría de don Emilio 
García Gómez, existen serias dudas con respecto a su interpretación. De hecho, Solà-
Solé (1975: 28) ya dice: «[...] importa señalar aquí que el concepto de jarcha romance 
es una denominación algo cómoda y extremadamente fluida: en algunas de estas 
jarchas denominadas romances, el porcentaje de términos árabes es tal que se trataría 
de una jarcha árabe con algunos pocos términos romances incrustados». En realidad, 
de los testimonios que han llegado hasta nuestros días sobre preceptiva de la jarcha, 
ninguno señala que su lengua sea la romance, como muy bien apunta Hitchcok (1980: 
21): «La palabra jarcha propiamente dicha hace alusión a unos versos normalmente 
escritos en lengua vernácula, los cuales por convención del género, formulan la última 
estrofa de la moaxaja». Y esto no resulta difícil de confirmar como podemos apreciar en 
la cita de IBN SANA AL-MULK:
La jarcha significa el último qufl en la moaxaja. Su 
condición es que sea haggagiya en relación con la malicia, 
quzmaniya en cuanto al lenguaje común, ardiente, 
abrasadora, aguda y cortante, con palabras del lenguaje 
común y vocablos de la jerga del populacho [...].
En cualquier caso, la mayoría de las veces es una rara mezcla de romance y árabe 
combinado, en una proporción aproximada de un cuarenta por ciento de términos 
orientales y el sesenta por ciento de vocablos romances, según los datos que ofrece 
Solà-Solé.
Sobre la naturaleza de las jarchas existen dos teorías importantes:
1. La primera dice que la jarcha posee un carácter de literatura popular 
preexistente a la moaxaja. 
2. La segunda argumenta que es una parte más de la composición árabe dirigida a 
un público bilingüe.
Emilio García Gómez (1983: 409) presenta el testimonio de un contemporáneo de 
BEN QUZMÁN, llamado BEN BASSÀM DE SANTARÉN, quien al respecto de la 
composición de la moaxaja de MUCCÁDAM dice: «Las componía [las moaxajas] sobre 
hemistiquios [es decir, versos cortos] aunque la mayoría con esquemas métricos 
descuidados e inusitados [es decir, aquellos a que la coplilla mozárabe

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